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Freyja
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Can you hear the... tic tac tic tac tic tac
Inspired - Películas | Disney | Crossover
Isla Tortuga. Todo el mundo sabe que quien va a ahí va con alma pirata. Y si no, mejor mantenerse alejado. En sus tabernas, los capitanes más importantes pasan de hermanos a enemigos en un chasquido, especialmente con ron de por medio. Mapas, brújulas, información, alcohol y monedas de oro, todo circula libremente por esa isla pirata. La tripulación del capitán Garfio ha llegado allí, Dios sabe huyendo de qué, con intención de rearmarse y reaprovisionarse. También recientemente ha llegado una joven gitana, que huía de Francia y de una vida y unas ataduras que no quería sentir. Ha oído hablar de las posibilidades de Isla Tortuga, ha escuchado que no importa tu raza o tu pasado, siempre y cuando tengas algo que ofrecer y ha llegado allí para poner sus mejores talentos, bailar y robar, al servicio de los hombres con más monedas de oro en el mundo. Ella cree que él es un papanatas con oro, él cree que ella es una vulgar ladrona que solo sabe bailar bien. Y los dos están muy equivocados y muy pronto van a darse cuenta.
Esmeralda 20 años | Gitana | Oona Chaplin | Ivanka |
Garfio 32 años | Pirata | Colin O'Donoghue | Freyja |
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Estaba haciendo más dinero que en toda su vida junta. Los piratas tenían oro a espuertas y no mucha idea de cómo gastárselo, pero desde luego que en mujeres era una de las formas más habituales. Y generalmente estaban tan borrachos que ni tocarla intentaban. Con verla bailar les valía. Y robar era más difícil, claro, porque eran delincuentes ellos mismo y se sabían demasiados trucos, era muy difícil que no se dieran cuenta. Y eso sí, eran de espada muy rápida. En el mes que llevaba en Tortuga, había presenciado tres intentos de asesinato, e incontables conatos de pelea por la tontería más absurda. Así que, siendo sincera, no le merecía mucho la pena. Bailando ganaba las monedas legalmente y el daban para pagarse una pensión que en Francia hubiera sido por lo menos para soldados.
Ah sí, soldados, no le apetecía nada ponerse a recordar aquello. Así que, para alejar los malos recuerdos, se puso una de sus combinaciones de distintas telas muy coloridas, bien de pulseras que parecieran de oro, cogió la pandereta y salió muy contenta a bailar en la taberna en la que solo le pedían dos monedas de cada cinco que ganaba. Pero cuando la tripulación de Jack el Tuerto la tenía sentada con ellos, el ritmo de su día cambió completamente.
-No quiere ni salir del barco. Es el primer día que le han visto- ¡Pues no sabe lo que se pierde!- contestó uno pasándole el brazo por los hombros a Esmeralda y descendiéndolo hasta su cintura- ¿A que sí, preciosa?- Aún se estaba acostumbrando al inglés, pero como buena gitana, hablaba un poco de todo, y el idioma de aquellos piratas era tan simple que era fácil entenderles. Había franceses también, por supuesto, y algún español, pero en verdad todos querían oír lo mismo. Así que puso sonrisita de cordero degollado y dijo- Si no sé de quién estáis hablando, no puedo contestaros- Todos rieron menos Jack, que parecía no fiarse mucho de su pose y dijo- De Garfio. El maldito lunático de Garfio- Ella se encogió de hombro y sonrió, como si no le importara- Nunca he oido hablar de él- Jack rió entre dientes- ¿No? Pues yo creo que os vais a convertir en buenos amigos... ¿Tú no te llamas Esmeralda?- ella asintió sin quitar la sonrisa- Pues a él le gustan mucho las piedras preciosas... De hecho... Todo le mundo habla de que ha robado los rubíes de un rey de Siam...- Todos los de la tripulación rieron estruendosamente, y ella se hizo un poco la loca. Pero lo había entendido a la perfección- Mire capitán, nadie se cree que ese loco de tres al cuarto haya sido capaz de robarle nada a ningún rey, sea de donde sea -¿Eso crees?- contestó el Tuerto- Entonces ¿Por qué no deja el barco ni a sol ni a sombra? Ni a por ron sale. -¡Bueno y que se quede los rubíes para él! ¡Nosotros tenemos la Esmeralda más bonita! ¿A que sí, Esme?- Ella rió y se levantó lentamente, subiéndose en la mesa- Y... Esmeralda tiene que ganarse la vida, así que caballeros ¿Quién está dispuesto a una ronda y unas moneditas por un baile?- Y todos se pusieron a golpear la mesa la mesa y las monedas empezaron a volar.
No había tomado mucho tiempo más de lo esperado. Después de dos rondas, sacó el último paradero de la tripulación de garfio. Llegó a la taberna, acordó el precio y rápidamente se puso a buscarlo. De entrada, no le parecía que estuviera loco, no más que el resto de piratas de por allí y, la verdad, no lo había imaginado tan guapo, y a la vez tan rodeado de hombres MUY feos y mucho más mayores que él. Pero esos eran el objetivo más fácil. Y en cuanto les tuviera a todos mirando, iría a por Garfio. Decían que era un lunático pero todos los hombres quieren lo mismo, no sería muy difícil de convencer. Y entonces averiguaría la verdad sobre esos rubíes. A Esmeralda el oro le importaba poco, el oro se ganaba... Pero las joyas... eso era otro cantar. Y el alma y las historias que venían con ellas.
Se acercó bailando con la pandereta a la mesa donde estaban y en seguida le dijeron- ¡Eh! Tú eres la gitana que baila en el Pozo sin fondo ¿no? ¡Bienvenida a Cabo del Diablo! Nos han hablado de ti -Todo bueno imagino- dijo alzando una ceja -¡Eh, capitán! ¿Invitamos a esta señorita con nosotros? Viene de La Fgance- Esmeralda se giró y miró a Garfio por encima del hombro con una sonrisita traviesa- Capitán... Tanto gusto en conocerle.
Ah sí, soldados, no le apetecía nada ponerse a recordar aquello. Así que, para alejar los malos recuerdos, se puso una de sus combinaciones de distintas telas muy coloridas, bien de pulseras que parecieran de oro, cogió la pandereta y salió muy contenta a bailar en la taberna en la que solo le pedían dos monedas de cada cinco que ganaba. Pero cuando la tripulación de Jack el Tuerto la tenía sentada con ellos, el ritmo de su día cambió completamente.
-No quiere ni salir del barco. Es el primer día que le han visto- ¡Pues no sabe lo que se pierde!- contestó uno pasándole el brazo por los hombros a Esmeralda y descendiéndolo hasta su cintura- ¿A que sí, preciosa?- Aún se estaba acostumbrando al inglés, pero como buena gitana, hablaba un poco de todo, y el idioma de aquellos piratas era tan simple que era fácil entenderles. Había franceses también, por supuesto, y algún español, pero en verdad todos querían oír lo mismo. Así que puso sonrisita de cordero degollado y dijo- Si no sé de quién estáis hablando, no puedo contestaros- Todos rieron menos Jack, que parecía no fiarse mucho de su pose y dijo- De Garfio. El maldito lunático de Garfio- Ella se encogió de hombro y sonrió, como si no le importara- Nunca he oido hablar de él- Jack rió entre dientes- ¿No? Pues yo creo que os vais a convertir en buenos amigos... ¿Tú no te llamas Esmeralda?- ella asintió sin quitar la sonrisa- Pues a él le gustan mucho las piedras preciosas... De hecho... Todo le mundo habla de que ha robado los rubíes de un rey de Siam...- Todos los de la tripulación rieron estruendosamente, y ella se hizo un poco la loca. Pero lo había entendido a la perfección- Mire capitán, nadie se cree que ese loco de tres al cuarto haya sido capaz de robarle nada a ningún rey, sea de donde sea -¿Eso crees?- contestó el Tuerto- Entonces ¿Por qué no deja el barco ni a sol ni a sombra? Ni a por ron sale. -¡Bueno y que se quede los rubíes para él! ¡Nosotros tenemos la Esmeralda más bonita! ¿A que sí, Esme?- Ella rió y se levantó lentamente, subiéndose en la mesa- Y... Esmeralda tiene que ganarse la vida, así que caballeros ¿Quién está dispuesto a una ronda y unas moneditas por un baile?- Y todos se pusieron a golpear la mesa la mesa y las monedas empezaron a volar.
No había tomado mucho tiempo más de lo esperado. Después de dos rondas, sacó el último paradero de la tripulación de garfio. Llegó a la taberna, acordó el precio y rápidamente se puso a buscarlo. De entrada, no le parecía que estuviera loco, no más que el resto de piratas de por allí y, la verdad, no lo había imaginado tan guapo, y a la vez tan rodeado de hombres MUY feos y mucho más mayores que él. Pero esos eran el objetivo más fácil. Y en cuanto les tuviera a todos mirando, iría a por Garfio. Decían que era un lunático pero todos los hombres quieren lo mismo, no sería muy difícil de convencer. Y entonces averiguaría la verdad sobre esos rubíes. A Esmeralda el oro le importaba poco, el oro se ganaba... Pero las joyas... eso era otro cantar. Y el alma y las historias que venían con ellas.
Se acercó bailando con la pandereta a la mesa donde estaban y en seguida le dijeron- ¡Eh! Tú eres la gitana que baila en el Pozo sin fondo ¿no? ¡Bienvenida a Cabo del Diablo! Nos han hablado de ti -Todo bueno imagino- dijo alzando una ceja -¡Eh, capitán! ¿Invitamos a esta señorita con nosotros? Viene de La Fgance- Esmeralda se giró y miró a Garfio por encima del hombro con una sonrisita traviesa- Capitán... Tanto gusto en conocerle.
La joya más preciada
Con Garfio. Taberna Cabo del Diablo . Pasada la media noche
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Freyja
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NO. NO. Y NO. ¡Pero Capitán! ¡No hay peros que valgan, Smee! ¿¿Tú no oyes lo que dices?? Preguntó, dándose con la curvatura de su propio garfio en las sienes mientras miraba a su inútil segundo de abordo con los ojos desencajados. Tortuga. TORTUGA. TIBURONES. ¡COCODRILOS! No entiendo nada, mi Capitán. ¡Tú no entiendes nada nunca! Sentenció, alzando los brazos y dándose media vuelta. Mal fario. Mal fario me trae a mí esta isla. Capitán. ¿QUÉ? Bramó. Smee le dio vueltas a su gorro entre las manos. Temo que la tripulación se amotine, Capitán. CAMINANDO POR LA TABLA LOS VOY A AMOTINAR YO. COMIDA DE COCODRILOS. EN ARRECIFE LOS VEO CONVERTIDOS EN TRES DÍAS. Quieren hacer un saqueo en Tortuga. Eso ya le interesaba más. Se giró lentamente, con cara de curiosidad, y se cruzó de brazos. Cuéntame más.
Garfio era voluble, más que la propia marea. Lo mismo bramaba que no pensaba abandonar el barco que en apenas lo que se tardaba en sacarle brillo al garfio ya estaba fuera. Y todo ante la promesa de un saqueo. Esos inútiles que se hacían llamar "su tripulación" estaban dispuestos a lanzarle por la borda si no les concedía una noche de diversión. Mendrugos. Pero lo cierto es que a él tampoco le vendría mal divertirse un poco... Pero como se encontrara con el maldito Cocodrilo... Hasta los más hondos confines del infierno les pensaba perseguir.
No supo ni como pero en un abrir y cerrar de ojos se vio sentado en una mesa en la que llamaban la Taberna del Diablo. Escupió a un lado. Mal fario esto. Repitió. Lo había dicho tres veces desde que entró, como si fuera un ritual. ¿Quién mentaba al diablo antes de un saqueo? Solo los inconscientes. Si tan solo sus hombres tuvieran la mitad de cerebro que él. En fin. Se reclinó sobre la silla limpiándose la mugre de las uñas con la punta de su garfio, ignorando por completo el entorno y las brabuconadas de quienes estaban sentados con él. Hasta que un sonido nada familiar se le metió en el cerebro. Porque otra cosa no, pero Garfio tenía el oído muy fino.
Una mujer se acercaba hasta ellos alegremente bailando y tocando una pandereta. Se quedó mirándola y esbozó una sonrisa de depredador, torcida hacia un lado, mirándola de arriba a abajo con ninguna sutileza mientras los otros decían tonterías. Apoyó el codo de su no-mano en la mesa y respondió a su saludo. El gusto es indiscutiblemente mío. Al menos para la vista, a priori. Garfio. Intuitivo. Añadió alzando las cejas y moviendo el pincho junto a su rostro. ¿Y vos? ¿Vos? ¿Desde cuando tratáis con tanto respeto, Garfio? Y a una fulana, además. Lo que sea la dama de la pandereta lo decidiré yo. Contestó mordaz, y volvió a girar la vista hacia ella. Yo no puedo tocar vuestro instrumento, lo rompería. Mejor me engancho al timón. Bajó los brazos y volvió a reclinarse sobre las dos patas de la silla. ¿Qué se le ha perdido a una francesa en Isla Tortuga?
Garfio era voluble, más que la propia marea. Lo mismo bramaba que no pensaba abandonar el barco que en apenas lo que se tardaba en sacarle brillo al garfio ya estaba fuera. Y todo ante la promesa de un saqueo. Esos inútiles que se hacían llamar "su tripulación" estaban dispuestos a lanzarle por la borda si no les concedía una noche de diversión. Mendrugos. Pero lo cierto es que a él tampoco le vendría mal divertirse un poco... Pero como se encontrara con el maldito Cocodrilo... Hasta los más hondos confines del infierno les pensaba perseguir.
No supo ni como pero en un abrir y cerrar de ojos se vio sentado en una mesa en la que llamaban la Taberna del Diablo. Escupió a un lado. Mal fario esto. Repitió. Lo había dicho tres veces desde que entró, como si fuera un ritual. ¿Quién mentaba al diablo antes de un saqueo? Solo los inconscientes. Si tan solo sus hombres tuvieran la mitad de cerebro que él. En fin. Se reclinó sobre la silla limpiándose la mugre de las uñas con la punta de su garfio, ignorando por completo el entorno y las brabuconadas de quienes estaban sentados con él. Hasta que un sonido nada familiar se le metió en el cerebro. Porque otra cosa no, pero Garfio tenía el oído muy fino.
Una mujer se acercaba hasta ellos alegremente bailando y tocando una pandereta. Se quedó mirándola y esbozó una sonrisa de depredador, torcida hacia un lado, mirándola de arriba a abajo con ninguna sutileza mientras los otros decían tonterías. Apoyó el codo de su no-mano en la mesa y respondió a su saludo. El gusto es indiscutiblemente mío. Al menos para la vista, a priori. Garfio. Intuitivo. Añadió alzando las cejas y moviendo el pincho junto a su rostro. ¿Y vos? ¿Vos? ¿Desde cuando tratáis con tanto respeto, Garfio? Y a una fulana, además. Lo que sea la dama de la pandereta lo decidiré yo. Contestó mordaz, y volvió a girar la vista hacia ella. Yo no puedo tocar vuestro instrumento, lo rompería. Mejor me engancho al timón. Bajó los brazos y volvió a reclinarse sobre las dos patas de la silla. ¿Qué se le ha perdido a una francesa en Isla Tortuga?
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Rio cantarinamente a lo que había dicho del Garfio. Se le habían puesto un poco ojos de loco, pero no pasaba nada, al fin y al cabo, se estaba portando como un caballero con ella, que eso era siempre de agradecer- Inolvidable, diría yo- Dijo encogiéndose de hombros. Dio una vuelta sobre sí misma y le dirigió la mirada- Esmeralda. Es un poco más largo pero creo que los piratas lo recuerdan bien- dijo guiñando un ojo y moviendo un poco las caderas.
Ella se subió a la mesa, pasando hábilmente por entre las bebidas de los piratas con sus pies descalzos y acabando de rodillas delante del capitán- Yo no soy francesa, mi señor. Los gitanos no somos de ninguna parte. Y somos de todas a la vez- Se levantó ondulando su cuerpo y agitando levemente la pandereta- Pero por el precio adecuado... Puedo serlo muy convincentemente, mon capitain- Dio con la pandereta en distintos lugares de su cuerpo, creando un ritmo al que movía todos sus miembros- Estoy en Tortuga haciendo lo que mejor se hacer- se giró de nuevo y se movió haciendo sonar la pandereta en la mano- Bailar. Y podría haceros la misma pregunta.
Empezó a pasearse por delante de los hombres de Garfio, bailando y tirando besos hasta llegar a donde estaba Garfio otra vez y poniéndose de rodillas de nuevo frente a él en la mesa- Quizá no podéis tocar la pandereta pero sois famoso por vuestro garfio...- alzó una ceja- Y vuestras riquezas. Así que algo bien sabréis hacer con él- terminó con una risita- ¿Por qué no me invitáis a beber con vuestros hombres... Y yo os lo amenizo con la pandereta?- Los necesitaba borrachos si quería adentrarse en su barco a buscar los dichos rubíes.
Ella se subió a la mesa, pasando hábilmente por entre las bebidas de los piratas con sus pies descalzos y acabando de rodillas delante del capitán- Yo no soy francesa, mi señor. Los gitanos no somos de ninguna parte. Y somos de todas a la vez- Se levantó ondulando su cuerpo y agitando levemente la pandereta- Pero por el precio adecuado... Puedo serlo muy convincentemente, mon capitain- Dio con la pandereta en distintos lugares de su cuerpo, creando un ritmo al que movía todos sus miembros- Estoy en Tortuga haciendo lo que mejor se hacer- se giró de nuevo y se movió haciendo sonar la pandereta en la mano- Bailar. Y podría haceros la misma pregunta.
Empezó a pasearse por delante de los hombres de Garfio, bailando y tirando besos hasta llegar a donde estaba Garfio otra vez y poniéndose de rodillas de nuevo frente a él en la mesa- Quizá no podéis tocar la pandereta pero sois famoso por vuestro garfio...- alzó una ceja- Y vuestras riquezas. Así que algo bien sabréis hacer con él- terminó con una risita- ¿Por qué no me invitáis a beber con vuestros hombres... Y yo os lo amenizo con la pandereta?- Los necesitaba borrachos si quería adentrarse en su barco a buscar los dichos rubíes.
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No lo dudo que la recuerden bien. Dijo entre dientes, devorándola con la mirada mientras se balanceaba en las dos patas de la silla. Para su grata sorpresa, lo cual debió vérsele reflejado en la cara, en las cejas arqueadas y la sonrisa de depredador, la mujer se había subido en la mesa y ahora estaba de rodillas frente a él, que se mantuvo mirándola apoyado en las dos patas traseras de la silla. Arqueó una ceja y soltó una carcajada a su ocurrencia. Francesa por conveniencia. Los mercenarios también hacen eso, cambiar sus ropajes por dinero. Algo me dice que vuestra compañía me gustará más, gitana de ninguna parte.
El toque de la pandereta por todo su cuerpo le hacía alternar la mirada de un lugar a otro, los ojos seguían cada golpe y hasta hacía su bigote moverse al compás. Volvió a mirarla a la cara y a reír. Me temo que yo no bailo, gitana de ninguna parte. Los piratas que bailan son los que acaban tarde o temprano en el fondo del mar. Volvió a balancearse con suficiencia en la silla, admirando el espectáculo ante él. La seguía con la mirada mientras ella se contoneaba ante los demás, que jaleaban y gritaban como animales. Mendrugos todos, menos mal que al menos él tenía un mínimo de saber estar. En el fondo del mar. Así acaban los piratas que jalean. Arrecife todos. Dio un sorbo a la jarra.
En lo que dejaba la jarra en la mesa de nuevo, la gitana volvió a arrodillarse frente a él, y Garfio a mirarla sin dejar de sostener su peso en las dos patas de la silla. Más le valía a esas patas ser fuertes porque estaba ya abusando de ellas demasiado. Ella alzó una ceja y él hizo lo mismo, como un espejo, y amplió la sonrisa en sus labios cerrados. Sé hacer bien muchas cosas. Con garfio y sin él. Y ante la sugerencia, por fin, dejó que la silla se apoyara en sus cuatro patas con un golpe sordo, mirándola con los ojos ligeramente entrecerrados y una sonrisa lupina. Así se mantuvo unos instantes. Si le preguntaran que estaba pensando... No estaba pensando en nada. Solo se estaba haciendo el pirata interesante. No le iba a dar el sí a esa gitana tan fácil.
Alzó la mano que sí tenía, sin quitar la mirada de la mujer, y chasqueó los dedos varias veces. ¡Ron! Bramó. Mientras lo traían, se acercó a la mesa, apoyó el codo en esta y dejó que su garfio quedara peligrosamente cerca del rostro de la mujer, el cual se dedicó a mirar. Yo os invito a beber, vos me amenizáis con la pandereta, y mis hombres que miren. Esos imbéciles solo iban a gritar como monos histéricos. Necesitaba pensar. Con ruido no podía pensar. Y tampoco necesitaba pensar, solo quería que esa mujer le hiciera galanterías a él y punto. Y devolvérselas. Ah, sí, para devolvérselas necesitaba pensar.
Así que soy famoso por mi garfio y mis riquezas. Se reclinó de nuevo en el asiento, aunque dejó de balancearse, solo puso distancia entre ellos para dejar que el mesero sirviera el ron. No quitó la sonrisa ni la mirada analítica. Y decidme, ¿cuál de las dos cosas os interesa más? Si era el garfio, quizás le consideraba débil por ser manco y pretendía atracarle. Si eran las riquezas, quizás pretendía atracarle también. Todos los caminos le llevaban a lo mismo. Pero a priori solo parecía una gitana zalamera y bailarina... Las peores, te pillaban desprevenido. Pero en fin, la tenía delante, no creía que se le fuera a escurrir sin que se diera cuenta. Y si le hacía llevarse una noche de disfrute, eso que ganaba.
El toque de la pandereta por todo su cuerpo le hacía alternar la mirada de un lugar a otro, los ojos seguían cada golpe y hasta hacía su bigote moverse al compás. Volvió a mirarla a la cara y a reír. Me temo que yo no bailo, gitana de ninguna parte. Los piratas que bailan son los que acaban tarde o temprano en el fondo del mar. Volvió a balancearse con suficiencia en la silla, admirando el espectáculo ante él. La seguía con la mirada mientras ella se contoneaba ante los demás, que jaleaban y gritaban como animales. Mendrugos todos, menos mal que al menos él tenía un mínimo de saber estar. En el fondo del mar. Así acaban los piratas que jalean. Arrecife todos. Dio un sorbo a la jarra.
En lo que dejaba la jarra en la mesa de nuevo, la gitana volvió a arrodillarse frente a él, y Garfio a mirarla sin dejar de sostener su peso en las dos patas de la silla. Más le valía a esas patas ser fuertes porque estaba ya abusando de ellas demasiado. Ella alzó una ceja y él hizo lo mismo, como un espejo, y amplió la sonrisa en sus labios cerrados. Sé hacer bien muchas cosas. Con garfio y sin él. Y ante la sugerencia, por fin, dejó que la silla se apoyara en sus cuatro patas con un golpe sordo, mirándola con los ojos ligeramente entrecerrados y una sonrisa lupina. Así se mantuvo unos instantes. Si le preguntaran que estaba pensando... No estaba pensando en nada. Solo se estaba haciendo el pirata interesante. No le iba a dar el sí a esa gitana tan fácil.
Alzó la mano que sí tenía, sin quitar la mirada de la mujer, y chasqueó los dedos varias veces. ¡Ron! Bramó. Mientras lo traían, se acercó a la mesa, apoyó el codo en esta y dejó que su garfio quedara peligrosamente cerca del rostro de la mujer, el cual se dedicó a mirar. Yo os invito a beber, vos me amenizáis con la pandereta, y mis hombres que miren. Esos imbéciles solo iban a gritar como monos histéricos. Necesitaba pensar. Con ruido no podía pensar. Y tampoco necesitaba pensar, solo quería que esa mujer le hiciera galanterías a él y punto. Y devolvérselas. Ah, sí, para devolvérselas necesitaba pensar.
Así que soy famoso por mi garfio y mis riquezas. Se reclinó de nuevo en el asiento, aunque dejó de balancearse, solo puso distancia entre ellos para dejar que el mesero sirviera el ron. No quitó la sonrisa ni la mirada analítica. Y decidme, ¿cuál de las dos cosas os interesa más? Si era el garfio, quizás le consideraba débil por ser manco y pretendía atracarle. Si eran las riquezas, quizás pretendía atracarle también. Todos los caminos le llevaban a lo mismo. Pero a priori solo parecía una gitana zalamera y bailarina... Las peores, te pillaban desprevenido. Pero en fin, la tenía delante, no creía que se le fuera a escurrir sin que se diera cuenta. Y si le hacía llevarse una noche de disfrute, eso que ganaba.
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Se rio, ye sta vez no por cortesía, si no porque le hizo gracia lo de los mercenarios. – Bueno puede llamarme mercenaria también si quiere. Ya ve que no me van mucho las etiquetas. – Dijo guiñando un ojo. Ah, sí, habían sido las etiquetas lo que le habían hecho salir huyendo de Francia. Y un montón de soldados, pero eso era secundario. Se puso de pie sobre la mesa de un salto de nuevo y dijo. – No he visto a un pirata bailar en mi vida. Será por eso que dice de que acaban en el fondo del mar. – Soltó una risita. Lo peor es que le gustaba aquella cara de loco que ponía. – Pero por suerte para usted, yo sí puedo hacerlo. Y se me da muy bien. – Alargó las últimas sílabas y volvió a hacer sonar la pandereta en su mano mientras observaba aquella sonrisa. La reconocía, era la sonrisa de quien nunca tiene idea buena. Como ella. Sí, definitivamente podría bailar para aquel pirata más a gusto que para otros que se les veía más brutos y estúpidos.
Así pues, siguió bailando al ritmo de su propia pandereta, recibiendo los halagos de los otros y sin quitarle a Garfio, que parecía que había encontrado un buen entretenimiento en balancearse en la silla. Cuando pidió el vino, terminó el baile y se volvió a poner de rodillas frente a él. – ¿Vamos a compartir ese ron, entonces? – Dijo paseando el indice por el borde de la jarra, clavando sus ojos en los de Garfio, y por el cielo que eran verdes y brillantes, como la piedra que llevaba por nombre. – Yo también se hacer muchas cosas bien… Como reconocer metales preciosos. – Dijo bajando la mano por el brazo del pirata hasta llegar al garfio que recorrió con el dedo índice. – Cualquiera diría que un pirata tan famoso tendría un garfio de oro… O plata… – Porque también pensaba llevárselo. Todo lo que fuera brillante, a Esmeralda le venía bien. Y cuanto más tuviera, más porcentaje se podría quedar para sí misma. Se terminó por sentar y deslizó el pie hasta apoyarlo en el respaldo de la silla justo al lado del brazo del pirata. – ¿Ve esa tobillera, mon capitain? – Dijo resbalando la mano por su propia pierna lentamente. Llegó a la joya y movió los colgantitos que tenía y sonaban al entrechocarse. – De esta, solo hay un colgantito que es un metal precioso de verdad, si tiene usted tan buen ojo para las joyas como yo, Esmeralda baila para usted… Y sus hombres miran… – Se dejó caer de la mesa, poniéndose de pie a su lado con una sonrisilla. Y si Esmeralda podía evitar el ron, lo haría, desde luego.
Se apoyó con las manos en el respalda de la silla, espalda contra espalda con Garfio. Y dijo. – Esa pregunta que me hace, mon capitain, es muy descortés. De verdad que sí. Pero para que vea que yo no lo miento le diré… Que no bailo gratis. Todos cobramos por nuestro trabajo, menos los piratas, claro, que simplemente… – Dijo doblándose hacia atrás de cintura para arriba y apareciendo por el hombro de Garfio en su campo de visión. – Toman lo que quieren. Así que sus riquezas, mon capitain, me importan en tanto en cuanto usted quiera invertirlas en verme bailar. – Se levantó y empezó a moverse hacia su lado, apoyando la rodilla en el asiento de la silla e inclinándose sobre él, susurrándole al oído. – Pero, he de decir que estoy muuuuy intrigada por el garfio.
Así pues, siguió bailando al ritmo de su propia pandereta, recibiendo los halagos de los otros y sin quitarle a Garfio, que parecía que había encontrado un buen entretenimiento en balancearse en la silla. Cuando pidió el vino, terminó el baile y se volvió a poner de rodillas frente a él. – ¿Vamos a compartir ese ron, entonces? – Dijo paseando el indice por el borde de la jarra, clavando sus ojos en los de Garfio, y por el cielo que eran verdes y brillantes, como la piedra que llevaba por nombre. – Yo también se hacer muchas cosas bien… Como reconocer metales preciosos. – Dijo bajando la mano por el brazo del pirata hasta llegar al garfio que recorrió con el dedo índice. – Cualquiera diría que un pirata tan famoso tendría un garfio de oro… O plata… – Porque también pensaba llevárselo. Todo lo que fuera brillante, a Esmeralda le venía bien. Y cuanto más tuviera, más porcentaje se podría quedar para sí misma. Se terminó por sentar y deslizó el pie hasta apoyarlo en el respaldo de la silla justo al lado del brazo del pirata. – ¿Ve esa tobillera, mon capitain? – Dijo resbalando la mano por su propia pierna lentamente. Llegó a la joya y movió los colgantitos que tenía y sonaban al entrechocarse. – De esta, solo hay un colgantito que es un metal precioso de verdad, si tiene usted tan buen ojo para las joyas como yo, Esmeralda baila para usted… Y sus hombres miran… – Se dejó caer de la mesa, poniéndose de pie a su lado con una sonrisilla. Y si Esmeralda podía evitar el ron, lo haría, desde luego.
Se apoyó con las manos en el respalda de la silla, espalda contra espalda con Garfio. Y dijo. – Esa pregunta que me hace, mon capitain, es muy descortés. De verdad que sí. Pero para que vea que yo no lo miento le diré… Que no bailo gratis. Todos cobramos por nuestro trabajo, menos los piratas, claro, que simplemente… – Dijo doblándose hacia atrás de cintura para arriba y apareciendo por el hombro de Garfio en su campo de visión. – Toman lo que quieren. Así que sus riquezas, mon capitain, me importan en tanto en cuanto usted quiera invertirlas en verme bailar. – Se levantó y empezó a moverse hacia su lado, apoyando la rodilla en el asiento de la silla e inclinándose sobre él, susurrándole al oído. – Pero, he de decir que estoy muuuuy intrigada por el garfio.
La joya más preciada
Con Garfio. Taberna Cabo del Diablo . Pasada la media noche
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La siguió con la mirada cuando dio semejante salto en la mesa, un tanto hipnotizado por tanto movimiento y tanta palabrería. Si vais al fondo del mar, veréis muchos. La miró de arriba a abajo con lascivia y ni pizca de disimulo. Pero no os vayáis al fondo del mar. Aún. Acabaría allí como intentara atracarle. Pero por ahora parecía que solo tenía intención de bailar, así que amplió una sonrisa satisfecha, cruzó la mano y el garfio ante su vientre y se reclinó en las dos patas de la silla para observar el espectáculo.
Fue llegar la bebida y la muchacha encontró otro objetivo. ¿Pero se iba a quejar? No por el momento. Le devolvía una mirada carente de vergüenza. Esas eran las más divertidas. Y las más peligrosas. He dicho que os invitaba. Dijo con una sonrisa, vertiendo el contenido de la jarra en dos vasos. Y ya sabéis lo que dicen: que para ser un buen pirata, hay que ser honrado. Finalizó la frase mirando a sus camaradas de reojo, lo cual arrancó unas risotadas estúpidas. Le valían. A Garfio le gustaba que le rieran las gracias, aunque fuera esos inútiles, así que enfatizó la malévola sonrisa de lado y devolvió la mirada depredadora a la chica.
Lo siguiente bien podría haberle puesto los pelos de punta por bueno o por malo. Frunció el ceño con un toque de desconfianza, mirando a la mujer y de reojo al recorrido de su dedo mientras lo bajaba por su brazo y decía esas palabras. Evaluó apenas un segundo, porque Garfio no pasaba mucho más tiempo evaluando, y preguntó. ¿Quién os dice que este es mi único garfio, gitana? Ladeó la cabeza. ¿Es que queréis ver mi colección de garfios? ¿La de joyas? A cada segundo que pasaba estaba más convencido de que le quería robar. Pero antes de que pudiera no-evaluar más, la mujer se sentó y puso un pie en su propio respaldo, haciéndole dar un leve respingo por tal osadía. Pero no tuvo más que escucharla para que su sonrisa lupina apareciera otra vez. ¿Es eso un desafío, gitana de ninguna parte? Preguntó con tono malicioso, enganchando el garfio en la tobillera. Pero la mujer se desenganchó rápido y se puso de pie de un salto, mientras Garfio la seguía con la mirada. Al menos su mirada era interesante y seductora. Los que le rodeaban parecían perros hambrientos. Escoria pirata. Al fondo del mar los mandaba a todos y se quedaba él con la gitana, su pandereta y sus colgantitos. Aunque al final de la noche tuviera que engancharla del garfio para que no le robara. Pero eso que se llevaba.
Se quedó sin perder la sonrisa, pasándose la lengua por los dientes, porque él empezaba a tener ciertas hambres también aunque no pareciera semejante idiota. Mientras tanto, la mujer se había apoyado espalda con espalda y seguía hablando. Os oigo mucho y os veo poco. Dijo él, a quien no le gustaba la gente a sus espaldas. Así era como te cortaban el pescuezo. Colocó el garfio a la altura de su hombro y miró de reojo, por evitar movimientos en falso. Su comentario le hizo esbozar una mueca, sacando el labio inferior y encogiéndose de un hombro. La cortesía no está en el código pirata como la principal de las virtudes. Si buscabais caballerosidad, Tortuga no es el sitio, debisteis quedaros en Francia. No dejaba de mirarla de reojo. No iba a morir esa noche a manos de una gitana de pandereta, lo tenía clarísimo.
Lo que apareció por su cuello no fue una navaja ni nada similar, sino la misma mujer hablando, reposando sobre su hombro. Eso le hizo traer de nuevo la sonrisa malvada y depredadora, mientras la miraba. En otro movimiento de baile, la mujer se movió y prácticamente se inclinó sobre él. Solo se escuchaban murmullos obscenos a su alrededor, lo cual le importaba entre nada y una mierda. Tenía una mujer atractiva y peligrosa delante, porque se jugaba la mano que le quedaba a que era peligrosa, y no la pensaba dejar escapar. Ni como mujer ni como peligro. Sí que tomamos lo que queremos. Ahora fue él el rápido. Enganchó la falda de la mujer con el garfio, dejando la punta del mismo peligrosamente cerca de su piel. Un movimiento en falso y tendría un serio problema. Para asegurarse evitar tanto la huida como un desperdicio de cuerpo y sangre con lo bien que se lo estaban pasando, su única mano agarró con firmeza la muñeca de la mujer, la de la mano que se apoyaba en su silla. Y sí que mi garfio despierta intrigas. También temores, me extraña que no seáis de esas. Y también subestimaciones, espero que no seáis de esas.
Entrecerró los ojos y afiló la sonrisa, clavando en ella su mirada, ahora que no podía zafarse de él. Me habéis puesto un buen reto. Un juego, más bien. Me gustan los juegos, aunque no llevo nada bien perder. Ni las trampas, salvo que sean mías. Tampoco poder siquiera jugar apropiadamente. Y me temo que así no puedo veros como me gustaría. Tiró del garfio que enganchaba su falda hacia él al tiempo que, rápidamente, soltaba su muñeca y volteaba la cintura de la mujer, haciéndola sentarse en su regazo. ¿Solo una joya, decís? Dijo mirándola. Desvió justo después la mirada a la pierna de la mujer, la cual agarró con su mano y la subió para tener el tobillo lo más cercano posible a su vista. El brazo del garfio agarraba su cintura, mientras este seguía en un lugar peligroso para ella. Una de cada color. Como a mí me gusta. Escudriñó. Mas me temo que solo hay una auténtica. Miró a la mujer y volvió a ladear la sonrisa. Se puede calcar el fulgor de los rubíes, el del oro y el de la plata. Incluso el de los diamantes... Subió el garfio y acarició lentamente el contorno del rostro de la mujer con la curva metálica. ...y el de las esmeraldas. No son tan únicas, por bellas que sean. Volvió a bajar el garfio y, tras emitir una ronca y seca risa de su garganta, miró al tobillo de la mujer de nuevo. Pero el azul es difícil de emular. La miró a ella y, arqueando una ceja, concluyó. ¿Dónde habéis encontrado vos un lapislázuli, gitana de ninguna parte?
Fue llegar la bebida y la muchacha encontró otro objetivo. ¿Pero se iba a quejar? No por el momento. Le devolvía una mirada carente de vergüenza. Esas eran las más divertidas. Y las más peligrosas. He dicho que os invitaba. Dijo con una sonrisa, vertiendo el contenido de la jarra en dos vasos. Y ya sabéis lo que dicen: que para ser un buen pirata, hay que ser honrado. Finalizó la frase mirando a sus camaradas de reojo, lo cual arrancó unas risotadas estúpidas. Le valían. A Garfio le gustaba que le rieran las gracias, aunque fuera esos inútiles, así que enfatizó la malévola sonrisa de lado y devolvió la mirada depredadora a la chica.
Lo siguiente bien podría haberle puesto los pelos de punta por bueno o por malo. Frunció el ceño con un toque de desconfianza, mirando a la mujer y de reojo al recorrido de su dedo mientras lo bajaba por su brazo y decía esas palabras. Evaluó apenas un segundo, porque Garfio no pasaba mucho más tiempo evaluando, y preguntó. ¿Quién os dice que este es mi único garfio, gitana? Ladeó la cabeza. ¿Es que queréis ver mi colección de garfios? ¿La de joyas? A cada segundo que pasaba estaba más convencido de que le quería robar. Pero antes de que pudiera no-evaluar más, la mujer se sentó y puso un pie en su propio respaldo, haciéndole dar un leve respingo por tal osadía. Pero no tuvo más que escucharla para que su sonrisa lupina apareciera otra vez. ¿Es eso un desafío, gitana de ninguna parte? Preguntó con tono malicioso, enganchando el garfio en la tobillera. Pero la mujer se desenganchó rápido y se puso de pie de un salto, mientras Garfio la seguía con la mirada. Al menos su mirada era interesante y seductora. Los que le rodeaban parecían perros hambrientos. Escoria pirata. Al fondo del mar los mandaba a todos y se quedaba él con la gitana, su pandereta y sus colgantitos. Aunque al final de la noche tuviera que engancharla del garfio para que no le robara. Pero eso que se llevaba.
Se quedó sin perder la sonrisa, pasándose la lengua por los dientes, porque él empezaba a tener ciertas hambres también aunque no pareciera semejante idiota. Mientras tanto, la mujer se había apoyado espalda con espalda y seguía hablando. Os oigo mucho y os veo poco. Dijo él, a quien no le gustaba la gente a sus espaldas. Así era como te cortaban el pescuezo. Colocó el garfio a la altura de su hombro y miró de reojo, por evitar movimientos en falso. Su comentario le hizo esbozar una mueca, sacando el labio inferior y encogiéndose de un hombro. La cortesía no está en el código pirata como la principal de las virtudes. Si buscabais caballerosidad, Tortuga no es el sitio, debisteis quedaros en Francia. No dejaba de mirarla de reojo. No iba a morir esa noche a manos de una gitana de pandereta, lo tenía clarísimo.
Lo que apareció por su cuello no fue una navaja ni nada similar, sino la misma mujer hablando, reposando sobre su hombro. Eso le hizo traer de nuevo la sonrisa malvada y depredadora, mientras la miraba. En otro movimiento de baile, la mujer se movió y prácticamente se inclinó sobre él. Solo se escuchaban murmullos obscenos a su alrededor, lo cual le importaba entre nada y una mierda. Tenía una mujer atractiva y peligrosa delante, porque se jugaba la mano que le quedaba a que era peligrosa, y no la pensaba dejar escapar. Ni como mujer ni como peligro. Sí que tomamos lo que queremos. Ahora fue él el rápido. Enganchó la falda de la mujer con el garfio, dejando la punta del mismo peligrosamente cerca de su piel. Un movimiento en falso y tendría un serio problema. Para asegurarse evitar tanto la huida como un desperdicio de cuerpo y sangre con lo bien que se lo estaban pasando, su única mano agarró con firmeza la muñeca de la mujer, la de la mano que se apoyaba en su silla. Y sí que mi garfio despierta intrigas. También temores, me extraña que no seáis de esas. Y también subestimaciones, espero que no seáis de esas.
Entrecerró los ojos y afiló la sonrisa, clavando en ella su mirada, ahora que no podía zafarse de él. Me habéis puesto un buen reto. Un juego, más bien. Me gustan los juegos, aunque no llevo nada bien perder. Ni las trampas, salvo que sean mías. Tampoco poder siquiera jugar apropiadamente. Y me temo que así no puedo veros como me gustaría. Tiró del garfio que enganchaba su falda hacia él al tiempo que, rápidamente, soltaba su muñeca y volteaba la cintura de la mujer, haciéndola sentarse en su regazo. ¿Solo una joya, decís? Dijo mirándola. Desvió justo después la mirada a la pierna de la mujer, la cual agarró con su mano y la subió para tener el tobillo lo más cercano posible a su vista. El brazo del garfio agarraba su cintura, mientras este seguía en un lugar peligroso para ella. Una de cada color. Como a mí me gusta. Escudriñó. Mas me temo que solo hay una auténtica. Miró a la mujer y volvió a ladear la sonrisa. Se puede calcar el fulgor de los rubíes, el del oro y el de la plata. Incluso el de los diamantes... Subió el garfio y acarició lentamente el contorno del rostro de la mujer con la curva metálica. ...y el de las esmeraldas. No son tan únicas, por bellas que sean. Volvió a bajar el garfio y, tras emitir una ronca y seca risa de su garganta, miró al tobillo de la mujer de nuevo. Pero el azul es difícil de emular. La miró a ella y, arqueando una ceja, concluyó. ¿Dónde habéis encontrado vos un lapislázuli, gitana de ninguna parte?
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Vaya con el pirata obsesionado con mandar gente al fondo del mar. A ver, que eran piratas, era lo suyo, pero la mayoría lo olvidaba cuando ella les bailaba cerca. Este estaba tan loco que ni eso, había que fastidiarse. Se rio a lo de la invitación. – ¡Ay! ¿De veras lo decís? Los piratas a mí me no me han tratado con mucho honor... – Dijo dando vueltas al rededor de Garfio e inclinándose hacia su oído. – Claro que yo... Inspiro otras cosas que no son honor... – A ver si se le empezaba a amilanar, que nunca se le había resistido tanto un pirata. Aunque no había nada que le gustara más a Esmeralda que un reto.
Y otra vez le había alterado, era como si paseara por un callejón a oscuras lleno de trampas para ratones, que uno nunca sabía cuándo iba a activar una y por ende todas las demás. Trató de reír y ladeó la cabeza, enfocándole con la mirada y una sonrisa inocente. – Los caballeros no tienen atractivo para mí. Piratas y gitanos nos entendemos muy bien, ¿no cree, capitán? – Dio la vuelta sobre sí misma y sacudió su falda un poco. – Nosotros sabemos movernos y escondernos por cualquier lugar de la tierra... Y los piratas lo lográis en el mar. Ambos viajamos y no somos de ningún lugar y el mundo nos da la espalda. Y nosotros nos aprovechamos de ello de la mejor manera – Bueno, parecía que lo había desviado un poco. Claramente a Garfio le gustaban los juegos y ella estaba muy dispuesta a dejarle jugar. Aunque claro, él se lo tenía que llevar un poquito más allá, enganchándola peligrosamente con el Garfio. Aunque si dijera que le molestaba, estaría mintiendo flagrantemente. Rio suavecito (no fuera a ser que se clavara el garfio sin querer) y bajó el tono. – Intriga toda la del mundo, soy curiosa, pero no tanto como los gatos. No como para que me maten, respondiendo a su pregunta – Dijo mirando el garfio. – Aunque ese garfio suyo, capitán, empieza a generarme una irremediable atracción... ¿O será la de su dueño? – Ahí no estaba mintiendo. Había algo en aquel loco, a parte de su belleza, que le atraía.
Se dejó sentar en el regazo de Garfio y le pasó un brazo por los hombros y le puso la otra mano en el pecho. – Yo no le haría trampas, mi capitán. – Dijo melosa, mientras se dejaba levantar la pierna sin dejar de tener enfocados sus ojos. Ladeó un poco la cabeza al sentir la caricia del garfio y le volvió a mirar inocentemente. – Depende la esmeralda, se lo aseguro. – Empezaba a gustar aquel juego a ella también. Y no cabía duda que el pirata tenía buen ojo para las joyas, no se le daba gato por liebre. Y la llamaba gitana de ninguna parte y se sentía muy identificada con tal mote. – Llegó a mí, como todas las cosas buenas, es mejor no buscarlas. Y no puede rechazarlo o me traería mal fario. Todas las joyas tienen una historia detrás, incluida esta. – Dijo mirando hacia abajo, como si se mirara a sí misma. Se acercó a su oído sin bajar la pierna y dejando que su tobillera siguiera cerca de él. – Y ya que lo ha preguntado... Sí que quiero ver su colección de garfios... Y lo que sepa hacer con ellos. – Sonrió. – Pero solo si está en un lugar más privado que este. – Ya tenía que mover ficha, porque se temía que emborrachar a ese iba a ser más difícil que engatusarle en privado para que bebiera o que perdiera un poquito el control. – ¿No se ha cansado de que vuestros hombres disfruten de lo que por derecho le corresponde a su capitán? – Y si no se llevaba los rubíes, pensaba cobrarle por cada jueguecito y llevarse una fortuna.
Y otra vez le había alterado, era como si paseara por un callejón a oscuras lleno de trampas para ratones, que uno nunca sabía cuándo iba a activar una y por ende todas las demás. Trató de reír y ladeó la cabeza, enfocándole con la mirada y una sonrisa inocente. – Los caballeros no tienen atractivo para mí. Piratas y gitanos nos entendemos muy bien, ¿no cree, capitán? – Dio la vuelta sobre sí misma y sacudió su falda un poco. – Nosotros sabemos movernos y escondernos por cualquier lugar de la tierra... Y los piratas lo lográis en el mar. Ambos viajamos y no somos de ningún lugar y el mundo nos da la espalda. Y nosotros nos aprovechamos de ello de la mejor manera – Bueno, parecía que lo había desviado un poco. Claramente a Garfio le gustaban los juegos y ella estaba muy dispuesta a dejarle jugar. Aunque claro, él se lo tenía que llevar un poquito más allá, enganchándola peligrosamente con el Garfio. Aunque si dijera que le molestaba, estaría mintiendo flagrantemente. Rio suavecito (no fuera a ser que se clavara el garfio sin querer) y bajó el tono. – Intriga toda la del mundo, soy curiosa, pero no tanto como los gatos. No como para que me maten, respondiendo a su pregunta – Dijo mirando el garfio. – Aunque ese garfio suyo, capitán, empieza a generarme una irremediable atracción... ¿O será la de su dueño? – Ahí no estaba mintiendo. Había algo en aquel loco, a parte de su belleza, que le atraía.
Se dejó sentar en el regazo de Garfio y le pasó un brazo por los hombros y le puso la otra mano en el pecho. – Yo no le haría trampas, mi capitán. – Dijo melosa, mientras se dejaba levantar la pierna sin dejar de tener enfocados sus ojos. Ladeó un poco la cabeza al sentir la caricia del garfio y le volvió a mirar inocentemente. – Depende la esmeralda, se lo aseguro. – Empezaba a gustar aquel juego a ella también. Y no cabía duda que el pirata tenía buen ojo para las joyas, no se le daba gato por liebre. Y la llamaba gitana de ninguna parte y se sentía muy identificada con tal mote. – Llegó a mí, como todas las cosas buenas, es mejor no buscarlas. Y no puede rechazarlo o me traería mal fario. Todas las joyas tienen una historia detrás, incluida esta. – Dijo mirando hacia abajo, como si se mirara a sí misma. Se acercó a su oído sin bajar la pierna y dejando que su tobillera siguiera cerca de él. – Y ya que lo ha preguntado... Sí que quiero ver su colección de garfios... Y lo que sepa hacer con ellos. – Sonrió. – Pero solo si está en un lugar más privado que este. – Ya tenía que mover ficha, porque se temía que emborrachar a ese iba a ser más difícil que engatusarle en privado para que bebiera o que perdiera un poquito el control. – ¿No se ha cansado de que vuestros hombres disfruten de lo que por derecho le corresponde a su capitán? – Y si no se llevaba los rubíes, pensaba cobrarle por cada jueguecito y llevarse una fortuna.
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Sacó un poco el labio inferior y asintió lentamente. Piratas y gitanos nos entendemos muy bien... Miró a la nada, pero siguió asintiendo con el labio en una mueca impresionada, como si valorara mentalmente sus palabras. Como si Garfio tuviera la capacidad de valorar mentalmente la profundidad de algo que no fuera el océano, y hasta eso lo estimaba erráticamente. Piratas y gitanos nos entendemos muy bien... Sí, estoy de acuerdo. Volvió a mirar a Esmeralda, cogiendo la jarra y alzándola. Brindo por ello. ¡Por los piratas y los gitanos! Bramó, y todos sus hombres le secundaron como loros. Malditos beodos que no sabían ni lo que decían. Dio un largo trago y bajó rápidamente la jarra, dando un sonoro golpe en la mesa y salpicando fuera parte de su interior. ¡Y que los caballeros desfilen todos por la tabla! ¡Eso! ¡Y que sean pasto para los cocodrilos! Coreó uno de sus hombres. Garfio le miró con mala cara. ¿En serio? ¿No había otro puto animal que mentar en toda la fauna acuática? De verdad, mendrugos todos. Pasto de cocodrilos iba a ser ese tío mañana, después de que disfrutara de su garfio en su garganta.
Como si ya fantaseara con degollar a ese tipo por mentar la palabra "cocodrilo" en su presencia, se puso a mover el garfio entre sus dedos, sacándose mugre de las uñas con el pincho y mirándolo como si tal cosa, mientras seguía escuchando a la gitana hablar y la veía bailar por el rabillo del ojo. Que me dé la espalda el mundo y quien quiera si se atreve. Luego soy yo el descerebrado, mas jamás voltearía la cara a un hombre que porta un garfio como mano. Había que ser muy idiota. Y la mujer debió captar la amenaza velada (¿era una amenaza velada? Bueno, Garfio siempre andaba amenazando, no se construía el camino hacia la capitanía pirata dando pasos en falso), porque claramente le dijo que no quería que la mataran, que no era un gato. Ya, ya veía que no era un gato. La miró con una sonrisilla y los ojos entornados, mirada que se intensificó cuando le dijo claro lo de la atracción. Y ahí el capitán pirata podía conventirse en un auténtico muñeco de trapo, cuando su virilidad se veía ensalzada. Quizás ambas. Dejó caer. Aquello estaba tomando buenos tintes, quería pensar. Y él seguía siendo el que tenía un arma incorporada.
Tener a una mujer hermosa sentada en su regazo y acariciándole el pecho, con esa voz melosa y el alcohol ya nadando libremente por su cerebro, desde luego comprometía su lucidez. Y cuando uno pasaba largas temporadas en alta mar, la compañía de una mujer se anhelaba. Se anhelaba peligrosamente, y ellas lo sabían, y bien que se aprovechaban. Pero gitanos y piratas se daban la mano, eso había dicho esa... Ah, y a ver quien de los dos era más peligroso. Quizás le estaba diciendo que un gitano era tan de fiar como un pirata: poco. Soltó una carcajada seca. Al mal fario hay que tenerlo bien lejos, estoy de acuerdo. Contestó, sin soltar su pierna y aún analizando la joya en su tobillera. Así que... Las cosas buenas simplemente llegan sin buscarlas... Eso explicaría muchas cosas en mi historia, y pondría peligrosamente en peligro otras. Comentó como si nada, pero giró la mirada a la mujer hacia el final de la frase. Entonces esta se acercó a su oído para susurrar. Arqueó una ceja. "Y lo que sepa hacer con ellos". ¿Quería ver como degollaba al merluzo que había dicho lo del cocodrilo? Porque esa era una de las cosas que sabía hacer con su garfio. Pero algo le decía que no iban por ahí los tiros. Las mujeres no solían ir por ahí cuando decían esas cosas.
La siguiente pregunta sí que le picó en el orgullo. Se quedó unos segundos mirándola, con ojos cuestionadores y casi fieros. Finalmente, soltó otra seca risa. No es habitual que alguien quiera ver mi colección de garfios en privado... Ni mucho menos lo que sé hacer con ellos. Ladeó la cabeza, fingiendo pensárselo, y añadió. Pero tampoco me había encontrado nunca con una gitana de ninguna parte. Se levantó, obligando en el movimiento a la chica a ponerse de pie, porque la seguía teniendo sobre su regazo. Sin desclavar la mirada de ella, cogió la jarra, se bebió el contenido de un trago y, tan pronto la separó de sus labios, la estampó contra la cara del pirata amante de los cocodrilos. El tipo cayó al suelo del propio impacto, con la cara ensangrentada y la jarra hecha trizas alrededor de él. Se había creado un silencio incómodo, pero Garfio como si no hubiera hecho nada. Emitió un sonido de su garganta, de los que suelen emitirse cuando tomas una bebida deliciosa y refrescante, con la normalidad de quien bebe en una agradable terraza en la que no se está sucediendo un desangramiento provocado por ti. Sacudió la mano, mojada de alcohol, y dijo tranquilamente. Y esto es lo que sé hacer con la mano buena. Y en público. Se acercó lentamente a ella, mientras tras él se generaba un revuelo de hombres atendiendo al herido, con su sonrisa de lado enseñando los colmillos. Espero que sigáis interesada en saber lo que sé hacer con mi garfio. Y en privado.
Como si ya fantaseara con degollar a ese tipo por mentar la palabra "cocodrilo" en su presencia, se puso a mover el garfio entre sus dedos, sacándose mugre de las uñas con el pincho y mirándolo como si tal cosa, mientras seguía escuchando a la gitana hablar y la veía bailar por el rabillo del ojo. Que me dé la espalda el mundo y quien quiera si se atreve. Luego soy yo el descerebrado, mas jamás voltearía la cara a un hombre que porta un garfio como mano. Había que ser muy idiota. Y la mujer debió captar la amenaza velada (¿era una amenaza velada? Bueno, Garfio siempre andaba amenazando, no se construía el camino hacia la capitanía pirata dando pasos en falso), porque claramente le dijo que no quería que la mataran, que no era un gato. Ya, ya veía que no era un gato. La miró con una sonrisilla y los ojos entornados, mirada que se intensificó cuando le dijo claro lo de la atracción. Y ahí el capitán pirata podía conventirse en un auténtico muñeco de trapo, cuando su virilidad se veía ensalzada. Quizás ambas. Dejó caer. Aquello estaba tomando buenos tintes, quería pensar. Y él seguía siendo el que tenía un arma incorporada.
Tener a una mujer hermosa sentada en su regazo y acariciándole el pecho, con esa voz melosa y el alcohol ya nadando libremente por su cerebro, desde luego comprometía su lucidez. Y cuando uno pasaba largas temporadas en alta mar, la compañía de una mujer se anhelaba. Se anhelaba peligrosamente, y ellas lo sabían, y bien que se aprovechaban. Pero gitanos y piratas se daban la mano, eso había dicho esa... Ah, y a ver quien de los dos era más peligroso. Quizás le estaba diciendo que un gitano era tan de fiar como un pirata: poco. Soltó una carcajada seca. Al mal fario hay que tenerlo bien lejos, estoy de acuerdo. Contestó, sin soltar su pierna y aún analizando la joya en su tobillera. Así que... Las cosas buenas simplemente llegan sin buscarlas... Eso explicaría muchas cosas en mi historia, y pondría peligrosamente en peligro otras. Comentó como si nada, pero giró la mirada a la mujer hacia el final de la frase. Entonces esta se acercó a su oído para susurrar. Arqueó una ceja. "Y lo que sepa hacer con ellos". ¿Quería ver como degollaba al merluzo que había dicho lo del cocodrilo? Porque esa era una de las cosas que sabía hacer con su garfio. Pero algo le decía que no iban por ahí los tiros. Las mujeres no solían ir por ahí cuando decían esas cosas.
La siguiente pregunta sí que le picó en el orgullo. Se quedó unos segundos mirándola, con ojos cuestionadores y casi fieros. Finalmente, soltó otra seca risa. No es habitual que alguien quiera ver mi colección de garfios en privado... Ni mucho menos lo que sé hacer con ellos. Ladeó la cabeza, fingiendo pensárselo, y añadió. Pero tampoco me había encontrado nunca con una gitana de ninguna parte. Se levantó, obligando en el movimiento a la chica a ponerse de pie, porque la seguía teniendo sobre su regazo. Sin desclavar la mirada de ella, cogió la jarra, se bebió el contenido de un trago y, tan pronto la separó de sus labios, la estampó contra la cara del pirata amante de los cocodrilos. El tipo cayó al suelo del propio impacto, con la cara ensangrentada y la jarra hecha trizas alrededor de él. Se había creado un silencio incómodo, pero Garfio como si no hubiera hecho nada. Emitió un sonido de su garganta, de los que suelen emitirse cuando tomas una bebida deliciosa y refrescante, con la normalidad de quien bebe en una agradable terraza en la que no se está sucediendo un desangramiento provocado por ti. Sacudió la mano, mojada de alcohol, y dijo tranquilamente. Y esto es lo que sé hacer con la mano buena. Y en público. Se acercó lentamente a ella, mientras tras él se generaba un revuelo de hombres atendiendo al herido, con su sonrisa de lado enseñando los colmillos. Espero que sigáis interesada en saber lo que sé hacer con mi garfio. Y en privado.
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Sí, se le daba bien entenderse con aquel pirata, por loco que estuviera, al menos hablaba su idioma más que los caballeritos franceses y sus “esas supersticiones enfadan a Dios, a la Inquisición no le va a gustar”. Estúpidos, así les lucía el pelo. Se le hizo que al capitán no le había gustado mucho el comentario sobre los cocodrilos (¿en serio aquel loco tenía miedo a los cocodrilos y el mal fario y no a mil cosas más que podían salir del mar?), así que anotado, nada de cocodrilos. Sí a las joyas, los bailecitos y la pandereta, nada de cocodrilos ni de sugerir compartir. Más bien nada que le de a entender al desequilibrado ese que se le quería arrebatar algo o jugársela de alguna forma.
Pues lo que Esmeralda había deducido en menos de una horas, por lo visto sus hombres no lo tenían muy claro, y las consecuencias de enfadar a Garfio llegaron en forma de agresión con la jarra. Su instinto hubiera sido agacharse junto al hombre y ver si estaba bien, pero algo le decía que eso no es que le fuera a ganar puntos con quien le interesaba, y se había cansado siempre de ser la que iba con el bando perdedor, por mucho que le dolieran las injusticias. — Las simples sardinillas no deberían enfrentarse al señor de los mares. — Le susurró sin apartar el brazo de sus hombros, donde lo tenía al estar sentada. Rio socarronamente al comentario de la mano y pestañeó. — Ahora tengo aún más ganas si cabe, mi capitán, de ver esa colección de garfios. — Dijo paseando el índice por el bello rostro de Garfio. Garantizado que las apariencias más hermosas suelen esconder los mayores peligros.
Separándose un poco de él, le agarró de la mano sin garfio, mientras ella, con la otra agitaba la pandereta ante los marineros. — Buenas noches, señores… La dama ha escogido. — Dijo con una sonrisilla y mirada traviesas, ante los sonidos de queja de los marineros. — Sepan perder con dignidad, y beban mucho a la salud de su capitán. — Terminó con un guiño, contoneándose mucho al salir para que todo el mundo viera que se iba con Garfio. Para ella era una pequeña seguridad (no mucha, teniendo en cuenta con quién se iba, pero bueno) y para él no era más que engordar su ego de capitán triunfador. Hombres, simplemente.
Cuando salieron al muelle, tiró de él hasta una farola cerca del borde del mismo y se apoyó en ella, dejándole muy cerca de ella, arrinconándose a sí misma. — Y ahora que estamos solos, mi capitán… Voy a ser generosa porque me tienes fascinada, y porque quiero de veras ver el famoso camarote del capitán Garfio y su colección de garfios que tan bien sabe usar… No te voy a cobrar nada hasta que lleguemos allí y puedas enseñarme las cosas con tranquilidad. — Y ella tuviera tiempo de pensar en dónde podía ser que un obseso como aquel escondiera tamaño tesoro como el que describían de los rubíes. Subió los labios hasta su oreja y susurró. — Piensa bien qué vas a hacer con estos minutos tan valiosos, que no es que no se los conceda a cualquiera, es que no se los concedo a nadie. — Terminó casi con un jadeo aterciopelado. — Pero no todos los días se puede ir al Jolly Roger. —
Pues lo que Esmeralda había deducido en menos de una horas, por lo visto sus hombres no lo tenían muy claro, y las consecuencias de enfadar a Garfio llegaron en forma de agresión con la jarra. Su instinto hubiera sido agacharse junto al hombre y ver si estaba bien, pero algo le decía que eso no es que le fuera a ganar puntos con quien le interesaba, y se había cansado siempre de ser la que iba con el bando perdedor, por mucho que le dolieran las injusticias. — Las simples sardinillas no deberían enfrentarse al señor de los mares. — Le susurró sin apartar el brazo de sus hombros, donde lo tenía al estar sentada. Rio socarronamente al comentario de la mano y pestañeó. — Ahora tengo aún más ganas si cabe, mi capitán, de ver esa colección de garfios. — Dijo paseando el índice por el bello rostro de Garfio. Garantizado que las apariencias más hermosas suelen esconder los mayores peligros.
Separándose un poco de él, le agarró de la mano sin garfio, mientras ella, con la otra agitaba la pandereta ante los marineros. — Buenas noches, señores… La dama ha escogido. — Dijo con una sonrisilla y mirada traviesas, ante los sonidos de queja de los marineros. — Sepan perder con dignidad, y beban mucho a la salud de su capitán. — Terminó con un guiño, contoneándose mucho al salir para que todo el mundo viera que se iba con Garfio. Para ella era una pequeña seguridad (no mucha, teniendo en cuenta con quién se iba, pero bueno) y para él no era más que engordar su ego de capitán triunfador. Hombres, simplemente.
Cuando salieron al muelle, tiró de él hasta una farola cerca del borde del mismo y se apoyó en ella, dejándole muy cerca de ella, arrinconándose a sí misma. — Y ahora que estamos solos, mi capitán… Voy a ser generosa porque me tienes fascinada, y porque quiero de veras ver el famoso camarote del capitán Garfio y su colección de garfios que tan bien sabe usar… No te voy a cobrar nada hasta que lleguemos allí y puedas enseñarme las cosas con tranquilidad. — Y ella tuviera tiempo de pensar en dónde podía ser que un obseso como aquel escondiera tamaño tesoro como el que describían de los rubíes. Subió los labios hasta su oreja y susurró. — Piensa bien qué vas a hacer con estos minutos tan valiosos, que no es que no se los conceda a cualquiera, es que no se los concedo a nadie. — Terminó casi con un jadeo aterciopelado. — Pero no todos los días se puede ir al Jolly Roger. —
La joya más preciada
Con Garfio. Taberna Cabo del Diablo . Pasada la media noche
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Torció una sonrisa complacida, mirándola de reojo. Eso, sí, simples sardinillas, él era el señor de los mares... Y esa gitana era peligrosamente buena diciéndole lo que quería oír. ¿Le haría bajar la guardia? No, el rey de los mares nunca bajaba la guardia. Miró su rostro y sus labios con lascivia mientras esta le hablaba tan cerca y le acariciaba. ¿Quería colección de garfios? ¿Quería momento privado? Lo tendría, eso y más cosas, que el señor de los mares también sabía mover la cubierta... A ver si se iban ya de la puta taberna esa, hostia.
Sí que se iban, porque la mujer se puso de pie y tiró de él, que fue tras ella medio hipnotizado. No, hipnotizado no, iba porque quería, de hecho al revés, ¡se la llevaba él a ella! La había cautivado con el buen uso de sus manos, la buena y la del garfio, y más que la pensaba cautivar, bien contenta que se iba. Miró con superioridad al entorno y repitió sus palabras. - La dama ha escogido. - Dijo alzando la mano del garfio. Y como estaba tan contento y allí había ya mucha queja absurda, bramó. - ¡Y esta ronda corre a cuenta del capitán! - Eso provocó una ovación generalizada, pero esta aún estaba terminando cuando Garfio, que había rematado su frase con una carcajada, se puso serio de repente y señaló con el garfio a su segundo de abordo. - ¡Smee! Al que beba un penique de más se lo hago tragar y uso su estómago de cofre del tesoro para los tiburones, ¿estamos? - Y ya sí, salió con la gitana de la taberna.
Iba tras la mujer, que parecía contonearse cada vez más o quizás su mente embriagada le movía las caderas sola, desnudándola con la mirada, cuando el tirón le pilló tan de improviso que casi le activa las señales de alerta. De ser cualquier otro ya estaría enganchado del garfio, pero algo en su instinto animal (no el de degollar gente, el otro) le detuvo a tiempo. Ladeó una sonrisa que mostraba los dientes, por los cuales se pasó la lengua lentamente. - Por un momento pensé que estabas tan fascinada que no me ibas a cobrar. - Pasó su garfio por un mechón de su pelo, mirándolo mientras lo enredaba en él. - Pero yo soy un capitán generoso también, y si quedo complacido, más aún. Entrego mis riquezas a quien las merece, pero no las tiro ni las regalo. - Arqueó una ceja. Básicamente lo que acababa de hacer en la tasca, invitar a una ronda, pero a una y solo una. El concepto de generosidad inteligente de Garfio era gastarse una fortuna en invitar a un montón de borrachos a que sigan bebiendo pero decidiendo él cuanto tienen que beber, y si alguien se pasa, matarlo. En su cabeza era una estrategia brillante, y más le valía a Esmeralda que en la suya también.
Se mordió los labios y contuvo la respiración mientras susurraba en su oído. Cuando acabó, la miró de reojo desde su posición y susurró de vuelta. - "Minutos" es algo que suena a poco en mis oídos, más si me susurran desde tan cerca. - Atisbó un movimiento cerca del muelle y echó tal mirada que el marinero, nada más cruzarla, abrió mucho los ojos y giró sobre sus talones, dando media vuelta para volverse por donde había venido. - Pues no perdamos más tiempo. - Continuó, de nuevo mirándola. - Que a los barcos le pesan cada minuto que pasan vacíos. Aunque un capitán como yo es capaz de hacer que sus velas le saluden tan pronto lo pisa. - Pronunció la sonrisa de lado e hizo una especie de guiño mientras decía. - Demostrémosle a ese navío que no hay juventud que el mar considere perdida. - Y tiró de la mujer hasta el interior de su barco.
La soltó justo a las puertas de su camarote, para entrar por este con el pecho hinchado, a lentas y ceremoniosas zancadas, y girarse con los brazos en cruz para mirarla desde el centro de la estancia. - Bienvenida a la morada del capitán. ¿Habíais visto alguna vez algo igual? - Arqueó una ceja y, con chulería, se acercó lentamente a ella, ya con los brazos bajados. - No iréis ahora a decirme que estáis muy acostumbrada a ver el lecho de un rey. Y de ser así... - Ladeó la cabeza. - Quizás sea la hora de demostrar a los reyes de la tierra que no tienen nada que hacer contra un rey de los mares. -
Sí que se iban, porque la mujer se puso de pie y tiró de él, que fue tras ella medio hipnotizado. No, hipnotizado no, iba porque quería, de hecho al revés, ¡se la llevaba él a ella! La había cautivado con el buen uso de sus manos, la buena y la del garfio, y más que la pensaba cautivar, bien contenta que se iba. Miró con superioridad al entorno y repitió sus palabras. - La dama ha escogido. - Dijo alzando la mano del garfio. Y como estaba tan contento y allí había ya mucha queja absurda, bramó. - ¡Y esta ronda corre a cuenta del capitán! - Eso provocó una ovación generalizada, pero esta aún estaba terminando cuando Garfio, que había rematado su frase con una carcajada, se puso serio de repente y señaló con el garfio a su segundo de abordo. - ¡Smee! Al que beba un penique de más se lo hago tragar y uso su estómago de cofre del tesoro para los tiburones, ¿estamos? - Y ya sí, salió con la gitana de la taberna.
Iba tras la mujer, que parecía contonearse cada vez más o quizás su mente embriagada le movía las caderas sola, desnudándola con la mirada, cuando el tirón le pilló tan de improviso que casi le activa las señales de alerta. De ser cualquier otro ya estaría enganchado del garfio, pero algo en su instinto animal (no el de degollar gente, el otro) le detuvo a tiempo. Ladeó una sonrisa que mostraba los dientes, por los cuales se pasó la lengua lentamente. - Por un momento pensé que estabas tan fascinada que no me ibas a cobrar. - Pasó su garfio por un mechón de su pelo, mirándolo mientras lo enredaba en él. - Pero yo soy un capitán generoso también, y si quedo complacido, más aún. Entrego mis riquezas a quien las merece, pero no las tiro ni las regalo. - Arqueó una ceja. Básicamente lo que acababa de hacer en la tasca, invitar a una ronda, pero a una y solo una. El concepto de generosidad inteligente de Garfio era gastarse una fortuna en invitar a un montón de borrachos a que sigan bebiendo pero decidiendo él cuanto tienen que beber, y si alguien se pasa, matarlo. En su cabeza era una estrategia brillante, y más le valía a Esmeralda que en la suya también.
Se mordió los labios y contuvo la respiración mientras susurraba en su oído. Cuando acabó, la miró de reojo desde su posición y susurró de vuelta. - "Minutos" es algo que suena a poco en mis oídos, más si me susurran desde tan cerca. - Atisbó un movimiento cerca del muelle y echó tal mirada que el marinero, nada más cruzarla, abrió mucho los ojos y giró sobre sus talones, dando media vuelta para volverse por donde había venido. - Pues no perdamos más tiempo. - Continuó, de nuevo mirándola. - Que a los barcos le pesan cada minuto que pasan vacíos. Aunque un capitán como yo es capaz de hacer que sus velas le saluden tan pronto lo pisa. - Pronunció la sonrisa de lado e hizo una especie de guiño mientras decía. - Demostrémosle a ese navío que no hay juventud que el mar considere perdida. - Y tiró de la mujer hasta el interior de su barco.
La soltó justo a las puertas de su camarote, para entrar por este con el pecho hinchado, a lentas y ceremoniosas zancadas, y girarse con los brazos en cruz para mirarla desde el centro de la estancia. - Bienvenida a la morada del capitán. ¿Habíais visto alguna vez algo igual? - Arqueó una ceja y, con chulería, se acercó lentamente a ella, ya con los brazos bajados. - No iréis ahora a decirme que estáis muy acostumbrada a ver el lecho de un rey. Y de ser así... - Ladeó la cabeza. - Quizás sea la hora de demostrar a los reyes de la tierra que no tienen nada que hacer contra un rey de los mares. -
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Entornó los ojos y sacó los morritos. — Capitán, yo no tengo un barco ni la capacidad de encontrar tesoros sumergidos o abordar galeones españoles y franceses. Soy una pobre gitanita que tiene que ganarse la vida. — Se acercó hacia él y le susurró. — Si te lo quieres tomar como un halago, esto no se lo dejo hacer al mejor postor… Solo a quien quiero yo, aunque tenga que ponerme un buen precio. — Le besó por el cuello hasta llegar a su oreja. — Y te aseguro que lo valgo y que quieres pagarlo, mi capitán. —
Se rio picarona y le miró de reojo, levantando el hombro. — No he dicho cuántos minutos, capitán, se nos puede hacer una noche muy muy larga. — Y en verdad, dentro de ella, Esmeralda iba reticente a entrar en el dichoso barco, porque a ella no le gustaba el mar, el agua, y el balanceo de los barcos la ponía nerviosa, pero esos rubíes… — Uhhhh yo quiero ver eso. He conocido a muchos hombres, pero ninguno conseguía que su propio barco se incline ante él. —
Esmeralda no entendía mucho de barcos, pero sí entendía de ostentosidades, y reconocía ese lujo de quien no había tenido nada, y cuando empezaba a tenerlo, necesitaba demostrarlo con las cosas más bellas y excéntricas que pudiera encontrar. Si encima tenía el carácter de Garfio, más todavía. Negó con una sonrisa. — Para nada, la verdad. — Dijo aludiendo al dormitorio. Se acercó con una sonrisa y le subió las manos por el pecho hasta rodearle por los hombros, rozando su pierna con la suya. — Rey de los mares, princesa de los gitanos… Suena a que no pega… Pero creo que va a ser una de esas combinaciones que nadie se espera que funciones y que… Encajan… A la perfección. — Le había quitado la pesada casaca de marinero y empezó a besarle por el cuello, aprovechando para mirar por la habitación. ¿Dónde escondería uno algo tan preciado como aquellos rubíes? Lo normal sería no tenerlo en la habitación por obvio, pero con lo paranoico que era, no se separaría de los rubíes así como así, ni se fiaría de su tripulación. — Yo quiero aprender del rey de los Mares… — Volvió a susurrar en su oído. — Y estoy segura de que su majestad tiene por aquí licores dignos de su rango… Déjame probarlo. — De lo que estaba segura de que Garfio tenía mucha tolerancia al alcohol, pero tenía que garantizarse que estuviera lo suficientemente mareado como para que después de lo que pensaba hacerle se quedara fuera de juego y ella pudiera buscar esos rubíes antes de que los marineros volvieran.
Se rio picarona y le miró de reojo, levantando el hombro. — No he dicho cuántos minutos, capitán, se nos puede hacer una noche muy muy larga. — Y en verdad, dentro de ella, Esmeralda iba reticente a entrar en el dichoso barco, porque a ella no le gustaba el mar, el agua, y el balanceo de los barcos la ponía nerviosa, pero esos rubíes… — Uhhhh yo quiero ver eso. He conocido a muchos hombres, pero ninguno conseguía que su propio barco se incline ante él. —
Esmeralda no entendía mucho de barcos, pero sí entendía de ostentosidades, y reconocía ese lujo de quien no había tenido nada, y cuando empezaba a tenerlo, necesitaba demostrarlo con las cosas más bellas y excéntricas que pudiera encontrar. Si encima tenía el carácter de Garfio, más todavía. Negó con una sonrisa. — Para nada, la verdad. — Dijo aludiendo al dormitorio. Se acercó con una sonrisa y le subió las manos por el pecho hasta rodearle por los hombros, rozando su pierna con la suya. — Rey de los mares, princesa de los gitanos… Suena a que no pega… Pero creo que va a ser una de esas combinaciones que nadie se espera que funciones y que… Encajan… A la perfección. — Le había quitado la pesada casaca de marinero y empezó a besarle por el cuello, aprovechando para mirar por la habitación. ¿Dónde escondería uno algo tan preciado como aquellos rubíes? Lo normal sería no tenerlo en la habitación por obvio, pero con lo paranoico que era, no se separaría de los rubíes así como así, ni se fiaría de su tripulación. — Yo quiero aprender del rey de los Mares… — Volvió a susurrar en su oído. — Y estoy segura de que su majestad tiene por aquí licores dignos de su rango… Déjame probarlo. — De lo que estaba segura de que Garfio tenía mucha tolerancia al alcohol, pero tenía que garantizarse que estuviera lo suficientemente mareado como para que después de lo que pensaba hacerle se quedara fuera de juego y ella pudiera buscar esos rubíes antes de que los marineros volvieran.
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Su sonrisa salpicada de dientes dorados se ensanchó con el halago, dándole un toque un poco más malvado pero también más tendente a la ingenuidad. A esa que puede hacerte caer en una trampa fácilmente, riesgo que claramente Garfio no valoraba. Porque no se pensaba ingenuo en absoluto, básicamente.
Así que era una puta selectiva y le había seleccionado a él. Ah, porque no era tonto, sabía a lo que esa gitana se dedicaba, igual que sabía a lo que los piratas aspiraban. Pero él era capitán, y los capitanes no se quedaban con las andrajosas que se arrastraban por los puertos, sino con las cortesanas garbosas y bonitas, las que sabían bailar y usaban bien la lengua, en todos los sentidos. Por algo tenía uno un estatus, y sí, si realmente valía el precio que pedía, se lo daría y más. Porque, lo dicho, él era un hombre generoso. Y porque quería que se corriera la voz y le esperaran más mujeres como esa en los próximos puertos. Las piedras preciosas, al final del día, no te servían para desfogar. Las mujeres, sí. A ver si pensaba lo mismo cuando ya se hubiera desahogado si esa gitana acababa desplumándole.
La mujer se acercó a él y Garfio la miró con la cabeza ladeada y sin perder la sonrisa ladina. - Nadie en su sano juicio osaría decirme a la cara que el rey de los mares y la princesa de los gitanos no pegan. - Por miedo a su reacción, claramente, no porque no fuera cierto. Se iba a acabar la cháchara en breves, porque la mujer había empezado a quitarle ropa y a besarle, y Garfio se nublaba con mucha facilidad. Por no hablar de que el jueguecito de la seducción, una vez logrado llevar al puerto que deseaba, ya no le interesaba en absoluto. E iba a iniciar ya su maniobra de comienzo, pero la mujer le pidió alcohol. Vaya.
Soltó una carcajada lenta y baja, villana. - Yo estoy seguro de que ya habéis bebido suficiente. - La apretó contra sí, con cierta brusquedad, aferrando con su mano buena la cintura de la mujer. - No se debe emprender una misión sin estar lo suficientemente lúcido, ¿no crees, gitana de ninguna parte? ¿O es que has perdido tu lugar en base a beber cuando no debías? - Ladeó la cabeza. - Algo me dice que intentas desviarme de mi misión. - La empujó contra la tosca mesa que había en el camarote, alzándola por la cintura y sentándola en ella, encajándose entre sus piernas. - Pero yo tengo que descubrir si realmente valéis lo que decís que valéis. - La besó con fiereza, agarrándola con fuerza y dejándole poca escapatoria, por no decir ninguna. Tras quedar casi sin aliento por lo prolongado del beso, se separó con brusquedad y, sin moverse de su postura, agachó el brazo y sacó del cajón bajo la mesa una copa y una botella con menos de la mitad de su contenido en vino. Lo vertió con la mano buena en la copa, mirándola de reojo, y sujetando su cintura con el brazo del garfio. Alzó la copa y dio un trago, acercándosela luego. - Bebed. - Ordenó, con una sonrisa ladina. - Y decidme qué merece más la pena que tengáis en la boca, si al vino del rey, o al propio rey. -
Así que era una puta selectiva y le había seleccionado a él. Ah, porque no era tonto, sabía a lo que esa gitana se dedicaba, igual que sabía a lo que los piratas aspiraban. Pero él era capitán, y los capitanes no se quedaban con las andrajosas que se arrastraban por los puertos, sino con las cortesanas garbosas y bonitas, las que sabían bailar y usaban bien la lengua, en todos los sentidos. Por algo tenía uno un estatus, y sí, si realmente valía el precio que pedía, se lo daría y más. Porque, lo dicho, él era un hombre generoso. Y porque quería que se corriera la voz y le esperaran más mujeres como esa en los próximos puertos. Las piedras preciosas, al final del día, no te servían para desfogar. Las mujeres, sí. A ver si pensaba lo mismo cuando ya se hubiera desahogado si esa gitana acababa desplumándole.
La mujer se acercó a él y Garfio la miró con la cabeza ladeada y sin perder la sonrisa ladina. - Nadie en su sano juicio osaría decirme a la cara que el rey de los mares y la princesa de los gitanos no pegan. - Por miedo a su reacción, claramente, no porque no fuera cierto. Se iba a acabar la cháchara en breves, porque la mujer había empezado a quitarle ropa y a besarle, y Garfio se nublaba con mucha facilidad. Por no hablar de que el jueguecito de la seducción, una vez logrado llevar al puerto que deseaba, ya no le interesaba en absoluto. E iba a iniciar ya su maniobra de comienzo, pero la mujer le pidió alcohol. Vaya.
Soltó una carcajada lenta y baja, villana. - Yo estoy seguro de que ya habéis bebido suficiente. - La apretó contra sí, con cierta brusquedad, aferrando con su mano buena la cintura de la mujer. - No se debe emprender una misión sin estar lo suficientemente lúcido, ¿no crees, gitana de ninguna parte? ¿O es que has perdido tu lugar en base a beber cuando no debías? - Ladeó la cabeza. - Algo me dice que intentas desviarme de mi misión. - La empujó contra la tosca mesa que había en el camarote, alzándola por la cintura y sentándola en ella, encajándose entre sus piernas. - Pero yo tengo que descubrir si realmente valéis lo que decís que valéis. - La besó con fiereza, agarrándola con fuerza y dejándole poca escapatoria, por no decir ninguna. Tras quedar casi sin aliento por lo prolongado del beso, se separó con brusquedad y, sin moverse de su postura, agachó el brazo y sacó del cajón bajo la mesa una copa y una botella con menos de la mitad de su contenido en vino. Lo vertió con la mano buena en la copa, mirándola de reojo, y sujetando su cintura con el brazo del garfio. Alzó la copa y dio un trago, acercándosela luego. - Bebed. - Ordenó, con una sonrisa ladina. - Y decidme qué merece más la pena que tengáis en la boca, si al vino del rey, o al propio rey. -
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Rio entre dientes a su afirmación. De sanos juicios podía él hablar, vaya. — Decidme… ¿Qué cosa tan temible le haríais a quien cometiera tamaña estupidez? — Tiempo, necesitaba tiempo y que Garfio se inclinara a beber más porque, hasta para ser aquel excéntrico, seguía demasiado lúcido. A parte, no había contado con que los rubíes no estuvieran allí, pero eso sería relativamente fácil de solucionar, porque Esmeralda podía ser muy rápida mirando por ahí, y escabullirse fácilmente al resto del barco. Pero para eso necesitaba al capitán dormido.
Y ahora le salía con que ya había bebido suficiente, encima, vamos. Tenía una tripulación de borrachos, pero era ella la que ya había bebido suficiente. Lo bueno es que notaba que él también, así que si lograba que bebiera un poco más, lo tendría listo. Lo que no se esperaba era ese giro brusco de los acontecimientos y que… Le gustara tanto. Porque aquel maldito lunático tenía algo que… En fin, que gustosa le dejó seguir con el juego un poquito cuando la puso sobre la mesa, dejándole colocarse entre sus piernas, que a nadie le amarga un dulce. Lo malo es que era tan paranoico que a veces hasta acertaba. — Yo no os veo muy desviado, mi capitán, y eso que no entiendo de barcos, pero lleváis un rumbo muy claro. — Notó entonces cómo sacaba una botella y una copa de un cajón. Bueno saber que no tienen llave, se dijo a sí misma, mientras observaba lo diestro que podía ser con una sola mano.
Obviamente, le dijo que bebiera pero bueno, lo podía soportar porque realmente no había bebido tanto en la taberna, así que con una mirada sugerente, cogió el vaso y dijo. — Probemos entonces. — Por todos los cielos, era el licor más fuerte que había bebido en su vida, pero ya fingía en todo lo demás, podía fingir que no le afectaba tanto. — Mmmmm dejadme pensar… — Entornó los ojos y puso la mano sobre el Garfio, alejando un poco el pico de su cintura, para que no la sajara cuando culminara lo que pretendía hacer. — ¿Y si me bebo… el licor del rey… del propio rey? — Con el pie, le empujó fuera de sí y luego usó ambas manos para empujarle contra la cama, quitándole la camisa. — ¿Es que nunca os han dicho que a las princesas hay que tratarlas bien? ¿Una mesa os parece el lugar donde…? — Puso media sonrisilla traviesa. — ¿Tratar a una princesa? — Cogió la botella y le echó un chorreón del líquido sobre el torso, bajando y empezando a lamerlo y dejando estratégicamente la botella en la mesita junto a la cabeza de Garfio. — Soy una princesa generosa, comparto el líquido con vos. — Levantó los ojos y siguió lamiendo el reguero de alcohol cada vez más abajo. — Y ahora simplemente disfrutad, majestad. —
Y ahora le salía con que ya había bebido suficiente, encima, vamos. Tenía una tripulación de borrachos, pero era ella la que ya había bebido suficiente. Lo bueno es que notaba que él también, así que si lograba que bebiera un poco más, lo tendría listo. Lo que no se esperaba era ese giro brusco de los acontecimientos y que… Le gustara tanto. Porque aquel maldito lunático tenía algo que… En fin, que gustosa le dejó seguir con el juego un poquito cuando la puso sobre la mesa, dejándole colocarse entre sus piernas, que a nadie le amarga un dulce. Lo malo es que era tan paranoico que a veces hasta acertaba. — Yo no os veo muy desviado, mi capitán, y eso que no entiendo de barcos, pero lleváis un rumbo muy claro. — Notó entonces cómo sacaba una botella y una copa de un cajón. Bueno saber que no tienen llave, se dijo a sí misma, mientras observaba lo diestro que podía ser con una sola mano.
Obviamente, le dijo que bebiera pero bueno, lo podía soportar porque realmente no había bebido tanto en la taberna, así que con una mirada sugerente, cogió el vaso y dijo. — Probemos entonces. — Por todos los cielos, era el licor más fuerte que había bebido en su vida, pero ya fingía en todo lo demás, podía fingir que no le afectaba tanto. — Mmmmm dejadme pensar… — Entornó los ojos y puso la mano sobre el Garfio, alejando un poco el pico de su cintura, para que no la sajara cuando culminara lo que pretendía hacer. — ¿Y si me bebo… el licor del rey… del propio rey? — Con el pie, le empujó fuera de sí y luego usó ambas manos para empujarle contra la cama, quitándole la camisa. — ¿Es que nunca os han dicho que a las princesas hay que tratarlas bien? ¿Una mesa os parece el lugar donde…? — Puso media sonrisilla traviesa. — ¿Tratar a una princesa? — Cogió la botella y le echó un chorreón del líquido sobre el torso, bajando y empezando a lamerlo y dejando estratégicamente la botella en la mesita junto a la cabeza de Garfio. — Soy una princesa generosa, comparto el líquido con vos. — Levantó los ojos y siguió lamiendo el reguero de alcohol cada vez más abajo. — Y ahora simplemente disfrutad, majestad. —
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Arqueó una ceja y ladeó una sonrisa malévola. - No volverían a ver la luz del día. No llegan a las profundidades del mar los rayos del sol. Ni a los estómagos de los tiburones. - Su creatividad no llegaba a tanto: quien osara contradecirle, era lanzado por la borda. Que las aguas decidieran su destino, pero por el medio que fuese, no era muy probable que acabara vivo. Chasqueó la lengua. - Mi rumbo siempre está claro. - Contestó, tan serio que sonó casi ofendido. La ofensa de Garfio se activaba con facilidad.
Se lamió los dientes viéndola beber. La borrachera compartida era mejor, cualquier buena canción pirata lo decía. Y si no lo decían, ya lo dirían, ya procuraría él que lo dijeran, que para algo era capitán pirata, qué menos que decidir sobre las canciones y las borracheras. Quizás se había perdido demasiado en la divagación sobre las canciones y las borracheras, porque cuando quiso darse cuenta, estaba tirado en la cama y la mujer se encontraba sobre él, abriéndole la camisa. - Sabed que he bajado la guardia porque sois mujer, gitana. - Se defendió, no fuera a quedar su honor en entredicho. Ladeó la cabeza. - Pero cuidado con ciertos movimientos. Con el hombre equivocado podríais acabar ensartada. - Sonrió con malicia. - Pero uno, a pesar de ser pirata, es un caballero. - Lo decía mientras se dejaba desnudar y disfrutaba enormemente de ello, ya fantaseando con lo que iba a venir después.
Arqueó ambas cejas. - Creía que erais mejor que una princesa. Las princesas son demasiado delicadas. La princesa de las gitanas es fuerte. ¿Hay camas en "ninguna parte"? - Se le cortó el hablar en cuanto notó el licor por su pecho, que le hizo sisear y mirarla con fiereza. Disfrutó, y más que iba a disfrutar. Soltó un gruñido placentero, anticipado, mientras la veía bajar hacia un lugar muy interesante. Iba a necesitar más alcohol para aumentar el disfrute de eso, claro que sí. Menos mal que tenía la botella cerca. Dio un gran trago y, con un sonido de satisfacción, la dejó de golpe en su sitio de nuevo y bajó la mano hasta su pantalón, desabrochándolo. - Quiero saber qué saben hacer las gitanas de ninguna parte. - Lo bajó lo suficiente para dejar a la vista su obvia petición. - Y si lo hacéis bien, os enseñaré lo que es capaz de hacer el rey de los mares. -
Se lamió los dientes viéndola beber. La borrachera compartida era mejor, cualquier buena canción pirata lo decía. Y si no lo decían, ya lo dirían, ya procuraría él que lo dijeran, que para algo era capitán pirata, qué menos que decidir sobre las canciones y las borracheras. Quizás se había perdido demasiado en la divagación sobre las canciones y las borracheras, porque cuando quiso darse cuenta, estaba tirado en la cama y la mujer se encontraba sobre él, abriéndole la camisa. - Sabed que he bajado la guardia porque sois mujer, gitana. - Se defendió, no fuera a quedar su honor en entredicho. Ladeó la cabeza. - Pero cuidado con ciertos movimientos. Con el hombre equivocado podríais acabar ensartada. - Sonrió con malicia. - Pero uno, a pesar de ser pirata, es un caballero. - Lo decía mientras se dejaba desnudar y disfrutaba enormemente de ello, ya fantaseando con lo que iba a venir después.
Arqueó ambas cejas. - Creía que erais mejor que una princesa. Las princesas son demasiado delicadas. La princesa de las gitanas es fuerte. ¿Hay camas en "ninguna parte"? - Se le cortó el hablar en cuanto notó el licor por su pecho, que le hizo sisear y mirarla con fiereza. Disfrutó, y más que iba a disfrutar. Soltó un gruñido placentero, anticipado, mientras la veía bajar hacia un lugar muy interesante. Iba a necesitar más alcohol para aumentar el disfrute de eso, claro que sí. Menos mal que tenía la botella cerca. Dio un gran trago y, con un sonido de satisfacción, la dejó de golpe en su sitio de nuevo y bajó la mano hasta su pantalón, desabrochándolo. - Quiero saber qué saben hacer las gitanas de ninguna parte. - Lo bajó lo suficiente para dejar a la vista su obvia petición. - Y si lo hacéis bien, os enseñaré lo que es capaz de hacer el rey de los mares. -
LA JOYA MÁS PRECIADA (+18)
CON ESMERALDA . TABERNA CABO DEL DIABLO . PASADA LA MEDIANOCHE
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- La eternidad es nuestra:
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Rio tentadora, porque, en el fondo, le hacía gracia aquel pirata atractivo y borrachillo que se esforzaba por mantener una pelea dialéctica con ella. — Sabed, capitán, que yo no voy a tener piedad con vos. — Dijo inclinándose sobre él y devorando sus labios. — Terminar ensartada suele ser el objetivo final de lo que estoy haciendo, pero si lo preferís, me bajo y cambio de rumbo. — Le picó, juguetona.
Volvió a reírse ante la pregunta del pirata, y no solo por eso, sino porque ya le veía más suelto con el alcohol, y eso era pero que muy bueno para ella. — ¿Solo se os ocurre la cama para ciertos menesteres? — Eso sí, al fin y al cabo, era un hombre, sabía ser obvio y demandante. Dio un suspiro mental, pero evaluó su situación y se dijo a sí misma: he tenido ofertas mucho peores que lo que salta a mis ojos. Así que se quitó su propia blusa, tirándosela encima al hombre y descendió entre sus piernas con una sonrisilla. — Vos tenéis un tesoro, mi capitán… Y yo me lo voy a ganar. — Y descendió su boca sobre él lentamente con el objetivo de, entre eso y el alcohol, dejarle tan fuera de juego, que cayera a plomo y la dejara tranquila cumplir su misión.
Volvió a reírse ante la pregunta del pirata, y no solo por eso, sino porque ya le veía más suelto con el alcohol, y eso era pero que muy bueno para ella. — ¿Solo se os ocurre la cama para ciertos menesteres? — Eso sí, al fin y al cabo, era un hombre, sabía ser obvio y demandante. Dio un suspiro mental, pero evaluó su situación y se dijo a sí misma: he tenido ofertas mucho peores que lo que salta a mis ojos. Así que se quitó su propia blusa, tirándosela encima al hombre y descendió entre sus piernas con una sonrisilla. — Vos tenéis un tesoro, mi capitán… Y yo me lo voy a ganar. — Y descendió su boca sobre él lentamente con el objetivo de, entre eso y el alcohol, dejarle tan fuera de juego, que cayera a plomo y la dejara tranquila cumplir su misión.
La joya más preciada
Con Garfio. Taberna Cabo del Diablo . Pasada la media noche
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
- Golden Shields:
Alice Gallia
Cause' Alice does belong with Marcus
Ante todo, amigos
Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
[/center]
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Su comentario le hizo soltar una carcajada tan fuerte que retumbaron las tablas del camarote. - No repetiríais eso en otras condiciones al Capitán Garfio. Podría cumplirse. - Afiló la mirada y ladeó la sonrisa. - Pero ensartar es lo mío, así que, sea pues. - En lo que daba otro trago a la botella que había por allí, la mujer le saltó una pregunta. - Habláis mucho. Y yo prefiero ensartar en silencio. - Dijo con voz aguardentosa y ya bastante nublado por lo que quería hacer. Sí, empezaba a sobrarle bastante la palabrería, iba a enmudecerla pronto, al menos en lo que se refería a palabras. O a ver si iba a acabar ensartada de verdad, que Garfio no brillaba precisamente por su afable carácter.
Y vaya si calló, y pasó a un menester mucho más interesante. Le hubiera desagradado más que le lanzara la blusa a la cara (por su perpetua desconfianza, no por otra cosa) si no fuera por cómo acabó la cuestión. Por recibir sorpresas así, no le importaba ser cegado. Disfrutó de las carantoñas que la gitana había decidido darle a "su tesoro" como solo un capitán merecía ser halagado, pero en el momento en que empezaba a notar que aquello podía llegar a su fin, recordó su propio pacto no firmado en lo referente al ensartamiento. Y aquello le gustaba mucho, tanto que no descartaba llevarse consigo a la gitana para disfrutar más de ella, ¿no decía no ser de ninguna parte? Pues a la mar, entonces. Pero tenía quería hacer otras cosas.
La separó, no exento de brusquedad, y la empujó hacia la mesa, alzándola para sentarse en ella. - Para que veais, gitana. No necesito una cama para ensataros. - Y no tardó ni un segundo en cumplir su amenaza, aferrándola a sí y dejándose llevar por el frenesí, haciendo ahora sí temblar las tablas de todo el lugar. Aquello iba a ser breve, lo estaba sintiendo, pero también intenso.
Y vaya si calló, y pasó a un menester mucho más interesante. Le hubiera desagradado más que le lanzara la blusa a la cara (por su perpetua desconfianza, no por otra cosa) si no fuera por cómo acabó la cuestión. Por recibir sorpresas así, no le importaba ser cegado. Disfrutó de las carantoñas que la gitana había decidido darle a "su tesoro" como solo un capitán merecía ser halagado, pero en el momento en que empezaba a notar que aquello podía llegar a su fin, recordó su propio pacto no firmado en lo referente al ensartamiento. Y aquello le gustaba mucho, tanto que no descartaba llevarse consigo a la gitana para disfrutar más de ella, ¿no decía no ser de ninguna parte? Pues a la mar, entonces. Pero tenía quería hacer otras cosas.
La separó, no exento de brusquedad, y la empujó hacia la mesa, alzándola para sentarse en ella. - Para que veais, gitana. No necesito una cama para ensataros. - Y no tardó ni un segundo en cumplir su amenaza, aferrándola a sí y dejándose llevar por el frenesí, haciendo ahora sí temblar las tablas de todo el lugar. Aquello iba a ser breve, lo estaba sintiendo, pero también intenso.
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Pues nada, en silencio sería, si solo necesitaba dejarlo fuera de combate, y estaba a punto de conseguirlo, entre, la botella y tanto ensartar. De hecho, a eso parecía que iba, y ella se dejó. Desde luego, lo que pretendía hacer iba a cansarle mucho más.
Con una gran sonrisa, dejó que la colocara sobre la mesa, y se sorprendió al sentir cómo la estaba tomando. Ah, bueno, que vamos a llevarnos esto también… Se felicitó a sí misma. Pero el ritmo se estaba intensificando de más, le hacía no poder pensar bien, su placer empezaba a susurrarle que por qué no, y el alcohol… Oh, al final había bebido demasiado, su mente se nublaba y solo sentía a Garfio entre sus piernas y el ruido de las tablas crujiendo. Venga, Esmeralda, qué daño te va a hacer… Muévete, haz que cuente. Y lo hizo. Quizá demasiadas veces en su vida había escuchado al placer, pero quién sabía si al día siguiente estaría muerta solo con unos rubíes, y no con unos rubíes y una buena noche, así que se movió al ritmo de Garfio, pensando que además podría cansarle todavía más, y continuar su aventura mucho más contenta. Bueno si es que luego era capaz de ponerse de pie de manera estable en ese barco.
Con una gran sonrisa, dejó que la colocara sobre la mesa, y se sorprendió al sentir cómo la estaba tomando. Ah, bueno, que vamos a llevarnos esto también… Se felicitó a sí misma. Pero el ritmo se estaba intensificando de más, le hacía no poder pensar bien, su placer empezaba a susurrarle que por qué no, y el alcohol… Oh, al final había bebido demasiado, su mente se nublaba y solo sentía a Garfio entre sus piernas y el ruido de las tablas crujiendo. Venga, Esmeralda, qué daño te va a hacer… Muévete, haz que cuente. Y lo hizo. Quizá demasiadas veces en su vida había escuchado al placer, pero quién sabía si al día siguiente estaría muerta solo con unos rubíes, y no con unos rubíes y una buena noche, así que se movió al ritmo de Garfio, pensando que además podría cansarle todavía más, y continuar su aventura mucho más contenta. Bueno si es que luego era capaz de ponerse de pie de manera estable en ese barco.
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