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Where the dead man called out for his love to flee?
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The Hunger Games
Aaron Mason se convirtió en el primer vencedor del Distrito Siete al ser el último en quedar en pie durante los 40° Juegos del Hambre. Ganar los juegos también lo convirtió en Mentor, en un producto empacado y hecho a medida de las masas del Capitolio, que estaban encantados con él por ser el primer vencedor de su distrito. Aaron tenía sólo dieciséis años recién cumplidos y desconocía de antemano las reglas del Capitolio y todo lo que involucraba ser realmente un vencedor, pero le quedó bastante claro que estaba atrapado en una jaula de oro luego de la Gira de la Victoria.
En sus andares en el Capitolio, de ser solicitado en fiestas de personas cuyo nombre y rango casi siempre ignoraba, conoció a Flavius. La extraña combinación entre lo que estaba prohibido con una insaciable curiosidad, convirtió su relación en una danza de complicidad que sólo sonaba cuando estaban juntos.
Aaron ganó experiencia como mentor al mismo tiempo que Flavius se adentraba en el mundo de las apuestas y pujas por los tributos durante los juegos. Ninguno de sus allegados confiaba en apostar por el Distrito Siete, porque era una pérdida de dinero segura, pero el año que Flavius decidió apostar en contra de las posibilidades, consiguió que uno de los tributos de Aaron quedara entre los cinco últimos sobrevivientes. Al año siguiente, sin ninguna estrategia particular ni mucho menos un plan maestro, Flavius patrocinó al tributo ganador de esa edición, Karl, procedente del Distrito Siete.
Después de una vibrante Gira de la Victoria, Karl fue solicitado para una infinita lista de fiestas en el Capitolio. Debía estar de regreso en el Distrito Siete para las próximas Cosechas, pero nunca regresó a casa. La noticia de su fallecimiento en un trágico accidente de tránsito en el Capitolio llegó a todo Panem y durante tres días pasaron noticieros sobre su vida y reproducciones de sus momentos de gloria en los Juegos del Hambre. Pero con la próxima Cosecha, no se volvió a mencionar su nombre y su legado quedó enterrado en los bosques del Distrito Siete, sin que nadie le diera más importancia.
Nadie, por supuesto, excepto Aaron, quien aceptó con impotencia la pérdida de un chico que había estado a su cargo y por quien había hecho lo imposible porque sobreviviera. Para Aaron estuvo siempre claro que no se trató de un accidente y culpó al Capitolio de su desgracia, pero también a Flavius, a quien no volvió a dirigirle la palabra, ni tampoco acudió a ninguno de sus innumerables llamados a lo largo de los años. La última vez que cruzaron miradas fue en una fiesta de la que Aaron se fue temprano, sin que le importaran las consecuencias de ello.
Ahora, durante la 71° edición de los Juegos del Hambre, Aaron vio cumplir una de sus peores pesadillas al ver cómo su única sobrina, hija de su fallecido hermano, fue cosechada como tributo. Para salvar a Johanna, Aaron estará dispuesto a cualquier cosa, incluso si eso significaba hacer un trato con la única persona a quien preferiría no volver a ver en su vida.
En sus andares en el Capitolio, de ser solicitado en fiestas de personas cuyo nombre y rango casi siempre ignoraba, conoció a Flavius. La extraña combinación entre lo que estaba prohibido con una insaciable curiosidad, convirtió su relación en una danza de complicidad que sólo sonaba cuando estaban juntos.
Aaron ganó experiencia como mentor al mismo tiempo que Flavius se adentraba en el mundo de las apuestas y pujas por los tributos durante los juegos. Ninguno de sus allegados confiaba en apostar por el Distrito Siete, porque era una pérdida de dinero segura, pero el año que Flavius decidió apostar en contra de las posibilidades, consiguió que uno de los tributos de Aaron quedara entre los cinco últimos sobrevivientes. Al año siguiente, sin ninguna estrategia particular ni mucho menos un plan maestro, Flavius patrocinó al tributo ganador de esa edición, Karl, procedente del Distrito Siete.
Después de una vibrante Gira de la Victoria, Karl fue solicitado para una infinita lista de fiestas en el Capitolio. Debía estar de regreso en el Distrito Siete para las próximas Cosechas, pero nunca regresó a casa. La noticia de su fallecimiento en un trágico accidente de tránsito en el Capitolio llegó a todo Panem y durante tres días pasaron noticieros sobre su vida y reproducciones de sus momentos de gloria en los Juegos del Hambre. Pero con la próxima Cosecha, no se volvió a mencionar su nombre y su legado quedó enterrado en los bosques del Distrito Siete, sin que nadie le diera más importancia.
Nadie, por supuesto, excepto Aaron, quien aceptó con impotencia la pérdida de un chico que había estado a su cargo y por quien había hecho lo imposible porque sobreviviera. Para Aaron estuvo siempre claro que no se trató de un accidente y culpó al Capitolio de su desgracia, pero también a Flavius, a quien no volvió a dirigirle la palabra, ni tampoco acudió a ninguno de sus innumerables llamados a lo largo de los años. La última vez que cruzaron miradas fue en una fiesta de la que Aaron se fue temprano, sin que le importaran las consecuencias de ello.
Ahora, durante la 71° edición de los Juegos del Hambre, Aaron vio cumplir una de sus peores pesadillas al ver cómo su única sobrina, hija de su fallecido hermano, fue cosechada como tributo. Para salvar a Johanna, Aaron estará dispuesto a cualquier cosa, incluso si eso significaba hacer un trato con la única persona a quien preferiría no volver a ver en su vida.
× × × × × × × × × × × × × × × × × × × × × ×
C A P Í T U L O S
I. Our lives were never ours
II. Put on a show
III. A Long Time Ago {Flashback}
IV. Someone I Know {Flashback}
V. An Ache I still Remember
VI. Even Now
VII. We Usted to be Friends {Flashback}
VIII. It's Something I Said {Flashback}
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VI. Even Now
VII. We Usted to be Friends {Flashback}
VIII. It's Something I Said {Flashback}
Aaron Mason
Mentor D7 — 47 años — Pedro Pascal — Minerva
Flavius Dovecote
Capitolio — 42 años — Oscar Isaac — Juno
∞
- Post de rol:
- Código:
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11.15hrs
Flavius
Flavius siempre había sido bastante observador desde pequeño. Era por eso que sacaba buenas notas y no se le pasaban los detalles de los trabajos. Por esas cosas era que Plutarch, su mejor amigo, se la tenía jurada porque no le gustaba ser el segundo en la lista de mejores calificaciones. Lo peor de todo era que a Flavius eso lo tenía sin cuidado, a veces fallaba a propósito solamente para que Plutarch no se atormentara. Pero desde que las condiciones de su padre para ver a Aaron habían sido obtener las mejores notas en la Academia, Flavius no le había dejado tregua a nadie.
Con Aaron, Flavius se permitía ser más observador que nunca. Por eso notaba la forma en que le temblaba la voz algunas veces, cuando se refería a las otras visitas que tenía que hacer en el Capitolio. O también cuando Aaron hablaba con nostalgia del Distrito Siete, de su hermana y cómo se ponía cuando hablaba de sus tributos. Aaron había sido el primer Vencedor de su distrito, hasta el momento todos los tributos que estuvieron bajo su protección habían muerto.
Flavius sabía que jamás podría ponerse en el lugar de Aaron, tan sólo podía intentar imaginar el horror que significaba tener dos chicos a tu cargo, que creían en ti y en tu experiencia, tan sólo para verlos morir. Él sólo deseaba que Aaron dejara de sufrir tanto y de manera constante.
Flavius se sentó en el suelo del jardín, cruzándose de piernas y señalándole a Aaron el espacio vacío a su lado, para que hiciera lo mismo. A sus hermanas les encantaba hacer picnics en el verano con sus amigas. Flavius no era fanático de estar al sol durante tanto tiempo, pero creía que podía imitar algo de eso con Aaron.
—Es tartaleta de frutas, espero que te guste. Es de mi cafetería favorita en todo el Capitolio, pero imaginé que apreciarías comer aquí conmigo en lugar de ir hasta allí —dijo, mientras le acercaba la tartaleta. A Flavius realmente le encantaba, y eso que su paladar no solía preferir tanto los dulces, pero esas tartaletas eran su debilidad—. Aaron, ¿te importa si te hago una pregunta muy personal? Puedes decir que no, o no responder. No me molesta.
Flavius pensaba que era importante saber que Aaron dijera su opinión. Él le había dicho que, cuando estaba en el Capitolio, en realidad no tenía voluntad alguna, así que Flavius quería su consentimiento primero. Además, la pregunta era sobre los Juegos del Hambre y sabía que ese no era un tema sencillo para que Aaron manejara.
Con Aaron, Flavius se permitía ser más observador que nunca. Por eso notaba la forma en que le temblaba la voz algunas veces, cuando se refería a las otras visitas que tenía que hacer en el Capitolio. O también cuando Aaron hablaba con nostalgia del Distrito Siete, de su hermana y cómo se ponía cuando hablaba de sus tributos. Aaron había sido el primer Vencedor de su distrito, hasta el momento todos los tributos que estuvieron bajo su protección habían muerto.
Flavius sabía que jamás podría ponerse en el lugar de Aaron, tan sólo podía intentar imaginar el horror que significaba tener dos chicos a tu cargo, que creían en ti y en tu experiencia, tan sólo para verlos morir. Él sólo deseaba que Aaron dejara de sufrir tanto y de manera constante.
Flavius se sentó en el suelo del jardín, cruzándose de piernas y señalándole a Aaron el espacio vacío a su lado, para que hiciera lo mismo. A sus hermanas les encantaba hacer picnics en el verano con sus amigas. Flavius no era fanático de estar al sol durante tanto tiempo, pero creía que podía imitar algo de eso con Aaron.
—Es tartaleta de frutas, espero que te guste. Es de mi cafetería favorita en todo el Capitolio, pero imaginé que apreciarías comer aquí conmigo en lugar de ir hasta allí —dijo, mientras le acercaba la tartaleta. A Flavius realmente le encantaba, y eso que su paladar no solía preferir tanto los dulces, pero esas tartaletas eran su debilidad—. Aaron, ¿te importa si te hago una pregunta muy personal? Puedes decir que no, o no responder. No me molesta.
Flavius pensaba que era importante saber que Aaron dijera su opinión. Él le había dicho que, cuando estaba en el Capitolio, en realidad no tenía voluntad alguna, así que Flavius quería su consentimiento primero. Además, la pregunta era sobre los Juegos del Hambre y sabía que ese no era un tema sencillo para que Aaron manejara.
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Aaron
Algunas veces a Aaron le costaba un poco procesar la forma en la que Flavius veía el mundo. A veces le costaba procesar tanta inocencia. Tanta tranquilidad. Él estaba allí, a nada de tener que llevar dos chicos apenas más jóvenes que él a morir, y Flavius lo que quería era que comiera tartaletas con él en un jardín falso.
Aaron le podía seguir el juego. La mayor parte del tiempo le divertía, anque muchas veces no lo entendiera. Ahora le hablaba de cafeterías y repostería, y Aaron nunca había podido permitirse algo así. Solo comía ese tipo de cosas en el Capitolio.
No tenía idea de cómo se imaginaba Flavius los distritos.
Aaron se sentó a su lado, pero en lugar de quedarse sentado frente a él, se deslizó hasta acostarse en el suelo y apoyar la cabeza en su regazo. Flavius estaba pagando por su tiempo, o al menos su padre lo estaba haciendo. Aaron tenía que saber lo que estaba ofreciendo, aunque el chico no pareciera entenderlo.
Además, disfrutaba hacer ese tipo de cosas, aunque Flavius no parecía entenderlas. O quizá por lo mismo.
Una parte de él disfrutaba pensar que era el primero en acercarse a Flavius de esta forma. Pero también era consciente de que cualquier día, Flavius podía olvidarse de él y encontrar alguien en el Capitolio que le interesara de verdad.
Por ahora, Aaron disfrutaba la suerte de contar con su favor.
—Por supuesto que puedes preguntarme lo que quieras —le respondió—. Y yo veré si te respondo.
Le dedicó una sonrisa mientras probaba una tartaleta. Claro que le iba a responder. No podía ser ninguna pregunta tan grave.
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Flavius
Flavius se quedó estático cuando Aaron se recostó en su regazo. No se había esperado aquello, pero Aaron parecía bastante cómodo allí. Le estaba sonriendo, incluso estaba comiéndose un trozo de la tartaleta que Flavius le había dado. También acababa de decir que podía preguntarle lo que quisiera. Flavius, sin saber si estaba haciendo bien, extendió con cuidado la mano hacia Aaron, para acariciarle el cabello.
Cuando hizo aquello, recordó los comentarios que habían hecho sus hermanas un par de días atrás. Ellas le dijeron a su padre que también querían conocer a Aaron, pero éste fue categórico en decir que Aaron Mason sólo venía a casa como un premio para Flavius. Su madrastra se había reído a carcajadas y zanjó la discusión diciendo que les organizaría una noche en la suite de un hotel con Elliot Thorpe. Por suerte, eso calmó a sus hermanas, pero ahora Flavius recordaba su sonrisa maliciosa. Era obvio que su padre y su madrastra pensaban que él se estaba divirtiendo de la misma manera que sus hermanas.
¿Era esto lo que se esperaba de él, si heredaba los negocios de su padre? ¿Para esto su padre decidió quedarse con él? Flavius decidió no pensar en eso en ese momento. Sus problemas familiares no tenían importancia cuando Aaron estaba recostado en su regazo.
—Tus tributos… —dijo con cuidado, sin dejar de acariciarle el cabello. Aaron no le había dicho que no lo hiciera, así que Flavius lo tomó como una invitación a continuar—: ¿Tienen alguien que los patrocine cuando comienzan los Juegos del Hambre? ¿O es algo que no lo sabes hasta que empiezan?
Flavius sí que estaba familiarizado con el sistema de apuestas. Él mismo no lo había hecho hasta el momento, se suponía que nadie tenía permiso para hacerlo hasta que se graduara formalmente de la Academia. Sin embargo, las reglas estaban hechas para ser rotas, había muchos de sus compañeros de curso que lo hacían porque usaban el nombre de sus padres. Flavius sabía bien que era posible, aunque nunca se interesó en las apuestas. Para él, era algo que podía esperar hasta graduarse, como se suponía que decía la ley.
Pero ahora, después de conocer a Aaron, estaba viendo las cosas de manera diferente. Quizás no quería esperar. Estaba seguro que su padre, si se lo planteaba, tampoco pondría muchas objeciones. Incluso, si todo fallaba, podría pedírselo al tío de Plutarch, a quien conocía de toda la vida y siempre apostaba fuerte en los Juegos del Hambre. Quizás hasta estaría encantando de explicarle.
Cuando hizo aquello, recordó los comentarios que habían hecho sus hermanas un par de días atrás. Ellas le dijeron a su padre que también querían conocer a Aaron, pero éste fue categórico en decir que Aaron Mason sólo venía a casa como un premio para Flavius. Su madrastra se había reído a carcajadas y zanjó la discusión diciendo que les organizaría una noche en la suite de un hotel con Elliot Thorpe. Por suerte, eso calmó a sus hermanas, pero ahora Flavius recordaba su sonrisa maliciosa. Era obvio que su padre y su madrastra pensaban que él se estaba divirtiendo de la misma manera que sus hermanas.
¿Era esto lo que se esperaba de él, si heredaba los negocios de su padre? ¿Para esto su padre decidió quedarse con él? Flavius decidió no pensar en eso en ese momento. Sus problemas familiares no tenían importancia cuando Aaron estaba recostado en su regazo.
—Tus tributos… —dijo con cuidado, sin dejar de acariciarle el cabello. Aaron no le había dicho que no lo hiciera, así que Flavius lo tomó como una invitación a continuar—: ¿Tienen alguien que los patrocine cuando comienzan los Juegos del Hambre? ¿O es algo que no lo sabes hasta que empiezan?
Flavius sí que estaba familiarizado con el sistema de apuestas. Él mismo no lo había hecho hasta el momento, se suponía que nadie tenía permiso para hacerlo hasta que se graduara formalmente de la Academia. Sin embargo, las reglas estaban hechas para ser rotas, había muchos de sus compañeros de curso que lo hacían porque usaban el nombre de sus padres. Flavius sabía bien que era posible, aunque nunca se interesó en las apuestas. Para él, era algo que podía esperar hasta graduarse, como se suponía que decía la ley.
Pero ahora, después de conocer a Aaron, estaba viendo las cosas de manera diferente. Quizás no quería esperar. Estaba seguro que su padre, si se lo planteaba, tampoco pondría muchas objeciones. Incluso, si todo fallaba, podría pedírselo al tío de Plutarch, a quien conocía de toda la vida y siempre apostaba fuerte en los Juegos del Hambre. Quizás hasta estaría encantando de explicarle.
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11.15hrs
Aaron
Aaron sonrió cuando sintió los dedos de Flavius entre sus cabellos. Por lo general sentía rechazo hacia el toque de las personas que compraban su tiempo, pero Flavius era diferente. Cedió ante su toque, acomodándose para darle mejor acceso. Podía sentir un cosquilleo recorrerle el cuerpo. Levantó una mano y empezó a tantear la rodilla de Flavius, haciendo dibujos en ella con la punta de sus dedos mientras lo escuchaba.
Por supuesto, la pregunta no era lo que esperaba.
—¿Patrocinadores? —preguntó con sorpresa—. Flavius, mi distrito nunca tiene patrocinadores... Mi gane no creo que inspire a un grupo de ricachones de la ciudad a gastar dinero en mis tributos. Menos que, bien vistos, es difícil pensar que tengan oportunidades.
No se incorporó para mirarlo. Estaba muy sorprendido para eso. Temía que su reacción podía asustarlo. Frunció el ceño, acomodándose de nuevo un poco mejor.
—Supongo que los profesionales puede que sí tengan patrocinadores fijos —comentó, resignándose a responder la pregunta como tal—. Pero los de el resto de los Distritos no. Supongo que tiene que haber algo que los motive a gastar en nosotros. Que de repente nos vean madera de vencedores. O tengan interés en comprar nuestro tiempo si ganamos.
Suponía que eso influía. No quería saber cuántas de las personas que pusieron dinero para él en la arena lo hicieron para meterlo despué en su cama.
Pero Flavius parecía ignorante de todo eso.
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11.15hrs
Flavius
Flavius estaba haciendo un esfuerzo por seguir la conversación, pero le resultaba difícil porque la cercanía de Aaron era una gran distracción. Aaron parecía estar disfrutando de su roce, estaba acomodado allí en su regazo con una expresión tranquila y serena, que no se parecía en nada a la expresión que tenía en el rostro la primera vez que se conocieron. Flavius sentía que había conocido mejor Panem, al Panem de verdad, después de haberse topado con Aaron en esa fiesta.
Cuando veía las propagandas de los Vencedores y los mensajes recordando que venían los próximos Juegos del Hambre, Flavius no dejaba de pensar en todo lo que pasaba tras bastidores. O como cuando sus hermanas hablaban de invitar a Elliot Thorpe, su última obsesión, a una de sus fiestas. Flavius se preguntaba si Elliot Thorpe también acabaría en un baño, tratando de esconderse de los invitados, aterrado y asustado.
Flavius suspiró, mientras volvía a mirar a Aaron, quien hablaba sobre sus tributos. Todos los patrocinadores se iban con los distritos más ricos de Panem. El Distrito Uno y Dos habían estado a favor del gobierno durante la guerra y eso les daba ciertos privilegios que los demás no tenían. Todos sabían que sus tributos entrenaban antes a pesar de que era prohibido. Por supuesto que no era justo, pero Flavius empezaba a darse cuenta de que nada en Panem lo era.
—Todavía no tengo edad suficiente para apostar en los juegos. Se supone que tengo que esperar hasta cumplir la mayoría de edad, después de graduarme de la Academia —dijo Flavius, mirando a Aaron a los ojos, para que supiera que hablaba en serio—. Pero todos mis compañeros, que tampoco tienen la edad suficiente, lo hacen. Tan sólo utilizan los nombres de sus padres, los agentes hacen de la vista gorda. Yo podría hacerlo, es sólo que… bueno, en teoría me gusta seguir las reglas, por eso soy de los estudiantes menos populares de mi curso.
Flavius torció los labios en un gesto incómodo. La verdad era que, desde que se había inscrito en la Academia, se había sentido fuera de lugar. La gente no se metía con él abiertamente porque, por alguna razón, Plutarch Heavensbee se hizo su amigo y era el heredero de una de las familias más influyentes de la élite del Capitolio. Pero en la Academia no podía fingir lo que no era, todo el mundo sabía por qué su padre le había dejado el apellido, a pesar de no ser el hijo de su esposa.
Pero eso, Aaron no lo sabía.
—Yo… podría patrocinar a tus tributos. Al menos a uno —dijo en voz queda, como si le estuviera susurrando un secreto—. Porque no sé si papá me dé dinero ilimitado para hacerlo.
De hecho, estaba seguro que su padre se iba a sorprender cuando se lo pidiese. No se iba a negar, estaría feliz de que su hijo participara en los patrocinios desde temprana edad, pero seguro que no se lo esperaba.
Cuando veía las propagandas de los Vencedores y los mensajes recordando que venían los próximos Juegos del Hambre, Flavius no dejaba de pensar en todo lo que pasaba tras bastidores. O como cuando sus hermanas hablaban de invitar a Elliot Thorpe, su última obsesión, a una de sus fiestas. Flavius se preguntaba si Elliot Thorpe también acabaría en un baño, tratando de esconderse de los invitados, aterrado y asustado.
Flavius suspiró, mientras volvía a mirar a Aaron, quien hablaba sobre sus tributos. Todos los patrocinadores se iban con los distritos más ricos de Panem. El Distrito Uno y Dos habían estado a favor del gobierno durante la guerra y eso les daba ciertos privilegios que los demás no tenían. Todos sabían que sus tributos entrenaban antes a pesar de que era prohibido. Por supuesto que no era justo, pero Flavius empezaba a darse cuenta de que nada en Panem lo era.
—Todavía no tengo edad suficiente para apostar en los juegos. Se supone que tengo que esperar hasta cumplir la mayoría de edad, después de graduarme de la Academia —dijo Flavius, mirando a Aaron a los ojos, para que supiera que hablaba en serio—. Pero todos mis compañeros, que tampoco tienen la edad suficiente, lo hacen. Tan sólo utilizan los nombres de sus padres, los agentes hacen de la vista gorda. Yo podría hacerlo, es sólo que… bueno, en teoría me gusta seguir las reglas, por eso soy de los estudiantes menos populares de mi curso.
Flavius torció los labios en un gesto incómodo. La verdad era que, desde que se había inscrito en la Academia, se había sentido fuera de lugar. La gente no se metía con él abiertamente porque, por alguna razón, Plutarch Heavensbee se hizo su amigo y era el heredero de una de las familias más influyentes de la élite del Capitolio. Pero en la Academia no podía fingir lo que no era, todo el mundo sabía por qué su padre le había dejado el apellido, a pesar de no ser el hijo de su esposa.
Pero eso, Aaron no lo sabía.
—Yo… podría patrocinar a tus tributos. Al menos a uno —dijo en voz queda, como si le estuviera susurrando un secreto—. Porque no sé si papá me dé dinero ilimitado para hacerlo.
De hecho, estaba seguro que su padre se iba a sorprender cuando se lo pidiese. No se iba a negar, estaría feliz de que su hijo participara en los patrocinios desde temprana edad, pero seguro que no se lo esperaba.
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11.15hrs
Aaron
La propuesta de Flavius lo tomó por sorpresa. Se incorporó, alejándose por un momento de las manos en su cabello y la suavidad de su regazo, para mirarlo a los ojos con sorpresa.
—¿Lo dices en serio? —preguntó, aunque estaba seguro de que sí lo hacía—. ¿Me trajiste aquí para proponerme darle dinero a mis tributos?
Aaron no se engañaba. No era fácil que volviera a ganar alguien de su distrito. Pero un patrocinador que le diera ingresos para ayudarlos en la arena podría hacer la diferencia en cuanto a cómo pasarían sus últimos días. Así que quizá Flavius podría marcar la diferencia para sus tributos y para él. Nadie más estaría dispuesto a apostar por él.
Y no entendía por qué Flavius lo haría.
Sonrió, realmente conmovido, y le puso ambas manos en los hombros para mirarlo a los ojos.
—Eres único, Flavius —exclamó con total sinceridad—. Tú solo me ofreces y me das, y nunca pides reciprocidad. ¿Sabes que eso me dicen las personas con las que Snow me manda? Que si quiero que me den algo tengo que hacerlos felices primero. Y al final, nunca me dan nada tampoco.
Pero Flavius, él estaba dispuesto a darle todo y nunca pedía nada a cambio.
Aaron dudaba siquiera si quería algo a cambio. ¿Flavius lo deseaba? ¿Le gustaba siquiera? A veces le parecía que sí, pero que era demasiado inocente para saber qué hacer al respecto. En otras ocasiones dudaba, no parecía que Flavius quisiera nada de él. Pero entonces, ¿por qué lo seguía llamando? No era como que alguien de los Distritos y un patrocinador fueran a ser amigos. Sus dinámicas no eran así.
Se inclinó hacia él, buscando su mirada. Se preguntaba si Flavius querría besarlo. Si quería al menos eso a cambio de lo que le estaba ofreciendo. Pero no se atrevió a dar él el paso final. No fuera que estuviera mal interpretando todo y más bien lo castigaran por alejar a los Devocote. Porque el padre de Flavius debía estar pagando buen dinero porque estuviera con él, no se engañaba al respecto. Pero eso sería mientras su hijo estuviera satisfecho con sus encuentros.
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11.15hrs
Flavius
Flavius no se dio cuenta de que estaba tenso hasta que se relajó al escuchar a Aaron, quien parecía sorprendido por su propuesta. Empezó a temer que Aaron se enfadara, que creyera que estaba metiéndose con él, o, peor, burlándose. Sin embargo, parecía tan sólo sorprendido.
Asintió despacio a las palabras de Aaron, mientras pronunciaba la sonrisa. Lo miró a los ojos, para asegurarse de que supiera que hablaba en serio.
—Sí, por supuesto que hablo en serio. Sé que… bueno, me imagino que es un tema importante para ti… —balbuceó Flavius, aclarándose la garganta—. No bromearía con algo que fuera importante para ti, Aaron.
A Flavius le gustaría expresarse mejor, pero tampoco pudo aclararlo, porque lo que sucedió a continuación lo dejó sin aliento. Aaron lo tomó por los hombros y Flavius contuvo la respiración, viendo que su mirada era más intensa de la cuenta.
Se angustió al escuchar todo lo que Aaron le estaba diciendo. ¿O sea que pagaban por su tiempo, lo utilizaban a su antojo y ni siquiera eran capaces de apiadarse de los tributos de Aaron? Para los patrocinadores, el dinero que daban para los Juegos del Hambre sólo representaba una ínfima parte de lo que ellos generaban con sus negocios y riquezas.
Aaron estaba demasiado cerca, hablándole de reciprocidad y otras cosas que le encendían las mejillas de vergüenza.
—Aaron, yo… —Flavius sentía un nudo en la garganta. Aaron era hermoso. No podía definirlo de otra manera. Había algo genuinamente sincero en sus ojos, que Flavius no podía quitarle los ojos de encima. En un impulso, lo tomó del rostro, pero tuvo que contener lo que de verdad quería hacer, porque eso lo dejaba como el resto de la gente que pagaba por su tiempo—. Si te pido algo a cambio, sería como esa gente que odias. Yo… no podría hacer eso. Pero… me gustas mucho. No sabía que te podía gustar así una persona.
Se sintió avergonzado al decir semejante cosas. Estaba confesándole a Aaron que no sabía absolutamente nada sobre el amor. Flavius tan sólo se había dado besos con alguna de las amigs de sus hermanas, en alguna fiesta, por presión social. Pero nunca se había besado con alguien que le gustara de verdad.
De hecho, nunca se había fijado en nadie lo suficiente como para querer besarse con él.
Asintió despacio a las palabras de Aaron, mientras pronunciaba la sonrisa. Lo miró a los ojos, para asegurarse de que supiera que hablaba en serio.
—Sí, por supuesto que hablo en serio. Sé que… bueno, me imagino que es un tema importante para ti… —balbuceó Flavius, aclarándose la garganta—. No bromearía con algo que fuera importante para ti, Aaron.
A Flavius le gustaría expresarse mejor, pero tampoco pudo aclararlo, porque lo que sucedió a continuación lo dejó sin aliento. Aaron lo tomó por los hombros y Flavius contuvo la respiración, viendo que su mirada era más intensa de la cuenta.
Se angustió al escuchar todo lo que Aaron le estaba diciendo. ¿O sea que pagaban por su tiempo, lo utilizaban a su antojo y ni siquiera eran capaces de apiadarse de los tributos de Aaron? Para los patrocinadores, el dinero que daban para los Juegos del Hambre sólo representaba una ínfima parte de lo que ellos generaban con sus negocios y riquezas.
Aaron estaba demasiado cerca, hablándole de reciprocidad y otras cosas que le encendían las mejillas de vergüenza.
—Aaron, yo… —Flavius sentía un nudo en la garganta. Aaron era hermoso. No podía definirlo de otra manera. Había algo genuinamente sincero en sus ojos, que Flavius no podía quitarle los ojos de encima. En un impulso, lo tomó del rostro, pero tuvo que contener lo que de verdad quería hacer, porque eso lo dejaba como el resto de la gente que pagaba por su tiempo—. Si te pido algo a cambio, sería como esa gente que odias. Yo… no podría hacer eso. Pero… me gustas mucho. No sabía que te podía gustar así una persona.
Se sintió avergonzado al decir semejante cosas. Estaba confesándole a Aaron que no sabía absolutamente nada sobre el amor. Flavius tan sólo se había dado besos con alguna de las amigs de sus hermanas, en alguna fiesta, por presión social. Pero nunca se había besado con alguien que le gustara de verdad.
De hecho, nunca se había fijado en nadie lo suficiente como para querer besarse con él.
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Aaron
Flavius era sencillamente adorable.
Aaron no conocía el sentimiento que la invadió en ese momento. Nunca nadie lo había tratado así. El solo hecho de que le preocupara ser como los otros... Era demasiado.
Cerró los ojos cuando sintió sus manos ligeras tomarlo del rostro. Eran las primeras manos que no le daba asco o repulsión que lo tocaran.
—No eres como ninguno de ellos —le aseguró. Abrió los ojos y lo miró directamente—. A mí también me gustan mucho. Eres la primera persona del Capitolio que realmente me gusta que me toque.
Puso una mano sobre la de Flavius, contra su mejilla. Realmente le gustaba sentir su tacto.
Tan joven. Tan inocente.
—Yo tampoco sabía que era posible que una persona me gustara tanto —confesó—. Todos los demás me causan repulsió... pero tú... Tú eres el primero que realmente quiero que me toque.
Aaron no sabía si estaba cruzando una línea. Nunca había tenido que tomar la iniciativa. Todos los hombres que habían pagado por él iban directo por lo que querian, o le daban instrucciones de lo que debía hacer. Pero Flavius...
—Déjame besarte—susurró, mientras se inclinaba hacia él, buscando sus labios.
Al menos esta vez iba a besar a alguien tan solo porque quería hacerlo. Si después todo se echaba a perder, al menos le quedaría eso.
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Flavius
"Eres la primera persona del Capitolio que realmente me gusta que me toque."
Aquella frase se repitió en la cabeza de Flavius una y otra vez. Miró a Aaron a los ojos, quien los tenía muy abiertos, fijos en él. O sea que Aaron también correspondía sus sentimientos. Más o menos. Había dicho que le gustaba estar con él y que Flavius no se parecía en nada a las personas que pagaban por su tiempo. Al resto de personas que pagaban por su tiempo.
Flavius colocó su mano temblorosa, cargada de nerviosismo, sobre la mejilla de Aaron. Se sonrojó cuando éste le dijo que quería besarlo. Le estaba pidiendo permiso para hacerlo y Flavius sentía cómo le faltaba la respiración.
Asintió despacio, con las mejillas ardiendo, mientras se empinaba lo suficiente para acercarse a Aaron. Flavius cerró los ojos, como había escuchado a sus hermanas que uno tenía que hacer cada vez que se besaba con alguien que le gustaba.
Los labios de Aaron le hicieron cosquillas en la boca, Flavius sintió un cosquilleo en la boca del estómago y, por instinto, le echó los brazos al cuello, para que ambos mantuvieran mejor el equilibrio. A medida que pasaron los segundos, la lengua de Aaron le raspó el paladar, provocándole una sensación placentera en todo el cuerpo.
Flavius se aferró a los labios de Aaron hasta que se quedó sin aliento y se separó lo suficiente para mirarlo a los ojos. Sonrió, avergonzado, pero a la vez muy entusiasmado por lo que acababa de hacer.
—Esto… esto podría repetirlo —susurró despacio, mientras acariciaba el rostro de Aaron.
Aquella frase se repitió en la cabeza de Flavius una y otra vez. Miró a Aaron a los ojos, quien los tenía muy abiertos, fijos en él. O sea que Aaron también correspondía sus sentimientos. Más o menos. Había dicho que le gustaba estar con él y que Flavius no se parecía en nada a las personas que pagaban por su tiempo. Al resto de personas que pagaban por su tiempo.
Flavius colocó su mano temblorosa, cargada de nerviosismo, sobre la mejilla de Aaron. Se sonrojó cuando éste le dijo que quería besarlo. Le estaba pidiendo permiso para hacerlo y Flavius sentía cómo le faltaba la respiración.
Asintió despacio, con las mejillas ardiendo, mientras se empinaba lo suficiente para acercarse a Aaron. Flavius cerró los ojos, como había escuchado a sus hermanas que uno tenía que hacer cada vez que se besaba con alguien que le gustaba.
Los labios de Aaron le hicieron cosquillas en la boca, Flavius sintió un cosquilleo en la boca del estómago y, por instinto, le echó los brazos al cuello, para que ambos mantuvieran mejor el equilibrio. A medida que pasaron los segundos, la lengua de Aaron le raspó el paladar, provocándole una sensación placentera en todo el cuerpo.
Flavius se aferró a los labios de Aaron hasta que se quedó sin aliento y se separó lo suficiente para mirarlo a los ojos. Sonrió, avergonzado, pero a la vez muy entusiasmado por lo que acababa de hacer.
—Esto… esto podría repetirlo —susurró despacio, mientras acariciaba el rostro de Aaron.
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Aaron
Era tan adorable.
La forma en que cerró los ojos y el delicado tacto de su mano contra su mejilla le hizo sonreír. Era la imagen más inocente que había visto en su vida.
Dudó un momento antes de besarlo. En un principio él no solía cerrar los ojso al besar. No se fiaba lo suficiente de nadie para ello. Fue extraño al inicio. Flavius no parecía saber bien qué hacer, como si que sus labios hicieran contacto fuera suficiente. Así que Aaron tuvo que tomar la iniciativa.
Primero se tomó su tiempo saboreando sus labios, y después, permitió que su lengua explorara el interior de su boca. Aaron nunca había tenido la iniciativa en sus besos anteriores, siempre a la merced de la gente que compraba su tiempo. Pero Flavius parecía más que complacido con lo que él pudiera y quisiera darle. Lo sintió estremecerse, dado que se había abrazado a su cuello.
Cuando dejóde besarlo, fue probablemente por falta de aliento, a juzgar por la manera en que buscaba aire con los labios entre abiertos.
Definitivamente adorable.
Sus palabras lo hicieron sonreír.
—Te besaré todas las veces que quieras —le respondió—. Pagues o no por mis tributos.
No quería que pensara que era algún tipo de chantaje, no le estaba pagando por su patrocinio, quería que eso quedara claro. Además, realmente disfrutaría de besar a Flavius aunque no obtuviera nada a cambio.
—Eres realmente único, Flavius —dijo con toda la admiración que sentía a flor de piel—. Gracias.
Gracias. Por darle la oportunidad de vivir aquello. De saber lo que era un beso sin segundas intenciones, sin abusos ni intimidaciones. Flavius era tan solo un muchacho, pero Aaron sentía que ahora le debía demasiado.
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Flavius
Flavius sentía que no podía controlar sus emociones, de seguro que Aaron debía estar pensando que no era más que un niño sin experiencia. Pero luego lo escuchó decir que realmente le gustaba, que iba a besarlo todas las veces que quisiera. Flavius negó despacio, porque de todas maneras pensaba ayudar a los tributos de Aaron. Eso ya lo había decidido de antemano, pero sin duda que los besos de Aaron estaban bien.
Más que bien, si tenía que ser sincero.
Flavius acarició despacio el dorso de la mano, pronunciando la sonrisa. Sentía las mejillas ardiendo, pero hizo un esfuerzo por mantenerle la mirada, pues quería que supiera que hablaba en serio.
—No hace falta, quiero decir… voy a apoyar a tus tributos igualmente, Aaron —dijo muy seguro, pero después la mirada de Aaron resultó insoportable. Miró hacia abajo, hacia sus manos entrelazadas. Le parecía que el tacto de Aaron era simplemente maravilloso—: Pero tus besos… también podría besarte de nuevo. Todo lo que tú quieras. Pero sólo si tú quieres.
Quiso aclarar al final, porque Flavius quería darle toda la seriedad que podía permitirse ese asunto.
Quería que Aaron supiera que él estaba dispuesto a seguir su ritmo. Que no iba a obligarlo a absolutamente a nada. Quería que supiera que, mientras estuvieran juntos, él estaba libre. Que tenía voluntad propia. Para Flavius, Aaron era simplemente una persona, no un premio, ni un trofeo, ni nada por el estilo.
Más que bien, si tenía que ser sincero.
Flavius acarició despacio el dorso de la mano, pronunciando la sonrisa. Sentía las mejillas ardiendo, pero hizo un esfuerzo por mantenerle la mirada, pues quería que supiera que hablaba en serio.
—No hace falta, quiero decir… voy a apoyar a tus tributos igualmente, Aaron —dijo muy seguro, pero después la mirada de Aaron resultó insoportable. Miró hacia abajo, hacia sus manos entrelazadas. Le parecía que el tacto de Aaron era simplemente maravilloso—: Pero tus besos… también podría besarte de nuevo. Todo lo que tú quieras. Pero sólo si tú quieres.
Quiso aclarar al final, porque Flavius quería darle toda la seriedad que podía permitirse ese asunto.
Quería que Aaron supiera que él estaba dispuesto a seguir su ritmo. Que no iba a obligarlo a absolutamente a nada. Quería que supiera que, mientras estuvieran juntos, él estaba libre. Que tenía voluntad propia. Para Flavius, Aaron era simplemente una persona, no un premio, ni un trofeo, ni nada por el estilo.
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Aaron
Flavius era tan distinto a todos los hombres que había conocido. Tal vez era porque era tan joven e ingenuo todavía, pero Aaron estaba demasiado acostumbrado a hombres lujoriosos que disfrutaban de tener poder sobre él, y le obligaban a hacer todo lo que ellos querían, sin importarles lo más mínimo lo que Aaron pudiera querer o decir.
La forma en que lo miraba era como si los besos de Aaron fueran algo especial. Aaron había besado tantas veces en los últimos años que no creía que sus labios tuvieran nada especial. Al contrario, estaban más que usados, como todo él.
Entrelazó sus dedos con los de Flavius.
—Realmente te agradezco que quieras ayudar a mis tributos —comentó—. Pero no desperdicies tu dinero. Es muy improbable que alguien de mi Distrito vuelva a ganar tan pronto. Así no funcionan los Juegos del Hambre. Solo los profesionales repiten con facilidad.
Aaron no se engañaba. Además, una parte de él no dejaba de tener claro si realmente era mejor sobrevivir los juegos. ¿Condenaría a alguien a estar como él, yendo de cama en cama y ahogando en alcohol todo lo que eso lo hacía sentir?
No podía saber si tendrían tanta suerte como él de encontrar a Flavius.
—Pero si quieres besarme de nuevo... —añadió—. Estaré más que encantado de hacerlo.
Una parte de él se sentía sucio e indigno de besar a un chico dulce e inocente como Flavius. Estaba seguro de que a la fecha Aaron había hecho muchas cosas que Flavius ni siqueira podía imaginar, y que quizá incluso le daría repulsión saber.
Nadie le había preguntado a Aaron qué quería. Y tampoco lo sabía. Si de él dependiera no hubier ahecho nada de lo que había hecho con todas las personas que lo habían metido a su cama. Pero a Flavius quisiera hacerlo feliz, y no era capaz de saber cómo podría lograr eso.
—Estás pagando por mi tiempo, Flavius —le recordó—. Puedes hacer lo que quieras conmigo, y te aseguro que contigo realmente querré hacerlo. Tal vez sea la única vez que realmente me gustará lo que tenga que hacer.
No quería dejar volar su imaginación. Tendría que dejar que Flavius fuera descubriendo qué quería y qué le gustaba, no quería contaminarlo él con todas sus experiencias. Seguro que con él todo sería mejor. Diferente.
Así que se limitó a acercarse y acariciar su nariz contra la de Flavius, mientras sonreía.
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Flavius
Flavius se quedó pasmado cuando Aaron insinuó que apoyar a sus tributos era una pérdida de dinero. Sabía que o que estaba diciendo tenía toda la lógica del mundo, porqoue los tributos profesionales siempre se llevaban todas las miradas y también los mayores intereses de los patrocinadores. Pero Flavius no creía que fuese un total desperdicio, sobre todo si su ayuda podía representar que los tributos de Aaron no tuviesen una muerte espantosa.
Una buena porción de los tributos de los distritos más desfavorecidos fallecía de una sola vez en el baño de sangre al inicio de los juegos. La mayoría eran muertes horribles, pues los tributos profesionales no se medían al momento de demostrar su fuerza y poderío, en especial durante el baño de sangre, porque creían que eso atraería miradas y patrocinadores de manera instantánea.
—No creo que sea un desperdicio, Aaron. Que tengan insumos para sobrevivir al baño de sangre y que puedan planear alguna estrategia para sobrevivir durante algunos días, me parece que es algo que puedo hacer. No tenemos que ser muy ambiciosos y pensar que tus tributos van a coronarse vencedores, pero creo que con que no los vean como una presa fácil, es un gran avance. ¿O no te lo parece? —preguntó Flavius, mirando a Aaron a los ojos.
Creía que lo que acababa de decir era muy razonable, pero no estaba seguro cómo se iba a tomar Aaron que hablara en plural como si de verdad fuera un equipo.
Contuvo la respiración cuando sintió de nuevo el tacto de Aaron. Flavius creía que iba a volverse loco, que no podría controlar sus instintos si Aaron seguía tan cerca de él.
—Aaron… —éste acababa de decirle que estaba cómodo a su lado y de que le gustaba su compañía, que no lo veía como una obligación.
Flavius sentía que el corazón se le iba a salir del pecho de sólo recordar aquella confesión. Se acercó a él, rozando despacio sus narices. Tenía la sensación de que si le preguntaba a alguna de sus hermanas, estas podrían aclararle qué era lo que estaba sintiendo de verdad. Sierra, la mayor, de seguro le diría que tenía un enamoramiento muy fuerte y le diría que tomase un baño de agua fría.
—Bésame de nuevo, Aaron —pidió Flavius, mientras se inclinaba para acercarse de otra vez a él.
Una buena porción de los tributos de los distritos más desfavorecidos fallecía de una sola vez en el baño de sangre al inicio de los juegos. La mayoría eran muertes horribles, pues los tributos profesionales no se medían al momento de demostrar su fuerza y poderío, en especial durante el baño de sangre, porque creían que eso atraería miradas y patrocinadores de manera instantánea.
—No creo que sea un desperdicio, Aaron. Que tengan insumos para sobrevivir al baño de sangre y que puedan planear alguna estrategia para sobrevivir durante algunos días, me parece que es algo que puedo hacer. No tenemos que ser muy ambiciosos y pensar que tus tributos van a coronarse vencedores, pero creo que con que no los vean como una presa fácil, es un gran avance. ¿O no te lo parece? —preguntó Flavius, mirando a Aaron a los ojos.
Creía que lo que acababa de decir era muy razonable, pero no estaba seguro cómo se iba a tomar Aaron que hablara en plural como si de verdad fuera un equipo.
Contuvo la respiración cuando sintió de nuevo el tacto de Aaron. Flavius creía que iba a volverse loco, que no podría controlar sus instintos si Aaron seguía tan cerca de él.
—Aaron… —éste acababa de decirle que estaba cómodo a su lado y de que le gustaba su compañía, que no lo veía como una obligación.
Flavius sentía que el corazón se le iba a salir del pecho de sólo recordar aquella confesión. Se acercó a él, rozando despacio sus narices. Tenía la sensación de que si le preguntaba a alguna de sus hermanas, estas podrían aclararle qué era lo que estaba sintiendo de verdad. Sierra, la mayor, de seguro le diría que tenía un enamoramiento muy fuerte y le diría que tomase un baño de agua fría.
—Bésame de nuevo, Aaron —pidió Flavius, mientras se inclinaba para acercarse de otra vez a él.
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Aaron
Aaron no podía apenas procesar la ingenuidad de las palabras de Flavius. ¿Realmente creía que a sus tributos les haría menos terrible su muerte prolongar el tiempo en que serían potenciales presas en la Arena? Realmente el baño de sangre era horrible, pero sobrevivir para morir dos días después ¿sería suficiente?
Acarició el cabello de Flavius, acomodándoselo hacia atrás, mientras miraba la seriedad en su rostro y la sinceridad de sus ojos mientras hablaba. Realmente creía en lo que decía.
Si Flavius quería que sus tributos vivieran dos días más al único que haría feliz era al propio Flavius... pero bueno. Hacer feliz a Flavius no parecía mala idea.
Lo besó de nuevo cuando se lo pidió. Pero esta vez lo besó con más profundidad. Siempre con lentitud, pero con cuidado, explorando con tranquilidad el interior de su boca, mientras la mano que no estaba entretenida en sus cabellos la usaba para tomarlo por la cintura y acercarlo hacia él, estrechándolo contra su pecho.
¿Estaba bien que hiciera esto?
Sabía que para eso estaba pagando el padre de Flavius, pero el propio chico no parecía estar seguro de lo que estaba haciendo, o lo que quería. Aaron apenas recordaba cuando él había sido igual de ingenuo: el Capitolio se lo había arrancado de golpe. ¿Podía hacer él eso con Flavius? ¿No sería mejor dejarlo ir a su propio ritmo, con chicos de su misma condición?
Suspiró dentro del beso, y se separó de él pensando que no era tan fuerte como para seguir sus pensamientos por más nobles que fueran.
—Gracias, Flavius —dijo con suavidad—. Haremos lo que tú quieras.
Lo decía sobre los tributos. O sobre los besos. O sobre todo.
¿Acaso sería capaz Aaron de decirle a algo que no mientras lo dejara besarlo así?
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Flavius
Flavius se entregó al beso que le dio Aaron, mientras se acunaba contra él. Se preguntó si esto era justo lo que su padre estaba esperando que hiciera cuando lo dejaba a solas con Aaron. De seguro que sí era lo que pensaban sus hermanas, lo sabía por sus comentarios de doble sentido que hacían en su presencia.
Cuando Aaron le dijo que harían lo que él quisiese, su primer instinto fue protestar. Pero los besos de Aaron eran hipnóticos, no podía resistirse a ellos. Flavius cerró los ojos y entrelazó sus manos con las de Aaron.
Tenía el presentimiento de que estaba jugando con fuego, o con algún artefacto del que no conocía del todo su utilidad. Las otras veces que se sintió de la misma manera fue cuando llegó a vivir aquí. Las primeras semanas en casa de su padre, Flavius no tenía ni la más mínima idea de dónde estaba, o qué estaba haciendo allí, ni mucho menos cómo funcionaba la casa.
Cuando se sentía así, irremediablemente pensaba en su madre. Flavius ya no lloraba cuando se acordaba de ella, pero sí la echaba muchísimo de menos. Hacía mucho tiempo que no la veía. Pero no sabía cómo pedir permiso para verla sin ofender a su padre y, sobre todo, a su madrastra.
—¿Lo que yo quiera? —preguntó Flavius, entre besos, sonriéndole de manera infantil—: A veces ni yo mismo sé qué es lo que quiero, Aaron. De hecho, nunca me lo había planteado, pensé que lo único que tenía que hacer en la vida era graduarme de la Academia y complacer a papá. Pero… ahora que te conozco creo que pienso diferente.
Flavius acarició el pecho de Aaron y luego volvió a darle un beso en los labios, mientras pensaba en lo que acababa de decir. Él había estado muy agradecido con su padre y todas las oportunidades que éste le había dado. Con su madre no había tenido una mala vida, pero no era ni de cerca la ostentosidad que podía ofrecerle su padre, ni tampoco acercarlo a las élites del Capitolio. Pero ahora, que Flavius veía todo desde la cima, le parecía todavía más espantoso lo que sucedía en los distritos.
Cuando Aaron le dijo que harían lo que él quisiese, su primer instinto fue protestar. Pero los besos de Aaron eran hipnóticos, no podía resistirse a ellos. Flavius cerró los ojos y entrelazó sus manos con las de Aaron.
Tenía el presentimiento de que estaba jugando con fuego, o con algún artefacto del que no conocía del todo su utilidad. Las otras veces que se sintió de la misma manera fue cuando llegó a vivir aquí. Las primeras semanas en casa de su padre, Flavius no tenía ni la más mínima idea de dónde estaba, o qué estaba haciendo allí, ni mucho menos cómo funcionaba la casa.
Cuando se sentía así, irremediablemente pensaba en su madre. Flavius ya no lloraba cuando se acordaba de ella, pero sí la echaba muchísimo de menos. Hacía mucho tiempo que no la veía. Pero no sabía cómo pedir permiso para verla sin ofender a su padre y, sobre todo, a su madrastra.
—¿Lo que yo quiera? —preguntó Flavius, entre besos, sonriéndole de manera infantil—: A veces ni yo mismo sé qué es lo que quiero, Aaron. De hecho, nunca me lo había planteado, pensé que lo único que tenía que hacer en la vida era graduarme de la Academia y complacer a papá. Pero… ahora que te conozco creo que pienso diferente.
Flavius acarició el pecho de Aaron y luego volvió a darle un beso en los labios, mientras pensaba en lo que acababa de decir. Él había estado muy agradecido con su padre y todas las oportunidades que éste le había dado. Con su madre no había tenido una mala vida, pero no era ni de cerca la ostentosidad que podía ofrecerle su padre, ni tampoco acercarlo a las élites del Capitolio. Pero ahora, que Flavius veía todo desde la cima, le parecía todavía más espantoso lo que sucedía en los distritos.
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Aaron
Flavius era un niño.
En el fondo, era muy inocente, realmente no tenía idea de lo que estaba haciendo. Aaron fue consciente por un momento de la ventaja en que eso lo ponía. Podría tomar a Flavius y educarlo a su antojo.
Pero no. No podía hacerle eso. Debía darle oportunidad de ir descubriendo las cosas por su cuenta. Aaron no iba a hacer como aquellos hombres que le habían enseñado por las malas cosas que tal vez no hubiera querido aprender.
—Ven aquí—dijo, mientras tiraba de él para acercarlo mejor y abrazarlo mientras lo besaba profundamente.
Por ahora no iba a pasar de eso. Lo iba a dejar explorar su boca lentamente y profundamente. Despacio primero, y luego con más intensidad. Aaron se obligó a dejar las manos quietas en su cintura, aunque una parte de él moría de ganas de dejarlas explorar. Flavius era la única persona con la que había hecho esto que realmente le gustaba.
Era muy diferente a hacerlo por obligación.
—Mira, por ahora, esto es todo lo que haremos —le explicó entre besos—. Voy a besarte todo lo que quieras y todo cuanto quieras.
Fue ilustrando su explicación con acciones, y sonrió cuando sintió que las manos de Flavius eran las que empezaban a vagar por su espalda.
—Y cuando tú quieras probar algo más, como estás haciendo con tus manos ahora, solo hazlo —continuó—. Iremos probando lo que te apetezca.
Después de esas últimas palabras, dejó de besarlo para mirarlo a los ojos.
—Y cuando no sepas qué más quieres hacer pero quieras hacer algo más, siempre me puedes preguntar para que te de opciones —añadió.
Luego le dedicó una sonrisa cargada de picardía.
—Así podremos explorar lo que realmente quieres —concluyó.
Aunque sabía que Flavius se había referido a algo mucho más grande. Mucho más profundo. Pero de esas cosas Aaron no sabía nada. Desde que su nombre había salido en la Cosecha, había sido despojado de cualquier voluntad propia.
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Capitolio
19:20hrs
Flavius
Flavius se había despedido del palco de su familia justo cuando terminó el desfile de los tributos. No se quedó a escuchar todo el discurso del presidente, cuando su padre comprendió aquello quedó escandalizado. Flavius demoró un poco más en salir del desfile porque lo atajó Plutarch, quien seguía incrédulo cuando le dijo que, efectivamente, iba a patrocinar a los tributos del Distrito Siete estos juegos.
Su mejor amigo ya empezaba a sospechar que su relación con Aaron era más profunda de lo que aparentaba. A Flavius no le gustaba mentirle a Plutarch, era el único amigo verdadero que tenía, pero prefería no conversar acerca de Aaron en este momento. Quería que, todo lo que tenían, quedara todavía entre los dos.
Él y Aaron todavía practicaban besos, caricias, y todo cuanto Flavius estaba dispuesto a experimentar. Pero Flavius no había olvidado su promesa, fue por eso que le dijo a Aaron que se vieran después del desfile. A Flavius lo había llevado el chofer de su padre al edificio de tributos. Era la primera vez que se veía con Aaron en un sitio que no había escogido él, la primera vez que Flavius estaba en un sitio que era más familiar para Aaron que para él mismo.
Dio tres toques a la puerta, tal y como Aaron le había pedido que hiciera. ¿Por qué tres toques? No estaba seguro si fue una instrucción tan específica para reconocer que sería Flavius y así abrirle la puerta, o si sólo lo dijo por hacerse el misterioso.
—Lo siento… —Flavius dijo, con una media sonrisa—. Llegué unos minutos tarde, alguien me distrajo.
Se reiría en otras circunstancias, porque de seguro que Plutarch se ofendería al decir que sólo lo mencionó como "alguien" y no como su mejor amigo. Flavius sabía que era una excusa tonta, pero era la verdad, se había prometido no mentirle a Aaron, pero sentía que en este asunto estaba caminando de puntillas. En el fondo pensaba que Aaron no estaba convencido de la ayuda que le estaba dando.
Su mejor amigo ya empezaba a sospechar que su relación con Aaron era más profunda de lo que aparentaba. A Flavius no le gustaba mentirle a Plutarch, era el único amigo verdadero que tenía, pero prefería no conversar acerca de Aaron en este momento. Quería que, todo lo que tenían, quedara todavía entre los dos.
Él y Aaron todavía practicaban besos, caricias, y todo cuanto Flavius estaba dispuesto a experimentar. Pero Flavius no había olvidado su promesa, fue por eso que le dijo a Aaron que se vieran después del desfile. A Flavius lo había llevado el chofer de su padre al edificio de tributos. Era la primera vez que se veía con Aaron en un sitio que no había escogido él, la primera vez que Flavius estaba en un sitio que era más familiar para Aaron que para él mismo.
Dio tres toques a la puerta, tal y como Aaron le había pedido que hiciera. ¿Por qué tres toques? No estaba seguro si fue una instrucción tan específica para reconocer que sería Flavius y así abrirle la puerta, o si sólo lo dijo por hacerse el misterioso.
—Lo siento… —Flavius dijo, con una media sonrisa—. Llegué unos minutos tarde, alguien me distrajo.
Se reiría en otras circunstancias, porque de seguro que Plutarch se ofendería al decir que sólo lo mencionó como "alguien" y no como su mejor amigo. Flavius sabía que era una excusa tonta, pero era la verdad, se había prometido no mentirle a Aaron, pero sentía que en este asunto estaba caminando de puntillas. En el fondo pensaba que Aaron no estaba convencido de la ayuda que le estaba dando.
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VIII. It's something I said
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19:20hrs
Flavius
Aaron estaba muy inquieto. Hasta ahora no había mezclado su vida en el Capitolio con su labor como Vencedor. Sin embargo, realmente no estaban separadas. Eran la misma cosa.
Sin embargo, no podía pensar en Flavius como el resto de los tipos que compraban su tiempo. Probablemente porque era la única persona del Capitolio con la que realmente quería pasar su tiempo.
Había sido muy interesante explorar con Flavius besos y caricias. Las cosas con él no se parecían en nada a lo que le ocurría con el resto de tipos del Capitolio. Con Flavius todo era muy especial. Sin embargo, el chico había insistido en lo de patrocinar a sus tributos, y ¿quién era Aaron para negarse?
No era como que tuviera una fila de patrocinadores para escoger, y no podía engañarse: preferiría a Flavius a cualquier otra persona del Capitolio.
El desfile de tributos no había estado mal. Sus tributos estaban nerviosos. Eran pequeños y desnutridos, Aaron no tenía mucha fe en lo que pudieran lograr. Pero de todas formas había quedado de ver a Flavius esa noche para hablar del patrocinio.
Le había dado una señal al llegar. Si al escuchar su llamado sabía que era Flavius pero había moros en la costa le diría que esperara un momento. Pero para su suerte, como había llegado un poco tarde ya el resto del equipo y los tributos se habían marchado. Le abrió la puerta y tiró de él para llevarlo a su habitación.
Una vez ahí, Aaron se lanzó intrépido a robarle un beso en los labios. No quería que los descubrieran, pero había tomado las precauciones del caso.
—No te preocupes —dijo rápidamente para disculparlo—. El desfile siempre es muy concurrido. ¿Qué te parecieron nuestros tributos?
No lo culparía si le decía que después de verlos había entendido que sería desperdiciar dinero patrocinarlos, pero no lo iba a sugerir él. Quizá Flavius todavía quería hacerlo.
Una parte de Aaron sentía que tener un patrocinador lo haría un vencedor ligeramente competente y eso se vería bien en el Capitolio.
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19:20hrs
Flavius
No era la primera vez que Flavius torcía un poco las reglas a su favor. Las primeras veces que lo hizo, fue en la Academia. Cuando entró allí como estudiante se dio cuenta bastante rápido que las reglas estaban allí para romperse. La mayoría de los estudiantes siempre parecían salirse con la suya, incluso si se suponía que los profesores eran muy estrictos. Pero, tal y como su madre le había explicado, era difícil mantener unas reglas si se sabía que quienes mantenían ese colegio era la élite del Capitolio. ¿Cómo iban a tener los profesores verdadera autoridad si quienes les pagaban sus salarios eran los padres de sus estudiantes?
Plutarch le enseñó cómo doblar algunas reglas, hacer de la vista gorda de unas cuantas normas y a salirse con la suya en no pocas ocasiones. Nada realmente grave, en especial si se comparaba con la emoción que sentía Flavius al colarse en el edificio de tributos, en la séptima planta, donde Aaron estaría esperándolo.
Era una sensación de adrenalina pura que nunca había experimentado.
Flavius se embriagó de emoción cuando sintió los labios de Aaron sobre los suyos. Le echó los brazos al cuello, disfrutando de su cercanía. Ahora que podían estar solos, le parecía maravilloso, desde la transmisión de la Cosecha había estado impaciente por volverlo a ver.
—El desfile estaba atestado de gente, pero logré escabullirme —dijo, mientras sostenía a Aaron de las manos—. Sólo pude verlos de lejos porque mis hermanas estaban fastidiándome desde que entraron los tributos del distrito cuatro, son muy intensas. ¿Me recuerdas cómo se llaman tus tributos? Soy muy malo con los nombres, no es algo que me pase sólo ahora. Ya me inscribí formalmente como patrocinador. Bueno, técnicamente me inscribió papá, pero con eso me llegarán todas las estadísticas mañana mismo.
Aunque Aaron insistía en que sus tributos no tenían ninguna posibilidad, Flavius era bueno analizando números. Sabía que eso no significaba mucho en una Arena, donde había más probabilidades y variables en juego que simples números vacíos. Pero creía que podía hacer esto. Y quería que Aaron también creyera en él.
Plutarch le enseñó cómo doblar algunas reglas, hacer de la vista gorda de unas cuantas normas y a salirse con la suya en no pocas ocasiones. Nada realmente grave, en especial si se comparaba con la emoción que sentía Flavius al colarse en el edificio de tributos, en la séptima planta, donde Aaron estaría esperándolo.
Era una sensación de adrenalina pura que nunca había experimentado.
Flavius se embriagó de emoción cuando sintió los labios de Aaron sobre los suyos. Le echó los brazos al cuello, disfrutando de su cercanía. Ahora que podían estar solos, le parecía maravilloso, desde la transmisión de la Cosecha había estado impaciente por volverlo a ver.
—El desfile estaba atestado de gente, pero logré escabullirme —dijo, mientras sostenía a Aaron de las manos—. Sólo pude verlos de lejos porque mis hermanas estaban fastidiándome desde que entraron los tributos del distrito cuatro, son muy intensas. ¿Me recuerdas cómo se llaman tus tributos? Soy muy malo con los nombres, no es algo que me pase sólo ahora. Ya me inscribí formalmente como patrocinador. Bueno, técnicamente me inscribió papá, pero con eso me llegarán todas las estadísticas mañana mismo.
Aunque Aaron insistía en que sus tributos no tenían ninguna posibilidad, Flavius era bueno analizando números. Sabía que eso no significaba mucho en una Arena, donde había más probabilidades y variables en juego que simples números vacíos. Pero creía que podía hacer esto. Y quería que Aaron también creyera en él.
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VIII. It's something I said
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19:20hrs
Flavius
Aaron sonrió dentro del beso cuando sintió a Flavius echarle los brazos al cuello. Si por él fuera se dedicaría a besarlo hasta que les diera el amanecer. Pero Flavius era un buen chico y estaba ahí para trabajar. Como patrocinador.
Iba muy en serio con respecto a todo eso. No lo había dudado, pero cuando escuchó que ya se había inscrito como patrocinador le resultó más definitivo que nunca.
—Eres increíble —dijo sinceramente, estrechándole las manos y mirándolo a los ojos con fervor—. Te dije que no era necesario pero insististe. Me siento muy halagado, querido Flavius.
Lo besó de nuevo, al menos una vez más antes de ponerse serio y trabajar.
—Aunque los más afortunados son Jacob y Rebeca. Así se llaman mis tributos. No van a entender qué hicieron para que alguien quiera invertir en ellos, así que me dejaré el mérito—repondió finalmente.
Era broma. Sabía que no había hecho absolutamente nada para merecer aquello, pero Flavius era bueno y generoso, y quería ayudarlo, y Aaron no podía más que quererlo por eso.
Flavius era lo mejor que le había pasado en la vida. Tal vez era la compensación que le daba la vida por haber salido elegido en la Cosecha. Tal vez era demasiado bueno para ser verdad y se lo iban a quitar.
Por si acaso, debía mantenerlo todo lo cerca que pudiera. Así que se abrazó a él, tirando de nuevo los brazos a su cuello.
—¿Tenemos que hablar de ellos?—preguntó con un puchero. —Ya fuimos buenos y trabajamos todo el día, ¿no?
Le dedicó su sonrisa más inocente antes de intentar besarlo de nuevo.
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Flavius
Flavius no pudo evitar sonrojarse ante los besos de Aaron. Sabía que era una tontería, porque últimamente cada vez que se veían lo único que hacían era besarse y acariciarse. Ya estaba acostumbrado y sabía qué esperar, pero las caricias de Aaron y la forma en que lo miraba, se daba cuenta que él no era más que un niño inexperto. Por supuesto, no podía comentarle a Aaron cómo se sentía, porque sabía que ese era un tema sensible para él.
Después de todo, era consciente que Aaron sabía perfectamente cómo besarlo y tocarlo, porque había tenido que aprender de manera forzada. Flavius no pensaba tocar ese tema con él ni bajo tortura, aunque tampoco tenía con quién hablarlo. Con sus hermanas era imposible, ellas no mostrarían el mismo nivel de sensibilidad, le dirían que era un mocoso ingenuo. Y si lo hacía con Plutarch, de seguro que su amigo iba a juzgarlo duramente.
Plutarch, a diferencia de sus otros compañeros de la Academia, sí era más consciente de cuál era el precio que tenían que pagar por todos los privilegios que tenían. Sin embargo, precisamente porque Plutarch era consciente de tantas cosas, no tenía problema en darle consejos que a veces Flavius no quería oír.
"No puedes engancharte tanto con él, Flavius. No es buena idea, eso puede acabar muy mal".
—Jacob y Rebecca… —dijo Flavius en voz alta, tratando de espantar los consejos de Plutarch—. Lo recordaré. ¡Se supone que vine a hablar sobre ellos, Aaron!
Flavius intentó alejarse, pero sintió los labios de Aaron sobre su cuello y acabó soltando una risita nerviosa. No pudo resistirse, abrazó a Aaron con firmeza, mientras cerraba los ojos y se entregaba a su cercanía.
—Yo no he trabajado en nada todavía, en cambio sé que tú has tenido que estar muy ocupado desde la Cosecha… —dijo Flavius, separándose lo suficiente para tomar a Aaron del rostro. Le acarició la mejilla y le regaló la mejor de sus sonrisas—. No tengo problemas en que conversemos sobre tus tributos acurrucados en el sofá.
O también en la cama, pero Flavius jamás se atrevería a hacer semejante insinuación.
Después de todo, era consciente que Aaron sabía perfectamente cómo besarlo y tocarlo, porque había tenido que aprender de manera forzada. Flavius no pensaba tocar ese tema con él ni bajo tortura, aunque tampoco tenía con quién hablarlo. Con sus hermanas era imposible, ellas no mostrarían el mismo nivel de sensibilidad, le dirían que era un mocoso ingenuo. Y si lo hacía con Plutarch, de seguro que su amigo iba a juzgarlo duramente.
Plutarch, a diferencia de sus otros compañeros de la Academia, sí era más consciente de cuál era el precio que tenían que pagar por todos los privilegios que tenían. Sin embargo, precisamente porque Plutarch era consciente de tantas cosas, no tenía problema en darle consejos que a veces Flavius no quería oír.
"No puedes engancharte tanto con él, Flavius. No es buena idea, eso puede acabar muy mal".
—Jacob y Rebecca… —dijo Flavius en voz alta, tratando de espantar los consejos de Plutarch—. Lo recordaré. ¡Se supone que vine a hablar sobre ellos, Aaron!
Flavius intentó alejarse, pero sintió los labios de Aaron sobre su cuello y acabó soltando una risita nerviosa. No pudo resistirse, abrazó a Aaron con firmeza, mientras cerraba los ojos y se entregaba a su cercanía.
—Yo no he trabajado en nada todavía, en cambio sé que tú has tenido que estar muy ocupado desde la Cosecha… —dijo Flavius, separándose lo suficiente para tomar a Aaron del rostro. Le acarició la mejilla y le regaló la mejor de sus sonrisas—. No tengo problemas en que conversemos sobre tus tributos acurrucados en el sofá.
O también en la cama, pero Flavius jamás se atrevería a hacer semejante insinuación.
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Flavius
Acurrucados en el sofá.
Flavius realmente era lo más dulce del mundo. Hasta ahora no había forzado nada entre ellos dos, y aunque Aaron sospechaba que tenía curiosidad de más que besos y caricias, nunca había dicho nada. Y Aaron no estaba dispuesto a dar ni un paso en una dirección que Flavius no hubiera manifestado querer.
—Ven—dijo, mientras tiraba de él para acomodarse en el sofá.
Se acostó y le ayudó a acomodarse sobre su pecho.
—Como patrocinador no sé qué tanto trabajo debes hacer antes de que inicien los juegos —dijo, intentando concentrarse y responder a Flavius, quien quería ser serio y responsable—. Vas a tener que hacer diligentemente depósitos para comprar las cosas que necesitamos, pero no sabremos qué serán hasta que conozcamos la arena. Dudo que tengas información interna previa al respecto.
Estaba seguro de que los distritos de los profesionales sí debían tener alguna información previa. Pero Flavius era apenas un niño, no sería considerado un jugador muy serio a pesar de todo el dinero que pudiera aportar.
—Podríamos tratar de identificar fortalezas en Jacob y Rebeca como para que nos guien sobre qué armas o herramientas enviarles—añadió. —Pero lo más necesario al inicio será agua y medicinas, eso fijo tendrás que conseguir. Tal vez sea bueno ir consiguiendo algunas de las más comunes porque después aumentarán de precio.
No descartaba que ambos serían heridos. Dudaba realmente de que sobrevivieran para usar la medicina, pero eso tal vez le daría a Flavius algo qué hacer durante esos días.
También podía buscar otras personas que invirtieran en ellos, pero Aaron no tenía idea de si tendría realmente esas influencias.
Sonrió, una vez que sintió que había cumplido con hablar de trabajo, y se inclinó a besar el cuello de Flavius una vez más. Suficiente Juegos del hambre por hoy.
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