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    2 participantes

    Alchemist
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    Mar 1 Jun 2021 - 11:20

    In casa mia non c'è Dio
    Ma se trovi il senso del tempo risalirai dal tuo oblio

    Roma, primavera de 2021. La ciudad eterna siempre será la Meca del arte en todas sus expresiones. Arquitectos, pintores, músicos, modelos… Todos se encuentran allí. El rey indiscutible de todos ellos es Michelangelo Buonarroti, pintor, escultor y arquitecto, creador de la vanguardia de moda: el manierismo. Pero de eso hace ya veinte años, y, si bien todos miran hacia él como el artista más importante de su tiempo, su mal carácter, sus sonados desacuerdos con los comitentes y su decisión de apartarse del mundo creativo para dar clases en La Sapienza, han hecho que su nombre se asocie cada vez más al pasado. En esa universidad ha conocido al hijo del rector, Tommaso Di Cavalieri, un talentoso dibujante, inocente y ansioso de aprender, a quien todos han recomendado trabajar con Michelangelo para que saque todo su potencial.

    El que sí suena de manera atronadora es el de Rafaello Sanzio, pintor también, del que se dice que ha reinventado el manierismo. Sin embargo, bajo todos los focos, los seguidores, y las fotos de Instagram, las malas lenguas dicen que no es más que un imitador que sabe venderse muy bien y que engatusa a todo el mundo. Él hace ver que no le importan tales comentarios, pero su vida gira en torno a la opinión que los demás tienen de él, en ser el más querido, el más adorado. Pese a la vida natural y desenfadada de la que le gustaba presumir en su Urbino natal, acaba de trasladarse a Roma para seguir vendiendo su arte al mejor postor, junto a su joven novia, la también influyente y preciosa modelo Margherita Luti. Una pareja que trasluce perfección… ¿O es parte de todo el marketing que les rodea?

    Todo el mundo está esperando el momento en que el creador de la corriente y el que la ha llevado a lo más alto se encuentren... ¿por primera vez? Eso dicen ellos, desde luego, pero las malas lenguas les conectan por la estrecha relación de ambos con la todopoderosa familia Agnelli, siempre relacionados con el dinero, los excesos y los secretos, por lo que el encuentro puede acabar en colisión cuando entren en juego todos esos factores. El escenario de toda esta compleja red son, por supuesto, las creaciones de calidad de ambos, que, por muchos escándalos y problemas que encuentren, no pueden dejar de lado lo que les ha dado esas fama: su arte.

    personajes

    Michelangelo Buonarroti
    Artista y profesor de Bellas Artes en La Sapienza - 45 años - Andrew Lincoln - Freyja

    Raffaello Sanzio
    Artista e influencer - 30 años - Luca Marinelli - Ivanka

    Tommaso Di Cavalieri
    Alumno de Bellas Artes de La Sapienza - 20 años - Leonardo DiCaprio - Ivanka (eventualmente Freyja)

    Margherita Luti
    Modelo e influencer - 20 años - Margaret Qualley - Freyja (eventualmente Ivanka)

    CAPITULOS
    CAP I: ...


    1x1 — Original  —  Realista (What if)


    XIII




    Post de rol:


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    Miér 2 Jun 2021 - 7:31

    Benvenuto in paradiso

    L'arte dell'incanto

    Ah, abril, el mejor mes para estar en Roma. Bueno, pero, ¿y qué mes no lo era? Quizá julio y agosto, ¿no? Podría irse a la costa amalfitana con Margherita, o volver a Urbino a que visitaran a las familias y narrar su éxito en la capital. No en vano eran prácticamente dioses allí, y estaría muy bonito poder patrocinar con su presencia las fiestas veraniegas del fin de la cosecha.

    De momento, tenía que exhibir un estilo casual pero elegante, fresco, moderno, que trajera alegría y novedad a aquella institución centenaria que era la Sapienza. Era la conferencia inaugural de la exposición que iban a montarle junto a Michelangelo: Genio y Figura, un paseo por el Manierismo. Se le había ocurrido a él, y no le importaba ser la “figura” de esa composición, porque su figura era divina, ¿y de qué servía tanto genio si llevabas años escondido en un despacho, después de Dios sabía cuántos desprecios a numerosas familias, incluso al presidente? Al menos, la exposición les pondría en el ojo del huracán de Roma, aunque a su gente ya le estaba quemando el teléfono de tanta gente que le reclamaba obras, aunque él estaba esperando el encargo definitivo: el que le permitiera trabajar con Michelangelo y demostrar quién tenía que apartarse de la competición y dejar espacio a lo nuevo, sin tanta comparación infinita.

    Se había ido parando haciéndose fotos con jóvenes que le veían por ahí a las afueras del edificio, y grabando un video cortito para Instagram para que sus seguidores vieran que estaba en la Sapienza y los patrocinadores estuvieran a gusto viendo su engagement. Pero vio salir a un señor muy trajeado, seguido de otros dos con pinta de ser dinosaurios sacados de una vitrina, y él. Le veía más viejo, aunque quizá no tan desaliñado como cuando pintaba o le veía por la mansión de los Agnelli. Desde luego, nada que el no pudiera superar con creces.

    Se quitó las gafas y se dirigió al rector, al que había memorizado de fotos y del cual se había repasado vida y obra justo antes de llegar en el taxi. – ¡Señor Di Cavalieri! – Dijo tendiéndole la mano con rostro y voz de admiración completa. – No se puede usted imaginar el honor que supone para un humilde pintor de Urbino que el rector de la universidad más prestigiosa de Italia le reciba. Ya ni hablar de que alberguen la exposición de uno, eso ya sí que ni en mis mejores sueños. – Risa de orgullo y falsa modestia, la conocía, le gustaba provocarla. – El honor es todo nuestro, señor Sanzio, sea usted más que bienvenido. Oh, no no… – Dijo él levantando la mano en el aire lentamente. – Rafaello, por favor, qué menos. – El rector sonrió y asintió. – Pues verás, Rafaello, el asunto es que no te esperábamos hasta dentro de unas cuatro o cinco horas, después de comer desde luego. – Él asintió comprensivo juntando las palmas de las manos. – Claro, Benedetta debió avisarles, a veces está en otro mundo, la pobre. Es mi agente y la de Margherita, y desde que hemos llegado a Roma no para. Pero es que tengo por costumbre venir muy pronto a mis exposiciones para… – Subió las mano e hizo gestos con ellas. – Empaparme del ambiente y ser capaz de conectar con todo, mientras aún está el montaje... Las salas vacías... Es un espacio maravilloso para la reflexión. – El rector asintió enérgicamente. – Claro, claro… Lo único es que no tenemos nada especial preparado para la comida. – Él rio, haciendo el gesto de quitar importancia con la mano. – Oh, por favor, nada especial, dice. Comer con ustedes es más que especial, señor Di Cavalieri, se lo aseguro. – Tendría que tragar con la basura que pusieran allí, esperaba que al menos tuvieran opción vegana. – ¿La señorita Luti se nos va a unir? – No, no. – Contestó con una sonrisa. – Tenía una prueba de vestuario en Valentino, vendrá directamente a la conferencia. – El rector le señaló el camino hacia las escaleras, donde estaban los demás.

    Se presentó a los dinosaurios, quedándose atentamente con los nombres para mandarle un mensaje a Benedetta en cuanto tuviera ocasión para que le buscara información. Y por fin lo tuvo en frente, como iguales. – Y me dejé lo mejor para el final. – Dijo el rector. – Le presento al profesor Michelangelo Buonarotti, al que no sé si conocía en persona, precisamente. – Se quedó escudriñando aquella mirada. Aquella que había visualizado edificios, cuadros, murales, esculturas imposibles. Increíble que, al fin y al cabo, solo fuera un hombre más. – ¿Y quién no conoce a Michelangelo Buonarotti? – Le tendió la mano y sonrió. – No quepo en mí de la emoción, señor Buonarotti. Esto es un sueño hecho realidad. – Pensaba dejar muy clara su admiración para que cuando lo dejara en el fango, nadie pudiera dudar que se había metido ahí él solito.



    CAPíTULO 1 — 15 de abril de 2021  — Rafaello


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    Dom 4 Jul 2021 - 18:06

    Benvenuto in paradiso

    L'arte dell'incanto

    Las ganas que tenía él de esa exposición "en su honor". Tenía ya una edad como para ser el mono de feria de nadie, o peor aún, para posar junto a un niñato que se creía que venía a revolucionar el arte solo porque le seguía mucha gente por el Facebook o a saber qué mierdas de internet. No le soportaba. A Rafaello. Bueno, al rector de la universidad tampoco, pero a ese no tenía más remedio que aguantarlo porque "era su jefe". Como que los artistas como él, o cualquier artista en general, debiera tener jefe. Y más si ese jefe era un tipo con nula visión artística, casi podía verle los simbolitos de dólar en los ojos cuando se le hablaba de arte, como un dibujo animado. Pero lo dicho, a él tenía un motivo de peso para tener que soportarlo. Al otro niñato, no.

    Ya podía oír el rumor de su presencia. Estaba finalizando un boceto en su despacho cuando tuvo que cerrar los ojos lentamente y respirar hondo, porque el ruido le estaba taladrando el cerebro. Era como si pudiera oír el sonido de sus fotitos subiéndose a las redes sociales, si es que eso era perceptible al oído humano. Lo era al suyo, y a su paciencia, al menos. Se levantó y se acercó a la ventana, con la barbilla alta y gesto inexpresivo pero porte despectivo. Ahí estaba Rafaello, haciéndose fotos con gente que de seguro no conocía como si fuera un actor de Hollywood. Qué desgracia para el arte. Todo se había comercializado y vuelto extremadamente banal, daba asco. Definitivamente, había nacido en el siglo equivocado.

    - ¿Señor Buonarroti? - Preguntó desde la puerta la temblorosa voz de algún pobre becario al que le habían encasquetado el marrón de llamarle. Encima eso, la gente se daba tortas por no ir a hablar con él, en vez de al revés. Ni que mordiera. Fíjate si no mordía, que ni miró al pobre chaval. Se quedó con la mirada inexpresiva a través del cristal, observando a ese insoportable de Sanzio hacer cosas de gente insoportable, como si ni siquiera hubiera escuchado la llamada. El otro debía estar muy bien aleccionado, porque no parecía querer irse de allí sin que le hiciera caso. - Señor Buonarroti, el Señor Sanzio ha llegado un poco antes y... - Puedo verlo. - Contestó. ¿Obviedades, encima? ¿Pretendían poner en juego su paciencia? - Ya, em, ya veo, esto... Me envía el Señor Rector para hacerle llamar y que puedan hacerle la bienvenida oficial. - Michelangelo, con toda la tranquilidad del mundo, bajó la cabeza, respirando hondo, y se dirigió tranquilamente hacia su mesa de nuevo, sentándose. Escuchaba al chico tragar saliva desde la puerta.

    Se habían creado unos segundos de silencio. El becario insistió. - Es... Me han pedido que le acompañe, para que puedan darle la bienvenida al Señor Sanzio. - Te he oído la primera vez. - Comentó monocorde, tomando de nuevo su lápiz y continuando con su boceto. Bueno, intentándolo. A ver quien era el genio capaz de concentrarse con un becario sudoroso y temblón mirándole como si lo fueran a guillotinar. - Quieren que esté usted presente en la bienvenida al Señor Sanzio... - Se suponía que llegaba en cuatro horas. Le daré la bienvenida en cuatro horas. Ahora estoy trabajando. - ¡Michelangelo! No se haga de rogar, le quiero al pie de las escaleras en diez minutos. - Oyó bramar al rector, que pasaba de largo por allí en ese momento, dispuesto a no perder ni un segundo más para ir a lamerle el culo a ese showman de tres al cuarto. Michelanguelo alzó la mirada hacia un punto indefinido en la pared del frente, inexpresivo, y volvió a tomar aire profundamente. Luego le mandaban a terapia y le decían que era agresivo y que tenía que tomar el control de sus emociones. No, si encima la culpa iba a ser de él, y no de que le exasperaran y le faltaran el respeto todos los putos días.

    - Si me permite acompañarle... - Me sé el camino. - Contestó de malos modos, guardando los bocetos en la carpeta que llevaba con él y saliendo de su despacho, no sin antes cerrarlo bien cerrado con llave. Desde las escaleras podía escuchar la conversación de Rafaello y Di Cavalieri y le estaban dando arcadas. Se limitó a esperar estoicamente parado junto al resto de miembros de comité, simplemente balanceando un poco los pies con las manos tras la espalda, mojándose los labios, respirando hondo y mirando al cielo para rogar paciencia, porque encima el señorito había venido antes y, claro, como había que ponerle alfombra roja, ahora tendría que aguantarle aún más tiempo. Cuando llegó el momento de ser presentado (otro insulto a su persona, como que no era lo suficientemente reconocido ya como para necesitar presentación), alzó la barbilla y miró al otro con la superioridad que sabía que tenía con respecto a él, pero lo más inexpresivamente que pudo. Estrechó su mano, quizás con más fuerza de la pretendida, y su ceja se arqueó muy sutilmente. - Yo tampoco. - Que no cabía en sí de la emoción, decía. Efectivamente, él tampoco, de la emoción de asquearle intensamente su presencia. - Es real. Tan real como las horas del reloj. - Primer tirito. Menos admiración y más respetar los horarios.

    - He pensado que, mientras ordenamos un cáterin a la altura que merecéis, podemos tomar algo para refrescarnos. - El hombre pretendió hacer una bromita añadiendo. - No se debe beber en el trabajo, pero aún nos quedan muchas horas para trabajar. - Dijo entre risas. Yo estaba trabajando, pensó él. ¿Cómo no se iba a hundir el país, el arte y la galaxia entera con gente como esa a los mandos? Respiró hondo y fue a hablar. - Yo, si me disculpáis, debería terminar mis... - El Señor Buonarroti es un hombre ocupado. - Arqueó una ceja, inexpresivo otra vez. No le gustaba ser interrumpido. Pero el rector a lo suyo. - No he visto un espíritu más incansable para el trabajo que el de este hombre de aquí. - Y palmadita coleguera en el hombro. Quien fuera rottweiler para arrancársela de un bocado. Se limitó a mirarla lentamente y alzar otra vez los ojos a su rostro, con palpable desdén. El otro ni caso, para variar. - Pero no se tienen todos los días a genios de semejante categoría bajo el mismo techo. Hay que celebrarlo, ¿no creen? -

    CAPíTULO 1 — 15 de abril de 2021  — Michelangelo


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    Jue 2 Sep 2021 - 16:37

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    Qué fácil era ganar a Michelangelo. Si es que prácticamente no tenía que hacer nada. Él llegaba, le manifestaba su admiración, y aquel viejo cascarrabias solo sabía recordarle que había llegado demasiado temprano. Y cuando el rector y los demás presentes lo contaran, sería simplemente ese desagradable que le había afeado una tontería al joven y talentoso Rafaello, cuando le dirigió su más sincera admiración. Oh, sí, ya podía oír al besugo del rector diciendo “ese desagradable de Michelangelo no sabe comportarse”. Mientras tanto, asintió con una sonrisa a la invitación del rector. — Oh, por favor, confío al cien por cien en las capacidades culinarias de la Sapienza, no hay necesidad de un cáterin ni nada que se le parezca. Pero aceptaré ese refrigerio sin dilación. — Dijo poniendo una mano suave pero cómplice en la espalda del rector mientras entraban en el edificio.

    Asintió con una sonrisa amabilísima al intento de huida de Michelangelo. — Por supuesto, no quisiera yo… — No sabía qué le apetecía más, si perderle de vista y llevarse el protagonismo a gusto o robárselo en su cara y molestarle con la atención de los jóvenes que, sin duda, en breve se acercarían a ellos. Pero el rector le puso en un brete peor, dejándole bastante claro que más le valía quedarse, aunque enmascarado con sus ganas de trabajar. — Oh, por supuesto. Solo con muchííísimas horas de arduo trabajo se alcanza un nivel de maestría comparable al del maestro Michelangelo. — Contestó él señalándole con una mano y dirigiéndole una mirada de profunda admiración. A algunos nos sale natural, no obstante, pensó. Solo había que saber en qué inspirarse y ser lo suficientemente bueno en dibujo. Eso Buonarotti no lo había entendido nunca. De hecho ahí estaban, poniéndole a su altura. Oh, cuánto debía estar sufriendo y Rafaello, por consiguiente, disfrutándolo. — Con su permiso, señor Buonarotti, me uno a la petición del señor Di Cavalieri. Sería un sueño cumplido para mí brindar con un buen vino toscano a la salud del gran Michelangelo.¡Pues no se hable más! — Mamma mia, si buscabas en el diccionario la definición de manipulable, debía salir la foto del rector.

    Pasaron a una sala que parecía más para las lecturas de tesis y esas cosas, pero bueno, no había un sitio en Roma que no fuera bonito, a decir verdad. Pero justo cuando iban a cerrar las puertas, oyó un murmullo a su espalda. Eran jóvenes que ya habían visto en Instagram que estaba por allí, móviles en mano. El se giró y alzó una mano y les dedicó su sonrisa social. — Buenas, buenas, chicos. Tengo unos compromisos ahora mismo, pero trataré de sacar unos minutos esta tarde para conocer a los alumnos de ate de la Sapienza. Lo anunciaré por redes. — Y con eso ya les había dejado contentos, antes de pasar a la sala y recibir un copa de blanco en sus manos. Vaya, ahora que se fijaba, uno de los hombrecillos que iba con el rector había desaparecido un rato, y debía ser porque estaban planeando aquello. Rafaello alzó la copa, metiéndose la mano en el bolsillo y con su sonrisa encantadora. — Por el maestro Michelangelo, sin el cual ninguno estaríamos aquí. Y por la Sapienza y Roma, que tan bien me han hecho sentirme nada más llegar. ¡Centanni! — Y chocó la copa con la de los demás.

    Mientras bebía, el rector le preguntó. — ¿Qué era todo ese jaleo, señor Sa… Rafaello? — El rio un poco. — Los estudiantes, que se habrán enterado por redes de que estoy aquí. Me gusta ser cercano con ellos. Uno nunca sabe donde va a encontrar al próximo gran genio. Por eso el maestro está tan apropiadamente colocado aquí. — Se giró al señor Di Cavalieri. — Si no me equivoco, su propio hijo estudia Bellas Artes, ¿no, señor? Mis amigos de Roma dicen que es toda una promesa. — Mentira, había sido Benedetta la que le había dado el dato, buscando que causara una impresión en el joven y así camelarse a la alta sociedad universitaria, pero ni idea de cómo pintaba.


    CAPíTULO 1 — 15 de abril de 2021  — Rafaello


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    Dom 21 Nov 2021 - 11:16

    Benvenuto in paradiso

    L'arte dell'incanto

    Frunció el ceño. ¿Por qué hablaba así? En serio, ¿quién cojones hablaba así? ¿Eso era lo que hacía todo el día colgado de internet, ver tutoriales de como ser un payaso hasta en espacios serios y de trabajo como ese? A más le tenía cerca, a más le oía hablar, más se retroalimentaba su desprecio hacia Sanzio. Un tipo así debería estar... Pues eso, haciendo tonterías por internet. No siendo recibido en loor de multitudes en La Sapienza, como si fuera un niño prodigio del arte, como si el arte lo hubiera inventado él y no tuviera siglos de antigüedad de los que él se estaba aprovechando inmisericordemente. Trataba el arte como si fuera su stripper personal, riéndose y lanzándole billetes mientras todos le abanicaban. Qué asco.

    Pero luego se puso a halagarle a él, otra vez, a intentarlo al menos. Porque eso no había quien se lo creyera. Se limitó a arquearle una ceja. A mí no me lamas el culo porque no te va a servir, pensó. Pero claro, ya tuvo que usar su palabrería para darle al rector las ganas de fiesta que tanto ansiaba. Así te atragantes con el vino, volvió a pensar, pero en su lugar, asintió (eso sí, la sonrisa no le salió, él no era tan falso) y dijo. - Un sueño agradable, espero. - El rector soltó una risotada incómoda y le puso OTRA VEZ una mano en el hombro. - Este hombre, es que tiene un humor... - Sí, tenía un humor llamado ausencia de humor y de ganas de aguantar soplapolleces, cosa que ninguno de los presentes parecía entender. - Humor negro, me gusta llamarlo. - Bromeó, si es que a eso se le podía llamar bromear y no lanzar otro tirito de los suyos. Lo dicho, la ausencia de todo humor, como la ausencia de todo color. No esperaba que ninguno de los presentes lo pillase.

    Pasaron a la sala que solo utilizaban para reuniones importantes y, como una broma del destino, tan pronto fueron a cruzar la puerta oyeron a lo que debía ser el equivalente a las gruppies de los Jonas Brothers en el mundo del arte, porque sí, existía esa cosa al parecer. Rodó los ojos pero los dejó fijos en ninguna parte, porque como mirara al rector iba a espetarle un "¿¿usted se cree que esto es normal??" o algo por el estilo, y luego le llamaban violento. Y si miraba a Sanzio... Lo dicho, luego le llamaban violento. Había que joderse con la forma de hablar de ese tipo, definitivamente se creía un famoso. ¿¿Desde cuando un artista necesita club de fans?? Un artista se debe a su arte, si gusta bien, y si no gusta, que aprenda un poco la gente de gusto artístico, que está la sociedad hecha una mierda. En el Renacimiento hubiera sido un dios, y al parecer ahora para ser un dios hay que pasarse el día haciendo el ganso en internet. Que no pusiera sus sucias manos de aporrear el teléfono sobre ninguna obra que pudiera ser denominada "arte", por favor. Con gente así, normal que él fuera considerado un gruñón antipático. La gente no era capaz de ver a través de su arte porque siempre era mucho más fácil mirar a través de una pantalla.

    Se tragó el suspiro y esbozó lo más parecido a una sonrisa que era capaz de sacar mientras él también alzaba la copa para brindar, chocándola con la del hombre mientras clavaba los ojos en él. Dio un gran trago, tanto que se llevó casi la mitad del vino. Esas tonterías de "no se bebe trabajando" no iban con él, su visión del mundo y de sus emociones no cambiaban por echarles alcohol, y en caso de hacerlo, su realidad era igualmente, y tenía derecho y deber de artista de expresarla tal cual era. E igualmente, y como ya había destacado, gracias a esos tipos ya no estaba trabajando. Qué menos que un poco de alcohol para sobrellevar tamaña pantomima. Rafaello empezó a explicar el por qué de que La Sapienza se hubiera convertido en un instituto a su llegada, y ya sí que Michelangelo tenía que hablar, porque como se mordiera la lengua puede que cayera muerto con su propio veneno. - Cierto es. Nunca se sabe. La genialidad no es tan frecuente, a fin de cuentas. - Dijo, clavando la mirada en él. Tú no eres un genio. Ningún niñato que venga a saludarte a ti va a ser un genio. Y tú no eres quien detecta a los genios, dicho sea de paso. Por supuesto, se puso a adular a Di Cavalieri. Volvió a beber. - ¡Así es! Es mi gran orgullo. Siempre será mi pequeño, pero un pequeño genio, eso sí. Tiene una capacidad de... - Y empezó a soltar loas sobre su hijo. Volvió a beber, perdiendo la mirada en otra parte. Debería. Estar. Trabajando. Y no perdiendo allí el tiempo escuchando sandeces.

    - ¿Verdad, Michelangelo? - Vaya, le estaba hablando a él. Se giró inexpresivo, aunque se detectaba levemente el despiste en sus cejas alzadas. El hombre rio y miró a Sanzio. - Estos genios. Continuamente evadido en sus propios mundos. - A mí no me ridiculices delante del niñato este, pedazo de mierda, pensó, pero maldita fuera su estampa, era su jefe. Era insultante que alguien de su talla tuviera que aguantar eso. - Tiene talento, pero le falta precisar. Y trabajar. Es importante el trabajo duro, favorece la concentración y hacen que las musas vengan a visitarte más a menudo. Que las visitas de aduladores están muy bien, pero siendo artista, prefiero a las musas. - Comentó, mirando a Raffaello. El otro volvió a reír incómodamente. Ya, pues que no le hubiera invitado. Se acabó la copa y la dejó en la mesa. - El mundo es muy amplio, la realidad lo es, todo lo que la mente pueda abarcar para crear una gran obra... Pero el lienzo, el papel, el mural o lo que quieras usar, es un espacio limitado. Por ello hay que focalizarlo, saber cual es el trozo de tu ser o de tu realidad que quieres plasmar ahí. Y si estamos abiertos a un espacio ilimitado y caótico... - Volvió a mirar a Raffaello. - Acabas presentando un show de variedades, no una obra de arte. -

    CAPíTULO 1 — 15 de abril de 2021  — Michelangelo


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    Miér 16 Mar 2022 - 14:03

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    Vamos, se creía el tonto aquel que iba a entrar a ninguna de sus provocaciones burdas. Amplió la sonrisa y le señaló. — ¿Ve, señor Cavalieri? Michelangelo habla con la voz del artista consumado. Esa es la inmensa suerte que tenemos todos en su presencia. Es cierto, la genialidad es una cosa muy muy difícil de encontrar, y por eso sentí mi sueño hecho realidad cuando se me reconoció tal cosa al inaugurar una exposición junto al genio que siempre he admirado. Chúpate esa, amargado, pensó, esgrimiendo su sonrisita aduladora, pero a la vez sibilina. Buonarotti se creería mucho mejor que él, pero la Sapienza había considerado ponerles a los dos en el mismo lugar, así que ya podía patalear cuanto quisiera, que expondría a su lado. Aunque no podía evitar que le doliera. Debajo de todas esas capas de estrategia y rivalidad, Rafaello había sido alguna vez un joven enamorado de la obra de Michelangelo y no le faltaba para nada a la verdad diciendo que había sido su sueño para él llegar ahí. Solo hubiera preferido encontrarse otro tipo de genio, la verdad.

    Sonrió y asintió al rector. Anda, que seguir llamándole pequeño al hijo cuando ya estaba en la universidad… Muy improio de un rector. — Oh, eso es normal. Ser padre debe ser lo más hermoso del mundo. ¿No quiere usted casarse y formar una familia, Rafaello? — Él suspiró y puso ojos soñadores. No. ¿Por qué terrible fallo del destino iba a querer él tener una recua de chiquillos estorbando en su trabajo, a ver? A no ser que mejorara su posición o imagen de algún modo. Quizás tener un próximo Rafaello Sanzio que continuara la estirpe de grandes artistas. — Me encantaría. Pero Margherita es joven y está al comienzo de su carrera, es mejor esperar para dar un paso así. Pero, por la mujer adecuada, no importa el tiempo de espera. — Dirigió los ojos a Michelangelo. — ¿Verdad, señor Buonarotti? Usted que tantas alegorías sobre el amor pinta, sabrá a lo que me refiero. — Y Rafaello sabía lo que se decía de él y aquella millonaria, Vittoria Colonna. O de él y la chica más joven de los influyentes banqueros Medici… Pero nada de eso escandalizaría tanto a la conservadora sociedad italiana como lo que Rafaello sabía de primera mano de él.

    De momento asintió a lo del trabajo. — Eso es verdad. Todo lo que he conseguido en la vida, lo he conseguido trabajando muy duro. — A ese ególatra de Michelangelo, los Medici le habían catapultado, pero el tuvo que conformarse con el patrocinio de Montefeltro y hacerse famoso en Urbino antes de ver ni un céntimo por su arte. — Yo he tenido la suerte de trabajar de lo que amo, por lo que ni una sola obra mía ha quedado inconclusa o entregada fuera de plazo. Mi arte es mi vida. — Y sí, eso era otro tirito a Michelangelo. Tenía una fama terrible de dejar ciertos trabajos a medias o de obrar terriblemente lento. Y todavía se atrevía a poner en duda su arte y su trabajo. — ¡Ah, las musas! Qué complicados somos los artistas a veces, ¿verdad? — Comentó en tono de broma, haciendo reír a todos los presentes. Subió la mirada mientras hacía un gesto con la mano. — Para mí… Las musas llegan al acercarse al pueblo, ¿saben? — Ya tenía a todos escuchando. — Creo que, como el maestro Buonarotti ha dicho, la realidad es infinita, y estar en contacto con ella es fundamental. Conocer a la gente, sus expresiones, lo que anhelan del arte… Porque lo que yo, como artista quiero conseguir, es que ese arte llegue a todo el mundo, ¿saben? Porque una sociedad educada en arte es más bella, y la única forma de conseguirlo es dándoles un arte que entiendan y les guste. — Hubo murmullos de aceptación y él asintió. — Porque, si solo hacemos arte para los poderosos… ¿En qué nos convertimos? — Y último dardo a Michelangelo.

    Señores, si gustan, ya pueden ir pasando a la comida. — Anunciaron. — Sí, sí, y continuamos este interesantísimo debate ante una buena comida. Sin duda, es un honor poder oírles. — Iban comentando por ahí. Él aprovechó y pasó, muy sútilmente al lado de Michelangelo y susurró. — ¿Es que no te acuerdas de mí? ¿En Florencia? — Y pasó rápidamente de largo. Oh sí. No iba a dejarlo pasar, por supuesto. Él había conocido una faceta suya muy concreta en Florencia, cuando estuvo de viaje de estudios. Y dudaba que las multitudes supieran nada de esa faceta del artista. Mucho menos ese que le pagaba el sueldo y dejaba a su hijo en manos de Michelangelo.



    CAPíTULO 1 — 15 de abril de 2021  — Rafaello


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    Dom 5 Jun 2022 - 12:10

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    L'arte dell'incanto

    Su impulso era rodar los ojos y soltar un despectivo bufido hacia un lado. Por favor, ni él se creía lo que estaba diciendo, casi oía el eco de la palabra "mentira" repetirse una y otra vez mientras pronunciaba esas palabras tan falsas como su propia obra. Si realmente le admirara, trabajaría, crearía y se dejaría de estupideces. Y, por supuesto, no intentaría pisarle. Se pavoneaba como un pavo real mostrando sus plumas. Era absolutamente ridículo. Y una muy mala estrategia si realmente lo que pretendía era que Michelangelo se fijase en él.

    Ah, bueno, que ahora iban a empezar a hablar de banalidades de la vida privada, de todas esas mierdas de la vida mundana que los filósofos teñían de "el sentido de la vida"... Por un leve instante, se alegraba de no estar trabajando. No le iba a salir nada bueno de tanta ira y asco acumulados. O quizás sí. Tampoco es como que Michelangelo trabajara siempre especialmente feliz. Nunca estaba especialmente feliz. Nadie lo estaba, le daba igual lo que dijeran esa panda de falsos que solo querían dinero, fotografías y aplausos. Todos estaban igual o más amargados que él, solo que al menos él lo reconocía abiertamente en vez de ir haciendo el tonto por ahí.

    Y ese canalla ahora le lanzaba la pregunta a él. Ya no pudo evitar mirarle con ojos asesinos. Michelangelo creía tener aguante y más capacidad para ignorar de la que tenía realmente, su mecha era muy corta. Ese tipo podía tener suerte de que aún le quedaban un mínimo de dedos de frente como para no hacer lo que le daban ganas de hacer en su puesto de trabajo y delante de su jefe. Uff... Asco le daba de sí mismo pensarse siquiera hablando así. - Perfectamente. - Se limitó a contestar, con voz helada y tras haber llenado el pecho de aire en un intento por aunar la suficiente paciencia como para no echar veneno por la boca. - Como bien dice, son tantas las alegorías al amor que pinto en mis lienzo, y llevo tantos años dedicándome a esto, que sé diferenciar un ideal de la realidad. No sea de los artistas que viven dentro de sus lienzos, no le pega nada. - El rector soltó otra carcajada fuerte e incómoda. - Hablar con artistas siempre es un gran entretenimiento. Me encantaría poder estar en vuestra mente, veis más allá. - Trató de salvar, en base a adularle a ambos, pero Michelangelo ya le estaba mirando con cara de circunstancia. No puedes ser más patético...

    Se limitó a beber por no reírse en la cara de ese niñato cuando dijo que todo lo que tenía lo había conseguido por el trabajo duro. Sí, follando con modelos y haciendo el imbécil con el móvil. El concepto de "trabajo duro de la nueva generación era para echarse a llorar. Apretó los dientes y, ya sí, le miró como si le fuera a matar... Bueno, le había mirado así más de una vez, pero aún más veces se había contenido. ¿Insinuaba que era un irresponsable? ¿Ese, el mismo que había ido allí a beber y a comer canapés obligándole A ÉL a abandonar su trabajo, le estaba llamando trabajador irresponsable? Mejor dejaba de beber. Michelangelo tenía mal beber y se estaba viendo estampándole el vaso en la cabeza a ese niñato que se creía artista.

    Y ese discurso... Oh, por Dios. Qué manera de hacer que te laman el culo, de verdad que sí, y menudos lameculos dispuestísimos eran todos los de la universidad. Día tras día se planteaba qué cojones hacía allí en vez de estar trabajando para gente que apreciara el talento de verdad, porque si estaban babeando con un tipo como Raffaello, desde luego eran la gente equivocada. Si la sociedad realmente valorara el arte como se merece, él sería Dios. Más que Dios. No habría quien le tosiera. Pero no, ahí estaba, aguantando... Eso. Que un crío que se dedicaba a hablarle a la pantalla del móvil cogiera sus palabras y las tergiversara para hacer un discurso absolutamente vacío y sentirse alguien, y que encima todos se dieran hostias para comerle la boca. Qué asco.

    Apretó los dientes. Ya estaba bien. - El arte es para quien sabe apreciarlo. Y para quien le da el crédito que merece. - Entrecerró los ojos. - No me vendo por dinero, si es lo que insinúas. Ni soy un mono de feria... - Mejor pasamos al salón, no estaría bien hacer al cáterin esperar. - Cortó el rector, de nuevo con una broma y una risa tensas, porque debía estar viendo que Michelangelo estaba a punto de liarse a puñetazos con Raffaello, cuanto menos. Sin quitarle la mirada de odio de encima, se levantó y se dirigió al salón. Iba tenso, con los dientes tan apretados que le dolían, e inconscientemente llevaba los puños cerrados. Y le habló. Le susurró una amenaza, porque eso era en toda regla una amenaza, y sus palabras le pararon en seco. Notaba la rabia palpitándole en las sienes y el corazón latiendo tan violentamente que se le iba a salir del pecho. Empezaba a notar la mente hasta nublada, y dio un paso hacia él, pero el rector le agarró por el brazo. - Michelangelo. - Le detuvo. Se fue a zafar violentamente, pero estaba tan cegado que se quedó como si le hubieran esculpido en mármol. Un mármol que rodeaba un fuego fatuo que estaba a punto de llevarse a toda La Sapienza por delante. - Sé que los artistas sois orgullosos. - No me jodas, Cavalieri, pensó, pero no dijo nada, se limitó a mirarle mal. - No tienes que hablar con él si no quieres, pero por favor... - ¿Para qué he sido sacado de mi trabajo entonces? - Porque eres Michelangelo Buonarroti, y te quiero recordar que lo que se espera de ti no es solo que pintes, también que prestes tu imagen y tu nombre a la universidad. - Soltó una carcajada nasal y desdeñosa, mirando a otro lado, negando y frotándose el puente de la nariz. Quería matar a alguien. Quería gritar. - Esto es parte de tu trabajo. - ¿Tengo cara de trabajar en un circo? - Michelangelo, te recuerdo que soy tu rector, el del lugar que te da empleo diario. - Y te recuerdo que sin mí, esta universidad no es nada. Que, como bien dices, yo le doy nombre y estatus. - Señaló con furia al interior del salón. - Echad a ese cantamañanas de aquí. Es una ofensa a mi persona que me obliguéis a lidiar con él. - Mira, Michelangelo, no tengo tiempo para esto. Es una comida. Entra, come y haz acto de presencia. - No tengo por qué aguantar tiritos e instigaciones de un niñato que no me llega ni a la suela de los zapatos. Pero lo vas a hacer. Y no te vas a morir por ello. Créeme, esto nos acabará beneficiando a todos. - Y ya no dijo más. Entró al salón y le dejó lleno de ira y con la palabra en la boca. Tragándose toda su rabia.

    CAPíTULO 1 — 15 de abril de 2021  — Michelangelo


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    Mar 11 Oct 2022 - 6:49

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    Su frasecita había tenido el efecto deseado. Michelangelo tenía una fama sobre su carácter muy extendida, y claramente era fácil de provocar. Ah, tanto ego, Buonarotti… No puede ser bueno, demasiado fácil atacarlo, pensó con superioridad. Y luego le decían a él. Aunque tan listo y no había sido capaz de pillar que no, no había insinuado que se vendiera por dinero, solo que ese arte tan excelso y culto que practicaba, conjuntamente con aquel carácter de mierda, no le convertiría en eterno, ni siquiera le granjearía poco más que mala fama en los años que le quedaban.

    Por su parte, Rafaello seguía en su papel, con su espléndida sonrisa, su cabeza bien alta, y haciéndose fotos con los profesores y los asistentes a la comida, que se morían de ganas por ver a ambos artistas en una sola habitación. Y a juzgar por lo que estaba viendo, los tenía enteritos para él, porque el artista número dos estaba discutiendo con su propio jefe fuera. Lo que le pasaba a Michelangelo es que no entendía que NO SE PODÍA no responder ante nadie. Lo que tenías que intentar era que el jefe opinara igual que tú, y así no se conseguía.

    Se sentó en la silla que tenía un cartelito improvisado a mano con su nombre, haciéndole una foto antes de moverlo, y levantó la copa que ya le habían dado, levantándose de nuevo y dirigiendo la mirada a Michelangelo. — Por el arte, señores. Y por mi colega el profesor Buonarotti, porque siempre será un honor ser expuesto junto a mi ídolo de la juventud. Ojalá llegar a tener el prestigio y contar con tan buenísima opinión de gente tan distinguida como estos señores, cuando llegue a su edad. — Y todos levantaron la copa, y él bebió, alzando la ceja y pensado espero que hayas entendido a lo que me refiero, viejo, una palabra más alta que otra y destrozo tu reputación. Era lo malo de tener solo amigos entre las clases alta intelectualoides, que nunca iban a salir a defenderte si no cumplías sus ideales de pureza. — Y díganme, señores, ¿con qué obra del maestro y con qué obra mía se quedarían, de estas que están en la exhibición? — Todos parecieron murmurar y estrujarse los sesos, y fueron diciendo algunas, las más evidentes, la verdad, no es que dieran opiniones muy interesantes, mientras él iba degustando la comida (que tampoco era la gran cosa) pero, finalmente, consiguió lo que esperaba. — ¿Y la suya, señor Sanzio? ¿Cuál es su obra favorita del señor Buonarotti? Oh, esa la tengo clarísima. — Dijo con una sonrisa maliciosa. — ¿Han visto la escultura de los esclavos? Esos dos jóvenes… Ayudándose… — Dejó caer con toda intención. — Tan desesperadamente, con tan hermosos cuerpos… No son ideales son REALES. — Dijo haciendo hincapié en la palabra. — Qué pena que no se encuentre en esta exposición, es sin duda un tesoro oculto, compañero, ¿por qué no la añadió aquí? — Ladeó la cabeza y le miró con genuino interés. — ¿Y cuál fue su inspiración?


    CAPíTULO 1 — 15 de abril de 2021  — Rafaello


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    Mar 28 Feb 2023 - 13:49

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    Se tuvo que sentar donde le obligaban, encima, porque le habían puesto un cartelito. Ahora somos niños de párvulo, ¿qué tal también un babero con su nombre bordado, para que no se confundieran? Así ese niñato engreído lo tendría más fácil para localizar a quién tenía que lamerle el culo para que le siguieran dejando pavonearse por La Sapienza como si fuera alguien. Se sentó prácticamente con un gruñido automático, e hizo un gran esfuerzo por mentalizarse: comer, callar, y volver al trabajo. Le obligaban a estar allí pero ni le obligaban a hablar ni le obligaban a que le gustara Sanzio. Solo tenía que comer, aguantar el tirón y podría irse.

    No iba a ser tan fácil, porque si las miradas mataran, habría asesinado a ese crío en el acto solo por el brindis que hizo. Como volviera a hacer una referencia a su edad, iba a hacer arte abstracto con su cara y un plato. O a decir una vez más que era su ídolo de la juventud. No se lo creía ni él, no era más que un trepa que quería quitarle el puesto. Lo peor es que su carácter le precedía y ese tipo caía mejor que él, encima quedaría como que había desdeñado a un joven que seguía sus pasos, que se lo tenía creído y esas cosas... Le odiaba. Le odiaba con todas sus fuerzas.

    Pero siguió. Porque, como se había contenido de partirle los dientes con un tenedor, siguió hablando por esa bocaza. Ahora, poniendo en apuesta verbal sus obras, como si aquello fuera un patio de vecinas, como si estuvieran discutiendo sobre personajes de un reality, de donde ese tipo desde luego parecía haber salido. Se limitó a comer, masticando el entrecot como si lo que fuera una vaca en vida tuviera culpa alguna de la situación que estaba viviendo. Como aquello aún podía ir a peor, uno de esos ineptos preguntó a Sanzio por su obra favorita de entre las suyas. Carnaza, eso es lo que os gusta a vosotros, hienas, pensó. Ni se iba a dignar en mirar al otro... pero el otro bien que se dignó a contestar. Y menuda respuesta.

    Clavó la mirada en él, de nuevo como si pudiera fulminarle con esta. Estaba conteniendo la respiración a cada palabra que oía. Hijo de la gran puta, pensaba. Cómo querría borrarle esa sonrisa de la cara. Pero le había lanzado una pregunta, y ahora todos los ojos apuntaban a él. Se limpió con la servilleta, dándose espacio a sí mismo para desechar todos los exabruptos que pasaban por su cabeza y dar una respuesta que no avergonzara a nadie, o más bien que no le pusiera automáticamente fuera de La Sapienza. Dejó la servilleta en la mesa, entrelazó los dedos y, clavando la mirada en el otro, respondió. - Supongo que no toda expresión artística se hace con intención de ser... - Prostituida. - Expuesta, o vendida. - Se pasó la lengua por las muelas, dándose a sí mismo una leve pausa, pero no desclavó la mirada. - Es básicamente la definición de tesoro oculto, ya que le gusta el término. Aunque yo no lo habría definido así. No acostumbro a engalanar tanto mi propia obra. Produzco para mí mismo. - Sí, él siempre defendía que su arte era para él, y que a quien no le gustara, que no lo comprara. No era lo que hacía en la práctica, pues bien que producía para la universidad más importante del país y del mundo del arte. Pero no era lo que predicaba y ni bajo tortura reconocería otra cosa que no fuera esa.

    - Y usted mismo se ha respondido a la pregunta: mi inspiración está sacada de la realidad. - Arqueó una deja y ladeó levemente la cabeza. - Seguimos teniendo esclavos en nuestra sociedad, solo que ahora no les pegan latigazos para que construyan pirámides. Ya sabe, esclavos del sistema, de la economía... de las tecnologías... - O de vicios varios, pero sabía que decir eso iba a ser lanzarse piedras en su propio tejado, porque ese crío sin escrúpulos indudablemente iba a usarlo en su contra, así que mejor se callaba. - Si se pregunta de dónde he sacado la inspiración para ver un cuerpo semidesnudo, solo tiene que salir a pasear un rato por la playa. - Eso levantó risas murmuradas, aunque algunas detectaron la incomodidad y sonaron igual de incómodas. Hizo un gesto con la mano y señaló el dispositivo que siempre le acompañaba. - O mirar en su propio teléfono. Hay un buen catálogo. - Volvió a entrecruzar los dedos. - Soy hombre de concienzudo estudio, más que de experimentación, si es eso lo que insinúa... Pero quizás quiera comunicarnos que su estilo es diferente. Al fin y al cabo, parece haber captado un sentido de la obra más allá, no sé si por propia experiencia. Sí, eso, eso querría saber. ¿Por qué es esa, esa obra tan oculta según usted, su favorita de entre las mías, y no otra? - ¿Quería jugar? Él también podía jugar.

    CAPíTULO 1 — 15 de abril de 2021  — Michelangelo


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    Lun 17 Jul 2023 - 13:56

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    Raffaello asintió con tranquilidad a la respuesta de Michelangelo, sin arremeter. Él estaba ahí a nivel de fan de Buonarotti, no iba a llevarle la contraria abiertamente, solo a admirarle muy profundamente permanentemente. — Pues debería usted hacerlo, señor Buonarotti, porque… ¿es o no es el genio de una época? Por eso todos los que venimos debemos mirar hacia él. — Dijo mirando al resto de los presentes, animando a que le dieran la razón una vez más. Probó la comida que iban trayendo y miró al rector. — Excelente, señor, por algo la Sapienza es tan prestigiosa. Saben cómo agasajar a los artistas, y no somos fáciles, ¿verdad? — Preguntó, antes de comer un poco más, mirando al aludido.

    Bien evitada, pensó con lo de la realidad. Pero qué simpleza y rudeza podía llegar a transmitir aquel ser, le hacía suspirar de profundo aburrimiento, pero debía mantenerse en el puesto del fan. — Afortunadamente, la sociedad cada vez es menos prejuiciosa con los cuerpos, sí… Pero es esa postura tán realista, la tensión de los músculos, los brazos buscándose… No, realmente magistral haber creado algo así sin haberlo visto al natural. — A ver si se creía que iba a dejar de insistir.

    Entornó los ojos y alzó las manos. — No, no, nada más lejos de mi ánimo, ¿cómo voy yo a explicarle a semejante maestro su gran obra? — Se llevó una mano al pecho y sonrió. — No, yo, al contrario que usted, no soy de concienzudo estudio si no… De imaginación pura, horas y horas de reflexión e ideas sin límites. La mente no conoce límites, por eso mi arte es mucho más etéreo y… En cierto modo celestial. — Los profesores iban a contarle eso a sus hijos y sus nietos, no le cabía duda. — Pero, ya que me pregunta, es mi favorita porque estimula como ninguna otra esa imaginación que tengo… Puede contar una cantidad de historias en una sola escultura… — No podía evitar sonreír, pero encima, el rector dijo. — ¿Y tú, Michelangelo? ¿Qué obra destacarías del señor Sanzio? — Dentro se estaba muriendo de carcajadas, pero solo negó con la cabeza con humildad. — Le diría que no pusiera al señor Buonarotti en ese compromiso, pero no me puedo resistir a saberlo. Al fin y al cabo, él también fue alguna vez un joven artista que admiraría a alguien más grande y sabio. — Ah sí, lo iba a disfrutar dijera lo que dijera, porque como lo atajara, iba a quedar muy muy mal.


    CAPíTULO 1 — 15 de abril de 2021  — Rafaello


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    Vie 1 Sep 2023 - 13:53

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    Apretó la mandíbula, pero trató de mantener la expresión imperturbable, y eso en Michelangelo era hacer mucho, pero que mucho acopio de un autocontrol que no era su principal característica. Conforme ese malnacido hablaba, a él le llegaban flashes a la mente que no le deberían de llegar, flashes de una posible inspiración que no pensaba confesar ante toda esa corte de remilgados. Pero si ese niñato le creía tan tonto como para confesar sus más oscuros deseos solo porque le tirara un poco de la lengua con palabrería... Que lo siguiera intentando. Antes le callaba con un puñetazo que con una confesión.

    Celestial. Lo que había que oír. El autocontrol se le había gastado con la inexpresión, porque ahí soltó un bufido que intentó contener ya un poco tarde, provocando que saliera menos sonoro que de costumbre, pero que saliera igualmente. Varios ojos le miraron, como si les sorprendiera que a Michelangelo le hastiara hasta lo más profundo Rafaello. Esos imbéciles se habrían tragado la bola de la amistad y la admiración mutua, cuando no podía ser más evidente todo lo contrario. Se frotó los ojos. - Me temo que discrepo en eso de que la mente es ilimitada. No somos tan todopoderosos. Unos más virtuosos que otros, pero todos terrenales. Sumamente terrenales. - Enfatizó. Él no era el único con potenciales pecados que confesar. - Y la humanidad tiene tantos años que dar con ideas originales se hace cada vez más difícil. Toca rendirse al hecho de que tenemos que basarnos en ideas ya existentes y mejorarlas hasta el punto de la excelencia lo máximo que podamos. Jugar con tamaños y formas, con materiales, con colores y con expresiones de aquello que ya existe previamente, y diferenciarnos por el magistral manejo de ello. Más que pretender innovar, demostrar que podemos transformar lo mundano en divino. Que lo que cualquiera haría de forma que se pasara de largo, el artista puede hacerlo de manera que te detengas inevitablemente a mirarlo. Aunque no sea nuevo. Ahí reside el talento de verdad. - Había soltado su discurso casi sin respirar, y conteniendo el enfado y la respiración a medida que avanzaba. No lo soportaba. No soportaba tener que estar defendiéndose y hablando obviedades delante de toda esa comitiva de estúpidos y por obra de un crío que se cree artista por pasarse el día subiendo fotitos a las redes.

    Ya me imagino lo que te estimula la obra, pensó, y no disimuló el asco en su gesto mientras le clavaba la mirada. No hacía obras para que semejantes ojos sucios la miraran. A veces le daban ganas de enterrar todas y cada una de sus producciones en su taller y que solo pudiera verlas él. Lo quemaría todo antes de verlo ultrajado por gente como él. Lo lanzaría por un barranco como Pigmalión. En su intenso nubarrón de autodestrucción estaba inmerso cuando el rector le lanzó una pregunta que le sonó prácticamente a falta de respeto. ¿En serio? ¿Qué puta broma era esa? De verdad, por qué habría accedido a ir a esa mierda de comida. Malditos jefes explotadores que le coaccionaban continuamente. Y el otro estúpido diciendo que "hay que crear ideas nuevas". ¡¡Semejante trato y presión a lo social mataban toda su creatividad y sus ganas de vivir!!

    Pero no pensaba dejar al otro quedar divinamente como pretendía. Entrecerró los ojos y afiló una sonrisa leve. - La Escuela de Atenas. - Afirmó. Hizo un gesto con la mano. - Demuestra los intereses por el aprendizaje del señor Sanzio. Indudablemente. Y me llama la atención... como una persona que, por encima de todo, defiende la creatividad e ideas innovadoras... ha logrado hacer un cuadro que poco menos parece un selfie de una de sus queridas redes sociales. - Había habido algún que otro amago de risa pensando que pudiera ser broma, pero eminentemente había incomodidad. Un leve carraspeo del rector hacía ver que estaba a punto de interrumpir y desviar el tema. Pero Michelangelo no había terminado. - Es interesante, desde luego. Supongo que cada uno saca sus innovadoras ideas de los entornos en los que se mueve... y esa obra es, talmente, como salir por Ostia en una noche de botellón. - ¿Incómodos? Pues no haberme traído.

    - Oh, y aprovechando que está aquí... tenía una duda que preguntarle. - Se mojó los labios y se cruzó de brazos, reacomodándose. - He visto que es una obra a la que le dedicó usted muchísimo tiempo. Tanto que, por lo que dicen, agregó figuras nuevas. - Arqueó las cejas y miró a los presentes. - Tuve el privilegio de observar el primer boceto. Ya salía el propio Rafaello, por supuesto. No hay selfie en el que no salga el señor Rafaello. - Porque era un estúpido y narcisista engreído que tenía que meterse a sí mismo en sus cuadros. Qué vergüenza solo hablarlo... - Sin embargo, después de aquella exposición en la que mostró a todos el boceto. Arriesgado, por su parte, si me permiten. A mí no se me ocurriría mostrar jamás una obra inacabada... - Porque alguien podría usarla en mi contra, como pienso hacer yo ahora contigo. - ...Fueron añadidas más figuras a la obra final. Entre ellas la de... ¿Heráclito, puede ser? Sí. El señor que traza melancólico en las escaleras. - Miró de nuevo a los presentes, visiblemente incómodos. - ¿No les resulta familiar esa figura? Me despierta especial curiosidad. - Entrecerró los ojos y volvió a mirarle a él. - Me pregunto en qué se inspiró, señor Sanzio. Supongo que me dirá que es creación original, como todo lo que hace... pero sigo manteniendo mi teoría de que todo, en el fondo, viene inspirado por algo previamente existente. ¿Me equivoco? -

    CAPíTULO 1 — 15 de abril de 2021  — Michelangelo


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    Miér 11 Sep 2024 - 12:37

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    Como las clases de ese hombre fueran todas así, el hijo del decano debería estar en coma. él no hubiera aprendido nada de toda aquella palabrería, porque, al final, todo eso no era pintar o hacer arte como tal. Pero él se limitó a sonreír y asentir. — Supongo que gracias a esto tenemos hoy esta exposición tan estupenda montada y no una antología aburrida de todo el rato lo mismo. — Y otra vez risas. Contigo solo se duermen, Buonarotti, ¿y quién no?

    Abrió los ojos y levantó las cejas (exagerando un poco más el gesto de lo que realmente se había sorprendido) y se apoyó, mirando con pasión al pintor. Lo de los selfies le hacían quedar a él peor que a Raffaello, porque solo corroboraba que era en verdad un viejo cascarrabias, pero entonces digo lo del boceto. Oh, cómo tuvo que contenerse. Pero no iba a darle esa satisfacción, oh, por supuesto que no. Puso la mejor sonrisa que le salió y alzó las manos. — Ah, cómo se notan los años de experiencia. — Asintió lentamente y tomó aire. Todos sabían de qué estaba hablando, claro. Hora de remontar, Raffaello, ni que fuera la primera vez que sales de una de estas hablando. Me han pillado. Verán, concebí la Escuela de Atenas como… Mi propio paraíso. Al que no puedo llegar. — Miró a su alrededor. — A veces parece que tenemos todo lo que queremos, pero… No es más que un disfraz, ¿no creen? — Se llevó la mano al pecho. — Y lo único que no puedo tener… Es a las personas que más admiro a mi alrededor, como el maestro Buonarotti. — Alzó las palmas y asintió más rápido. — Lo admito, lo admito… Quería al maestro en mi cuadro también. Pero sigue siendo producto de mi imaginación prácticamente porque… Según el maestro… Nunca hemos coincidido, ¿no? — El silencio que se formó era tenso como un cuchillo, pero entonces entró alguien de administración y dijo. — Señores, ya está todo listo en sala, si desean, pueden ir pasando a la parte de atrás del escenario y las primeras filas antes de dejar pasar a público y periodistas.



    CAPíTULO 1 — 15 de abril de 2021  — Rafaello


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    Dom 27 Oct 2024 - 11:12

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    Es que no podía soportarle. ¿Qué hacía escuchando decir sandeces a semejante merluzo, para empezar? Raffaello abría la boca y Michelangelo empezaba a rechinar los dientes. Nadie sabía el gran gesto de autocontrol que había sido para él no rodar descaradamente los ojos cuando definió su obra como su visión del paraíso. Es lo más cerca que vas a estar del paraíso, desde luego, porque vas a ir de cabeza al infierno. Y lo peor era que, de existir tal infierno, Michelangelo tenía bastantes papeletas para ir a él también. Ni en el más allá se libraba de ese cabrón.

    Le hubiera provocado más satisfacción verle reconocer que él había sido su inspiración para Heráclito si no fuera porque esa serpiente tenía un as en la manga, siempre lo tenía. Y entonces soltó ese comentario al aire, el as que sabía que tenía, delante de todos, cargado de veneno, y provocando un silencio que solo podía jugar en contra de él. Le daban ganas de lanzarse encima de la mesa y agarrarle del pescuezo hasta que se callara para siempre, y desde luego si las miradas matasen, Raffaello estaría ya más que muerto. Pero alguien tuvo el buen tino de interrumpir, pillando a Michelangelo en un muy sospechoso silencio. Lo que nadie sabía era que no es que no hubiera contestado porque no supiera qué decir, sino porque estaba dedicando todas sus energías en no partirle al otro la cara.

    - ¡Excelente! - Exclamó el cabeza hueca de Di Cavalieri ante la noticia, y rápidamente se levantó y animó a todos a marchar al salón, como si estuvieran en una reunión de amigos y el ambiente no fuera ya no solo tenso, sino hostil. Se encaminaron como borreguitos, pero Michelangelo seguía taladrando a Sanzio con la mirada, mientras este reía y se hacía el "artista cool" junto a todos esos vejestorios de la universidad que no estarían entendiendo una palabra de lo que decían. Buonarroti les seguía a todos en silencio, mirándole como si estuviera fantaseando con las mil formas de matarlo. Al llegar al salón se generó uno de los clásicos y ridículos efecto de embudo en la puerta, momento que aprovechó para, cuando todos estaban distraídos, acercarse a Raffaello y poner una mano en su brazo, lo suficientemente sutil como para que nadie lo notara, como para no ser considerado una agresión; lo suficientemente firme como para que se le pusieran los dedos blancos apretando la articulación del contrario, como para ser claramente considerada una declaración de intenciones. - Mira, capullo. - Susurró agresivo. - Tú y yo nos parecemos lo que un negro a un coreano, ¿me estás entendiendo? Antes de meterte en el mismo saco en el que estoy yo tienes que lavarte la boca con aguarrás. - Hablaba con un tono ronco que evidenciaba las ganas que tendría de pasar a las manos si no estuvieran en público. El espacio empezaba a despejarse, y él a quedarse sin tiempo antes de que alguien captara lo que estaba ocurriendo. - Ve a dejar en evidencia a una de tus putas. No quiero verte compartir espacio conmigo en lo que te resta de vida. -

    CAPíTULO 1 — 15 de abril de 2021  — Michelangelo


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