LOOK WHAT YOU MADE ME DO

El misterio, el suspense, las traiciones y la sangre son los pilares sobre los que Harlan Thombrey construyó todo un imperio. El afamado novelista, ya jubilado, ha dedicado gran parte de su tiempo a pensar en qué será de su familia cuando él se haya marchado. Tanto sus hijos como sus nietos han tenido siempre todo lo que han deseado, y aunque unos y otros presuman de haberse hecho a sí mismos distribuyendo como creían oportuno su parte de la fortuna familiar, lo cierto es que ninguno de ellos ha sabido nunca lo que es estar en la base de la pirámide.

Así, Harlan teme que su único legado sean unos cuantos millones de dólares y una familia de malcriados egoístas cuya sola justificación para seguir visitando al anciano sea la expectativa de que se los tenga en muy alta estima a la hora de escribir su testamento. Lo que ninguno de ellos sabe por el momento es que el anciano escritor llevaba años teniéndolo guardado en un cajón, y que a la luz de los últimos acontecimientos, habiendo reflexionado largo y tendido sobre el tema, decidió romperlo para escribir uno nuevo.

En este nuevo testamento, considerando que todos sus hijos habían tenido tiempo y recursos de sobra para seguir sus propios caminos en lugar de marchar a la sombra de su padre, dejó todo lo que tenía a su enfermera. Una muchacha joven, dulce y amable, a la que Harlan esperaba poder ayudar entregándole su fortuna, y que su nieto, Ramson Thombrey no quitaría ojo de encima en cuanto supiese que sería ella la única heredera del imperio editorial de su abuelo.

Las motivaciones de Ramson para acercarse a Marta tenían una raíz mezquina, casi cruel, alimentada por la codicia de alguien que siempre lo ha tenido todo y solo lo ha valorado cuando ha estado a punto de perderlo, pero quién sabe si la pureza del corazón de la enfermera termine por quebrar su egoísmo... o quizá ocurra justo lo contrario.

MARTA CABRERA ANA DE ARMAS — TIMELADY

RANSOM THROMBEY CHRIS EVANS — MAHARIEL

EP.1	EP.2
EP.3	EP.4

— Sorry —

Detuvo el vehículo en la explanada. Los neumáticos hicieron saltar algo de la grava que marcaba el camino hacia la casa. Ransom se inclinó sobre el salpicadero para observar el exterior de la mansión. Desde allí era difícil saber si el viejo Thrombey se había decidido a cambiar la distribución de cualquiera de las tantas habitaciones de las que tanto podía llegar a quejarse.

Sacó la llave del contacto. Asió su chaqueta y abrió la puerta. Inició su camino hacia la escalinata, distrayéndose por un instante para colocarse la prenda sobre los hombros, y eso fue tiempo suficiente como para no ver venir a lo que sea que fuera aquello con lo que había chocado.

— ¡Uf! — una suerte de gruñido fue su primera reacción al impacto. Lo sorprendió encontrarse a una muchacha frente a él, habiendo creído que aquel traspié sería cosa de los malditos perros que su abuelo tenía por completo asilvestrados. — Ten más cuidado — le advirtió, molesto, suavizando su postura una vez la hubo reconocido —. Ya — chasqueó la lengua y miró en dirección al porche, allá donde había señalado la joven que estaría esperándolo el viejo —. Cosas de ancianos, supongo — cuando se vino a dar cuenta, la chica estaba tratando de marcharse —. ¿Cómo era tu nombre? — inquirió, sin querer hacer memoria.

Ransom — Casa de Campo — con Harlam y Marta

— Sorry —

— Ah, sí — lo dijo como si lo hubiese tenido en la punta de la lengua, pero lo cierto es que para Ramson aquella muchacha había vuelto a ser una extraña —. Marta — repitió, creyendo que así sería más difícil que se le escapase de la memoria, aunque tampoco le importaría que ocurriese de nuevo.

Los perros acudieron a su encuentro. Ramson torció el gesto y se preparó para echarlos, pero, por suerte para él, se fijaron en Marta, dejándolo tranquilo. Se le erizó el vello solo de pensar en tener encima a aquellas bestias, con sus alientos pútridos y esas asquerosas babas que ya le habían arruinado alguna que otra prenda de vestir. Se apartó unos pasos de la muchacha por esa misma razón y uno de los perros miró en su dirección.

— Quita, joder — le espetó cuando quiso acercarse a él —. No sé por qué insisten, saben que no les soporto — el perro le enseñó los dientes —. Y parece que es mutuo.

El animal se dio por vencido y se marchó junto a los demás cuando Marta dejó de prestarles la atención que creían merecer. Ramson los siguió con la mirada y vio a alguien en el interior de la casa. A través de los ventanales pudo ver el alargado y ajado rostro de su tía Joni, a la que largas sesiones de rayos uva habían comenzado a pasar factura. Los rasgos los tenía enmarcados por un cabello artificialmente rubio, y cuando se dio cuenta de que Ramson la miraba, se limitó a apartarse de la ventana.

— ¿Está ya aquí todo el mundo? — sonrió. — Qué ilusión — añadió, mordaz, aprovechando que Marta se giraría a ver a qué se refería para observarla mejor. Lo cierto es que entendía por qué su abuelo disfrutaba de su compañía. Digamos que la muchacha era agradable a la vista —. ¿Te quedarás para celebrar aquí el cuatro de julio, Marta?

Ransom — Casa de Campo — con Harlam y Marta

— Sorry —

Ramson suspiró de alivio cuando Marta consiguió que los perros se perdieran en el jardín de su abuelo. No era capaz de entender por qué esas malas bestias insistían en molestarlo cuando tenían tanto sitio en el que retozar, pero decidió no darle más importancia al asunto para volver a centrarse en su conversación con la enfermera de Harlan.

— Vaya — respondió él, chasqueando la lengua —. No me lo digas: seguro que es mi tía la que falta por venir — aventuró con los labios curvados en una sonrisa —. Estará muy ocupada convenciendo a sus seguidores de que necesitan su nuevo iluminador para ser felices — negó con la cabeza —. ¿A ti no te ha intentado vender algo?

Supuso que Marta no necesitaría las capas y capas de maquillaje con las que su tía enmascaraba la edad que ya tenía, pero tampoco creía que eso fuese a impedirle tratar de sacarle el dinero que no tenía en sus absurdos productos de belleza.

— Ya deberías saber que todo es especial en esta casa — se metió una mano en el bolsillo —. Una cena, un juego de cartas, fuegos artificiales… Nada raro, en realidad, pero sí muy ostentoso. De hecho, te recomiendo que no tomes nada esta tarde, porque esta noche querrán que cenes con nosotros y, créeme, tendrás donde elegir — el último año le costó llegar al postre —. En fin, me alegra que te quedes, así habrá alguien normal por aquí para variar — vio a su tío asomado a las escaleras —. Espero que disfrutes de la noche, Marta. Nos veremos después.

Ransom — Casa de Campo — con Harlam y Marta

— Lights —

Con la caída del sol comenzaron las preparaciones. Al ocaso se encendió la hoguera sobre la que se colocó la parrilla, las brasas se tornaron del color del cielo y el humo se alzó en caracolas hasta perderse entre las nubes. Ramson se asomó a una de las ventanas del pasillo del último piso para ver quién había ya en el jardín. Su abuelo estaba allí, claro, y a la derecha, su madre, como un animal de presa defendiendo su territorio. Su tío Walt ya había vaciado dos vasos de cerveza mientras su tía Donna fingía que no lo veía.

«Empezamos bien», pensó Ramson apoyándose contra el alféizar de la ventana. Cada año le resultaba más difícil quedarse en las celebraciones familiares. Con los años había comenzado a ver las grietas en las terribles fachadas que sus padres, tíos y primos habían construido a su alrededor. Las vidas de todos y cada uno de ellos eran miserables a su manera, pero ninguno parecía dispuesto a admitirlo frente a los demás, así que las horas las pasaban cacareando medias verdades y retorciéndose hasta la extenuación con tal de seguir cerca del viejo Thrombey para hacer leña del árbol caído cuando llegase el momento.

Ramson se planteó abandonar la casa. Al fin y al cabo, nadie lo echaría de menos. Podría marcharse y pasar la noche en cualquier otro sitio. Hasta en un bar de mala muerte se encontraría mejor que entre víboras.

Vio a su madre cerrar el puño sobre su asiento. Su abuelo sonrió y su madre fingió hacerlo. Marta apareció en el patio con las manos en los bolsillos. Se sentó a la izquierda de Harlan. Ramson oía el mal disimulado rechinar de dientes de su madre desde ahí. Chasqueó la lengua y se decidió a salir de su escondite. Quizá merecía la pena quedarse allí después de todo. La opción de salir corriendo seguiría estando disponible mientras nadie le hubiese puesto un cepo a su coche.

— Marta — la llamó cuando alcanzó el jardín —. Hola — le dedicó una sonrisa discreta y frunció el ceño al oír un vaso estallar contra la mesa. Su tío había calculado mal la fuerza con la que dejar la copa en su sitio —. Todavía estás a tiempo de salir corriendo, ¿sabes? — le dijo a la enfermera con media sonrisa.

Ransom — Jardín — con la familia y Marta

— Lights —

A Ramson no le parecía tan mala perspectiva perderse en el bosque si la comparaba con tener que aguantar a sus tíos pasados de copas perder la poca decencia que ya de por sí les costaba fingir.

— En ese caso, será mejor que te pongas cómoda — añadió. — Y que te alejes de esos dos — aunque, para ser justos, no eran de lo peor que había allí reunido —. No te preocupes por él, estará bien

De hecho, el abuelo charlaba con sus invitados y ya se había apropiado de los mejores tentempiés antes incluso de que los demás hubieran empezado. Pronto siguieron los demás su ejemplo y fueron llenándose los platos y los vasos.

— ¡Por la familia! — dijo su madre alzando su vaso.

Ramson tuvo que aguantarse la risa.

— Por la familia — repitieron los demás.

— Y por ti también, Marta — le dijo cuando la notó cohibida —. Chinchín — y chocó su vaso con el de ella.

Conforme la cena avanzaba, se cerraba la noche y aparecían las primeras estrellas en el firmamento. Los destellos que se habían perdido en la gran ciudad permanecían en el pedazo de cielo que podían ver desde la casa de campo. A ellos se unían las chispas de la barbacoa, que seguía funcionando aunque ya no hubiera más que alguna verdura sobre la parrilla.

Mientras su prima discutía con su primo sobre los conceptos del sexo y el género, que en cualquiera de los casos estaban muy lejos de él, y su padre intentaba convencer al abuelo de que la empresa iba mejor que nunca, Ramson y su tía Joni continuaban charlando.

— ¿Tenéis alguna celebración como esta en tu país? Tomaréis enchiladas y cosas de esas, ¿no?

— No es mexicana, tía — la corrigió Ramson —. Eras de Venezuela, ¿no? Y ahí no se hacen enchiladas.

Ransom — Jardín — con la familia y Marta

— Lights —

Marta era, sin lugar a dudas, lo más interesante que le había ocurrido a la familia Thrombey en años. No es que la guerra fría que ya había comenzado y se intensificaba año tras año por la herencia del abuelo fuesen aburridas, es que Ramson ya estaba tan acostumbrado a ellas que las tenía aborrecidas. No había estado mal ir viendo cómo se caían las máscaras de hasta los más remilgados miembros de su familia, pero habiendo visto ya que solo les interesaba su propio beneficio (a ser en dólares, si es posible), había poco más sobre lo que hablar.

Sin embargo, la enfermera de su abuelo estaba allí a cambio de un sueldo cuya cifra exacta desconocía pero que debía ser miserable a cambio de aguantar a un anciano y a su desquiciada familia y parecía del todo ajena a la magnitud de la fortuna del hombre al que le preparaba las medicinas, a diferencia de lo que ocurría con el resto de las personas que lo rodeaban.

— Ah, cubana, fíjate.

— ¿Y qué hay en Cuba? — preguntó su padre con cierta curiosidad.

— Escoria chavista — replicó su tío Walt con el gesto arrugado de disgusto.

— Los chavistas están en Venezuela, ¿sabes? Y no son ninguna escoria, gracias a los movimientos de izquierdas se han erradicado lacras del colonialismo europeo que las sociedades latinoaméricas llevaban soportando siglos — Meg fue levantando la voz para anticiparse a la presumible contestación —, ¡como el analfabetismo o la vacunación infantil!

Harlan rodó los ojos y Ramson volvió a sentarse para disfrutar del espectáculo.

Ransom — Jardín — con la familia y Marta

— Lights —

Los Thrombey venían a ser una suerte de parodia de sí mismos. Cualquier guionista mediocre habría podido definir sus arquetipos y hacerlos opuestos entre sí, para establecer enemistades no solo entre las distintas ramas de la familia, sino también entre los miembros de una misma unidad doméstica, que todavía se esforzaban por mantener una fachada que ya hacía tiempo que estaba resquebrajada.

Era inevitable que siempre que se encontrasen acabaran discutiendo. Estaba en su naturaleza, en la continua lucha de egos que se libraba bajo una fingida cordialidad. A Ramson le parecía enternecedor que Marta pensara que tenía la culpa de una ruptura familiar de años.

— Era inevitable — respondió —. Aquí nadie soporta a nadie, por más que quieran fingir lo contrario — su propio padre era un borracho insufrible y su madre volcaba en el resto de su entorno la ira que no podía descargar contra él —. Disfruta del teatro, Marta, es el mejor consejo que puedo darte.

— Tú lo que tendrías que hacer es ponerte a trabajar, que se te llena la boca hablando de la clase obrera cuando no has dado un palo al agua en tu vida.

— ¿Ves? Por ejemplo.

Ransom — Jardín — con la familia y Marta

— Lights —

Las acusaciones, como cuchillos, volaron de un lado a otro de la mesa. De pronto, la conversación se fragmentó, se convirtió en tres o cuatro peleas que se desarrollaban con más o menos gritos de manera simultánea, transformándose entonces en un intenso cacareo al que Ramson estaba más que acostumbrado. Sabía que había familias capaces de soportarse durante un par de horas, aunque nunca lo había visto. Para él, eso no era más que una leyenda urbana, un consuelo de pobres para mirar por encima del hombro a quienes sí tenían una sustanciosa herencia por la que despellejar a quien hiciera falta, a diferencia de quienes tras de sí solo dejaban una hipoteca impagada, los recibos del seguro médico y con algo de suerte tal vez un coche de menos de diez años.

A Ramson se le antojaba perfectamente normal el espectáculo, claro, pero algo de vergüenza ajena sí le daba estar mostrándoselo a una persona tan ajena a la familia como era Marta. Supuso que al resto le daba igual porque tenían la costumbre de tratarla como si fuera un armario, una mesita de té o un reposapiés, aunque ninguno de los muebles que había en casa de su abuelo tenía ojos y oídos. En cualquier caso, y como sucedía siempre, las discusiones se deshicieron con la misma prontitud con la que habían comenzado, como una tormenta tropical. Eran una panda de completos imbéciles, pero no por mucho rato.

— ¿A las cartas? ¿En serio? — se quejó con un bufido, aunque era mejor que lo que estaban haciendo. Quizás podía resultar hasta divertido dado que no había cuchillos por allí cerca. — ¿No sabes jugar, Marta? Es sencillo, mira — comenzó a explicarle las normas y conforme avanzaba la chica pareció marchitarse como una flor cortada al sol —. ¿Qué te pasa? ¿Te ha sentado mal la cena?

Ransom — Jardín — con la familia y Marta

— Lights —

Las explicaciones de Marta no resultaron demasiado convincentes. Cuando Ramson era adolescente, antes de tener las llaves de su primer deportivo, jugaba de vez en cuando a las cartas con sus amigos. Una de ellos, Lydia, era físicamente incapaz de comprender las normas de cualquier juego: por más que se las explicasen, su cerebro se resistía a retener aquella información y, con el tiempo, decidieron que lo mejor era no sacar la baraja cuando ella estuviera presente. A pesar de que Lydia detestaba jugar a las cartas, nunca había puesto la cara que tenía Marta en esos momentos, por lo que Ramson dedujo que había algo más que no le estaba contando.

¿Tendría un problema con los juegos de azar? Si era lista, en realidad, no era una cuestión de suerte, sino de técnica. Podría contar las cartas, como hacía un primo segundo o tercero que tenía en Vermont, y con un poco de suerte esquivaría el veto que imponían los casinos y salas de juego a personas como él. Con la pinta que tenía Marta de no haber roto un plato en su vida, no le sería demasiado complicado convencer a ningún guardia de seguridad de lo que se propusiera.

— ¿Cómo no vas a jugar? No seas tonta — desechó sus preocupaciones con un chasquido de lengua y ordenó con unos golpecitos el montón de cartas que le habían repartido.

— Eso, Marta, tienes que participar. Con un poco de suerte, seguro que entiendes las normas antes de que terminemos de jugar. Ya verás que no es tan difícil — la animó su tía, fiel al estilo paternalista con el que lanzaba insultos velados en una amabilidad repulsiva.

— Marta es una chica muy inteligente, ¿lo sabíais? — intervino el patriarca de los Thrombey, con una sonrisa que no alcanzó su mirada. — Estudió Enfermería. No es ninguna iletrada.

— No, claro que no — la madre de Ramson forzó una sonrisa y llevó una mano al brazo del anciano en un gesto que pretendía ser conciliador, pero que resultó impostado. Incluso ella se dio cuenta. Hubo una pausa —. Vamos a empezar, venga.

Ransom — Jardín — con la familia y Marta

— Lights —

Meg se hizo con el mazo de cartas y comenzó a repartirlas mientras le recordaba a la familia lo privilegiada que era respecto a la inmensa mayoría de la sociedad que no había tenido la suerte de nacer en una posición tan bien acomodada como la que ellos tenían con la fortuna del abuelo ya asentada.

— En la vida real, no todo el mundo tiene las mismas oportunidades — adujo —. En la vida real, hay un 1 % de la población al que le toca el Oro y un 80 % de la población al que le tocan Bastos, y el mal llamado “sueño americano” no existe, porque es prácticamente imposible ascender socialmente sin la ayuda de…

— Ya, Meg, ya tenemos suficientes cartas, gracias.

— Ah, sí. Bueno, pues como decía…

— ¡Empecemos!

— Sí, por favor — se quejó Ramson levantando sus cartas para echarles un vistazo. Con algo de suerte, la familia estaría muy concentrada en la partida como para seguir discutiendo; y si no era el caso, por lo menos estarían entretenidos.

No le prestó demasiada atención a las cartas. A él le gustaba otro tipo de juegos de azar, a los que se jugaba con fichas en un casino de luces brillantes en compañía de completos desconocidos. Miró de reojo a Marta y le pareció compungida. Supuso que no habría entendido las reglas del juego y que no debía de estar entendiendo muy bien el lanzamiento de las cartas. Lo que no vio venir fue la indisposición de Marta.

— Oh, Dios mío.

— Creo que voy a… Dios, ¡qué asco! Necesito… ¡buaj! — Meg comenzó a tener arcadas y Ramson sintió un vuelco en el estómago al oír vomitar a Jaeden.

Cundió el caos en el jardín rápidamente. Los que estaban alrededor de Marta se levantaron como empujados por un resorte. El ambiente cambió en el momento en el que les llegó el olor a vómito.

— ¡Por el amor de Dios, Marta! — Walt había arrugado la nariz, pero se mantenía bastante entero. Ramson sospechaba que era debido a sus legendarias borracheras dado que solían acabar con él agarrado a la taza del váter. Ya estaría acostumbrado al vómito, aquello no tendría que impresionarlo.

— ¿Qué te ha pasado? — le preguntó Joni mientras le sujetaba el pelo a su hija para que no se lo manchara. — ¿Qué has comido?

Ransom — Jardín — con la familia y Marta

— Lights —

De no haber sido por el abuelo, Ramson no se habría dado cuenta de que Marta le había manchado los zapatos. No es que fuera especialmente aprensivo, pero había evitado mirarla en el momento en el que había vomitado. Los ruidos de sus arcadas le habían dado más asco del que estaría dispuesto a admitir frente a cualquiera de los miembros de su familia, que actuaban como si en lugar de vómito, Marta hubiese escupido ácido. A pesar de que hubiese estropeado la cena, manchado sus zapatos y arruinado la noche, sintió pena por ella.

— Vamos dentro, Marta.

Por el jardín corría una brisa agradable. Al menos, pensó Ramson, había vomitado fuera de la mansión, y el olor no los acompañaría al interior de la vivienda. Dejaron atrás los cacareos de la familia. Ramson respiró hondo y miró a Marta. Parecía abatida por las circunstancias.

— ¿Estás bien? — se atrevió a preguntar. — ¿Qué te ha pasado? ¿Ha sido por la comida?

Ransom — Jardín — con la familia y Marta

— Lights —

Lo cierto es que la estampa era bastante lamentable. Marta, que temblaba como una hoja, no sabía dónde meterse. Tenía un aspecto horrible, y de haberse tratado de cualquier otra persona, Ramson quizá habría tenido la deferencia de fingir que no había visto nada, pero tampoco se habría detenido a ayudarla. Como se trataba de la enfermera de su abuelo, Ramson decidió comportarse, aunque la situación no dejaba de resultarle desagradable.

— ¿Cómo que por el juego? — le preguntó, esperando los detalles que le dio a continuación. — Pero… será coña, ¿no? — Marta no estaba de broma. De hecho, tenía el aspecto de un cachorrito apaleado. — ¿Pero cómo vas a vomitar por decir una mentira? ¿Qué tontería es esa? — Ramson seguía sin entender lo que Marta le estaba contando. Era una estupidez. No podía ser cierta. Y, sin embargo, lo era. — Tiene que ser horrible.

La llevó al baño y se apoyó en el marco de la puerta para esperarla.

— ¿Y desde cuándo te pasa esto? ¿Te pasa siempre? ¿En serio?

Ransom — Jardín — con la familia y Marta