Aquella guerra solo podía tener un final y la muerte de su padre había dejado claro cuál sería para ella. Pero eso no significaba que fuera a renunciar al orgullo y furia de los Durrandon sin oponer resistencia.
En cuanto la noticia llegó, no tuvo oportunidad de llorar la gran pérdida que suponía para ella y las Tierras de Tormentas. Sus órdenes fueron claras, cerrarían las puertas y resistirían en la fortaleza que sus antepasados habían construido.

Se vistió de negro y con una coraza que esperaba consiguiera imponer el respeto y la fuerza que iban a necesitar. Pequeños detalles en el dorado de su escudo la decoraban. Fue con este atuendo con el que salió a las murallas cuando anunciaron que la reina Rhaenys deseaba ser recibida. No abrió las puertas, no permitiría que ninguno de ellos entrase allí.
El dragón también la acompañaba y el olor a muerte que desprendía llegó hasta ella a través del agitado viento que les acompañaba, llenando sus fosas, anunciando lo que vendría si no admitía la rendición.

Apoyó las manos con firmeza en la fría piedra y sintió el empuje que necesitaba.- Bastión de Tormentas no se rendirá. Su reina y sus hombres están dispuestos a morir por defenderlo. -Anunció, con la cabeza alta y la fría mirada enfrentándose a la de aquella mujer guerrera que se encontraba a sus puertas, amenazando con hacer de su hogar un nuevo Harrenhall.- Podéis intentar tomar nuestro hogar, pero si lo hacéis solo encontraréis huesos, sangre y cenizas. -Si ese tenía que ser su destino, lo aceptaría con honor.

Se dio la vuelta, poco dispuesta a escuchar amenazas o cualquier otra palabra proveniente de los Targaryen. Sus consejeros, que no habían estado junto a su padre en la batalla que se lo llevó hablaron con la prudencia que ella no poseía y el temor que les agitaba, tratando de llegar a una negociación.- Durran levantó Bastión de Tormentas siete veces enfrentando a los dioses del océano y los vientos, ¿acaso nosotros no podríamos levantarlo una octava enfrentándonos solo a los dragones? -Preguntó ella, convencida de que su argumento conseguiría animar a los suyos. Habían sido capaces de enfrentar a dioses, una criatura de fuego no era nada en comparación.

Pero no se enfrentaba solo a dragones, como descubriría aquella misma noche.
Cuando se retiró a su alcoba para intentar descansar, el caos en el pasillo la hizo levantarse del lecho solo para enfrentarse a un grupo de hombres que la golpearon y ataron tras arrebatarle la única prenda que quedaba sobre su cuerpo. La amordazaron para intentar acallar los gritos con los que acusaba de su traición. Los propios consejeros y amigos de su padre habían decidido que el camino de la deslealtad y el deshonor les seria más propicio.

Argella - Bastión de Tormentas - con Rhaenys

A pesar de los golpes y humillación, su mirada no se había amedrentado y estaba clavada en la espalda del hombre que caminaba delante del caballo en el que la habían subido para no tener que arrastrarla por el fango.
Ser Donnel había sido un amigo cercano a su padre, el hombre en quien había confiado al dejar Bastión de Tormentas para dirigirse a la batalla. Así pagaba la confianza de su familia, con la más vil de las traiciones.

Sobre el caballo, el frío y la lluvia arreciaban sobre la piel desnuda, cubierta únicamente por la larga melena de Argella. Piel que se amorataría poco a poco a medida que pasaran las horas. Las miradas de todos aquellos hombres también se clavaban en ella, se intentaban llevar su dignidad con ellas y sus palabras.
Era consciente de que solo la esperaban dos destinos posibles. La muerte o ser entregada a aquellos hombres que la despedazarían como los lobos.

La bajaron del caballo a la fuerza, ante la tienda del Baratheon. Habría preferido que la llevasen a la reina, pero supuso que los hombres preferían arreglárselas entre ellos. Y quizá a aquel hombre aún le quedase sed de sangre Durrandon.
- Traemos un regalo para tu señor. -Informó Ser Donnel al guardia que había a la puerta. Poco después fue arrojada al suelo de la misma con dureza, y ante ella calleron las llaves de su hogar envueltas con uno de los pendones de su casa.- Ser Orys, los nobles de Bastión de Tormentas rendimos la plaza ante vos entregándoos a la última de los Durrandon a cambio de acuerdos para la paz.

- Traidores, bastardos, felones... -Argella les insultó, pero la mordaza hizo que sus palabras no fueran comprensibles.

Argella - Bastión de Tormentas - con Rhaenys

Si buscaban con aquello la sumisión de Argella, no fue lo que obtuvieron, porque la muchacha una vez estuvo en el suelo empezó a forcejear, tratando de soltar o aflojar las cuerdas que la mantenían atada, sin importar el daño que se hacía en el proceso.

Alzó los ojos al escuchar la voz que se alzó sobre las demás y finalmente vio al Baratheon. El asesino de su padre y presumiblemente el suyo dentro de poco. Sus ojos se llenaron de una nueva furia, haciendo honor a las palabras de su casa.
No esperaba que aquel hombre decidiera cubrirla con una capa y se vio paralizada por la impresión que ese gesto causó. Desconfiando, pese a todo, porque no dejaba de ser su enemigo.
Por mucho que se disculpara eso es lo que era.

Pero dejó que aquellas manos la alzaran hasta que pudo mantenerse sobre sus pies, disculpándose en nombre de su rey, incluso. Pero aquella sorpresa es lo que hizo que no abriera la boca cuando le quitó la mordaza. No hasta que le escuchó increpar a los traidores a su casa.
La furia volvió a ella y apretó como pudo la tela de las ropas del hombre entre sus dedos.- Soy vuestra prisionera y haréis conmigo lo que os plazca. Pero dadme un puñal para que pueda recuperar con su sangre parte de la dignidad que han querido quitarme. -Estaba débil a causa de los golpes y el frío había aumentado con la lluvia, pero el fuego de la venganza alimentaba aquel deseo casi enloqueciéndola hasta el punto de pedir una gracia semejante al Baratheon.- Por mi honor que no lo alzaré contra vos. -Aseguró, un juramento que no daba lugar a dudas.

Argella - Bastión de Tormentas - con Rhaenys

En cuanto la negativa llegó a sus oídos, las manos de Argella soltaron las prendas del Baratheon, decepcionada por no poder librarse con sus propias manos de quienes la habían afrentado. Y aún peor fue su ánimo al escuchar lo demás.
- Vuestro rey Aegon es la causa de que mi padre haya muerto. -Espetó. Para ella, la palabra del rey dragón no era sinónimo de justicia, sino de muerte y la destrucción de todo lo conocido.

Después de eso, se mantuvo quieta, aferrando aquella capa contra sí, soportando la lluvia que le caía encima y escuchando, como si de un eco se tratase, que otros soldados se llevaban a aquellos hombres. Pero no los miró.
Al ver al hombre abrir la lona para invitarla a entrar, tragó saliva y se esforzó por intentar que sus pasos fueran firmes, a pesar de que los golpes recibidos habían provocado una ligera cojera.
No prestó mucha atención a lo que había a su alrededor, solo se limitó a acercarse al fuego, tratando de absorver todo su calor para reunir fuerzas.

Sus ojos claros se alzaron hacia Orys cuando propuso llamar a algún testigo para salvaguardar su honra.- Mi honor ya ha sido bastante pisoteado, me temo. -Respondió.- Si hacéis entrar a alguno de vuestros hombres pensarán que habéis decidido compartirme. -Por desagradable que sonase, lo había escuchado otras veces. Su padre y sus hombres eran demasiado elocuentes a veces para lo que una dama debería escuchar.- Y los míos... Después de lo que ha sucedido solo hay un puñado de personas en las que confío a ciegas, y no sé qué habrán hecho con ellos. -Ahora que lo pensaba, temía lo que podía sucederles. Su doncella no había salido hacía tanto de su alcoba. Y en su puerta debería haber estado Eldon... solo podía esperar que no le hubieran arrebatado a las únicas personas que la apreciaban realmente.

Ese pensamiento hizo que las emociones de su interior cambiaran con la fuerza de la tormenta que agitaba el exterior. Pensar tan solo en que hubieran podido hacer daño a Ethelide o a sus hijos... las lágrimas acudieron a sus ojos y amenazaban con convertirse en un torrente que no cesara jamás. Pero consiguió contenerlas, tenía que hacerlo. Tenía que seguir siendo fuerte. Pasara lo que pasara.
Buscó donde sentarse, temiendo no poder mantenerse en pie.- ¿Qué haréis con mi hogar y sus gentes?

Argella - Bastión de Tormentas - con Rhaenys

Argella vio la copa y el plato que el general situaba ante ella, pero no los tocó. Todo su cuerpo estaba dolorido y el estómago cerrado por la decepción de la traición sufrida.

- Bastión de Tormentas no se ha rendido, se han rendido sus hombres. - Respondió ella, una aclaración que creía necesaria. Su hogar no se había entregado voluntariamente, solo los traidores la habían arrastrado por el fango y humillado para salvar el cuello y tratar de obtener un beneficio a su costa.- Vuestro rey no encontrará muchos soldados tras sus murallas, me temo. -Añadió cuando dijo que sus habitantes serían súbditos del rey y lucharían en sus conquistas futuras.

Los ojos claros de la mujer ascendieron hasta encontrarse con los contrarios al escucharle hablar de su honor y la rabia fue diluyéndose cuando habló de su padre, de cómo había luchado con valor y honor para defenderles. Ella apenas había intentado seguir su camino para verse reducida a aquello.- Mi padre era un gran hombre. Ojalá su confianza hubiera quedado en mejores manos. -Podrían haber sobrevivido al asedio durante mucho tiempo. Estaban preparados para ello. Pero habían optado por entregarse.

- Decís que no perderé mi honor. ¿Acaso no tendré el mismo final que mi padre? ¿Perdonará vuestra reina que no me haya rendido a ella a la primera ocasión? ¿Que no se haya rendido Bastión de Tormentas por mi mano? -Sabía cuál era su posición. Era la hija de un hombre que se había enfrentado a los Targaryen, ella misma había decidido enfrentarse a ellos. Ahora no tenía nada porque su hogar había quedado desprotegido y desgobernado. Ellos lo tomarían. Qué otro final podía esperar salvo la muerte.- Mientras yo viva tendréis la amenaza de que los pocos leales a los Durrandon se levanten contra los vuestros.

Argella - Bastión de Tormentas - con Rhaenys

Era la reina de Tormentas y planeaba morir como tal. Su corazón no admitiría la rendición, no se daría por vencida. Tendrían que arrebatarle la  vida para poder terminar con su orgullo.
Así se la había educado y así pensaba vivir sus últimas horas.
Porque era consciente de que no le quedaba mucho de vida ahora que le habían robado todo lo demás con falacias y malas artes.

Por eso, cuando Orys Baratheon fue tan tajante en admitir que no pensaba matarla, no ocultó la sorpresa de su rostro. Sus ojos se habían abierto de más antes de que su ceño se frunciera, no comprendiendo entonces las intenciones que tenía. Puesto que solo había dos caminos, muerte o guerra, en su mente.  

Su gesto mutó por completo cuando escuchó sus planes. Se levantó de repente y se apartó de él, rodeando la mesa por necesidad de poner una barrera física entre ambos.- ¿Acaso veis diferencia entre una esclava y una esposa? -Para la mayoría de los hombres no la había.- Lo único que pretendéis es quedaros con mi hogar y mis tierras ahorrándoos la batalla. Para luego eliminarme o repudiarme. -No le cabía otra posibilidad en la cabeza. No veía que ella pudiera salir bien parada de aquello.- El Rey ya quiso hacerlo y recibió una respuesta muy elocuente de mi padre. Pretendía entregarme a vos y despojarnos de algunas de las mejores tierras para hacerlas suyas además. -Era una ignominia.

Una parte de ella, sin embargo, era consciente de que aquella solución la mantendría con vida. A ella y a los suyos. Podría proteger sus intereses, defenderlos de la corona. Podría hacer más por ellos que muriendo.
Pero su padre se había negado en tiempos de paz, ¿no debía hacerlo ella también ahora que su espada se lo había arrebatado?

Argella - Bastión de Tormentas - con Rhaenys

La respuesta del Baratheon a su rechazo podría haber sido una bofetada y le habría dolido menos que escucharle confirmar que todo lo que era suyo ya le pertenecía. Que ella no era nada, no tenía ningún poder. Podría ser solo un cadáver más en las fosas y hogueras que se hacían para eliminar los cuerpos del campo de batalla. O ser arrojada al mar, volver al mundo que habitó su antepasada Elenei.

Empezó a caminar, de un lado a otro, pensando antes de hablar.- Afinazaríais vuestro poder y posición en mi hogar, ¿qué será de mí después? -Preguntó. La ira se iba disolviendo, se daba cuenta de que no podía dejarse cegar por ella. Pero no agacharía la cabeza tan fácilmente. No aceptaría sin más. Quería asegurarse de que era algo más que un medio para un fin.- ¿Seré solo la madre de vuestros hijos o permitiréis que tenga opinión sobre el gobierno de mi gente y mis tierras? -No iba a aceptar que le pertenecían por mucho que los traidores las hubieran entregado. Tormentas corría por sus venas, era parte de ella.

Se detuvo de nuevo frente a él. Necesitaba más, quería más para asegurarse de que hacía lo correcto al aceptar esa proposición.- Soy la Reina de Tormentas y como tal he sido educada para velar por los míos y sus intereses, para gobernar. -Aclaró, no era una mujer al uso, una joven daba de la corte que se doblega sin más.- Reconozco la generosa oferta que me hacéis, pero necesito saber que podré seguir haciéndolo y que también vos, como señor de Tormentas, lo haréis. Que cuando estéis en vuestras batallas para ampliar las fronteras de Poniente, será mi autoridad la que se respete. -Era importante que no volviera a pasar nada como lo que había sucedido, debía reconocerse su poder por encima de nobles y consejos. Ella por encima de cualquiera salvo de su esposo.- Y la muerte de los traidores será una condición para que acepte. -Él se la había ofrecido y no la había pasado por alto. Era primordial para ella borrarles de la faz de la tierra.

Apretó con sus manos la capa que la cubría, porque era cierto que estaba haciendo peticiones, pero no ofrecía más de lo que él podía tomar por la fuerza y sin ella. Pero solo tenía palabras, dado que le habían arrebatado lo demás.- Yo a cambio solo puedo ofreceros lealtad y respeto como esposo. Si mis gentes intentaran rebelarse contra vos me aseguraría de acallar sus voces. -Aseguró, pues bien sabía que podría negarse a darle ningún poder por miedo a que ella instara a la revelión en su contra.- Os ayudaría a mantener la paz en las que serían nuestras tierras y os ayudaría a lograr que prosperasen como no lo harán otras en Poniente. -Pasada la guerra sería esencial para mantenerse el poder seguir avanzando y recuperarse.

Argella - Bastión de Tormentas - con Rhaenys

La mirada de Argella se detuvo, firme, en la del Baratheon. Estaba empleando todas sus fuerzas y orgullo en mantenerse firme y digna, en ignorar que estaba completamente desnuda bajo la capa de un hombre que ahora le proponía matrimonio en lugar de muerte.

- Descubriréis que los Durrandon no podemos ser otra cosa que sinceros, señor. Y yo lo he sido en todo momento. -Le dijo, calmada, escuchando sus preguntas.- Lo que creo es que si hacéis esto, si no lo tomáis por la fuerza. Es porque no deseáis hacerlo. -Porque podría, sobre su cadáver, derramar la sangre de quienes se opusieran a su conquista, como ya había hecho.- Y creo que casaros conmigo es el modo más sencillo de afianzar vuestra posición como señor de Tormentas y traspasar la lealtad que los tormenteños sienten por mi Casa, a la vuestra. -Lo que se callaba, cierto, es que también ella prefería aquella vía más diplomática. Sacrificarse en aquel matrimonio, a cambio de la paz para los suyos, parecía un final bastante noble.

Pero no solo de nobleza se puede vivir y ella había querido poner condiciones, asegurarse de no ser solo un peón en aquel juego. No había nacido para eso. Y no negaba que le gustaba escuchar que el Baratheon también respetaba la autoridad de las mujeres, su competencia. Sería su igual. Era razón suficiente para aceptar sin sentir que estaba traicionando sus raíces.

No le desagradó la sonrisa de Orys al escuchar su deseo de castigar a los traidores.- Preferiría hacerlo yo. Pero, como mi esposo, vuestra mano servirá a modo de extensión de la mía. -Tomó asiento finalmente, frente a él.- Imagino que ellos no esperaban este giro de los acontecimientos, sino ser recompensados por su regalo.

Alargó la mano para hacerse con la copa que apenas había tocado antes. De repente sentía hambre y sed... debía ser por la extraña sensación de victoria que empezaba a invadirla. Su vida había dado demasiadas vueltas en tan pocas horas.- Imagino que no se pueden encontrar muchos vestidos en este campamento. Pero supongo que bastará algo de ropa masculina para que vuestra prometida salga de vuestra tienda con más dignidad cuando os dispongáis a entrar en Tormentas. -Daba por hecho que lo haría a su lado. Como símbolo de aquella alianza.

Argella - Bastión de Tormentas - con Rhaenys

Posiblemente Argella se hubiera ruborizado si aquel hombre le hubiera hecho un cumplido semejante en alguna otra ocasión, una más "normal" para los halagos. Pero aquella noche no era común y si tuviera que ruborizarse, tendría muchas más razones para hacerlo que sus palabras.
- Mi padre me educó para ser su sucesora. -Respondió, sin embargo. Haciendo que el cumplido recayera sobre su padre, sobre el trabajo que había hecho con ella, preparándola para el futuro, para estar a la altura de su nombre.- Pero gracias. -Añadió, en un intento de ser más amable con el que iba a ser su esposo. Y también agradecía que tuviera la misma visión que ella sobre los traidores.

Su matrimonio iba a ser un trámite para ambos, pero ver que tenían algunos puntos en común no resultaba del todo desagradable.

Cuando propuso lo del vestido no esperaba que su propuesta fuera enviar a alguien a traerle parte de su vestuario. Pasada la sorpresa asintió y pensó que unos soldados no tendrían mucha idea de nada.- ¿Puedo tomar prestado tinta y pergamino? -Inquirió, buscando con la mirada dónde los tenía.- Me gustaría que mientras buscáis mis ropas intentaseis averiguar si mi doncella, Ethelide, y su hijo Eldon, uno de mis guardias personales, se encuentran bien. -Pidió al soldado, no queriendo dar muchas explicaciones, pero saltaba a la vista que eran dos personas importantes para ella.- Si encontráis a Ethelide, ella os podrá ayudar con la ropa en cuanto le deis esta nota. Pero no podéis perderos si seguís las instrucciones. -A pesar de los túneles secretos y la estructura defensiva de Bastión de Tormentas, una vez en la torre del homenaje, no había demasiada pérdida hasta las habitaciones principales.

Escribió una nota rápida en la que contaba a su doncella que se encontraba bien y había pactado con el Baratheon que sería su esposa. Necesitaba ropas para dar a aquello la solidez necesaria. Y también necesitaba que cubrieran todos los posibles moratones que poblaban su piel.
Ethelide sabría escoger algo apropiado mejor que aquellos soldados, por mucho que ella le describiera uno de sus vestidos y otros atavíos necesarios dudaba un poco de su capacidad para ello.

Al entregar la nota al soldado y verle partir sopesó lo que había dicho.- Si os soy sincera, no culparía a vuestros soldados de la desaparición de alguna de mis pertenencias durante esta noche. -Expuso, sentándose de nuevo.- Si esos hombres no han actuado solos en su plan, podrían haber saqueado mis dependencias y las de mi padre impunemente...

Argella - Bastión de Tormentas - con Rhaenys

Una parte de ella sabía que no debía olvidar que Orys Baratheon era la mano derecha del rey que había invadido sus tierras, que era el hombre que había acabado con la vida de su padre, que era un enemigo...
Pero a medida que hablaba con él, que le escuchaba y veía su modo de comportarse, no podía evitar pensar que era un hombre honorable. Un hombre a quien su padre habría aprobado, de haberle conocido un poco más y si las circunstancias de su nacimiento no fueran tan... difusas.

- Es un comportamiento que os honra -Reconoció al escuchar que no permitiría que sus hombres saquearan Bastión de Tormentas.- No cualquiera desaprovecharía la ocasión de humillar un territorio conquistado. -¿Lo habrían hecho si, pese a sus esfuerzos hubiera caído el sitio? ¿La habrían respetado a ella y a sus gentes si no la hubieran entregado de aquella forma miserable? Era mejor no pensar en ello y seguir adelante con sus nuevas decisiones.- Pero hará más fácil que los míos os acepten como su nuevo señor. -Y que ella lo hiciera como esposo.- También agradezco que salvaguardéis mis pertenencias, como vuestra futura esposa. -Le dedicó una sonrisa a medias. Empezaba a creer que sería cierto que no sería el tipo de hombre que tiene la necesidad de hacer ver su superioridad frente a ella en todos los aspectos de su vida.

Se miró de nuevo, consciente aún de la capa con la que se cubría. Decidió levantarse y hacer algo con ese permiso que él había dado de usar cualquier cosa de aquella tienda. Si tenía suerte, en Desembarco del Rey habría algún sirviente atento que hubiera incluido ropa de recambio para su señor, así que abrió el baúl sin pedir permiso y sonrió al encontrar lo que buscaba.- Habéis dicho que dispusiera de cuanto teníais aquí. -Mencionó, mostrándole una túnica corta, pero que cumpliría el cometido deseado.- Por favor, no miréis. -Pidió, aunque quizá era tarde para ser pudorosa cuando todo el campamento había podido verla siendo arrastrada hasta allí. Le dio la espalda de todos modos y se deshizo de la capa con que él la había cobijado para después vestir aquella túnica que a ella le quedaba algo grande, llegando casi hasta sus rodillas. Al menos permitiría que pudiera usar las dos manos y no tener que estar asiendo la capa en todo momento.- Gracias. -Pronunció, no sabía si se había girado, aunque intuía que no lo había hecho, pero también por el préstamo.

Miró con cierta aprensión la cama en la que había dejado la capa. Era estrecha, lo justo y necesario para un campamento de guerra y un hombre solo. Le miró a él de reojo, era lo bastante apuesto para tener alguna manceba siguiéndolo por los campos de batalla y calentándole el lecho por las noches, le extrañaba que no estuviera por ahí.
Se acercó a la mesa y se sentó de nuevo frente a él, cogiendo algo de carne ya fría. Le molestaba aquel silencio, pero no sabía qué más decir. ¿Preguntarle si debía dejarle descansar? ¿Prometer que no se escaparía si cerraba los ojos?

Argella - Bastión de Tormentas - con Rhaenys

La sonrisa de Orys no era desagradable, aún así hizo que un nudo se formase en su estómago pensando en lo que restaba de noche, en lo que restaba hasta que aquel pacto se cumpliera, en lo que vendría después, más allá de las buenas intenciones expuestas que empezaba a creer verdaderas.

Y él debió sospechar lo que sucedía pues fue tajante al hablar de compartir su lecho. Argella asintió, de repente parecía que su espíritu luchador estaba descansando y solo era una doncella ante quien iba a ser su esposo y dueño. No era una sensación agradable.
Aún así trató de mantener la compostura cuando él mencionó que tendría una tienda bajo vigilancia, a modo de protección.- Lo comprendo. -Y era cierto que lo hacía. Y lo agradecía también.
- Sé que mis maneras no han sido las mejores cuando nos hemos conocido. -Reconoció, por fin creyendo que estaba retomando el control de sí misma.- Pero soy consciente de que me habéis protegido desde el momento en que me cubristeis con vuestra capa. -El primer gesto que le había dirigido había sido el más honorable y la había protegido de las miradas humillantes.- No dudo de que lo haréis en el futuro. -Quizá aún no confiara totalmente en él, pero sí en que si no había aprovechado su poder sobre ella ya, no lo haría después.

Bebió un poco más para entrar en calor.- Ser Orys... entiendo que posiblemente queráis una boda pronta para asentaros en Bastión de Tormentas con los vuestros. -Comenzó- Y no me opondré a daros la bienvenida a la fortaleza a tal fin. -Le podía ofrecer eso, que tuviera tiempo para asentarse.- Sin embargo, quisiera pediros un tiempo prudente de espera antes de la boda. Para poder guardar el luto por mi padre. -E intentar recuperarse de los golpes sufridos, y que así él no fuera aún mayor testigo de su humillación.

Argella - Bastión de Tormentas - con Rhaenys

Pronunciar aquella especie de disculpa, aunque no llegaba a serlo del todo, no era fácil. Pero en cierto modo sentía que debía corresponder a la generosidad con la que ese hombre la estaba tratando, cuando no tenía por qué hacerlo. Tenerle de su parte haría más sencilla su vida futura a su lado, siempre que ambos cumplieran lo que habían puesto sobre la mesa.

Orys, por su parte, se mostró comprensivo con el modo en que ella había actuado. La verdad es que puesto en palabras, podría haber sido mucho más que maleducada. Pero su ira iba dirigida más hacia los traidores que hacia aquel hombre que tenía frente a ella y que había resultado querer ser un aliado. Un aliado que reclamaba un alto precio, pero que le permitiría vivir y gobernar a los suyos.

Aún así, ya que estaban en mejores términos, se atrevió a hacer aquella petición. Justificándola de la mejor forma en que podía hacerlo, sin hablarle de todas sus reservas para que la unión fuera precipitada. Frunció los labios cuando él decidió que tendría que esperar una respuesta, pero decidió no insistir.

Asintió cuando dijo que debía descansar.- En ese caso... -Se levantó de la mesa para marcharse de allí.- Debo ir a la tienda que hayan dispuesto para mí vuestros hombres. -No le deseó un buen descanso, ni dijo que ella fuera a hacerlo. Dudaba que pudiera dormir en aquellas condiciones, en medio de quienes habían sido sus enemigos y solo pudiendo confiar en su palabra.

Al ponerse la capa del Baratheon para salir de allí, ocultó en una manga el cuchillo de la carne que había junto al plato de comida creyendo que no lo habría notado.
No tenía intención de atacar a nadie, solo quería sentirse segura.
Con suerte, el amanecer llegaría rápido.

Argella - Bastión de Tormentas - con Rhaenys