James siempre se había considerado una persona con suerte. Sin embargo, desde su divorcio esa certeza empezó a tambalearse poco a poco, hasta llegar a esa mañana, frente al tablero de vuelos del Aeropuerto Amerigo Vespucci, para confirmar que habían cancelado todos los vuelos de regreso por un temporal inesperado.

En teoría tendrían que estar de regreso en Londres esa misma noche, pero al parecer el clima tenía otros planes. Era viernes, no pasaba nada si se alteraban un poco los planes del fin de semana. Con estar de regreso el lunes en el despacho sería más que suficiente. Pero podía darse cuenta por el taconeo incesante de Amy, que su compañera no pensaba lo mismo que él. Quizás Amy se sentía un poco culpable porque fue ella quien el pidió que lo asesorara para cerrar un contrato. Amy llevaba echándole el ojo a un chico de diecinueve años, que era la nueva perla del fútbol italiano y al que varios equipos de la Premier League ya le tenían el ojo puesto.

Como, en teoría, todavía no había ningún movimiento serio, James sólo estaba allí como un asesor externo. Todo era extraoficial por el momento.

—Si alquilamos un coche, quizás podamos llegar hasta Milán y ver cómo está la situación allí. Creo recordar que son como tres horas de viaje. También está la opción del tren, pero quizás esté saturado con esto de los vuelos cancelados —se apresuró a proponer James, como un intento desesperado porque Amy cambiara esa expresión de su rostro.

Aunque tuvieron dos días de trabajo bastante exitoso, lo cierto era que James no quería que esto se convirtiera en una velada social. Si empezaban a hablar de temas más casuales y cotidianos, temía que empezaran a hablar sobre Neil de manera irremediable. Hasta ahora, James procuró mantenerse profesional, pero Neil era uno de sus clientes más antiguos, lo recibió en el despacho con dieciocho años, era inevitable que su relación se volviera más personal con el paso de los años.

Neil, según sabía ahora, estaba en Francia, destrozado por los últimos acontecimientos.

—¿Qué dices? —dijo James, señalándole el apartado del aeropuerto donde estaba la arrendadora de autos

"Because I've found myself an old solution"

James estaba haciendo un esfuerzo consciente de mantener una buena actitud. Después de todo, si Amy no había sacado el tema, eso era señal de que no estaba dispuesta a hablar de ello. Ambos empezaron a tener más cercanía desde que el padre de su cliente en común decidió que era buena idea pelear la herencia que Alfred Carter decidió dejarle a su nieto. James recordaba la expresión de Amy el día en que eligió contárselo.

A partir de ese momento, su relación cambió. Hasta ahora, James estaba convencido de que había sido para bien. Pero ahora no estaba tan seguro. Cuando por fin llegaron a la agencia de renta de autos, había bastante fila. Era evidente que no eran los únicos que pensaron en rentar un auto para solucionar sus problemas. James ahogó un suspiro, tratando de poner buena cara. Si se enfadaba la situación tan sólo empeoraría.

—Quizás tampoco sea mala idea fijarnos en hoteles en Milán, sólo por si acaso… —James amaba manejar, pero no era lo mismo hacerlo en Londres, con toda la tranquilidad de quien conocía los pasos y las calles, a hacerlo en un país extranjero. Confiaba en que su GPS lo ayudaría, pero primero tenían que salir de allí—. De verdad lo lamento, Amy. Sé que sabes que no me imaginé que esto pasaría. Viniendo de Londres, nunca nos detenemos por el mal clima, ya había oído en el reporte que no era el mejor, pero jamás pensé que a estos extremos.

James esperaba que todo saliera según sus planes. Los nuevos planes que habían improvisado, por supuesto. Al menos, ya parecía que había menos de diez personas por delante de ellos en la fila. Miró su teléfono, mientras le llegaba un mensaje de su secretaria, que le decía que la reunión en Carter Global que tenía programada para el martes, fue cancelada. James se odió por leerlo justo ahora, porque sabía que no podía llamar a su secretaria para preguntarle razones. No quería mencionar a Carter Global, ni Neil, delante de Amy.

No hacía falta avivar la llama de la incomodidad entre los dos.

—Dime por favor que no tienes nada urgente que atender en Londres —dijo al azar, mientras buscaba las tarjetas de crédito que tenía disponible al ver que la fila avanzada. Luego se dio cuenta que, en realidad, lo mejor era no saber si Amy tenía cosas urgentes que atender. Si alguno de esos asuntos tenían que ver con Santiago Gutiérrez, sería terrible.

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James pronunció la sonrisa cuando escuchó a Amy decir que podían tomar turnos para manejar. Eso sonaba bastante bien, aunque para James el problema no era manejar, sino cómo iban a llenar esos huecos con conversaciones que no fueran incómodas. Suspiró hondo cuando vio que se acercaban hasta el contador y le sonrió a la chica que tenía puesto el uniforme de la compañía arrendadora.

Cuando la chica les dijo que sí tenían autos para alquiler sintió alivio. Era la primera cosa que salía bien desde que supo que habían cancelado los vuelos. Se aseguró de preguntar cuánto el cargo adicional para tener un buen GPS en el carro, porque lo último que hacía falta era que se perdieran en el camino. James no manejaba el italiano lo suficiente como para pedir direcciones si se quedaban atorados en medio de la autopista.

Le mostró a James la llave del auto recién rentado, le regaló a Amy una sonrisa sincera.

—Querida dama, nuestro carruaje nos espera —estaba tan eufórico de haberse anotado ese triunfo que se atrevió a bromear así con ella. Cuando caminaron rumbo a los estacionamientos para buscar el carro que habían rentado, empezó a sonar su teléfono. James lo dejó pasar, pues quería encontrar el carro cuanto antes para emprender el camino. Pero sonó varias veces que tuvo que dejarle la llave a Amy para poner atender la llamada.

Según la pantalla, quien lo estaba llamando era Tony Weston. James frunció el ceño, pues la firma ya no manejaba sus asuntos desde que se mudó a Francia de forma permanente. Así que había unas altas posibilidades de que esa llamada no fuera personal.

—James, llamé a tu oficina y me dijeron que estabas de viaje. ¿No estarás viajando a Francia, por casualidad? —la voz cantarina de Tony era como un llamado a los problemas, pero James tuvo que mantener la entereza.

—No, ahora mismo estoy atorado en Italia. Es una larga historia, ¿pasa algo Tony? —preguntó con genuina preocupación, pues no olvidaba que Tony ahora vivía con Claude, el primo de Neil.

—Puede que Neil esté a punto de tomar una decisión un tanto desatinada con ese contrato con Hong Kong. Le convencí de que te llame, era sólo para que no te pillara desprevenido —Tony hablaba con tono paternalista, lo que para James sonaba aún peor. Por suerte, justo en ese momento escuchó la alarma del carro activarse, mientras Amy metía las llaves. Él hubiera preferido quedarse con el primer turno de manejo, pero no le quedó más remedio que sentarse en el asiento de copiloto.

Se despidió de Tony de manera escueta, justo para colocar la ruta en el GPS, para ayudar a Amy que estaba tomando el volante.

—Lo siento, era algo personal. Prometo que compensaré cuando sea mi turno de manejar —comentó algo apenado, aunque no dejaba de pensar qué pasaría si Neil de verdad lo llamaba en las próximas horas. Si todavía estaba atrapado en ese carro con Amy, iba a ser quizás uno de los momentos más incómodos de su vida.

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James se sintió un poco culpable al calificar la llamada de Tony como “personal”, porque no le gustaba mentirle a Amy. Llevaban una buena relación desde hacía varios años, desde el momento preciso en que decidió contarle qué había en el testamento de Alfred Carter. Recordaba con precisión la expresión de Amy cuando le había contado. Desde entonces ambos habían cruzado los límites de la cordialidad y estaba convencido de que se habían hecho amigos.

Amigos.

Ahora esa palabra colgaba de un delicado equilibrio porque, irónicamente, estaba Neil de por medio. Aquello que los había unido ahora era una piedra incómoda en el camino de ambos. Porque James quería que fuera un camino para los dos, pero no estaba seguro si podía decir eso en voz alta sin que Amy pensara que se había vuelto loco.

—Según el GPS nos va a tomar un poco más de cuatro horas, en realidad no es demasiado, he tenido peores viajes en carretera —comentó con una media sonrisa, tratando de sonar un poco más animado—. ¿Te parece si en dos horas cambiamos? Así puedes también trabajar, si hace falta.

James estaba a punto de agregar algo más pero le saltó un mensaje a su teléfono. Por un instante se quedó paralizado, temiendo que se tratara de Neil. Por suerte, se dio cuenta de que era un mensaje de su hija y lo dejó pasar, sabiendo que ella no se molestaría si demoraba en responder. Ahora que estaba en la universidad solía mandarle un montón de fotografías sobre la vida en Roma. Estaba encantada y James no podía estar más que feliz por ella. El problema era que últimamente también estaba obsesionada con que su querido padre estaba en Inglaterra demasiado solo.

Tendría que hablar con su ex mujer, después de todo, era su culpa: Camille se había vuelto a casar hacía un par de años. Su hija no tenía por qué preocuparse por ella, al parecer.

—Amy, mira… lo siento, quizás no debí decir que era una llamada personal —dijo de pronto, dándose cuenta de que no podía seguir con esta fachada—. Es probable que Neil me llame. Estamos negociando algo importante con una naviera de Hong Kong. Tony dice que… está a punto de tomar una mala decisión y no puedo no tomar esa llamada. Lo llamaría yo, pero jugaré a darle espacio —en cualquier otro momento, James habría bromeado al respecto. Amy conocía a Neil casi desde el mismo tiempo que él, así que ya se sabían de memoria sus manías y aquello que lo hacía enfadar o salirse de sus casillas.

Pero ahora, en medio de esta carretera, se sentía incómodo y diferente.

Quizás sí se estaba volviendo un poco loco.

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Aunque James se sentía mejor consigo mismo por haber sido sincero con Amy, la verdad era que eso tampoco aligeraba demasiado la conversación. Mencionar a Neil era doloroso, en especial porque, aunque quizás no estuviera de acuerdo con cómo había manejado Amy las cosas, él no ponía duda alguna de que ella le guardaba un inmenso cariño. Precisamente eso era lo que hacía todo más difícil.

Hasta ahora, James no había hecho demasiados comentarios al respecto, tan sólo le tocó escuchar a Neil, con expresión desolada, que no pensaba hacer pública su relación con Santiago. James no supo qué decir, y tan sólo conoció los detalles un poco después, a través de Tony, quien nunca había aprendido la delicada línea entre ser un cliente antiguo y un viejo amigo. Él mezclaba ambas etiquetas constantemente.

—Mira, hasta ahora no he querido preguntarte demasiado, porque yo no sé nada de lo que ha pasado, al menos, Neil no me lo ha contado directamente. Tan sólo he asumido algunas cosas por lo que Tony Weston me ha contado… —James soltó una carcajada cuando mencionó a Tony—. Ya sabes que es mi cliente desde hace años, pero él solito se ha denominado como mi amigo cerca, así que a veces me entero de cosas que le pasan a Neil antes que él me las diga.

En realidad, Amy sabía que él, a pesar de todo, le guardaba cariño al necio de Tony. James era generalmente la voz de la razón, quien le había dicho que era mejor que resguardara su relación con Claude en lugar de estar persiguiendo fantasmas en la cama de Sebastian Cadogan.  

James estiró las piernas poco a poco, mirando su teléfono como si de pronto éste fuera a explotar. Quizás era preferible, o que no tuviera señal, pero estaba pagando un dineral a la compañía telefónica y el maldito servicio siempre estaba disponible.

—¿Acaso fue tan terrible? —se atrevió a preguntar, desviando la mirada hacia Amy. Por suerte, ésta estaba al volante y la vista fija en la carretera—. Sé que no tienes por qué contarme nada, pero si decides hacerlo, sé que puedo separar lo personal de lo profesional. Además, pase lo que haya pasado, dudo muchísimo que Neil intente demandarte, así que no va a necesitar de mis servicios.

Aunque hizo un esfuerzo por sonreír, por aligerar la conversación, estuvo seguro de que no lo consiguió.

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James era bueno escuchando, después de todo, eso era lo que tenía que hacer cuando sus clientes llegaban ante él con un lío legal. Siempre insistía en escuchar hasta los detalles que parecían no tener importancia, pues nunca sabía qué le iba a ser útil en la corte.

Quizás fue eso, por prestar mucha atención a los detalles, que acabó comprendiendo que Neil no era el típico futbolista heterosexual y machista que buscaba formar familia rápido con una modelo o actriz en ascendencia. Recordaba muy especialmente una conversación que tuvo con él en su casa, donde Neil le dijo que jamás iba a poder tener una pareja en serio mientras jugara al fútbol, que era un sueño prohibido.

—Me imagino que para ti fue difícil enterarte de todo al mismo tiempo, no puedes culparte por esta sorprendida o que te costara asimilarlo —decidió decir, por amortiguar la conversación, pero también porque realmente lo creía. Si Amy hubiera imaginado las preferencias de Neil, o que Santiago no era tan heterosexual como todos lo asumían, tal vez habría tenido otra forma de enfrentar esa conversación—. Yo sí sabía que a Neil no le interesaba lo más mínimo las mujeres. De hecho, recuerdo que en algún momento le dije que podía decírtelo, estaba seguro de que habría sido bueno para él no tener que mentirte siempre.

James miró a Amy de nuevo, pero ésta se refugiaba al mirar la carretera. El paisaje era hermoso, James tenía que reconocerlo, lamentó que no fuera un viaje de placer ni mucho menos que pudiera prestar atención a su alrededor. Suspiró hondo, mientras continuó.

—Si de algo sirve, tampoco sabía lo de él y Santiago hasta hace poco. Incluso sabiendo lo de Neil, me sorprendí. Él estuvo saliendo con alguien, ¿sabes? Con un banquero. Neil siempre me dijo que no era serio, porque no podría tener una pareja realmente mientras fuera futbolista, a mí esa idea me parecía muy triste, así que cuando anunció que se retiraba del fútbol, lo confronté. Así me enteré de todo, estoy seguro que debo haber puesto cara de idiota, porque Neil tuvo que decirme dos veces que había escuchado bien —James sonrió, pues la conversación era incómoda, pero el recuerdo de Neil, con una voz muy baja, diciéndole que no era un invento, seguía siendo graciosa.

Cuando James se enteró que llevaba media vida enamorado de Santiago, no supo bien qué decir. Después de que Neil se fuera de su despacho, James pidió un whiskey a su secretaria. Eso también lo recordaba muy bien.

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En más de una ocasión, la gente le ha preguntado a James, en tono jocoso, cómo era posible que no fuera fan del Arsenal considerando que el portero estrella del equipo era uno de sus clientes más importantes y también uno de los más antiguos. James por lo general empezaba a beber y desviaba el tema de conversación, porque no quería dar explicaciones y prefería que todo quedara como una broma puntual.

Era tan sólo que James ya estaba acostumbrado a lidiar con un mundo hipócrita, cargado de personas que querían dañarse mutuamente, demandarse por el simple placer de hacerlo, como para además inmiscuirse en el fútbol. El deporte en sí no era dañino y él, como cualquier otro inglés, disfrutaba de ver jugar a su selección. Pero todo lo que rodeaba al deporte era francamente terrible.

Si tomaba eso en cuenta, la reacción de Amy era más que normal. El problema era qué implicaban las consecuencias.

—Bueno, me alegra que opines eso de su relación, en especial porque yo no conozco a Santiago directamente. Pero si hasta ahora Neil ha hecho todo por él, supongo que tiene que valer la pena —suponía que para Amy tenía que ser el doble de complicado. Santiago era su cliente todavía y Neil lo había sido por mucho tiempo—. Si de algo sirve, no creo que hayas tenido un problema personal con su relación, tan sólo profesional. Pero, ¿realmente crees que va a haber un momento ideal para que lo hagan público?

James lo llevaba pensando con detenimiento. Ahora no era el momento. ¿Cuándo iba a serlo? La gente no iba a dejar de ser homofóbica, ni tampoco cruel, por más tiempo que pasara. James había vivido lo suficiente para saber que la gente no cambiaba. Que lo único que podía detener una catástrofe era que no estaban lidiando con gente de bajo perfil. Podía haber un sector de la prensa que los atacara, pero la influencia de Neil había crecido mucho desde que tomó el mando de la empresa. No era tan fácil un ataque frontal a uno de los pilares de la economía británica, que tantos golpes había tenido en los últimos años.

—Me preocupa Neil, Amy. No quiero tomar esa llamada porque temo cómo vaya a estar —James soltó esa confesión de repente y se sintió terrible, pero necesitaba decírselo a alguien. Y no había nadie mejor que Amy para que lo comprendiera. Ella había estado con él en el momento en que la salud mental de Neil se había deteriorado gracias al juicio. James realmente tuvo mucho miedo esa vez, no quería que se volviera a repetir.

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James resopló con tristeza cuando Amy dijo que, lo ideal, sería que ninguno de los dos estuviera en la esfera pública. El mundo era muy injusto. Además, esa situación también sería demasiado utópica. Neil estuvo en la esfera pública desde antes de ser futbolista, esa fue la razón por la que él empezó a manejar su carrera desde los inicios, porque cuando era el heredero de la fortuna de George Carter, ya tenías abogado aunque tuvieras dieciséis años.

Recordaba cuando tuvo la conversación con un Neil adolescente, diciéndole que quizás era buena idea que se buscara un representante. Fue así como, un par de meses después, Neil le habló de Amy por primera vez.

—Sabes que nunca van a estar fuera del ojo del huracán. Neil ya era una figura pública gracias a su familia, pero después decidió que quería jugar al fútbol y volvió todo más complicado —comentó con un tono ligero, para que la conversación no se tornara tan lúgubre como estaba en su cabeza.

Pero James sabía que era cierto. Si se quedaban esperando que hubiera una situación ideal, nunca llegaría. ¿Cuál era la solución, entonces? ¿Vivir escondidos?

No quería ni pensar en ello.

Además, si continuaban con su relación en secreto, había todavía más riesgo de que la gente pudiera enterarse. James quiso decírselo a Amy, pues quizás él lo estaba viendo desde su perspectiva como abogado, sabía que ahora había más riesgo que el decir la verdad. Sin embargo, escuchó el tono grave con que Amy dijo que quizás Neil no querría su ayuda. Se sintió un poco culpable por traer el tema, pero tampoco podía consolarla porque estaría mintiéndole.

Hacía mucho tiempo que su relación con Amy se basaba en la honestidad. No era el mejor momento para cambiar eso.

—¿No has vuelto a hablar con él? Con Neil a veces es mejor si escuchas su ataque frontal para que pueda desahogarse. Si te aplica la ley del hielo puede ser más complicado —sugirió, en base a su experiencia. Por fortuna, James no había tenido oportunidad de que Neil se enojara realmente con él. De hecho, Neil no era una persona confrontativa por naturaleza, solía negociar primero. Pero cuando estaba enfadado, era como entrar en el ojo de una tormenta.

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James se sintió un poco miserable porque sabía que Amy llevaba la razón: nunca habría un momento ideal, pero quizás en este instante Santiago estaba un poco vulnerable. Quizás todo sería mucho más sencillo si Santiago hubiera tomado la decisión de, al igual que Neil, retirarse del fútbol de manera definitiva. Iban a seguir siendo figuras públicas, pero no le deberían nada al público del Emirates, que James sabía muy bien que podía ser francamente horrible. Todavía recordaba todo el revuelo que se formó por las contadas ocasiones en que Neil dejó de jugar porque estaban en medio del juicio. Los puntos que se dejaron en esos partidos fueron, al parecer, un pecado imperdonable para algunos fans.

En alguna ocasión que el fútbol sacaba lo mejor, pero también lo peor, de las personas. James no podría estar más de acuerdo con esa afirmación.

—A veces le decimos cosas a nuestros clientes que necesitan oír, pero lo decimos de la forma más frontal posible, no te puedes culpar por eso —James creyó que la conversación no sería un completo desastre, hasta que Amy mencionó a David Redmayne.

Se quedó paralizado un instante, sin saber bien qué decir. James y Amy empezaron a hacerse muy cercanos al momento en que Neil estaba tratando de salvaguardar la herencia que le dejó su abuelo. Sin embargo, para esa época, David Redmayne también estuvo muy cerca de todo lo que sucedía. Neil quería a su entrenador como el padre que nunca tuvo, especialmente en esa época en que George Carter estaba haciendo esfuerzos para nominarse al peor padre del país de manera permanente.

Fue así como James, tan sólo observando, se dio cuenta de que el entrenador y Amy mantenían una relación cerca. Quizás más cerca de lo que James hubiera pensado. La primera vez que estuvieron los tres solos, con Neil durmiendo en un hospital, a James se le revolvió el estómago al ver sus gestos de complicidad. Recordó que ese fue el momento en que se dijo que quizás lo que sentía por Amy no era algo necesariamente superficial, menos pasajero.

—¿Tuvo un enfrentamiento con Redmayne? Veo que siguen en contacto constante… —James se sintió un poco estúpido por mencionarlo de esa forma, como si fuera una queja. Estaba comportándose como un adolescente rencoroso y no como un adulto—. En todo caso, no me imagino lo que debió ser para Neil enfrentarse a él. Temo hasta preguntar, Neil lo quiere como se debería querer a un padre. ¿Redmayne les dijo algo negativo? ¿Tú les aconsejaste hablar con él?

James no podía imaginarse un escenario peor. Redmayne no le parecía una mala persona, pero pertenecía a otra generación que no veía la homosexualidad como algo de todos los días. Quizás era eso lo que tenía a Neil tan destruido.

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James se quedó en silencio por un instante luego de las palabras de Amy. Hablaron con Redmayne, cuya reacción iba a ser seguramente negativa, por sugerencia suya.

No estaba muy seguro de cómo encajar esas palabras. Ahora sí sentía el impulso de llamar a Neil para preguntarle cómo se sentía, pero sabía que no era su lugar hacerlo. Después de todo, hasta el momento su dinámica con Neil había sido muy simple: si éste no lo buscaba para un consejo, James por lo general se mantenía al margen.

Pero ahora sólo podía imaginarse lo que Neil estaba sufriendo. Lo que podía estar pensando al verse rechazado por una de las personas a quienes más quería en el mundo. Neil ya había sufrido bastantes decepciones en su vida.

—Amy, creo que tú sabías bastante bien qué estabas haciendo cuando les dijiste que hablaras con Redmayne. ¿Dejaste que fueran solos? —aunque la perspectiva de que Amy estuviera allí frente a Redmayne como un catalizador no le gustaba para nada, por puro capricho personal, la verdad era que no podía creer que hubiera tenido la sangre fría para sugerir eso sin imaginarse del todo las consecuencias para Santiago y para Neil.

Para Neil, que había terminado en el hospital hacía no tanto tiempo, James fue quien, por intermedio de su ex esposa, acabó por dar con una psiquiatra antes de que la situación escalara de manera irreversible. Amy lo sabía bien, ella había estado allí con él.

—Amy, por favor, respóndeme… —preguntó, con voz apremiante, sin saber si debía mirarla de nuevo o no.

Si habían tomando una decisión a base del miedo o desolación luego de semejante enfrentamiento, James no podía más que sentir compasión por ambos. Era inconcebible que Amy no se imaginara qué era lo que iba a pasar. Redmayne, por supuesto, había actuado justo como lo esperado, James ni siquiera sabía que podía enfadarse con él cuando no estaba mucho de su comportamiento en primer lugar.

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Era evidente que todos los esfuerzos de James acababan de irse a la mierda en un par de frases, porque Amy estaba molesta. ¿Podía culparla? James tenía la sensación de que la había acorralado cuando lo único que quería era justo lo contrario. Menos mal que esa había sido su intención, no quería imaginarse qué hubiera pasado si de verdad planeaba cuestionarla por lo que había pasado.

Se humedeció los labios y lo único que se le ocurrió fue desviar la mirada. Esto era lo que se ganaba involucrándose tanto con sus clientes. Era un abogado, no un médico o un terapeuta, no estaba obligado a tener una relación estrecha con sus clientes. Pero Neil había llegado a su despacho con dieciséis años, de la mano de su madre. Era como haber visto crecer a un hermano menor. Además, también sabía de primera mano cuánto había sufrido.

Irónicamente, era ese acercamiento y trato especial que tenía con Neil, lo que provocó que la relación con Amy se volviera tan estrecha. James, previendo lo que iba a pasar con el testamento de Alfred, se atrevió a decirle a ella en confidencia lo que sucedería con las empresas justo cuando el viejo Alfred enfermó gravemente. No había tenido por qué, pero en ese momento se sentía como lo correcto.

Ahora, sin embargo, era como si hubiera un abismo entre los dos. ¡Y estaban los dos atrapados en un auto!

—Lo siento, Amy, no quise… no quise que sonara así —se disculpó con total sinceridad. La frustración que sentía era una mezcla de sentimientos. Pero, sobre todo, estaba enfadado con la situación. Neil se merecía vivir una vida plena con la persona que él escogiese. Vivían en un mundo terrible donde al parecer era un crimen que a un futbolista se le ocurriera ser todo menos heteronormativo. James no lo podía entender—. Quizás es mejor si no opino de este asunto, no quiero que pienses que me estoy entrometiendo. No es mi lugar.

Suspiró hondo, sin saber si estaba lanzando una oferta de paz o si en realidad acababa de empeorarlo todo. Sólo esperaba llegar a Florencia rápido, necesitaba pretender que trabajaría en lugar de estar atrapado en un auto con Amy al volante.

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"¿No te parece que la agente de Neil es muy joven?"
"¿De verdad pensarías lo mismo si no fuera una mujer?"

James estaba especialmente orgulloso de esa respuesta luego de que Max, el idiota de su compañero, le anunciara que estaba esperándolo en la oficina Amy Oakes. Ella había llegado de manera puntual, lo cual de por sí ya hablaba bastante bien de la seriedad con que se tomaba este asunto.

Fue él quien le pidió que viniera, principalmente porque quería que tuviera información adicional de Neil, que seguramente éste no se lo diría directamente. Neil no llevaba un conteo exhaustivo del tema del fideicomiso que estaba a su nombre, ni tampoco de las acciones de las empresas que, por el momento, las iba a manejar James en su nombre porque recién tenía veinte años. Quizás con un empujón de Amy, conseguiría encausarlo a revocar ese poder muy pronto, por lo menos para cuando cumpliera veintiuno.

James ya la había visto en varias videollamadas en las que habían acordado esta cita, era la primera vez que la veía en persona. Aunque había mandado a la mierda a Max por irrespetar a Amy tan sólo por ser una mujer, se sintió un poco culpable porque, sin poder evitarlo, una de las primeras cosas que pensó al verla, fue que era muy hermosa.

Una mujer muy hermosa. Que era, por supuesto, la agente de Neil. Del cliente que más había cuidado porque se lo encargó personalmente su jefe, uno de los socios de la firma, porque era muy amigo de Margot Greniér.

Eso debía ser más que suficiente para que James reprimiera ese tipo de pensamientos de manera instantánea.

—Señorita Oakes —la llamó James con una sonrisa, inclinándose para tomarle la mano y un saludo formal—. Un placer conocerla por fin en persona, ¿le parece si pasamos a mi oficina? De verdad le agradezco mucho que haya venido.

James le hizo un gesto para que lo acompañara a su nueva y prístina oficina. La había estrenado hacía apenas una semana. Su jefe le había dicho que se había ganado no compartir oficina, sobre todo ahora que lo habían nombrado oficialmente uno de los abogados senior de la firma.

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