El guionista se ajustó las gafas sobre el puente de la nariz y leyó por encima las propuestas que le había entregado Annie. Eran variaciones de la misma escena que, salvo por algunos detalles, se mantenía igual. Quizá aquel era el problema: que los árboles no la estaban dejando ver el bosque. A veces era bueno dejarse llevar por la inspiración, aunque lo que les murmurasen las musas no tuviera nada que ver con la escena que estaban desarrollando, para salir del bloqueo creativo.

— Te entiendo — la animó a seguir hablando y levantó levemente las cejas al oír su último comentario. Sonrió —. ¿Y qué harías tú si se te declarase alguien? — quiso saber, más por genuina curiosidad que por ayudarla a terminar la escena.

Annie era tan seria y tan correcta que le costaba imaginarla batiendo las pestañas para flirtear con un hombre. No es que no la creyera capaz de seducir a alguien, porque era una mujer inteligente, muy despierta, que todavía era joven y cuya belleza podría conseguirle a quien quisiera. Lo que ocurría era que nunca le había mostrado otra faceta que no fuese la de la perfecta profesional que acudía puntual a la oficina día tras día para completar sus entregas antes incluso de la fecha.

— ¿Qué te parece si lo leemos juntos? Tal vez así se te ocurra algo. Podemos improvisar — le propuso, invitándola a levantarse con un gesto —. A ver… Bret, ¿no? — carraspeó. — Ah, esto está bien. ¿Estás lista? — sonrió un momento antes de ponerse serio para interpretar la escena —. Candance, yo… — tomó la mano de Annie y la acarició con el pulgar, la miró a los ojos y suspiró. — No sé cómo decirte esto, pero tengo que hacerlo. Estoy… enamorado de ti — hizo una pequeña pausa y las palabras flotaron sobre ellos —. Siempre lo he estado, en realidad.

A Avery lo sorprendió descubrir que ningún hombre le había jurado amor eterno a su asistente. No lograba comprender por qué. Podía haberle preguntado a Annie, pero no le pareció prudente. Los asuntos del corazón eran delicados, y no quería terminar de estropear la mala imagen que ya debía tener de él haciéndose el entrometido. La única explicación que se le ocurrió fue que Annie no hubiera tenido interés en iniciar ningún romance y que por eso se hubiera mantenido apartada de las posibilidades que sin lugar a dudas le darían su rápido ingenio y su buena presencia.

Era una decisión respetable, por supuesto, pero Jack no la compartía. A él el amor siempre lo había pillado de improviso, le había atravesado el pecho, lo había puesto del revés y le había puesto patas arriba su mundo. A veces había tenido suerte y el amor había sido correspondido; otras tantas, no. En cualquiera de las dos circunstancias había escrito sus mejores piezas, aunque no todas hubieran sido publicadas.

La cuestión es que procedieron a la lectura, a pesar de que Annie se encontrase un poco cohibida. Pese a sus esfuerzos por estar a la altura, Annie no podía zafarse de la inexperiencia de su juventud, y el contraste enterneció al guionista.

— Lo supe desde el principio — replicó él con el agradable cosquilleo del amor correspondido burbujeando en la boca de su estómago —. Elegí no creerlo porque era demasiado difícil, demasiado complicado, demasiado… — cerró los ojos y frunció el ceño en un amago teatral que pretendía evocar una intensa lucha interna. Volvió a mirar a Annie, o Candance, y continuó hablando. — Pero si tú sientes lo mismo por mí y estás dispuesta a intentarlo, te juro por Dios que no hará nada en este mundo que pueda separarnos. Sé que es difícil, de verdad que lo sé, pero no si tú me quieres como yo te quiero, eso es todo lo que yo necesito.

Entonces, no supo muy bien de dónde, le nació una pregunta que no pudo contener.

— ¿Es esto lo que tú quieres?

La timidez de Annie era de esperar. La asistente siempre se había mostrado reservada. No solía hablar de su vida privada y procuraba mantenerse al margen de conversaciones comprometedoras. Cuando el resto del equipo charlaba sobre sus propias experiencias, ella se limitaba a escuchar. Al principio, Jack pensó que era por introversión; ahora sabía que era porque no tenía nada que decir, y aunque no tenía motivos para creer que Annie le hubiera mentido, la idea le seguía pareciendo difícil de concebir.

¿A qué estaban jugando los hombres de su edad? ¿Qué otra cosa tenían que hacer que no fuera prestarle atención a una joven tan bonita como ella? ¿Acaso nadie se había fijado en las pecas que tenía repartidas por todo el rostro, en los dos lunares que tenía en la nariz y en el que tenía en la barbilla? ¿En la manera en la que le caían los bucles sobre la frente, en la arruga que se le hacía sobre la ceja izquierda cuando fruncía el ceño de concentración?

A Jack no le costó en absoluto meterse en situación. Si él fuera más joven (o Annie, mayor), ya habría averiguado sus flores favoritas para agasajarla con un ramo antes de invitarla a salir. Como aquello nunca ocurriría, se vio obligado a descartarlo, aunque lo sorprendió oír las protestas de una de las voces de su conciencia. Tampoco era tan grande su diferencia de edad, se descubrió pensando, mientras flotaba sobre ellos la confesión de amor.

Annie se acercó a Jack y le puso una mano sobre el pecho. Fue un gesto delicado. Durante un momento, pareció dudar, pero no apartó la mano y Jack tampoco lo hizo. El silencio se prolongó hasta dejarlo sin aliento. Annie alzó la barbilla para buscar los labios del guionista. La caricia fue suave, como la de una pluma, y Jack permaneció inmóvil un instante. Esperaba que Annie se apartara, que le dijera que había sido parte de la escena, que volviera a su mesa como si no hubiera ocurrido nada, pero no ocurrió ninguna de esas cosas. Aquello estaba sucediendo de verdad: Annie estaba besando a Jack, y él decidió responder con la misma delicadeza. Deslizó una mano por su mejilla, la acarició con el pulgar, lo embriagó la suavidad de sus labios y lo familiar de sus formas, lo abrazó su calidez y despejó su cabeza.

Si era parte del guión, pues que así fuera.

Cuando Annie se apartó de él, parecía desconcertada. La perplejidad de su rostro se fue transformando en una mueca de horror. Trató de alejarse, se chocó con el escritorio, una pluma rodó hacia el borde de la mesa y cayó al suelo con un tintineo.

— Annie, escucha…

Su joven ayudante estaba entrando en pánico. No sabía qué decir, estaba completamente aturdida, y cuando intentó huir de nuevo, Jack se acercó a ella para tomarla por los brazos y detenerla. Entendía que le correspondía a él encaminar la situación, aunque tampoco estuviera en absoluto seguro de cómo hacerlo.

— Deja de disculparte, por favor, y tranquilízate — aflojó su agarre, pero no la soltó —. Escucha. Somos adultos, ¿de acuerdo? Podemos hablar sobre esto. No, tenemos que hablar sobre esto. ¿Que tú nunca qué? Termina la frase, Annie. Puedes decirlo.

Annie estaba al borde del colapso, pero Jack sabía que si no hablaban en aquel momento, después sería tarde para hacerlo. ¿Cómo iban a abordar el tema al día siguiente, así, como si nada? ¿Y en qué momento? Tendrían que volver a quedarse a solas, y su ayudante no parecía en absoluto dispuesta, y, además, Jack no quería que fueran así las cosas. Necesitaba respuestas, por más incómodo que fuera obtenerlas.

— Mira, Annie, si… — pensó un momento, vaciló. — Si esto no es lo que tú querías y no es lo que quieres, pues… ya está, se acabó. Entonces, no habrá pasado nada. Tienes mi palabra de que nunca diré nada. Nos llevaremos este secreto a la tumba, pero…

Annie trató de explicarse. Le pidió a Jack que no pensara mal de ella, que no había pretendido obtener una ventaja de aquel acercamiento, que nunca había hecho nada como eso. Jack sabía que decía la verdad, y nunca se le habría ocurrido pensar que Annie hubiera querido aprovecharse de él. ¿Quién podría pensar tal cosa de alguien como ella?

— Por el amor de Dios, Annie — suspiró, frustrado por la situación.

Jack no solo era bastante mayor que Annie, sino que también era su jefe. A todas luces, estaba en una posición ventajosa con respecto a ella. ¿Cómo se le ocurría darle tales explicaciones? Tendría que haber sido él, en todo caso, quien se disculpase, y lo habría hecho inmediatamente de haber sido él quien hubiera dado pie al beso. Empezaba a arrepentirse de no haberse apartado a tiempo, pero lo cierto es que no lo haría si tuviera la oportunidad de volver atrás.

Dejó la frase a medias porque no sabía qué decir. Le había dicho que podían olvidar lo que había pasado, pero Jack no estaba seguro de que quisiera hacerlo. ¿Qué podían hacer, si no? Él era su jefe y ella, su asistente. Él tenía ya más de cuarenta años y ella no llegaba a los treinta. Él era un guionista tratando de reconducir su maltrecha carrera y ella tenía toda una vida por delante para alcanzar la gloria que de la que él había disfrutado. No podía cortarle las alas. No podía ser tan cruel.

— Déjalo, es igual. Por tu bien y por el mío — añadió, apartándose de ella —. Esto ha sido un desliz, nada más. Vamos a hacer como si no hubiera pasado nada. Somos adultos. Podemos lidiar con esto.

Los días pasaron y el trabajo en el estudio continuó con relativa normalidad. Ni Jack ni Annie volvieron a mencionar lo que había ocurrido. No estaban evitándose, porque eso habría levantado sospechas y no habría sido nada productivo de cara a los numerosos proyectos que estaban gestionando juntos, pero tampoco se hablaban para cuestiones que no estuvieran estrictamente relacionadas con su trabajo. En los descansos se marchaban con otros compañeros o se dedicaban a revisar sus notas. Sus charlas desaparecieron y, poco a poco, la fricción que había habido entre ellos durante los primeros días, también.

— Disculpe, señor Avery.

Jack solía pedirle a su secretaria que se dejase de formalidades. No obstante, aquella vez no se molestó en corregirla. Levantó la vista de las filminas que estaba revisando para mirarla.

— Dime, Julia.

— Hemos recibido una comunicación del estudio — le explicó ella, eligiendo cuidadosamente las palabras —. Han cancelado uno de sus proyectos. Parece que no van a producir Rebelde con causa.

— ¿Perdón? — Jack se quitó las gafas, las dejó sobre la mesa. — ¿Cómo que no van a producir nuestra película? ¿Dónde está esa comunicación?

Julia le entregó un sobre que venía de Estudios NY. En él había una carta en la que se explicaba la decisión del estudio de no continuar con el desarrollo de la película cuyo guión había escrito el estudio de Avery. La leyó una y otra vez sin comprender nada.

— ¿"Para preservar la integridad profesional de esta compañía”? ¿De qué puñetas están hablando?

Por más que leía y releía la comunicación, no podía entender a qué se refería. No era la primera vez que una productora se echaba atrás con un proyecto. De hecho, era algo que ocurría con bastante frecuencia. De todas las ideas que se le ofrecían a las grandes compañías, muchas quedaban descartadas, y no siempre en la misma fase del proceso: algunas producciones se cancelaban tras la primera lectura de guión; otras, después de varios meses de grabación; e incluso había casos en los que se tiraban a la basura películas terminadas por cuestiones económicas. Jack sabía que eso podía pasar, pero aquello era distinto. No le habían explicado los motivos de la cancelación, y en la simple hoja de papel que le había entregado Julia no encontraría las respuestas que andaba buscando.

— Esto es ridículo — farfulló —. Ponme al teléfono con el estudio, Julia, haz el favor.

— ¿Está usted seguro? Quizá convendría que se…

— Sí, estoy seguro, Julia, por favor. No me discutas ahora, joder — la interrumpió bruscamente.

Julia frunció los labios, pero lo entendió.

— Como usted diga, señor Avery.

Jack pasó el resto del día pegado al teléfono, tomando notas aquí y allá, desperdigando los papeles por su escritorio sin ningún cuidado. Estaba harto de los mareos de la operadora, que había redirigido su llamada ya al menos cinco veces, sin ningún resultado. Jack se había encerrado en un despacho. Aun así, notó crecer la preocupación en la sala donde trabajaba el resto de sus guionistas.

Cuando llamaron a la puerta de su despacho, Jack ni siquiera se molestó en contestar. Supuso que sería Julia dejándole el enésimo recado del día, pero estaba equivocado. Al oírl a voz de Annie, levantó la vista. Le hizo un gesto para que pasara y cerrase la puerta. Esperaba que aquello no la incomodara, pero estaba demasiado cansado como para tenerlo muy en cuenta.

— Siéntate, Annie.

Jack apartó los papeles que tenía esparcidos sobre la mesa. Apoyó los codos, entrelazó sus manos y miró a la guionista. Esperó a que le revelase el motivo de su visita y, conforme Annie fue hablando, Jack levantó ambas cejas.

— ¿Tu hermana? ¿Bonnie Lambert? — le preguntó, solo para asegurarse. Hasta donde él sabía, Annie no tenía más hermanas, pero tampoco habría podido asegurarlo. Era otra de las tantas cosas que no habían hablado.

Annie mencionó el escándalo que suponía que Jack hubiera empezado una relación con una mujer mucho más joven que él y él espero a que continuara hablando. Como no lo hizo, comprendió que Annie no sabía lo que estaba diciendo. Supo que tenía que ponerla sobre aviso, pero la sola idea de explicarle todo lo que había ocurrido lo agotaba.

— Annie… No te has dado cuenta, ¿verdad? — le preguntó, sabiendo la respuesta. — La mujer de la que están hablando eres tú. Muchos hombres de mi edad salen con chicas mucho más jóvenes que ellos. Eso no es ninguna novedad. No es un escándalo, es lo normal. El problema es que están diciendo que tú y yo tenemos algo. Y están poniendo en cuestión mi ética profesional por esto.

Annie, por supuesto, no tenía ni idea de lo que estaba ocurriendo. Jack inspiró aire y lo soltó muy despacio, aunque aquello no le sirvió para deshacerse del dolor de cabeza que se le había metido entre las sienes. No quería lidiar con la crisis que estaba teniendo su ayudante, porque ya bastante tenía con la propia, pero tampoco carecía de conciencia, por lo que se obligó a no perder la paciencia.

— No, no es cierto, pero eso no importa. Los rumores son rumores.

Muchas carreras se habían ido al garete por rumores sin ningún fundamento. A la gente no le importaba la verdad, le bastaba con una buena historia, y mientras los cuchicheos tuvieran una pizca de credibilidad, podían tirar por tierra la reputación de cualquiera.

— Nadie vio lo que pasó aquella noche — asintió Jack —. El rumor no ha podido salir de aquí. No ahora que nos está yendo bien. No tiene sentido — se pellizcó el puente de la nariz un momento —. Tiene que haber sido Monroe. Lo conozco, es un capullo rencoroso y vengativo. Tiene que haber sido él. Me está puteando por lo que pasó en la fiesta del otro día.