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Inspired — Otros — Assassin's Creed II — 1X1
La familia Auditore se había convertido, bajo el amparo de los Medici, en una de las más importantes y reconocidas de Florencia. Quizá eso fue lo que atrajo a los enemigos del Magnífico contra ellos. O así podría pensar cualquiera que no supiera que el patriarca de la familia pertenecía a la hermandad de los Asesinos y pretendía desvelar un complot templario contra los Medici.
Ahora Ezio ocupa su lugar en la hermandad y busca venganza contra aquellos que planearon la ruina de los suyos.
Mientras tanto, su familia permanece en Monteriggioni bajo el amparo de su tío Mario.
Claudia apenas soporta esta vida, no solo está dolida por la pérdida de su familia, es que ha perdido todo lo que siempre había tenido. La joven que había sido mimada tanto por sus padres como por sus hermanos, ahora se ve sometida a las obligaciones de mantener la administración de una villa empobrecida y alejada de la esfera social que tanto disfrutaba.
Desearía al menos poder ayudar a su hermano en la venganza, más allá de enviarle el dinero necesario para pagar sus facturas.
Pero la vida en la Toscana tiene sus atractivos, aunque ella aún no los ha descubierto. Llegan nuevos habitantes a la villa que sienten curiosidad por la joven florentina. ¿Logrará alguno de ellos conseguir su atención?
Ahora Ezio ocupa su lugar en la hermandad y busca venganza contra aquellos que planearon la ruina de los suyos.
Mientras tanto, su familia permanece en Monteriggioni bajo el amparo de su tío Mario.
Claudia apenas soporta esta vida, no solo está dolida por la pérdida de su familia, es que ha perdido todo lo que siempre había tenido. La joven que había sido mimada tanto por sus padres como por sus hermanos, ahora se ve sometida a las obligaciones de mantener la administración de una villa empobrecida y alejada de la esfera social que tanto disfrutaba.
Desearía al menos poder ayudar a su hermano en la venganza, más allá de enviarle el dinero necesario para pagar sus facturas.
Pero la vida en la Toscana tiene sus atractivos, aunque ella aún no los ha descubierto. Llegan nuevos habitantes a la villa que sienten curiosidad por la joven florentina. ¿Logrará alguno de ellos conseguir su atención?
Adriano Amato Mercenario — Eoin Macken — Mahariel | Claudia Auditore Dama noble — Rose Williams — Timelady |
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CAPÍTULO III
De día — En los jardines
El tío de Claudia había quedado satisfecho con su predisposición a la batalla y tras discutir los pormenores de las estrategias que tendrían que aplicar llegado el momento, Adriano pudo retirarse a continuar con sus labores. Se despidió cordialmente de sus señores y regresó junto a sus hombres, con los que entrenó durante horas, charlando sobre las nuevas que les había traído Mario Auditore.
— Ya empezaba a pensar que no pintábamos nada aquí — dijo uno de ellos, recibiendo las noticias con alegría.
La noche cayó sobre la villa. Una luna grande, brillante y redonda iluminaba el cielo, como un faro alumbrando la oscuridad del océano. El resto de estrellas se perdieron en el firmamento.
Adriano observaba la noche como el marino que observa las aguas que se abren bajo la quilla de su navío. Había subido al tejado de la villa antes del ocaso para arreglar las goteras que había visto abiertas durante los días de lluvia. Pasaron las horas sin que se diera cuenta y con ellas llegó el momento de retirarse a descansar. Sin embargo, se hallaba inquieto por la posibilidad de marchar hacia la guerra bajo el estandarte de los Auditore.
El entrenamiento y la carpintería lo habían distraído durante casi todo el día, mas la noche trajo consigo una quietud peligrosa. Decidió recoger sus útiles y bajar del tejado antes de que alguien fuese a buscarlo por hacer ruido a horas indebidas. Lo que no esperó fue encontrarse con su señora en el camino.
— Señorita Auditore — inclinó la cabeza —. Si veníais a buscarme por esto — alzó el martillo —, he terminado por hoy. Espero no haberos molestado, os aseguro que no era mi intención.
— Ya empezaba a pensar que no pintábamos nada aquí — dijo uno de ellos, recibiendo las noticias con alegría.
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La noche cayó sobre la villa. Una luna grande, brillante y redonda iluminaba el cielo, como un faro alumbrando la oscuridad del océano. El resto de estrellas se perdieron en el firmamento.
Adriano observaba la noche como el marino que observa las aguas que se abren bajo la quilla de su navío. Había subido al tejado de la villa antes del ocaso para arreglar las goteras que había visto abiertas durante los días de lluvia. Pasaron las horas sin que se diera cuenta y con ellas llegó el momento de retirarse a descansar. Sin embargo, se hallaba inquieto por la posibilidad de marchar hacia la guerra bajo el estandarte de los Auditore.
El entrenamiento y la carpintería lo habían distraído durante casi todo el día, mas la noche trajo consigo una quietud peligrosa. Decidió recoger sus útiles y bajar del tejado antes de que alguien fuese a buscarlo por hacer ruido a horas indebidas. Lo que no esperó fue encontrarse con su señora en el camino.
— Señorita Auditore — inclinó la cabeza —. Si veníais a buscarme por esto — alzó el martillo —, he terminado por hoy. Espero no haberos molestado, os aseguro que no era mi intención.
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CAPÍTULO III
De día — Jardines
Las calles parecían de plata bajo la luz de aquella luna brillante que las iluminaba incluso con más fuerza que los pobres faroles que había en algunas casas. Todo era quietud y silencio.
Imaginaba Claudia que la mayoría de las familias estaban ya retirándose a descansar para tener la energía suficiente al día siguiente.
Ella también debería hacerlo claro, pero ya se había acostumbrado a descansar poco, a estar continuamente alerta sin que su mente pudiera despreocuparse con la facilidad con la que lo hacía antes.
No habían pasado más de dos años y sentía como si toda su vida en Florencia perteneciera a otro mundo.
De no ser porque Monteriggioni era el lugar más seguro que podía encontrar, se habría asustado más al ver la sombra que apareció en su camino. Pero no respiró tranquila del todo hasta que reconoció a Adriano al que saludó con una suave inclinación.
- ¿Qué? -Apenas entendió lo que quería decir hasta que vio el martillo, ni siquiera recordaba ya los tejados y las goteras.- Oh... no, no se trata de eso. -Respondió sin detenerse a aclarar que realmente no le estaba buscando o que ni siquiera se imaginaba que se estaba encargando de eso en aquel momento.- No me habéis molestado, ni parece que a nadie. -Porque no había nadie por allí quejándose.- Pero... ¿no deberíais estar ya descansando? Os esperan días de entrenamiento y estrategia. -Todo eso que a ella le estaba vetado por su sexo, claro.- Podéis desentenderos de esta tarea si os roba tiempo, puedo encargársela a otra persona. -Por un instante pensó en el ayudante del herrero que siempre parecía estar holgazaneando, pero se imaginó que también ellos tendrían mucho trabajo en breve.
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CAPÍTULO III
De día — En los jardines
La señorita Auditore parecía distraída. Por su gesto de confusión, Adriano entendió que no había acudido allí buscándolo. La observó con una curiosidad que bien podría haberse definido como preocupación.
— ¿No? — repitió. Miró a su alrededor y sonrió. — Sí, en eso tenéis razón — guardó el martillo en el cinto —. Supongo que si hubiera despertado a alguien, habría venido a pedirme de manera muy elegante que me metiese el mazo por alguna parte de mi prodigiosa anatomía.
Aunque Claudia no hubiese subido al tejado a quejarse, Adriano tuvo a bien dar por concluidas sus labores de mantenimiento.
— Sí, pero… — empezó a decir antes del ofrecimiento de su señora. — Os lo agradezco, pero no es necesario. Esto no me quita mucho tiempo y me ayuda a despejarme de vez en cuando. Además, os prometí que lo haría, ¿no es cierto? — le recordó con amabilidad.
Una fresca brisa nocturna silbó entre las torres. Adriano sintió una punzada en el pecho, lo preocupaba que la joven Auditore estuviera pasando frío. No se explicaba qué hacía también ella levantada. Alguien tendría que estar acompañándola para que no le ocurriese nada, pero no quería recriminarle su más que probable escogida soledad, así que tras una pausa intentó averiguar sus intenciones de otra manera.
— Lo cierto es que no podía dormir — comenzó —, así que empecé a hacer tareas que tenía pendientes y… terminé aquí arriba — chasqueó la lengua —. No me importaría darme un paseo nocturno por esta fortaleza, desde luego. Es un lugar muy hermoso.
— ¿No? — repitió. Miró a su alrededor y sonrió. — Sí, en eso tenéis razón — guardó el martillo en el cinto —. Supongo que si hubiera despertado a alguien, habría venido a pedirme de manera muy elegante que me metiese el mazo por alguna parte de mi prodigiosa anatomía.
Aunque Claudia no hubiese subido al tejado a quejarse, Adriano tuvo a bien dar por concluidas sus labores de mantenimiento.
— Sí, pero… — empezó a decir antes del ofrecimiento de su señora. — Os lo agradezco, pero no es necesario. Esto no me quita mucho tiempo y me ayuda a despejarme de vez en cuando. Además, os prometí que lo haría, ¿no es cierto? — le recordó con amabilidad.
Una fresca brisa nocturna silbó entre las torres. Adriano sintió una punzada en el pecho, lo preocupaba que la joven Auditore estuviera pasando frío. No se explicaba qué hacía también ella levantada. Alguien tendría que estar acompañándola para que no le ocurriese nada, pero no quería recriminarle su más que probable escogida soledad, así que tras una pausa intentó averiguar sus intenciones de otra manera.
— Lo cierto es que no podía dormir — comenzó —, así que empecé a hacer tareas que tenía pendientes y… terminé aquí arriba — chasqueó la lengua —. No me importaría darme un paseo nocturno por esta fortaleza, desde luego. Es un lugar muy hermoso.
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CAPÍTULO III
De día — Jardines
No, nadie parecía importunado por los trabajos que estaba realizando aquel hombre. Aunque Claudia enarcó una ceja cuando mencionó aquella frase sobre el mazo. En su mente, gracias a sus dos hermanos mayores, la había completado de una forma mucho más gráfica. Pero no pudo evitar la sugestión de llevar sus ojos al cuerpo de Adriano, como si no se hubiera dado cuenta de momento de que su anatomía era más o menos prodigiosa como él decía.
De todos modos, ofreció sinceramente retirarle aquella tarea encargada en un momento mucho más tranquilo para todos ellos. Y se sorprendió de que lo rechazara a fin de tener algo con lo que despejarse y pensar en otra cosa.- Podría liberaros de vuestra promesa sin problema alguno. Aunque os honra ser uno de los pocos hombres dispuestos a cumplir con su palabra. -No pudo evitar cierta acidez al pensar en algunas promesas que había recibido hasta la fecha y no se habían cumplido.- Así pues, podéis continuar con el trabajo mientras podáis y se os agradecerá debidamente. -No estaba segura de cómo todavía, pero ya encontraría la forma.
Iba a despedirse y continuar con su paseo cuando él insinuó que tampoco podía dormir y que quizá podría pasear por la villa. Por un momento la joven Auditore se planteó dejar su paseo por otro día y al hombre ir, pero lo cierto es que sabía que no iba a descansar esa noche y posiblemente no lo haría demasiado en las venideras... Y la compañía no la desagradaba.
- Quizá queráis acompañarme. -Ofreció finalmente.- Me disponía a dar un paseo, había pensado quizá en recorrer las murallas. -Dado que estas rodeaban la pequeña villa y quedaban a la altura de la residencia Auditore, por lo que eran de fácil acceso desde los jardines.- Quiero ver si ya están completas las reparaciones y hay mucho más que planificar de cara a las campañas que vais a acometer con mi tío.
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CAPÍTULO III
De día — En los jardines
La joven Auditore parecía complacida por su diligencia a la hora de cumplir con sus tareas y mantener sus promesas.
— Bien, bien — concluyó, aunque sin pensar en el agradecimiento prometido. Le bastaba con la satisfacción que le producía un trabajo bien hecho y el ser útil a la mujer que lo había contratado.
La estratagema de Amato funcionó como había esperado. Una sombra de duda asomó en el rostro de la dueña de la villa, pero desapareció rápidamente. Lo sustituyó un amable ofrecimiento que el soldado aceptaría sin dudar.
— Será un placer, mi señora. Dejadme recoger mis útiles, apartarlos del camino, y os acompañaré gustoso por vuestra villa.
Juntos recorrieron las murallas que protegían sus hogares. La villa tenía un aspecto bajo la brillante luz de la luna. Era extraño sentir su quietud acostumbrados a lo ajetreado de su día a día, al igual que para Adriano lo era tener a la señorita Auditore tan cerca.
No es que fueran completos extraños, pero sus encuentros solían ser breves y lo habitual era que no estuvieran solos, sino acompañados por otras personas o por sus respectivos quehaceres. Por ello le resultó curioso compartir aquellas horas de tranquilidad con la joven, cuya compañía disfrutó más incluso de lo que había llegado a esperar en un primer momento.
— Bien, bien — concluyó, aunque sin pensar en el agradecimiento prometido. Le bastaba con la satisfacción que le producía un trabajo bien hecho y el ser útil a la mujer que lo había contratado.
La estratagema de Amato funcionó como había esperado. Una sombra de duda asomó en el rostro de la dueña de la villa, pero desapareció rápidamente. Lo sustituyó un amable ofrecimiento que el soldado aceptaría sin dudar.
— Será un placer, mi señora. Dejadme recoger mis útiles, apartarlos del camino, y os acompañaré gustoso por vuestra villa.
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Juntos recorrieron las murallas que protegían sus hogares. La villa tenía un aspecto bajo la brillante luz de la luna. Era extraño sentir su quietud acostumbrados a lo ajetreado de su día a día, al igual que para Adriano lo era tener a la señorita Auditore tan cerca.
No es que fueran completos extraños, pero sus encuentros solían ser breves y lo habitual era que no estuvieran solos, sino acompañados por otras personas o por sus respectivos quehaceres. Por ello le resultó curioso compartir aquellas horas de tranquilidad con la joven, cuya compañía disfrutó más incluso de lo que había llegado a esperar en un primer momento.
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CAPÍTULO III
De día — Jardines
La villa por la noche era un lugar completamente distinto.
La luz de la luna iluminaba las calles desiertas y tranquilas y pasear por las murallas resultaba relajante.
No había estado segura de que tuviera el mismo efecto estando acompañada, pero tuvo que admitir que Adriano resultaba una compañía agradable.
Los dos comprobaron juntos que había varias cosas por mejorar todavía, de cara a la posible defensa de la villa. Claudia hablaría con su tío a la mañana siguiente para ir poniendo todo en marcha. No podían retrasarse ya que, conociendo a los hombres de su familia, no mostrarían demasiada paciencia antes de dar el primer golpe. Y ella no engañaría a nadie diciendo que no pecaba de lo mismo en general.
Eso también hacía que fuera alguien directo al hablar.- Si os pidiera que respondierais a una pregunta con total sinceridad, ¿lo haríais? -Quiso saber antes de proceder. No es que le creyera alguien deshonesto, pero sí le veía capaz de suavizar la verdad para no preocuparla.- ¿Qué opinión os merecen los planes de mi tío? ¿Estaremos seguros en la villa si recibimos un ataque estando vosotros en esas misiones que planea? -Dos preguntas, importantes ambas para saber cómo debía prepararse.
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CAPÍTULO III
De día — En los jardines
La señorita Auditore formuló una pregunta en la quietud de la noche. El murmullo de la brisa que corría entre las murallas amenazaba con llevársela consigo. Adriano se detuvo y tras un brevísimo instante de reflexión concluyó que pocas cosas habría que no haría si ella se las pidiera. Decidió guardarse el pensamiento para sí y se limitó a asentir con la cabeza.
La preocupación de su patrona no le tomó por sorpresa. Eran numerosas las veces en las que la había visto implicada con los asuntos de la villa, casi tantas como las ocasiones en las que había visto la luz de su despacho prendida ya bien pasado el ocaso. Le devolvió la mirada con el ceño fruncido y la reflexión esculpida en el rostro.
— No me atrevería a cuestionar los planes del señor Auditore — comenzó, pensando en lo siguiente que diría —. Él conoce este lugar mejor que yo. Sabe qué posibilidades tiene ante un ataque. No me agrada la idea de dejar la villa desprotegida por completo, así que prepararé a alguno de mis hombres para que permanezcan aquí, cubriendo la retaguardia mientras completamos nuestras jornadas. No tiene por qué ocurrir nada — añadió —, pero lo prefiero así.
La luna brillaba sobre el firmamento, pintaba de gris las murallas, recortaba las siluetas de la vida en el lugar. Un silencio se extendió entre ambos como una mancha de tinta sobre un lienzo en blanco. Al final, Adriano expresó un pensamiento en alto.
— Mientras yo esté a cargo de la seguridad de la villa, no dejaré que os ocurra nada, señorita Auditore. De eso podéis estar convencida.
La preocupación de su patrona no le tomó por sorpresa. Eran numerosas las veces en las que la había visto implicada con los asuntos de la villa, casi tantas como las ocasiones en las que había visto la luz de su despacho prendida ya bien pasado el ocaso. Le devolvió la mirada con el ceño fruncido y la reflexión esculpida en el rostro.
— No me atrevería a cuestionar los planes del señor Auditore — comenzó, pensando en lo siguiente que diría —. Él conoce este lugar mejor que yo. Sabe qué posibilidades tiene ante un ataque. No me agrada la idea de dejar la villa desprotegida por completo, así que prepararé a alguno de mis hombres para que permanezcan aquí, cubriendo la retaguardia mientras completamos nuestras jornadas. No tiene por qué ocurrir nada — añadió —, pero lo prefiero así.
La luna brillaba sobre el firmamento, pintaba de gris las murallas, recortaba las siluetas de la vida en el lugar. Un silencio se extendió entre ambos como una mancha de tinta sobre un lienzo en blanco. Al final, Adriano expresó un pensamiento en alto.
— Mientras yo esté a cargo de la seguridad de la villa, no dejaré que os ocurra nada, señorita Auditore. De eso podéis estar convencida.
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CAPÍTULO III
De día — Jardines
La villa por la noche era un lugar completamente distinto.
Asintió en silencio. Adriano tenía razón,
No podía dudar de los planes de su tío solo porque estuviera enfadada con él. Porque hacía mucho tiempo que Claudia era capaz de diferenciar sus conductas infantiles, aún cuando no las podía evitar del todo. Y sabía que sus dudas y su enfado eran por su sentimiento de abandono. Por estar allí sola y apartada de todos, encargándose de tareas que nunca deseó, con un peso sobre los hombros que no había pedido pero que trataba de soportar del mejor modo.
- Agradeceré la presencia y ayuda de vuestros hombres. -Confirmó, queriendo estar de acuerdo con su plan. Se sentiría más segura, desde luego.
Se quedaron en silencio durante un momento, los ojos de la joven ascendieron hasta la luna que lo vigilaba todo como una guardiana de la fría noche que iluminaba su sola presencia.
Pero volvió al hombre que había con ella cuando éste habló de nuevo.
Sus labios se partieron y notó cómo su corazón latía con más fuerza. Ni siquiera sabía por qué. Podría ser la mirada férrea de aquel hombre, las palabras que había utilizado, el tono de su voz... o que supiera que no era algo que estuviera diciendo solo para quedar bien en su presencia.
- En ese caso, no dudo que estaremos a salvo. -Respondió, queriendo sonreír y mostrar seguridad en él. Porque él le transmitía eso, seguridad. La que le había faltado desde hacía tanto tiempo.- Gracias. -Añadió. Una simple palabra, que expresaba más de lo que ella era capaz de decir.
Volvió de nuevo a mirar la luna y se mordió el labio.- Aunque no niego que desearía que llegara el día en que no tuviera que depender de vos o de ningún hombre para defenderme. -Se atrevió a pronunciar, como una confidencia, como un pensamiento que solo dejaba que él supiera. Había estado en el santuario, había visto las estatuas, allí estaba Amunet e Iltani, mujeres que llegaron a ser leyendas en esa Hermandad de la que su familia era parte. Podía permitirse soñar con ser como ellas, pero solo sería un sueño y nada más.
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CAPÍTULO III
De día — En los jardines
Adriano aguardó en silencio la respuesta de su patrona. Llegó a contener la respiración. No le agradaba ver en su rostro la preocupación. La gestión de un lugar como la villa en tiempos tan convulsos no debía ser sencillo, desde luego. De haberlo sido, él tal vez nunca la habría conocido, porque no habría necesitado sus servicios.
— Bien — asintió —. Así se hará.
Ya tenía en mente unos cuantos nombres. Restaba trasladarle lo concreto de su plan a los soldados y confirmar su estancia a la señorita Auditore. Adriano pensó en comenzar los preparativos en cuanto el alba rayara el cielo. Tendría tiempo de dedicarse a ello más adelante.
La señorita Auditore estaba hermosa bajo la luz de la luna. Por sus cabellos se derramaba la plata del astro, hacía brillar su mirada, perfilaba sus rasgos. Adriano se permitió mirarla con cuidado.
— No tenéis que dármelas.
Después de todo, era su trabajo mantener a ella y a su patrimonio a salvo. Cuando habló de nuevo lo hizo para expresar una inquietud suya. A juzgar por cómo lo dijo, debía frustrarla más de lo que querría admitir.
— Lo comprendo — tras una pausa, añadió —. Podría ayudaros. Si gustáis, claro. Os podría mostrar cómo empuñar un arma, aunque sea una instrucción básica. Lo suficiente para que os sintáis segura con vuestras propias capacidades.
— Bien — asintió —. Así se hará.
Ya tenía en mente unos cuantos nombres. Restaba trasladarle lo concreto de su plan a los soldados y confirmar su estancia a la señorita Auditore. Adriano pensó en comenzar los preparativos en cuanto el alba rayara el cielo. Tendría tiempo de dedicarse a ello más adelante.
La señorita Auditore estaba hermosa bajo la luz de la luna. Por sus cabellos se derramaba la plata del astro, hacía brillar su mirada, perfilaba sus rasgos. Adriano se permitió mirarla con cuidado.
— No tenéis que dármelas.
Después de todo, era su trabajo mantener a ella y a su patrimonio a salvo. Cuando habló de nuevo lo hizo para expresar una inquietud suya. A juzgar por cómo lo dijo, debía frustrarla más de lo que querría admitir.
— Lo comprendo — tras una pausa, añadió —. Podría ayudaros. Si gustáis, claro. Os podría mostrar cómo empuñar un arma, aunque sea una instrucción básica. Lo suficiente para que os sintáis segura con vuestras propias capacidades.
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CAPÍTULO III
De día — Jardines
Claudia sabía que no tenía obligación de agradecer al hombre las labores que desarrollaba para la Villa y su familia. Después de todo, era su trabajo. Pero también sabía que él no tenía por qué estar reparando tejados, ni tampoco acompañándola o sirviéndole de consejo y, hasta cierto punto, consuelo, como lo hacía en aquella ocasión.
No, ella no solía agradecer sin más, pero valoraba mucho los esfuerzos de aquel hombre y de todos los que trabajaban por el bienestar de la villa.
Quizá fuera por esa especie de confianza que había ido creciendo entre ellos, que se atrevió a hablar de sus pensamientos y deseos de poder defenderse a sí misma. Pero debía admitir que esperaba una respuesta propia de su hermano o de cualquier hombre: No le haría falta porque tenía quienes las protegieran.
Sin embargo, la sorpresa inundó sus ojos cuando encontró comprensión en Adriano. Acompañada de un ofrecimiento a enseñarla. Se ganó una tímida sonrisa de la joven.
- Os tomaré la palabra, cuando tengamos más tiempo. -Aceptó, pero sabiendo que en aquel momento no era posible disponer de sus horas a voluntad. Su tío le reclamaría y ella tendría que preparar presupuestos y partidas variadas.
Suspiró, mirando al edificio de nuevo.- Quizá sea hora de que ambos descansemos. Os he entretenido demasiado. -Ella descansaba poco, eso lo sabía, pero no tenía por qué hacer que el hombre perdiera horas de sueño por acompañarla más tiempo.- Os veré mañana, Adriano. -Le dedicó una sonrisa a modo de despedida.
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CAPÍTULO IV
De día — En la villa
Las incursiones por los alrededores de la villa se prolongaron durante varias semanas. El señor Auditore pareció satisfecho con los resultados, por lo que Adriano y sus hombres también se contentaron, e hicieron lo posible por aprovechar las pocas jornadas de descanso que tendrían hasta la siguiente de sus misiones.
Amato, por su parte, se dedicó a las tareas que habían quedado pendientes, que por alguna razón nunca disminuían su volumen por más horas que emplease en intentarlo. Una de esas cuestiones era mostrar a la señorita Auditore unas nociones fundamentales de defensa personal. Adriano confiaba en que no las fuera a necesitar, dándose por más que satisfecho con que la ayudasen a tener más confianza en sí misma.
Acudió a la biblioteca donde solía encontrarla y no le sorprendió verla en el escritorio, inclinada sobre los pergaminos que se esparcían por la superficie de madera. Golpeó una estantería cercana con los nudillos para advertirla de su presencia, y cuando ella levantó la vista, él alzó una mano para saludarla.
— Buenos días, señorita Auditore. ¿Estáis lista para vuestras lecciones?
Amato, por su parte, se dedicó a las tareas que habían quedado pendientes, que por alguna razón nunca disminuían su volumen por más horas que emplease en intentarlo. Una de esas cuestiones era mostrar a la señorita Auditore unas nociones fundamentales de defensa personal. Adriano confiaba en que no las fuera a necesitar, dándose por más que satisfecho con que la ayudasen a tener más confianza en sí misma.
Acudió a la biblioteca donde solía encontrarla y no le sorprendió verla en el escritorio, inclinada sobre los pergaminos que se esparcían por la superficie de madera. Golpeó una estantería cercana con los nudillos para advertirla de su presencia, y cuando ella levantó la vista, él alzó una mano para saludarla.
— Buenos días, señorita Auditore. ¿Estáis lista para vuestras lecciones?
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CAPÍTULO IV
De día — En la villa
Todos habían vuelto después de las incursiones. Las bajas habían sido mínimas, pero había bastantes heridos que estaban siendo tratados del mejor modo posible. Incluso Claudia había intentado ayudar a acomodarlos en el primer momento, aunque a la hora de realizar curas de ningún tipo era bastante torpe.
Así que su buena voluntad se había volcado en administrar que hubiera comida suficiente que fuera adecuada para una recuperación satisfactoria en los barracones.
En eso estaba, además de los asuntos cotidianos, cuando escuchó el toque en la madera. Al levantar la vista y ver a Adriano sonrió sin que tuviera que esforzarse. No se habían visto mucho desde que volvieron, por sus muchas ocupaciones mutuas. Pero esperaba que pudiera sacar algún momento para cumplir con lo que había dicho que haría.
Sus clases de defensa, y esperaba que ataque. No es que quisiera convertirse en una Asesina de la noche a la mañana, pero ella también era una Auditore y tenía derecho al menos a un entrenamiento apropiado y la oportunidad de formar parte de la Hermandad.
- Buenos días, será un momento. -Afirmó, terminando de firmar aquellos documentos.
Una vez hubo terminado se levantó. Vestía algo sencillo y su pelo había sido recogido en un moño bastante simple, pero aún así anudó la falta al cinturón, mostrando unos pantalones que llevaba debajo.- He pensado que sería más apropiado y cómodo para cualquier movimiento que pretendáis enseñarme. -Declaró, antes de acercarse a él.- Podríamos ir a la zona de las antiguas minas, todavía no hemos logrado ponerlas en funcionamiento, así que será un lugar seguro. -Había decidido que, de momento, sus entrenamientos quedarían entre ellos.
Así que su buena voluntad se había volcado en administrar que hubiera comida suficiente que fuera adecuada para una recuperación satisfactoria en los barracones.
En eso estaba, además de los asuntos cotidianos, cuando escuchó el toque en la madera. Al levantar la vista y ver a Adriano sonrió sin que tuviera que esforzarse. No se habían visto mucho desde que volvieron, por sus muchas ocupaciones mutuas. Pero esperaba que pudiera sacar algún momento para cumplir con lo que había dicho que haría.
Sus clases de defensa, y esperaba que ataque. No es que quisiera convertirse en una Asesina de la noche a la mañana, pero ella también era una Auditore y tenía derecho al menos a un entrenamiento apropiado y la oportunidad de formar parte de la Hermandad.
- Buenos días, será un momento. -Afirmó, terminando de firmar aquellos documentos.
Una vez hubo terminado se levantó. Vestía algo sencillo y su pelo había sido recogido en un moño bastante simple, pero aún así anudó la falta al cinturón, mostrando unos pantalones que llevaba debajo.- He pensado que sería más apropiado y cómodo para cualquier movimiento que pretendáis enseñarme. -Declaró, antes de acercarse a él.- Podríamos ir a la zona de las antiguas minas, todavía no hemos logrado ponerlas en funcionamiento, así que será un lugar seguro. -Había decidido que, de momento, sus entrenamientos quedarían entre ellos.
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CAPÍTULO IV
De día — En la villa
A juzgar por la manera en la que la propuesta iluminó el rostro de la joven, estaba más que preparada para comenzar sus particulares lecciones. Adriano sonrió de la misma manera y asintió cuando le pidió un momento para concluir sus tareas. Observó los libros que llenaban las estanterías y se preguntó cuántos habría leído su dueña. La señorita Auditore no le hizo esperar demasiado, aunque tampoco le habría importado.
— Una mujer preparada, por lo que veo — comentó, echando un breve vistazo a su atuendo —. Os vendrá bien —. Se refería a su actitud más que a las ropas que portaba, mas no lo mencionó —. Bien, vos conocéis esta villa mejor que yo, así que… — Con una ligera reverencia se apartó de ella y le señaló el camino. — Después de vos, señorita.
Marcharon directamente hacia las minas, convertidas en su lugar de entrenamiento, sin detenerse en la armería. Adriano llevaba consigo una daga y varios cuchillos. Algunos estaban ocultos, mientras otros permanecían escondidos. No le parecía prudente comenzar las clases de defensa con armas de mayor calibre, como mazas o espadas, dado que no se trataba de un entrenamiento militar, sino de unas lecciones fundamentales.
— Bien — dijo una vez alcanzaron su destino —, ¿tenéis alguna idea sobre esgrima? ¿Alguna noción? No pretendo juzgaros, solo conocer lo que sabéis para establecer un punto de partida.
— Una mujer preparada, por lo que veo — comentó, echando un breve vistazo a su atuendo —. Os vendrá bien —. Se refería a su actitud más que a las ropas que portaba, mas no lo mencionó —. Bien, vos conocéis esta villa mejor que yo, así que… — Con una ligera reverencia se apartó de ella y le señaló el camino. — Después de vos, señorita.
Marcharon directamente hacia las minas, convertidas en su lugar de entrenamiento, sin detenerse en la armería. Adriano llevaba consigo una daga y varios cuchillos. Algunos estaban ocultos, mientras otros permanecían escondidos. No le parecía prudente comenzar las clases de defensa con armas de mayor calibre, como mazas o espadas, dado que no se trataba de un entrenamiento militar, sino de unas lecciones fundamentales.
— Bien — dijo una vez alcanzaron su destino —, ¿tenéis alguna idea sobre esgrima? ¿Alguna noción? No pretendo juzgaros, solo conocer lo que sabéis para establecer un punto de partida.
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CAPÍTULO IV
De día — En la villa
Claudia sonrió halagada por lo que consideraba era un cumplido, cuando Adriano la describió como una mujer preparada. Sí que pretendía serlo.
Cuando habló del lugar que había considerado mejor para las prácticas no esperó oposición, pero se alegró que de él también lo considerase correcto.
Caminó junto a él hasta las puertas de la villa, donde tomaron sendos caballos. Las minas estaban bajo la montaña sobre la que se asentaba el hogar de los Auditore y había dos vías de acceso. Aquella que era la pública. Y unos túneles subterráneos que en tiempos remotos servían como vía de escape a la población en caso de asedio. Éste habría sido un modo más discreto de llegar al lugar de entrenamiento, pero todavía seguían taponados por los que quedó tras un derrumbamiento. Y las partidas presupuestarias todavía no podían contemplar ese gasto.
De todos modos, no tardaron en llegar y no creía que nadie les siguiera hasta allí.
Su recién estrenado tutor hizo unas preguntas necesarias, por lo que ella comprendía.- Puedo diferenciar espadas y cuchillos por la forma. -Respondió, pensando en ese arsenal o colección que estaba reuniendo su hermano en la Villa. Una de cada tipo. A base de observarlas, había aprendido las diferencias- Y también sé las posiciones iniciales. Por observación. -Había visto a sus hermanos practicar en el pasado, había jugado con Petruccio a imitar aquellas acciones de Federico y Ezio.- Pero supongo que no es demasiado. -Daba por hecho que aquellos conocimientos eran muy básicos y posiblemente no sirvieran de nada.
Cuando habló del lugar que había considerado mejor para las prácticas no esperó oposición, pero se alegró que de él también lo considerase correcto.
Caminó junto a él hasta las puertas de la villa, donde tomaron sendos caballos. Las minas estaban bajo la montaña sobre la que se asentaba el hogar de los Auditore y había dos vías de acceso. Aquella que era la pública. Y unos túneles subterráneos que en tiempos remotos servían como vía de escape a la población en caso de asedio. Éste habría sido un modo más discreto de llegar al lugar de entrenamiento, pero todavía seguían taponados por los que quedó tras un derrumbamiento. Y las partidas presupuestarias todavía no podían contemplar ese gasto.
De todos modos, no tardaron en llegar y no creía que nadie les siguiera hasta allí.
Su recién estrenado tutor hizo unas preguntas necesarias, por lo que ella comprendía.- Puedo diferenciar espadas y cuchillos por la forma. -Respondió, pensando en ese arsenal o colección que estaba reuniendo su hermano en la Villa. Una de cada tipo. A base de observarlas, había aprendido las diferencias- Y también sé las posiciones iniciales. Por observación. -Había visto a sus hermanos practicar en el pasado, había jugado con Petruccio a imitar aquellas acciones de Federico y Ezio.- Pero supongo que no es demasiado. -Daba por hecho que aquellos conocimientos eran muy básicos y posiblemente no sirvieran de nada.
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CAPÍTULO IV
De día — En la mina
Adriano escuchó con atención la respuesta de la joven y sonrió complacido no tanto por sus conocimientos como por su actitud. Era evidente lo mucho que deseaba comenzar con las lecciones, y parte de ese entusiasmo se filtró en el soldado.
— Sois teórica, ya veo.
Conocer el nombre de las armas no le serviría tanto como saber empuñarlas sin torcerse la muñeca o perder la fuerza en los brazos, pero demostraba que era observadora y que tenía buena memoria.
— Estoy seguro de que estáis deseando pasar a la acción — esbozó una sonrisa y sacó uno de los puñales que tenía guardados en un cinto al costado para entregárselo a la señorita Auditore —. Creo que lo mejor será empezar por enseñaros a usar un arma ligera, que podáis llevar a todas partes para defenderos. Os resultará más sencillo y útil que comenzar por las espadas, aunque también podamos trabajar con ellas a su debido tiempo.
Eligió un puñal de similares características para sí mismo, aunque no creía tener que usarlo durante al menos la primera parte de la instrucción.
— Los puñales como estos no están pensados para los duelos — comenzó a decir, sopesando el suyo entre las manos —. Al menos, no como los que habéis visto. Si usáis un puñal, será porque estáis en peligro inminente. Es un arma de corto alcance, pero bastante efectiva si se usa correctamente. Tenéis que memorizar los puntos débiles de nuestra anatomía para recordarlos si vuestra vida depende de ello. Los ataques a ojos y oídos son incapacitantes y os darán tiempo para escapar; a cuello, potencialmente letales; a costados y bajo vientre, desesperados — mientras hablaba, se iba señalando las partes que nombraba —. Aseguraos de recuperar vuestra arma después de atacar. No queréis regalarle un puñal a quien quiere haceros daño — le explicó antes de tomar con delicadeza su mano para hacerle una demostración —. Si dejáis el cuchillo dentro, dolerá, pero no sangrará. Si lo sacáis, la herida se abrirá y no podré avanzar sin que se me salgan las entrañas — la miró y arqueó las cejas —. ¿Comprendéis por qué os digo esto?
— Sois teórica, ya veo.
Conocer el nombre de las armas no le serviría tanto como saber empuñarlas sin torcerse la muñeca o perder la fuerza en los brazos, pero demostraba que era observadora y que tenía buena memoria.
— Estoy seguro de que estáis deseando pasar a la acción — esbozó una sonrisa y sacó uno de los puñales que tenía guardados en un cinto al costado para entregárselo a la señorita Auditore —. Creo que lo mejor será empezar por enseñaros a usar un arma ligera, que podáis llevar a todas partes para defenderos. Os resultará más sencillo y útil que comenzar por las espadas, aunque también podamos trabajar con ellas a su debido tiempo.
Eligió un puñal de similares características para sí mismo, aunque no creía tener que usarlo durante al menos la primera parte de la instrucción.
— Los puñales como estos no están pensados para los duelos — comenzó a decir, sopesando el suyo entre las manos —. Al menos, no como los que habéis visto. Si usáis un puñal, será porque estáis en peligro inminente. Es un arma de corto alcance, pero bastante efectiva si se usa correctamente. Tenéis que memorizar los puntos débiles de nuestra anatomía para recordarlos si vuestra vida depende de ello. Los ataques a ojos y oídos son incapacitantes y os darán tiempo para escapar; a cuello, potencialmente letales; a costados y bajo vientre, desesperados — mientras hablaba, se iba señalando las partes que nombraba —. Aseguraos de recuperar vuestra arma después de atacar. No queréis regalarle un puñal a quien quiere haceros daño — le explicó antes de tomar con delicadeza su mano para hacerle una demostración —. Si dejáis el cuchillo dentro, dolerá, pero no sangrará. Si lo sacáis, la herida se abrirá y no podré avanzar sin que se me salgan las entrañas — la miró y arqueó las cejas —. ¿Comprendéis por qué os digo esto?
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CAPÍTULO IV
De día — En la villa
Solo pudo asentir ante su apreciación. Era teórica porque no se le había permitido ser de otro modo. A su padre no se le había ocurrido pensar que algún día les faltaría y estaría en peligro de asedio. Con todo lo que sabía ahora de los secretos de su familia, podía afirmar que había sido demasiado confiado.
Sonrió levemente, porque era cierto que deseaba pasar a las lecciones prácticas o no le habría llevado hasta allí. Tomó el puñal que le ofrecía sin dudar y lo observó. Sabía que los ojos expertos se fijarían en su peso, su equilibrio, ella no sabía medir tales cosas, de momento le bastaba con saber utilizarlo. Su puño se cerró rodeando la empuñadura. El pulgar protegido por el resto de los dedos, recordaba esa lección de Federico.
- Entiendo, un arma sutil. -Describió cuando él le contó sus ventajas, algo que pudiera llevar a todas partes.- Nadie sospecha que una mujer pueda ir armada. -Menos aún si la acompañaba un arma fácil de ocultar.
Atendió a las palabras que le decía, a sus instrucciones y gestos. Sus ojos repasaron los puntos que mencionaba, especialmente los letales. No se apartó y permitió que cogiera su mano para hacer una demostración de la clase de movimiento que debería efectuar a tal efecto.
Hubo un asentimiento a su pregunta final.- Es importante que sepa estas cosas, que las memorice y practique. -Afirmó.- En un momento de peligro inminente podría bloquearme y no saber qué hacer, si todo está en mi memoria será más sencillo. -Claro que Claudia no era alguien que se bloqueara con facilidad, Duccio podía dar fe de que sabía pegar. Pero tomar por sorpresa a un hombre que cree que eres una delicada flor no es lo mismo que matar o incapacitar a uno que quiere hacerte daño. Eso lo entendía.- Si solo golpeo a alguien, puede contratacar. Si le dejo sangrando, no. -Resumió.
- Imagino que también sería buena idea arrebatarle las armas que tenga o alejarselas en lo posible. -Antes de salir huyendo hacia otro lugar como si su vida dependiera de ello, y en ese hipotético caso lo hacía.
Sonrió levemente, porque era cierto que deseaba pasar a las lecciones prácticas o no le habría llevado hasta allí. Tomó el puñal que le ofrecía sin dudar y lo observó. Sabía que los ojos expertos se fijarían en su peso, su equilibrio, ella no sabía medir tales cosas, de momento le bastaba con saber utilizarlo. Su puño se cerró rodeando la empuñadura. El pulgar protegido por el resto de los dedos, recordaba esa lección de Federico.
- Entiendo, un arma sutil. -Describió cuando él le contó sus ventajas, algo que pudiera llevar a todas partes.- Nadie sospecha que una mujer pueda ir armada. -Menos aún si la acompañaba un arma fácil de ocultar.
Atendió a las palabras que le decía, a sus instrucciones y gestos. Sus ojos repasaron los puntos que mencionaba, especialmente los letales. No se apartó y permitió que cogiera su mano para hacer una demostración de la clase de movimiento que debería efectuar a tal efecto.
Hubo un asentimiento a su pregunta final.- Es importante que sepa estas cosas, que las memorice y practique. -Afirmó.- En un momento de peligro inminente podría bloquearme y no saber qué hacer, si todo está en mi memoria será más sencillo. -Claro que Claudia no era alguien que se bloqueara con facilidad, Duccio podía dar fe de que sabía pegar. Pero tomar por sorpresa a un hombre que cree que eres una delicada flor no es lo mismo que matar o incapacitar a uno que quiere hacerte daño. Eso lo entendía.- Si solo golpeo a alguien, puede contratacar. Si le dejo sangrando, no. -Resumió.
- Imagino que también sería buena idea arrebatarle las armas que tenga o alejarselas en lo posible. -Antes de salir huyendo hacia otro lugar como si su vida dependiera de ello, y en ese hipotético caso lo hacía.
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CAPÍTULO IV
De día — En la mina
Adriano había enseñado a muchos jóvenes a luchar, pero nunca a una dama como la señorita Auditore. El mercenario sentía cierta incomodidad al charlar con ella de manera tan casual sobre menesteres tan tétricos, quizá porque la idea de que se viese envuelta en cualquiera de las situaciones que estaba describiendo se le antojaba en extremo desagradable: en parte porque implicaría que no habría cumplido su deber de protegerla y en parte porque ninguna mujer tendría que encontrarse jamás entre la espada y la pared.
— Correcto — asintió, retomando el tema —. Podríais convertir esos prejuicios en una ventaja. Os sorprendería lo lejos que puede llevaros el factor sorpresa.
Pensó en todas las veces en las que había visto a muchachos llevarse comida del mercado aprovechando un despiste del tendero, en victorias imposibles en combates por mucho desigualados, en las historias que había oído de hombres que habían sobrevivido en circunstancias extraordinarias por haber sido lo suficientemente rápidos. Adriano contuvo el aliento a la espera de la respuesta de su señora. Sostuvo su mirada durante quizá un instante más de lo necesario. Le pareció que lo comprendía y le tranquilizó saberlo.
— Sí — pasó el pulgar por la empuñadura de su arma —. Es el tipo de cosas que tenéis que saber por si un día, Dios no lo quiera, lo fuérais a necesitar — no reprimió el impulso de santiguarse ante la mención de El Señor y chasqueó la lengua ante el comentario de la joven —. Bueno, sí y no. Arrebatar un arma implica acercarse a ella, y según vuestro oponente, puede ser un riesgo innecesario. Combatir, en cierta manera, se trata de tomar decisiones vitales en una décima de segundo. Sin presión, ¿eh? — sonrió. — Bien, creo que será más fácil que recordéis estas cosas si comenzamos a practicarlas.
— Correcto — asintió, retomando el tema —. Podríais convertir esos prejuicios en una ventaja. Os sorprendería lo lejos que puede llevaros el factor sorpresa.
Pensó en todas las veces en las que había visto a muchachos llevarse comida del mercado aprovechando un despiste del tendero, en victorias imposibles en combates por mucho desigualados, en las historias que había oído de hombres que habían sobrevivido en circunstancias extraordinarias por haber sido lo suficientemente rápidos. Adriano contuvo el aliento a la espera de la respuesta de su señora. Sostuvo su mirada durante quizá un instante más de lo necesario. Le pareció que lo comprendía y le tranquilizó saberlo.
— Sí — pasó el pulgar por la empuñadura de su arma —. Es el tipo de cosas que tenéis que saber por si un día, Dios no lo quiera, lo fuérais a necesitar — no reprimió el impulso de santiguarse ante la mención de El Señor y chasqueó la lengua ante el comentario de la joven —. Bueno, sí y no. Arrebatar un arma implica acercarse a ella, y según vuestro oponente, puede ser un riesgo innecesario. Combatir, en cierta manera, se trata de tomar decisiones vitales en una décima de segundo. Sin presión, ¿eh? — sonrió. — Bien, creo que será más fácil que recordéis estas cosas si comenzamos a practicarlas.
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CAPÍTULO IV
De día — En la villa
No reprimió una sonrisa de victoria cuando su nuevo maestro le dio la razón. Claudia nunca había ocultado lo mucho que le gustaba tenerla, aún cuando los prejuicios que se tenían contra las muchachas como ella no eran una sorpresa para nadie.
Adriano también estuvo de acuerdo con ella en el por qué de la necesidad de que aprendiera todo ello. Le pareció tierno que mencionara a Dios de ese modo, como si su mención fuera a protegerla de los peligros en los que podía estar simplemente por ser una Auditore.- Tengo que estar preparada -Añadió ella, apretando un poco más el puñál en su mano.
Al proponer la cuestión de desarmar a un oponente herido, le habría gustado haber acertado también. Había cierto orgullo en ser la alumna aventajada, a pesar de ser la única alumna. Pero no lo había hecho. El hombre tenía razón en que era más prudente no arriesgarse tanto, al menos en la mayoría de las ocasiones. Le devolvió la sonrisa y asintió.- Mejor huir y esconderse. -Al menos mientras no fuera más que una aprendiz.
Sus ojos brillaron un poco más ante la idea de pasar a la práctica- ¿Significa eso que vais a intentar aprovecharos de mí? -Preguntó, solo esperando ver la reacción del hombre.- Fingirlo, quiero decir. -Aclaró con una sonrisa algo divertida.
Después miró el puñal y su traje de montar y lo llevó a su espalda para sujetarlo con la cintura de la falda.- Supongo que tengo que encontrarle un mejor escondite para el futuro. -Ahora mismo no se le ocurría gran cosa.
Adriano también estuvo de acuerdo con ella en el por qué de la necesidad de que aprendiera todo ello. Le pareció tierno que mencionara a Dios de ese modo, como si su mención fuera a protegerla de los peligros en los que podía estar simplemente por ser una Auditore.- Tengo que estar preparada -Añadió ella, apretando un poco más el puñál en su mano.
Al proponer la cuestión de desarmar a un oponente herido, le habría gustado haber acertado también. Había cierto orgullo en ser la alumna aventajada, a pesar de ser la única alumna. Pero no lo había hecho. El hombre tenía razón en que era más prudente no arriesgarse tanto, al menos en la mayoría de las ocasiones. Le devolvió la sonrisa y asintió.- Mejor huir y esconderse. -Al menos mientras no fuera más que una aprendiz.
Sus ojos brillaron un poco más ante la idea de pasar a la práctica- ¿Significa eso que vais a intentar aprovecharos de mí? -Preguntó, solo esperando ver la reacción del hombre.- Fingirlo, quiero decir. -Aclaró con una sonrisa algo divertida.
Después miró el puñal y su traje de montar y lo llevó a su espalda para sujetarlo con la cintura de la falda.- Supongo que tengo que encontrarle un mejor escondite para el futuro. -Ahora mismo no se le ocurría gran cosa.
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CAPÍTULO IV
De día — En la mina
La señorita Auditore no había mentido sobre su determinación para aprender a defenderse por sí misma. Seguía las instrucciones con atención y tras su brillante mirada se intuía un proceso mental propio apuntalado sobre las nociones básicas que le estaba dando. Hacía tiempo que Adriano no tenía un alumnado tan interesado.
— De momento sí — acordó —. No dudo de que, con la práctica, podáis presentar combate — y era cierto que creía que si se dedicaba a las artes marciales podría adquirir las destrezas de las que carecía —, aunque para ello tendremos que empezar por algún sitio.
La insinuación de su alumna lo pilló desprevenido. De hecho, le llevó un instante comprender el significado de las palabras que había oído. El puñal se le escurrió de entre los dedos y estuvo a punto de dejarlo caer al suelo. Poco faltó para que Adriano intentase asirlo por el filo en lugar de por el mango.
— Yo no… O sea sí, pero no, porque yo no… Quiero decir, que no es que… — balbuceó explicaciones hasta que la señorita Auditore le aclaró a qué se refería. Entonces, dejó de hablar, tomó aire y lo exhaló en un suspiro, trató de contener una risa nerviosa que se transformó en una sonrisa. — Bueno, sí. No querría llamarlo así, pero… — Al fin y al cabo, lo había mencionado él primero. — Fingiré no haber visto eso.
Comenzaron a practicar movimientos defensivos, como si fuesen una coreografía, despacio al principio para que a la señorita Auditore le resultase más sencillo seguirlos. Eran muchas las cosas que debía tener en cuenta, por lo que Adriano procuraba no presionarla más de lo necesario para que las aprendiera.
— De momento sí — acordó —. No dudo de que, con la práctica, podáis presentar combate — y era cierto que creía que si se dedicaba a las artes marciales podría adquirir las destrezas de las que carecía —, aunque para ello tendremos que empezar por algún sitio.
La insinuación de su alumna lo pilló desprevenido. De hecho, le llevó un instante comprender el significado de las palabras que había oído. El puñal se le escurrió de entre los dedos y estuvo a punto de dejarlo caer al suelo. Poco faltó para que Adriano intentase asirlo por el filo en lugar de por el mango.
— Yo no… O sea sí, pero no, porque yo no… Quiero decir, que no es que… — balbuceó explicaciones hasta que la señorita Auditore le aclaró a qué se refería. Entonces, dejó de hablar, tomó aire y lo exhaló en un suspiro, trató de contener una risa nerviosa que se transformó en una sonrisa. — Bueno, sí. No querría llamarlo así, pero… — Al fin y al cabo, lo había mencionado él primero. — Fingiré no haber visto eso.
Comenzaron a practicar movimientos defensivos, como si fuesen una coreografía, despacio al principio para que a la señorita Auditore le resultase más sencillo seguirlos. Eran muchas las cosas que debía tener en cuenta, por lo que Adriano procuraba no presionarla más de lo necesario para que las aprendiera.
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De día — En la villa
Por un instante se preguntó si Adriano pensaba realmente que pudiera llegar a ser una amenaza para alguien. Claro que no tenía razones para mentir. Pero la hacía pensar en si realmente había querido aquellas lecciones solo para defenderse o también para demostrar que podía ser más que una jovencita delicada como parecían pensar sus parientes, a pesar de que al menos le reconocían la inteligencia necesaria para controlar las cuentas de la villa.
Dejó de lado todo pensamiento al respecto para disfrutar del desconcierto de Adriano ante su pregunta, que no era tan inocente como la había intentado camuflar, claro. Sonrió divertida y encantada de poder hacer que un hombre como él reaccionara así.- Tenéis que fingir muchas cosas. -Aseguró al escuchar que haría como si no hubiera visto su escondite.
Empezaron a practicar, siguiendo unos pasos. Lo hacían despacio para que ella se acostumbrase y adoptara las posiciones correctas. Lo repitieron varias veces y sentía que iba mejorando, pero aún así...- Quizá no salga demasiado bien, pero... ¿podeis intentar improvisar algo? -Inquirió interesada.- Los dos sabemos que si me atacan no va a ser siguiendo una secuencia clara como esta y siento curiosidad por saber si podría reaccionar rápido. -Explicó su requerimiento.- ¿Por favor? -Le pidió con una sonrisa.- Será el último ejercicio de hoy. -Después de todo ya llevaban bastante rato y aunque no estuviera demasiado cansado ninguno de ellos, ambos tenían más obligaciones.
Dejó de lado todo pensamiento al respecto para disfrutar del desconcierto de Adriano ante su pregunta, que no era tan inocente como la había intentado camuflar, claro. Sonrió divertida y encantada de poder hacer que un hombre como él reaccionara así.- Tenéis que fingir muchas cosas. -Aseguró al escuchar que haría como si no hubiera visto su escondite.
Empezaron a practicar, siguiendo unos pasos. Lo hacían despacio para que ella se acostumbrase y adoptara las posiciones correctas. Lo repitieron varias veces y sentía que iba mejorando, pero aún así...- Quizá no salga demasiado bien, pero... ¿podeis intentar improvisar algo? -Inquirió interesada.- Los dos sabemos que si me atacan no va a ser siguiendo una secuencia clara como esta y siento curiosidad por saber si podría reaccionar rápido. -Explicó su requerimiento.- ¿Por favor? -Le pidió con una sonrisa.- Será el último ejercicio de hoy. -Después de todo ya llevaban bastante rato y aunque no estuviera demasiado cansado ninguno de ellos, ambos tenían más obligaciones.
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CAPÍTULO IV
De día — En la mina
La idea de atacar a la señorita Auditore lo incomodaba por numerosas razones. La primera, y más evidente, era que Adriano era su subordinado. No podía ofenderla de ninguna manera si quería conservar su puesto de trabajo. Sería poco profesional herirla en el ejercicio de entrenamientos no autorizados.
La segunda era que, pese a no haber intercambiado con él más que un par de palabras, sabía que el señor Auditore era un hombre de un temperamento tan impredecible y destructivo como una tormenta de verano, y Adriano no quería comprobar hasta dónde llegaría su ira si dañaba a su sobrina.
La tercera, y tal vez la más sencilla, era que lo desagradaba profundamente pensar en atacar a una mujer, fuera quien fuera.
— Mi señora, nunca podría poneros una mano encima — se disculpó, sacudiendo la cabeza —. No cuando sé que cualquier mal movimiento mío podría haceros daño. Vuestra familia me mataría y yo les dejaría hacerlo, porque no me lo perdonaría.
El hecho de que la señorita Auditore se lo pidiera por favor tambaleó los cimientos de su determinación. Era difícil resistirse a una mirada así. Su señora era una mujer preciosa y, además, Adriano le pertenecía. ¿Cómo se suponía que tenía que negarse a nada de lo que le pidiera?
— ¿Quizá en otra ocasión, cuando estéis mejor entrenada? — le ofreció. — Pero nadie puede saberlo — pidió en el tono de las confidencias.
La segunda era que, pese a no haber intercambiado con él más que un par de palabras, sabía que el señor Auditore era un hombre de un temperamento tan impredecible y destructivo como una tormenta de verano, y Adriano no quería comprobar hasta dónde llegaría su ira si dañaba a su sobrina.
La tercera, y tal vez la más sencilla, era que lo desagradaba profundamente pensar en atacar a una mujer, fuera quien fuera.
— Mi señora, nunca podría poneros una mano encima — se disculpó, sacudiendo la cabeza —. No cuando sé que cualquier mal movimiento mío podría haceros daño. Vuestra familia me mataría y yo les dejaría hacerlo, porque no me lo perdonaría.
El hecho de que la señorita Auditore se lo pidiera por favor tambaleó los cimientos de su determinación. Era difícil resistirse a una mirada así. Su señora era una mujer preciosa y, además, Adriano le pertenecía. ¿Cómo se suponía que tenía que negarse a nada de lo que le pidiera?
— ¿Quizá en otra ocasión, cuando estéis mejor entrenada? — le ofreció. — Pero nadie puede saberlo — pidió en el tono de las confidencias.
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CAPÍTULO IV
De día — En la villa
Durante la mayor parte de su vida, Claudia no había escuchado una negativa. Ahora echaba mucho de menos aquella etapa en la que nadie era capaz de rechazar una petición suya.
Pero parecía que desde que había llegado a aquel lugar a todos le era mucho más sencillo hacerlo.
- No tenéis que darme tantas explicaciones, solo era una idea. -Respondió decepcionada cuando dijo que no lo haría. Tampoco le gustó que sus temores fueran a la reacción de su familia, la hizo sentir subestimada, como si ella no fuera a protegerle por haber hecho lo que le había pedido aunque el resultado no fuera el mismo.
- En otra ocasión. -Suspiró, sabiendo que no le quedaba otra que conformarse.- Perded cuidado, nadie sabe que estamos haciendo nada de esto, no voy a delataros por acceder a una petición mía. -Al menos de eso podía estar seguro. Iba a respetar ese pacto tácito entre ambos.- Tened vuestro puñal. -Le dijo, devolviéndosela antes de acercarse a donde se encontraban los caballos. Parecía que aquel entrenamiento había llegado a su fin.
Pero parecía que desde que había llegado a aquel lugar a todos le era mucho más sencillo hacerlo.
- No tenéis que darme tantas explicaciones, solo era una idea. -Respondió decepcionada cuando dijo que no lo haría. Tampoco le gustó que sus temores fueran a la reacción de su familia, la hizo sentir subestimada, como si ella no fuera a protegerle por haber hecho lo que le había pedido aunque el resultado no fuera el mismo.
- En otra ocasión. -Suspiró, sabiendo que no le quedaba otra que conformarse.- Perded cuidado, nadie sabe que estamos haciendo nada de esto, no voy a delataros por acceder a una petición mía. -Al menos de eso podía estar seguro. Iba a respetar ese pacto tácito entre ambos.- Tened vuestro puñal. -Le dijo, devolviéndosela antes de acercarse a donde se encontraban los caballos. Parecía que aquel entrenamiento había llegado a su fin.
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CAPÍTULO V
De día — En la mina
El tiempo comenzó a pasar deprisa una vez los soldados terminaron de acostumbrarse a la vida en la villa. Adoptaron nuevas rutinas, cambiaron las que ya tenían, aprendieron los caminos de la fortaleza, reconocían sus puntos de defensa, usaban las armas que tenían a su disposición, disfrutaban de los alrededores, visitaban los enclaves más cercanos, convivían con el resto de habitantes del lugar.
Adriano, por su parte, continuó reuniéndose con el tío de la señorita Auditore. Él le contaba cómo estaba la situación en el exterior, y Adriano le hablaba de cómo se fortalecía la villa día tras día. Entre las muchas acciones que coordinaba para mejorar la defensa de la ciudadela, había una que decidió omitir en sus charlas con el señor Auditore.
Llevaba ya varias semanas, por no decir meses, escabulléndose con la joven Claudia a las minas abandonadas para continuar su formación en el arte de la batalla. A pesar de que aquello era lo menos indecoroso que podía hacer con una muchacha soltera a solas en soledad, tenía la intuición de que lo mejor que podía hacer era ser discreto al respecto.
La señorita Auditore se demostró una alumna competente, despierta y ávida de curiosidad. Asumió con entereza las lecciones más teóricas y Adriano la recompensó introduciendo gradualmente más prácticas durante sus entrenamientos. Ya no le daba miedo tocarla por si se rompía: estaba aprendiendo a defenderse por sí misma.
Mientras caminaban por los túneles, Adriano se dio cuenta de que sus conversaciones eran cada vez más largas y se alejaban de los menesteres estrictamente profesionales.
— ¿Estáis lista, pues, para la clase de hoy? — le preguntó, retomando el tema que los había llevado hasta allí.
Adriano, por su parte, continuó reuniéndose con el tío de la señorita Auditore. Él le contaba cómo estaba la situación en el exterior, y Adriano le hablaba de cómo se fortalecía la villa día tras día. Entre las muchas acciones que coordinaba para mejorar la defensa de la ciudadela, había una que decidió omitir en sus charlas con el señor Auditore.
Llevaba ya varias semanas, por no decir meses, escabulléndose con la joven Claudia a las minas abandonadas para continuar su formación en el arte de la batalla. A pesar de que aquello era lo menos indecoroso que podía hacer con una muchacha soltera a solas en soledad, tenía la intuición de que lo mejor que podía hacer era ser discreto al respecto.
La señorita Auditore se demostró una alumna competente, despierta y ávida de curiosidad. Asumió con entereza las lecciones más teóricas y Adriano la recompensó introduciendo gradualmente más prácticas durante sus entrenamientos. Ya no le daba miedo tocarla por si se rompía: estaba aprendiendo a defenderse por sí misma.
Mientras caminaban por los túneles, Adriano se dio cuenta de que sus conversaciones eran cada vez más largas y se alejaban de los menesteres estrictamente profesionales.
— ¿Estáis lista, pues, para la clase de hoy? — le preguntó, retomando el tema que los había llevado hasta allí.
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CAPÍTULO V
De día — En la mina
Los meses seguían pasando y prácticamente todo se había reducido a una rutina constante. Pasar sus horas en la biblioteca, tener alguna reunión con su tío para informar de sus avances, con algunos proveedores para atender a los problemas a los que tenían que hacer frente. Pasar las horas correspondientes a las comidas y oficios religiosos con su madre, que seguía sin dar muestras de mejora. Con suerte recibir alguna carta de su hermano o de los aliados que iba haciendo por el camino. Ordenar que añadieran algo a las colecciones de la villa cuando lo enviaba... Cada día igual que el anterior.
Y su única escapatoria para tener un poco de emoción, eran las lecciones que Adriano le regalaba cuando los dos estaban disponibles. En ellas sentía que podía hacer mucho más de lo que hacía, saber que podría defenderse si alguien intentaba dañarla a ella o a alguien cercano le otorgaba una sensación de poder que no había sentido antes.
Mas también tenía que reconocer que disfrutaba de esas salidas por la compañía. El mercenario era alguien interesante, con muchas historias que contar y que no subestimaba su inteligencia. También había empezado a no subestimar su capacidad para aprender lo que él le enseñaba y actuar en consecuencia.
Por desgracia, Claudia había recibido la tarde anterior una carta que la hacía tener la cabeza en otro lugar aquella mañana. Por eso había dejado de escuchar hasta que Adriano hizo aquella pregunta.- Sí, por supuesto. -Asintió, aunque su seguridad habitual había brillado por su ausencia. Más le valía concentrarse.- ¿Por dónde empezaremos hoy?
Y su única escapatoria para tener un poco de emoción, eran las lecciones que Adriano le regalaba cuando los dos estaban disponibles. En ellas sentía que podía hacer mucho más de lo que hacía, saber que podría defenderse si alguien intentaba dañarla a ella o a alguien cercano le otorgaba una sensación de poder que no había sentido antes.
Mas también tenía que reconocer que disfrutaba de esas salidas por la compañía. El mercenario era alguien interesante, con muchas historias que contar y que no subestimaba su inteligencia. También había empezado a no subestimar su capacidad para aprender lo que él le enseñaba y actuar en consecuencia.
Por desgracia, Claudia había recibido la tarde anterior una carta que la hacía tener la cabeza en otro lugar aquella mañana. Por eso había dejado de escuchar hasta que Adriano hizo aquella pregunta.- Sí, por supuesto. -Asintió, aunque su seguridad habitual había brillado por su ausencia. Más le valía concentrarse.- ¿Por dónde empezaremos hoy?
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CAPÍTULO V
De día — En la mina
Adriano no habría tenido el atrevimiento de insinuar que había entablado una amistad con su señora: sabía de sobra que la sola idea era del todo indecorosa, dado que ella era una joven noble de alta cuna y él no era más que un subordinado suyo; pero tampoco habría dicho que su relación se limitaba en exclusiva al ámbito profesional. Ya hacía tiempo que habían dejado de ser perfectos desconocidos, y el joven soldado intuía que algo le ocurría a su acompañante, dado que no le había regalado ninguna de las ingeniosas réplicas a las que lo tenía acostumbrado.
Cuando tardó un segundo de más en responder a su pregunta, Adriano levantó las cejas. ¿Cómo de arriesgado sería preguntarle en qué andaba pensando? ¿Merecía la pena averiguarlo? La señorita Auditore parecía dispuesta a dejar a un lado sus preocupaciones en favor de la clase. ¿No sería contraproducente reconducir la conversación al tema del que estaba queriendo olvidarse?
El soldado decidió darle una oportunidad para retomar la normalidad. No estaba muy convencido, pero ignoró las peticiones de su conciencia por descubrir qué le ocurría a su señora. Al fin y al cabo, no era asunto suyo.
— Por los ejercicios previos, por supuesto — contestó.
Al comienzo de sus entrenamientos habían establecido una rutina de estiramientos para prevenir lesiones, así que dedicaron unos minutos a prepararse. Adriano se fijó en Claudia, no solo para asegurarse que estaba haciendo los movimientos correctamente, sino para averiguar si seguía distraída. Cuando terminaron los estiramientos, le ofreció la mano para ayudarla a levantarse.
— ¿Preferís volver a las técnicas de la última clase o aprender algo nuevo?
Cuando tardó un segundo de más en responder a su pregunta, Adriano levantó las cejas. ¿Cómo de arriesgado sería preguntarle en qué andaba pensando? ¿Merecía la pena averiguarlo? La señorita Auditore parecía dispuesta a dejar a un lado sus preocupaciones en favor de la clase. ¿No sería contraproducente reconducir la conversación al tema del que estaba queriendo olvidarse?
El soldado decidió darle una oportunidad para retomar la normalidad. No estaba muy convencido, pero ignoró las peticiones de su conciencia por descubrir qué le ocurría a su señora. Al fin y al cabo, no era asunto suyo.
— Por los ejercicios previos, por supuesto — contestó.
Al comienzo de sus entrenamientos habían establecido una rutina de estiramientos para prevenir lesiones, así que dedicaron unos minutos a prepararse. Adriano se fijó en Claudia, no solo para asegurarse que estaba haciendo los movimientos correctamente, sino para averiguar si seguía distraída. Cuando terminaron los estiramientos, le ofreció la mano para ayudarla a levantarse.
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