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Mahariel
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FIRE BURNS BRIGHTER IN THE DARKNESS
INSPIRED — Books — 1x1
El Capitolio continúa celebrando Los Juegos del Hambre año tras año. Así demuestra a los distritos que, lo quieran o no, forman parte de una misma nación, Panem, y que, por tanto, han de someterse a los deseos de aquellos a quienes sirven. Por ello con cada cosecha se envía a una pareja de jóvenes a una muerte casi segura, que aquellos que tienen la fortuna de vivir en el corazón de la nación y no en cualquiera de los distritos esperan como el mejor entretenimiento que pueda ofrecerles su gobierno.
Desde el Capitolio se observa a los tributos como protagonistas de una narrativa en la que el sacrificio, el esfuerzo y el orgullo por representar a sus respectivos distritos cristaliza en el alzamiento de los vencedores a la categoría de héroes, que, en recompensa por haber logrado sobrevivir al resto de sus competidores, reciben la comodidad de un hogar y un sueldo con el que de otra forma solo podrían soñar.
Sin embargo, aquellos que regresan de la arena, no lo hacen solos. Los acompañan los fantasmas de los tributos que jamás volvieron a sus casas. Ander Whitewood no solo perdió a su compañera de distrito en la sexagésima edición de los Juegos del Hambre. Aquel día, en el primer baño de sangre que manchó la tierra, Ander perdió a una amiga, y, con ella, a una parte de sí mismo.
Fingió ante las cámaras del Capitolio un agradecimiento que no sentía por todo aquello que le fue ofrecido, pensando que, si mantenía al público contento, podría ayudar a la familia de Kat a salir adelante sin ella. Si compartía con sus hermanas los recursos que ahora le sobraban, no tendrían que intercambiar teselas por alimentos, y sus nombres quedarían bien escondidos de las manos del Capitolio.
Sin embargo, el destino es tan caprichoso como mezquino, y a Ander no le quedó más remedio que contemplar cómo Erika Greer era la elegida para representar a su distrito en la arena.
∞Desde el Capitolio se observa a los tributos como protagonistas de una narrativa en la que el sacrificio, el esfuerzo y el orgullo por representar a sus respectivos distritos cristaliza en el alzamiento de los vencedores a la categoría de héroes, que, en recompensa por haber logrado sobrevivir al resto de sus competidores, reciben la comodidad de un hogar y un sueldo con el que de otra forma solo podrían soñar.
Sin embargo, aquellos que regresan de la arena, no lo hacen solos. Los acompañan los fantasmas de los tributos que jamás volvieron a sus casas. Ander Whitewood no solo perdió a su compañera de distrito en la sexagésima edición de los Juegos del Hambre. Aquel día, en el primer baño de sangre que manchó la tierra, Ander perdió a una amiga, y, con ella, a una parte de sí mismo.
Fingió ante las cámaras del Capitolio un agradecimiento que no sentía por todo aquello que le fue ofrecido, pensando que, si mantenía al público contento, podría ayudar a la familia de Kat a salir adelante sin ella. Si compartía con sus hermanas los recursos que ahora le sobraban, no tendrían que intercambiar teselas por alimentos, y sus nombres quedarían bien escondidos de las manos del Capitolio.
Sin embargo, el destino es tan caprichoso como mezquino, y a Ander no le quedó más remedio que contemplar cómo Erika Greer era la elegida para representar a su distrito en la arena.
ANDER WHITEWOOD VENCEDOR — BRENTON THWAITES — TIMELADY | ERIKA GREER TRIBUTO — DANIELLE ROSE RUSSELL — MAHARIEL |
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Muchos días despertaba sin saber demasiado bien qué prefería.
Por supuesto, la victoria fue necesaria. No porque él deseara vivir cuando todo aquello acabó, sino porque su familia, sus hermanos, todos ellos recibirían una vida que de otro modo jamás podrían haber soñado. También la de Kat, pues no olvidaba sus promesas.
Pero en aquel tren, cualquiera de las dos direcciones le parecía tortuosa.
El Capitolio lo adoraba, como quien adora a un muñeco, tenía un papel que interpretar y unos deberes que preferiría no tener, y sin embargo... no tenía otro remedio.
En su hogar, el Distrito 7, solo podía observar la pobreza de aquellos a quienes conocía sin apenas hacer nada para ayudarles, puesto que la vigilancia sobre él era severa y el Capitolio podría ver sus actos como un intento de incitar a la rebelión o cambiar el orden establecido.
En aquella ocasión había pedido algo y había pagado el precio. Había solicitado que se le permitiera ayudar al menos a la familia de Kat. Ella que había estado a su lado antes de los Juegos.
Sabía por qué se lo permitían, muchos habían visto su reacción a su muerte y cómo había eliminado a un tributo mucho más poderoso que él por venganza. Los había que intentaban vender su historia como la de un corazón roto por la desolación.
En el fondo le convenía, le ayudaba a no tener que ser siempre encantador y alegre. Y también a ofrecer algo de ayuda.
Bajó del tren y pasó unas horas en casa con su familia, todos estaban bastante acomodados, pero no le importaba. Ninguno preguntaba por el Capitolio, si acaso por la ropa extraña que le obligaban a llevar y que se quitaba en cuanto podía.
Después decidió dar un paseo, visitar a la familia de Kat y hablarles de lo que podía ofrecerles, especialmente por las chicas.
Pero antes de que pudiera llegar, se encontró allí con Erika, a la que saludó a lo lejos, esperando que se acercara. Se preguntaba si vendría de trabajar o quizá había llegado justo a tiempo para evitar que hiciera algo que él deseaba impedir.
Por supuesto, la victoria fue necesaria. No porque él deseara vivir cuando todo aquello acabó, sino porque su familia, sus hermanos, todos ellos recibirían una vida que de otro modo jamás podrían haber soñado. También la de Kat, pues no olvidaba sus promesas.
Pero en aquel tren, cualquiera de las dos direcciones le parecía tortuosa.
El Capitolio lo adoraba, como quien adora a un muñeco, tenía un papel que interpretar y unos deberes que preferiría no tener, y sin embargo... no tenía otro remedio.
En su hogar, el Distrito 7, solo podía observar la pobreza de aquellos a quienes conocía sin apenas hacer nada para ayudarles, puesto que la vigilancia sobre él era severa y el Capitolio podría ver sus actos como un intento de incitar a la rebelión o cambiar el orden establecido.
En aquella ocasión había pedido algo y había pagado el precio. Había solicitado que se le permitiera ayudar al menos a la familia de Kat. Ella que había estado a su lado antes de los Juegos.
Sabía por qué se lo permitían, muchos habían visto su reacción a su muerte y cómo había eliminado a un tributo mucho más poderoso que él por venganza. Los había que intentaban vender su historia como la de un corazón roto por la desolación.
En el fondo le convenía, le ayudaba a no tener que ser siempre encantador y alegre. Y también a ofrecer algo de ayuda.
Bajó del tren y pasó unas horas en casa con su familia, todos estaban bastante acomodados, pero no le importaba. Ninguno preguntaba por el Capitolio, si acaso por la ropa extraña que le obligaban a llevar y que se quitaba en cuanto podía.
Después decidió dar un paseo, visitar a la familia de Kat y hablarles de lo que podía ofrecerles, especialmente por las chicas.
Pero antes de que pudiera llegar, se encontró allí con Erika, a la que saludó a lo lejos, esperando que se acercara. Se preguntaba si vendría de trabajar o quizá había llegado justo a tiempo para evitar que hiciera algo que él deseaba impedir.
Ander — Distrito 7 — con Erika
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Los días comenzaban a ser más largos que las noches. Cada vez era más difícil escapar del calor que se colaba por las ventanas y los tejados de las casas. Muchos marchaban a trabajar antes de tiempo para encontrar refugio bajo las ramas de los árboles de los densos bosques que enmarcaban al distrito. Aun así, a veces de la tierra ascendía el calor que se había acumulado durante el día, y cuando se mezclaba con la humedad del ambiente, había a quien se le hacía difícil respirar.
En los peores días, y teniendo en cuenta que, en teoría, Erika no podía trabajar, la muchacha aprovechaba para terminar otros menesteres que hubiese ido posponiendo durante la semana. Pasear por las estrechas callejuelas de su distrito no era tan agradable como perderse en el río que bañaba unas tierras donde nadie se atrevía a cultivar, pero no le quedaba más remedio que conformarse con lo que le había tocado hasta no encontrar nada mejor.
Saludó a varias personas por el camino. No siempre le gustaba cruzarse con sus vecinos cuando salía de casa, porque tenía la sensación de que le hablaban con la pena de saber que había perdido a su hermana, y el tiempo de las condolencias para ella pasó hacía ya mucho tiempo, aunque la herida siguiera abierta. A veces tomaba caminos alternativos, por pasos por los que ya nadie transitaba, aunque fuera a costa de desviarse unos minutos en favor de la tranquilidad. Aquella vez, sin embargo, no lo hizo, y así fue como vio el perfil de Ander dibujarse al otro lado de la calle. Alzó la mano para saludarlo e ignoró las miradas acusadoras de dos mujeres que marchaban por su lado. No todo el mundo podía entender cómo Erika podía no tenerle rencor al vencedor de los Juegos del Hambre que se llevaron a su hermana, pero tanto ella como sus hermanas lo hacían, y con eso le bastaba.
— ¿Qué tal estás? — siempre lo saludaba preguntándole aquello, porque a Erika le daba la impresión de que Ander necesitaría que alguien lo hiciera. — ¿De dónde vienes? — algo había en su rostro que le hacía pensar que no venía de dar un inocente paseo por el distrito, aunque eso, claro, no era asunto suyo, y Ander era libre de interpretarlo como una simple formalidad.
En los peores días, y teniendo en cuenta que, en teoría, Erika no podía trabajar, la muchacha aprovechaba para terminar otros menesteres que hubiese ido posponiendo durante la semana. Pasear por las estrechas callejuelas de su distrito no era tan agradable como perderse en el río que bañaba unas tierras donde nadie se atrevía a cultivar, pero no le quedaba más remedio que conformarse con lo que le había tocado hasta no encontrar nada mejor.
Saludó a varias personas por el camino. No siempre le gustaba cruzarse con sus vecinos cuando salía de casa, porque tenía la sensación de que le hablaban con la pena de saber que había perdido a su hermana, y el tiempo de las condolencias para ella pasó hacía ya mucho tiempo, aunque la herida siguiera abierta. A veces tomaba caminos alternativos, por pasos por los que ya nadie transitaba, aunque fuera a costa de desviarse unos minutos en favor de la tranquilidad. Aquella vez, sin embargo, no lo hizo, y así fue como vio el perfil de Ander dibujarse al otro lado de la calle. Alzó la mano para saludarlo e ignoró las miradas acusadoras de dos mujeres que marchaban por su lado. No todo el mundo podía entender cómo Erika podía no tenerle rencor al vencedor de los Juegos del Hambre que se llevaron a su hermana, pero tanto ella como sus hermanas lo hacían, y con eso le bastaba.
— ¿Qué tal estás? — siempre lo saludaba preguntándole aquello, porque a Erika le daba la impresión de que Ander necesitaría que alguien lo hiciera. — ¿De dónde vienes? — algo había en su rostro que le hacía pensar que no venía de dar un inocente paseo por el distrito, aunque eso, claro, no era asunto suyo, y Ander era libre de interpretarlo como una simple formalidad.
Erika — Distrito 7 — con Ander
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Ander dibujó una leve sonrisa al acercarse Erika. Era una sonrisa triste, pero sincera, no como las que se forzaba a poner cuando estaba en el Capitolio y las cámaras estaban encendidas. Si bien, nunca estaba seguro de que no hubiera algún dron sobrevolando su posición para asegurarse de que no hiciera nada inapropiado... era propiedad del Capitolio, no podía olvidarlo.
- No tengo derecho a quejarme. -Respondió a su pregunta. No muchas veces lo hacía con esas palabras, solo cuando de verdad decía lo que pensaba. En otras ocasiones, si no quería hablar del tema un "bien" bastaba. Pero nunca decía "mal", no podía hacerlo cuando otros habían perdido la vida en su lugar. Si bien, conociendo lo que había después de los Juegos, solo su familia hacía que prefiriese seguir con vida.
- He vuelto del Capitolio hace unas horas, necesitaba estirar las piernas. -El tren era un lujo, claro, pero él prefería pisar la tierra, las plantas y estar rodeado del bosque.- Y quería hablar con vosotros. ¿Quieres que demos un paseo? -Ofreció, pues no le habían pasado desapercibidas las miradas de algunas personas que había por la calle.- Y mientras caminamos me cuentas cómo estáis vosotros.
- No tengo derecho a quejarme. -Respondió a su pregunta. No muchas veces lo hacía con esas palabras, solo cuando de verdad decía lo que pensaba. En otras ocasiones, si no quería hablar del tema un "bien" bastaba. Pero nunca decía "mal", no podía hacerlo cuando otros habían perdido la vida en su lugar. Si bien, conociendo lo que había después de los Juegos, solo su familia hacía que prefiriese seguir con vida.
- He vuelto del Capitolio hace unas horas, necesitaba estirar las piernas. -El tren era un lujo, claro, pero él prefería pisar la tierra, las plantas y estar rodeado del bosque.- Y quería hablar con vosotros. ¿Quieres que demos un paseo? -Ofreció, pues no le habían pasado desapercibidas las miradas de algunas personas que había por la calle.- Y mientras caminamos me cuentas cómo estáis vosotros.
Ander — Distrito 7 — con Erika
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Desde el Capitolio se animaba a los jóvenes en los distritos a participar en los Juegos del Hambre con la promesa de una gloriosa vida como vencedores una vez regresaran de la arena. En teoría, tendrían todo lo que pudieran necesitar, ellos y sus familias, así como un hogar en la Aldea de los Vencedores con comodidades más propias de la capital que de los distritos, y vivirían con la tranquilidad de saber que nunca más tendrían que preocuparse de su sustento, y con el orgullo de haber representado a sus distritos en la arena. En la práctica, a Erika se le encogía el corazón cuando se encontraba con la mirada de Ander. No era así como recordaba al amigo de su hermana cuando venía a visitarlas de vez en cuando.
En sus memorias, Ander era un muchacho jovial, casi hiperactivo, atento y obstinado, siempre dispuesto a ayudarlas y a hacerlo ladeando una de esas sonrisas suyas de las que parecía que ni siquiera se daba cuenta de que ponía. El distrito entregó a uno de sus mejores muchachos al Capitolio y recibió a cambio a un hombre de rostro ensombrecido y más bien parco en palabras, con los ojos oscurecidos por lo que solo él sabía lo que había visto. Ése no era el Ander que Erika había conocido, pero tampoco era un completo extraño.
— Ya — asintió ella, apartando brevemente la mirada de Ander para comprobar que no hubiese agentes de la paz cerca —. Lo siento — fue la única manera que se le ocurrió de expresarle su simpatía. No podía imaginar lo que significaba vivir bajo el escrutinio del Capitolio, y, por alguna razón, pensar en ello la inquietaba más que la posibilidad de ir a los Juegos —. Sí, mejor — ella también se había dado cuenta de que estaban recibiendo más miradas de las que cualquiera de los dos estaba dispuesto a soportar —. Vamos.
Abandonaron los pasos más concurridos en favor de los senderos que se perdían en los rincones de los bosques aún no tomados por la industria maderera. Erika miró a su alrededor y, tras asegurarse de que no había nadie descansando entre los pinos, se volvió a Ander.
— Ahora en serio — se detuvo —. ¿Cómo lo estás llevando?
En sus memorias, Ander era un muchacho jovial, casi hiperactivo, atento y obstinado, siempre dispuesto a ayudarlas y a hacerlo ladeando una de esas sonrisas suyas de las que parecía que ni siquiera se daba cuenta de que ponía. El distrito entregó a uno de sus mejores muchachos al Capitolio y recibió a cambio a un hombre de rostro ensombrecido y más bien parco en palabras, con los ojos oscurecidos por lo que solo él sabía lo que había visto. Ése no era el Ander que Erika había conocido, pero tampoco era un completo extraño.
— Ya — asintió ella, apartando brevemente la mirada de Ander para comprobar que no hubiese agentes de la paz cerca —. Lo siento — fue la única manera que se le ocurrió de expresarle su simpatía. No podía imaginar lo que significaba vivir bajo el escrutinio del Capitolio, y, por alguna razón, pensar en ello la inquietaba más que la posibilidad de ir a los Juegos —. Sí, mejor — ella también se había dado cuenta de que estaban recibiendo más miradas de las que cualquiera de los dos estaba dispuesto a soportar —. Vamos.
Abandonaron los pasos más concurridos en favor de los senderos que se perdían en los rincones de los bosques aún no tomados por la industria maderera. Erika miró a su alrededor y, tras asegurarse de que no había nadie descansando entre los pinos, se volvió a Ander.
— Ahora en serio — se detuvo —. ¿Cómo lo estás llevando?
Erika — Distrito 7 — con Ander
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Asintió a la respuesta de Erika, aunque más bien era un modo de bajar la cabeza y ocultar su tristeza. No quería cargar con ella a Erika y su familia, después de todo ellos habían perdido a Kat y su situación no había "mejorado" como la de su familia. Al menos de momento.
Empezaron a caminar hacia una zona más apartada y tranquila, entre los árboles donde se podía respirar de verdad. Donde se sentía en casa aún más que en aquella villa donde vivía ahora.
Se tomó unos instantes antes de responder a Erika.- Sigo vivo. -Que era todo lo que podía decir. Dejó un momento más antes de proseguir, porque sabía que así no la tranquilizaría, si es que había modo alguno de hacerlo.
- Ya sabes cómo es todo eso. -Se lo había contado antes.- Cámaras, gente que quiere hablar conmigo sobre lo que pasó, de mi gran proeza. Como si tuviese algo por lo que presumir. -No había nada de lo que sentirse orgulloso.- Entrevistas, fiestas, citas... -De las que prefería no hablar.- Y lo peor es cuando mencionan a Kat... -Terminó confesando.- han decidido vender una historia, dejar que todo el mundo piense que si no disfruto como se supone que debería, como hacen los de los primeros distritos, es por ella. -Pateó una piedra para dejar salir su frustración de algún modo, porque no quería ver la cara de Erika al saber lo que decían de su hermana, como la usaban de ese modo, aún cuando ya no estaba.
Empezaron a caminar hacia una zona más apartada y tranquila, entre los árboles donde se podía respirar de verdad. Donde se sentía en casa aún más que en aquella villa donde vivía ahora.
Se tomó unos instantes antes de responder a Erika.- Sigo vivo. -Que era todo lo que podía decir. Dejó un momento más antes de proseguir, porque sabía que así no la tranquilizaría, si es que había modo alguno de hacerlo.
- Ya sabes cómo es todo eso. -Se lo había contado antes.- Cámaras, gente que quiere hablar conmigo sobre lo que pasó, de mi gran proeza. Como si tuviese algo por lo que presumir. -No había nada de lo que sentirse orgulloso.- Entrevistas, fiestas, citas... -De las que prefería no hablar.- Y lo peor es cuando mencionan a Kat... -Terminó confesando.- han decidido vender una historia, dejar que todo el mundo piense que si no disfruto como se supone que debería, como hacen los de los primeros distritos, es por ella. -Pateó una piedra para dejar salir su frustración de algún modo, porque no quería ver la cara de Erika al saber lo que decían de su hermana, como la usaban de ese modo, aún cuando ya no estaba.
Ander — Distrito 7 — con Erika
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Erika escudriñó el rostro de Ander para tratar de hallar en su gesto la respuesta que aún no había pronunciado. Resultaba evidente que todo aquello lo estaba superando. Ella no podía imaginárselo, claro, pero intuía que la vida de un vencedor era demasiado distinta a la que había llevado hasta entonces, y se le hacía difícil pensar en lo que estaba ocurriéndole a Ander sin que se le hiciese un nudo en la garganta.
Cuando por fin habló, le ofreció una respuesta tan sencilla como devastadora. Erika tuvo que hacer un esfuerzo por espantar las lágrimas que amenazaban con desbordársele por las mejillas. Apartó la vista, respiró hondo y trató de tragarse los recuerdos que se cernían sobre sus pensamientos. Llevaba un tiempo tratando de borrar a Kat de sus memorias. Le resultaba más sencillo sobrellevar así su pérdida. Todos sus pensamientos, como cursos de agua, desembocaban en el mismo lugar, y Erika volvía a ver a su hermana morir en el baño de sangre de la cornucopia.
— Sí — se sorprendió diciendo, sin pensar demasiado en ello —. Sigues vivo — añadió, antes de quedarse callada para que Ander siguiera hablando.
Por más que se lo explicaba, Erika no terminaba de comprender lo que ocurría en El Capitolio. El nivel de vida entre la capital y los distritos era muy dispar, pero, tal y como lo planteaba Ander, parecía que la realidad se desdoblaba en la miseria que habían conocido hasta el momento y la obscena opulencia de la que se hacía gala en el corazón de Panem. Erika no podía imaginarse a Ander integrándose en esa frivolidad, y, por lo visto, él tampoco era capaz de hacerlo.
— Qué crueldad — musitó, agradeciendo que las cámaras del Capitolio no enfocasen a las familias de los tributos fallecidos en la arena, deseando que su anonimato fuera eterno, si era ese el precio de la fama.
Cuando Ander continuó relatando en qué se había convertido su vida, Erika no supo qué decir. No tenía palabras que pudieran consolarlo, ni la forma de evitar que se lo llevasen en el tren en el que viajaba él solo. Ander no tenía más remedio que enfrentarse a ello sin ningún apoyo, y en cierto sentido le recordó la importencia que ella había sentido cuando se dio cuenta de que, al fallecer Kat, caían sobre ella todas las responsabilidades que su hermana mayor había estado sosteniendo durante tanto tiempo.
Las palabras no bastaban para abarcar la rabia, la frustración, el desamparo o la otredad que uno y otro estaban experimentando. Por un instante pensó en acercarse a él, pero contuvo el aliento ante la idea de romper las barreras que la arena había alzado a su alrededor, y cuando mencionó a su hermana, alzó la vista para tratar de encontrar su mirada, pero no lo logró.
— ¿Una historia? — No terminaba de comprender a qué podía referirse, ni por qué resultaría de interés a El Capitolio la historia de una de las tantas tributos que habían enviado a morir en la arena. — ¿Qué tipo de historia? — frunció el ceño. — ¿Están usando a mi hermana para justificar que te comportes como un ser humano y no estés celebrando tu victoria como los profesionales? — Miró a su alrededor y buscó un tronco contra el que apoyarse, previniendo las náuseas que se le vendrían encima cuando Ander le diese los detalles que le había pedido. — Supongo que era mucho pedir que la dejasen tranquila — agregó, sacudiendo la cabeza —. ¿También te hacen a ti parte de eso? ¿No tienen suficiente con lo que te han hecho?
Cuando por fin habló, le ofreció una respuesta tan sencilla como devastadora. Erika tuvo que hacer un esfuerzo por espantar las lágrimas que amenazaban con desbordársele por las mejillas. Apartó la vista, respiró hondo y trató de tragarse los recuerdos que se cernían sobre sus pensamientos. Llevaba un tiempo tratando de borrar a Kat de sus memorias. Le resultaba más sencillo sobrellevar así su pérdida. Todos sus pensamientos, como cursos de agua, desembocaban en el mismo lugar, y Erika volvía a ver a su hermana morir en el baño de sangre de la cornucopia.
— Sí — se sorprendió diciendo, sin pensar demasiado en ello —. Sigues vivo — añadió, antes de quedarse callada para que Ander siguiera hablando.
Por más que se lo explicaba, Erika no terminaba de comprender lo que ocurría en El Capitolio. El nivel de vida entre la capital y los distritos era muy dispar, pero, tal y como lo planteaba Ander, parecía que la realidad se desdoblaba en la miseria que habían conocido hasta el momento y la obscena opulencia de la que se hacía gala en el corazón de Panem. Erika no podía imaginarse a Ander integrándose en esa frivolidad, y, por lo visto, él tampoco era capaz de hacerlo.
— Qué crueldad — musitó, agradeciendo que las cámaras del Capitolio no enfocasen a las familias de los tributos fallecidos en la arena, deseando que su anonimato fuera eterno, si era ese el precio de la fama.
Cuando Ander continuó relatando en qué se había convertido su vida, Erika no supo qué decir. No tenía palabras que pudieran consolarlo, ni la forma de evitar que se lo llevasen en el tren en el que viajaba él solo. Ander no tenía más remedio que enfrentarse a ello sin ningún apoyo, y en cierto sentido le recordó la importencia que ella había sentido cuando se dio cuenta de que, al fallecer Kat, caían sobre ella todas las responsabilidades que su hermana mayor había estado sosteniendo durante tanto tiempo.
Las palabras no bastaban para abarcar la rabia, la frustración, el desamparo o la otredad que uno y otro estaban experimentando. Por un instante pensó en acercarse a él, pero contuvo el aliento ante la idea de romper las barreras que la arena había alzado a su alrededor, y cuando mencionó a su hermana, alzó la vista para tratar de encontrar su mirada, pero no lo logró.
— ¿Una historia? — No terminaba de comprender a qué podía referirse, ni por qué resultaría de interés a El Capitolio la historia de una de las tantas tributos que habían enviado a morir en la arena. — ¿Qué tipo de historia? — frunció el ceño. — ¿Están usando a mi hermana para justificar que te comportes como un ser humano y no estés celebrando tu victoria como los profesionales? — Miró a su alrededor y buscó un tronco contra el que apoyarse, previniendo las náuseas que se le vendrían encima cuando Ander le diese los detalles que le había pedido. — Supongo que era mucho pedir que la dejasen tranquila — agregó, sacudiendo la cabeza —. ¿También te hacen a ti parte de eso? ¿No tienen suficiente con lo que te han hecho?
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A veces se sentía como una carga para aquellos que estaban a su alrededor, un lastre que les obligaba a vivir de una determinada forma. Después de todo, ahora estaban atados al Capitolio de alguna forma y a diferencia de los primeros distritos para ellos eso les apartaba de todo lo que conocían.
Y a la vez, sabía que su familia se sentía agradecida, por su vuelta, por no volver a pasar penurias... por eso no podía hablar con ninguno de sus hermanos de lo que ocurría cuando se marchaba o de cómo era volver. Ni siquiera Birch era capaz de darse cuenta de que su vida distaba mucho de ser el camino de rosas que vendían.
En cambio Erika le daba esa opción.
Ella entendía parte del peso que llevaba. El de la pérdida. Y en cierto modo él se aferraba a ese vínculo para sentirse un poco menos solo. Pese a que la culpabilidad nunca dejaría de acecharle.
Pero si podía hablar con alguien de cómo se le revolvían las tripas cada vez que uno de esos emperifollados mencionaba a su amiga, era con ella. Quería que estuviera avisada, que lo supiera si llegaban a ver algún anuncio o cualquier cosa parecida, si alguien decía algo.
- Erika, para ellos salir victorioso y tener ocasión de participar de la vida en el Capitolio es algo por lo que debería estar dando gracias a cada hora. -Respondió, algo monocorde, sin emoción alguna.- Tienen críos entrenando expresamente para presentarse voluntariamente a los juegos. -Y una de sus proezas fue acabar con uno de esos profesionales. Se lo recordaban bastante a menudo, nadie había apostado por él hasta ese momento. Luego estaban los que mentían y decían haberlo sabido desde el primer segundo, haber visto ese brillo del vencedor en sus ojos... el brillo de un asesino, quizá.- No quieren ver otra realidad que no sea esa.
Y esa era una de las razones por las que habían sacado a Kat a la luz de nuevo, porque en su mundo maravilloso solo eso podía justificar que no fuera el más feliz y encantador del mundo.- Han echo correr el rumor de que Kat y yo éramos más que amigos y compañeros. Que la echo tanto de menos que no puedo apreciar todo lo que se me ofrece. -Tragó saliva, despreciándose a sí mismo por estar contándole todo eso.- Yo... lo siento, Erika, no he podido evitarlo. -Y lo que no era capaz de decir era que en parte agradecía esa historia, el alivio que le suponía no tener que fingir como todos los demás, poder mostrarse hasta cierto punto como de verdad se sentía.
Y a la vez, sabía que su familia se sentía agradecida, por su vuelta, por no volver a pasar penurias... por eso no podía hablar con ninguno de sus hermanos de lo que ocurría cuando se marchaba o de cómo era volver. Ni siquiera Birch era capaz de darse cuenta de que su vida distaba mucho de ser el camino de rosas que vendían.
En cambio Erika le daba esa opción.
Ella entendía parte del peso que llevaba. El de la pérdida. Y en cierto modo él se aferraba a ese vínculo para sentirse un poco menos solo. Pese a que la culpabilidad nunca dejaría de acecharle.
Pero si podía hablar con alguien de cómo se le revolvían las tripas cada vez que uno de esos emperifollados mencionaba a su amiga, era con ella. Quería que estuviera avisada, que lo supiera si llegaban a ver algún anuncio o cualquier cosa parecida, si alguien decía algo.
- Erika, para ellos salir victorioso y tener ocasión de participar de la vida en el Capitolio es algo por lo que debería estar dando gracias a cada hora. -Respondió, algo monocorde, sin emoción alguna.- Tienen críos entrenando expresamente para presentarse voluntariamente a los juegos. -Y una de sus proezas fue acabar con uno de esos profesionales. Se lo recordaban bastante a menudo, nadie había apostado por él hasta ese momento. Luego estaban los que mentían y decían haberlo sabido desde el primer segundo, haber visto ese brillo del vencedor en sus ojos... el brillo de un asesino, quizá.- No quieren ver otra realidad que no sea esa.
Y esa era una de las razones por las que habían sacado a Kat a la luz de nuevo, porque en su mundo maravilloso solo eso podía justificar que no fuera el más feliz y encantador del mundo.- Han echo correr el rumor de que Kat y yo éramos más que amigos y compañeros. Que la echo tanto de menos que no puedo apreciar todo lo que se me ofrece. -Tragó saliva, despreciándose a sí mismo por estar contándole todo eso.- Yo... lo siento, Erika, no he podido evitarlo. -Y lo que no era capaz de decir era que en parte agradecía esa historia, el alivio que le suponía no tener que fingir como todos los demás, poder mostrarse hasta cierto punto como de verdad se sentía.
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La última edición de los juegos los había herido de muerte y, sin embargo, ni Ander ni Erika podían dejarse ir. El mismo hierro candente les había atravesado la piel para marcarlos de por vida allá donde las vendas nunca los podrían sanar. Ninguna medicina podría aliviar sus males, ni siquiera ellos mismos los entendían. ¿Qué era lo que sentían? ¿Era odio? ¿Era rabia? ¿Era dolor? ¿Era miedo ante los cambios o era algo diferente a todo lo demás?
Erika sentía su consciencia alejada de sí misma. Por una parte, tenía la dolorsa certeza de que todo lo que estaba ocurriendo era cierto, de que su vida había cambiado para siempre y de que le llevaría un tiempo aprender a gestionar todo aquello. Por otra, no lograba hacerse a la idea de que su nueva rutina sería la que la acompañase durante el resto de sus días, y seguía esperando, aunque cada vez con menos frecuencia, que su hermana mayor la despertase para avisarla de que marchaba a trabajar y de que se ocupara ella de darle el desayuno a las demás. Y en ese precario equilibrio se sostenía, a veces con una tranquilidad pasmosa, a veces a punto de estallar.
Ese día en particular, la balanza se inclinó más hacia el dolor de la herida que seguía desgarrándole las entrañas, que la instaba a seguir hablando sobre lo que había ocurrido, aunque fuera a momentos, a trazos, incapaz de soportar un relato completo de lo que había sucedido en los juegos.
— Lo sé — se revolvió ante la idea de tener que enfrentarse a las máquinas de matar de los mejores distritos del país.
A Erika los juegos no le resultaban del todo ajenos, aunque nunca hubiese participado en ellos había tenido la ocasión de charlar con algunos de sus amigos y compañeros sobre qué harían si fuera su tesela la que saliera de las urnas el día de la Cosecha. «Yo iría a por un agente de la paz», le dijo Jonás. «Mejor morir de un tiro que no desangrado en la arena.»
Ander respondió a su pregunta y Erika se encontró a sí misma deseando que no lo hubiera hecho. Las palabras del muchacho se fueron difuminando conforme las pronunciaba. Tuvo que hacer un auténtico esfuerzo por entenderlas, se obligó a escucharlas y calló cuando terminó de hablar. No podría haber dicho nada ni aunque así lo hubiese querido: se le habían vaciado de aire los pulmones y llenado de arena la garganta. Dentro de ella se levantó una tempestad que la sumergió en un torbellino de memorias, imágenes de la arena, conversaciones en la fábrica, en las afueras. Cayeron una a una las teselas de sus recuerdos hasta formar un dibujo.
¿Era esa la razón para su mal aspecto?
Al cabo de un tiempo que no supo cuantificar, se dio cuenta de que se había prolongado demasiado el silencio, y entonces decidió hablar.
— Pero… no fue así — pronunció las palabras con cautela, como si fuesen de cristal —. ¿Verdad? — alzó la vista para cruzarse con su mirada.
Erika sentía su consciencia alejada de sí misma. Por una parte, tenía la dolorsa certeza de que todo lo que estaba ocurriendo era cierto, de que su vida había cambiado para siempre y de que le llevaría un tiempo aprender a gestionar todo aquello. Por otra, no lograba hacerse a la idea de que su nueva rutina sería la que la acompañase durante el resto de sus días, y seguía esperando, aunque cada vez con menos frecuencia, que su hermana mayor la despertase para avisarla de que marchaba a trabajar y de que se ocupara ella de darle el desayuno a las demás. Y en ese precario equilibrio se sostenía, a veces con una tranquilidad pasmosa, a veces a punto de estallar.
Ese día en particular, la balanza se inclinó más hacia el dolor de la herida que seguía desgarrándole las entrañas, que la instaba a seguir hablando sobre lo que había ocurrido, aunque fuera a momentos, a trazos, incapaz de soportar un relato completo de lo que había sucedido en los juegos.
— Lo sé — se revolvió ante la idea de tener que enfrentarse a las máquinas de matar de los mejores distritos del país.
A Erika los juegos no le resultaban del todo ajenos, aunque nunca hubiese participado en ellos había tenido la ocasión de charlar con algunos de sus amigos y compañeros sobre qué harían si fuera su tesela la que saliera de las urnas el día de la Cosecha. «Yo iría a por un agente de la paz», le dijo Jonás. «Mejor morir de un tiro que no desangrado en la arena.»
Ander respondió a su pregunta y Erika se encontró a sí misma deseando que no lo hubiera hecho. Las palabras del muchacho se fueron difuminando conforme las pronunciaba. Tuvo que hacer un auténtico esfuerzo por entenderlas, se obligó a escucharlas y calló cuando terminó de hablar. No podría haber dicho nada ni aunque así lo hubiese querido: se le habían vaciado de aire los pulmones y llenado de arena la garganta. Dentro de ella se levantó una tempestad que la sumergió en un torbellino de memorias, imágenes de la arena, conversaciones en la fábrica, en las afueras. Cayeron una a una las teselas de sus recuerdos hasta formar un dibujo.
¿Era esa la razón para su mal aspecto?
Al cabo de un tiempo que no supo cuantificar, se dio cuenta de que se había prolongado demasiado el silencio, y entonces decidió hablar.
— Pero… no fue así — pronunció las palabras con cautela, como si fuesen de cristal —. ¿Verdad? — alzó la vista para cruzarse con su mirada.
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Ander se había acostumbrado a torturarse mentalmente, a absorber la culpa por todo lo que pasaba a su alrededor. Le aliviaba en cierto modo, saber que se lo merecía. Todo el mal y el daño que sentía, era por su mal hacer, por no haber cuidado de Kat, por no haber sido lo bastante fuerte... por hacer que el rostro de Erika se tornase en dolor y dibujara aquella expresión.
Deseaba borrar sus palabras, el dolor que estaba causando, pero no sabía cómo y pensaba con sinceridad que ella preferiría saber que esas historias existían y hacerlo por alguien cercano, antes que por cualquier otro con mala intención.
Se acercó un paso hacia ella, alzando la mano para ponerla en su hombro, escaso consuelo, pero el único que podía ofrecer. Sin embargo, el gesto se detuvo ahí y la sorpresa cubrió su rostro por un instante.
- No, no era así. No del todo. -Respondió, dejando caer su mano hasta que topó con su costado y llevando su vista hasta los árboles que les ocultaban en sombras.- Kat era mi mejor amiga, y la quería... como a una hermana. -Aclaró, buscando sus ojos, sabía que entendería ese sentimiento.- Ella y yo nunca... ni siquiera lo pensamos. -Quizá de niños habían bromeado, compartido un beso a modo de prueba, juegos infantiles que les descubrieron que no se veían de ese modo.
Deseaba borrar sus palabras, el dolor que estaba causando, pero no sabía cómo y pensaba con sinceridad que ella preferiría saber que esas historias existían y hacerlo por alguien cercano, antes que por cualquier otro con mala intención.
Se acercó un paso hacia ella, alzando la mano para ponerla en su hombro, escaso consuelo, pero el único que podía ofrecer. Sin embargo, el gesto se detuvo ahí y la sorpresa cubrió su rostro por un instante.
- No, no era así. No del todo. -Respondió, dejando caer su mano hasta que topó con su costado y llevando su vista hasta los árboles que les ocultaban en sombras.- Kat era mi mejor amiga, y la quería... como a una hermana. -Aclaró, buscando sus ojos, sabía que entendería ese sentimiento.- Ella y yo nunca... ni siquiera lo pensamos. -Quizá de niños habían bromeado, compartido un beso a modo de prueba, juegos infantiles que les descubrieron que no se veían de ese modo.
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Al cuarto día de ayuno, Erika tuvo que ceder y obligarse a comer. Era irónico pensar en que ahora que se había convertido en la proveedora principal de alimento de su familia era cuando más le costaba tomar de su plato más que un par de cucharadas. La conversación que había tenido con Ander le había anudado el estómago. El hambre había desaparecido, y de haber sido por Erika, habría estado el resto de la semana sin comer nada, pero como los efectos del ayuno habían empezado a hacerse evidentes en la falta de fuerza que empezaba a demostrar para seguir el ritmo en casa y en el trabajo, no le había quedado más remedio que fingir que no era incapaz de terminar nada de lo que le pusieran en el plato.
A causa de su mal humor había empezado a estar más esquiva con sus hermanas. No le apetecía hablar con nadie sobre el motivo de su antipatía, tenía la sensación de que nadie la entendería. Ni siquiera ella alcanzaba a comprender la maraña de sentimientos y recuerdos que le había oscurecido las ideas. Tampoco tenía ganas de indagar en ello. Había empezado a funcionar como una autómata. Se levantaba, arreglaba a sus hermanas, marchaba a trabajar, volvía, se acostaba, fingía dormir y vuelta a empezar.
No hablaba con nadie en la serrería, y lo cierto es que le resultaba más fácil soportar las miradas cargadas de pena y curiosidad que le dirigían cuando fingía estar sola en el desempeño de sus tareas. En un par de ocasiones vio que algún compañero trataba de quedarse para hablar con ella, pero Erika se marchaba rápidamente a empezar otra cosa que requisiera toda su atención.
Llegó el final de su turno con la estridencia de la sirena y Erika terminó de recoger su puesto de trabajo. Se encaminó hacia la salida tratando de camuflarse entre el resto de trabajadores de la serrería.
— No creo que vuelva a aparecer por aquí — comentaba Pyke, un hombre fornido, de piel tostada, al que le faltaban varios dedos de la mano izquierda —. Al fin y al cabo, ya no lo necesita.
— No, claro que no — convino una mujer que cojeaba al andar —. Yo tampoco volvería, ¿sabes?
— Y menos si tuvieras a medio Capitolio a tus pies.
Erika contuvo el aliento, pero siguió andando. No había escuchado toda la conversación, aunque eso no le hizo falta para saber de quién estaban hablando.
— Le veo más por la televisión que por el distrito. Te lo digo en serio, Sab, creo que el chico ha desaparecido.
— Lo que le pasa es que tiene asuntos más importantes que atender — replicó ella imitando el pomposo tono de voz del locutor de las noticias —. ¡Ja! Seguro que está disfrutando de lo lindo de todos los lujos que le dan a los vencedores.
— Y seguro que ya no le da tanta pena haber dejado a Kat muriéndose en la arena.
— No, claro que no. Seguro que contaba con ello.
Erika se tragó la rabia y sintió cómo se le inflamaba el pecho de ira. Notó varias miradas clavadas en su piel. Aceleró el paso hasta ponerse a la altura de los conversantes para alzar la voz.
— Vaya, no sabía que teníamos aquí a los cronistas oficiales de los Juegos — ironizó. Ambos se sobresaltaron y Pyke no supo qué decir cuando reconoció a Erika —. Os voy a dar un consejo: la próxima vez que vayáis a hablar de los tributos muertos, aseguraos primero de que ninguno de sus familiares está presente.
— Erika, yo… — empezó él, cohibido.
— No sé cómo puedes hablar así de ella — le espetó —, ni de cómo te has olvidado de que Ander era el mejor amigo de mi hermana. ¿Crees que para él resulta fácil toda esta situación? ¿Habrías podido soportarlo? — Varios trabajadores y transeúntes se habían detenido a mirar. Pyke y Sab no dijeron nada. — Eso creía yo.
A causa de su mal humor había empezado a estar más esquiva con sus hermanas. No le apetecía hablar con nadie sobre el motivo de su antipatía, tenía la sensación de que nadie la entendería. Ni siquiera ella alcanzaba a comprender la maraña de sentimientos y recuerdos que le había oscurecido las ideas. Tampoco tenía ganas de indagar en ello. Había empezado a funcionar como una autómata. Se levantaba, arreglaba a sus hermanas, marchaba a trabajar, volvía, se acostaba, fingía dormir y vuelta a empezar.
No hablaba con nadie en la serrería, y lo cierto es que le resultaba más fácil soportar las miradas cargadas de pena y curiosidad que le dirigían cuando fingía estar sola en el desempeño de sus tareas. En un par de ocasiones vio que algún compañero trataba de quedarse para hablar con ella, pero Erika se marchaba rápidamente a empezar otra cosa que requisiera toda su atención.
Llegó el final de su turno con la estridencia de la sirena y Erika terminó de recoger su puesto de trabajo. Se encaminó hacia la salida tratando de camuflarse entre el resto de trabajadores de la serrería.
— No creo que vuelva a aparecer por aquí — comentaba Pyke, un hombre fornido, de piel tostada, al que le faltaban varios dedos de la mano izquierda —. Al fin y al cabo, ya no lo necesita.
— No, claro que no — convino una mujer que cojeaba al andar —. Yo tampoco volvería, ¿sabes?
— Y menos si tuvieras a medio Capitolio a tus pies.
Erika contuvo el aliento, pero siguió andando. No había escuchado toda la conversación, aunque eso no le hizo falta para saber de quién estaban hablando.
— Le veo más por la televisión que por el distrito. Te lo digo en serio, Sab, creo que el chico ha desaparecido.
— Lo que le pasa es que tiene asuntos más importantes que atender — replicó ella imitando el pomposo tono de voz del locutor de las noticias —. ¡Ja! Seguro que está disfrutando de lo lindo de todos los lujos que le dan a los vencedores.
— Y seguro que ya no le da tanta pena haber dejado a Kat muriéndose en la arena.
— No, claro que no. Seguro que contaba con ello.
Erika se tragó la rabia y sintió cómo se le inflamaba el pecho de ira. Notó varias miradas clavadas en su piel. Aceleró el paso hasta ponerse a la altura de los conversantes para alzar la voz.
— Vaya, no sabía que teníamos aquí a los cronistas oficiales de los Juegos — ironizó. Ambos se sobresaltaron y Pyke no supo qué decir cuando reconoció a Erika —. Os voy a dar un consejo: la próxima vez que vayáis a hablar de los tributos muertos, aseguraos primero de que ninguno de sus familiares está presente.
— Erika, yo… — empezó él, cohibido.
— No sé cómo puedes hablar así de ella — le espetó —, ni de cómo te has olvidado de que Ander era el mejor amigo de mi hermana. ¿Crees que para él resulta fácil toda esta situación? ¿Habrías podido soportarlo? — Varios trabajadores y transeúntes se habían detenido a mirar. Pyke y Sab no dijeron nada. — Eso creía yo.
Erika — Fábrica — con Ander
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Cuando Erika se marchó, dejándole en el bosque a solas, Ander simplemente se quedó allí.
Sabía que se había pasado, que no tenía que haberle dicho nada. Erika vivía mucho mejor sin tener que saber lo que pasaba en el Capitolio, había sido un jodido egoísta al contárselo solo porque necesitaba hablarlo con alguien, desahogarse y que no le juzgaran o le dijeran que "estaba bien". Quizá lo único que esperaba era algo de compasión.
Se culpó a sí mismo y pagó su frustración golpeando el tronco de aquel árbol hasta hacer sangrar sus nudillos. Solo después se derrumbó, dejando salir el llanto y la tristeza que llevaba dentro del cuerpo.
Llegó a plantearse la idea de no regresar, quedarse en el bosque como alguna vez pensaron él y Kat que podrían hacer con sus familias.
Pero precisamente por su familia tuvo que volver.
Los días siguientes los pasó en su cuarto, encerrado y no queriendo ver a nadie. Se lo podían permitir aunque no dejaban de intentar que comiera algo, consiguiendo que tomara apenas un par de bocados. Cosa que hacía porque sabía el esfuerzo que costaba a otras familias conseguir algo como aquello y porque se estaban esforzando en hacer sus favoritos.
En el Capitolio se mantenía a base de barritas nutritivas o pastillas de suplemento, negándose a comer la mayoría de aquellos horribles inventos culinarios.
Después de hablar con Birch un rato, se enteró de que Erika llevaba días sin comer, que sus hermanas estaban preocupadas. Eso le hizo moverse. No quería pensar que fuera por su culpa, pero lo cierto es que todo apuntaba a que así era.
Tenía que hablar con ella.
Se acercó a la serrería, en el momento del cierre.
Sabía lo que podía pasar si le veían allí, así que se quedó a un lado mientras todos salían, oculto por parte de la maquinaria que quedaba fuera. Así fue como escuchó a Pyke y Sab, y a algún otro, hablar de él y juzgarle.
Eran golpes merecidos, o al menos él sentía que los merecía.
Quizá por eso se sorprendió de que precisamente Erika saliera a defenderle. La escuchó hablar de ese modo y fue el motivo por el que salió de su escondite y empezó a caminar hacia ella. Notaba las miradas de todos sobre él, pero era algo a lo que a las malas se había acostumbrado.
- Erika... -Pronunció, llamando la atención de la chica. Después de todo lo que había hecho, de lo que le había dicho, y estaba ahí, asegurándose de que otros no hablaran mal de él.- Dejales, lo que digan de mi no importa. -Se lo merecía, después de todo. Lo prefería a la alegría que se mostraba en el Capitolio.- Todos habríamos preferido que Kat estuviera aquí. -Afirmó, viendo como esos dos y algún otro bajaba la cabeza.
Pero se centró solo en la chica.- ¿Podemos hablar? -Preguntó, porque no quería imponerle su presencia si lo encontraba tan detestable como había imaginado la última vez cuando se marchó. Que le defendiera no significaba que le quisiera soportar cerca.
Sabía que se había pasado, que no tenía que haberle dicho nada. Erika vivía mucho mejor sin tener que saber lo que pasaba en el Capitolio, había sido un jodido egoísta al contárselo solo porque necesitaba hablarlo con alguien, desahogarse y que no le juzgaran o le dijeran que "estaba bien". Quizá lo único que esperaba era algo de compasión.
Se culpó a sí mismo y pagó su frustración golpeando el tronco de aquel árbol hasta hacer sangrar sus nudillos. Solo después se derrumbó, dejando salir el llanto y la tristeza que llevaba dentro del cuerpo.
Llegó a plantearse la idea de no regresar, quedarse en el bosque como alguna vez pensaron él y Kat que podrían hacer con sus familias.
Pero precisamente por su familia tuvo que volver.
Los días siguientes los pasó en su cuarto, encerrado y no queriendo ver a nadie. Se lo podían permitir aunque no dejaban de intentar que comiera algo, consiguiendo que tomara apenas un par de bocados. Cosa que hacía porque sabía el esfuerzo que costaba a otras familias conseguir algo como aquello y porque se estaban esforzando en hacer sus favoritos.
En el Capitolio se mantenía a base de barritas nutritivas o pastillas de suplemento, negándose a comer la mayoría de aquellos horribles inventos culinarios.
Después de hablar con Birch un rato, se enteró de que Erika llevaba días sin comer, que sus hermanas estaban preocupadas. Eso le hizo moverse. No quería pensar que fuera por su culpa, pero lo cierto es que todo apuntaba a que así era.
Tenía que hablar con ella.
Se acercó a la serrería, en el momento del cierre.
Sabía lo que podía pasar si le veían allí, así que se quedó a un lado mientras todos salían, oculto por parte de la maquinaria que quedaba fuera. Así fue como escuchó a Pyke y Sab, y a algún otro, hablar de él y juzgarle.
Eran golpes merecidos, o al menos él sentía que los merecía.
Quizá por eso se sorprendió de que precisamente Erika saliera a defenderle. La escuchó hablar de ese modo y fue el motivo por el que salió de su escondite y empezó a caminar hacia ella. Notaba las miradas de todos sobre él, pero era algo a lo que a las malas se había acostumbrado.
- Erika... -Pronunció, llamando la atención de la chica. Después de todo lo que había hecho, de lo que le había dicho, y estaba ahí, asegurándose de que otros no hablaran mal de él.- Dejales, lo que digan de mi no importa. -Se lo merecía, después de todo. Lo prefería a la alegría que se mostraba en el Capitolio.- Todos habríamos preferido que Kat estuviera aquí. -Afirmó, viendo como esos dos y algún otro bajaba la cabeza.
Pero se centró solo en la chica.- ¿Podemos hablar? -Preguntó, porque no quería imponerle su presencia si lo encontraba tan detestable como había imaginado la última vez cuando se marchó. Que le defendiera no significaba que le quisiera soportar cerca.
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Ninguno de los interpelados se atrevía a contestar. Erika sabía por qué callaban: les daba tanta pena que no sabían qué decir. Se mordió la lengua para no decir nada más. Toda la serrería la miraba, hasta que dejó de hacerlo. Entonces se giró, ceñuda, allá donde los trabajadores dirigían la vista, y cuando distinguió a Ander entre el gentío, sintió los pulmones vaciarse de aire.
Tendría que haber supuesto que ocurriría tarde o temprano. No podía huir de Ander indefinidamente, y lo cierto es que tampoco quería hacerlo. Ni siquiera estaba enfadada con él. De hecho, ni ella misma sabía lo que le ocurría, ni de dónde le salió la voz cuando volvió a hablar para defender a Ander ante el resto del distrito.
— Sí que importa — insistió ella con la garganta de arena —. Por tu victoria nos han entregado el cargamento de suministros del que estamos viviendo — El Capitolio recompensaba generosamente a sus vencedores y, en menor medida, a sus distritos —. Gracias a eso somos muchos los que no tendremos que preocuparnos más de la cuenta por conseguir algo de comida.
Aquello encendió murmullos, aunque nadie se atrevió a decir nada en voz alta. Erika contuvo la respiración cuando Ander se acercó a ella y decidió hacer lo mismo. Ya había tenido suficiente. Algo tenía el tono del chico que hizo que sintiera una punzada en el pecho. Lo miró a los ojos un instante antes de responder.
— Claro que sí — dijo finalmente —. Vámonos de aquí.
Lo tomó de la muñeca y se lo llevó al exterior de la serrería. Allí lo soltó, caminaron juntos hacia los límites del bosque. Erika los guió a través de los caminos por los que fluía el río. Marcharon en silencio durante un tiempo; primero, porque preferían no hablar si sabían que había alguien que los podía escuchar; y segundo, porque ninguno de los dos tenía muy claro qué decir.
— Siento lo de la serrería — empezó ella casi a trompicones. Carraspeó, se aclaró la garganta y las ideas y continuó —. Y también lo del otro día —. ¿Debería habérselo callado? Ya no importaba, porque siguió hablando. — No tendría que… — se le hizo un nudo en la garganta al recordar el motivo de su marcha y no terminó la frase.
Tendría que haber supuesto que ocurriría tarde o temprano. No podía huir de Ander indefinidamente, y lo cierto es que tampoco quería hacerlo. Ni siquiera estaba enfadada con él. De hecho, ni ella misma sabía lo que le ocurría, ni de dónde le salió la voz cuando volvió a hablar para defender a Ander ante el resto del distrito.
— Sí que importa — insistió ella con la garganta de arena —. Por tu victoria nos han entregado el cargamento de suministros del que estamos viviendo — El Capitolio recompensaba generosamente a sus vencedores y, en menor medida, a sus distritos —. Gracias a eso somos muchos los que no tendremos que preocuparnos más de la cuenta por conseguir algo de comida.
Aquello encendió murmullos, aunque nadie se atrevió a decir nada en voz alta. Erika contuvo la respiración cuando Ander se acercó a ella y decidió hacer lo mismo. Ya había tenido suficiente. Algo tenía el tono del chico que hizo que sintiera una punzada en el pecho. Lo miró a los ojos un instante antes de responder.
— Claro que sí — dijo finalmente —. Vámonos de aquí.
Lo tomó de la muñeca y se lo llevó al exterior de la serrería. Allí lo soltó, caminaron juntos hacia los límites del bosque. Erika los guió a través de los caminos por los que fluía el río. Marcharon en silencio durante un tiempo; primero, porque preferían no hablar si sabían que había alguien que los podía escuchar; y segundo, porque ninguno de los dos tenía muy claro qué decir.
— Siento lo de la serrería — empezó ella casi a trompicones. Carraspeó, se aclaró la garganta y las ideas y continuó —. Y también lo del otro día —. ¿Debería habérselo callado? Ya no importaba, porque siguió hablando. — No tendría que… — se le hizo un nudo en la garganta al recordar el motivo de su marcha y no terminó la frase.
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A pesar de su intento de intentar que no se metiera en un lío con los demás, o de que éstos la dejaran estar aunque estuviera defendiendo a alguien a quien despreciara. Además, estaba viendo un dron sobrevolarles, como siempre hacían cuando había un grupo de gente. Seguramente aquella acción quedara grabada, cosa que no le hacía demasiada gracia.
Erika parecía seguir empeñada en defenderle, recordando que su victoria les había dado ciertos privilegios. Si bien esas provisiones de más no dudarían más que un año tras su victoria. Y era quizá lo único, junto con el bienestar de su familia, que podía agradecer de haber salido con vida de la Arena.
Pero saber eso no hacía que quisiera seguir allí en medio, por lo que le pidió a la chica un rato para hablar. Sabiendo todo, esperaba quizá una negativa. Pero ella aceptó y le sacó de allí cogiendo su muñeca.
Ander se dejó llevar sin oponer resistencia hasta que llegaron al bosque y siguieron internándose en él para alejarse de todo lo demás hasta llegar a un sitio donde pudieran sentirse lo bastante a salvo como para hablar.
- No te disculpes. -Dijo, negando por la cabeza.- Lo de la serrería no es cosa tuya. Lo del otro día fue mi culpa. -Expuso.- Siento haberte hablado de eso, por confianza creo que olvidé lo que podía suponer para ti. -En realidad no sabía cómo expresarle sus disculpas sin mencionar que realmente necesitaba soltarlo con alguien que pudiera entenderle. Porque no quería ponerse en el lugar de la víctima, porque al hacerlo le había hecho daño a ella.- Birch me ha dicho que no te encontrabas bien. -Sacó de su bolsillo una barrita energética y se la ofreció.- Te ayudará a recuperarte.
Erika parecía seguir empeñada en defenderle, recordando que su victoria les había dado ciertos privilegios. Si bien esas provisiones de más no dudarían más que un año tras su victoria. Y era quizá lo único, junto con el bienestar de su familia, que podía agradecer de haber salido con vida de la Arena.
Pero saber eso no hacía que quisiera seguir allí en medio, por lo que le pidió a la chica un rato para hablar. Sabiendo todo, esperaba quizá una negativa. Pero ella aceptó y le sacó de allí cogiendo su muñeca.
Ander se dejó llevar sin oponer resistencia hasta que llegaron al bosque y siguieron internándose en él para alejarse de todo lo demás hasta llegar a un sitio donde pudieran sentirse lo bastante a salvo como para hablar.
- No te disculpes. -Dijo, negando por la cabeza.- Lo de la serrería no es cosa tuya. Lo del otro día fue mi culpa. -Expuso.- Siento haberte hablado de eso, por confianza creo que olvidé lo que podía suponer para ti. -En realidad no sabía cómo expresarle sus disculpas sin mencionar que realmente necesitaba soltarlo con alguien que pudiera entenderle. Porque no quería ponerse en el lugar de la víctima, porque al hacerlo le había hecho daño a ella.- Birch me ha dicho que no te encontrabas bien. -Sacó de su bolsillo una barrita energética y se la ofreció.- Te ayudará a recuperarte.
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Erika se soltó el pelo para tener las manos ocupadas con la cinta que lo había sostenido. Siempre que se encontraba ansiosa, necesitaba tener algo en las manos para tratar de relajarse. En aquel momento no quería mostrar su nerviosismo. Era absurdo, porque Ander era casi como de su familia, y ya se conocían lo suficiente como para no andarse con esas tonterías, pero por alguna razón Erika se sentía vulnerable de más cuando estaba a su lado, tal vez por el horror que los había unido.
Pensó que habría sido más sencillo compartir su enfado con Ander con los trabajadores de la serrería. Así podría distraerse del resto de cuestiones que tenía en la cabeza, pero él decidió restarle importancia al asunto y a ella no le quedó más remedio que fruncir los labios y guardar silencio.
— Ya — musitó, apartando brevemente la vista hacia el follaje. No era culpa de ninguno de los dos, claro. De hecho, los murmullos en el distrito eran de esperar, así que, ¿a ella qué le importaba?
Podría haber dicho que era porque esos murmullos también hablaban de su hermana, pero no sabría decir hasta qué punto era eso lo que la molestaba.
Sintió una preocupante opresión en el pecho al oír la disculpa de Ander. La garganta se le había anudado, impidiendo que dijera nada, y las lágrimas comenzaban a picarle en los ojos, aunque estuviera haciendo verdaderos esfuerzos por mantenerlas a raya. Erika se sentía tan culpable que creyó poder ahogarse en su propia pena. Ander había tenido que enfrentarse a las condiciones de la arena, a la muerte del resto de los tributos y a la pérdida de su mejor amiga, ¿y era él quien tenía que disculparse con ella?
— Es que... — susurró — Todavía no...
Dejó la frase inconclusa. ¿Todavía no qué? ¿Lo había aceptado? ¿Llegaría acaso a hacerlo algún día?
Se limpió el rostro con el dorso de la mano y tomó aire para impedirse llorar. Apartó de nuevo la vista cuando Ander mencionó su estado, maldiciendo a Birch por habérselo contado, y cuando volvió a mirarlo observó sus gestos con cierta curiosidad. Tomó lo que le ofrecía y miró la barrita, cuidadosamente envuelta en plástico, colorida de frutas, brillante por algo que tenía que ser miel. El tipo de cosas de las que se disfrutaba en El Capitolio. Algo en su estómago dio un brinco expectante y Erika enrojeció.
— Birch es un exagerado — replicó tratando de quitarle importancia al asunto —. Estoy perfectamente —. Intentó sonar convincente, pero no sabría decir si lo logró. Erika le dio vueltas al envase en las manos, pensativa. Después, levantó la vista y una pregunta surgió de sus labios antes de que pudiera tragársela —. ¿Estabas preocupado?
Pensó que habría sido más sencillo compartir su enfado con Ander con los trabajadores de la serrería. Así podría distraerse del resto de cuestiones que tenía en la cabeza, pero él decidió restarle importancia al asunto y a ella no le quedó más remedio que fruncir los labios y guardar silencio.
— Ya — musitó, apartando brevemente la vista hacia el follaje. No era culpa de ninguno de los dos, claro. De hecho, los murmullos en el distrito eran de esperar, así que, ¿a ella qué le importaba?
Podría haber dicho que era porque esos murmullos también hablaban de su hermana, pero no sabría decir hasta qué punto era eso lo que la molestaba.
Sintió una preocupante opresión en el pecho al oír la disculpa de Ander. La garganta se le había anudado, impidiendo que dijera nada, y las lágrimas comenzaban a picarle en los ojos, aunque estuviera haciendo verdaderos esfuerzos por mantenerlas a raya. Erika se sentía tan culpable que creyó poder ahogarse en su propia pena. Ander había tenido que enfrentarse a las condiciones de la arena, a la muerte del resto de los tributos y a la pérdida de su mejor amiga, ¿y era él quien tenía que disculparse con ella?
— Es que... — susurró — Todavía no...
Dejó la frase inconclusa. ¿Todavía no qué? ¿Lo había aceptado? ¿Llegaría acaso a hacerlo algún día?
Se limpió el rostro con el dorso de la mano y tomó aire para impedirse llorar. Apartó de nuevo la vista cuando Ander mencionó su estado, maldiciendo a Birch por habérselo contado, y cuando volvió a mirarlo observó sus gestos con cierta curiosidad. Tomó lo que le ofrecía y miró la barrita, cuidadosamente envuelta en plástico, colorida de frutas, brillante por algo que tenía que ser miel. El tipo de cosas de las que se disfrutaba en El Capitolio. Algo en su estómago dio un brinco expectante y Erika enrojeció.
— Birch es un exagerado — replicó tratando de quitarle importancia al asunto —. Estoy perfectamente —. Intentó sonar convincente, pero no sabría decir si lo logró. Erika le dio vueltas al envase en las manos, pensativa. Después, levantó la vista y una pregunta surgió de sus labios antes de que pudiera tragársela —. ¿Estabas preocupado?
Erika — Fábrica — con Ander
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Intuyó en su forma de responder que no estaba del todo convencida de dejar pasar ese tipo de murmullos y habladurías.
Pero no tenía la fuerza que se necesitaba para explicarle que él necesitaba de ellos, le hacían saber que seguía ahí, que el mundo era el de siempre y no esa burbuja de alegría, felicitaciones y todo lo que el capitolio le exigía a cambio de la nueva vida que mantenía.
El resentimiento de algunos de los de su distrito le recordaba que él estaba allí y los demás tributos no. Y que quizá era cierto lo que sentía y habría sido mejor que Kat y no él hubiera sobrevivido a la Arena.
Era oscuro y doloroso, peor ahora era lo que le anclaba y lo haría por siempre.
Pero al disculparse vio los ojos vidriosos de Erika y escuchó aquel tartamudeo sobre lo que había pasado. Todavía no... Asintió en silencio, mirando hacia otro lugar para darle la privacidad que podía necesitar. Si bien sabía que era posible que ese momento que estaba esperando no llegara nunca. Como tampoco llegaría la paz para él.
Solo podía hacer pequeños cambios, pequeños intentos de mejorar las cosas a su alrededor. De calmar su conciencia, dirían algunos sin que fuera totalmente falso.
Como aquello de ofrecerle una barrita energética para asegurarse de que mejoraba de lo que fuera que tuviera.
- Birch no me lo habría dicho si no fuera verdad. -Su hermano era así, de pocas palabras, todo lo contrario a lo que él era antes. Y no acostumbraba a exagerar. Menos aún desde los Juegos.
La pregunta le hizo mirarla a los ojos y boquear un poco. La respuesta era sencilla y a la vez... no estaba seguro de cómo plantearlo. O de por qué le había afectado tanto saberlo, hasta arriesgarse a ir donde sabía que no era apreciado.- Sí, lo estaba. -Respondió al final decantándose por la sinceridad, aunque sin dar razones.- Después de lo que pasó creí que... que me evitarías simplemente para no tener que hablar de aquello. Y eso lo entiendo. Pero al saber que te encontrabas mal... quería saber si podía hacer algo. Aunque fuera una barrita y asegurarme de que comieras. Es reconstituyente. -Añadió, para que supiera que la idea era que la ayudase a recuperarse de lo que fuera. Al menos en la parte física.
Pero no tenía la fuerza que se necesitaba para explicarle que él necesitaba de ellos, le hacían saber que seguía ahí, que el mundo era el de siempre y no esa burbuja de alegría, felicitaciones y todo lo que el capitolio le exigía a cambio de la nueva vida que mantenía.
El resentimiento de algunos de los de su distrito le recordaba que él estaba allí y los demás tributos no. Y que quizá era cierto lo que sentía y habría sido mejor que Kat y no él hubiera sobrevivido a la Arena.
Era oscuro y doloroso, peor ahora era lo que le anclaba y lo haría por siempre.
Pero al disculparse vio los ojos vidriosos de Erika y escuchó aquel tartamudeo sobre lo que había pasado. Todavía no... Asintió en silencio, mirando hacia otro lugar para darle la privacidad que podía necesitar. Si bien sabía que era posible que ese momento que estaba esperando no llegara nunca. Como tampoco llegaría la paz para él.
Solo podía hacer pequeños cambios, pequeños intentos de mejorar las cosas a su alrededor. De calmar su conciencia, dirían algunos sin que fuera totalmente falso.
Como aquello de ofrecerle una barrita energética para asegurarse de que mejoraba de lo que fuera que tuviera.
- Birch no me lo habría dicho si no fuera verdad. -Su hermano era así, de pocas palabras, todo lo contrario a lo que él era antes. Y no acostumbraba a exagerar. Menos aún desde los Juegos.
La pregunta le hizo mirarla a los ojos y boquear un poco. La respuesta era sencilla y a la vez... no estaba seguro de cómo plantearlo. O de por qué le había afectado tanto saberlo, hasta arriesgarse a ir donde sabía que no era apreciado.- Sí, lo estaba. -Respondió al final decantándose por la sinceridad, aunque sin dar razones.- Después de lo que pasó creí que... que me evitarías simplemente para no tener que hablar de aquello. Y eso lo entiendo. Pero al saber que te encontrabas mal... quería saber si podía hacer algo. Aunque fuera una barrita y asegurarme de que comieras. Es reconstituyente. -Añadió, para que supiera que la idea era que la ayudase a recuperarse de lo que fuera. Al menos en la parte física.
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La respuesta de Ander confirmó que a Erika no se le estaba dando tan bien como ella creía el ocultar su mal humor. Se había aislado de prácticamente todo y de todos, pero no era suficiente, o quizás era demasiado.
Erika contuvo la respiración, a la espera de la réplica a la pregunta que ya se arrepentía de haber pronunciado. Hizo crujir los pliegues del envoltorio de la barrita en sus manos. Sostuvo la mirada de Ander con una especie de curiosidad que vencía la duda. A punto estuvo de apartarla, creyendo que no obtendría de él otra respuesta que el silencio, cuando lo oyó hablar.
Tras su explicación volvió a respirar con cierta normalidad, aunque notaba el corazón encogido sin terminar de comprender el motivo.
Su primer instinto fue disculparse por haberlo preocupado, pero Erika decidió contenerlo. Desgarró el envoltorio con un chasquido y sacó de él la barrita, que amenazaba con pegársele a los dedos, y dejó que un cálido sentimiento de agradecimiento le llenase el estómago.
— Gracias — esbozó la primera sonrisa en varios días y llegó a sentir tirantez en el rostro al hacerlo, lo cual hasta le hizo gracia —. ¿De qué es? Tiene buen aspecto — le dio un par de vueltas en la mano y la partió por la mitad para ofrecerle una de ellas a Ander —. Ya que ya no vienes a casa, esto es lo más parecido que tengo a que volvamos a cenar juntos. Y no me digas que no lo necesitas.
Tenía el rostro pálido y los ojos hundidos, por lo que no debía de haber cuidado de sí mismo demasiado bien en los últimos días. Erika y buscó un lugar en el que pudieran estar tranquilos. Echaron a andar y al cabo de unos minutos encontraron un saliente de roca en una cornisa bajo el que refugiarse.
— No está mal — una cama de agujas de pino hacía más agradable la idea de sentarse sobre la piedra. Erika volvió a mirar la barrita y se decidió a darle un mordisco —. ¡Um! — le sorprendió lo dulce que estaba, la airada y crujiente textura de los cereales que la componían, lo rápido que le subió el color a las mejillas. — Tecnología del Capitolio, ¿eh?
Erika contuvo la respiración, a la espera de la réplica a la pregunta que ya se arrepentía de haber pronunciado. Hizo crujir los pliegues del envoltorio de la barrita en sus manos. Sostuvo la mirada de Ander con una especie de curiosidad que vencía la duda. A punto estuvo de apartarla, creyendo que no obtendría de él otra respuesta que el silencio, cuando lo oyó hablar.
Tras su explicación volvió a respirar con cierta normalidad, aunque notaba el corazón encogido sin terminar de comprender el motivo.
Su primer instinto fue disculparse por haberlo preocupado, pero Erika decidió contenerlo. Desgarró el envoltorio con un chasquido y sacó de él la barrita, que amenazaba con pegársele a los dedos, y dejó que un cálido sentimiento de agradecimiento le llenase el estómago.
— Gracias — esbozó la primera sonrisa en varios días y llegó a sentir tirantez en el rostro al hacerlo, lo cual hasta le hizo gracia —. ¿De qué es? Tiene buen aspecto — le dio un par de vueltas en la mano y la partió por la mitad para ofrecerle una de ellas a Ander —. Ya que ya no vienes a casa, esto es lo más parecido que tengo a que volvamos a cenar juntos. Y no me digas que no lo necesitas.
Tenía el rostro pálido y los ojos hundidos, por lo que no debía de haber cuidado de sí mismo demasiado bien en los últimos días. Erika y buscó un lugar en el que pudieran estar tranquilos. Echaron a andar y al cabo de unos minutos encontraron un saliente de roca en una cornisa bajo el que refugiarse.
— No está mal — una cama de agujas de pino hacía más agradable la idea de sentarse sobre la piedra. Erika volvió a mirar la barrita y se decidió a darle un mordisco —. ¡Um! — le sorprendió lo dulce que estaba, la airada y crujiente textura de los cereales que la componían, lo rápido que le subió el color a las mejillas. — Tecnología del Capitolio, ¿eh?
Erika — Fábrica — con Ander
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Se alegró sinceramente de que Erika aceptase al fin la barrita. Aunque no tanto como lo hizo al ver aquella sonrisa que le mostró.
- Cerales, chocolate y miel. -Respondió con los ingredientes principales, que tuviera más cosas no lo dudaba, pero había datos que era preferible no saber. De momento, estaban buenas y ayudaban cuando te sentías sin fuerzas ni ánimos para hacer nada.
Miró el trozo que le ofrecía e iba a rechazarlo, porque creía que ella lo necesitaba mucho más. Pero lo que dijo, le obligó a cogerlo.- Gracias. -Dijo sin ser capaz de negar que le venía bien también.- En cuanto a lo de tu casa, he pensado en ir, pero... -Lo dejó en el aire. Porque sí, quería ir y hablarles de lo que había conseguido para ellos. Pero al mismo tiempo, no podía olvidar que la última vez que estuvo fue acompañando a Kat, en esos días en que no tenían más preocupaciones que saber lo que llevarse a la boca.
Siguieron caminando hasta un saliente y ambos se sentaron allí. Ander se comió su trozo de barrita y vio que también Erika le daba un bocado.- Sí... -Suspiró a su comentario del Capitolio.- Si tuvieramos un cuarto de lo que tienen ellos, se acabarían nuestros problemas. -Comentó con cierto resentimiento.- Aunque reconozco que las barritas son lo más normal allí. Quizá por eso me gusten más. -No podía evitarlo, todos aquellos platos y extraños inventos a veces le ponían el estómago del revés, como esa asquerosa costumbre de tomar vomitivos solo para seguir comiendo.
- Cerales, chocolate y miel. -Respondió con los ingredientes principales, que tuviera más cosas no lo dudaba, pero había datos que era preferible no saber. De momento, estaban buenas y ayudaban cuando te sentías sin fuerzas ni ánimos para hacer nada.
Miró el trozo que le ofrecía e iba a rechazarlo, porque creía que ella lo necesitaba mucho más. Pero lo que dijo, le obligó a cogerlo.- Gracias. -Dijo sin ser capaz de negar que le venía bien también.- En cuanto a lo de tu casa, he pensado en ir, pero... -Lo dejó en el aire. Porque sí, quería ir y hablarles de lo que había conseguido para ellos. Pero al mismo tiempo, no podía olvidar que la última vez que estuvo fue acompañando a Kat, en esos días en que no tenían más preocupaciones que saber lo que llevarse a la boca.
Siguieron caminando hasta un saliente y ambos se sentaron allí. Ander se comió su trozo de barrita y vio que también Erika le daba un bocado.- Sí... -Suspiró a su comentario del Capitolio.- Si tuvieramos un cuarto de lo que tienen ellos, se acabarían nuestros problemas. -Comentó con cierto resentimiento.- Aunque reconozco que las barritas son lo más normal allí. Quizá por eso me gusten más. -No podía evitarlo, todos aquellos platos y extraños inventos a veces le ponían el estómago del revés, como esa asquerosa costumbre de tomar vomitivos solo para seguir comiendo.
Ander — Fábrica — con Erika
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Erika entendía las reservas de Ander. Supuso que para él no sería nada fácil dar la cara ante el resto de sus hermanas. Sin embargo, sus temores eran infundados. Todas sabían que Ander no había tenido nada que ver con la muerte de Kat y que, de haber podido, la habría ayudado hasta el final de sus juegos y, aunque era fácil dejarse llevar por las ensoñaciones sobre qué habría podido ocurrir si la suerte hubiese sido distinta, no tenía ya ningún sentido hacerlo.
— Puedes venir cuando quieras — replicó con sencillez —. En serio. No te lo diría si fuera a suponer un problema — concluyó buscando su mirada en la incipiente penumbra crepuscular —. Chocolate — retomó el tema de las barritas para no ejercer presión sobre su amigo —. Me pregunto de dónde lo sacarán.
Trató de apartar los pensamientos de Ander del sentimiento de culpa que lo sobrevolaba desde que hubiera vuelto de la arena, pero al desviar la conversación hacia el Capitolio, notó que fruncía el ceño y los labios cuando hablaba. Erika solo lo había visto por televisión y ya le costaba comprender la opulencia de la que allí se hacía gala, así que solo podía imaginarse lo desagradable que tenía que resultar formar parte de todo eso.
— Por supuesto que sí, pero no los verás compartiendo nada de lo que tienen con nosotros — aún lo incluía como uno más del distrito, aunque su condición de vencedor le diera una más que evidente ventaja sobre los demás —. La serrería sigue funcionando. Creo que nos exigen demasiado. No sé si las máquinas aguantarán ese ritmo, ¿sabes? ¿Y ellos para qué quieren la madera, para hacerse una mesa? Aquí la necesitamos para hacer casas — resopló, negando con la cabeza —. En fin. El Capitolio, ya está — se echó hacia atrás, apoyándose sobre los codos, buscando acomodo —. ¿Cuándo te van a dejar en paz? ¿Todavía tienes que ir?
— Puedes venir cuando quieras — replicó con sencillez —. En serio. No te lo diría si fuera a suponer un problema — concluyó buscando su mirada en la incipiente penumbra crepuscular —. Chocolate — retomó el tema de las barritas para no ejercer presión sobre su amigo —. Me pregunto de dónde lo sacarán.
Trató de apartar los pensamientos de Ander del sentimiento de culpa que lo sobrevolaba desde que hubiera vuelto de la arena, pero al desviar la conversación hacia el Capitolio, notó que fruncía el ceño y los labios cuando hablaba. Erika solo lo había visto por televisión y ya le costaba comprender la opulencia de la que allí se hacía gala, así que solo podía imaginarse lo desagradable que tenía que resultar formar parte de todo eso.
— Por supuesto que sí, pero no los verás compartiendo nada de lo que tienen con nosotros — aún lo incluía como uno más del distrito, aunque su condición de vencedor le diera una más que evidente ventaja sobre los demás —. La serrería sigue funcionando. Creo que nos exigen demasiado. No sé si las máquinas aguantarán ese ritmo, ¿sabes? ¿Y ellos para qué quieren la madera, para hacerse una mesa? Aquí la necesitamos para hacer casas — resopló, negando con la cabeza —. En fin. El Capitolio, ya está — se echó hacia atrás, apoyándose sobre los codos, buscando acomodo —. ¿Cuándo te van a dejar en paz? ¿Todavía tienes que ir?
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Miró a Erika cuando afirmó de forma tan segura que podría presentarse en su casa cuando quisiera sin que supusiera un problema.- Gracias... -Murmuró.- Me alegra saber que no pensáis como los demás... pero no es solo eso. También son los recuerdos. -Añadió, sabiendo que ella le comprendería, que sabría por qué no podía simplemente ir allí y no preocuparse por nada.
Le dio un pequeño bocado a su barrita, saboreando aquellos ingredientes que le había relatado.- Creo que tienen un campo de cacao en el Distrito 11, aunque nadie de ese distrito pueda permitírselo. -Explicó, sobre la forma en que conseguían el chocolate en el Capitolio. Como en todo, simplemente se beneficiaban de los demás distritos.
La idea de que compartieran algo de esa riqueza era de lo más bonita, pero no dejaba de ser un sueño imposible. Un sueño tan parecido como compatible con el de un mundo sin Juegos del Hambre. Sin esa tradición que eliminaba a sus jóvenes sin más, a cambio de una gloria que hacía que todo supiera a cenizas.
- La quieren porque pueden tenerla, simplemente. -Así era como se pensaba en los distritos superiores. No se preocupaban lo más mínimo por lo que pasara en los demás, solo de lo que la propaganda les contara. Había visto los programas y videos que emitían allí. Salvo los altercados, todo se presentaba como si ellos fueran de lo más felices dando su vida y su esfuerzo para que ellos se mantuvieran en la élite.
La pregunta sobre cuándo le dejarían en paz hizo que se encogiera un poco. Porque la respuesta era tan simple como dolorosa. "Nunca". Jamás sería libre del Capitolio, ahora que era vencedor de los Juegos no era más que una marioneta en sus manos, alguien que tenía que hacer lo que le pidieran. Era como si no pudiera nunca abandonar la Arena.
Quizá por eso decidió responder solo a la segunda pregunta.- De momento no hace falta que vaya si no me llaman, pero tendré que permanecer allí cuando empiecen a prepararse los Juegos. Hay reportajes con todos los vencedores y mi implicación favorecerá a los tributos de nuestro Distrito. -Así se lo habían dicho y así lo repetía él, sin creer lo más mínimo en el mensaje. Sin querer implicarse en eso, pero prefiriendo hablar ante las cámaras antes que tener que entrenar a nadie.
Le dio un pequeño bocado a su barrita, saboreando aquellos ingredientes que le había relatado.- Creo que tienen un campo de cacao en el Distrito 11, aunque nadie de ese distrito pueda permitírselo. -Explicó, sobre la forma en que conseguían el chocolate en el Capitolio. Como en todo, simplemente se beneficiaban de los demás distritos.
La idea de que compartieran algo de esa riqueza era de lo más bonita, pero no dejaba de ser un sueño imposible. Un sueño tan parecido como compatible con el de un mundo sin Juegos del Hambre. Sin esa tradición que eliminaba a sus jóvenes sin más, a cambio de una gloria que hacía que todo supiera a cenizas.
- La quieren porque pueden tenerla, simplemente. -Así era como se pensaba en los distritos superiores. No se preocupaban lo más mínimo por lo que pasara en los demás, solo de lo que la propaganda les contara. Había visto los programas y videos que emitían allí. Salvo los altercados, todo se presentaba como si ellos fueran de lo más felices dando su vida y su esfuerzo para que ellos se mantuvieran en la élite.
La pregunta sobre cuándo le dejarían en paz hizo que se encogiera un poco. Porque la respuesta era tan simple como dolorosa. "Nunca". Jamás sería libre del Capitolio, ahora que era vencedor de los Juegos no era más que una marioneta en sus manos, alguien que tenía que hacer lo que le pidieran. Era como si no pudiera nunca abandonar la Arena.
Quizá por eso decidió responder solo a la segunda pregunta.- De momento no hace falta que vaya si no me llaman, pero tendré que permanecer allí cuando empiecen a prepararse los Juegos. Hay reportajes con todos los vencedores y mi implicación favorecerá a los tributos de nuestro Distrito. -Así se lo habían dicho y así lo repetía él, sin creer lo más mínimo en el mensaje. Sin querer implicarse en eso, pero prefiriendo hablar ante las cámaras antes que tener que entrenar a nadie.
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A Erika le alegró comprobar que pese a todo lo ocurrido no se habían distanciado. Ninguno de los dos estaba en su mejor momento. Las circunstancias los habían golpeado y arrastrado contra el suelo y, sin embargo, se habían levantado. Desde los Juegos su situación había cambiado drástica y permanentemente, pero en momentos como aquel parecía que no importara.
— Ya. Lo entiendo.
Comprendía los motivos que apartaban a Ander de su casa y del que había sido también su hogar antes de trasladar su residencia a la Aldea de los Vencedores. De hecho, lo hacía mejor que nadie, porque en sus hombros también había caído una gran responsabilidad. Tal vez era aquello lo que los mantenía unidos, el enlace que había surgido de sus nuevos destinos. Erika no quiso insistir en el tema, creía que ya había dejado claro que Ander, y cualquiera de los Whitewood, en realidad, siempre sería bienvenido en la casa de los Greene mientras ella estuviera allí. En su lugar, continuó con su conversación.
— Tú has estado allí, ¿verdad? En los demás distritos. ¿Son como en la televisión? — En la escuela algo aprendían sobre ellos, pero siempre de manera superficial. Al fin y al cabo, su educación era más bien escasa porque los jóvenes resultaban más productivos en la serrería o en las fábricas. — Siempre he sentido curiosidad por el Distrito 4. Por el mar.
Los tributos del distrito siempre portaban atuendos relacionados con las costas: las brillantes escamas de los peces, los nudos de sus redes, los dorados tridentes con los que evocaban glorias pasadas, el tono tostado de la arena contrastando con el turquesa de sus aguas. En ocasiones Erika pensaba en cómo sería la vida en el resto de Panem. No cambiaría sus densos bosques de coníferas por ninguno de los paisajes que hubiese podido encontrar en el resto del país, pero de vez en cuando no podía evitar pensar en ellos y en si las vidas de los jóvenes que habría por allí serían tan complicadas como la suya.
— Al menos podrás descansar aquí un tiempo — suspiró, alzando la vista al cielo —. Todavía faltan meses para los próximos juegos.
Solo entonces Erika reparó en lo terrible de su nuevo cometido: tenía que ser él quien se encargase de conseguir patrocinadores para los tributos de su distrito. Todos sabían que aquellos que no recibían generosos regalos de los habitantes del Capitolio tenían muchas menos posibilidades de sobrevivir a la arena conforme se acercase el final de los juegos. Miró a Ander e incluso en la tenue luz del crepúsculo advirtió lo abatido de su gesto, el cada vez menos intenso brillo que tenía en la mirada, y sintió una congoja difícil de explicar.
— Siempre que quieras escapar un rato, podrás venir conmigo. Y si no quieres venir a casa, podremos vernos aquí. Esto es lo más parecido a la libertad que tenemos — señaló con la cabeza el horizonte que se abría ante ellos —. Aquí no tienes que preocuparte de ellos.
— Ya. Lo entiendo.
Comprendía los motivos que apartaban a Ander de su casa y del que había sido también su hogar antes de trasladar su residencia a la Aldea de los Vencedores. De hecho, lo hacía mejor que nadie, porque en sus hombros también había caído una gran responsabilidad. Tal vez era aquello lo que los mantenía unidos, el enlace que había surgido de sus nuevos destinos. Erika no quiso insistir en el tema, creía que ya había dejado claro que Ander, y cualquiera de los Whitewood, en realidad, siempre sería bienvenido en la casa de los Greene mientras ella estuviera allí. En su lugar, continuó con su conversación.
— Tú has estado allí, ¿verdad? En los demás distritos. ¿Son como en la televisión? — En la escuela algo aprendían sobre ellos, pero siempre de manera superficial. Al fin y al cabo, su educación era más bien escasa porque los jóvenes resultaban más productivos en la serrería o en las fábricas. — Siempre he sentido curiosidad por el Distrito 4. Por el mar.
Los tributos del distrito siempre portaban atuendos relacionados con las costas: las brillantes escamas de los peces, los nudos de sus redes, los dorados tridentes con los que evocaban glorias pasadas, el tono tostado de la arena contrastando con el turquesa de sus aguas. En ocasiones Erika pensaba en cómo sería la vida en el resto de Panem. No cambiaría sus densos bosques de coníferas por ninguno de los paisajes que hubiese podido encontrar en el resto del país, pero de vez en cuando no podía evitar pensar en ellos y en si las vidas de los jóvenes que habría por allí serían tan complicadas como la suya.
— Al menos podrás descansar aquí un tiempo — suspiró, alzando la vista al cielo —. Todavía faltan meses para los próximos juegos.
Solo entonces Erika reparó en lo terrible de su nuevo cometido: tenía que ser él quien se encargase de conseguir patrocinadores para los tributos de su distrito. Todos sabían que aquellos que no recibían generosos regalos de los habitantes del Capitolio tenían muchas menos posibilidades de sobrevivir a la arena conforme se acercase el final de los juegos. Miró a Ander e incluso en la tenue luz del crepúsculo advirtió lo abatido de su gesto, el cada vez menos intenso brillo que tenía en la mirada, y sintió una congoja difícil de explicar.
— Siempre que quieras escapar un rato, podrás venir conmigo. Y si no quieres venir a casa, podremos vernos aquí. Esto es lo más parecido a la libertad que tenemos — señaló con la cabeza el horizonte que se abría ante ellos —. Aquí no tienes que preocuparte de ellos.
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Asintió cuando Erika dijo que le entendía. De cualquier otra persona lo dudaría. De su propia familia. Pero sabía que ella había perdido tanto o más que él en los juegos. No había estado allí teniendo que quitar vidas por propia supervivencia, no sabía lo que era eso. Pero sí lo que había sido perder a Kat, y ahora vivir con todo lo que ella había dejado atrás.
Miró al horizonte cuando le preguntó por los demás distritos como si pudiera ver el límite con el siguiente, asintiendo de nuevo.- No he visto demasiado, la verdad. Apenas el edificio donde me hospedaba y alguna calle. Intentaban enseñarme solo lo más visible o bonito, para que se retransmitiera también solo esa zona. Pero sé que no es así. Todo es una imagen creada para engañarnos. O para engañarse a ellos mismos. -Porque sabía cómo mostraban su distrito. Los bosques verdes y frondosos, gente trabajando para hacer sus caros y delicados muebles. Pero no lo que había detrás. Eso no era bonito de ver, claro.
Pero hubo un atisbo de sonrisa cuando mencionó el mar. Recordó a los chicos que conoció en la Arena, habían sido sus aliados durante un tiempo, antes de que se separasen.- El mar es inmenso. Podrías quedarte mirándolo un día entero y no notarías ningún cambio. Creo que te gustaría. -Pero si para verlo tenía que hacerlo como él. Rezaría para que eso jamás pasara.
No quiso decirlo, pero sospechaba que no iba a poder descansar demasiado tiempo. Le llamarían antes, estaba convencido. Tendrían que asegurarse de que sabía cómo cumplir con su maldito papel. Que haría lo necesario para ayudar a los chicos del Distrito. Y eso requería aislarle de los suyos...
Erika habló de la posibilidad de escapar de esas cosas, de ir con ella a aquel lugar en el que estaban. Bajó la cabeza cuando habló de libertad, eso que jamás volvería a sentir. Pero se esforzó por no cargarla con ese peso a ella.
- Me gustaría, pero no quiero abusar. -Comentó, pero supuso que tenía que aclarar a qué se refería.- Si descubren que desaparezco demasiado tiempo, vendrán a buscarme y lo último que quiero es que la tomen contigo. -Sobre todo ahora, que se había arriesgado a pedir un favor para su familia.
Miró al horizonte cuando le preguntó por los demás distritos como si pudiera ver el límite con el siguiente, asintiendo de nuevo.- No he visto demasiado, la verdad. Apenas el edificio donde me hospedaba y alguna calle. Intentaban enseñarme solo lo más visible o bonito, para que se retransmitiera también solo esa zona. Pero sé que no es así. Todo es una imagen creada para engañarnos. O para engañarse a ellos mismos. -Porque sabía cómo mostraban su distrito. Los bosques verdes y frondosos, gente trabajando para hacer sus caros y delicados muebles. Pero no lo que había detrás. Eso no era bonito de ver, claro.
Pero hubo un atisbo de sonrisa cuando mencionó el mar. Recordó a los chicos que conoció en la Arena, habían sido sus aliados durante un tiempo, antes de que se separasen.- El mar es inmenso. Podrías quedarte mirándolo un día entero y no notarías ningún cambio. Creo que te gustaría. -Pero si para verlo tenía que hacerlo como él. Rezaría para que eso jamás pasara.
No quiso decirlo, pero sospechaba que no iba a poder descansar demasiado tiempo. Le llamarían antes, estaba convencido. Tendrían que asegurarse de que sabía cómo cumplir con su maldito papel. Que haría lo necesario para ayudar a los chicos del Distrito. Y eso requería aislarle de los suyos...
Erika habló de la posibilidad de escapar de esas cosas, de ir con ella a aquel lugar en el que estaban. Bajó la cabeza cuando habló de libertad, eso que jamás volvería a sentir. Pero se esforzó por no cargarla con ese peso a ella.
- Me gustaría, pero no quiero abusar. -Comentó, pero supuso que tenía que aclarar a qué se refería.- Si descubren que desaparezco demasiado tiempo, vendrán a buscarme y lo último que quiero es que la tomen contigo. -Sobre todo ahora, que se había arriesgado a pedir un favor para su familia.
Ander — Fábrica — con Erika
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La temporada de lluvias había comenzado y el día a día en el distrito era más desagradable de lo habitual. El agua encharcaba los caminos y los convertía en barro, los techos de las casas estaban heridos de goteras y en la serrería la lluvia se mezclaba con el serrín hasta convertirlo en una pasta inmanejable que amenazaba con estropear la maquinaria con la que trabajaban.
En días como ese, en los que las precipitaciones apenas alcanzaban la categoría de llovizna, nadie se molestaba en tratar de cubrirse del agua. No abundaban en el distrito los paraguas y los impermeables se reservaban para las tormentas. Erika cruzó el distrito sin que nadie la viera. No porque se escondiera, sino porque la gente prefería resguardarse en el interior de sus casas.
Después de años sin ver más que a través de la verja, la Aldea de los Vencedores era ya conocida para ella. Sabía que Ander habría regresado de su viaje, aunque algo le extrañó no ver ninguna luz encendida. Llamó a la puerta por puro protocolo y esperó hasta que apareció.
— Hola — al verlo sonrió, pero cuando se fijó mejor frunció ligeramente el ceño —. ¿Te encuentras bien? ¿Cómo te ha ido?
En días como ese, en los que las precipitaciones apenas alcanzaban la categoría de llovizna, nadie se molestaba en tratar de cubrirse del agua. No abundaban en el distrito los paraguas y los impermeables se reservaban para las tormentas. Erika cruzó el distrito sin que nadie la viera. No porque se escondiera, sino porque la gente prefería resguardarse en el interior de sus casas.
Después de años sin ver más que a través de la verja, la Aldea de los Vencedores era ya conocida para ella. Sabía que Ander habría regresado de su viaje, aunque algo le extrañó no ver ninguna luz encendida. Llamó a la puerta por puro protocolo y esperó hasta que apareció.
— Hola — al verlo sonrió, pero cuando se fijó mejor frunció ligeramente el ceño —. ¿Te encuentras bien? ¿Cómo te ha ido?
Erika — En casa — con Ander
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Un nuevo viaje al Capitolio, cada vez estaba más cerca la fecha de los siguientes juegos y no iban a dejar que lo olvidara. Ni que se quedara al margen. Era una responsabilidad para con los futuros tributos que él estuviera allí y su actuación fuera memorable.
Y si lo normal era que regresara sin energías de esos viajes, Fue aún peor esta vez, ya que se encontraba mareado y confuso, como si una neblina se hubiera apoderado de su mente y de su ser.
La debilidad no hizo sino crecer en las horas siguientes, cuando ya estaba en casa, dejando ver que había enfermado. Al día siguiente su familia tenía que salir al mercado y su madre se encargaría de buscar una medicina mejor que los remedios que usaban habitualmente. Al menos ahora se lo podían permitir.
Estaba solo, junto a la chimenea, tratando de entrar en calor, cuando escuchó que llamaban a la puerta. Salió a abrir sin saber quién estaría al otro lado de la puerta y sonrió un poco al ver a Erika. Pero no con el entusiasmo habitual, porque la energía no le acompañaba.
- Hola, Erika. -Saludó, dejando espacio para que pudiera pasar al interior. No le extrañó que notara que pasara algo, así que le señaló el camino hasta el salón y la chimenea.- No ha ido tan mal como parece. -En realidad, había sido como siempre.- Pero por lo visto he cogido algo y no me siento demasiado bien. Siento que hayas venido para verme así. -Se disculpó mientras esperaba que se sentara en uno de los sillones para hacer él lo mismo en el opuesto.- ¿Estáis bien? -Preguntó, porque pese a todo, se preocupaba por ellos.
Y si lo normal era que regresara sin energías de esos viajes, Fue aún peor esta vez, ya que se encontraba mareado y confuso, como si una neblina se hubiera apoderado de su mente y de su ser.
La debilidad no hizo sino crecer en las horas siguientes, cuando ya estaba en casa, dejando ver que había enfermado. Al día siguiente su familia tenía que salir al mercado y su madre se encargaría de buscar una medicina mejor que los remedios que usaban habitualmente. Al menos ahora se lo podían permitir.
Estaba solo, junto a la chimenea, tratando de entrar en calor, cuando escuchó que llamaban a la puerta. Salió a abrir sin saber quién estaría al otro lado de la puerta y sonrió un poco al ver a Erika. Pero no con el entusiasmo habitual, porque la energía no le acompañaba.
- Hola, Erika. -Saludó, dejando espacio para que pudiera pasar al interior. No le extrañó que notara que pasara algo, así que le señaló el camino hasta el salón y la chimenea.- No ha ido tan mal como parece. -En realidad, había sido como siempre.- Pero por lo visto he cogido algo y no me siento demasiado bien. Siento que hayas venido para verme así. -Se disculpó mientras esperaba que se sentara en uno de los sillones para hacer él lo mismo en el opuesto.- ¿Estáis bien? -Preguntó, porque pese a todo, se preocupaba por ellos.
Ander — En casa — con Erika
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No le llevó más que un instante darse cuenta de que algo no iba bien cuando Ander abrió la puerta. El crepúsculo había oscurecido el cielo y, sin embargo, la vivienda permaneció sombría, sin que nadie se hubiese molestado en encender las bombillas. No parecía haber nadie más en casa, salvo él, que incluso bajo aquella luz tan tenue se veía pálido y ligeramente ojeroso.
— No lo parece — replicó a su excusa, que se le antojaba endeble para explicar su cansancio. El resto de su explicación le dio la información que le faltaba para comprender el estado en el que se encontraba —. Oh, ya veo. En ese caso, será mejor que te sientes.
Lo tomó por el antebrazo y lo acompañó hasta el sillón, ignorando su pregunta. No pretendía perder el tiempo si Ander estaba enfermo. Se inclinó a un lado del reposabrazos para observarlo mejor. Erika sabía que los viajes al Capitolio lo agotaban, pero no hasta ese punto. Parecía exhausto, tenía pálidos y agrietados los labios, y su respiración no era más que un murmullo que bien podría haberse perdido en el crepitar de la chimenea. Alzó una mano hasta tocar su frente. Aguardó unos instantes antes de chasquear la lengua.
—Parece que tienes fiebre — concluyó. Erika repasó todas las propiedades de las plantas medicinales que conocía, que no eran pocas, antes de incorporarse para buscar algo con lo que tapar a Ander —. Necesitas beber agua. ¿Tienes manzanilla? Puedo prepararte una infusión. Y si no tienes, sé dónde encontrarla.
Le llevaría un rato llegar hasta la pradera, pero prefería no decírselo por si se le ocurría tratar de impedirlo.
— No lo parece — replicó a su excusa, que se le antojaba endeble para explicar su cansancio. El resto de su explicación le dio la información que le faltaba para comprender el estado en el que se encontraba —. Oh, ya veo. En ese caso, será mejor que te sientes.
Lo tomó por el antebrazo y lo acompañó hasta el sillón, ignorando su pregunta. No pretendía perder el tiempo si Ander estaba enfermo. Se inclinó a un lado del reposabrazos para observarlo mejor. Erika sabía que los viajes al Capitolio lo agotaban, pero no hasta ese punto. Parecía exhausto, tenía pálidos y agrietados los labios, y su respiración no era más que un murmullo que bien podría haberse perdido en el crepitar de la chimenea. Alzó una mano hasta tocar su frente. Aguardó unos instantes antes de chasquear la lengua.
—Parece que tienes fiebre — concluyó. Erika repasó todas las propiedades de las plantas medicinales que conocía, que no eran pocas, antes de incorporarse para buscar algo con lo que tapar a Ander —. Necesitas beber agua. ¿Tienes manzanilla? Puedo prepararte una infusión. Y si no tienes, sé dónde encontrarla.
Le llevaría un rato llegar hasta la pradera, pero prefería no decírselo por si se le ocurría tratar de impedirlo.
Erika — En casa — con Ander
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