Para Eric fue como ver una nueva película. Apenas recordaba trazos del argumento, su memoria los había interpretado y unido a su libre albedrío, de manera que poco tenía que ver con lo que se estaba proyectando en la pantalla de la filmoteca. Nunca le habían entusiasmado los clásicos y, de hecho, prefería ver series antes que películas, pero había de reconocer que la presencia de Audrey Hepburn en pantalla era cautivadora. Se encontró prestando más atención de la que había puesto en un principio conforme progresó la cinta, despertó en él las ganas de escaparse de la rutina para perderse por rincones tan bonitos como los que se veían en la película.

— Pobrecita, seguro que es la primera vez que la tratan así por cómo es, no por la fama que tenga — masculló.

De pequeño había soñado con ser una celebridad, convertirse en un actor de prestigio o un músico capaz de llenar estadios, pero conforme fue haciéndose mayor había ido adquiriendo conciencia del precio de la fama. No le habría gustado una vida en la que no supiera si lo amaban a él o a su personaje. Ya le había parecido bastante difícil sobrevivir a los cuchicheos del instituto como para plantearse resistir los de la prensa del corazón.

— No pueden estar juntos después de lo que ha pasado. ¿Tú podrías volver a confiar en él? Al fin y al cabo, es un completo extraño. De buen corazón, creo, pero un extraño.

En otra fila había alguien buscando en su bolso un pañuelo de papel para contener sus lágrimas. Las palomitas ya habían desaparecido y permanecía el silencio expectante por el final del largometraje.

Tulip mantenía firme su determinación de confiar en el protagonista de la película. Había tomado decisiones cuestionables, desde luego, pero ella creía que sus intenciones eran nobles y que eso bastaba para legitimar aquellas de alguna manera. Su amiga siempre había mirado a la vida de esa manera, cosa que en ocasiones le había traído algún problema con amistades deshonestas. Eric, por su parte, seguía sin tenerlo del todo claro, aunque había de reconocer que los actores hacían una buena pareja.

— Es triste, sí — suspiró él, observando la pantalla. Ante la reflexión de Tulip, asintió —. Prefiero ser libre a ser rico. Ya está, ya lo he dicho.

Lo cierto es que se le hacía insoportable la idea de no poder salir de casa sin tener que estar preocupándose continuamente por las cámaras que lo seguirían si fuese una celebridad. No podría trabajar, ni visitar a sus amigos, ni ir a ninguna parte sin que lo supiera el resto del mundo. ¿Para qué querría una mansión de varios millones de dólares, si no iba a poder abandonarla nunca? Prefería su apartamento si era el precio que tenía que pagar por su libertad.

— ¿Sabes? No sería mala idea. Podríamos probar las verdaderas pizzas italianas para ver si son tan buenas como dicen.

Llegó la escena final y comenzaron a pasar los títulos de crédito. A diferencia de como ocurría en el cine, las luces permanecieron apagadas mientras el listado de nombres recorría la pantalla.

Eric no le había dado importancia al comentario de Tulip porque no creía que lo hubiese dicho en serio. Podría haber sido como aquellas propuestas de visitar lugares preciosos que se hacían durante una cena con amigos y nunca llegaban a concretarse y a Eric no le habría sorprendido, pero parecía que en aquella ocasión la florista estaba hablando en serio.

— Oh, pues claro — contestó, aunque sin estar del todo seguro de si tendría en mente un viaje con más gente o si solo irían ellos dos. Eric prefirió no preguntar por si eso llegaba a estropear el plan —. Podríamos ir la semana que viene. A la pizzería de aquí, digo, no a Roma. Y ya después de eso sí que empezamos a ahorrar. Palabra.

Al fin encendieron las luces y la gente se empezó a levantar. Eric y Tulip se aseguraron de no dejarse nada en los asientos y salieron entre las conversaciones sobre la película que estaban teniendo el resto de los espectadores.

Aunque Eric lo había pasado bien en la filmoteca y, de hecho, se había sumergido en las profundidades de Internet para leer más sobre la historia en la que habían basado la película que habían visto y, de paso, aprender algo más sobre la bella ciudad de Roma, las obligaciones que la vida de adulto trabajador independiente traía consigo lo obligaron a posponer su siguiente encuentro con su amiga hasta unas semanas más tarde. Mantenían el contacto por mensajería, claro, y se habían encontrado una vez, pero no habían tenido tiempo de charlar durante más de cinco minutos para recordarse que tenían una cita pendiente.

Después de hacer encaje de bolillos para despejar la agenda, Eric y Tulip confirmaron el día y la hora y el electricista se encontró con que decidir qué iba a ponerse sería todo un quebradero de cabeza. Nunca le había importado demasiado cómo vestir, es decir, tenía ciertas nociones de estilo y jamás se le habría ocurrido combinar rayas con rayas, pero se llenó de dudas cuando trató de encontrar un conjunto adecuado para la cena. No podía ir demasiado elegante, desde luego, ni tampoco muy casual. La teoría no era complicada; la práctica, sí.

Amontonó varias opciones sobre la cama y las miró y remiró, sin que ninguna lo convenciera. Tanto tiempo pasó dando vueltas que no se dio cuenta de la hora. Cuando desbloqueó el teléfono, Tulip había salido de su casa hacía casi diez minutos mientras que él seguía en toalla.

— Mierda — masculló —, mierda, mierda, mierda.

Al final, de poco le sirvió la anticipación, porque tuvo que salir corriendo al encuentro de Tulip después de haberse arreglado deprisa y corriendo. Solo esperaba llegar al punto acordado a tiempo.

Mientras caminaba, pensó en el tiempo que tardaría en alcanzar el punto de encuentro a la velocidad a la que iba. Si corría más, llegaría antes, pero estaba seguro de que llegaría hecho una pena, y entonces el rato que había echado arreglándose y lo había hecho llegar tarde en primer lugar habría sido en vano. Si iba despacio, parecería que le daba igual haber quedado con Tulip, y ella habría podido ofenderse por semejante falta de respeto.

Ella y Eric siempre se quejaban de los amigos en común que les decían que estaban de camino cuando ni siquiera se habían metido a la ducha. Él no podía hacerle lo mismo. Si bien era cierto que no lo había hecho a propósito, todavía no sabía cuánto le importaría eso a su amiga.

— Perdón, perdón — se fue disculpando con la gente a la que iba apartando para llegar antes al sitio.

El camino, que en circunstancias normales le llevaba unos catorce minutos en recorrer, se había reducido a siete. Reconoció a Tulip bajo una farola y se miró en el reflejo de un escaparate antes de llamar su atención para comprobar que seguía presentable. Para sorpresa suya, no estaba tan despeinado como otras veces, así que se aclaró la garganta y se acercó a ella.

— Lo que ha pasado es que soy un desastre — replicó, desinflándose en cuanto alcanzó la meta después de la carrera —. No me he dado cuenta de la hora que era.

Como excusa, dejaba mucho que desear, pero prefería ser sincero. Podría haberle dicho que por el camino se había tenido que parar a rescatar a un gatito, cosa que podría haber sido cierta, pero no era su estilo.

— ¿Llevas mucho rato esperando? — quiso saber, encaminándose hacia el restaurante, que no estaba demasiado lejos de allí. — Lo siento un montón, Tulip, de veras.

Cuando se fijó mejor en ella, advirtió dos cosas: la primera, que parecía genuinamente alegre de verlo y que, por tanto, no debía de estar demasiado enfadada; y la segunda, que esa noche estaba especialmente bonita tal y como se había arreglado.

— Estás muy guapa — ni siquiera se dio cuenta de que aquella idea se le había escapado de los pensamientos hasta que la hubo dicho —. Y no es por hacerte la pelota por haber llegado tarde.

Eric volvió a respirar en cuanto Tulip le aseguró que no estaba enfadada. Lo cierto es que podía contar con los dedos de una mano las ocasiones en las que había visto a su amiga perder su afable temperamento, y nunca sin una buena razón. Aun así, Eric tampoco quería abusar del buen humor de la florista. Aunque tuvieran confianza, lo suyo era disculparse si había llegado tarde.

— Ah, sí, los gatos — recordaba las fotos que le había enviado Tulip de ellos cuando se los había encontrado paseando por el barrio —. ¿Cuántos años tendrán ya? Llevo toda la vida viéndolos.

El haber hecho sonreír a Tulip hizo que todas las preocupaciones de Eric pasaran a un segundo plano. Ante su pregunta, asintió. No solo le parecía que estuviera guapa, es que no tenía un solo asomo de duda al respecto. La vueltecita lo hizo reír y desechó su cumplido con un gesto de la mano para quitarse importancia, aunque estuviera sintiendo un agradable cosquilleo en las mejillas pensando en ello.

— Cuando me hice bombero, esperaba muchos más avisos de gatitos atrapados en árboles de los que he recibido. Ese tipo de accidentes están sobrerrepresentados en la televisión, aunque también es verdad que en la ciudad no hay tantos árboles para que los pobres gatos se puedan subir a ellos — le explicó a Tulip cuando comenzaron a caminar —. Aunque he visto cosas que no me habría creído si hubieran salido en una película, también te lo digo…

En general, estaba contento con su labor como bombero voluntario, aunque le habría gustado que las cosas fueran distintas y pudiera dedicarse a ello a tiempo completo, como sí habría podido hacer en otros países. La pregunta de Tulip devolvió a Eric a la conversación. Al principio, no supo qué responder.

— Bueno… — empezó, sin tener claro cómo continuar. — Va, supongo — se le hacía raro hablar con Tulip de ella misma como si fuera otra persona, pero no le quedaba otra —. Ella es una muy buena chica, me gusta estar con ella y creo que a ella le gusta estar conmigo, pero no sé si me ve como algo más que un amigo. Empiezo a pensar que no — suspiró —. Y no es que pase nada, ¿sabes? La aprecio como persona y mira, si no le gusto, pues ya está, pero… no sé qué hacer para salir de dudas.

La teoría de Tulip lo hizo preguntarse si el gato atigrado que había tenido cuando era pequeño seguiría cazando cucarachas en algún lugar de Maine, por ejemplo, muy lejos de donde se habían encontrado por primera vez. Lo cierto es que nunca había sido un gato completamente doméstico: un día apareció por casa y Eric le dio parte del sándwich de jamón dulce que su madre le había dado para merendar y el gato volvió a aparecer al día siguiente. Como mataba a los insectos que tanto asco le daban a la madre de Eric, dejó que se quedara, y el padre de Eric lo llamó Hemingway porque su maullido sonaba como una sirena de barco.

— Una vez, cuando era pequeño, oí maullar a un gato, pero vamos, como si lo estuvieran matando. Miré y remiré y lo encontré subido a una cornisa. Estaba a poca altura, pero claro, yo no llegaba por más que me pusiera de puntillas, y como el gato me estaba haciendo ojitos para que lo rescatara, me fui a buscar una escalera. Salí corriendo para salvar a ese pobre gato y cuando volví ya no estaba. Se había bajado él solo. ¿Qué te parece? — le sonrió. — Los gatos hacen lo que les da la gana.

Dejaron de hablar de gatos para charlar sobre sus vidas. ¿Qué sería de ellos si la gente fuera más como los gatos y se dejase de indirectas? El mundo funcionaría de otra manera, desde luego; quizá no mejor, pero sí más rápido, y Eric no tendría que devanarse los sesos para ver cómo podía decirle la verdad a Tulip sin delatarse por el camino.

— Es que eso de declararse así directamente… No sé, me recuerdo a cuando estábamos en el instituto y se llevaba eso de pedirse salir con notas, a través de amigos, esas cosas. Me da no sé qué hacer lo mismo con treinta años, la verdad — se rio —. Pero es que creo que esas cosas tienen que surgir por sí mismas, ¿sabes? Y si no surgen… pues es que no tienen que ocurrir.

Eric empezó a dudar. Quizá el problema era que estaba siendo demasiado sutil. Si Tulip era su amiga, no era en absoluto extraño que hablasen de cuestiones como esa, por lo que no tenía por qué sospechar que, en realidad, estaba hablando de ella. Nada de lo que había mencionado hasta el momento podía dar pie a creer que la chica que le gustaba a Eric era Tulip. Solo le había dicho que era una amiga, nada más, y en un término tan amplio cabían muchas interpretaciones.

«¿Debería decírselo directamente?», se preguntó. No podría haber contado la cantidad de comedias románticas cuyo argumento se sostenía en no decir las cosas claras. La mayoría de títulos que recordaba podrían haberse resuelto en quince minutos si sus protagonistas fuesen un poco más directos con lo que querían. Eric pensó en decirle la verdad a Tulip así, sin adornos, tal que: «mira, Tulip, te seré sincero: la chica de la que estoy hablando eres tú. Desde hace un tiempo me he dado cuenta de que me gusta mucho estar contigo y me gustaría que saliéramos, pero solo para ver qué pasa, no te tienes que sentir presionada ni nada y si no te apetece lo entenderé perfectamente».

No era tan difícil. Y, sin embargo, cuando se imaginó diciéndolo en voz alta, le apeteció enterrar la cabeza en la acera y seguir escarvando hasta salir por Francia y empezar allí una nueva vida.

— ¿Pero es que y si ya la conozco, cómo se lo digo? — le preguntó a Tulip. — Si ya es mi amiga y ya tiene mi número de teléfono, ¿cómo lo hago? Quiero decir, si no la conociera de nada, sería más sencillo. Le diría «hola, ¿qué tal? Mira, este es mi número de teléfono, llámame si quieres que nos veamos otra vez», y ya estaría. Pero como ya nos conocemos, pues… es más… eso. Raro.

No esperaba que lo entendiera, pero sí que le diera un poco de cancha. Declararse no era tan fácil como ella lo pintaba.

— Entonces, si quisiera… No sé, digamos, tener un gesto con ella, ¿valdría algo como esto? — aunque era una pregunta inocente, Eric se sintió caminar sobre hielo. Si su amiga torcía el gesto, podría retirarse a tiempo, aunque no estaba muy seguro de poder hacerlo. — Ya sabes… ¿Invitarla a cenar un día como hoy, por ejemplo?

¿Estaba Tulip decepcionada o solo lo parecía? Eric habría podido jugar que la había entristecido saber que la chica que le gustaba era alguien a quien los dos conocían, quizá porque entonces la chica misteriosa era alguien real y no solo un concepto abstracto, y eso lo cambiaba todo. Sin embargo, justo cuando Eric estaba atreviéndose a soñar con que Tulip se daría cuenta de lo que estaba en juego y captaría la indirecta que le había lanzado, ella se encargó de tirar por tierra todas sus esperanzas descartando categóricamente que estuvieran en una cita.

«Si ella sabe que lo es, claro», y Tulip no lo sabía. «No es como tú y yo que siempre venimos a tomar una pizza juntos, ¿verdad?». No, no lo era, pero Eric quería que así fuera y no había manera.

— Supongo que no es lo mismo, no — suspiró, dándose por vencido.

Estaba claro que tenía que dejarse de sutilezas, pero no se le ocurría cómo hacerlo. Quizá si llevase a Tulip a un restaurante bonito, de los que tienen un camarero estirado en la puerta llevando la cuenta de las reservas y flores naturales en las mesas, lo vería más claro. Por el momento tendría que conformarse con ir a la pizzería de siempre, pedir la hawaiana con extra de queso y pasar un buen rato hablando con su amiga sobre cualquier cosa.

Eric estaba convencido de que por fin había logrado su objetivo. Después de hablar con Tulip, le había quedado claro que su idea de cita era la clásica cena en un restaurante elegante, por lo que Eric se tomó unos días para armarse de valor para invitarla a salir formalmente. La llevaría a un restaurante italiano del que todo el mundo hablaba maravillas y, a partir de entonces, las cosas serían distintas.

Hizo todo lo que tenía que hacer: se duchó, se perfumó, se peinó, se afeitó y se vistió con un atuendo en el que había estado pensando dos días enteros para evitarse una crisis de último momento como la que había sufrido la última vez que había quedado con Tulip. Salió de casa con tiempo de sobra para ir a buscarla a la misma puerta de su casa e irían juntos al restaurante, donde los estaría esperando una reserva que Eric había confirmado al menos tres veces. Zack le mandó ánimos a través de un mensaje de texto y Eric le sonrió al teléfono. Abrió el chat de Tulip para avisarla de que ya estaba en su puerta cuando se la encontró en el vestíbulo. Su amiga siempre le había parecido muy guapa, pero tal y como se había arreglado ese día estaba sencillamente preciosa.

— Oh, guau, Tulip — le dijo Eric cuando se recuperó de la sorpresa —. Estás muy guapa. Ese vestido es nuevo, ¿no? No te lo había visto. Creo que si te lo hubieras puesto alguna vez, me acordaría.

Estaba seguro de que el plan iba a funcionar. De hecho, ya estaba funcionando. Si Tulip se había puesto así de guapa, era porque sabía que aquello era una cita. Tenía que saberlo, ¿cierto?

— ¿Cómo iba a dejar que fueras tú sola hasta el restaurante? ¿Qué clase de individuo sería? — le preguntó con cierto dramatismo antes de ofrecerle el brazo. — Vamos, que el restaurante está un poco lejos.

Aquello no podía no ser una cita. Tulip había estrenado un vestido precioso para la ocasión, estaban yendo a un restaurante carísimo de los que tenían a un señor trajeado en la puerta organizando a los comensales y, además, estaban los dos solos. No es que Tulip y Eric no hubiesen quedado nunca a solas, claro, pero en esa ocasión era distinto: no es lo mismo ir a un restaurante elegante con un grupo de amigos que ir con una amiga en concreto del género al que uno se siente atraído, así que aunque ninguno de los dos había dicho que estaban saliendo, Eric sabía que estaban teniendo una cita, lo cual le provocó un agradable cosquilleo en el centro del pecho que se extendió hasta la punta de sus dedos.

— Merece la pena, merece la pena — convino él.

El restaurante, tal y como dijo Tulip, parecía sacado de una película: en el vestíbulo los esperaba un elegante caballero que les pidió su reserva, porque allí no se podía acceder sin haberlo solicitado con varios días de antelación, y los llevó a una mesa perfectamente vestida con una paleta de colores que combinaba el burdeos con varios tonos neutros. No había nada fuera de su sitio. El resto de comensales charlaban en el tono con el que se hablaría en una sala de estudio y los platos que había en otras mesas tenían un aspecto impresionante.

— Esto no es como nuestra pizzería de siempre — comentó Eric echándole un vistazo a la carta —. Espero que sepas francés, porque yo voy más bien justito. Aunque bueno, siempre se puede tirar de traductor… Pain au chocolat. “Chocolat” debe ser “chocolate” — frunció el ceño mientras leía —. Ah, joder, que estoy en el apartado de postres. Mierda, no debería decir palabrotas en un sitio como este. Joder, lo he vuelto a hacer. ¡Jo… pelines! — se corrigió e hizo una mueca. — Eso ha sonado raro.

A Eric lo estaba agobiando la cantidad de opciones que tenía porque no entendía la mitad de lo que ponía en la carta. En su pizzería de siempre ni siquiera tenía que molestarse en mirar el menú porque iba con tanta frecuencia que le preparaban su pedido para que lo recogiera nada más pisar la tienda: una pizza cuatro estaciones (olivas negras, jamón dulce, champiñones y tomates cherry) y otra a la que le gustaba llamar “yinyang”, porque una mitad era vegetal (alcachofas, rúcula fresca, cebolla, pimiento y cebolla) y la otra estaba llena de carne (vacuno, jamón dulce, beicon, pollo asado, salsa barbacoa). Las pizzas eran perfectas tal y como eran, sus ingredientes estaban en castellano para que él los eligiera y las combinaciones tenían sentido, pero en aquel elegante restaurante temía equivocarse y pedir por accidente una paloma asada por aquello de la barrera del idioma.

— ¡Caracoles! ¿Sabes que los franceses comen caracoles en salsa? Qué asco, ¿cómo vas a comerte una cosa babosa que se arrastra por el suelo? — Eric arrugó la nariz y contuvo un escalofrío. — No me extraña que todo el mundo les tenga manía… ”Manzanas de tierra”... esta gente está chalada.

Al final, Eric decidió callarse porque después de todo había sido él quien había llevado a Tulip hasta allí. Tenía que parecer seguro de sus decisiones, y si se daba fatídico caso de que le sirvieran una olla de caracoles hasta arriba de caracolas, Eric se tragaría el orgullo y fingiría que había sido eso lo que había pretendido desde un principio solo por no espantar a su amiga.

— ¿Sabes qué? Haré eso. Me dejaré aconsejar por el camarero. Hoy me siento aventurero.

Lo cierto es que estaba aterrado ante la posibilidad de meter la pata en su primera cita oficial con Tulip, pero tendría que disimularlo.