Cuando era pequeña, Meda jugaba con retazos de tela y hacía ella misma ropa nueva para todas sus muñecas. Todos en la familia Lunt contaban la misma historia en las reuniones familiares: Meda tenía un talento innato. Para tormento de su padre, Meda constantemente no terminaba sus tareas y asignaciones en la academia por pasar más horas diseñando vestidos. Para su madre era un pasatiempo ideal para una señorita de sociedad, que contentaría en el futuro a un marido más que adecuado, que ella estaría encantada de encontrarle a su única hija.

Después de graduarse de la prestigiosa Academia del Capitolio, Meda se deshizo de aquel lastre escolar para dedicarse de lleno a lo que tanto le gustaba desde pequeña. Valiéndose de algunos contactos de su familia, Meda consiguió un puesto de asistente en un taller de costura. Estaba tan fascinada con aquello, que no tenía ni tiempo ni disposición para vérselas con todas las citas que su madre, insistentemente, le programaba todas las semanas.

Era sólo cuestión de tiempo para que alguien con el talento y la tenacidad de Meda acabara postulándose como estilista para los Juegos del Hambre. Aunque fue un camino sinuoso, creyó que iba a morirse de la emoción cuando la asignaron con el equipo del Distrito Diez. Elliot Thorpe era hasta el momento el único vencedor de su distrito y llevaba unos cuantos años gozando de una popularidad inmensa en el Capitolio, porque tenía un encanto natural para las cámaras.

Para Meda fue un completo sueño trabajar con un vencedor como Elliot, quien era complaciente y dócil, incluso estaba dispuesto a escuchar todos sus monólogos sobre qué tipo de ropa le iría mejor dependiendo de la ocasión. Sin embargo, con el paso del tiempo, Meda fue mirando con más detenimiento detalles que antes se le escapaban, como las ojeras de Elliot, su cansancio constante y, sobre todo, la imperiosa necesidad que tenía Apolo, su escolta, en dejarle pastillas para que funcionara mejor.

Hambrienta de respuestas, Meda empezó a involucrarse más de la cuenta, quizás de manera más personal con su vencedor, a pesar de que lo más fácil habría sido dejarlo estar. Sus visitas a destiempo al distrito diez empezaron a hacerse frecuentes, con la excusa de tomarle a Elliot medidas, acabó descubriendo algo que terminó por despertar por completo su curiosidad. A pesar de que tenía permiso para llevar a toda su familia a la villa de vencedores, Elliot vivía completamente solo.

En un intento desesperado por encajar todas las piezas de aquel intrincado rompecabezas, Meda se presentó una tarde, sin invitación, jugando contra del tiempo que tenía antes del próximo tren rumbo al Capitolio, en la puerta de los Thorpe. La primera vez que vio a Zane Thorpe, éste volvió a cerrarle la puerta en la cara. Su abierta hostilidad no detuvo a Meda ni un ápice, más bien causó el efecto contrario, pues desde ese momento no perdía oportunidad para preguntarle por qué, si Elliot parecía extrañarlo a él y al resto de su familia, estos insistían en vivir en la zona más empobrecida del distrito.

Desde ese entonces, Meda seguía determinada en descifrar qué demonios pasaba por la cabeza de la familia Thorpe, mientras que Zane hacía lo imposible por mantener al margen a aquella terca mujer que se estaba convirtiendo en una completa pesadilla. Después de todo, lo único que quería Zane era enterrar el pasado, olvidarse que alguna vez Elliot, el niño amado del Capitolio, fue parte de su familia. Pero cada vez que Meda llamaba a la puerta, era como si la vida estuviera empeñado en recordárselo constantemente.

Al menos, Meda tenía que admitir que la expresión de Zane al escuchar su pregunta fue bastante graciosa. Creía que era la primera vez que Zane la estaba mirando genuinamente asombrado y no parecía molesto o fastidiado con su presencia. Meda se fijó en cómo se relajaron sus líneas de expresión y, de un plumazo, parecía mucho más joven. Meda se preguntó cómo sería el tipo de sonrisa de Zane, cuando reía de verdad. Elliot tenía una sonrisa bonita, pero era ensayada para las cámaras, a Meda le había costado darse cuenta de aquello, pero ahora no podía evitar fijarse en esos detalles.

Meda le sonrió a Zane, pues ella sabía que había hecho una buena pregunta. De seguro si le hubiera hecho una pregunta más personal, Zane se hubiera enfadado de igual modo.

Zane Thorpe era como un rompecabezas que se deshacía de manera constante y había que reacomodarlo una y otra vez, para poder apreciar su belleza.

—El verde es un color muy bonito —dijo Meda, segura de lo que estaba diciendo—. Casi siempre se lo pregunto a la gente, cuando tengo oportunidad. Es que yo no tengo un color favorito, ¿sabes? Cuando estaba pequeña y me hacían esa pregunta, siempre decía un color diferente, solía ir cambiando conforme pasara el tiempo. Por eso me hice estilista, para jugar siempre con colores.

Meda estaba contenta de aquella pequeña confesión, sobre todo porque Zane parecía todavía confuso por todo lo que le estaba diciendo. Ella pronunció la sonrisa y, de la cartera que tenía, sacó unas cuentas de diferentes tonos de verde. Las estaba probando para un vestido de Trisha, también tenía rojas, igualmente agrupadas por color. Al principio le había parecido buena idea usarlas, pero después lo desechó, así que quedaron convertidas en un brazalete improvisado.

Sin preguntarle, antes de Zane recuperara la cordura, Meda extendió las manos hacia el brazo de Zane y, con cuidado anudó las cuentas alrededor de su muñeca. Zane no tenía exactamente el mismo tono de piel que Elliot, estaba más bronceado del sol, pero la piel de su muñeca era más pálida, parecida a la de su hermano.

—Tienes razón… —dijo Meda, examinando el contraste de las cuentas en su muñeca—. El verde es tu color, Zane.

Meda volvió a sonreírle, mientras lo miraba a los ojos. Zane, cuando no tenía el ceño fruncido y la expresión ácida, era bastante guapo. Incluso alguien como Meda, que solía ser muy testaruda, podía darse cuenta de ello.

Colores favoritos.

¿Realmente eso era un tema? ¿La gente del Capitolio se preocupaba por esas cosas? Zane creía que solo le habían importado los colores cuando era un niño. Le gustaba el verde porque le encantaban los campos verdes. Cuando todo estaba verde los animales estaban bien también. Y eso hacía que todos estuvieran bien.

De niño asociaba el verde a que todos estuvieran de buen humor en casa, dentro de lo posible.

Alguna vez le habían dicho que el verde era su color por sus ojos, pero esas cosas sí eran irrelevantes para Zane. Alguna vez le habían dicho que era guapo. ¿Y eso de qué le servía? Nunca había hecho mucho caso a esas cosas.

Zane no pensaba casarse y sobre todo no pensaba tener hijos.

¿Por qué rayos estaba pensando en esas cosas?

Miró perplejo las cuentas contra su piel.

—No pensarás ponerme eso en la muñeca, ¿verdad? —Preguntó sobresaltado.

No iba dejar que lo hiciera ver como un ridículo hombre del Capitolio, de esos que preferían andar decorados y no tenían nada que hacer. Una parte de él se imaginó a un perro de la granja mordiendo aquella pulsera de cuentas y haciéndola reventar.

Pero dudaba que se lo diera. Si se lo ponía era para el estúpido video o lo que fuera que decía que iban a hacer allí cuando tuvieran de nuevo electricidad.

—Más vale que podamos seguir trabajando pronto. Me espera mucho por hacer en la granja.

No pudo evitar ponerle un tono ligeramente sarcástico al verbo "trabajando". Evidentemente estar en una tienda maquillado y poniéndose cuentas en la mano no parecía trabajo.

Meda soltó una risita, pues Zane no había ni terminado de preguntar qué iba a hacer con esas cuentas verdes, cuando ella ya las había anudado alrededor de su muñeca. La voz de Zane sonaba afectada, como si no pudiera creerse que ella hiciera aquello, o como si la idea de ponerle aquellas cuentas fuera tan terrible. ¿Por qué? Le quedaba bien, no veía nada de malo en lo que había hecho. Creía que eso era más llevadero a que Meda intentara maquillarlo al completo.

Miró a Zane con una sonrisa, quien seguía mirándola con aquella expresión tan graciosa. Meda creía que podía acostumbrarse a ello, volvió la vista hacia las cuentas, volvió a tocarlas, asegurándose de que estaban bien atadas a la muñeca de Zane. Se le veían bien, resaltaban en su piel.

—¿Por qué no? —preguntó, sin dejar de sonreír—. Están bonitas y te quedan bien. Iba a usarlas en un vestido, pero creo que no será buena idea. Así que quédatelas, en serio te lucen.

Meda lo miró con algo de aprehensión, pues se dio cuenta de que Zane podía hacer uno de sus típicos desplantes y quitárselas de malos modos. Esperó unos segundos antes de continuar, hasta que estuvo segura de que eso no sucedería. Al menos, no tan pronto.

Cuando Zane empezó a hablar de su granja, Meda sintió una oleada de curiosidad. Elliot tenía animales en el patio trasero de su casa, a Meda le parecía increíble cómo, cada vez que lo visitaba, había un gato nuevo en una esquina. Pero ella tenía debilidad por los conejitos que tenía Elliot en una jaula enorme. En una ocasión quiso llevarse uno al Capitolio, pero Apolo se lo arrebató de las manos antes de que se le ocurriera metérselo en el bolso, rumbo al tren.

—Lo siento mucho, sé que preferirías no estar aquí. Yo tampoco… bueno, yo tampoco pude prever esto. En teoría tendría que estar filmando a los últimos de la lista, no sé cómo voy a justificarle este retraso a Apolo… —Meda resopló, pues no quería discutir con el Escolta. Ella y Apolo, al principio, se llevaban bastante bien. De hecho, su abuela dijo en más de una ocasión que Apolo, a pesar de ser unos años mayor, sería un novio maravilloso. Meda creía que Apolo era guapo, pero ahora se llevaban terrible—: Discutir con él es… agotador. ¿De verdad no quieres que te excuse? No parece que esto vaya a mejorar.

Meda no estaba segura si esto traería muchas repercusiones, pero si Apolo llegaba y descubría lo que estaba pasando, se enfadaría igualmente. Ella prefería confrontarlo de primera, por lo menos así tendría ventaja. Ya no quería que Apolo pusiera más presión en Elliot y Trisha. Sobre todo en Trisha, que todavía estaba empezando en este largo camino que era ser un Vencedor. Quiso preguntarle a Zane si conocía de antes a la familia de Trisha, pero se cayó. ¿Para qué iba a preguntarle aquello?

Zane no respondía nada acerca de su propia familia, menos iba a hablar sobre desconocidos.  

Meda le había amarrado las cuentas en la muñeca.

Zane podía imaginar varias formas en las que eso podría terminar siendo un desastre, empezando porque algún animal de la granja se la reventara. Pensó en devolvérsela porque eso no iba nada con él, pero después dudó. Tal vez podría vender esas cuentas en el mercado o intercambiarlas por algo.

Podía ser un regalo generoso. Tal vez en el Capitolio aquello no valía nada, pero en los Distritos era diferente. Incluso podría decir que venía del Capitolio y tal vez le creerían.

Por supuesto que Meda no debía tener idea de que sus cuentas podrían acabar siendo comida para su familia.

Escuchó sus palabras y se sobresaltó. Estaba seguro que si lo excusaba el Agente de paz encontraría una forma de culparlo por no haber podido terminar el trabajo del día y se lo haría pagar.

—De verdad que no es necesario, puedo esperar —insistió.

Zane había aprendido muy joven a no desobedecer a los agentes de la paz. Su mejor amigo había terminado como un avoxx porque un agente de paz había pensado que lo había ofendido.

—Deberías tener más fe en los tuyos, los oigo trabajando ahí afuera, creo que ya van a entrar a darnos buenas noticias.

Realmente esperaba que eso sucediera. Que siguieran con aquello y él pudiera regresar a su trabajo sin mayor problema. Zane hacía todo lo opsible porque su familia pasara desapercibida. Al menos todos los que no eran Elliot.