JUST SAY YES

La rutina está en ocasiones salpicada por algún que otro tropiezo que a veces se convierte en un problema. Lo importante, por supuesto, es tener amigos en los que apoyarse, que son los que hacen de lo irresoluble algo más manejable. Por esa misma razón, Wynonna y Kevin tenían un acuerdo con el resto de sus amigos, que consistía en reunirse todos los jueves para cenar en un apartamento, y no dejar de hablar, independientemente de lo lejos que los llevasen sus vidas adultas. Lo que ninguno de los dos imaginaba, claro, era que faltarían a su compromiso, encontrándose de pronto a varios cientos de kilómetros de su ciudad y, por si eso fuera poco, a unos cuantos siglos antes del año que habían marcado sus calendarios.

Un día, la pareja de amigos se encontró con que su mundo había desaparecido, y algo los había arrastrado a la época victoriana que solo habían visto en la pequeña y gran pantalla. Todas aquellas cosas que en la ficción les resultaban tan divertidas como absurdas eran ahora parte de sus vidas, y si algo les quedó claro en el momento en el que se encontraron en el pasado, es que necesitarían mantenerse unidos si querían salvar su honra y sobrevivir a los afilados comentarios de la sociedad inglesa mientras encontraban la forma de regresar a casa.

Wynonna Reyes Eloise Smyth — Mahariel

Kevin Walters Jack Lowden — Timelady

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— It's a love story —

¿Estaba Kevin haciéndole un favor pidiendo su mano en matrimonio para sacarla de aquella casa de locos donde la habían encerrado? Sin lugar a dudas. ¿Tendría Wynonna que darse con un canto en los dientes porque el precio a pagar por salir de allí fuera casarse con su mejor amigo y no con el noble de gingivitis con el que la habían emparejado en un principio? Desde luego. ¿Le habría dicho que sí con los ojos cerrados? Sin lugar a dudas. ¿Era necesario, entonces, hacer que Kevin se arrodillase para hacerle una propuesta en condiciones? En absoluto. Pero era divertido. Y hacía muchos días que Wynonna no se reía. «Te voy a matar», parecía que le decía su amigo con la mirada, y Wynnie se sintió un poco menos desgraciada y un poco más ella.

Cuando Kevin se arrodilló, Wynnie enderezó la espalda. Kevin buscó su mano y ella dio un respingo al sentir su aliento sobre los nudillos. No esperaba que se lo fuera a tomar en serio, pero tendría que haber supuesto que se vengaría por la humillación. Estuvo a punto de pegarle un puntapié cuando le hizo cosquillas en la palma de la mano. Después se dio cuenta de que estaba dando algo que reconoció como una nota. El corazón de Wynnie latía tan deprisa que temía que se le fuera a salir del pecho. No comprendía cómo el resto de los presentes en la sala no podían oír el incesante tamborileo de sus latidos contra las costillas, pero procuró mantener la compostura. No iba a dejar que le quitasen la nota.

— Oh, señor Walters — decidió que ya que estaban metidos en harina, bien podría seguir con las cursilerías —. No os imagináis lo feliz que me hace vuestra propuesta.

Y realmente era así. Apenas daría crédito cuando leyera las disculpas de Kevin por haber pedido su mano en matrimonio. Kevin la había salvado de una familia de chalados, no tenía nada por lo que disculparse. En todo caso, sería Wynnona quien tuviera que agradecérselo de alguna manera, aunque todavía no se le hubiera ocurrido ninguna.

— Bien, bien. Entonces, ya está todo listo. La propuesta es firme. Nosotras nos encargaremos de todo, y vosotros solo tenéis que decir “sí”.

— Sí, sí.

WYNNIE — Poblado — CON Kevin

— It's a love story —

Si aquello fuera una serie de televisión, la boda de Kevin y Wynonna sería el episodio de final de temporada. Después de haber sido arrastrados a la regencia, acusados de indecencia y prometidos para evitar el ostracismo social, iban a casarse para poner fin a todos los rumores y enfrentarse juntos a lo que quiera que les deparase el resto de su estancia en la cruel campiña inglesa.Wynnie esperaba que averiguasen cómo regresar al presente que tanto añoraban, pero mientras tanto tendrían que seguir con el paripé que les habían montado.

Metieron a Wynonna en una bañera de agua perfumada y le frotaron la piel hasta que enrojeció. La peinaron, la maquillaron, la volvieron a perfumar. El vestido de novia no era de su talla, pero eso era lo de menos. Le tomaron las medidas e hicieron los arreglos correspondientes. Cuando Wynnie se miró en un espejo, se recordó a la princesa Diana. Las mangas pomposas, la cintura ceñida, la falda colosal. Parecía una muñeca para la tarta comprada en una tienda de antigüedades.

— Estás preciosa, Theodora — suspiró una de sus primas.

— Os he dicho veinte veces que me llamo Wynonna.

— A nadie le importa, Theodora.

— Qué gentileza la vuestra.

Si ese era el precio por su libertad, estaba dispuesta a pagarlo. No discutió. Cuando llegó el momento de subir al carruaje, no hizo ninguna pregunta. Al cerrarse la puerta, Wynonna se preguntó si no sería aquello una trampa para llevársela a otro sitio, a casarla con el desgraciado aquel con el que tanto había insistido, y tomó la determinación de rasgar su vestido para estrangular al susodicho si se daba la circunstancia. El camino a la parroquia fue tan corto como ajetreado. El carro se tropezó con todas las piedras que había en el camino.

— Parece que lo haga a propósito, lechugas — se quejó Wynonna. A juzgar por la risita de su tía, quizá estaba en lo cierto.

Alguien avisó de su llegada y comenzó a sonar una marcha nupcial. Wynnie tuvo que detenerse a las puertas de la iglesia porque le dio la risa floja.

— ¡Haz el favor, Theodora, por el amor de Dios! — exclamó su tía arrastrándola del brazo al interior del templo.

WYNNIE — Poblado — CON Kevin

— It's a love story —

Wynonna hizo su mejor esfuerzo por dejar de reír, pero la situación la superaba. Era como estar en el instituto y tratar de aguantarse la risa floja para que no la pillase el profesor. El hecho de que no pudiera reírse hacía todavía más difícil no hacerlo. Oyó los cuchicheos de los invitados a la boda, a los que por supuesto no conocía, y le costó más aún dejar de reírse.

— Bueno, ya, ya está — se dijo, recuperando el aliento.

— ¿Siempre tienes que dar el espectáculo?

— Eso parece — respondió Wynonna, alisándose la falda del vestido —. ¿No es genial?

— Qué manera de desperdiciar beldad, hija.

A la tía, por supuesto, no le hacía ninguna gracia, pero Wynonna la ignoró. Al dirigir la vista hacia el altar, encontró allí a Kevin. Como ella, estaba intentando no descojonarse frente al retablo de la iglesia. Wynonna caminó hacia él y le dio la mano cuando llegó a su encuentro.

— Claro, claro — respondió —. Que esto es una cosa muy seria.

Subieron los escalones para encontrarse frente a un cura de talle grueso y gesto sorprendentemente afable, que empezó a sermonearlos sobre el amor, el compromiso y alguna historia más a la que Wynonna no prestó ninguna atención. Seguía sosteniendo la mano de Kevin y, de vez en cuando, la apretaba cuando oía alguna cosa que le parecía digna de mención.

— Así pues, y Dios mediante, estos dos jóvenes quedarán casados a no ser que alguno de los presentes tenga alguna objeción al respecto — dicho lo cual, el cura hizo una pausa y levantó la vista, esperando a que los feligreses le dieran la aprobación a aquel enlace.

— Ah, que iba en serio — susurró Wynonna —. Pensé que esto pasaba solo en las películas.

WYNNIE — Poblado — CON Kevin

— It's a love story —

La sola idea de que el caballero con el que habían pretendido casar a Wynnie en primer lugar apareciera por allí, bastaba para ponerle el vello de punta. Si se atrevía a interrumpir su boda para exigir su mano en matrimonio, Wynonna le tiraría el retablo de la iglesia encima. No le importaría que la encarcelasen después. Cualquier cosa le parecería mejor que ser entregada a un señor al que no tenía ninguna intención de conocer.

El párroco se dio cuenta de que estaban hablando y los mandó a callar. A Kevin se le ocurrió una excusa para justificar los cuchicheos y Wynnie tuvo que volver a luchar consigo misma por no partirse de risa en el altar. No habría sabido decir si le hizo más gracia que hiciese alusión a su honor, como concepto, o que se refiriera a ella como su “casi esposa”. Si le hubieran dicho dos semanas atrás que iba a casarse con Kevin por la iglesia…

— Oh, tú siempre tan elocuente — susurró Wynonna para seguir con la pantomima.

El cura pareció comprender la actitud de los enamorados, así que no los volvió a reñir. En su lugar, preguntó de nuevo si alguien conocía algún motivo por el que aquella unión no debiera producirse y, como nadie contestó, retomó la ceremonia por donde la había dejado.

— Daos las manos — les indicó a los novios —. Nos hemos reunido aquí para unir en santo matrimonio a este hombre y a esta mujer ante los ojos de Dios y ante los ojos de esta congregación. Si cualquiera de vosotros dos tiene en lo más profundo de su corazón una razón por la cual no debáis uniros en matrimonio, os conmino a confesarla ahora, puesto que Dios no bendecirá una unión que no sea genuina y, por tanto, vuestro vínculo no será sagrado.

A Wynonna no le importaba demasiado, pero guardó silencio por si acaso resultaba que el cura podía leerle los pensamientos.

— Señor Walters, ¿tomáis a esta mujer como vuestra legítima esposa, para vivir en compañía como así lo quiso Dios, bajo la santa institución del matrimonio? ¿Amaréis a vuestra esposa? ¿La acompañaréis y honraréis en la salud y en la enfermedad, a ella y solo a ella, hasta el último día de vuestras vidas?

Si Wynnie hubiera podido decirle algo a Kevin, habría sido «no te rajes ahora», pero no se atrevió a abrir la boca.

WYNNIE — Poblado — CON Kevin

— It's a love story —

Tras la pregunta del cura, se hizo un silencio en la parroquia. De pronto, Wynnie podía oír su propia respiración, e hizo su mejor esfuerzo por que no se le notara lo nerviosa que estaba. Eso era justo lo que habían planeado: de hecho, había sido a Kevin a quien se le había ocurrido pedir su mano en matrimonio para sacarla de la casa de chalados a la que había ido a parar, por lo que la boda no era más que un trámite que, en realidad, no significaba nada. Entonces, ¿por qué Wynnie estaba tan ansiosa? ¿Por qué le pareció que el aire se volvía irrespirable cuando esperó a que Kevin contestara? ¿Y por qué Kevin dudaba?

Querría haberle dado una patada en la espinilla para que espabilara, pero no fue capaz de hacer nada. Simplemente esperó durante lo que le pareció una eternidad a que el cura le recordase a Kevin que era su turno de decir algo, y cuando Wynnie oyó a su amigo decir que sí, se le escapó de los labios un suspiro de alivio. Habría jurado que sus tías habían hecho lo mismo.

— Señorita Wilson, ¿tomáis a este hombre como legítimo esposo, para vivir en armonía como así lo quiso Dios, bajo la santa institución del matrimonio? ¿Lo obedeceréis, serviréis, amaréis y honraréis en la salud y en la enfermedad, a él y solo a él hasta el último día de vuestras vidas? — le preguntó entonces el cura a Wynonna.

Ella no se apellidaba Wilson, por lo que suponía que, de regresar al presente, aquel contrato no sería en absoluto vinculante. Tampoco le hacía gracia la idea de tener que obedecer y servir a su amigo, porque hasta donde ella sabía no era ningún perro que estuviera siendo entregado a su dueño, pero ya que estaba casándose con ella para ayudarla, lo menos que podía hacer era decir que sí. Después cambiarían los términos de su matrimonio como les viniera en gana.

— Sí, quiero.

— Es el momento de que intercambiéis los anillos — les explicó el cura en un susurro, viéndolos despistados.

— Oh, claro.

WYNNIE — Poblado — CON Kevin

— It's a love story —

Kevin buscó los anillos en su traje y durante un momento pareció un novio de verdad, de los que se casaban en serio y estaban de los nervios por que todo saliera bien. En la época victoriana, los matrimonios se parecían más a transacciones comerciales que a las historias de amor que se veían en televisión. Eso de casarse por amor era una cosa relativamente moderna y, aun así, a Wynonna le dio pena que Kevin desperdiciase su matrimonio casándose con ella para salvarla de un baboso.

Le ofreció su mano a Kevin y, como lo vio dudar, movió el anular para indicarle dónde tenía que ponerle el anillo. Las palabras del cura en boca de Kevin hicieron enrojecer a Wynnie. Cuando su amigo le entregó el anillo que tendría que ponerle a él, creyó que se le caería al suelo. Repitió lo que le dijo el cura sin entenderlo del todo, y entonces el párroco declaró:

— En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo yo bendigo esta unión. Que el Señor ilumine vuestro camino y viváis en compañía en esta vida y en la eternidad. Amén — los asistentes a la misa repitieron la última palabra. El cura se dirigió a Kevin —. Puedes besar a la novia.

Y entonces Wynonna se sintió extraña. Iban a sellar su unión matrimonial sabiendo que no significaba nada, y después… Wynonna no tenía ni idea de lo que iba a ocurrir. El cura le dijo algo, pero no lo entendió. Por un instante pensó en que estaba hablando en otro idioma. Decidió no darle importancia. Miró a Kevin y asintió. Cuanto antes terminasen con aquella pantomima, mejor.

WYNNIE — Poblado — CON Kevin

—all there's left to do is run—

Miró a Kevin y la deslumbraron las luces del altar. De pronto, no podía ver bien: era como si el humo del incienso hubiera llenado la iglesia y desdibujado los rasgos de su amigo, que por suerte seguía estando justo enfrente de ella. Kevin se inclinó sobre Wynonna, ella levantó la barbilla y cuando se besaron sintió un cosquilleo brotar en su pecho. La sensación se extendió por toda ella, a sus brazos y a sus piernas, y en el preciso momento en el que comenzaron a revolotear las mariposas de su estómago con tal intensidad que Wynonna creyó que echaría a volar, la sobrevino la oscuridad.

Ya no sentía los labios de Kevin sobre los suyos, pero tampoco veía la luz de la capilla, ni olía el incienso del servicio, ni oía los cuchicheos de sus tías. Wynonna abrió los ojos y no vio nada más que una pared.

¿Dónde se había metido todo el mundo?

Wynonna dio un brinco al darse cuenta de que estaba mirando el gotelé de su apartamento. Habría podido reconocer aquella espantosa textura en cualquier sitio. Se incorporó tan deprisa que se mareó. Estaba en casa: habían vuelto los muebles de diseño sueco, la decoración de mercadillo, los cuadros espantosos de su casera, ¡los electrodomésticos!

— ¡Oh, mi lavadora! — suspiró Wynonna, pensando en los viajes al río cargada con los cestos de la ropa. Entonces, puso el apartamento patas arriba para buscar su teléfono y se le saltaron las lágrimas cuando volvió a tener el móvil entre las manos. — Nada volverá a separarnos nunca — le dio un beso al teléfono antes de desbloquearlo para llamar a Kevin. Pasó un tono, pasó otro, pasó un tercero. — Mierda, Kevin, ¡cógelo!

¿Y si se había quedado atrapado en la era victoriana? ¿Y si no podía volver? ¿¡Y si lo casaban con una de sus tías!?

No, Wynonna no podía consentir eso. Salió del apartamento sin cambiarse para ir a buscarlo.

Wynnie — Ciudad — CON Kevin

—all there's left to do is run—

Wynonna no perdió tiempo comprobando si funcionaba el destartalado ascensor de su edificio. Derrapó al bajar por las escaleras y oyó a la señora Withman dar un bastonazo en el suelo. A sus noventa años, lo tenía todo rígido menos el tímpano: era extraordinaria la capacidad de la que disponía para enterarse de todo lo que ocurría en la escalera. La cuestión es que Wynonna ignoró sus quejas y salió a la calle, donde la recibió el caos de la ciudad. Lo bueno es que en Londres no desentonaba su demencia transitoria: a nadie le importaba que fuese en pijama o que estuviera despeinada.

Corrió en dirección a la casa de Kevin y quiso llorar de felicidad al sentirse libre de los corsés imposibles y las pesadísimas faldas que le habían puesto mientras había estado atrapada en la regencia. El pantalón del chándal la hizo sentir ligera como una pluma. Jamás volvería a dar por sentado el privilegio de poder salir corriendo.

— ¡Kevin! — gritó antes de ser consciente de que respondía al llamado de su amigo. — ¡Kevin!

Tuvo que resistir el impulso de cruzar la calle sin mirar. En la regencia, lo peor que le podía pasar era que se tropezase con algún crío despistado; en la actualidad, la aplastarían dos o tres coches antes de que a alguien se le ocurriera ayudarla, y tampoco estaba la cosa para ir al hospital.

— ¡Hemos vuelto! — exclamó aun así. A la primera oportunidad, corrió al otro lado de la calle y se lanzó a los brazos de Kevin confiando en que la atraparía. — ¡Oh, Kev! ¡Hemos vuelto! ¡Estaba tan asustada! Pensé que te habías quedado en Villa Moñas…

Wynnie — Ciudad — CON Kevin