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Timelady
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The perfect holidays recipe
ONE ON ONE — ORIGINAL — FANTASÍA
Hay un universo maravilloso, donde cada festividad que conocemos tiene su propio reino.
Y allí encontramos una ciudad donde durante todo el año es Navidad.
El espíritu navideño inunda sus calles.
Los colores son vivos y hay mil luces de colores.
Hay un maravilloso aroma a galletas y canela
Y toda su gente es feliz.
Aunque si preguntamos quién es el portador del mayor corazón, cualquiera de sus habitantes respondería que se trata sin duda alguna de Nicholas Chastain, el maravilloso juguetero que lleva ganando durante años el concurso anual de la navidad.
Como habréis podido deducir, no hay demasiados cambios en estos mundos, más allá de la innovación que las mentes geniales de los creadores consigan provocar.
Sin embargo, han empezado a escucharse murmullos. Al parecer alguien regresa a la ciudad después de muchos años.
Carol Lumiere, se marchó siendo muy joven, para vivir con sus abuelos maternos. Regresa ahora para ayudar a su padre en el taller de velas, después de que tuviera un accidente colgando los adornos del árbol.
Llama la atención entre todos por sus ropas oscuras y la seriedad de su rostro. Parece que haya perdido el brillo que todos allí portan.
¿Tan difícil será que recupere el espíritu navideño?
Y allí encontramos una ciudad donde durante todo el año es Navidad.
❅
El espíritu navideño inunda sus calles.
Los colores son vivos y hay mil luces de colores.
Hay un maravilloso aroma a galletas y canela
Y toda su gente es feliz.
Aunque si preguntamos quién es el portador del mayor corazón, cualquiera de sus habitantes respondería que se trata sin duda alguna de Nicholas Chastain, el maravilloso juguetero que lleva ganando durante años el concurso anual de la navidad.
Como habréis podido deducir, no hay demasiados cambios en estos mundos, más allá de la innovación que las mentes geniales de los creadores consigan provocar.
Sin embargo, han empezado a escucharse murmullos. Al parecer alguien regresa a la ciudad después de muchos años.
Carol Lumiere, se marchó siendo muy joven, para vivir con sus abuelos maternos. Regresa ahora para ayudar a su padre en el taller de velas, después de que tuviera un accidente colgando los adornos del árbol.
Llama la atención entre todos por sus ropas oscuras y la seriedad de su rostro. Parece que haya perdido el brillo que todos allí portan.
¿Tan difícil será que recupere el espíritu navideño?
Nicholas Chastain
Juguetero — Hugh Jackman — Mahariel
Carol Lumiere
Cerera — Audrey Fleurot — Timelady
- Post de Rol:
- Código:
<div id="lvamt1" style="margin:10px auto;"><div class="lvamttitu1" style="font-size:55px;">1. TITULO DEL CAPITULO</div><div class="lvamtdat1">DATO — DATO — DATO</div><div class="lvamtfondo1" style="background:url(https://img.freepik.com/free-photo/top-view-hand-holding-conifer-cone-with-red-ribbon-dark-background_140725-60552.jpg?size=626&ext=jpg&ga=GA1.2.247189466.1618790400);background-size:cover;background-position:center;"><div class="lvamtfront1"><div class="lvamtimg3" style="background:url(AQUI VA EL GIF DEL PERSONAJE);background-size:cover;background-position:center;"><div class="lvamtfilter2"></div></div><div class="lvamttxt2">
TU POST VA ACÁ
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2. Busy little bees
Nicholas — Casa — con Carol
Mientras Carol y su padre hablaban, Nicholas permanecía atento a los cazos. No habría sido la primera vez que se le hubiese quemado una cena por estar charlando animadamente mientras la preparaba. Los aromas ascendían en caracolas de vapor, el burbujeo de las ollas hacía bailar sus tapas, los fogones calentaron la cocina y hacían que los vientos invernales que acumulaban nieve en puertas y ventanas se quedasen allí.
Quizá lo más apropiado sería invitar a Carol a comer a casa de sus padres. Ellos estarían encantados de verla después de tantas navidades preguntando por ella y así Nicholas podría devolverle la hospitalidad con la que lo habían recibido a él en el hogar de los Lumière.
Al pensar en ello, se le ocurrieron otras tantas actividades para hacer en su compañía: visitar su taller, comprar materiales para hacer más juguetes, aprovechar el viaje al mercado navideño para probar el chocolate caliente de la señora Hansen, que cada año tenía algo distinto, ir al bosque a por un árbol que presidiera su salón. Nicholas miró a Carol y se le ocurrió que tal vez quería hacer muchas cosas en muy pocos días.
— No, claro que… — se interrumpió al oír la ocurrencia del señor Lumière y se desinfló en una risa.
Por alguna razón, ver la exasperación en el gesto de su amiga le hizo todavía más gracia. El padre de Carol sonrió, muy satisfecho consigo mismo por haber hecho reír al juguetero.
— Ha sido malísimo — le dijo él, removiendo las preparaciones.
— Sí, pero te has reído — repuso el aludido, pasando una mano por la curva de su barriga —. Y ella también, aunque lo disimule.
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2. Busy little bees
Carol — Casa — con Nicholas
Normalmente era bastante resistente a ese tipo de bromas por parte de su padre. Teniendo en cuenta que las llevaba escuchando toda la vida. No se podía comer el plato, no se ponía la mesa, la cama no se hacía... esas tonterías que a él le hacían tanta gracia. Y durante un tiempo ella misma las repitió, pero con los años se las borraron también.
Sin embargo, en aquella ocasión, le fue muy difícil aguantarse cuando escuchó la risa de Nicholas, ruidosa, abierta y alegre como solía serlo siempre. Contagiosa en general por lo sincera que era.
Así que hizo lo posible por ignorar el comentario de su padre y salió para preparar la mesa del comedor.
Una vez que terminaron en la cocina pasaron allí llenando la mesa de aquel pequeño y familiar banquete que tanto disfrutaron entre risas y conversaciones, todo lleno de recuerdos y sonrisas cómplices.
La sobremesa se alargó y era ya tarde cuando Nicholas hubo de despedirse. Le acompañó hasta la puerta y le despidió con una dulce sonrisa y la promesa de visitar pronto a sus padres tal como había propuesto aquella tarde. Solo tenía que terminar de organizar el taller y la casa y podría disponer de algo más de tiempo.
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3. Whenever there's a chance
Nicholas — En el pueblo — con Carol
Cuanto más se acercaba el día de Navidad, más rápido pasaban las horas por el reloj. Todos los habitantes del pueblo iban de aquí para allá cargados de mensajes, juguetes, papeles para envolver, luces, árboles o herramientas con las que arreglar sus tejados para evitar que San Nicolás se resbalase cuando caminase por ellos para colarse a través de sus chimeneas.
El juguetero, como todos los años, tampoco daba abasto. No importaba lo pronto que empezase a trabajar en sus diseños, porque nunca podía satisfacer la demanda que traía consigo cada final de año. Contaba con la ayuda de Mila, una jovencita bajita, de pelo rizado y el rostro salpicado de manchas, que era un poco despistada, sí, pero tenía muy buenas ideas y cumplía perfectamente con todas y cada una de las tareas que Nicholas le asignaba.
A pesar de lo ocupado que estaba, no faltó a su compromiso con Carol. Durante los últimos días se había quedado trabajando hasta más tarde para cumplir con sus encargos y poder disfrutar de una mañana libre para pasarla con ella. Aún no sabía qué iban a hacer, pero no importaba: fuera lo que fuese, estaría bien, incluso si decidían pasear por el pueblo aunque ese día el viento estuviera empeñado en enredarles la nieve en el pelo y levantarles las capas sobre los tobillos.
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3. Whenever there's a chance
Carol — En el pueblo — con Nicholas
Había sido una semana agotadora, pero podía estar satisfecha con sus resultados.
Con mucho esfuerzo y pocas horas de sueño, había conseguido poner en orden la casa y también estar al día con los encargos de su padre, cuya pierna iba teniendo mejor aspecto, pero aún le quedaba bastante para recuperarse. De todos modos, era consciente de que cuando se acercasen las fechas más señaladas habría nuevos encargos, porque siempre había encargos imprevistos.
Pero al menos aquella mañana podía tomársela libre.
Se miró en el espejo de la entrada una última vez y no reprimió el suspiro ahí que nadie la escuchaba. Sus ropas de la ciudad eran oscuras, allí no le importaba lo más mínimo, le gustaban, le daban un aspecto respetable. Pero en la ciudad navideña... destacaban demasiado entre los coloridos adornos y vestuario local. Como una gota de tinta negra que se ha escapado de la pluma y ha arruinado una página impoluta.
Quizá por eso su padre había insistido en que para los días más señalados tomase algunos de los vestidos de su madre, mucho más alegres y que le estarían bien tras unos retoques sencillos. Se resistía a ello, tocar las cosas que pertenecían a su madre le daba la impresión de estar mancillando algo hermoso, había crecido con sus abuelos, con su memoria... tratando de parecerse a esa imagen perfecta que ellos habían creado de ella.
Los toques en la puerta la sacaron de aquellos recuerdos nostálgicos, pero no la sobresaltaron. Coincían con las campanas que anunciaban la hora. No cabía duda de que el querido juguetero era un caballero puntual.
Abrió la puerta con una sonrisa- Buenos días, Nicholas. -Le saludó.- ¿Me das un momento para despedirme de mi padre antes de salir? Puedes pasar si quieres. -Le ofreció, no le parecía bien dejarle ahí con el frío.
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3. Whenever there's a chance
Nicholas — En el pueblo — con Carol
La noche anterior había cubierto la aldea con un manto de nieve. Las farolas, los tejados y los arbustos estaban impolutos. Los trabajadores públicos habían trazado senderos por los que transitar sin peligro de resbalar, aunque no todo el mundo seguía los mismos caminos, por las huellas que se podían ver al borde de las aceras yendo por sus propias direcciones.
Nicholas se ajustó la chaqueta para alinear las costuras sobre sus hombros y se volvió a colocar la bufanda para esquivar el viento helado mientras recorría la distancia entre su casa y la de Carol. No estaban demasiado lejos, ni siquiera si se tenía en cuenta lo pequeño que era el pueblo, y aquella era una de las razones por las que se habían hecho amigos en primer lugar.
Por costumbre habría podido encontrar la casa de los Lumière con los ojos vendados. Tras saludar a un par de vecinos alcanzó la puerta de Carol. Sacó el reloj de latón que llevaba consigo a todas partes del bolsillo y esperó a que las manecillas del minutero y el segundero coincidieran en las doce para golpear la madera en el momento preciso: ni antes, ni después. Esperó pacientemente a que su amiga le abriera la puerta y cuando lo hizo la saludó con una sonrisa.
— Buenos días, Carol — se fijó en su aspecto y lo encontró bonito —. Me gusta lo que te has hecho en el pelo — los rizos de cobre caían con gracia sobre sus hombros, perfectamente ordenados los unos sobre los otros —. Claro, claro, lo que necesites. Gracias — entró al recibidor y sacudió la cabeza para quitarse la nieve del pelo —. No veas qué frío hace hoy ahí fuera.
Notó el cambio de temperatura nada más cruzar el umbral de la puerta: quizá no hacía tanto calor en casa de los Lumière, pero a él, con las mejillas heladas, sí se lo parecía.
— ¿Debería ir a saludar a tu padre? — se le ocurrió preguntar.
— ¡Carol! — gritó el señor Lumière desde alguna estancia del interior de la vivienda. — ¿Ese es Nicholas? — El aludido disimuló una sonrisa por lo oportuno de su pregunta que no pudo contener cuando el padre de Carol se dirigió a él directamente. — ¡Nicholas, hijo, pasa que te vea un momento!
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3. Whenever there's a chance
Carol — En el pueblo — con Nicholas
No había esperado el cumplido sobre su pelo, no había hecho nada especial, pero que Nicholas se fijara hizo que algo de calor subiera a sus mejillas.- Gracias. -Pronunció, recolocando uno de esos rizos a pesar de que no era necesario.
Le dejó pasar mientras cogía su capa más abrigada al escuchar su comentario sobre el frío.- Quizá nieve de nuevo esta tarde. -Mencionó, buscando con los ojos el estado del cielo a través de la ventana.
Iba a responder la pregunta sobre su padre, pero ya se encargó él mismo de llamar al juguetero.- Ahora no tienes opción. -Mencionó mientras se dirigía al salón donde se encontraba junto a la chimenea bien acomodado en su sillón.
Carol se acercó para asegurarse de que tenía bien colocada la manta sobre las rodillas y que había dejado lo bastante cerca tanto el agua, como algunos dulces y todo lo que pudiera necesitar, a fin de ahorrarle el tener que moverse para nada que no fuera imprescindible.
- Nicholas, prometeme que vas a conseguir que se olvide de cuidar a nadie un rato. -Le dijo su padre a su invitado.- No se ha puesto tan bonita para estar preocupándose por su viejo padre. -Carol le dedicó una mirada de reproche a pesar del cumplido.- Así que salid y divertíos, por lo que más queráis...
Terminó por darle un beso en la frente a modo de despedida antes de volver al perchero para coger su bolsa y sus manoplas.
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3. Whenever there's a chance
Nicholas — En el pueblo — con Carol
El juguetero aceptó su destino con complacencia. Encontró al padre de Carol sentado al calor de la chimenea, con una manta sobre el regazo, y lo sorprendió comprobar que llevaba una suerte de pijama de mangas completas. Desde que Nicholas había empezado a visitarlo con regularidad, coincidiendo más o menos con la marcha de Carol a la gran ciudad, nunca lo había visto llevar nada que no fuesen camisetas de tirantes o de manga corta, independientemente de la temperatura que hiciese fuera.
Decía que lo molestaba tener los brazos cubiertos, pero Nicholas supuso que Carol, con buen criterio, lo había obligado a abrigarse. Era más que probable que el señor Lumière volviera a sus tirantes en cuanto su hija se marchara, pero en ese momento parecía feliz de contar con su compañía, aunque fuera a costa de la comodidad de sus brazos.
— Por supuesto — asintió con solemnidad, asumiendo su noble cometido —. Saldremos a dar un paseo, visitaremos el mercado navideño… Encontraremos qué hacer, seguro. El pueblo en estas fechas siempre guarda alguna sorpresa.
— Bien, bien, eso es lo que quería oír.
Nicholas siguió a Carol hacia el vestíbulo, le abrió la puerta y la dejó pasar. Un viento helado les golpeó las mejillas y agitó sus capas. El solsticio de invierno se aproximaba: las noches eran cada vez más largas y la nieve que se acumulaba en los caminos podía llegarles por las rodillas tras las jornadas más frías.
— En realidad, podemos ir donde tú quieras — le dijo a su amiga una vez salieron de su casa —. Lo decía un poco por decir, lo del mercado.
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3. Whenever there's a chance
Carol — En el pueblo — con Nicholas
Dejó que fuera el juguetero quien explicara a su padre lo que iban a hacer durante su paseo. La idea del mercado le parecía agradable, además, desde que llegó no había podido visitar a mucha gente y parecía el lugar ideal para volver a ver a los diferentes artesanos que participasen ese año.
Agradeció que le abriera la puerta para salir y enfrentarse a la nieve y el frío del exterior. Por suerte, el hijo de la vecina había aceptado un vaso de leche con canela y galletas cada mañana a cambio de ocuparse de quitar la nieve de su entrada, así que no debía preocuparse por quedarse atrapada en casa.
Sonrió a Nicholas cuando aclaró que podían ir a donde quisiera ella, sin tener que verse obligada a ir al mercado.- En realidad, me parece una buena idea. -Respondió.- Seguramente tendré que saludar a varios conocidos allí, pero veremos las artesanías y puestos. -Pensó que a él también le gustaría esa idea.- ¿Sabes si ha venido la señora Suklaa? Recuerdo que tiene los mejores dulces y cada año tiene una receta de chocolate nueva. -No sabía si lo seguiría haciendo.
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3. Whenever there's a chance
Nicholas — En el pueblo — con Carol
Como a Carol le pareció bien la idea de ir al mercado, se dirigieron hacia allá. En el pueblo ya estaban acostumbrados a las nevadas de la estación, por lo que disponían de protocolos conocidos por todos los vecinos para que no cundiera el caos a causa del mal tiempo. Los caminos, por ejemplo, eran despejados cada mañana. Retiraban la nieve y la amontonaban a los costados se los senderos con palas, y después echaban sal para derretir el hielo que quedase y evitar en la medida de lo posible los resbalones. Nicholas, por su parte, estaba hecho a caminar sobre terrenos difíciles.
— Ah, claro, el mercado siempre es así. Viene mucha gente, seguro que nos encontramos con algunos conocidos. Tendrán curiosidad por ver cómo te va en la gran ciudad. Creo que la hija del herrero quería dejar el pueblo, pero claro, ¿quién se quedará entonces con el negocio de sus padres? Estaban con eso bastante preocupados.
» La señora Suklaa volvió al mercado el año pasado. El año anterior estuvo ausente porque pilló una pulmonía. El mal de las montañas, ya sabes, la humedad y el frío no son buenos compañeros. La cuestión es que se mudó con su hijo, con el pequeño, y está mucho mejor. Como a él también le gusta la repostería, ahora trabajan juntos».
Pronto oyeron la música del mercado mezclada con las voces de los artesanos y las conversaciones de los transeúntes que se acercaban a los puestos, fascinados. El pueblo era un lugar muy pequeño y, sin embargo, todos los años se las apañaba para acoger a más gente que el anterior.
— Oh, mira, el puesto de los rompecabezas — a su derecha se ubicaba el puesto donde vendían utensilios de metal unidos de maneras inverosímiles. Nicholas recordaba haber pasado horas tratando de desenredarlos cuando había sido pequeño —. Me pregunto si este año habrán traído a las rapaces. Creo que el nuevo cartero quería reintroducir las comunicaciones por palomas mensajeras, ¿sabes?
— Ah, claro, el mercado siempre es así. Viene mucha gente, seguro que nos encontramos con algunos conocidos. Tendrán curiosidad por ver cómo te va en la gran ciudad. Creo que la hija del herrero quería dejar el pueblo, pero claro, ¿quién se quedará entonces con el negocio de sus padres? Estaban con eso bastante preocupados.
» La señora Suklaa volvió al mercado el año pasado. El año anterior estuvo ausente porque pilló una pulmonía. El mal de las montañas, ya sabes, la humedad y el frío no son buenos compañeros. La cuestión es que se mudó con su hijo, con el pequeño, y está mucho mejor. Como a él también le gusta la repostería, ahora trabajan juntos».
Pronto oyeron la música del mercado mezclada con las voces de los artesanos y las conversaciones de los transeúntes que se acercaban a los puestos, fascinados. El pueblo era un lugar muy pequeño y, sin embargo, todos los años se las apañaba para acoger a más gente que el anterior.
— Oh, mira, el puesto de los rompecabezas — a su derecha se ubicaba el puesto donde vendían utensilios de metal unidos de maneras inverosímiles. Nicholas recordaba haber pasado horas tratando de desenredarlos cuando había sido pequeño —. Me pregunto si este año habrán traído a las rapaces. Creo que el nuevo cartero quería reintroducir las comunicaciones por palomas mensajeras, ¿sabes?
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Carol — En el pueblo — con Nicholas
Solo pudo asentir con una sonrisa de circunstancia a la idea de que algunos de sus conocidos se interesaran de más por ella. Varios eran ya lo que se habían presentado en casa, haciéndole todo tipo de preguntas sobre su vida en la ciudad. Preguntas que casi sonaban a reproches por no ir más a menudo. Ni siquiera su padre había hecho tal cosa, pero ahí estaban los más entrometidos de sus vecinos para ponerle un peso más encima.
Se centró en mirar al suelo cuando Nicholas le comentó que también la hija del herrero quería dejar la ciudad, y la preocupación que eso causaba en la familia, pues no había otra persona que pudiera hacerse cargo.- Siempre pueden buscar algún ayudante al que le guste el negocio y cedérselo. -Mencionó ella. Pero si se paraba a pensar en el taller de su padre, también era consciente de que no querría a otra persona ahí... y ella no estaba segura de si podría quedarse más tiempo del necesario.
Había preguntado por la señora Suklaa, pensando en una reconfortante taza de chocolate caliente en el mercado. Y en complar algunas de sus mezclas para tenerlas en casa. Nicholas le explocó que había enfermado, pero que ahora que vivía con uno de sus hijos y contaba con su ayuda todo estaba bien.
De nuevo aquella espina que le decía que ella podía quedarse ayudando a su padre si fuera mejor hija. Era un pensamiento intrusivo e indeseado, pero que la había acompañado desde el primer momento.
La música del mercadillo empezó a llegarles cada vez con más fuerza, aunque algo amortiguada por las voces de quienes ya estaban allí vendiendo o comprando, o simplemente paseando y charlando de forma animada.
Tomó a Nicholas del brazo cuando vio los rompecabezas.- No podemos acercarnos a verlos hasta que tenga un chocolate caliente en las manos, que todavía recuerdo haberme quedado horas contigo esperando a que los resolvieras todos. -Lo menos que podía hacer era esperar a que tuviera ella algo con lo que entretenerse.
Se rio un poco ante la idea del cartero.- Creo que las palomas no lo pasarían muy bien con este frío, así que le va a tocar seguir haciendo el trabajo a la antigua usanza.
Buscaba entre los puestos queriendo ver si seguía acudiendo uno de sus favoritos, el de las bolas de nieve. El artesano incluso tallaba en ocasiones figuras en cristal que luego quedaban encerradas en las esferas donde nevaba cada vez que agitabas la bola. De pequeña siempre le pareció algo mágico.
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Nicholas — En el pueblo — con Carol
Cuando Carol le recordó sus luchas con los rompecabezas, Nicholas se rio. No habría sabido decir cuántas horas había pasado frente al puesto de los juguetes tratando de desenredar las piezas de metal, pero sí que eran las suficientes como para preguntarse cómo era posible que el tendero hubiera tenido tantísima paciencia con un niño así de insistente. Conforme Nicholas fue creciendo, se dio cuenta de lo valioso que era el tiempo, y cuando echaba la vista atrás no podía evitar sentir agradecimiento hacia todos aquellos adultos que habían tenido paciencia con él y le habían regalado su tiempo sabiendo que no recibirían nada a cambio más que la atención de un niño con demasiadas preguntas en la cabeza.
— No te creas, ¿eh? Las palomas son animales muy dedicados — dijo Nicholas, retomando el paseo por el mercado para ir en busca del chocolate caliente que demandaba Carol —. Me da un poco de pena pensar en que son animales completamente domesticados a los que ya no hacemos ningún caso. Es como si, de pronto, dejásemos de tener perros, porque no nos resultasen útiles. No sabrían qué hacer, los pobres.
Pasaron junto al puesto de pirotecnia, que tenía todos sus productos bien resguardados en cajas para que no los estropease la humedad del ambiente. De la tienda de infusiones salía un aroma a una combinación de especias, entre las cuales Nicholas solo supo distinguir la canela y la pimienta, que invitaba a quedarse un rato. Nicholas compró dos tazas de chocolate caliente y le entregó la suya a Carol.
— ¿No te alegra haber vuelto a casa?
— No te creas, ¿eh? Las palomas son animales muy dedicados — dijo Nicholas, retomando el paseo por el mercado para ir en busca del chocolate caliente que demandaba Carol —. Me da un poco de pena pensar en que son animales completamente domesticados a los que ya no hacemos ningún caso. Es como si, de pronto, dejásemos de tener perros, porque no nos resultasen útiles. No sabrían qué hacer, los pobres.
Pasaron junto al puesto de pirotecnia, que tenía todos sus productos bien resguardados en cajas para que no los estropease la humedad del ambiente. De la tienda de infusiones salía un aroma a una combinación de especias, entre las cuales Nicholas solo supo distinguir la canela y la pimienta, que invitaba a quedarse un rato. Nicholas compró dos tazas de chocolate caliente y le entregó la suya a Carol.
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Carol — En el pueblo — con Nicholas
Nicholas la sorprendió con aquella reflexión sobre las palomas. No podía decir que estuviera equivocado, lo cierto era que nunca había pensado de ese modo. Pero sonrió al escuchar que algo así pudiera pasarle a los perros.
- No creo que jamás abandonaramos la idea de tener perros. No podríamos si nos empiezan a mirar con cara de pena. -Bromeó. Porque era cierto que esos animales siempre miraban con ternura. Carol nunca había tenido uno. Su padre se lo había prometido, pero se alegró de que no hubiera cumplido aquello cuando se marchó a la ciudad a vivir. Allí no habría podido tener mascotas, sus abuelos no lo habrían permitido bajo ninguna circunstancia.
Aspiró hondo cuando llegaron a la tienda de infusiones, sintiendo aquella calidez envolverla solo con el aroma que se desprendía de las tazas que iban sirviéndose. Nicholas le consiguió una y en seguida notó cómo sus dedos entraban en calor al sostenerla.
Fue su pregunta lo que hizo que el frío regresara a su interior y no supiera bien qué responder.
Nicholas parecía siempre alegre e ilusionado, temía que dijera lo que dijera terminara dibujando la decepción en su rostro. Pero tampoco podía eludir su respuesta para siempre.- Sí, en parte. Hay cosas que echaba de menos. -Reconoció. Porque no tenía sentido negar que a medida que pasaban los días desde su regreso el ambiente de la villa volvía a instalarse en ella, con su calidez y su hospitalidad.- Pero no quiero acostumbrarme demasiado. -Añadió, casi más como un recordatorio para sí misma que para él.- Cuando mi padre se recupere, yo tengo que regresar a la ciudad, a mi tienda... a mi vida. -No podía simplemente dejarlo todo sin más. Se había esforzado mucho por conseguir su independencia después de todo lo que había vivido.
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Nicholas — En el pueblo — con Carol
A Carol le pareció improbable que los perros sufrieran el mismo destino que las palomas y, en realidad, no le faltaba razón. Los canes habían sido domesticados mucho antes que las aves, y los hombres no habrían prosperado de la misma manera sin la cooperación con aquellos animales.
— Supongo que no — concedió Nicholas —. ¿Quién tiraría de los trineos, entonces? ¿Quién espantaría a los osos de la estepa? ¿Y quién rescataría a los montañeros que se quedan atrapados en la nieve? — se detuvo un momento, tratando de recordar. — ¿Te he contado alguna vez que cuando crucé las montañas para ir al pueblo de aquí al lado me encontré con un san bernardo que me llegaba por la barbilla? Menos mal que son perros pacíficos. De lo único que me tuve que preocupar fue de quitarme sus babas del abrigo. Si hubiera querido comerme, hoy no estaría aquí, te lo digo.
Nicholas tenía la impresión de que los visitantes de la tienda de infusiones estaban más animados que el resto de transeúntes del mercado, quizá porque el agradable calor de las bebidas paliaba el frío de la nieve y los animaba a mantener una conversación mientras esperaban a que el contenido de sus tazas se enfriase lo suficiente como para poder darle el primer sorbo sin temor a una quemadura en la lengua. Carol admitió que su visita al pueblo estaba siendo agradable, pero recordó que tendría que marcharse más tarde o más temprano y a Nicholas lo apenó pensarlo. No quería decirle que no tenía por qué irse, porque ella ya era una mujer adulta que podía tomar sus propias decisiones; ni tampoco que podría volver más a menudo, porque podría sonar como un reproche, pero Nicholas no quería quedarse con las ganas de decirle de alguna manera que echaba de menos tenerla un par de calles más abajo de su casa y poder recorrer el pueblo junto a ella como cuando eran pequeños.
— ¿Y estás bien allí, en la ciudad? — se atrevió a preguntar. — No suenas muy contenta.
— Supongo que no — concedió Nicholas —. ¿Quién tiraría de los trineos, entonces? ¿Quién espantaría a los osos de la estepa? ¿Y quién rescataría a los montañeros que se quedan atrapados en la nieve? — se detuvo un momento, tratando de recordar. — ¿Te he contado alguna vez que cuando crucé las montañas para ir al pueblo de aquí al lado me encontré con un san bernardo que me llegaba por la barbilla? Menos mal que son perros pacíficos. De lo único que me tuve que preocupar fue de quitarme sus babas del abrigo. Si hubiera querido comerme, hoy no estaría aquí, te lo digo.
Nicholas tenía la impresión de que los visitantes de la tienda de infusiones estaban más animados que el resto de transeúntes del mercado, quizá porque el agradable calor de las bebidas paliaba el frío de la nieve y los animaba a mantener una conversación mientras esperaban a que el contenido de sus tazas se enfriase lo suficiente como para poder darle el primer sorbo sin temor a una quemadura en la lengua. Carol admitió que su visita al pueblo estaba siendo agradable, pero recordó que tendría que marcharse más tarde o más temprano y a Nicholas lo apenó pensarlo. No quería decirle que no tenía por qué irse, porque ella ya era una mujer adulta que podía tomar sus propias decisiones; ni tampoco que podría volver más a menudo, porque podría sonar como un reproche, pero Nicholas no quería quedarse con las ganas de decirle de alguna manera que echaba de menos tenerla un par de calles más abajo de su casa y poder recorrer el pueblo junto a ella como cuando eran pequeños.
— ¿Y estás bien allí, en la ciudad? — se atrevió a preguntar. — No suenas muy contenta.
₊˚⊹ 27·03·2023 ⊹˚₊
can i go where you go? · Ⅵ · can we always be this close?
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(ɪꜰ ʟᴏꜱᴛ, ʀᴇᴛᴜʀɴ ᴛᴏ ᴡɪꜰᴇ)
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Dornish Sun
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3. Whenever there's a chance
Carol — En el pueblo — con Nicholas
Tal como ella había predicho, había muchos motivos para no prescindir jamás de los perros como mascota. Eran necesarios para muchas cosas, no solo por la compañía y el cariño que otorgaban.
Le sorprendió la historia de Nicholas con aquel San Bernardo, le miró de arriba a abajo pensando en el tamaño que había mencionado.- Bueno, si me lo hubiera encontrado yo me habría aplastado por unos mimos. -Bromeó, porque ella era, evidentemente mucho más menuda y si un perro tan grande se hubiera lanzado a pedirle atenciones la habría dejado enterrada entre la nieve y su pelo.
Se dio cuenta de que no se había equivocado al pensar que recordar a Nicholas que su presencia era temporal solo estropearía el momento. Pudo ver el modo en que sus ojos se apagaban un poco al escucharla. Apartó la mirada para beber de su chocolate y simplemente intentar volver a aquel día alegre que habían previsto. Pero no era fácil.
- ¿Puede alguien ser tan feliz como en la villa de la navidad? -Preguntó ella, sin poder contener el sarcasmo. Algo que había aprendido en la ciudad también. Al final no la abandonaban esas costumbres, terminaba queriendo defenderse de cualquier cosa, incluso de una simple acusación de no estar contenta con su vida. Lo estaba, tenía que estarlo.- Pero estoy bien allí, de verdad. -Respondió, tratando de controlar esos modos que Nicholas no merecía, él no era como los hombres de la ciudad, o sus abuelos, él no le estaba reprochando nada.- Me he esforzado mucho para poder establecerme sola. Sigo esforzándome por mantenerme así. -Había luchado mucho, había tenido que pasar por un matrimonio horrible para poder llegar a eso, para tener un objetivo y cumplirlo.- He hecho casi todo lo que esperaban de mí. -Y no podía hacer más, ya lo había dado todo para compensar esa educación que había recibido en la ciudad, para pagar por lo que fuera que hubiera hecho mal.
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