Tócala de nuevo, Adrien

Dios, cómo le dolía la cabeza. La luz se filtraba por las rendijas de su ventana y le iba directa a los ojos como si fueran rayos láser. Pero no era lo único que se le clavaba en la cabeza. Había un ruido, un ruido infernal que se estaba metiendo por sus oídos y erosionándole por dentro. Sentía como si le sangrara el cerebro. ¿Qué coño estaba pasando?

La noche anterior había salido de "juernes", porque sí, Patrick empezaba el fin de semana los jueves. Se había pegado una buena pasada, seguramente estaría celebrando por su cuenta lo del piso nuevo. Sus compañeros eran un poco imbéciles, pero por el momento él estaba saliendo bastante airoso de las situaciones así que no solo estaba contento per se, sino que el saberse por encima de los demás le hacía venirse aún más arriba. Y cuando Patrick se venía arriba se bebía hasta el agua de los charcos.

Y así estaba. Lo de la luz sabía de dónde venía, pero, ¿y el ruido? ¿De dónde salía ese puto ruido agudo? Era como la jodida música de "Psicosis", casi preferiría que le estuvieran apuñalando a seguir aguantando eso. Lo tenía metido en la cabeza, por lo que su intención de acallarlo tapándose las orejas con la almohada no surtió efecto... Espera, sí. Sí que se había amortiguado el sonido. Entonces no estaba en su cabeza, ¿no? Estaba fuera. Pero, ¿qué coño era?

Me cago en mi vida. Maldijo con la voz aguardentosa de quien acaba de resucitar su garganta post-borrachera. Ya sabía qué era el ruido: el puto violín del francés. Todo eran risas hasta que al niñato le dio por usar el violín. Ya no era tan gracioso, ya ni meterse con él compensaba. Si de por sí le molestaba el instrumento, de resaca era directamente insoportable.

Se había acostado con los pantalones vaqueros que llevaba puestos en la fiesta y la camisa con los botones abiertos, arrugada y doblada por un hombro. Parecía un indigente elegante. Se levantó con malas pulgas de la cama y, después de trazar un par de eses para mantener el equilibrio de camino a la puerta, se dirigió directamente a la habitación del niñato.

¡Eh! Dijo abriendo la puerta sin pedir permiso, dejando la mano apoyada sobre esta (y prácticamente todo su cuerpo). Aún le costaba abrir los ojos por completo con tanta luz. ¿Qué coño haces? Era una pregunta retórica. Ya sabía lo que hacía. Apaga ese cacharro.

Tócala de nuevo, Adrien

Adrien no se habría sorprendido si aquel viernes fuese día trece, porque todo le estaba saliendo fatal. No solo había llegado clase a la escuela debido a que la tormenta había relantizado el transporte público, si no que al llegar le habían dicho que por hoy se habían suspendido las clases porque un inspector estaba revisando las instalaciones y por supuesto Adrien no había recibidio la notificación, le daba igual que fuese porque se le había olvidado dejar su email, había salido de casa con aquella lluvia, para nada.

Frustrado le costó casi otro par de horas volver al apartamento, con un humor de perros dejó el paraguas fuera, para no empapar el piso y se fue directo a su habitación, cosa que en vez de calmarlo lo cabreo aún más, porque ahora le tocaría ensayar allí, en ese espacio tan reducido en el que ni siquiera se podía pensar.

Frustrado abrió su cuaderno de partituras y lo colocó en el atril, no creía que hubiese nadie en casa a aquellas horas de la mañana, pero la verdad es que tampoco le importaba, era una hora más que decente para ponerse a tocar. Así que cogió el violín y empezó a representar las melodías, en realidad no le hacía mucha falta leer las partituras porque ya se sabía las composiciones de memoria, por lo que cerró los ojos para intentar aislarse de aquel lugar, igual imaginarse en una playa desierta le servía de algo.

Estaba sumamente concentrado cuando un ruido rompió el clímax, haciéndolo maldecir para sus adentros, ahora le costaría la misma vida volver a concentrarse. Se giró y al ver a Patrisse levantó una ceja —¿apagar?— preguntó perplejo —¿es que acaso eres analfabeto?— no le cabía en la cabeza que alguien no supiese cómo funcionaba un violín, algo que era tan sagrado para él —¿no te enseñaron modales en tu casa o qué?— el chaval ni siquiera se había dignado en llamar a la puerta, o quizás es que Adrien no lo había escuchado, lo mismo daba, ahora lo importante era sacarlo de allí para poder seguir a lo suyo —sal de mi habitación, Patrisse— gruñó en una orden, mientras se fijaba en el lamentable estado en el que estaba su ropa, ¿es que acaso había dormido vestido? Adrien no daba crédito.

Tócala de nuevo, Adrien

Madre mía que hostia tenía el chaval. Él en sí ya era tremendamente irritante, con esa vocecilla francesa de superioridad, pero además Patrick no estaba en su mejor estado en todos los sentidos: porque de la mitad de las cosas que le decía ni se enteraba por su propio embotamiento, y porque el dolor de cabeza no favorecía ni mucho menos el buen humor.

¿Qué dices? ¡Habla bien, joder! Que no hay quien te entienda. Dijo él con la boca pastosa, osea que tampoco es que se le entendiera mucho. ¿Y a ti no te han enseñado que cuando hay alguien durmiendo no se hace ruido? Bufó, mirando a otro lado.

Espera espera, ¿que le estaba echando? Sí, eso quisiera él, irse a dormir y perder de vista esa cara de estirado. Pero seguro que se iba y el crío seguía aporreando el violín. No, ni hablar.

Se mordió el labio esbozando a cámara lenta una sonrisa maliciosa. ¿Quería guerra? Pues la iba a tener. Se adentró en la habitación y cerró la puerta tras él, apoyando la espalda en la misma y mirándole con superioridad. No me da la gana. Le dijo, con las manos tras la espalda apoyadas en la puerta y paladeando cada sílaba, sin dejar de sonreír. Arqueó las cejas, sin necesidad de decir nada más. A ver qué hacía ahora Monsieur Delacroix.

Tócala de nuevo, Adrien

En cuanto volvió a hablar puso los ojos en blanco descubriendo qué es lo que pasaba, que tenía una resaca del copón. No sabía a qué se dedicaba el chico, si trabajaba o estudiaba, pero no le parecía normal estar un viernes a esas horas durmiendo en esas condiciones, ¿cómo se ganaba la vida entonces?

Miró su reloj con tranquilidad —¿a las doce de la mañana? lo siento— se disculpó con tono de sorna —pero algunos hacemos algo con nuestras vidas, no es mi problema si no tienes nada mejor que hacer que dormir, es mi habitación y en ella puedo hacer lo que me de la gana— de hecho tenía suerte de que no se hubiese puesto en el salón, que no lo descartaba para un futuro próximo, para no sentirse tan confinado entre aquellas cuatro paredes estrechas.

Esperó a que Patrisse saliese para intentar meterse de nuevo en la melodía, pero al escucharlo hablar de nuevo levantó una ceja, ¿a qué estaba jugando? porque él no tenía la paciencia suficiente como para aguantarlo —¿perdona? ¿es que tienes quince años?— Adrien habría jurado que era el más pequeño del piso, el resto parecían un poco mayores que él y sí, él muchas veces tenía actitudes de crío, sobre todo porque sus padres lo habían malcriado demasiado consintiéndole todo lo que pedía, que no le faltase nada al futuro Nicolo Paganini, que solía decirle su madre, pero no iba a tolerar que el chico se saliese con la suya —ahora— dijo acercándose un par de pasos más a él, no quería usar la fuerza física porque no creía ganar, era consciente de que su físico era demasiado delgaducho, así que esperó a que se largase por las buenas. Pero por si acaso soltó el violín en su funda, solo por si aquello se iba de madre, no podía permitirse que le pasase nada al violín de su abuelo o se moriría.

Tócala de nuevo, Adrien

El niñato se le acercó un par de pasos y le dio una especie de ultimátium bastante flojo que no hizo a Patrick ni parpadear. Siguió con la sonrisa de superioridad, en la misma postura y manteniéndole la mirada. Esa situación se prolongó durante unos instantes en los que el silencio era cada vez más tenso, y en los cuales Patrick se divirtió analizando al joven que tenía delante. Era bastante mono, pero le estaba produciendo tales niveles de odio que no sabía si sería más placentero tirárselo o darle una paliza. Quizás acabara haciendo las dos cosas.

Finalmente dio él también un paso hacia delante, recortando aún más la distancia con él, sin perder la sonrisilla. Cuando apenas les separaba un palmo (y ya era la segunda vez que acababan así en dos días), le miró de arriba a abajo sin ningún disimulo y se limitó a decir un simple monosílabo. No.

Le rebasó por un lado con su expresión de superioridad habitual y se puso a mirar la habitación. Pues no está tan mal. Teniendo en cuenta que eres como un ratoncillo ruidoso, es una jaula muy bonita. De un salto se tiró en la cama sin miramientos y apoyó las manos en su nuca, como si estuviera en la playa, mientras seguía escudriñando todo su entorno. Quizás debería seguir durmiendo aquí. Ni de coña, su cama era mucho más cómoda, pero todo fuera por joder. Así me aseguro de que no sigues tocando. Tocando los cojones, quiero decir. Y el violín.

Tócala de nuevo, Adrien

Adrien nunca se había metido en una pelea, física, quería decir, porque de palabras las había tenido a miles, de hecho se sorprendía de que aún no se hubiese llevado ningún puñetazo por parte de alguien, porque sí, él sabía que su carácter no era fácil, pero es que ser músico tampoco lo era, una cosa iba unida a la otra, nadie entendía las horas y horas que le dedicaba al violín, ni que muchas veces sus manos le habían dolido tanto que había tenido que meterlas en el hielo para poder calmar el dolor, ni que se había perdido fiestas, salidas, amistades y todo por cumplir su sueño. Desde muy pequeño le habían enseñado a tener un horario, a no saltárselo, a tenerlo todo organizado y si no lo cumplía se frustraba y si se frustraba no era capaz de componer ni de interpretar una triste nota.

Suspiró al ver que Patrisse tampoco es que estuviese poniéndole las cosas fáciles, porque sí, él tenía lo suyo, pero el chaval no estaba ayudando en absoluto a calmar el ambiente y lo que más le preocupaba a Adrien es que esa vez no había nadie más en el piso para frenar que la cosa fuese a más, qué iba a hacerle, nunca era tarde para tener el primer ojo morado de su vida.

Al verlo tirado en su cama, por una milésima de segundo pensó en algo más que no fuese echarlo de allí, porque tampoco era un chico de piedra, y tenía toda la ropa arrugada y mal puesta, el pelo revuelto y los ojos de recién despierto y Adrien solo pudo pensar en que así era como se vería después del sexo. Negó con la cabeza para alejar esos pensamientos y se encogió de hombros, él iba a seguir tocando, le gustase o no, ya había perdido casi toda la mañana de ensayo y no podía permitirse ni un minuto más —como quieras, espero que disfrutes de la nana entonces— agarró el violín de nuevo, cogió aire hasta que sus pulmones se llenaron por completo y cerró los ojos para volver a interpretar la melodía La Chacona de Vitali.

Tócala de nuevo, Adrien

Estaba disfrutando de lo lindo con aquello, a pesar de que la cabeza le dolía como si se la hubiera atropellado un tren. Tenía la sonrisita de superioridad dibujada en el rostro mientras miraba desafiante al francesito, totalmente descompuesto y exasperado, por mucho que pusiera cara de rancio disimulando. Qué bien se lo iban a pasar.

Pero, para su desgracia, el chico en lugar de hacer una rabieta, de gritarle, de tratar de echarle a empujones de su cama o de irse de allí, sacó de nuevo el violín. Su ceño se fue frunciendo poco a poco, a pesar de que trataba por todos los medios de no perder su sonrisa hiriente. No será verdad. Sí, era verdad. Se había puesto a tocar de nuevo. Claro, ¿qué esperaba? Estaba en su cuarto tocando y él le había dicho que dejase de hacerlo, y punto. Y luego se había tirado en su cama. Pues claro que ese toca oeufs iba a seguir con su serenata. La amenaza de Patrick se había quedado entre poco y nada, al fin y al cabo.

Y ahí estaba el dolor punzante otra vez. Apretó los párpados sintiendo como si cada nota le entrara en la oreja como una perforadora. Era tal el dolor que cuando volvió a abrir los ojos hasta se le habían humedecido las pestañas, como cuando te golpeas el meñique del pie con la pata de la mesa. Joder, qué dolor. Pero no se lo iba a poner tan fácil al crío. ¿Quieres seguir tocando? Muy bien. Juguemos a las guerrillas entonces.

Se quedó en la cama fingiendo estar tan tranquilo, hinchando el pecho de aire para amortiguar el dolor y para pensar cómo podía molestar a ese idiota. Y, entonces, giró el rostro hacia el lado y vio su mochila. Miró al chico de reojo, concentrado en su sonido del infierno, y estiró disimuladamente el brazo para acercarla. Sacó un par de folios de ella con mucha parsimonia y cara de concentración, como si estuviera haciendo un trabajo muy fino. Empezó a rasgar trocitos de papel con tranquilidad y a hacer bolitas que empezó a tirarle al violinista. Una bolita. Dos bolitas. Tres bolitas. Los trocitos de papel salían de sus dedos como a cámara lenta, mientras Patrick hacía muecas como quien trata de encestar una bola de papel en una papelera, definiendo parábolas en el aire. A la cuarta bolita, decidió aclarar lo que estaba haciendo. Pero con mucha, mucha tranquilidad. Perdona, estoy perfeccionando mi habilidad para el lanzamiento de bolitas de papel. Espero que no te moleste. Quinta bolita.

Tócala de nuevo, Adrien

Una, dos, tres, cuatro, tranquilo Adrien, mantente tranquilo, no dejaba de repetirse en su cabeza, una y otra vez, porque estaba a pocos segundos de montar la tercera guerra mundial en una habitación demasiado pequeña como para sacar los misiles. Francia contra Estados Unidos, ¿quién ganaría? bueno, él lo tenía claro.

A la quinta bolita estuvo a punto de romper una de las cuerdas del violín. Apretó el arco con fuerza y abrió los ojos mirándolo furioso, por un momento pensó en acabar con aquello estrellando el instrumento de madera sobre la cabeza de su compañero, pero luego recordó que había pertenecido a su abuelo y se le pasó el impulso, por suerte había muchas otras formas de hacerle daño, quizás si le tiraba el armario encima, por ejemplo.

—¿Puedes dejarme en paz de...?— se cortó de golpe al ver los folios rasgados —¿pero qué cojones haces? ¿te has vuelto loco o qué?— agarró lo que quedaba de las partituras de mala ostia, si quería guerra, la iba a tener, Adrien podía ser muy tranquilo si no lo provocaban, pero si le sacaban de quicio era un auténtico huracán.

—Muy bien, juguemos— salió de la habitación y se dirigió directamente hasta la más grande, agradecía enormemente que sus otros dos compañeros no estuviesen allí para tener que presenciar semejante espectáculo, bueno, por eso y porque si se ponían de parte del otro estaban muertos para él. En cuanto entró a la habitación miró a su alrededor buscando algo que pudiese romper, pero intentando que tampoco fuese algo de demasiado valor, solo por si acaso le obligaba a pagarlo o algo parecido.

No tardó mucho en dar con lo que buscaba, una especie de trabajo o informe o vete a saber qué, no es como si se hubiese molestado en averiguar a qué se dedicaba el resto, a él solo le importaba lo suyo, pero si la cosa había ido de folios, le pagaría con la misma moneda, se dedicó a rajar un par de ellos, se controló para no hacerlo con todo el trabajo porque tampoco quería hacer sangre. Cuando terminó y escuchó pasos, solo para dejar aún más clara su postura, se subió en la cama de pie y empezó a tocar nuevamente su violín, esta vez la melodía de Price of Fame de SLYIDE, a él se le dejaba mejor mostrar sus sentimientos a través de la música y ahora mismo no podía estar más furioso.

Tócala de nuevo, Adrien

Cuando aún tenía la sexta bolita en la mano, el niñato se fue hacia él como un basilisco... Pero se la tiró igualmente. Mejor así además, más cerca. Si no hubiera estado tan resacoso podría haberle dado en un ojo.

Y ahora resulta que los papeles eran "algo". ¿Qué? Creí que eran papeles en sucio. Bueno, vale, sí. La parte de atrás estaba en blanco pero hasta él podía ver que la parte de delante era una partitura, se había hecho el sueco a posta. Pero era lo que había. Así alomejor se ponía a garabatear en vez de a tocar.

Pero entonces el chico le soltó una especie de amenaza y se fue. Patrick bufó con desdén y su sonrisa habitual de superioridad dispuesto a aprovechar que se había quedado en la habitación del crío para husmear en sus cosas, pensando inocentemente que se habría ido al salón a seguir tocando. Pero entonces se cruzó en su cabeza una idea espantosa. Oh, no. Pensó, perdiendo por completo la expresión burlona de su rostro. Vamos no me jodas. No podía haberse ido a su habitación, no no no, ni de coña. Dio un salto de la cama y le persiguió. Efectivamente, el muy puto se había ido a su habitación. De verdad que ese se comía hoy el violín.

La madre que... Empezó a maldecir nada más que llegó a la puerta. En el suelo vio con espanto como varios papeles del trabajo sobre derecho civil estaban rotos. ¡Que eso no era mío, gilipollas! ¿De dónde iba a sacar él un trabajo ya hecho entero? ¿Cuándo se creía que lo había redactado? ¿En la cabina del baño de la discoteca? ¡Se lo había dejado un compañero de clase para que se copiara! Joder, qué movida.

Frunció los labios con ira, echando aire por la nariz como un toro y apretando los puños. Eso duró apenas un segundo, pues cuando vio como el niñato no solo se había subido de pie en su cama sino que había vuelto a taladrarle la mente con el puto violín, sus ganas de cachondeito salieron por la ventana. Bájate de ahí. Le espetó mucho más serio de lo que había estado desde que entrase en esa casa. Su enfado no dejó al otro tiempo ni para reaccionar. ¡Bájate de ahí, me cago en la puta! Volvió a bramar, pero esta vez dirigiéndose hacia la cama como un miura.

Se subió él también en la cama y le agarró la mano del violín. ¡Suelta esta mierda ya! Obviamente, el otro no iba a parar tan fácilmente. Con la otra mano, le quitó el violín con violencia y lo dejó caer a la cama. Menos mal que no se cayó al suelo, o ya tendrían la guerra montada para siempre. Pero el crío aún no se había bajado de la cama. ¿Qué coño te crees que haces? ¡Que te bajes de mi cama te he dicho! Atacó mientras forcejeaba con el niñato. Le fallaban las fuerzas y estaba mareado, el crío se lo estaba poniendo difícil y la superficie de combate era una puta cama blanda. Era una ecuación con un resultado claro: perder el equilibrio.

De milagro ninguno de los dos se golpeó la cabeza ni con la mesita, ni con el cabecero ni con ninguna otra superficie dura. Pero ambos cayeron al colchón. Patrick tomó el control preso de la furia y se colocó sobre él, aprisionándole ambas muñecas contra la cama. Le miraba con odio, tanto que ni siquiera le salía pensar en que esa posición en la que estaban, ese sitio, podría haber significado otra cosa muy distinta de haber empezado con mejor pie. Ahora solo lo quería matar. Deja. El puto. Violín. Amenazó. ¿Quién te crees que eres, francesito? ¿Eh? ¿Hasta donde crees que puedes estar jodiendo sin que te pase nada?

Tócala de nuevo, Adrien

Puede que la cosa se les estuviese yendo un poco de las manos, que esto pasase en unos meses de convivencia, igual hasta se podía entender, pero llevaban solo, ¿qué? ¿dos días? y ya sentía que iban a volar el apartamento por los aires, se les iba a ser insoportable la situación si no paraban con aquello, pero Patrisse no ponía de su parte, más bien todo lo contrario, provocaba que todo fuese un poco más allá y Adrien no estaba dispuesto a achantarse.

Sintió una punzada de arrepentimiento que duró apenas unos segundos, lo que tardó el chico en dirigirse hacia la cama, porque tampoco había sido su intención estropear algo que no fuese suyo, que era el único culpable allí, pero todos los pensamientos fueron olvidados cuando lo tuvo en frente —no me toques— gruñó intentando soltarse de su agarre y mucho menos la mano, que básicamente era el sustento de toda su vida, de ella dependía su futuro, por lo que era sagrada —¿qué haces? ten cuidado joder, ese instrumento es toda mi vida— se quejó desesperado al ver que el susodicho cayó en la cama y se abalanzó sobre él, intentando ponerlo a resguardo a cualquier precio, pero de repente se vio tumbado con Patrisse encima, a pesar de que estaba evidentemente de resaca seguía siendo más fuerte que él, podía oponer poca resistencia.

Adrien se quedó mirándolo confuso, porque detrás de toda la rabia y lo mucho que le molestaba su presencia, tenía que reconocer que la posición era, cuanto menos, sugerente y joder, él no era de piedra y llevaba demasiado tiempo sin estar con nadie, se había centrado demasiado en su música y se había olvidado de todos los demás, no sabía relacionarse con los chicos, ya fuese como amistad o para algo más, lo reconocía. Intentó forcejear para soltarse, pero le fue imposible —también es mi casa— se quejó en un gruñido —puedo hacer lo que me de la gana en mi habitación, si tanto te molesta el violín lárgate— a la calle o a donde quisiese, si quería que dejase el piso, que así igual él tenía oportunidad de recuperar su habitación arrebatada, por su parte, si pudiese ya se había ido en cuanto los conoció, para la escuela le había pagado todo el piso durante todo el curso y no le quedaba más remedio que aguantarlos, le gustase o no —no es culpa mía que seas un despojo social que esté aún borracho y dormido a las doce de la mañana, quizás deberías preocuparte más por tu futuro y menos por lo que yo haga— quería dejárselo claro, pero al mismo tiempo estaba empezando a sentirse incómodo, estaban tan cerca que notaba su respiración, podía sentir todo el peso de su cuerpo sobre él y eso le estaba poniendo demasiado nervioso, tenía que salir de allí, ahora o puede que al final cometiese una locura de la que se arrepintiese más tarde —¿te levantas o te levanto?— amenazó de mala ostia, parecía que al final sí que iba a tener su primera pelea física, bueno, siempre había que tener una primera vez en todo y mejor eso que lo que otra parte de su anatomía estaba pensando.

Tócala de nuevo, Adrien

El niñato se puso a contestarle bastante ofendido, aunque también un poco nervioso. ¿De verdad se creía que le iba a pegar? Bueno, tampoco sería la primera vez que se pegaba con alguien, pero a este solo quería darle un escarmiento. Aunque el muy puñetero se venía arriba más de lo que parecía. No era tan mosquita muerta como quería aparentar.

Pero a Patrick le resultó hasta gracioso como intentaba quedar por encima. Maldito estúpido, al final le iba a poner hasta cachondo. Si no estuviera resacoso de la hostia, otro gallo cantaría. "Puedo haceg lo que me dé la ggana en mi habitacióng" Repitió en tono de burla y con un impostado y ofensivo acento francés. No solo no se movió de allí sino que apretó más fuerte aún sus muñecas para evitar que se levantase por mucho que forcejeara. Uuhh "despojo social". Si hasta te sabes más palabras que "yo", "habitación" y "violín". Volvió a burlarse de sus comentarios. Pero ante la pregunta definitivamente soltó una carcajada. ¿Quieres levantarme? Vamos, inténtalo. Por un momento casi aflojó las fuerzas, pero a la más mínima percepción de movimiento del otro, le aprisionó más aún contra la cama, clavando sus dedos en las muñecas del chico y acercando su rostro hasta casi tocar la nariz con la de él.

Entonces esbozó una malévola sonrisa. Escucha, francesito. Dijo paladeando muy lentamente cada palabra, como una serpiente. Uno: vuelve a despertarme y te meto el palito del violín por el culo. Sean las doce de la mañana o las siete de la tarde. No desdibujaba la sonrisa de psicópata mientras le miraba con los ojos entrecerrados. Dos: vuelve a meterte en mi habitación, a tocar y/o romper mis cosas y a subirte en mi cama sin mi permiso, y te tragas el violín. Palito incluido. Te lo saco del culo y te lo hago tragar. Soltó una risita sutil y maliciosa y arqueó una ceja. Y tres. Sin miramientos, pegó sus labios a los del chico durante apenas tres segundos, lo suficientemente corto para no dejarle reaccionar, lo suficientemente largo como para parecer que llevaba más intenciones. Sin abrirlos, solo chocándolos con los del otro. Se separó con un sonoro chasquido de sus labios y, al hacerlo, soltó una de las manos que le agarraban y le dio un par de arrogantes palmaditas en la cara, sin mucha fuerza, mientras le guiñaba un ojo. Tengamos la fiesta en paz y esto será más divertido para ambos.

No necesitaba añadir nada más, había dejado su posición de poder sobre ese chico bastante clara. Se levantó de encima de él y, recolocándose la camisa aunque aún sin abrochársela, se dirigió a la puerta de su habitación. Me voy a que me dé el aire. Bramó mientras se encaminaba a las afueras de su habitación y de la casa, de espaldas y sin molestarse en mirarle. Cuando vuelva os quiero a ti y a tu puto violín fuera de mi cuarto. Y calladitos.

Tócala de nuevo, Adrien

Lo odiaba, definitivamente, no entendía porqué tenía que burlarse todo el rato de él, mira que había tratado antes con chulitos de esa calaña, pero no había llegado a tanto con ellos, se había limitado a ignorar burlas durante toda su vida, no iba a achantarse ahora por ese niñato malcriado.

Usó toda la fuerza que disponía para intentar soltarse de su agarre, pero cuando esté aumentó soltó una especie de quejido, ¿o había sido un jadeo? Adrien no lo tenía demasiado claro, aquella situación lo estaba perturbando, porque no podía estar más indignado y al mismo tiempo su piel estaba empezando a calentarse demasiado, no le gustaba aquella sensación, lo único que quería era olvidarse de Patrisse y a ser posible no verle más la cara, no tener sueños húmedos con él o algo parecido.

Porque estaba siendo un completo imbécil, así que no dudó en reprochárselo —¿tienes que ser tan desagradable? ¿tus modales se perdieron en el mismo lugar que tu futuro?— podía amenazarlo todo lo que quisiese, que no iba a echarse atrás con aquello —te repito que voy a tocar el— se cortó de golpe, las palabras estancadas en su garganta, porque sin haberlo visto venir tenía sus labios apoyados en los suyos, fue algo corto, demasiado, quizás, no le había dado tiempo a sentir si eran suaves o duros o si sabían bien o no y lo peor de todo no era eso, lo peor es que puede que se hubiese quedado con las ganas de descubrirlo y eso lo cabreaba aún más.

—Que te jodan— farfulló al verlo desaparecer de la habitación. Suspiró y se dejó caer de nuevo en la cama, genial, no llevaba ni una semana en aquella casa de locos y ya sentía que habían pasado años, pero él no iba a dejar de tocar su violín, ya lo sentía, pero tenía que ensayar las ocho horas diarias estipuladas, podía intentar hacerlo en la escuela, pero cuando esta estuviese cerrada no le quedaría más remedio que hacerlo allí. Recogió su violín y salió de allí, aprovecharía ahora que Patrisse se había ido de casa para seguir ensayando, cuando él estuviese ya vería cómo se las apañaba para que aquello no terminase en una paliza.