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ONE ON ONE • INSPIRED • Otros • Mitología
Afrodita, la diosa del amor y la belleza vive condenada a un matrimonio donde ambas cosas son escasas. Hefesto no es un mal marido, debe admitir, pero está muy lejos de despertar en ella algo más que compasión.
Quizá por eso busca en otros aquello que se le niega, pero ¿quién diría que lo encontraría en aquel que se supone es el más contrario a ella?
Ares es el Dios de la Guerra, despreciado y odiado por todos los demás, incluso por su propio padre, encuentra en Afrodita aquello que se le negó desde la cuna, el amor, el cariño, la calma que jamás ha tenido. ¿Se le puede culpar?
Ambos encuentran en el otro lo que más desean y necesitan.
Solo cuando están el uno en los brazos del otro.
Quizá por eso busca en otros aquello que se le niega, pero ¿quién diría que lo encontraría en aquel que se supone es el más contrario a ella?
Ares es el Dios de la Guerra, despreciado y odiado por todos los demás, incluso por su propio padre, encuentra en Afrodita aquello que se le negó desde la cuna, el amor, el cariño, la calma que jamás ha tenido. ¿Se le puede culpar?
Ambos encuentran en el otro lo que más desean y necesitan.
Solo cuando están el uno en los brazos del otro.
Ares Dios de la Guerra • Liam McIntyre • Mahariel |
Afrodita Diosa del amor • Holliday Grainger • Timelady |
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ARES • CON AFRODITA • CAPÍTULO 1
Los dioses despreciaban al señor de la guerra. Consideraban poco menos que aberrante el placer que le provocaban el caos, el dolor y el sufrimiento ajenos. Ares ya se había acostumbrado a sus miradas altaneras, a los reproches silenciosos, a los murmullos que dejaba tras de sí. Tiempo atrás habría desgarrado los rostros de aquellos que se atreviesen a juzgarlo desde sus tronos dorados, pero con los años, o mejor dicho, los siglos, había observado lo mezquino de sus actos y llegaba a encontrar divertida la desmedida hipocresía de la que hacían gala los habitantes del Olimpo.
Afrodita, la diosa del amor, le gustaba porque era distinta. Todas las deidades la detestaban, ya fuera por envidia o por deseo, pero todos querían algo de ella, al igual que buscaban a Ares cuando necesitaban vencer en una batalla. Los dioses los detestaban, pero los necesitaban. Ellos eran los únicos que hablaban con honestidad.
— Ya sabes cómo es — trató de animarla mientras hacía círculos sobre la pulida piel de sus hombros con la yema de los dedos —. Aunque entiendo que estés disgustada — añadió antes de dejarle un beso en el pelo.
Atenea, la favorita de Zeus, había tenido otro de sus calamitosos enfados. La diosa se pavoneaba por el Olimpo a sabiendas de que era invencible, al contar con el favor de los más poderosos de sus semejantes, y Ares siempre había pensado que para ser la patrona de la sabiduría podía llegar a ser bastante estúpida.
Afrodita, la diosa del amor, le gustaba porque era distinta. Todas las deidades la detestaban, ya fuera por envidia o por deseo, pero todos querían algo de ella, al igual que buscaban a Ares cuando necesitaban vencer en una batalla. Los dioses los detestaban, pero los necesitaban. Ellos eran los únicos que hablaban con honestidad.
— Ya sabes cómo es — trató de animarla mientras hacía círculos sobre la pulida piel de sus hombros con la yema de los dedos —. Aunque entiendo que estés disgustada — añadió antes de dejarle un beso en el pelo.
Atenea, la favorita de Zeus, había tenido otro de sus calamitosos enfados. La diosa se pavoneaba por el Olimpo a sabiendas de que era invencible, al contar con el favor de los más poderosos de sus semejantes, y Ares siempre había pensado que para ser la patrona de la sabiduría podía llegar a ser bastante estúpida.
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AFRODITA • CON ARES • CAPÍTULO 1
Atenea podía ser muy sabia, pero era además insoportable, pedante y elitista. Se creía por encima de todos y lo peor era que Zeus lo permitía y la animaba a ello por la forma en que la favorecía por sobre todos los demás. Era la diosa de mil cosas y pobre de ti si te descubría intentando hacer o tocar algo que le perteneciera.
Que era precisamente lo que había pasado.
Afrodita había tratado de usar el telar, simplemente quería probar cómo funcionaba y le había gustado, algo torpe al principio había conseguido empezar a crear un bonito dibujo. Estaba segura de que nadie lo sabía y, sin embargo, alguien tenía que habérselo dicho a Atenea para que la descubriera. Por muy inteligente que fuera no se acercaba nunca a aquella zona... así que tuvo que haber un delator.
El caso es que la gran diosa se había sentido ofendida de que ella usara un telar y había amenazado con dejar todos sus deberes de lado. A Afrodita no le había quedado más remedio que humillarse y disculparse, jurando que no volvería a tocar ningún telar. Y no pensaba hacerlo, desde luego.
Por suerte para ella, Ares estaba ahí, como siempre, para comprenderla y apoyarla. Claro que él no tenía la mejor relación con su hermana, así que no es que le costase mucho ponerse de su parte. Y aún así, agradecía que hubiera querido quedarse con ella al menos un rato.- ¿Cómo es? Arrogante, egoísta, ególatra, pedante, insoportable... -Tenía mil y una palabras que la definirían a la perfección.- ¿Qué le molestaba a ella que yo tuviera un entretenimiento? -Frunció los labios.- No se lo iba a contar a nadie. -Alzó los ojos claros hasta los del dios a su lado.- Bueno, quizás a ti sí. -Sonrió dulcemente, no cabía duda de que era su amante favorito, con quien más confianza se atrevía a mostrar.
Dejó un suave beso sobre su mandíbula, acariciando su mejilla con la nariz. El dios de la guerra era tierno en el fondo, lo era con ella.- Me dedicaré entonces solo a mi cometido. Dar amor. -Rio suavemente, refugiándose de nuevo en los brazos de Ares.- Y quizá alguna travesura de vez en cuando. -Trataba de animarse y, por qué no, quizá encontrar otra forma de molestar a Atenea y vengarse, un poquito.
Que era precisamente lo que había pasado.
Afrodita había tratado de usar el telar, simplemente quería probar cómo funcionaba y le había gustado, algo torpe al principio había conseguido empezar a crear un bonito dibujo. Estaba segura de que nadie lo sabía y, sin embargo, alguien tenía que habérselo dicho a Atenea para que la descubriera. Por muy inteligente que fuera no se acercaba nunca a aquella zona... así que tuvo que haber un delator.
El caso es que la gran diosa se había sentido ofendida de que ella usara un telar y había amenazado con dejar todos sus deberes de lado. A Afrodita no le había quedado más remedio que humillarse y disculparse, jurando que no volvería a tocar ningún telar. Y no pensaba hacerlo, desde luego.
Por suerte para ella, Ares estaba ahí, como siempre, para comprenderla y apoyarla. Claro que él no tenía la mejor relación con su hermana, así que no es que le costase mucho ponerse de su parte. Y aún así, agradecía que hubiera querido quedarse con ella al menos un rato.- ¿Cómo es? Arrogante, egoísta, ególatra, pedante, insoportable... -Tenía mil y una palabras que la definirían a la perfección.- ¿Qué le molestaba a ella que yo tuviera un entretenimiento? -Frunció los labios.- No se lo iba a contar a nadie. -Alzó los ojos claros hasta los del dios a su lado.- Bueno, quizás a ti sí. -Sonrió dulcemente, no cabía duda de que era su amante favorito, con quien más confianza se atrevía a mostrar.
Dejó un suave beso sobre su mandíbula, acariciando su mejilla con la nariz. El dios de la guerra era tierno en el fondo, lo era con ella.- Me dedicaré entonces solo a mi cometido. Dar amor. -Rio suavemente, refugiándose de nuevo en los brazos de Ares.- Y quizá alguna travesura de vez en cuando. -Trataba de animarse y, por qué no, quizá encontrar otra forma de molestar a Atenea y vengarse, un poquito.
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ARES • CON AFRODITA • CAPÍTULO 1
El dios de la guerra estaba de sobra familiarizado con la ira, la angustia, la melancolía o el disgusto. Era capaz de reconocer parte de todas aquellas emociones en Afrodita. Aunque pareciese una contradicción, aquello le servía para ofrecerle un consuelo, por modesto que pudiera parecer en comparación con la actitud de Atenea. A Ares le habría gustado darle un buen escarmiento a su hermana, pero sabría que no le serviría para nada más que para meterlos a él y a su amante en más problemas.
— Todo eso y más — negó con la cabeza al tiempo que sonreía —. Le molestaría que pudieras llegar a ser mejor que ella — unas palabras así de sencillas ocultaban una situación más compleja, tejida con envidias, frustraciones y un perfeccionismo absurdo —. Porque lo serías, querida, no tengo ninguna duda — le explicó al tiempo que deslizaba el índice por la curvatura de su rostro para rozar sus labios con los propios —. Ya lo eres.
Muchos dioses no comprendían qué clase de relación podían tener el dios de la guerra y la diosa del amor. Patrones de algo que parecía, en principio, antagónico tendrían que haber sido incapaces de soportarse. Había quien pensaba que su amorío se limitaba al mero hedonismo, como si ellos no desearan tomar a cualquiera de los dos, pero estaban tan errados que ninguno se molestaba en corregirlos.
Ares estrechó a la diosa entre sus brazos cuando lo abrazó. Ya no parecía tan compungida como la había encontrado. A su matización, arqueó una ceja.
— ¿Por qué me da la impresión de que ya ronda algo por esa cabecita tuya?
— Todo eso y más — negó con la cabeza al tiempo que sonreía —. Le molestaría que pudieras llegar a ser mejor que ella — unas palabras así de sencillas ocultaban una situación más compleja, tejida con envidias, frustraciones y un perfeccionismo absurdo —. Porque lo serías, querida, no tengo ninguna duda — le explicó al tiempo que deslizaba el índice por la curvatura de su rostro para rozar sus labios con los propios —. Ya lo eres.
Muchos dioses no comprendían qué clase de relación podían tener el dios de la guerra y la diosa del amor. Patrones de algo que parecía, en principio, antagónico tendrían que haber sido incapaces de soportarse. Había quien pensaba que su amorío se limitaba al mero hedonismo, como si ellos no desearan tomar a cualquiera de los dos, pero estaban tan errados que ninguno se molestaba en corregirlos.
Ares estrechó a la diosa entre sus brazos cuando lo abrazó. Ya no parecía tan compungida como la había encontrado. A su matización, arqueó una ceja.
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AFRODITA • CON ARES • CAPÍTULO 1
Si había alguien con quien sentía que podía compartir abiertamente sus auténticos pensamientos sobre Atenea, ese era Ares. Todos los demás estaban cegados por su gloria, su belleza o simplemente porque Zeus había decidido que ella era la mejor de todos ellos. Pero nadie se atrevía a decir nada en su contra. Si acaso Poseidón, pero en su caso se lo merecía. En cambio Ares... Ares la comprendía a la perfección. Como en todo. Y nunca la juzgaría.
Asintió pues cuando dijo que la otra diosa era todo lo que había dicho y más. Y también se aventuró con el motivo por el que tanto la había molestado su intento de usar el telar.- Debe de darle mucho miedo que alguien le quite la máscara de perfección que siempre lleva puesta. -Se burló.
Aunque recibió aquel beso y el cumplido, no estaba segura de que su habilidad con el telar hubiera logrado eclipsarla, aunque le habría gustado. Pero tampoco iba a corregir a su amante, mientras le regalaba aquellas atenciones.- Oh, quizá puedas decirme en cuántas cosas soy mucho mejor que Atenea. Aunque es una pena que no puedas compararnos en aquello que se me da realmente bien. -Insinuó, casi relamiéndose al imaginar esa competición, mientras acariciaba el pecho del dios.
Así era cómo, poco a poco, Ares la había conseguido sacar de su enfurruñamiento y mal rato para acercarla a las mieles de aquello que ambos compartían con gusto.
Claro que había otros posibles entretenimientos en el horizonte que no parecían menos placenteros para ellos.
- Bueno, no es que tenga una idea concreta... -Reconoció frunciendo los labios.- Pero sí sé que quiero hacer algo para bajarla de su pedestal de superioridad. Y que si te lo pido, tú me ayudarías... ¿verdad? -Batió las pestañas pese a que no habría necesidad alguna.- Por desgracia su deseo de permanecer ajena al placer, hace que mis principales ideas haya que descartarlas. -Porque le encantaría hacerla enamorarse de alguien para arrebatárselo después, pero es que la muy mojigata se resistía a sentir nada por absolutamente nadie, hombre o mujer.- Es de lo más aburrida.
Asintió pues cuando dijo que la otra diosa era todo lo que había dicho y más. Y también se aventuró con el motivo por el que tanto la había molestado su intento de usar el telar.- Debe de darle mucho miedo que alguien le quite la máscara de perfección que siempre lleva puesta. -Se burló.
Aunque recibió aquel beso y el cumplido, no estaba segura de que su habilidad con el telar hubiera logrado eclipsarla, aunque le habría gustado. Pero tampoco iba a corregir a su amante, mientras le regalaba aquellas atenciones.- Oh, quizá puedas decirme en cuántas cosas soy mucho mejor que Atenea. Aunque es una pena que no puedas compararnos en aquello que se me da realmente bien. -Insinuó, casi relamiéndose al imaginar esa competición, mientras acariciaba el pecho del dios.
Así era cómo, poco a poco, Ares la había conseguido sacar de su enfurruñamiento y mal rato para acercarla a las mieles de aquello que ambos compartían con gusto.
Claro que había otros posibles entretenimientos en el horizonte que no parecían menos placenteros para ellos.
- Bueno, no es que tenga una idea concreta... -Reconoció frunciendo los labios.- Pero sí sé que quiero hacer algo para bajarla de su pedestal de superioridad. Y que si te lo pido, tú me ayudarías... ¿verdad? -Batió las pestañas pese a que no habría necesidad alguna.- Por desgracia su deseo de permanecer ajena al placer, hace que mis principales ideas haya que descartarlas. -Porque le encantaría hacerla enamorarse de alguien para arrebatárselo después, pero es que la muy mojigata se resistía a sentir nada por absolutamente nadie, hombre o mujer.- Es de lo más aburrida.
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ARES • CON AFRODITA • CAPÍTULO 1
Lo cierto es que le daba auténtica lástima lo que había sucedido. Los dioses necesitaban entretenimientos para llenar sus eternidades, y Ares era incapaz de comprender qué le molestaba a Atenea del hecho de que Afrodita se hubiese decidido a probar la artesanía. Sabía que lo que le molestaría sería la posibilidad de verse eclipsada por la labor de la diosa del amor, al igual que ocurrió cuando la tejedora Aracne se jactó de ser la más habilidosa de las trabajadoras del hilo, pero si Atenea era la diosa de las labores manuales, no habría mortal o dios capaz de superarla, así que, ¿qué le importaba?
— No te haces una idea — asintió. Atenea siempre había sido la diosa perfecta. La mejor de las hijas de Zeus, adalid de la excelencia, modelo y molde de lo que debería ser la misma existencia —. Pero no es mejor que tú o que yo, y cosas como esta lo demuestran.
La diosa de la sabiduría también se equivocaba. Ares lo sabía. El resto del mundo, lo ignoraba.
— Amada mía, no puedo compararos porque no tienes comparación — respondió con sencillez. Ares había tenido otras amantes, al igual que Afrodita. Ambos lo sabían y a ninguno lo importaba —. Eres la mejor de mis compañeras — rozó su nariz con la propia —. La más leal — tomó su pequeña mano con la suya y la colocó sobre su corazón —. La más inteligente — observó sus rasgos durante un instante y sonrió —. La que mejor me comprende.
Al fin y al cabo, ¿no eran las más inverosímiles locuras las que se hacían por amor?
— Te ayudaría destrozando el Olimpo con mis propias manos, aunque eso significara perder todo lo que tengo — volvió a acariciar su espalda —. Pero sí, será difícil conseguir algo de Atenea. Lo que yo creo es que más tarde o más temprano volverá a dejarse llevar por su soberbia. Y ya se nos habrá ocurrido algo para entonces.
— No te haces una idea — asintió. Atenea siempre había sido la diosa perfecta. La mejor de las hijas de Zeus, adalid de la excelencia, modelo y molde de lo que debería ser la misma existencia —. Pero no es mejor que tú o que yo, y cosas como esta lo demuestran.
La diosa de la sabiduría también se equivocaba. Ares lo sabía. El resto del mundo, lo ignoraba.
— Amada mía, no puedo compararos porque no tienes comparación — respondió con sencillez. Ares había tenido otras amantes, al igual que Afrodita. Ambos lo sabían y a ninguno lo importaba —. Eres la mejor de mis compañeras — rozó su nariz con la propia —. La más leal — tomó su pequeña mano con la suya y la colocó sobre su corazón —. La más inteligente — observó sus rasgos durante un instante y sonrió —. La que mejor me comprende.
Al fin y al cabo, ¿no eran las más inverosímiles locuras las que se hacían por amor?
— Te ayudaría destrozando el Olimpo con mis propias manos, aunque eso significara perder todo lo que tengo — volvió a acariciar su espalda —. Pero sí, será difícil conseguir algo de Atenea. Lo que yo creo es que más tarde o más temprano volverá a dejarse llevar por su soberbia. Y ya se nos habrá ocurrido algo para entonces.
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AFRODITA • CON ARES • CAPÍTULO 1
Lo que su amado decía era completamente cierto, aquel tipo de comportamiento hacía que se viera lo que había realmente bajo la máscara de perfección de la diosa de la sabiduría. Inseguridades, miedo y un infantilismo terrible... Por desgracia, para el resto de Olimpo, ella seguiría siendo la mejor de todos ellos. Después de todo, consideraban que Afrodita era la que había actuado mal al tratar de dominar el telar.
Incluso habían insinuado que no habría pasado nada si hubiera pedido permiso, bien sabía ella que no habría sido así... Quizá menos escandaloso, cierto, pero igualmente habría quedado humillada ante Atenea.
- ¿Ah, sí? -Quiso saber al escuchar que era incomparable. No era un misterio que Ares había tenido otras amantes, la mayoría mujeres que poco tenían que ver con la diosa de la belleza, pero no había duda al pensar que su corazón le pertenecía a ella. Siempre regresaba a su lado y le dedicaba las muestras de amor que otros se guardaban.
El mundo daba por hecho que ella no las necesitaba, que no las apreciaba o las querida, adorada por todo, ¿qué más daba? Pero no había nada que llenara de calidez su corazón que la forma en la que Ares la trataba.- Eres el que más me ama, ¿verdad? -Preguntó sin necesitar una respuesta, dejando un suave beso en sus labios. Una caricia tan solo, pero que implicaba más que el más apasionado de los besos.- Cualquier otro de mis amantes palidece a tu lado. Y sabes que no es algo en lo que me incline a mentir. -Sonrió con ojos brillantes.
Ronroneó ante la caricia sobre su espalda, no solo por el gesto, también por aquella propuesta que jamás tomaría forma.- Nunca te pediría que te sacrificaras por mi, amado Ares. Te quiero demasiado para eso. Solo pediré tu ayuda en aquello que te beneficie y ambos sabemos los que disfrutaríamos el día en que el resto abriera los ojos con Atenea. -También él había sido humillado por la diosa, tratado con desprecio por los demás a costa de favorecerla a ella. No merecía que también Afrodita tomara ventaja de su amor o necesidad de hundirla. No. Siempre le ofrecería una justa compensación por su ayuda.- Sí, ya tendremos nuestra venganza en el futuro. -Asintió, si bien odiaba tener que esperar para saborearla, la paciencia no era una de sus muchas virtudes.
Pero podría encontrar otro modo de entretenerse.
Se irguió para poner su rostro a la altura del de Ares.- ¿Qué entretenimiento puedo ofrecerte hoy, querido mío? ¿Quizá algo de música de mis siervos? ¿Un cálido baño que nos relaje? -Aún tenían tiempo de disfrutar juntos un rato más.
Incluso habían insinuado que no habría pasado nada si hubiera pedido permiso, bien sabía ella que no habría sido así... Quizá menos escandaloso, cierto, pero igualmente habría quedado humillada ante Atenea.
- ¿Ah, sí? -Quiso saber al escuchar que era incomparable. No era un misterio que Ares había tenido otras amantes, la mayoría mujeres que poco tenían que ver con la diosa de la belleza, pero no había duda al pensar que su corazón le pertenecía a ella. Siempre regresaba a su lado y le dedicaba las muestras de amor que otros se guardaban.
El mundo daba por hecho que ella no las necesitaba, que no las apreciaba o las querida, adorada por todo, ¿qué más daba? Pero no había nada que llenara de calidez su corazón que la forma en la que Ares la trataba.- Eres el que más me ama, ¿verdad? -Preguntó sin necesitar una respuesta, dejando un suave beso en sus labios. Una caricia tan solo, pero que implicaba más que el más apasionado de los besos.- Cualquier otro de mis amantes palidece a tu lado. Y sabes que no es algo en lo que me incline a mentir. -Sonrió con ojos brillantes.
Ronroneó ante la caricia sobre su espalda, no solo por el gesto, también por aquella propuesta que jamás tomaría forma.- Nunca te pediría que te sacrificaras por mi, amado Ares. Te quiero demasiado para eso. Solo pediré tu ayuda en aquello que te beneficie y ambos sabemos los que disfrutaríamos el día en que el resto abriera los ojos con Atenea. -También él había sido humillado por la diosa, tratado con desprecio por los demás a costa de favorecerla a ella. No merecía que también Afrodita tomara ventaja de su amor o necesidad de hundirla. No. Siempre le ofrecería una justa compensación por su ayuda.- Sí, ya tendremos nuestra venganza en el futuro. -Asintió, si bien odiaba tener que esperar para saborearla, la paciencia no era una de sus muchas virtudes.
Pero podría encontrar otro modo de entretenerse.
Se irguió para poner su rostro a la altura del de Ares.- ¿Qué entretenimiento puedo ofrecerte hoy, querido mío? ¿Quizá algo de música de mis siervos? ¿Un cálido baño que nos relaje? -Aún tenían tiempo de disfrutar juntos un rato más.
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ARES • CON AFRODITA • CAPÍTULO 1
Ares y Afrodita no se molestaban en ocultar su idilio ante los demás dioses. Eran discretos, sí, pero creían que no había nada que esconder entre ellos. El dios de la guerra hallaba cierto divertimento en despertar los recelos y las envidias de sus semejantes; todos ellos se preguntaban cómo había podido emprender un romance con la diosa del amor.
Lo cierto es que el amor y la guerra no son conceptos opuestos, como habitualmente se piensan, sino tan similares que en ocasiones no existe una frontera que los separe. Las pasiones de hombres y dioses son igual de intensas en lo que a ello respecta, y lo contrario del amor no es el odio, sino la indiferencia.
Afrodita estaba casada con Hefesto. Él, inmerso en sus labores, la descuidaba con mucha frecuencia. Ares compartía la pasión de la diosa por la vida, por la muerte, por el riesgo, por la locura. La amaba como ella se merecía: intensamente y sin reservas, y por eso le gustaba, por eso a él también lo amaba.
— Verdad — acarició su nariz con la punta de la suya. A Afrodita jamás le mentiría, aunque, en cualquier caso, uno de los rasgos que caracterizaba su beligerancia era la sinceridad de la que ningún otro dios hacía gala —. De mí siempre tendrás lo que quieras.
Era una deidad fiera, pero noble. La abnegación que mostraba en la intimidad era desconocida para los demás. Nadie se había molestado en descubrir qué había tras su extraordinaria belleza. Para Ares, Afrodita era una suerte de oasis, el favorito de sus secretos.
— Tenemos toda la eternidad, ¿no es cierto? — Se inclinó sobre ella para dejarle un beso en el arco de Eros. — Podemos hacer lo que nos apetezca.
Lo cierto es que el amor y la guerra no son conceptos opuestos, como habitualmente se piensan, sino tan similares que en ocasiones no existe una frontera que los separe. Las pasiones de hombres y dioses son igual de intensas en lo que a ello respecta, y lo contrario del amor no es el odio, sino la indiferencia.
Afrodita estaba casada con Hefesto. Él, inmerso en sus labores, la descuidaba con mucha frecuencia. Ares compartía la pasión de la diosa por la vida, por la muerte, por el riesgo, por la locura. La amaba como ella se merecía: intensamente y sin reservas, y por eso le gustaba, por eso a él también lo amaba.
— Verdad — acarició su nariz con la punta de la suya. A Afrodita jamás le mentiría, aunque, en cualquier caso, uno de los rasgos que caracterizaba su beligerancia era la sinceridad de la que ningún otro dios hacía gala —. De mí siempre tendrás lo que quieras.
Era una deidad fiera, pero noble. La abnegación que mostraba en la intimidad era desconocida para los demás. Nadie se había molestado en descubrir qué había tras su extraordinaria belleza. Para Ares, Afrodita era una suerte de oasis, el favorito de sus secretos.
— Tenemos toda la eternidad, ¿no es cierto? — Se inclinó sobre ella para dejarle un beso en el arco de Eros. — Podemos hacer lo que nos apetezca.
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AFRODITA • CON ARES • CAPÍTULO 2
La bella diosa cepillaba sus cabellos sentada en su balcón, observando la llegada del ocaso.
Hefesto permanecería en la fragua como cada día y Ares podría acudir a ella para acompañarla de nuevo.
La diosa de la belleza la poseía de forma natural, por lo que no precisaba de demasiados arreglos, pero aún así le gustaba hacerlo, cuidarse, estar hermosa, añadir pequeños cambios a su peinado con tal de sorprender y llamar la atención de los demás.
Fue recogiendo sus cabellos cuidadosamente, creando un entramado hermoso como una red de araña, perfectamente medido. No sin el deseo de que unos dedos se enredasen entre aquellos finos y delicados mechones e hicieran deshaciendo su trabajo.
Pero lo cierto es que había otro motivo por el que deseaba hablar con Ares.
Había recibido la visita de su hijo Eros aquel día. Le esperaba, como de costumbre, para ocuparle en algunos encargos y peticiones de los mortales. Aunque él solía hacer después lo que le parecía y no siempre cumplía sus tareas asignadas.
Solo que había llegado algo enfadado, o más bien ofendido, porque Apolo se había atrevido a retarle a una competición de arco, diciendo que no sería capaz de igualarle o que sus habilidades no eran tan buenas y fiables como pretendía. Aludiendo a que ésta era la razón por la que muchos de los encargos de Afrodita no salían como era de esperar.
Ella había intentado calmar a su hijo, pero lo cierto es que no creía haber conseguido gran cosa. Quizá Ares pudiera aconsejarla o mediar entre los otros dos.
Hefesto permanecería en la fragua como cada día y Ares podría acudir a ella para acompañarla de nuevo.
La diosa de la belleza la poseía de forma natural, por lo que no precisaba de demasiados arreglos, pero aún así le gustaba hacerlo, cuidarse, estar hermosa, añadir pequeños cambios a su peinado con tal de sorprender y llamar la atención de los demás.
Fue recogiendo sus cabellos cuidadosamente, creando un entramado hermoso como una red de araña, perfectamente medido. No sin el deseo de que unos dedos se enredasen entre aquellos finos y delicados mechones e hicieran deshaciendo su trabajo.
Pero lo cierto es que había otro motivo por el que deseaba hablar con Ares.
Había recibido la visita de su hijo Eros aquel día. Le esperaba, como de costumbre, para ocuparle en algunos encargos y peticiones de los mortales. Aunque él solía hacer después lo que le parecía y no siempre cumplía sus tareas asignadas.
Solo que había llegado algo enfadado, o más bien ofendido, porque Apolo se había atrevido a retarle a una competición de arco, diciendo que no sería capaz de igualarle o que sus habilidades no eran tan buenas y fiables como pretendía. Aludiendo a que ésta era la razón por la que muchos de los encargos de Afrodita no salían como era de esperar.
Ella había intentado calmar a su hijo, pero lo cierto es que no creía haber conseguido gran cosa. Quizá Ares pudiera aconsejarla o mediar entre los otros dos.
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ARES • CON DITA Y EROS • CAPÍTULO 2
El dios de la guerra se mantendría ocupado tanto tiempo como la humanidad decidiese luchar hasta las últimas consecuencias por varios palmos de tierra. Ares siempre tenía batallas que atender, aunque no participase de ellas, y dedicaba jornadas enteras a perfeccionar el brutal arte de la lucha que hacía centurias que dominaba.
Cuando recibió el comunicado de Afrodita, cuidadosamente enrollado con un brillante cordel dorado, detuvo sus actividades para leerlo. La diosa le hablaba de su hijo, Eros, que había acudido a ella disgustado por un desencuentro con Apolo. Ares se despojó de su armadura, se sumergió en las heladas aguas que nacían en el corazón de las montañas y fue al encuentro de su familia tan pronto como se colocó la túnica sobre los hombros.
— Amor — dejó un beso sobre la mejilla de Afrodita. Su mujer estaba bellísima, resplandeciente como un amanecer tras un día de lluvia, mas el guerrero sabía que no era momento de detenerse a valorar su espléndido aspecto —. He venido en cuanto he podido — se acercó a su hijo para besar su frente, lo cual pareció hacer que se suavizase su gesto, aunque fuera muy breve —. Dime qué ha pasado con Apolo — le pidió, tomando asiento entre él y su madre.
Cuando recibió el comunicado de Afrodita, cuidadosamente enrollado con un brillante cordel dorado, detuvo sus actividades para leerlo. La diosa le hablaba de su hijo, Eros, que había acudido a ella disgustado por un desencuentro con Apolo. Ares se despojó de su armadura, se sumergió en las heladas aguas que nacían en el corazón de las montañas y fue al encuentro de su familia tan pronto como se colocó la túnica sobre los hombros.
— Amor — dejó un beso sobre la mejilla de Afrodita. Su mujer estaba bellísima, resplandeciente como un amanecer tras un día de lluvia, mas el guerrero sabía que no era momento de detenerse a valorar su espléndido aspecto —. He venido en cuanto he podido — se acercó a su hijo para besar su frente, lo cual pareció hacer que se suavizase su gesto, aunque fuera muy breve —. Dime qué ha pasado con Apolo — le pidió, tomando asiento entre él y su madre.
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AFRODITA • CON ARES • CAPÍTULO 2
Ares acudió antes incluso de lo que había calculado. Pues sus sirvientes aún no habían terminado de preparar lo que había pedido en honor de su visita, como si fuera otro invitado más a su casa. Y no podía evitar pensar que la rapidez con la que el dios de la guerra acudía a sus llamados la complacía, si bien en aquella ocasión sabía que el haber mencionado a su hijo le había hecho apresurarse un poco más.
Nadie jamás pondría en duda que Ares era un padre atento, ella menos que ningún otro.
Estiró la mejilla para recibir su beso con una sonrisa. Un beso que siempre veía como la promesa de otros mucho más ardientes. El bello Eros también fue saludado por su padre antes de que él reclamase saber lo que había sucedido.
- Me ha insultado.
- Te ha retado. -Corrigió ella, con un tonito musical, que intentaba que las cosas siguieran siendo civilizadas.
- Ha insinuado que mi puntería con el arco es atroz y que soy el causante de la desdicha que sufren los humanos.
- Es el dios protector de los arqueros, se cree mejor que nadie. -le recordó ella.- Y si no sabe que son los humanos los que buscan su propio destino, por lo general haciendo sufrir a los demás y a sí mismos, es que es él quien debería prestar más atención a los arqueros que a los poetas. -Aunque ella adoraba la poesía, donde el amor y la belleza eran temas recurrentes, pero bien sabía que muchos de ellos también se sentían afligidos por no ser correspondidos.
- No pienso dejarlo estar, madre. Me ha ofendido a mí y os ofende a vos por ello.
- Y yo rechazo tomar ofensa en esas palabras presuntuosas de Apolo. -Añadió ella, reuniendo toda la calma.- ¿Vos qué opináis, amor? -Preguntó a Ares, que había escuchado toda la conversación.
Nadie jamás pondría en duda que Ares era un padre atento, ella menos que ningún otro.
Estiró la mejilla para recibir su beso con una sonrisa. Un beso que siempre veía como la promesa de otros mucho más ardientes. El bello Eros también fue saludado por su padre antes de que él reclamase saber lo que había sucedido.
- Me ha insultado.
- Te ha retado. -Corrigió ella, con un tonito musical, que intentaba que las cosas siguieran siendo civilizadas.
- Ha insinuado que mi puntería con el arco es atroz y que soy el causante de la desdicha que sufren los humanos.
- Es el dios protector de los arqueros, se cree mejor que nadie. -le recordó ella.- Y si no sabe que son los humanos los que buscan su propio destino, por lo general haciendo sufrir a los demás y a sí mismos, es que es él quien debería prestar más atención a los arqueros que a los poetas. -Aunque ella adoraba la poesía, donde el amor y la belleza eran temas recurrentes, pero bien sabía que muchos de ellos también se sentían afligidos por no ser correspondidos.
- No pienso dejarlo estar, madre. Me ha ofendido a mí y os ofende a vos por ello.
- Y yo rechazo tomar ofensa en esas palabras presuntuosas de Apolo. -Añadió ella, reuniendo toda la calma.- ¿Vos qué opináis, amor? -Preguntó a Ares, que había escuchado toda la conversación.
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ARES • CON DITA Y EROS • CAPÍTULO 2
A Ares no le resultaba sencillo mantener domado su temperamento, mas se obligó a hacer el esfuerzo por su hijo. Necesitaba saber qué había sucedido para poder ofrecer su consejo. Las primeras soluciones en las que pensaba siempre tenían que ver con una ofensiva rápida y directa sobre el perpetrador de la ofensa. Aquella ocasión podía ser distinta, aunque Ares no lo creía.
Mantuvo silencio mientras Eros construía su relato. Lo ayudaba su madre o, más bien, lo corregía. Afrodita parecía interesada en desescalar la gravedad del conflicto, tal vez adelantándose a la reacción que habría entre los dioses de buscar una venganza contra uno de los favoritos de Zeus.
Cuando le pidieron su opinión, le llevó un instante de reflexión formularla.
— Conozco bien a Apolo y, como dice tu madre, es incapaz de mantener la boca cerrada —. Detestaba profundamente la egolatría de la que siempre había hecho gala, tanto como a los demás dioses por habérselo permitido —. Eso no quiere decir que sea mejor que cualquiera de nosotros, solamente que así elige creerlo —. Ares se pasó una mano por el mentón. Mantenía el ceño fruncido —. ¿Qué pretendes hacer para vengarte de él?
Eros tensó la mandíbula y mantuvo la vista fija en los ojos de su padre.
— Pienso demostrarle que soy tan diestro con el arco como él — sentenció —, y que soy capaz de mucho más de lo que cree.
Ares distinguió en su mirada el brillo de la venganza. De su madre había obtenido la belleza, el carisma, la capacidad de unir dos destinos con un chasquido. De él había heredado la determinación, la impulsividad, la fuerza. Era, desde luego, digno hijo de los dioses que lo habían engendrado.
— No veo por qué no habrías de hacerlo. Al fin y al cabo, para eso te ha retado, ¿no es cierto? — inquirió, mirando a Afrodita.
Mantuvo silencio mientras Eros construía su relato. Lo ayudaba su madre o, más bien, lo corregía. Afrodita parecía interesada en desescalar la gravedad del conflicto, tal vez adelantándose a la reacción que habría entre los dioses de buscar una venganza contra uno de los favoritos de Zeus.
Cuando le pidieron su opinión, le llevó un instante de reflexión formularla.
— Conozco bien a Apolo y, como dice tu madre, es incapaz de mantener la boca cerrada —. Detestaba profundamente la egolatría de la que siempre había hecho gala, tanto como a los demás dioses por habérselo permitido —. Eso no quiere decir que sea mejor que cualquiera de nosotros, solamente que así elige creerlo —. Ares se pasó una mano por el mentón. Mantenía el ceño fruncido —. ¿Qué pretendes hacer para vengarte de él?
Eros tensó la mandíbula y mantuvo la vista fija en los ojos de su padre.
— Pienso demostrarle que soy tan diestro con el arco como él — sentenció —, y que soy capaz de mucho más de lo que cree.
Ares distinguió en su mirada el brillo de la venganza. De su madre había obtenido la belleza, el carisma, la capacidad de unir dos destinos con un chasquido. De él había heredado la determinación, la impulsividad, la fuerza. Era, desde luego, digno hijo de los dioses que lo habían engendrado.
— No veo por qué no habrías de hacerlo. Al fin y al cabo, para eso te ha retado, ¿no es cierto? — inquirió, mirando a Afrodita.
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AFRODITA • CON ARES • CAPÍTULO 2
Su amado Eros era demasiado impulsivo, quizá porque había tomado esa cualidad de sus dos progenitores. No se detenía a pensar en las consecuencias de lo que sus actos, si es que iba demasiado lejos en su enfado, podrían acarrearle.
Y Afrodita, por mucho que lo deseara, no podría protegerle de la ira de los demás dioses si Apolo sufría algún tipo de daño.
Quizá por eso había acudido a Ares, en parte para que le hiciera razonar sobre las consecuencias, él que tanto las padecía con la enemistad de la mayoría del olimpo. Mas fue el primero en mencionar una palabra que ella hubiera querido esquivar, la venganza.
Eros iba a demostrar su valía, y en el brillo de sus ojos le pareció apreciar un fuego que vaticinaba algo más allá de lo que estaba diciendo.
Inclinó la cabeza hacia un lado, frunciendo sus labios para mostrar que no estaba demasiado contenta, pero suspirando al final.
Se levantó para mirarlos a ambos de frente.- Lo que sea que tengas planeado, ambos sabemos que no es un concurso de tiro al uso. -Cruzó los brazos y miró a su hijo con seriedad.- En primer lugar, quiero tu juramento de que no ejercerás ningún tipo de daño físico en Apolo. -Y esperaba que comprendiera las razones detrás de esta petición.- En segundo, debes saber que no puedo darte mi bendición y no te protegeré si enfureces al resto de los dioses. -Si quería tomar venganza, debía empezar a contar también con las represalias.- Y por último, me gustaría conocer al detalle lo que planeas. -Porque a pesar de todo, la curiosidad era inevitable.
Y Afrodita, por mucho que lo deseara, no podría protegerle de la ira de los demás dioses si Apolo sufría algún tipo de daño.
Quizá por eso había acudido a Ares, en parte para que le hiciera razonar sobre las consecuencias, él que tanto las padecía con la enemistad de la mayoría del olimpo. Mas fue el primero en mencionar una palabra que ella hubiera querido esquivar, la venganza.
Eros iba a demostrar su valía, y en el brillo de sus ojos le pareció apreciar un fuego que vaticinaba algo más allá de lo que estaba diciendo.
Inclinó la cabeza hacia un lado, frunciendo sus labios para mostrar que no estaba demasiado contenta, pero suspirando al final.
Se levantó para mirarlos a ambos de frente.- Lo que sea que tengas planeado, ambos sabemos que no es un concurso de tiro al uso. -Cruzó los brazos y miró a su hijo con seriedad.- En primer lugar, quiero tu juramento de que no ejercerás ningún tipo de daño físico en Apolo. -Y esperaba que comprendiera las razones detrás de esta petición.- En segundo, debes saber que no puedo darte mi bendición y no te protegeré si enfureces al resto de los dioses. -Si quería tomar venganza, debía empezar a contar también con las represalias.- Y por último, me gustaría conocer al detalle lo que planeas. -Porque a pesar de todo, la curiosidad era inevitable.
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ARES • CON DITA Y EROS • CAPÍTULO 2
¿Cómo iba a negarle a su hijo la posibilidad de vengarse contra quien lo había ofendido? ¿Cómo iba Ares, el dios de la guerra, a rechazar frontalmente los principios sobre los que había construido su reputación en el Olimpo? ¿Cómo iba a pedirle a su vástago que rechazase un desafío? Comprendía las reservas de Afrodita, mas no las compartía. Si Eros no respondía, sería indigno de las cualidades que le habían regalado sus padres. En el destello de su mirada pudo ver que su hijo ya había tomado la determinación de actuar, lo aprobasen Ares y Afrodita o no, así que no había nada que valorar.
Mantuvo, sin embargo, un silencio cauto cuando su amante impuso las condiciones para la venganza. No podía apoyarla, claro, pero bastaba con que no interfiriera. Eros caviló con los labios fruncidos sobre las cuestiones planteadas. Parecía debatir consigo mismo si ceder o no al interrogatorio de su madre. Miró a Ares en busca de orientación.
— Tu madre no te podrá defender ante el resto de los dioses, pero yo sí — anunció —. No me importa enfrentarme a ellos. No sería la primera vez. En esta ocasión, al menos, tendré un buen motivo — cualquier excusa era buena para desquiciar a Apolo. Ares hallaba cierto divertimiento en molestar a los favoritos de Zeus —, pero no podrás hacerle daño — apoyó así la condición de Afrodita —. No le pondrás un dedo encima a Apolo. Júralo por tu madre, Eros.
— Lo juro — convino él, hinchado su orgullo herido —. Nos ha despreciado a los dos — le explicó a su madre —, así que voy a demostrarle cuánto se equivoca. Voy a hacerle caer de rodillas suplicando que le entregue un amor que nunca tendrá. Cuando sufra la devastación del desamor, me suplicará ayuda — frunció los labios, como si estuviera conteniendo otra frase, pero no dijo nada más. Ares comprendió lo que callaba. «Me suplicará ayuda, pero no se la daré».
Mantuvo, sin embargo, un silencio cauto cuando su amante impuso las condiciones para la venganza. No podía apoyarla, claro, pero bastaba con que no interfiriera. Eros caviló con los labios fruncidos sobre las cuestiones planteadas. Parecía debatir consigo mismo si ceder o no al interrogatorio de su madre. Miró a Ares en busca de orientación.
— Tu madre no te podrá defender ante el resto de los dioses, pero yo sí — anunció —. No me importa enfrentarme a ellos. No sería la primera vez. En esta ocasión, al menos, tendré un buen motivo — cualquier excusa era buena para desquiciar a Apolo. Ares hallaba cierto divertimiento en molestar a los favoritos de Zeus —, pero no podrás hacerle daño — apoyó así la condición de Afrodita —. No le pondrás un dedo encima a Apolo. Júralo por tu madre, Eros.
— Lo juro — convino él, hinchado su orgullo herido —. Nos ha despreciado a los dos — le explicó a su madre —, así que voy a demostrarle cuánto se equivoca. Voy a hacerle caer de rodillas suplicando que le entregue un amor que nunca tendrá. Cuando sufra la devastación del desamor, me suplicará ayuda — frunció los labios, como si estuviera conteniendo otra frase, pero no dijo nada más. Ares comprendió lo que callaba. «Me suplicará ayuda, pero no se la daré».
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AFRODITA • CON ARES • CAPÍTULO 2
Al decir que él defendería a Eros de los demás si era necesario, Afrodita reconoció una de las facetas que le habían atado a aquel dios. Su instinto, protector y fuerte, rebelde, capaz de oponerse a las normas establecidas por el Olimpo sin que nada le importase. No había un mejor padre para sus hijos. Aunque en aquel momento no podía decirlo o se restaría autoridad.
Y a pesar de esa rebeldía, sabía como ella que dañar a un dios era demasiado peligroso. Se alegró de contar con su apoyo en ese punto y miró a su hijo cuando le pidió que jurase por ella.
Eros expuso entonces su plan. Utilizaría los dones que le había legado. Haría que el corazón del dios se llenase de un amor imposible de complacer y de contener. Uno por el que suplicaría su ayuda y se arrastraría con tal de que perdonase su ofensa para conseguir escapar de la amarga condena del desamor.
- Me parece un castigo justo. -Reconoció ella, que estaba convencida de que su hijo no cedería ante las peticiones de Apolo. Y ella no iba a intervenir en aquel asunto tampoco.- Necesitarás flechas capaces de afectar la voluntad de un dios. -Pensó.- Me ocuparé de ello. -Era mejor que ella se las pidiera a Hefesto en lugar de su hijo. Y era un modo de hacerle ver que, a pesar de sus reticencias y preocupación, estaba de su parte y le amaba.
- Pero Apolo es un digno hijo de su padre, no suele tener problema a la hora de conquistar a quien le plazca. ¿Has pensado cómo solucionar ese problema?
Y a pesar de esa rebeldía, sabía como ella que dañar a un dios era demasiado peligroso. Se alegró de contar con su apoyo en ese punto y miró a su hijo cuando le pidió que jurase por ella.
Eros expuso entonces su plan. Utilizaría los dones que le había legado. Haría que el corazón del dios se llenase de un amor imposible de complacer y de contener. Uno por el que suplicaría su ayuda y se arrastraría con tal de que perdonase su ofensa para conseguir escapar de la amarga condena del desamor.
- Me parece un castigo justo. -Reconoció ella, que estaba convencida de que su hijo no cedería ante las peticiones de Apolo. Y ella no iba a intervenir en aquel asunto tampoco.- Necesitarás flechas capaces de afectar la voluntad de un dios. -Pensó.- Me ocuparé de ello. -Era mejor que ella se las pidiera a Hefesto en lugar de su hijo. Y era un modo de hacerle ver que, a pesar de sus reticencias y preocupación, estaba de su parte y le amaba.
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ARES • CON DITA Y EROS • CAPÍTULO 2
Eros no era ningún necio, y de sus padres había sacado el don para la estrategia, la capacidad de buscar los puntos débiles de su contrincante para atacarlos con contundencia. Si Apolo había puesto en tela de juicio los dones que le había otorgado el destino, él se aseguraría de que no olvidase hasta qué punto podía ser certero para herirlo allá donde no alcanzaban los rayos del sol ni había vendajes o cataplasmas que pudieran curarlo. Cuando Afrodita quiso saber cómo doblegaría a uno de los más poderosos dioses ante las querencias de la carne, Eros esbozó media sonrisa.
— El mal de amores no es cosa de mortales, madre — comenzó —. Aunque Apolo sea hermoso, su corazón está podrido de soberbia. Es un digno hijo de su padre, desde luego — Ares podía haberse ofendido por aquello, pero bien era sabido por todo el Olimpo que no reconocía los lazos familiares que lo unían a Zeus, por lo que no comentó nada al respecto —. Atravesaré a Apolo con una flecha dorada, que lo haga perder la razón por una ninfa a la que alcanzará una flecha distinta: será de plomo, pesada, ponzoñosa. Hará que deteste a Apolo y a todo lo que represente, jamás sentirá por el nada que no sea una aversión tan intensa como las fraguas del amor que llamearán, sedientas, en el corazón del dios. Lo condenaré a la tragedia del desamor con el mismo arma por el que de mí se ha burlado.
Un silencio llenó la sala, en lo que Ares y Afrodita comprendían y meditaban las palabras de su vástago. Era una jugada cruel y mezquina, desde luego, pero nada que no mereciese el perjudicado.
— Le estará bien empleado — asintió, otorgándole su aprobación.
— El mal de amores no es cosa de mortales, madre — comenzó —. Aunque Apolo sea hermoso, su corazón está podrido de soberbia. Es un digno hijo de su padre, desde luego — Ares podía haberse ofendido por aquello, pero bien era sabido por todo el Olimpo que no reconocía los lazos familiares que lo unían a Zeus, por lo que no comentó nada al respecto —. Atravesaré a Apolo con una flecha dorada, que lo haga perder la razón por una ninfa a la que alcanzará una flecha distinta: será de plomo, pesada, ponzoñosa. Hará que deteste a Apolo y a todo lo que represente, jamás sentirá por el nada que no sea una aversión tan intensa como las fraguas del amor que llamearán, sedientas, en el corazón del dios. Lo condenaré a la tragedia del desamor con el mismo arma por el que de mí se ha burlado.
Un silencio llenó la sala, en lo que Ares y Afrodita comprendían y meditaban las palabras de su vástago. Era una jugada cruel y mezquina, desde luego, pero nada que no mereciese el perjudicado.
— Le estará bien empleado — asintió, otorgándole su aprobación.
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AFRODITA • CON ARES • CAPÍTULO 2
A los dioses les afectaba el amor, sin duda alguna. Eso ella lo sabía.
Pero era consciente de que contaban con todas las armas a su disposición para conseguir aquello que desearan. Zeus y su más que numerosa descendencia eran una prueba de que el rechazo de una mortal no suponía una barrera para poseerla si así lo deseaba.
Y Apolo no solía abusar de sus dones, no lo necesitaba, pero ante la gran necesidad que pretendía crear Eros en él, cualquiera sabía.
Mas su hermoso y preciado hijo poseía una mente magistral que ya había pensado en esos detalles también. Envenenando el corazón de la ninfa para desdeñar cualquier atención que el dios dorado le ofreciera se aseguraba de que jamás cedería por voluntad propia a sus intereses.
No había falla en él.
Asintió cuando Ares pronunció que le estaba bien empleado.- Así es... y no podrá reclamar el mal que le has procurado con esas flechas, sin admitir tu superior destreza con el arco. -Admiraba aquel plan que tan bien pensado estaba. Tanto que quizá no tuviera que preocuparse de que hubiera alguna represalia.
Acarició con cariño la mejilla de su hijo, que ya no era un niño pero que seguía llenando su corazón de dulzura y orgullo.- Me ocuparé de que Hefesto te haga las flechas más equilibradas y certeras que hayan salido de sus fraguas. -Aseguró con una de sus sonrisas ladinas.- Una de oro, una de plomo. -Acordó para que viera que no se equivocaría.
Pero era consciente de que contaban con todas las armas a su disposición para conseguir aquello que desearan. Zeus y su más que numerosa descendencia eran una prueba de que el rechazo de una mortal no suponía una barrera para poseerla si así lo deseaba.
Y Apolo no solía abusar de sus dones, no lo necesitaba, pero ante la gran necesidad que pretendía crear Eros en él, cualquiera sabía.
Mas su hermoso y preciado hijo poseía una mente magistral que ya había pensado en esos detalles también. Envenenando el corazón de la ninfa para desdeñar cualquier atención que el dios dorado le ofreciera se aseguraba de que jamás cedería por voluntad propia a sus intereses.
No había falla en él.
Asintió cuando Ares pronunció que le estaba bien empleado.- Así es... y no podrá reclamar el mal que le has procurado con esas flechas, sin admitir tu superior destreza con el arco. -Admiraba aquel plan que tan bien pensado estaba. Tanto que quizá no tuviera que preocuparse de que hubiera alguna represalia.
Acarició con cariño la mejilla de su hijo, que ya no era un niño pero que seguía llenando su corazón de dulzura y orgullo.- Me ocuparé de que Hefesto te haga las flechas más equilibradas y certeras que hayan salido de sus fraguas. -Aseguró con una de sus sonrisas ladinas.- Una de oro, una de plomo. -Acordó para que viera que no se equivocaría.
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ARES • CON DITA Y EROS • CAPÍTULO 2
Cuanto más pensaba en la estrategia formulada por su hijo, más brillante la encontraba. Ares hallaba placer en molestar al resto de deidades que con tanto ímpetu lo despreciaban, y tenía cierta predilección por frustrar los planes de aquellos que disfrutaban del favor de Zeus que a él se le había negado desde su nacimiento.
Apolo bien podría haber sido el dios del egocentrismo. Se comportaba como si le perteneciesen el sol, las estrellas, las nubes, la luna, la tierra. Menospreciaba a todos los dioses. A Ares lo enorgullecía que un hijo suyo hubiese dicho “basta”. Era como ver germinar las semillas del caos que con tanto cariño había esparcido y regado a lo largo y ancho del Olimpo.
— Pues que así sea — sentenció.
Así quedó satisfecha la sed de venganza de Eros y calmadas las preocupaciones de Afrodita. Ares, por su parte, sintió la impaciencia por averiguar qué ocurriría después hervir bajo su piel. Esperaba poder ver el horror deformar el perfecto rostro de Apolo. Se deleitó con la idea.
Eros se marchó y el dios de la guerra extendió la mano para buscar la de su amor. La piel de Afrodita era suave, cálida, como el sol de la primavera. Acarició el dorso de su mano con el pulgar, pensativo.
— Es digno hijo de sus padres, desde luego — le confió, divertido.
Apolo bien podría haber sido el dios del egocentrismo. Se comportaba como si le perteneciesen el sol, las estrellas, las nubes, la luna, la tierra. Menospreciaba a todos los dioses. A Ares lo enorgullecía que un hijo suyo hubiese dicho “basta”. Era como ver germinar las semillas del caos que con tanto cariño había esparcido y regado a lo largo y ancho del Olimpo.
— Pues que así sea — sentenció.
Así quedó satisfecha la sed de venganza de Eros y calmadas las preocupaciones de Afrodita. Ares, por su parte, sintió la impaciencia por averiguar qué ocurriría después hervir bajo su piel. Esperaba poder ver el horror deformar el perfecto rostro de Apolo. Se deleitó con la idea.
Eros se marchó y el dios de la guerra extendió la mano para buscar la de su amor. La piel de Afrodita era suave, cálida, como el sol de la primavera. Acarició el dorso de su mano con el pulgar, pensativo.
— Es digno hijo de sus padres, desde luego — le confió, divertido.
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AFRODITA • CON ARES • CAPÍTULO 2
Su hermoso hijo salió de su palacio para seguir ocupándose de sus tareas y, supuso, escoger a la desdichada ninfa que sería la primera en rechazar hasta la saciedad a uno de los favoritos de Zeus.
No hubo ninguna reserva en permitir que Ares tomara su mano despertando su sonrisa a pesar de la aspereza que la espada había creado en su piel, era capaz de trasmitir su ardor a cualquiera.
- ¿Tú crees, querido? -Respondió ella con un tono de inocencia, el mismo con el que siguió hablando.- Yo habría hecho que se enamorase de su querida hermana. Separar a los dos arqueros celestiales habría sido aún más cruel. -A nadie se le escapaba que Afrodita gustaba de las venganzas crueles, provocando que los miembros de la misma familia se amaran para que luego vivieran con el remordimiento, la culpa y el desprecio.
- Pero es cierto que las consecuencias serían más peligrosas y no quiero que Eros se meta en problemas como ese. -Su hijo no tenía la misma posición que ella en el Olimpo y no iba a arriesgarse a que sufriera por compartir sus ideas. Artemisa era otra favorita de Zeus, y una más que vengativa también.
Sin embargo, la vida de una simple ninfa no importaría a nadie.
No hubo ninguna reserva en permitir que Ares tomara su mano despertando su sonrisa a pesar de la aspereza que la espada había creado en su piel, era capaz de trasmitir su ardor a cualquiera.
- ¿Tú crees, querido? -Respondió ella con un tono de inocencia, el mismo con el que siguió hablando.- Yo habría hecho que se enamorase de su querida hermana. Separar a los dos arqueros celestiales habría sido aún más cruel. -A nadie se le escapaba que Afrodita gustaba de las venganzas crueles, provocando que los miembros de la misma familia se amaran para que luego vivieran con el remordimiento, la culpa y el desprecio.
- Pero es cierto que las consecuencias serían más peligrosas y no quiero que Eros se meta en problemas como ese. -Su hijo no tenía la misma posición que ella en el Olimpo y no iba a arriesgarse a que sufriera por compartir sus ideas. Artemisa era otra favorita de Zeus, y una más que vengativa también.
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ARES • CON DITA Y EROS • CAPÍTULO 2
El amor y la guerra eran, en cierta manera, las dos caras de una misma moneda: la pasión que ponían los hombres en matarse era solo comparable con la que despertaba el enamoramiento. No en vano decían que del amor al odio no había más que un paso. A nadie podía impresionarle que Ares y Afrodita se entendiesen tan bien. El dios de la guerra se permitía ser vulnerable en compañía de la diosa del amor; ella podía expresar la malicia que guardaba para él.
— Ajá — suspiró, sin dejar ir su mano, fijándose en lo bonita que le parecía su sonrisa.
Ares había observado el mundo desde su práctica creación: el nacimiento de las constelaciones, la colisión de las galaxias, un millar de amaneceres, otro millar de atardeceres, centenares de estrellas alumbrar el firmamento. Nada de eso podía compararse con la belleza de su amada.
— Oh, Dita — sonrió —. Eres absolutamente encantadora — se inclinó sobre ella para buscar sus labios, acarició la línea de su mentón con la yema del dedo índice —. No sabes cómo disfruto de las maldades que se te ocurren — entrelazó su mano con la de Afrodita —. No saben la suerte que tienen de que te encanten los finales felices.
— Ajá — suspiró, sin dejar ir su mano, fijándose en lo bonita que le parecía su sonrisa.
Ares había observado el mundo desde su práctica creación: el nacimiento de las constelaciones, la colisión de las galaxias, un millar de amaneceres, otro millar de atardeceres, centenares de estrellas alumbrar el firmamento. Nada de eso podía compararse con la belleza de su amada.
— Oh, Dita — sonrió —. Eres absolutamente encantadora — se inclinó sobre ella para buscar sus labios, acarició la línea de su mentón con la yema del dedo índice —. No sabes cómo disfruto de las maldades que se te ocurren — entrelazó su mano con la de Afrodita —. No saben la suerte que tienen de que te encanten los finales felices.
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AFRODITA • CON ARES • CAPÍTULO 2
Afrodita era capaz de despertar, solo con su belleza, la admiración de cualquier criatura que se le antojase. O al menos de las más influenciables. Y aunque era una sensación de poder increíble, no se comparaba a la que suponía ver en los ojos de alguien como Ares esa admiración, no por su cuerpo, sino por los rincones más oscuros de su corazón. Los que no compartía con nadie salvo él.
Correspondió el beso y entrelazó sus dedos con los del dios de la guerra.- Claro que no lo saben, y es mejor que siga siendo así. -Reconoció ella en un tono divertido.- Es mucho más fácil perdonar o ceder ante alguien que, aparentemente, nunca ha causado ningún mal. -Le guiñó un ojo y tiró de él para seguir adentrándose en el palacio.- Tú que tanto sabes de estrategia deberías reconocerla. Pero eres demasiado directo para llevarla a cabo tú mismo. -Ares nunca había ocultado sus instintos, sus deseos, el caos que generaba... tenía otro enfoque más brutal.
- Pero a veces, hay que abandonar las sutilezas. -Añadió ella con toda la intención cuando ya se encontraban en el dormitorio.
Correspondió el beso y entrelazó sus dedos con los del dios de la guerra.- Claro que no lo saben, y es mejor que siga siendo así. -Reconoció ella en un tono divertido.- Es mucho más fácil perdonar o ceder ante alguien que, aparentemente, nunca ha causado ningún mal. -Le guiñó un ojo y tiró de él para seguir adentrándose en el palacio.- Tú que tanto sabes de estrategia deberías reconocerla. Pero eres demasiado directo para llevarla a cabo tú mismo. -Ares nunca había ocultado sus instintos, sus deseos, el caos que generaba... tenía otro enfoque más brutal.
- Pero a veces, hay que abandonar las sutilezas. -Añadió ella con toda la intención cuando ya se encontraban en el dormitorio.
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ARES • CON DITA Y EROS • CAPÍTULO 2
El tiempo no pasaba de la misma manera para los mortales y para los dioses: para los primeros era una prisión, corría deprisa y se les escapaba de entre los dedos, les recordaba lo cortas que eran sus vidas comparadas con la eternidad; para los segundos, no significaba nada, puesto que el tiempo no podía someter a deidades que habían contemplado el inicio de la creación y permanecerían cuando la última de las estrellas del firmamento se hubiera extinguido por completo.
En el Olimpo no marcaba el transcurso de los días un calendario, sino el pasar de los encuentros y desencuentros de los dioses, que tan pronto formaban alianzas como las rompían. Ares no era el único con un temperamento impredecible, el resto de deidades tenían arrebatos tan impredecibles como los suyos, pero nunca eran tenidos en cuenta de la misma manera que los suyos, quizá porque las capacidades de destrucción de unos y otros no eran en absoluto semejantes, ni siquiera comparables.
El dios de la guerra esperó a que ocurriera la tragedia y así fue. Un día, la ira de Apolo estalló y amenazó con romper la bóveda celeste por la mitad. El orgullo del dios había sido herido de muerte, derramó la sangre sobre las nubes, sacudió los cimentos del Olimpo. «Como siempre», pensó Ares, «no puede no hacer que sus problemas no sean de los demás». Al dios de las artes le gustaba demasiado el dramatismo para lidiar consigo mismo a solas.
— Parece que tus flechas han alcanzado sus objetivos — le comentó a su hijo al oír los gritos de Apolo.
En el Olimpo no marcaba el transcurso de los días un calendario, sino el pasar de los encuentros y desencuentros de los dioses, que tan pronto formaban alianzas como las rompían. Ares no era el único con un temperamento impredecible, el resto de deidades tenían arrebatos tan impredecibles como los suyos, pero nunca eran tenidos en cuenta de la misma manera que los suyos, quizá porque las capacidades de destrucción de unos y otros no eran en absoluto semejantes, ni siquiera comparables.
El dios de la guerra esperó a que ocurriera la tragedia y así fue. Un día, la ira de Apolo estalló y amenazó con romper la bóveda celeste por la mitad. El orgullo del dios había sido herido de muerte, derramó la sangre sobre las nubes, sacudió los cimentos del Olimpo. «Como siempre», pensó Ares, «no puede no hacer que sus problemas no sean de los demás». Al dios de las artes le gustaba demasiado el dramatismo para lidiar consigo mismo a solas.
— Parece que tus flechas han alcanzado sus objetivos — le comentó a su hijo al oír los gritos de Apolo.
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AFRODITA • CON ARES • CAPÍTULO 2
El tiempo transcurrió sin alterar la rutina natural de los dioses. Donde los imprevistos se debían a los conflictos entre ellos y, en pocas ocasiones, a la intervención de algún humano irrespetuoso.
Afrodita recogía algunas flores para entretenerse cuando las palomas trajeron consigo los llantos y amenazas de Apolo. Entró al palacio acunando las flores en sus brazos para asistir a aquella declaración por parte de Ares, a la que su hijo asintió con una sonrisa burlona que no fue capaz de ocultar tras la copa de ambrosía.
- ¿Y cuánto crees que pueda durar esta pataleta? -Preguntó, confiando en que no demasiado. Era molesto tener a uno de los hijos favoritos de Zeus llorando por las esquinas por un amor no correspondido. Esperaba que no se le ocurriera acudir a ella en busca de ayuda.- Quizá debieras haber lanzado tu flecha contra una simple humana, así todo esto tendría un trágico final. -Pero un final al fin y al cabo.- Y él mucha inspiración para los poemas más emotivos.
Dejó las flores sobre la mesa y empezó a repartirlas en sendos jarrones.
- Madre querida, la idea era hacer que sufriera por su ofensa. -Expuso su hijo.- Correrá y correrá persiguiendo a la bella Dafne para ser rehuído una y otra vez... Y yo pienso animarle a ello. -La sonrisa de Eros fue maliciosa, siniestra y bella al mismo tiempo.
Afrodita recogía algunas flores para entretenerse cuando las palomas trajeron consigo los llantos y amenazas de Apolo. Entró al palacio acunando las flores en sus brazos para asistir a aquella declaración por parte de Ares, a la que su hijo asintió con una sonrisa burlona que no fue capaz de ocultar tras la copa de ambrosía.
- ¿Y cuánto crees que pueda durar esta pataleta? -Preguntó, confiando en que no demasiado. Era molesto tener a uno de los hijos favoritos de Zeus llorando por las esquinas por un amor no correspondido. Esperaba que no se le ocurriera acudir a ella en busca de ayuda.- Quizá debieras haber lanzado tu flecha contra una simple humana, así todo esto tendría un trágico final. -Pero un final al fin y al cabo.- Y él mucha inspiración para los poemas más emotivos.
Dejó las flores sobre la mesa y empezó a repartirlas en sendos jarrones.
- Madre querida, la idea era hacer que sufriera por su ofensa. -Expuso su hijo.- Correrá y correrá persiguiendo a la bella Dafne para ser rehuído una y otra vez... Y yo pienso animarle a ello. -La sonrisa de Eros fue maliciosa, siniestra y bella al mismo tiempo.
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ARES • CON DITA Y EROS • CAPÍTULO 2
El dolor de Apolo bien podría haber desgarrado las nubes sobre las que se asentaba el hogar de los dioses. El desamor lo hizo perder por completo la compostura: gritaba, lloraba, pataleaba como un infante al que lo hubieran privado del pecho de su madre. Ares solo podía recordar todas las ocasiones en las que el resto del Olimpo lo había mirado con los labios fruncidos, los dioses disgustados por lo crudo de sus emociones.
— Y así es como tendría que ser — coincidió Ares con su hijo —. ¿De qué otra manera iba a aprender Apolo? — miró entonces a Afrodita. — Sabes cómo es, sabes que siempre se ha salido con la suya, sabes… lo sabes. Lo sabes, Dita.
— Apolo cree que está por encima de las pasiones y le estoy demostrando que está equivocado. No estoy haciendo nada malo. Al fin y al cabo, él mismo se lo ha buscado, ¿y no era él quien decía que el enamoramiento no era más que un capricho del destino? — dijo Eros.
— Creo que ya ha debido de cambiar de opinión — el cielo se había oscurecido, el aire estaba enrarecido, el suelo se sacudía a intervalos irregulares, como imitando a unos sollozos ahogados —. ¿Cuánto dura el amor, querida mía? — le preguntó a Afrodita, retomando el inicio de la conversación. — Si tú me dejaras, ten por seguro que lloraría toda una eternidad, y después otra, y otra, y así hasta que me hubiera deshecho en lágrimas y no quedasen de mí ni las memorias — tomó su mano y la rozó con sus labios.
— Y así es como tendría que ser — coincidió Ares con su hijo —. ¿De qué otra manera iba a aprender Apolo? — miró entonces a Afrodita. — Sabes cómo es, sabes que siempre se ha salido con la suya, sabes… lo sabes. Lo sabes, Dita.
— Apolo cree que está por encima de las pasiones y le estoy demostrando que está equivocado. No estoy haciendo nada malo. Al fin y al cabo, él mismo se lo ha buscado, ¿y no era él quien decía que el enamoramiento no era más que un capricho del destino? — dijo Eros.
— Creo que ya ha debido de cambiar de opinión — el cielo se había oscurecido, el aire estaba enrarecido, el suelo se sacudía a intervalos irregulares, como imitando a unos sollozos ahogados —. ¿Cuánto dura el amor, querida mía? — le preguntó a Afrodita, retomando el inicio de la conversación. — Si tú me dejaras, ten por seguro que lloraría toda una eternidad, y después otra, y otra, y así hasta que me hubiera deshecho en lágrimas y no quedasen de mí ni las memorias — tomó su mano y la rozó con sus labios.
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AFRODITA • CON ARES • CAPÍTULO 2
Por supuesto que Afrodita estaba de acuerdo con el castigo que Apolo merecía por sus ofensas, despreciando las habilidades de su hijo y el poder del amor, capaz de remover todas las pasiones de cualquier criatura con su fuerza. Era un idiota que se creía mejor que nadie y ahora estaba pagando el precio.
Pero que todo el Olimpo tuviera que estar padeciendo sus llantos y boberías era el pequeño fallo en el plan.
- Pretencioso, egocéntrico, presumido, vanidoso, engreído... -Empezó a listar Afrodita los muchos adjetivos que se le podrían atribuir a Apolo y que completarían las palabras de Ares.- Sí, lo sé. -Asintió con una sonrisa encantadora.
Siguió arreglando sus flores, pero se detuvo a mirar a Ares ante su pregunta, que antes de tener respuesta le dedicó una hermosa declaración de intenciones. No impidió que tomara su mano, sintiéndose halagada como en ese momento.- Creo, amor mío, que si hicieras tal cosa te recogería lágrima a lágrima hasta recomponerte por entero. -Respondió ella amorosa. Que no apreciara la forma de expresar su pena de Apolo no significaba que no se compadeciera de la idea de Ares llorando por su amor perdido.- Pero no es algo que vaya a suceder. -Aseguró, acariciando con cariño su mejilla.
- Pero en cuanto a la duración, depende del tipo de amor y cómo se cultive, claro. -Expresó.- Uno basado solo en la pasión puede resultar agobiante, mientras que si fuera tan solo el cariño sería algo aburrido. Por no hablar de aquel que se basa en el compromiso, si carece de aliciente es una condena. -Explicó en pocas palabras, sin poder evitar pensar en los padres de Ares como ejemplo perfecto de su última explicación.- El amor debe ser un compendio de los tres para estar completo y debe alimentarse o perderá su fuerza. -Uno no puede esperar que el amor dure para siempre si no lo cuida como debe.- Aunque, por supuesto, nosotros como inmortales, poseemos un amor más fuerte y duradero que el de el resto de las criaturas. -Los humanos eran volatiles y pronto perdían la atención en la mayoría de los casos. Caprichosos como en ocasiones se decía que ella misma lo era. Pero la diferencia era su inmortalidad y poder, no se podía esperar que con todo el tiempo y el amor de su parte solo tuviera una sola pareja.
Pero que todo el Olimpo tuviera que estar padeciendo sus llantos y boberías era el pequeño fallo en el plan.
- Pretencioso, egocéntrico, presumido, vanidoso, engreído... -Empezó a listar Afrodita los muchos adjetivos que se le podrían atribuir a Apolo y que completarían las palabras de Ares.- Sí, lo sé. -Asintió con una sonrisa encantadora.
Siguió arreglando sus flores, pero se detuvo a mirar a Ares ante su pregunta, que antes de tener respuesta le dedicó una hermosa declaración de intenciones. No impidió que tomara su mano, sintiéndose halagada como en ese momento.- Creo, amor mío, que si hicieras tal cosa te recogería lágrima a lágrima hasta recomponerte por entero. -Respondió ella amorosa. Que no apreciara la forma de expresar su pena de Apolo no significaba que no se compadeciera de la idea de Ares llorando por su amor perdido.- Pero no es algo que vaya a suceder. -Aseguró, acariciando con cariño su mejilla.
- Pero en cuanto a la duración, depende del tipo de amor y cómo se cultive, claro. -Expresó.- Uno basado solo en la pasión puede resultar agobiante, mientras que si fuera tan solo el cariño sería algo aburrido. Por no hablar de aquel que se basa en el compromiso, si carece de aliciente es una condena. -Explicó en pocas palabras, sin poder evitar pensar en los padres de Ares como ejemplo perfecto de su última explicación.- El amor debe ser un compendio de los tres para estar completo y debe alimentarse o perderá su fuerza. -Uno no puede esperar que el amor dure para siempre si no lo cuida como debe.- Aunque, por supuesto, nosotros como inmortales, poseemos un amor más fuerte y duradero que el de el resto de las criaturas. -Los humanos eran volatiles y pronto perdían la atención en la mayoría de los casos. Caprichosos como en ocasiones se decía que ella misma lo era. Pero la diferencia era su inmortalidad y poder, no se podía esperar que con todo el tiempo y el amor de su parte solo tuviera una sola pareja.
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