Cartas
Lilibet tenía otras amistades, por supuesto, pero ninguna tan íntima como la que tenía con el menor de los Sinclair y, además, se encontraba especialmente triste por el hecho de que Christopher, el mayor de los hermanos, hubiera decidido poner fin a su simpatía debido a los rumores que se extendían por el condado tan rápido como lo haría un incendio por un campo de paja completamente seco. Lilibet decidió no compartir su descontento con Edwin, creyendo que sería del todo inaceptable que hablase de aquellas cuestiones sabiendo que existía la posibilidad de emponzoñar la ya de por sí compleja relación entre dos hermanos, y dado que él era la persona en la que más confiaba, Lilibet terminó por guardarse para sí la tristeza que le había provocado la pérdida de su amistad con Christopher Sinclair.
Aún no era capaz de comprenderse del todo, debido a que sus emociones variaban impredeciblemente de un día para el otro: a veces sentía pena por haber perdido un vínculo que se remontaba tantos años atrás; a veces estaba furiosa con el señor Sinclair por no haber tenido la valentía de la que hacía gala su hermano menor continuamente al desoír los cuchicheos crueles que corrían por el pueblo; a veces comprendía por qué había decidido poner fin a su relación y pensaba en que, en realidad, era lo mejor para los dos; a veces pensaba en cuál había sido su error para no alcanzar ninguna conclusión. Lo que no había visto venir en ninguno de los escenarios que había imaginado a ese respecto era que un día cualquiera, muchos días después de su visita a la galería de arte, recibiría una carta dirigida a ella que no era de Edwin, sino de Christopher, y cuando la joven sostuvo el sobre entre sus manos, se quedó mirándolo con extrañeza.
La calidad del sobre, lo pulcro del sellado y la bonita caligrafía que indicaba el destinatario de la misiva bastaron para sorprender a Lilibet. El papel era grueso, pero también suave, y si lo ponía a contraluz podía ver sus fibras. La carta no se la había enviado Edwin, porque habría reconocido su letra en cualquier parte, pero el material se le antojó parecido. Al romper el sobre y leer el primer párrafo, notó Lilibet que su corazón daba un salto para subírsele a la garganta, como si quisiera ver por sí mismo las palabras que había leído. Leyó la misiva en diagonal para evitar alterarse más de lo debido y, después, fue párrafo a párrafo, deteniéndose en prácticamente todas las frases. Un rubor adolescente ascendió a sus mejillas y la hizo agradecer que no hubiera nadie allí para verla, porque se habría sentido sumamente ridícula.
Pensó en lo que había leído lo que restaba de jornada e incluso después de que hubieran apagado todas las velas de la hacienda cuando llegó la hora de acostarse. Lilibet se encontró desconcertada y, de la misma manera que no había sabido cómo sentirse hasta recibir la carta, sus emociones volvieron a negarse a alcanzar ningún acuerdo. Quería escribirle para decirle que estaba encantada de retomar sus conversaciones, lo cual no sería mentira, y también para fingir indiferencia y pedirle educadamente que guardase su promesa, dado que tanto interés había mostrado en su honra anteriormente, pero también la tentaba la idea de responderle mandándolo al infierno, así como la de no responderle en absoluto para que se desesperase anticipando una carta que nunca recibiría. Al término del tercer día reflexionando al respecto, decidió que no era lo suficientemente mezquina para rechazar de pleno la misiva del señor Sinclair, así que aguardó a que sus padres salieran a ocuparse de sus asuntos para escribirle una respuesta.
Estimado señor Sinclair,
No esperaba recibir ninguna comunicación por vuestra parte tras nuestra conversación en la galería de arte. Pese a que el abrupto final de nuestra amistad hirió mi ánimo profundamente, por el aprecio que le tengo a vuestra familia y también hacia usted como individuo, estoy dispuesta a retomar nuestras conversaciones, aunque sea a través de este medio, dado que también a mí me resultaban muy agradables. Acepto sus disculpas y aprecio su iniciativa.
Con mis mejores deseos hacia usted y hacia su familia,
Lilibet Fairbanks.
L. F.
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Cartas
Había cometido una audacia impropia de él al escribir a la señorita Fairbanks y esperar que le respondiera. Estaba claro que no merecía tal referencia, ni siquiera tenía el derecho de pedir su perdón cuando era consciente de hasta que punto debía haberla decepcionado.
Sin duda no debería haber hecho caso a Edwin.
Y aún en el caso de haber seguido con aquel plan... ¿Qué clase de mentecato no hace una copia de una carta de tal importancia?
Necesitaba estar seguro de haber expuesto sus intenciones con claridad, de no haber fallado en ninguna palabra o expresión que pudiera malinterpretarse. Solo podía confiar en no haber olvidado o una coma o, dios no lo permitiera, cometido una falta de ortografía. ¿Sería su caligradía lo bastante elegante? ¿Facilitaría la lectura para la señorita Fairbanks?
Estas fueron las ideas que durante tres días y medio cruzaron la mente de Christopher a cada rato. Puede que hubiera momentos donde consiguiera concentrarse lo suficiente para dejarlos a un lado. Pero eran como los asaltadores del camino, sus pensamientos esperaban embozados tras cualquier puerta o esquina para lanzarse sobre él y apresarle.
Era seguro que el librero se habría sorprendido al no verle aquella mañana en su establecimiento para recoger el ejemplar que esperaba, tanto que lo envió a su casa con una nota para desearle que se recuperase pronto, pues solo la enfermedad podría haber retenido a alguien tan estricto con sus citas.
Pero no podía tachar aquello de enferemedad. Sería una indecencia asociar tal término a cualquier pensamiento relacionado con la señorita Fairbanks, desde luego. Ella que era todo luz y bondad, su compañía en todo caso resultaría sanadora a quien tuviera el placer de ella.
Convencido estaba de que jamás volvería a ser él cuando el criado trajo el correo y entre las cartas pudo reconocer una que era de todo punto diferente. Aquella caligrafía delataba una elegancia y belleza de espíritu que solo podía asociar a una persona. Hubo de cerciorarse al menos tres veces de que era su nombre y no el de Edwin el que figuraba en el destinatario.
A pesar de su deseo de terminar de cuadrar las cuentas que tenía sobre la mesa y de que éstas no eran difíciles, tardó más de una hora en lo que debían haber sido quince minutos a lo sumo, porque sus mente parecía demasiado propensa a redactar la carta de respuesta más que a lo que debía hacer antes de poder escribir...
Y, sin embargo, cuando se sentó en el escritorio privado de su habitación, se halló en blanco durante otra hora... Pero había decidido que la carta no tardara más de un día en llegar a su destinataria.
Estimada Señorita Fairbanks,
No hay palabras con las que pueda agradecer la bondad de su corazón al aceptar mis disculpas, de las que sé que no soy merecedor pues soy consciente de la decepción que he podido causarle. Soy consciente de que a pesar de mis buenas intenciones, provoqué un daño en quien menos deseaba perjudicar. De nuevo, gracias por permitirme continuar con nuestra relación por este medio.
Sin embargo, le pido disculpas nuevamente, ya que temo haber perdido cualquier rastro de mi, ya de por sí mermada, capacidad para la conversación. Pues ningún tema se me antoja lo suficientemente interesante para usted y no quisiera que estos nuevos coloquios empezaran haciendola sentir algún tedio.
Quizá pueda pues preguntar si en los últimos días ha podido pasear o quizá si ha incluido alguna nueva pieza de arte en su colección.
Le ruego dispense mi falta de originalidad, trataré de mejorar en el futuro.
Con mis mejores deseos,
Christopher Sinclair
C. S.
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El joven Sinclair se mostró agradecido por su consideración a la hora de responderle y reiteró sus disculpas por su comportamiento, lo cual la sorprendió y, por fortuna, para bien. Lilibet volvió a leer la misiva mientras pensaba en cómo responder. Lo cierto es que se había planteado la posibilidad de que el señor Sinclair no volviera a ponerse en contacto con ella. Ahora no sabía cómo lidiar con su contestación. Al cabo de un tiempo prudencial de reflexión, pudo sentarse a escribir una carta que disimularía entre las decenas que enviaba su familia al término de cada semana.
Estimado señor Sinclair,
No es menester que os disculpéis de nuevo por lo que ocurrió en la galería de arte. Preferiría que nuestras conversaciones sean sobre cuestiones más agradables. No mencionaré de nuevo aquel desagradable incidente si vos hacéis lo mismo. Espero que estéis de acuerdo con esto.
Los últimos días los he pasado en casa, practicando con el piano y con las acuarelas. Vuestro hermano me trajo de su último viaje unos papeles de excelente gramaje. Es una lástima que no tenga unos pigmentos dignos de tan excelente materia prima. No obstante, hago lo que puedo con lo que tengo, y me encuentro relativamente satisfecha con los resultados.
¿Puedo preguntaros a qué os habéis dedicado últimamente? ¿Asistiréis al evento de caridad que se celebrará en breve?
Sin otro particular,
Lilibet Fairbanks.
L. F.
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Cartas
Las dudas se agolpaban en su mente cuando la carta salía con el resto de su correo para viajar hasta las manos de Lilibet. ¿Habría expresado adecuadamente su gratitud y arrepentimiento por sus actos del pasado? Por supuesto, sabía que la dama no le guardaría rencor alguno, no estaba en su naturaleza. Pero era él mismo quien se cargaba con ese peso sobre los hombros, sabedor de cuán despreciable había sido su actuar.
La semana transcurrió con su inquebrantable tranquilidad. Pero Christopher estaba más pendiente del correo que de costumbre. Un sobre de calidad reseñable había llamado su atención, pero se encontraba en manos de su madre cuando lo vio y, por suerte para él, solo se trataba de una invitación a otro de esos numerosos actos con los que la sociedad llenaba su tiempo.
Trató de escabullirse antes de que su madre empezara a hablar de la necesidad de que acudiera, siendo un acto de caridad era imprescindible estar presente y hacer una donación adecuada. Por supuesto, colaboraría, pero en nada ayudaría a la calidad que él fuera allí a comer pastelitos o beber vino con otras tantas personas a las que, en su mayoría, les importaba poco o nada la razón de la velada.
Fue al día siguiente cuando finalmente recibió noticias de Lilibet. Leyó su carta con avidez la primera vez y atención la segunda, recordando inmediatamente la invitación del día anterior y arrepintiéndose momentáneamente por haber dicho a su madre que no asistiría. Y, desgraciadamente, ya había hecho planes para acudir a una de las granjas ese día, sus arrendatarios también merecían su atención.
Una lástima, pues la oportunidad de volver a encontrarse con la señorita Fairbanks ahora que las malas lenguas se habían acallado un poco, y, por supuesto, con la idea de no excederse, no debía ser descartada tan rápidamente.
Se dispuso a escribir, obviando responder al primer párrafo, pues tal era el deseo de su destinataria, que no volviera a mencionar el asunto.
Mi estimada Señorita Fairbanks,
Me alegra saber que ha seguido practicando con sus pinturas, recuerdo que las que vi en su cuaderno me resultaron realmente admirables, no dudo de que su destreza en la música será también sobresaliente.
Mi hermano debió ganarse el afecto del dueño de la papelería a la que acudió para conseguir los regalos de su último viaje, pues también fue de esa naturaleza el obsequio que me destinó. El papel que utilizo para nuestra correspondencia, mismamente.
Mis días, lamento aburriros, no tienen mucho de interesante. Me encuentro prácticamente cada día en el despacho, revisando correspondencia y cuentas de nuestras propiedades. Mi tiempo de ocio, eso sí, lo dedico a la lectura, aunque no puedo decir que mi última adquisición esté llegando a captar mi atención, cada poco tiempo me hallo abstraído y sin recordar lo que he leído en la última página. Pero no estoy seguro de que el culpable sea tanto la narración como mi propia mente.
En cuanto a vuestra amable pregunta sobre el evento de caridad próximo. Me temo que ya me he comprometido para ese día y me será imposible asistir. Haremos una donación, por supuesto, para colaborar con la generosa causa de la señora Baxter, y mi madre y Edwin harán acto de presencia. Les encatará veros, si también tenéis pensado asistir.
Con mis mejores deseos,
Christopher Sinclair
C. S.
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Cartas
— Oh, ¡es cierto! — Lilibet no se había dado cuenta de que el exquisito papel que había empleado el señor Sinclair para escribirle era de la misma calidad que el que le había regalado a ella Edwin para sus dibujos. No eran exactamente iguales, pero sí muy parecidos.
Cuando Lilibet terminó de leer, se quedó pensando en lo que le había dicho el señor Sinclair hacia la mitad de la carta. Comentaba que últimamente estaba distraído, cosa rara, aunque no había incidido en el porqué. Lilibet no supo si preguntar o dejarlo pasar, por lo que la redacción de su respuesta se demoró unos días de más.
Estimado señor Sinclair,
Los inicios de trimestre siempre son complicados. No basta con cerrar las cuentas del ejercicio anterior, también hay que preparar las de los siguientes meses para que los negocios funcionen adecuadamente. Comprendo vuestras preocupaciones, puesto que las he visto en las gestiones de mi padre, y espero que vuestro duro trabajo se vea pronto recompensado. Confío en que vuestros números cuadren y obtengáis importantes dividendos de cualesquiera que sean vuestras inversiones. Quizá entonces podáis volver a encontrar placer en la lectura. En caso contrario, me temo que el problema sea el libro que estéis tratando de leer, más que vuestra disposición a leerlo. Os recomiendo el título Colinas Tempestuosas, de reciente publicación, que quizá os guste tanto como a los críticos literarios.
En cuanto al evento de caridad organizado por la señora Baxter, tampoco hacer yo acto de presencia, puesto que mi padre ha programado un viaje al norte para tales fechas con el fin de cerrar un acuerdo comercial para la compra y transporte de varias toneladas de carbón hacia las fábricas de Londres. No es lo único que haremos allí, por supuesto. Estamos valorando intervenir en otros mercados, tales como los del cobre, aunque quizá emplear la primera persona del plural en estos términos sea un poco pretencioso por mi parte, dado que yo no soy más que una simple observadora en este tipo de cuestiones. En cualquier caso, y como vuestra familia, haremos una donación a la señora Baxter para que la invierta en lo que considere oportuno, confiando en el buen juicio que siempre ha demostrado para suplir las carencias que a otros ojos puedan pasar desapercibidas.
Saludándolo cordialmente,
Lilibet Fairbanks.
L. F.
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Su padre ya había tenido que preguntarle si le sucedía algo, y su padre no solía prestar atención a más cambios de humor que los propios. Por lo que Christopher tuvo conciencia de que su forma de actuar se había vuelto algo errático. Suerte tenía de no cometer errores en lo que se refería a su trabajo en la administración.
Pero sin duda había tenido que abandonar la lectura por falta de concentración y la hora de la llegada del correo se volvía más impaciente ante retrasos de minutos. No mostraba impaciencia, sin embargo, hacia Lilibet, pues ella tenía todo el derecho a tomarse el tiempo que deseara en responder a sus cartas si deseaba hacerlo.
No podía pedirle una atención especial bajo ninguna circunstancia. Solo podía dar gracias de que su amistad continuara a través de aquel medio.
Mas no podía negar el placer que resultaba encontrar una carta de su parte entre la correspondencia. En aquella ocasión informándole de un viaje en breves, por lo que no había duda de que su correspondencia se vería retrasada durante un tiempo mayor.
Sin embargo, deseaba que su carta llegara antes de que partieran, por lo que no tardó demasiado en sentarse a escribir.
Mi estimada Señorita Fairbanks,
Agradezco vuestros gentiles deseos sobre las gestiones que tenemos la responsabilidad de llevar a cabo en estos días. Confío en que las gestiones de vuestro padre también sean satisfactorias para sus intereses y espero que los negocios que van a apartaros de actos como el evento de caridad próximo resulten un éxito. Espero poder hablar con el señor Fairbanks, ya que me resulta interesante el asunto. O quizá podáis ilustrarme vos misma, ya que aunque reduzcáis vuestro papel al de una observadora, soy consciente de que poseéis una mente despierta y seréis capaz de aconsejar a vuestro padre si es necesario.
Aún recuerdo las pruebas de buen juicio que me disteis durante nuestra conversación en el prado, un proyecto que espero poder iniciar en los próximos meses.
En cuanto a la lectura, no me parecería justo culpar al libro que hace su mejor esfuerzo para entretenerme, sino a mi propia mente cansada. A pesar de ello, tomo buena nota de vuestra recomendación y me interesaré por conseguir un ejemplar del libro mencionado, confiando en que los críticos no se equivoquen con su apreciación. Lo cierto es que lo he oído mencionar en alguna ocasión, pero aún no he podido mostrar el debido interés por él.
Confío en que esta carta llegue a vuestras manos antes de vuestra partida hacia el Norte y espero poder tener noticias de vuestro regreso cuando se de.
Besando vuestra mano,
Christopher Sinclair
C. S.
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Cartas
Lo primero que hizo al llegar a casa fue revisar su correspondencia. El constante ir y venir de sus cartas hizo que las conversaciones entre el señor Sinclair y la señorita Fairbanks fuesen desprendiéndose de la artificial cortesía con la que se hablarían dos desconocidos. Poco a poco, con el tiempo, el tono de sus cartas fue recuperando la prudente familiaridad con la que habían charlado hasta que el señor Sinclair había tenido a bien cortar toda comunicación entre ellos para cesar los rumores que habían florecido en el pueblo como dientes de león en el prado.
El señor Sinclair tenía más confianza en la capacidad de Lilibet para la gestión que los propios Fairbanks que, aunque toleraban su presencia en las reuniones de negocios, no contaban con ella para tomar decisiones financieras aduciendo que sencillamente no estaba preparada para tales menesteres. En cierta manera, el hecho de que un hombre de negocios reconociera su valía al respecto la hizo sentir bien, pero Lilibet tampoco podía evitar pensar que el joven Sinclair decía aquellas cosas porque nunca habían coincidido en una situación comercial y no le costaba nada ser amable con ella sabiendo que jamás tendría que lidiar con su incompetencia para los negocios.
Lilibet decidió desechar aquellos viles pensamientos sabiendo que no le traerían nada bueno. Pasaría el resto de la jornada buscando en la amplísima colección de su biblioteca algún otro título que pudiera recomendarle al señor Sinclair para ayudarlo a salir del bloqueo que le mencionaba en su carta, aunque la manera en la que el señor Sinclair se despidió de ella la hizo olvidar todos sus planes para releer su misiva una y otra vez por si acaso no lo había entendido bien.
Estimado señor Sinclair,
Vuestra carta llegó cuando ya me hallaba de camino hacia la ciudad. El viaje no ha resultado en absoluto agradable, y el clima del norte ha sido inclemente con nosotros, pero no os aburriré con los detalles de nuestro tránsito dado que imagino que habréis ido hacia allá en más de una ocasión para atender vuestros propios negocios.
Os confieso que no estoy del todo satisfecha con el resultado de las conversaciones comerciales que hemos mantenido en la ciudad. Creo que habríamos podido obtener un mejor precio si hubiésemos argumentado la alta inversión en transporte que habremos de hacer para trasladar todo el material que hemos adquirido. La inversión, por supuesto, habría sido de sobra compensada con las operaciones comerciales posteriores, pero sé que nuestro margen de beneficio podría haber sido mayor si hubiésemos presionado un poco más para reducir el precio por tonelada.
¿Habéis tenido la ocasión de obtener un ejemplar de Colinas Tempestuosas durante estas tres semanas? ¿Qué os ha parecido su argumento? Si no lográis salir de vuestro estancamiento lector, puedo recomendaros otros títulos que quizá os resulten más sencillos de abordar.
Esperando que disculpéis la tardanza en mi respuesta,
Lilibet Fairbanks.
L. F.
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Tal como había sospechado que sucedería, la partida de los Fairbanks hacia el norte impidó que su correspondencia con Lilibet continuara durante algún tiempo. Aunque para su tranquilidad, que una familia cercana viajara era lo bastante interesante como para que su madre estuviera al tanto de los plazos y regresos.
Aquella distancia consiguió que Christopher volviera a centrarse en sus tareas en lugar de estar pendiente de las cartas que entraban en su hogar, o esperando algo que no iba a llegar hasta que la familia hubiera regresado a su residencia. Si bien, no por no esperar dejaba de dedicar algún que otro pensamiento repentino a Lilibet. Especialmente cuando leía aquel libro que ella misma le había mencionado y su librero había tenido a bien conseguir tan rápido.
Su madre anunció que los Fairbanks habían regresado durante el desayuno y de una forma tan sencilla y alegre rompió su tranquilidad, nunca se había dado cuenta de que esta fuera tan frágil como el cristal, pero así parecía serlo en los últimos meses.
La respuesta de Lilibet llegó pronto, más pronto de lo que esperaba, y eso le alegró.
Mi estimada Señorita Fairbanks,
Bien consciente era de la posibilidad de que mi carta no llegar a sus manos hasta su regreso, así que ruego que no se disculpe por la demora, pues era algo que contemplaba. Si bien no puedo expresar lo mucho que me alegro de poder retomar nuestras conversciones.
Ciertamente he podido visitar aquella zona y lamento escuchar que el viaje no haya sido agradable. Si bien recuerdo el mal estado de los caminos la última vez que estuve, el clima no supuso un gran inconveniente.
De la misma forma, también lamento que los resultados no hayan llegado a complacerla. No me atrevo a hablar sobre el asunto por falta de conocimiento, mas no dudo que si consideráis que era posible presionar para obtener un precio mejor, es que tal opción existía. No os imaginaría nunca forzando una situación que no propiciara hacerlo.
Imagino que tendré oportunidad de saber más al respecto cuando hable con vuestro padre y así conocer su punto de vista sobre el asunto. Me extraña que un hombre con su experiencia no haya visto la oportunidad. Y, sin duda alguna, os consultaré en el futuro si me encuentro en algún dilema parecido.
En cuanto a la literatura, he podido retomar mi afición a las letras en estos días gracias a vuestra recomendación. He de decir que me ha sorprendido la narrativa de Colinas Tempestuosas, la crudeza y vileza con la que se describen las emociones humanas y las relaciones, alejándolas de las nociones más románticas. Sin duda la señorita Brento consigue trasladar al lector al páramo inclemente y a la mente de unos personajes atormentados por las circunstancias.
Si aún no ha podido conocer esta historia, puedo ofrecerle mi ejemplar cuando termine con su lectura. Así podrá darme su propia opinión.
Aunque igualmente aceptaré cualquier título que tengáis a bien recomendarme.
Besando vuestra mano,
Christopher Sinclair
C. S.
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Aunque le contaba alguna cosa sobre los negocios de su padre, procuraba mantener los temas de sus misivas alejados de la sociedad. Al fin y al cabo, era aquello lo que los había separado en primer lugar, y Lilibet no iba a cometer el mismo error dos veces, pero le resultó agradable poder charlar sobre trivialidades que no estuvieran relacionadas con los amoríos y los desentendimientos de los miembros de la alta sociedad inglesa, puesto que ya tenía de sobra con los análisis de su madre y de Edwin, a quienes no escapaba nada de lo que ocurría en el condado. Nada, por supuesto, que no fuese escondido en un sobre. Lilibet había mencionado la recepción de las primeras cartas del señor Sinclair, pero conforme aquellas misivas se convirtieron en algo habitual, dejó de hablar de ellas a no ser que le preguntasen directamente, cosa que afortunadamente aún no había ocurrido. No sabía qué pensarían sus padres si averiguaban que estaba carteándose con quien, a pesar de haber sido un amigo de la infancia, no dejaba de ser un hombre en edad casadera. Podría excusarse en la inocente naturaleza de su vínculo, dado que nunca habían cuestionado su amistad con Edwin por lo particular de sus circunstancias, pero no estaba segura de que aquello fuese del todo así y decidió que no tenía prisa para descubrirlo. Por desgracia, se supo equivocada mucho antes de lo esperado.
Al regresar de su paseo matutino, tras haber llenado varias hojas del cuaderno con bocetos del lago y haberse desviado ligeramente de la ruta establecida para enviar una carta, la recibieron sus padres para darle la noticia de que habían mantenido conversaciones con un joven de excelente posición y conocida familia para establecer un cortejo formal entre los dos, habiendo expresado él su interés por Lilibet muy abiertamente. Ella no supo qué decir. Las explicaciones de su madre no le sirvieron de nada: de pronto, era como si se hubiera sumergido en un lago helado y no pudiera oír nada de lo que ocurría en la lejana superficie. Las palabras le llegaban enredadas, no comprendía lo que significaban. Lilibet miró a su padre, creyendo que él se opondría a entregar tan pronto a su ya única hija, y la decepcionó profundamente averiguar que estaba de acuerdo.
— Es un buen chico. He tratado con sus tíos y él ha estado presente en algunas de nuestras negociaciones. Es un hombre inteligente.
— No es algo definitivo, querida — intervino su madre, quizá alarmada por la súbita palidez de Lilibet —. Creemos que puede ser un buen marido para ti, pero no vamos a tomar ninguna decisión sin ti.
Buscó las palabras para responder, pero no encontró nada. Se retiró a sus aposentos y allí se derrumbó sobre la cama.
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