one and the same
One on one - Inspired - Otros: Mitología AU

Ya antes de tomar su primer aliento de vida, icor corriendo por sus venas, de la Luna y el Sol sus guardianes: Artemisa y Apolo. Vinieron al mundo de la mano, un alma, dos cuerpos, los mellizos dorados, hijos del Dios de dioses, Zeus, y la titánide Leto.

Siempre fueron uno y el mismo y, a la vez, tan diferentes. Apolo, la personificación del Sol y de la belleza, enemigo de los crímenes y de la oscuridad. Conduciendo el carro del sol por el firmamento, otorgando a mortales y dioses por igual la luz. Artemisa, la personificación de la Luna, la diosa de la caza y los animales, inseparable de su arco con el que ajusticiar a los que lo merecían, protectora de las mujeres...

Durante mucho tiempo se les veneró y a sus deberes sagrados se entregaron a cambio. Pero ni siquiera el poderoso Zeus pudo prevenir la inevitable caída del Olimpo, la religió que tanto los había venerado opacada por nuevos dioses. Sus templos fueron destruidos y sus nombres olvidados hasta no ser más que un recuerdo.

Pero ellos seguían vivos, olvidados, pero inmortales, el mundo seguía siendo suyo. Cada dios tomó diferente dirección, se alejaron de las tierras que les habían dado la espalda y descubrieron nuevos rincones del planeta y crearon nuevos cultos, siempre necesitados de adoración, cambió, todo cambio siglo a siglo milenio a milenio excepto una cosa, los mellizos permanecieron juntos, siempre.

This is the end
Apolo - Olimpo - con Artemisa y los demás
Apolo no era precisamente el dios más responsable y capaz de preocuparse de todo el panteón. Sin embargo, incluso él se había dado cuenta de que todo estaba cambiando. Su carro no obedecía como antes y aunque el sol brillaba sobre los hombres, el Olimpo no refulgía con la misma luz de antaño.
Como si una neblina cayera sobre ellos.

Los dioses, que siempre se habían pensado por encima de todo, se daban cuenta ahora, quizá demasiado tarde, de que necesitaban a los humanos para subsistir, al menos para mantener su nivel de vida. Y con ellos, todas las criaturas que habían nacido de su ser.
Por más que Apolo tratara de aplacarlas con su lira, las musas eran las primeras que no cesaban de cotorrear, preocupadas por ese destino que ni las Moiras habían sido capaces de pronosticar para ellos.

Zeus les había llamado a reunirse, todos presentes, del primero al último. Incluso Hades y Perséfone habían salido del Inframundo para estar presentes.
Apolo tomó su lugar al lado de su hermana. Preguntándose si ella, siempre más atenta y juiciosa, habría sido más consciente que él de lo que estaba sucediendo.

- ¿Saben algo tus amazonas de todo esto? -Preguntó a Artemisa, dado que eran mujeres vigilantes y alerta de los cambios en la naturaleza. Sus seguidores, en cambio, solían recordar poco de sus reuniones sociales.

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Artemisa - Olimpo - con Apolo y los demás
Cuando recibió la llamada de su padre, Artemisa sabía que algo malo se avecinaba. Sus perros lo habían notado, cada ser sintiente en el bosque se estaba preparando, se acercaban vientos de cambio. Incluso sus amazonas se habían visto alcanzadas por la preocupación. Las noticias que le traían hacía mucho que no eran propicias.

El Olimpo estaba agitado cuando llegó. Varios dioses habían tomado su puesto ya, incluso Dionisio se había tomado la molestia de acudir sobrio a la cita, aquel era el alcance de las malas noticias. La joven diosa tomó su lugar, notando que el sitio de su hermano estaba todavía vacío. Torció el gesto, aunque no tuvo que esperarlo mucho.

— Una nueva fe. —susurró ante la pregunta de su hermano. No quería que el resto de dioses la escucharan, no sabía a ciencia cierta todavía qué pretendía comunicar su padre. Pero necesitaba compartir sus preocupaciones con su hermano.— Avanza rápido extendiéndose por toda la tierra conocida. Mis amazonas me han informado de muchos enfrentamientos entre los nuestros y los seguidores de esa nueva fe. —había cierto desdeño en sus palabras, incapaz todavía de comprender aquella nueva fe que se alzaba con tanta fuerza con un solo dios.

— ¿Tú no has notado nada? Hay inquietud entre los humanos. —y eso se traducía en inquietud para los dioses. Al final, los dioses dependían de los humanos mucho más de lo que estos podrían pensar.

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Apolo - Olimpo - con Artemisa y los demás
El dios eternamente joven hizo una mueca desdeñosa al escuchar que la amenaza se resumía en esas tres palabras.
Una nueva fe.
No era algo a lo que no se hubieran enfrentado antes. Incluso había cultos a ellos mismos bajo otro nombre en diferentes lugares del mundo. Pero se mantenían, sin embargo, por encima de cualquier otra. Pueblos enteros les habían aceptado y desdeñado a sus antiguas y débiles deidades.
Si tan solo era esa la amenaza, no tenían nada que temer.
¿Verdad?

Además, los enfrentamientos entre mortales no eran nada nuevo.
El único problema sería que ahora sus partidarios resultaran más débiles que los portadores de esa nueva fe. Pero ¿acaso era posible?

- Bueno, Artemisa, los humanos con los que yo suelo reunirme no suelen preocuparse demasiado por esas cosas. Solo se esfuerzan por crear canciones y danzas con las que honrarme. Les queda poco tiempo para las preocupaciones mundanas. -Se encogió de hombros. Nunca había visto aquello como una desventaja.- Puede que deba prestar más atención a los arqueros durante un tiempo. -Aún cuando en otro tiempo resultaría más oportuno preocuparse por el Oráculo, si ni las moiras habían descifrado el futuro que les aguardaba poco mensaje podía enviar él a la población. Además de que después de aquella vez en que el oráculo había sido corrompido, los humanos habían dejado de prestarle verdadera atención.

Quizá cuando su padre apareciera pudieran por fin comprender lo que sucedía y prepararse para actuar en consecuencia y defender su posición si era necesario.

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Artemisa - Olimpo - con Apolo y los demás
No pudo evitar poner los ojos en blanco al escuchar la respuesta de su hermano. No le sorprendió, no obstante, su hermano era así de despreocupado, él prefería por mucho el arte a cualquier otra cosa. Las guerras, la muerte o el dolor solo le interesaban si estaban plasmados en un poema o un baile. A veces lo envidiaba.

— Deberías, sí. —lo regañó en el más puro papel de hermana.— Las amazonas están realmente preocupadas, esta nueva fe es fuerte. Sus creyentes luchan por imponerla de una manera que no había visto nunca. No buscan expandir su territorio, tampoco oro u otros tesoros… sólo lo hacen por su fe. —y aquello era peligroso. Por ellos no se habían desatado guerras, siempre se trataba de cuestiones humanas en las que ellos se inmiscuían si les apetecía. Pero ninguno de sus seguidores había iniciado una guerra simplemente para promulgar su culto, siempre había algo más.

Ella también estaba preocupada, terriblemente preocupada. Pero no iba a decirlo en voz alta, la fuerte Artemisa no tenía miedo. No obstante, mientras su padre hacía acto de aparición y el murmulló de los cuchicheos de los otros dioses se apagaba, buscó a tientas la mano de su hermano. Necesitaba su contacto, su calidez, recordar que estaba allí, que siempre estaría allí, su otra mitad.

— Bienvenidos, hijos míos. —la voz de Zeus se alzó, potente y seca, llegó hasta cada lugar de la sala.—Algunos imaginaréis y aporque os he convocado hoy aquí a todos, incluso aquellos que no formáis parte de los doce. —una significativa mirada a Hades creó cierta tensión en la sala.— Estamos en peligro, me temo, una nueva fe está intentando acabar nuestro culto. —  fue directo, Zeus siempre lo era. Los dioses se sumieron en un sepulcral silencio durante unos instantes y, de pronto, todas als voces parecieron alzarse a la vez algunas quejas, algunas amenazas, muchas preguntas…

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Apolo - Olimpo - con Artemisa y los demás
Artemisa siempre había sido seria, mucho más seria que él. Incapaz de divertirse de la forma en que el dios dorado lo hacía. Así que sus regañinas o miradas desaprobatorias no eran una novedad.
Pero en aquel momento, sí que consiguió que no esgrimiera la sonrisa que acostumbraba a dedicarle en aquellas ocasiones.
Porque podía ver la preocupación surcar su mirada, la sentía como si se la estuviera trasmitiendo a través de la sangre que compartían.

- Por su fe. -Repitió en un murmullo. Con el tono tétrico de quien es incapaz de creer que hubiera humanos capaces de hacer algo movidos solo por sus creencias. Siempre había algo, siempre buscaban algo... Quizá esa nueva fe les había prometido la inmortalidad o alguna cosa como esas. No podía pensar que no sacaran nada a cambio de su conquista.

Pero mientras cavilaba con aquellas historias, llegó su padre. Sintió la mano de Artemisa en la suya y la apretó, demostrando que estaban juntos. Como siempre lo habían estado, desde que llegaron al mundo.

Zeus no se detuvo en explicaciones vacías, fue directo al hablar de lo que ocurría.
Apolo esperó. Sabía quiénes serían los primeros en hablar y no se equivocó. Poseidón amenazó con ahogarles a todos, hundir sus naves y mandarles olas más imponentes que la que envió para engullir Atenas. Ares, con el respaldo de Atenea poco después, habló de que sus ejércitos unidos podrían imponerse sobre los viles invasores que se atrevían a desafiarlos. Apolo ofreció entonces a sus arqueros.
Si todos unían sus fuerzas, no habría posibilidad de perder la batalla.
Mas su padre, con un gesto les hizo callar. Fue quizá la primera vez que el joven dios vio la preocupación real en el rostro de su padre.

- Nada servirá. -Decretó.- Las Moiras han hablado. -Nadie se atrevió a pronunciar palabra, atentos a lo que el Destino les deparaba.- Si nos enfrentamos a ellos, nuestra caída será mayor. Seremos destruidos y desapareceremos por siempre.

- ¿Queréis que nos rindamos sin luchar? -Preguntó Ares, ganándose una mirada furiosa.

- No. Viviremos. Nuestra inmortalidad no será dañada si dejamos el Olimpo ahora. Nos mezclaremos con los humanos y cuando llegue el momento preciso resurgiremos sobre esta nueva fe.

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Artemisa - Olimpo - con Apolo y los demás
Muchas, y algunas disparatadas, fueron las soluciones que se arrojaron. Pero ninguna pareció contentar al Dios de Dioses que los hizo callar a todos y a cada uno. Su gesto fue solemne, enfatizando el poder que tenía por sobre el resto. Sus palabras representaron un principio y un final, nadie se atrevió a decir nada a continuación, el silencio asentándose pesado y denso entre todos ellos.

Artemisa dio un ligero apretón a la mano de su hermano en busca de consuelo o intentando darlo, con los mellizos nunca se podía estar seguro, tal vez era un poco de ambos.

— Entonces… ¿eso es todo? —Atenea rompió el silencio, se podía detectar un derrotismo en su voz impropio de la diosa pero que iba acorde con los ánimos del resto de los presentes.— ¿Simplemente nos retiramos en silencio?

— No lo creas una derrota, hija mía. —respondió Zeus.— Solo nos retiramos esperando el momento adecuado para volver a resurgir. Tú, Atenea, deberías saberlo mejor que nadie, a veces es mejor replegarse y pensar una nueva estrategia. No hay nada de indigno en ello. —pero a juzgar por el gruñido de Ares había quien creía todo lo contrario.— Espero, hijos y hermanos míos, que volvamos a encontrarnos. —y, con eso, dio media vuelta y se marchó, Hera pisándole los talones a la par que se arremangaba las faldas, exigiendo una explicación más detallada.

En cuanto Zeus abandonó la sala de asamblea las voces volvieron a alzarse, dioses menores incluídos. Artemisa, pero, no dijo nada, se retiró en silencio, tirando de la mano de su hermano, marchó de la sala de asambleas y se internó en los jardines privados de Hera. Estaba prohibida la entrada a excepción de contar con una invitación de su dueña, pero eso nunca los había detenido. Se internó entre los cipreses y los olmos, plantas y flores de todo tipo de colores, siempre tirando de su hermano, hasta detenerse en un claro coronado por una pequeña fuente en su centro una escultura de Hera.

— ¿Qué vamos a hacer? —preguntó de pronto sin medias tintas, se parecía en algo a su padre. Artemisa no sabía qué hacer a continuación, pero sí que sabía algo, hiciera lo que hiciera, sería junto a su hermano.

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Apolo - Olimpo - con Artemisa y los demás
Zeus estaba siendo claro.
Solo tenían una salida. El Destino de su mundo estaba sellado y su única opción era apartarse y esperar que algún día los planetas y las estrellas se alineasen a la perfección para que pudieran regresar a su hogar y a todo su poder.
Porque no lo había dicho, pero todos eran conscientes de que sin la fe de los humanos y alejados del Olimpo no iban a poder vivir como lo habían hecho siempre.

Tampoco su padre parecía querer hablar mucho sobre el tema. O escucharlos.
En cuanto dio su mensaje se marchó de allí. Hera, como de costumbre, fue la única dispuesta a enfrentar su furia siguiéndolo para obtener más información. Pensaría que querría proteger a sus hijos, pero siendo ella, seguramente solo pensaba en sí misma.

No es que Apolo fuera el más reflexivo de los dioses, pero guardó silencio y trató de escuchar las conversaciones que les rodeaban, los planes del resto. Muchos seguían furiosos y deseaban arrasar con todo antes de permitir que esa nueva fe ganase algo con su conquista.
Pero no llegaban a una conclusión y él no la escuchó, porque Artemisa tiró de él y no le costó nada conseguir que la siguiera.

Los jardines de Hera, donde más de una vez se habían ocultado, donde habían jugado y crecido con o sin permiso de su dueña. No dijeron nada hasta que llegaron a un lugar seguro.
Miró a su hermana cuando le preguntó aquello y apenas se encogió de hombros.

- Marcharnos. -Respondió en una sola palabra.- Padre ha dicho que nuestro Destino es claro. Si desobedecemos y nos quedamos desapareceremos. Retirarnos es lo único que podemos hacer para sobrevivir. -Se acercó a ella y apretó su mano.- La costa es extensa, iremos a algún lugar donde el sol y la luna sigan bendiciendo la tierra. Una isla quizá, como la de nuestro nacimiento. -Un refugio, donde pudieran estar juntos, a salvo. Era importante que Artemisa estuviera a salvo.- Poseidón puede ahogarles. Yo puedo desatar una plaga y hacer que sus ojos no vuelvan a abrirse. Pero no sé cómo de efectivo puede ser para quienes creen con tanto fervor en un dios que les mueve de esa forma. -Un dios desconocido, al que ni siquiera podían enfrentarse cara a cara.

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Artemisa - Olimpo - con Apolo y los demás
”Marcharnos”

La simple palabra pareció reverberar con su propio peso al ser pronunciada por su hermano. Artemisa lo miró con expresión indescifrable, imposible saber si estaba de acuerdo o no con sus argumentos. Aparentemente aquella era la única posibilidad, pero tal y como lo había hecho sonar su padre, después de todo lo que había escuchado de las amazonas y de las ninfas, ¿era posible encontrar un lugar lejos de aquella nueva fe?

— Podríamos… —se aventuró, despacio, tras sentir el ligero apretón de su hermano.— Podríamos volver a Delos, con madre. —sugirió.— Sería fácil de defender. —la minúscula isla que los vio nacer, el hogar de su madre, donde un imponente santuario a su hermano se alzaba. En Delos tenían que quererlos todavía, ¿verdad?

— La población te quiere, construyeron un santuario en tu honor, agasajan a madre con ofrendas y al ser más bien reducida no sería difícil de controlar… —podrían evitar que esa nueva fe arribara a sus costas. Tal y como había dicho su hermano, se defenderían, desataría plagas y los hundirán bajo un mar de flechas que oscurecerían el sol.

— Tal vez pasen años antes de que esa nueva fe suene siquiera en las costas de Delos. —¿pero cuántos años? ¿Cien? Doscientos? ¿Mil? El tiempo era relativo cuando se era un dios, la vida de un humano era un suspiro en sus labios.— Tal vez el mundo la olvide en unos 200 años, no sería la primera vez. —los humanos no eran constantes. Necesitaban que se sus pasiones fueran guiadas, tal vez aquella fe desaparecería con la misma rapidez con la que se había alzado.

O tal vez no.

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Apolo - Olimpo - con Artemisa y los demás
Apolo no tenía claro hacia dónde deberían ir ahora. Pero una cosa tenía por cierta y era que no se separaría de su hermana. Artemisa podía cuidarse sola, pero su padre había dicho que estaban destinados a desaparecer y eso era algo que estaba dispuesto a evitar de cualquier forma posible.

La idea de ir a Delos se le había ocurrido, pero no estaba convencido.- No sé si es el mejor lugar para establecernos. -Expuso.- Sí, el templo se encuentra allí. Un gran y enorme faro de culto. Que podría ser lo primero que atacasen los nuevos creyentes. -Por supuesto, Delfos caería primero, el oráculo era lazo de unión con los dioses. Pero si fuera él quien tratase de imponer su creencia por encima de otras no tardaría en destruir los templos y lugares más sagrados. Solo para minar el poder de los dioses.

- Pero podríamos ir allí en primer lugar. Con madre, para avisarla también de esto. -Podrían intentar algo contra ella también, no lo sabía.- Y desde allí buscar otro lugar, más discreto, al que poder replegarnos. -No creía que tuvieran años para ello, pero sí un tiempo prudente en el que poder moverse con cierta libertad.

El optimismo de Artemisa casi sonaba propio de él, lo que le hizo sonreír de lado.- En toda nuestra vida han aparecido otros cultos que desaparecieron. Pero ninguno de ellos vino acompañado de una profecía como esta. Ninguno consiguió hacer que padre hablase de ese modo. -Eso era quizá lo que había hecho que Apolo decidiera que no podían quedarse, la actitud de Zeus.

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Artemisa - Olimpo - con Apolo y los demás
Miró a su hermano con fijeza, con el ceño ligeramente fruncido y una pequeña mueca en los labios. No le gustaba lo que decía, Apolo era el positivo de los dos, el despreocupado. Si su hermano no podía hacer alguna broma de la situación significaba que, ciertamente, era algo muy serio.

— Tendré que decírselo a mis ninfas. —algunas se sentirían felices de librarse de la servidumbre, pero las más jóvenes probablemente serían más reticentes. No obstante, no podía llevárselas con ella, pese a haber prometido que las protegería a cambio de su lealtad, tendría que fallarles.

— Pero si nos vamos, si no hacemos de Delos nuestro fuerte, tal vez madre no pueda venir con nosotros.—al fin y al cabo Hera se había ocupado de que nadie acogiera a su madre y solo en Delos, la que fue la antigua Ortigia, su hermana, le dio cobijo. La aterraba la idea de dejar a su madre atrás, siempre la había protegido, tanto ella como su hermano, ¿pero cómo protegerla de aquello?

— Puede que ya no podamos volver a ser nosotros. Si esta nueva fe lo infecta todo tendremos que vivir como humanos, escondidos a sus ojos. —y el solo pensamiento le hizo odiarlo. Artemisa que amaba la libertad sería reprimida en una forma pequeña y constrictiva.— ¿Crees que podremos vivir así? ¿Hallar algo de felicidad?

Se acercó a su hermano y tomó de nuevo su mano, necesitando el contacto, necesitando sentir su calor y su presencia lo más cerca posible. Si estaba con él, sintió que podía, tal vez, lograrlo.

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Apolo - Olimpo - con Artemisa y los demás
Una punzada de culpa aguijonó el pecho de Apolo al escuchar a su hermana. Ella deseaba avisar a sus ninfas, mientras que él no había pensado en sus poetas, médicos o arqueros. Sabía que los últimos lucharían, que los primeros quizá siguieran escribiendo sobre él aún a riesgo de su vida. Pero no temía por los segundos, los médicos sobrevivirían, no existiría jamás un mundo donde no fueran necesarios.

Apartó la mirada al pensar en su madre, pues cierto era que no era fácil para ella salir de Delfos.- El poder de Hera también se verá resentido. Y el mundo es más grande de lo que a ella le gustaría. -Espetó, tratando de pensar en una salida, en un modo en que sí pudieran poner a salvo a su madre, ocultarla para que esos militantes de la nueva religión no pudieran hacerle nada.

Pero tampoco ellos estarían libres, tampoco podrían usar su poder como les gustaría. Tal y como Artemisa apuntaba, quizá tuvieran que vivir como meros humanos. Apretó su mano cuando sus dedos se encontraron y se colocó frente a su hermana, tomando su rostro para mostrarle una leve sonrisa.- Yo paso mucho tiempo entre humanos, no es tan terrible como parece. -Trató de hacerla sonreír, pero no era su único recurso.- Además, somos dioses, querida hermana, la inmortalidad estará de nuestro lado. Veremos caer esta nueva religión y encontraremos la forma de recuperar nuestro dominio. -Al menos en eso podían creer. Tenían todo el tiempo del mundo de su parte. ¿Qué eran unos cuantos años, quizá cientos de ellos, comparados con el infinito?- Y estaremos juntos, eso puedo prometértelo.

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Artemisa - Olimpo - con Apolo y los demás
Sus labios intentaron el amago de una sonrisa para acompañar a la de su hermano, pero no fue capaz. El peso del futuro que les esperaba era demasiado, asfixiante e inevitable, se cernía sobre ellos como la hoja de un verdugo. No obstante, su hermano tenía razón, sucediera lo que sucediera, estarían juntos y, al final, eso era todo lo que importaba. Habían llegado juntos al mundo y, bien sabía, que cuando llegara el momento de irse lo harían juntos también. Ella nunca estaría sola.

— Tenemos que empezar con los preparativos cuanto antes. —no sabía lo que harían los otros, ya no era importante tampoco. Pese a ser una familia lo cierto era que nunca se habían comportado como tal. Cada uno miraría por sus intereses así como tendrían que hacer ellos.

— Avisaré a mis ninfas, pon sobreaviso a tus fieles si lo crees necesario. Después partiremos hacia Delos para ver a madre y, allí, decidiremos cómo continuar. —se temía la respuesta de su madre, pero intentaría convencerla.

— Será mejor que nadie sepa lo que pretendemos, temo que Hera actúe en nuestra contra si se entera. Incluso en una situación como esta su rencor podría ponernos trabas. —el rencor de Hera y sus venganzas eran legendarias. Tal vez, de lo poco que sobreviviría de ellos una vez aquella nueva fe arrasara con su reino.

— Pongámonos en marcha. —pero todavía no se movió, si no que apoyó su frente contra la de su hermano y, durante un instante se quedó así, en silencio.— Nos veremos en Delos, hermano. —y, después, por fin se marchó.

Le Palais du Soleil
Apolo - Versailles - con Artemisa
A lo largo de siglos y milenios de humanidad, Apolo había sido testigo de grandes civilizaciones y magníficas construcciones, pero ninguna de ellas podía igualarse al espectacular palacio de Versailles. No podía negar que había influido sutilmente en quienes lo idearon y todos eran conscientes de que aquel palacio lleno de espejos y oro estaba dedicado al resplandeciente sol que iluminaba y daba vida a sus espléndidos jardines.
Y su corte era tan espléndida como el lugar en el que habitaban. Un lugar donde la belleza, la música, las artes y las delicias lo inundaban todo.

Tras muchos siglos, Apolo se sentía como si estuviera en Delfos de nuevo. Venerado a través de aquella opulencia a pesar de que los vicarios de aquel dios persistente siguieran por allí, rindiéndose a los placeres que solo sus seguidores conocían.

Una nueva fiesta se preparaba para agasajar a la Reina, una fiesta de máscaras. El salón se iba llenando de decoraciones ostentosas y llamativas de otros lugares del mundo y Apolo las contemplaba con el enorme placer de la anticipación de lo que aquella noche les traería.
Al menos así era, hasta que estando cerca de las ventanas percibió una sombra en los jardines. Una sombra que reconocería en cualquier lugar del universo, pasara el tiempo que pasara.

Le Palais du Soleil
Artemisa - Versailles - Noche
La sombra en los jardines avanzó despacio, no tenía prisa ni, mucho menos, miedo a ser descubierta. Se detuvo frente al estanque central, de sus aguas nocturnas emergía su gran escultura en dorado tirando de su carro y acompañado de tritones y ballenas. Alzo entones la vista y contempló el imponente palacio, preguntándose si su hermano sería feliz allí.

Era una noche de celebración y opulencia en el palacio del rey sol, aunque, según se decía, en Versalles siempre lo eran. Tras los enormes ventanales pudo contemplar las siluetas de los invitados conversando con alegría, bailando y comiendo. Entre todos ellos, por supuesto, fue capaz de reconocer la figura de su hermano. Durante un momento que pareció prolongarse en el tiempo se miraron desde la lejanía hasta que Artemisa apartó la mirada, se sentó en el borde de la fuente y esperó.

Apolo entendería y, sobre todo, acudiría pese a que llevaran tiempo sin verse, unos cien años, tal vez más. Para los humanos habría significado una eternidad, pero para dos dioses como ellos era quizás demasiado poco. Había discutido, no era infrecuente entre los mellizos discutir, pero aquella vez había sido diferente. Quizás habían estado juntos demasiado tiempo tras la caída de su panteón. Para Artemisa la vida había dejado de tener un sentido claro sin la necesidad del cumplimiento de sus funciones y los humanos nunca le habían resultado tan atrayentes como a su hermano. Ella no estaba tan ávida pro descubrir mundo, por conocer cosas nuevas o lugares distintos. El distanciamiento había sido inevitable. Se querían, sí, pero también querían cosas distintas.

— Diría que siento presentarme sin avisar. —pareció que hablaba sola, pero bien sabía que él ya estaba allí.— Pero mentiría querido hermano.

Le Palais du Soleil
Apolo - Versailles - con Artemisa
Podía ser aquella la primera vez en que los cortesanos de Versalles se habían acercado a Apolo sin obtener ningún tipo de respuesta. No era extraño verle siempre rodeado por ellos, recibiendo sus atenciones, disfrutando de su compañía durante la fiesta y de los placeres de la carne tras esta.
Pero después de que su mirada se cruzara con la de Artemisa. Después de verla esperarle en la fuente. No podía hacer otra cosa más que acudir a ella.

Artemisa había tirado de su mano durante su nacimiento. Y siempre había sido así a pesar de las discusiones habituales entre hermanos. Pero aquella última vez, pensó que le había soltado para siempre. Ella no aprobaba la forma en que él trataba con los humanos, su acercamiento a ellos, cómo disfrutaba de ellos.
Le dolía pensar que viera aquel palacio que él tanto adoraba como una monstruosidad.

Llegó a los jardines y sus labios se curvaron en una sonrisa al escucharla. Empezaba con una broma, lo que podía significar que estaba de buen humor. Eso le tranquilizó.- No se me ocurriría pedirte una disculpa. -Respondió él de vuelta. Ni por no avisar, ni por cualquier otra cosa. No era necesario. Había regresado- Ha pasado mucho tiempo. -Se sentó a su lado.- Pero me gusta verte de nuevo. -sonrió de esa forma en que decía mucho más que sus palabras.- ¿Encontraste lo que buscabas?

Le Palais du Soleil
Artemisa - Versailles - Noche
Cuando su hermano salió de las sombras la luz plateada de la luna lo iluminó igual de hermoso que la última vez que se vieron. Su hermano era oro y luz de sol, era calidez y devoción. Artemisa siempre había entendido por qué los humanos lo idolatraban tan profundamente. ¿Cómo no hacerlo? Bastaba una mirada para ser seducido, para desear bañarse en su luz. Todo el mundo quería un trozo de Apolo para sí y a él nunca le había molestado darlos. Ese era su problema.

Apolo no dijo que la hubiera echado de menos. Pero Artemisa conocía su lenguaje, sabía lo que querían decir sus palabras veladas. Lo miró durante un instante, las palabras precipitándose en su lengua, pero muriendo en sus labios. Podría haber dicho muchas cosas, cosas que llevaba siglos guardando desde su ultimo desencuentro. Pero sintió vergüenza.

— Me temo que sigo buscando. —respondió al final con una evasiva, desviando la mirada hacia la fuente.— Escuché que ayudaste a construir esto. —Para Apolo siempre había sido fácil inspirar sentimientos y deseos en los corazones humanos.— Dicen que es la residencia del llamado Rey Sol, los humanos no saben cuánto de cierto es eso, ¿verdad? —pues algún rey humano podía creer que el palacio era suyo, pero bien podía verse quién era su auténtico dueño, a quién estaba consagrado.

— ¿Te diviertes estando aquí? Hace tiempo que no cambias de lugar. —y con aquel comentario le dejó entre ver que le había seguido de cerca la pista durante su tiempo separados.— Yo ni me imagino pasando tanto tiempo en un lugar así. Es tan… artificial. —se encogió de hombros. No buscaba insultarlo, pero aquel era uno más de sus problemas. Ella nunca sería feliz viviendo alejada de la naturaleza, la naturaleza real.— Pero reconozco que han hecho un buen trabajo con la estatua, realmente se te parece.—hizo un movimiento con la cabeza hacia la fuente donde la estatua descansaba, majestuosa.

Le Palais du Soleil
Apolo - Versailles - con Artemisa
No dijo nada ante la respuesta de su hermana. Habían pasado años y todavía no había encontrado su lugar en aquel mundo inmenso. Tampoco le extrañaba que fuera difícil, Artemisa buscaba un ideal que ya no existía. Si acaso en lo más recóndito de ese mundo, donde los mortales no hubieran llegado. Parecía imposible.

Elevó la vista hacia la fachada del gran palacio con una sonrisa satisfecha mientras ella le preguntaba si había ayudado a construirlo y mencionaba lo del Rey Sol.- Ah, eso... fue idea mía también. -Bromeó. Ese rey humano resultaba una divertida en las fiestas.- Pero el actual es su nieto... un poco menos esplendoroso me temo. -Aunque también era simpático.- Pero sé lo que quieres decir y... no, no tienen ni idea. -A pesar de su gusto por los excesos, no era descuidado con su habilidad y la ocultaba bastante bien.

Razón por la cuál, como ella señalaba, llevaba bastante tiempo en aquella Francia inclinada al exceso. Artificial, como decía ella. Como lo era él, entendió, aunque no se lo dijera directamente.- También tiene unos jardines enormes y cuidados. Y está rodeado de bosques para la caza. -También inspiró el lugar donde se asentaría aquel palacio y no lo hizo sin pensar en su hermana, precisamente. Sabía que no era nada parecido a los bosques que habían habitado antaño, pero era lo que podía ofrecerle.

Se rió ante el comentario de la estatua. Era fácil reírse y hacer como si nada malo sucediera alrededor. Se le daba bien fingir.- Posé unos cuantos días para que capturasen mi divino atractivo. -Mencionó divertido.

Pero ya era suficiente de hablar de sí mismo y sentir que Artemisa iba a juzgar en su balanza de valores todo lo que había hecho o dicho.- ¿Dónde has estado? Imagino que has viajado a todo tipo de lugares.

Le Palais du Soleil
Artemisa - Versailles - Noche
Era inevitable que su hermano acabase preguntando. Tal vez el propio Apolo ya supiese la respuesta, quizás también le había seguido la pisa como había hecho ella con él, quizá no. Eran mellizos, pero no se parecían apenas. La mayor parte del tiempo eran tan contrarios como los astros a los que representaban.

— He viajado durante largo tiempo. —confesó, con la mirada todavía clavada en la dorada estatua.— No he parado de viajar, a decir verdad. He conocido tierras más allá de los dominios de Poseidón, he conocido a sus inmortales, algunos son más jóvenes que nosotros.— había sido divertido, en ocasiones. Había sido capaz de encontrar lugares a los que la raza humana todavía no había llegado, pero nunca la habían llenado como esperaba. Nunca fueron se sintieron como el hogar.

— Pero siempre acababa volviendo a casa, a Madre. —apartó por fin la vista de la estatua y la dirigió a su hermano, durante un momento guardó silencio, sin dejar de mirarlo fijamente. Intentaba encontrar alguna diferencia con la última vez que lo vio, algo que lo identificara como un hermano diferente. Pero no halló nada, por supuesto, un inmortal sólo podía cambiar por dentro y, a veces, ni siquiera eso.

— La isla está deshabitada ahora. Los últimos fieles la abandonaron hace mucho tiempo ya.—hizo una pausa, no muy segura de cómo continuar.— Madre está sola. —agregó al final de manera simple y directa. Podría haber dicho más, pero mantuvo el silencio, esperando a ver cuál sería la reacción de su hermano.

Le Palais du Soleil
Apolo - Versailles - con Artemisa
Contempló el perfil de Artemisa en perfecto silencio. Nacidos de los mismos padres, eran muy diferentes en caracter, pero en belleza se podían comparar. Y ella era una de las mujeres más hermosas que jamás hubieran existido.
Se notaba la forma en que había disfrutado de sus viajes, a pesar de no haber encontrado ese lugar en el que establecerse y sentirse segura. Deseaba poder hacerle todas las preguntas que se le ocurrieran sobre esos espacios de los que hablaba, pero la dejó continuar.

Conocía a su hermana, sabía que si estaba allí era porque tenía algo que contarle.
Fue entonces cuando mencionó a su madre, la isla en la que habían nacido. Su primer hogar.

Imaginó aquel lugar olvidado por sus fieles, abandonado. Su madre resistiendo como le era posible, pero apagándose por la ausencia de ambos y la soledad. Tuvo la decencia de bajar la mirada al pensar en que él no había querido regresar.
Pero la volvió a alzar.- Madre debería salir de allí. -Siempre lo había pensado, desde que el Olimpo cayó.- Hera ya no tiene poder para perseguirla. Ni siquiera sabemos dónde está. -Al menos él no tenía idea, tampoco es que le interesara lo más mínimo.

- Podría venir aquí, le construiría un palacio, cerca de los bosques. Así tú y ella podríais... podríais estar conmigo. -Susurró aquellas últimas palabras, no queriendo que sonaran como una súplica. La idea de tenerlas cerca era demasiado hermosa... y las cosas hermosas eran frágiles e imposibles.

Le Palais du Soleil
Artemisa - Versailles - Noche
Escuchó las palabras de su hermano en completo silencio, sus ojos no se despegaron de su rostro. Había mucho anhelo en su expresión y Artemisa no pudo evitar pensar en lo fácil que sería todo si simplemente pudiera decir sí. Pero era demasiado orgullosa para eso.

— ¿Aquí? —lanzó una mirada condescendiente a los alrededores, dejando entrever claramente toda su desidia hacia el lugar. No era un mal lugar, era hermoso en su misma esencia, pero no era su hogar. Su madre estaba tan apegada a la isla que los vio nacer porque hizo de ella su hogar y el de sus hijos, el único lugar donde podían estar a salvo.

— Sabes bien que madre nunca aceptaría dejar su isla. —la testarudez la habían heredado claramente de ella.— Nunca dejara todo aquello que conoce por una tierra lejana y desconocida como esta. —cuando el Olimpo cayó lo mayoría de dioses se marcharon, la mayoría con la esperanza de encontrar otras tierras que los adorasen. Pero algunos, como su propia madre, prefirieron quedarse donde estaban, congelados en el tiempo, muriendo poco a poco.

— No quiero discutir, hermano. —no había ido hasta allí por eso, estaba cansada de discutir con él, dolida por su distancia.— Solo quiero pedirte que vayas a verla. Puede que sea tu última oportunidad para verla. —su madre estaba débil, tan débil que le costaba reconocerla. Artemisa nunca había visto morir a un inmortal, pero sabía que contrariamente a lo que su nombre indicaba no era imposible. Temía que ese fuera el caso de su madre.

Le Palais du Soleil
Apolo - Versailles - con Artemisa
¿Aquí?
Una sola palabra, tan corta y pequeña. Para Apolo fue como una estocada al corazón.
Podía sentir el desprecio de su hermana hacia lo que había creado. Sabía bien que para ella la opulencia de aquella corte, su brillo, su fachada y farsa, era despreciable. Aunque él se sintiera tan reflejado por ese mundo, ella no ocultaría su desdén solo por no herir sus sentimietnos, pese a que no fuera su verdadera intención hacerlo.
Por eso Apolo le había ofrecido los bosques que rodeaban esos palacios, la naturaleza que resplandecía en su belleza. Sabiendo que para ella eso valía más que todo el oro que los humanos pudieran ofrecerle. Pero no era suficiente.

Derrotado, bajó la mirada y siguió escuchándola.
Su madre era tan cabezota como ella, eso lo sabía, incapaz de abandonar un lugar que creía seguro, pero que se había convertido en una jaula, una prisión.

Alzó la vista, sin embargo, cuando Artemisa pronunció esas palabras. Cuando dijo que aquella podría ser su última oportunidad de verla. Jamás había creído posible que su madre, quien había traído al mundo a dos dioses, pudiera llegar a perecer. Mas sabía en su fuero interno que Artemisa no diría algo así a la ligera... que no habría abandonado su orgullo e ido a verle si no fuera porque la situación era realmente grave.

Apolo se levantó y alzó la vista hacia la luna de su hermana cerrando los ojos y respirando con profundidad.- Iré. -Concluyó, no había otra respuesta posible y lo sabía.- Iré y la sanaré. Y la convenceré para que se una a mí en este mundo. En este lugar o cualquier otro. -Él era el dios de la medicina, él y nadie más podría ayudar a su madre. Y también era lo bastante cabezota como para no rendirse e intentar con todas sus fuerzas conseguir que su madre encontrara un lugar mejor en ese mundo que le había dado la espalda a la mayoría de ellos. Pero donde él se sentía acogido y querido.

Le Palais du Soleil
Artemisa - Versailles - Noche
Muy a su pesar una pequeña llama de esperanza se encendió en su corazón ante las palabras de su hermano. La posibilidad de sanar a su madre era una posibilidad ínfima, un sueño casi imposible. Pero los dioses siempre se habían jactado de poder hacer posible lo imposible y su hermano el primero de todos. Cuando Apolo deseaba algo ponía todo su empeño en conseguirlo, por más tiempo y esfuerzo que le costase. Tal vez, si había una posibilidad de salvar a su madre, él pudiese encontrarla.

Antaño, Artemisa había creído que su hermano era capaz de hacer cualquier cosa. Pero el tiempo había jugado en contra de sus recuerdos. La diosa había visto demasiada desdicha, demasiadas pérdidas como para dar rienda suelta a la esperanza con tanta facilidad. Así que, igual que hizo pandora con su caja, Artemisa cerró su corazón.

— Bien. —asintió, echándole una nueva mirada de arriba abajo a su hermano. No había cambiado demasiado de cómo lo recordaba. La entristeció pensar que su encuentro tras tanto tiempo había sido para unas noticias tan aciagas, pese a todo era su hermano y siempre lo querría.

— Te estaremos esperando en Delos. —desvió la mirada hacia el palacio, era casi como otro mundo, otra realidad que simplemente brillaba frente a sus ojos.— Haz los preparativos que tengas que hacer antes de marcharte pero no tardes… Por favor. —sus últimas palabras se convirtieron en un susurro y desvió la mirada al suelo, avergonzada pro haberlas dejado escapar.—Te dejaré pues para que hagas lo que tengas que hacer.

Le Palais du Soleil
Apolo - Versailles - con Artemisa
Apolo, que se había sentido tan esperanzado y preparado para hacer lo que fuera para salvar a su madre, que podía desafiar a las mismas furias si se lo proponía. Bajó los hombros en cuanto su hermana se desvaneció en un haz de luz de luna.
Verla le había dado la esperanza de la reunión, de volver a ser uno en ese mundo que ahora volvía a estar a sus pies. Pero Artemisa se había asegurado de demostrar que ella no deseaba eso. Ella no quería su mundo, ni nada de aquello. Todavía no parecía haberse dado cuenta de que el mundo que ella buscaba ya no existía. Su hogar ya no existía.
Solo podían encontrar pobres sustitutos del mismo y para él, que disfrutaba junto a los humanos de su arte y opulencia, era mucho más sencillo encontrarlos.

Tardó un rato en regresar al castillo, a sus fiestas alegres que serían la envidia de Dionisio, donde cualquiera podía olvidarse del resto del mundo. Apolo las había adorado, las había propiciado y se podía decir que incluso las había creado. No era consciente del peligro que para los humanos iba a suponer aquel derroche.

Se dirigió a Luis, el rey que le amaba como a un hermano, y le habló de su marcha. Nunca había mencionado a su familia y no lo haría entonces, así que solo dijo que iba a cazar a un artista del que le habían hablado para llevar nuevas obras al palacio. A la reina adorada le encantó aquella idea y le regaló uno de sus guantes para que le diera suerte.
Hasta que dejó el palacio no lo sintió, la sensación de que no volvería allí.

The death of a star
Artemisa - Delos - Tarde
El paisaje montañoso de Delos siempre resultaba una vista reconfortante para Artemisa. No obstante, era también doloroso. Quedaba muy poco ya de los magníficos templos que una vez se alzaron orgullosos para honrar a los dioses o del maravilloso puerto, el más importante del Mediterraneo. Las casas y los mosaicos que reflejaban el antiguo resplandor de la isla iban perdiendo su belleza con el paso del tiempo y sus inclemencias. Una estatua dedicada a su hermano yacía decapitada en mitad del suelo sin que nadie se preocupase por su destino. Artemisa se arrodillo y acarició la fría piedra de mármol que intentaba retratar las facciones divinas de su mellizo sin éxito. Una sonrisa triste curvó sus labios.

— Mi señora… —la vocecilla miedosa de una ninfa captó su atención. Apartó los ojos de la estatua, depositándolas en la pequeña mujer de cabellos grises.—… Siento interrumpir, pero vuestra madre pregunta por vos. —la diosa asintió y la ninfa se desvaneció con una ráfaga de aire.

Había querido esperar a Apolo, reacia a enfrentarse a la vista de su enferma madre sola. Pero no sabía cuándo más iba a tener que esperar por su hermano y, mientras tanto, su madre estaba sufriendo, deseando ver a sus hijos. Dejó ir un suspiró y se dispuso a emprender camino, su hermano tendría que alcanzarla más tarde.

Su mirada se posó en la cima más alta de la montaña, allí donde ningún humano había puesto nunca el pie y, también, donde su madre tenía su modesta morada, donde habían crecido los mellizos y habían aprendido a amarse y odiarse.