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Even stone will crack and melt if a fire is hot enough
INSPIRED
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House of the Dragon
En los Siete Reinos corre el mismo rumor desde hace muchos años: la Reina Alicent y la Princesa Rhaenyra, quienes alguna vez se tuvieron un inmenso cariño, cada vez se soportan menos. Años de rencor cociéndose poco a poco, no ha hecho más que salpicar al resto de sus familias.
Los rumores son tan fuertes y vuelan tan lejos, que en las Ciudades Libres la Triarquía está esperando el momento justo para utilizar las grietas de la familia Targaryen a su favor. Llevan varios meses planeando una estrategia perfecta que dé un golpe perfecto al envejecido Rey Viserys, que lo obligue a recordar que su imperio no es indestructible ni intocable, como llevan pensándolo por tanto tiempo.
Ajeno al conflicto, Aegon vive todos los días de su vida como si fueran el último, fastidiado al ver cómo su padre se consume cada minuto que pasa y eso significa que tanto su madre como su abuelo van a poner sobre su cabeza una corona que nadie le preguntó si quiere. En el otro extremo de la familia Targaryen, Jacaerys vive angustiado al saber que no todos en la Corte aceptan a su madre como la legítima heredera al trono, y además cuestionan de manera constante su origen y el de sus hermanos.
Un día como cualquier otro, de manera inesperada, la Triarquía ataca. Aegon desaparece en medio de la noche, aunque las malas leguas dicen que dos hombres encapuchados lo sacaron de uno de los burdeles que el príncipe frecuentaba a escondidas de la Corte. Jacaerys es visto por última vez en el puerto de Marcaderiva, cuando hacía una visita de rutina a la familia de su padre. Alicent y Rhaenyra lloran la pérdida de sus hijos, pero las noticias vuelan muy rápido y por primera vez no parece que tengan razones para culparse la una a la otra.
Los rumores de la desaparición de los príncipes corren como pólvora por todo Poniente y cada quien tiene sospechosos diferentes. Algunos culpan a Dorne, aquel reino de salvajes que juró venganza eterna contra la dinastía Targaryen. Los más atrevidos apuntan a la Mano del Rey, Lord Hightower, que busca a la vez deshacerse de la descendencia de Rhaenyra y colocar al más apto de sus nietos en el Trono de Hierro. Otros pocos aciertan con la Triarquía, enemiga jurada de Daemon Targaryen. Pero los días pasan y nadie se pronuncia al respecto, mientras el paradero de los príncipes es desconocido.
A pesar de los crecientes rumores de sus muertes, Aegon y Jacaerys están cautivos en las Ciudades Libres, luego de que la unidad de la Triarquía se tambaleara al verse incapaces de ponerse de acuerdo con la negociación de su rescate. Nadie les da noticias sobre dónde están, ni qué piensan hacer con ellos ni tampoco qué noticias tienen sus familias sobre el secuestro. Cada día que pasa, Jacaerys tiene claro que la única opción que tienen es trabajar juntos para volver a casa, mientras que Aegon empieza a preguntarse si no tiene con qué negociar su propia libertad para nunca más volver a la Fortaleza Roja.
Los rumores son tan fuertes y vuelan tan lejos, que en las Ciudades Libres la Triarquía está esperando el momento justo para utilizar las grietas de la familia Targaryen a su favor. Llevan varios meses planeando una estrategia perfecta que dé un golpe perfecto al envejecido Rey Viserys, que lo obligue a recordar que su imperio no es indestructible ni intocable, como llevan pensándolo por tanto tiempo.
Ajeno al conflicto, Aegon vive todos los días de su vida como si fueran el último, fastidiado al ver cómo su padre se consume cada minuto que pasa y eso significa que tanto su madre como su abuelo van a poner sobre su cabeza una corona que nadie le preguntó si quiere. En el otro extremo de la familia Targaryen, Jacaerys vive angustiado al saber que no todos en la Corte aceptan a su madre como la legítima heredera al trono, y además cuestionan de manera constante su origen y el de sus hermanos.
Un día como cualquier otro, de manera inesperada, la Triarquía ataca. Aegon desaparece en medio de la noche, aunque las malas leguas dicen que dos hombres encapuchados lo sacaron de uno de los burdeles que el príncipe frecuentaba a escondidas de la Corte. Jacaerys es visto por última vez en el puerto de Marcaderiva, cuando hacía una visita de rutina a la familia de su padre. Alicent y Rhaenyra lloran la pérdida de sus hijos, pero las noticias vuelan muy rápido y por primera vez no parece que tengan razones para culparse la una a la otra.
Los rumores de la desaparición de los príncipes corren como pólvora por todo Poniente y cada quien tiene sospechosos diferentes. Algunos culpan a Dorne, aquel reino de salvajes que juró venganza eterna contra la dinastía Targaryen. Los más atrevidos apuntan a la Mano del Rey, Lord Hightower, que busca a la vez deshacerse de la descendencia de Rhaenyra y colocar al más apto de sus nietos en el Trono de Hierro. Otros pocos aciertan con la Triarquía, enemiga jurada de Daemon Targaryen. Pero los días pasan y nadie se pronuncia al respecto, mientras el paradero de los príncipes es desconocido.
A pesar de los crecientes rumores de sus muertes, Aegon y Jacaerys están cautivos en las Ciudades Libres, luego de que la unidad de la Triarquía se tambaleara al verse incapaces de ponerse de acuerdo con la negociación de su rescate. Nadie les da noticias sobre dónde están, ni qué piensan hacer con ellos ni tampoco qué noticias tienen sus familias sobre el secuestro. Cada día que pasa, Jacaerys tiene claro que la única opción que tienen es trabajar juntos para volver a casa, mientras que Aegon empieza a preguntarse si no tiene con qué negociar su propia libertad para nunca más volver a la Fortaleza Roja.
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Jacaerys Velaryon
Fugitivo — 16DNN — Harry Collett — Minerva
Aegon Targaryen
Fugitivo — 20DDN — Tom Glynn-Carney — Juno
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Con Aegon
Jace volvió a bajarse la camisa, lo que fue un alivio porque hacía mucho frío. Luego abrazó a Aegon contra él. Sería más fácil entrear en calor juntos.
—No es que quiera hacerme un mercenario —aclaró—. Pero es la mejor opción que veo para que hagamos dinero sin volver a exponerte como hicimos en ese motel.
No se lo iba a perdonar en la vida. No volvería a refugiarse detrás del sacrificio de Aegon.
Frunció el ceño al recordarlo decir que no era lo suficientemente bueno.
—De niños entrenábamos juntos, no eras malo. Seguro que si te pones a ello puedes recuperar parte de tu formación, yo te puedo ayudar si quieres —comentó con sinceridad. —Pero por ahora no te preocupes. Ya cargaste con mantenernos a ambos a salvo estas semanas, ahora me haré cargo yo de nosotros. Mereces descansar después de lo que te hicieron ahí.
Le daba angustia de solo pensarlo. Inconscientemente acarició con ambas manos la espalda de Aegon, en parte para ayudarlo a entrar en calor, pero en especial con una intención consoladora que no estaba muy seguro de si Aegon captaba. Pero para el propio Jace al menos, era un consuelo, sentir que Aegon estaba seguro entre sus brazos y nadie podría tocarlo de nuevo.
No se había detenido a pensar lo que eso significaba, pero era algo que tenía claro en sus sentimientos: ahora iba a protegerlo.
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Noche
Con Jace
Aegon quería decirle a Jacaerys que, por favor, dejara de mencionar lo sucedido como si él le estuviera en deuda eternamente. Aegon había tomado una decisión consciente, no tenían demasiadas opciones y era lo único que le quedaba para mantenerse unidos. No se arrepentía, considerando que todo indicaba que los de la Triarquía estaban detrás de su secuestro, bien pudieron torturarlos a los dos de verdad. Que un par gente desconocida y un tanto retorcida lo tocara a su antojo no era tan terrible, Aegon no dejaba de repetirse aquello.
Pero la expresión sentida de Jacaerys le decía que no era cierto, que lo que había pasado era espantoso. Por eso desvió la mirada, reacomodándose para mirar el techo de la cueva, que con esta oscuridad no era más que un negro infinito sobre su cabeza.
—Bueno, sí necesitamos dinero, lamento no haber podido traer algo de valor como lo prometí, así que… no insistiré. Si piensas que es lo mejor, está bien.
Aegon se mordió el labio inferior, pues no sabía bien cuándo había sido la última vez que le daba la razón a Jacaerys. O a cualquiera, en realidad.
Lo que sí no pudo evitar fue reírse cuando Jacaerys le dijo que podía recuperar su formación si se esforzaba lo suficiente. Aegon ladeó el cuerpo de nuevo, acariciando la barbilla de Jacaerys con la punta de sus dedos. Ni en las peores circunstancias, su sobrino dejaría de ser tan positivo.
—Por supuesto que no podré, Jace. A ti te educaron para ser un príncipe, ¿sabes? En eso tengo que reconocerle a Rhaenyra que lo hizo muy bien. Yo tan sólo… tan sólo soy una cabeza en la cual poner una corona —suspiró Aegon con desgano, sabiendo que decía la verdad. Además, era una corona que nadie le había preguntado si quería. La gente que tenía esa maldita corona encima, no vivía nada bien, si era que vivía—. Pero te escucharé, no voy a preocuparme por eso ahora. Vamos a dormir, ¿si? Y abrázame, que tengo frío.
En realidad, el clima no estaba tan helado. Aegon no lo admitiría, porque eso significaba que buscaba la cercanía de Jacaerys por decisión propia. Pero le hacía bien, mientras aceptaba las caricias suaves de Jacaerys, no dejaba de pensar que esto era justo lo que necesitaba.
Pero la expresión sentida de Jacaerys le decía que no era cierto, que lo que había pasado era espantoso. Por eso desvió la mirada, reacomodándose para mirar el techo de la cueva, que con esta oscuridad no era más que un negro infinito sobre su cabeza.
—Bueno, sí necesitamos dinero, lamento no haber podido traer algo de valor como lo prometí, así que… no insistiré. Si piensas que es lo mejor, está bien.
Aegon se mordió el labio inferior, pues no sabía bien cuándo había sido la última vez que le daba la razón a Jacaerys. O a cualquiera, en realidad.
Lo que sí no pudo evitar fue reírse cuando Jacaerys le dijo que podía recuperar su formación si se esforzaba lo suficiente. Aegon ladeó el cuerpo de nuevo, acariciando la barbilla de Jacaerys con la punta de sus dedos. Ni en las peores circunstancias, su sobrino dejaría de ser tan positivo.
—Por supuesto que no podré, Jace. A ti te educaron para ser un príncipe, ¿sabes? En eso tengo que reconocerle a Rhaenyra que lo hizo muy bien. Yo tan sólo… tan sólo soy una cabeza en la cual poner una corona —suspiró Aegon con desgano, sabiendo que decía la verdad. Además, era una corona que nadie le había preguntado si quería. La gente que tenía esa maldita corona encima, no vivía nada bien, si era que vivía—. Pero te escucharé, no voy a preocuparme por eso ahora. Vamos a dormir, ¿si? Y abrázame, que tengo frío.
En realidad, el clima no estaba tan helado. Aegon no lo admitiría, porque eso significaba que buscaba la cercanía de Jacaerys por decisión propia. Pero le hacía bien, mientras aceptaba las caricias suaves de Jacaerys, no dejaba de pensar que esto era justo lo que necesitaba.
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Con Aegon
Jace abrazó a Aegon con más fuerza al escucharlo hablar.
—No hay nada de lo que tengas que disculparte —declaró con seriedad—. Tú nos mantuviste todos estos días y lo más importante era que salieramoss de ahí con vida. No olvido que te encargaste del primero de los hombres que tuvimos que enfrentar.
Estaba infinitamente agradecido con él. Se acomodó un poco para poder abrazarlo mejor.
—Yo podría entrenarte si quisieras. Sería bueno que pudieras pelear mejor, aunque no fuera para trabajar, me quedaría más tranquilo —sugirió. —Pero por ahora deberíamos concentrarnos en intentar teñirte el cabello mañana, antes de llegar a Yunkai.
Le ponía algo nervioso si lo iban a lograr, pero esperaba que sí. Era más que necesario para no llamar la atención.
No entendía por qué Aegon tendría tanto frío, pero intentó hacerle fricción en la espalda con las manos para que entrara en calor. Por un momento extrañó su cama en Rocadragón. Sus mullidas cobijas, sus sedosas sábanas... ahí sí que nunca pasaba frío. Seguro que Aegon tampoco pasaba frío en Desembarco del rey.
¿Qué sería de su familia allá en casa?
¿Todavía lo estaría esperando su cama?
Extrañaba la buena comida y su habitación privada. Pero estaban demasiado lejos de todo eso.
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Con Jace
Aegon frunció el ceño cuando Jacaerys volvió a hablar sobre teñir su cabello. Aunque Aegon sabía que eso era lo más práctico, lo mejor que podían hacer, tenía algo de aprehensión. Temía que hicieran algo mal y que su pobre cabello quedara destruido. Sabía que era una tontería, porque en las circunstancias en las que estaba no tenía por qué tener vanidad alguna, pero Aegon no podía evitar sentirse receloso.
—Si me destruyes el pelo, lo pagarás Jace —dijo con una mueca de disgusto, mientras se acomodaba y cerraba los ojos—. Por ahora, cuida de mis sueños.
Aegon lo dijo en broma, pero ya tenía los ojos cerrados y no estaba seguro de cómo se había tomado Jacaerys sus palabras. Aunque el suelo estaba duro e incómodo, la cercanía de Jacaerys hacía todo mejor, lo ayudaba a poder conciliar más rápido el sueño. Entre el cansancio que sentía y lo adolorido que estaba, el sueño consiguió vencerlo por fin.
Fue un sueño pesado, en donde Aegon podía sentir la oscuridad arropar todo su cuerpo. Tenía la sensación de que quería moverse, pero no podía. Era como si la oscuridad pesara a su alrededor, como si lo tuviera atrapado por completo. De pronto, Aegon sintió como si alguien lo tomara del brazo con fuerza. Él quería zafarse, quería quitárselo de encima, pero había muchas manos a su alrededor. Parecía una marejada de manos, que desfilaban una tras otra, que querían exprimirlo y asfixiarlo.
“No”.
Aegon quiso huir, pero no podía. Lo único que pudo hacer fue gritar, lo hizo con tanta fuerza que le dolió la garganta. Cuando por fin abrió los ojos, todavía sentía un resquemor en la garganta. Aegon se llevó ambas manos al rostro, dándose cuenta de que lo tenía humedecido por las lágrimas. ¿Estaba soñando? Cuando se fijó a su lado, Jacaerys ya estaba despierto también. Lo miraba con los ojos muy abiertos y Aegon no supo qué decirle, pues el cuerpo le temblaba sin poder evitarlo.
—Si me destruyes el pelo, lo pagarás Jace —dijo con una mueca de disgusto, mientras se acomodaba y cerraba los ojos—. Por ahora, cuida de mis sueños.
Aegon lo dijo en broma, pero ya tenía los ojos cerrados y no estaba seguro de cómo se había tomado Jacaerys sus palabras. Aunque el suelo estaba duro e incómodo, la cercanía de Jacaerys hacía todo mejor, lo ayudaba a poder conciliar más rápido el sueño. Entre el cansancio que sentía y lo adolorido que estaba, el sueño consiguió vencerlo por fin.
Fue un sueño pesado, en donde Aegon podía sentir la oscuridad arropar todo su cuerpo. Tenía la sensación de que quería moverse, pero no podía. Era como si la oscuridad pesara a su alrededor, como si lo tuviera atrapado por completo. De pronto, Aegon sintió como si alguien lo tomara del brazo con fuerza. Él quería zafarse, quería quitárselo de encima, pero había muchas manos a su alrededor. Parecía una marejada de manos, que desfilaban una tras otra, que querían exprimirlo y asfixiarlo.
“No”.
Aegon quiso huir, pero no podía. Lo único que pudo hacer fue gritar, lo hizo con tanta fuerza que le dolió la garganta. Cuando por fin abrió los ojos, todavía sentía un resquemor en la garganta. Aegon se llevó ambas manos al rostro, dándose cuenta de que lo tenía humedecido por las lágrimas. ¿Estaba soñando? Cuando se fijó a su lado, Jacaerys ya estaba despierto también. Lo miraba con los ojos muy abiertos y Aegon no supo qué decirle, pues el cuerpo le temblaba sin poder evitarlo.
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Con Aegon
Tras la amenaza de Aegon se quedó repasando mentalmente el procedimiento para teñir el pelo quele había explicado Daena. Luego dejó sus pensamientos vagar por todo lo que extrañaba de casa y tood lo que deseaba que Aegon y él consiguieran para estar seguros en Yunkai.
No había logrado conciliar el sueño por completo cuando Aegon empezó a gritar.
Lo miró asustado sin comprender. Pensó en despertarlo pero en ese momento Aegon abrió los ojos y sus miradas se encontraron. Lo tomó de los hombros, preocupado.
—¡Aegon! ¿Qué pasa? —preguntó con apremio—. ¿Tuviste una pesadilla?
Comprendió, sin embargo, que estaba demasiado alterado para que le diera una respuesta coherente. Así que tiró de él para darle un fuerte abrazo. Así había consolado a sus hermanos más de una vez de las pesadillas. No sabía si con Aegon funcionaría, porque estaba seguro de que en su cabeza había cosas mucho más oscuras que en las de sus hermanitos.
En el prostíbulo había tenido pesadillas alguna vez, y también entonces lo había abrazado, pero por lo gneral estaba demasiado agotado.
—Todo está bien aquí, Aegon, nadie va a encontrarnos, no dejaré que nadie te toque —insistió, mientras le acariciaba la espalda y le hablaba al oído. —Todo está bien, estamos juntos y no hay nadie más... no tengas miedo.
Jace no sabía bien lo que decía. Se temía que Aegon se burlara de él después por las cosas que le estaba diciendo, pero solo quería consolarlo y quitarle aquella expresión de miedo de la cara. No quería volver a verlo tan asustado ni escucharlo gritar de esa forma.
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Con Jace
El primer instinto de Aegon fue alejarse, pues no quería que nadie lo tocara. Sin embargo, cuando escuchó la voz de Jacaerys, hizo un esfuerzo por calmarse. No estaba atrapado en ningún sitio, estaba con Jacaerys, lejos de Astapor.
“Es Jace. Es sólo Jace…” se repitió varias veces, tratando de normalizar su respiración, pero no lo logró. La pesadez que sentía en el pecho era mucho más de lo que podía soportar. Todo empezó a desmoronarse en el momento exacto en que Jacaerys se acercó a él de nuevo para darle un abrazo. Aegon había tenido pesadillas antes, en el burdel, y Jacaerys casi siempre lo acunaba entre sus brazos y él conseguía conciliar el sueño casi enseguida.
Pero esta noche era diferente. Aegon se sentía desvalido, como si fuera un niño pequeño que estaba perdido en medio de un bosque oscuro y frío. Sabía que no estaba siendo racional, que tenía que hacer un esfuerzo por mantenerse entero. Pero no podía.
—Jace… —quiso decirle que lo sentía, pero lo único que pudo hacer después de llamarlo con voz quebrada fue llorar. Se abrazó a Jacaerys con fuerza y cerró los ojos, mientras sollozaba de manera incontrolable. Quizás todo esto estaba pasando porque por primera vez en semanas, no estaba estresado por lo que pasaría a la mañana siguiente. Aegon había conseguido reprimir su dolor noche tras noche, pensando en que todo lo que estaba haciendo era para que Jacaerys y él no fueran separados. Pero ahora estaban allí, juntos, así que los fantasmas de todo lo que había hecho empezaban a atormentarlo.
No estuvo seguro por cuánto tiempo permaneció en la misma posición, quizás hasta que empezó a sentir los brazos y piernas adormecidos. Ladeó el rostro, buscando la mirada de Jacaerys. Debía de haber pasado algo de tiempo desde que llegaron a la cueva, porque el fuego parecía a punto de extinguirse. Todo lo que contemplaba eran las líneas del rostro de Jacaerys, así que cuando se inclinó hacia él, no se dio cuenta cuando se rozaron sus narices. Aegon ahogó un suspiro, mientras podía sentir la respiración de Jacaerys acariciarle la piel.
—Lo siento… —susurró al fin, mientras sentía el rostro hinchado de tanto llorar.
“Es Jace. Es sólo Jace…” se repitió varias veces, tratando de normalizar su respiración, pero no lo logró. La pesadez que sentía en el pecho era mucho más de lo que podía soportar. Todo empezó a desmoronarse en el momento exacto en que Jacaerys se acercó a él de nuevo para darle un abrazo. Aegon había tenido pesadillas antes, en el burdel, y Jacaerys casi siempre lo acunaba entre sus brazos y él conseguía conciliar el sueño casi enseguida.
Pero esta noche era diferente. Aegon se sentía desvalido, como si fuera un niño pequeño que estaba perdido en medio de un bosque oscuro y frío. Sabía que no estaba siendo racional, que tenía que hacer un esfuerzo por mantenerse entero. Pero no podía.
—Jace… —quiso decirle que lo sentía, pero lo único que pudo hacer después de llamarlo con voz quebrada fue llorar. Se abrazó a Jacaerys con fuerza y cerró los ojos, mientras sollozaba de manera incontrolable. Quizás todo esto estaba pasando porque por primera vez en semanas, no estaba estresado por lo que pasaría a la mañana siguiente. Aegon había conseguido reprimir su dolor noche tras noche, pensando en que todo lo que estaba haciendo era para que Jacaerys y él no fueran separados. Pero ahora estaban allí, juntos, así que los fantasmas de todo lo que había hecho empezaban a atormentarlo.
No estuvo seguro por cuánto tiempo permaneció en la misma posición, quizás hasta que empezó a sentir los brazos y piernas adormecidos. Ladeó el rostro, buscando la mirada de Jacaerys. Debía de haber pasado algo de tiempo desde que llegaron a la cueva, porque el fuego parecía a punto de extinguirse. Todo lo que contemplaba eran las líneas del rostro de Jacaerys, así que cuando se inclinó hacia él, no se dio cuenta cuando se rozaron sus narices. Aegon ahogó un suspiro, mientras podía sentir la respiración de Jacaerys acariciarle la piel.
—Lo siento… —susurró al fin, mientras sentía el rostro hinchado de tanto llorar.
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Con Aegon
Jace se asustó al ver el estado de Aegon. No sabía qué hacer, pero se dijo que no lo podía soltar. Lo abrazó con fuerza, intentando contener su miedo y su dolor.
Lo dejó llorar contra su pecho y su cuello, sujetándolo lo mejor que pudo. No supo cuánto tiempo pasaraon así. Se limitó a acunarlo, mecerlo y cuidarlo. No dejaría que nadie lo volviera a tocar en la vida. Se lo prometió a sí mismo en ese momento todavía con más firmeza que antes.
Lo tomó por sorpresa cuando Aegon levantó la mirada hacia él y sus narices se rozaron. Era una cercanía que no había esperado. Aegon tenía la cara hinchada de llorar y manchada de lágrimas.
Jace volvió a acariciar su nariz contra la suya, y luego le besó las mejillas, limpiándole las lágrimas de la cara. También le besó los párpados con suavidad, lentamente. Miró a Aegon intentando medir su reacción. No quería alterarlo más. Al contrario: quería calmarlo.
—Todo está bien, Aegon —le susurró—. Estamos juntos, siempre vamos a estar juntos.
Después de lo que había hecho Aegon para mantenerlos juntos no podía dejarlo. Nunca.
Apoyó su frente contra la de Aegon, mientras sus alientos continuaban mezclándose.
—Te voy a cuidar, Aegon, lo prometo —susurró.
Antes de aquel sorpresivo secuestro nunca habría imaginado que llegaría a estar en algún momento así de cerca de Aegon. De niños se llevaban muy bien. Pero después... Habían acabado atrapados en una guerra que no era de ellos.
No esperaba que la vida los llevar alguna vez a esto.
Quería besarlo pero no se atrevía. No cuando había estado tan alterado y asustado. Así que apenas se permitió respirar sobre sus labios.
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Con Jace
Aegon se sentía ridículo porque, aunque había dejado de llorar, seguía temblando. Se abrazó a sí mismo, sin saber qué se suponía que debía hacer. Cuando Jacaerys se inclinó hacia él, por un instante tuvo la sensación de que iba a besarlo. Sin embargo, lo único que hizo fue darle suaves besos en los párpados, como si quisiera así secarle las lágrimas.
Maldijo la penumbra que había, porque aunque buscó al mirada, no pudo ver bien los ojos de Jacaerys. Cuando lo escuchó hablar, se le encogió el corazón. Nadie le había dicho eso en su vida. Aegon había estado rodeado de gente que lo cuidara, por supuesto, pero nunca hablaban de protegerlo con la misma devoción que hacía Jacaerys. ¿Qué había hecho él para merecer eso? Aegon no estaba tan seguro, pero quizás el espasmo que sentía constantemente en el cuerpo fuera la respuesta. ¿Jacaerys se sentía culpable? O quizás lo veía, así roto como estaba, y sentía lástima por él.
Aegon se inclinó despacio, apoyando la mejilla en el hombro de Jacaerys. En otro momento, se habría enfadado ante la posibilidad de que Jacaerys le tuviera compasión. Pero Aegon ya estaba demasiado cansado como para sentir dignidad.
—¿Siempre? —dijo Aegon, con voz quebrada—. Te gusta hacer promesas muy tajantes, Jace.
Quiso decirle que, si volvían alguna vez a casa, seguro que no iba a poder mantener esa promesa. Aegon buscó su mano, aferrándose a él con firmeza.
—Si me cuidas, pero pones tu vida en riesgo, no quiero que me cuides. Hablo en serio —Aegon no supo de dónde sacó valor para decir eso. Tampoco sabía bien si se arrepentiría de haber sido tan sincero a la mañana siguiente—. Sólo fue… sólo fue una pesadilla.
Pero Aegon sabía que no era cierto. Que todavía le dolía el cuerpo, que a veces se sobresaltaba si Jacaerys lo tocaba de improviso. No era sólo una pesadilla, pero no le quedaba más remedio que mentir.
Maldijo la penumbra que había, porque aunque buscó al mirada, no pudo ver bien los ojos de Jacaerys. Cuando lo escuchó hablar, se le encogió el corazón. Nadie le había dicho eso en su vida. Aegon había estado rodeado de gente que lo cuidara, por supuesto, pero nunca hablaban de protegerlo con la misma devoción que hacía Jacaerys. ¿Qué había hecho él para merecer eso? Aegon no estaba tan seguro, pero quizás el espasmo que sentía constantemente en el cuerpo fuera la respuesta. ¿Jacaerys se sentía culpable? O quizás lo veía, así roto como estaba, y sentía lástima por él.
Aegon se inclinó despacio, apoyando la mejilla en el hombro de Jacaerys. En otro momento, se habría enfadado ante la posibilidad de que Jacaerys le tuviera compasión. Pero Aegon ya estaba demasiado cansado como para sentir dignidad.
—¿Siempre? —dijo Aegon, con voz quebrada—. Te gusta hacer promesas muy tajantes, Jace.
Quiso decirle que, si volvían alguna vez a casa, seguro que no iba a poder mantener esa promesa. Aegon buscó su mano, aferrándose a él con firmeza.
—Si me cuidas, pero pones tu vida en riesgo, no quiero que me cuides. Hablo en serio —Aegon no supo de dónde sacó valor para decir eso. Tampoco sabía bien si se arrepentiría de haber sido tan sincero a la mañana siguiente—. Sólo fue… sólo fue una pesadilla.
Pero Aegon sabía que no era cierto. Que todavía le dolía el cuerpo, que a veces se sobresaltaba si Jacaerys lo tocaba de improviso. No era sólo una pesadilla, pero no le quedaba más remedio que mentir.
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Con Aegon
Las primeras palabras de Aegon lo hicieron sonreír. Si tenía ingenio para meterse con él era que ya estaba mejor.
—Siempre cumplo mis promesas, Aegon —le aseguró, por más tajantes que le parecieran.
Su advertencia posterior, sin embargo, lo tomó por sorpresa. No se lo esperaba.
—Yo tampoco quiero que te vuelvas a poner en riesgo —agregó. —En eso estamos a mano.
Se acomodó un poco mejor, para que Aegon estuviera más cómodo en sus brazos.
—Vamos, intentemos dormir de nuevo. Si hay alguna otra pesadilla, yo estaré aquí.
No sabía si eso era mucho consuelo, pero era todo lo que le podía ofrecer.
Iban a dormir juntos en esa cueva, y cuidaría su sueño. Al día siguiente, empezarían una nueva vida en Yunkai, bajo identidades falsas, y él buscaría cómo ganarse la vida como mercenario. No era lo ideal, pero era lo mejor que tenían.
No había forma de volver a casa. No había forma de olvidar lo sucedido las últimas semanas.
Entre ambos se hicieran a la idea antes, mejor.
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Con Jace
Aegon ahogó un puchero, pues sabía que si le decía que nada de riesgos, los dos caerían en una discusión sin sentido alguno. Jacaerys parecía empeñado en protegerlo, como si Aegon fuera frágil, algo que fuera a romperse en cualquier momento. ¿De verdad era así? Aegon se había despertado sollozando por una pesadilla, quizás sí era frágil y lo único que inspiraba era lástima.
O tal vez era demasiado tarde como para tener esos pensamientos sobre sí mismo. Suspiró hondo, sintiéndose exhausto, pero no quería dormir. ¿Qué pasaba si tenía otra pesadilla? No quería hacer otro espectáculo tan patético como aquel.
—Yo… —Aegon se acomodó de nuevo junto a Jacaerys, esta vez estaba mirando hacia la salida de la cueva. Creía recordar que afuera había luna llena, así que había algo de claridad justo en la entrada.
Inspiró hondo y cerró los ojos, extendiendo las manos para buscar las de Jacaerys. Las entrelazó con firmeza, sentía el tacto cálido, pero sus dedos no pudieron evitar temblar. Aegon todavía podía sentir la angustia en todo el cuerpo.
—Me… me da miedo dormir, ¿te lo puedes creer? Si me vuelvo a despertar puedes dejarme en la entrada, para que te deje dormir —bromeó con voz apagada, mientras acariciaba las manos de Jacaerys. Estaba haciendo movimientos circulares, una y otra vez, era un gesto rítmico que conseguía calmarlo poco a poco—. Al menos uno de nosotros tiene que descansar, sino vamos a llegar a Yunkai como dos almas en pena.
Aegon no estaba seguro si era momento de bromear, en la situación en la que estaban. Quizás Aemond todo el tiempo tuvo razón respecto a él, cuando le decía que no era apto para gobernar y que eso de ser el mayor había sido un completo error.
O tal vez era demasiado tarde como para tener esos pensamientos sobre sí mismo. Suspiró hondo, sintiéndose exhausto, pero no quería dormir. ¿Qué pasaba si tenía otra pesadilla? No quería hacer otro espectáculo tan patético como aquel.
—Yo… —Aegon se acomodó de nuevo junto a Jacaerys, esta vez estaba mirando hacia la salida de la cueva. Creía recordar que afuera había luna llena, así que había algo de claridad justo en la entrada.
Inspiró hondo y cerró los ojos, extendiendo las manos para buscar las de Jacaerys. Las entrelazó con firmeza, sentía el tacto cálido, pero sus dedos no pudieron evitar temblar. Aegon todavía podía sentir la angustia en todo el cuerpo.
—Me… me da miedo dormir, ¿te lo puedes creer? Si me vuelvo a despertar puedes dejarme en la entrada, para que te deje dormir —bromeó con voz apagada, mientras acariciaba las manos de Jacaerys. Estaba haciendo movimientos circulares, una y otra vez, era un gesto rítmico que conseguía calmarlo poco a poco—. Al menos uno de nosotros tiene que descansar, sino vamos a llegar a Yunkai como dos almas en pena.
Aegon no estaba seguro si era momento de bromear, en la situación en la que estaban. Quizás Aemond todo el tiempo tuvo razón respecto a él, cuando le decía que no era apto para gobernar y que eso de ser el mayor había sido un completo error.
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Con Aegon
Jace la verdad no entendía cómo Aegon había podido dormir en el prostíbulo con todo lo que le pasaba, pero suponía que el cansancio lo derribaba. Pero ahora estaba sufriendo las consecuencias de lo vivido.
Le angustiaba que no sabía qué hacer para ayudarlo a dormir. Ahí no tenían con qué ayudarlo a dormir. Frunció el ceño cuando le dijo que lo dejara en la entrada si volvía a despertarse.
—¿Qué puedo hacer para ayudarte a dormir? —preguntó.
Intentó acomodarse mejor para que Aegon estuviera más cómodo, y lo estrechó contra sí.
Habría sido muy simple intentar cantarle algo. Había hecho eso a veces con sus hermanos menores. Pero Aegon no era un niño y no eran miedos infantiles lo que perturbaban sus sueños.
Empezó a acariciarle la espalda, y levantó una mano para acariciar su cabello. Esperaba que los movimientos rítmicos funcionaran.
—No te va a pasar nada mientras duermes, voy a estar aquí, te lo prometo —dijo con toda la seriedad de la que fue capaz.
De acuerdo, él también tenía que dormir para que al llegar a Yunkai estuvieran ambos en condiciones. Pero le importaba más el estado de Aegon.
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Con Jace
Aegon estaba seguro que en otro momento la pregunta de Jacaerys lo habría irritado. Le hubiera dicho que se fuera de allí porque no había nada que pudiera hacer. Que, por favor, ya no le hablara en ese tono tan condescendiente, como si estuviera irremediablemente roto. Sin embargo, luego de todo lo que había pasado, Aegon se daba cuenta de que la insistencia de Jacaerys no era más que su forma de preocuparse por él.
Jacaerys se sentía culpable y Aegon ya no tenía cómo explicarle que ésta era la decisión que él mismo había tomado. Que no se arrepentía. Que, si se daban circunstancias desesperadas, probablemente lo haría de nuevo, si eso implicaba salvaguardarlos a los dos. Pero si decía eso ahora, Jacaerys de seguro se enfadaría con él. O, como mínimo, se escandalizaría.
Aegon se giró despacio, en dirección a Jacaerys. Había estado a punto de acurrucarse entre sus brazos y dejarse dormir, pero siguió sus impulsos y le acarició la mejilla con su palma abierta. Podía sentir el aliento de Jacaerys cerca del rostro.
—No hace falta que hagas nada, Jace… —dijo con voz queda, mientras intentó regalarle una sonrisa—. Sólo quédate conmigo.
La frase resonó en la cueva, como si el sonido reverberara no sólo en su interior, sino en las paredes que los estaban protegiendo. Aegon ahogó un suspiro y, sin saber bien lo que estaba haciendo, se aferró a Jacaerys por la cintura y juntó sus frentes, para después rozar la mejilla de Jacaerys con la punta de su nariz. Sintió un escalofrío placentero recorrerle todo el cuerpo, no creía haber experimentado nada parecido desde que despertó en aquel barco, amarrado y secuestrado. De hecho, no creía haberse sentido así en toda su vida.
Había algo cálido en la cercanía de Jacaerys, que quizás no lo ayudaría a dormir, pero por lo menos le permitiría olvidarse por un instante que tenía el cuerpo mancillado por gente a la que a veces ni siquiera era capaz de mirar a la cara. Cerca de Jacaerys, nada de eso parecía tener importancia. Cuando le rozó los labios, lo único que estaba pensando era que no quería dejar de sentirse de aquella manera.
Jacaerys se sentía culpable y Aegon ya no tenía cómo explicarle que ésta era la decisión que él mismo había tomado. Que no se arrepentía. Que, si se daban circunstancias desesperadas, probablemente lo haría de nuevo, si eso implicaba salvaguardarlos a los dos. Pero si decía eso ahora, Jacaerys de seguro se enfadaría con él. O, como mínimo, se escandalizaría.
Aegon se giró despacio, en dirección a Jacaerys. Había estado a punto de acurrucarse entre sus brazos y dejarse dormir, pero siguió sus impulsos y le acarició la mejilla con su palma abierta. Podía sentir el aliento de Jacaerys cerca del rostro.
—No hace falta que hagas nada, Jace… —dijo con voz queda, mientras intentó regalarle una sonrisa—. Sólo quédate conmigo.
La frase resonó en la cueva, como si el sonido reverberara no sólo en su interior, sino en las paredes que los estaban protegiendo. Aegon ahogó un suspiro y, sin saber bien lo que estaba haciendo, se aferró a Jacaerys por la cintura y juntó sus frentes, para después rozar la mejilla de Jacaerys con la punta de su nariz. Sintió un escalofrío placentero recorrerle todo el cuerpo, no creía haber experimentado nada parecido desde que despertó en aquel barco, amarrado y secuestrado. De hecho, no creía haberse sentido así en toda su vida.
Había algo cálido en la cercanía de Jacaerys, que quizás no lo ayudaría a dormir, pero por lo menos le permitiría olvidarse por un instante que tenía el cuerpo mancillado por gente a la que a veces ni siquiera era capaz de mirar a la cara. Cerca de Jacaerys, nada de eso parecía tener importancia. Cuando le rozó los labios, lo único que estaba pensando era que no quería dejar de sentirse de aquella manera.
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Con Aegon
Jace tardó un momento en procesar lo que estaba pasando. Aegon se había aferrado a su cintura, había frotado sus narices y luego... Lo estaba besando. El roce de sus labios fue suave, lento... Jace lo besó de vuelta de la misma forma. Despacio. Sentía que Aegon se abrazaba débil y febril a su cintura. Jace sentía que tenía que manejarlo con mucho cuidado, así que lo dejó marcar su ritmo, mientras él lo sujetaba por la espalda suavemente.
¿Cómo habían terminado de esa forma? Si siguieran en Poniente esto nunca habría pasado... serían enemigos. No estarían besándose a escondidos en una cueva. Fugitivos de sus enemigos.
Lo abrazó un poco más, y se giró un poco para que Aegon pudiera apoyarse por completo en él. Tal vez esto le ayudaría a calmarse. Jace haría cualquier cosa por él después de todo lo que Aegon había hecho por él.
Cuando dejaron de besarse, volvió a acercar sus frentes, como Aegon había hecho antes.
—¿Te sientes mejor? —preguntó.
Levantó una mano para acariciarle la mejilla.
—Me voy a quear contigo siempre, Aegon. Y seguiré cuidando de ti, como tú cuidas de mí —le prometió.
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Con Jace
Aegon se sentía un poco ridículo, pues se sentía como una hoja seca que flotaba a merced del viento, que se movía en la dirección de éste. Toda la vida pensó que, en realidad, no necesitaba de nadie, pero en las últimas semanas lo único que ocupaba su tiempo, además de sobrevivir, era asegurarse de que Jacaerys estaba siempre cerca.
Ahora no podía concebir estar alejado de Jacaerys. Incluso en medio de esa cueva tan espantosa, estar cerca de él aplacaba la angustia que sentía en su corazón. Aegon no podía creer que se sentía de esa manera únicamente por Jacaerys, era impensable. ¿Qué pasaría si de verdad volvían a Poniente?
"No pienses en eso" una voz en su cabeza, muy parecida a la de Jacaerys, lo ayudó a centrarse.
Inspiró hondo, disfrutando del roce de la mano de Jacaerys en su mejilla. Aegon pronunció la sonrisa a medias, pues no había garantía de que no volviera a tener pesadillas.
—Algo mejor… —le dijo, aunque no estaba seguro hasta qué punto estaba mintiendo. Jacaerys volvió a decirle que lo cuidaría y que nunca volverían a separarse de nuevo. Aegon no pudo más que reír al escuchar su tono de voz tan firme, y volvió a acurrucarse a su lado, cerrando los ojos de nuevo—. Jace, vas a malcriarme. Luego no quiero que te quejes.
Aegon suspiró, acariciando con suavidad el pecho de Jacaerys, con los ojos cerrados, mientras esperaba que el sueño volviera a vencerle.
Ahora no podía concebir estar alejado de Jacaerys. Incluso en medio de esa cueva tan espantosa, estar cerca de él aplacaba la angustia que sentía en su corazón. Aegon no podía creer que se sentía de esa manera únicamente por Jacaerys, era impensable. ¿Qué pasaría si de verdad volvían a Poniente?
"No pienses en eso" una voz en su cabeza, muy parecida a la de Jacaerys, lo ayudó a centrarse.
Inspiró hondo, disfrutando del roce de la mano de Jacaerys en su mejilla. Aegon pronunció la sonrisa a medias, pues no había garantía de que no volviera a tener pesadillas.
—Algo mejor… —le dijo, aunque no estaba seguro hasta qué punto estaba mintiendo. Jacaerys volvió a decirle que lo cuidaría y que nunca volverían a separarse de nuevo. Aegon no pudo más que reír al escuchar su tono de voz tan firme, y volvió a acurrucarse a su lado, cerrando los ojos de nuevo—. Jace, vas a malcriarme. Luego no quiero que te quejes.
Aegon suspiró, acariciando con suavidad el pecho de Jacaerys, con los ojos cerrados, mientras esperaba que el sueño volviera a vencerle.
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Con Aegon
Sonrió al escuchar a Aegon decir que iba a malcriarlo. Lo abrazó mejor, acomodándolo entre sus brazos. Quería que durmiera bien. Él, en cambio, no creía que fuera a conciliar el sueño de nuevo.
—No voy a quejarme —le aseguró.
Tenía que pensar detenidamente todo lo que habían hablado y pasado. Lo más importante era llegar a Yunkai al día siguiente. Teñir el cabello de Aegon. Conseguir dónde dormir. Encontrar a quién venderle la espada.
Había escuchado rumores en el mercado sobre las compañías, realmente creía tener condiciones para que lo contrataran. No quería saber qué pensaría su madre si supiera que se iba a convertir en un mercenario.
¿Los estarían buscando? ¿Podrían regresar a casa algún día? Extrañaba a su familia. Extrañaba las comodidades de su vida anterior... pero todo eso había quedado atrás.
No iban a poder volver.
Se iban a tener que cuidar el uno al otro. Era su única posibilidad.
Ya Aegon había hecho muchísimo por él. Ahora era su turno.
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VIII. Two are better than one
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Con Jace
Aegon odiaba su pelo.
Aunque tenía que reconocerle a Jacaerys que había hecho lo mejor que había podido con lo que tenían, para teñir su pelo habían requerido de un tinte que olía horrible y le dejaba el pelo como un pesgoste espantoso. Jacaerys insistía en que no le quedaba tan mal, que, ahora sí parecían familia, pero Aegon no quería oír hablar del asunto. Sólo lo había aceptado porque era buena idea para mantenerse en el anonimato.
Jacaerys había cumplido su promesa y ofreció su espada a una compañía que, al parecer de Aegon, no estaba tan bien organizada. Pero parecía que en Yunkai todo el mundo solucionaba sus problemas con violencia, porque Jacaerys había estado ocupado casi desde el principio. Aegon se había sentido un poco inútil los primeros días, pero el viejo que les alquilaba el mísero cuarto donde vivían, que estaba arriba de una taberna, le pidió que lo ayudase a cambio de darles una ración extra de comida. Él no sabía si iba a poder ser útil, pero el viejo parecía convencido y Jacaerys le dijo que estaría bien que tuviera algo que hacer durante el día.
Aegon sabía que, en el fondo, Jacaerys esperaba que se uniera a él a la compañía de mercenarios. Pero Aegon todavía tenía pesadillas algunas noches y Jacaerys no había vuelto a mencionárselo. La taberna quedaba cerca de un burdel, un hecho que ninguno de los dos había mencionado en voz alta, pero Aegon veía desde la ventana a las chicas atraer clientes al local de al lado. Jacaerys también, pero los dos parecían empeñados en no tener esa conversación.
Así que Aegon pasaba los días entre borrachos, intentando que el cuarto maloliente en el que vivían pareciera un sitio decente dónde vivir, y escuchando a los clientes de la taberna, con esperanzas de tener noticias de Poniente. Hoy, en especial, había escuchado algo a medias, pero el hombre estaba tan borracho que no sabía si tomárselo en serio.
—¿Jace…? —Aegon soltó un respingo cuando escuchó la puerta entreabrirse. Se estaba justo cambiando de ropa, pues sólo tenía dos mudas decentes y tenía que intercambiarlas constantemente. Jacaerys sí tenía ropa nueva porque era quien salía constantemente de allí. Su último encargo lo había alejado tres días y Aegon, por supuesto, empezaba a angustiarse—. Cierra la puerta o me voy a enfermar y soy el triple de quejica cuando estoy enfermo.
Aegon se mordió el labio inferior, pues tan sólo llevaba puesto el pantalón.
Aunque tenía que reconocerle a Jacaerys que había hecho lo mejor que había podido con lo que tenían, para teñir su pelo habían requerido de un tinte que olía horrible y le dejaba el pelo como un pesgoste espantoso. Jacaerys insistía en que no le quedaba tan mal, que, ahora sí parecían familia, pero Aegon no quería oír hablar del asunto. Sólo lo había aceptado porque era buena idea para mantenerse en el anonimato.
Jacaerys había cumplido su promesa y ofreció su espada a una compañía que, al parecer de Aegon, no estaba tan bien organizada. Pero parecía que en Yunkai todo el mundo solucionaba sus problemas con violencia, porque Jacaerys había estado ocupado casi desde el principio. Aegon se había sentido un poco inútil los primeros días, pero el viejo que les alquilaba el mísero cuarto donde vivían, que estaba arriba de una taberna, le pidió que lo ayudase a cambio de darles una ración extra de comida. Él no sabía si iba a poder ser útil, pero el viejo parecía convencido y Jacaerys le dijo que estaría bien que tuviera algo que hacer durante el día.
Aegon sabía que, en el fondo, Jacaerys esperaba que se uniera a él a la compañía de mercenarios. Pero Aegon todavía tenía pesadillas algunas noches y Jacaerys no había vuelto a mencionárselo. La taberna quedaba cerca de un burdel, un hecho que ninguno de los dos había mencionado en voz alta, pero Aegon veía desde la ventana a las chicas atraer clientes al local de al lado. Jacaerys también, pero los dos parecían empeñados en no tener esa conversación.
Así que Aegon pasaba los días entre borrachos, intentando que el cuarto maloliente en el que vivían pareciera un sitio decente dónde vivir, y escuchando a los clientes de la taberna, con esperanzas de tener noticias de Poniente. Hoy, en especial, había escuchado algo a medias, pero el hombre estaba tan borracho que no sabía si tomárselo en serio.
—¿Jace…? —Aegon soltó un respingo cuando escuchó la puerta entreabrirse. Se estaba justo cambiando de ropa, pues sólo tenía dos mudas decentes y tenía que intercambiarlas constantemente. Jacaerys sí tenía ropa nueva porque era quien salía constantemente de allí. Su último encargo lo había alejado tres días y Aegon, por supuesto, empezaba a angustiarse—. Cierra la puerta o me voy a enfermar y soy el triple de quejica cuando estoy enfermo.
Aegon se mordió el labio inferior, pues tan sólo llevaba puesto el pantalón.
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A pesar de lo malas que parecían sus posibilidades cuando escaparon de aquel barco, Jace pensaba que se habían acomodado bastante bien. Tenía ya un tiempo trabajando con la compañía. Su entrenamiento había probado sus ventajas, así que había probado su valía y lo contrataban para trabajos complejos, y, por tanto, bien pagados.
Tenía que estar muchos días fuera de casa, pero era una suerte saber que Aegon tenía dónde quedarse y un trabajo para entretenerse durante su ausencia. Tenía un lugar dónde volver, junto a él. Siempre se apresuraba a ir a verlo cuando estaban de regreso en Yunkai, pues sabía que Aegon se preocupaba.
Cuando regresó ese día apenas saludó en el bar del primer piso al pasar. Subió a prisa y cuando entró escuchó a Aegon quejarse de inmediato para que cerrara la puerta.
—Lo siento —contestó, mientras cerraba la puerta. Luego se acercó a él, que se estaba cambiando—. Volví a penas pude, no quería que te preocuparas. Además, te traje algo.
Le tendió una bolsa de papel que traía para él. Era una camisa de hombre, de la moda de Meeren. Lo había comprado allí con su ganancia de esa misión. Sabía que a Aegon le jodía solo tener dos cambios de ropa pero habían priorizado la ropa del propio Jace por su trabajo externo de casa.
—Espero que te guste—añadió.
A veces le parecía que Aegon se molestaba con él por sus ausencias prolongadas y su trabajo, pero Jace estaba orgullos de mantanerlos a los dos a flote. Además, Aegon ahora tenía el trabajo en el bar también, y la verdad era quien tenía una entrada más estable de los dos, porque Jace dependía de los trabajos de la compañía.
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Aegon detestaba quedarse descolocado y sintiéndose como un estúpido. Desde que los secuestraron, Aegon llevaba sintiéndose de la misma manera constantemente. Sin embargo, cuando Jacaerys le mostró aquel trozo de tela, pensó que lo estaba imaginando. Parpadeó varias veces, como si la camisa fuera a desaparecer de pronto o si el mismo Jacaerys fuera a desvanecerse sin previo aviso.
Sus pesadillas, por lo general, empezaban de esa forma: una imagen aparentemente inofensiva, incluso alegre, que luego se volvía contra él.
Pero esta vez no estaba soñando, por el contrario, Jacaerys continuaba allí, con la mano extendida hacia él. Aegon no quería seguir pareciendo un estúpido, así que le arrebató la camisa, quizás con más brusquedad de la cuenta. La tela se sentía suave y sedosa, Aegon sabía que no era ni de lejos a la ropa que estaba acostumbrado a usar cuando estaban en Desembarco del Rey, cuando todavía era un príncipe, pero a Jacaerys debió de haberle costado una pequeña fortuna.
Aunque ya no estaban en un peligro inminente, no estaban precisamente sobrados de recursos y, aún así, Jacaerys había comprado eso para él.
Aegon se mordió el labio inferior e hizo un esfuerzo por no perder la compostura. Tenía la sensación de que últimamente lo único que hacía era llorar cuando Jacaerys estaba cerca y lo único que conseguiría era que su sobrino pensara que, ahora sí, estaba perdiendo la cordura.
Con cuidado, se colocó la camisa, lo hizo con movimiento suaves porque no quería echar a perder con su torpeza la camisa que Jacaerys había conseguido para él.
—Jace… —Aegon había empezado a identificar el tono de voz que usaba ahora exclusivamente para él—. No tenías que hacerlo. Tienes que dejar de hacer gastos estúpidos. ¿No se supone que estamos guardando recursos para salir de Yunkai?
“Para volver a casa” Aegon tenía la frase en la punta de la lengua, pero no la decía en voz alta. Últimamente el concepto de casa empezaba a desdibujarse en la mente de Aegon y no sabía si eso era algo bueno o algo malo.
—Ven… como me deshice de tres borrachos que no querían irse de la taberna esta mañana, el viejo Trek me dejó robar algo de caldo para nosotros, así que... —Aegon tiró de Jacaerys para acercarlo hacia la mesa. En realidad, aunque la historia de los borrachos era cierta, el viejo Trek, el dueño de la taberna, tan sólo le había dejado los ingredientes, Aegon se había encargado de lo demás.
Pero no tenía el valor de decirle a Jacaerys que había cocinado para él, porque, si sabía horrible, siempre podía echarle la culpa a alguien más.
Sus pesadillas, por lo general, empezaban de esa forma: una imagen aparentemente inofensiva, incluso alegre, que luego se volvía contra él.
Pero esta vez no estaba soñando, por el contrario, Jacaerys continuaba allí, con la mano extendida hacia él. Aegon no quería seguir pareciendo un estúpido, así que le arrebató la camisa, quizás con más brusquedad de la cuenta. La tela se sentía suave y sedosa, Aegon sabía que no era ni de lejos a la ropa que estaba acostumbrado a usar cuando estaban en Desembarco del Rey, cuando todavía era un príncipe, pero a Jacaerys debió de haberle costado una pequeña fortuna.
Aunque ya no estaban en un peligro inminente, no estaban precisamente sobrados de recursos y, aún así, Jacaerys había comprado eso para él.
Aegon se mordió el labio inferior e hizo un esfuerzo por no perder la compostura. Tenía la sensación de que últimamente lo único que hacía era llorar cuando Jacaerys estaba cerca y lo único que conseguiría era que su sobrino pensara que, ahora sí, estaba perdiendo la cordura.
Con cuidado, se colocó la camisa, lo hizo con movimiento suaves porque no quería echar a perder con su torpeza la camisa que Jacaerys había conseguido para él.
—Jace… —Aegon había empezado a identificar el tono de voz que usaba ahora exclusivamente para él—. No tenías que hacerlo. Tienes que dejar de hacer gastos estúpidos. ¿No se supone que estamos guardando recursos para salir de Yunkai?
“Para volver a casa” Aegon tenía la frase en la punta de la lengua, pero no la decía en voz alta. Últimamente el concepto de casa empezaba a desdibujarse en la mente de Aegon y no sabía si eso era algo bueno o algo malo.
—Ven… como me deshice de tres borrachos que no querían irse de la taberna esta mañana, el viejo Trek me dejó robar algo de caldo para nosotros, así que... —Aegon tiró de Jacaerys para acercarlo hacia la mesa. En realidad, aunque la historia de los borrachos era cierta, el viejo Trek, el dueño de la taberna, tan sólo le había dejado los ingredientes, Aegon se había encargado de lo demás.
Pero no tenía el valor de decirle a Jacaerys que había cocinado para él, porque, si sabía horrible, siempre podía echarle la culpa a alguien más.
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Miró con atención la reacción de Aegon. Más de una vez discutían con respecto a los gastos que podían permitirse, pero Jace estaba convencido que de nada servía guardar el dinero si no estaban ambos bien, y a Aegon le hacía falta otra muda de ropa.
Por su expresión se anotó un tanto: le había gustado el regalo. Aunque en sus palabras había reproche, Jace se dio por satisfecho. Le había gustado, le quedaba bien y se la dejó puesta.
Siguió a Aegon cuando tiró de él y miró sorprendido la comida con la que lo esperaba. La probó con algún recelo, porque no estaba muy convencido de la cocina de la taberna, pero estaba rico.
—Vaya, regreso a casa a comida caliente, me voy a mal acostumbrar —comentó con una sonrisa—. Sírvete tú también, come conmigo.
Aunque en teoría sí que estaban ahorrando para salir de Yunkai, Jace lo seguía viendo como algo lejano. Apenas sobrevivían el día a día, y Poniente estaba muy lejos.
—¿Cómo estuviste estos días?—preguntó, con interés de sondear qué había ocurrido en su ausencia.
En ocasiones le preocupaba dejar muchos días solo a Aegon. Le parecía que su estado anímico era muy cambiante últimamente y le preocupaba que se pusiera en algún peligro.
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Aegon prestó mucha atención a cómo Jacaerys empezó a comer. No se había dado cuenta de que estaba conteniendo la respiración hasta que suspiró con alivio de ver que Jacaerys no había escupido la comida. Él la había probado, creía que era comestible, pero Aegon llevaba acostumbrado a la desabrida comida de la taberna, porque Jacaerys solía estar fuera.
Le hizo caso y tomó asiento, mientras comía de su propia ración. Le había dejado a Jacaerys una porción más grande, porque él estaba mucho más cansado. Aegon lo hizo por instinto, sin pensarlo mucho, y se sorprendió porque él no solía preocuparse por nadie más que sí mismo. Sin embargo, desde que los secuestraron y dejaron a su suerte, Aegon había empezado a cambiar sus prioridades. Era la primera vez en mucho tiempo que estaba más preocupado por otra persona en lugar de sí mismo.
Todo había cambiado por completo en aquel burdel maloliente. Aegon se asustó al darse cuenta de que, cada vez que alguien lo tocaba, que sentía un aliento fétido cerca de él, se concentraba en la voz de Jacaerys, en su estúpida y anodina sonrisa. Aquello era suficiente, si bien no para sentirse mejor, sí lo bastante para no volverse completamente loco. Eso no se lo había dicho a Jacaerys, porque creía que no tenía caso. Pero ahora tenía bastante tiempo a solas y por eso pensaba más de la cuenta.
—No te acostumbres demasiado, no siempre vas a tener suerte… —Aegon se encogió de hombros, mientras seguía observando cómo Jacaerys terminaba la comida que había preparado para él.
Cuando Jacaerys le preguntó cómo había estado, Aegon lamentó la pregunta tan directa. La verdad era que, además de pelearse con los borrachos, no había pasado nada fuera de lo normal. Excepto por aquel tipo que decía que venía de Pentos y que allí había estado en una tripulación a la que Daemon Targaryen le había pagado, para encontrar al hijo de su reina a toda costa.
No era más que habladurías de un viejo borracho, que no decía más que puras incoherencias. Aegon había vuelto más tarde, pero el tipo ya se había ido. Estuvo a punto de buscarlo, pero el viejo Trek le dijo que había cruzado al burdel que estaba al otro lado de la calle. Aegon se quedó apostado en la puerta, pero fue incapaz de acercarse. Ahora que tenía frente a Jacaerys, lamentó no haberlo hecho, porque no tenía más detalles para darle.
—Escuché algo en la taberna. Puede que sean habladurías, pero… no sé, quizás es mejor que lo sepas, así sea una tontería —dijo, mientras jugaba con los restos de comida con el tenedor que tenía en la mano.
Le hizo caso y tomó asiento, mientras comía de su propia ración. Le había dejado a Jacaerys una porción más grande, porque él estaba mucho más cansado. Aegon lo hizo por instinto, sin pensarlo mucho, y se sorprendió porque él no solía preocuparse por nadie más que sí mismo. Sin embargo, desde que los secuestraron y dejaron a su suerte, Aegon había empezado a cambiar sus prioridades. Era la primera vez en mucho tiempo que estaba más preocupado por otra persona en lugar de sí mismo.
Todo había cambiado por completo en aquel burdel maloliente. Aegon se asustó al darse cuenta de que, cada vez que alguien lo tocaba, que sentía un aliento fétido cerca de él, se concentraba en la voz de Jacaerys, en su estúpida y anodina sonrisa. Aquello era suficiente, si bien no para sentirse mejor, sí lo bastante para no volverse completamente loco. Eso no se lo había dicho a Jacaerys, porque creía que no tenía caso. Pero ahora tenía bastante tiempo a solas y por eso pensaba más de la cuenta.
—No te acostumbres demasiado, no siempre vas a tener suerte… —Aegon se encogió de hombros, mientras seguía observando cómo Jacaerys terminaba la comida que había preparado para él.
Cuando Jacaerys le preguntó cómo había estado, Aegon lamentó la pregunta tan directa. La verdad era que, además de pelearse con los borrachos, no había pasado nada fuera de lo normal. Excepto por aquel tipo que decía que venía de Pentos y que allí había estado en una tripulación a la que Daemon Targaryen le había pagado, para encontrar al hijo de su reina a toda costa.
No era más que habladurías de un viejo borracho, que no decía más que puras incoherencias. Aegon había vuelto más tarde, pero el tipo ya se había ido. Estuvo a punto de buscarlo, pero el viejo Trek le dijo que había cruzado al burdel que estaba al otro lado de la calle. Aegon se quedó apostado en la puerta, pero fue incapaz de acercarse. Ahora que tenía frente a Jacaerys, lamentó no haberlo hecho, porque no tenía más detalles para darle.
—Escuché algo en la taberna. Puede que sean habladurías, pero… no sé, quizás es mejor que lo sepas, así sea una tontería —dijo, mientras jugaba con los restos de comida con el tenedor que tenía en la mano.
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Con Aegon
Aegon podía decir que no siempre tendría suerte, pero hasta ahora al regresar a casa por lo general su tío le había tenido algo de comer. No les estaba yendo tan mal, la verdad. Quizá sí que podrían encontrar una forma de vivir en Yunkai.
Aunque extrañaba su hogar, Jace empezaba a pensar que regresar no sería tarea sencilla, si es que llegaba a ser posible.
Le extrañó la respuesta de Aegon. Parecía indeciso de decirle lo que fuera que había escuchado, y no podía entender por qué.
—Dime lo que escuchaste —le pidió con interés—. Podremos decidir entre ambos si vale la pena o no.
¿Hablarurías? ¿Sobre qué? No veía qué tipo de habladurías de Yunkai podrían ser útiles para ellos. Hasta que una idea cruzó por su mente.
—¿Habladurías de Poniente?—preguntó incrédulo—. ¿Llegan hasta aquí?
No se lo podía creer, pero se llenó de ilusión de solo pensarlo. Si tan solo pudiera tener noticias de su madre, sus hermanos o Daemon...
Tal vez eso les daría esperanzas de volver.
Miró a Aegon con creciente interés y expectación. Después de todo, lo que ellos dos compartían no podía entenderlo nadie más.
Jace nunca se había sentido conectado con su tío antes de su secuestro. En el barco, cuando se dio cuenta que eran solo ellos dos, pensó que esto sería una pesadilla. Nunca adivinó que iban a llegar a este punto donde se necesitaban el uno al otro.
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Con Jace
La expresión en la cara de Jacaerys cambió por completo cuando mencionó Poniente en voz alta. Todas las dudas que tuvo Aegon hasta ese momento se disiparon por completo. Era obvio que Jacaerys necesitaba saberlo, incluso si no averiguaban nada más. Jacaerys necesitaba la ilusión de que no lo habían olvidado y que su familia seguía buscándolo desesperadamente.
Aegon no podía quitarle eso.
Suspiró hondo y deslizó el plato de comida, sin terminar, hacia el centro de la mesa.
—Uno de los borrachos de la taberna empezó a hablar de Pentos, pensé que eran tonterías al principio, porque mezclaba muchos nombres. Pero… —Aegon carraspeó e hizo un esfuerzo por mirar a Jacaerys a los ojos—. Decía que había estado en un barco, que su capitán trabajaba para Daemon Targaryen.
Luego de tanto tiempo atrapados en Astapor y de estas semanas en Yunkai, pronunciar en voz alta cualquier nombre de la familia Targaryen sonaba como un hechizo de la Antigua Valyria. Como un idioma que ya había olvidado. Jacaerys lo miró con expresión consternada, con los ojos brillantes, como si no pudiera creer lo que estaba diciendo. Aegon tampoco podía creer que hubiera pronunciando aquello en voz alta.
—Al parecer, habían ofrecido una alta recompensa por encontrarte —Aegon suspiró a medias, pues no se había equivocado al utilizar el singular. El borracho no lo había mencionado a él bajo ningún motivo, tan sólo habló de Daemon, su reina Rhaenyra y el príncipe perdido. Sabía que era una tontería, que Daemon no podría importarle menos lo que le pasara él, que eso no significaba que su abuelo o su madre no lo estuvieran buscando—. Quise preguntarle, pero vomitó sobre mis botas y luego… cuando regresé de limpiarlas, ya se había ido. El viejo Trek dijo que se había ido al burdel, pero… no estoy seguro.
Aegon ahora se sentía estúpido por haber mencionado el burdel, porque vio cómo cambiaba la expresión de Jacaerys. Se preguntaba si él sí se atrevería a atravesar la pequeña calle que separaba la taberna del burdel para averiguar si el tipo seguía allí. Aegon ya no sabía bien qué decir, pues era toda la información que tenía.
Aegon no podía quitarle eso.
Suspiró hondo y deslizó el plato de comida, sin terminar, hacia el centro de la mesa.
—Uno de los borrachos de la taberna empezó a hablar de Pentos, pensé que eran tonterías al principio, porque mezclaba muchos nombres. Pero… —Aegon carraspeó e hizo un esfuerzo por mirar a Jacaerys a los ojos—. Decía que había estado en un barco, que su capitán trabajaba para Daemon Targaryen.
Luego de tanto tiempo atrapados en Astapor y de estas semanas en Yunkai, pronunciar en voz alta cualquier nombre de la familia Targaryen sonaba como un hechizo de la Antigua Valyria. Como un idioma que ya había olvidado. Jacaerys lo miró con expresión consternada, con los ojos brillantes, como si no pudiera creer lo que estaba diciendo. Aegon tampoco podía creer que hubiera pronunciando aquello en voz alta.
—Al parecer, habían ofrecido una alta recompensa por encontrarte —Aegon suspiró a medias, pues no se había equivocado al utilizar el singular. El borracho no lo había mencionado a él bajo ningún motivo, tan sólo habló de Daemon, su reina Rhaenyra y el príncipe perdido. Sabía que era una tontería, que Daemon no podría importarle menos lo que le pasara él, que eso no significaba que su abuelo o su madre no lo estuvieran buscando—. Quise preguntarle, pero vomitó sobre mis botas y luego… cuando regresé de limpiarlas, ya se había ido. El viejo Trek dijo que se había ido al burdel, pero… no estoy seguro.
Aegon ahora se sentía estúpido por haber mencionado el burdel, porque vio cómo cambiaba la expresión de Jacaerys. Se preguntaba si él sí se atrevería a atravesar la pequeña calle que separaba la taberna del burdel para averiguar si el tipo seguía allí. Aegon ya no sabía bien qué decir, pues era toda la información que tenía.
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Con Aegon
Las noticias para Aegon resultaron totalmente sorprendentes. No se había esperado algo como eso para nada. Sin embargo, si lo pensaba detenidamente no era tan raro. Daemon había pasado mucho tiempo fuera de Poniente. Conocía esos rumbos mejor que muchas personas del reino y probablemente mejor que cualquier hombre de su madre.
Quizá la Serpiente Marina conocía mejor los puertos, pero las tierras... Daemon las conocía. Además que sabía perfectamente cómo hacer para que la gente le diera la información que quería.
Si Daemon lo estaba buscando, seguramente lo encontraría algún día.
La sola idea le aceleró el corazón. Quería tener noticias de su casa, de su madre y del resto de su familia. Pero Aegon parecía preocupado. La idea de que había ido al burdel le heló la sangre, por nada le pediría a Aegon que entrara de nuevo a un lugar así.
—No te preocupes por él —dijo intentando quitarle hierro al asunto—. Dudo que podamos seguirle la pista a alguien en esta ciudad sin más datos... pero si un marino escuchó esto, probablemente más lo hayan oído. Si es real que Daemon me anda buscando, hará mucho ruido, nos enteraremos tarde o temprano.
Eso podía ser un problema. Si alguien venía por él apra cambiar la recompensa. Pero dudaba que alguien creyera que el príncipe perdido trabajaba para una compañía como mercenario. Jace sabía que su habilidad con la espada había mejorado y también había cambiado. No peleaba como un príncipe ya.
Pero en el fondo, había un problema mayor que alguien que viniera por la recompensa: Daemon solo lo estaba buscando a él.
—Si resulta cierto ya pensaremos cómo manejarlo después—añadió.
Jace no podía dejar que Daemon lo rescatara y Aegon no volviera con él. Las cosas eran muy diferentes ahora a cuando los habían secuestrado.
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Con Jace
Jacaerys, Jace, estaba feliz. Por más que intentara disimularlo con una expresión estoica y bastante tranquila, era evidente que estaba extasiado con las noticias. Aegon estaba haciendo un esfuerzo por ponerse en su lugar, preguntándose cómo se sentiría él si recibiera noticias de su abuelo o de su madre, que estaban pidiendo un rescate por él. Pero, mientras más lo pensaba, más se daba cuenta de que a él no le representaría ningún alivio tener noticias de casa.
Aegon volvió a mirar la mesa, pues no tenía apetito alguno. Apretó los labios, mientras dejó los cubiertos de nuevo sobre la mesa y alejó su plato, pues era seguro de que ya no iba a comer más, a pesar de que todavía quedaba algo de comida.
Cuando volvió a mirar a Jacaerys, Aegon sintió una quemazón incómoda en el pecho, no pudo sostenerle la mirada por mucho tiempo. Empezaba a odiar el hecho de que había recibido noticias de Poniente. Cuando llegaron a Yunkai, a pesar de que estaban viviendo en ese sitio estrecho y a ratos maloliente, Aegon y Jacaerys habían hecho una rutina a la medida de los dos. Aegon había tenido que aprender a limpiar, a cocinar algo comestible, a hacer labores domésticas que antes otros hacían por él, pero empezaba a darse cuenta que en ese sitio tan espantoso y diminuto, se sentía libre por primera vez en mucho tiempo.
Libre de verdad.
—Jace, yo… —Aegon se sentía un poco patético, en especial porque podía sentir sobre él la mirada implacable de Jacaerys—. Escúchame, si Daemon te encuentra, si eso llegara a suceder, sería mucho mejor que… que no nos encontrara juntos.
Aegon hablaba muy en serio. Para Daemon sería una maravilla encontrar a Jacaerys, quien, en teoría, era el príncipe heredero de Rhaenyra Targaryen. En cambio, Aegon era su enemigo, lo único que podía interponerse entre el trono y el legítimo reclamo de su esposa. No quería ni pensar en cómo lo trataría Daemon si lo encontraba.
—No me mires así… —dijo incómodo, mirando las manos que estaban sobre su regazo—. Sabes que… sabes que estoy diciendo la verdad.
Aegon volvió a mirar la mesa, pues no tenía apetito alguno. Apretó los labios, mientras dejó los cubiertos de nuevo sobre la mesa y alejó su plato, pues era seguro de que ya no iba a comer más, a pesar de que todavía quedaba algo de comida.
Cuando volvió a mirar a Jacaerys, Aegon sintió una quemazón incómoda en el pecho, no pudo sostenerle la mirada por mucho tiempo. Empezaba a odiar el hecho de que había recibido noticias de Poniente. Cuando llegaron a Yunkai, a pesar de que estaban viviendo en ese sitio estrecho y a ratos maloliente, Aegon y Jacaerys habían hecho una rutina a la medida de los dos. Aegon había tenido que aprender a limpiar, a cocinar algo comestible, a hacer labores domésticas que antes otros hacían por él, pero empezaba a darse cuenta que en ese sitio tan espantoso y diminuto, se sentía libre por primera vez en mucho tiempo.
Libre de verdad.
—Jace, yo… —Aegon se sentía un poco patético, en especial porque podía sentir sobre él la mirada implacable de Jacaerys—. Escúchame, si Daemon te encuentra, si eso llegara a suceder, sería mucho mejor que… que no nos encontrara juntos.
Aegon hablaba muy en serio. Para Daemon sería una maravilla encontrar a Jacaerys, quien, en teoría, era el príncipe heredero de Rhaenyra Targaryen. En cambio, Aegon era su enemigo, lo único que podía interponerse entre el trono y el legítimo reclamo de su esposa. No quería ni pensar en cómo lo trataría Daemon si lo encontraba.
—No me mires así… —dijo incómodo, mirando las manos que estaban sobre su regazo—. Sabes que… sabes que estoy diciendo la verdad.
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Yunkai
Noche
Con Aegon
Jace no podía creer lo que estaba escuchando. O sea, si lo pensaba detenidamente tenía sentido. Después de todo, hasta donde ellos habían vivido en Poniente sus familias eran enemigas. Pero no podía creer que Aegon estuviera diciendo que tenían que separarse en algún momento.
Negó, mirando a Aegon con incredulidad.
—¿Pero qué dices? No podemos separarnos —exclamó con voz aguda—. Antes habría sido así, pero después de todo lo que hemos vivido no lo puedes decir en serio.
Jace sabía que le debía la vida y su integridad a Aegon, y había hecho todo lo que estaba en su mano ahora por mantenerlos a ambos. Eso no se podía borrar de la noche a la mañana porque Daemon apareciera de repente atrasado de noticias. No sabían qué había pasado en Poniente en su ausencia, aunque dudaba que fuera un acercamiento entre sus casas...
Pero aquí todo había sido diferente, y ellos no podían solo poner atrás lo que había pasado entre ellos para regresar a una época donde eran enemigos.
Tomó a Aegon de la mano, inquieto por su expresión.
—Yo le explicaré todo a Daemon, no puede hacerte daño, no después de lo que hemos vivido juntos—añadió.
Pero tenía la impresión de que Aegon no le creía. Daemon tenía fama de violento e indomable, pero Jace estaba seguro de que lo quería y que podía hacer que lo escuchara. Además, Aegon tenía tanto derecho como él de volver a Poniente.
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