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Freyja
Alchemist
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Homecoming
Delirio de grandeza
GÉNESIS
La vida en las nuevas colonias en 1692 no es fácil. La sombra de las brujas planea sobre todo y todos. Cualquier comportamiento, puede provocar que acabes en la peor de las torturas. Y los pastores y jueces no parecen darse cuenta de que así… Solo echan a más jóvenes a los brazos de lo que la brujería ofrece.
Alexandra Regents, proveniente de una familia de carreteros, se enamoró de un sencillo muchacho que trabajaba de aprendiz con su padre. Eran jóvenes, alegres, y creían que nadie impediría que acabaran juntos. Pero los padres de Alexandra querían cerrar un trato comercial que la incluía a ella, casándose con el socio de su padre.
La joven pareja estaba muy segura de que se amaban sinceramente y no soportaban la idea de ser separados antes de siquiera haber podido vivir su vida. Por ello, tras intentar buscar soluciones sin dar con ninguna, recurrieron a las brujas.
Fue la afamada hechicera Sybil Holloway la que les planteó un hechizo de sangre que les uniría por la eternidad. Si estaban seguros de su amor, la magia de la tierra les mantendría unidos, les haría encontrarse en cada una de sus vidas y, cuando llegara el final, se esperarían el uno al otro en el limbo, hasta que pudieran nacer juntos de nuevo. Pero si dejaban de amarse, estarían deshonrando un pacto sagrado, por lo que las consecuencias para ambos serían terribles. Seguros de su amor eterno, los jóvenes accedieron, dando su sangre a la hoguera y sellando el pacto consumando su amor en aquella cueva.
Al día siguiente, Sybil Holloway fue detenida, y ellos hallados en situación inequívoca, por lo que les consideraron cómplices de brujería. La decepción de las familias hizo que ni siquiera intentaran defenderles y fueran acusados de brujería como el resto. Pero entre las llamas, Alexandra y James sonreían, porque sabían que ahí y justo ahí, empezaba una historia eterna que daba igual cuántas veces se intentara cortar, que siempre volvería.
ACTO I - MUJER SIN CORAZÓN
El oro pudo más que mi dolor
No tuviste compasión de mi agonía
Tú sabiendo que mi alma se moría
Con amigos entre copas te reías
La ambición, delirio de grandeza
Hizo en mí un ser martirizado
Porque estaba locamente enamorado
Mujer, yo no merezco esa bajeza
Espero con el tiempo justiciero
Que retornes buscando una ilusión de amor
Y volverás a mí, así lo espero
Así lo espero
Mujer sin corazón
Año 1920, Nueva Orleans. James, un hombre de 22 años, lleva ya varios años trabajando humildemente como conductor de ferrocarril. Tiene la estabilidad suficiente para casarse con Alexandra, tal y como viene sellado en su destino... Pero ella parece empezar a presentar dudas. Nueva Orleans es un paraíso de artistas emergentes en el mundo de la música, y ella tiene una voz prodigiosa. Él apoya sus aspiraciones, pero ella... Quiere más. Está cansada de, vida tras vida y siglo tras siglo, reunirse con él, hacer siempre lo mismo, tener una vida modesta. Quiere ser alguien, quiere triunfar. ¿Quién cree ya en cuentos de brujas? Prefiere vivir una sola vida y que sea de éxito y satisfacción, a pasarse la eternidad haciendo lo mismo. Por eso, sus caminos se separan, y ella entra en un mundo tan glamuroso... Como peligroso. El destino le concede diez años para reparar este quebrantamiento de su juramento, y en vistas de que ella no parece por la labor, muere en un ajuste de cuentas, consecuencia del maravilloso mundo que tanto ansiaba, en el año 1930, cuando solo tenía treinta y dos. Él muere con cuarenta años, en 1938, de la propia pena por la pérdida y el fracaso de esta vida.
INTERLUDIO
Alexandra nace en el año 1938, lo que le hace pensar, una vez toma conciencia de su realidad, que este debió ser el año en el que murió James, después de ella. La Segunda Guerra Mundial ha hecho estragos en toda Europa y fuera de esta, y Londres es uno de los lugares más afectados. ¿Quién puede ocuparse de buscar viejas almas gemelas, de recobrar pactos de vidas pasadas, de restaurar el equilibro del universo, cuando debes sobrevivir a una guerra? Ella tenía siete años cuando esta acabó, pero los años posteriores no fueron mucho mejores. Con apenas diecisiete, es prometida a un hombre mayor que ella que quiere formar una familia cuanto antes. Su salvación podría ser encontrar a James... Pero el destino aún debe hacerles pagar por su osadía en la otra vida, por contravenir su juramento. Tras investigar dónde puede estar su alma gemela, descubre que... Ya no hay un hombre al que recurrir. James, como ella, nació en 1938, pero murió cinco años después, siendo apenas un niño, en los bombardeos en Londres consecuencia de la guerra. La vida de fama, aspiraciones y esplendor que pretendió vivir en su etapa anterior quedan oscurecidas por una vida a la sombra de un hombre que solo la quiere para tener hijos y mantener su casa. Su condena: esperar a los cuarenta años, la edad a la que él murió de pena por ella en su vida anterior. Alexandra muere en 1978 en un incendio en su propio hogar, del que no logra salir.
ACTO II - ST. JIMMY
Drain the pressure from the swelling,
The sensations overwhelming
Give me a long kiss goodnight and everything will be alright,
Tell me Jimmy I won't feel a thing,
So give me Novocaine
She's a rebel
She's a saint
She's salt of the earth and she's dangerous
She's a rebel
Vigilante
Missing link on the brink of destruction
From Chicago to Toronto
She's the one that they call old whatsername
She's the symbol
Of resistance
And she's holding on my heart like a hand grenade.
Año 1997, Berlín. La libertad, la caída del muro, la rebelión. Las drogas. Un mundo de posibilidades, un mundo en el que puedes romper con las normas, contra lo establecido, solo porque... Puedes, y ya está. James apenas recuerda nada de su vida anterior, solo sabe que... Algo malo debió ocurrir, porque ha pasado demasiado tiempo desde que no tiene conciencia, y sabe que Alexandra murió antes que él en la última vida que recuerda. Ahora está temeroso de acercarse a ella, con miedo a que le vuelva a rechazar, a que el destino les tenga guardada una venganza... Alexandra, por su parte, ha tenido ya venganza de sobra. Cree haber pagado con creces y ha aprendido la lección. Ahora no quiere nada de riquezas, ni de estatus, solo quiere... Vivir. Y recuperar a James, a Jimmy, como le llaman ahora en su grupo de amigos. Buscar sensaciones nuevas, esas que solo las drogas te pueden dar, y vivir al límite. Ella quiere romper con todo, excepto con él, y él solo quiere estar con ella, haciendo lo que ella quiera y le pida, entregándole su corazón al completo. No fueron conscientes de hasta qué límite se habían puesto en peligro, ni de que el destino aún les guardaba una venganza. Tanto estiraron sus propias posibilidades, tanto se rebeló Alexandra y él se dejó atrapar, que las drogas acabaron con la vida de James apenas un año después de reencontrarse, en 1998. Atormentada y consumida por la culpa, dos años después, Alexandra se suicida. Es la única forma que tiene de reparar el daño e intentarlo, una vez más, el su próxima etapa.
ACTO III - OBSESIÓN
Lo que pasó me ha dejado en vela
Ya no puedo ni pensar
La sangre le hierve
Siempre quiere más
Puñala'itas da su ambición
En el pecho, afilada, es lo peor.
Es mala amante la fama y no va a quererme de verdad
Es demasia'o traicionera y como ella viene, se me va
Yo sé que será celosa, yo nunca le confiaré
Si quiero duermo con ella, pero nunca me la voy a casar
Año 2022. Los Ángeles. James y Alexandra son una pareja envidiable, que se adora por encima de todas las cosas, que se apoyan el uno en el otro y que quiere compartir hasta el final de sus días juntos. Ahora sí, están convencidos, van a hacerlo bien. Ha pasado ya un siglo desde que rompieran con su pacto y están seguros de que el dolor ha quedado más que reestablecido, y su deuda saldada. Ahora pueden hacerlo bien, como antes. Actualmente tienen veintidós años. James es conductor de autobuses, y Alexandra aún está buscando su hueco en el mundo... Pero, si algo le llama, es la música. Ha sacado un par de canciones y han tenido mucha más fama de la que esperaba tener, y su corazón empieza a ambicionar... Y, el de él, a temer. Cuando todo empezó a torcerse, tenían veintidós años. Él conducía, ella cantaba, y todo se hizo pedazos. No quieren volver a condenarse a sí mismos. Aún están a tiempo de parar esa debacle... Si es que realmente están tan unidos como hace tantos siglos juraron estar.
La vida en las nuevas colonias en 1692 no es fácil. La sombra de las brujas planea sobre todo y todos. Cualquier comportamiento, puede provocar que acabes en la peor de las torturas. Y los pastores y jueces no parecen darse cuenta de que así… Solo echan a más jóvenes a los brazos de lo que la brujería ofrece.
Alexandra Regents, proveniente de una familia de carreteros, se enamoró de un sencillo muchacho que trabajaba de aprendiz con su padre. Eran jóvenes, alegres, y creían que nadie impediría que acabaran juntos. Pero los padres de Alexandra querían cerrar un trato comercial que la incluía a ella, casándose con el socio de su padre.
La joven pareja estaba muy segura de que se amaban sinceramente y no soportaban la idea de ser separados antes de siquiera haber podido vivir su vida. Por ello, tras intentar buscar soluciones sin dar con ninguna, recurrieron a las brujas.
Fue la afamada hechicera Sybil Holloway la que les planteó un hechizo de sangre que les uniría por la eternidad. Si estaban seguros de su amor, la magia de la tierra les mantendría unidos, les haría encontrarse en cada una de sus vidas y, cuando llegara el final, se esperarían el uno al otro en el limbo, hasta que pudieran nacer juntos de nuevo. Pero si dejaban de amarse, estarían deshonrando un pacto sagrado, por lo que las consecuencias para ambos serían terribles. Seguros de su amor eterno, los jóvenes accedieron, dando su sangre a la hoguera y sellando el pacto consumando su amor en aquella cueva.
Al día siguiente, Sybil Holloway fue detenida, y ellos hallados en situación inequívoca, por lo que les consideraron cómplices de brujería. La decepción de las familias hizo que ni siquiera intentaran defenderles y fueran acusados de brujería como el resto. Pero entre las llamas, Alexandra y James sonreían, porque sabían que ahí y justo ahí, empezaba una historia eterna que daba igual cuántas veces se intentara cortar, que siempre volvería.
ACTO I - MUJER SIN CORAZÓN
El oro pudo más que mi dolor
No tuviste compasión de mi agonía
Tú sabiendo que mi alma se moría
Con amigos entre copas te reías
La ambición, delirio de grandeza
Hizo en mí un ser martirizado
Porque estaba locamente enamorado
Mujer, yo no merezco esa bajeza
Espero con el tiempo justiciero
Que retornes buscando una ilusión de amor
Y volverás a mí, así lo espero
Así lo espero
Mujer sin corazón
Año 1920, Nueva Orleans. James, un hombre de 22 años, lleva ya varios años trabajando humildemente como conductor de ferrocarril. Tiene la estabilidad suficiente para casarse con Alexandra, tal y como viene sellado en su destino... Pero ella parece empezar a presentar dudas. Nueva Orleans es un paraíso de artistas emergentes en el mundo de la música, y ella tiene una voz prodigiosa. Él apoya sus aspiraciones, pero ella... Quiere más. Está cansada de, vida tras vida y siglo tras siglo, reunirse con él, hacer siempre lo mismo, tener una vida modesta. Quiere ser alguien, quiere triunfar. ¿Quién cree ya en cuentos de brujas? Prefiere vivir una sola vida y que sea de éxito y satisfacción, a pasarse la eternidad haciendo lo mismo. Por eso, sus caminos se separan, y ella entra en un mundo tan glamuroso... Como peligroso. El destino le concede diez años para reparar este quebrantamiento de su juramento, y en vistas de que ella no parece por la labor, muere en un ajuste de cuentas, consecuencia del maravilloso mundo que tanto ansiaba, en el año 1930, cuando solo tenía treinta y dos. Él muere con cuarenta años, en 1938, de la propia pena por la pérdida y el fracaso de esta vida.
INTERLUDIO
Alexandra nace en el año 1938, lo que le hace pensar, una vez toma conciencia de su realidad, que este debió ser el año en el que murió James, después de ella. La Segunda Guerra Mundial ha hecho estragos en toda Europa y fuera de esta, y Londres es uno de los lugares más afectados. ¿Quién puede ocuparse de buscar viejas almas gemelas, de recobrar pactos de vidas pasadas, de restaurar el equilibro del universo, cuando debes sobrevivir a una guerra? Ella tenía siete años cuando esta acabó, pero los años posteriores no fueron mucho mejores. Con apenas diecisiete, es prometida a un hombre mayor que ella que quiere formar una familia cuanto antes. Su salvación podría ser encontrar a James... Pero el destino aún debe hacerles pagar por su osadía en la otra vida, por contravenir su juramento. Tras investigar dónde puede estar su alma gemela, descubre que... Ya no hay un hombre al que recurrir. James, como ella, nació en 1938, pero murió cinco años después, siendo apenas un niño, en los bombardeos en Londres consecuencia de la guerra. La vida de fama, aspiraciones y esplendor que pretendió vivir en su etapa anterior quedan oscurecidas por una vida a la sombra de un hombre que solo la quiere para tener hijos y mantener su casa. Su condena: esperar a los cuarenta años, la edad a la que él murió de pena por ella en su vida anterior. Alexandra muere en 1978 en un incendio en su propio hogar, del que no logra salir.
ACTO II - ST. JIMMY
Drain the pressure from the swelling,
The sensations overwhelming
Give me a long kiss goodnight and everything will be alright,
Tell me Jimmy I won't feel a thing,
So give me Novocaine
She's a rebel
She's a saint
She's salt of the earth and she's dangerous
She's a rebel
Vigilante
Missing link on the brink of destruction
From Chicago to Toronto
She's the one that they call old whatsername
She's the symbol
Of resistance
And she's holding on my heart like a hand grenade.
Año 1997, Berlín. La libertad, la caída del muro, la rebelión. Las drogas. Un mundo de posibilidades, un mundo en el que puedes romper con las normas, contra lo establecido, solo porque... Puedes, y ya está. James apenas recuerda nada de su vida anterior, solo sabe que... Algo malo debió ocurrir, porque ha pasado demasiado tiempo desde que no tiene conciencia, y sabe que Alexandra murió antes que él en la última vida que recuerda. Ahora está temeroso de acercarse a ella, con miedo a que le vuelva a rechazar, a que el destino les tenga guardada una venganza... Alexandra, por su parte, ha tenido ya venganza de sobra. Cree haber pagado con creces y ha aprendido la lección. Ahora no quiere nada de riquezas, ni de estatus, solo quiere... Vivir. Y recuperar a James, a Jimmy, como le llaman ahora en su grupo de amigos. Buscar sensaciones nuevas, esas que solo las drogas te pueden dar, y vivir al límite. Ella quiere romper con todo, excepto con él, y él solo quiere estar con ella, haciendo lo que ella quiera y le pida, entregándole su corazón al completo. No fueron conscientes de hasta qué límite se habían puesto en peligro, ni de que el destino aún les guardaba una venganza. Tanto estiraron sus propias posibilidades, tanto se rebeló Alexandra y él se dejó atrapar, que las drogas acabaron con la vida de James apenas un año después de reencontrarse, en 1998. Atormentada y consumida por la culpa, dos años después, Alexandra se suicida. Es la única forma que tiene de reparar el daño e intentarlo, una vez más, el su próxima etapa.
ACTO III - OBSESIÓN
Lo que pasó me ha dejado en vela
Ya no puedo ni pensar
La sangre le hierve
Siempre quiere más
Puñala'itas da su ambición
En el pecho, afilada, es lo peor.
Es mala amante la fama y no va a quererme de verdad
Es demasia'o traicionera y como ella viene, se me va
Yo sé que será celosa, yo nunca le confiaré
Si quiero duermo con ella, pero nunca me la voy a casar
Año 2022. Los Ángeles. James y Alexandra son una pareja envidiable, que se adora por encima de todas las cosas, que se apoyan el uno en el otro y que quiere compartir hasta el final de sus días juntos. Ahora sí, están convencidos, van a hacerlo bien. Ha pasado ya un siglo desde que rompieran con su pacto y están seguros de que el dolor ha quedado más que reestablecido, y su deuda saldada. Ahora pueden hacerlo bien, como antes. Actualmente tienen veintidós años. James es conductor de autobuses, y Alexandra aún está buscando su hueco en el mundo... Pero, si algo le llama, es la música. Ha sacado un par de canciones y han tenido mucha más fama de la que esperaba tener, y su corazón empieza a ambicionar... Y, el de él, a temer. Cuando todo empezó a torcerse, tenían veintidós años. Él conducía, ella cantaba, y todo se hizo pedazos. No quieren volver a condenarse a sí mismos. Aún están a tiempo de parar esa debacle... Si es que realmente están tan unidos como hace tantos siglos juraron estar.
Alexandra Regents
Lily James — Ivanka
James Sharrow
Josh O'Connor — Freyja
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Ivanka
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1. Acto 1: Mujer sin corazón
1. Tambien de dolor se canta
— ¿Estás lista, Lexie? — Dijo su manager desde la puerta, haciendo como que se quedaba ahí, aunque Alexandra podía ver cómo había abierto mínimamente la puerta. Se creía que no se daba cuenta de que abría la puerta del camerino de cuando en cuando, en los ensayos y demás, probablemente para ver si se estaba cambiando. Había dejado de asustarse del comportamiento de los hombres un par de siglos atrás ya. Antes, de hecho, se refugiaba en James para protegerse de aquellos hombres aprovechados y malvados. Quizás ese había sido parte del problema. — Sí, Paul, puedes pasar. — Él entró inmediatamente, con su traje blanco y su puro en la mano, como siempre. — A ver esa estrellita… ¡Oy, pero si ya estás lista y perfecta para salir al escenario! — Llegó y le puso sus pesadas manos en los hombros, pero ella no se encogió, como hubiera querido hacer. — Estás preciosa, no te preocupes por nada. La gente está deseando verte. — Alexandra suspiró y asintió. — Paul… ¿Está él ahí fuera? — El manager rio y levantó las cejas, mientras le daba otra calada al puro. — Todavía preguntándote por el ferroviario… — Solo quiero saberlo. — No, Lexie, no está. Le da igual tu carrera, ya lo sabes. Y a ti debería darte igual hasta su cara. — Ella asintió, sin perder la expresión. — Ahora mismo salgo. Dame solo dos minutos. — Paul asintió y le acarició el pelo, llegando hasta la nuca. — Como quieras, princesa. — Uf, le odiaba. Qué descanso le daba cuando lo perdía de vista, pero que necesario era para la carrera de cualquiera que quisiera despuntar en Nueva Orleans.
Repasó la letra de la canción. La había escrito en el último momento, ella iba a estrenarse con otra. Pero estaba cansada de James y su victimismo, de sus dramas… ¿Es que no veía que ella estaba haciendo lo que más le gustaba en el mundo? ¿No era amor eso también? O es que quizás… Después de tanto tiempo, el concepto de amor se les había emborronado. Resopló y estuvo a punto de pasarse las manos por el rostro, pero estaba recién maquillada. Ella había amado a James, no lo quería lejos… A no ser que él siguiera empeñado en esa empresa absurda de apartarla de lo que más feliz le hacía… O cambiaba, o ahí se acababa aquel pacto milenario, que ella estaba segura que no era tan fuerte como para durar tanto tiempo. Y aunque no estuviera hoy allí para oírlo en su canción, se lo diría en cuanto le viera.
Pero sí estaba. Lo vio en cuanto salió, porque ya iban unos cientos de años encontrando aquella mirada entre la multitud una vez tras otra. ¿Por qué mierdas me habrá mentido ese estúpido? Ni que no lo fuera a reconocer. Bueno, pues tanto mejor, podía seguir con su plan original. Triunfaría esa noche, y encima, le pondría las cartas sobre la mesa a James. Se acercó al micro, y con su mejor voz aterciopelada y su mirada más intensa, se dispuso a derramar, como si de un llanto se tratara, la canción sobre el micrófono. Estaba en el Mardygrass, estaba en el escenario tal como ella quería, nada iba a poder detenerla.
Dejó que las palabras se derramaran como una dosis de veneno perfectamente medida para matar, dirigiendo de cuando en cuando su mirada hacia James, intensificando, casi sin darse cuenta, cada una de las estrofas. Y cuando terminó y oyó los aplausos, podría jurar que nunca en su vida se había sentido tan inmensamente feliz. James la conocía, tenía que saberlo, notarlo. Pero no pensaba ser ella la que fuera a buscarlo. Que fuera él a su camerino.
Repasó la letra de la canción. La había escrito en el último momento, ella iba a estrenarse con otra. Pero estaba cansada de James y su victimismo, de sus dramas… ¿Es que no veía que ella estaba haciendo lo que más le gustaba en el mundo? ¿No era amor eso también? O es que quizás… Después de tanto tiempo, el concepto de amor se les había emborronado. Resopló y estuvo a punto de pasarse las manos por el rostro, pero estaba recién maquillada. Ella había amado a James, no lo quería lejos… A no ser que él siguiera empeñado en esa empresa absurda de apartarla de lo que más feliz le hacía… O cambiaba, o ahí se acababa aquel pacto milenario, que ella estaba segura que no era tan fuerte como para durar tanto tiempo. Y aunque no estuviera hoy allí para oírlo en su canción, se lo diría en cuanto le viera.
Pero sí estaba. Lo vio en cuanto salió, porque ya iban unos cientos de años encontrando aquella mirada entre la multitud una vez tras otra. ¿Por qué mierdas me habrá mentido ese estúpido? Ni que no lo fuera a reconocer. Bueno, pues tanto mejor, podía seguir con su plan original. Triunfaría esa noche, y encima, le pondría las cartas sobre la mesa a James. Se acercó al micro, y con su mejor voz aterciopelada y su mirada más intensa, se dispuso a derramar, como si de un llanto se tratara, la canción sobre el micrófono. Estaba en el Mardygrass, estaba en el escenario tal como ella quería, nada iba a poder detenerla.
Dejó que las palabras se derramaran como una dosis de veneno perfectamente medida para matar, dirigiendo de cuando en cuando su mirada hacia James, intensificando, casi sin darse cuenta, cada una de las estrofas. Y cuando terminó y oyó los aplausos, podría jurar que nunca en su vida se había sentido tan inmensamente feliz. James la conocía, tenía que saberlo, notarlo. Pero no pensaba ser ella la que fuera a buscarlo. Que fuera él a su camerino.
Alexandra— 1920 — Mardygrass Club, Nueva Orleans
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
- Golden Shields:
Alice Gallia
Cause' Alice does belong with Marcus
Ante todo, amigos
Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
[/center]
- Juntos, somos el Todo:
- 16 de enero de 2002:
3069Mensajes :
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Freyja
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1. Acto 1: Mujer sin corazón
1. Tambien de dolor se canta
Se sentó a una de esas elegantes, pequeñas y redondas mesas, y el camarero rápidamente se acercó a pedirle qué deseaba tomar. Le vio en la cara que casi se arrepintió de darle preferencia. No, aquel no era su lugar ni su estilo y se le notaba en la cara y en el traje, porque aunque hubiera ido elegante y trajeado, se notaba que era un traje modesto, barato. El único que tenía en el armario. Al menos no era el traje que le había comprado su madre para el funeral de su tío Peter... Porque se le había quedado pequeño y había tenido que comprarse otro. Con ese, al menos, consiguió su puesto de trabajo. Dios... Menos mal que no lo estaba diciendo en voz alta, se sonaba triste a sí mismo.
Llegó al poco con un whiskey con mucho hielo, tanto que... Desde su punto de vista, era prácticamente hielo. Lo miró con el labio inferior ligeramente sacado y mirada aburrida y cansada, sin demasiada expresividad, sosteniendo el vaso en sus manos y solo moviéndolo lo justo para ver el escaso líquido moverse. Echó aire lentamente por la nariz, dio un sorbo y volvió a dejarlo en la mesa, mientras agarraba el vaso con ambas manos, con la mirada baja y perdida. ¿Qué hacía allí? Apoyar a Alexandra... Creía. Habían discutido mucho recientemente, mucho más de lo que estaba acostumbrado, y eso era mucho decir. ¿Cuántos siglos llevaba compartiendo vida con ella? Vidas largas, plenas y felices, llenas de amor, de familia, de momentos en su hogar, con sus hijos, el uno con el otro. Con los modestos trabajos de James y las canciones de Alexandra, con esa voz tan bonita que tenía. ¿Se había cansado de cantar para él? ¿Por qué? Él no se cansaba de escucharla, le encantaba. Siempre sonreía y la alababa... No estaba entendiendo a qué venía esa moda de querer sacar rentabilidad de eso. La fama podía ser peligrosa, ese mundo... No iba con ellos. Ellos eran humildes y modestos, discretos. La última vez que el pueblo habló de ellos, acabaron muertos en una hoguera, fue la única vida en la que no alcanzaron a ver la vejez. Qué ganas de repetir desgracia...
Un hombre muy rimbombante salió al escenario y la presentó como una gran artista emergente. Oír su nombre retumbando por ese local y los aplausos que siguieron se le hizo extraño, solo atinó a mover los ojos hacia los lados... Sin moverse, sin aplaudir. Él no necesitaba aplaudirla, él la amaba y la alababa por encima de todas las cosas en su intimidad, de forma más discreta. Aún se preguntaba qué hacía allí... Hasta que la oyó cantar. Solo la primera frase se le clavó en el pecho. Con el vaso en la mesa y ambas manos rodeándolo, apenas con los dedos apoyados en el cristal, miraba con la cabeza gacha y los ojos tristes, entornados hacia arriba, lleno de melancolía y dolor, como ella cantaba una canción que prácticamente podía estar saliendo de boca de él. Tragó saliva varias veces. No, él no merecía aquello... ¿Sería una disculpa? ¿Era... Una indirecta? ¿Por qué le hacía eso, por qué... Si sabía que se sentía así, si sabía que... Su alma se moría... Por qué parecía estar burlándose de él? Esa no era la Alexandra que él conocía, y podía jurar, desde siglos atrás, que la conocía muy bien.
Un ser martirizado, eso era. Así se quedó, cuando las luces y el bullicio del local volvieron a lo de antes y ella desapareció del escenario. La vida se había reanudado a su alrededor, cuando durante los últimos minutos habían parecido estar solo ellos dos, la música y la oscuridad, y ahora él seguía allí clavado, con el hielo aguando aún más el poco whiskey que tenía en el vaso, y la mirada puesta en ninguna parte. Poco a poco algunos clientes se fueron yendo, los que quedaban se fueron emborrachando, y algunos con quienes alguien como James ni quería ni debería confraternizar empezaban a entrar. Se levantó y fue a buscarla en su camerino, para lo cual tuvo que prácticamente jurar que era su pareja, porque nadie le creía. Solo un señor aseguró que sí, que le había visto antes, un hombre de traje blanco y mirada despótica. Le miró de soslayo, no con mayor amabilidad que la que el señor del puro le mostraba, y se adentró hasta encontrarla en su camerino.
Cerró suavemente la puerta tras él y se guardó las manos en los bolsillos, cabizbajo. Se quedó en silencio, viendo la espalda de ella sentada en su tocador, y su rostro esquivo a través del espejo. Al alzar levemente los ojos, frunció un tanto el ceño. Estaba contrariado, confuso y... Dolido. - ¿Has compuesto tú esa canción? - Buscó sus ojos, aún titubeante pero sin perder el dolor en ellos, aunque fuera a través del reflejo del espejo. - ¿Se supone que ese soy yo? - Tragó saliva, y sin querer apretó un poco los dientes. Era lo único que le separaba de echarse a llorar, eso y tensar las manos dentro de sus bolsillos. - Nunca te llamaría mujer sin corazón. -
Llegó al poco con un whiskey con mucho hielo, tanto que... Desde su punto de vista, era prácticamente hielo. Lo miró con el labio inferior ligeramente sacado y mirada aburrida y cansada, sin demasiada expresividad, sosteniendo el vaso en sus manos y solo moviéndolo lo justo para ver el escaso líquido moverse. Echó aire lentamente por la nariz, dio un sorbo y volvió a dejarlo en la mesa, mientras agarraba el vaso con ambas manos, con la mirada baja y perdida. ¿Qué hacía allí? Apoyar a Alexandra... Creía. Habían discutido mucho recientemente, mucho más de lo que estaba acostumbrado, y eso era mucho decir. ¿Cuántos siglos llevaba compartiendo vida con ella? Vidas largas, plenas y felices, llenas de amor, de familia, de momentos en su hogar, con sus hijos, el uno con el otro. Con los modestos trabajos de James y las canciones de Alexandra, con esa voz tan bonita que tenía. ¿Se había cansado de cantar para él? ¿Por qué? Él no se cansaba de escucharla, le encantaba. Siempre sonreía y la alababa... No estaba entendiendo a qué venía esa moda de querer sacar rentabilidad de eso. La fama podía ser peligrosa, ese mundo... No iba con ellos. Ellos eran humildes y modestos, discretos. La última vez que el pueblo habló de ellos, acabaron muertos en una hoguera, fue la única vida en la que no alcanzaron a ver la vejez. Qué ganas de repetir desgracia...
Un hombre muy rimbombante salió al escenario y la presentó como una gran artista emergente. Oír su nombre retumbando por ese local y los aplausos que siguieron se le hizo extraño, solo atinó a mover los ojos hacia los lados... Sin moverse, sin aplaudir. Él no necesitaba aplaudirla, él la amaba y la alababa por encima de todas las cosas en su intimidad, de forma más discreta. Aún se preguntaba qué hacía allí... Hasta que la oyó cantar. Solo la primera frase se le clavó en el pecho. Con el vaso en la mesa y ambas manos rodeándolo, apenas con los dedos apoyados en el cristal, miraba con la cabeza gacha y los ojos tristes, entornados hacia arriba, lleno de melancolía y dolor, como ella cantaba una canción que prácticamente podía estar saliendo de boca de él. Tragó saliva varias veces. No, él no merecía aquello... ¿Sería una disculpa? ¿Era... Una indirecta? ¿Por qué le hacía eso, por qué... Si sabía que se sentía así, si sabía que... Su alma se moría... Por qué parecía estar burlándose de él? Esa no era la Alexandra que él conocía, y podía jurar, desde siglos atrás, que la conocía muy bien.
Un ser martirizado, eso era. Así se quedó, cuando las luces y el bullicio del local volvieron a lo de antes y ella desapareció del escenario. La vida se había reanudado a su alrededor, cuando durante los últimos minutos habían parecido estar solo ellos dos, la música y la oscuridad, y ahora él seguía allí clavado, con el hielo aguando aún más el poco whiskey que tenía en el vaso, y la mirada puesta en ninguna parte. Poco a poco algunos clientes se fueron yendo, los que quedaban se fueron emborrachando, y algunos con quienes alguien como James ni quería ni debería confraternizar empezaban a entrar. Se levantó y fue a buscarla en su camerino, para lo cual tuvo que prácticamente jurar que era su pareja, porque nadie le creía. Solo un señor aseguró que sí, que le había visto antes, un hombre de traje blanco y mirada despótica. Le miró de soslayo, no con mayor amabilidad que la que el señor del puro le mostraba, y se adentró hasta encontrarla en su camerino.
Cerró suavemente la puerta tras él y se guardó las manos en los bolsillos, cabizbajo. Se quedó en silencio, viendo la espalda de ella sentada en su tocador, y su rostro esquivo a través del espejo. Al alzar levemente los ojos, frunció un tanto el ceño. Estaba contrariado, confuso y... Dolido. - ¿Has compuesto tú esa canción? - Buscó sus ojos, aún titubeante pero sin perder el dolor en ellos, aunque fuera a través del reflejo del espejo. - ¿Se supone que ese soy yo? - Tragó saliva, y sin querer apretó un poco los dientes. Era lo único que le separaba de echarse a llorar, eso y tensar las manos dentro de sus bolsillos. - Nunca te llamaría mujer sin corazón. -
James — 1920 — Mardygrass Club, Nueva Orleans
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1. Acto 1: Mujer sin corazón
1. Tambien de dolor se canta
Se tardó más de lo que esperaba, pero allí acabó apareciendo. Es que parecía que lo hacía a posta, vaya. Aquel traje anodino, aquella cara de perrillo apaleado… ¿No podía haber intentado ser un poco festivo aunque fuera, celebrando su triunfo? No, porque James no conocía el triunfo, no conocía otra cosa que no fuera su vida sencilla de colonos paletos una y otra vez, independientemente de donde vivieran. Pero seguía dándole pena y doliendo el corazón al verle así, eso no lo podía remediar, y se sentía mal por haber provocado aquella tristeza en él… Pero es que a él parecía darle todo igual respecto a ella y sus sueños. Y encima se ponía en ese plan, a darle más pena todavía. James solo sabía sentir pena por sí mismo, eso estaba claro.
— Sí, la he compuesto yo. ¿Sorprendido de que pueda componer algo más que villancicos y canciones que cantar mientras cocino? — Le dirigió, con bastante más veneno del que sentía. Pero es que la ponía frenética, qué tono más cuestionador y despreciativo, de verdad. Se rio amargamente ante la siguiente pregunta, y se dejó caer sobre el respaldo de la silla, cruzándose de brazos. — Pues tú dirás. — Y volvió a reír con lo que dijo luego. — ¿Ah no? Pues es como me haces sentir. — Se levantó de golpe arrastrando la silla y se dio la vuelta. — ¿Acaso me has apoyado lo más mínimo para tener otra vida que no sea solo estar contigo y nuestra casa, nuestra familia? — Levantó las manos y negó con la cabeza. — No conozco otra cosa, James. Siglos y siglos… siguiéndote solamente. ¿Qué hay de mí? De lo que sé que soy. Tengo talento, Jimmy, y tú lo sabes. Me encanta cantar, y ahora las mujeres votan, y pueden vivir solteras, y ser famosas, ¿por qué no debería aprovecharlo, dime? ¿Por qué no ser yo la que saca partido a lo que tiene? — Se rio sarcásticamente y se puso las manos en las caderas, negando. — Y a ti no se te ha ocurrido. Y no se te ha ocurrido porque tú te vas con tu tren, o tu barco, o lo que toque en esa época, y tienes la tranquilidad de que Lexie siempre va a estar ahí esperándote… Pero Lexie también tiene sueños, ¿sabes? —
Tomó aire y le dio la espalda, apoyándose en la mesa del camerino. — Dime, Jimmy, ¿tan difícil es de entender que en esta vida intente algo diferente? Que saque partido a lo que tengo y lo que soy… Ya hemos vivido muchas vidas en las que yo soy tu amante esposa y no hago nada más… — Se dio la vuelta y apoyó la cadera en la mesa. — ¿Por qué tengo que hacerte una canción para que te des cuenta de cómo me haces sentir comportándote así cuando estoy a punto de alcanzar el éxito, de ser alguien en la vida? — Es que vamos, mucha carita de sufrimiento, pero es que no se había parado a pensar todo lo que para ella podía significar triunfar en un sitio así, lograr algo, dejar huella, cosa que, en más de doscientos años de historia, no había logrado.
— Sí, la he compuesto yo. ¿Sorprendido de que pueda componer algo más que villancicos y canciones que cantar mientras cocino? — Le dirigió, con bastante más veneno del que sentía. Pero es que la ponía frenética, qué tono más cuestionador y despreciativo, de verdad. Se rio amargamente ante la siguiente pregunta, y se dejó caer sobre el respaldo de la silla, cruzándose de brazos. — Pues tú dirás. — Y volvió a reír con lo que dijo luego. — ¿Ah no? Pues es como me haces sentir. — Se levantó de golpe arrastrando la silla y se dio la vuelta. — ¿Acaso me has apoyado lo más mínimo para tener otra vida que no sea solo estar contigo y nuestra casa, nuestra familia? — Levantó las manos y negó con la cabeza. — No conozco otra cosa, James. Siglos y siglos… siguiéndote solamente. ¿Qué hay de mí? De lo que sé que soy. Tengo talento, Jimmy, y tú lo sabes. Me encanta cantar, y ahora las mujeres votan, y pueden vivir solteras, y ser famosas, ¿por qué no debería aprovecharlo, dime? ¿Por qué no ser yo la que saca partido a lo que tiene? — Se rio sarcásticamente y se puso las manos en las caderas, negando. — Y a ti no se te ha ocurrido. Y no se te ha ocurrido porque tú te vas con tu tren, o tu barco, o lo que toque en esa época, y tienes la tranquilidad de que Lexie siempre va a estar ahí esperándote… Pero Lexie también tiene sueños, ¿sabes? —
Tomó aire y le dio la espalda, apoyándose en la mesa del camerino. — Dime, Jimmy, ¿tan difícil es de entender que en esta vida intente algo diferente? Que saque partido a lo que tengo y lo que soy… Ya hemos vivido muchas vidas en las que yo soy tu amante esposa y no hago nada más… — Se dio la vuelta y apoyó la cadera en la mesa. — ¿Por qué tengo que hacerte una canción para que te des cuenta de cómo me haces sentir comportándote así cuando estoy a punto de alcanzar el éxito, de ser alguien en la vida? — Es que vamos, mucha carita de sufrimiento, pero es que no se había parado a pensar todo lo que para ella podía significar triunfar en un sitio así, lograr algo, dejar huella, cosa que, en más de doscientos años de historia, no había logrado.
Alexandra— 1920 — Mardygrass Club, Nueva Orleans
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1. Acto 1: Mujer sin corazón
1. Tambien de dolor se canta
Frunció el ceño, mirándola dolido y contrariado. ¿Por qué le hablaba así? No podía decir que en los años, siglos que llevaban compartiendo, nunca hubieran discutido, eso era una utopía. Pero... Jamás le había hablado de esa forma. Parecía que le despreciaba, o peor, parecía convencida de que él la despreciaba a ella. - No cuestiono que sepas componer. Intento comprender... Por qué compones algo así, por qué parece que hablas por mis labios como si fuera capaz de pensar tan horrible de ti. - Respondió ofendido, aunque con un tono que no sonaba alterado, solo triste y confuso. Abrió mucho los ojos. ¿Que él la hacía sentir así? Definitivamente, ella sentía que no la quería. Y, por Dios, no atinaba a entender qué podía haber hecho en esa vida en concreto para hacerle pensar tal cosa.
Cuando se levantó de esa forma tan impetuosa, dio un paso atrás, asustado, pero acto seguido frunció el ceño. No sabía a qué venía esa actitud. Lexie siempre había sido una mujer de carácter, pero nunca lo había empleado contra él, jamás. Ellos se amaban, se amaban por encima de todas las cosas, por encima de la vida y de la muerte, por encima de las leyes de la naturaleza y de los designios del destino. ¿Qué estaba pasando? ¿Quién la estaba envenenando de esa manera contra él? Porque esa no era su Lexie, no. Pocas cosas tenía más claras en la vida, en sus actuales y escasos veintidós años, que esa no era la Lexie que él conocía.
- Yo siempre te he apoyado. Yo siempre te he querido. Quererte es lo que me define, es lo que soy. - No entendía a qué venía nada de eso. ¿Acaso no habían jurado amarse el uno al otro, ser el uno para el otro, por toda la eternidad? ¿Por qué de repente parecía querer otra cosa radicalmente distinta? Una vida en la que, claramente, él no cabía. Y James no había conocido otra cosa, por lo que eso descuadraba absolutamente todos sus esquemas. Y justo eso empezó a decir. Que ella no conocía otra cosa, solo estar con él, y lo decía como si fuera algo malo. Él decía lo mismo y lo hacía con mucho orgullo y con el corazón tranquilo y feliz. - ¿Acaso no es eso lo que juramos? ¿Querernos y seguirnos siempre? ¿Qué ha ocurrido de repente para que te parezca tan terrible? - Alzó las manos. - ¡Pues canta! ¡Nunca te lo he impedido! - Y entonces, una de las palabras le atravesó, dejándole en el sitio. "Soltera". Ahora las mujeres "podían vivir solteras". Bajó los brazos con derrota. ¿Por qué quería ser soltera? Es decir... Ellos habían jurado amarse siempre, tan fuerte era su unión que se habían dejado quemar en una hoguera por tal de vivir muchas vidas unidos. ¿Acaso se había cansado?
La miró con los ojos húmedos, de soslayo, como quien mira a un desconocido. - Tú también has tenido siempre la tranquilidad de que me tenías ahí. - Aseveró. - Todo eso que narras, eso que ahora las mujeres podéis hacer, yo he podido hacerlo siempre. Y no lo he hecho, porque juré estar contigo. Porque quiero estar contigo. - Frunció los labios. - Y tú... A la primera que se te da la opción, la quieres coger. Me hace pensar... Que si estabas conmigo antes, que si no habías... Decidido ser... Todo eso que dices. - Soltera, por ejemplo. - No es porque no quisieras. Es porque no podías. - Le dolía el corazón. No, no podía, no quería, pensar así de Lexie. ¿Cómo iba a hacerlo? Era la mujer que más amaba en el mundo, más que a sí mismo. Confiaba en ella ciegamente. No podía creer... Que le hubiera traicionado de semejante forma, por tantos siglos.
Le dio la espalda y le hizo una pregunta. Frunció los labios, con los ojos cada vez más enrojecidos de tristeza. - Sí. - Contestó simplemente, no sin cierta severidad, aunque cargado de amargura. Sí, era difícil de entenderlo, para él era imposible. Tenían un pacto. Él lo estaba cumpliendo. Ella, ahora, le pedía que entendiera que no quisiera cumplir su parte. Siglos después. Sí, era difícil de entender. Su siguiente pregunta le hizo ahogar una carcajada amarga, sin despegar los labios. - ¿Te has parado a oír tu propia canción? - Casi se le cae una lágrima, pero estas tuvieron a bien retenerse en sus párpados. - Me has hecho un desgraciado. - Jamás pensó que llegaría a hablarle así a la mujer de su vida, pero ella le estaba hablando peor a él. - Un ser martirizado, para ser más exactos. No sé vivir si no es contigo, Lexie, no entiendo otra vida. Y tú... Me estás cambiando por fama, por dinero. No es un buen mundo este, Lexie. No te lo digo ya por mí, no te lo digo porque quiera tenerte en casa. Te lo digo porque... Esto me da miedo. Aquí la gente no acaba bien. Pero eso parece darte igual. - Arqueó las cejas, con una sonrisa amarga, y añadió. - Definitivamente, el oro está pudiendo más que mi dolor. -
Cuando se levantó de esa forma tan impetuosa, dio un paso atrás, asustado, pero acto seguido frunció el ceño. No sabía a qué venía esa actitud. Lexie siempre había sido una mujer de carácter, pero nunca lo había empleado contra él, jamás. Ellos se amaban, se amaban por encima de todas las cosas, por encima de la vida y de la muerte, por encima de las leyes de la naturaleza y de los designios del destino. ¿Qué estaba pasando? ¿Quién la estaba envenenando de esa manera contra él? Porque esa no era su Lexie, no. Pocas cosas tenía más claras en la vida, en sus actuales y escasos veintidós años, que esa no era la Lexie que él conocía.
- Yo siempre te he apoyado. Yo siempre te he querido. Quererte es lo que me define, es lo que soy. - No entendía a qué venía nada de eso. ¿Acaso no habían jurado amarse el uno al otro, ser el uno para el otro, por toda la eternidad? ¿Por qué de repente parecía querer otra cosa radicalmente distinta? Una vida en la que, claramente, él no cabía. Y James no había conocido otra cosa, por lo que eso descuadraba absolutamente todos sus esquemas. Y justo eso empezó a decir. Que ella no conocía otra cosa, solo estar con él, y lo decía como si fuera algo malo. Él decía lo mismo y lo hacía con mucho orgullo y con el corazón tranquilo y feliz. - ¿Acaso no es eso lo que juramos? ¿Querernos y seguirnos siempre? ¿Qué ha ocurrido de repente para que te parezca tan terrible? - Alzó las manos. - ¡Pues canta! ¡Nunca te lo he impedido! - Y entonces, una de las palabras le atravesó, dejándole en el sitio. "Soltera". Ahora las mujeres "podían vivir solteras". Bajó los brazos con derrota. ¿Por qué quería ser soltera? Es decir... Ellos habían jurado amarse siempre, tan fuerte era su unión que se habían dejado quemar en una hoguera por tal de vivir muchas vidas unidos. ¿Acaso se había cansado?
La miró con los ojos húmedos, de soslayo, como quien mira a un desconocido. - Tú también has tenido siempre la tranquilidad de que me tenías ahí. - Aseveró. - Todo eso que narras, eso que ahora las mujeres podéis hacer, yo he podido hacerlo siempre. Y no lo he hecho, porque juré estar contigo. Porque quiero estar contigo. - Frunció los labios. - Y tú... A la primera que se te da la opción, la quieres coger. Me hace pensar... Que si estabas conmigo antes, que si no habías... Decidido ser... Todo eso que dices. - Soltera, por ejemplo. - No es porque no quisieras. Es porque no podías. - Le dolía el corazón. No, no podía, no quería, pensar así de Lexie. ¿Cómo iba a hacerlo? Era la mujer que más amaba en el mundo, más que a sí mismo. Confiaba en ella ciegamente. No podía creer... Que le hubiera traicionado de semejante forma, por tantos siglos.
Le dio la espalda y le hizo una pregunta. Frunció los labios, con los ojos cada vez más enrojecidos de tristeza. - Sí. - Contestó simplemente, no sin cierta severidad, aunque cargado de amargura. Sí, era difícil de entenderlo, para él era imposible. Tenían un pacto. Él lo estaba cumpliendo. Ella, ahora, le pedía que entendiera que no quisiera cumplir su parte. Siglos después. Sí, era difícil de entender. Su siguiente pregunta le hizo ahogar una carcajada amarga, sin despegar los labios. - ¿Te has parado a oír tu propia canción? - Casi se le cae una lágrima, pero estas tuvieron a bien retenerse en sus párpados. - Me has hecho un desgraciado. - Jamás pensó que llegaría a hablarle así a la mujer de su vida, pero ella le estaba hablando peor a él. - Un ser martirizado, para ser más exactos. No sé vivir si no es contigo, Lexie, no entiendo otra vida. Y tú... Me estás cambiando por fama, por dinero. No es un buen mundo este, Lexie. No te lo digo ya por mí, no te lo digo porque quiera tenerte en casa. Te lo digo porque... Esto me da miedo. Aquí la gente no acaba bien. Pero eso parece darte igual. - Arqueó las cejas, con una sonrisa amarga, y añadió. - Definitivamente, el oro está pudiendo más que mi dolor. -
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1. Acto 1: Mujer sin corazón
1. Tambien de dolor se canta
Nada, que tenía metida la pose de mártir y no quería moverse de ahí. — Pues es lo que me has transmitido. Que todo lo que hago por mi cuenta, te hiere, y eso no es justo, James. — Dijo en un suspiro, apoyando el codo en el tocador y sujetándose la cabeza. Necesitaba cerrar los ojos y respirar, porque discutir con James la destruía, pero no era capaz de imaginarse esa vida OTRA VEZ. Otra vez ella sin desarrollar nada propio, nada que no fuera lo que él necesitaba, era desesperante. Sentía que se perdía en un absimo con infinitas Alexandras que siempre eran la misma, encerradas gritando en la eternidad del tiempo.
Y cuando dijo que eso era lo que les definía, fue demasiado. — ¡PUES ESO NO ESTÁ BIEN! — Dijo levantándose de golpe, dando un grito y tirando la silla. — No puede ser que querernos sea lo único que nos defina eso es… — Estaba jadeando y ya no sabía ni lo que decía. — Es enfermizo. No puede ser que querer a alguien sea lo único que te defina. Es vacío, ¿cómo vas a basar toda tu vida en una persona, James? — Se rio sarcásticamente e hizo un gesto al aire. — Menos mal que no me has impedido desarrollar mi personalidad, ¿quieres una medalla o algo? — Es que lo que tenía que oír. Es que era imposible que se entendieran.
De nuevo, rio hirientemente y le miró de reojo. — No, eso no es así. Yo no es que te haya “tenido”. — Dijo poniendo comillas con los dedos. — Es que he vivido por ti. Por lo que tú quisieras, tú necesitaras, y no me he desarrollado yo como persona. Y yo soy más que un pacto, más que tu mujer, James, soy una persona con ideas propias y talentos, talentos que no tienen nada que ver con estar o no estar contigo, porque puedo tener cosas mías, ¿sabes? Cosas que sean solo de Lexie, y no tuyas o de tus hijos o tu casa. — Ya no era capaz de bajar la voz. Soltó otra carcajada y negó con la cabeza, señalándole. — ¿Y tú ves todo lo que has montado por una sola canción en la que te hago oír todo lo que he oído de ti? Es la primera vez en tres siglos que hago algo por mí misma y me respondes así, y ahora lo oyes fuera de ti y te escandalizas. — Soltó todo el aire y se puso a caminar sobre sí misma, con las manos en las caderas.
— Pues si no entiendes la vida sin mí, James, el que tiene un problema eres tú. — Dijo, por fin bajando el tono, más seria y aséptica. — Y esa es precisamente la cuestión. Tu existencia no debe pesar sobre mí. Somos dos personas, podemos vivir juntos, pero yo debo ser yo, y si tengo un talento como este, tengo que poder desarrollarlo sin miedo a que tú mueras espontáneamente por ello. — Soltó aire entre los labios y entornó los ojos. — Sé que a veces lo olvidas, pero no tengo veintidós años realmente. — Dijo bajando el tono hasta el susurro, aunque un poco agresivamente. — Sé quién soy, sé lo que puedo llegar a hacer, y esto no va del oro. Va de que no tengo por qué ser la persona que tú quieres que sea siempre. Puedo ser una Lexie que brilla por si sola, cuya única definición no es ser la pareja de James. — Y no era incompatible con estar juntos, pero cada vez le costaba más verlo. — Eres tú el que estás poniéndome una diatriba injusta, y si lo haces… Me obligas a elegir. — Frunció el ceño y apretó la mandíbula, agarrándose fuertemente a la silla. — El pacto no decía que yo no pudiera tener vida, que tuviera que hacer lo que tú digas y no pudiera ser una persona independiente. —
Y cuando dijo que eso era lo que les definía, fue demasiado. — ¡PUES ESO NO ESTÁ BIEN! — Dijo levantándose de golpe, dando un grito y tirando la silla. — No puede ser que querernos sea lo único que nos defina eso es… — Estaba jadeando y ya no sabía ni lo que decía. — Es enfermizo. No puede ser que querer a alguien sea lo único que te defina. Es vacío, ¿cómo vas a basar toda tu vida en una persona, James? — Se rio sarcásticamente e hizo un gesto al aire. — Menos mal que no me has impedido desarrollar mi personalidad, ¿quieres una medalla o algo? — Es que lo que tenía que oír. Es que era imposible que se entendieran.
De nuevo, rio hirientemente y le miró de reojo. — No, eso no es así. Yo no es que te haya “tenido”. — Dijo poniendo comillas con los dedos. — Es que he vivido por ti. Por lo que tú quisieras, tú necesitaras, y no me he desarrollado yo como persona. Y yo soy más que un pacto, más que tu mujer, James, soy una persona con ideas propias y talentos, talentos que no tienen nada que ver con estar o no estar contigo, porque puedo tener cosas mías, ¿sabes? Cosas que sean solo de Lexie, y no tuyas o de tus hijos o tu casa. — Ya no era capaz de bajar la voz. Soltó otra carcajada y negó con la cabeza, señalándole. — ¿Y tú ves todo lo que has montado por una sola canción en la que te hago oír todo lo que he oído de ti? Es la primera vez en tres siglos que hago algo por mí misma y me respondes así, y ahora lo oyes fuera de ti y te escandalizas. — Soltó todo el aire y se puso a caminar sobre sí misma, con las manos en las caderas.
— Pues si no entiendes la vida sin mí, James, el que tiene un problema eres tú. — Dijo, por fin bajando el tono, más seria y aséptica. — Y esa es precisamente la cuestión. Tu existencia no debe pesar sobre mí. Somos dos personas, podemos vivir juntos, pero yo debo ser yo, y si tengo un talento como este, tengo que poder desarrollarlo sin miedo a que tú mueras espontáneamente por ello. — Soltó aire entre los labios y entornó los ojos. — Sé que a veces lo olvidas, pero no tengo veintidós años realmente. — Dijo bajando el tono hasta el susurro, aunque un poco agresivamente. — Sé quién soy, sé lo que puedo llegar a hacer, y esto no va del oro. Va de que no tengo por qué ser la persona que tú quieres que sea siempre. Puedo ser una Lexie que brilla por si sola, cuya única definición no es ser la pareja de James. — Y no era incompatible con estar juntos, pero cada vez le costaba más verlo. — Eres tú el que estás poniéndome una diatriba injusta, y si lo haces… Me obligas a elegir. — Frunció el ceño y apretó la mandíbula, agarrándose fuertemente a la silla. — El pacto no decía que yo no pudiera tener vida, que tuviera que hacer lo que tú digas y no pudiera ser una persona independiente. —
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1. Acto 1: Mujer sin corazón
1. Tambien de dolor se canta
Su Lexie no era esa Lexie, definitivamente. La miró aturdido y casi escandalizado cuando se levantó gritándole de esa forma. Tenía carácter, siempre lo había tenido, pero no lo usaba contra él. No lo usaba... Así, con tanta virulencia. ¿Qué le habían hecho a su amada?
Abrió los ojos, ofendido. - ¿Enfermizo? - Preguntó, incrédulo. - No puedo creer que uses esa palabra para definirnos. Nuestro amor no es enfermizo, Lexie. Acabamos en la hoguera por negarnos a asumir que lo era, porque eso era lo que el pueblo decía de nosotros. Al final... Te has puesto de parte de ellos. - Dejó escapar una seca, única y amarga carcajada. - Un poco tarde. - No se podía creer lo que veían sus ojos y oían sus oídos. Se frotó la cara con las manos, desesperado. - ¡Yo no te he impedido nunca nada! Ni quiero medalla alguna. Solo quiero que me ames, como has hecho hasta ahora. ¡No entiendo nada de esto, Lexie, no entiendo lo que está pasando! - Y más que el dolor, que también, ahora era la propia impotencia y el desconcierto los que iban a acabar con él.
Se encogió de hombros. - ¿Y quién te impide eso? ¿Por qué parece que me culpas a mí? - No lo entendía. Si en las sociedades de antes las mujeres no podían salir por ahí a ganarse el pan, no era su culpa. Ella podía hacer lo que quisiera y él la apoyaría, como siempre, ¿pero tenía que ser en ese mundo tan peligroso? - ¿¿Una sola canción?? - Preguntó indignado, ya alzando un poco más la voz. Ese tampoco era él, estaba sacándole una faceta que ni él sabía que tenía. - Has hablado por mis labios, has dicho claramente que te veo como una mujer sin corazón y, por si olvidas el detalle, lo has hecho delante de todo un público y mirándome a mí. Me has dejado en evidencia, Lexie, como persona y como hombre. - Creía que era bastante bueno con ella, había visto hombres tratar muy mal a sus mujeres. Al parecer, la suya no pensaba lo mismo de él.
Estaba suspirando y girando sobre sí mismo cuando Lexie dijo eso de que "muriera espontáneamente por ello". Se detuvo y la miró. - Olvidas lo que hiciste en su día, lo que ambos hicimos. Hicimos un pacto con las brujas, con el diablo y con el universo. Separarnos podría significar literalmente eso: que ambos muramos. - Negó, bufando con decepción y mirando a otra parte, con los brazos en jarra. Rio con sarcasmo. - No te obligo a elegir, has sido tú la que has elegido sin siquiera preguntarme. Solo te he prevenido, Lexie. Solo te he dicho que me da miedo que te metas en un mundo peligroso. Has tenido una eternidad para comprobar que solo quiero lo mejor para ti... Y, en cambio, a la primera que has debido elegir, has elegido no estar conmigo. - Frunció los labios. - Puedes ser todo lo irónica que quieras en tus letras, pero sabes perfectamente que el dolor que me estás causando es real. -
Abrió los ojos, ofendido. - ¿Enfermizo? - Preguntó, incrédulo. - No puedo creer que uses esa palabra para definirnos. Nuestro amor no es enfermizo, Lexie. Acabamos en la hoguera por negarnos a asumir que lo era, porque eso era lo que el pueblo decía de nosotros. Al final... Te has puesto de parte de ellos. - Dejó escapar una seca, única y amarga carcajada. - Un poco tarde. - No se podía creer lo que veían sus ojos y oían sus oídos. Se frotó la cara con las manos, desesperado. - ¡Yo no te he impedido nunca nada! Ni quiero medalla alguna. Solo quiero que me ames, como has hecho hasta ahora. ¡No entiendo nada de esto, Lexie, no entiendo lo que está pasando! - Y más que el dolor, que también, ahora era la propia impotencia y el desconcierto los que iban a acabar con él.
Se encogió de hombros. - ¿Y quién te impide eso? ¿Por qué parece que me culpas a mí? - No lo entendía. Si en las sociedades de antes las mujeres no podían salir por ahí a ganarse el pan, no era su culpa. Ella podía hacer lo que quisiera y él la apoyaría, como siempre, ¿pero tenía que ser en ese mundo tan peligroso? - ¿¿Una sola canción?? - Preguntó indignado, ya alzando un poco más la voz. Ese tampoco era él, estaba sacándole una faceta que ni él sabía que tenía. - Has hablado por mis labios, has dicho claramente que te veo como una mujer sin corazón y, por si olvidas el detalle, lo has hecho delante de todo un público y mirándome a mí. Me has dejado en evidencia, Lexie, como persona y como hombre. - Creía que era bastante bueno con ella, había visto hombres tratar muy mal a sus mujeres. Al parecer, la suya no pensaba lo mismo de él.
Estaba suspirando y girando sobre sí mismo cuando Lexie dijo eso de que "muriera espontáneamente por ello". Se detuvo y la miró. - Olvidas lo que hiciste en su día, lo que ambos hicimos. Hicimos un pacto con las brujas, con el diablo y con el universo. Separarnos podría significar literalmente eso: que ambos muramos. - Negó, bufando con decepción y mirando a otra parte, con los brazos en jarra. Rio con sarcasmo. - No te obligo a elegir, has sido tú la que has elegido sin siquiera preguntarme. Solo te he prevenido, Lexie. Solo te he dicho que me da miedo que te metas en un mundo peligroso. Has tenido una eternidad para comprobar que solo quiero lo mejor para ti... Y, en cambio, a la primera que has debido elegir, has elegido no estar conmigo. - Frunció los labios. - Puedes ser todo lo irónica que quieras en tus letras, pero sabes perfectamente que el dolor que me estás causando es real. -
James — 1920 — Mardygrass Club, Nueva Orleans
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1. Acto 1: Mujer sin corazón
1. Tambien de dolor se canta
No, no había estado muy fina llamándolo enfermizo, pero Jimmy seguía dándole la vuelta a todo lo que decía. — Yo no me he puesto de su lado, tú lo haces. Tú me estás reprimiendo a mí, y dices que no me impides nada, pero esperas de de mí que en las miles de vidas posibles que podemos tener solo sea tu mujer y nada, como querían ellos. La mujer en casa, sin llamar la atención, nada de pensar por sí misma, nada de cambiar, desarrollar una habilidad como la que tengo que es cantar. — Se quedó respirando agitadamente y se llevó las manos a las sienes. — Has tenido la oportunidad de venir aquí y demostrarme que me amas, que me apoyas bajo cualquier circunstancia… Y lo que has hecho ha sido recriminarme e intentar hundirme. — Si es que Paul tenía razón. James nunca entendería lo que ella quería.
— ¿Y no es así? — Preguntó al discurso de que había hablado por sus labios. — ¿No es eso lo que piensas? Porque así es como actúas, Jimmy. Y mira de lo que estamos hablando. De lo humillado que tú estás y no del dolor que tengo aquí. — Dijo poniéndose la mano en el pecho. — Ni de lo malquerida que me siento. Todo eso te da igual. Pobre Jimmy, que se ha sentido humillado. No como yo, que llevo trescientos años haciendo lo que tú quieres, reprimiendo lo que yo valgo y puedo hacer, y la primera vez que lo hago, solo encuentro desprecio. — El llanto acudió a sus ojos y quiso alejarse, quiso que James desapareciera de su vista por una vez, a como diera lugar, porque no podía soportar más esa conversación.
Trató de tomar aire y se quedó mirando los objetos de su tocador. El pacto, sí, siempre habían vivido en base al pacto… Nunca habían probado otra cosa. — Eso no lo sabemos. Hay tantas cosas que he dejado de conocer por estar a tu lado, por mirar solo por tus ojos y latir por tu corazón… — Rio sarcásticamente y se giró para mirarle. — ¿A la primera? Llevo trescientos años eligiéndote. Sin dudar, sin querer nada para mí… — ¿Iba a decir eso de verdad? ¿Estaba segura? Sentía un abismo en el estómago, pero… Necesitaba lanzarse, luchar por sí misma por una vez. — James, esta vez la elección es tuya. Tú puedes elegirme a mí o no, pero esta vez… Este es mi camino. — Suspiró y apoyó las caderas en el tocador. Se limpió una lágrima, pero, ahora que lo había soltado, se sentía mucho mejor. — Vete a casa, Jimmy. Piensa y… Démonos espacio hasta que tomes la decisión. Tú sabes dónde encontrarme. Cuando sepas lo que quieres, ven. — Y se dio la vuelta, sentándose en la banqueta de su tocador, dando la conversación por terminada, mientras empezaba a quitarse las baratijas que le hacían brillar en el escenario.
— ¿Y no es así? — Preguntó al discurso de que había hablado por sus labios. — ¿No es eso lo que piensas? Porque así es como actúas, Jimmy. Y mira de lo que estamos hablando. De lo humillado que tú estás y no del dolor que tengo aquí. — Dijo poniéndose la mano en el pecho. — Ni de lo malquerida que me siento. Todo eso te da igual. Pobre Jimmy, que se ha sentido humillado. No como yo, que llevo trescientos años haciendo lo que tú quieres, reprimiendo lo que yo valgo y puedo hacer, y la primera vez que lo hago, solo encuentro desprecio. — El llanto acudió a sus ojos y quiso alejarse, quiso que James desapareciera de su vista por una vez, a como diera lugar, porque no podía soportar más esa conversación.
Trató de tomar aire y se quedó mirando los objetos de su tocador. El pacto, sí, siempre habían vivido en base al pacto… Nunca habían probado otra cosa. — Eso no lo sabemos. Hay tantas cosas que he dejado de conocer por estar a tu lado, por mirar solo por tus ojos y latir por tu corazón… — Rio sarcásticamente y se giró para mirarle. — ¿A la primera? Llevo trescientos años eligiéndote. Sin dudar, sin querer nada para mí… — ¿Iba a decir eso de verdad? ¿Estaba segura? Sentía un abismo en el estómago, pero… Necesitaba lanzarse, luchar por sí misma por una vez. — James, esta vez la elección es tuya. Tú puedes elegirme a mí o no, pero esta vez… Este es mi camino. — Suspiró y apoyó las caderas en el tocador. Se limpió una lágrima, pero, ahora que lo había soltado, se sentía mucho mejor. — Vete a casa, Jimmy. Piensa y… Démonos espacio hasta que tomes la decisión. Tú sabes dónde encontrarme. Cuando sepas lo que quieres, ven. — Y se dio la vuelta, sentándose en la banqueta de su tocador, dando la conversación por terminada, mientras empezaba a quitarse las baratijas que le hacían brillar en el escenario.
Alexandra— 1920 — Mardygrass Club, Nueva Orleans
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1. Acto 1: Mujer sin corazón
1. Tambien de dolor se canta
Parpadeó. Seguía absolutamente incrédulo mientras la oía. - ¿Que te apoye? ¿Que yo he tratado de hundirte? - Soltó una seca carcajada que sonaba más triste que sarcástica. - ¿Tú has oído tu propia canción? Nunca te impediría que hicieras tus sueños, y no entiendo por qué debe ser o la música o yo, no es incompatible, Lexie, no lo debería ser. Si puedes sacar una profesión de ello... ¡Pues estupendo! - Él seguía sin verlo necesario, durante todas sus vidas habían sido felices con lo que tenían. Pero no veía un problema en que ella lo hiciera si quisiera, si era su sueño (sueño del que se estaba enterando ahora, dicho fuera de paso). No era ese el punto. - Solo te advierto, Lexie, de que quizás la vía no sea esta. Habrá más caminos, digo yo. Este me parece peligros. ¡Solo quiero protegerte! ¿Y qué haces tú? Humillarme y tacharme de insensible. No puedo creer lo que oigo de tus labios... - No es esta la mujer a la que juré amor eterno.
Pero sus palabras le hacían abrir los ojos más y más. - ¿Malquerida? - Preguntó profundamente ofendido y dolido. - ¿Te he querido mal en todas estas vidas, Lexie? ¿Es quererte mal no querer que te hagan daño? - ¿Por qué no lo veía? ¿Por qué algo que hasta el momento había sido tan fácil ahora resultaba tan complicado de entender y explicar? Frunció los labios y asintió tristemente con la cabeza. - Llevas trescientos años fingiendo, pues. - Negó. - Estás mintiendo. No te creo. Te conozco de mil vidas, Alexandra, y he sabido ver cuánto me amabas. Estás envenenada. No eres tú la que está hablando... - Algo habían hecho en aquel lugar con su Lexie, a la cual no reconocía. Se negaba a creer que esos trescientos años habían sido una mentida, no los había vivido así y no los pensaba asumir como tal.
Y ahora le lanzó a él la decisión, como si él fuera quien tuviera algo que decidir. - Yo siempre voy a elegirte a ti, Lexie. Siempre lo he hecho y siempre lo haré, por toda la eternidad. Lo juré y lo mantengo. - Dijo con firmeza. Pero no era suficiente al parecer, no. Aquello ahora resultaba ser problema de él, que había cambiado su forma de pensar y ahora tenía que pensárselo, o algo así, ¡ya no sabía ni qué pensar! No le entendía. Por primera vez, su Lexie no le entendía, cuando lo único que quería era estar con ella, mantenerla a salvo de un mundo del que no se fiaba. Ya se la mataron una vez, solo que él murió con ella, ambos por elección personal. Pero si ahora se la arrebataban solo a ella... ¿Qué sería de su amor y de su eternidad? Temía el castigo que pudiera acontecer de separarse. Por no hablar de que él no había variado en nada sus sentimientos, él no quería separarse.
La mujer volvió a depositar una decisión que él no tenía que tomar en sus manos, una vez más, y le echó de allí, dándole la espalda. Se quedó unos instantes parado ante la puerta, mirando a ninguna parte, en silencio... hasta que se giró a ella para marcharse. Pero no podía irse sin dejar clara su postura. - Yo no tengo nada que pensar, Lexie. - La miró, aunque siguiera de espaldas. - Yo te amo... Yo amo a la Lexie que siempre he tenido. - Alzó las cejas con amargura y añadió. - No reconozco a aquella en la que pareces haberte convertido. Tienes razón... Para mí, eres una mujer sin corazón. -
Pero sus palabras le hacían abrir los ojos más y más. - ¿Malquerida? - Preguntó profundamente ofendido y dolido. - ¿Te he querido mal en todas estas vidas, Lexie? ¿Es quererte mal no querer que te hagan daño? - ¿Por qué no lo veía? ¿Por qué algo que hasta el momento había sido tan fácil ahora resultaba tan complicado de entender y explicar? Frunció los labios y asintió tristemente con la cabeza. - Llevas trescientos años fingiendo, pues. - Negó. - Estás mintiendo. No te creo. Te conozco de mil vidas, Alexandra, y he sabido ver cuánto me amabas. Estás envenenada. No eres tú la que está hablando... - Algo habían hecho en aquel lugar con su Lexie, a la cual no reconocía. Se negaba a creer que esos trescientos años habían sido una mentida, no los había vivido así y no los pensaba asumir como tal.
Y ahora le lanzó a él la decisión, como si él fuera quien tuviera algo que decidir. - Yo siempre voy a elegirte a ti, Lexie. Siempre lo he hecho y siempre lo haré, por toda la eternidad. Lo juré y lo mantengo. - Dijo con firmeza. Pero no era suficiente al parecer, no. Aquello ahora resultaba ser problema de él, que había cambiado su forma de pensar y ahora tenía que pensárselo, o algo así, ¡ya no sabía ni qué pensar! No le entendía. Por primera vez, su Lexie no le entendía, cuando lo único que quería era estar con ella, mantenerla a salvo de un mundo del que no se fiaba. Ya se la mataron una vez, solo que él murió con ella, ambos por elección personal. Pero si ahora se la arrebataban solo a ella... ¿Qué sería de su amor y de su eternidad? Temía el castigo que pudiera acontecer de separarse. Por no hablar de que él no había variado en nada sus sentimientos, él no quería separarse.
La mujer volvió a depositar una decisión que él no tenía que tomar en sus manos, una vez más, y le echó de allí, dándole la espalda. Se quedó unos instantes parado ante la puerta, mirando a ninguna parte, en silencio... hasta que se giró a ella para marcharse. Pero no podía irse sin dejar clara su postura. - Yo no tengo nada que pensar, Lexie. - La miró, aunque siguiera de espaldas. - Yo te amo... Yo amo a la Lexie que siempre he tenido. - Alzó las cejas con amargura y añadió. - No reconozco a aquella en la que pareces haberte convertido. Tienes razón... Para mí, eres una mujer sin corazón. -
James — 1920 — Mardygrass Club, Nueva Orleans
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2. Acto 2: St. Jimmy
1. Your Faith walks on broken Glass
Por mucho que ella se empeñara en negarlo, Lexie le buscaba en todas partes. Esperaba, una vez más, levantar la mirada y encontrarle mirándola através de un raído cristal del metro, al cruzar un paso de cebra o al esperar en una estación. Quizá por eso pasaba tantas horas en el metro, porque en la última vida que se habían visto él pasaba mucho tiempo en los trenes. Y caminaba. Caminaba por todo Berlín, sin rumbo fijo, ahora que se podía sin temer que unos u otros te apuntaran desde el muro. A veces saltaba sobre los escombros, y se encaramaba a ruinas soviéticas, esperando encontrarlo. Y si veía un edificio quemado, huía de él. No quería saber nada del fuego, más que para lo que estaba haciendo: encenderse los cigarrillos. Los cigarrillos y lo que encartara, claro.
El tabaco, el alcohol, las pastillas y todo lo que circulaba al libre albedrío por el barrio indio de Berlín, donde ella trabajaba, era lo que le ayudaba a llevar una existencia llena de culpa. Lo único que no había probado todavía era la heroína. No lo iba a hacer porque necesitaba estar despierta y encontrar a Jimmy, pero en cuanto le encontrara le contaría sus pensamientos durante cuarenta años de soledad, más los casi veinte que llevaba ahora: que la vida les habái traicionado. Y lo malo de las traiciones es que no se pueden recuperar, son una herida casi imposible de cerrar, y la herida del corazón de Lexie sangraba sin cesar, lo notaba en cada bocanada del cigarrillo que estaba exhalando, mientras admiraba desde la ventana del tren lo feísima que era Berlín, y lo atrayente a la vez. Lo bueno de Berlín respecto a Nueva Orleans era que al menos era sincera. ¿Qué crees que hay en esta ciudad? Tonos grises, un río helado y feo, locales con música feroz y todo tipo de drogas. Un cielo que nunca auguraba nada bueno y un metro de crujía como si fuera a caerse cada vez que pasaba demasiado cerca de edificios tan demacrados como atrayentes. No era una pompa de lujo que solo ocultaba crueldad, como aquel maldito sitio donde todo se torció.
— ¿Le importa? — Le dijo una señora que movía el carrito de su bebé lejos del humo de su cigarrillo. — Señora, no está prohibido fumar aquí dentro. — Pero es que hay un bebé aquí. — Le contestó, gruñona. Ella jugaba con el borde raído de su falda vaquera, ausente. — Lléveselo de Berlín. — Dijo como consejo no solicitado, porque menuda ciudad cruel para criar a un niño, y decidió que esa misma parada era un buen sitio para bajarse y empezar a vagar, como hacía todos los días desde que se levantaba hasta que se iba a trabajar. Pero según puso el pie en el andén sintió algo, algo que hacía mucho que no sentía.
James y ella habían hecho un pacto mágico, y la magia tenía esas cosas: a veces era inesperada e inexplicable, y ella había olvidado cómo la magia y el destino le hacían sentir físicamente que James estaba allí. Pero lo estaba. Giró la cabeza y, entre la gente del andén, le vio parado, entre la gente que se movía como bichillos a toda velocidad a la estación o a las salidas. Y salió corriendo hasta él. Podría haber preguntado, o acercado prudentemente, pero el destino la instaba a correr, y ella ya solo se dejaba llevar. Corrió hasta él y saltó a sus brazos, estrechándole fuertemente. — James, mi amor. — Susurró simplemente. Esperaba que él también la hubiera echado de menos a ella, que no le asustara verla morena, que no le parecieran demasiado las chupas de cuero, las botas altas y los adornos de pinchos.
El tabaco, el alcohol, las pastillas y todo lo que circulaba al libre albedrío por el barrio indio de Berlín, donde ella trabajaba, era lo que le ayudaba a llevar una existencia llena de culpa. Lo único que no había probado todavía era la heroína. No lo iba a hacer porque necesitaba estar despierta y encontrar a Jimmy, pero en cuanto le encontrara le contaría sus pensamientos durante cuarenta años de soledad, más los casi veinte que llevaba ahora: que la vida les habái traicionado. Y lo malo de las traiciones es que no se pueden recuperar, son una herida casi imposible de cerrar, y la herida del corazón de Lexie sangraba sin cesar, lo notaba en cada bocanada del cigarrillo que estaba exhalando, mientras admiraba desde la ventana del tren lo feísima que era Berlín, y lo atrayente a la vez. Lo bueno de Berlín respecto a Nueva Orleans era que al menos era sincera. ¿Qué crees que hay en esta ciudad? Tonos grises, un río helado y feo, locales con música feroz y todo tipo de drogas. Un cielo que nunca auguraba nada bueno y un metro de crujía como si fuera a caerse cada vez que pasaba demasiado cerca de edificios tan demacrados como atrayentes. No era una pompa de lujo que solo ocultaba crueldad, como aquel maldito sitio donde todo se torció.
— ¿Le importa? — Le dijo una señora que movía el carrito de su bebé lejos del humo de su cigarrillo. — Señora, no está prohibido fumar aquí dentro. — Pero es que hay un bebé aquí. — Le contestó, gruñona. Ella jugaba con el borde raído de su falda vaquera, ausente. — Lléveselo de Berlín. — Dijo como consejo no solicitado, porque menuda ciudad cruel para criar a un niño, y decidió que esa misma parada era un buen sitio para bajarse y empezar a vagar, como hacía todos los días desde que se levantaba hasta que se iba a trabajar. Pero según puso el pie en el andén sintió algo, algo que hacía mucho que no sentía.
James y ella habían hecho un pacto mágico, y la magia tenía esas cosas: a veces era inesperada e inexplicable, y ella había olvidado cómo la magia y el destino le hacían sentir físicamente que James estaba allí. Pero lo estaba. Giró la cabeza y, entre la gente del andén, le vio parado, entre la gente que se movía como bichillos a toda velocidad a la estación o a las salidas. Y salió corriendo hasta él. Podría haber preguntado, o acercado prudentemente, pero el destino la instaba a correr, y ella ya solo se dejaba llevar. Corrió hasta él y saltó a sus brazos, estrechándole fuertemente. — James, mi amor. — Susurró simplemente. Esperaba que él también la hubiera echado de menos a ella, que no le asustara verla morena, que no le parecieran demasiado las chupas de cuero, las botas altas y los adornos de pinchos.
Alexandra— 1997 — Heidelberger Platz, Berlín
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2. Your faith walks on broken glass
Y ahora, el metro. Primero los carromatos, luego los coches de caballos, pasó por los ferrocarriles, los tranvías... Ahora, el puto metro. Qué lugar más apestoso y lúgubre. Si bien empezaba a pensar... que ya él no estaba contento con nada. Que el mundo le hastiaba, que le resultaba absolutamente... apestoso. No tenía ganas ni de ponerse a buscar adjetivos para definirlo. Había trabajado para (que no es lo mismo que "con") las mayores riquezas, y cuando no le habían quemado en una hoguera, le habían dado poco menos que una casa cochambrosa o le habían llevado a la destrucción. Porque, ¡ah! Él siempre se había conformado con su suerte, "porque tenía amor". Se escuchaba a sí mismo y le daban arcadas.
No sabía qué demonios había pasado entre la farandulera Nueva Orleans y la decadente Berlín. Sí sabía que había pasado un número de años que hasta el más negado en cálculo sabría detectar como erróneo según sus pactos. Hubo algo en medio y debió morir antes de tener conciencia. Y la verdad era que... mejor. Para estar en aquella mierda de sitio, más solo que la una y con unos amigos con los que tenía que celebrar que siguieran vivos a cada día que no le llegaba un aviso de sobredosis, mejor ni sentir. Total, él ya lo sintió todo en su (y denótese un tono especialmente sardónico en esto) eterna historia de amor perfecta. A saber dónde estaba Alexandra ahora, si es que estaba viva. Ni lo sabía ni le importaba... si bien lo primero era mucho más veraz que lo segundo.
Su turno había empezado más tarde de lo que debería así que había madrugado para tragar yonkies y peleas de ferroviarios que ni le iban ni le venían, y claro, había tenido que terminar más tarde porque, si no, "no le daban las horas", pero al final se había pasado de la hora, y se ve que en su empresa lo de "tampoco me dan las horas libres" no lo entendía como forma de expresión. E igualmente, ¿para qué quería las horas? Si había quedado hacía hora y media con los colegas y, llegando él ultratarde, no había allí nadie esperándole. O se habían ido sin él, o directamente ni habían acudido. Y como no tenía nada mejor que hacer, se compró una estúpida revista en el irritantemente caro quiosco de la estación y se apoyó en una columna del andén, a seguir tragando polvo y virus de la gente. Lo dicho: no tenía nada mejor que hacer.
Le encantaría ser de esos tíos que disfruta con el mero hecho de ver tías en bolas en las revistas, pero es que no le podía importar menos. Él ya vio en su día a una mujer desnuda que le sabía a diosa bajada de los cielos y, si no era ella, no quería otra. Le daba exactamente igual. Si algún día se le cruzaba alguna por su camino... pues esperaba que no demandara mucho de él, o le iba a amargar la vida a la pobre. Nah, dudaba que se fuera a aliar con nadie, si probablemente se muriera el día menos pensado. Él lo avisó: romper este pacto solo traería la desgracia. Se estaba demorando en venir la puta desgracia. Y él tenía un aburrimiento existencial que iba a acabar por matarle un día de estos.
Pero ese maldito destino no le iba a dejar escapar tan fácilmente. El destino te persigue, te busca y te encuentra por más que intentes huir de él, directamente no puedes. Y él debió salir a su deshora nada planeada pero tampoco sorprenderse e irse a su puta casa en vistas de que nadie le esperaba... Y, sin embargo, se quedó allí, en el andén. En un sitio que odiaba y que no le aportaba más que cosas malas. Pero se quedó. Y se quedó por algo. Y ese algo, ese alguien más bien, hizo notar su presencia como una vibración, y solo tuvo que girarse para verla correr hacia él.
Sin poder apenas reaccionar, la sintió en sus brazos, y una fuerte sensación de calidez inundó su pecho y despejó su mente, como si se hubiera sumergido en una bañera de agua sanadora. De repente, todo lo que era gris y negro se veía ahora en color, y sentía que podía respirar de nuevo... Duró poco la sensación. Fue un espejismo. Fue... como describían sus amigos esos chutes, esa entrada de droga en las venas, muy efímera, tremendamente placentera, que te llevaba de golpe a las nubes... y, cuando menos lo esperabas, te dejaba caer, provocando que te estrellaras contra el suelo.
La separó de sí y dio un par de pasos hacia atrás, temeroso. Se quedó mirándola. Estaba... berlinesa. Noventera. Estaba como estaban todas las demás. Estaba como estaba siempre que cambiaba de época. Él se sentía siempre el mismo, ella tenía mucha más capacidad para amoldarse a cualquier escenario. Se volvía a sentir como ese campesino tímido que vivía en mitad de una montaña entre feudos, mirando a esa chica de finales del siglo XX que acababa de bajarse del metro con un fuerte olor a tabaco.
En silencio se quedó al menos un minuto entero, mirándola. Debería... decirle cuánto la necesitaba y cuánto la amaba. Pero no pudo. Sabía, por más que le doliera, que ese vacío venía de ella. Que la desgracia, el pacto incumplido, había sido de ella. Que ella le rechazó en su cara y trajo consigo todos los malos augurios de los que él trató de avisar. Quizás esta era la última vida que tenían, aquella en la que debían aceptar que el pacto acababa ahí, que ya habían vivido suficiente. Tan desgraciada era en todos sus habitantes que desde luego lo parecía. Con enorme pesar en los ojos, dio varios pasos hacia atrás... y se dio media vuelta, dispuesto a marcharse del andén, tratando de acelerar el paso, con lágrimas emergentes. No era lo suficientemente fuerte para enfrentarse a ella, mucho le estaba costando vivir sin ella, y ahora que sabía que estaba iba a ser una tortura mayor, pero no podía simplemente volver, no sabía volver. Iba a tener que morirse.
No sabía qué demonios había pasado entre la farandulera Nueva Orleans y la decadente Berlín. Sí sabía que había pasado un número de años que hasta el más negado en cálculo sabría detectar como erróneo según sus pactos. Hubo algo en medio y debió morir antes de tener conciencia. Y la verdad era que... mejor. Para estar en aquella mierda de sitio, más solo que la una y con unos amigos con los que tenía que celebrar que siguieran vivos a cada día que no le llegaba un aviso de sobredosis, mejor ni sentir. Total, él ya lo sintió todo en su (y denótese un tono especialmente sardónico en esto) eterna historia de amor perfecta. A saber dónde estaba Alexandra ahora, si es que estaba viva. Ni lo sabía ni le importaba... si bien lo primero era mucho más veraz que lo segundo.
Su turno había empezado más tarde de lo que debería así que había madrugado para tragar yonkies y peleas de ferroviarios que ni le iban ni le venían, y claro, había tenido que terminar más tarde porque, si no, "no le daban las horas", pero al final se había pasado de la hora, y se ve que en su empresa lo de "tampoco me dan las horas libres" no lo entendía como forma de expresión. E igualmente, ¿para qué quería las horas? Si había quedado hacía hora y media con los colegas y, llegando él ultratarde, no había allí nadie esperándole. O se habían ido sin él, o directamente ni habían acudido. Y como no tenía nada mejor que hacer, se compró una estúpida revista en el irritantemente caro quiosco de la estación y se apoyó en una columna del andén, a seguir tragando polvo y virus de la gente. Lo dicho: no tenía nada mejor que hacer.
Le encantaría ser de esos tíos que disfruta con el mero hecho de ver tías en bolas en las revistas, pero es que no le podía importar menos. Él ya vio en su día a una mujer desnuda que le sabía a diosa bajada de los cielos y, si no era ella, no quería otra. Le daba exactamente igual. Si algún día se le cruzaba alguna por su camino... pues esperaba que no demandara mucho de él, o le iba a amargar la vida a la pobre. Nah, dudaba que se fuera a aliar con nadie, si probablemente se muriera el día menos pensado. Él lo avisó: romper este pacto solo traería la desgracia. Se estaba demorando en venir la puta desgracia. Y él tenía un aburrimiento existencial que iba a acabar por matarle un día de estos.
Pero ese maldito destino no le iba a dejar escapar tan fácilmente. El destino te persigue, te busca y te encuentra por más que intentes huir de él, directamente no puedes. Y él debió salir a su deshora nada planeada pero tampoco sorprenderse e irse a su puta casa en vistas de que nadie le esperaba... Y, sin embargo, se quedó allí, en el andén. En un sitio que odiaba y que no le aportaba más que cosas malas. Pero se quedó. Y se quedó por algo. Y ese algo, ese alguien más bien, hizo notar su presencia como una vibración, y solo tuvo que girarse para verla correr hacia él.
Sin poder apenas reaccionar, la sintió en sus brazos, y una fuerte sensación de calidez inundó su pecho y despejó su mente, como si se hubiera sumergido en una bañera de agua sanadora. De repente, todo lo que era gris y negro se veía ahora en color, y sentía que podía respirar de nuevo... Duró poco la sensación. Fue un espejismo. Fue... como describían sus amigos esos chutes, esa entrada de droga en las venas, muy efímera, tremendamente placentera, que te llevaba de golpe a las nubes... y, cuando menos lo esperabas, te dejaba caer, provocando que te estrellaras contra el suelo.
La separó de sí y dio un par de pasos hacia atrás, temeroso. Se quedó mirándola. Estaba... berlinesa. Noventera. Estaba como estaban todas las demás. Estaba como estaba siempre que cambiaba de época. Él se sentía siempre el mismo, ella tenía mucha más capacidad para amoldarse a cualquier escenario. Se volvía a sentir como ese campesino tímido que vivía en mitad de una montaña entre feudos, mirando a esa chica de finales del siglo XX que acababa de bajarse del metro con un fuerte olor a tabaco.
En silencio se quedó al menos un minuto entero, mirándola. Debería... decirle cuánto la necesitaba y cuánto la amaba. Pero no pudo. Sabía, por más que le doliera, que ese vacío venía de ella. Que la desgracia, el pacto incumplido, había sido de ella. Que ella le rechazó en su cara y trajo consigo todos los malos augurios de los que él trató de avisar. Quizás esta era la última vida que tenían, aquella en la que debían aceptar que el pacto acababa ahí, que ya habían vivido suficiente. Tan desgraciada era en todos sus habitantes que desde luego lo parecía. Con enorme pesar en los ojos, dio varios pasos hacia atrás... y se dio media vuelta, dispuesto a marcharse del andén, tratando de acelerar el paso, con lágrimas emergentes. No era lo suficientemente fuerte para enfrentarse a ella, mucho le estaba costando vivir sin ella, y ahora que sabía que estaba iba a ser una tortura mayor, pero no podía simplemente volver, no sabía volver. Iba a tener que morirse.
James — 1997 — HEIDELBERGER PLATZ, BERLÍN
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2. Acto 2: St. Jimmy
1. Your Faith walks on broken Glass
Al principio, la abrazó de vuelta pero, de repente, sin decir nada, se separó de ella. — James. — Le llamó. Pero él se daba la vuelta y se iba. No paraba de andar. — ¡James! — Aceleró el paso y trató de alcanzarlo. — ¡James, espérame! —
Logró correr un poco más deprisa y llegó a su altura, agarrándole de la chaqueta. — ¡James, para! ¡Escúchame! — Trató de ponerse frente a él. — Mírame, por Dios. — Notaba como la voz se le quebraba y los ojos se le inundaban. — Por favor, James… He vivido dos vidas sin ti… Y ha sido horrible. — Ya sí, las lágrimas resbalaron por su cara. — Yo… Fui una tonta… La vida… No tiene ningún sentido. He sufrido tanto por no tenerte a mi lado… James, por favor no te vayas otra vez. No me abandones… Te busqué hasta quedarme sin fuerzas, sobreviví a la guerra y al final morí en un incendio, James… — Volvió a llorar. — ¿Sabes lo que es vivir una vida entera sin ti y morir quemada? Así fue como intentaron matarnos en nuestra primera vida… El destino me castigó, pero he aprendido la lección. — Se lanzó a él y juntó su frente con la suya, acariciándole. — James, James… La vida carece cada vez más de sentido… Pero si tú estás en ella… Al menos no será como caminar por el hielo, por favor, no te vayas otra vez, por favor. — ¿Cómo habían llegado a un lugar así? Un metro sucio, feo, lleno de gente que ni se daban cuenta de que estaban ahí… Cuando hicieron el pacto, nunca se imaginaron que el futuro sería así, pero si iban a seguir con ello, en aquel mundo incomprensible y feo, por lo menos que fuera juntos.
Logró correr un poco más deprisa y llegó a su altura, agarrándole de la chaqueta. — ¡James, para! ¡Escúchame! — Trató de ponerse frente a él. — Mírame, por Dios. — Notaba como la voz se le quebraba y los ojos se le inundaban. — Por favor, James… He vivido dos vidas sin ti… Y ha sido horrible. — Ya sí, las lágrimas resbalaron por su cara. — Yo… Fui una tonta… La vida… No tiene ningún sentido. He sufrido tanto por no tenerte a mi lado… James, por favor no te vayas otra vez. No me abandones… Te busqué hasta quedarme sin fuerzas, sobreviví a la guerra y al final morí en un incendio, James… — Volvió a llorar. — ¿Sabes lo que es vivir una vida entera sin ti y morir quemada? Así fue como intentaron matarnos en nuestra primera vida… El destino me castigó, pero he aprendido la lección. — Se lanzó a él y juntó su frente con la suya, acariciándole. — James, James… La vida carece cada vez más de sentido… Pero si tú estás en ella… Al menos no será como caminar por el hielo, por favor, no te vayas otra vez, por favor. — ¿Cómo habían llegado a un lugar así? Un metro sucio, feo, lleno de gente que ni se daban cuenta de que estaban ahí… Cuando hicieron el pacto, nunca se imaginaron que el futuro sería así, pero si iban a seguir con ello, en aquel mundo incomprensible y feo, por lo menos que fuera juntos.
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2. Your faith walks on broken glass
No sabía qué sentir sobre que le llamara con esa desesperación en la voz y le persiguiera hasta tratar de que la escuchara. ¿Alivio y amor, porque ella realmente quería recuperarle? ¿O miedo de pensar que lo que tuviera que pasar sería peor ahora, que se habían encontrado de nuevo? Desde luego, si ella intentaba justificar aquel comportamiento, o si le venía diciendo que se disculpaba pero había rehecho su vida, lo que sentiría sería rabia. Pero le duraría poco, porque esa vez no habría paso que pudiera detener, porque pensaba lanzarse directo a las vías del tren.
Dos vidas. Tragó saliva. Sus sospechas eran ciertas: no había llegado a vivir la vida intermedia, o de hacerlo, fue tan breve que no albergaba capacidad de memoria. Esbozó una leve sonrisa amarga. - ¿Y pudiste? Porque cada segundo sin ti para mí ha sido un tormento, tanto que, ahora que he vuelto a verte, creo que voy a acabar con este sufrimiento ahora mismo si tengo que volver a enfrentarme a perderte. - Es que cada vez veía la opción de lanzarse a las vías más apetecible.
Pero esa mujer era su debilidad, y ella lo sabía, porque nada más que la empezó a escuchar y la vio llorar, se le rompió el corazón. Ella, que había roto un pacto sagrado, que les había lanzado una maldición eterna, que se había separado deliberadamente de él y que le había condenado a perder una vida entera, solo bastaba de derramar una lágrima para que él se lanzara a sus pies. Lo peor era que los dos lo sabían y que era algo absolutamente inevitable.
Volvió a reír amargamente, mudo. - ¿Sabes lo que es ver cómo el amor de tu vida te abandona en cuanto tiene la opción, a pesar de que moriste quemado por amarla eternamente? - Negó. - No puedes venirme ahora después de todo y pretender que yo sea el que tenga clemencia, Alexandra. ¿La tuviste tú conmigo? - Pero ella se acercó a él y le acarició, y el solo contacto activaba todos sus nervios y le hacía revivir una sensación tan ancestral que no podía resistirse a ella, era un instinto que gobernaba sobre él. Pero a su última frase, la miró a los ojos y respondió con dureza. - No fui yo quien se fue. - Se apartó. - Esta situación no la provoqué yo, por tanto no deberías depositar en mí la responsabilidad de repararla ¿no crees? - Tragó saliva. Nadie sabía lo difícil que se le hacía hablarle así a la mujer que llevaba amando durante siglos. Pero también había sido la persona que más le había dañado. - Dime, ¿cómo sé que no me abandonarás de nuevo? ¿Que no te resultará "aburrido" siempre lo mismo, que buscarás "nuevas sensaciones y horizontes", y yo me quedaré con el corazón destrozado una vez más, y condenado a seguir perdiendo vidas? -
Dos vidas. Tragó saliva. Sus sospechas eran ciertas: no había llegado a vivir la vida intermedia, o de hacerlo, fue tan breve que no albergaba capacidad de memoria. Esbozó una leve sonrisa amarga. - ¿Y pudiste? Porque cada segundo sin ti para mí ha sido un tormento, tanto que, ahora que he vuelto a verte, creo que voy a acabar con este sufrimiento ahora mismo si tengo que volver a enfrentarme a perderte. - Es que cada vez veía la opción de lanzarse a las vías más apetecible.
Pero esa mujer era su debilidad, y ella lo sabía, porque nada más que la empezó a escuchar y la vio llorar, se le rompió el corazón. Ella, que había roto un pacto sagrado, que les había lanzado una maldición eterna, que se había separado deliberadamente de él y que le había condenado a perder una vida entera, solo bastaba de derramar una lágrima para que él se lanzara a sus pies. Lo peor era que los dos lo sabían y que era algo absolutamente inevitable.
Volvió a reír amargamente, mudo. - ¿Sabes lo que es ver cómo el amor de tu vida te abandona en cuanto tiene la opción, a pesar de que moriste quemado por amarla eternamente? - Negó. - No puedes venirme ahora después de todo y pretender que yo sea el que tenga clemencia, Alexandra. ¿La tuviste tú conmigo? - Pero ella se acercó a él y le acarició, y el solo contacto activaba todos sus nervios y le hacía revivir una sensación tan ancestral que no podía resistirse a ella, era un instinto que gobernaba sobre él. Pero a su última frase, la miró a los ojos y respondió con dureza. - No fui yo quien se fue. - Se apartó. - Esta situación no la provoqué yo, por tanto no deberías depositar en mí la responsabilidad de repararla ¿no crees? - Tragó saliva. Nadie sabía lo difícil que se le hacía hablarle así a la mujer que llevaba amando durante siglos. Pero también había sido la persona que más le había dañado. - Dime, ¿cómo sé que no me abandonarás de nuevo? ¿Que no te resultará "aburrido" siempre lo mismo, que buscarás "nuevas sensaciones y horizontes", y yo me quedaré con el corazón destrozado una vez más, y condenado a seguir perdiendo vidas? -
James — 1997 — HEIDELBERGER PLATZ, BERLÍN
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- La eternidad es nuestra:
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