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Freyja
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Alea jacta est
⟐ Original, épocas pasadas, Imperio Romano ⟐
Roma lleva más de cien años siendo un imperio, y eso haría pensar en su solidez, con todo rodeado de un aura de invencibilidad, pero nada más lejos de la realidad.
Aelio Sila, el emperador, ha muerto, las malas lenguas dicen que en extrañas circunstancias, y lo ha hecho sin descendencia propia. El senado está en crisis, tratando de discernir quién ha de su sucesor, pero el hermano del emperador, Lucio, no genera confianza en el senado, pues es demasiado mayor y solo tiene una hija, que a su muerte, generaría la misma crisis sucesoria. Pero ambos tenían una hermana, una que huyó de la familia imperial, para mayor vergüenza y disgusto de Sila, y escapó a Macedonia con un patricio de poca monta. Pero ese patricio le dio un hijo varón, Sejano.
El plan de Lucio es ir a Macedonia a buscar al joven y proponerle una alianza: él le allanará el camino para ser emperador, y Sejano lo tendrá de consejero y sellará la alianza casándose con Lucilla, la hija de Lucio.
El único problema es que, para todo esto, no ha contado con los jóvenes. A Lucilla la ha obligado a divorciarse de su marido (que si bien era otro matrimonio de conveniencia, sin duda le causa un quebranto) y Sejano, a pesar de ser inteligente y ambicioso, es joven y ha crecido alejado de todo el entramado conspiratorio que es Roma. ¿Cómo llegarán a entenderse si nunca se han visto siquiera? Tendrán que hacerlo, no obstante… Roma está en juego.
- Trama inspirada en el sorteo de plots:
Claudio Sejano
✦ 19 años ✦ Simon Woods ✦ Freyja ✦
Aelia Lucilla
✦ 22 años ✦ Kerry Condon ✦ Ivanka ✦
- Post de rol:
- Código:
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Capítulo 1
⸺ Non prima donna ⸺
⸺ Non prima donna ⸺
Lucilla apretó la mandíbula y resopló ante ese último bache. Su padre suspiró y se rascó la frente. — Ah, encima no me podré quejar. — Y se abanicó, porque Macedonia era montañosa sí, pero con un calor pesado e insolente también. — Si no me hubieras hecho vestirme así, al menos no estaría sufriendo. — No vas a conocer a tu prometido vestida como una panadera con un vestido de algodón blanco. — Contestó su padre, que se había puesto su armadura imperial y también iba pasándolo mal. — ¿Por qué no? Es lo que es él, igual me hubiera encontrado hasta más familiar. — Venimos a ofrecerle la realeza, Roma, un mundo mucho más elevado que el suyo, empezando por casarse con LA princesa de Roma. — Lucilla hizo una pedorreta y echó la cabeza para atrás. — ¡Por Júpiter! Qué tontería. No me llames más así. — No, si todo sale bien tendré que llamarte emperatriz. — Ella suspiró exageradamente y entornó los ojos, negando con la cabeza. — Padre, yo no soy una princesa, soy la mujer de otro hombre desde hace siete años, no he tenido hijos, soy su prima y soy mayor que él. — Volvió a negar, y le miró con un poco de condescendencia. — No sé en qué parte creíste que esto iba a funcionar. — Lucio observó por la ventana del carro y se volvió a meter. — Eres una preciosa mujer romana, criada en la familia imperial, llena de estilo e inteligencia, y quién sabe si no has tenido hijos por culpa de tu marido. Ex marido. — Bueno, eso seguro. — Dijo ella. A ver quién iba a conocer mejor su matrimonio que la que estaba en él.
Por un momento, se compadeció de su padre. Él se lo jugaba todo con aquel matrimonio, absolutamente todo, y no paraba de caminar por hielo muy fino. — ¿Crees que toda esta parafernalia le va a gustar a la tía Yocasta? Ella se fue de la familia por una razón. — No fue por la parafernalia. Fue por ese desgraciado Claudio, y ahora está muerto. Además, queremos impresionar a tu futuro esposo, no a la tía Yocasta. — Papá, ahora mismo no impresionamos a nadie. Estamos sudados y con cara de agotados. — Seguimos siendo mucho más nobles que lo que conoce. — Vale, no iba a lograr nada por ahí. Tomó aire y golpeó la pared del carro para que pararan. — Anda, ven. — ¿Qué pasa ahora? — Vamos a atusarnos un poco antes de llegar. Ven, baja, que tienes la armadura hecha un fiasco, y yo voy por lo menos a pasarme una toalla con agua fría, ponerme algo en los labios y las ojeras y recolocarme el velo… — Si es que su padre era su debilidad. Y ella no es que confiara en el plan, pero tampoco iba a dejar que su padre se estrellara estrepitosamente.
Cuando llegaron, Lucilla estuvo a punto de preguntar si no se habrían equivocado de casa, porque aquello era la villa más penosa que había visto en su vida. No había finos estucos en las paredes, el jardín era salvaje, y no había grandes patios abiertos sino tejados y contraventanas por todas partes. ¿Era acaso Germania aquello? Se bajó y trató de recomponerse. La escolta de la casa, cuadrada ante ellos, era la que su propio padre había mandado para anunciar su llegada y que estuviesen preparados. No parecían tener guardia de ningún tipo. Avanzó paralela a su padre por un camino de piedra muy tosco y del que claramente habían intentado despejar las malas hierbas con tan solo echarlas a los lados. Las puertas se abrieron y visualizó a una mujer que le daba semblanza a su abuela y un joven… Muy guapo a decir verdad, mucho más alto, fornido y pulcro de lo que había imaginado, y que a quien le recordaba era a sí misma. Hizo una leve inclinación de cabeza, esperando que alguien dijera algo, y la primera fue la mujer, con una sonrisa. — ¿Lucilla? ¡Por Minerva Victoriosa! Eres toda una mujer… Recuerdo cuando naciste… Tu padre estaba muy ofendido porque no fueras un varón… Ahora veo que no le importa tanto, visto que te trae como un presente a este sitio. — Vale, suponía que eso era el fin de la paz. — Me alegro de conocerte, tía Yocasta. Gracias por recibirnos. — Aunque sea aquí... Se acercó a su primo y saludó con un gesto de la cabeza. — Salve, primo Sejano. Me alegro de conocerte. — Cordial podía ser todavía.
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Capítulo 1
⸺ Non prima donna ⸺
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Llevaba un buen rato preparado, con la mejor túnica que tenía, sintiéndose que portaba un disfraz. Simplemente allí, sentado. Con los codos en las rodillas, los labios apoyados en sus dedos entrelazados y la mirada perdida. Su madre, que no paraba de ir y venir, al verle, se frenó en seco y suspiró. - No me gusta cuando cavilas tanto. - Y volvió a moverse. Sejano no contestó. Minutos más tarde, Yocasta volvió. Mismo gesto de detención inmediata. Mismo suspiro. - Me desesperas. - Quizás si hubiéramos practicado el ejercicio de la cavilación con mayor frecuencia, no nos veríamos ahora en esta situación. - Su madre se cruzó de brazos, cambió el peso de una pierna a la otra y le miró con una ceja arqueada. - ¿Situación? ¿Qué situación? ¿La situación más ventajosa a la que nos hemos enfrentado en los últimos treinta años? - La situación de tener que conformarnos con las migajas de un pan que nos corresponde por derecho. - Clavó la mirada en ella. - Jamás voy a perdonarte este insulto. - Dijo con voz trémula. Yocasta fingió dignidad, pero algo no le había gustado en sus palabras, se notaba en su mirada. Tras segundos de mirarle con lo que ella consideraba desdén, giró sobre sus talones y se fue.
Sejano permaneció otra serie de minutos en la misma postura y silencio. Su madre no volvió a hacer acto de presencia. El ruido de una escolta le hizo sentir que habían llegado sus invitados. Invitados... Traidores, más bien. Y encima tenía que rogarles. Si bien no había mayor traición que aquella a la que su propia madre le había sometido, aquellos no eran mucho mejores. Sentía que le invadía una espantosa sensación de vergüenza y ridículo. Estaba dispuesto a tomarse su venganza a como diera lugar al menor gesto de mofa que detectara en esa gente. No iba a desposar a una prima suya si esta ponía en su casa el pie desde la altanería y la premisa de estar haciéndole un favor. Eso, simplemente, no iba a pasar.
- Vamos. - Fue lo único que dijo su madre, perfectamente preparada, arreándole para que se levantara y saliera con ella a recibirles. Lo hizo, pero sin carreras absurdas como ella, sino pausadamente. Su madre, en una demostración de que había perdido toda la clase y conciencia de estatus en el exilio, fue la primera no solo en hablar, sino en alabar y recibir como familia a gente que claramente les había condenado al ostracismo y recurrían a ellos por puro interés... durante las dos primeras palabras, al menos. El tiro venenoso había quedado claro, y si su madre había conservado a duras penas un ápice de dignidad con semejante recibimiento, con ese comentario lo acababa de perder. Él, por su parte, se mantuvo impertérrito, pero cruzó la mirada con la que supuestamente sería su esposa. Ni siquiera era tan joven. Esperaba que al menos fuera lo suficientemente manipulable como para no ser un estorbo.
La joven se acercó a él. Dibujó una sonrisa ladeada y muy sutil. - Salve, prima Lucilla. Ansiaba poder conocer a la otra parte de mi familia. - Hizo un respetuoso gesto con la cabeza. - El honor es nuestro de poder recibiros. - Su madre pareció activarse. - Os ruego paséis al interior de nuestro hogar. Si vuestra escolta os lo permite, por supuesto. - Muy lentamente entornó los ojos hacia ella, como si los arrastrara, y con la misma lentitud los devolvió a su sitio y los clavó en los de su interlocutora, a quien volvió a esbozarle una sonrisa casi imperceptible. Necesitaba saber en qué actitud venía la que por el momento era su prometida. Marcaría mucho el ritmo de las cosas.
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Capítulo 1
⸺ Non prima donna ⸺
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Bueno, las cosas estaban increíblemente tensas, de eso no quedaba duda. Y su padre, por supuesto, estaba de uñas. — Es la mínima escolta que necesita la familia imperial. — Creía que ahora mismo está la sede vacante. — Lanzó su tía. — Yo soy el regente. — ¿Por cuánto tiempo si estás en Macedonia, algo así como el vertedero de Roma, a donde no tuviste problemas en que nos mandaran a mi marido y a mí? — Lucilla levantó brevemente una mano y puso una leve sonrisa. — ¿Por qué no pasamos dentro, como ha sugerido el primo Sejano? Creo que estamos agotados del viaje y obviamente este es un reencuentro distinto al del resto de las familias, mejor de puertas para dentro. — Los mayores asintieron a regañadientes y pasaron dentro de la villa.
Lucilla no podía decir que hubiera visto muchas casas así. O sea, sabía que existían, claro, y mucho peores, pero no le había tocado asentarse en ninguna. Y tenía entendido que su padre pretendía que se alojaran allí durante su tiempo en Macedonia (aunque, visto lo visto, igual ni la noche pasaban allí), así que más le valía no parecer estirada y sentarse en el triclinium y aceptar lo que se les ofreciera. De hecho, allí mismo aparecieron los esclavos (bueno, solo tres) para que les pidieran de comer y beber. — Aquí no se puede pedir vino, claramente. — Empezó su padre. — Si serás cateto… ¿No sabes que el vino que bebes en Roma viene en parte de Grecia o qué? — Le espetó Yocasta. — Cateta tú, que no sabes que en Roma no se bebe más que vino de la Romaña e Hispania desde hace más de quince años. — Lucilla inspiró y puso una mano sobre la de su padre. — Yo sí querría probar ese vino local. Y de comer… Lo que puedas ofrecernos, estoy muerta de hambre del viaje. — De ninguna manera, estaba asada y agotada, y sospechaba fuertemente de ese vino, pero si no hacía ella por poner paz, no lo iba a hacer nadie. Su tía hizo un gesto a las esclavas, lo que le recordó a sus dos doncellas. — Tía Yocasta, ¿podría alguien enseñarle mis aposentos a mis esclavas? Para que desempaqueten mis cosas y traten de ponerlas en el mejor estado posible. — La mujer rio y llamó al esclavo hombre, dándole instrucciones. — No te vayas a esperar un palacio. — No, en absoluto, pensó, pero simplemente soltó una risita ligera. Su tía volvió a reír y cogió una copa del vino. — Eres lista, Lucilla, eres todo lo que los Aelios podían querer. No como yo. — Pegó un largo trago. — Pero mira por dónde, has venido tú a mí, aunque sea arrastrada por tu padre. — Eres una borracha y una maleducada. Trata con respeto a mi hija que ha cumplido su deber como mujer romana. — ¿Ah, sí? Pues el varón que necesitas lo parí yo, no ella. — Ahí Lucilla se puso de pie como movida por la mano de los dioses y le hizo un gesto a su padre. — Primo Sejano, creo que aquí hay cosas que nuestros padres tienen que solucionar y desahogar antes de que tú y yo podamos tratar con ellos. ¿Serías tan amable de enseñarme tus jardines? Me encantan los jardines. —
Ciertamente, no era como los jardines romanos, pero tenía su tosco encanto. Caminaron en silencio unos minutos y se sentó en un banquito de piedra, que había visto días mejores, sin duda. Se abanicó un poco y suspiró. — Hemos empezado con un pie terrible. Bueno, no esperaba menos. Mi padre es terco como una mula y está de uñas desde la muerte del tío Sila. — Señaló el hueco a su lado en el banco. — ¿Por qué no empezamos paralelamente tú y yo? Que al menos sepa a quién tengo delante. Y sin las tensiones de los padres de por medio. — Justo entonces vino un esclavo con una bandeja. En ella traía un pan con algo que parecía pasta de aceitunas y pequeños pescaditos encima. — Oh, ¿es nuestra comida? — Miró a su primo. — Nunca he comido algo así, enséñame mientras me cuentas de ti. Así me llevaré algo de Macedonia si nuestros padres llegan a las manos y tenemos que irnos antes de que se maten. —
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Imperceptiblemente hasta casi para él, soltó lentamente aire por la nariz. Menudo espectáculo de riña de gatos el que estaba teniendo el dudoso honor de presenciar, estaba hastiado y apenas habían pasado aún del umbral de la puerta. Su prima fue la que puso paz, una paz artificial y claramente conveniente. Él se limitó a mantenerse impertérrito en lo que pasaban al interior de la casa.
La mandíbula se le empezó a tensar muy paulatinamente, y sus ojos se desplazaron hacia su tío como lanzas de fuego orientándose hacia su objetivo. Si seguía en esa despótica actitud, pediría vino solo para escupírselo a la cara. Ni habían empezado y ya le tenía harto, entre otras cosas porque él consideraba que ese derecho ya lo tenía, no había necesidad de pasar por esa pantomima. Aceptaba, le invitaba a su casa y tenía que aguantar desprecios. Que diera gracias a los dioses por estar ante un hombre de su clase, que no se molesta en perder energías en manchar sus manos de sangre. Si no, haría ya un largo rato que habría dejado de decir sandeces.
Aunque empezaba a reconsiderarlo seriamente. Le dolían los dientes de apretarlos cuando, de repente, su prima se puso de pie. Veo que se acabó la reunión, pensó, tan airado y rabioso como aliviado y satisfecho. Pero se había adelantado en su pensamiento a los acontecimientos, porque Lucilla no pensaba marcharse, sino que le invitaba (a él, en su propia casa, porque el descaro de esas personas traspasaba las fronteras de Roma con menos remilgos que sus propietarios) a alejarse y dejar solos a los hermanos. Bien, con un poco de suerte se han matado entre ellos cuando hayamos vuelto.
- Por supuesto. - Respondió en tono aséptico, sin desprecio pero sin entusiasmo, y se levantó para conducir a la mujer hacia los jardines. No esperaba tener nada con que conversar, pero agradeció el silencio: las mujeres, sobre todo las hijas de hombres con las ínfulas de ese, solían ser parlanchinas, superfluas y cabezas huecas, así que sin duda prefería estar ambos callados. Pasado un rato se sentó y, una vez más, le hizo una invitación en su propia casa. La dejó terminar, se sentó a su lado. Hizo un gesto leve. - Solo debes cogerlo, llevarlo a la boca y darle un bocado. Mezcla el sabor del mar y la tierra, y se come frío. A veces se acompaña de fruta. - Su tono volvía a ser neutro y poco entusiasta, aunque sin llegar a la antipatía o la desgana. La miró entonces. - Empecemos pues. - Apretó la mandíbula de nuevo, pero la destensó rápidamente. - En primer lugar: detestáis la idea de este matrimonio tanto como yo. Vuestro padre os ha envenenado contra mi madre y contra mí tanto como ha sido en el caso opuesto, pero no soy un gato callejero, por lo que me niego a dar con vos un espectáculo siquiera semejante a ese. - Señaló con un seco y despreciativo gesto de la cabeza al lugar en el que había dejado a los otros dos. - Así que sería esa una buena parte de la que partir: que me digáis qué os mueve a fingir que esto os agrada y os interesa, porque ambos sabemos que no. - Hizo una caída de ojos y los subió de nuevo. - Y en segundo lugar: esta es mi casa. Yo la gobierno. Y tanto si este enlace se lleva a cabo o no, haréis bien en saber que no me gusta que desconocidos, intrusos o incluso potenciales enemigos paseen y decidan por ella como si fuera suya. Ni yo tengo ápice alguno de humildad ni vos tampoco, ese sería otro buen comienzo, no pretender parecerlo. Y dado que estamos en mi territorio, no hiráis mi orgullo nada más empezar. -
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