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The Zimbardo's experiment
Original - Épocas pasadas - Hecho real
Se buscan estudiantes universitarios para participar en un experimento de simulación de una prisión, dirigido por el profesor Phillip Zimbardo. Se recompensará a los voluntarios con quince dólares diarios (tiempo de duración estimado un mes). Se concretarán más detalles en el proceso de preselección. Interesados, acudan al Departamento de Psicología.
Año 1971, Universidad de Stanford. No es fácil para una mujer acceder a la Universidad en estos tiempos, menos aún para estudiar una disciplina tan poco aceptada y comprendida como la psicología. Pero Beatrice siempre tuvo claro que no iba a limitarse a una vida en casa y que quería conocer más sobre la mente humana y llegar lejos. Para esto siempre tuvo el apoyo de Oliver, su vecino. Beatrice y Oliver llevan siendo amigos desde que tienen memoria, motivo por el cual en sus familias siempre hubo la habladuría de que "harían bien en quedarse juntos". No parece que entre en los planes cercanos de Beatrice casarse. En cuanto a Oliver... Es un buen chico y el carácter atrevido de ella siempre le ha impulsado a hacer cosas que quizás por sí mismo no haría. No tenía muy claro a qué iba a dedicarse, ni siquiera si ir a la Universidad, pero una vez más Beatrice le aportó la chispa que necesitaba y decidió entrar con ella en Psicología. Ella mantiene que el que pasen tanto tiempo juntos no quiere decir nada, solo que son muy buenos amigos. Él... No lo tiene tan claro, pero si ella quiere que solo sean amigos, así será, continuará siendo el mejor amigo de todos como lo ha sido siempre. Aunque si ella quisiera...
Como nunca sabes cuando la vida tiene reservado para ti un cambio en el curso de las cosas, una mañana encontraron un anuncio en la Facultad para participar en un experimento. Ella tiene curiosidad y a él no le viene mal el dinero, así que, ¿por qué no? ¿Qué podría salir mal? Para empezar... Que os coloquen en bandos contrarios.
Personajes:
Beatrice DraperEdad: 20 añosOcupación: UniversitariaGrupo experimental: FuncionariosPB: Vanessa KirbyUser: Ivanka
Oliver McQuarrieEdad: 20 añosOcupación: UniversitarioGrupo experimental: PresosPB: Andrew GarfieldUser: Freyja
Cronología:
- Post de rol:
- Código:
<center><div class='fondrestart' style='background: black;'><div class='lggrestartp'><div class='lggrestartp'><table><td><tr><div class="lbiresptart" style="background-color: black;"><div class='resptartcc' style='background: url(FOTO PJ 150x150)'></div></div></tr><tr><div class='ttresptart' style='color:white'>Título curesptartalquiera aquí </div><div class='lbdrsptartd' style='color: white'></div><div class='textprestartp' style='color: white'>Frase o datos sobre la trama. Lo que se quiera</tr></td></table></div><div class='curesptart' style='background-color: white;'><div class='lgdrestartp'><div class='textcrestartp' style='color: black'><b style="color: black;">R</b>oleando <b style="color: black;">Negrita prueba.</b> Lorem ipsum dolor sit amet, consectetuer adipiscing elit. Lorem ipsum dolor sit amet, consectetuer adipiscing elit. Lorem ipsum dolor sit amet, consectetuer adipiscing elit. Lorem ipsum dolor sit amet, consectetuer adipiscing elit. Lorem ipsum dolor sit amet, consectetuer adipiscing elit.Lorem ipsum dolor sit amet, consectetuer adipiscing elit.Lorem ipsum dolor sit amet, consectetuer adipiscing elit.
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Así que cuento con que vayáis a venir en Acción de Gracias ¿no? Bastante mal me parece que no hayáis venido en Halloween- Betty estaba con el teléfono apoyado entre la oreja y el hombro, releyendo por enésima vez en el día el papelito que había encontrado a la salida del aula siete aquella mañana, mientras su madre parloteaba- ¿Y hay muchos hippies? En la tele dicen que son una plaga en California. Hay sectas y de todo- Betty suspiró- No te creas todo lo que ves en la tele, mamá. Oye...- dijo dándole vueltas al papelito para ver si en algún lado detallaba cuánto duraría el experimento- A lo mejor no voy en Acción de Gracias porque... Va a haber un experimento en la facultad y quiero participar, es importante para la carrera- ¿Y tu familia no es importante?- Mi familia es muy pesada y tiene graves problemas que no voy a debatir ahora, pensó- Mamá, es importante para mí, por favor -¿Oliver lo hace contigo?- Suspiró. No lo sabía, todavía, iba a intentar convencerle, claro- Sí- Mintió. Porque sabía que todo sería más fácil así- Pero no digas nada que aún no ha hablado con su madre ¿sí?- Su propia madre suspiró- Pues no deberías haberme contado esto, ¿Ahora que hago yo cuando venga Susan esta tarde a tomar el café?- Pues hablas del resto de gente del barrio. Oye mamá te tengo que dejar, que se me acaban las monedas, en cuanto sepa algo más de lo del experimento te lo cuento- Y colgó a toda prisa porque vio a su amigo al fondo del pasillo.
-¡Oli! ¡Oli!- corrió hacia él y estuvo a punto de chocarse aparatosamente por correr con demasiada celeridad, resbalándose con el suelo encerado de la facultad- He estado buscándote toda la mañana- Le puso el papel en la mano- Mira, el profesor Zimbardo va a hacer un experimento y quiere voluntarios- Se dirigieron hacia el exterior, mientras se encendía un cigarrillo, hablando aceleradamente- ¡Por fin! ¡Psicología experimental, Oli! Por fin podremos tener resultados que enseñar al mundo abiertamente. Tenemos que estar ahí, Oli, si no nos arrepentiremos toda la vida. Vamos a la reunión esta tarde.
Su sueño hecho realidad. Podría demostrarle a todos los que la habían llamado ilusa, charlatana y todas esas cosas que. sí, que la psicología era una ciencia, una como otra cualquiera, con resultados medibles, parámetros y tan válida como cualquier disciplina médica. Ah, doctora Draper, ya podía verlo. Ahora solo le faltaba que Oliver dijera que sí, porque, para variar, necesitaba esa baza para convencer a su familia de que la dejaran quedarse en Stanford en Acción de Gracias... y el tiempo que hiciera falta.
-¡Oli! ¡Oli!- corrió hacia él y estuvo a punto de chocarse aparatosamente por correr con demasiada celeridad, resbalándose con el suelo encerado de la facultad- He estado buscándote toda la mañana- Le puso el papel en la mano- Mira, el profesor Zimbardo va a hacer un experimento y quiere voluntarios- Se dirigieron hacia el exterior, mientras se encendía un cigarrillo, hablando aceleradamente- ¡Por fin! ¡Psicología experimental, Oli! Por fin podremos tener resultados que enseñar al mundo abiertamente. Tenemos que estar ahí, Oli, si no nos arrepentiremos toda la vida. Vamos a la reunión esta tarde.
Su sueño hecho realidad. Podría demostrarle a todos los que la habían llamado ilusa, charlatana y todas esas cosas que. sí, que la psicología era una ciencia, una como otra cualquiera, con resultados medibles, parámetros y tan válida como cualquier disciplina médica. Ah, doctora Draper, ya podía verlo. Ahora solo le faltaba que Oliver dijera que sí, porque, para variar, necesitaba esa baza para convencer a su familia de que la dejaran quedarse en Stanford en Acción de Gracias... y el tiempo que hiciera falta.
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Se había pasado media noche en vela intentando descifrar esos manuales. No se le daba muy bien el lenguaje técnico de la psicología, estaba empezando a darse cuenta. Sabía que Betty lo entendería mejor y se lo explicaría de una forma tan sencilla que lo que le llevaba horas hacer por sí solo, con ella apenas tardaría minutos. Pero ya había cargado con todos esos pesados manuales hasta su casa desde la biblioteca municipal y no quería volver a cargarlos hasta la facultad. Y prefería no invitar a Betty a su casa día sí y día también porque, cada vez que lo hacía, su madre se acababa enterando. ¿Qué tenía? ¿Un espía en su puerta?
La cuestión era que aprovechó que no tenía clase la primera hora para dormir un poco más, y cuando llegó se fue directo a la cafetería a tomarse un café lo más cargado posible. Aun así, seguía con los ojos pegados, parpadeando con fuerza y bostezando por el pasillo. Iba de camino a la hemeroteca de la facultad, a ver si al menos las revistas tenían un lenguaje más fácil de entender que los manuales, cuando fue arrollado por el tren Betty. Eh, hola. Ya, es que he llegado hace un rato. Parpadeó con confusión y miró el papel que dejó en su mano, escuchando toda esa información que le soltaba.
¿Zimbardo? ¿Ese no es el que tiene cara de loco? Bromeó. Era buen profesor, pero le daba un poquito de repelús. Claro que Betty solía atender más y mejor en clase que él y no se habría fijado en la cara del profesor sino en lo que decía. A ver, a ver. Déjame que lo lea. Pidió un poco de calma porque de verdad que iba a cámara lenta esa mañana. Se centró en leer el anuncio, teniendo que hacerlo al menos dos veces para captarlo bien, y cuando acabó, sin dejar de mirarlo, preguntó. ¿Simulación de prisión? Miró a su amiga con una ceja arqueada. ¿Pero como que nos van a meter en una cárcel o algo así? Volvió a leer el anuncio e hizo una mueca con la boca y chasqueó dubitativo. No sé yo, Betty... ¿Y esta tarde no teníamos Psicología del Aprendizaje? Como excusa para no ir no era muy sólida. Es verdad que sonaba a oportunidad, pero quizás solo lo habían puesto así espectacular para llamar la atención de la gente. Además, ¿qué estaba leyendo? ¿Un mes? Uh, no quería pasarse un mes con ese tío. Pero algo le decía que, si Betty quería ir, mínimo la reunión se la iba a tener que tragar sí o sí.
La cuestión era que aprovechó que no tenía clase la primera hora para dormir un poco más, y cuando llegó se fue directo a la cafetería a tomarse un café lo más cargado posible. Aun así, seguía con los ojos pegados, parpadeando con fuerza y bostezando por el pasillo. Iba de camino a la hemeroteca de la facultad, a ver si al menos las revistas tenían un lenguaje más fácil de entender que los manuales, cuando fue arrollado por el tren Betty. Eh, hola. Ya, es que he llegado hace un rato. Parpadeó con confusión y miró el papel que dejó en su mano, escuchando toda esa información que le soltaba.
¿Zimbardo? ¿Ese no es el que tiene cara de loco? Bromeó. Era buen profesor, pero le daba un poquito de repelús. Claro que Betty solía atender más y mejor en clase que él y no se habría fijado en la cara del profesor sino en lo que decía. A ver, a ver. Déjame que lo lea. Pidió un poco de calma porque de verdad que iba a cámara lenta esa mañana. Se centró en leer el anuncio, teniendo que hacerlo al menos dos veces para captarlo bien, y cuando acabó, sin dejar de mirarlo, preguntó. ¿Simulación de prisión? Miró a su amiga con una ceja arqueada. ¿Pero como que nos van a meter en una cárcel o algo así? Volvió a leer el anuncio e hizo una mueca con la boca y chasqueó dubitativo. No sé yo, Betty... ¿Y esta tarde no teníamos Psicología del Aprendizaje? Como excusa para no ir no era muy sólida. Es verdad que sonaba a oportunidad, pero quizás solo lo habían puesto así espectacular para llamar la atención de la gente. Además, ¿qué estaba leyendo? ¿Un mes? Uh, no quería pasarse un mes con ese tío. Pero algo le decía que, si Betty quería ir, mínimo la reunión se la iba a tener que tragar sí o sí.
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Betty miró a su amigo con cara de circunstancias y mirada de incredulidad- ¿En serio, Oli, loco, no se te ocurre otra palabra?- Luego rio un poco porque sabía que su amigo no solía caer en esas cosas y avanzó hacia uno de los jardines para sentarse en un banco, mientras seguía fumando- Escúchame con las orejas de escuchar- Soltó el humo y le miró, apasionada, dando palmadas sobre una de sus manos- Dime una cosa ¿Nunca te han dicho que esto que hacemos esuna tontería? Que los locos locos están ¿No te parece que creen que es... Una simple lotería?
Betty pensaba mucho en ello y su mente se negaba a creerlo. Se negaba a aceptar que una persona, por mala suerte, acabe así y no se la pueda ayudar. Para eso estaban estudiando y trabajando. Pero Oliver era de pensamientos más... Llanos. O menos retorcidos quizá. No le ganaría con sus filosofaciones- ¿A que hay un montón de gente que te ha dicho que te has metido aquí por mí? Que estás perdiendo el tiempo- Hizo una mueca y alzó una ceja. Sí, la gente podía ser muy mal pensada, y solían decirle que manipulaba a Oliver. Pero ella nunca haría eso, Ali era su amigo y nunca le utilizaría. Solo le ayudaba a ver. Levantó el papel y dijo- Pues esto les va a demostrar que no es así. ¿Qué es un mes comparado con poder demostrar todas las teorías que nos gustan- Se tendió en el banco y subió los pies sobre el regazo de Oliver- Es más ¿Qué es la dichosa psicología del aprendizaje comparado con demostrar que de verdad estudiamos e investigamos por algo? ¿Qué nos puede pasar? Prácticamente ya somos psicólogos.
Betty pensaba mucho en ello y su mente se negaba a creerlo. Se negaba a aceptar que una persona, por mala suerte, acabe así y no se la pueda ayudar. Para eso estaban estudiando y trabajando. Pero Oliver era de pensamientos más... Llanos. O menos retorcidos quizá. No le ganaría con sus filosofaciones- ¿A que hay un montón de gente que te ha dicho que te has metido aquí por mí? Que estás perdiendo el tiempo- Hizo una mueca y alzó una ceja. Sí, la gente podía ser muy mal pensada, y solían decirle que manipulaba a Oliver. Pero ella nunca haría eso, Ali era su amigo y nunca le utilizaría. Solo le ayudaba a ver. Levantó el papel y dijo- Pues esto les va a demostrar que no es así. ¿Qué es un mes comparado con poder demostrar todas las teorías que nos gustan- Se tendió en el banco y subió los pies sobre el regazo de Oliver- Es más ¿Qué es la dichosa psicología del aprendizaje comparado con demostrar que de verdad estudiamos e investigamos por algo? ¿Qué nos puede pasar? Prácticamente ya somos psicólogos.
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Hizo acopio de paciencia, soltando aire y siguiéndola como un perrito resignado a su dueño, hasta sentarse a su lado en el banco. Lo dicho, se tragaba la reunión, se lo estaba viendo venir. Escuchó su discurso y se encogió de hombros. Sí, bueno, a ver. Un poco lotería sí que es. Pero para eso estamos nosotros, ¿no? El propio Oliver no terminaba de estar muy convencido de eso. ¿Y qué tiene eso que ver con el experimento de este tío? Preguntó, pinzando el anuncio entre los dedos como si fuera un pañuelito usado.
Se le cortó el repelús con el anuncio ante su siguiente afirmación. Rodó levemente los ojos. Vaya. Dejó escapar, de nuevo con la resignación pintada en la cara. Siempre es agradable oírlo sin paños calientes. Ironizó. Sí, claro que se lo habían dicho. No es que se hubiera metido en la carrera por Betty... Bueno, en parte sí, pero no por ella en el sentido en el que todos lo enfocaban. No sabía qué estudiar, la psicología le parecía interesante y no estaba mal, y a ella le gustaba mucho. Siempre se les había dado bien estudiar juntos, ¿tan descabellado era coger la misma carrera de su amiga, si él no tenía claro qué estudiar, para que esta le echara un cable con la titulación? Él no veía nada raro, vamos... Que le gustaba pasar tiempo con ella, pues también. Pero no iba a decidir su futuro profesional por... En fin... Tss...
Seguía sin saber, de todas formas, qué tenía todo eso que ver con el dichoso experimento, aunque ya estaba Betty allí para explicarlo. Fue a abrir la boca para responder pero la otra ya estaba metida en su perorata, incluso subiendo las piernas a su regazo. Iba a rodar los ojos y a suspirar pero se tuvo que reír. Esta Betty... Te estás viniendo muy arriba. Dijo con una risita. Solo es un experimento. Esta gente hace miles todos los días. Bueno, no creía que tantos, pero seguro que muchos. Rio un poco más e hizo un par de gestos con las manos a la chica para que parara el carro. Bueno, bueno, eso de que ya somos psicólogos... Le sonaba a palabras mayores. A ver, deja que lo lea de nuevo. Lo dicho, que se veía en la reunión.
Leyó el anuncio una vez más, ceñudo, intentando enterarse. ¡Pero es que no dice nada! Insistió, señalando la hoja mientras la releía. ¿Y si ahora nos perdemos una clase decisiva para el examen y resulta que esto era una bobada? ¿Y no te da un poquito de repelús eso de la prisión? ¿Y si durante ese mes no podemos estudiar y suspendemos todo el cuatrimestre? Le devolvió el anuncio y soltó aire por la boca. Tras esto, esbozó una sonrisa, mirando a la chica, y bromeó. ¿Has concluido todo eso de demostrar las teorías más decisivas del mundo solo por este párrafo, o es que tienes más información que no me quieres contar?
Se le cortó el repelús con el anuncio ante su siguiente afirmación. Rodó levemente los ojos. Vaya. Dejó escapar, de nuevo con la resignación pintada en la cara. Siempre es agradable oírlo sin paños calientes. Ironizó. Sí, claro que se lo habían dicho. No es que se hubiera metido en la carrera por Betty... Bueno, en parte sí, pero no por ella en el sentido en el que todos lo enfocaban. No sabía qué estudiar, la psicología le parecía interesante y no estaba mal, y a ella le gustaba mucho. Siempre se les había dado bien estudiar juntos, ¿tan descabellado era coger la misma carrera de su amiga, si él no tenía claro qué estudiar, para que esta le echara un cable con la titulación? Él no veía nada raro, vamos... Que le gustaba pasar tiempo con ella, pues también. Pero no iba a decidir su futuro profesional por... En fin... Tss...
Seguía sin saber, de todas formas, qué tenía todo eso que ver con el dichoso experimento, aunque ya estaba Betty allí para explicarlo. Fue a abrir la boca para responder pero la otra ya estaba metida en su perorata, incluso subiendo las piernas a su regazo. Iba a rodar los ojos y a suspirar pero se tuvo que reír. Esta Betty... Te estás viniendo muy arriba. Dijo con una risita. Solo es un experimento. Esta gente hace miles todos los días. Bueno, no creía que tantos, pero seguro que muchos. Rio un poco más e hizo un par de gestos con las manos a la chica para que parara el carro. Bueno, bueno, eso de que ya somos psicólogos... Le sonaba a palabras mayores. A ver, deja que lo lea de nuevo. Lo dicho, que se veía en la reunión.
Leyó el anuncio una vez más, ceñudo, intentando enterarse. ¡Pero es que no dice nada! Insistió, señalando la hoja mientras la releía. ¿Y si ahora nos perdemos una clase decisiva para el examen y resulta que esto era una bobada? ¿Y no te da un poquito de repelús eso de la prisión? ¿Y si durante ese mes no podemos estudiar y suspendemos todo el cuatrimestre? Le devolvió el anuncio y soltó aire por la boca. Tras esto, esbozó una sonrisa, mirando a la chica, y bromeó. ¿Has concluido todo eso de demostrar las teorías más decisivas del mundo solo por este párrafo, o es que tienes más información que no me quieres contar?
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Suspiró y dio otra calada al cigarrillo, mirando al cielo azul de California. Oliver era el chico menos inquieta y más dudoso que había conocido en la vida, siempre estaba tirando de él. Y ese hecho le molestaría si no fuera porque siempre acababa consiguiendo arrastrarle con ella, que era más lanzada, a todo lo que se le ocurría. – Pues es que imagínate que participamos en esto y resulta ser decisivo para psicología. Ya no podrían decirnos, primero – dijo enumerando levantando el meñique –, que a psicología no vale para nada y bla bla bla, y segundo, que nos metimos aquí por inercia, especialmente a ti. – Dijo señalándole antes de darle otra calada al cigarrillo. – Vamos, Oli, por una vez en tu vida piensa en grande.
Y ella no es que estuviera pensando en grande, es que estaba pensando en gigante. Sentía cómo su ciencia y otras que no habían estado tan reconocidas hasta entonces estaban despegando, y cómo el papel de las mujeres en las también, y no quería ser una espectadora, ella quería ser agente total. Y, paradójicamente, necesitaba a Oliver para ello, porque era su pasaporte para decir "Oli lo hace conmigo", como acababa de hacer con su madre por teléfono, y que así no le pusieran tantos problemas. Alzó una ceja y rio. – ¿Quién se ha venido arriba ahora? ¿Miles de experimentos? Ni Stanford, que es de las mejores universidades del mundo, da tanta financiación como si nada. Y aunque así fuera, es Zimbardo. No va a ser un experimento cualquiera precisamente ¿O crees que nos pagarían quince pavos como si nada si no fuera algo muy muy fuerte? – Incorporó el tronco para mirar a la cara a su amigo y tiró el cigarrillo. – Quince pavos, Oli. Al día. No es ninguna tontería. – Sabía que a su amigo era más fácil ganarle por ahí que por el hambre intelectual y las ansias de descubrir.
Se volvió a tumbar en el banco, poniéndose las manos sobre el vientre y mirando al cielo. Puso una sonrisa de evidencia cuando le dijo lo de la clase. – ¿Y si lo que es una bobada es la clase de psicología del aprendizaje que la podemos completar con un manual? – Menudos argumentos le ponía su amigo McQuarrie. Frunció el ceño y levantó las manos. – Es un mes. Lo recuperamos en seguida, y no, obviamente que no me da repelús la prisión. A ver si ahora le vamos a tener miedo a edificios vacíos solo por el pasado que hayan tenido. – Alzó un poco la cabeza y le miró con media sonrisa. – Eso es PARApsicología, Oli, y no es lo nuestro. – Se echó otra vez, riendo y le dio un poco en el costado con el pie. – No, no sé más que tú, pero he oído hablar mucho de Zimbardo, y a mi lo que me interesa es experimentar, demostrar que todo lo que hacemos, lo hacemos con un objetivo tangible... – Ladeó la cabeza con una sonrisa y se levantó de nuevo. – Anda, dime que vendrás. Confía en mí. Esto nos va a hacer grandes. Doctores Draper y McQuarrie, ya lo estoy viendo.
Y ella no es que estuviera pensando en grande, es que estaba pensando en gigante. Sentía cómo su ciencia y otras que no habían estado tan reconocidas hasta entonces estaban despegando, y cómo el papel de las mujeres en las también, y no quería ser una espectadora, ella quería ser agente total. Y, paradójicamente, necesitaba a Oliver para ello, porque era su pasaporte para decir "Oli lo hace conmigo", como acababa de hacer con su madre por teléfono, y que así no le pusieran tantos problemas. Alzó una ceja y rio. – ¿Quién se ha venido arriba ahora? ¿Miles de experimentos? Ni Stanford, que es de las mejores universidades del mundo, da tanta financiación como si nada. Y aunque así fuera, es Zimbardo. No va a ser un experimento cualquiera precisamente ¿O crees que nos pagarían quince pavos como si nada si no fuera algo muy muy fuerte? – Incorporó el tronco para mirar a la cara a su amigo y tiró el cigarrillo. – Quince pavos, Oli. Al día. No es ninguna tontería. – Sabía que a su amigo era más fácil ganarle por ahí que por el hambre intelectual y las ansias de descubrir.
Se volvió a tumbar en el banco, poniéndose las manos sobre el vientre y mirando al cielo. Puso una sonrisa de evidencia cuando le dijo lo de la clase. – ¿Y si lo que es una bobada es la clase de psicología del aprendizaje que la podemos completar con un manual? – Menudos argumentos le ponía su amigo McQuarrie. Frunció el ceño y levantó las manos. – Es un mes. Lo recuperamos en seguida, y no, obviamente que no me da repelús la prisión. A ver si ahora le vamos a tener miedo a edificios vacíos solo por el pasado que hayan tenido. – Alzó un poco la cabeza y le miró con media sonrisa. – Eso es PARApsicología, Oli, y no es lo nuestro. – Se echó otra vez, riendo y le dio un poco en el costado con el pie. – No, no sé más que tú, pero he oído hablar mucho de Zimbardo, y a mi lo que me interesa es experimentar, demostrar que todo lo que hacemos, lo hacemos con un objetivo tangible... – Ladeó la cabeza con una sonrisa y se levantó de nuevo. – Anda, dime que vendrás. Confía en mí. Esto nos va a hacer grandes. Doctores Draper y McQuarrie, ya lo estoy viendo.
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Suspiró y negó con la cabeza, aunque sin poder evitar una sonrisilla. Betty y su "piensa en grande", que no se le caía de la boca. Te voy a recordar el piensa en grande cuando nos pasemos el verano estudiando. Murmuró, porque es que de verdad que se veía suspenso. Si ya estaba agobiado yendo a todas las clases, lo que le faltaba era tirarse un mes en una prisión abandonada haciendo test.
Se tuvo que reír y volver a suspirar. Bueno, quizás miles no... Pero yo que sé. Betty y su infinita argumentación para dejarle a él sin salida. Hasta se inclinó hacia él, tirando el cigarro, para enfatizar su argumento. Tragó y sonrió un tanto nervioso. A ver, no te niego que lo de los quince pavos está bien... Y que la lógica le decía que no iban a pagarle tanto solo por hacer test. Lo dicho, ya se lo estaba llevando al huerto otra vez. ¿Quién si no lo iba a conseguir? Oliver era un sinsangre, pero era muy cabezota y un poquito cenizo. Si hacía más cosas, era porque Betty le entusiasmaba. Más o menos. Y porque la chica era insistente (y a él le gustaba seguirla), si no, tampoco.
Se cruzó de brazos y soltó una carcajada. Te pienso obligar a acompañarme en la biblioteca y explicármelo todo como no me de tiempo a estudiar para el examen. Que un mes lo recuperaban en seguida, decía. ¡Claro que sí! Lo decía con la alegría de si fueran dos o tres días. Rio de nuevo cuando le dio con el pie en el costado, doblándose. Pero ella insistía e insistía, así que suspiró sonoramente y rodó los ojos. Vaaaaaaaaaaale. Dijo con tono resignado, aunque en el fondo sí que le había picado la curiosidad. Pff, a ver cómo de grandes nos hace esto... Que yo no quiero ser famoso, Betty, parece que no me conoces. Dijo un tanto encogido aunque con una risilla. Total, que a Oliver le daba miedo básicamente todo.
¿A qué hora es la reunión entonces? Dijo mirando el papel. Chistó. Madre mía, con Zimbardo... Justo lo que yo quería, ver al tipo ese fuera de clase también. Dijo entre risas. Bueno, y si vamos a estar un mes ocupados tendremos que preguntarle a nuestros padres, ¿no? A ver qué dicen.
Se tuvo que reír y volver a suspirar. Bueno, quizás miles no... Pero yo que sé. Betty y su infinita argumentación para dejarle a él sin salida. Hasta se inclinó hacia él, tirando el cigarro, para enfatizar su argumento. Tragó y sonrió un tanto nervioso. A ver, no te niego que lo de los quince pavos está bien... Y que la lógica le decía que no iban a pagarle tanto solo por hacer test. Lo dicho, ya se lo estaba llevando al huerto otra vez. ¿Quién si no lo iba a conseguir? Oliver era un sinsangre, pero era muy cabezota y un poquito cenizo. Si hacía más cosas, era porque Betty le entusiasmaba. Más o menos. Y porque la chica era insistente (y a él le gustaba seguirla), si no, tampoco.
Se cruzó de brazos y soltó una carcajada. Te pienso obligar a acompañarme en la biblioteca y explicármelo todo como no me de tiempo a estudiar para el examen. Que un mes lo recuperaban en seguida, decía. ¡Claro que sí! Lo decía con la alegría de si fueran dos o tres días. Rio de nuevo cuando le dio con el pie en el costado, doblándose. Pero ella insistía e insistía, así que suspiró sonoramente y rodó los ojos. Vaaaaaaaaaaale. Dijo con tono resignado, aunque en el fondo sí que le había picado la curiosidad. Pff, a ver cómo de grandes nos hace esto... Que yo no quiero ser famoso, Betty, parece que no me conoces. Dijo un tanto encogido aunque con una risilla. Total, que a Oliver le daba miedo básicamente todo.
¿A qué hora es la reunión entonces? Dijo mirando el papel. Chistó. Madre mía, con Zimbardo... Justo lo que yo quería, ver al tipo ese fuera de clase también. Dijo entre risas. Bueno, y si vamos a estar un mes ocupados tendremos que preguntarle a nuestros padres, ¿no? A ver qué dicen.
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Chasqueó la lengua varias veces e hizo un gesto con la mano en el aire de un lado a otro. — Sí, sí, caerán las penas del infierno sobre mí. — Se incorporó, apoyándose con los brazos en el banco y mirándole con una ceja alzada. — Pero acabarás agradeciéndomelo, como siempre. Soy tu coca-cola, Oli, la chispa de la vida. — Y chasqueó los dedos ante los ojos de su amigo. — Y confía un poquito más en ti mismo, tonto, yo lo hago. — Si el mayor enemigo de Oliver era él mismo, ella lo tenía clarísimo, se agobiaba por nada, le pasaba desde siempre. Ella frunció el ceño sin perder la sonrisa. — Los quince pavos están de escándalo, por fin vamos a poder salir de fiesta por el Valle como Dios manda en vez que infinitas noches de películas en la residencia. — Dijo con una risita.
Entornó los ojos y negó con la cabeza. — Pero si eso ya lo hago. Siempre estás súperagobiadísimo por un examen, un trabajo, un comentario voluntario... Pues todo ese papeleo y ese agobio por fin te van aa servir para algo, para ponerlo en práctica en un experimento real. — Si es que se venía más arriba a más lo decía. Y ya encima, cuando su amigo soltó aquel "vale" tan largo, dio un botecito en su sitio y le echó los brazos por el cuello al chico, dándole un beso en la mejilla. — ¡Sí! ¡Ya sabía yo que tú no me fallarías! — Le estrujó entre sus brazos. — Piénsalo, va a ser como unas vacaciones, pero aprendiendo y vamos a estar juntos, es que es guay lo mires por donde lo mires. — Aseguró emocionada, pero ya separándose de su amigo. Hizo una pedorreta. — Famoso por tu aportación a la ciencia, Oli, y además ya tendremos una historia que contarle a nuestro nietos. — Hizo un gesto con la mano en el aire. — El mes en el que el doctor Zimbardo nos encerró en una cárcel, fue terrorífico y clarificador al mismo tiempo. — Dijo con voz de estar contando historias. — Vuestro abuelo, como siempre, era un cagado y no quería entrar, pero Betty lo arrastró, como a todo en la vida, y se hicieron grandes psicólogos. — Se echó reír al terminar su interpretación. — Lo contaremos todos los Acción de Gracias, para compensar que este nos lo vamos a perder. —
Puso una sonrisa amplia y volvió a bajarse las gafas de sol. — A las cuatro, te dejo invitarme a comer antes de ir. Que ahora gracias a mí vas a tener un pastón al día. — Dijo sentándose y cruzando las piernas muy puesta. Ah sí, el tema de los padres... — Bueno, puede, solo puede, que yo ya haya hablado con mi madre de que podría ser que no fuera en Acción de Gracias a casa por estar liada con esto. Y puede que ella me haya dicho que solo accedería si tú venías conmigo, porque claro, le da miedo que esté sola, ya sabes, California, las sectas y toda esa patraña... — Dijo entornando los ojos y haciendo como si hablara con la mano. Quizá había modificado un poco la realidad, pero conocía a Oliver a la perfección, y sabía que si le daba a entender que la estaba salvando de algo o que él iba a ser el héroe de su historia, sería más fácil que dijera que sí. — Si llamas a tus padres y les cuentas todo esto ahora, nos da tiempo a comer y a ir a esa reunión. — Amplió la sonrisa con un toque de niña buena. — ¿Qué me dices? —
Entornó los ojos y negó con la cabeza. — Pero si eso ya lo hago. Siempre estás súperagobiadísimo por un examen, un trabajo, un comentario voluntario... Pues todo ese papeleo y ese agobio por fin te van aa servir para algo, para ponerlo en práctica en un experimento real. — Si es que se venía más arriba a más lo decía. Y ya encima, cuando su amigo soltó aquel "vale" tan largo, dio un botecito en su sitio y le echó los brazos por el cuello al chico, dándole un beso en la mejilla. — ¡Sí! ¡Ya sabía yo que tú no me fallarías! — Le estrujó entre sus brazos. — Piénsalo, va a ser como unas vacaciones, pero aprendiendo y vamos a estar juntos, es que es guay lo mires por donde lo mires. — Aseguró emocionada, pero ya separándose de su amigo. Hizo una pedorreta. — Famoso por tu aportación a la ciencia, Oli, y además ya tendremos una historia que contarle a nuestro nietos. — Hizo un gesto con la mano en el aire. — El mes en el que el doctor Zimbardo nos encerró en una cárcel, fue terrorífico y clarificador al mismo tiempo. — Dijo con voz de estar contando historias. — Vuestro abuelo, como siempre, era un cagado y no quería entrar, pero Betty lo arrastró, como a todo en la vida, y se hicieron grandes psicólogos. — Se echó reír al terminar su interpretación. — Lo contaremos todos los Acción de Gracias, para compensar que este nos lo vamos a perder. —
Puso una sonrisa amplia y volvió a bajarse las gafas de sol. — A las cuatro, te dejo invitarme a comer antes de ir. Que ahora gracias a mí vas a tener un pastón al día. — Dijo sentándose y cruzando las piernas muy puesta. Ah sí, el tema de los padres... — Bueno, puede, solo puede, que yo ya haya hablado con mi madre de que podría ser que no fuera en Acción de Gracias a casa por estar liada con esto. Y puede que ella me haya dicho que solo accedería si tú venías conmigo, porque claro, le da miedo que esté sola, ya sabes, California, las sectas y toda esa patraña... — Dijo entornando los ojos y haciendo como si hablara con la mano. Quizá había modificado un poco la realidad, pero conocía a Oliver a la perfección, y sabía que si le daba a entender que la estaba salvando de algo o que él iba a ser el héroe de su historia, sería más fácil que dijera que sí. — Si llamas a tus padres y les cuentas todo esto ahora, nos da tiempo a comer y a ir a esa reunión. — Amplió la sonrisa con un toque de niña buena. — ¿Qué me dices? —
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Se le escapó una risa, negando con la cabeza. La chispa de su vida... Ya. Que era la única que confiaba en él... Ya. Sabía todas esas cosas. Sabía demasiadas cosas, más de las que parecía, y también sabía que era un bobo y un idiota y que una chica así se le quedaba grande por todas partes. Por mucho que fuera la chispa de su vida y la única que creyera en él... Ya. A ver cuánto acababa en cansarse del muermo de su amigo Oli.
Oh, y ahí estaba. Ese entusiasmo, esa forma de engancharse a él y darle un beso en la mejilla que automáticamente le ponía colorado, le hacía latir el corazón con violencia y le ponía una sonrisita estúpida en la cara. Ni veces que había tenido que oír que era un pardillo que se dejaba arrastrar por esa chica con demasiada facilidad. Pues sí, lo era, pero... Le merecía la pena. Y tal y como ella decía, si no fuera por su arrastre y su chispa, no haría nunca nada. ¿Se estaba dando excusas a sí mismo para justificarse? Pudiera ser, pero no tenía suficiente espíritu ni como para contradecirse a sí mismo, cuanto menos a alguien como Betty, que podía estar argumentando hasta el infinito. E igualmente... Lo dicho. Si seguía siendo Oli el aburrido, algún día ella se daría cuenta que no era más que... Pues eso, un aburrido.
No pudo evitar reír con su retahíla, mientras la miraba de reojo. Con una sonrisilla tímida, se atrevió a decir. Oh, ¿así le vas a hablar de mí a mis nietos?... Ya sé quien va a ser la abuela favorita entonces... Si había dejado caer que los nietos iban a ser comunes, pues... Bueno, ahí quedaba. Si ella se ofendía, siempre podía tirar del malentendido, y si no... Pues eso, ahí quedaba. Frunció los labios y asintió, tratando de disimular que su corazón se emocionaba como el de un crío con esas cosas. Todos los Acción de Gracias... Tomo nota. Hasta la perspectiva de una Betty burlándose de él por eso toda su vida se le antojaba maravillosa si... Significaba lo que él creía que podía significar.
Puso una exagerada aunque bastante comedida (como era él) expresión de sorpresa en el rostro, abriendo los ojos y la boca. Ah, o sea que lo de preguntarme si me parecía bien era mero formalismo, ¿no? Porque será que no lo tenías todo bien atado. No pudo evitar reír, suspirando después. Pues qué remedio. Comentó, encogiéndose de hombros. Está bien... Todo eso que has dicho. La señaló y le dijo. Pero me debes una buena merienda, con gofres de chocolate y cosas de esa, por la tarde que voy a perder escuchando al pirado de Zimbardo. Que conste. Aunque hoy, de hecho, la invitaría a comer. E iría con ella a la reunión. Y hablaría con sus padres. Y lo que quisiera pedirle, como siempre.
En el aula había más gente de la que esperaba, lo cual le sorprendió. Ya sentados en los asientos, miró hacia los lados. Pues no has sido la única que lo ha pensado. Comentó, sin dejar de pasar la mirada por quienes se sentaban a su alrededor. ¿Crees que nos cogerán? A lo mejor no necesitan tanta gente. Ya no sabía qué pensar, porque si había tantos alumnos allí, sería por algo, Pero por otro lado, quizás rebajaba la posibilidad de que les eligieran, lo cual le aliviaba un poco. Seguía sin convencerle eso de la prisión. Sin embargo, el Doctor Zimbardo ya estaba allí, así que el sonido fue poco a poco apagándose para dejarle hablar.
Tras una leve presentación y el agradecimiento por estar presentes, el hombre procedió a explicar el experimento. Más o menos. Se trata de un experimento en el que vamos a estudiar la influencia de los grupos de pertenencia. Profundizaremos sobre ello cuando acabe, no os quiero influir con las hipótesis, quiero que actuéis como vuestro instinto os indique, es la mejor forma de estudiar el comportamiento humano, como bien sabéis. El experimento consistirá en pasar un mes viviendo en una prisión. No os preocupéis, nos han sido cedidas las instalaciones de una antigua cárcel que está en desuso actualmente, no conviviréis con presos, solo estaremos los aquí presentes que hayan sido seleccionados, y los investigadores, aunque nosotros estaremos en un departamento aparte. En este experimento, la mitad de vosotros será asignado al grupo de "funcionarios" y la otra mitad, al grupo de "presos". Simplemente haremos una recreación en la que, según el grupo en el que estéis, viviréis bajo unas condiciones y realizaréis los comportamientos que, se entiende, realizan estos grupos en una prisión. Simplemente eso, durante un mes. Como se ha explicado en el anuncio, la recompensa será de quince dólares por cada día que transcurráis en el experimento. Eso sí, se ruega formalidad y seriedad en el mismo. Podéis retiraros si en algún momento lo deseáis, pero se agradecería que, una vez inscritos, permanezcáis hasta el final del proceso, para garantizar la validez del experimento. Es muy costoso y de gran importancia, no se trata de un simple trabajo de clase, por lo que si no estáis seguros de hacerlo, agradeceríamos que no lo comenzarais. El compromiso con el experimento es fundamental.
Oliver estaba escuchando atentamente y a medida que avanzaba le iba sonando todo un poquito peor. Estaba cada vez más retrepado en su asiento, mesándose la barbilla y los labios con gesto inseguro, y mirando a Betty de reojo. ¿Sería mucho rogar que ella se hubiera arrepentido? No se veía pasando un mes en una prisión... Pero algo le decía que aquello estaba ya más que firmado.
Oh, y ahí estaba. Ese entusiasmo, esa forma de engancharse a él y darle un beso en la mejilla que automáticamente le ponía colorado, le hacía latir el corazón con violencia y le ponía una sonrisita estúpida en la cara. Ni veces que había tenido que oír que era un pardillo que se dejaba arrastrar por esa chica con demasiada facilidad. Pues sí, lo era, pero... Le merecía la pena. Y tal y como ella decía, si no fuera por su arrastre y su chispa, no haría nunca nada. ¿Se estaba dando excusas a sí mismo para justificarse? Pudiera ser, pero no tenía suficiente espíritu ni como para contradecirse a sí mismo, cuanto menos a alguien como Betty, que podía estar argumentando hasta el infinito. E igualmente... Lo dicho. Si seguía siendo Oli el aburrido, algún día ella se daría cuenta que no era más que... Pues eso, un aburrido.
No pudo evitar reír con su retahíla, mientras la miraba de reojo. Con una sonrisilla tímida, se atrevió a decir. Oh, ¿así le vas a hablar de mí a mis nietos?... Ya sé quien va a ser la abuela favorita entonces... Si había dejado caer que los nietos iban a ser comunes, pues... Bueno, ahí quedaba. Si ella se ofendía, siempre podía tirar del malentendido, y si no... Pues eso, ahí quedaba. Frunció los labios y asintió, tratando de disimular que su corazón se emocionaba como el de un crío con esas cosas. Todos los Acción de Gracias... Tomo nota. Hasta la perspectiva de una Betty burlándose de él por eso toda su vida se le antojaba maravillosa si... Significaba lo que él creía que podía significar.
Puso una exagerada aunque bastante comedida (como era él) expresión de sorpresa en el rostro, abriendo los ojos y la boca. Ah, o sea que lo de preguntarme si me parecía bien era mero formalismo, ¿no? Porque será que no lo tenías todo bien atado. No pudo evitar reír, suspirando después. Pues qué remedio. Comentó, encogiéndose de hombros. Está bien... Todo eso que has dicho. La señaló y le dijo. Pero me debes una buena merienda, con gofres de chocolate y cosas de esa, por la tarde que voy a perder escuchando al pirado de Zimbardo. Que conste. Aunque hoy, de hecho, la invitaría a comer. E iría con ella a la reunión. Y hablaría con sus padres. Y lo que quisiera pedirle, como siempre.
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En el aula había más gente de la que esperaba, lo cual le sorprendió. Ya sentados en los asientos, miró hacia los lados. Pues no has sido la única que lo ha pensado. Comentó, sin dejar de pasar la mirada por quienes se sentaban a su alrededor. ¿Crees que nos cogerán? A lo mejor no necesitan tanta gente. Ya no sabía qué pensar, porque si había tantos alumnos allí, sería por algo, Pero por otro lado, quizás rebajaba la posibilidad de que les eligieran, lo cual le aliviaba un poco. Seguía sin convencerle eso de la prisión. Sin embargo, el Doctor Zimbardo ya estaba allí, así que el sonido fue poco a poco apagándose para dejarle hablar.
Tras una leve presentación y el agradecimiento por estar presentes, el hombre procedió a explicar el experimento. Más o menos. Se trata de un experimento en el que vamos a estudiar la influencia de los grupos de pertenencia. Profundizaremos sobre ello cuando acabe, no os quiero influir con las hipótesis, quiero que actuéis como vuestro instinto os indique, es la mejor forma de estudiar el comportamiento humano, como bien sabéis. El experimento consistirá en pasar un mes viviendo en una prisión. No os preocupéis, nos han sido cedidas las instalaciones de una antigua cárcel que está en desuso actualmente, no conviviréis con presos, solo estaremos los aquí presentes que hayan sido seleccionados, y los investigadores, aunque nosotros estaremos en un departamento aparte. En este experimento, la mitad de vosotros será asignado al grupo de "funcionarios" y la otra mitad, al grupo de "presos". Simplemente haremos una recreación en la que, según el grupo en el que estéis, viviréis bajo unas condiciones y realizaréis los comportamientos que, se entiende, realizan estos grupos en una prisión. Simplemente eso, durante un mes. Como se ha explicado en el anuncio, la recompensa será de quince dólares por cada día que transcurráis en el experimento. Eso sí, se ruega formalidad y seriedad en el mismo. Podéis retiraros si en algún momento lo deseáis, pero se agradecería que, una vez inscritos, permanezcáis hasta el final del proceso, para garantizar la validez del experimento. Es muy costoso y de gran importancia, no se trata de un simple trabajo de clase, por lo que si no estáis seguros de hacerlo, agradeceríamos que no lo comenzarais. El compromiso con el experimento es fundamental.
Oliver estaba escuchando atentamente y a medida que avanzaba le iba sonando todo un poquito peor. Estaba cada vez más retrepado en su asiento, mesándose la barbilla y los labios con gesto inseguro, y mirando a Betty de reojo. ¿Sería mucho rogar que ella se hubiera arrepentido? No se veía pasando un mes en una prisión... Pero algo le decía que aquello estaba ya más que firmado.
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A veces, Oli se hacía unas componendas de futuro muy grandiosas y que a ella no le interesaban ni lo más mínimo, porque ahora mismo, Betty solo podía pensar en, como muy lejos, el día que empezara ese experimento que se moría de ganas de hacer. Pero claro, estaba convenciendo a Oliver, no podía llegar y romperle los sueños. Así que simplemente sonrió con carita de niña bueno y dijo. — Sí es que eres una monada. — Se levantó de un salto y dijo cantarina. — ¡Pues claro! Te voy a llevar a Santa Monica y vamos a coger diabetes de todo el dulce que vamos a comer para compensarlo. — Y, ¿qué era una tarde en Santa Monica con su mejor amigo? Si la recompensa era hacer historia de psicología.
Obviamente, y contra todo lo que había dicho el agonías de Oliver, había muchísima gente que había pensado igual que ella: que aquello era una ideaza. Y en cuanto Zimbardo se puso a explicarla, los ojos de Betty se fuero abriendo cada vez más, y casi no podía contener el entusiasmo. — Oli, Oli, ¿estás oyendo esto? — Susurró. — ¡Es brillante! ¿Sabes la de cosas que vamos a poder explicar con ello? Es que no doy crédito, es que va a ser histórico. — Antes lo pensaba pero ahora tenía la confirmación absoluta. — ¿Tú sabes lo que va a poder ser decir “estuve en el experimento de la Universidad de Stanford con el doctor Zimbardo”? Media carrera laboral hecha ya. — Igual se estaba viniendo un poco arriba, pero es que, si fuera por ella, se iban ya mismo a la cárcel.
Cuando Zimbardo terminó de hablar, tiró de Oli. — Vamos a apuntarnos ya, pero ya. No sé si prefiero que nos toque en grupos separados o en el mismo, sea como sea va a ser la mar de interesante. — Le agitó y sonrió ampliamente. — ¡Vamos, Oli por favor! Un poco de energía, que va a pensar el profesor que no quieres apuntarte, y ya ha dicho que dubitativos no. — Ya sabía ella que su amigo estaba dubitativo no, lo siguiente, pero no iba a caer ella también en aquel poco entusiasmo.
Se levantaron y se acercaron a la mesa. — Buenas tardes, profesor. — Saludó cantarina mientras cogía la lista que le ofrecía el hombre y firmaba los consentimientos necesarios agarrados en el portafolios. — Estoy deseando empezar. ¿Cuándo vamos a saber qué grupo somos? — Zimbardo puso una leve sonrisa y ladeó la cabeza. — El mismo día que empiece. Hasta entonces es todo alto secreto. — Ella sonrió más aún. — Perfecto. — Terminó de firmar y se lo entregó. — Gracias, señorita Draper, su actitud es la que hace falta para este experimento. — Y ella rio alegremente. Pues sí, era un profesional y amaba su ciencia, haría lo que fuera por ello.
***
Obviamente, y contra todo lo que había dicho el agonías de Oliver, había muchísima gente que había pensado igual que ella: que aquello era una ideaza. Y en cuanto Zimbardo se puso a explicarla, los ojos de Betty se fuero abriendo cada vez más, y casi no podía contener el entusiasmo. — Oli, Oli, ¿estás oyendo esto? — Susurró. — ¡Es brillante! ¿Sabes la de cosas que vamos a poder explicar con ello? Es que no doy crédito, es que va a ser histórico. — Antes lo pensaba pero ahora tenía la confirmación absoluta. — ¿Tú sabes lo que va a poder ser decir “estuve en el experimento de la Universidad de Stanford con el doctor Zimbardo”? Media carrera laboral hecha ya. — Igual se estaba viniendo un poco arriba, pero es que, si fuera por ella, se iban ya mismo a la cárcel.
Cuando Zimbardo terminó de hablar, tiró de Oli. — Vamos a apuntarnos ya, pero ya. No sé si prefiero que nos toque en grupos separados o en el mismo, sea como sea va a ser la mar de interesante. — Le agitó y sonrió ampliamente. — ¡Vamos, Oli por favor! Un poco de energía, que va a pensar el profesor que no quieres apuntarte, y ya ha dicho que dubitativos no. — Ya sabía ella que su amigo estaba dubitativo no, lo siguiente, pero no iba a caer ella también en aquel poco entusiasmo.
Se levantaron y se acercaron a la mesa. — Buenas tardes, profesor. — Saludó cantarina mientras cogía la lista que le ofrecía el hombre y firmaba los consentimientos necesarios agarrados en el portafolios. — Estoy deseando empezar. ¿Cuándo vamos a saber qué grupo somos? — Zimbardo puso una leve sonrisa y ladeó la cabeza. — El mismo día que empiece. Hasta entonces es todo alto secreto. — Ella sonrió más aún. — Perfecto. — Terminó de firmar y se lo entregó. — Gracias, señorita Draper, su actitud es la que hace falta para este experimento. — Y ella rio alegremente. Pues sí, era un profesional y amaba su ciencia, haría lo que fuera por ello.
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Era de noche... No, no era de noche, era temprano. Pero como muy temprano. Apretó los ojos y se removió en la cama, quejoso, con el cuerpo un tanto cortado por el frío. No recordaba qué estaba soñando pero debía haberse despertado por algo... No, no se había despertado espontáneamente. Había un ruido fuera.
Se sobresaltó, aún con los ojos pegados, y miró el reloj. ¿Pero qué? ¿Estaban llamando a la puerta? Pero si eran las cuatro de la mañana. Y no llamando con normalidad, estaban aporreando la puerta con violencia. Parpadeó con fuerza. ¿Quién demonios llamaba a esas horas? Ya empezaba a asustarse, se le puso el corazón en la garganta. ¿Sería un ladrón o algo? Joder... ¿Ahora qué? ¿Llamaba a la policía, o hacía como que no estaba?
- ¡Oliver McQuarrie! ¡Sabemos que está ahí! - Abrió los ojos como platos. ¿¿Qué cojones...?? ¿Quién le buscaba, por qué y, sobre todo, quién y por qué le buscaba a esas horas y de esa manera? - ¡Oliver McQuarrie, abra la puerta inmediatamente! - Tragó saliva. - ¡Es una orden policial! - ¿¿Policial?? Vale, a ver... Ahí tenía que haber un error. Él era un buen chico, un estudiante normal y corriente y estaba tan tranquilo en su cama antes de que empezaran a aporrearle la puerta. O era mentira, o realmente era la policía, y siendo así, debía ser un error. Sigilosamente se acercó a la puerta y miró por la mirilla... Pues sí, parecía la policía, y bastante policía además. Vale, Oliver, relájate, se dijo a sí mismo. No había hecho nada, así que solo tenía que abrir y explicarlo y todo quedaría en un susto muy bizarro...
Había sido demasiado iluso pensando eso. Apenas le dio tiempo a despegar los labios, porque fue abrir la puerta y entraron en su casa como si de una redada se tratara, derribándole en el suelo y esposándolo. - ¡Oliver McQuarrie, queda detenido! - ¡Ha habido un error! ¡Oigan! ¡Por favor, no he hecho nada! - ¿¿Qué coño estaba pasando?? Se estaba asustando de verdad, pero por más que intentaba gritar y zafarse, al parecer, solo lo estaba empeorando, porque la policía ya se lo estaba llevando a rastras, a las cuatro de la mañana y como si de un secuestro se tratase, de su propia casa.
Se sobresaltó, aún con los ojos pegados, y miró el reloj. ¿Pero qué? ¿Estaban llamando a la puerta? Pero si eran las cuatro de la mañana. Y no llamando con normalidad, estaban aporreando la puerta con violencia. Parpadeó con fuerza. ¿Quién demonios llamaba a esas horas? Ya empezaba a asustarse, se le puso el corazón en la garganta. ¿Sería un ladrón o algo? Joder... ¿Ahora qué? ¿Llamaba a la policía, o hacía como que no estaba?
- ¡Oliver McQuarrie! ¡Sabemos que está ahí! - Abrió los ojos como platos. ¿¿Qué cojones...?? ¿Quién le buscaba, por qué y, sobre todo, quién y por qué le buscaba a esas horas y de esa manera? - ¡Oliver McQuarrie, abra la puerta inmediatamente! - Tragó saliva. - ¡Es una orden policial! - ¿¿Policial?? Vale, a ver... Ahí tenía que haber un error. Él era un buen chico, un estudiante normal y corriente y estaba tan tranquilo en su cama antes de que empezaran a aporrearle la puerta. O era mentira, o realmente era la policía, y siendo así, debía ser un error. Sigilosamente se acercó a la puerta y miró por la mirilla... Pues sí, parecía la policía, y bastante policía además. Vale, Oliver, relájate, se dijo a sí mismo. No había hecho nada, así que solo tenía que abrir y explicarlo y todo quedaría en un susto muy bizarro...
Había sido demasiado iluso pensando eso. Apenas le dio tiempo a despegar los labios, porque fue abrir la puerta y entraron en su casa como si de una redada se tratara, derribándole en el suelo y esposándolo. - ¡Oliver McQuarrie, queda detenido! - ¡Ha habido un error! ¡Oigan! ¡Por favor, no he hecho nada! - ¿¿Qué coño estaba pasando?? Se estaba asustando de verdad, pero por más que intentaba gritar y zafarse, al parecer, solo lo estaba empeorando, porque la policía ya se lo estaba llevando a rastras, a las cuatro de la mañana y como si de un secuestro se tratase, de su propia casa.
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Le habían dicho que tenía que presentarse a las 6:00 en la cárcel. Betty estaba ahí a las 5:50, porque tenía tantas ganas de empezar que no podía esperar, la verdad. ¿Qué grupo le tocaría? Ay, no sabía que prefería, la verdad. A ver, como preferir, prefería funcionaria, para demostrar que ella podría imponer autoridad si quisiera, pero sin ser cruel ni nada… El problema es que estaba segura que los que hicieran de presos no lo iban a hacer bien, porque a ver… Ninguno de ellos era delincuente como tal, e iban a actuar como buenas personas y eso… Y claro, iba a ser poco creíble.
La bomba que había caído en su casa al contar los detalles (no todos) había sido bastante controlada. Su padre se limitó a sorber la sopa como hacía siempre, sus hermanos pequeños se pusieron a fabular y su madre solo preguntó “¿y vais a dormir separados mujeres y hombres?”. En fin, las cosas de su madre. Y hablando de dormir, ella apenas había dormido, porque aquella cárcel estaba lejísimos, y entre los nervios y el transporte se le habían ido las horas de descanso. En las puertas de la cárcel le pidieron la identificación y la apuntaron en una lista antes de abrir una pesada puerta. ¿Pero no que aquella cárcel ya no se usaba? ¿Por qué tenían lo que Betty creía que serían las medidas normales de una cárcel con delincuentes reales dentro?
Cuando llegó, no vio a Oli por allí. No iría a llegar tarde, o a echarse para atrás, el muy huevón. Ay, de verdad, como se echara para atrás, su madre iba a buscarla en el momento en el que se enterase y ni cárcel ni cárcela, parecía que la estuviera oyendo. Lo que sí tenía delante eran algunos de los compañeros y se acercó a una. — Hola, ¿os han repartido ya los grupos? — La chica la miró un poco somnolienta. — Acércate al mostrador, pero vamos, si estás aquí es que eres funcionaria. Que te den el pack. — Betty parpadeó. O sea, que cabía la posibilidad de que Oli fuera preso. Y ella funcionaria. Puf. Se acercó al mostrador y la mujer de allí, con cara de pocos amigos le dijo. — Nombre y apellidos. — Beatrice Farrah Draper. — Chequeó una lista y le dio un paquete. — No lo abra hasta que les hagan pasar. — Cogió el paquete y se sentó a esperar.
En aquellos menos de diez minutos, solo pasaron compañeros masculinos, que se fueron sentando alrededor de ellas, todos muy en silencio. Betty aprovechó para observar su entorno. Garantizado que la cárcel parecía vieja, pero también parecía en completo uso: había avisos en los tablones, papeles, electrodomésticos y luces bastante actuales… En fin, empezaba a darle un poco de mal rollo. Y ya sí que sí, estaba segura de que Oliver había caído en el otro grupo. Seguro que se lo iba a poner difícil con el rol, vaya, como si lo viera.
— Funcionarios clase A, por favor, pasen al salón de actos. — Dijo Zimbardo, apareciendo por la sala y despertando a más de uno. El salón era escueto, casi monacal, pero tenía un pequeño escenario. Para las actividades de la cárcel, suponía. — Bien, queridos alumnos, este es el último momento en el que voy a dirigirme así a ustedes. El experimento empieza ya. A partir de ahora son los señores o señoritas funcionarios, y yo el director Zimbardo, el máximo responsable de esta cárcel. Abran los paquetes. — Todos obedecieron. — Ahí están sus uniformes, identificaciones, las distintas llaves y demás cosas que formarán parte de su equipo de funcionario de prisiones. En sus taquillas encontrarán sus horarios de trabajo, el parte de incidencias y un guion con las actividades previstas para cada turno. La parte que utilizaremos como cárcel será solo el ala norte y los patios nordeste y noroeste. El módulo sur será lo que represente su edificio de viviendas. Allí hemos instalado una tienda donde podrán comprar lo que les haga falta para los apartamentos además de cosas de higiene personal. Todo muy básico, pero suficiente para lo que dure el experimento. Y aquí acaba la introducción. Comienza el experimento de la cárcel de Stanford. Diríjanse a los vestuarios, a sus taquillas, se cambian y vuelven para recibir la formación. —
A las nueve de la mañana, Betty era una persona distinta a la que había entrado, lo podría jurar. Le había tocado en el apartamento con May, la otra chica (obviamente, lo cual, además resolvía la duda de su madre), lo cual le indicaba que el resto de chicas, que no eran muchas, debían ser del otro grupo. Pero lo que había vivido en aquellas escasas tres horas, era otra cosa. La formación sobre castigos, técnicas de reducción y protocolos había sido entre terrorífica y tremendamente estimulante. Le había entregado una porra y un táser, no daba crédito, de hecho aún iba con un poco de miedo de provocarse a sí misma un problema con el táser, desde luego. Y ya tenía que pasar a hacer “su turno” de prueba. Tendría que ver a su mejor amigo de toda la vida como un preso. Tragó saliva. Se encendería un cigarrillo, pero les habían dicho que cerca de los internos, nada de objetos que pudieran ser utilizados como arma. Y eso le había parecido un poquito excesivo, porque experimento y todo lo que tu quieras, pero Oli no tenía ni idea de como convertir un brick de leche en una navaja. Respiró hondo y salió. Allá iba.
La bomba que había caído en su casa al contar los detalles (no todos) había sido bastante controlada. Su padre se limitó a sorber la sopa como hacía siempre, sus hermanos pequeños se pusieron a fabular y su madre solo preguntó “¿y vais a dormir separados mujeres y hombres?”. En fin, las cosas de su madre. Y hablando de dormir, ella apenas había dormido, porque aquella cárcel estaba lejísimos, y entre los nervios y el transporte se le habían ido las horas de descanso. En las puertas de la cárcel le pidieron la identificación y la apuntaron en una lista antes de abrir una pesada puerta. ¿Pero no que aquella cárcel ya no se usaba? ¿Por qué tenían lo que Betty creía que serían las medidas normales de una cárcel con delincuentes reales dentro?
Cuando llegó, no vio a Oli por allí. No iría a llegar tarde, o a echarse para atrás, el muy huevón. Ay, de verdad, como se echara para atrás, su madre iba a buscarla en el momento en el que se enterase y ni cárcel ni cárcela, parecía que la estuviera oyendo. Lo que sí tenía delante eran algunos de los compañeros y se acercó a una. — Hola, ¿os han repartido ya los grupos? — La chica la miró un poco somnolienta. — Acércate al mostrador, pero vamos, si estás aquí es que eres funcionaria. Que te den el pack. — Betty parpadeó. O sea, que cabía la posibilidad de que Oli fuera preso. Y ella funcionaria. Puf. Se acercó al mostrador y la mujer de allí, con cara de pocos amigos le dijo. — Nombre y apellidos. — Beatrice Farrah Draper. — Chequeó una lista y le dio un paquete. — No lo abra hasta que les hagan pasar. — Cogió el paquete y se sentó a esperar.
En aquellos menos de diez minutos, solo pasaron compañeros masculinos, que se fueron sentando alrededor de ellas, todos muy en silencio. Betty aprovechó para observar su entorno. Garantizado que la cárcel parecía vieja, pero también parecía en completo uso: había avisos en los tablones, papeles, electrodomésticos y luces bastante actuales… En fin, empezaba a darle un poco de mal rollo. Y ya sí que sí, estaba segura de que Oliver había caído en el otro grupo. Seguro que se lo iba a poner difícil con el rol, vaya, como si lo viera.
— Funcionarios clase A, por favor, pasen al salón de actos. — Dijo Zimbardo, apareciendo por la sala y despertando a más de uno. El salón era escueto, casi monacal, pero tenía un pequeño escenario. Para las actividades de la cárcel, suponía. — Bien, queridos alumnos, este es el último momento en el que voy a dirigirme así a ustedes. El experimento empieza ya. A partir de ahora son los señores o señoritas funcionarios, y yo el director Zimbardo, el máximo responsable de esta cárcel. Abran los paquetes. — Todos obedecieron. — Ahí están sus uniformes, identificaciones, las distintas llaves y demás cosas que formarán parte de su equipo de funcionario de prisiones. En sus taquillas encontrarán sus horarios de trabajo, el parte de incidencias y un guion con las actividades previstas para cada turno. La parte que utilizaremos como cárcel será solo el ala norte y los patios nordeste y noroeste. El módulo sur será lo que represente su edificio de viviendas. Allí hemos instalado una tienda donde podrán comprar lo que les haga falta para los apartamentos además de cosas de higiene personal. Todo muy básico, pero suficiente para lo que dure el experimento. Y aquí acaba la introducción. Comienza el experimento de la cárcel de Stanford. Diríjanse a los vestuarios, a sus taquillas, se cambian y vuelven para recibir la formación. —
A las nueve de la mañana, Betty era una persona distinta a la que había entrado, lo podría jurar. Le había tocado en el apartamento con May, la otra chica (obviamente, lo cual, además resolvía la duda de su madre), lo cual le indicaba que el resto de chicas, que no eran muchas, debían ser del otro grupo. Pero lo que había vivido en aquellas escasas tres horas, era otra cosa. La formación sobre castigos, técnicas de reducción y protocolos había sido entre terrorífica y tremendamente estimulante. Le había entregado una porra y un táser, no daba crédito, de hecho aún iba con un poco de miedo de provocarse a sí misma un problema con el táser, desde luego. Y ya tenía que pasar a hacer “su turno” de prueba. Tendría que ver a su mejor amigo de toda la vida como un preso. Tragó saliva. Se encendería un cigarrillo, pero les habían dicho que cerca de los internos, nada de objetos que pudieran ser utilizados como arma. Y eso le había parecido un poquito excesivo, porque experimento y todo lo que tu quieras, pero Oli no tenía ni idea de como convertir un brick de leche en una navaja. Respiró hondo y salió. Allá iba.
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¡Todos en fila india! ¡¡Fila india, he dicho!! - La voz salía de un megáfono, ni siquiera sabían de donde provenía. Todos obedecieron, porque cuando la policía le dejó allí solo tuvo que ver la cara de miedo y desconcierto de la mayoría de los presentes para intuir que a todos les habían conducido a la prisión de esa forma tan poco hospitalaria. Decía la mayoría, y no todos, porque alguno que otro parecía tener ganas de reírse. Debía hacerle mucha gracia lo realista de aquel experimento. Ya, pues a Oliver no le hacía gracia ninguna, y no fue el único. Porque, de buenas a primeras y sin que nadie se lo esperaba, al chico que más se reía y hablaba mientras los demás, aturdidos y en silencio, se apiñaba como farolas apagadas esperando que les dijeran que hacer, le cayó un fuerte rayo de agua que lo derribó en el suelo e hizo que todos los demás se apartaran, espantados y desconcertados. La mangera debía estar sosteniéndola alguien desde uno de los laterales de aquel inmenso pasillo en el que se encontraban, pero estaba en la penumbra, no atisbaban a verle bien. Estuvieron rociándole tanto rato con agua a presión que el chico acabó suplicando que pararan, y no fue el único. Y al valiente al que se le ocurrió decir que detuvieran el ataque contra su compañero, le cayó el mismo castigo.
Apenas llevaba una hora de experimento y ya quería salir corriendo. Porque esperaba que aquello fuera el experimento y que no le hubieran secuestrado y elegido como persona a la que torturar alguna secta o algo, que empezaba a planteárselo también. La megafonía insistió en que se pusieran en fila india y eso hicieron. Todos eran chicos, no sabía si porque todas las chicas habían caído en el grupo de las policías, o porque les habían separado de ellas. Después de lo que él calculó que fueron por lo menos dos horas simplemente allí de pie, parados como estatuas, en fila india, les abrieron una puerta y les pidieron que la atravesaran de uno en uno. Al otro lado les esperaba una mujer con una maquinilla de afeitar. Espera, ¿le iban a rapar? ¿En serio? ¿Estaba a tiempo de renunciar a eso? No quería más de ese experimento. Se estaban pasando cien pueblos y solo acababan de empezar.
Cuando llegó su turno, miró aterrado a la mujer, y al policía que la acompañara. - O... oigan, yo... - ¿Alguien te ha dado permiso para hablar? -Cerró la boca, con cara de conejillo asustado. Antes de que se le acercara con la maquinilla, trató de hablar de nuevo, a la desesperada. - Quiero renunciar al experimento. - Haberlo pensado antes de hacer lo que hiciste. - Pero si yo no... - ¡Que cierres la boca! - ¿¿Pero qué era todo eso?? Quería llorar. ¿Dónde estaba Betty? ¿Ella era presa también? Dios, ¿le habrían cortado el pelo también a ella? Eso a una chica le dolería mucho más que a él, y eso que sentía como se le clavaba en el corazón cada mechón de pelo que veía caer al suelo. Respiró hondo y deseó que estuviera entre los policías. Al menos podría intentar pedirle que le tratara bien. Era Betty, al fin y al cabo. Sí, esos policías de verdad le tratarían como escoria, ¿pero sus propios compañeros? ¿Viéndoles sufrir? No, ellos no iban a hacer eso, ¡obviamente! ¡Es que era de locos!
Tras pasar todos por la "peluquera", les condujeron a sus celdas. Eran unos altos barracones con dos hileras de pasillos situadas en un cuarto piso, y el patio interno en el que habían esperado dos horas en fila quedaba justo abajo. Mirar daba muchísimo vértigo por su estrechez, por lo que se pegó a la pared. Pero, al mirar al pasillo de enfrente, se dio cuenta de que las chicas estaban ahí. O sea que sí había chicas presas, solo que estaban separadas. Ni siquiera sabía cómo se conectaban esos pasillos, parecía que había que bajar al patio y volver a subir. Al menos no las habían rapado a ellas también, pero todas llevaban el pelo recogido. Afinó la vista a ver si lograba distinguir a Betty, pero le estaban prácticamente empujando para que siguiera caminando en la fila de presos. Hasta que llegaron a su celda.
No conocía a su compañero, pero le identificó como el chico que se llevó el manguerazo. Le habían dado algo así como un pijama que ciertamente parecía de película de cárceles, así como una especie de chándal. Nada más. Pues... era la ropa que tenía, al parecer: el pijama, el chándal y lo que llevaba puesto, que de hecho era otro pijama (más bien una camiseta y un pantalón cómodos que supuso que podía usarse a unas malas para andar por allí... vaya, ya parecía un mendigo y solo acababa de entrar). Sus cosas se habían quedado en su casa, obviamente, y lo poco que llevaba encima (como su reloj) se lo habían quitado. Lo puso en lo que supuso que era la cama, que parecía de todo menos cómoda. Esto tiene que ser una broma, o, al menos, esperaba que no durara mucho. Miró a su compañero de celda, porque intuía que eso eran ahora, y le preguntó. - ¿Estás bien? - El otro tardó un poco en responder. Estaba muy callado y ceñudo, pero al final simplemente asintió con rapidez. Al cabo de unos segundos, como si la imagen y el sonido fuesen desfasados, añadió. - Sí... sí, sí. - Se le escapó una risa, que claramente quería forzar para quitarle gravedad al tema, y mirando a Oliver le dijo. - Un poco excesivo esto ¿eh? Parece de broma. ¿No crees? - Oli ladeó una sonrisa amarga. - Una broma un poco cruel, ¿no te parece? - El otro soltó una mezcla entre un bufido y una risa. Notaba que intentaba fingir normalidad pero que estaba ciertamente agobiado. Como él.
Pero entonces, cerraron la celda tras ellos, y la sensación era mucho más claustrofóbica de lo que jamás había imaginado. Se fue casi corriendo hacia los barrotes y se enganchó a estos, viendo como el resto de presos continuaban su travesía. Se quedó ahí, jadeando, unos instantes. No atinaba a ver a las chicas que ocupaban las celdas del pasillo de enfrente, y desde su posición tampoco veía a los presos de las celdas contiguas. Era como tener delante una pared con dibujos muy sosos, en blanco y negro. Su respiración se aceleraba cada vez más, agobiado, cuando escuchó los pasos. Venían varios policías por el pasillo... Y ahí la vio, y se le abrieron los ojos como platos. - Betty. ¡¡Betty!! - Apremió. No quería gritar ni llamar demasiado la atención, pero necesitaba ayuda, una mano amiga, o algo. Con urgencia. - ¡Betty! ¡Estoy aquí! -
Apenas llevaba una hora de experimento y ya quería salir corriendo. Porque esperaba que aquello fuera el experimento y que no le hubieran secuestrado y elegido como persona a la que torturar alguna secta o algo, que empezaba a planteárselo también. La megafonía insistió en que se pusieran en fila india y eso hicieron. Todos eran chicos, no sabía si porque todas las chicas habían caído en el grupo de las policías, o porque les habían separado de ellas. Después de lo que él calculó que fueron por lo menos dos horas simplemente allí de pie, parados como estatuas, en fila india, les abrieron una puerta y les pidieron que la atravesaran de uno en uno. Al otro lado les esperaba una mujer con una maquinilla de afeitar. Espera, ¿le iban a rapar? ¿En serio? ¿Estaba a tiempo de renunciar a eso? No quería más de ese experimento. Se estaban pasando cien pueblos y solo acababan de empezar.
Cuando llegó su turno, miró aterrado a la mujer, y al policía que la acompañara. - O... oigan, yo... - ¿Alguien te ha dado permiso para hablar? -Cerró la boca, con cara de conejillo asustado. Antes de que se le acercara con la maquinilla, trató de hablar de nuevo, a la desesperada. - Quiero renunciar al experimento. - Haberlo pensado antes de hacer lo que hiciste. - Pero si yo no... - ¡Que cierres la boca! - ¿¿Pero qué era todo eso?? Quería llorar. ¿Dónde estaba Betty? ¿Ella era presa también? Dios, ¿le habrían cortado el pelo también a ella? Eso a una chica le dolería mucho más que a él, y eso que sentía como se le clavaba en el corazón cada mechón de pelo que veía caer al suelo. Respiró hondo y deseó que estuviera entre los policías. Al menos podría intentar pedirle que le tratara bien. Era Betty, al fin y al cabo. Sí, esos policías de verdad le tratarían como escoria, ¿pero sus propios compañeros? ¿Viéndoles sufrir? No, ellos no iban a hacer eso, ¡obviamente! ¡Es que era de locos!
Tras pasar todos por la "peluquera", les condujeron a sus celdas. Eran unos altos barracones con dos hileras de pasillos situadas en un cuarto piso, y el patio interno en el que habían esperado dos horas en fila quedaba justo abajo. Mirar daba muchísimo vértigo por su estrechez, por lo que se pegó a la pared. Pero, al mirar al pasillo de enfrente, se dio cuenta de que las chicas estaban ahí. O sea que sí había chicas presas, solo que estaban separadas. Ni siquiera sabía cómo se conectaban esos pasillos, parecía que había que bajar al patio y volver a subir. Al menos no las habían rapado a ellas también, pero todas llevaban el pelo recogido. Afinó la vista a ver si lograba distinguir a Betty, pero le estaban prácticamente empujando para que siguiera caminando en la fila de presos. Hasta que llegaron a su celda.
No conocía a su compañero, pero le identificó como el chico que se llevó el manguerazo. Le habían dado algo así como un pijama que ciertamente parecía de película de cárceles, así como una especie de chándal. Nada más. Pues... era la ropa que tenía, al parecer: el pijama, el chándal y lo que llevaba puesto, que de hecho era otro pijama (más bien una camiseta y un pantalón cómodos que supuso que podía usarse a unas malas para andar por allí... vaya, ya parecía un mendigo y solo acababa de entrar). Sus cosas se habían quedado en su casa, obviamente, y lo poco que llevaba encima (como su reloj) se lo habían quitado. Lo puso en lo que supuso que era la cama, que parecía de todo menos cómoda. Esto tiene que ser una broma, o, al menos, esperaba que no durara mucho. Miró a su compañero de celda, porque intuía que eso eran ahora, y le preguntó. - ¿Estás bien? - El otro tardó un poco en responder. Estaba muy callado y ceñudo, pero al final simplemente asintió con rapidez. Al cabo de unos segundos, como si la imagen y el sonido fuesen desfasados, añadió. - Sí... sí, sí. - Se le escapó una risa, que claramente quería forzar para quitarle gravedad al tema, y mirando a Oliver le dijo. - Un poco excesivo esto ¿eh? Parece de broma. ¿No crees? - Oli ladeó una sonrisa amarga. - Una broma un poco cruel, ¿no te parece? - El otro soltó una mezcla entre un bufido y una risa. Notaba que intentaba fingir normalidad pero que estaba ciertamente agobiado. Como él.
Pero entonces, cerraron la celda tras ellos, y la sensación era mucho más claustrofóbica de lo que jamás había imaginado. Se fue casi corriendo hacia los barrotes y se enganchó a estos, viendo como el resto de presos continuaban su travesía. Se quedó ahí, jadeando, unos instantes. No atinaba a ver a las chicas que ocupaban las celdas del pasillo de enfrente, y desde su posición tampoco veía a los presos de las celdas contiguas. Era como tener delante una pared con dibujos muy sosos, en blanco y negro. Su respiración se aceleraba cada vez más, agobiado, cuando escuchó los pasos. Venían varios policías por el pasillo... Y ahí la vio, y se le abrieron los ojos como platos. - Betty. ¡¡Betty!! - Apremió. No quería gritar ni llamar demasiado la atención, pero necesitaba ayuda, una mano amiga, o algo. Con urgencia. - ¡Betty! ¡Estoy aquí! -
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L¿Qué se suponía que tenía que hacer si se ponían farrucos con ella? ¿Lo iban a hacer? ¡Por Dios, si eran compañeros suyos de la carrera! Ella sabía a ciencia cierta que no eran peligrosos… Bueno, igual fingían serlo, y ella podía fingir ser dura y estricta, pero, ¿hasta qué punto? Supongo que lo descubriré con la experiencia, como todo, se dijo mientras tomaba una profunda respiración y salía hacia el pasillo.
Al principio, fue fácil. Costaba reconocer las miradas de los chicos con aquellas cabezas rapadas, y había logrado no pensar qué estaría haciendo Oliver y si le habrían rapado a él, cuando un grito desesperado la sacó de dudas. Se le oía realmente mal. Había tres funcionario más allí, y no podía demostrar debilidad… Por no hablar de que si se salía del papel, estropearía el experimento. Eso Oliver lo entendía, tenía que entenderlo, se lo habrían explicado y él quería ser psicólogo como ella, sabía que esto era un experimento… Vale, tenía que reunir fuerzas.
Eres una funcionaria, él es un tipo peligroso, igual a violado a una chica, o a atracado a una pobre ancianita joyera para robarle cien dólares de la caja, podría ser. Es mala gente y no hay por qué tenerle ninguna pena, se decía mientras se acercaba a su altura. — Silencio, 38. — dijo dirigiéndose a él con el número en su mono. — Ahora toca el recuento, cuando termine, si tienes algo que decir a los funcionarios, puedes hacerlo. —
El corazón le latía tan fuerte que sentía palpitar todo el cuerpo. ¿De verdad había usado ese tono? ¿Hablado así a su mejor amigo de toda la vida? ¿Se lo contaría a sus familias al salir? Sería problema de la Betty del futuro en todo caso, y explicarían lo que hiciera falta, o el experimento sería tan exitoso que se explicaría solo. De momento, llegaron al final de la fila y allí empezaron el recuento, y ella trataba de ser muy firme, pero estaba temblando por dentro. — Lo estás haciendo genial. Mantengámonos así. — Le susurró su compañera, que llevaba la carpeta en la que iban apuntando los nombres que comprobaban los dos compañeros de delante. Bien, eso era todo lo que necesitaba para seguir, y seguro que lo que necesitaba Oli.
— ¡Hijos de puta! Os ha tocado en el lado bueno y estáis muy a gustito, ¿eh? — ¡Eso! Sed valientes y parad esto, sabéis que está siendo completamente injusto. — ¡Eh! ¡Escuchadnos! — Y antes de que pudiera percatarse, uno de ellos le había agarrado del antebrazo sacando las manos de la reja y, antes de que pudiera zafarse, uno de los compañeros le había dado al tipo con la porra en la mano y un calambrazo con la taser. — Tienes que ser más rápida, Draper. Son gentuza. — Afirmó, demasiado seguro, como si supiera algo de aquel chico que ella no.
Al principio, fue fácil. Costaba reconocer las miradas de los chicos con aquellas cabezas rapadas, y había logrado no pensar qué estaría haciendo Oliver y si le habrían rapado a él, cuando un grito desesperado la sacó de dudas. Se le oía realmente mal. Había tres funcionario más allí, y no podía demostrar debilidad… Por no hablar de que si se salía del papel, estropearía el experimento. Eso Oliver lo entendía, tenía que entenderlo, se lo habrían explicado y él quería ser psicólogo como ella, sabía que esto era un experimento… Vale, tenía que reunir fuerzas.
Eres una funcionaria, él es un tipo peligroso, igual a violado a una chica, o a atracado a una pobre ancianita joyera para robarle cien dólares de la caja, podría ser. Es mala gente y no hay por qué tenerle ninguna pena, se decía mientras se acercaba a su altura. — Silencio, 38. — dijo dirigiéndose a él con el número en su mono. — Ahora toca el recuento, cuando termine, si tienes algo que decir a los funcionarios, puedes hacerlo. —
El corazón le latía tan fuerte que sentía palpitar todo el cuerpo. ¿De verdad había usado ese tono? ¿Hablado así a su mejor amigo de toda la vida? ¿Se lo contaría a sus familias al salir? Sería problema de la Betty del futuro en todo caso, y explicarían lo que hiciera falta, o el experimento sería tan exitoso que se explicaría solo. De momento, llegaron al final de la fila y allí empezaron el recuento, y ella trataba de ser muy firme, pero estaba temblando por dentro. — Lo estás haciendo genial. Mantengámonos así. — Le susurró su compañera, que llevaba la carpeta en la que iban apuntando los nombres que comprobaban los dos compañeros de delante. Bien, eso era todo lo que necesitaba para seguir, y seguro que lo que necesitaba Oli.
— ¡Hijos de puta! Os ha tocado en el lado bueno y estáis muy a gustito, ¿eh? — ¡Eso! Sed valientes y parad esto, sabéis que está siendo completamente injusto. — ¡Eh! ¡Escuchadnos! — Y antes de que pudiera percatarse, uno de ellos le había agarrado del antebrazo sacando las manos de la reja y, antes de que pudiera zafarse, uno de los compañeros le había dado al tipo con la porra en la mano y un calambrazo con la taser. — Tienes que ser más rápida, Draper. Son gentuza. — Afirmó, demasiado seguro, como si supiera algo de aquel chico que ella no.
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Sonrió esperanzado cuando vio a Betty acercarse... Pero le mandó a callar. Se le borró la sonrisa de golpe, y en sus ojos solo se veía desconcierto. Le había llamado... ¿número 38? Él ni siquiera se había dado cuenta de que llevara número alguno. De hecho, tal era su desconcierto que se miró el pecho un instante, comprobando si realmente se refería a él, y luego volvió a mirarla. - Betty... Betty, esto no... - Pero otro de los funcionarios dio un golpe con la porra en los barrotes que le hizo dar un salto hacia atrás, sobresaltado y asustado. ¿Qué estaba pasando? De verdad que tenía que ser una broma, pero cada vez le hacía menos gracia.
Pero la chica pasó de largo, y por más que trató de asomarse, los barrotes no le dejaban ver mucho más allá de lo que tenía delante. Había jaleo a su alrededor, gritos de la gente, seguramente de otros presos... pero él se sentía como en el interior de una pompa. Su respiración estaba agitada y los ojos se le llenaron de lágrimas. ¿Estaba... solo? ¿Betty le había dejado solo en aquello? Se había metido ahí por ella, pero... No, no podía ser. Tenía que tener una explicación. Quizás la tenían asustada también y había reaccionado como había podido y luego venía y se disculpaba, o le daba alguna explicación. Él solo sabía... que estaba muerto de miedo. Que aquello no le gustaba nada. Y que su cabeza no paraba de repetirle una y otra vez lo arrepentido que estaba de haber accedido a hacer aquel experimento.
- Dime que no era tu novia. - Preguntó su compañero, realmente preocupado porque la respuesta fuera sí. Oliver le miró, aún aturdido, y al cabo de unos segundos negó. - No... No, es una amiga... Una amiga de la infancia, y mi compañera. - Pues ha pasado de ti. Peor, parecía que ni te conocía. - Comentó el otro, casi consternado, y acto seguido perdió la mirada a través de los barrotes, aunque seguía sentado en la cama, con los antebrazos apoyados en las rodillas y pose resignada. - Esto... esto es de locos. Esto no es normal. No va a salir bien. - Pero... es... un experimento de la universidad. De un profesor. - Da igual. A esa gente se le ha ido la cabeza. - Le miró. - Me han tratado como a un criminal. Y a ti también. - Se encogió bruscamente de hombros. - ¿Qué significa esto? ¿Quiénes se creen que son? Los grupos han sido asignados por azar, ¿es que están tontos o qué? - A pesar de lo indignado de sus palabras, casi no le salía la voz del cuerpo. Estaba tan consternado como él, solo que Oliver quería aferrarse a algún tipo de esperanza... y el otro chico, al parecer, había perdido ya la suya.
Se levantó entonces su compañero y se acercó a los barrotes. - Espero que lleguen los profesores a poner orden. - Comentó. - Porque esto... - Le miró. - ¿En serio era tu amiga? Tío, ha pasado de ti. - Oliver agachó la cabeza. Sí... había pasado de él... Y claramente estaba pidiéndole ayuda. Y la idea fue de ella. No... Eso no le había gustado nada. El otro bufó. - Más vale que hagan algo por controlar esto, porque yo no aguanto que me traten así. Y claramente no soy el único. - No, de hecho seguían escuchándose gritos provenientes de otras celdas. El chico se le acercó y extendió una mano. - Martin Pinker. - Se presentó. Él se acercó y le estrechó la mano. - Oliver McQuarrie. - El otro trató de sonreír y dijo. - Saldremos de esta, Oliver. Ya veremos cómo lo hacemos. -
Pero la chica pasó de largo, y por más que trató de asomarse, los barrotes no le dejaban ver mucho más allá de lo que tenía delante. Había jaleo a su alrededor, gritos de la gente, seguramente de otros presos... pero él se sentía como en el interior de una pompa. Su respiración estaba agitada y los ojos se le llenaron de lágrimas. ¿Estaba... solo? ¿Betty le había dejado solo en aquello? Se había metido ahí por ella, pero... No, no podía ser. Tenía que tener una explicación. Quizás la tenían asustada también y había reaccionado como había podido y luego venía y se disculpaba, o le daba alguna explicación. Él solo sabía... que estaba muerto de miedo. Que aquello no le gustaba nada. Y que su cabeza no paraba de repetirle una y otra vez lo arrepentido que estaba de haber accedido a hacer aquel experimento.
- Dime que no era tu novia. - Preguntó su compañero, realmente preocupado porque la respuesta fuera sí. Oliver le miró, aún aturdido, y al cabo de unos segundos negó. - No... No, es una amiga... Una amiga de la infancia, y mi compañera. - Pues ha pasado de ti. Peor, parecía que ni te conocía. - Comentó el otro, casi consternado, y acto seguido perdió la mirada a través de los barrotes, aunque seguía sentado en la cama, con los antebrazos apoyados en las rodillas y pose resignada. - Esto... esto es de locos. Esto no es normal. No va a salir bien. - Pero... es... un experimento de la universidad. De un profesor. - Da igual. A esa gente se le ha ido la cabeza. - Le miró. - Me han tratado como a un criminal. Y a ti también. - Se encogió bruscamente de hombros. - ¿Qué significa esto? ¿Quiénes se creen que son? Los grupos han sido asignados por azar, ¿es que están tontos o qué? - A pesar de lo indignado de sus palabras, casi no le salía la voz del cuerpo. Estaba tan consternado como él, solo que Oliver quería aferrarse a algún tipo de esperanza... y el otro chico, al parecer, había perdido ya la suya.
Se levantó entonces su compañero y se acercó a los barrotes. - Espero que lleguen los profesores a poner orden. - Comentó. - Porque esto... - Le miró. - ¿En serio era tu amiga? Tío, ha pasado de ti. - Oliver agachó la cabeza. Sí... había pasado de él... Y claramente estaba pidiéndole ayuda. Y la idea fue de ella. No... Eso no le había gustado nada. El otro bufó. - Más vale que hagan algo por controlar esto, porque yo no aguanto que me traten así. Y claramente no soy el único. - No, de hecho seguían escuchándose gritos provenientes de otras celdas. El chico se le acercó y extendió una mano. - Martin Pinker. - Se presentó. Él se acercó y le estrechó la mano. - Oliver McQuarrie. - El otro trató de sonreír y dijo. - Saldremos de esta, Oliver. Ya veremos cómo lo hacemos. -
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No te los acabes tan pronto. Quién sabe cuándo podremos conseguir más. — Le dijo su compañera de piso, mientras se fumaba el tercer cigarrillo seguido. — Estoy de los nervios. — Es que te tienes que relajar. — Le espetó May. Ella sí que estaba metida de lleno, será que es que no tenía a su mejor amigo de la infancia, a quien sus padres consideraban casi familia, en el otro lado. — Betty, deja de sentirte mal, él no es como tú crees. Te haría cualquier cosa. — Ella suspiró y se pasó las manos por la cara antes de dar otra calada. — May, estamos solas TÚ Y YO. Deja el experimento por un segundo, esto me afecta. — La chica se sentó a su lado, junto a la ventana. El piso no estaba muy bien simulado, era como si ellas estuvieran presas también, se notaba demasiado que eran varias celdas modificadas con muy poco gusto para que pareciera un piso poco menos que espartano, y aunque habían quitado las rejas de las ventanas, no era suficiente.
Pero más que por el piso, Betty estaba atrapada por sus propias decisiones. ¿Qué había hecho? Aún no se había atrevido a llamar a sus padres, y muchísimo menos a los McQuarrie, y sabía que Oliver no iba a poder comunicarse con ellos. — Tú no lo entiendes. Oli es un buen chico. Nuestras familias no me van a perdonar esto en la vida. — May negó, mirándola desde el sofá. — Betty, escúchame. Hemos coincidido en clase, y puede que tú conozcas a Oliver mucho mejor que yo, pero también por eso mismo se te pasan algunas cosas. — Ella frunció el ceño y se rascó la frente, con cara de sorpresa. — Bueno, puede que se me pasen algunas cosas, sin duda, pero Oli no es un criminal, y créeme, no conoce la malicia. — May la señaló. — Eso es justo lo que se te escapa. — Se pegó un poco a ella. — Betty, cualquier hombre… Cualquiera, de verdad, puede volvérsete en contra para imponer su voluntad. — Ella suspiró y apartó la mirada. — ¿Pero qué voluntad? Oli no tiene casi voluntad para nada, tanto menos para hacer algo malo, si casi no quiso ni hacer esto, y yo lo arrastré… — May dio una palmada. — Ahí está. Lo ha hecho por ti. Todo lo hace por ti, Betty… Dime de verdad que no te das cuenta. — Ella se encogió de hombros y negó con la cabeza. — ¿Cuenta de qué? — Betty… — May le puso una mano condescendiente en la rodilla. — Si te opusieras de frente a Oliver… Si le dijeras así, de forma abierta que no le quieres y que jamás tendrás nada con él… Y estuviera en un entorno en el que no fuera a pasarle nada… ¿No se volvería contra ti? — La chica clavó los ojos en los de su compañera. — No me gusta nada lo que estás insinuando. —
Pero más que por el piso, Betty estaba atrapada por sus propias decisiones. ¿Qué había hecho? Aún no se había atrevido a llamar a sus padres, y muchísimo menos a los McQuarrie, y sabía que Oliver no iba a poder comunicarse con ellos. — Tú no lo entiendes. Oli es un buen chico. Nuestras familias no me van a perdonar esto en la vida. — May negó, mirándola desde el sofá. — Betty, escúchame. Hemos coincidido en clase, y puede que tú conozcas a Oliver mucho mejor que yo, pero también por eso mismo se te pasan algunas cosas. — Ella frunció el ceño y se rascó la frente, con cara de sorpresa. — Bueno, puede que se me pasen algunas cosas, sin duda, pero Oli no es un criminal, y créeme, no conoce la malicia. — May la señaló. — Eso es justo lo que se te escapa. — Se pegó un poco a ella. — Betty, cualquier hombre… Cualquiera, de verdad, puede volvérsete en contra para imponer su voluntad. — Ella suspiró y apartó la mirada. — ¿Pero qué voluntad? Oli no tiene casi voluntad para nada, tanto menos para hacer algo malo, si casi no quiso ni hacer esto, y yo lo arrastré… — May dio una palmada. — Ahí está. Lo ha hecho por ti. Todo lo hace por ti, Betty… Dime de verdad que no te das cuenta. — Ella se encogió de hombros y negó con la cabeza. — ¿Cuenta de qué? — Betty… — May le puso una mano condescendiente en la rodilla. — Si te opusieras de frente a Oliver… Si le dijeras así, de forma abierta que no le quieres y que jamás tendrás nada con él… Y estuviera en un entorno en el que no fuera a pasarle nada… ¿No se volvería contra ti? — La chica clavó los ojos en los de su compañera. — No me gusta nada lo que estás insinuando. —
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Había perdido la cuenta del tiempo que llevaba tirado en la cama (si es que a eso se le podía llamar "cama") de cualquier forma. Ya ni le dolía el cuerpo, más le dolía... el alma. Iba a salir con un trauma de allí. ¿Acaso a los dentistas les rompían los dientes para obligarles a arreglárselos? ¿Metían a los médicos en el quirófano en contra de su voluntad? ¿Por qué tenían que hacerle eso a los psicólogos? No estaba seguro de poder recuperarse de eso, o igual estaba demasiado deprimido y confuso para verle final. Solo quería salir de allí. Y... hablar con Betty... Bueno, no sabía si quería hablar con ella. A cada minuto que pasaba, en contra de su voluntad (como todo lo que pasaba en su vida, al parecer) iba sintiendo más y más rabia hacia la que hasta el momento había considerado su mejor amiga... y la chica a la que amaba. No se podía creer ese... trato. Una cosa es que no le correspondiera, y otra era eso. No quería odiarla, pero sentía que la odiaba.
- ¡Pst! - Oyó de repente. Giró los ojos con languidez. Su compañero de celda miraba con precaución hacia afuera. - Disimula. Que no nos vean hablar. - Rodó los ojos y volvió a dejar la mirada caer a ninguna parte. Que no quería jueguecitos presidiarios, de verdad, solo quería salir de allí. - Los planes están ya en marcha. - Dijo el otro, con voz de matón de película, en susurro, sin dejar de mirar hacia afuera, aprovechando los intervalos en que los funcionarios no estaban en su radio. Oliver soltó aire por la boca como si hasta eso le costara. - No me interesa. - Te va a interesar, créeme. - Martin se levantó y se desabrochó los pantalones, sentándose en el váter. Porque, agradablemente, el váter estaba entre las dos camas, así que era una buena estrategia para hablarle un poco más cerca. Oliver ya no tenía fuerzas ni para sentir asco. Al menos, desde su posición, no veía semejante estampa. No como los funcionarios (o sea, los que hasta hacía apenas cinco días eran sus compañeros de clase), que era ver a uno en un váter y regodearse en mirarles, para que perdieran aún más dignidad si es que era posible.
- He hablado con McLaren. - Oliver, sin moverse, puso cara de extrañeza. ¿McLaren? - ¿El capitán del equipo de la universidad? - Conoce a mucha gente. - Siguió el otro. Martin parecía haber borrado la idiosincrasia de la gente antes de entrar a ese experimento, pero Oliver, para su tormento, no. Eso de que el tipo más guapo y popular de la universidad estuviera entre los presos era... En fin, tampoco sabía valorarlo. Por lo menos no era un funcionario, visto lo visto habría sido un torturador. - Y es el compañero de celda de Rodrigo Gallardo, el hermano de Estela Gallardo. Están los dos aquí, y los dos de presos. Y esa chavala es lista, se las sabe todas. Hizo un año de derecho antes de entrar en psicología. - Notaba que Martin le miraba. - Están violando nuestros derechos, Oliver. McLaren tiene mucha labia, va a intentar hablar con los funcionarios para mejorar nuestras condiciones. Pero si no... - Y se detuvo, tanto tiempo que hizo a Oliver girar la cabeza para mirarle. - Si no ¿qué? - Le miró. - No vamos a aguantar esta vejación todo lo que dure el experimento, Oliver. Nos negamos. Esos capullos no son mejores que nosotros. Tienen que enterarse. -
- ¡Pst! - Oyó de repente. Giró los ojos con languidez. Su compañero de celda miraba con precaución hacia afuera. - Disimula. Que no nos vean hablar. - Rodó los ojos y volvió a dejar la mirada caer a ninguna parte. Que no quería jueguecitos presidiarios, de verdad, solo quería salir de allí. - Los planes están ya en marcha. - Dijo el otro, con voz de matón de película, en susurro, sin dejar de mirar hacia afuera, aprovechando los intervalos en que los funcionarios no estaban en su radio. Oliver soltó aire por la boca como si hasta eso le costara. - No me interesa. - Te va a interesar, créeme. - Martin se levantó y se desabrochó los pantalones, sentándose en el váter. Porque, agradablemente, el váter estaba entre las dos camas, así que era una buena estrategia para hablarle un poco más cerca. Oliver ya no tenía fuerzas ni para sentir asco. Al menos, desde su posición, no veía semejante estampa. No como los funcionarios (o sea, los que hasta hacía apenas cinco días eran sus compañeros de clase), que era ver a uno en un váter y regodearse en mirarles, para que perdieran aún más dignidad si es que era posible.
- He hablado con McLaren. - Oliver, sin moverse, puso cara de extrañeza. ¿McLaren? - ¿El capitán del equipo de la universidad? - Conoce a mucha gente. - Siguió el otro. Martin parecía haber borrado la idiosincrasia de la gente antes de entrar a ese experimento, pero Oliver, para su tormento, no. Eso de que el tipo más guapo y popular de la universidad estuviera entre los presos era... En fin, tampoco sabía valorarlo. Por lo menos no era un funcionario, visto lo visto habría sido un torturador. - Y es el compañero de celda de Rodrigo Gallardo, el hermano de Estela Gallardo. Están los dos aquí, y los dos de presos. Y esa chavala es lista, se las sabe todas. Hizo un año de derecho antes de entrar en psicología. - Notaba que Martin le miraba. - Están violando nuestros derechos, Oliver. McLaren tiene mucha labia, va a intentar hablar con los funcionarios para mejorar nuestras condiciones. Pero si no... - Y se detuvo, tanto tiempo que hizo a Oliver girar la cabeza para mirarle. - Si no ¿qué? - Le miró. - No vamos a aguantar esta vejación todo lo que dure el experimento, Oliver. Nos negamos. Esos capullos no son mejores que nosotros. Tienen que enterarse. -
We are
- La eternidad es nuestra:
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