A Neil no le quedó otro remedio más que reírse, pues Santi insistía en que era el favorito. Negó con la cabeza, incapaz de ocultar una sonrisa. En realidad, si tenía que ser sincero, Neil estaba orgulloso de la relación que había construido con su entrenador. Recordaba a la perfección el día en que Archie, el entrenador de porteros de la filial, lo había llamado a su despacho una tarde. La sorpresa de Neil al encontrarse cara a cara con David Redmayne fue tanta, que éste le tuvo que pedir que por favor terminara de cerrar la puerta si no quería que todo el mundo se enterara de que estaba allí. Fue Redmayne en persona quien el dijo que iba a ponerlo a prueba con el primer equipo, que se lo llevarían de pretemporada, para saber si daba la talla.

Neil le había dicho, mirándolo directamente a los ojos, que no lo iba a defraudar y todo lo demás fue historia.

Sin embargo, también admitía que, a veces, su relación con Redmayne iba un poco más allá de lo profesional. Recordaba con vergüenza la vez que Bruce llegó llorando al entrenamiento porque su padre no se había presentado a una actividad escolar. Su hermano en ese momento no era más que un niño y Neil, luego de ofrecerle disculpas a Redmayne por el escándalo, le prometió que no volvería a suceder. Dos días después, se encontró a Bruce con un caramelo en el bolsillo y éste le dijo, con una sonrisa descarada, que Redmayne se lo había dado.

—Mientras insistas que soy el favorito y eso nos sirva, te dejaré decirlo. Pero no lo digas frente a Darien o Massimo, por favor —dijo con expresión afectada, mientras veía cómo Santi estaba encantado con lo que acababa de decirle. Además, había aceptado ir a la práctica, lo cual era maravilloso.

Sabía que Santi se sentiría mucho mejor si retomaban sus entrenamientos. Hasta ahora, les había ido bastante bien, pero no lo suficiente para querer replicar aquel pase en un partido. Decirle que lo intentaran justo ahora, en el primer partido en el Emirates Stadium, era un arma de doble filo. Lo mejor sería esperar.

—Santi, no tienes que agradecerme nada, si no estamos para apoyarnos, ¿entonces para qué estamos? —comentó con una sonrisa, estuvo a punto de decirle que ya no se preocupara tanto, pero entonces su teléfono empezó a vibrar. Neil soltó un respingo, pues era muy tarde, pocas personas tenían su número privado y, por instinto, pensó lo peor. Dejó la taza sobre la mesita de noche y miró la pantalla del teléfono, temiéndose que sería Regina, o quizás su padre, para decirle que el abuelo por fin había fallecido. Sin embargo, el nombre que parpadeaba era el de su madre—. ¿Maman?

Neil suspiró, mientras escuchaba la voz de su madre, hablándole en francés. Y él se sentó por instinto en el borde de la cama de Santi, sin pensárselo mucho.

Santi estuvo a punto de decirle a Neil que no necesitaba decirle a Darien ni a Massimo que él era el favorito de Redmayne: todos lo sabían. Pero entonces sonó su teléfono, y la cara de Neil cambió.

Le pareció entender que hablaba con su madre. El francés de Santi no era bueno, pero le daba para comprender que la mujer debía estar molesta por algo, y ese algo estaba relacionado con su ex-esposo.

Santi se sintió irritado de solo pensarlo. ¿Es que los padres de Neil siempre tenían que causarle problemas? Mientras su propio padre estuvo enfermo, Santi más bien se enojaba de que no lo llamaban para contarle cómo estaba, pero el problema de Neil parecía ser el contrario: siempre quedaba en medio de los problemas familiares.

Se acercó a él, dado que seguían en la misma cama, y le puso una mano en el hombro, en una señal de apoyo que esperaba se entendiera así. Quisiera poder hacer algo más, pero suponía que decirle que George Carter le parecía un pésimo padre y una pésima persona era pésima idea.

Esperó a que la llamada terminara, y mientras tanto terminó con su té.

—¿Era tu madre? —preguntó, intentando confirmar sus suposiciones—. ¿Quieres hablar de lo que sucede?

No sabía bien él cómo podía ayudarlo. Nunca había tenido ese tipo de situaciones. Neil y él tenían situaciones familiares muy distintas.

Neil parecía alterado, así que estrechó su hombro con más fuerza.

—Probablemente no sea el mejor para hablar de estos problemas, pero aquí estoy, Neil, para que lo necesites.

Parecía mentira que hasta hace nada estaban ambos tristes por el resultado de un partido. El fútbol siempre había sido todo para Santi, pero el último año le había enseñado que había cosas externas al fútbol, que eran parte de la vida y podían resultar todavía más angustiantes y dolorosas.

Tal vez en el fondo era mejor cuando todo era fútbol.

Neil amaba a su madre. A diferencia de la relación complicada que tenía con George Carter, su madre Margot era para Neil sólo símbolo de devoción. Estuvo a punto de dejarlo todo e ir tras ella luego del divorcio de sus padres, pues durante el juicio supo que había tenido la potestad de hablar con el juez, tenía edad suficiente para que lo dejaran decidir. Pero la imposibilidad de dejar atrás a sus hermanos lo dejó en Londres.

El único problema que había en su relación con su madre era, precisamente, George Carter. Neil nunca había acabado de entender por qué seguían haciéndose daño. Regina le había dicho que todo era porque su padre seguía amándola, pero Neil no podía entender eso. ¿Cómo se podía amar tanto y, a la vez, hacer tanto daño? Alphonse de seguro estaría de acuerdo, pues éste le dijo muchas veces que sí estuvo enamorado de él, incluso si era la persona que más daño le había hecho en la vida además de su padre.

Cuando cerró la llamada, Neil suspiró hondo y luego sintió el roce cálido de la mano de Santi sobre su hombro. Por instinto lo miró, pero se dio cuenta de que era pésima idea.

Santi estaba demasiado cerca y Neil demasiado sensible. ¿Por qué tenían que compartir habitación? Claro, porque Redmayne se lo había encargado. Porque Neil, así como pensaba su madre al llamarlo, era capaz de solucionarlo todo.

—Papá y mamá se casaron por bienes separados, pero el abuelo le regaló una pequeña porción de las acciones de la compañía. Dijo que era un regalo de bodas. Mamá en realidad no tiene injerencia en las empresas, pero sí que tiene acceso a una cuenta bancaria en la que también estamos mis hermanos y yo. Parece que no puede acceder más a esa cuenta y es obvio que papá hizo algún movimiento bancario sin consultar —Neil suspiró de nuevo, frotándose la frente. A veces tenía ganas de dejarlo todo. De comprar una casa en medio de una isla del Pacífico Sur y no darle la dirección a nadie—. Lo siento, te deben parecer problemas ridículos de gente rica.

Neil escuchó a Santi, diciéndole que estaba ahí para él. Cuando lo miró a los ojos, recordó por qué lo amaba tanto. Por qué no había podido siquiera pensar en intentar arriesgar su privacidad por intentar salir con alguien más, alguien de su círculo. Porque Santi lo era todo, ocupaba todos y absolutamente todos los espacios de su corazón. Eso no podía ser bueno, sobre todo porque Santi no estaba en potestad de corresponderlo.

—Santi, yo sólo… —Neil apretó los labios, conteniendo lágrimas que no tenían nada que ver con el problema de su madre histérica o de su padre haciendo estregados familiares—. A veces sólo quisiera que todo fuera tan sencillo como mantener la portería a cero. Pero la vida cotidiana no hace más que encajarme penales.

Neil, haciendo gala de un autocontrol que no sabía cómo conservaba, estiró la mano hasta colocarla sobre la rodilla de Santi. Cerró los ojos un instante, concentrándose en el cálido tacto.

—Gracias, Santi. Con escucharme haces suficiente.

Santi escuchó con atención a Neil. Al parecer lo de preguntarle a las personas si querían hablar de algo era buena idea, funcionaba. Al menos con Neil. El problema era que por más que escuchaba sus conflictos familiares menos los entendía.

A menos que los resumiera en que George Carter era una mala persona. Eso parecía explicarlo todo.

La madre de Neil no sonaba tan mal, al menos por lo general, pero tampoco entendía que metiera a Neil en sus problemas con George. ¿Para qué lo llamaba? ¿Para indisponerlo más contra su padre? No veía que ninguno ganara nada con eso.

Sonrió ante lo de "problemas de la gente rica".

—No hay forma de que ahora yo sea considerado pobre —comentó, aunque lo cierto era que todavía no tenía conflicos de dinero en la familia.

Tal vez después con la familia materna de Marian. No lo descartaba si insistían en dejarse a la niña después de que Ava muriera.

—Te entiendo. Yo también quisiera que todo fuera tan fácil como anotar goles.

No era fácil en realidad, había que trabajar mucho para lograrlo. Pero era bueno en ello. Lo lograba, incluso contra todo pronóstico. Pero ser padre, tomar decisiones sobre una mujer enferma... Eran otra cosa. Nunca sabía lo que estaba haciendo o si iba a lograr que saliera bien.

—Óyenos. Cualquiera diría que venimos de ganar un partido—comentó, y soltó una risita irónica.

Cómo odiaba que hubieran perdido. Ni siquiera eso estaba saliendo bien.

Aunque el siguiente partido en el Emirates Stadium lo habían ganado, tal y como le dijo a Santi que sucedería, la emoción de la victoria quedó eclipsada por una noticia devastadora. Neil estaba con Darien y Elle en el club ecuestre cuando recibió la llamada de Amy para ponerlo sobreaviso que Ava había sido llevada en estado crítico al hospital.

Aunque Neil y Darien se precipitaron al hospital, a toda velocidad, cuando llegaron allí Ava ya estaba muerta. El escenario era entre devastador e incómodo, la presencia de la madre de Ava hacía las cosas complicadas. Recordó que Darien le dijo, cuando estuvieron en la cafetería del hospital, que al final Santi había tenido algo de razón firmando esos papeles de matrimonio. Pero quizás lo más difícil para Neil, había sido ver a la pequeña Marian tan triste. La niña no había dejado de llorar en ningún momento y a Neil le dolió muchísimo separarse de ella, en especial cuando Marian le preguntó cuándo volvería.

Lo peor de todo era que Neil no podía estar tan presente como le hubiera gustado, porque tenían que ir hasta Molineux para sacarle puntos al Wolverhampton. Dadas las circunstancias, Redmayne le dio permiso a Santi para que se quedara con la pequeña y no estuvo en la lista de convocados. Aunque todos concluyeron que era lo más prudente, y en el comunicado en las redes casi todas las respuestas eran de apoyo, Neil conocía a Santi lo suficiente para saber que se quedó atormentado en casa sabiendo que su hija estaba tristísima, su suegra estaba haciéndolo sentir miserable y, encima de todo, no podía jugar al fútbol. Neil mantuvo la portería a cero, hizo dos paradas que salvaron los tres puntos que se llevó el Arsenal es jornada.

Cuando volvió a Londres, supo por Amy que Marian seguía triste y que, al parecer, no tenía apetito y hasta se negaba a salir de su habitación. Neil, sabiendo lo angustiado que Santi debía sentirse, sólo se atrevió a llamarlo cuando ya tenía un plan en mente. Cuando le pidió que le pasara a Marian al teléfono, le dijo a la niña que tenía una sorpresa para ella, que tan sólo debía ponerse su vestido más bonito y traer a Copito con ella.

De todos hoteles que regentaba su familia, el Savoy no era su favorito, pero allí estaba trabajando ahora Dominique, la repostera favorita de Neil, con quien tenía una buena relación porque lo conocía desde que era pequeño. Cuando le hizo una petición, ésta se quedó asombrada, pero era el tipo de repostera que amaba los retos.

—Neil, ¿todo este hotel es tuyo? —Marian tenía puesto un vestido verde y estaba peinada con un moñito del mismo color. A Neil le rompía el corazón ver sus ojos llorosos, pero había venido, así que él podía anotarse un triunfo. Ella le sostenía de la manito, mientras Neil los llevaba hasta el restaurante de la terraza. La ventaja de ser un Carter era que podía pedir que lo cerrasen y nadie lo cuestionó, aunque suponía que esto llegaría a oídos de su padre y éste iba a enfadarse con él.

Pero, esta vez, a Neil no le importaba. Esto valdría la pena. O eso esperaba, pues podía ver la expresión confusa e incrédula de Santi, quien estaba llevando a Copito, un par de pasos más atrás de ambos. Él también tenía grandes ojeras y se veía muy cansado, pero, por lo menos, le había dado a Neil el beneficio de la duda.

—Es de mi familia —dijo, pero la niña lo miró con un puchero tan grande que Neil soltó una carcajada—. Sí, es mío. ¿Te gusta?

Marian asintió, mientras llegaban a la terraza. Era un sitio demasiado señorial para el gusto de Neil, pero al menos le habían hecho caso al preparar una mesa que se viera más acogedora para una niña que para un grupo de señores viejos y adinerados.

Santi siempre había sabido que ese día llegaría. Desde que había traído a Marian a su lado, Ava le había dicho que se iba a morir. De no ser por eso, ni siquiera le habría dicho que tenía una hija. Sin embargo, con todo el esfuerzo que habían puesto en que estuviera cómoda y en casa, Santi había esperado haberles conseguido un poco más de tiempo en paz.

Pero no fue así.

Ava se complicó rápidamente y Santi se encargó de que siguieran sus deseos de no extender su vida artificialmente.

Su suegra lo odiaba profundamente ahora. Mucho más que antes. Y se había dejado decir a quien quisiera oírla que Santi había dejado morir a su hija. Estaba seguro de que había tabloides deseando conseguir una exclusiva con ella.

Sin embargo, Santi no había tenido tiempo para ocuparse demasiado de ella, excepto por alejarla de Marian para que no le llenara la cabeza a la niña con esas ideas. Lo último que necesitaba era que Marian lo culpara de la muerte de su madre.

Ya estaba siendo lo suficientemente difícil todo. Marian estaba desconsolada. Lloraba todo el día y se encerraba en su habitación. No quería comer. Santi intentaba todo: rogarle, regañarla, castigarla, llorar con ella. Nada funcionaba. Estaba desconsolada.

Por eso había tomado con cierta duda la propuesta de Neil, pero debió confiar en que el encanto de su compañero era infalible. Marian le había dicho que tenía qu eponerla bonita para ir a ver a Neil, y había dejado que Mariana la peinara, y le pusiera un vestido. Santi, por su parte, había sido encargado de no dejar a Copito, porque Neil quería verlo.

Había querido llamar a Neil para que lo pusiera en antecedentes de lo que iban a hacer, pero no había tenido oportunidad. Si bien Marian vivía triste y peleando con él, de alguna forma también parecía necesitar estar siempre cerca suyo. Suponía que tenía miedo.

Santi a veces sentía que el fondo la niña sabía que él no estaba tan triste como ella. Obviamente se sentía mal con Ava. Su esposa había muerto, así que él era técnicamente un viudo. Pero no la había amado. Apenas y la había conocido. Así que no estaba sufriendo igual que ella.

Otras veces pensaba que estaba sobrepensando las cosas y Marian era solo una niña, no procesaría las cosas así.

Miró a su alrededor el hotel, preguntándose qué rayos hacían ahí. Pero si Neil hacía comer a Marian un día sin llanto de por medio sería un avance.

—Es muy bonito —respondió Marian, mirando a su alrededor como si quisiera memorizarlo todo.

Luego, Santi notó que lo miraba a él y supuso que esperaba que dijera algo. Santi le ayudó a acomodarse en el asiento en la mesa y puso a Copito a su lado.

—Es un hotel muy bonito, Neil —añadió—. Gracias por invitarnos.

Sus palabras sonaban genéricas, pero mientras tanto le dirigió una mirada cargada de curiosidad. Esperaba que Neil pudiera leer la pregunta en sus ojos de qué rayos estaban haciendo ahí. En un restaurante de un hotel aparentemente reservado para ellos tres.

Marian no estaba tan risueña como acostumbraba, pero Neil se consoló al saber que la niña no estaba llorando. Sabía que podía ser mucho peor, a cómo Amy se lo había descrito por teléfono y por lo que le pudo decir Santi cuando por fin pudieron hablar. Neil sabía que estaba jugando con fuego, pero bien valía la pena el intento. Sobre todo si tomaba en cuenta que Marian ya estaba allí, bien vestida, y dispuesta a escuchar lo que él tenía que decir.

Neil le agradeció a Santi en silencio cuando vio como éste acomodaba a Marian sobre el asiento. Él había pedido que le imprimieran un menú con fotografías para que fuera sencillo para Marian saber qué iban a comer. Lo más llamativo, por supuesto, era que el postre estaba tan sólo hecho en una silueta, con un gran signo de interrogación encima. Era lo bastante curioso para que a Marian le llamara la atención.

De hecho, por la expresión que tenía Santi, la curiosidad también había podido con él.

—¿Por qué no se ve el postre? —preguntó Marian, mirando a Neil con expresión de sorpresa.

Neil tomó asiento frente a ella, mientras le regalaba una sonrisa. Copito también tenía una silla especial para él, estaba sentado en medio de Marian y Santi. Él estaba complacido de que lo hubieran obedecido hasta en eso. Tenía que empezar a creer que tenía gran poder de convocatoria.

—Porque el postre es una sorpresa para ti y también para Copito —dijo Neil, sin tratar de sonar demasiado misterioso, aunque no estaba seguro de haber logrado ese efecto, pues Santi seguía mirándolo con la misma expresión—: Sé que te gusta la lasaña y también está tu jugo de frutas favorito.

Marian volvió a mirar al menú y luego miró a Santi, quizás estaba preguntándose si éste formaba parte de toda esta pantomima. Neil se sintió un poquito culpable, porque si la niña se ponía a llorar, sabía que sería su culpa y que Santi pasaría un pésimo momento. No era eso lo que pretendía.

—¿Me lo tengo que comer todo antes del postre? —preguntó Marian, mirando a Neil directamente.

—Creo que está bien si no te lo comes hasta el último bocado, quizás con que te comas la mitad estará bien, si tu papá está de acuerdo —dijo Neil, cuidándose de cada palabra que decía.

Nunca dejaba de sorprenderle la forma en que Neil parecía tomarse a Marian tan en serio.

No era que Santi no la tomara en serio. Estaba totalmente convencido de que su dolor era lo más oscuro y profundo a lo que se había enfrentado. En el fondo él lo compartía. Hacía menos de un año que había enterrado a su padre. Pero no era lo mismo. Él era un hombre hecho y derecho cuando se tuvo que despedir de Pedro. Marian era solo una niña que se había criado solo con su madre y esta ahora había muerto, dejándola con un extraño al que debía llamar papá.

Pero Neil era capaz de ponerle una silla a Copito para que cenara con ellos y hacer toda una puesta en escena con tal de que Marian comiera.

Si de verdad lograba que Marian se comiera por lo menos la mitad de una cena, Santi no sabía qué sería capaz de hacer para agradecérselo.

—Al menos la mitad —concordó—. Pero seguro que la lasagna que mandó a hacer Neil está muy buena como para no intentar comértela entera..

Pensó en usar el argumento de qu eno podía despreciarle la comida a Neil después de todo el esfuerzo, pero ya sabía que la culpa no funcionaba con ella. No así. Le había dado igual que le dijera que la abuela se había esforzado en hacerle la comida.

Marian levantó la cabecita con dignidad, y dejó el menú a un lado.

—Comeré —dijo simplemente, aunque siguió mirando el menú de reojo.

Santi no pudo evitar observar lo elegantes que resultaban los camareros que les llevaron la comida. Neil no había escatimado en gastos para aquella ocasión.

No tendría cómo agradecérselo de ninguna forma.

—Todo está increíble, Neil —dijo, porque al menos tenía que intentar dar las gracias aunque nada fuera suficiente—. Te lo agradecemos muchísimo.

Debía admitir que también era la primera comida en muchos días que podía disfrutar sin pasar antes dos horas intentando convencer a una llorosa Marian de comer. Le rompía el corazón y también le quitaba el apetito. Comió su lasagna despacio, sin poder quitarle los ojos de encima a su hija, quien poco a poco iba comiendo.

Daban ganas de llorar verla que al fin comía algo, aunque era evidente que igual le costaba.

—Está muy rico, pero no tengo mucha hambre —dijo al fin la niña, cuando llevaba una tercera parte del plato.

No era la mitad todavía, pero Santi ya lo veía como un avance.

La situación parecía bastante controlada, Neil era capaz de apreciar que la lasaña estaba deliciosa y tenía que agradecerle profundamente a Dominique por haber dejado todo esto finamente decorado, además de un menú exquisito. Él no había probado el postre personalmente, pero confiaba en que los resultados serían magníficos.  

Santi también parecía conmovido por la situación, al igual que permanecía muy atento por todo lo que estaba viviendo su hija. Neil quiso decirle que no le agradeciera tanto, que hacía esto de corazón. Sin embargo, no era el momento de que ellos tuvieran ese tipo de conversación frente a Marian. Le conformaba con saber que la niña estaba atenta a comer, aunque fuera un poco. A Neil le recordaba un poco a Bruce, a las semanas posteriores al divorcio.

La herida de la mudanza de su madre fue muy profunda, Neil no estaba seguro cómo había conseguido mantener a sus hermanos a flote.

Cuando Marian dijo que no quería comer, Neil le echó un vistazo al plato de la pequeña. La verdad era que no se había comido la mitad de la lasaña, pero Santi parecía algo satisfecho. Neil se preguntó si era buen momento para ceder un poco, creía que Santi no se iba a enfadar si volvía a tomar la iniciativa.

—Bueno, hagamos un trato, podemos pedirle a nuestros meseros que te pongan la lasaña en un envase para que puedas llevártelo a casa y ver si te lo quieres comer después —Neil pronunció la sonrisa al pensar en qué iba a decirle Dominique que su deliciosa y exclusiva comida gourmet iba a terminar en un envase para comidas a domicilio. Pero Marian seguía interesada en lo que él estaba diciendo—. Eso sí, espero que quieras probar el postre.

Marian asintió rápido, pero después arrugó las cejas, en un gesto calcado a su padre, como si estuviera pensándoselo mejor.

—¿Qué hay de postre, Neil? —preguntó, con la misma expresión intensa en su mirada.

Neil miró a Santi por un instante, antes de continuar. Esperaba que no creyera que estaba tomándose demasiadas libertades con su hija. Pero Neil sólo quería que ella se sintiera un poco mejor. Y, en consecuencia, que Santi también se sintiera más aliviado.

—¿Recuerdas cuando te pregunté cuál era el helado favorito de Copito? Sé que no es muy común tener helados de zanahoria en cualquier heladería, así que le pedí a Dominique, mi chef favorita, que me ayudara con eso —comentó Neil, mientras veía cómo la expresión de Marian se transformaba de incredulidad, a sorpresa, hasta finalmente alegría. Marian se giró en dirección a su peluche y lo sostuvo con ambas manos.

—¡Copito, vas a comer tu helado favorito! —exclamó, con una enorme sonrisa, mirando a Neil con expresión maravillada—. ¡Gracias, Neil!

Helado de zanahoria.

Santi no podía creer lo que escuchaba. Marian estaba radiante de felicidad, y hablaba con Copito como si el peluche pudiera comerse realmente el helado. Mientras tanto, Santi miraba la escena ante él sin terminar de procesarlo.

Nunca podría estar a la altura de Neil en esto. Nunca. Jamás se le hubiera ocurrido conseguir el helado favorito de Copito. Menos en un momento como ese en que todo parecía tan serio y solemne, y cada cosa que hace con Marian parece un paso en falso. Pero Neil... Neil llegaba de repente con un plan maestro y su hija caía por completo.

No sabía si se sentía infinitamente agradecido  o increíblemente envidioso. Él nunca habría podido lograr algo así.

—Ya ves, Marian, Neil es como tu hada madrina —comentó, sonriéndole levemente a su compañero—. Concediendo deseos y logrando milagros.

No lo decía como algo negativo, pero tampoco sabía cómo se sentía con lo que estaba pasando. Agradecía increíblemente que alguien lograra hacer feliz a su hija, pero temía cómo iba a ser el regreso a casa. Ahora estaba contenta, pero después... pensaría en contarle a su madre, y empezaría a llorar. Ya había pasado un par de veces. Suponía que era inevitable.

No podía negarle un momento feliz porque después iba a estar triste. Era solo que él no sabía manejarlo. No sabía qué hacer con su tristeza.

Pero no iba a decirle nada de eso a Neil. Por ahora se merecía disfrutar su triunfo de haberla hecho sonreír y disfrutar algo.

Santi probóel helado que les llevaron. No le parecía la gran cosa, pero en efecto era de zanahoria, Marian no podría tener duda de eso. Le recordaba el fresco de zanahoria con naranja que le daba su madre de pequeño. Decía que era para tener buena vista. Nunca supo por qué la zanahoria mejoraría la visión, pero algo de cierto podría ser, él miraba perfectamente.

—¡Copito, te lo tienes que comer todo! —sentenció Marian, como si fuera el conejito quien nunca terminaba de comer.

Miró a Neil para intercambiar una mirada cómplice.

—No sé cómo hiciste esto, pero gracias —dijo, con miedo de estarse repitiendo más de la cuenta.

¿Algún día terminaría de agradecer a Neil todo lo que hacía?

Neil alzó las cejas cuando escuchó a Santi referirse a él como un hada madrina. De no ser porque era un momento bastante solemne, le habría dicho a Santi que, por favor, no se le ocurriera decir eso en frente de Darien o su reputación acabaría por el piso. Sin embargo, no dijo nada, tan sólo vio cómo Marian estaba emocionada con su helado de zanahoria, ayudando a Copito a comer.

Parecía contenta, Neil sabía que ese momento no duraría para siempre, porque no podía borrar de un plumazo la tristeza de una niña que acababa de perder a su madre. Sin embargo, Neil sabía que no perdía nada con que tuviera un momento feliz, que Marian supiera que podía olvidarse por un instante de la tristeza que la aquejaba. Cuando escuchó las palabras de Santi, Neil pareció volver a la realidad por un instante.

Lo miró a los ojos y no pudo evitar sentir que tenía un nudo en la garganta.

—Echaba de menos a Marian y pensé en preparar algo que la hiciera un poco feliz… —dijo Neil, con una media sonrisa, viendo cómo la niña seguía tratando de alimentar a su peluche favorito—. Me alegra no haberme equivocado.

Marian, así tan concentrada como estaba, no tardó en preguntarle a Neil qué tenía aquel helado, porque era obvio que, además de la zanahoria, también tenía un sabor cítrico. Neil la felicitó por haberse dado cuenta y tuvo que explicarle que Dominique, para resaltar mejor los sabores, puso también en la mezcla una porción de jugo de naranja.

—Está rico, Neil. ¡Muchas gracias! —dijo Marian, con una sonrisa. Sin embargo, Neil se dio cuenta el momento exacto en que sus ojitos volvieron a estar tristes de nuevo—. Llevo días triste, Neil. Quiero a mamá de vuelta.

“Quiero que mamá vuelva, Neil. Llámala, ella siempre te hace caso”.

Neil sabía precisamente que si estaba tan enganchado con Marian, era porque la niña le recordaba a Bruce justo luego del divorcio de sus padres. Creía que eso no se lo había explicado a Santi, pero se sentía tan angustiado que quizás debería comentárselo para que éste no pensara que era un abusador o que estaba traspasando límites que no le correspondían.

—¿Puedo darte un abrazo? —preguntó Neil, extendiéndole la mano—. Cuando estoy triste, me gustan los abrazos.

Marian era tan pequeñita que no le resultó difícil arrimarse al regazo de Neil, ni éste tuvo problema en acomodarla entre sus brazos. En realidad, Neil no era tan fanático de los abrazos, aunque sí los permitía con la gente que quería. Cuando sus padres se divorciaron, la única cosa que lo calmaba, que lo hacía feliz, era que Alphonse lo abrazara.

Santi no estaba hecho para esto. Apenas escuchó a Marian decir que extrañaba a Ava se le llenaron los ojos de agua. Tal vez por eso no podía consolarla, porque su dolor lo movía tanto que no podía evitarlo.

Parpadeó y giró la cabeza para limpiarse los ojos mientars Marian le echaba los brazos al cuello a Neil y lo abrazaba.

No sabía qué se suponía que hiciera él ahora.

—¿Puedes venir a casa a darme abrazos cuando estoy triste? —preguntó Marian, con esa vocecita rota que ya le conocía tan bien.

Claro. A él también le gustaría que Neil pudiera estar yendo a consolarla, porque era evidente que era el único que lograba calmarla. Pero no era justo con Neil tampoco.

—Marian, Neil no puede estar yendo a casa todo el tiempo, por más que nos gustaría —comentó, intentando ser el adulto razonable—. Puedes abrazarnos a la abuela y a mí.

Se encogió de hombros, como queriendo decir que tenía que conformarse con ellos. Marian, sin embargo, se abrazó con más fuerza a Neil.

—Claro, puedes aprovechar ahora que sí tienes a Neil cerca —añadió, dándose por vencido.

Luego le dirigió una mirada de disculpa a Neil.

—De verdad, no tenías que hacerlo pero... gracias.

Le puso una mano en el hombro, profundamente agradecido. Luego pasó la mano por el cabello de Marian, quien escondió la cara en el cuello de Neil.

Neil se conmovió mucho cuando Marian le preguntó si podía ir a su casa cada vez que se sintiera triste, pero Santi fue más rápido que él al responder. Marian hizo claramente un puchero cuando Santi marcó los límites con la niña, recordándole que eso no siempre sería posible.

Él no tuvo cómo contradecirlo, pues sabía que Santi tenía razón. Aunque a Neil le encantaría estar disponible siempre cada vez que Marian se sintiera muy triste, pero también era importante que Marian supiera que ella poco a poco dejaría de sentirse triste todo el tiempo. A Bruce también le había sucedido, así que a Marian le sucedería igual, aunque estuvieran hablando de dos sucesos completamente diferentes.

Además, de verdad que no quería que Santi pensara que estaba traspasando más límites de la cuenta. Neil estaba haciendo esto de buena fe, pero cuando las personas estaban pasando por procesos muy doloros, la línea entre ayuda y estorbo era bastante delgada y difusa.

Neil acarició el rostro de Marian, limpiándole un poco las lágrimas que tenía por las mejillas.

—Los abrazos siempre son buena idea, en especial si vienen de parte de tu papá o te de tu abuela —dijo Neil, aunque el puchero en labios de Marian era tan angustioso que se vio obligado a añadir algo más—: Si no puedo ir a verte, siempre puedes pedirle a tu papá que te ayude para una videollamada. ¿Qué te parece?

Marian de nuevo hizo un puchero, en un gesto de fastidio tan calcado a Santi que a Neil le arrancó una sonrisa.

—Está bien, Neil… —dijo Marian, acurrucándose de nuevo contra él, pero esta vez girándose para ver a Santi—. Pero tus abrazos son muy ricos.

Neil, completamente avergonzado al saber que tenía la mirada de Santi sobre él, no supo qué más decir. Estaba seguro que debía notársele el sonrojo en las mejillas.

—Eso también decía mi hermano cuando tenía tu edad —dijo Neil, apretando los labios y desviando por un instante la mirada—. No es nada, Santi, sólo quería ayudar. Más bien, gracias por seguirme el juego y traer a Marian un rato.

Santi no sabía si era buena idea ofrecerle la opción de las videollamadas, pero ya se encargaría él de no estar llamando a Neil cada dos horas. Seguro que su hija no se conformaría fácilmente. Era muy terca. Se temía que había salido a él, aunque Ava tampoco era que hubiera sido una persona dócil, tal vez no era del todo su culpa.

Tampoco podía culparla de que le gustaran los abrazos de Neil. A Santi nunca le habían faltado abrazos de pequeño, pero parecía que Marian iba a necesitar más raciones.

Había mucho que le gustaría hablar con Neil de todo eso. Realmente parecía saber qué estaba haciendo mientras Santi se sentía muy perdido. Pero no podía hacerlo frente a Marian. Su hija era muy lista y ponía atención a todo.

—Neil, ¿me vas a presentar a tu hermanito? —preguntó Marian con seriedad.

Santi abrió mucho los ojos. Su hija no tenía límites.

—Marian, el hermano de Neil es un adulto ya, estará muy ocupado —respondió avergonzado, mientras intentaba decirle a Neil con la mirada que no era necesario.

Él recordaba a Bruce Carter como un niño pequeño, curioso y muy artístico. Siempre le había caído muy bien, pero tampoco tenía mayor relación con él. Neil lo había llevado a más de un entrenamiento y el niño adoraba a Redmayne. Tenía la impresión de que era recíproco.

Neil se enterneció con la pregunta de Marian, aunque quizás eso le hizo darse cuenta de que no estaba narrando bien la historia. Si Bruce estuviera aquí, le diría que estaba otra vez tratándolo como un bebé. Su hermano solía meterse con él cuando era evidente que Neil seguía pensando que Bruce todavía tenía doce años, pero era muy difícil abandonar las viejas costumbres. Ya Bruce era mayor de edad, tenía un apartamento donde vivía junto a su novia, a la que Neil sólo había visto en un par de ocasiones. La chica no terminaba de caerle bien, pero Neil se decía a sí mismo que era porque no se había dado el tiempo de conocerla. Por suerte, Regina todavía no le daba esos problemas, pero vivía angustiado del día que le dijera que, por fin, se había echado novio.

Eso sí sería una pesadilla. Nadie era lo bastante bueno para Regina. Tampoco para Bruce, pero no sabía si lo hermano lo tenía tan claro como Regina.

—Bruce ya es mayor de edad, pero es menor que yo —le explicó a Marian—. Puedes pensar en él como un tío muy joven. También tengo una hermana, nació después de mí. Es bailarina.

Neil usó la información adecuada, porque Marian abrió mucho los ojos, encantada con lo que acababa de escuchar. Siempre que mencionaba a qué se dedicaba su hermana, causaba esa impresión en la gente. Todavía recordaba que Regina casi que tenía prohibido acercarse a sus entrenamientos. Por si acaso.

—¡Bailarina! ¡Neil, eso es genial! ¿La visten de princesa y todo eso? —preguntó, fascinada, mientras Neil reía por su pregunta. Se inclinó despacio y le dio un largo beso en la frente—. ¿Y tus papás, Neil?

La pregunta de Marian tenía un tono tan dulce que Neil ni siquiera pudo enfadarse con ella. Sin embargo, pudo notar la expresión de Santi. Su amigo sabía que el tema de sus padres, aunque no era delicado, era un terreno escabroso. En especial porque la situación con su padre en este momento era la mejor. Era terrible, de hecho.

—Mamá vive en París —le explicó, mientras le acomodaba un mechón de pelo tras la oreja—. Así que no la veo todo el tiempo. Papá también viaja mucho, ahora mismo creo que está en América.

No estaba seguro si estaba en Boston o en New York, pero sabía que regresaba a Londres la próxima semana. Neil estaba visitando todos los días a su abuelo, aprovechando que su padre no estaba en casa. Cuando George volviera, no sabía cómo iba a estar la situación.

Bailarina.

Oh no.

Tal vez Santi no era un gran padre y no siempre entendía a Marian, pero estaba cien por ciento seguro de que una idea al ballet estaba en su futuro próximo. Marian iba a querer conocer a Regina y verla bailar. Santi no había ido al ballet en su vida, aunque había oído hablar a Neil maravillas sobre ella toda la vida.

A Marian le brillaban los ojitos de pensar en la hermana de Neil bailando como una princesa. Así que bueno. Iría al ballet si eso le ponía otra sonrisa en la cara a su hija al menos por un rato.

Lo malo, sin embargo, fue cuando le preguntó por sus padres. A Santi se le heló la sangre. Neil estaba allí, tratando de ayudarlos a ser un poco menos miserables, y su hija iba y le echaba en cara el tema de sus padres con todo lo malo que tenía aquel tema para su amigo.

Le dirigió una mirada de disculpa, sintiéndose muy acongojado. Neil, sin embargo, contestó con mucha tranquilidad, como si no hubiera nada en especial en el vínculo con sus padres.

Marian arrugó la naricita cuando lo escuchó decir que sus padres no estaban allí. Santi supunía que en cabecita eso no tenía mucho sentido. Al menos la ausencia de su madre le debía de resultar extraña. Se preguntaba si alguna vez lo extrañaría también a él si faltara. Pero no iba a probar por ahora. Marian necesitaba seguridad y él no necesitaba sentirse descartado tan fácil.

—Bueno, tus padres no están, pero tienes que presentarme a tu hermano y a tu hermana —insistió Marian con tono categórico, para que no hubiera lugar a dudas de qué era lo que tenía que hacer a continuación.

Santi puso los ojos en blanco y extendió una mano para ponerla en el hombro de su hija e intentar sosegarla.

—Los conocerás algún día si las cosas se prestan, pero no podemos disponer de Neil y su familia como nosotros queramos —le recordó.

No quería ser mal agradecido con Neil e imponerle más cargas de la cuenta. Tenía que aprender a ponerle límites a su hija, no fuera a convertirse en una niña exigente y malcriada que quería que todo girara a su alrededor.

Pero no tenía la menor idea de cómo hacer eso.

Marian parecía encantada ante la perspectiva de conocer a Bruce y Regina. Neil estaba seguro de que Bruce y ella iban a congeniar bastante bien, su hermano era el favorito de los sobrinos de Ronnie, en especial porque tenía mucha paciencia y solía pasar horas dibujando con ellos sin ningún problema. A Regina también le gustaban mucho los niños, llevaba diciendo que cuando estuviera lista para tener hijos, dejaría una temporada el baile para dedicarse exclusivamente a la maternidad. A Neil le parecía maravilloso, aunque le daba arcadas de sólo imaginarse a Regina como mamá, porque eso implicaría que algún tipo tuvo que, como mínimo, ser su pareja estable. Para Neil, no había nadie lo suficientemente bueno para Regina o Bruce, pero serían cosas que tenía que aceptar conforme se fueran dando.

Sin embargo, por la expresión y respuesta de Santi, se daba cuenta que para su amigo era hasta irrespetuoso que su hija estuviera tan llena de peticiones hacia él. Neil se inclinó hasta darle un suave beso a Marian, como si quisiera recordarle a Santi que estaba bien, que él realmente estaba feliz de poderles hacer compañía.

Aunque no podía evitar sentirse un poquito culpable, porque sabía que también se mantenía cerca porque amaba a Santi. Neil sabía que era bastante patético, pero esta era su realidad.

—Los presentaré apenas pueda, Marian. Pero recuerda que es cuando tengamos tiempo y, sobre todo, cuando tu papá nos dé permiso, ¿está bien? —corrigió Neil, mientras Marian hacía un pucherito, él no pudo reprimir la sonrisa.

Neil se fijó de nuevo en Santi, quien seguía mirándolo con una expresión muy intensa. Él estaba convencido de que se le detendría el corazón en cualquier momento. Era una suerte que Marian siguiera aferrada a él, porque ella era su cable a tierra.

—Además, tu papá y yo tenemos que ir hasta Birmingham la próxima semana, eso nos quita algo de tiempo. Recuerda que le prometiste a tu papá que irías a verlo jugar, eso puede pasar la próxima vez que estemos en Londres —comentó Neil, mientras recordaba que la próxima cita en el calendario era contra el Aston Villa, de visita. Ese siempre era terreno difícil, jamás se le ocurriría sugerir a Santi que llevaran a Marian a Villa Park, pero podían pensárselo para un partido de local. Estaba seguro que tanto Ronnie como Elle estarían encantadas de acompañar a Marian y a su abuela en los palcos reservados para las familias de los jugadores.

Una parte de Santi no se acostumbraba a que absolutamente toda la responsabilidad sobre la niña fuera suya. Cuando Neil hacía énfasis en que todo sería con su permiso o cuando él dijera sentía el peso sobre los hombros. Tenía que tomar muchas decisiones y si Marian no estaba conforme con ellas sería él con quien se enojaría.

Cuando Santi era niño, Pedro solía prohibirle cosas que sentía que afectarían su futuro como futbolista y él se refugiaba en su madre entonces, aunque al final tampoco le diera permiso. Pero Marian no tenía esa opción. Solo lo tenía a él.

La responsabilidad era agobiante.

Además, estaba el hecho de que en efecto era un padre que se ausentaba con frecuencia también. Por suerte su madre se había quedado en Inglaterra con él, o no sabría qué estaría haciendo con su hija.

—¿Te vas de nuevo la otra semana? —preguntó Marian, mirando a Santi con una mezcla de acusación, sorpresa y tristeza en su mirada. —¿DE NUEVO?

Cuando Ava y Marian se habían ido a vivir con él, Santi había suspendido su pretemporada y se había integrado tarde al trabajod e su equipo, pero no estaban en temporada todas las competencias. Pero ahora que estaban todos los torneos en curso, Marian parecía realmente sorprendida de que Santi se marchara con tanta frecuencia.

Se preguntó cómo hacían sus otros compañeros que tenían niños, pero supuso que los suyos se habrían acostumbrado desde pequeños a que sus padres se marchaban, pero sus madres se quedaban con ellos. O sus nanas.

—Es mi trabajo, Marian. Volveré en dos días —le recordó.

Había intentando explicárselo más de una vez, pero la niña solo se quedaba con que iba a marcharse. No entendía por qué le molestaba tanto. Tampoco era que pasara mucho tiempo con él, desde la muerte de su madre pasaba más tiempo encerrada en su habitación que con Santi cuando estaba en casa.

Pensó en señalárselo, pero se contuvo. Dudó que fuera apropiado echarle cosas en cara a una niña tan pequeña.

Neil todavía estaba sosteniendo a Marian cuando ésta hizo aquella pregunta y todo el ambiente pareció cambiar en un instante. Marian parecía molesta, bastante frustrada, al escuchar que Santi tenía que viajar. Neil desvió la mirada hacia su amigo, sólo hizo falta un vistazo para saber que no la estaba pasando bien, era obvio que no le gustaba que Santi viajara.

Era un pésimo momento para tener un calendario tan apretado, pero así era la vida del deportista profesional. El problema era que Marian era demasiado pequeña para entenderlo. Además, la alternativa era que Santi pidiera que lo excusaran para este partido en particular para quedarse con su familia. Estaba seguro que en otras circunstancias no parecería imposible, pero en este momento la relación de Santi con Redmayne no estaba para tirar cohetes.

Neil tampoco se atrevería a interceder, muchísimo menos si Santi no se lo pedía.

Así que estaban atrapados en medio de la tensión y el puchero de Marian, quien no se estaba esforzando en disimular cómo se sentía. Neil ahogó un suspiro y le dio otro beso suave a Marian en la frente.

—¿Sabes, Marian? Cuando era más pequeño y papá viajaba tanto, siempre me traía una postal de las ciudades a las que había ido —Neil se sintió un poco culpable porque no estaba diciendo toda la verdad. En realidad, lo que George le traía eran regalos, pero casi siempre venían acompañados de una postal, porque Neil solía pedírselas—. Cuando volvamos de Birmingham, te traeré una. Y cuando volvamos de viaje, también te traeré una. Y cuando ya te sientas mejor y estés lista, tu papá de seguro te dejará estar en el estadio para que nos veas jugar. Es sólo que no todos los estadios son adecuados para una niña.

Aunque a Neil le gustaba que su familia asistiera a sus juegos, había estadios en los que jamás permitiría que pusieran un pie. Por lo general estaban en un palco bastante protegidos, pero era mejor no arriesgarse. Villa Park definitivamente no era lugar para una niña.

Al menos, la historia de las postales parecía haber surtido efecto, porque Marian lo estaba mirando con interés.

—¿Lo prometes? —dijo, con curiosidad. Neil pronunció la sonrisa y la puso en el suelo, con mucho cuidado.

—Lo prometo —Neil le acarició la cabeza, para enfatizar su promesa—: A nosotros tampoco nos gusta estar viajando todo el tiempo, pero eso sólo hace que los juegos en Londres sean mucho mejor.

Santi suspiró. Seguro que Neil estaba endulzando la historia. No imaginaba a George Carter comprando recuerdos como un dulce padre. Pero bueno, él tampoco era un dulce padre. No se le había ocurrido algo tan simple. Aunque presentía que de alguna forma, Marian no lo habría aceptado tan fácil de él.

Era mucho menos hábil que Neil en esto de ser padre, y Marian lo juzgaba mucho más fuerte.

Tenía derecho, después de todo. Era su padre.

Sin embargo, no dijo nada. Sabía que la niña seguiría enfadada con él por irse, pero tampoco era como que pudiera dejar de ir. La niña tendría que acostumbrarse, aunque no le gustara.

—Papá, ¿tú también me vas a traer algo? —preguntó Marian de repente. —Tiene que ser algo diferente a lo de Neil.

Oh. Bueno. Le estaban dando una oportunidad. Aunque no tenía idea de qué podría ofrecer traerle.

—Claro. ¿Por qué no? —contestó. —Pero será sorpresa.

Le lanzó una mirada de auxilio a Neil. Iba a necesitar de su ayuda, por suerte viajarían juntos.

Podría ofrecerle a la niña traerle el balón por hacer un hat-trick, pero con los pocos minutos que estaba jugando lo veía complicado. Además, no sabía si a la niña le haría la menor gracia.

Todavía la estaba instruyendo sobre el fútbol, se veía que con su madre no solía ver muchos partidos.

—¿Ya acabaron el postre Copito y tú?—preguntó mirando el reloj. —Va siendo hora de dejar tranquilo a Neil y regresar a casa.

La niña lo miró como si fuera una barbaridad lo que le estaba proponiendo, y estiró la mano para aferrarse a Neil. Santi suspiro. Separarse de él se estaba volviendo cada vez más complicado con Marian. Tenía que pensar qué hacer, no podía poner esa carga sobre su amigo. Era él quien tenía que aprender a ser papá.

Neil apretó mucho los labios para disimular la sonrisa cuandio vio la expresión aterrada de Santi cuando escuchó a Marian preguntarle si él también iba a traerle algo. Marian era una chica muy lista, porque enseguida le exigió a su padre que no podía ser una postal. Se notaba que sabía cómo negociar, pero no pensaba decir eso en voz alta o estaba seguro que Santi era capaz de retirarle el habla.

De seguro que acabaría con Santi buscando un vestido para Marian, mientras su amigo se quería cortar las venas porque no encontraba nada lo suficiente perfecto para su hija. Al final terminaría escogiendo algo que creía que estaba bien y Darien haría una crítica y tendrían que empezar desde cero una vez más.

Neil a veces se sentía estúpido por ser capaz de predecir esos escenarios en su cabeza. No debería conocer a Santi tan bien.

No debería prestar atención a esos detalles. Había muchas cosas en esta vida que Neil Carter no debería hacer, pero las hacía de todas formas.

—¿De verdad ya nos tenemos que ir…? —dijo Marian, con un pucherito que le rompería el corazón a cualquiera.

Sin embargo, Neil no pensaba desautorizar a Santi frente a ella, así que asintió enérgico y le dio un beso suave en la frente a la niña. Acarició el cabello de Marian, como un suave gesto de despedida.

—¿Por qué no nos acompaño hasta los estacionamientos? Son los del tercer piso, que usamos sólo para clientes especiales. Nadie nos verá salir —dijo Neil, pues sabía que Santi lo apreciaría. Además, también lo hacía por él mismo. Aunque llevaba lo de tratar con la prensa bastante bien, últimamente estaba siendo una catástrofe porque al parecer todo el mundo estaba interesado en saber qué pasaba con su abuelo, cuál era su verdadero estado de salud.

Neil no entendía por qué no podían dejarlos en paz.

A estas alturas de su vida, Santi empezaba a entender todas las veces que de niño escuchó a su madre decir "Diosito, dame paciencia". Sabía que desde ojos externos el puchero de Marian resultaría adorable, pero él ya no sabía qué hacer con ellos. La niña estaba demasiado sensible y todo provocaba aquella reacción. Vivía continuamente insatisfecha y siempre era su culpa.

¿Eso era ser padre? Si tan solo pudiera hablar con su padre al respecto... Su madre era muy práctica. No paraba de recordarle que Marian había enterrado a su madre que había sido su única figura de autoridad y de apego en la vida hasta hace unos pocos meses y que estaban en un proceso.

Santi odiaba la parte inicial de los procesos.

—Sí, nos tenemos que ir —contestó con menos dulzura que Neil, quien se ofreció a acompañarlos. Siempre tenía tanto tacto que no debería sorprenderlo que les tuviera destinada otr salida—Gracias, Neil. De verdad todo esto significa mucho para ella. Para los dos, de hecho.

Le sonrió y tomó a su hija de la mano, porque sabía que de otra manera no iba a moverse para irse.

—Neil, ¿pero vienes con nosotros? —preguntó Marian todavía reticente a irse. —Si vienes a casa te puedo enseñar el último dibujo que coloree.

Santi suspiró de nuevo y miró a Neil negando, bastante apenado por la presión de la niña. No quería que Neil se sintiera obligado. No tenía que hacer esto.

—Seguro que Neil tiene más cosas que hacer—replicó, tirando de sus últimos vestigios de paciencia. —Le podemos mandar unas fotos de tu dibujo cuando lleguemos.

Se agachó y alzó a Marian. No era una niña pequeña, podía caminar hasta el carro, pero así se evitaría más paradas innecesarias que la niña se inventara de camino. De todas formas sí que le iba a enviar a Neil un mensaje cuando llegara a casa para agradecerle esto de nuevo, y para disculparse por los modales de su hija.

Había estadios que eran intimidantes, que te podían comer entero y hacerte recordar lo pequeño que eras. Old Trafford. Anfield. El ambiente era asfixiante y se te metía en el cuerpo, paralizándote si no tenías la experiencia suficiente para hacerle frente. Pero había otros estadios que, más que intimidar, eran irritantes. El ambiente era como un zumbido incómodo que te ahogaba lentamente, como el calor abrasante del desierto.

Villa Park era uno de esos estadios. Neil había hecho hasta lo imposible durante los primeros cuarenta y cinco minutos para mantener la portería a cero. Había dejado de contar los tiros de esquina, mientras se repetía a sí mismo que él podía hacerlo, que sólo tenía que concentrarse por cuarenta y cinco minutos más. Sin embargo, la desesperación también estaba en el otro lado de la cancha. Porque parecía que todos los tiros al arco del equipo estaban destinados a estrellarse contra el palo o buscar las gradas para que alguien del público atrapara el balón.

Darien, normalmente sereno y su ancla a tierra, también empezaba a desesperarse. Los gritos de la grada cuando vieron el letrero anunciando el cambio del número veinte por el número siete fueron como un soplo de aire fresco. Neil sólo podía imaginarse la desesperación que debía sentir Santi de estar observando el partido desde la banca.

Eran los últimos quince minutos del partido. Era la primera vez que Redmayne demoraba tanto en hacerlo entrar. Neil sabía lo que eso podía significar, casi que podía escuchar los pensamientos de Santi en este momento.  

Neil, normalmente más pragmático y cauteloso, vio la oportunidad en un saque de puerta. Por la naturaleza de su puesto, tenía más conexión con los defensas y los mediocampistas que con los delanteros. La complicidad que tenía con Darien en el área penal no tenía comparación, pero, en ese momento, cuando su mirada se cruzó con la de Santi, simplemente lo supo.

Lo habían practicado muchas veces, hasta el entrenador de porteros le había preguntando por qué estaba llegando tan temprano a los entrenamientos, si no había nadie más. Neil tan sólo sonrió y le dijo que preferiría mostrárselo en la cancha pronto.

“Tú puedes” pensó mientras pateaba el balón, sin estar seguro si se lo estaba diciendo a Santi o a sí mismo. Neil se quedó sin aliento cuando siguió corriendo del impulso por un instante y vio cómo el balón se elevaba en una curva preciosa, como trazada por un lápiz por encima de la cancha.

Cuando vio que el balón llegaba justo a los pies de Santi, lo supo. El instante que pasó desde que el balón se elevó por segunda vez hasta que se encajó en la portería rival fue probablemente el más largo de su vida. La grada visitante estalló en vítores y lo siguiente que oyó fue la voz de Darien, quien estaba agitando los brazos tan fuerte que pensó que se le iban a caer.

Algunos días, Santi se preguntaba si realmente había sido un traidor. Todos los jugadores, especialmente los buenos, alguna vez se planteaban si seguir su carrear en el mismo club o pasarse a jugar con otro. Era algo natural. No había hecho nada malo eligiendo una oferta mejor para él.

Era cierto que había tanteado el terreno primero con el Madrid pero lo habían hecho a un lado cuando se supo su historia con Matías. Luego, Barcelona había apostado por él. No había hecho nada malo...

Excepto optar a última hora por no irse. Su crimen había sido quedarse después de haber tenido la intención de irse. Redmayne no se lo iba a perdonar en la vida, y eso que Santi estaba haciendo su mejor esfuerzo por no quejarse por chupar banca toda la temporada.

Intentaba aprovechar al máximo los pocos minutos que su entrenador le daba, así que cuando vio que tendría oportunidad en Villa Park cuando el tiempo se estaba terminando, entró convencido de que ese día iba a hacer algo importante. Tenía que hacerlo. O el siguiente partido no le daría la oportunidad del todo.

Lo que no había esperado era que fuera la oportunidad para Neil y él, y la jugada que habían estado trabajando.

Asintió cuando su mirada se encontró con la de Neil y corrió. Corrió como si se le fuera la vida en eso.

Toda la vida, Santi había tenido una conexión con el balón. No sabía explicarlo, pero podía sentir en todo su cuerpo el momento exacto en que iba a hacer contacto con el balón. Estaba 100% seguro de que el tiro de Neil había sido perfecto. o se habría arriesgado a hacerlo de no estar seguro de ello.

Santi solo tenía que correr y estar en el lugar preciso en el momento indicado.

En el momento en que su pie impactó el balón, supo que iba en la dirección correcta. Era imposible para el portero. Casi empezó a celebrarlo antes de que entrara. Así que cuando el balón chocó con las redes, rompió su garganta el grupo de gol.

Corrió con los brazos extendidos, celebrando hacia la grada de la visita, pero luego giró hacia la portería y señaló a Neil. Estaba muy lejos para ver su rostro y solo deseaba correr hacia él, pero sus compañeros venían hacia él a abrazarlo.

Redmayne todavía le resentía, pero parecía que sus compañeros no tanto.

Lo había hecho. Había anotado de nuevo. ¡Y había sido gracias a Neil! Logró avanzar hasta el centro de la cancha. No le permitirían correr hasta el otro lado antes de poner el balón en movimiento. Así que desde el centro de la cancha extendió un brazo señalando a Neil y luego hizo una reverencia en su dirección.

No fue hasta el final del partido, con el marcador 0-1 luciendo en todas las pantallas, cuando Santi pudo correr hasta Neil y envolverlo en un fuerte abrazo.

Realmente se lo debía todo.

—Gracias, Neil —susurró contra su cuello mientras lo abrazaba—Gracias.

Estaba de vuelta solo porque Neil había creído en él.