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Mahariel
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FIRE BURNS BRIGHTER IN THE DARKNESS
INSPIRED — Books — 1x1
El Capitolio continúa celebrando Los Juegos del Hambre año tras año. Así demuestra a los distritos que, lo quieran o no, forman parte de una misma nación, Panem, y que, por tanto, han de someterse a los deseos de aquellos a quienes sirven. Por ello con cada cosecha se envía a una pareja de jóvenes a una muerte casi segura, que aquellos que tienen la fortuna de vivir en el corazón de la nación y no en cualquiera de los distritos esperan como el mejor entretenimiento que pueda ofrecerles su gobierno.
Desde el Capitolio se observa a los tributos como protagonistas de una narrativa en la que el sacrificio, el esfuerzo y el orgullo por representar a sus respectivos distritos cristaliza en el alzamiento de los vencedores a la categoría de héroes, que, en recompensa por haber logrado sobrevivir al resto de sus competidores, reciben la comodidad de un hogar y un sueldo con el que de otra forma solo podrían soñar.
Sin embargo, aquellos que regresan de la arena, no lo hacen solos. Los acompañan los fantasmas de los tributos que jamás volvieron a sus casas. Ander Whitewood no solo perdió a su compañera de distrito en la sexagésima edición de los Juegos del Hambre. Aquel día, en el primer baño de sangre que manchó la tierra, Ander perdió a una amiga, y, con ella, a una parte de sí mismo.
Fingió ante las cámaras del Capitolio un agradecimiento que no sentía por todo aquello que le fue ofrecido, pensando que, si mantenía al público contento, podría ayudar a la familia de Kat a salir adelante sin ella. Si compartía con sus hermanas los recursos que ahora le sobraban, no tendrían que intercambiar teselas por alimentos, y sus nombres quedarían bien escondidos de las manos del Capitolio.
Sin embargo, el destino es tan caprichoso como mezquino, y a Ander no le quedó más remedio que contemplar cómo Erika Greer era la elegida para representar a su distrito en la arena.
∞Desde el Capitolio se observa a los tributos como protagonistas de una narrativa en la que el sacrificio, el esfuerzo y el orgullo por representar a sus respectivos distritos cristaliza en el alzamiento de los vencedores a la categoría de héroes, que, en recompensa por haber logrado sobrevivir al resto de sus competidores, reciben la comodidad de un hogar y un sueldo con el que de otra forma solo podrían soñar.
Sin embargo, aquellos que regresan de la arena, no lo hacen solos. Los acompañan los fantasmas de los tributos que jamás volvieron a sus casas. Ander Whitewood no solo perdió a su compañera de distrito en la sexagésima edición de los Juegos del Hambre. Aquel día, en el primer baño de sangre que manchó la tierra, Ander perdió a una amiga, y, con ella, a una parte de sí mismo.
Fingió ante las cámaras del Capitolio un agradecimiento que no sentía por todo aquello que le fue ofrecido, pensando que, si mantenía al público contento, podría ayudar a la familia de Kat a salir adelante sin ella. Si compartía con sus hermanas los recursos que ahora le sobraban, no tendrían que intercambiar teselas por alimentos, y sus nombres quedarían bien escondidos de las manos del Capitolio.
Sin embargo, el destino es tan caprichoso como mezquino, y a Ander no le quedó más remedio que contemplar cómo Erika Greer era la elegida para representar a su distrito en la arena.
ANDER WHITEWOOD VENCEDOR — BRENTON THWAITES — TIMELADY | ERIKA GREER TRIBUTO — DANIELLE ROSE RUSSELL — MAHARIEL |
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No tenía muchas fuerzas, era cierto. Pero contaba con las suficientes como para que le hiciera gracia la rapidez con la que Erika empezaba a darle órdenes y mangonearle en cuanto supo que no se encontraba bien. No opuso resistencia porque estaba de acuerdo en que sentarse le vendría bien para dejar de sentirse mareado.
Y sí, era más que posible que tuviera fiebre, pero no le importaba demasiado en aquel momento.
Empezó a negar con la cabeza cuando ella volvió a las indicaciones.- No te preocupes. Seguro que hay en la cocina. -Mencionó.- Pero de todos modos mi familia está hoy en le mercado, traerán alguna medicina para lo que sea esto. -Y esperaba que comprasen de más, por si era contagioso y terminaban enfermos todos ellos.- Puede que no conozca tus escondites secretos, pero si algún día necesitáis algún medicamento, os lo puedo conseguir. -Ofreció, porque eran ambos ese tipo de persona, compartían aquello que tenían. A eso les habían enseñado.
- Me basta con que te quedes aquí y me cuentes cómo te ha ido, de verdad. Puedo soportar un poco de fiebre. -Prefería la compañía. Erika siempre le traía calma, y eso era algo que necesitaba más que las medicinas.
Y sí, era más que posible que tuviera fiebre, pero no le importaba demasiado en aquel momento.
Empezó a negar con la cabeza cuando ella volvió a las indicaciones.- No te preocupes. Seguro que hay en la cocina. -Mencionó.- Pero de todos modos mi familia está hoy en le mercado, traerán alguna medicina para lo que sea esto. -Y esperaba que comprasen de más, por si era contagioso y terminaban enfermos todos ellos.- Puede que no conozca tus escondites secretos, pero si algún día necesitáis algún medicamento, os lo puedo conseguir. -Ofreció, porque eran ambos ese tipo de persona, compartían aquello que tenían. A eso les habían enseñado.
- Me basta con que te quedes aquí y me cuentes cómo te ha ido, de verdad. Puedo soportar un poco de fiebre. -Prefería la compañía. Erika siempre le traía calma, y eso era algo que necesitaba más que las medicinas.
Ander — En casa — con Erika
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Cogió una manta que alguien había doblado pulcramente para colocarla sobre un sillón. Era de un tono de rosa que no había visto nunca, y más suave que cualquier prenda de ropa que ella o cualquiera de sus familiares o conocidos del distrito hubiera tenido entre sus pertenencias. Erika supuso que sería lana, aunque la que ella conocía era áspera, irregular y se deshilachaba invierno tras invierno hasta quedar reducida a jirones que no impedían que se le colase el frío en los huesos. La manta, sin embargo, le calentó las manos en un instante, aunque no las tuviera frías.
— Oh, bueno — contestó, distraída. Le entregó a Ander la manta para que se la pusiera por encima. Prefería no recordar los catarros que había pasado tiritando bajo las sábanas. Pensar en el invierno que se aproximaba le entristeció el ánimo, sus preocupaciones la hicieron despistarse un segundo de la conversación —. ¿Eh? — le llevó un instante comprender la respuesta de Ander. — Seguro que sí, que los conoces. Conoces este distrito mejor que yo.
Pensó en rechazar su ofrecimiento, pero nada podría garantizar que ni ella ni su familia enfermaría con las primeras lluvias torrenciales o cuando hubiese un brote en la serrería o en la escuela, así que le dio las gracias, aunque esperaba no tener que utilizar sus recursos. Echó un vistazo a la cocina, visible a través de una puerta del salón, y vio la lluvia surcar caminos en los ventanales. Los Whitewood no tenían que preocuparse de disponer de cubos para las goteras, ni de levantarse en mitad de la noche para vaciarlos antes de que rebasaran. Desde allí la lluvia no era más que una leve contrariedad. Erika regresó a su propio hogar y pensó en si las reparaciones que había hecho su vecino la semana anterior bastarían para mantenerlo seco. Si ella tuviera una casa como la de Ander, dormiría más tranquila. Una sensación desagradable apareció en la boca de su estómago, muy parecida al resentimiento.
— ¿Tienes fiebre? — aquello la devolvió a la conversación. Frunció los labios y miró a su amigo con preocupación. Decidió que lo mejor sería preparar la manzanilla. Si su temperatura corporal subía demasiado, empezaría a sudar, y tenía que reponer líquidos. — ¿Qué te puedo contar? — caviló mientras caminaba hacia la cocina, procurando mantener la vista apartada de los regueros de agua que caían por los cristales. — Las cosas van bien. Más o menos. Hoy hemos podido salir antes de la serrería por la lluvia. El serrín se mezcla con el agua y deja las máquinas inutilizables. Los agentes de paz estaban revisando las instalaciones. Uno de ellos decía que era un sabotaje, pero es que ese no sabe cómo son las cosas aquí — comentó. Por suerte, los agentes nativos del distrito supieron reconocer el incidente como fortuito y ahorraron a los trabajadores los latigazos que se ganarían si eran hallados culpables de cualquier intento para entorpecer la producción —. De momento estamos tranquilos. Han reducido las cuotas mínimas de este año por… bueno — era causa directa de su victoria en los Juegos, pero no quería recordárselo —. Ahora tenemos que trabajar menos. Así que estamos bien. ¿Tú estás bien? Resfriados aparte, quiero decir.
— Oh, bueno — contestó, distraída. Le entregó a Ander la manta para que se la pusiera por encima. Prefería no recordar los catarros que había pasado tiritando bajo las sábanas. Pensar en el invierno que se aproximaba le entristeció el ánimo, sus preocupaciones la hicieron despistarse un segundo de la conversación —. ¿Eh? — le llevó un instante comprender la respuesta de Ander. — Seguro que sí, que los conoces. Conoces este distrito mejor que yo.
Pensó en rechazar su ofrecimiento, pero nada podría garantizar que ni ella ni su familia enfermaría con las primeras lluvias torrenciales o cuando hubiese un brote en la serrería o en la escuela, así que le dio las gracias, aunque esperaba no tener que utilizar sus recursos. Echó un vistazo a la cocina, visible a través de una puerta del salón, y vio la lluvia surcar caminos en los ventanales. Los Whitewood no tenían que preocuparse de disponer de cubos para las goteras, ni de levantarse en mitad de la noche para vaciarlos antes de que rebasaran. Desde allí la lluvia no era más que una leve contrariedad. Erika regresó a su propio hogar y pensó en si las reparaciones que había hecho su vecino la semana anterior bastarían para mantenerlo seco. Si ella tuviera una casa como la de Ander, dormiría más tranquila. Una sensación desagradable apareció en la boca de su estómago, muy parecida al resentimiento.
— ¿Tienes fiebre? — aquello la devolvió a la conversación. Frunció los labios y miró a su amigo con preocupación. Decidió que lo mejor sería preparar la manzanilla. Si su temperatura corporal subía demasiado, empezaría a sudar, y tenía que reponer líquidos. — ¿Qué te puedo contar? — caviló mientras caminaba hacia la cocina, procurando mantener la vista apartada de los regueros de agua que caían por los cristales. — Las cosas van bien. Más o menos. Hoy hemos podido salir antes de la serrería por la lluvia. El serrín se mezcla con el agua y deja las máquinas inutilizables. Los agentes de paz estaban revisando las instalaciones. Uno de ellos decía que era un sabotaje, pero es que ese no sabe cómo son las cosas aquí — comentó. Por suerte, los agentes nativos del distrito supieron reconocer el incidente como fortuito y ahorraron a los trabajadores los latigazos que se ganarían si eran hallados culpables de cualquier intento para entorpecer la producción —. De momento estamos tranquilos. Han reducido las cuotas mínimas de este año por… bueno — era causa directa de su victoria en los Juegos, pero no quería recordárselo —. Ahora tenemos que trabajar menos. Así que estamos bien. ¿Tú estás bien? Resfriados aparte, quiero decir.
Erika — En casa — con Ander
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Notaba que Erika estaba distraída. No sabía muy bien el motivo, pero tampoco le parecía educado preguntar. Una parte de él sabía que estar en aquella casa podía ser raro para ella. Podía ser ella misma quien estuviera viviendo allí si las cosas hubieran sido diferentes para su hermana, y para él.
- Va y viene. -Respondió a lo de la fiebre. Había tenido suerte durante toda su vida, las enfermedades atacaban sus intestinos o garganta, pero rara vez había tenido fiebre. Todo su cuerpo se sentía dolorido por luchar contra eso ahora.
Y prefería hablar de cualquier cosa más que de esa enfermedad. Por eso escuchó con atención lo que Erika le contaba sobre el trabajo, asintiendo en determinados puntos. Sabía cómo funcionaba la serrería y aquellos días.- Supongo que no tardará en darse cuenta de que las partidas presupuestarias que destinaban al distrito, no eran suficientes para reparar todo lo que estaba dañado en la serrería, ni en ningún otro lugar. Solo cuando había alguna muerte intentaban solventarlo con una máquina nueva.
- Se trabaja menos, pero aún así sigue siendo duro, ¿verdad? -Ella no lo había dicho, pero él lo sabía. Y además, tendrían que estar agradecidos de que su salario no hubiera sido disminuido de acuerdo con las horas menos que hacían.
La pregunta sobre él le hizo mirarla con una sonrisa leve, una de las que no se trasladan a los ojos.- Cansado, nada más. -Respondió. Pero sabía que no era suficiente con eso.- He tenido que grabar varias campañas publicitarias. Y empezar a preparar las entrevistas. -Que se irían emitiendo en las próximas semanas.- Pronto empezará la campaña para Los Juegos. En el Capitolio es algo que celebran con antelación y tengo que... tengo que hacer un buen papel. -Para ayudar a los chicos que salieran elegidos, chicos que irían a morir en la Arena.
- Va y viene. -Respondió a lo de la fiebre. Había tenido suerte durante toda su vida, las enfermedades atacaban sus intestinos o garganta, pero rara vez había tenido fiebre. Todo su cuerpo se sentía dolorido por luchar contra eso ahora.
Y prefería hablar de cualquier cosa más que de esa enfermedad. Por eso escuchó con atención lo que Erika le contaba sobre el trabajo, asintiendo en determinados puntos. Sabía cómo funcionaba la serrería y aquellos días.- Supongo que no tardará en darse cuenta de que las partidas presupuestarias que destinaban al distrito, no eran suficientes para reparar todo lo que estaba dañado en la serrería, ni en ningún otro lugar. Solo cuando había alguna muerte intentaban solventarlo con una máquina nueva.
- Se trabaja menos, pero aún así sigue siendo duro, ¿verdad? -Ella no lo había dicho, pero él lo sabía. Y además, tendrían que estar agradecidos de que su salario no hubiera sido disminuido de acuerdo con las horas menos que hacían.
La pregunta sobre él le hizo mirarla con una sonrisa leve, una de las que no se trasladan a los ojos.- Cansado, nada más. -Respondió. Pero sabía que no era suficiente con eso.- He tenido que grabar varias campañas publicitarias. Y empezar a preparar las entrevistas. -Que se irían emitiendo en las próximas semanas.- Pronto empezará la campaña para Los Juegos. En el Capitolio es algo que celebran con antelación y tengo que... tengo que hacer un buen papel. -Para ayudar a los chicos que salieran elegidos, chicos que irían a morir en la Arena.
Ander — En casa — con Erika
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Erika entrelazó las manos para dejarlas quietas. Estaba tan acostumbrada a hacer cosas en casa que si por ella fuera habría puesto a hervir agua, buscado bolsitas de manzanilla, recogido medicinas y preparado un caldo de raíces con lo que hubiera por allí para que Ander se lo tomara, pero se obligó a sí misma a recordar que esa no era su casa, ni tampoco su familia. Cuando miraba a su alrededor todavía le costaba reconocer ese sitio como la nueva residencia de los Whitewood. Por aquí y allá había objetos personales suyos que había visto en el que un día había sido su hogar, apenas un par de casas más allá de la suya.
— Pues sí — suspiró —. ¿Para qué te voy a mentir?
No había pasado suficiente tiempo para que Ander se olvidase de cómo era la vida en su distrito. A excepción de la familia del alcalde y los agentes de paz, todos tenían que trabajar durante jornadas extenuantes en condiciones precarias para conseguir un jornal que siempre era insuficiente para hacer algo más que espantar la inanición. Algunos comerciantes conseguían tratos de favor al proveer de mercancías demandadas que solo ellos sabían cómo conseguían, pero de vez en cuando eran ajusticiados en la plaza para recordar que El Capitolio los seguía observando. Aun así, Erika se estremeció de imaginarse a ella ocupando el lugar de Ander, teniendo que recorrer Panem de punta a punta bajo el escrutinio de las cámaras, conociendo a decenas de chicos de su propio distrito sabiendo cuál sería su destino. Pensó en que prefería pasar diez vidas en la serrería aspirando el polvo de la madera antes que enfrentarse a la arena.
— ¿Ya? ¿Tan rápido? ¿Ha pasado tanto tiempo? — Hizo memoria y recordó que había adoptado su nueva rutina hacía ya un par de meses. Recordaba los Juegos como si hubiesen empezado el día anterior y, a la vez, le parecía que hubiese transcurrido toda una eternidad desde la Cosecha. — Estás enfermo, ¿ni siquiera por eso te van a dejar descansar? Dios, ¿no tienen suficiente con el circo que tienen allí montado? ¿Con los otros vencedores? — resopló. — Es que es increíble.
— Pues sí — suspiró —. ¿Para qué te voy a mentir?
No había pasado suficiente tiempo para que Ander se olvidase de cómo era la vida en su distrito. A excepción de la familia del alcalde y los agentes de paz, todos tenían que trabajar durante jornadas extenuantes en condiciones precarias para conseguir un jornal que siempre era insuficiente para hacer algo más que espantar la inanición. Algunos comerciantes conseguían tratos de favor al proveer de mercancías demandadas que solo ellos sabían cómo conseguían, pero de vez en cuando eran ajusticiados en la plaza para recordar que El Capitolio los seguía observando. Aun así, Erika se estremeció de imaginarse a ella ocupando el lugar de Ander, teniendo que recorrer Panem de punta a punta bajo el escrutinio de las cámaras, conociendo a decenas de chicos de su propio distrito sabiendo cuál sería su destino. Pensó en que prefería pasar diez vidas en la serrería aspirando el polvo de la madera antes que enfrentarse a la arena.
— ¿Ya? ¿Tan rápido? ¿Ha pasado tanto tiempo? — Hizo memoria y recordó que había adoptado su nueva rutina hacía ya un par de meses. Recordaba los Juegos como si hubiesen empezado el día anterior y, a la vez, le parecía que hubiese transcurrido toda una eternidad desde la Cosecha. — Estás enfermo, ¿ni siquiera por eso te van a dejar descansar? Dios, ¿no tienen suficiente con el circo que tienen allí montado? ¿Con los otros vencedores? — resopló. — Es que es increíble.
Erika — En casa — con Ander
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La sorpresa que mostraba Erika no le extrañó. También para él había pasado demasiado rápido el infierno de seguir vivo después de la muerte de aquellos chicos, de Kat. Quedaban algunos meses todavía, pero cuando terminasen... se repetiría todo, habría un nuevo vencedor, pero él seguiría atrapado en aquel maldito círculo. Lo había visto en los otros chicos que también intentaban adaptarse a esa vida lo mejor que podían y no todos lo habían conseguido.
Pero se aprende rápido a disimular cuando el precio por no hacerlo es tan alto.
Negó con la cabeza cuando hizo aquellas preguntas sobre su enfermedad, sobre su descanso, sobre dejarle en paz.- No. Y no quiero que lo hagan. -Añadió él con un tono serio.- Que yo esté y haga lo que me piden ayudará a los chicos de nuestro distrito. Quizá no sean los favoritos, pero alguien les hará caso, alguien conocerá sus nombres, yo me aseguraré de ello. -Era lo que había decidido, lo único que podía hacer, participar de aquella manera aunque le doliera.- Como no dejo que olviden a Kat. -En varias entrevistas había hablado de ella, de su valor, de cómo era. Incluso habían llegado a insinuar que entre ellos hubo algo más que la estrecha amistad que les unió siempre.- Tengo que hacerlo.
Pero se aprende rápido a disimular cuando el precio por no hacerlo es tan alto.
Negó con la cabeza cuando hizo aquellas preguntas sobre su enfermedad, sobre su descanso, sobre dejarle en paz.- No. Y no quiero que lo hagan. -Añadió él con un tono serio.- Que yo esté y haga lo que me piden ayudará a los chicos de nuestro distrito. Quizá no sean los favoritos, pero alguien les hará caso, alguien conocerá sus nombres, yo me aseguraré de ello. -Era lo que había decidido, lo único que podía hacer, participar de aquella manera aunque le doliera.- Como no dejo que olviden a Kat. -En varias entrevistas había hablado de ella, de su valor, de cómo era. Incluso habían llegado a insinuar que entre ellos hubo algo más que la estrecha amistad que les unió siempre.- Tengo que hacerlo.
Ander — En casa — con Erika
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Los vencedores de los juegos eran la joya del Capitolio, la prueba de que el sistema funcionaba, el recordatorio de que ninguno de los distritos era lo suficientemente poderoso como para enfrentarse al Capitolio en igualdad de condiciones, el brillante señuelo que se ofrecía a la población para que olvidase por un instante el horror de enviar a veinticuatro jóvenes a luchar a muerte en una arena en favor de la gloria que podían obtener para ellos mismos, para toda su familia y para su distrito si lograban sobrevivir al baño de sangre. Erika había perdido a su hermana y había visto en qué se había convertido su amigo. Sabía que nada tenía sentido. Era un sistema cruel, inhumano y absurdo.
La mención de Kat interrumpió el torrente de pensamientos de Erika. Tuvo la sensación de que su memoria la atravesaba. Era como abrir una herida que no había terminado de sanar. Volvió a ella su imagen en el ayuntamiento, despidiéndose de sus hermanas, en la entrevista, cuando su mirada brilló por última vez con la determinación que tan bien conocían por el distrito, en lo pequeña que parecía subida a las plataformas, esperando a que terminase la cuenta atrás.
— ¿Sabes? — empezó a decir, sin saber siquiera por qué, con el corazón encogido. — Me da miedo que mis hermanas se olviden de ella. Nunca estuvo mucho en casa porque tenía que ir de la escuela a la serrería, y ahora… — Perdió la mirada porque sabía que no podría continuar hablando si se encontraba con el rostro de Ander. — Ahora no está, y me da miedo que se olviden de ella. O de mí, porque ahora soy yo la que desaparece. Me da miedo que se olviden de su cara, de cómo era ella, de cómo sonaban sus pisadas sobre las hojas secas de la entrada, de cómo sonaba su voz — Erika intentó invocar las últimas palabras que había oído de ella y la horrorizó descubrir que ya no las escuchaba con nitidez, sino que llegaron como un susurro vacío —. Yo también me estoy olvidando de cómo era — el murmullo salió de sus labios carente de emoción —. Mierda.
La mención de Kat interrumpió el torrente de pensamientos de Erika. Tuvo la sensación de que su memoria la atravesaba. Era como abrir una herida que no había terminado de sanar. Volvió a ella su imagen en el ayuntamiento, despidiéndose de sus hermanas, en la entrevista, cuando su mirada brilló por última vez con la determinación que tan bien conocían por el distrito, en lo pequeña que parecía subida a las plataformas, esperando a que terminase la cuenta atrás.
— ¿Sabes? — empezó a decir, sin saber siquiera por qué, con el corazón encogido. — Me da miedo que mis hermanas se olviden de ella. Nunca estuvo mucho en casa porque tenía que ir de la escuela a la serrería, y ahora… — Perdió la mirada porque sabía que no podría continuar hablando si se encontraba con el rostro de Ander. — Ahora no está, y me da miedo que se olviden de ella. O de mí, porque ahora soy yo la que desaparece. Me da miedo que se olviden de su cara, de cómo era ella, de cómo sonaban sus pisadas sobre las hojas secas de la entrada, de cómo sonaba su voz — Erika intentó invocar las últimas palabras que había oído de ella y la horrorizó descubrir que ya no las escuchaba con nitidez, sino que llegaron como un susurro vacío —. Yo también me estoy olvidando de cómo era — el murmullo salió de sus labios carente de emoción —. Mierda.
Erika — En casa — con Ander
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Lamentó haber mencionado a Kat en el momento en que el rostro de Erika cambió cuando lo hizo. La prefería enfadada con el Capitolio y con todo antes que devastada por los recuerdos y las emociones de lo que sufrió su hermana.
La confesión de su miedo a que sus hermanas la olvidaran le conmovió. Pero sabía que era inevitable. Cuando alguien moría, los recuerdos se iban diluyendo y aunque quedasen algunas cosas ya nada era exactamente igual.
Cuando la escuchó decir que ella también la estaba olvidando notó cómo las emociones estaban aflorando aún más y a pesar de todo se levantó para acercarse a ella y buscar un modo de abrazarla. No podía ofrecerle nada más. Solo eso.
- Kat era más que sus pisadas, su voz o su aroma... -Murmuró.- Era su valor y su fuerza, sus ganas por sobrevivir, por protegeros a todas. Todo lo que nos enseñó. Eso es lo que hará que esté siempre con nosotros.
La confesión de su miedo a que sus hermanas la olvidaran le conmovió. Pero sabía que era inevitable. Cuando alguien moría, los recuerdos se iban diluyendo y aunque quedasen algunas cosas ya nada era exactamente igual.
Cuando la escuchó decir que ella también la estaba olvidando notó cómo las emociones estaban aflorando aún más y a pesar de todo se levantó para acercarse a ella y buscar un modo de abrazarla. No podía ofrecerle nada más. Solo eso.
- Kat era más que sus pisadas, su voz o su aroma... -Murmuró.- Era su valor y su fuerza, sus ganas por sobrevivir, por protegeros a todas. Todo lo que nos enseñó. Eso es lo que hará que esté siempre con nosotros.
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Parecía que la luz de la habitación se hubiese apagado. Las paredes, el suelo y el mobiliario adquirieron el mismo tono de gris, oscurecidos por las ideas que Erika no se atrevería a pronunciar.
Quizás, en otra vida, sería ella quien viviese en aquella casa de la Aldea de los Vencedores junto al resto de sus hermanas. No tendría que trabajar en la serrería, ni solicitar teselas para alimentar a su familia, ni buscar listones para arreglar las goteras por las que se filtraban las lluvias de la temporada, ni maldecir la humedad por inutilizar el combustible que necesitaba para encender la chimenea. Su familia tendría todo lo que pudiese necesitar y no volvería a preocuparse por nada una vez todas sus hermanas hubiesen cumplido diecinueve años y sus nombres fuesen retirados de las urnas. Erika habría podido celebrar con Kat sus siguientes cumpleaños.
Si las cosas hubiesen sido diferentes, Ander no estaría allí. Jamás habría regresado de la arena y habrían sido los Whitewood quienes habrían tenido que aprender a vivir sin uno de sus miembros. Sus hermanos habrían tenido que pedir teselas para sobrevivir. Seguirían viviendo en la destartalada casa que tan cerca estaba de la de las Greene. Serían los recuerdos de Ander los que se irían difuminando, primero día a día y luego año tras año, y sería Kat quien cargase con la culpa de haber sobrevivido a sus juegos.
— Aunque me gustaría que hubiese vuelto de la arena… — Era difícil ordenar sus pensamientos, porque procuraba alejar su mente aquellas ensoñaciones. — No me atrevería a querer cambiar nada de lo que ha pasado. Me alegra que tú sí pudieras volver a casa.
Quizás, en otra vida, sería ella quien viviese en aquella casa de la Aldea de los Vencedores junto al resto de sus hermanas. No tendría que trabajar en la serrería, ni solicitar teselas para alimentar a su familia, ni buscar listones para arreglar las goteras por las que se filtraban las lluvias de la temporada, ni maldecir la humedad por inutilizar el combustible que necesitaba para encender la chimenea. Su familia tendría todo lo que pudiese necesitar y no volvería a preocuparse por nada una vez todas sus hermanas hubiesen cumplido diecinueve años y sus nombres fuesen retirados de las urnas. Erika habría podido celebrar con Kat sus siguientes cumpleaños.
Si las cosas hubiesen sido diferentes, Ander no estaría allí. Jamás habría regresado de la arena y habrían sido los Whitewood quienes habrían tenido que aprender a vivir sin uno de sus miembros. Sus hermanos habrían tenido que pedir teselas para sobrevivir. Seguirían viviendo en la destartalada casa que tan cerca estaba de la de las Greene. Serían los recuerdos de Ander los que se irían difuminando, primero día a día y luego año tras año, y sería Kat quien cargase con la culpa de haber sobrevivido a sus juegos.
— Aunque me gustaría que hubiese vuelto de la arena… — Era difícil ordenar sus pensamientos, porque procuraba alejar su mente aquellas ensoñaciones. — No me atrevería a querer cambiar nada de lo que ha pasado. Me alegra que tú sí pudieras volver a casa.
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Con Erika entre sus brazos, acarició su espalda con cariño, tratando de darle algo de confort por las cosas que estarían pasando por su mente. Él podía imaginarlas, también lo hacían a menudo por la suya.
Si no hubiera vuelto él, si Kat estuviera allí... y también si ninguno de los dos estuviera.
En su mente había imágenes terribles de todos los destinos posibles. A ratos pensaba que estaba mejor vivo, aunque se daba cuenta de que era egoísta. Y a ratos creía que habría sido mejor para todos que fuera ell auqien sobreviviera a los juegos.
Suponía que debía agradecer a los dioses que hubiera sido uno de ellos, para que sus familias pudieran estar cuidadas. Al menos lo poco que se le permitía interferir con la de Erika, podía hacerlo.
Se apartó de ella cuando confesó que le gustaría que Kat hubiese vuelto, no lo suficiente para romper el abrazo, pero sí para poder verle la cara y que viera en su rostro que lo entendía. Sonrió un poco al escuchar que se alegraba de que él estuviera allí.- Gracias. -Pronunció, dejando un beso en su frente.- Yo también preferiría a Kat. Pero... no puedo no alegrarme de que mi familia esté bien. Y haré lo que pueda para ayudaros a vosotros. -Quería asegurarse de que supiera que no eran palabras vacías. Lo decía porque quería que estuviera segura de ello. Que contase con él.
Si no hubiera vuelto él, si Kat estuviera allí... y también si ninguno de los dos estuviera.
En su mente había imágenes terribles de todos los destinos posibles. A ratos pensaba que estaba mejor vivo, aunque se daba cuenta de que era egoísta. Y a ratos creía que habría sido mejor para todos que fuera ell auqien sobreviviera a los juegos.
Suponía que debía agradecer a los dioses que hubiera sido uno de ellos, para que sus familias pudieran estar cuidadas. Al menos lo poco que se le permitía interferir con la de Erika, podía hacerlo.
Se apartó de ella cuando confesó que le gustaría que Kat hubiese vuelto, no lo suficiente para romper el abrazo, pero sí para poder verle la cara y que viera en su rostro que lo entendía. Sonrió un poco al escuchar que se alegraba de que él estuviera allí.- Gracias. -Pronunció, dejando un beso en su frente.- Yo también preferiría a Kat. Pero... no puedo no alegrarme de que mi familia esté bien. Y haré lo que pueda para ayudaros a vosotros. -Quería asegurarse de que supiera que no eran palabras vacías. Lo decía porque quería que estuviera segura de ello. Que contase con él.
Ander — En casa — con Erika
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Nadie que viviera en los distritos era lo suficientemente ingenuo como para creerse a salvo de las cosechas. Erika sabía que todos sus compañeros de clase habían pensado en qué sería de ellos si fueran elegidos tributos para la arena, y creía que hasta las familias que tenían los suficientes recursos como para no tener que pedir teselas para sobrevivir al invierno se lo habrían planteado, aunque hubiese sido una sola vez.
A pesar de que Kat le había pedido que no se preocupase por ello, Erika había pasado muchas noches sin dormir imaginando qué ocurriría si ella o cualquiera de sus hermanas era enviada a los juegos. Ya podía decir que la realidad había superado con mucho a cualquiera de sus elucubraciones. La partida de su hermana había puesto su mundo del revés, había convertido en real lo impensable y la había enfrentado a decisiones que nadie tendría que tomar bajo ninguna circunstancia. Erika y Ander compartían, desde perspectivas opuestas, la disrupción de sus modos de vida. Quizá nadie entendía cómo los juegos podían haberlos unido de esa manera, pero ella sí, y todo lo demás carecía de importancia.
Cuando Ander la abrazó, algo se rompió dentro de ella. Colisionaron la pena, el alivio, el dolor, las dudas, las miles de posibilidades que ya no tenía, la realidad que la atrapaba. De pronto, tenía un nudo en la garganta y un intenso dolor de cabeza. Erika contuvo el aliento ante la cercanía de su amigo. Su gesto acabó con la ya de por sí frágil resistencia con la que estaba evitando que la superasen las circunstancias. Se le nubló la vista y se le cayeron unas lágrimas que le dejaron surcos de fuego en las mejillas. Ni siquiera intentó contenerlas: sabía que no le serviría de nada.
— Estás… caliente — susurró, ignorando el hecho de que la temperatura de su propio rostro también había aumentado la temperatura —. ¿Seguro que no tienes fiebre?
A pesar de que Kat le había pedido que no se preocupase por ello, Erika había pasado muchas noches sin dormir imaginando qué ocurriría si ella o cualquiera de sus hermanas era enviada a los juegos. Ya podía decir que la realidad había superado con mucho a cualquiera de sus elucubraciones. La partida de su hermana había puesto su mundo del revés, había convertido en real lo impensable y la había enfrentado a decisiones que nadie tendría que tomar bajo ninguna circunstancia. Erika y Ander compartían, desde perspectivas opuestas, la disrupción de sus modos de vida. Quizá nadie entendía cómo los juegos podían haberlos unido de esa manera, pero ella sí, y todo lo demás carecía de importancia.
Cuando Ander la abrazó, algo se rompió dentro de ella. Colisionaron la pena, el alivio, el dolor, las dudas, las miles de posibilidades que ya no tenía, la realidad que la atrapaba. De pronto, tenía un nudo en la garganta y un intenso dolor de cabeza. Erika contuvo el aliento ante la cercanía de su amigo. Su gesto acabó con la ya de por sí frágil resistencia con la que estaba evitando que la superasen las circunstancias. Se le nubló la vista y se le cayeron unas lágrimas que le dejaron surcos de fuego en las mejillas. Ni siquiera intentó contenerlas: sabía que no le serviría de nada.
— Estás… caliente — susurró, ignorando el hecho de que la temperatura de su propio rostro también había aumentado la temperatura —. ¿Seguro que no tienes fiebre?
Erika — En casa — con Ander
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Ander podía recordar bien el último abrazo recibido. Su madre, antes de marchar al mercado aquella msima mañana. Desde que volviera de los juegos, les abrazaba a todos a menudo, pero especialmente a él. Como si necesitara asegurarse de que estaba ahí, de que había regresado de verdad.
Sin embargo, ningún abrazo desde su regreso le había parecido tan reconfortante como el que le había dado a Erika. Quizá porque se convencía de que ella era la única que de verdad comprendía lo que era aquello. Lo que estaba guardado en su pecho y no podía compartir con nadie. La culpa por haber regresado y que otra persona no lo hiciera, y aún así alegrarse de ello.
Pero había algo más en ese abrazo, algo que no estaba seguro de reconocer del todo.
Cuando se separó de ella, vio sus lágrimas y alzó una mano para apartarlas de su mejilla con el pulgar.
Tuvo que sonreír al escucharla mencionar la fiebre.- Puede que sí. -Reconoció.- Casi no me doy cuenta de cuando viene o se va. -Se encogió de hombros.- Lo siento, puede que te esté contagiando.-Reflexionó de repente al pensar que podía estarla exponiendo a lo que tenía encima.- Si caes enferma tienes que venir a obligarme a cuidarte. -Necesitaba verla sonreír. Después de haberla puesto tan triste, de haberla hecho llorar. Necesitaba que al menos ella estuviera bien.
Sin embargo, ningún abrazo desde su regreso le había parecido tan reconfortante como el que le había dado a Erika. Quizá porque se convencía de que ella era la única que de verdad comprendía lo que era aquello. Lo que estaba guardado en su pecho y no podía compartir con nadie. La culpa por haber regresado y que otra persona no lo hiciera, y aún así alegrarse de ello.
Pero había algo más en ese abrazo, algo que no estaba seguro de reconocer del todo.
Cuando se separó de ella, vio sus lágrimas y alzó una mano para apartarlas de su mejilla con el pulgar.
Tuvo que sonreír al escucharla mencionar la fiebre.- Puede que sí. -Reconoció.- Casi no me doy cuenta de cuando viene o se va. -Se encogió de hombros.- Lo siento, puede que te esté contagiando.-Reflexionó de repente al pensar que podía estarla exponiendo a lo que tenía encima.- Si caes enferma tienes que venir a obligarme a cuidarte. -Necesitaba verla sonreír. Después de haberla puesto tan triste, de haberla hecho llorar. Necesitaba que al menos ella estuviera bien.
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Erika no había querido que su visita a Ander acabase de esa manera. Era inevitable, pensaría después, que la presión que llevaba tanto tiempo soportando hubiese acabado quebrándola. Los meses que había pasado luchando contra lo que había pasado y asumiendo lo que estaba por venir le tendrían que pasar factura tarde o temprano. Lo que ella no había esperado era que sucediese así, en la nueva casa de los Whitewood, mientras Ander trataba de evitar que terminase de romperse en pedazos en sus brazos.
— Oh, Ander… — masculló, sin saber si reír o llorar por su comentario. — Eres un desastre.
Agradeció la distracción, aunque hubiese preferido que no estuviese fundamentada en un resfriado real. Fue suficiente para que se alejase durante un instante del punto de ruptura que estaba por alcanzar antes de que la fractura que se había abierto dentro de ella fuese demasiado grande para poder repararse.
— No te preocupes por mí — con un gesto le quitó importancia a la posibilidad que planteaba —. Si no me he resfriado por culpa de mis hermanas, no creo que lo haga ahora. Debo de estar ya inmunizada — suspiró para quitarse de encima la pena que todavía le pesaba sobre los hombros y volvió la vista a la cocina —. Deja que te prepare algo, ¿vale? A mí también me vendrá bien una infusión.
— Oh, Ander… — masculló, sin saber si reír o llorar por su comentario. — Eres un desastre.
Agradeció la distracción, aunque hubiese preferido que no estuviese fundamentada en un resfriado real. Fue suficiente para que se alejase durante un instante del punto de ruptura que estaba por alcanzar antes de que la fractura que se había abierto dentro de ella fuese demasiado grande para poder repararse.
— No te preocupes por mí — con un gesto le quitó importancia a la posibilidad que planteaba —. Si no me he resfriado por culpa de mis hermanas, no creo que lo haga ahora. Debo de estar ya inmunizada — suspiró para quitarse de encima la pena que todavía le pesaba sobre los hombros y volvió la vista a la cocina —. Deja que te prepare algo, ¿vale? A mí también me vendrá bien una infusión.
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La forma en que Erika respondió hizo que sonriera más relajado, incluso cuando estaba diciendo que era un desastre. Casi nadie le decía ya cosas como esas, como si fuera de cristal y pudiera romperse por una broma.
Recolocó un mechón de pelo detrás de su oreja antes de terminar de apartar su mano de ella y sonrió a lo que dijo de resfriarse.- Bueno, pero esto puede ser otro tipo de enfermedad. -Advirtió, dado que lo había cogido en el Capitolio no estaba seguro de que fuera algo habitual.- Si necesitas cualquier cosa, me lo dirás, ¿verdad? -Esperaba que asintiera.
De todos modos, ella insistió en prepararle algo.- Vale. -Aceptó.- Te esperaré aquí, creo que todo es fácil de encontrar en la cocina, mi madre sigue manteniendo el mismo orden. -Sí, tenía más espacio y mejores instrumentos y comida. Pero seguía siendo como antes.
Recolocó un mechón de pelo detrás de su oreja antes de terminar de apartar su mano de ella y sonrió a lo que dijo de resfriarse.- Bueno, pero esto puede ser otro tipo de enfermedad. -Advirtió, dado que lo había cogido en el Capitolio no estaba seguro de que fuera algo habitual.- Si necesitas cualquier cosa, me lo dirás, ¿verdad? -Esperaba que asintiera.
De todos modos, ella insistió en prepararle algo.- Vale. -Aceptó.- Te esperaré aquí, creo que todo es fácil de encontrar en la cocina, mi madre sigue manteniendo el mismo orden. -Sí, tenía más espacio y mejores instrumentos y comida. Pero seguía siendo como antes.
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El tiempo empeoró durante las siguientes semanas. Las lluvias eran tan frecuentes que podrían haberse entendido como una sola. El agua se filtró por el tejado de la casa de Erika y tanto ella como sus hermanas se pasaban las noches vaciando los cubos para evitar que se desbordaran. A veces, cuando creían que ya habían localizado todas las goteras, aparecía una nueva en otro sitio y la descubrían por el charco que se había formado en un descuido, y habían tenido que empezar a ponerse creativas para contener el agua que se acumulaba por los rincones.
Con el agua de la lluvia podían bañarse con más frecuencia que en los meses estivales, pero tampoco dejaba de ser una experiencia desagradable: el agua helada y la humedad que impedía que se les secase bien la ropa no compensaba poder quitarse la suciedad de la piel y el pelo.
Aun así, Erika procuró no quejarse. No dijo nada delante de sus hermanas, porque no podía hacer nada para cambiar su situación, ni tampoco cuando estuvo con alguno de los Whitewood, porque si Ander lo supiera haría todo cuanto pudiera para ayudarlas de alguna manera, y no era el tipo de favor que pudiera aceptar de él, de ninguna de las maneras.
No obstante, las Greene siguieron yendo a visitarlo de vez en cuando a cambio de un rato delante de su chimenea. En alguna ocasión, fue Erika sin ninguna compañía. Aquel día había oscurecido antes de tiempo: las nubes de tormenta eran tan densas que no dejaban pasar la luz. Erika miró hacia la ventana y suspiró al ver los ríos que caían por los cristales. Le dio unos golpecitos a la cerámica de la taza que tenía entre las manos, ya vacía, antes de volver la vista hacia Ander.
— Me tengo que ir — le dijo, aunque con el convencimiento justo —. Creo que hoy tardaré un poco más en llegar a casa y tengo muchas cosas que hacer — dejó la taza en la encimera antes de levantarse —. Con un poco de suerte, los agentes de paz se quedarán en sus casas y nos dejarán trabajar tranquilos.
Con el agua de la lluvia podían bañarse con más frecuencia que en los meses estivales, pero tampoco dejaba de ser una experiencia desagradable: el agua helada y la humedad que impedía que se les secase bien la ropa no compensaba poder quitarse la suciedad de la piel y el pelo.
Aun así, Erika procuró no quejarse. No dijo nada delante de sus hermanas, porque no podía hacer nada para cambiar su situación, ni tampoco cuando estuvo con alguno de los Whitewood, porque si Ander lo supiera haría todo cuanto pudiera para ayudarlas de alguna manera, y no era el tipo de favor que pudiera aceptar de él, de ninguna de las maneras.
No obstante, las Greene siguieron yendo a visitarlo de vez en cuando a cambio de un rato delante de su chimenea. En alguna ocasión, fue Erika sin ninguna compañía. Aquel día había oscurecido antes de tiempo: las nubes de tormenta eran tan densas que no dejaban pasar la luz. Erika miró hacia la ventana y suspiró al ver los ríos que caían por los cristales. Le dio unos golpecitos a la cerámica de la taza que tenía entre las manos, ya vacía, antes de volver la vista hacia Ander.
— Me tengo que ir — le dijo, aunque con el convencimiento justo —. Creo que hoy tardaré un poco más en llegar a casa y tengo muchas cosas que hacer — dejó la taza en la encimera antes de levantarse —. Con un poco de suerte, los agentes de paz se quedarán en sus casas y nos dejarán trabajar tranquilos.
Erika — En casa — con Ander
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Con la fuerza de las lluvias de aquella temporada los trenes entre distritos no funcionaban correctamente ante la posibilidad de accidentes. Eso significó un alivio para Ander, que no podía volver al Capitolio aunque lo reclamaran. No quería pensar qué hubiera pasado si todo aquello hubiera sucedido estando él allí.
Tanto él como sus hermanos se habían preparado para hacer frente a las posibles goteras, acostumbrados como estaban a hacerlo en su antigua casa. Pero, al parecer, otra de las ventajas de la villa era que estaba perfectamente construida y conservada. Así que no hizo falta nada de aquello.
Las Green les visitaban de vez en cuando, y ellos las acogían como si fueran parte de la familia. Ander se sentía mal cuando las veía marchar y más de una vez él o sus hermanos habían propuesto invitarlas a quedarse, pero todos eran conscientes de que podían herir el orgullo de cualquiera al insinuar que su casa no era tan buena. Seguía siendo su hogar, después de todo.
Erika estaba allí aquella tarde y cuando empezó a oscurecer fuera indicó que debía marcharse. Ander se levantó sin dudarlo.- Te acompaño, por si hay algún agente de la paz que quiera molestar incluso con la que está cayendo. -Insinuó con una sonrisa.- Y también para que no tengas que hacer ese camino sola. -No le parecía bien, con los caminos lleno de barro resbaladizo y sin apenas luz. Él cogió una linterna para poder iluminarse bien.
- Ah, por si crees que tienes opción. No te dejo negarte. -Añadió con una sonrisa para que no intentara decir que no hacía falta que fuera o cualquier cosa así.
Tanto él como sus hermanos se habían preparado para hacer frente a las posibles goteras, acostumbrados como estaban a hacerlo en su antigua casa. Pero, al parecer, otra de las ventajas de la villa era que estaba perfectamente construida y conservada. Así que no hizo falta nada de aquello.
Las Green les visitaban de vez en cuando, y ellos las acogían como si fueran parte de la familia. Ander se sentía mal cuando las veía marchar y más de una vez él o sus hermanos habían propuesto invitarlas a quedarse, pero todos eran conscientes de que podían herir el orgullo de cualquiera al insinuar que su casa no era tan buena. Seguía siendo su hogar, después de todo.
Erika estaba allí aquella tarde y cuando empezó a oscurecer fuera indicó que debía marcharse. Ander se levantó sin dudarlo.- Te acompaño, por si hay algún agente de la paz que quiera molestar incluso con la que está cayendo. -Insinuó con una sonrisa.- Y también para que no tengas que hacer ese camino sola. -No le parecía bien, con los caminos lleno de barro resbaladizo y sin apenas luz. Él cogió una linterna para poder iluminarse bien.
- Ah, por si crees que tienes opción. No te dejo negarte. -Añadió con una sonrisa para que no intentara decir que no hacía falta que fuera o cualquier cosa así.
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Ander se levantó cuando lo hizo Erika y ella levantó las cejas cuando le ofreció su compañía en el camino de vuelta a casa. A esas alturas, no es que la sorprendiera, pero no podía evitar pensar en que sería una molestia. Al fin y al cabo, fuera llovía y hacía frío, mientras que en la nueva chimenea de los Whitewood crepitaba un fuego que invitaba a quedarse allí hasta la madrugada, y una parte de Erika pensó en cuánto le gustaría poder permanecer allí y olvidarse del helor que se le metía en los huesos cuando caía la noche, aunque fuera solo un día.
Su amigo, por su parte, parecía más que dispuesto a ir con ella. Erika sacudió la cabeza, pero sonreía. Sabía que no iba a poder convencerlo para quedarse allí, así que esperó a que estuviera listo para salir antes de encaminarse hacia el recibidor. Tampoco protestó porque en realidad disfrutaba del poco tiempo que podían pasar juntos.
— Te preocupas demasiado por mí, creo yo — contraargumentó ella, arreglándose la chaqueta —. Hace mucho tiempo que no me meto en problemas.
Erika tenía la impresión de que los agentes de paz sentían lástima por ella. Algunos conocían a sus hermanas antes de la cosecha que se había llevado a Nat. Los que no, habían visto las entrevistas, las apuestas, el baño de sangre en la Cornucopia, lo breve que había sido la participación de su hermana mayor en los juegos, lo rápido que había terminado su vida. Erika se preguntó si sabrían cómo se estaba intentando ganar la vida ahora que ella no estaba.
Un relámpago partió el cielo y a los pocos segundos lo siguió un trueno que hizo temblar los cristales de la casa. La lluvia siguió cayendo con la misma intensidad, llevándose el color del resto de viviendas de la aldea de los vencedores.
— ¿Seguro que no quieres quedarte en casa? — Ya sabía que Ander le diría que no, pero aun así le preguntó. — No sé cómo pretenden que la serrería funcione con la que está cayendo…
Su amigo, por su parte, parecía más que dispuesto a ir con ella. Erika sacudió la cabeza, pero sonreía. Sabía que no iba a poder convencerlo para quedarse allí, así que esperó a que estuviera listo para salir antes de encaminarse hacia el recibidor. Tampoco protestó porque en realidad disfrutaba del poco tiempo que podían pasar juntos.
— Te preocupas demasiado por mí, creo yo — contraargumentó ella, arreglándose la chaqueta —. Hace mucho tiempo que no me meto en problemas.
Erika tenía la impresión de que los agentes de paz sentían lástima por ella. Algunos conocían a sus hermanas antes de la cosecha que se había llevado a Nat. Los que no, habían visto las entrevistas, las apuestas, el baño de sangre en la Cornucopia, lo breve que había sido la participación de su hermana mayor en los juegos, lo rápido que había terminado su vida. Erika se preguntó si sabrían cómo se estaba intentando ganar la vida ahora que ella no estaba.
Un relámpago partió el cielo y a los pocos segundos lo siguió un trueno que hizo temblar los cristales de la casa. La lluvia siguió cayendo con la misma intensidad, llevándose el color del resto de viviendas de la aldea de los vencedores.
— ¿Seguro que no quieres quedarte en casa? — Ya sabía que Ander le diría que no, pero aun así le preguntó. — No sé cómo pretenden que la serrería funcione con la que está cayendo…
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Miró a Erika con una sonrisa algo triste.- Me preocupo por las personas que me importan. -Siempre lo había hecho, siempre había estado ahí poniendo la cara por su familia. Pero desde los Juegos, había intentado demostrarlo más y decirlo también. Aunque a Erika no le decía tanto como quizá debiera.
Cuando aquel trueno resonó incluso en los cristales, supo que el rayo no debía haber caído demasiado lejos. Por suerte, la lluvia amainaría cualquier fuego que pudiera producir al caer contra uno de los árboles.- ¿Desde cuando me han asustado las tormentas? -Respondió con una pregunta para desestimar la suya sobre si estaba seguro de acompañarla.
Se adelantó para llegar al perchero, coger su abrigo y pasarle el chubasquero de su madre.- Te vas a empapar si no lo aceptas. -No aceptaba una negativa. Encendió la linterna y salieron a la oscuridad de la tormenta.
- Mañana no podrán trabajar los leñadores y pronto la fábrica se quedará sin material para trabajar. -Expuso él, que sabía de lo que hablaba. Nadie podía cortar madera en aquellas condiciones. Y sin madera toda la industria del distrito se iba a pique.- ¿Sigue habiendo goteras sin reparar allí? -Preguntó, refiriéndose a la fábrica.- Si siguen así las máquinas se oxidarán y no se podrá hacer otra cosa que cambiarlas. -Con unos recursos que ellos no tenían.
Suspiró un momento.- La verdad... creo que lo último que debo hacer es hablar de un trabajo que ya no es el mío. -Se sentía un intruso. Se sentía como si ya no perteneciera allí.- Pero tampoco sé de qué otra cosa hablar... -Reconoció con una sonrisa ladeada.
Cuando aquel trueno resonó incluso en los cristales, supo que el rayo no debía haber caído demasiado lejos. Por suerte, la lluvia amainaría cualquier fuego que pudiera producir al caer contra uno de los árboles.- ¿Desde cuando me han asustado las tormentas? -Respondió con una pregunta para desestimar la suya sobre si estaba seguro de acompañarla.
Se adelantó para llegar al perchero, coger su abrigo y pasarle el chubasquero de su madre.- Te vas a empapar si no lo aceptas. -No aceptaba una negativa. Encendió la linterna y salieron a la oscuridad de la tormenta.
- Mañana no podrán trabajar los leñadores y pronto la fábrica se quedará sin material para trabajar. -Expuso él, que sabía de lo que hablaba. Nadie podía cortar madera en aquellas condiciones. Y sin madera toda la industria del distrito se iba a pique.- ¿Sigue habiendo goteras sin reparar allí? -Preguntó, refiriéndose a la fábrica.- Si siguen así las máquinas se oxidarán y no se podrá hacer otra cosa que cambiarlas. -Con unos recursos que ellos no tenían.
Suspiró un momento.- La verdad... creo que lo último que debo hacer es hablar de un trabajo que ya no es el mío. -Se sentía un intruso. Se sentía como si ya no perteneciera allí.- Pero tampoco sé de qué otra cosa hablar... -Reconoció con una sonrisa ladeada.
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Erika aceptó el chubasquero de la señora Whitewood que le ofrecía Ander porque sabía que ya no tenían problemas para mantenerse secos cuando llovía. Al tocar la prenda, la sorprendió lo que pesaba, y también la textura del impermeable. En lugar de ser una tela tosca e inmanejable con olor a plástico era una especie de chaqueta ligera de un precioso color caoba. Era tan bonita que a Erika le costaba creer que no fuera a deshacerse bajo la lluvia y, sin embargo, cuando se la puso supo que era mejor que todas las prendas que hubieran tenido ella o cualquiera de sus hermanas en toda su vida.
— Te lo daré cuando lleguemos — le advirtió para evitar una discusión más tarde —. No puedo quedármelo y tampoco lo necesitaré cuando tenga un paragüas.
Al abrir la puerta, el agradable murmullo de tormenta que habían oído mientras charlaban en el salón se convirtió en un rugido. Las nubes habían cubierto por completo el cielo y en la oscuridad era difícil saber qué hora era, puesto orientarse por la luz del sol no era una opción en ese momento. La lluvia caía estrepitosamente sobre la aldea de los vencedores. Erika se subió la cremallera del chubasquero antes de atreverse a salir al porche y seguir a Ander por el sendero de vuelta a su hogar en el distrito.
— No sé qué van a hacer, la verdad — miraba hacia el suelo para no resbalarse, hasta que oyó el último comentario de su amigo. Entonces, alzó la vista para encontrarse con él —. No digas eso. Sabes cómo funciona la serrería, trabajabas allí. Aunque ahora seas un vencedor de los juegos, siempre serás de este distrito — le explicó con todo convencimiento —. Y no, todavía no han arreglado las malditas goteras — trató así de desviar la conversación y, de paso, demostrar que estaba en lo cierto —. Cualquier día va a ocurrir una desgracia, pero a nadie le importa.
— Te lo daré cuando lleguemos — le advirtió para evitar una discusión más tarde —. No puedo quedármelo y tampoco lo necesitaré cuando tenga un paragüas.
Al abrir la puerta, el agradable murmullo de tormenta que habían oído mientras charlaban en el salón se convirtió en un rugido. Las nubes habían cubierto por completo el cielo y en la oscuridad era difícil saber qué hora era, puesto orientarse por la luz del sol no era una opción en ese momento. La lluvia caía estrepitosamente sobre la aldea de los vencedores. Erika se subió la cremallera del chubasquero antes de atreverse a salir al porche y seguir a Ander por el sendero de vuelta a su hogar en el distrito.
— No sé qué van a hacer, la verdad — miraba hacia el suelo para no resbalarse, hasta que oyó el último comentario de su amigo. Entonces, alzó la vista para encontrarse con él —. No digas eso. Sabes cómo funciona la serrería, trabajabas allí. Aunque ahora seas un vencedor de los juegos, siempre serás de este distrito — le explicó con todo convencimiento —. Y no, todavía no han arreglado las malditas goteras — trató así de desviar la conversación y, de paso, demostrar que estaba en lo cierto —. Cualquier día va a ocurrir una desgracia, pero a nadie le importa.
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Ander sintió deseos de pedirle a Erika que se quedase con aquella chaqueta de su madre, solo por haber visto su expresión al tenerla puesta. Era evidente que era mucho mejor que cualquier prenda que pudieran tener en el distrito. Le hizo desear conseguir ropa nueva del Capitolio para toda su familia. Pero era consciente, demasiado consciente, de que no la aceptaría.
- Como quieras. -Fue lo único que pudo responder, aunque le habría gustado hacer más.
Caminaron en aquella oscuridad provocada por la tormenta y por la hora que debía ser. Hablaron de la serrería y Ander volvió a sentir esa sensación de intrusismo, de no pertenecer a aquel lugar, que le había perseguido desde los Juegos. A pesar de haber sobrevivido no se sentía parte de Panem, era como si se hubiera quedado allí dentro para siempre.
Erika respondió con contundencia, recordándole que era parte de ese distrito.- Es difícil verlo así cuando todo lo que nos rodea es tan diferente. -Expuso, refiriéndose a la aldea de los vencedores, a la ropa, a todo lo que tenían. Les diferenciaban y apartaban de lo que habían conocido. Aun así, no podía rechazar ninguno de esos favores que les hacían.
Y la propia gente de su distrito tampoco le hacía sentir especialmente acogido. Pero cambiaron de tema cuando ella volvió a hablar de la serrería.
- Ojalá pudiera hacer algo para mejorar eso. No quisiera que hubiera más accidentes evitables. -Porque los accidentes podían suceder igualmente, pero un buen mantenimiento podía evitar una gran parte de ellos.- Pero dudo que me dejen intervenir. -Desde el Capitolio controlaban que no favoreciera a nadie, que no se saliera del plan que ellos habían establecido.
- Como quieras. -Fue lo único que pudo responder, aunque le habría gustado hacer más.
Caminaron en aquella oscuridad provocada por la tormenta y por la hora que debía ser. Hablaron de la serrería y Ander volvió a sentir esa sensación de intrusismo, de no pertenecer a aquel lugar, que le había perseguido desde los Juegos. A pesar de haber sobrevivido no se sentía parte de Panem, era como si se hubiera quedado allí dentro para siempre.
Erika respondió con contundencia, recordándole que era parte de ese distrito.- Es difícil verlo así cuando todo lo que nos rodea es tan diferente. -Expuso, refiriéndose a la aldea de los vencedores, a la ropa, a todo lo que tenían. Les diferenciaban y apartaban de lo que habían conocido. Aun así, no podía rechazar ninguno de esos favores que les hacían.
Y la propia gente de su distrito tampoco le hacía sentir especialmente acogido. Pero cambiaron de tema cuando ella volvió a hablar de la serrería.
- Ojalá pudiera hacer algo para mejorar eso. No quisiera que hubiera más accidentes evitables. -Porque los accidentes podían suceder igualmente, pero un buen mantenimiento podía evitar una gran parte de ellos.- Pero dudo que me dejen intervenir. -Desde el Capitolio controlaban que no favoreciera a nadie, que no se saliera del plan que ellos habían establecido.
Erika — En casa — con Ander
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El comentario de Ander hizo que Erika se diera cuenta de algo. Él siempre había sido así. Ander Whitewood había cuidado de su propia familia y de la de los Greene, pero también se había preocupado por sus compañeros de clase y por sus vecinos. En la escuela había pasado desapercibido, pero quienes lo conocían mencionaban su amabilidad cuando hablaban de él, y aunque todo el mundo se empeñase en decir que los juegos lo habían cambiado, Erika supo que no era cierto. Seguía siendo él, a su manera, aunque hubiese sobrevivido a horrores que Erika apenas podía llegar a imaginar.
— Creo que, a pesar de todo, no somos tan distintos. Aunque las cosas hayan cambiado, tú… — no supo cómo terminar la frase, así que decidió sintetizar. — Tú sigues siendo tú.
Al abandonar la Aldea de los Vencedores, Erika se dio cuenta de que la lluvia había empapado la tierra. El camino hacia la serrería no estaba tan bien cuidado como el que había financiado el Capitolio para los vencedores del distrito.
— No puedes hacer nada, Ander. Y tampoco deberías. Es el Capitolio quien debería hacer algo con la serrería. Son ellos los que quieren nuestra madera.
La producción disminuía en momentos puntuales: durante lluvias, terremotos, inundaciones; pero todo el mundo sabía que el Capitolio estaba bien abastecido. Las líneas de comunicación siempre estaban abiertas, y en épocas de escasez, no eran los capitolinos quienes las sufrían, sino los de los distritos.
— Gracias por acompañarme — le dijo cuando se acercaron a la serrería —. Y por el chubasquero. ¿Es cosa mía o está lloviendo en horizontal? — resopló.
— Creo que, a pesar de todo, no somos tan distintos. Aunque las cosas hayan cambiado, tú… — no supo cómo terminar la frase, así que decidió sintetizar. — Tú sigues siendo tú.
Al abandonar la Aldea de los Vencedores, Erika se dio cuenta de que la lluvia había empapado la tierra. El camino hacia la serrería no estaba tan bien cuidado como el que había financiado el Capitolio para los vencedores del distrito.
— No puedes hacer nada, Ander. Y tampoco deberías. Es el Capitolio quien debería hacer algo con la serrería. Son ellos los que quieren nuestra madera.
La producción disminuía en momentos puntuales: durante lluvias, terremotos, inundaciones; pero todo el mundo sabía que el Capitolio estaba bien abastecido. Las líneas de comunicación siempre estaban abiertas, y en épocas de escasez, no eran los capitolinos quienes las sufrían, sino los de los distritos.
— Gracias por acompañarme — le dijo cuando se acercaron a la serrería —. Y por el chubasquero. ¿Es cosa mía o está lloviendo en horizontal? — resopló.
Erika — En casa — con Ander
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—Grief—
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Había dejado a Erika la noche anterior cuando ya estaba en un lugar seguro. Pero sus palabras le habían acompañado de camino a casa. Ella decía que seguía siendo él, pero ni él mismo podía ver que eso fuera cierto. Aunque le gustaría. Los demonios de todas las muertes que había visto, de todo cuanto había hecho y le obligarían a hacer después, le acompañarían el resto de su vida.
Pero de algún modo... le gustaba pensar que Erika seguía viendo todo lo bueno de él.
Al día siguiente las alarmas del distrito les despertaron. Él y Birch salieron de la casa y fueron a ver qué había sucedido. Todos estaban reunidos frente a la serrería. Las lluvías habían provocado un desprendimiento durante la noche. Por lo que decían, no había sido tan tarde. El corazón de Ander dio un vuelco al ver que ese espacio faltante en el terreno era el mismo por el que Erika debía volver a casa.
- Dime que ves a los Green. -Pidió a su hermano, con un nudo formándose en la garganta. Pero tampoco Birch los veía allí.- Ve a buscarles, preguntales dónde está Erika -Le envió mientras él se acercaba a los agentes de la paz.- ¿Hay alguien herido? ¿Alguien ahí abajo?
Pero de algún modo... le gustaba pensar que Erika seguía viendo todo lo bueno de él.
Al día siguiente las alarmas del distrito les despertaron. Él y Birch salieron de la casa y fueron a ver qué había sucedido. Todos estaban reunidos frente a la serrería. Las lluvías habían provocado un desprendimiento durante la noche. Por lo que decían, no había sido tan tarde. El corazón de Ander dio un vuelco al ver que ese espacio faltante en el terreno era el mismo por el que Erika debía volver a casa.
- Dime que ves a los Green. -Pidió a su hermano, con un nudo formándose en la garganta. Pero tampoco Birch los veía allí.- Ve a buscarles, preguntales dónde está Erika -Le envió mientras él se acercaba a los agentes de la paz.- ¿Hay alguien herido? ¿Alguien ahí abajo?
Ander — Serrería — con Erika
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Las lluvias habían convertido en caos la serrería. La plantilla se dividía en los trabajadores oficiales, los que contaban en los registros, y los trabajadores ilegales, que se colaban durante las épocas de más actividad para que la faena pudiera salir adelante a cambio de pagos irrisorios que en ningún caso compensaban las horas de trabajo ni los riesgos a los que se exponían. Las equipaciones de seguridad estaban contadas y asignadas a trabajadores oficiales, por lo que los ilegales no podían utilizarlas, y los trabajadores veteranos no habrían podido contar a los que habían muerto por un mal manejo de las maquinarias. Erika trataba de no pensar en ello.
Era joven, tenía buenos reflejos y no acudía a la serrería más que en ocasiones puntuales, aunque lo fueran cada vez menos. Pronto cumpliría la mayoría de edad y entonces podría ser admitida en la plantilla, pero hasta entonces le tocaba trabajar en la clanestinidad para salir del paso.
La cuestión es que aquel día las cosas se habían complicado. La mitad de la plantilla no había podido abandonar la serrería debido a la congestión de los caminos; la otra mitad no había podido llegar hasta allí por el mismo motivo, y cundía la desorganización entre los turnos y los trabajadores legales y los que no lo eran. Erika fue al encuentro de Luke, una trabajadora oficial algo mayor que ella, que era quien la había colado en primer lugar para empezar a trabajar allí, y estaba bajo su supervisión mientras tanto.
— Esto está imposible, Erika — la avisó, abatida —. Llevamos todo el día así. Las goteras han roto una de las máquinas y estamos esperando a que vengan a arreglarla, pero no sabemos si llegará alguien con la que está cayendo. Creo que será mejor que vuelvas a casa. No querrás estar aquí si vienen los agentes.
— Vaya — se volvió hacia la puerta. La lluvia caía en ráfagas que parecían sólidas.
— Puedes quedarte aquí un rato, a ver si la cosa mejora…
— No lo creo, pero vale.
Esperó quince minutos antes de regresar a casa. Decidió tomar el camino más largo, pero mejor pavimentado, en lugar del atajo que conocía.
Era joven, tenía buenos reflejos y no acudía a la serrería más que en ocasiones puntuales, aunque lo fueran cada vez menos. Pronto cumpliría la mayoría de edad y entonces podría ser admitida en la plantilla, pero hasta entonces le tocaba trabajar en la clanestinidad para salir del paso.
La cuestión es que aquel día las cosas se habían complicado. La mitad de la plantilla no había podido abandonar la serrería debido a la congestión de los caminos; la otra mitad no había podido llegar hasta allí por el mismo motivo, y cundía la desorganización entre los turnos y los trabajadores legales y los que no lo eran. Erika fue al encuentro de Luke, una trabajadora oficial algo mayor que ella, que era quien la había colado en primer lugar para empezar a trabajar allí, y estaba bajo su supervisión mientras tanto.
— Esto está imposible, Erika — la avisó, abatida —. Llevamos todo el día así. Las goteras han roto una de las máquinas y estamos esperando a que vengan a arreglarla, pero no sabemos si llegará alguien con la que está cayendo. Creo que será mejor que vuelvas a casa. No querrás estar aquí si vienen los agentes.
— Vaya — se volvió hacia la puerta. La lluvia caía en ráfagas que parecían sólidas.
— Puedes quedarte aquí un rato, a ver si la cosa mejora…
— No lo creo, pero vale.
Esperó quince minutos antes de regresar a casa. Decidió tomar el camino más largo, pero mejor pavimentado, en lugar del atajo que conocía.
Erika — Distrito — con Anden
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Los agentes de la paz se limitaron a apartarle del borde y decirle que estaban investigando. Pero no había nadie ahí abajo tratando de buscar entre los escombros así que sabía que no era verdad.
Birch no volvía y él solo podía pensar en las posibilidades de que Erika estuviese atrapada allí, pero todavía con vida. Así que se alejó de la escena. Conocía un camino por el que podía llegar a esa zona sin que le pudieran impedir el paso.
Casi nadie usaba aquel camino porque era más rápido tomar atajos y ellos los conocían todos. Pero cuando encontró a alguien más en el pavimento se sorprendió. No porque otra persona hubiera tenido esa idea en aquel momento, sino porque reconoció de quién se trataba.
Corrió hacia ella- ¡Erika! ¿Estás bien? -La sujetó por los hombros para poder verla entera, solo con su ropa de trabajo, sin nada que pareciera alarmante.- Qué alivio. Pensé... -Se quedó a media frase y la abrazó. Había tenido miedo de lo que pudiera haberle pasado, pero estaba ahí y podía respirar tranquilo.
Birch no volvía y él solo podía pensar en las posibilidades de que Erika estuviese atrapada allí, pero todavía con vida. Así que se alejó de la escena. Conocía un camino por el que podía llegar a esa zona sin que le pudieran impedir el paso.
Casi nadie usaba aquel camino porque era más rápido tomar atajos y ellos los conocían todos. Pero cuando encontró a alguien más en el pavimento se sorprendió. No porque otra persona hubiera tenido esa idea en aquel momento, sino porque reconoció de quién se trataba.
Corrió hacia ella- ¡Erika! ¿Estás bien? -La sujetó por los hombros para poder verla entera, solo con su ropa de trabajo, sin nada que pareciera alarmante.- Qué alivio. Pensé... -Se quedó a media frase y la abrazó. Había tenido miedo de lo que pudiera haberle pasado, pero estaba ahí y podía respirar tranquilo.
Ander — Serrería — con Erika
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Todavía llovía a mares, por lo que la visibilidad del camino era muy reducida. La tormenta debía de haber alcanzado el cableado que llevaba siglos en mal estado y parte del distrito se encontraba a oscuras. Erika tampoco era capaz de oír nada. Estaba avanzando a tientas, tratando de recordar el camino a casa, cuando alguien se acercó a ella.
Al principio, se revolvió con violencia, pero la sujetaron por los hombros con firmeza. El corazón empezó a latirle tan deprisa que le dolía. Debía haber estado más atenta. Estaba yendo sola de noche por una calle apenas transitada de su distrito y podía haberle ocurrido cualquier cosa. Recordó las historias que había oído sobre lo que habían hecho los agentes de la paz con las mujeres daban por desaparecidas y el medio la paralizó, como a un animal que se viera ante su depredador.
Ni siquiera al darse cuenta de que era Ander quien la sostenía fue capaz de relajarse. Él también estaba histérico, aunque Erika no comprendiera por qué. Cuando la abrazó, no pudo oír nada más.
— Ander… — murmuró, confundida. — ¿Qué te pasa? — la estaba abrazando con tanta fuerza que empezaba a costarle respirar. — ¿Qué ha pasado?
Al principio, se revolvió con violencia, pero la sujetaron por los hombros con firmeza. El corazón empezó a latirle tan deprisa que le dolía. Debía haber estado más atenta. Estaba yendo sola de noche por una calle apenas transitada de su distrito y podía haberle ocurrido cualquier cosa. Recordó las historias que había oído sobre lo que habían hecho los agentes de la paz con las mujeres daban por desaparecidas y el medio la paralizó, como a un animal que se viera ante su depredador.
Ni siquiera al darse cuenta de que era Ander quien la sostenía fue capaz de relajarse. Él también estaba histérico, aunque Erika no comprendiera por qué. Cuando la abrazó, no pudo oír nada más.
— Ander… — murmuró, confundida. — ¿Qué te pasa? — la estaba abrazando con tanta fuerza que empezaba a costarle respirar. — ¿Qué ha pasado?
Erika — Distrito — con Anden
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Ander abrazaba a Erika con desesperación, con la clase de desesperación que muestran aquellos que han conocido la pérdida de primera mano y han tenido miedo de volver a sentir algo parecido. Casi había saboreado aquel dolor de nuevo hasta que la había visto allí frente a él, resistiéndose a sus manos.
Escuchó su voz, pero tardó un poco más en aflojar el abrazo, aunque sus manos se resistían a abandonarla del todo. Una de ellas subió hasta su rostro, necesitando tocarla todavía.- Ha habido un desprendimiento... Ha sido justo donde nos depedimos anoche. -Le contó, casi sin ser capaz de articular palabra alguna. Temiendo aún que se desvaneciera.- Nadie podía decirme si había alguien allí, y no dejaba de pensar que quizá tú... -Sus brazos volvieron a rodearla una vez más. Incapaz de pronunciar unas palabras tan funestas.- No podía soportar la idea de perderte también. Necesitaba encontrarte de nuevo. -Murmuró contra su pelo, solo para ella.
Escuchó su voz, pero tardó un poco más en aflojar el abrazo, aunque sus manos se resistían a abandonarla del todo. Una de ellas subió hasta su rostro, necesitando tocarla todavía.- Ha habido un desprendimiento... Ha sido justo donde nos depedimos anoche. -Le contó, casi sin ser capaz de articular palabra alguna. Temiendo aún que se desvaneciera.- Nadie podía decirme si había alguien allí, y no dejaba de pensar que quizá tú... -Sus brazos volvieron a rodearla una vez más. Incapaz de pronunciar unas palabras tan funestas.- No podía soportar la idea de perderte también. Necesitaba encontrarte de nuevo. -Murmuró contra su pelo, solo para ella.
Ander — Serrería — con Erika
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