El Sombrero cortó con un cuchillo afilado la última parte del sombrero que le había encargado un pelícano. Habría sido más fácil despellejar al pelícano y hacer un sombrero con él, pero la noche anterior había tenido visiones oscuras en sus sueños y se sentía casi hasta bondadoso.

No como cuando soñaba con Ella.

Ya no quería pronunciar su nombre. Le dolía cada segundo que la recordaba, y cuando soñaba con esa maravillosa chica, el despertar era horrible. Horrible para él y para quien osara a pasar por su camino. No podía dejarse llevar por su maravillosa risa o sus bonitos ojos, porque hacía mucho tiempo se habían apagado delante de los suyos sin que pudiera hacer nada para evitarlo.

Cargó con su recuerdo por años y odiaba vivir en ese mundo donde sabía que no había muerte alguna para él. Maldecía Wonderland cada segundo de su vida, larga y solitaria.

El camino hacia el pelícano era a través del bosque hasta salir a un mar donde vivían los suyos. O los que el Sombrero había dejado con vida, que no eran demasiados. Se asustaban de él, pero algunos requerían sus servicios de vez en cuando.

Esperaba que se dignara a aparecer cuando sintió una presencia detrás suyo. Cuando la sintió, su corazón se paró un momento. Conocía ese brillo, lo podría ver incluso con los ojos cerrados. Pero era imposible, porque su Alice se había ido hacía tanto... Al darse vuelta la miró y sus pupilas se dilataron. ¿Era posible que sus alucinaciones fueran demasiado lejos?

A veces soñaba con cosas extrañas y despertaba desorientada. Su hermana decía que era debido a que siempre tenía la cabeza metida en las nubes y no atendía a las lecciones que le impartían los tutores como debía, dn lugar de eso siempre estaba escuchando a esd hlnbre loco contando cuentos muy fantasiosos y ahora Alicia los traía en la cabeza.

Para ella lo que más destacaba era el hombre que le decía Alice. No lo conocía ni lo había visto nuncs y aún así no sentía que fuera un extraño. Cada tantos días Alicia sentía que su vida aquí era falsa, desde sus padres ahora fallecidos y hasta su hermana.

Era cuando salía al enorme y viejo roble del bosque, un lugar seguro en el que sentía una conexión inusual.

Ese día sintió una enorme tristeza, siempre era en la misma fecha y no era la del fallecimiento de sus padres. Con su conocido vestido azul llego a este y trepo por las ramas hasta la que sostenía su peso, estaba cansada también por falta de descanso la última pesadilla la sacudio enormemente.

Cuando estaba por quedarse dormida lo vio, un conejo muy arreglado diciendo que llegaría tarde. Asumío que se había dormido y estaba dentro de su sueño pues esa clase de cosas no pasaban en el mundo real.

Error, horrible error y tras haber caído por un enorme túnel y sentir que estaba peor que antes había pasado por la puerta en busca del dichoso conejo quien podía tener la respuesta de como volver a su casa.

Camino sin rumbo fijo y sintió cansancio, pero no paro, algo la llamaba pero la alejaba de los sitios seguros. ¿Lo encontraría? Esperaba que si fuera el caso.

Cuando no pudo más paro, estaba perdida, con hambre y ganas de llorar. Fue cuando le parecio ver vida, ¡al fin una persona!

Estaba por hablarle más se quedo completamente clngelada, no sabía porque no podia decirle nada, al final solo pudo decir una frase. Estoy perdida, ¿puedes ayudarme? Pidió esperando que no la tomase por loca, ya sentía que lo estaba con la situación.

El camino que había seguido en esos años lo había vuelto más paranoico. No es que tuviera una posición de realeza en Wonderland, pero en los días de Ella, cuando era un Sombrero alegre, Loco, sí, pero alegre también, la gente amaba ver sus sombreros y creaciones. Pero desde que había perdido a su Alice la oscuridad comenzó a taparle cualquier sentimiento bueno que pudiera tener. Y Wonderland lo sabía.

¿Quizás finalmente la hechicera Oruga había hecho que sus alucinaciones fueran más fuertes, tanto como para parecer extremadamente corpóreas? Se había enojado porque el Sombrero clavó alfileres a las orugas, dejándolas inmóviles a la merced de otros bichos. Cosas que él no se inmutaba. Él sufría, todo Wonderland lo haría también.

—Debe ser un hechizo, eso es —decía el hombre con las fosas nasales dilatadas, como si quisiera que entrara todo el aire posible, el olor a Ella, algo que sabía que no era real, y los ojos negros como dos pozos de oscuridad profundos. Ella no era Alice, era una impostora. La Bruja Negra le había dicho que no era posible ni siquiera para ella volverla de la muerte, y que si lo hacía no sería la misma. El Sombrero no quería esa posibilidad, Alice siempre había sido brillo y frescura. Justo igual a su doble que estaba frente a ella.

Pero no podía ser Alice. La había visto morir en sus brazos. Se acercó a ella tocando el cuchillo que llevaba en el pantalón. —Ahora me vas a decir quién fue el que hizo esto —Su voz era tranquila pero todo en sus gestos indicaba peligro. Alguien estaba jugando con él. No era extraño pero no permitiría que ensuciaran así el nombre de su Alice. Le sacaría todos los órganos, uno a uno, y se haría un nuevo sombrero con ellos, a quien hizo aquella artimaña. —¿Fue la oruga? ¿La Bruja Negra? ¿El Mago del Manantial? —gruñía mientras se acercaba a ella. Tan hermosa. Tan perfecta. Era un calco de Alice. Estaba enfurecido. Esa magia negra había funcionado a la perfección, incluso en ese pequeño lunar debajo de la oreja. —¿Quién te ha traído aquí? —bramó.

Estaba en un lugar desconocido dondd nada tenia sentido. Y eso que ella creia que conocía todo dentro de aquel sitio donde vivía, ya que no salía mucho a la ciudad como tal, su hermana decía que era lo mejor para ella.

No creía en todo eso, más como era ella la que mandaba, Alicia solo podía asentir y fingir que estaba bien, no se arriesgaba a intentar escaparse pues siempre había alguna persona cerca vigilando sus actividades.

El incidente del roble debio ser que los pilló descuidados y ahora se arrepentía de haber salido al bosque, los pies le dolían de caminar por un sitio así lleno de enormes flores y cosas extrañas. Ahora mismo sentía que corría mucho más peligro en compañía de ese extraño que de las flores groseras dejadas lejos.

Actuaba como todo un loco hablando para si mismo y no tenía respuesta. Era su mirada lo que le decía que era peligroso, como animal salvaje que se rodea de la muerte. Mejor era irse lento, un paso o dos atrás. Luego empezó a decirle cosas que no tenía idea de que eran al punto fue su susto que comenzó a lagrimear.

¡No se de que me habla! ¿Quienes son esas personas? Mientras más caminaba hacía ella más se alejaba para que no la alcanzara. Y solo supo que debía correr, correr lejos de este porque veía locura en sus ojos. ¡Seguía al conejo no se porque y ahora solo quiero volver a casa! Desconocía que uno de los muchos caminos que lleva a Wonderland se abrio solo para ella, pues muchas veces estuvo en el mismo árbol sin que nada pasase.

¡Esta loco! Le gritó y echo a correr, sentía una horrible opresión en el pecho como si decirle eso la hubiera lastimado profundamente. Necesitaba dejarlo muy atrás y llegar a un refugio seguro, ojalá que este no la pudiera alcanzar.

No era posible que fuese su Alicia, pero aún así todo su cuerpo largaba ese esplendor característico. Su mente le decía que se había vuelto loco pero no era una novedad, lo había hecho hacía mucho tiempo. Pero alucinaciones... Nunca eran tan vívidas.

Alicia no podía volver, tenía que ser un acto de brujería, alguien que quisiera matarlo. El pelícano no era capaz de hacer eso, tampoco la tortuga, que ni siquiera tenía lengua para hablar (él se encargó de eso cuando habló de Alicia). No, era magia muy poderosa. Tendría que ser la Oruga Rey, o la Bruja Negra. Sí. Eso tenía que ser.

Y miraba a esos ojos, tan iguales a los de su amada, casi con locura. Le habían copiado todo. Estaban profanando lo que Alicia había sido, sólo para volverlo loco, para que se pierda en su locura. ¿Qué querían? ¿Que prendiera fuego todo Wonderland? Pues lo haría.

Y luego esos sollozos. ¿Cómo era posible que la hicieran exactamente igual? ¿Sería el propio cuerpo de Alicia reanimado? ¿A tanto habían llegado? A esa altura ya hasta pensaba que lo había hecho él mismo y lo había olvidado, no sería la primera vez que lo intenta.

Se paró en seco cuando dijo lo del conejo. —Rabbit —gruñó, era el que había traído a Alicia la primera vez. Sus puños se cerraron con fuerza y unas sombras salieron de sus brazos hacia la hierba en sus pies. Lo que le dijo Alicia era exactamente lo que le había dicho la primera vez que se conocieron, con su voz inocente y de confusión. Era la misma. No podía ser de otra manera.

—¿¡Cómo lo han hecho!? —bramó furioso llegando hacia ella. Esa cosa que estaba ahí era el calco de su Alicia, traída probablemente a través de magia negra para que se muera de locura. No podría hacerle daño porque era igual a ella, pero no podía permitir que mancharan así su memoria.

Cuando le dijo que estaba loco, la miró con una sonrisa siniestra. Quienes hicieron aquella brujería ya lo sabían. —Por eso me están haciendo esto. Pero no lo permitiré —dijo volviéndose a poner extremadamente serio y corriendo detrás de ella.

—¡No te irás de aquí! —gritó mientras aumentaba su velocidad. Sabía que no podía estar persiguiendo a la verdadera Alice. Y su amor no le permitía lastimarla, pero la llevaría a su guarida, la ataría y la obligaría a contarle quién fue el que hizo eso. Y a ese... A ese le tendría algo especial reservado. Le probaría un sombrero nuevo. Uno especial.

Ella desconocía completamente la situación ocurrida en Wonderland, desde su caída en este lugar muchas cosas comenzaron a verse alteradas, algunos parecían reconocerla. Alicia estaba muy segura de que nunca piso este lugar.

Se veía más como una fantasía o una clase de sueño del que no pudiera salir, como esos libros que mencionan que puede ser algo que debes figurar y completar primero.

Aquí ella sentía que lo mejor era encontrar esa salida y dejar este horrible lugar (algo que su otra yo no diría jamás pues amaba Wonderland). Generalmente cuando la gente no la apreciaba solo los dejaba y no respondía siendo mejor evitar los conflictos que pudiera luego ella era quien terminaba regañada.

Si no valía la pena sentirse miserable ella solo había pensado en saber que molestaba al conejo con prisa, más no debío seguirlo, se arrepentía de eso totalmente. Y si fuera por poco es que no podía dejar de llorar. En verdad se sentía miserable y asustada.

¡No se nada dejame en paz! ¡Quiero irme lejos! De verdad lo sentía como su forma de actuar era horrible con ella además era lógico que sería más fuerte, sin importarle nada o cuanto dolieran sus piernas corrio, como nunca antes y sintio que podía desmayarse en cualquier momento. Estaba loco, tan loco que preferia nunca haberse encontrado con él.

No podía dejar que la alcanzara y aunque una o dos veces estuvo a punto de caerse su adrenalina la impulsaba. Solo cuando ya no pudo más el suelo la recibio de lleno, las rocas desgarraron sus mallas blancas haciendola sangrar y sus manos por igual estaban raspadas. Sollozó porque ya no podia huir gritando algo que ni ella sabia de donde lo había escuchado. ¡El vestido esta arruinado y no va a combinar con el sombrero de plumas azules! Alicia jamás uso uno así, su cabello casi siempre lo llevaba suelto con una diadema para no cubrir sus ojos.

Toda su vida se había derrumbado cuando perdió a su Alice. Cuando la conoció, la primera vez que llegó a Wonderland, era una chica alegre, divertida, que amaba ese lugar, amaba probarse sus sombreros. El mismo Sombrero era más pequeño, más divertido, más Loco, pero en el buen sentido. Le encantaba hacerle sombreros a Alice, que se los probara, que hicieran que cambie el color de su cabello (aunque no tantos, porque el Sombrero amaba su cabello rubio). Pero desde que la perdió que supo que su mundo no iba a ser igual. Ni siquiera iba a volver a ser como antes.

Había intentado borrarse la memoria a base de hechizos y cuchillos pero no había funcionado. Había pedido, suplicado, amenazado y torturado a los brujos más potentes de Wonderland pero ninguno podía sacarle la dolencia. Y así fue como se fue consumiendo por años que parecían no pasar. Nunca parecía mejorar, sólo empeorar y empeorar.

Que alguien le estuviera jugando aquella tan mala broma, tan mala pasada, de haber creado una Alice, le era totalmente horrible. Mataría a todos los que osaran a hacerlo. Probablemente, si seguía así, podría cortarle la cabeza y enviarla a quien hubiera hecho aquel hechizo con el solo fin de torturarlo.

—Empezó la cacería —dijo con una voz maniática. Dejó que el horrendo ser se alejara corriendo porque el Sombrero sabía que iba a ser más rápido que aquel demonio igual a su antigua amada. Lo atraparía. Y lo descuartizaría.

Él creía que no podía hacerle daño porque era igual a su Alice. Pero en realidad tenía que acabar con esa abominación. Mataría a aquel engendro lentamente, dejaría que la sangre cayera gota a gota hasta salirse toda de su cuerpo y una vez vacía vería lo que había adentro. Qué había dentro de esa coraza que era igual a su Alice. Y luego mataría al que hubiera hecho aquello. Porque conseguiría las respuestas. Oh, claro que las conseguiría.

Empezó a correr detrás de aquel demonio. La escuchaba llorar pero sabía que no podía ser Alice, aún cuando sonaba tan terriblemente igual. La magia evidentemente había generado su voz también. Era terroríficamente igual. Y eso le enfurecía aún más.

La vio trastabillar un par de veces pero sonrió con malicia cuando levantó un dedo y la raíz de un árbol hizo lo mismo, haciendo que cayera y finalmente el suelo la abrazó. Se acercó sacando su cuchillo de mutilar que siempre llevaba cerca. Le había puesto ese nombre después de varios encuentros con un par de animales específicos que lo habían estado molestando. Ese pajarillo lo estaba molestando también, así que podría utilizarlo en ese momento mismo en lugar de llevarla hasta su hogar.

Se abalanzó sobre ella pero cuando abrió la boca y dijo esa frase, se quedó parado en seco. —¿Qué? —dijo con el ceño fruncido y todavía con el cuchillo en la mano, pero no podía moverse. No después de haberla oído.

Sabía que había cosas que la magia no podía realizar, porque ya las probó todas. Una de ellas era jugar con la memoria y los recuerdos. No había nadie más que él y Alice que conocieran la razón de esa frase. —¿De dónde has sacado eso? —escupió mientras se inclinaba hacia ella. Tenía gesto amenazante todavía (sobre todo ayudado por el cuchillo en su mano) pero no parecía querer herirla... de momento.

Alicia siempre pensó que sus sueños tan raros solo eran cosa de una mala noche o de mucho leer cuentos de fantasía, en ellos reía y lloraba al mismo tiempo, había alguien que la abrazaba muy fuerte. Pensó que podía ser su padre al que no recordaba cuando se encontrase enferma, siempre era un hombre, así que ni su madre o hermana podían ser.

Nunca pudo volver a preguntarle a ella porque no tenían un solo retrato de ellos o de la familia completa, una vez ella se enfado tanto que le dio miedo, aunque ya no era una niña pequeña, sabía que el preguntar le ganaría una bofetada de lleno en el rostro.

Toda ella era realmente muy contraria a su hermana, incluso en el mismo temperamento, ahora justamente pensaba en ella, aunque no lo deseara, quería que por lo menos la salvara, no le importaba si la regañaba severamente o le impedía salir de su habitación por unos días, poco podía afectarle más que el miedo de que la alcanzaría y la mataría aquel hombre loco, el mismo que preguntaba cosas a las que ella no sabía que responderle.

Ya solo quería dejar de llorar, pero su pecho dolía mucho, ¿era por tanto correr? Toda ella se sentía totalmente como si su cuerpo no le perteneciera, imposible que llegase lejos en esa tierra desconocida, y cuando quiso volver a reaccionar para levantarse lo tuvo encima.

Para ella ni siquiera le parecía conocido, y que decir, que mejor se hubiera quedado entre las flores groseras, que a pesar de llamarla Alice no la querían matar, no, el camino era lejano y ni siquiera pudo encontrar al conejo al que había seguido para preguntarle como irse de ahí. Apenas fue consciente de que cerró los ojos cuando el cuchillo iba hacia ella, porque sabia que le daría de lleno, por mucho que se removiera no se podía soltar.

Al no sentir nada, se atrevió solo a abrir uno de ellos, quedando pálida, estaba tan cerca de ella que el aroma a metal invadió su nariz. - ¡Suéltame! ¡No tengo que decirte nada! -Dijo pegándole con sus puños, le dolía mucho el golpe. -Ni siquiera se de que me estas preguntando. -Su vestido estaba rasgado. - ¡Es tu culpa que este así! -Y lo dijo en el tono en que parecía más que lo regañaba que de miedo, Alicia no sabía que esos eran recuerdos de quien era en su vida pasada. Wonderland estaba despertando del letargo, y con ello cada vez recordaría más.

El Sombrero sabía que había muchos que estaban enfadados con él. Había otros tantos que lo entendían y que lo dejaban solo. Pero Alicia había sido muy querida y amada en su País de las Maravillas que le parecía aún peor que alguien hubiese hecho aquel hechizo para que ese pajarillo se convirtiera en una réplica de su amada.

Ya iba más allá de querer ofenderlo a él o no, era por una cuestión de deshonrar la memoria de su Alicia. El dolor y el amor parecían impedir que le hiciera daño, aunque quería hacerlo por lo que estaban haciendo con la memoria de ella.

Pero el hecho de haberla escuchado y haber escuchado algo de la antigua Alice lo hizo frenar en seco, preguntándose qué tipo de hechizo maligno había recreado algo así. Alguien con las propias memorias de Alice.

No escuchaba lo que le decía, que la molestara o no no era su problema porque ya se había metido ella con él primero al decidir aparecerse así como si nada, como si no fuese igual que la chica de quien se había enamorado.

Cuando por fin la agarró, toda la situación se le antojó extraña, aún siendo él y aún estando en ese lugar. Sus ojos estaban ensombrecidos, preparados para arrancarle la piel si era necesario.

Pero estaba frenado porque la chica estaba sollozando de la misma manera. Y las cosas que decía no tenían sentido para alguien que estaba bajo ese hechizo de ilusión como ella, porque no podía ser la verdadera Alice.

—Fueron las espinas de plomo que te hicieron eso en el vestido —respondió sin poder evitarlo. Aquella charla ya la habían tenido. ¿Era posible que le hubiesen inculcado esos recuerdos a Alice? La chica no parecía producto de su imaginación porque la podía tocar, a menos que su locura lo hubiera llevado hasta a creer que sentía su tacto.

De todos modos la levantó y se la pasó por un hombro sin ninguna dificultad. —Pajarillo, no sé quién o qué eres. Pero vamos a averiguarlo —le dijo comenzando a caminar sin problema alguno aún cargando con ella. La llevaría a su casa y averiguaría lo que tuviera que averiguar o ella moriría en el intento.

Alicia no era generalmente asustadiza, siempre trepando árboles, jugando con animales, pero nunca llego a sentir el miedo que tenia en estos momentos, se enfadaban con ella porque no se podía comportar como otras jóvenes de su edad, y más que nada también era sujeta a envidias de parte de personas que la consideraban más como solo una chica ordinaria que no expresaba nada interesante, diciéndole que era solo la gracia de su hermana la que salvaba perder cara.

Justamente por eso llamaba mucho su atención cuando se referían a unos padres que ni ella misma recordaba haber tenido, ¿Cómo hacerlo si no había evidencia alguna? Lo que vívidamente llegaba a recordar eran pesadillas, o sueños muy extraños, de risas, de voces que la llamaban suavemente, pero esa silueta de un hombre era la única que nunca parecía concordar, todo eran siempre imágenes borrosas.

¿Por qué especialmente ella? ¿Qué la diferenciaba de alguna otra persona que hubiera podido caer en el mismo agujero por el que ella se había ido? No tenía conocimiento realmente de lo sucedido, solo podía pensar en que muchas cosas como la magia no eran tan mitos como otros creían, estaba como la prueba viviente de eso.

Y sin embargo ella sin comprender nada tenía que dar respuestas de algo que no solo era incapaz de recordar, sino que también solo salía de su boca, como si alguien tomase control de su cuerpo y la impulsara a decirlas, quería evitarlo, pero si no las decía, ese hombre loco la lastimaría, era lo único que hasta ahora lo freno de realmente usar ese afilado cuchillo en ella.

Le quedaba más que claro que tampoco consideraba tener la culpa de lo que sea que hubiera pasado con este antes, no lo conocía de nada, por muy familiar que algo golpeara sobre su cabeza de que, si lo vio en alguna parte, porque a menos que fuera algún importante hijo de algún ministro ella no abandonaba la casa o jardines principales.

¿Qué? ¿de que hablas? -Le confundió mucho que le mencionara algo, ella solo veía su ropa rota, y se sentía expuesta como por igual una chica jamás debe verse en tal estado. Trato de limpiar sus lágrimas, pero sus manos estaban sucias. Iba a pedirle que la dejara en paz, si le daba lo mismo quien era ella podía dejarla ir y olvidarse de sus encuentros, así cada uno tenía lo que deseaba.

- ¡No espera déjame en el suelo, no quiero ir contigo! -Pataleo cuando este la cargo como si fuera un saco de patatas sin peso alguno. Así menos se iba a poder librar, con sus manos le daba golpes en la espalda sin tener efecto alguno, este parecía ni sentirlos. - ¡Ayuda! ¡Que alguien me ayude! -Gritaba, sin notar que nadie lo haría, pues era alguien temido por el resto. - ¡Me niego a ir contigo, me has estado lastimando todo el tiempo! -Incluso pensó en si podía morderlo para que la soltase.

Había muchas cosas que no estaban bien, eso no era una novedad en su vida porque desde que había perdido a Alicia todo se había ido directamente en picado. Pero aquel encuentro con ese pajarillo igual a su Alicia... Había magia negra de por medio, no sabía cómo, quién ni por qué, pero alguien le había devuelto a su Alicia para torturarlo, otra vez. No tenía dudas al respecto.

Pero aún así... No entendía qué estaba pasando. Porque si alguien había hecho aquello, imaginaba que Alicia lo recordaría, o quizás el hechizo no había salido a la perfección. Si querían torturarlo la hubieran vuelto pero malvada o que lo odiara... Que en ese momento sólo parecía temerle, y cómo no, si estaba actuando como el desquiciado que era desde que la había perdido.

Quizás el deseo de que de verdad fuera su Alicia lo hicieron hablar de las plumas de plomo. Era la misma charla que habían tenido en su momento, cuando el Sombrero era otra persona, sólo estaba loco, pero de la buena manera. No entendía concepciones de la realidad y se la pasaba haciendo sombreros para todo el mundo. Y se había topado con Alicia de casualidad y habían tenido aquella charla... Pero el pajarillo que estaba delante suyo no parecía recordarlo, aún habiendo dicho exactamente las mismas palabras que la primera vez, no le siguió la charla como en ese momento.

Se sintió un idiota por pensar que quizás ella recordaría algo. Era evidente que la magia negra que habían hecho no funcionaba exactamente así y eso hizo que creciera su ira, tanto con quien hizo aquello como con él mismo, incluso con quien tenía delante suyo, que no podía ser Alicia.

Sin responderle a aquello de las preguntas, se la pasó por los hombros sin dificultad y comenzó a caminar, ignorando las muestras de resistencia de aquella chica que era igual a lo que había sido su Alice. —Nadie quiere, pero lo hacen igual —respondió simplemente mientras caminaba.

Nadie acudiría a su ayuda, de eso estaba seguro. Vio unos conejos asomándose con miedo detrás de los árboles pero una mirada rápida hizo que desaparecieran tan rápido como habían aparecido. —Admito que te han hecho bien —Tuvo que decir mientras seguía caminando hasta su cabaña. —. Hasta la voz te sale igual. Pero tú no eres Alicia. No sé quién te ha enviado a torturarme, pero no lo dejaré pasar. Llegaré al fondo de esto —gruñía y murmuraba en su locura, ya sin estar al tanto de si ella lo escuchaba o no, sin importarle.

Todo estaba tan extraño. Desde el momento en que el conejo blanco apareció, ella debió dejarlo pasar no era siquiera algo normal, pero su mente soñadora pensó en una pequeña aventura, si tan solo fuera más obediente como su hermana quería, no se encontraría lastimada, sucia, con su vestido roto y además perseguida por un loco que le preguntaba cosas de las que no sabía nada. Este sitio no se veía como donde vivía, las flores y los animales hablaban también.

Esa otra sensación de que ella había estado antes aquí tampoco tenía nada de sentido, pensó que solo estaba alucinando, debió ser culpa de aquella oruga fumando esa cosa tan extraña, misma que le hizo toser y sus raras palabras, si, eso tenía mucho sentido, más que solo como la miraba, primero como un loco, luego como si hubiera perdido a alguien importante y de nuevo como un salvaje.

A veces también esa opresión y ganas de llorar cuando lo miraba sumado a un dolor de cabeza, como si le pasaran un hierro ardiendo por ella. Las cosas sin sentido en su boca, ella jamás usaba sombreros, raramente se los ponía, porque le gustaba como se veía su cabello largo y suelto sujeto solo por una diadema. ¿Podría encontrar una forma de escaparse? Primero tendría que descansar, pero era imposible, a donde la llevase podría ser una prisión de donde no pudiera salir, entonces estaría en el mismo problema que antes.

Sus razones deben de tener para no acercarse a ti. -Dijo con enfado, era humillante que la llevase como si pesara nada. -Sus esperanzas se iban al ver que nadie se acercaba a ella, ni a este, alguien muy malvado debía ser para que temieran tanto. -Mi nombre es Alicia, no sé quién eres tú, o como sabes mi nombre, exijo que me bajes en este momento. Ya basta de juegos, nadie me mando, te dije que me he caído por el hoyo de un árbol, ni siquiera conozco a nadie aquí como para que me mandaran. -Trato de moverse para que este perdiera el equilibrio y la soltara, no importaba si se pegaba, lo que quería era poder correr de nuevo. -¡Eres horrible, por eso nadie te va a querer nunca!

Si tuviese un mínimo de cordura todavía dentro suyo, que él decía y estaba seguro no tener, podría haber pensado que había algo más en lo que estaba pasando. Que tenía que haber una razón lógica de por qué una muchacha igual a Alicia estaba allí.

Pero para él, estaba completamente seguro de que la habían enviado allí para torturarlo. Y él los torturaría a ellos, una vez que se enterara de quiénes eran. Y la que sabía con seguridad eso era la Alicia impostora. Porque no podía ser su Alicia.

—Me he hecho la fama —comentó con un gruñido como respuesta. No le tenía que hablar, lo sabía. Seguro con sus jueguecitos iba a engatusarlo para que la liberara o algo por el estilo. ¡Quizás hasta matarlo! No, no tenía que dejarse llevar por nada de lo que dijera aquella impostora. Impostora. Impostoraaaa. Tenía que recordárselo todo el tiempo.

—¡¡CÁLLATE!! —le gritó cuando empezó a hablarle de la manera en que su Alicia, la verdadera Alicia, la que no volvería porque estaba muerta ¡muerta! Y se lo tenía que repetir constantemente, la manera en que ella había llegado por primera vez a su mundo. —. Tú no eres Alicia. Tú no has bajado por la madriguera. Tú no has seguido a ningún conejo blanco con un maldito reloj —decía. La Alicia falsa no había nombrado a un conejo pero él no se había dado cuenta. —. Y me vas a decir de dónde has salido y por qué —dijo con el ceño fruncido mientras llegaba a la puerta de su cabaña.

—Sí, alguien me ha querido. La misma Alicia que tú pareces —dijo enojado. Alicia sí había llegado a quererlo. Ella lo había ayudado con su locura y a canalizarla para su trabajo. Y por eso habían enviado a aquella para atormentarlo, para borrarle aquellos recuerdos que tenía de su Alicia.

Por lo que fuera, le quedaba altamente claro que este no saldría de esa idea de que ella llegaba con toda clase de malas intenciones, pero tampoco podía escapar de sus brazos, era imposible correr en un sitio que desconocía, a donde fuera no tenía amigos ni un solo aliado, corrían de este los animales, y otros murmuraban que el mal estaba en las maravillas suelto. Si ella hubiera puesto un poco más de atención habría escuchado a quienes decían que portaba el rostro de ella, aun si no sabía a quien imitaba supuestamente, solo decía que no era su Alicia, y claro que no.

Ella no estaría con un hombre tan loco como este, es más ni con otro, era tan asocial que hablar con otros era tedioso, la tomaban como una loca, y su hermana mejor dicha decía que callada estaba mejor. (Aún si más tarde la reñía por no responder a nada.) -No lo dudo, tan solo que ni las aves te hacen compañía. -Dijo pensando que si lo irritaba lo suficiente la soltaría para poder huir.

¡NO VOY A CALLARME CUANDO TU ME HAS RAPTADO! ¿NO TE GUSTA VERDAD? Niega todo lo que quieras, pero nadie te ama, ni siquiera esa a la que tantas llamas. -Y porque él decía cosas que ella no menciono, lo que era tan extraño como su comportamiento. -Te lo dije antes y no va a cambiar, caí por un agujero negro y es la verdad. Si no lo quieres creer eso no es mi culpa, tan sencillo sería que me dejaras marchar y se termina tu problema, encontraré como volver yo sin ayuda de nadie.

No lo haría, debiste ser solo un juego para ella, pobre loco, mírate en lo que te has vuelto. Alguien sin corazón. -Ella no debía ni podía sentir nada, aun si esa infinita tristeza la invadía cuando decía esas crueles palabras.

Tenía que recordarse constantemente que ella no era Alicia. No. Era. Alicia. No podía flaquear o bajar la guardia como otrora porque Alicia había muerto; él la había visto. Y aquella sólo vino a recordarle el precio que había pagado por seguir vivo: Lo que quedaba de su cordura.

—Sería preocupante haberte raptado si fueras una persona de verdad y no una mera ilusión creada para torturarme aún más —decía esta vez sin darle importancia porque ya estaba más allá de la línea del bien y del mal. Odiaba a aquella chiquilla que se parecía tanto a Alicia, incluso con su voz, con sus gritos. Si bien Alicia nunca le había gritado a él, sí gritó con la Reina Roja y el Sombrero sabía que no se lo perdonaría jamás.

—Así que para eso te han creado y te han enviado a mí —dijo asintiendo, entendiendo lo que decía y el por qué. —. Te han creado para torturarme para siempre, haciéndome creer que mi Alice no me quiso jamás —Hablaba en gruidos, en voz baja y rápida. —. Pero no, claro que no, yo sé mucho más que lo que puedes saber tú, espectro de magia negra —espetó enojado por mancillar la memoria así de su Alice.

Llegaron a su casa, que el Sombrero abrió de una patada y cerró la puerta con otra, y caminó unos pasos hacia adentro. —Ya no te escucharé, bruja. Tú no eres mi Alicia y estás hecha para mentirme y no te creeré —dijo negando con la cabeza.

Fue hasta una silla y la sentó sin preocuparse para nada en ser gentil o amable al tirarla hacia allí. Levantó una mano y los lazos que usaba para los sombreros fueron volando hacia ellos, y con un movimiento de su mano se enredaron en las piernas de Alicia para que no se moviera.

—Bien. Me dirás la verdad ahora. ¿De dónde vienes? ¿Quién te ha creado? —preguntó apoyándose contra una pared, lejos de aquella criatura demoníaca.

Este sí que estaba loco, tendría que recordarlo de lo contrario no se podría escapar, incluso pensó solo rendirse e ir con la corriente, independientemente del gran riesgo que pudiera suponerle tal cosa, pero ¿sería prudente? ¿Y si la descubría? Tenía que pensarlo con mucho cuidado, especialmente porque no tenía idea alguna sobre las condiciones en las que se encontraría, si le daría de comer o la maltrataría, dudas, tantas dudas posibles.

Sigues siendo y estando loco, ni siquiera tiene sentido, si fuera una ilusión como dices, no podrías cargarme y si soy una debería soltarme para que me pueda ir. Simple y sin que te rompas la cabeza pensando en no sé qué cosas, porque ni parece que puedas pensar. –Exclamo.

Indignante además como la cargaba con esa facilidad, nunca encontró antes a alguien tan molesto e irritante como este loco, y ni lo que dijera parecía entrarle en la cabeza. –Ni siquiera sé quién eres o quien eras ni quién es esa Alice o como se llame, yo venía tranquilamente hasta que aparecí aquí, así que no intentes culparme de quien sabe que tantas cosas que yo no tengo idea alguna de como pasaron. –Dijo porque eso era tan injusto, ella poca culpa tenía de que este loco pensara que era su novia muerta o algo así.

Ten por seguro que de nada te va a servir al final. –Estaba en serio a punto de gritarle en el oído por lo necio que era, y dudaba que aun así entrara en algo de razón. La casa en donde estaban era igual de atemorizante que el tipo que la tenía raptada, así que tuvo que tratar de pensar en que decirle porque estaba atada y poco le falto a este para que fuera hasta la cabeza, mirándolo por unos momentos antes de decidir que no le diría nada. Además, le dolía el trasero por como la había dejado caer en esta, que gritase si quería porque una palabra no le iba a dar ni sabía de qué rayos estaba hablando…de nuevo.

No sabía quién osaba en hacerle algo así al Sombrero, con qué fin. ¿Volverlo loco? Si ya estaba. ¿Que perdiera la cabeza? Nunca había tenido. Y a pesar de la extrañeza, habían hecho a alguien igual a su Alicia para que fuera a torturarlo.

No entendía por qué, si sabían que mientras más locura tuviera dentro suyo, más sufrirían los habitantes de Wonderland. A menos, claro, que hayan hecho aquella brujería para que el Sombrero creyera que era Alicia y se volviera bueno... Pero era demasiado extraño que tuvieran aquel plan semejante sabiendo que no era posible.

De todas maneras ya encontraría todas las respuestas necesarias.

La cargó sin prestarle atención porque no iba a dejarla así como así, mientras escuchaba que ella no tenía nada que ver, como si el Sombrero le fuera a creer. —Pues no te soltaré hasta no saber quién eres y de dónde vienes —espetó de mal humor mientras seguía caminando hacia su cabaña.

—Alguien ha hecho que me enviaran de nuevo a mi Alice y estoy dispuesto a llegar al fondo del asunto —dijo más que nada hablando en voz alta una vez que entró a su hogar más que con aquella abominación que hicieron igual a su Alice.

Puso los ojos en blanco mientras acomodaba con poco cariño a la chica que habían creado para atormentarlo. —No les servirá de nada. Yo sé que Alicia está muerta, Alicia no está y no volverá conmigo. Lo que no entiendo es por qué insistes en tu mentira. Alguien te creó, alguien te trajo aquí y lo averiguaré por las buenas o por las malas —Si tenía que llamar a su amigo hechicero lo haría pero esperaba resolver aquello más rápido que con Simon, que incluso era bastante más malo que él mismo pero le ayudaría a llegar al fondo de esto y le diría de dónde venía aquella impostora.

—Empieza a hablar. ¿Quién te ha traído aquí? —espetó de mala manera. Mientras antes comenzara a hablar, antes terminarían con ese circo estúpido de torturas y revueltas en su cabeza.

Loco estaba, y ella loca por estarle respondiendo como si ambos estuvieran cuerdos, la consciencia dictaba que se mantuviera callada, el resto de su cuerpo solo lo manejaba como esa indiferencia a ceder, quería desafiarlo, gritar, pegar, sentía miedo también, pero era un galimatías de emociones en las que ni ella misma se reconocía.

Desde la llegada siguiendo al conejo estaba desconcertada, algunos parecían conocerla y otros solo ignoraron su presencia, como que nadie sabía qué hacer con ella al final de cuentas, solo este tipo que asumía que era alguien que tenía la cara de alguien que conocía bien, ella de verdad juraba que nunca estuvo aquí antes.

¡No me importa que es lo que quieres tú, sino lo que yo quiero, y si pido que me sueltes lo mínimo que deberías hacer como caballero es hacerlo! –De por si no le gustaba la forma sencilla en que podía cargarla como si fuera un saco, y menos en un sitio así. –¿Cómo que de dónde vengo? De mi hogar claro, es sencillo, vivo en la ciudad, casi llegando al campo. ¿Qué más quiere saber su majestad? ¿Cuántos cabellos tengo en la cabeza? No sé quién te metió la idea sobre que me mandaron, llegué acá por error, pregunté amable y solo has sido grosero conmigo.

Vete a preguntarle a quien sea, no me mandaron ellos, es más ni se dónde estamos, no parece el mismo campo. –Bruto, salvaje, y toda clase de palabras que una damita como ella no debería decir en alto pasaron en su cabeza, al verse en un sitio tal y como este. –Lo dije antes, lo repetiré, yo seguí a un conejo blanco y llegue aquí, si lo conoces pregúntale si me vio seguirlo, no tengo más para decir, si no me crees, eso es problema tuyo no mío. –En eso había recobrado algo de valentía, su rostro aún estaba con los rastros de sus lágrimas, pero sus ojos mostraban que estaba enojada, le desesperaba mucho que insistiera en lo mismo, menudo día para que esto pasara, mejor se hubiera quedado en casa encerrada en la habitación. –Tengo hambre dame comida. –Si lo distraía con algo podría ver como escaparse.

El Sombrero no creía ninguna de las palabras que decía aquella bruja malvada que se parecía tanto a su Alicia. No sabía quién era el que había hecho esa brujería pero se enteraría y las pagaría definitivamente. No iba a dejar que jugaran con su cordura, no más.

—¿Caballero? —dijo con una risotada. —. No soy y nunca he sido un caballero, bruja. Si fueras Alicia, mi Alicia, de verdad lo sabrías. Pero no lo eres. Por esa razón quiero saber de dónde vienes, por qué, quién te ha enviado a atormentarme. —dijo negando con la cabeza.

Las cosas que salían de su boca no eran más que confabulaciones. Se preguntó por un momento, en una cordura lejana, si aquella muchacha no era víctima de un mal mayor, alguien que la hubiera confundido o hechizado para que se viera igual y actuara igual que su Alice. ¿Era posible que la muchacha fuera inocente? Era una posibilidad, sí, no podía decir que no. Pero una cosa no quitaba la otra. Por más inocente que fuera, no era Alicia y la chica estaba empecinada en decir que sí. No podía dejar que nadie se saliera con la suya.

—No has llegado por error. Alguien te ha enviado para torturarme y descubriremos quién ha sido. Incluso sin que tú lo sepas, en ese caso te han metido gratuitamente a esto. —negó de nuevo mientras la llevaba sin pesarle más que una pluma.

Por más que dijera que no, era obvio que sí la habían enviado. Quizás ella no lo supiera, quizás era una víctima más, pero al Sombrero no le importaba. —No es el mismo campo, no. Estamos yendo a mi guarida. —dijo mientras cada vez el ambiente se volvía pesado y oscuro. Los colores brillantes del Sombrero se habían desvanecido junto a su Alice hacía mucho tiempo atrás.

—¡Sí, claro! ¡Y me dirás que has llorado mares y que has comido un muffin que te ha hecho crecer! —No iba a creerle nada, teniendo en cuenta que era obvio que estaban copiando la historia de la primera llegada de Alicia a Wonderland. —. Ese maldito Conejo —gruñó sacudiendo la cabeza, enojado. —. Seguramente es parte de la confabulación. No lo puedo creer, pensé que era uno de los pocos aliados que tenía y de los que seguía recordando y amando a Alicia. —Su voz se tornó más lastimosa que otra cosa, triste y decepcionado de que hasta el Conejo haya decidido darle la espalda.

Le ató las manos y los pies para que no pudiera escapar. Frunció el ceño al mirarla. Se parecía tanto a su Alice que dolía sólo verla. Cuando le pidió comida giró la cabeza sin saber qué hacer. Podría matarla en ese momento, sí, pero creía que era mala idea. Tenía que averiguar primero de dónde había salido.

Giró la cabeza para ver qué le podía dar de comer. Quizás con eso fuera a hablar. —Bah, toma. —espetó dándole un paquete de galletas. Eran las favoritas de su Alice y era lo único que estaba en un buen estado. —. Ahora dime, ¿cómo has llegado a Wonderland? —preguntó con el ceño fruncido volviéndose a mirarla.