FIRE BURNS BRIGHTER IN THE DARKNESS

El Capitolio continúa celebrando Los Juegos del Hambre año tras año. Así demuestra a los distritos que, lo quieran o no, forman parte de una misma nación, Panem, y que, por tanto, han de someterse a los deseos de aquellos a quienes sirven. Por ello con cada cosecha se envía a una pareja de jóvenes a una muerte casi segura, que aquellos que tienen la fortuna de vivir en el corazón de la nación y no en cualquiera de los distritos esperan como el mejor entretenimiento que pueda ofrecerles su gobierno.

Desde el Capitolio se observa a los tributos como protagonistas de una narrativa en la que el sacrificio, el esfuerzo y el orgullo por representar a sus respectivos distritos cristaliza en el alzamiento de los vencedores a la categoría de héroes, que, en recompensa por haber logrado sobrevivir al resto de sus competidores, reciben la comodidad de un hogar y un sueldo con el que de otra forma solo podrían soñar.

Sin embargo, aquellos que regresan de la arena, no lo hacen solos. Los acompañan los fantasmas de los tributos que jamás volvieron a sus casas. Ander Whitewood no solo perdió a su compañera de distrito en la sexagésima edición de los Juegos del Hambre. Aquel día, en el primer baño de sangre que manchó la tierra, Ander perdió a una amiga, y, con ella, a una parte de sí mismo.

Fingió ante las cámaras del Capitolio un agradecimiento que no sentía por todo aquello que le fue ofrecido, pensando que, si mantenía al público contento, podría ayudar a la familia de Kat a salir adelante sin ella. Si compartía con sus hermanas los recursos que ahora le sobraban, no tendrían que intercambiar teselas por alimentos, y sus nombres quedarían bien escondidos de las manos del Capitolio.

Sin embargo, el destino es tan caprichoso como mezquino, y a Ander no le quedó más remedio que contemplar cómo Erika Greer era la elegida para representar a su distrito en la arena.

ANDER WHITEWOOD VENCEDOR — BRENTON THWAITES — TIMELADY

ERIKA GREER TRIBUTO — DANIELLE ROSE RUSSELL — MAHARIEL

—Grief—

Cuando Ander le contó lo que había ocurrido, a Erika se le cayó el alma a los pies. De pronto, le pareció que la temperatura ambiente había descendido varios grados. La lluvia que hasta entonces había ignorado le caló los huesos y el frío le llegó a las entrañas.

— ¿Un desprendimiento? — repitió.

Los corrimientos de tierra eran frecuentes en aquel distrito. Con la temporada de lluvias, debido a la mala canalización del agua, las corrientes se filtraban al suelo y la tierra se caía, arrastrando todo cuanto se cruzaba en su camino. Años atrás, un desprendimiento se había llevado por delante la serrería y había matado a ciento veintisiete trabajadores, por lo que cerraron la planta temporalmente y construyeron una nueva en otro sitio. La temporada anterior, una inundación había arrasado con las chabolas que había hacia el final del distrito, aunque como los muertos eran donnadies, no se hizo nada al respecto.  Los desprendimientos solían obstaculizar las carreteras y, a veces, enterraban a los transeúntes que hubieran tenido la mala fortuna de estar allí en el momento menos oportuno. Que hubiera habido un corrimiento de tierra en el camino por el que Erika pasaba todos los días la hizo ser consciente de la suerte que había tenido.

De pronto, le flojearon las piernas. Abrazó a Ander con fuerza. Tenía la impresión de que el suelo bajo sus pies iba a desaparecer en cualquier momento, y su amigo era lo único que impediría que se cayera.

— Lo siento — murmuró contra su pecho, todavía aturdida —. Lo siento, yo no… No quería preocuparte, no… — no sabía qué decir, así que empezó a soltar incoherencias apenas comprensibles. — Lo siento, lo siento, lo siento.

Erika — Distrito — con Anden

—Grief—

No sabía qué decir. Aún estaba asimilando la noticia. Las preguntas desplazaron el resto de sus pensamientos. ¿Cuándo había ocurrido el derrumbamiento? ¿A cuánta gente había afectado? ¿Había muertos, heridos? ¿El corrimiento de tierra había afectado a la serrería? Si se habían estropeado las máquinas, ¿cuánto iban a tardar en arreglarlas? ¿Cuánto le iba a costar al distrito aquella desgracia?

Ander trató de tranquilizar a Erika. Ella había perdido la noción de la realidad. Estaba histérica y, a la vez, calmada. El avispero que se le había metido entre las sienes no se correspondía con la aparente calma que mostraba. En realidad, no estaba tranquila, sino profundamente aturdida. Ander ejerció de ancla, impidió que Erika se perdiera en la deriva de sus ideas, y cuando Ander la obligó a mirarlo, Erika se quedó sin habla.

Dudó. En un instante la golpeó la certeza de lo que iba a ocurrir, y dudó. No se movió, ni hizo ningún gesto. Contuvo el aliento y esperó lo inevitable. Notó la calidez de Ander contra sus labios y todo lo demás perdió toda la importancia. Erika olvidó todo cuanto había ocurrido hasta entonces: olvidó lo cansada que estaba, olvidó el frío que hacía, olvidó que llovía. Se abrazó a Ander y se dejó ir entre sus brazos. Era como si se hubiera zambullido en un lago, como si no pudiera oír nada de lo que ocurría en la superficie mientras estuviera bajo el agua, como si el tiempo se hubiera detenido. Cuando emergió para buscar aire, volvieron a ella el frío, la lluvia, la tierra. De pronto, notó el corazón encogido, frágil y frío.

— ¿Esto está pasando de verdad? — quiso decir, aunque su voz se convirtió en un murmullo apenas comprensible.

Erika — Distrito — con Ander

—Grief—

Erika estaba completamente aturdida. Debía de estar soñando: solo así se explicaba todo lo que estaba ocurriendo. Nada de lo que había sucedido hasta entonces tenía ningún sentido. Erika tenía que haberse quedado dormida antes de salir a la serrería y estaba teniendo una pesadilla, pero se suponía que cuando se tenían malos sueños uno quería despertar y lo que ella deseaba era permanecer entre los brazos de Ander, aunque fuese mentira.

El problema era que todo le parecía demasiado real para tratarse de un sueño. La lluvia estaba helada y la ropa le pesaba bajo la tromba de agua. El frío que se le estaba colando en los huesos no era ninguna ensoñación, y por más que miró a Ander en busca de alguna incoherencia que le demostrase que no era él, sino su imagen guardada en el subconsciente de Erika, no encontraba nada. Ander se separó de ella y entonces volvió a creer que aquello se trataba de una pesadilla de la que, ahora sí, despertaría.

— No… no entiendo — farfulló, confusa.

Si no estaba soñando, ¿qué era lo que había pasado? ¿Por qué Ander la había besado? ¿Y qué significaba que se hubiera apartado de ella justo después de hacerlo? ¿Acaso se arrepentía de lo que había hecho?

Erika — Distrito — con Ander