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Freyja
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Anoche soñé que volvía a...
Un lugar con menos estrellas, pero más real
Año 1947. James Montgomery es actualmente el representante más cotizado de todo Hollywood. Actor que cae en su cartera de clientes, actor que lleva al estrellato. Su gallina de los huevos de oro es en estos momentos Reece Winter, el galán por excelencia. Guapo, talentoso, siempre impecable, sus películas embolsan miles de dólares solo por su mera presencia en ellas. Las actrices se pelean por salir con él en pantalla, pero solo una ha tenido la suerte de ser seleccionada para su próxima película.
Ava Palmer apenas acaba de aterrizar en un mundo que no es tan hermoso como se ve desde fuera, sino que aparenta ser bastante cruel. En cambio, ha tenido la maravillosa suerte de ser elegida por el señor Montgomery para que la represente. No puede creerse su suerte, normalmente los actores hacen cola para ser representados por él, y sin embargo ha sido él quien ha querido buscarla a ella. Quiere pensar que ha quedado impresionado por sus últimas actuaciones, eran papeles muy pequeños pero ha debido ver en ella todo su potencial. "Vacaciones en Montecarlo" es el título de la película para la que acaba de ser contratada, donde llevará el papel protagonista y tendrá un tórrido romance ni más ni menos que con Reece Winter. A veces los sueños se cumplen, está convencida.
Pero puede que detrás de todo esto no haya más que una estrategia. A pesar de las miles de ofertas que ha recibido, Reece rehúsa casarse con ninguna mujer... Porque no se siente atraído por estas. El galán más deseado, el hombre por el que todas suspiran, no quiere una mujer a su lado. Prefiere ser el soltero de oro toda la vida, no es mal plan, ¿no? Lástima que, a veces, los instintos nos fallan, y algunas personas llegan a nuestro corazón, lo atrapan y hacen lo que quieren con él... Como ha hecho James Montgomery con Reeve. Ahora está enamorado de un hombre que le ha metido en otro proyecto de romance con una actriz que ni siquiera conoce, y algo le dice que ese trato esconde algo detrás. Cada vez se muestra menos cariñoso y más amenazante... Lo que tan maravilloso está siendo hasta ahora, podría venirse abajo si su propio representante, la persona que mejor le conoce, dice las palabras equivocadas en las personas equivocadas.
Reece y Ava no están unidos ahora solo en un proyecto cinematográfico, sino en el hecho de tener su futuro pendente de un hilo, sin ser conscientes de ello.
Ava Palmer apenas acaba de aterrizar en un mundo que no es tan hermoso como se ve desde fuera, sino que aparenta ser bastante cruel. En cambio, ha tenido la maravillosa suerte de ser elegida por el señor Montgomery para que la represente. No puede creerse su suerte, normalmente los actores hacen cola para ser representados por él, y sin embargo ha sido él quien ha querido buscarla a ella. Quiere pensar que ha quedado impresionado por sus últimas actuaciones, eran papeles muy pequeños pero ha debido ver en ella todo su potencial. "Vacaciones en Montecarlo" es el título de la película para la que acaba de ser contratada, donde llevará el papel protagonista y tendrá un tórrido romance ni más ni menos que con Reece Winter. A veces los sueños se cumplen, está convencida.
Pero puede que detrás de todo esto no haya más que una estrategia. A pesar de las miles de ofertas que ha recibido, Reece rehúsa casarse con ninguna mujer... Porque no se siente atraído por estas. El galán más deseado, el hombre por el que todas suspiran, no quiere una mujer a su lado. Prefiere ser el soltero de oro toda la vida, no es mal plan, ¿no? Lástima que, a veces, los instintos nos fallan, y algunas personas llegan a nuestro corazón, lo atrapan y hacen lo que quieren con él... Como ha hecho James Montgomery con Reeve. Ahora está enamorado de un hombre que le ha metido en otro proyecto de romance con una actriz que ni siquiera conoce, y algo le dice que ese trato esconde algo detrás. Cada vez se muestra menos cariñoso y más amenazante... Lo que tan maravilloso está siendo hasta ahora, podría venirse abajo si su propio representante, la persona que mejor le conoce, dice las palabras equivocadas en las personas equivocadas.
Reece y Ava no están unidos ahora solo en un proyecto cinematográfico, sino en el hecho de tener su futuro pendente de un hilo, sin ser conscientes de ello.
REECE
WINTER
WINTER
35 años — Armie Hammer — Freyja
AVA
PALMER
PALMER
21 años — Scarlet Johanson — Ivanka
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1. Just like in the movies
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— ¿Te marco un poco más el ojo? — No, no, así está bien, que tengo los ojos muy claros, se me ve muy raro, si se me marca más. — James ha dicho que se tienen que ver esos ojazos azules bien en technicolor. — Ay, cada vez que le decían esas cosas, se sentía llena. Suspiró y sonrió. — Bueno, pues si lo dice James, adelante. —
James Montgomery le había caído del cielo. Había pasado de ser la reina de la belleza de Carolina del Sur y hacer obras de teatro en la parroquia, a Los Ángeles, en lo que a ella le había parecido un abrir y cerrar de ojos. Sí, garantizado que estaba agotada, que apenas descansaba, y muerta de hambre todo el tiempo, pero todo el mundo la trataba tan bien, la miraban como a una diosa, y cada cosa que podía necesitar, James se la procuraba. Incluso las cosas que no sabía que necesitaba, como el instructor para el carnet de conducir, la maestra de danza para corregir la postura y lucir más bonita en las fotos, o el maestro de acentos, para ayudarle a preparar los papeles y meterse bien en ellos. Y eso sin contar con el ejército de estilistas. Pero James tenía razón, no se había visto tan guapa en la vida. Iba a volver por Charleston hecha una diosa. Bueno eso si no volvía dentro de veinte años, porque en los nueve meses que llevaba en California no había tenido ni un solo día libre al completo.
Y aquel día estaba especialmente nerviosa, porque después de un par de comedias y un drama, que había cosechado un gran éxito inesperado, estaba a punto de protagonizar su primera gran producción. Y no con cualquiera, no, con Reece Winter. Si sus compañera del instituto estuvieran allí… Suspiró y miró al techo cableado del estudio con aire soñador. ¿Podía ser el actor más guapo de todo Hollywood? Y encima era un drama romántico… Iba a ser la cara de un cartel que haría historia, con aquel hombre tan alto y tan guapísimo. Y como si lo hubiera invocado, apareció uno de los ayudantes por ahí. — Señorita Palmer, la esperan para el ensayo general de la escena veinticinco, estudio ocho. El señor Winter está ya allí. — Ay… — Se le escapó, y las estilista se rieron. — Ese es el efecto del señor de Winter. Esa sonrisita y ese suspirito. — Ella rio e hizo un gesto con la mano. — No soy una muchacha tan fácil, chicas… — Apretó los labios en una sonrisa. — Pero es tan guapo que no sé ni qué voy a decirle. — Y las tres rieron.
Realmente, el traje blanco y negro de estilo marinero que le habían puesto le quedaba como un guante, aunque respiraba solo a medias y la cadencia de sus pasos con tacones quedaba muy bonita, pero en verdad era que no podía ni mover las piernas sin grave riesgo de caída. Era para la escena que tenían en un restaurante que supuestamente estaba a orillas del mar, y todavía le costaba hacerse a la idea de que se podían grabar lugares así en naves enormes y cambiantes como aquella. Con ese paso lento que llevaba, y con su sonrisa impecable puesta, se acercó a la imponente figura de Reece Winter, con su traje blanco impecable, ese ceño casi permanente, incluso cuando sonreía. — Señor Winter. — Dijo con la voz aterciopelada pero cándida que ponía para hablar a los hombres (tenía comprobado que la trataban mejor cuando lo hacía) y extendió la mano. — Ava Palmer. No puedo expresarle lo afortunada que me siento de conocerle y trabajar con usted. Cuando James me confirmó que seríamos compañeros, pensé que era un sueño. — Terminó con una risita. Sí, aquel papel, como todo, lo tenía gracias a James, que la había considerado A ELLA, sí, A ELLA, la belleza de Carolina del Sur, la mujer idónea para acompañar a Reece Winter en pantalla. Si es que sentía el corazón en las sienes de la emoción.
James Montgomery le había caído del cielo. Había pasado de ser la reina de la belleza de Carolina del Sur y hacer obras de teatro en la parroquia, a Los Ángeles, en lo que a ella le había parecido un abrir y cerrar de ojos. Sí, garantizado que estaba agotada, que apenas descansaba, y muerta de hambre todo el tiempo, pero todo el mundo la trataba tan bien, la miraban como a una diosa, y cada cosa que podía necesitar, James se la procuraba. Incluso las cosas que no sabía que necesitaba, como el instructor para el carnet de conducir, la maestra de danza para corregir la postura y lucir más bonita en las fotos, o el maestro de acentos, para ayudarle a preparar los papeles y meterse bien en ellos. Y eso sin contar con el ejército de estilistas. Pero James tenía razón, no se había visto tan guapa en la vida. Iba a volver por Charleston hecha una diosa. Bueno eso si no volvía dentro de veinte años, porque en los nueve meses que llevaba en California no había tenido ni un solo día libre al completo.
Y aquel día estaba especialmente nerviosa, porque después de un par de comedias y un drama, que había cosechado un gran éxito inesperado, estaba a punto de protagonizar su primera gran producción. Y no con cualquiera, no, con Reece Winter. Si sus compañera del instituto estuvieran allí… Suspiró y miró al techo cableado del estudio con aire soñador. ¿Podía ser el actor más guapo de todo Hollywood? Y encima era un drama romántico… Iba a ser la cara de un cartel que haría historia, con aquel hombre tan alto y tan guapísimo. Y como si lo hubiera invocado, apareció uno de los ayudantes por ahí. — Señorita Palmer, la esperan para el ensayo general de la escena veinticinco, estudio ocho. El señor Winter está ya allí. — Ay… — Se le escapó, y las estilista se rieron. — Ese es el efecto del señor de Winter. Esa sonrisita y ese suspirito. — Ella rio e hizo un gesto con la mano. — No soy una muchacha tan fácil, chicas… — Apretó los labios en una sonrisa. — Pero es tan guapo que no sé ni qué voy a decirle. — Y las tres rieron.
Realmente, el traje blanco y negro de estilo marinero que le habían puesto le quedaba como un guante, aunque respiraba solo a medias y la cadencia de sus pasos con tacones quedaba muy bonita, pero en verdad era que no podía ni mover las piernas sin grave riesgo de caída. Era para la escena que tenían en un restaurante que supuestamente estaba a orillas del mar, y todavía le costaba hacerse a la idea de que se podían grabar lugares así en naves enormes y cambiantes como aquella. Con ese paso lento que llevaba, y con su sonrisa impecable puesta, se acercó a la imponente figura de Reece Winter, con su traje blanco impecable, ese ceño casi permanente, incluso cuando sonreía. — Señor Winter. — Dijo con la voz aterciopelada pero cándida que ponía para hablar a los hombres (tenía comprobado que la trataban mejor cuando lo hacía) y extendió la mano. — Ava Palmer. No puedo expresarle lo afortunada que me siento de conocerle y trabajar con usted. Cuando James me confirmó que seríamos compañeros, pensé que era un sueño. — Terminó con una risita. Sí, aquel papel, como todo, lo tenía gracias a James, que la había considerado A ELLA, sí, A ELLA, la belleza de Carolina del Sur, la mujer idónea para acompañar a Reece Winter en pantalla. Si es que sentía el corazón en las sienes de la emoción.
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
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Alice Gallia
Cause' Alice does belong with Marcus
Ante todo, amigos
Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
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Prendió la cerilla y encendió otro cigarro. Justo mientras lo hacía, llamaron a su puerta, abriéndola sin esperar a su respuesta. - Señor Winter, ya está todo listo para empezar. - Aspiró lentamente todo el humo que podía del cigarrillo, mirando al mismo en lugar de al pobre becario al que habían mandado a avisarle, y se lo quitó de los labios para echar el humo lentamente, con la mirada baja. - Enseguida voy. - Comentó monocorde y carente de entusiasmo. El chico puso una sonrisa incómoda y, tras un par de segundos de duda, se marchó. Sí, le necesitaban inmediatamente, pero no querría insistir, no era más que un pobre crío, y él era el gran Reece Winter... Hasta pensarlo le resultaba sarcástico.
Volvió a dar una calada, en silencio, echando esta vez el humo por la nariz. Había millones de hombres en el mundo que matarían por ser él, por ser uno de los hombres más deseados y queridos del mundo, por lucir sus trajes, besar a esas hermosas actrices que le ponían como compañeras de escena y tener su carisma, su belleza y su dinero. Todo eso era lo que relucía por fuera, pero el interior... Era una basura. Por dentro se sentía como un jarrón vacío lleno del humo negro que aspiraba continuamente de sus cigarros. Por fuera, sin embargo, solo podía mostrar una radiante sonrisa y la seguridad en sí mismo que, según los demás, le caracterizaba. Porque no quedaba nada bien, ni mucho menos varonil, reconocer que era alguien sumamente vulnerable.
Fumó lentamente, dejando que el cigarro se consumiera sin prisas, con la mirada perdida. James le había puesto contra las cuerdas. El mejor mánager de Los Ángeles, sí. "Deberías estarme agradecido", ya. Le conseguía muy buenos papeles, todo su dinero y su fama se los debía a él... Y él lo sabía. Por eso podía hacer lo que le diera la gana con él. Aún resonaban en su cabeza los gritos de la última discusión. "Como se descubra, estás perdido. Ve anudando la soga, porque va a ser la única salida que te va a quedar". Ya había gastado retrasado tres intentos de matrimonio y empezaba a agotársele ese cartucho, el próximo que le propusiera lo iba a tener que aceptar sí o sí, o hundiría su reputación y su carrera para siempre.
Dejó escapar el humo una vez más y, mientras lo hacía, el becario volvió a asomar tímidamente en la puerta. Carraspeó casi con miedo. - Eemm... Señor... - Respiró hondo. Tampoco tenía por qué pagar ese pobre chaval por sus desgracias. Apuró la última calada, apagó el cigarro en el cenicero y se levantó, dedicándole una sonrisa cortés mientras se abotonaba la chaqueta. - ¿Vamos? - El chico puso una sonrisa más relajada y le dirigió al set. Lo observó al llegar, girando levemente sobre sí mismo, ahorrándose un suspiro. La actuación era su vida, al fin y al cabo, aunque le tocara besar a mujeres y mirarla con expresión enamorada continuamente. A veces pensaba en lo mucho que deseaba ser lo suficientemente mayor como para que empezaran a darle papeles de padre, y no de amante. Pero él era, ante todo, un buen profesional. Podía fingir estar enamorado de una mujer como fingía ser agente de la CIA, o el rico heredero de un multimillonario, o un crupier profesional. Al fin y al cabo, ese era su trabajo: representar mentiras.
La voz de la mujer le sacó de su ensimismamiento. Era joven, muy joven (como siempre, encima siempre le ponían niñas en comparación con él), y peligrosamente cándida. Sabía que James también la representaba a ella, y casi estaba tentando de decirle que huyera en la dirección contraria ahora que aún podía (si es que no se estaba acostando con ella también, que todo era posible). Sonrió, en parte con su mueca de galán estudiadísima y en parte con genuina cordialidad, y estrechó su mano. Rio elegantemente, casi sin sonido. - Eres muy amable. - Se inclinó ligeramente, aunque guardando la distancia. - Por favor, no me llames de usted. Vamos a ser dos enamorados en cuestión de minutos, mejor tener un poco de familiaridad previa, ¿no cree? - Bromeó, con voz suave, sin perturbar el tono, con esa contención y aura de perfección que tenía siempre. A veces pensaba que sus propios papeles le habían engullido a él, que se pasaba la vida actuando, que no era todo más que una estudiada coreografía... Pero no había de otra. No sería ni el primero ni el último que se llevaba el trabajo a casa, que nunca descansaba.
Sonrió levemente. - James tiene muy buena vista. - Dijo, sin mojarse demasiado. - Tanto para el elenco, como para las producciones. Si ha dicho que quedaremos bien en pantalla, habrá que creerle. - Comentó, igualmente cordial. Empezaron a oírse algunas voces que iban y venían entre regidores, escenógrafos y demás, y el becario de antes volvió a acercárseles. - Escena del restaurante. Empezamos justo aquí, y hasta donde Lady Hammilton dice "tendrá que ser en la próxima, ¿no cree?". - Informó, señalando el guion. Reece asintió, tomándolo y dedicándole una sonrisa cordial, y echó un vistazo. No parecía una escena muy larga, apenas dos minutos de diálogo ininterrumpido. No les llevaría mucho tiempo. - He visto sus anteriores películas. - Comentó, mirando el papel, pero levantó la vista y volvió a sonreír. - Tiene usted un registro muy amplio, es muy versátil. Algunas de sus escenas me resultaron especialmente creíbles. Me reí mucho en esa en la que se le escapa el perro y acaba tirando a su futuro enamorado a la fuente del parque. - Ladeó la sonrisa, arqueando las cejas, y alzó los papeles. - No parece que vaya a correr yo la misma suerte, no según esto, al menos. - ¡Estamos listos! ¿Actores? - Bramó el regidor. Hizo un gesto con la cabeza, señalando el set, y se dirigió hacia él.
Volvió a dar una calada, en silencio, echando esta vez el humo por la nariz. Había millones de hombres en el mundo que matarían por ser él, por ser uno de los hombres más deseados y queridos del mundo, por lucir sus trajes, besar a esas hermosas actrices que le ponían como compañeras de escena y tener su carisma, su belleza y su dinero. Todo eso era lo que relucía por fuera, pero el interior... Era una basura. Por dentro se sentía como un jarrón vacío lleno del humo negro que aspiraba continuamente de sus cigarros. Por fuera, sin embargo, solo podía mostrar una radiante sonrisa y la seguridad en sí mismo que, según los demás, le caracterizaba. Porque no quedaba nada bien, ni mucho menos varonil, reconocer que era alguien sumamente vulnerable.
Fumó lentamente, dejando que el cigarro se consumiera sin prisas, con la mirada perdida. James le había puesto contra las cuerdas. El mejor mánager de Los Ángeles, sí. "Deberías estarme agradecido", ya. Le conseguía muy buenos papeles, todo su dinero y su fama se los debía a él... Y él lo sabía. Por eso podía hacer lo que le diera la gana con él. Aún resonaban en su cabeza los gritos de la última discusión. "Como se descubra, estás perdido. Ve anudando la soga, porque va a ser la única salida que te va a quedar". Ya había gastado retrasado tres intentos de matrimonio y empezaba a agotársele ese cartucho, el próximo que le propusiera lo iba a tener que aceptar sí o sí, o hundiría su reputación y su carrera para siempre.
Dejó escapar el humo una vez más y, mientras lo hacía, el becario volvió a asomar tímidamente en la puerta. Carraspeó casi con miedo. - Eemm... Señor... - Respiró hondo. Tampoco tenía por qué pagar ese pobre chaval por sus desgracias. Apuró la última calada, apagó el cigarro en el cenicero y se levantó, dedicándole una sonrisa cortés mientras se abotonaba la chaqueta. - ¿Vamos? - El chico puso una sonrisa más relajada y le dirigió al set. Lo observó al llegar, girando levemente sobre sí mismo, ahorrándose un suspiro. La actuación era su vida, al fin y al cabo, aunque le tocara besar a mujeres y mirarla con expresión enamorada continuamente. A veces pensaba en lo mucho que deseaba ser lo suficientemente mayor como para que empezaran a darle papeles de padre, y no de amante. Pero él era, ante todo, un buen profesional. Podía fingir estar enamorado de una mujer como fingía ser agente de la CIA, o el rico heredero de un multimillonario, o un crupier profesional. Al fin y al cabo, ese era su trabajo: representar mentiras.
La voz de la mujer le sacó de su ensimismamiento. Era joven, muy joven (como siempre, encima siempre le ponían niñas en comparación con él), y peligrosamente cándida. Sabía que James también la representaba a ella, y casi estaba tentando de decirle que huyera en la dirección contraria ahora que aún podía (si es que no se estaba acostando con ella también, que todo era posible). Sonrió, en parte con su mueca de galán estudiadísima y en parte con genuina cordialidad, y estrechó su mano. Rio elegantemente, casi sin sonido. - Eres muy amable. - Se inclinó ligeramente, aunque guardando la distancia. - Por favor, no me llames de usted. Vamos a ser dos enamorados en cuestión de minutos, mejor tener un poco de familiaridad previa, ¿no cree? - Bromeó, con voz suave, sin perturbar el tono, con esa contención y aura de perfección que tenía siempre. A veces pensaba que sus propios papeles le habían engullido a él, que se pasaba la vida actuando, que no era todo más que una estudiada coreografía... Pero no había de otra. No sería ni el primero ni el último que se llevaba el trabajo a casa, que nunca descansaba.
Sonrió levemente. - James tiene muy buena vista. - Dijo, sin mojarse demasiado. - Tanto para el elenco, como para las producciones. Si ha dicho que quedaremos bien en pantalla, habrá que creerle. - Comentó, igualmente cordial. Empezaron a oírse algunas voces que iban y venían entre regidores, escenógrafos y demás, y el becario de antes volvió a acercárseles. - Escena del restaurante. Empezamos justo aquí, y hasta donde Lady Hammilton dice "tendrá que ser en la próxima, ¿no cree?". - Informó, señalando el guion. Reece asintió, tomándolo y dedicándole una sonrisa cordial, y echó un vistazo. No parecía una escena muy larga, apenas dos minutos de diálogo ininterrumpido. No les llevaría mucho tiempo. - He visto sus anteriores películas. - Comentó, mirando el papel, pero levantó la vista y volvió a sonreír. - Tiene usted un registro muy amplio, es muy versátil. Algunas de sus escenas me resultaron especialmente creíbles. Me reí mucho en esa en la que se le escapa el perro y acaba tirando a su futuro enamorado a la fuente del parque. - Ladeó la sonrisa, arqueando las cejas, y alzó los papeles. - No parece que vaya a correr yo la misma suerte, no según esto, al menos. - ¡Estamos listos! ¿Actores? - Bramó el regidor. Hizo un gesto con la cabeza, señalando el set, y se dirigió hacia él.
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Juraría que era una persona diferente en cuanto Reece Winter le dijo que le tuteara. Ella. Tuteando a Reece Winter. Menuda locura. Puso una amplísima sonrisa y asintió. — Sí. — Carraspeó. — Quiero decir, que tú puedes hacer lo mismo conmigo, claro. Somos compañeros. — Soltó una risita musical. Y sí, más le valía concentrarse, aunque no le iba a costar actuar aquello, porque enamorada no estaría, pero no le costaba nada fingirse encantada de la vida de recibir las atenciones de aquel hombre.
— James tiene una vista maravillosa, si encontró a un actor como tú… — Tenía que corresponder a aquella galantería, y a todas las que él quisiera hacerle, qué menos, con un hombre como aquel. Escuchaba lo que decía el becario, claro, pero es que seguía un poco atontada. — Sí, claro, cosas de Lady Hammilton. — Dijo encogiéndose de un hombro. Ay, por Dios, menuda brillantez. Igualita que Lady Hammilton.
Se sonrojó entera cuando dijo lo del registro muy amplio, dirigiéndose a paso lento a la silla de la terraza del supuesto club. Alguien se la abrió, aunque hubiera preferido que lo hiciera Reece, pero bueno, para eso estaban los de producción. — ¿De verdad has visto mis películas? ¿Te gusta la comedia? — No le pegaba, era siempre tan serio y sereno… — Yo también he visto las tuyas, todas. Con los dos dólares de paga que me daban, me iba con mis amigas al cine a verlas en cuanto salían. — Y ahora que lo pensaba, igual había sonado un poco niñata con aquello, así que se centró en la profunda voz del hombre. Rio también a lo de la escena del perro y entornó los ojos. — Creo que fue mi mayor reto como actriz, no morirme de risa ahí… — Otra vez había dicho una tontería. — Bueno, no en serio, claro. Es… Una broma… — Pero al menos el momento se vio cortado por las exigencias del rodaje y las voces de los que mandaban. Carraspeó y se sentó, con las piernas cruzadas y levemente inclinadas a un lado. — Estamos listos. — Y puso la expresión de Lady Hammilton, gran señora segura de sí misma, reina de la elegancia. Se puso la larga boquilla con el cigarro, inclinándose un poco para ver si Reece se lo encendía, pero alguien de producción estuvo más rápido. Bueno, claro, si es que para eso estaban, criaturitas.
La escena era corta y concisa, pero tremendamente cargada. Tenía que contenerse muchísimo para no levantar la mirada hacia esos ojazos azules y fríos. Un galán de verdad. El diálogo fluía de maravilla, en dos tomas lo tuvieron listo, y se inclinó hacia él, nada más terminaron, poniendo la mano sobre él. — Ha quedado perfecta, Reece. Llevas al capitán en la piel… — Justó por ahí pasaron las de estilismo, mirando significativamente las manos de ambos juntos. — ¿Has leído el libro? Yo sí, y el instructor que James me puso me ayudó muchísimo a meterme en el papel. — Se encogió de un hombro y volvió a apoyarse en la silla. — Pero si tienes consejos, estaré encantada de aprender de alguien como tú. — Ya había corrillos hablando de ellos. Ay, qué sencilla era la gente, si solo eran dos actores hablando… Aunque se le estuviera poniendo una sonrisilla en los labios. Se inclinó un poco más y susurró un poco más pollina. — Dime, ¿cuando se es una estrella como tú, dejan de decirte cómo maquillarte o de susurrar sobre lo que llevas? —
— James tiene una vista maravillosa, si encontró a un actor como tú… — Tenía que corresponder a aquella galantería, y a todas las que él quisiera hacerle, qué menos, con un hombre como aquel. Escuchaba lo que decía el becario, claro, pero es que seguía un poco atontada. — Sí, claro, cosas de Lady Hammilton. — Dijo encogiéndose de un hombro. Ay, por Dios, menuda brillantez. Igualita que Lady Hammilton.
Se sonrojó entera cuando dijo lo del registro muy amplio, dirigiéndose a paso lento a la silla de la terraza del supuesto club. Alguien se la abrió, aunque hubiera preferido que lo hiciera Reece, pero bueno, para eso estaban los de producción. — ¿De verdad has visto mis películas? ¿Te gusta la comedia? — No le pegaba, era siempre tan serio y sereno… — Yo también he visto las tuyas, todas. Con los dos dólares de paga que me daban, me iba con mis amigas al cine a verlas en cuanto salían. — Y ahora que lo pensaba, igual había sonado un poco niñata con aquello, así que se centró en la profunda voz del hombre. Rio también a lo de la escena del perro y entornó los ojos. — Creo que fue mi mayor reto como actriz, no morirme de risa ahí… — Otra vez había dicho una tontería. — Bueno, no en serio, claro. Es… Una broma… — Pero al menos el momento se vio cortado por las exigencias del rodaje y las voces de los que mandaban. Carraspeó y se sentó, con las piernas cruzadas y levemente inclinadas a un lado. — Estamos listos. — Y puso la expresión de Lady Hammilton, gran señora segura de sí misma, reina de la elegancia. Se puso la larga boquilla con el cigarro, inclinándose un poco para ver si Reece se lo encendía, pero alguien de producción estuvo más rápido. Bueno, claro, si es que para eso estaban, criaturitas.
La escena era corta y concisa, pero tremendamente cargada. Tenía que contenerse muchísimo para no levantar la mirada hacia esos ojazos azules y fríos. Un galán de verdad. El diálogo fluía de maravilla, en dos tomas lo tuvieron listo, y se inclinó hacia él, nada más terminaron, poniendo la mano sobre él. — Ha quedado perfecta, Reece. Llevas al capitán en la piel… — Justó por ahí pasaron las de estilismo, mirando significativamente las manos de ambos juntos. — ¿Has leído el libro? Yo sí, y el instructor que James me puso me ayudó muchísimo a meterme en el papel. — Se encogió de un hombro y volvió a apoyarse en la silla. — Pero si tienes consejos, estaré encantada de aprender de alguien como tú. — Ya había corrillos hablando de ellos. Ay, qué sencilla era la gente, si solo eran dos actores hablando… Aunque se le estuviera poniendo una sonrisilla en los labios. Se inclinó un poco más y susurró un poco más pollina. — Dime, ¿cuando se es una estrella como tú, dejan de decirte cómo maquillarte o de susurrar sobre lo que llevas? —
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Sonrió levemente y asintió en un único gesto, aunque arqueó una ceja, con toque divertido, mas sin perder la elegancia. - ¿No me pega ser un hombre de comedia? - Rio con sutileza. - Te confieso que es mi género favorito, aunque nunca me haya visto yo en él. Pero para verlo... Es refrescante y entretenido. Te ayuda a... Desconectar del día a día. - De todos sus dramas, problemas y tempestades. Y lo más triste de todo era que muy hilarante tenía que ser una comedia para sacarle una carcajada real, pues mayor era su amargura. Aun así... Prefería una comedia con la que no reírse que un drama que le hiciera aún más infeliz.
Rio con los labios cerrados, bajando la mirada. No era la primera mujer que le decía que había visto todas sus películas, pero al menos le había gustado el tono inocente de aquella. Y sonaría amargo su pensamiento, pero... Le daba pena. Si era, al igual que él, otra víctima de James, le daba mucha pena. ¿Qué otra cosa iba a hacer que conversar agradablemente con ella y sentir compasión? Y rodar la película, claro, que era para lo que les habían contratado.
Esto último parecía dársele bastante bien. Se metió en su papel y ella en el suyo de tal manera que, como buenos actores, habían olvidado quiénes eran. Era lo mejor de su profesión, durante unos minutos... Podía olvidarte de quien eras. Lo dicho, James tenía buen ojo, y aquella mujer tenía todos los visos de ser una actriz emergente, cosa que el manager no iba a dejar pasar tan fácilmente. Se había imbuido tanto en su personaje que, cuando ella le colocó una mano sobre la suya, aún sentía que no había salido del todo de él, por lo que le pilló un tanto desprevenido. Sonrió cortés, no obstante, en cuanto volvió en sí. Asintió. - Lo he leído, sí. - Demasiadas horas de soledad como para que no le diera tiempo a leerse un libro y a imaginarse a qué nuevo galán le iba a tocar interpretar esta vez. Lo que no esperó fue lo siguiente. Arqueó una ceja. - Oh. ¿Consejos? - Perdió la mirada, pensativo. No te dejes devorar por lobos con piel de cordero, demasiado tarde para ese. Su divagación la cortó una pregunta de ella que le arrancó una risa tan genuina y natural, tan poco habitual en él, que todos los del equipo que ya de por sí miraban y cuchicheaban se giraron hacia ellos con aún más curiosidad. Se puso el puño ante los labios para carraspear suavemente, pero sin perder la sonrisa. - Consejos no sé, pero le voy a dar una mala noticia: a más fama consigas, más intentan mandar sobre ti. - La miró de soslayo. - Aún estás a tiempo de huir. - Hizo una pausa. - Es broma. - Bueno. A medias.
Se giró hacia ella y, con los ojos levemente entrecerrados de la curiosidad, abrió los labios para preguntar... Pero el regidor interrumpió. - ¡Vale, la toma está perfecta así que pasamos a la siguiente! - Señaló a la mujer. - Grabamos desde otro ángulo, enfocando al capitán. "Tendrá que ser en la próxima, ¿no cree?". Esa es la última línea, retomamos ahí. Comienza el capitán. ¿Prevenidos? - Bramó, el aviso de que iba a empezar la cuenta atrás para empezar a rodar. Se recompuso, volvió a meterse en su papel y esperó a que gritaran acción. Empezaba él. - "Próxima." - Dijo, con su impostada voz de galán, dejando escapar una suave risa entre los labios, perdiendo un segundo la mirada para posarla luego en ella. - "Habla de una próxima, Lady Hammilton, como si ambos asumiéramos que la va a haber... Empiezo a pensar que juega usted con mis esperanzas". - Y colocó la mano en el asa de su taza de café, con un movimiento perfectamente coreografiado. Era el turno de ella.
Rio con los labios cerrados, bajando la mirada. No era la primera mujer que le decía que había visto todas sus películas, pero al menos le había gustado el tono inocente de aquella. Y sonaría amargo su pensamiento, pero... Le daba pena. Si era, al igual que él, otra víctima de James, le daba mucha pena. ¿Qué otra cosa iba a hacer que conversar agradablemente con ella y sentir compasión? Y rodar la película, claro, que era para lo que les habían contratado.
Esto último parecía dársele bastante bien. Se metió en su papel y ella en el suyo de tal manera que, como buenos actores, habían olvidado quiénes eran. Era lo mejor de su profesión, durante unos minutos... Podía olvidarte de quien eras. Lo dicho, James tenía buen ojo, y aquella mujer tenía todos los visos de ser una actriz emergente, cosa que el manager no iba a dejar pasar tan fácilmente. Se había imbuido tanto en su personaje que, cuando ella le colocó una mano sobre la suya, aún sentía que no había salido del todo de él, por lo que le pilló un tanto desprevenido. Sonrió cortés, no obstante, en cuanto volvió en sí. Asintió. - Lo he leído, sí. - Demasiadas horas de soledad como para que no le diera tiempo a leerse un libro y a imaginarse a qué nuevo galán le iba a tocar interpretar esta vez. Lo que no esperó fue lo siguiente. Arqueó una ceja. - Oh. ¿Consejos? - Perdió la mirada, pensativo. No te dejes devorar por lobos con piel de cordero, demasiado tarde para ese. Su divagación la cortó una pregunta de ella que le arrancó una risa tan genuina y natural, tan poco habitual en él, que todos los del equipo que ya de por sí miraban y cuchicheaban se giraron hacia ellos con aún más curiosidad. Se puso el puño ante los labios para carraspear suavemente, pero sin perder la sonrisa. - Consejos no sé, pero le voy a dar una mala noticia: a más fama consigas, más intentan mandar sobre ti. - La miró de soslayo. - Aún estás a tiempo de huir. - Hizo una pausa. - Es broma. - Bueno. A medias.
Se giró hacia ella y, con los ojos levemente entrecerrados de la curiosidad, abrió los labios para preguntar... Pero el regidor interrumpió. - ¡Vale, la toma está perfecta así que pasamos a la siguiente! - Señaló a la mujer. - Grabamos desde otro ángulo, enfocando al capitán. "Tendrá que ser en la próxima, ¿no cree?". Esa es la última línea, retomamos ahí. Comienza el capitán. ¿Prevenidos? - Bramó, el aviso de que iba a empezar la cuenta atrás para empezar a rodar. Se recompuso, volvió a meterse en su papel y esperó a que gritaran acción. Empezaba él. - "Próxima." - Dijo, con su impostada voz de galán, dejando escapar una suave risa entre los labios, perdiendo un segundo la mirada para posarla luego en ella. - "Habla de una próxima, Lady Hammilton, como si ambos asumiéramos que la va a haber... Empiezo a pensar que juega usted con mis esperanzas". - Y colocó la mano en el asa de su taza de café, con un movimiento perfectamente coreografiado. Era el turno de ella.
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Si es que era para comérselo. Que le gustaba la comedia decía, oh, lo que daría por verle reír, aunque fuera con una comedia tonta como aquella del perro… Si es que era un hombre demasiado encantador. Se inclinó levemente con una sonrisa hacia él, cuando pareció aceptar darle consejos. Pero cuando le dijo aquello, se sintió un poco cohibida. Pero no. Lady Hammilton nunca se cohibiría, y ella ahora tenía que interpretar a Lady Hammilton, eso era. Método, Ava, método. Eres Lady Hamilton, por Dios.— Oh, pues entonces tendré que llegar a ser tan famosa que pueda mandarlos a todos al demonio y ponerme un vestido que me deje respirar. — Dijo con una carcajada, tratando de seguir la broma. Quizá demasiado sincera, pero vamos, cualquiera que tuviera ojos en la cara, podía ver que aquel vestido era inhumano.
Tenían que repetir la toma, así que decidió meterse de nuevo en Lady Hammilton, volviendo a encender el eterno cigarrillo, perdiendo una vez más la oportunidad de que se lo encendiera Reece. "Habla de una próxima, Lady Hammilton, como si ambos asumiéramos que la va a haber…” le gustaba esa frase. Le gustaba mucho. — ¿Yo juego con sus esperanzas, capitán? — Dijo con una voz aterciopelada pero con un punto de la desgarradora tristeza y soledad que tenía que traslucir su personaje. En un estudiado movimiento, combinado con el del capitán de la taza, ella subió la mano y tomó la boquilla de fumar. — No soy yo quien ansía la compañía de un ser humano que le entienda tan profundamente que le llegue al alma. Sea Lady Hammilton o no. — Negó lentamente. — No, capitán, yo no juego con sus esperanzas. Yo soy su ancla desesperada, y usted me ha puesto en esa posición. — Arrastraba levemente la “c” en posición, y terminaba con un golpe duro al final, probablemente para insinuar algo, pero así le había gustado al director en los ensayos generales, todo ello mirándole fijamente por el lateral del ala del sombrero. — ¡Corten! Buena, señores, si seguimos así, esta película se va a rodar en un santiamén. — Eso la hizo sonreír como una niña chica. — ¡Ay qué bien! Tenía un miedo de interpretar a Lady Hammilton. — Le confesó a Reece, antes de ponerse a releer el guión, que tenía en la mesa, tapado por el periódico de atrezzo.
— Esto es precisamente lo que yo anhelaba, ¿sabes? — Empezó a hablar sin levantar la mirada del papel. — Algo profundo, como eso que acaba de decir. Es que es tan cierto… Lady Hammilton es una sabia porque, las mujeres fuertes tienen esa imagen, ¿sabes? Como de manipuladoras, y no es más que el puesto que les dan, el que les imponen, cuando el que está suplicando por esas expectativas es precisamente el capitán… — Suspiró y subió la mirada. ¿De verdad, Ava, estás dándole una Chapa a Reece Winter? — Discúlpame, Reece, James dice que hablo demasiado, y tú sabes de papeles mucho más que yo… — Bebió del vasito de agua que tenía fuera de plano y sintió la mirada de la jefa de vestuario. Ah, que tampoco podía beber mucha agua hasta que se quitara el vestido, por la retención de líquidos. Pues sí que estaba bien… A ver si llegaba ya lo de ser odiosamente famosa.
Tenían que repetir la toma, así que decidió meterse de nuevo en Lady Hammilton, volviendo a encender el eterno cigarrillo, perdiendo una vez más la oportunidad de que se lo encendiera Reece. "Habla de una próxima, Lady Hammilton, como si ambos asumiéramos que la va a haber…” le gustaba esa frase. Le gustaba mucho. — ¿Yo juego con sus esperanzas, capitán? — Dijo con una voz aterciopelada pero con un punto de la desgarradora tristeza y soledad que tenía que traslucir su personaje. En un estudiado movimiento, combinado con el del capitán de la taza, ella subió la mano y tomó la boquilla de fumar. — No soy yo quien ansía la compañía de un ser humano que le entienda tan profundamente que le llegue al alma. Sea Lady Hammilton o no. — Negó lentamente. — No, capitán, yo no juego con sus esperanzas. Yo soy su ancla desesperada, y usted me ha puesto en esa posición. — Arrastraba levemente la “c” en posición, y terminaba con un golpe duro al final, probablemente para insinuar algo, pero así le había gustado al director en los ensayos generales, todo ello mirándole fijamente por el lateral del ala del sombrero. — ¡Corten! Buena, señores, si seguimos así, esta película se va a rodar en un santiamén. — Eso la hizo sonreír como una niña chica. — ¡Ay qué bien! Tenía un miedo de interpretar a Lady Hammilton. — Le confesó a Reece, antes de ponerse a releer el guión, que tenía en la mesa, tapado por el periódico de atrezzo.
— Esto es precisamente lo que yo anhelaba, ¿sabes? — Empezó a hablar sin levantar la mirada del papel. — Algo profundo, como eso que acaba de decir. Es que es tan cierto… Lady Hammilton es una sabia porque, las mujeres fuertes tienen esa imagen, ¿sabes? Como de manipuladoras, y no es más que el puesto que les dan, el que les imponen, cuando el que está suplicando por esas expectativas es precisamente el capitán… — Suspiró y subió la mirada. ¿De verdad, Ava, estás dándole una Chapa a Reece Winter? — Discúlpame, Reece, James dice que hablo demasiado, y tú sabes de papeles mucho más que yo… — Bebió del vasito de agua que tenía fuera de plano y sintió la mirada de la jefa de vestuario. Ah, que tampoco podía beber mucha agua hasta que se quitara el vestido, por la retención de líquidos. Pues sí que estaba bien… A ver si llegaba ya lo de ser odiosamente famosa.
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Le vino bien el momento de dar un sorbo a su taza, porque aprovechó para bajar la mirada (otro de sus coreografiados movimientos de galán) y lo más importante, para esconder una sonrisilla. La risa de la mujer era alegre y contagiosa, y sus frases sinceras. Mucho más sinceras que las de otras actrices que había conocido, que igualmente se quejaban de esos incómodos vestidos pero de una forma considerablemente más despótica y dramática, que hacían que la conversación con ella no pudiera ir mucho más allá. Ava era diferente. Temía, ciertamente temía, que aquella podrida industria acabara con ella. Por desgracia había conocido ya a tantas actrices endiosadas que veía bastante probable que esa chica acabara convertida en otra diva insoportable. Y eso en el mejor de los casos.
Mientras tanto, disfrutaría de ese soplo de espontaneidad que la mujer aportaba, aun estando metida en su papel en esos instantes. La escena requería que, ante su frase, arqueara las cejas en ese toque tan inexpresivo que se le requería a los galanes, sin perder su sonrisa casi de cera, al tiempo que bajaba levemente la taza solo para que esta se dejara ver. La escena no requería de palabra alguna por su parte, solo de sus miradas. De hecho, en una muestra más de que para Hollywood vendía más la sonrisa impostada del hombre de moda que el mejor de los guiones en boca de una mujer, la cámara solo le enfocaba a él. Ahí estaba toda su actuación en esa escena: en su sonrisa perfecta, en las cejas arqueadas, en la taza de café sujeta en el ángulo correcto, sin taparse, sin temblar. Sin temblar... a pesar de que esa frase le llegara al alma en lo personal. Si estás roto por dentro, se notará por fuera. Sé de los que disimulan, al menos. Las duras palabras de James taladraban su cerebro. O al menos lo hicieron, hasta que el grito de "corten" le sacó de ese pensamiento.
Se ve que te he hecho caso, pensó amargo, porque la toma había sido dada por buena. Sí, a eso se dedicaba, a fingir todo el tiempo, fuera y dentro de las escenas. A pretender que no estaba absolutamente roto, que no... ansiaba la compañía de un ser humano que le entendiera tan profundamente que le llegara al alma. ¿Qué clase de mente retorcida había puesto ese guion ante sus narices? Si James tuviera mano en los guiones, esa pregunta tendría fácil respuesta. Pero quería pensar que sus tentáculos no llegaban hasta alterar las frases que se escribían para grandes producciones. Otra vez estaba metido en su nube negra, pero un nuevo comentario sincero y genuino de la mujer la hizo esfumarse. Frunció el ceño con una expresión divertida en el rostro, casi interrogante, ladeando la cabeza. - ¿Miedo? - Rio muy levemente, con los labios cerrados. - Ahora entiendo... a quienes no me entienden a mí. - Rio un tanto más, aunque sin perder su elegancia habitual. Miró de soslayo al equipo técnico, que arreglaba entre ellos cuestiones que a los actores ni iban ni venían, y se acercó a ella para decir en una especie de confidencia. - Me siguen aterrando... ciertos rodajes, ciertos personajes, ciertas escenas. Y la gente no me cree cuando lo digo. Pero ya veo que no soy el único. - Ladeó la sonrisa y añadió. - Y me alegro. - Ni se imaginaba Ava de cuánto se alegraba. Como si le fuera a servir para algo.
Volvió a su posición, mirando a la mujer. Parecía tan entregada a su trabajo, mirando el guion con un interés y una seriedad por su trabajo que hacía mucho que no veía ni en sí mismo ni en ninguna de las personas con las que había trabajado. Y entonces, ella habló, y él escuchó, también sintiendo un interés por lo que oía que llevaba mucho tiempo sin sentir. Llenó el pecho de aire, con una sonrisa impresionada, y se reajustó en el asiento, apoyando la espalda en el respaldo y cruzando una pierna por encima de la otra y las manos sobre la rodilla. La mujer, en cambio, se disculpó tras su alegato. Y la disculpa... Ah, sí. Esa disculpa tenía toda la firma de James, tanto que por un momento le ensombreció el semblante. - No tienes de qué disculparte. - Puede que hubiera quedado demasiado serio al decir eso, pues su tono había sido más firme, menos galán barato, y la sonrisa había desaparecido. Respiró y trató de sonreír, no quería asustar a una mujer que, ciertamente, era de lo más fascinante que había tenido la suerte de encontrarse en los últimos... prefería no contar los años que llevaba tan hastiado. - James tiene la manía de no divertirse salvo si no es escuchándose a sí mismo. - Dijo con un tono un tanto más distendido, riendo con los labios cerrados justo después. - Creo que tienes muchísima razón. - Miró al equipo técnico y se removió, tomándose unos instantes para respirar como hacían los hombres interesantes, siendo traicionado por el incómodo movimiento con el que se había reajustado en su asiento. - Algunos hombres, pues son hombres fundamentalmente quienes lo hacen, necesitan... un ancla desesperada. Y cuando la encuentran, culpan al ancla de estar encallados. Y en el proceso... el ancla se oxida. - Había quedado un tanto lúgubre al decir eso, de hecho no la estaba ni mirando. Lo hizo justo al terminar, esbozando una sonrisa. - Me gusta ese análisis de tu personaje y, por extensión, del mío. - Entrecerró los ojos y volvió a recolocarse, mirándola. - Cuéntame más sobre ellos, Ava. - Hizo un gesto con la mano. - Llevo demasiados guiones vacíos a mis espaldas, mujeres nada interesadas por las damas a las que interpretaban y hombres que solo servían para sonreírlas y galantearlas. Si me dices que ves en mi capitán y en tu lady Hammilton algo más que todo esto... - Ladeó la sonrisa y añadió, con una leve risa. - Al menos me darás un motivo para que, cuando acabemos de rodar, me apetezca ver esta película. -
Mientras tanto, disfrutaría de ese soplo de espontaneidad que la mujer aportaba, aun estando metida en su papel en esos instantes. La escena requería que, ante su frase, arqueara las cejas en ese toque tan inexpresivo que se le requería a los galanes, sin perder su sonrisa casi de cera, al tiempo que bajaba levemente la taza solo para que esta se dejara ver. La escena no requería de palabra alguna por su parte, solo de sus miradas. De hecho, en una muestra más de que para Hollywood vendía más la sonrisa impostada del hombre de moda que el mejor de los guiones en boca de una mujer, la cámara solo le enfocaba a él. Ahí estaba toda su actuación en esa escena: en su sonrisa perfecta, en las cejas arqueadas, en la taza de café sujeta en el ángulo correcto, sin taparse, sin temblar. Sin temblar... a pesar de que esa frase le llegara al alma en lo personal. Si estás roto por dentro, se notará por fuera. Sé de los que disimulan, al menos. Las duras palabras de James taladraban su cerebro. O al menos lo hicieron, hasta que el grito de "corten" le sacó de ese pensamiento.
Se ve que te he hecho caso, pensó amargo, porque la toma había sido dada por buena. Sí, a eso se dedicaba, a fingir todo el tiempo, fuera y dentro de las escenas. A pretender que no estaba absolutamente roto, que no... ansiaba la compañía de un ser humano que le entendiera tan profundamente que le llegara al alma. ¿Qué clase de mente retorcida había puesto ese guion ante sus narices? Si James tuviera mano en los guiones, esa pregunta tendría fácil respuesta. Pero quería pensar que sus tentáculos no llegaban hasta alterar las frases que se escribían para grandes producciones. Otra vez estaba metido en su nube negra, pero un nuevo comentario sincero y genuino de la mujer la hizo esfumarse. Frunció el ceño con una expresión divertida en el rostro, casi interrogante, ladeando la cabeza. - ¿Miedo? - Rio muy levemente, con los labios cerrados. - Ahora entiendo... a quienes no me entienden a mí. - Rio un tanto más, aunque sin perder su elegancia habitual. Miró de soslayo al equipo técnico, que arreglaba entre ellos cuestiones que a los actores ni iban ni venían, y se acercó a ella para decir en una especie de confidencia. - Me siguen aterrando... ciertos rodajes, ciertos personajes, ciertas escenas. Y la gente no me cree cuando lo digo. Pero ya veo que no soy el único. - Ladeó la sonrisa y añadió. - Y me alegro. - Ni se imaginaba Ava de cuánto se alegraba. Como si le fuera a servir para algo.
Volvió a su posición, mirando a la mujer. Parecía tan entregada a su trabajo, mirando el guion con un interés y una seriedad por su trabajo que hacía mucho que no veía ni en sí mismo ni en ninguna de las personas con las que había trabajado. Y entonces, ella habló, y él escuchó, también sintiendo un interés por lo que oía que llevaba mucho tiempo sin sentir. Llenó el pecho de aire, con una sonrisa impresionada, y se reajustó en el asiento, apoyando la espalda en el respaldo y cruzando una pierna por encima de la otra y las manos sobre la rodilla. La mujer, en cambio, se disculpó tras su alegato. Y la disculpa... Ah, sí. Esa disculpa tenía toda la firma de James, tanto que por un momento le ensombreció el semblante. - No tienes de qué disculparte. - Puede que hubiera quedado demasiado serio al decir eso, pues su tono había sido más firme, menos galán barato, y la sonrisa había desaparecido. Respiró y trató de sonreír, no quería asustar a una mujer que, ciertamente, era de lo más fascinante que había tenido la suerte de encontrarse en los últimos... prefería no contar los años que llevaba tan hastiado. - James tiene la manía de no divertirse salvo si no es escuchándose a sí mismo. - Dijo con un tono un tanto más distendido, riendo con los labios cerrados justo después. - Creo que tienes muchísima razón. - Miró al equipo técnico y se removió, tomándose unos instantes para respirar como hacían los hombres interesantes, siendo traicionado por el incómodo movimiento con el que se había reajustado en su asiento. - Algunos hombres, pues son hombres fundamentalmente quienes lo hacen, necesitan... un ancla desesperada. Y cuando la encuentran, culpan al ancla de estar encallados. Y en el proceso... el ancla se oxida. - Había quedado un tanto lúgubre al decir eso, de hecho no la estaba ni mirando. Lo hizo justo al terminar, esbozando una sonrisa. - Me gusta ese análisis de tu personaje y, por extensión, del mío. - Entrecerró los ojos y volvió a recolocarse, mirándola. - Cuéntame más sobre ellos, Ava. - Hizo un gesto con la mano. - Llevo demasiados guiones vacíos a mis espaldas, mujeres nada interesadas por las damas a las que interpretaban y hombres que solo servían para sonreírlas y galantearlas. Si me dices que ves en mi capitán y en tu lady Hammilton algo más que todo esto... - Ladeó la sonrisa y añadió, con una leve risa. - Al menos me darás un motivo para que, cuando acabemos de rodar, me apetezca ver esta película. -
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La voz de Reece era lo más hipnotizante que había escuchado en la vida, y, además, estaba siendo bastante sincero con ella… O eso le parecía. James no paraba de decirle que en la industria todo el mundo mentía pero… ¿Por qué iba a mentir Reece Winter a ella? Y más confesándole que pasaba miedo en los rodajes. Le salió una risa nerviosa. — Pero… ¿Cómo va a tener miedo Reece Winter a un rodaje? — Estuvo a punto de pasarse un mechón de pelo tras la oreja pero eso habría arruinado medio plano de la película, por no hablar de que se le habría movido aquel sombrero que ningún alma práctica llevaría nunca a ninguna parte y que estaba en precaria circunstancia en su cabeza, así que se quedó como una tonta con la mano a medio camino. — Quiero decir… Eres el actor de una generación, eres uno de los hombres más apreciados de la industria… — Volvió a reír un poco nerviosamente y alzó la mirada, intentando relajarse, porque parecía una niña pequeña. — No hay ni una sola vez que te haya visto en el cine que no haya pensado que tu trabajo es grande e impecable. Y sin embargo yo… Solo he conseguido que se rían de que parezca una tonta despistada. — Rio otro poquito. A ver si me callo ya… — No es que no te crea… Es que no hay motivos para que tengas ese miedo. —
Y para terminar de dejarla como un pez boqueando fuera del agua, le dijo que no tenía de qué disculparse. Casi que miró a ambos lados, alucinada, le seguía pareciendo estar en un sueño. Rio de nuevo nerviosamente a lo de James, pero se mordió la lengua. Ni loca iba a decir algo en contra de su manager, que igual que la había puesto ahí, la podía agarrar del brazo y devolverla a Carolina del Sur en un pestañeo. Parpadeó cuando le dio la razón, y notó que no le salía ni preguntar si realmente se refería a ella, Ava Palmer, con lo de tener razón. Lo peor es que… Había captado perfectamente a lo que se refería ella al hablar del capitán y Lady Hammilton. Y volvió a parpadear, anonadada cuando le pidió que le dijera más sobre ellos. Bueno, pues no iba a despreciar esa oportunidad. Carraspeó y se encogió un poco de hombros. — Bueno creo… Creo que la intención del director es hacer parecer a Lady Hammilton como una mujer manipuladora e interesada, que quiere usar a un hombre bueno y atormentado como el capitán, pero… Yo lo que veo, o lo que me pareció ver en la novela… Fue precisamente lo contrario. Creo que el escritor describe de forma muy burda una femme fatale porque eso es lo que ven los demás, lo que van a querer creer. Y no que es una mujer a la que todos impulsan a tomar las riendas de su vida por medio del matrimonio y que se ve prácticamente asediada por las atenciones de un hombre más rico, más mayor y poderoso, al que todos creen que está usando, pero que todos, a su vez le dicen, que estaría loca si lo dejara pasar, así que ella intenta lidiar con todas esas opiniones, y como no está bien visto que una mujer de su posición tenga un momento de gritar y… — Rio un poco y alzó las manos, mirando al cielo. — Mandarlos a todos al diablo, pues se pone esa máscara de dura e interesante simplemente para que la gente se lo piense dos veces antes de hacerle daño impunemente… — Suspiró y miró las frases de Reece en el guion. — Y el capitán… Es un hombre que se ama demasiado a sí mismo como para saber que es el artífice de su propia soledad, y le encanta pensar que Lady Hammilton va a darle otro estatus, que una mujer hermosa va a ser suya, y que ella se atreve a plantarle cara. — Sonrió y negando, mirando las letras, como si fueran la cara del capitán. — Qué sabrá él… Si de verdad pudiera plantarle cara no estaría ni este café con él… —
Pero un movimiento cercano de dos ayudantes y una de las de vestuario, cortaron su reflexión… A ver qué había hecho ahora. — Ava, Goldstein dice que hay que arreglar el bajo del vestido. — Dijo sin más la chica, mientras los otros traían todo para hacerle ensayos de luz. Pero la chica no estaba arreglando nada, estaba literalmente cortando e hilvanando rápidamente el bajo. — Pero, espera… ¿Más corto? — Suspiró, pero la chica no paraba, y ella hizo un gesto de incomodidad. — Por favor, no lo cortes más, de verdad, que ya me cuesta moverme sin que se vea de más. — Los de producción se rieron, mientras la chica estaba con el ceño fruncido y concentrada. — No, en serio, no puedo actuar con el vestido más corto. — Si Goldstein lo dice, es lo que hay. — Dijo uno de los chicos, poniéndose seria de repente. Qué incomodidad más grande.
Y para terminar de dejarla como un pez boqueando fuera del agua, le dijo que no tenía de qué disculparse. Casi que miró a ambos lados, alucinada, le seguía pareciendo estar en un sueño. Rio de nuevo nerviosamente a lo de James, pero se mordió la lengua. Ni loca iba a decir algo en contra de su manager, que igual que la había puesto ahí, la podía agarrar del brazo y devolverla a Carolina del Sur en un pestañeo. Parpadeó cuando le dio la razón, y notó que no le salía ni preguntar si realmente se refería a ella, Ava Palmer, con lo de tener razón. Lo peor es que… Había captado perfectamente a lo que se refería ella al hablar del capitán y Lady Hammilton. Y volvió a parpadear, anonadada cuando le pidió que le dijera más sobre ellos. Bueno, pues no iba a despreciar esa oportunidad. Carraspeó y se encogió un poco de hombros. — Bueno creo… Creo que la intención del director es hacer parecer a Lady Hammilton como una mujer manipuladora e interesada, que quiere usar a un hombre bueno y atormentado como el capitán, pero… Yo lo que veo, o lo que me pareció ver en la novela… Fue precisamente lo contrario. Creo que el escritor describe de forma muy burda una femme fatale porque eso es lo que ven los demás, lo que van a querer creer. Y no que es una mujer a la que todos impulsan a tomar las riendas de su vida por medio del matrimonio y que se ve prácticamente asediada por las atenciones de un hombre más rico, más mayor y poderoso, al que todos creen que está usando, pero que todos, a su vez le dicen, que estaría loca si lo dejara pasar, así que ella intenta lidiar con todas esas opiniones, y como no está bien visto que una mujer de su posición tenga un momento de gritar y… — Rio un poco y alzó las manos, mirando al cielo. — Mandarlos a todos al diablo, pues se pone esa máscara de dura e interesante simplemente para que la gente se lo piense dos veces antes de hacerle daño impunemente… — Suspiró y miró las frases de Reece en el guion. — Y el capitán… Es un hombre que se ama demasiado a sí mismo como para saber que es el artífice de su propia soledad, y le encanta pensar que Lady Hammilton va a darle otro estatus, que una mujer hermosa va a ser suya, y que ella se atreve a plantarle cara. — Sonrió y negando, mirando las letras, como si fueran la cara del capitán. — Qué sabrá él… Si de verdad pudiera plantarle cara no estaría ni este café con él… —
Pero un movimiento cercano de dos ayudantes y una de las de vestuario, cortaron su reflexión… A ver qué había hecho ahora. — Ava, Goldstein dice que hay que arreglar el bajo del vestido. — Dijo sin más la chica, mientras los otros traían todo para hacerle ensayos de luz. Pero la chica no estaba arreglando nada, estaba literalmente cortando e hilvanando rápidamente el bajo. — Pero, espera… ¿Más corto? — Suspiró, pero la chica no paraba, y ella hizo un gesto de incomodidad. — Por favor, no lo cortes más, de verdad, que ya me cuesta moverme sin que se vea de más. — Los de producción se rieron, mientras la chica estaba con el ceño fruncido y concentrada. — No, en serio, no puedo actuar con el vestido más corto. — Si Goldstein lo dice, es lo que hay. — Dijo uno de los chicos, poniéndose seria de repente. Qué incomodidad más grande.
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Rio con los labios cerrados y la mirada en su taza de café. La melancolía sería palpable si no estuviera esforzándose tanto por ser actor incluso de su propia vida. — Precisamente... La presión es mayor. Las expectativas, a veces inabarcables. Se tiende a pensar que todo lo que haga será bien valorado simplemente por hacerlo yo, pero... diría que es más bien al contrario. Ya se esperan de mí ciertos resultados. Y eso... aterra. — Y no se estaba refiriendo solo a la actuación. De uno de los galanes de Hollywood ya hacía tiempo que se esperaba un buen matrimonio, y no siendo así, la mala fama empezaría a perseguirle. Y no sabía si iba a ser peor ser tratado de mujeriego incontenible o de homosexual... Sí, sí que sabía qué era peor. Su caso, de hecho, era el peor.
La miró con los ojos entornados y una sonrisa de lado, perfecta y más natural de lo que parecía. Esa mujer le hacía reaccionar de manera genuina, lástima que llevara tanto tiempo viviendo en el más puro artificio y le saliera solo. — Para hacer reír también hay que tener un don. No es lo mismo que se rían de ti a que se rían contigo... Y yo me reí mucho contigo con la escena del perro y la fuente. — Rio levemente, de hecho, al recordarla. No mentía, era ciertamente graciosa hasta reproducida en su mente. — Hacer llorar es fácil. Hacer reír... es otra historia muy distinta. Si bien comprendo lo que quieres decir. Eres una mujer muy interesante como para papeles vacíos. — Arqueó las cejas brevemente. — Quizás, si no queremos cosas vacías, debimos haber buscado otro oficio. — Bromeó, añadiendo una risa entre dientes otra vez... Pero cuánta amargura era capaz de lanzar en sus palabras.
No pudo evitar quedar boquiabierto (levemente, entre sus comedidas expresiones) con la narración de los personajes por parte de Ava. La miraba naturalmente impresionado y no perdía detalle de cada palabra que decía. Hacía mucho tiempo que Reece había dejado de escuchar a la gente, solo escuchaba sus propios pensamientos que le atormentaban, pero esa chica estaba consiguiendo no solo que le prestara atención, sino que le gustara lo que oía. Sonrió levemente cuando acabó. — Compro absolutamente su teoría. — Bajó la mirada al guion. — Es más... para mí, a partir de este momento, es la única teoría que existe, y así será defendida e interpretada por mi parte. — Frunció el ceño, mirándola de nuevo con una sonrisa. — Eso le va a dar a mi personaje mucha más profundidad... Acaba de hacerme más difícil esta interpretación. — Volvió a reír con brevedad, y cambió el cruce de una pierna a la otra, apoyándose un poco más en el respaldo. — Me gusta. Será un desafío. No será... un galán más, sino alguien... con una profundidad mayor, y más difícil de abordar. Es interesante. — Hizo una pausa, mirando a ninguna parte. — Y mucho más realista. — Murmuró casi para sí. La realidad se parecía mucho más a lo que Ava había descrito que a todo lo que solían interpretar.
Y entonces llegó una de las ayudantes de producción y se inició una breve conversación entre esta y Ava que estaba incomodando a la actriz considerablemente. Frunció el ceño, observando la escena. Normalmente ignoraba por completo esos momentos ante él: eran demasiado habituales, pero la actitud de las actrices... Si alguna vez una había estado realmente incómoda, a él desde luego le había pasado por alto. Solían actuar como divas despóticas, y cuando no, callarse. Y si decían algo, lo dicho, él estaba en su mundo. Pero de Ava estaba bastante pendiente, no le parecía una chica normal de tantas con las que había trabajado... — ¿Es estrictamente necesario para la escena? — Preguntó en primera instancia, y lo que recibió fueron las miradas que les echaría un esclavo a su faraón, pero siguieron con lo suyo. Rodó los ojos y suspiró. De verdad, soy mucho más normal de lo que creéis. ¿Para qué tanto endiosamiento en el trato si le ignoraban igualmente? Estiró el cuello, buscando a Goldstein, pero no le veía por ninguna parte, así que volvió a la asistenta. — La actriz ha dicho que está incómoda con esta indumentaria. — Son órdenes de Goldstein, señor Winter. — Y para ese entonces, ya había terminado de remendar y se había marchado. Soltó aire por la nariz. Miró a Ava. — Puedo hablar con él si quieres. — Ofreció. Se acercó a ella y comentó con más sutileza. — Cuando se está incómodo... cuesta profundizar. Por eso nuestros personajes están tan vacíos: nunca estamos cómodos. — Sonrió con tristeza. — Nos va a tocar ensayar mucho y muy cómodamente en casa para poder reproducirlo con soltura aquí. —
La miró con los ojos entornados y una sonrisa de lado, perfecta y más natural de lo que parecía. Esa mujer le hacía reaccionar de manera genuina, lástima que llevara tanto tiempo viviendo en el más puro artificio y le saliera solo. — Para hacer reír también hay que tener un don. No es lo mismo que se rían de ti a que se rían contigo... Y yo me reí mucho contigo con la escena del perro y la fuente. — Rio levemente, de hecho, al recordarla. No mentía, era ciertamente graciosa hasta reproducida en su mente. — Hacer llorar es fácil. Hacer reír... es otra historia muy distinta. Si bien comprendo lo que quieres decir. Eres una mujer muy interesante como para papeles vacíos. — Arqueó las cejas brevemente. — Quizás, si no queremos cosas vacías, debimos haber buscado otro oficio. — Bromeó, añadiendo una risa entre dientes otra vez... Pero cuánta amargura era capaz de lanzar en sus palabras.
No pudo evitar quedar boquiabierto (levemente, entre sus comedidas expresiones) con la narración de los personajes por parte de Ava. La miraba naturalmente impresionado y no perdía detalle de cada palabra que decía. Hacía mucho tiempo que Reece había dejado de escuchar a la gente, solo escuchaba sus propios pensamientos que le atormentaban, pero esa chica estaba consiguiendo no solo que le prestara atención, sino que le gustara lo que oía. Sonrió levemente cuando acabó. — Compro absolutamente su teoría. — Bajó la mirada al guion. — Es más... para mí, a partir de este momento, es la única teoría que existe, y así será defendida e interpretada por mi parte. — Frunció el ceño, mirándola de nuevo con una sonrisa. — Eso le va a dar a mi personaje mucha más profundidad... Acaba de hacerme más difícil esta interpretación. — Volvió a reír con brevedad, y cambió el cruce de una pierna a la otra, apoyándose un poco más en el respaldo. — Me gusta. Será un desafío. No será... un galán más, sino alguien... con una profundidad mayor, y más difícil de abordar. Es interesante. — Hizo una pausa, mirando a ninguna parte. — Y mucho más realista. — Murmuró casi para sí. La realidad se parecía mucho más a lo que Ava había descrito que a todo lo que solían interpretar.
Y entonces llegó una de las ayudantes de producción y se inició una breve conversación entre esta y Ava que estaba incomodando a la actriz considerablemente. Frunció el ceño, observando la escena. Normalmente ignoraba por completo esos momentos ante él: eran demasiado habituales, pero la actitud de las actrices... Si alguna vez una había estado realmente incómoda, a él desde luego le había pasado por alto. Solían actuar como divas despóticas, y cuando no, callarse. Y si decían algo, lo dicho, él estaba en su mundo. Pero de Ava estaba bastante pendiente, no le parecía una chica normal de tantas con las que había trabajado... — ¿Es estrictamente necesario para la escena? — Preguntó en primera instancia, y lo que recibió fueron las miradas que les echaría un esclavo a su faraón, pero siguieron con lo suyo. Rodó los ojos y suspiró. De verdad, soy mucho más normal de lo que creéis. ¿Para qué tanto endiosamiento en el trato si le ignoraban igualmente? Estiró el cuello, buscando a Goldstein, pero no le veía por ninguna parte, así que volvió a la asistenta. — La actriz ha dicho que está incómoda con esta indumentaria. — Son órdenes de Goldstein, señor Winter. — Y para ese entonces, ya había terminado de remendar y se había marchado. Soltó aire por la nariz. Miró a Ava. — Puedo hablar con él si quieres. — Ofreció. Se acercó a ella y comentó con más sutileza. — Cuando se está incómodo... cuesta profundizar. Por eso nuestros personajes están tan vacíos: nunca estamos cómodos. — Sonrió con tristeza. — Nos va a tocar ensayar mucho y muy cómodamente en casa para poder reproducirlo con soltura aquí. —
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1. Just like in the movies
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La conversación con Reece no es que se hubiera estado poniendo interesante, es que se había convertido en un sueño. Que un actor como él no solo valorara su opinión sino, como le estaba diciendo, fuera a tomarla como la forma de hacer las cosas, se le antojaba como una realidad paralela. Lástima que el momento se estuviera tornando tan incómodo por culpa del maldito vestido.
Cuando Reece hizo aquella pregunta y vio la cara de pánico de los trabajadores, se puso automáticamente roja. Trató de decir “no lo hagas por mí” pero sentía tanta vergüenza que ni le salió, de tal forma que, para cuando reaccionó, la chica ya se había levantado. Miró a Reece con cara de disculpa y negó rápidamente, tratando de inclinarse, o decir algo, pero al final, lo único que le salió fue recolocarse como podía y taparse con el brazo lo máximo posible. — Gra… gracias por… Esto. Es decir, por intentar hacerme sentir mejor, y ofrecerte… — Negó con la cabeza muy rápido. — No pasa nada. Es que… Supongo que aún soy demasiado inexperta en estas cosas, y James siempre me dice que abro demasiado la boca y pregunto lo que no debo… — ¡¡¡EQUIPO!!! ¡Todos de vuelta! Hay que empezar a grabar. — El grito la sobresaltó y suspiró.
Como, en el fondo, el hombre le había dado manga ancha para expresarse, y realmente parecía interesado en ayudarla así que tomó aire, se tragó los nervios y dijo en voz baja. — Si quieres… Ensayar, o ves que me puedes dar algún consejo o lo que sea… En una situación en la que esté… O estemos… Menos incómodos, cuenta conmigo. Para mí aprender de alguien como tú será un privilegio. — Ea, ya lo había dicho. Carraspeó y se volvió a colocar, intentando obviar que estaba enseñando lo que no quería enseñar y canalizando a Lady Hamilton, una mujer que ella nunca sería, pero de la que tenía que convencer y que, según nada más y nada menos que Reece Winter, había entendido a la perfección. — ¡ACCIÓN! —
Cuando Reece hizo aquella pregunta y vio la cara de pánico de los trabajadores, se puso automáticamente roja. Trató de decir “no lo hagas por mí” pero sentía tanta vergüenza que ni le salió, de tal forma que, para cuando reaccionó, la chica ya se había levantado. Miró a Reece con cara de disculpa y negó rápidamente, tratando de inclinarse, o decir algo, pero al final, lo único que le salió fue recolocarse como podía y taparse con el brazo lo máximo posible. — Gra… gracias por… Esto. Es decir, por intentar hacerme sentir mejor, y ofrecerte… — Negó con la cabeza muy rápido. — No pasa nada. Es que… Supongo que aún soy demasiado inexperta en estas cosas, y James siempre me dice que abro demasiado la boca y pregunto lo que no debo… — ¡¡¡EQUIPO!!! ¡Todos de vuelta! Hay que empezar a grabar. — El grito la sobresaltó y suspiró.
Como, en el fondo, el hombre le había dado manga ancha para expresarse, y realmente parecía interesado en ayudarla así que tomó aire, se tragó los nervios y dijo en voz baja. — Si quieres… Ensayar, o ves que me puedes dar algún consejo o lo que sea… En una situación en la que esté… O estemos… Menos incómodos, cuenta conmigo. Para mí aprender de alguien como tú será un privilegio. — Ea, ya lo había dicho. Carraspeó y se volvió a colocar, intentando obviar que estaba enseñando lo que no quería enseñar y canalizando a Lady Hamilton, una mujer que ella nunca sería, pero de la que tenía que convencer y que, según nada más y nada menos que Reece Winter, había entendido a la perfección. — ¡ACCIÓN! —
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2. Dos hombres sin piedad
Y con la soga al cuello
— Lo vas a hacer. — Soltó aire por la nariz y apartó la mirada. Llevaba ya dos whiskeys y para lo único que le estaba sirviendo era para enfadarse, porque verlo, no lo veía más claro, al contrario. James sí. Él lo veía facilísimo. — Lo vas a hacer y con esa sonrisa y esos aires de seductor que tienes. Es eso o... — ¿O qué? — James alzó una ceja ante su supuesto atrevimiento. — O que tu carrera se vaya a la mierda. Tú eliges. — El manager aplastó la colilla contra el cenicero. — No me hagas enfadar, Reece. No me hagas arrepentirme de ser tu manager. — Reece soltó una carcajada sarcástica, pero el otro no se detuvo. — Ava va a aparecer por las puertas de un momento a otro. Esto, a la vista pública, va a ser poco menos que una cita. Tú finge con ella lo que quieras: que sois amigos, que es un encuentro casual, que es para hablar de trabajo. Me da igual. Pero procura ponerte en una ventana bien visible. — Terminó de soltar el humo del tabaco mientras cogía su chaqueta. — Y déjate de remilgos. No se puede tener tantos cuando trabajas en Hollywood. —
Le siguió con la mirada mientras salía, con la mandíbula apretada y pensando en lo despreciable que era, pero sin atreverse a decírselo, como siempre. Esa carcajada sarcástica absolutamente ignorada y ese "o qué" eran lo máximo que era capaz de echarle en cara, y necesitaba dos whiskeys para ello. La fabulosa idea de James consistía en dejarse ver en público con Ava, a ser posible en actitud cercana o incluso cariñosa, para que los paparazzi de turno filtraran la noticia de un posible amorío. Tapar su homosexualidad, en resumidas cuentas. Y usar a Ava para ello. Suficiente tenía con estar siendo utilizado él como para utilizar a otra persona, por no hablar de que se sumaría a la interminable lista de capullos de Hollywood que utilizaban a las actrices jóvenes para sus intereses. No quería engordar esa lista.
Pues iba a hacerlo. Verla aparecer le puso tenso en el acto, y le hizo levantarse y recomponerse la chaqueta, esbozando una sonrisa elegante. Su educación y cortesía habituales, y su mala conciencia tapada con mucha educación, iban a acabar siendo confundidas con galantería y flirteo. Justo lo que James quería, justo lo contrario de lo que quería él. Cuando la mujer se acercó, hizo un respetuoso gesto de la cabeza. — Lady Hammilton. — Bromeó, riendo mudo entre dientes, y extendió el brazo tras retirar el taburete, invitando a la mujer a sentarse con él y llamando acto seguido al camarero para que ella pudiera pedir. Y para solicitar el tercer whiskey. Le iba a hacer falta.
Le siguió con la mirada mientras salía, con la mandíbula apretada y pensando en lo despreciable que era, pero sin atreverse a decírselo, como siempre. Esa carcajada sarcástica absolutamente ignorada y ese "o qué" eran lo máximo que era capaz de echarle en cara, y necesitaba dos whiskeys para ello. La fabulosa idea de James consistía en dejarse ver en público con Ava, a ser posible en actitud cercana o incluso cariñosa, para que los paparazzi de turno filtraran la noticia de un posible amorío. Tapar su homosexualidad, en resumidas cuentas. Y usar a Ava para ello. Suficiente tenía con estar siendo utilizado él como para utilizar a otra persona, por no hablar de que se sumaría a la interminable lista de capullos de Hollywood que utilizaban a las actrices jóvenes para sus intereses. No quería engordar esa lista.
Pues iba a hacerlo. Verla aparecer le puso tenso en el acto, y le hizo levantarse y recomponerse la chaqueta, esbozando una sonrisa elegante. Su educación y cortesía habituales, y su mala conciencia tapada con mucha educación, iban a acabar siendo confundidas con galantería y flirteo. Justo lo que James quería, justo lo contrario de lo que quería él. Cuando la mujer se acercó, hizo un respetuoso gesto de la cabeza. — Lady Hammilton. — Bromeó, riendo mudo entre dientes, y extendió el brazo tras retirar el taburete, invitando a la mujer a sentarse con él y llamando acto seguido al camarero para que ella pudiera pedir. Y para solicitar el tercer whiskey. Le iba a hacer falta.
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2. Dos hombres sin piedad
Y con la soga al cuello
Tomó aire varias veces. Se había puesto su mejor traje, de Chanel, blanco y azul, el único que tenía. ¿Se daría cuenta James de que era de segunda mano? Los hombres no solían fijarse en esas cosas, pero Reece era diferente, hacía un montón de observaciones de vestuario y maquillaje y era superdetallista. Menos mal que a ella le habían educado para tenerlo todo pulcro y a punto, y el traje estaba impecable, así como los zapatos y todo el resto del look. ¿Qué iba a dejarse para la segunda cita si la tenían? Bueno, igual no era ni una cita, igual solo era tomarse una copa con alguien del trabajo, y en ese caso, si lograba una cita, ¿qué iba a ponerse?
Obviamente, llegar con su coche era absurdo, porque habían quedado en uno de los bares de copas más famosos de Los Ángeles, era estilosísimo y como ella llegara con su Olds Mobile iba a parecer la aparcacoches, así que se pidió un taxi. Al final iba a dejarse el sueldo de un anuncio en una todavía no cita. Pero merecía la pena por James.
En el taxi se fue mentalizando, y para cuando bajó, era una mujer estilosa, consciente de todo su cuerpo y cómo se movía, de su sonrisa y su mirada, era Ava Palmer, una actriz exitosa, que se merecía aquella copita después del trabajo con ¡uy, qué cosas! Su compañero de trabajo Reece Winter. El camarero de la entrada que estaba para coger reservas, la reconoció y le dijo con una gran sonrisa. — El señor Winter la espera en la barra, señorita Palmer. — Ella lo agradeció con una cristalina y encantadora sonrisa y se dirigió a la mesa.
Pero toda aquella parafernalia se le olvidó cuando le vio. Ese hombre acababa con cualquier ápice de impostura y le hacía ser una niña emocionada con todo. Sonrió muy ampliamente y le tendió la mano. — Capitán. — Siguió con la broma. Se sentó en el taburete frente a él y le vio pedir otro whiskey. Nadie bebía whiskey con más elegancia que Reece. Ella se apoyó con un brazo en la barra y pidió un Old Fashioned. Luego se giró a Reece y dijo. — No sabes cómo te agradezco que me hayas invitado. La verdad es que siempre llevo cuatro años en Los Ángeles, pero cuando no estoy grabando vuelvo a casa de mis padres, y al final nunca conozco nada que no sean los estudios y los cines donde vamos a los estrenos o los premios, así que nunca he estado en sitios así. — Miró alrededor y bajó la voz con cara pillina. — Esto está lleno de productores, guionistas… ¿Ese es Giovanni Morelli? Me encantaban las películas en las que hacía de marinero pobre que hacía fortuna en América. — La verdad es que se le veía bastante castigado por el tiempo y con una chica muy joven… Ava enrojeció solo con pensar que podían pensar eso mismo de ellos, aunque Reece no fuera tan mayor, y se escondió tras su copa recién llegada para taparlo.
Obviamente, llegar con su coche era absurdo, porque habían quedado en uno de los bares de copas más famosos de Los Ángeles, era estilosísimo y como ella llegara con su Olds Mobile iba a parecer la aparcacoches, así que se pidió un taxi. Al final iba a dejarse el sueldo de un anuncio en una todavía no cita. Pero merecía la pena por James.
En el taxi se fue mentalizando, y para cuando bajó, era una mujer estilosa, consciente de todo su cuerpo y cómo se movía, de su sonrisa y su mirada, era Ava Palmer, una actriz exitosa, que se merecía aquella copita después del trabajo con ¡uy, qué cosas! Su compañero de trabajo Reece Winter. El camarero de la entrada que estaba para coger reservas, la reconoció y le dijo con una gran sonrisa. — El señor Winter la espera en la barra, señorita Palmer. — Ella lo agradeció con una cristalina y encantadora sonrisa y se dirigió a la mesa.
Pero toda aquella parafernalia se le olvidó cuando le vio. Ese hombre acababa con cualquier ápice de impostura y le hacía ser una niña emocionada con todo. Sonrió muy ampliamente y le tendió la mano. — Capitán. — Siguió con la broma. Se sentó en el taburete frente a él y le vio pedir otro whiskey. Nadie bebía whiskey con más elegancia que Reece. Ella se apoyó con un brazo en la barra y pidió un Old Fashioned. Luego se giró a Reece y dijo. — No sabes cómo te agradezco que me hayas invitado. La verdad es que siempre llevo cuatro años en Los Ángeles, pero cuando no estoy grabando vuelvo a casa de mis padres, y al final nunca conozco nada que no sean los estudios y los cines donde vamos a los estrenos o los premios, así que nunca he estado en sitios así. — Miró alrededor y bajó la voz con cara pillina. — Esto está lleno de productores, guionistas… ¿Ese es Giovanni Morelli? Me encantaban las películas en las que hacía de marinero pobre que hacía fortuna en América. — La verdad es que se le veía bastante castigado por el tiempo y con una chica muy joven… Ava enrojeció solo con pensar que podían pensar eso mismo de ellos, aunque Reece no fuera tan mayor, y se escondió tras su copa recién llegada para taparlo.
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