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Even stone will crack and melt if a fire is hot enough
INSPIRED
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House of the Dragon
En los Siete Reinos corre el mismo rumor desde hace muchos años: la Reina Alicent y la Princesa Rhaenyra, quienes alguna vez se tuvieron un inmenso cariño, cada vez se soportan menos. Años de rencor cociéndose poco a poco, no ha hecho más que salpicar al resto de sus familias.
Los rumores son tan fuertes y vuelan tan lejos, que en las Ciudades Libres la Triarquía está esperando el momento justo para utilizar las grietas de la familia Targaryen a su favor. Llevan varios meses planeando una estrategia perfecta que dé un golpe perfecto al envejecido Rey Viserys, que lo obligue a recordar que su imperio no es indestructible ni intocable, como llevan pensándolo por tanto tiempo.
Ajeno al conflicto, Aegon vive todos los días de su vida como si fueran el último, fastidiado al ver cómo su padre se consume cada minuto que pasa y eso significa que tanto su madre como su abuelo van a poner sobre su cabeza una corona que nadie le preguntó si quiere. En el otro extremo de la familia Targaryen, Jacaerys vive angustiado al saber que no todos en la Corte aceptan a su madre como la legítima heredera al trono, y además cuestionan de manera constante su origen y el de sus hermanos.
Un día como cualquier otro, de manera inesperada, la Triarquía ataca. Aegon desaparece en medio de la noche, aunque las malas leguas dicen que dos hombres encapuchados lo sacaron de uno de los burdeles que el príncipe frecuentaba a escondidas de la Corte. Jacaerys es visto por última vez en el puerto de Marcaderiva, cuando hacía una visita de rutina a la familia de su padre. Alicent y Rhaenyra lloran la pérdida de sus hijos, pero las noticias vuelan muy rápido y por primera vez no parece que tengan razones para culparse la una a la otra.
Los rumores de la desaparición de los príncipes corren como pólvora por todo Poniente y cada quien tiene sospechosos diferentes. Algunos culpan a Dorne, aquel reino de salvajes que juró venganza eterna contra la dinastía Targaryen. Los más atrevidos apuntan a la Mano del Rey, Lord Hightower, que busca a la vez deshacerse de la descendencia de Rhaenyra y colocar al más apto de sus nietos en el Trono de Hierro. Otros pocos aciertan con la Triarquía, enemiga jurada de Daemon Targaryen. Pero los días pasan y nadie se pronuncia al respecto, mientras el paradero de los príncipes es desconocido.
A pesar de los crecientes rumores de sus muertes, Aegon y Jacaerys están cautivos en las Ciudades Libres, luego de que la unidad de la Triarquía se tambaleara al verse incapaces de ponerse de acuerdo con la negociación de su rescate. Nadie les da noticias sobre dónde están, ni qué piensan hacer con ellos ni tampoco qué noticias tienen sus familias sobre el secuestro. Cada día que pasa, Jacaerys tiene claro que la única opción que tienen es trabajar juntos para volver a casa, mientras que Aegon empieza a preguntarse si no tiene con qué negociar su propia libertad para nunca más volver a la Fortaleza Roja.
Los rumores son tan fuertes y vuelan tan lejos, que en las Ciudades Libres la Triarquía está esperando el momento justo para utilizar las grietas de la familia Targaryen a su favor. Llevan varios meses planeando una estrategia perfecta que dé un golpe perfecto al envejecido Rey Viserys, que lo obligue a recordar que su imperio no es indestructible ni intocable, como llevan pensándolo por tanto tiempo.
Ajeno al conflicto, Aegon vive todos los días de su vida como si fueran el último, fastidiado al ver cómo su padre se consume cada minuto que pasa y eso significa que tanto su madre como su abuelo van a poner sobre su cabeza una corona que nadie le preguntó si quiere. En el otro extremo de la familia Targaryen, Jacaerys vive angustiado al saber que no todos en la Corte aceptan a su madre como la legítima heredera al trono, y además cuestionan de manera constante su origen y el de sus hermanos.
Un día como cualquier otro, de manera inesperada, la Triarquía ataca. Aegon desaparece en medio de la noche, aunque las malas leguas dicen que dos hombres encapuchados lo sacaron de uno de los burdeles que el príncipe frecuentaba a escondidas de la Corte. Jacaerys es visto por última vez en el puerto de Marcaderiva, cuando hacía una visita de rutina a la familia de su padre. Alicent y Rhaenyra lloran la pérdida de sus hijos, pero las noticias vuelan muy rápido y por primera vez no parece que tengan razones para culparse la una a la otra.
Los rumores de la desaparición de los príncipes corren como pólvora por todo Poniente y cada quien tiene sospechosos diferentes. Algunos culpan a Dorne, aquel reino de salvajes que juró venganza eterna contra la dinastía Targaryen. Los más atrevidos apuntan a la Mano del Rey, Lord Hightower, que busca a la vez deshacerse de la descendencia de Rhaenyra y colocar al más apto de sus nietos en el Trono de Hierro. Otros pocos aciertan con la Triarquía, enemiga jurada de Daemon Targaryen. Pero los días pasan y nadie se pronuncia al respecto, mientras el paradero de los príncipes es desconocido.
A pesar de los crecientes rumores de sus muertes, Aegon y Jacaerys están cautivos en las Ciudades Libres, luego de que la unidad de la Triarquía se tambaleara al verse incapaces de ponerse de acuerdo con la negociación de su rescate. Nadie les da noticias sobre dónde están, ni qué piensan hacer con ellos ni tampoco qué noticias tienen sus familias sobre el secuestro. Cada día que pasa, Jacaerys tiene claro que la única opción que tienen es trabajar juntos para volver a casa, mientras que Aegon empieza a preguntarse si no tiene con qué negociar su propia libertad para nunca más volver a la Fortaleza Roja.
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Jacaerys Velaryon
Fugitivo — 16DNN — Harry Collett — Minerva
Aegon Targaryen
Fugitivo — 20DDN — Tom Glynn-Carney — Juno
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VIII. Two are better than one
Yunkai
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Con Jace
Jacaerys había pasado de la felicidad a la histeria en cuestión de unos segundos. Aegon se quedó viéndolo por un instante y no pudo evitar sentirse un poco culpable, porque Jacaerys estaba molesto gracias a lo que había dicho.
Aegon sabía que estaba diciendo cosas razonables, pero no creía que Jacaerys podía entender su posición. Hasta ahora habían tenido que dejar atrás sus diferencias, de otra manera no habrían sobrevivido durante todo este tiempo. Pero ahora, la única mención a Daemon, fue más que suficiente para que recordara cuál era la verdad. Ninguno de los dos estaba en el mismo punto y eso, de pronto, le escocía en el pecho.
Inspiró hondo, tratando de calmarse, pues no quería hacer una escena, ni generar una discusión. Aegon se sentía exhausto sólo de pensarlo. Había pasado varios días sin ver a Jacaerys y esa no era la forma en que quería pasar su tiempo con él. Lo había echado de menos, no solamente su compañía, sino también su cercanía. Todavía dormían en una sola cama, pues sólo había espacio para una en la habitación en que vivían. Las noches en que Jacaerys no estaba, Aegon no se sentía más cómodo, a pesar de que tenía todo el colchón para él solo.
—Sigues siendo un soñador, Jace… —dijo, con una mueca que pretendía ser una sonrisa. Aegon deslizó una mano en dirección a Jacaerys, estirándola hasta tocar su pecho. Todavía llevaba puesto el uniforme que usaba como mercenario y Aegon, aunque nunca se lo había dicho, la verdad era que le lucía muy bien. Jacaerys siempre fue muy apuesto, era tan sólo que ahora Aegon tenía demasiado tiempo libre para notar esas cosas—. Daemon es incapaz de escuchar a nadie más que a sí mismo.
Estaba convencido de lo que estaba diciendo, Daemon Targaryen no escuchaba a nadie, ni siquiera fue capaz de doblegarse ante su hermano, el rey. Así que era claro que no iba a hacerlo con nadie de su familia, mucho menos con el hijo de su esposa. Por más que quizás quisiera a Jacaerys como un hijo, Daemon no cedería.
Aegon volvió a sentirse angustiado de sólo pensarlo.
—Escucha, yo… yo tampoco quiero separarme de ti, Jace. Estar juntos es lo único que… —Aegon frunció el ceño y negó con la cabeza, mientras retiró la mano del pecho de Jacaerys, dejándolo recuperar su espacio personal. Era una tontería lo que iba a decir, por supuesto. Cuando lo miró a los ojos, se sintió un poco más calmado, un poco más como él mismo, el Aegon que todavía recordaba qué se sentía descansar en un diván en la Fortaleza Roja—. Lo siento, de todas formas, no es siquiera una pista concreta. Y si lo es, Pentos está muy lejos. Estaré atento si escucho algo más, pero ya no hablemos de eso.
“Estar juntos es lo único que me mantiene cuerdo” volvió a pensar, rellenando la frase en su cabeza. Era así como se sentía de verdad.
Aegon sabía que estaba diciendo cosas razonables, pero no creía que Jacaerys podía entender su posición. Hasta ahora habían tenido que dejar atrás sus diferencias, de otra manera no habrían sobrevivido durante todo este tiempo. Pero ahora, la única mención a Daemon, fue más que suficiente para que recordara cuál era la verdad. Ninguno de los dos estaba en el mismo punto y eso, de pronto, le escocía en el pecho.
Inspiró hondo, tratando de calmarse, pues no quería hacer una escena, ni generar una discusión. Aegon se sentía exhausto sólo de pensarlo. Había pasado varios días sin ver a Jacaerys y esa no era la forma en que quería pasar su tiempo con él. Lo había echado de menos, no solamente su compañía, sino también su cercanía. Todavía dormían en una sola cama, pues sólo había espacio para una en la habitación en que vivían. Las noches en que Jacaerys no estaba, Aegon no se sentía más cómodo, a pesar de que tenía todo el colchón para él solo.
—Sigues siendo un soñador, Jace… —dijo, con una mueca que pretendía ser una sonrisa. Aegon deslizó una mano en dirección a Jacaerys, estirándola hasta tocar su pecho. Todavía llevaba puesto el uniforme que usaba como mercenario y Aegon, aunque nunca se lo había dicho, la verdad era que le lucía muy bien. Jacaerys siempre fue muy apuesto, era tan sólo que ahora Aegon tenía demasiado tiempo libre para notar esas cosas—. Daemon es incapaz de escuchar a nadie más que a sí mismo.
Estaba convencido de lo que estaba diciendo, Daemon Targaryen no escuchaba a nadie, ni siquiera fue capaz de doblegarse ante su hermano, el rey. Así que era claro que no iba a hacerlo con nadie de su familia, mucho menos con el hijo de su esposa. Por más que quizás quisiera a Jacaerys como un hijo, Daemon no cedería.
Aegon volvió a sentirse angustiado de sólo pensarlo.
—Escucha, yo… yo tampoco quiero separarme de ti, Jace. Estar juntos es lo único que… —Aegon frunció el ceño y negó con la cabeza, mientras retiró la mano del pecho de Jacaerys, dejándolo recuperar su espacio personal. Era una tontería lo que iba a decir, por supuesto. Cuando lo miró a los ojos, se sintió un poco más calmado, un poco más como él mismo, el Aegon que todavía recordaba qué se sentía descansar en un diván en la Fortaleza Roja—. Lo siento, de todas formas, no es siquiera una pista concreta. Y si lo es, Pentos está muy lejos. Estaré atento si escucho algo más, pero ya no hablemos de eso.
“Estar juntos es lo único que me mantiene cuerdo” volvió a pensar, rellenando la frase en su cabeza. Era así como se sentía de verdad.
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VIII. Two are better than one
Yunkai
Noche
Con Aegon
Jace no diría que Daemon no escuchara a nadie. Escuchaba a su madre. A veces. Pero él encontraría la forma de proteger a Aegon, estaba seguro. Porque no dejaría que nadie más volviera a hacerle daño.
Sería díficil, eso no lo iba a negar.
Pero no iba a aceptar la idea de separarse bajo ninguna razón.
—Mira, Aegon, prometí que nos íbamos a quedar juntos y que no volvería a dejar que te hicieran daño, y pienso cumplir esa promesa, aparezca quien aparezca —le aseguró—. Pero tienes razón: Daemon no está aquí.
Por un momento, dudó. ¿Debían intentar seguir esa pista? ¿O tal vez era mejor dejarla pasar? Jace extrañaba a su familia, pero no quería verse en la encrucijada de tener que defender a Aegon de ellos. Tal vez sería mejor volver por ellos mismos pero... ¿sería posible?
Tal vez no era momento de decidirlo.
—Me alegra que al menos estemos de acuerdo en no querer separarnos—añadió.
Le sonrió y siguió con la comida. Estaba buena, y era increble eso de regresar a casa y encontrar comida esperándolo. Pensó si cambiar el tema para contarle más de la misión que había tenido y el próximo trabajo que le esperaba, pero no estaba seguro de si Aegon quisiera escuchar al respecto. No solía ser muy entusiasta con su trabajo.
—¿Y cómo estuviste estos días que no estuve? ¿Pasó alguna otra cosa interesante?—preguntó, tanteando el terreno.
Quería escuchar como él. Saber cómo estaba de verdad.
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Yunkai
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Con Jace
Aunque Jacaerys tenía razón en que ninguno de los dos quería separarse, Aegon no estaba muy seguro que ambos estaban viendo las mismas cosas. Jacaerys parecía estar convencido de que, si llegaban a estar en esa posición, conseguiría hacerle frente a Daemon.
Aegon tuvo que morderse la lengua para no decirle que esa era una idea estúpida, además de imposible. Sin embargo, tenía que reconocer que le daba algo de ternura pensar que Jacaerys estaba dispuesto a plantarle la cara a Daemon sólo por defenderlo. Era un sentimiento bastante infantil, por supuesto, porque Aegon sabía bien qué pasaría de darse ese escenario. Jacaerys era bueno, quizás demasiado bueno para su propio bien, pero no era suficiente para acabar con el odio que había entre sus familias. Aegon sabía que él estaba más consciente al respecto.
—Bueno, si hemos seguido juntos hasta ahora, no tiene por qué cambiar… —comentó con una media sonrisa, aunque ya había perdido el apetito, fue reconfortante ver que Jacaerys seguía comiendo con alegría.
Suspiró hondo cuando se fijó en su plato, que todavía estaba medio lleno. Aegon prefirió concentrarse en la pregunta de Jacaerys. En realidad, no podía decir que se aburriera con tanta frecuencia, pues todo lo que sucedía en la taberna era digno de ser mencionado. Lo que pasaba era que Aegon a veces estaba más angustiado pensando en qué estaba pasando con Jacaerys en la compañía de mercenarios que en lo que pasaba con los borrachos en la taberna.
Pero ahora que Jacaerys se lo preguntaba con tanto ahínco, Aegon pensaba que podía complacerlo un poco.
—Vino la esposa del herrero a sacarlo de aquí —comentó Aegon con una media sonrisa—. Tenía un cucharón en la mano y se veía más amenazante que cualquier soldado que haya visto en la vida.
Aegon tuvo que morderse la lengua para no decirle que esa era una idea estúpida, además de imposible. Sin embargo, tenía que reconocer que le daba algo de ternura pensar que Jacaerys estaba dispuesto a plantarle la cara a Daemon sólo por defenderlo. Era un sentimiento bastante infantil, por supuesto, porque Aegon sabía bien qué pasaría de darse ese escenario. Jacaerys era bueno, quizás demasiado bueno para su propio bien, pero no era suficiente para acabar con el odio que había entre sus familias. Aegon sabía que él estaba más consciente al respecto.
—Bueno, si hemos seguido juntos hasta ahora, no tiene por qué cambiar… —comentó con una media sonrisa, aunque ya había perdido el apetito, fue reconfortante ver que Jacaerys seguía comiendo con alegría.
Suspiró hondo cuando se fijó en su plato, que todavía estaba medio lleno. Aegon prefirió concentrarse en la pregunta de Jacaerys. En realidad, no podía decir que se aburriera con tanta frecuencia, pues todo lo que sucedía en la taberna era digno de ser mencionado. Lo que pasaba era que Aegon a veces estaba más angustiado pensando en qué estaba pasando con Jacaerys en la compañía de mercenarios que en lo que pasaba con los borrachos en la taberna.
Pero ahora que Jacaerys se lo preguntaba con tanto ahínco, Aegon pensaba que podía complacerlo un poco.
—Vino la esposa del herrero a sacarlo de aquí —comentó Aegon con una media sonrisa—. Tenía un cucharón en la mano y se veía más amenazante que cualquier soldado que haya visto en la vida.
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Con Aegon
Fue un alivio que no siguieran discutiendo sobre el tema. Jace quería descansar y disfrutar de la compañía de Aegon ahora que había regresado a casa.
—Exacto. No tienen por qué cambiar las cosas entre nosotros—señaló, al tiempo que tocaba a Aegon en el brazo con cariño.
Nunca habría pensado que le alegraría tanto regresar con su tío. Su relación había cambiado tanto ahora, que esperaba que no volviera a cambiar de nuevo.
Puso atención a su historia de la esposa del herrero. Era todo un personaje. Ya había escuchado otras anécdotas sobre ambos.
—Oye, termina de comer —le señaló—. Te hará falta haber comido bien para tu turno más tarde.
Esperaba que fuera tarde. Frunció el ceño de repente al pensarlo.
—¿Entras tarde? ¿Puedes quedarte todavía un rato conmigo?—preguntó, seguro de que se sentiría decepcionado si la respuesta era negativa.
No quería separarse de él todavía. Lo mejor de regresar a casa era ver a Aegon sano y salvo y pasar un tiempo juntos. Por eso valía la pena regresar de sus misiones. Y tenía que seguir trabajando para que pudieran mantener el estilo de vida. Hasta ahora Jace no había tenido heridas graves, y había ganado bien en cada excusión. Era bueno con la espada y eso se pagaba bien.
Había recibido ofertas de trabajo individuales, sin toda la compañía. No había aceptado propuestas para matar a nadie, pero sí había sido guardaespaldas algunas veces. Justo ahora le habían ofrecido uno, pero le hablaría a Aegon de eso después. No ahora que recién se encontraban.
Levantó una mano para acomodarle un mechón del cabello oscuro. Le gustaba como le quedaba ese color.
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Con Jace
Escuchar a Jacaerys hablar de forma tan insistente en que las cosas no tenían por qué cambiar entre los dos, le causaba cierto alivio. Aegon, a pesar de todo, no era estúpido, sabía que eso no era más que algo temporal. Sin embargo, prefería a aferrarse a eso, a que Jacaerys priorizaba su compañía y cercanía por encima de cualquier pista que pudiera llevarlos a casa. Quizás lo estaba viendo sólo de una manera retorcida, pero no le importaba, lo tomaría.
Aegon prefería consolarse de esa manera, sino caería en un espiral del que quizás no podría salir. Así que asintió en silencio a las palabras de Jacaerys e incluso hizo un esfuerzo por terminar de comer, porque este así se lo había pedido.
—Sólo te haré caso porque no podemos desperdiciar comida… —frunció el ceño, casi sin reconocerse a sí mismo en lo que estaba diciendo. En otra época de su vida, que hubiera comida en su plato no le preocupaba. Aegon incluso se había atrevido, en más de una ocasión, a tirar platos de la mesa en algún arrebato de rabia. Cuando lo pensaba ahora, le parecía que lo había hecho otra persona completamente diferente.
Frunció en cuanto escuchó a Jacaerys preguntarle si podía quedarse un rato más con él. Eso era lo que llevaba haciendo desde que llegó. Normalmente, cuando Jacaerys llegaba, Aegon solía dejar en segundo plano todo lo demás.
Aegon sabía que eso no estaba bien. Que esta cercanía obsesiva no lo iba a llevar nada bueno. Y sin embargo, no estaba dispuesto a soltar a Jacaerys. Sólo lo consideraría en caso de que Daemon apareciera en la puerta, porque necesitaba salvar la propia vida. Pero como eso no parecía una realidad, se aferraría a esto. A Jace. Era lo único que tenía.
—¿Quieres que me quede contigo para que también te ayude a limpiar todo? Debería dejarte solo para que pongas algo de orden aquí —Aegon quiso reprochárselo más, pero vio la expresión afectada de Jacaerys en cuanto dijo aquello. Dejó los platos, vacíos, sobre la mesa, y se inclinó despacio hacia él. El espacio entre los dos, era diminuto, Aegon podía sentir la respiración de Jacaerys en la mejilla. Fue por eso, embriagado por su cercanía, que le besó despacio los labios.
Normalmente, se besaban por las noches, cuando estaban a punto de dormirse, muy abrazos. Pero rozar los labios y acariciarse a plena luz del día, cuando los dos eran bastante conscientes de sus actos, estaba prohibido. Al menos, hasta ahora.
Aegon prefería consolarse de esa manera, sino caería en un espiral del que quizás no podría salir. Así que asintió en silencio a las palabras de Jacaerys e incluso hizo un esfuerzo por terminar de comer, porque este así se lo había pedido.
—Sólo te haré caso porque no podemos desperdiciar comida… —frunció el ceño, casi sin reconocerse a sí mismo en lo que estaba diciendo. En otra época de su vida, que hubiera comida en su plato no le preocupaba. Aegon incluso se había atrevido, en más de una ocasión, a tirar platos de la mesa en algún arrebato de rabia. Cuando lo pensaba ahora, le parecía que lo había hecho otra persona completamente diferente.
Frunció en cuanto escuchó a Jacaerys preguntarle si podía quedarse un rato más con él. Eso era lo que llevaba haciendo desde que llegó. Normalmente, cuando Jacaerys llegaba, Aegon solía dejar en segundo plano todo lo demás.
Aegon sabía que eso no estaba bien. Que esta cercanía obsesiva no lo iba a llevar nada bueno. Y sin embargo, no estaba dispuesto a soltar a Jacaerys. Sólo lo consideraría en caso de que Daemon apareciera en la puerta, porque necesitaba salvar la propia vida. Pero como eso no parecía una realidad, se aferraría a esto. A Jace. Era lo único que tenía.
—¿Quieres que me quede contigo para que también te ayude a limpiar todo? Debería dejarte solo para que pongas algo de orden aquí —Aegon quiso reprochárselo más, pero vio la expresión afectada de Jacaerys en cuanto dijo aquello. Dejó los platos, vacíos, sobre la mesa, y se inclinó despacio hacia él. El espacio entre los dos, era diminuto, Aegon podía sentir la respiración de Jacaerys en la mejilla. Fue por eso, embriagado por su cercanía, que le besó despacio los labios.
Normalmente, se besaban por las noches, cuando estaban a punto de dormirse, muy abrazos. Pero rozar los labios y acariciarse a plena luz del día, cuando los dos eran bastante conscientes de sus actos, estaba prohibido. Al menos, hasta ahora.
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Yunkai
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Con Aegon
Sonrió cuando Aegon le hizo caso y siguió comiendo. Le haría bien comer. Jace no sabía explicar por qué ahora le preocupaba tantísimo el bienestar de su tío. Simplemente sabía que le debía todo desde que estaban ahí. No podía hacer más que cuidar de él. No quería hacer otra cosa tampoco.
Arqueó las cejas cuando escuchó su interpretación de por qué quería que se quedara un poco más. La verdad solo había deseado qeu se quedaran un rato más largo juntos. Sin embargo, no alcanzó a explicarle porque de repente, Aegon había eliminado toda la distancia entre ellos y lo estaba besando.
Jace lo besó de inmediato. De hecho, lo abrazó por la cintura y se puso de pie, siguiéndolo en el beso. No solían besarse de día, pero con lo que lo había extrañado durante su última excursión se alegraba muchísimo de no haber tenido que esperar a la noche. Tal vez Aegon sí entendía por qué quería que se quedara un poco más.
Lo extrañaba. Y nada le daba más seguridad de que estaba bien que sentirlo ahí, con él. Cuando Jace lo tenía tan cerca estaba seguro de que nada malo le había pasado ni le iba a pasar. Era todo lo que necesitaba.
Nunca hablaban de esto. Había empezado cuando huían hacia esa ciudad, y resultaba inevitable que volvieran a caer en los brazos del otro una y otra vez. Solía ocurrir a oscuras, en la noche, en la cama que compartían.
De alguna forma esto se sentía como un progreso.
Se separó de los labios de Aegon y le acarició el rostro.
—Me alegra mucho estar de regreso en casa—susurró.
Así se snetía volver con Aegon. No sabía cómo se había convertido en su hogar, pero no se atrevería a decirle algo así, se burlaría de él, estaba seguro. Aegon seguía teniendo un snetido del humor muy filoso, mucho más que él.
—Yo recogeré las cosas después —dijo con seguridad—. No quiero que desperdiciemos el tiempo en eso, solo quería estar un rato más contigo ahora que puedo estar acá.
Eso era todo. Esperaba que fuera suficiente para Aegon.
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Yunkai
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Con Jace
Aegon se sentía extasiado.
Si alguien le hubiera dicho que estar viviendo en el segundo piso de un bar maloliente en Yunkai lo habría hecho completamente feliz, se habría reído. Pero, la verdad, Aegon sabía que no tenía por qué negarse a sí mismo la verdad. En ese cuarto diminuto y precario se sentía feliz, incluso si estaba lleno de polvo, había una que otra rata ocasional y por las noches, cuando estaba solo, escuchaba el ruido de los borrachos en la planta baja.
Aegon estaba feliz allí porque no había absolutamente nadie que supiera quién era o que estuviera desesperado por colocarle una corona en la cabeza. Además, que Jacaerys correspondiera a sus besos hacía todo mucho mejor.
"A mí también me encanta que hayas vuelto a casa" quiso decirle, pero se arrepintió en el último momento. Cuando sus miradas se encontraron, Aegon tuvo que morderse la lengua porque entonces empezaría a decir cosas que estaban vetadas de decir a la luz del día.
En lugar de eso, besó a Jacaerys despacio, apretándole los labios con insistencia, como quien se comía una fruta fresca, recién caída del árbol.
—¿O sea que vas a limpiar todo? ¿Tú solo? —dijo, alzando ambas cejas, incapaz de contener la sonrisa, cuando tiró de Jacaerys, Aegon sabía que la ruta directa era la cama. En ese colchón espantoso apenas cabían bien los dos, pero hasta ahora se las habían arreglado para dormir con relativa comodidad juntos. Esto, sin embargo, era terreno desconocido—. Eres tan malo limpiando como yo, déjalo así, Jace.
Antes de que éste pudiera replicar, Aegon lo estaba besando. Tiró de Jacaerys con tanta firmeza que temió que se rompería el maldito colchón. Pero éste resistió, contra todo pronóstico, así que Aegon se dejó caer, dejando a Jacaerys encima de él. Le parecía que era una forma maravillosa de no pensar.
Si alguien le hubiera dicho que estar viviendo en el segundo piso de un bar maloliente en Yunkai lo habría hecho completamente feliz, se habría reído. Pero, la verdad, Aegon sabía que no tenía por qué negarse a sí mismo la verdad. En ese cuarto diminuto y precario se sentía feliz, incluso si estaba lleno de polvo, había una que otra rata ocasional y por las noches, cuando estaba solo, escuchaba el ruido de los borrachos en la planta baja.
Aegon estaba feliz allí porque no había absolutamente nadie que supiera quién era o que estuviera desesperado por colocarle una corona en la cabeza. Además, que Jacaerys correspondiera a sus besos hacía todo mucho mejor.
"A mí también me encanta que hayas vuelto a casa" quiso decirle, pero se arrepintió en el último momento. Cuando sus miradas se encontraron, Aegon tuvo que morderse la lengua porque entonces empezaría a decir cosas que estaban vetadas de decir a la luz del día.
En lugar de eso, besó a Jacaerys despacio, apretándole los labios con insistencia, como quien se comía una fruta fresca, recién caída del árbol.
—¿O sea que vas a limpiar todo? ¿Tú solo? —dijo, alzando ambas cejas, incapaz de contener la sonrisa, cuando tiró de Jacaerys, Aegon sabía que la ruta directa era la cama. En ese colchón espantoso apenas cabían bien los dos, pero hasta ahora se las habían arreglado para dormir con relativa comodidad juntos. Esto, sin embargo, era terreno desconocido—. Eres tan malo limpiando como yo, déjalo así, Jace.
Antes de que éste pudiera replicar, Aegon lo estaba besando. Tiró de Jacaerys con tanta firmeza que temió que se rompería el maldito colchón. Pero éste resistió, contra todo pronóstico, así que Aegon se dejó caer, dejando a Jacaerys encima de él. Le parecía que era una forma maravillosa de no pensar.
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Con Aegon
Aegon no dejaba de meterse con él, así que salado, no iba a recoger nada ahora. Además, estaba demasiado distraído besándolo para pensar en recoger cosas. Se dejó llevar a la cama y la verdad era que eso era lo que había deseado en realidad cuando le pidió que se quedara.
No hacían estas cosas de día. Nunca. Pero entre más días pasaba lejos de casa más extrañaba a Aegon. Si alguien le hubiera dicho que así sería su vida no lo hubiera creído, pero desde su escape estaba bastante satisfecho con su situación actual.
Se sostuvo para asegurarse de no aplastar con su peso a Aegon, y lo siguió besando contra el colchón. Pasó las manos por su cabello, acomodándolo hacia atrás, y notando las raíces plateadas que empezaban a asomar.
—Menos mal que regresé tenemos que teñirte pronto—comentó.
Lo besó de nuevo, para no darle tiempo de quejarse. Sabía que odiaba el tinte, pero a Jace le gustaba verlo moreno. Sentía que al no ser ninguno rubio platino era más fácil dejar el apellido Targaryen de lado. No porque le molestara que Aegon fuera su tío. Jace era un Targaryen, eso no podía importarle menos... pero sentía que borraba las razones por las que había sido objeto de burlas y rumores mucho tiempo.
—Te extrañé, Aegon —declaró susiprando contra su oído—. No podía esperar para regresar a casa.
Solía evitar ese tipo de comentarios. Dudaba si Aegon se iba a burlar de él por ellos. Pero lo sentía. Lo sentía de forma cada vez más intensa cuando estaba con él. No podía evitarlo.
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Con Jace
Jacaerys no sólo se metió con su cabello, amenazó con teñirlo de nuevo, sino que se atrevió a callarlo con un beso. Aegon se quedó pasmado, pero no le quedó más remedio que entregarse a las caricias de Jacaerys. Lo había echado tanto de menos, que ninguno de sus comentarios iban a conseguir ponerlo de mal humor. Ni siquiera si volvía a decir que le teñiría el cabello otra vez. La primera vez fue un desastre, Aegon no estaba seguro de cómo era que seguía teniendo pelos en la cabeza después de eso.
Se estremeció cuando escuchó a Jacaerys decir que lo había extrañado. Aegon tenía la sensación de que el corazón se le saldría del pecho con fuerza. Cuando miró a Jacaerys a los ojos, se dio cuenta de la verdad. Él, que no tenía la más mínima idea de qué era el amor, estaba enamorado de Jacaerys. Su madre, si pudiera verlo, se escandalizaría, diciendo que su sangre Targaryen era culpable de semejante locura. Su abuelo, por supuesto, estaría decepcionado de él, porque Jacaerys era su enemigo y no se suponía que debía de tenerle piedad siquiera.
Pero Aegon, mientras lo tomó del rostro, supo que nada de eso le importaba. Su madre, su abuelo, el resto de su familia, estaba lejos, muy lejos. Aegon no quería volver a verlos, si de él dependía.
De hecho, empezaba a preguntarse si podría no volver a verlos de verdad, si quedarse allí, con Jace, era posible.
—Yo también… —confesó de pronto, incapaz de contener sus sentimientos—. Te extraño cada vez que tienes que irte. Nunca estoy tranquilo hasta que vuelves de nuevo, incluso si tienes con más cicatrices o si amenazas con teñirme el pelo. Te extraño.
Ahora fue el turno de Aegon de tomarlo del rostro y besarlo, antes de que Jacaerys se le ocurriera decir algo que rompiera el hechizo. Se pegó a él, lo tomó por la cintura y se dejó llevar, acomodándolos a los dos sobre el colchón. Podía sentir todo su cuerpo palpitando bajo el de Jacaerys. Cuando éste lo tocaba, Aegon estaba convencido de que era otra persona. De que no era un inútil, de que no era el vástago rechazado de su padre, una cabeza sobre la cual poner una corona.
Cuando Jace lo besaba y acariciaba, Aegon era él mismo por fin.
Se estremeció cuando escuchó a Jacaerys decir que lo había extrañado. Aegon tenía la sensación de que el corazón se le saldría del pecho con fuerza. Cuando miró a Jacaerys a los ojos, se dio cuenta de la verdad. Él, que no tenía la más mínima idea de qué era el amor, estaba enamorado de Jacaerys. Su madre, si pudiera verlo, se escandalizaría, diciendo que su sangre Targaryen era culpable de semejante locura. Su abuelo, por supuesto, estaría decepcionado de él, porque Jacaerys era su enemigo y no se suponía que debía de tenerle piedad siquiera.
Pero Aegon, mientras lo tomó del rostro, supo que nada de eso le importaba. Su madre, su abuelo, el resto de su familia, estaba lejos, muy lejos. Aegon no quería volver a verlos, si de él dependía.
De hecho, empezaba a preguntarse si podría no volver a verlos de verdad, si quedarse allí, con Jace, era posible.
—Yo también… —confesó de pronto, incapaz de contener sus sentimientos—. Te extraño cada vez que tienes que irte. Nunca estoy tranquilo hasta que vuelves de nuevo, incluso si tienes con más cicatrices o si amenazas con teñirme el pelo. Te extraño.
Ahora fue el turno de Aegon de tomarlo del rostro y besarlo, antes de que Jacaerys se le ocurriera decir algo que rompiera el hechizo. Se pegó a él, lo tomó por la cintura y se dejó llevar, acomodándolos a los dos sobre el colchón. Podía sentir todo su cuerpo palpitando bajo el de Jacaerys. Cuando éste lo tocaba, Aegon estaba convencido de que era otra persona. De que no era un inútil, de que no era el vástago rechazado de su padre, una cabeza sobre la cual poner una corona.
Cuando Jace lo besaba y acariciaba, Aegon era él mismo por fin.
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Con Aegon
Algo había cambiado esa mañana. Estaban sacando a la luz no solo las actividades que hacían solamente en la noche, pero también sentimientos que nunca había dicho en voz alta. Pero no sabía cómo lidiar con eso, era más fácil dejarse guiar con Aegon y acomodarse sobre él, aprisionándolo contra el colchón.
Besarlo, acariciarlo, era algo que le salía de forma natural ya. Lo había hecho tantas veces como le había sido posible en los último meses. A Jace no le importaba que fuera su tío. Su madre dormía con su tío también. Y lo amaba. ¿Amaba él a Aegon? Suponía que ese debía ser el nombre de ese sentimiento. No solo lo extrañaba cuando no estaba, sino que estaba dispuesto a cualquier cosa para protegerlo. Se había convertido en un mercenario y había matado por él.
Aquello era más que agradecimiento ya.
—No es una amenaza, es una necesidad—le recordó.
Pasó los dedos por su cabello mientras hablaba, tirando de él un poco para tener mejor acceso al lóbulo de su oreja. Pero no iba a teñirle el cabello todavía. Era un proceso realmente engorroso y esto estaba mucho mejor.
—Siempre vuelvo a ti —le recordó—. Te lo prometí.
En una noche de esos intercambios apasionados le había prometido que no tendría que preocuparse, que se aseguraría de siempre volver hasta él. Aegon había estado aterrado con la perspectiva de que él se marchara con la compañía en ese entonces, pero Jace siempre había estado seguro de que podría sobrevivirlo. Era uno de los más hábiles de la compañía ahora.
Y todo valía la pena por regresar así a casa.
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Con Jace
Aegon cerró los ojos cuando sintió las manos de Jacaerys acariciarle el cabello. De seguro que estaba pensando en todo lo que tendría que hacer de nuevo para teñirlo. Odiaba el proceso, por supuesto, además de que el pelo le quedaba horrible. Se lo había dicho a Jacaerys mil veces, que su pelo parecía un trapo viejo luego de teñirlo.
La primera vez que lo dijo, su sobrino tuvo el descaro de reírsele en la cara, diciendo que estaba exagerando. Pero ahora que tenían que hacer esto otra vez, las caricias de Jacaerys le hacían ver que quizás sí se estaba tomando esto en serio. Si alguien los estaba buscando, sería muy difícil que dieran con ambos. Aegon tenía que reconocer que, al menos con el maldito cabello teñido, se sentía un poco más seguro.
Feo, pero seguro. Suponía que era un buen precio a pagar.
—Jace, yo… —Aegon se sentía expuesto a la luz del día, pero la cercanía de Jacaerys y la calidez de sus palabras estaban embriagándolo. Cuando lo miró a los ojos, sintió la boca seca, quizás era mucho más sencillo cuando sólo dejaba que Jacaerys lo tocara—: Cuando estamos juntos, yo… olvido muchas cosas. Eso es maravilloso.
Aegon le dio un beso suave, mucho más sentido que los otros, pues se le habían atorado las palabras en la garganta. No tenía idea si lo que había dicho era algo de sentido, pero era la verdad. Con la cercanía de Jacaerys se le olvidaba por completo que todavía estaban en medio de la nada. Que todavía no contaban con recursos suficientes para moverse de la ciudad. Que no tenían seguridad si los estaban rastreando y que quizás Daemon le tenía un precio a su cabeza si lo encontraba.
Nada de eso tenía importancia por los momentos en que él y Jacaerys estaban juntos. Eso era maravilloso, pero también le aterrorizaba.
Una voz en su interior, parecida a la de su abuelo, le recordaba que nadie debería tener ese tipo de poder sobre él.
La primera vez que lo dijo, su sobrino tuvo el descaro de reírsele en la cara, diciendo que estaba exagerando. Pero ahora que tenían que hacer esto otra vez, las caricias de Jacaerys le hacían ver que quizás sí se estaba tomando esto en serio. Si alguien los estaba buscando, sería muy difícil que dieran con ambos. Aegon tenía que reconocer que, al menos con el maldito cabello teñido, se sentía un poco más seguro.
Feo, pero seguro. Suponía que era un buen precio a pagar.
—Jace, yo… —Aegon se sentía expuesto a la luz del día, pero la cercanía de Jacaerys y la calidez de sus palabras estaban embriagándolo. Cuando lo miró a los ojos, sintió la boca seca, quizás era mucho más sencillo cuando sólo dejaba que Jacaerys lo tocara—: Cuando estamos juntos, yo… olvido muchas cosas. Eso es maravilloso.
Aegon le dio un beso suave, mucho más sentido que los otros, pues se le habían atorado las palabras en la garganta. No tenía idea si lo que había dicho era algo de sentido, pero era la verdad. Con la cercanía de Jacaerys se le olvidaba por completo que todavía estaban en medio de la nada. Que todavía no contaban con recursos suficientes para moverse de la ciudad. Que no tenían seguridad si los estaban rastreando y que quizás Daemon le tenía un precio a su cabeza si lo encontraba.
Nada de eso tenía importancia por los momentos en que él y Jacaerys estaban juntos. Eso era maravilloso, pero también le aterrorizaba.
Una voz en su interior, parecida a la de su abuelo, le recordaba que nadie debería tener ese tipo de poder sobre él.
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Con Aegon
¿Qué cosas olvidaba Aegon cuando estaba con él? La pregunta resonó en su interior pero no se atrevería a formularla, menos en ese momento.
—No quiero que te preocupes—le dijo con suavidad. —. Voy a quedarme un tiempo antes de la próxima misión.
Lo decía con sinceridad. Necesitaba un descanso, y aunque le habían ofrecido algunos otros trabajos por ahora había regresado. Quería descansar unos días. Estar con Aegon. Tal vez debía averiguar si era cierto que Daemon estaba buscándolos... pero sobre todo quería que Aegon sintiera seguro y no estuviera tanto tiempo solo.
Le preocupaba. Tenía la impresión de que cada vez que se ausentaba lo encontraba peor. Más nervioso. Más intranquilo. Jace hacía lo posible para que Aegon no tuviera que exponerse mal. Creía que el trabajo en el bar era relativamente seguro. Pero igual no quería que Aegon sufriera más.
Nunca superaría como llegó a verlo en aquella habitación inmunda.
Cuando pensaba en ello, Jace no podía evitar besarlo y acariciarlo con reverencia. Consciente de que gracias a los sacrificios de ese cuerpo estaban donde estaban. Nunca podría pagarle a Aegon todo lo que había hecho por él. Por ellos.
Eran una unidad ahora. Ni Daemon ni nade podría separar eso.
Jace sabía lo que pensaban en el bar y en la ciudad. Su misma compañía lo pensaba. Todos creían que eran pareja. Y en el fondo, Jace no lo tenía claro. Tal vez sí lo eran. Nunca lo habían hablado. Pero a nadie le decían que eran tío y sobrino. Para qué.
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Con Jace
Aegon se sintió tan liviano cuando lo escuchó decir que se quedaría unos días más. Sabía que eso no estaba del todo bien, porque estaba permitiendo que su estado de ánimo dependiera enteramente de la presencia y cercanía de Jacaerys. En cierto modo, era como si no hubieran salido de la dinámica cuando estaban atrapados en ese prostíbulo de mala muerte en Astapor. Aegon estaba aguardando que Jacaerys entrara por la puerta para sentirse menos desesperado.
Siempre había tenido claro que no era igual de determinado que Aemond, no era el hijo que su padre hubiera deseado y tampoco era el nieto que su abuelo añoraba sentar en el trono de hierro. Aegon simplemente había tenido la suerte de nacer primero que Aemond, quien estaba mucho más preparado, tenía más carácter e incluso tenía un dragón más grande que el suyo. Aegon sólo era una cabeza sobre la cual poner una corona.
Cada vez que pensaba en ello, menos ganas tenía de volver a casa. Prefería quedarse en ese cuarto diminuto, con un colchón que estaba a punto de romperse, con Jacaerys.
No dejó de pensar en ello mientras besó a Jacaerys con fuerza, abrazándolo por la cintura.
—¿Cuánto tiempo? —preguntó con voz ahogada, como un niño que sólo aceptará una respuesta favorable—. Jace, ¿cuánto tiempo tenemos?
Juntos, quiso terminar, pero la garganta le traicionó, mientras los acomodaba a los dos sobre el colchón. Por la ventana, todavía se colaba la luz del día. Aegon se sintió expuesto al buscar sus besos y caricias en plena luz del sol, pero estaba siguiendo sus instintos. No estaba siendo razonable, pero no le importaba. Quizás nunca había dejado de ser un niño caprichoso.
Siempre había tenido claro que no era igual de determinado que Aemond, no era el hijo que su padre hubiera deseado y tampoco era el nieto que su abuelo añoraba sentar en el trono de hierro. Aegon simplemente había tenido la suerte de nacer primero que Aemond, quien estaba mucho más preparado, tenía más carácter e incluso tenía un dragón más grande que el suyo. Aegon sólo era una cabeza sobre la cual poner una corona.
Cada vez que pensaba en ello, menos ganas tenía de volver a casa. Prefería quedarse en ese cuarto diminuto, con un colchón que estaba a punto de romperse, con Jacaerys.
No dejó de pensar en ello mientras besó a Jacaerys con fuerza, abrazándolo por la cintura.
—¿Cuánto tiempo? —preguntó con voz ahogada, como un niño que sólo aceptará una respuesta favorable—. Jace, ¿cuánto tiempo tenemos?
Juntos, quiso terminar, pero la garganta le traicionó, mientras los acomodaba a los dos sobre el colchón. Por la ventana, todavía se colaba la luz del día. Aegon se sintió expuesto al buscar sus besos y caricias en plena luz del sol, pero estaba siguiendo sus instintos. No estaba siendo razonable, pero no le importaba. Quizás nunca había dejado de ser un niño caprichoso.
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Con Aegon
La forma en que Aegon le preguntó cuánto tiempo tenían lo alarmó. Parecía preocupado. Ambos estaban algo ansiosos en ese momento. No era usual que se entregaran a besos y caricias a plena luz del día. Lo había extrañado mucho, esa era su excusa. Tal vez Aegon lo había extrañado también.
Tiró de él con fuerza y los hizo cambiar de posiciones, con el riesgo de quedar muy a la orilla del viejo colchón. Ahora era él quien aprisionaba a Aegon contra el colchón.
—Hoy tengo todo el tiempo del mundo—replicó, aunque suponía que no era eso a lo que se refería. —. Y tardaré al menos una semana en irme de misión de nuevo.
Sonrió, mirando a Aegon aprisionado bajo su peso. Le quitó el cabello de la cara, aquellos mechones que tanto le molestaban teñidos de negro. Acarició su rostro. Parecía alarmado todavía, aunque satisfecho con su respuesta.
Se inclinó sobre él y le llenó de besos la cara antes de buscar sus labios de nuevo. No solían detenerse en juegos ni caricias. Sus encuentros solían ser rápidos y apasionados, como si temieran que algo o alguien fuera a detenerlos. Pero ese día Jace quería sentir que tenía todo el tiempo del mundo para esto.
—Tenemos tiempo—insistió, mientras sus manos se colaban bajo la camisa que había traído para él. —. Y estuve ausente mucohs días...
Lo extrañaba. Lo extrañaba todavía en ese momento que lo tenía junto a él.
Lo besó más intensamente, disfrutando de sentir cómo respondía Aegon a sus avances. También parecía haberlo extrañado.
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IX. The Wars to Come
Yunkai
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Con Jace
Aegon todavía sentía su pelo pegajoso y, además, olía horrible. No estaba muy seguro qué líquido le habían echado encima, pero sí que había visto cómo el tinte se diluía. Todavía escuchaba las risas de los hombres que lo habían secuestrado al ver cómo su cabello platinado, signo inequívoco de sus orígenes, quedaba a simple vista.
Había repetido muchas veces en su cabeza en qué se había descuidado. Aegon no creía que hubiera cometido ningún error, tan sólo había salido por la puerta trasera de la taberna y, lo siguiente que supo, tenía al menos tres tipos encima de él. Aunque se resistió todo lo que pudo, eran tres contra él. Lo próximo que supo, fue que estaba encerrado en un sitio diminuto, el cuerpo le dolía y tenía el pelo pegajoso.
Uno de los hombres había mencionado una recompensa y también el nombre de Daemon. Aegon no estaba seguro cuánto tiempo había pasado, pero cada minuto que pasaba solo allí, se sentía más asustado. Creía que no había pasado más de un día, pero no podía saberlo porque sólo le habían llevado una sola vez de comer y ya habían pasado muchas horas desde entonces.
Aegon se sentía hambriento, exhausto y estaba asustado. Si no habían vuelto por él todavía, quizás significaba que sí estaban tratando de contactarse con Daemon para cobrar una recompensa. Aegon no quería ni imaginarse qué pasaría si de verdad tenía a Daemon frente a frente. Quizás lo primero que haría Daemon sería preguntarle por Jacaerys.
"Jace".
Aegon gimió de dolor cuando intentó moverse mejor, pero estaba amarrado y adolorido. La sola idea de que Jacaerys llegara a la taberna y Trek le dijera que no estaba, le encogió el estómago. En aquel rincón, pidió que, por favor, el necio de Jacaerys fuera sensato y huyera de allí. La mejor opción que tenía Jacaerys era si partía de Yunkai por su cuenta y trataba de encontrar a Daemon por sí mismo, sin intermediarios. En realidad, no podía confiar en nadie.
No estuvo seguro por cuánto tiempo permaneció en la misma posición en un rincón, hasta que escuchó la puerta abrirse. Fue un sonido lento, como si la puerta fuera demasiado pesada, un chirrido incómodo que le taladró los oídos y Aegon, asustado, se encogió más en el rincón.
Había repetido muchas veces en su cabeza en qué se había descuidado. Aegon no creía que hubiera cometido ningún error, tan sólo había salido por la puerta trasera de la taberna y, lo siguiente que supo, tenía al menos tres tipos encima de él. Aunque se resistió todo lo que pudo, eran tres contra él. Lo próximo que supo, fue que estaba encerrado en un sitio diminuto, el cuerpo le dolía y tenía el pelo pegajoso.
Uno de los hombres había mencionado una recompensa y también el nombre de Daemon. Aegon no estaba seguro cuánto tiempo había pasado, pero cada minuto que pasaba solo allí, se sentía más asustado. Creía que no había pasado más de un día, pero no podía saberlo porque sólo le habían llevado una sola vez de comer y ya habían pasado muchas horas desde entonces.
Aegon se sentía hambriento, exhausto y estaba asustado. Si no habían vuelto por él todavía, quizás significaba que sí estaban tratando de contactarse con Daemon para cobrar una recompensa. Aegon no quería ni imaginarse qué pasaría si de verdad tenía a Daemon frente a frente. Quizás lo primero que haría Daemon sería preguntarle por Jacaerys.
"Jace".
Aegon gimió de dolor cuando intentó moverse mejor, pero estaba amarrado y adolorido. La sola idea de que Jacaerys llegara a la taberna y Trek le dijera que no estaba, le encogió el estómago. En aquel rincón, pidió que, por favor, el necio de Jacaerys fuera sensato y huyera de allí. La mejor opción que tenía Jacaerys era si partía de Yunkai por su cuenta y trataba de encontrar a Daemon por sí mismo, sin intermediarios. En realidad, no podía confiar en nadie.
No estuvo seguro por cuánto tiempo permaneció en la misma posición en un rincón, hasta que escuchó la puerta abrirse. Fue un sonido lento, como si la puerta fuera demasiado pesada, un chirrido incómodo que le taladró los oídos y Aegon, asustado, se encogió más en el rincón.
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Yunkai
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Jace había dejado encargo en la taberna de que le enviaran mensaje de cualquier cosa que pasara con Aegon. La compañía se lo haría llegar cuando fuera posible. Así que se enteró de la desaparición de Aegon como tres días después de enviado el mensaje. Se excusó de inmediato y tuvo que renunciar al pago de su último trabajo, porque se devolvió de inmediato.
Le había tomado un tiempo encontrar la pista y empezar a rastrear a los hombres que se habían llevado a Aegon. Todo apuntaba a que eran cazarrecompensas. ¿Alguien había puesto precio a sus cabezas? ¿Cómo los habían encontrado? ¿Alguien habría visto las raíces del pelo de Aegon alguna vez que tardaron mucho en teñirlos? ¿Alguien había hablado de su habilidad con la espada en la compañía? ¿Alguien había sacado cuentas sobre su aparición en Yunkai?
Había pensado mucho en ello mientras cabalgaba, pero no podía distraerse con el tema. Tenía que centrarse en encontrar a Aegon antes de que lo entregaran a alguien o le hicieran daño. Se imaginaba lo asustado que debería estar.
La sola idea del miedo que debía estar pasando Aegon y lo que podrían hacerle aquellos hombres lo hicieron cabalgar sin descanso. Podía ser que estuviera gastando sus ahorros en cambios de montura, pero no le importaba. No sabía qué haría si no lograba llegar a Aegon a tiempo.
Así que cuando alcanzó la base de aquellos hombres, no se lo pensó dos veces. Tenía que recuperarlo de inmediato.
"Aegon".
Era lo único que podía pensar mientras atacaba. Se alegraba mucho de haber obtenido aquella espada propia, había sido su primera gran inversión. Tres hombres. Podía con ellos, en especial porque cuando los encntró estaban descansando, y el que vigilaba a Aegon no estaba en la misma habitación. Los hirió, asegurándose de dejarlos inmovilizados y corrió a abrir la habitación del fondo. Ahí tenían que tener a Aegon.
—¡Aegon! ¿Estás bien?
Corrió hacia él, con el corazón latiendo a toda velocidad en su pecho. ¡Tenía que estar bien! ¡No podía haber llegado demasiado tarde!
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De todas las posibilidades, cada cual más siniestra, Aegon jamás se hubiera esperado precisamente escuchar la voz de Jacaerys. Soltó un respingo e intentó incorporarse, pero sintió un dolor en el costado que le impidió moverse como hubiera querido. Buscó el destello de luz que dejó la puerta al abrirse, para distinguir la silueta que se acercaba hacia él.
Aegon le tomó un instarse darse cuenta de que sí era Jacaerys. Éste envainó su espada y se arrodilló frente a él, mirándolo a los ojos. La expresión de Jacaerys parecía preocupada, estaba pálido y también tenía la respiración entrecortada. ¿Había luchado con esos hombres? ¿Los había matado? Aegon sentía un nudo en la garganta y, por instinto, estiró la mano que tenía libre para tocar el rostro de Jacaerys.
Estaba ahí. ¿Cómo lo había logrado? ¿Acaso sus secuestradores habían dejado tantas pistas por el camino? Tal vez no estaban tan lejos de la taberna como Aegon había creído desde un principio.
—Jace… —gimió despacio su nombre, una y otra vez, con voz quebrada. Todo su cuerpo estaba temblando, porque no podía creer que él estuviera allí. ¿Por qué? Aegon no creía que valiera la pena haberse arriesgado por él, pero estaba infinitamente agradecido—. Viniste por mí…
Quizás era que simplemente estaba exhausto. Aegon había sido golpeado, humillado y pasado por una cantidad infinita de dificultades desde que despertó en ese barco maloliente, junto a Jacaerys. Estaba cansado de sentirse asustado y en peligro constante, poblado de pesadillas.
O tal vez era que simplemente, Aegon sabía que no había otra sola persona que habría vuelto por él. Su abuelo de seguro no se habría molestado, de estar en esas circunstancias, ni tampoco su madre. Aemond de seguro que habría pagado para que lo secuestraran. Pero Jacaerys había vuelto por él.
—Jace… —Aegon sentía la garganta en carne viva y los ojos llenos de lágrimas, pero hizo un gran esfuerzo por mantener la entereza. No sabía si estaban fuera de peligro y jamás se perdonaría si le pasaba algo a Jacaerys después de que vino hasta aquí solamente por él—. Estoy… mi brazo…
Aegon le mostró el brazo que tenía amarrado a un grillete viejo y pesado. Sus piernas también estaban atadas, era un nudo muy apretado y lo estaba lastimando, pero creía que con un solo toque de la espada de Jacaerys, estaría libre. El grillete sí parecía que daría algo más de trabajo.
Aegon le tomó un instarse darse cuenta de que sí era Jacaerys. Éste envainó su espada y se arrodilló frente a él, mirándolo a los ojos. La expresión de Jacaerys parecía preocupada, estaba pálido y también tenía la respiración entrecortada. ¿Había luchado con esos hombres? ¿Los había matado? Aegon sentía un nudo en la garganta y, por instinto, estiró la mano que tenía libre para tocar el rostro de Jacaerys.
Estaba ahí. ¿Cómo lo había logrado? ¿Acaso sus secuestradores habían dejado tantas pistas por el camino? Tal vez no estaban tan lejos de la taberna como Aegon había creído desde un principio.
—Jace… —gimió despacio su nombre, una y otra vez, con voz quebrada. Todo su cuerpo estaba temblando, porque no podía creer que él estuviera allí. ¿Por qué? Aegon no creía que valiera la pena haberse arriesgado por él, pero estaba infinitamente agradecido—. Viniste por mí…
Quizás era que simplemente estaba exhausto. Aegon había sido golpeado, humillado y pasado por una cantidad infinita de dificultades desde que despertó en ese barco maloliente, junto a Jacaerys. Estaba cansado de sentirse asustado y en peligro constante, poblado de pesadillas.
O tal vez era que simplemente, Aegon sabía que no había otra sola persona que habría vuelto por él. Su abuelo de seguro no se habría molestado, de estar en esas circunstancias, ni tampoco su madre. Aemond de seguro que habría pagado para que lo secuestraran. Pero Jacaerys había vuelto por él.
—Jace… —Aegon sentía la garganta en carne viva y los ojos llenos de lágrimas, pero hizo un gran esfuerzo por mantener la entereza. No sabía si estaban fuera de peligro y jamás se perdonaría si le pasaba algo a Jacaerys después de que vino hasta aquí solamente por él—. Estoy… mi brazo…
Aegon le mostró el brazo que tenía amarrado a un grillete viejo y pesado. Sus piernas también estaban atadas, era un nudo muy apretado y lo estaba lastimando, pero creía que con un solo toque de la espada de Jacaerys, estaría libre. El grillete sí parecía que daría algo más de trabajo.
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Yunkai
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Lo primero que hizo fue examinar a Aegon de pies a cabeza. El brazo que tenía sujeto estaba en mal estado, estaba inflamado y sangrante. Tenía el cabello pegajoso y sucio, igual que el rostro. Su ropa tampoco estaba en las mejores condiciones.
Le quitó el cabello de la cara y lo miró a los ojos.
—Claro que vine por ti—replicó Jace, no tenía sentido sorprenderse por eso.
Miró a su alrededor buscando con qué abrir el grillete de la cadena. No parecía haber llaves ahí y no había registrado a los hombres que había derrotado antes. Podía regresarse a registrarlos, y quizá debería hacerlo: no quería lastimar más a Aegon liberándolo.
Se levantó para regresar sobre sus pasos. El último hombre tenía las llaves. Las tomó y regresó corriendo a Aegon para liberarlo.
—Vamos, tengo un par de caballos afuera, esta vez vengo preparado para un rescate—le aseguró.
No iba a cometer el mismo error de huir los mismos sobre un único y famélico caballo. Jace se había puesto en camino para regresar con Aegon y así iba a hacerlo. Aunque tal vez debían replantearse si volver a Yunkai.
Ayudó a Aegon a levantarse, tomándolo por la cintura y pasándose su brazo por los hombros para que se sostuviera. Se alegró de haber acabado con los secuestradores, lo tenían en pésimo estado. No entendía todavía qué habían querido de él. ¿Para qué se habían llevado a Aegon?
Si eran cazarecompensas, ¿a quién pensaban cobrarle por Aegon en ese estado?
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Aegon estaba fuera de sí.
Se quedó sin aliento cuando vio a Jacaerys alejarse, pues no entendía lo que acababa de suceder. Apenas estaba asimilando la idea de que no había sido abandonado a su suerte, cuando Jacaerys regresó a su lado. Aegon escuchó el sonido de unas llaves y entonces comprendió lo que Jacaerys estaba haciendo. Tenía que estar doblemente agradecido, porque Jacaerys no forzó sus amarres, sino que utilizó la llave para no lastimarlo. Aegon contuvo la respiración cuando las cadenas cayeron al suelo y se sintió completamente liberado.
Cuando Jacaerys tiró de él con firmeza, ayudándolo a ponerse de pie, Aegon le echó los brazos al cuello, incapaz de contener el abrazo. Estaba temblando, haciendo un esfuerzo por no romper en llanto, porque una parte de él, la que todavía estaba cuerda, le recordaba que estaban en una situación crítica. Ni siquiera sabía si los hombres que lo habían secuestrado estaban afuera o si tenían secuaces que podrían venir a buscarlos. Pero necesitaba ese abrazo, la cercanía de Jacaerys, para sentirse mejor.
—Jace… —gimió su nombre despacio, alejándose de él lo suficiente para mirarlo a los ojos. Aegon quería disculparse, porque de todas formas acababa de exponerlo, lo había obligado a venir por él porque no estuvo lo suficientemente alerta. Sin embargo, a estas alturas no valía la pena el perdón, lo mejor era salir de allí cuanto antes—. Sácame de aquí, Jace.
No quería estar ni un minuto más allí. Aunque tuviera todo el cuerpo adolorido, hizo un esfuerzo por seguir el ritmo de Jacaerys, no quería ser una carga para él. Cuando cruzaron el marco de la puerta, vio los cuerpos de sus secuestradores en el piso. Había rastros de sangre, pero Aegon no hizo preguntas. Luego de todo lo que había pasado, se merecían eso y más, aunque esos cuerpos también eran un recordatorio de toda la destreza que tenía Jacaerys con la espada.
Aegon tropezó cuando salieron de la choza destartalada en donde lo tenían secuestrado. Echó un vistazo cuando salieron, dándose cuenta que era un sitio horrendo. ¿De verdad eran cazarrecompensas serios? Aegon trataba de recordar de qué habían hablado en su presencia, pero había tantas frases sueltas, que era difícil tomar por cierto todo lo que habían dicho.
—Escuché que querían cobrar una recompensa conmigo… —dijo, justo cuando Jacaerys estaba pasándole las riendas de un caballo—. Jace, ¿crees que de verdad haya una recompensa?
La pregunta flotó en el aire, incómoda, pues la única pista que habían tenido hasta entonces, era de Daemon. Hasta ahora no había tenido noticias directas de su abuelo o de su madre. Aegon era consciente que, para su familia, él en realidad era bastante reemplazable.
Se quedó sin aliento cuando vio a Jacaerys alejarse, pues no entendía lo que acababa de suceder. Apenas estaba asimilando la idea de que no había sido abandonado a su suerte, cuando Jacaerys regresó a su lado. Aegon escuchó el sonido de unas llaves y entonces comprendió lo que Jacaerys estaba haciendo. Tenía que estar doblemente agradecido, porque Jacaerys no forzó sus amarres, sino que utilizó la llave para no lastimarlo. Aegon contuvo la respiración cuando las cadenas cayeron al suelo y se sintió completamente liberado.
Cuando Jacaerys tiró de él con firmeza, ayudándolo a ponerse de pie, Aegon le echó los brazos al cuello, incapaz de contener el abrazo. Estaba temblando, haciendo un esfuerzo por no romper en llanto, porque una parte de él, la que todavía estaba cuerda, le recordaba que estaban en una situación crítica. Ni siquiera sabía si los hombres que lo habían secuestrado estaban afuera o si tenían secuaces que podrían venir a buscarlos. Pero necesitaba ese abrazo, la cercanía de Jacaerys, para sentirse mejor.
—Jace… —gimió su nombre despacio, alejándose de él lo suficiente para mirarlo a los ojos. Aegon quería disculparse, porque de todas formas acababa de exponerlo, lo había obligado a venir por él porque no estuvo lo suficientemente alerta. Sin embargo, a estas alturas no valía la pena el perdón, lo mejor era salir de allí cuanto antes—. Sácame de aquí, Jace.
No quería estar ni un minuto más allí. Aunque tuviera todo el cuerpo adolorido, hizo un esfuerzo por seguir el ritmo de Jacaerys, no quería ser una carga para él. Cuando cruzaron el marco de la puerta, vio los cuerpos de sus secuestradores en el piso. Había rastros de sangre, pero Aegon no hizo preguntas. Luego de todo lo que había pasado, se merecían eso y más, aunque esos cuerpos también eran un recordatorio de toda la destreza que tenía Jacaerys con la espada.
Aegon tropezó cuando salieron de la choza destartalada en donde lo tenían secuestrado. Echó un vistazo cuando salieron, dándose cuenta que era un sitio horrendo. ¿De verdad eran cazarrecompensas serios? Aegon trataba de recordar de qué habían hablado en su presencia, pero había tantas frases sueltas, que era difícil tomar por cierto todo lo que habían dicho.
—Escuché que querían cobrar una recompensa conmigo… —dijo, justo cuando Jacaerys estaba pasándole las riendas de un caballo—. Jace, ¿crees que de verdad haya una recompensa?
La pregunta flotó en el aire, incómoda, pues la única pista que habían tenido hasta entonces, era de Daemon. Hasta ahora no había tenido noticias directas de su abuelo o de su madre. Aegon era consciente que, para su familia, él en realidad era bastante reemplazable.
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IX. The Wars to Come
Yunkai
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Con Aegon
Abrazar a Aegon de nuevo le hizo sentir bien por primera vez desde que recibió la noticia de su secuestro. Lo abrazó con fuerza, aunque temía hacerle daño si apretaba demasiado. Tenía que examinarlo bien, pero ese no era el lugar.
Por supuesto que iba a sacarlo de ahí, se lo pidiera o no.
Guió a Aegon fuera de la maltrecha construcción hasta los caballos. Evitó mirar a su alrededor con atención a los hombres que había herido y matado. Esperaba que Aegon tampoco les pudiera mucha atención.
Pero ante la pregunta de la recompensa, no supo bien qué responder.
—Yo escuché lo mismo, así que el rumor debe venir de algún sitio—replicó. Una vez que Aegon subió al caballo, él hizo otro tanto con el suyo. —¿Te puedes sostener? ¿O necesitas que cabalgue contigo?
Sería más rápido si podían ir a dos caballos, y más descansado para los animales, pero no quería tampoco exponerlo a una caída si no estaba en condiciones.
—Creo que debemos reconsiderar dónde quedarnos—añadió.—Si hay cazarecompensas sobre nuestra pista debemos escondernos un tiempo, o evadirlos. Y luego averiguar quién nos busca.
Hablaba en plural, pero no sabía si había una recompensa por ambos o solo por Aegon. Nada les aseguraba que fuera de Poniente que los buscaban. También podía ser alguna casa de placer que quisiera tener a Aegon entre sus servicios para ofrecer. Y Jace no iba a permitir eso bajo ninguna circunstancia.
Ahora, si los buscaban para llevarlos a Poniente tal vez no sería tan malo. Extrañaba a su familia y extrañaba a Vermax en especial. Pero no podía saber cuál sería la reacción de los suyos al verlos a Aegon y a él regresar juntos. Además, no sabían qué estaba ocurriendo en Poniente. ¿Había estallado ya la guerra?
Suspiró.
—Por ahora escogí un lugar para que nos quedemos por un tiempo mientras te curas y decidimos qué hacer. Confía en mí.
No tenía idea de qué sería lo mejor, pero realmente confiaba en que tomarían una buena decisión llegado el momento.
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Yunkai
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Con Jace
A Aegon le dolía todo el cuerpo, pero hizo un gran esfuerzo por mantener el ritmo de Jacaerys. Cuando vio los caballos, se sintió ligeramente mareado. ¿Hacía cuánto que no había comido? No podía afirmarlo con certeza. Se sentía adolorido, mareado y bastante inútil. No dejaba de sentirse mal porque Jacaerys había hecho todo este viaje para salvarlo y Aegon no podía estar a la altura de las circunstancias.
Sobre todo porque, muy dentro de él, no dejaba de pensar que Jacaerys había hecho todo este esfuerzo por él, cuando pudo haber huido por su cuenta. Estaría a salvo, podría haber recalculado sus opciones y, quizás, con algo de suerte, podía haber emprendido el camino de regreso a Poniente. A Rocadragón. A su casa. Con una madre que lo amaba inmensamente y que de seguro estaría buscándolo porque era su hijo, no porque era el reclamo de un trono que partiría el reino en dos.
Aegon soltó un respingo y retrocedió un par de pasos, alejándose de pronto del caballo. Negó con la cabeza, sintiéndose avergonzado cuando sintió la mirada de Jacaerys sobre él.
—No puedo… —dijo de pronto, con la frase a medias, pero se arrepintió de lo que estaba a punto de decir. Jacaerys había venido hasta aquí, por él, no podía hacer una escena ni ponérselo todavía más difícil. Aegon alzó la vista e hizo un esfuerzo por mirarlo a los ojos, regalándole una sonrisa rota—. No sé si pueda subirme solo al caballo. Lo siento, Jace.
Aegon sabía que Jacaerys haría un esfuerzo por él, que haría cualquier cosa para que se sintiera más cómodo. Pero Aegon no sabía si quería que hiciera eso. Ya no estaba tan seguro si esto le estaba haciendo bien a Jacaerys. Si se merecía todo este sacrificio inútil, porque a fin de cuentas tendrían que seguir huyendo.
—¿Quieres que nos escondamos de nuevo? ¿Tenemos que dejar Yunkai? —Aegon se sintió como un niño caprichoso al decir eso y quiso disculparse, pero no le salían las palabras. La verdad, sí que se había acostumbrado a espantar borrachos, a pretender que tenía el cuarto limpio y a tratar que la comida no se le quemara al llegar Jacaerys. Sentía que perder eso iba a ser aún peor que haber sido secuestrado otra vez. Sin embargo, Aegon sabía que no tenían más opción. Negó despacio y, con suavidad, se acercó hasta darle a Jacaerys un beso. Un gesto pausado, pero corto, tan sólo necesitaba algo que le permitiese recordar quién era. En dónde estaba parado y por qué era que seguía respirando—. Está bien, Jace. Llévame. Iré dónde tú me lo pidas. No me quejaré, lo prometo. Intentaré no hacerlo.
Matizó su promesa con una media sonrisa, mientras apoyaba sus frentes.
Sobre todo porque, muy dentro de él, no dejaba de pensar que Jacaerys había hecho todo este esfuerzo por él, cuando pudo haber huido por su cuenta. Estaría a salvo, podría haber recalculado sus opciones y, quizás, con algo de suerte, podía haber emprendido el camino de regreso a Poniente. A Rocadragón. A su casa. Con una madre que lo amaba inmensamente y que de seguro estaría buscándolo porque era su hijo, no porque era el reclamo de un trono que partiría el reino en dos.
Aegon soltó un respingo y retrocedió un par de pasos, alejándose de pronto del caballo. Negó con la cabeza, sintiéndose avergonzado cuando sintió la mirada de Jacaerys sobre él.
—No puedo… —dijo de pronto, con la frase a medias, pero se arrepintió de lo que estaba a punto de decir. Jacaerys había venido hasta aquí, por él, no podía hacer una escena ni ponérselo todavía más difícil. Aegon alzó la vista e hizo un esfuerzo por mirarlo a los ojos, regalándole una sonrisa rota—. No sé si pueda subirme solo al caballo. Lo siento, Jace.
Aegon sabía que Jacaerys haría un esfuerzo por él, que haría cualquier cosa para que se sintiera más cómodo. Pero Aegon no sabía si quería que hiciera eso. Ya no estaba tan seguro si esto le estaba haciendo bien a Jacaerys. Si se merecía todo este sacrificio inútil, porque a fin de cuentas tendrían que seguir huyendo.
—¿Quieres que nos escondamos de nuevo? ¿Tenemos que dejar Yunkai? —Aegon se sintió como un niño caprichoso al decir eso y quiso disculparse, pero no le salían las palabras. La verdad, sí que se había acostumbrado a espantar borrachos, a pretender que tenía el cuarto limpio y a tratar que la comida no se le quemara al llegar Jacaerys. Sentía que perder eso iba a ser aún peor que haber sido secuestrado otra vez. Sin embargo, Aegon sabía que no tenían más opción. Negó despacio y, con suavidad, se acercó hasta darle a Jacaerys un beso. Un gesto pausado, pero corto, tan sólo necesitaba algo que le permitiese recordar quién era. En dónde estaba parado y por qué era que seguía respirando—. Está bien, Jace. Llévame. Iré dónde tú me lo pidas. No me quejaré, lo prometo. Intentaré no hacerlo.
Matizó su promesa con una media sonrisa, mientras apoyaba sus frentes.
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Con Aegon
Jace notó que Aegon no estaba nada bien. Tal vez debía devolverse más en sus planes. Se dirigió a él y, después de corresponderle el beso, lo abrazó estrechamente.
Irían al ritmo que Aegon necesitara.
Lo alzó y lo subió con cuidado al caballo, subiendo tras él para sujetarlo de la cintura. Sería su respaldar y su soporte, quería que se sintiera protegido todo el tiempo.
—Vamos poco a poco—dijo con suavidad. —Por ahora te llevaré a un lugar seguro para que descanses y te recuperes. Luego vamos a decidir dóndre iremos. Ahora mismo me parece mala idea regresar a Yunkai pero no hay que decidir todo ya.
Mientras tanto intentaría averiguar si los cazarecompensas eran reales y quién los enviaba. ¿Finalmente venían de Poniente por ellos? ¿O sería algo peor?
—Vamos a bañarte, y a comer bien—añadió.—Vamos a descansar y tomaremos decisiones juntos.
No pensaba separarse de Aegon hasta que supiera que iba a poder estar seguro en algún sitio. Que no iba a pasarle nada. En espec ial que nadie iba a llegar a llevárselo.
—Confía en mí, por favor.—repitió.
Cruzó las manos en la cintura de Aegon, recostándolo contra su pecho, mientras sostenía las riendas entre ellas. Luego lo besó en la mejilla. No solían tener tantas expresiones de afecto en el exterior, pero nuevamente no tenían casa hasta que definieran su futuro. Espoleó el caballo para que empezara a avanzar. Sabía que había acabado con los secuestradores, no vendrían en su caza.
No si sabían lo que les convenía.
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Con Jace
Aegon detestó la mirada que le lanzó Jacaerys, porque conocía ese gesto de sobra. Era un gesto compasivo, ese que sólo podía dárselo Jacaerys, pues era probablemente la única persona que había cuidado de él de esta manera. Aegon se sentía completamente inútil, expuesto, dejando que Jacaerys se diera cuenta de que no era más que un peso muerto. ¿Por qué demonios había vuelto por él? No comprendía a Jacaerys, él habría conseguido sobrevivir por su cuenta. ¿Por qué lo hacía?
Sin embargo, no tenía fuerzas para discutir. Le dolía el costado y las muñecas le escocían, creía que había partes de su piel en carne viva y le dolía la garganta. Eso sin contar de que estaba hambriento y sediento, pues había pasado encerrado en ese sitio tan maloliente. Además, Jacaerys acababa de decirle que no era buena idea volver a Yunkai y Aegon, aunque se había quejado todo el rato desde que se instalaron en ese cuarto diminuto por arriba de la taberna, la verdad era que ahora se le antojaba un sitio seguro. Se había acostumbrado y regresar a la incertidumbre y a la deriva no le gustaba para nada.
Pero ahí estaba Jacaerys, sonriéndole y tomándolo de la cintura con mucho cuidado, como si Aegon pudiera romperse. Él tuvo que aguantarse las lágrimas y asentir, incapaz de decir nada por un instante, pues sentía un gran nudo en la garganta.
—Está… está bien Jace, haremos como tú digas, confío en ti. Además, supongo que ya habíamos pasado demasiado tiempo en un solo sitio, tarde o temprano tendríamos que volver a la precariedad sin rumbo de nuevo. Mucho nos duró, ya hasta me estaba dando algo de nostalgia —comentó con voz queda, encogiéndose de hombros y haciendo un esfuerzo por subirse al caballo y así no incomodar más a Jacaerys.
Éste no parecía estar tomando en cuenta su mal humor, o quizás estaba haciendo un esfuerzo por parecer animado. Mientras avanzaban, Aegon se inclinó despacio, sintiéndose un poco culpable cuando descansó el rostro en la espalda de Jacaerys, quien iba guiando el paso. Aegon se sintió como un niño cuando empezó a sollozar en silencio, con los ojos cerrados.
Aegon se odiaba tanto a sí mismo en este momento, que no entendía cómo Jacaerys no hacía exactamente lo mismo.
Sin embargo, no tenía fuerzas para discutir. Le dolía el costado y las muñecas le escocían, creía que había partes de su piel en carne viva y le dolía la garganta. Eso sin contar de que estaba hambriento y sediento, pues había pasado encerrado en ese sitio tan maloliente. Además, Jacaerys acababa de decirle que no era buena idea volver a Yunkai y Aegon, aunque se había quejado todo el rato desde que se instalaron en ese cuarto diminuto por arriba de la taberna, la verdad era que ahora se le antojaba un sitio seguro. Se había acostumbrado y regresar a la incertidumbre y a la deriva no le gustaba para nada.
Pero ahí estaba Jacaerys, sonriéndole y tomándolo de la cintura con mucho cuidado, como si Aegon pudiera romperse. Él tuvo que aguantarse las lágrimas y asentir, incapaz de decir nada por un instante, pues sentía un gran nudo en la garganta.
—Está… está bien Jace, haremos como tú digas, confío en ti. Además, supongo que ya habíamos pasado demasiado tiempo en un solo sitio, tarde o temprano tendríamos que volver a la precariedad sin rumbo de nuevo. Mucho nos duró, ya hasta me estaba dando algo de nostalgia —comentó con voz queda, encogiéndose de hombros y haciendo un esfuerzo por subirse al caballo y así no incomodar más a Jacaerys.
Éste no parecía estar tomando en cuenta su mal humor, o quizás estaba haciendo un esfuerzo por parecer animado. Mientras avanzaban, Aegon se inclinó despacio, sintiéndose un poco culpable cuando descansó el rostro en la espalda de Jacaerys, quien iba guiando el paso. Aegon se sintió como un niño cuando empezó a sollozar en silencio, con los ojos cerrados.
Aegon se odiaba tanto a sí mismo en este momento, que no entendía cómo Jacaerys no hacía exactamente lo mismo.
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Yunkai
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Con Aegon
Jace no sabía qué hacer para quitarle a Aegon de encima aquella tristeza y aquella negatividad. Claro que querría regresar a casa y que todo siguiera como hasta ahora, pero temía que nuevamente fueran a por ellos.
No quería volver a pasar por que alguien se llevara a Aegon.
Sintió a Aegon acostarse contra él y suspiró.
—Yo también voy a extrañar nuestra habitación y nuestras cosas—comentó. —Te aseguro que también me gustaría que encontremos estabilidad en algún sitio y podamos estar tranquilos en algún sitio... pero me temo que no es tan simple para un par de príncipes pasar desapercibidos por el mundo.
Por más lejos que estuvieran de casa y del trono de hierro, parecía que los perseguía. Su sombra era demasiado larga.
—Dejemos las cosas calmarse, Aegon, y te prometo que buscaremos un mejor lugar para ambos. Tal vez uno que nos dure más.
Tal vez era mucho pedir, o era pensamiento fantasioso. Pero a Jace le gustaría saber que en algún lugar estarían seguros y tranquilos los dos. Al inicio de sus aventuras había soñado con el regreso a casa, con volver a ver a su familia y estar a salvo en Poniente. Ahora, sin embargo, temía lo que sucedería si los encontraban.
¿Los separarían? ¿Le harían daño a uno de los dos?
Extrañaba a su familia, pero a su vez temía lo que significaba que vinieran a buscarlos.
La relación que tenía con Aegon ahora era muy diferente a la que había tenido en su día. Sus familias no tenían ni idea de lo que habán pasado juntos. No podrían pretender que volvieran a la dinámica de antes.
Si Daemon de verdad había venido por ellos, Jace tendría que enfrentarlo. Y si no, debía prepararse para que ese día llegase algún día.
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Yunkai
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Con Jace
La voz de Jacaerys sonaba especialmente tranquila, como si éste no estuviera afectado por nada de lo que acababa de ocurrir. Aegon no tenía idea cómo lo conseguía, pues él se sentía al borde del abismo. Además, cuando lo escuchó referirse como "nuestra habitación" y "nuestras cosas" a aquello que dejaban atrás, Aegon se dio cuenta de que era eso precisamente lo que le dolía de verdad.
Que se había sentido seguro allí, incluso si debajo de la habitación estaba la taberna llena de borrachos. Aegon no sólo se había acostumbrado a la rutina, sino que esperar a Jacaerys allí se había convertido en lo más cercano a la felicidad que había tenido en su vida. No sabía qué quería decir eso de sí mismo, probablemente que nunca había sido de verdad feliz.
Aegon hizo un esfuerzo por calmarse, pues no quería que Jacaerys pensara que era un llorón y, además, éste estaba haciendo un esfuerzo por mostrarse cuerdo. Lo mínimo que podía hacer Aegon era mantener algo la entereza. Suspiró hondo y, con cuidado, se limpió las lágrimas con el dorso de la mano.
—Quizás… quizás es mejor si salimos de Yunkai. Si seguimos hacia el norte, ¿se supone que llegaremos a Meereen? —Aegon no estaba muy seguro, pero habían conseguido salir de Astapor para llegar a Yunkai, la siguiente ciudad esclavista era Meereen. Él creía que correrían igual de peligro, sin importar dónde estuvieran. Pero creía que era preferible quedarse en una ciudad, sin importar que traficara con esclavos, a adentrarse en el Mar Dothraki.
Aegon sentía náuseas de sólo pensar en ello, pues allí no tenía ninguna posibilidad. ¿Qué tanto les podía costar llegar a Pentos? Quizás allí tendrían noticias más frescas de Poniente. O, al menos, si iban a encontrar a Daemon, podrían encontrárselo a él directamente. Aegon le aterraba pensar en ello, pero quizás si suplicaba lo suficiente, Daemon lo dejaría vivir. Su tío tenía que saber que él no era candidato para ocupar el trono de hierro, no era una amenaza real.
—¿Qué vas a hacer con la compañía? —preguntó de pronto, sintiendo que lo único que aportaba eran dudas. Pero era cierto, Jacaerys hasta ahora había conseguido mantenerlos a ambos porque en la compañía de mercenarios le pagaban relativamente bien. Sin ese dinero, ¿qué mierda iban a hacer?
Que se había sentido seguro allí, incluso si debajo de la habitación estaba la taberna llena de borrachos. Aegon no sólo se había acostumbrado a la rutina, sino que esperar a Jacaerys allí se había convertido en lo más cercano a la felicidad que había tenido en su vida. No sabía qué quería decir eso de sí mismo, probablemente que nunca había sido de verdad feliz.
Aegon hizo un esfuerzo por calmarse, pues no quería que Jacaerys pensara que era un llorón y, además, éste estaba haciendo un esfuerzo por mostrarse cuerdo. Lo mínimo que podía hacer Aegon era mantener algo la entereza. Suspiró hondo y, con cuidado, se limpió las lágrimas con el dorso de la mano.
—Quizás… quizás es mejor si salimos de Yunkai. Si seguimos hacia el norte, ¿se supone que llegaremos a Meereen? —Aegon no estaba muy seguro, pero habían conseguido salir de Astapor para llegar a Yunkai, la siguiente ciudad esclavista era Meereen. Él creía que correrían igual de peligro, sin importar dónde estuvieran. Pero creía que era preferible quedarse en una ciudad, sin importar que traficara con esclavos, a adentrarse en el Mar Dothraki.
Aegon sentía náuseas de sólo pensar en ello, pues allí no tenía ninguna posibilidad. ¿Qué tanto les podía costar llegar a Pentos? Quizás allí tendrían noticias más frescas de Poniente. O, al menos, si iban a encontrar a Daemon, podrían encontrárselo a él directamente. Aegon le aterraba pensar en ello, pero quizás si suplicaba lo suficiente, Daemon lo dejaría vivir. Su tío tenía que saber que él no era candidato para ocupar el trono de hierro, no era una amenaza real.
—¿Qué vas a hacer con la compañía? —preguntó de pronto, sintiendo que lo único que aportaba eran dudas. Pero era cierto, Jacaerys hasta ahora había conseguido mantenerlos a ambos porque en la compañía de mercenarios le pagaban relativamente bien. Sin ese dinero, ¿qué mierda iban a hacer?
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