Miles se quedó mirando con reticencia los pancakes, pero decidió que no podía ser tan maleducado. Después de todo, Hammond le había invitado un café. Así que tomó su tenedor y cortó un trozo de pancakes, uno que tuviera bastante sirope y se lo llevó a la boca.

Apenas dio un bocado, la sensación dulce le rodeó por completo la lengua. La verdad era que estaba delicioso, pero Miles no podía imaginarse comiendo todo un plato de algo tan dulce, sobre todo para el desayuno. Quizás era cuestión de costumbre, donde había crecido no había tiempo para preparar un desayuno como ese, la Madame por lo general sólo le dejaba tostadas y avena, dependiendo de su humor del día. La primera vez que probó los pancakes, fue gracias a Lev, quien era el único aparte de su padre que le hacía visitas en esa época de su vida.

—Es muy dulce para mi gusto… —dijo de pronto, pero luego añadió, para matizar su comentario—: Pero está muy rico. Todavía no he probado un plato malo de este restaurante.

Y Miles iba allí con relativa frecuencia, creía que el chef siempre estaba inspirado. Volvió la vista hacia su desayuno, porque no quería abusar, mientras escuchaba lo que Hammond tenía que decir. Frunció el ceño, pues, si se ponía a pensarlo con detenimiento, en realidad él no se había equivocado o atinado en su trabajo. Simplemente no había tenido opción. Era hijo de Lucius Cobbert, así que no le quedó más remedio que acatar las órdenes de su padre. La alternativa era buscarse la vida solo, con su padre en contra, lo cual sería prácticamente imposible que alguien quisiera emplearlo en Tara, en cualquier cosa.

Suspiró hondo, porque no entendía cómo un simple comentario había desatado tantos pensamientos. Miles estaba agradecido de que su padre lo hubiera acogido bajo su protección. Técnicamente, no tendría por qué haberlo hecho, pues no era el hijo de su esposa legítima. Ella ya había muerto hacía varios años, pero le había dado muchos hijos antes, sus hermanos mayores.

—Me gusta más cuando las cosas tienen menos margen de error. De todas formas, papá… —Miles carraspeó, sintiéndose un poco pequeño, más vulnerable de la cuenta, cuando lo llamaba así en voz alta—. Lucius me dio otras órdenes. Parte del trabajo también significa hacer caso a los jefes, ¿o no? Porque tú le haces caso a todo lo que Carson dice, todo el mundo lo sabe.

Lev siempre le había dicho alguna vez que Hammond era una de las pocas personas en Tara que tenía su respeto. Cuando Miles le preguntó por qué, pues en ese momento no había tratado con él, el ruso que le dijo que Hammond era leal. Algo que, por supuesto, escaseaba en esa ciudad. Suponía que él y Carson se conocían desde hacía muchísimo tiempo, por eso su relación era tan sólida.

Miles empezaba a darse cuenta de que, mientras estuviera conversando con Hammond, siempre iba a tener la sensación de que estaba metiéndose con él. Estuvo a punto de replicarle que hasta ahora no había necesitado de demasiada dulzura para sobrevivir en Tara, pero decidió no decir nada. Después de todo, creía que Hammond encontraría la forma de usar sus palabras contra él.

Hammond era como un rompecabezas que no conseguía descifrar.

Lo que sí escuchó con atención fue cuando empezó a hablar de Ben Carson. Al parecer, él estaba equivocado, pues Hammond le había dicho que no siempre obedecía las órdenes. Pero, según sus propias palabras, eso era positivo.

—O sea que Carson te premia por tu iniciativa… —dijo de pronto, sin que fuera en tono de pregunta. Parpadeó varias veces, mientras se fijaba en Hammond. ¿Cuántos años tenía? Era obvio que era mayor que él, pero Miles no sabía por cuánto—: Se conocen desde hace mucho tiempo, ¿no? Tú y Carson. Supongo que por eso se fía de ti. Esas cosas… dicen que esas cosas se construyen con el tiempo.

Su padre también tenía sus hombres de confianza, Lev llevaba trabajando para él quién sabía por cuánto tiempo. Miles había visto un montón de personas desfilar en los hombres de su padre, pero algunos no habían terminado bien. Pero Lev llevaba con su padre desde que Miles podía recordar, estaba seguro que debía de estar trabajando para él incluso antes de Miles naciera.

Quizás a Hammond le pasaba igual con Carson. Tal vez se conocían desde que estaban jóvenes, ambos parecían de la misma edad. Miles había escuchado historias sobre Carson, cómo habían matado a su padre y él se encargó de recuperar el poder el Mercado Negro.

Miles pensaba que eso era impresionante, pero no podía decirlo en voz alta. Su padre lo mataría si pudiera leerle el pensamiento.

Su padre estaba enfadado. De hecho, si Miles pudiera opinar, diría que su padre estaba furioso. Al parecer había alguien en la policía escarbando el asunto del contrabando de medicinas en el hospital. De por sí, eso despertó la curiosidad de Miles, pues estaba convencido de que los policías que no trabajaban para su padre, estaban en la planilla de otros mafiosos en la ciudad.

Sin embargo, más allá de lo asombroso que resultaba un policía honesto en esta ciudad, era que, al parecer, éste policía estaba saliendo con el doctor Wang. Miles no podía creerlo, por supuesto, se resistía a creer que Wang, precisamente el doctor Wang, hubiera escogido un policía por novio.

Miles sabía que el encaprichamiento absurdo que tenía por Wang no iría a ningún sitio. El doctor tan sólo se había mostrado amable con él en unas cuantas ocasiones, Miles siempre volvía a su lado porque era lo bastante respetuoso para no hacerle preguntas. Era una buena persona, algo que escaseaba en esta ciudad. Si de verdad ese policía era su novio, Wang estaba en problemas. Miles no quería que nada malo le pasara, ni que sufriera por culpa de la furia de su padre.

Esa noche había seguido a los hombres de su padre desde una distancia prudente. Al parecer, no sólo estaban vigilando el hospital, sino también estaban vigilando el supuesto apartamento del policía. Declan Ratchford. Miles tenía que recordar ese nombre para el futuro, pero sabía que si se acercaba demasiado se metería en problemas.

Ya había pasado medianoche, Miles sabía que tenía que irse a dormir, empezaba a hacer más frío de la cuenta y al día siguiente, en teoría, tenía que despertarse temprano.

Como no quería ser descubierto, esa noche no había llevado su moto, así que pensaba caminar hacia la parada más cercana de autobús. Estaba todavía a tiempo para alcanzar la línea nocturna. Sin embargo, no habían pasado más de diez minutos cuando tuvo la sensación de que lo estaban siguiendo. Miles se maldijo a sí mismo porque esa noche sólo llevaba un cuchillo encima. Cuando vio a los dos hombres acercarse hacia él, uno cortándole el paso, estaba odiándose por no haberse llevado la pistola.

El callejón era estrecho y uno de los hombres, mucho más alto que él, le estaba bloqueando la salida. Miles lo miró a los ojos, haciendo un esfuerzo por mantenerse sereno. El hombre que estaba atrás de él, tenía un aliento fétido y horrible. El único consuelo que tenía, era que sabía que no era ninguno de los hombres de su padre. Eso significaba que no sabían que estaba espiando.

Sin embargo, eso también significaba que esos tipos podían querer hacerle daño de verdad.

Miles estaba en problemas.

Él era habilidoso con el cuchillo, pero lo superaban en número y no tenía a nadie que le echara una mano. Se echó hacia atrás, intentando decir que no quería problemas, que se iría de allí, pero no lo dejaron moverse siquiera. Sintió el golpe en el costado y desenvainó el cuchillo lo más rápido que pudo, sintiendo cómo éste rozaba con la tela del tipo que tenía más cerca de él.

Miles maldijo su suerte una y otra vez, mientras pensaba que tendría que curarse las heridas solo porque no pensaba visitar a Wang para darle más problemas. Eso si conseguía salir de allí lo más ileso posible, porque a estas alturas no descartaba tener que ir de verdad a la sala de emergencias del hospital.

Su padre le tenía prohibido ir allí, pero a veces a Miles no le quedaba más remedio. No podía depender de Wang siempre y, aunque a veces Madame se apiadaba de él, no todo el tiempo tenía cómo curarlo en el burdel. Aunque Miles no tenía muchas quejas de Madame, quien la mayoría de las veces se apiadaba de él, por los viejos tiempos, también era cierto que ella siempre le decía que eso era un burdel y no una casa de beneficencia.

Miles se zafó lo suficiente para tomar el cuchillo con fuerza y cavárselo en el pie a uno de sus atacantes. Escuchó un grito ahogado y, por fin, los hombres lo soltaron. Pero esto provocó que perdiera por completo el equilibrio y cayera de bruces en el suelo. Miles se golpeó la espalda y también la cabeza, sintiéndose aturdido y llevándose las manos al cuello y luego al rostro, comprobando que todo estaba en su lugar.

Al menos, las pisadas parecían están alejándose de allí. Tanteó el piso, pero no encontró su cuchillo. ¿Lo había perdido de verdad? Era un buen cuchillo, el de repuesto que tenía en su casa no le gustaba tanto.

"Mierda..." pensó, mientras se frotaba la frente, pues le dolía la cabeza. Al parecer, su noche iba de mal en peor.

"¿Estás bien?"

Miles reconoció la voz de Al Hammond, pero todavía tenía los ojos cerrados, porque le dolía el hombro y también el costado. Cuando abrió los ojos, Hammond estaba inclinado frente a él, con la mano extendida. Miles frunció el ceño, pues no tenía idea cómo era que precisamente Hammond había aparecido allí frente a él. Pero estaba adolorido, todavía tenía el susto dentro del cuerpo y si alguien le estaba ofreciendo ayuda, quien fuera, no iba a rechazarla justo ahora.

Ahogó un gemido de dolor cuando se incorporó lo mejor que pudo del suelo, extendiendo la mano en dirección a Hammond. El roce de su mano era áspero, pero también firme, y tiró de Miles sin mayor esfuerzo. Miles se puso en pie lo más rápido que pudo, pero volvió a sentir dolor en el costado y se tambaleó. Lo único que pudo hacer para no caer fue aferrarse a Hammond, quien lo sostuvo con ambas manos.

Miles se estremeció ante el contacto. No era aficionado al contacto físico, mucho menos que un desconocido estuviera tan cerca de él. En especial porque el tacto de Hammond era firme y cálido, como si de verdad estuviera preocupado por su bienestar. Miles no estaba acostumbrado a ese tipo de cosas, mucho menos de alguien como Hammond.

—Estoy bien… —dijo con un hilo de voz, pero luego sintió un tirón en el costado, y arrugó el rostro. Era como si su propio cuerpo estuviera advirtiéndole que no podía mentir. Miles volvió a estremecerse y cerró los ojos por un instante, mientras trataba de no pensar en el dolor. Cuando abrió los ojos de nuevo, Hammond seguía exactamente en la misma posición—: Me duele el costado, pero creo que sobreviviré.

Miles estuvo a punto de decirle que las había tenido peores, pero se dio cuenta de que eso sería ponerse a sí mismo en una posición vulnerable. Ya había dado un espectáculo bastante patético como para que Hammond pensara que no podía defenderse por sí mismo. ¡Pero eran tres tipos! Y Miles ni siquiera tenía una pistola, no había sido una pelea justa.

Hammond tenía un arma, Miles había escuchado el sonido de la pistola que había asustado a sus atacantes. Si él hubiera cargado con su pistola, de seguro que no habría necesitado ayuda de nadie. Pero el dolor que sentía en el costado era un recordatorio de que ya no podía echar el tiempo hacia atrás. Estaba lastimado y en este momento que Hammond hubiera aparecido era bueno para él. Lo estaba ayudando a caminar y Miles tenía ganas de decirle que no era un niño, que podía hacerlo solo. Pero sí que le dolía, así que permitió que Hammond lo ayudase hasta que salían de aquel callejón oscuro.

Cuando salieron del callejón y de nuevo Miles se sintió un poco más protegido por las luces de la calle, se apoyó en la pared más cercana para calmar su respiración por un instante. Lo más intimidante de este momento era que tenía la mirada de Hammond encima pero, quizás Miles estaba aturdido, de verdad que parecía preocupado por él. ¿Por qué? Hammond pudo haberse ido a la primera, o quizás creía que estaba haciéndose el héroe porque no se había dado cuenta de que era él.

No habían hablado desde ese día, la descarga en el puerto se llevó a cabo con éxito, pero eso fue todo. Su padre estaba satisfecho, pero Miles no sabía bien qué fue lo que pidió Carson a cambio para ese trabajo.

—¿Y tú estabas haciendo rondas para Carson o simplemente te gusta hacerte el héroe por las noches? —preguntó Miles, pero luego se dio cuenta de que había sonado muy grosero. Miró al piso, arrepentido, no se suponía que debía tratar así a alguien que lo había ayudado. Después de todo, Hammond podía haberlo dejado tirado allí, podría haberse ido luego de ver que era Miles, pero no lo hizo. Lo mínimo que le debía era algo de consideración—. Lo siento, no quería sonar así. Gracias, Hammond. No tenías por qué hacerlo. Eran tres tipos, tuviste suerte que fueran cobardes al ver tu pistola.

Miles se atrevió entonces a mirarlo de nuevo, pero Hammond seguía con la misma expresión insistente. Se tocó el costado y movió con cuidado el brazo, comprobando que sólo era el golpe, no parecía haber nada más grave. En realidad, Hammond había llegado justo en el momento preciso, antes de que la situación se pusiera peor. Miles no estaba acostumbrado a tener tan buena suerte.

—Vivo a unas calles —confesó, apenado—. Creo que puedo caminar hasta allí. Ya te di demasiados problemas.

No estaba mintiendo para deshacerse de él. A Miles no le tomaría muchos minutos llegar, con todo y que estaba adolorido. No pensaba hacer que Hammond lo llevara cargado hasta allí como si fuera un niño frágil. Eso sería terrible, Miles no lo podía consentir. Estaba acostumbrado a resolver sus problemas solo, esta noche no iba a ser la excepción a pesar de que se había llevado el susto de su vida.

Miles se estremeció cuando Hammond dijo que podía revisarle el brazo. En realidad, la única persona a la que le había permitido antes revisarlo era al doctor Wang. Miles sabía que era una completa tontería el enamoramiento que sentía por él. Wang era sólo piadoso porque Miles era su proyecto de caridad, como el resto de la gente a la que ayudaba sin pedir nada a cambio.

Sin embargo, no quería ser grosero con Hammond. Lev siempre le había dicho que tenía que ser desconfiado, porque sólo podía confiar en los hombres que eran fieles a su padre. Pero Lev también le había enseñado a mantener cerca a quienes consideraba sospechosos, suponía que su padre lo apreciaría. Además, si le hacía un desplante a la mano derecha de Carson, eso también podía traer consecuencias. Quizás no sería tan mala idea ceder, incluso aunque no le hacía ni una pizca de gracia llevar a Hammond a su apartamento.

—Podemos ver el brazo en casa… de verdad que no está muy lejos —dijo, encogiéndose de hombros y haciendo un esfuerzo por caminar solo. El dolor era tolerable, pero si tomaba analgésicos de seguro que se sentiría mucho mejor. Hammond, que era realmente terco, se acercó de nuevo para ayudarlo a caminar. Miles estuvo a punto de negarse, pero no insistió más y se resignó a recibir la ayuda.

Lo que sería un viaje de unos cuantos minutos, se convirtió en un largo camino. Miles se sintió algo aliviado cuando por fin llegaron a su edificio. Vivía en el penúltimo piso, pero el edificio era viejo y sólo tenía cinco niveles. Era una suerte que la semana pasada habían reparado el ascensor luego de meses de estar dañado. Suspiró hondo, lleno de alivio cuando se apoyó en la pared del ascensor. Sólo empezó a angustiarse de nuevo cuando las puertas se abrieron, porque se preguntó qué pensaría Hammond de su diminuto apartamento en esta zona de la ciudad.

Miles empujó la puerta hacia la izquierda, pues su puerta estaba ligeramente desnivelada. El apartamento de Miles sólo tenía una habitación, pero para él era más que suficiente. Llevaba viviendo allí desde que dejó de vivir con la Madame en el burdel. Tampoco tenía demasiadas cosas, pero todo estaba en perfecto orden porque, cuando empezó a vivir solo, se dio cuenta de que no soportaba el mismo desorden al que estuvo sometido en el burdel.

—De verdad estoy bien… —dijo Miles, sintiéndose ligeramente nervioso porque veía cómo Hammond estaba inspeccionando su apartamento. No pudo evitar preguntarse cómo sería su casa. Carson vivía en las afueras, en una casa muy bien equipada vigilada constantemente por sus hombres, todo el mundo lo sabía. Asumía que a Hammond le debería rendir para vivir igual de bien—. Tengo analgésicos en el baño. Quizás si me tomo unos cuantos estaré mejor. Gracias, en verdad… no te hubieras molestado.

Contuvo la respiración en el instante en que Hammond le estaba examinando el brazo. Miles no estaba acostumbrado a que nadie, excepto quizás el doctor Wang, lo tocara de esa forma. El tacto de Hammond era cálido, lo estaba tratando con mucho cuidado. Se sentía incómodo, pero a la vez era curioso verse en la posición de ser cuidado. No era algo que le sucediera muy a menudo.

Cuando Hammond volvió a mencionar lo de la cerveza, Miles tuvo que contener que carcajada a duras penas. Era una suerte que apenas ayer había comprado y surtido la nevera. Justo se había hecho con una docena de latas de su cerveza favorita. Era artesanal, las hacían en un bar que quedaba casi en el centro de la ciudad y era un capricho que se permitía de vez en cuando.

—Bueno, realmente te agradezco que hayas estado allí. Supongo que fue un golpe de suerte, normalmente no me pasan esas cosas —Miles se arrepintió de decirlo al instante, porque de seguro que sonaba demasiado patético. Pero ya no podía echar atrás a las palabras, así que tenía que disimular con algo—: Ya vuelvo.

Miles caminó rápido hacia el baño, donde tenía el bote de analgésicos, pero después los dejó sobre la pequeña repisa que estaba junto al mueble del televisor. Cuando se dirigió hacia la cocina, pudo sentir la mirada de Hammond sobre él. Miles se sintió agradecido que no lo siguió hasta allí, que al menos estaba respetando un poco su espacio. O quizás se había dado cuenta de que el diminuto apartamento de Miles era tan patético como él mismo. Si era así, no podía culparlo, Miles mismo lo pensaba a veces.

Cuando regresó con él, le extendió una lata de cerveza, mientras balanceaba con la otra mano un vaso de agua para tomarse las pastillas. Sobre la repisa en que dejó los analgésicos, estaba la caja de acuarelas y lápices que había pedido a la tienda de arte. También le habían costado una pequeña fortuna, pero quería probar a intentarlo.

—Puedes… puedes sentarte, mi sofá no te comerá. Lamento haber sido un poco grosero contigo. De verdad te lo agradezco. No tenías por qué hacerlo. ¿Carson no se molestará si se entera que andas aquí perdiendo tu tiempo conmigo? —Miles dio otro sorbito al vaso de agua, por tener algo que hacer con sus manos, porque de pronto se sentía expuesto. Él tomó asiento en el taburete acolchado que tenía un color terrible, pero había sido un regalo de Lev y Miles no supo cómo negarse.

Miles parpadeó varias veces cuando escuchó a Hammond decirle que tenía buen gusto. Había ido a ese bar porque estaba acompañando a Marlon, su hermano mayor, a dejarle un recado al dueño de parte de su padre. A Miles no le gustaba acompañarlo pues Marlon era el primogénito y siempre se lo hacía saber. Cuando era más pequeño, Miles le tenía realmente miedo, pues cuando Marlon le decía que iba a dejarlo tirado en una fosa o que le echaría a los perros de su padre, de verdad le creía.

Ahora sabía que, aunque su hermano hablaba en serio, jamás pasaría por encima de las órdenes de su padre. Miles tan sólo procuraba cruzarse con él lo mínimo necesario, para evitar hacerlo enfadar.

—¿Verdad? —comentó con una sonrisa, mientras balanceaba el vaso, ahora vacío, entre sus manos—. Lo probé por casualidad en uno de esos bares de gente ricachona en el centro de la ciudad, la compro siempre que puedo.

Miles prestó atención cuando Hammond empezó a hablar de Carson. De verdad que parecían tenerse confianza absoluta. Le recordaba un poco a la relación que Lev tenía con su padre. Sabía que el ruso llevaba trabajando para él incluso antes de que Miles naciera. ¿Desde cuándo trabajaría Hammond para Carson? Ellos eran mayores que él, pero ni de lejos tenían la misma edad que Lev o su padre.

Sin embargo, cuando Hammond le preguntó directamente si él tendría problemas, soltó un respingo. Miles hasta ahora no lo había pensado. Pero quizás, su padre no estaría molesto con que Hammond lo hubiese ayudado, era simple casualidad. Lo que sí lo enfadaría era si se enteraba qué había estado haciendo Miles antes.

—No, no es eso, papá no… —Miles se encogió de hombros, restándole importancia—. No creo que se moleste. Sabe que hablamos cuando tuve que reportarle lo de las medicinas, ¿recuerdas? Además, se supone que él y Carson están de tregua indefinida. Y papá… bueno, tiene otras cosas más importantes que preocuparse de qué estoy haciendo yo.

En realidad, Miles no debería decir eso, en especial porque no se suponía que se restara importancia de cara a su padre. Lev siempre se lo decía, que tenía que actuar más como el hijo de Lucius Cobbert. Al principio Miles creía que tenía razón, pero, con el pasar de los años, empezó a pensar de otra manera. Su padre nunca le había dado su apellido, Miles ni siquiera estaba seguro si su madre había sido una de las tantas mujeres que vivían en el prostíbulo de la Madame. ¿Cómo se suponía que actuara como su hijo? Miles sabía cuál era su lugar en la familia, estaba resignado a ello.

Miles apretó mucho los labios cuando Hammond le dijo que su padre confiaba en él. No estaba seguro si lo decía para burlarse de Miles o porque en verdad lo creía. Hammond quizá sólo quería quedar bien con él, porque eso no estaba más lejos de la verdad. Lucius sabía que Miles era eficiente y que no lo traicionaría porque le tenía mucho temor, pero, en realidad, su padre no se fiaba de nadie.

De hecho, se lo había dicho más de una vez. Que si había llegado tan lejos y tenía ahora el poder que tenía en Tara, era porque no confiaba ni en su sombra.

Lo que pasaba, era que Lucius sabía que Miles era bastante insignificante. ¿Qué daño iba a poder hacerle a su padre? Absolutamente ninguno. Así que no tendría por qué vigilarlo de cerca, al menos, Miles creía que ese era su razonamiento.

—Bueno, pero de momento hay tregua, así que no hay de qué preocuparse —dijo, encogiéndose de hombros, tratando de restarle importancia al asunto.

Lo que no esperaba, para nada, fue el comentario sobre sus pinturas. Miles lo miró con expresión confusa, con las cejas más enarcadas que de costumbre, como si fuera un niño al que acaban de darle una instrucción en un idioma que no conoce. Estiró las piernas, fijándose de nuevo en Hammond. Éste no se había movido de donde estaba, y tenía una expresión bastante seria. Nada en su postura daba a entender que estuviera bromeando.

—¿Lo dices en serio? ¿Quieres ver mis pinturas? —comentó, con voz suspicaz. O tal vez estaba haciendo tiempo, quizás Hammond tenía algo que hacer fuera de aquí y lo estaba retrasando. Miles no le encontraba explicación alguna. Pero suponía que, si ya lo había visto dibujar en aquel restaurante hacía unos días, no le haría daño si le mostraba algo. Se puso de pie, para acercarse a un pequeño baúl que usaba para guardar algunos de sus cuadernos. Sacó el último que había terminado y se lo pasó a Hammond—. Son sólo… son sólo bosquejos. No son mucho, en realidad. No te tomaba por un admirador de arte, la verdad.

Miles estuvo a punto de decirle que quería probar a usar otro tipo de instrumentos. Pero no estaba seguro de ser lo bastante bueno para usar pinturas de óleo. Por eso había buscado acuarelas, quizás eran más fáciles.

Miles seguía sin comprender a Hammond, pero no pudo evitar contener la respiración cuando éste por fin sostuvo su cuaderno de bocetos y lo abrió de par en par, examinándolo con detenimiento. Creía que era la primera persona que le pedía que se los mostrara abiertamente. Miles no tenía muchos amigos, de hecho, su círculo social se reducía considerablemente a los hombres de su padre y no podía decir que llevara una amistad normal con ninguno. Lev sabía que dibujaba, lo había visto hacerlo varias veces, en horas muertas mientras hacían encargos para su padre, pero nunca se interesó demasiado en ello. La Madame, cuando era más pequeño, se había apiadado de él y le había comprado sus primeros cuadernos de dibujo.

Pero Hammond parecía de verdad curioso mientras examinaba su cuaderno. Miles se sentía ansioso, pues no sabía qué esperar.

—El arte puede ser apreciado por cualquiera —dijo Miles, con convicción. Luego se sintió avergonzado por haber dicho una frase tan ridícula y tuvo que quitarle la mirada a Hammond para no ver su expresión—. Si alguien como yo puede dibujar, seguro que puedes apreciar todo el arte que quieras.

Miles no estaba acostumbrado que nadie fisgoneara sus dibujos, mucho menos que le dijeran que valían la pena. Él pensaba que estaban bastante bien, pero sabía que podía mejorar. Creía que ya el lápiz y el papel habían sido un buen comienzo, pero que podía permitirse intentar cosas nuevas. Cuando Hammond se lo decía, parecía que iba en serio.

—¿En serio lo piensas? —susurró, todavía un poco avergonzado. Miles sabía que sus dibujos estaban bien, considerando que había aprendido y perfeccionado sus habilidades por su cuenta, pero siempre era bueno que alguien más se lo dijese. Para variar—: ¿Una exposición? ¿De verdad? No tenía la más mínima idea, la última vez que fui a algo así fue para el verano pasado. Hicieron una ronda de arte en el parque municipal. ¿Es de entrada abierta? ¿O necesitamos una invitación?

Para Miles la mayoría de las cosas que pasaban en el epicentro de la ciudad, donde estaban las grandes empresas y las mejores zonas para vivir, le estaba vetado a menos que fuera de la mano de su padre o alguno de sus hermanos mayores. Así que casi nunca se empapaba de las actividades que pasaban allí, mucho menos si era para recrearse por sí mismo.

Miles no podía imaginarse que la conversación fuera a tomar esos giros. Al Hammond estaba diciéndole que podían ir a una exposición de arte. Juntos. Y que, además, él iba a conseguir las entradas, lo cual implicaba que él iba a pagar por ellas. Miles no podía imaginarse que esto era realmente una cita, pero de pronto se sentía como una. Sólo que, por supuesto, Miles no hacía citas. Se alimentaba por su cuenta con fantasías, como cuando Wang le curaba las heridas o cuando le pedía a su vecino del tercer piso que yo ayudara a revisar la alarma de incendios a pesar de que era perfectamente capaz de hacerlo por sí mismo.

Miles carraspeó, sabiendo que no debería estar teniendo ese tipo de pensamientos. Eran completamente absurdos.

—Creo que me falta demasiada práctica para siquiera pensar en exponer mis obras… —quiso agregar que esperaba que no estuviera bromeando con él. Pero Miles no dijo nada, pues de seguro Hammond creería que estaba malinterpretando todo lo que estaba diciendo—: Pero la exposición suena bien. Podemos… podemos ir. Aunque luego no quiero que te arrepientas porque no te hable de otra cosa más que de arte por horas.

Miles estuvo a punto de preguntarle si en la exposición había código de vestimenta. ¿Estaba mal preguntar aquello? Usualmente no le negaban la entrada a ningún sitio si iba en nombre de su padre, pero Miles tampoco tenía una vida nocturna demasiado sofisticada. No tenía la más mínima idea de cómo uno iba a vestido a una exposición de arte.

Era por este tipo de cosas, que a veces parecían tan simples, que Miles se sentía diminuto e inseguro. Aunque solía disimularlo muy bien, bajo pilas y pilas de sarcasmo, Miles no podía mentirse a sí mismo.

Miles no había dicho una sola palabra desde hacía más de una hora, o tal vez más, mucho antes de que se subieran al carro y antes de que su padre le apuntara en la frente con una pistola. Dejó de hablar antes de que Lev le levantara la camisa y le dijese que prefería encargarse de castigarlo él, porque si lo hacía su hermano Marlon, sería mucho peor.

Lo último que recordaba Miles de manera consciente, era haberle enviado un texto a Hammond, para decirle que lo encontraba en una hora en el centro de la ciudad. Pero, justo antes de irse, habían abierto la puerta de su apartamento. Miles, cuando vio que Marlon entraba por el marco de la puerta, y éste le estaba sonriendo abiertamente, como hacía cuando Miles era tan sólo un niño y éste lo atormentaba, supo que estaba perdido. Su hermano ni siquiera tuvo que mencionar a Wang para que Miles supiera que no tenía escapatoria. Alguien debió de haberlo visto subir por la escalera de incendios hasta el apartamento de Wang y poner a Marlon sobre aviso.

Lo que había pasado a continuación era una sucesión de imágenes borrosas, gritos, reclamos y un interrogatorio interminable. Miles tenía parte de la ropa empapada porque Marlon se había cansado de hundirle el rostro en un barril lleno de agua fría. Había perdido la cuenta de todas las veces que estuvo a punto de perder el conocimiento esa noche. Miles no tenía idea cómo había resistido confesar lo que había hecho, pero eso sólo hizo perder la paciencia a su padre.

Cuando Lev se había hecho cargo de la situación, éste al menos tuvo piedad suficiente para no seguir preguntando, quizás dándose cuenta de que Miles no diría absolutamente nada. Le había prometido a Wang que no diría nada y ya lo había comprometido lo suficiente. Sin embargo, cuando vio aquel cable conductor en las manos de Lev, justo antes de que éste le dejara la espalda desnuda, estuvo a punto de quebrarse. Quiso pedirle, por favor, que no lo hiciera, que no volvería a hacerlo. Pero Miles sabía que, incluso aunque se arrodillara y llorara como un niño, no había nada que hacer. Así que cerró los ojos y aguantó lo mejor que pudo, hasta que todo se volvió borroso de nuevo.

—Escucha, maldito bastardo —aunque tenía la sensación de que Marlon llevaba hablando por mucho más tiempo, Miles sólo alcanzó a mirarlo por el espejo retrovisor cuando éste lo llamó así, su apodo favorito—: Tienes suerte de estar vivo. Papá fue piadoso contigo, pero cuando yo esté a cargo, no va a ser así. Espero que lo tengas claro.

Miles no dijo nada, tan sólo deslizó la mirada en dirección a Lev, quien era el que iba manejando el carro. Lev tampoco había dicho nada desde que lo torturó en una de las bodegas de su padre. Cuando Marlon hizo una seña, el carro se detuvo y Miles volvió a tener miedo, pero apenas le dio tiempo de hacerlo, pues Jayden, la mano derecha de su hermano y quien iba a su lado, abrió la puerta del carro y lo empujó con fuerza.

Miles reconoció la fachada de su edificio al caer en la acera, pero no tuvo fuerzas para levantarse. Debía ser pasada la medianoche, hacía frío, tenía la ropa empapada y le dolía todo el cuerpo. El frío de la acera le estaba haciendo cosquillas en la mejilla, sabía que tenía que levantarse, que no podía quedarse ahí tirado, como un indigente.

Pero no podía. ¿Dónde habían quedado sus llaves? ¿Su teléfono? Lo último que pensó, antes de desfallecer, fue en la galería de arte.