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Ivanka
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Belladona
ORIGINAL — ÉPOCAS PASADAS — SIGLO XIX
1857. Las clases existen para algo y nos hacen diferentes, aunque muchos se empeñen en luchar contra ellas: el pobre por subir, y el rico para bajar. ¿Qué rico querría abandonar su clase? Quizás no voluntariamente, pero sí con sus actos, que le destierran a la vida entre las cloacas. ¿Realmente tiene el pobre tantas aspiraciones? Se tiende a confundir aspiración con deseos de una vida digna con mucha frecuencia. Cuando esto ocurre, pobre y rico se cruzan en el camino yendo en direcciones opuestas. La mayoría de las veces, pasan de largo uno del otro. Otras, se quedan en el encuentro.
La familia Youcernal tiene un estatus en Toulouse que el menor de los hijos parece empeñado en echar a perder. Antoine se debate entre renegar de una clase social que lo tiene todo hecho y que mira para otro lado en un mundo podrido, y querer aprovechar el impulso que su posición le da para llegar donde su talento, por sí solo, no se lo permite.
Y sin embargo, otros no tienen tanta suerte. Desirée La Croisette no nació llamándose así, pero no podía quedarse con el nombre de pobre que le pusieron las prostitutas compañeras de su madre, que la criaron cuando esta murió dándole a luz. Nadie en aquel lugar confiaba en que pudiera ganarse la vida de otra manera que no fuera aprovechando sus dones naturales de mujer atractiva, pero Desirée tenía otro deseo: escribir. Ser novelista y contar historias más hermosas que la vida que había vivido. No obstante, eso no pasa de la noche a la mañana, y tenía que empezar por algún sitio y ese sitio era la imprenta, suficientemente cerca de los escritores para su gusto. Y como una chica tampoco puede permitirse vivir sola y menos con un sueldo como ese, tuvo que acabar recurriendo tres noches en semana a lo que sus criadoras predijeron.
Pero esta situación es la que va a llevar a un encuentro entre estas dos almas que, de distintas formas, están perdidas. Desde hace meses, el cada vez más desarrapado y desesperanzado poeta de alta cuna insiste a diario en la imprenta por ver publicadas sus obras, instigando a los trabajadores como si de ellos dependiera dicha cuestión. Pero ahora va a conocer a una trabajadora de la imprenta con especial interés en hacer amistad con un escritor, y quién sabe si eso cambiará las cosas.
La familia Youcernal tiene un estatus en Toulouse que el menor de los hijos parece empeñado en echar a perder. Antoine se debate entre renegar de una clase social que lo tiene todo hecho y que mira para otro lado en un mundo podrido, y querer aprovechar el impulso que su posición le da para llegar donde su talento, por sí solo, no se lo permite.
Y sin embargo, otros no tienen tanta suerte. Desirée La Croisette no nació llamándose así, pero no podía quedarse con el nombre de pobre que le pusieron las prostitutas compañeras de su madre, que la criaron cuando esta murió dándole a luz. Nadie en aquel lugar confiaba en que pudiera ganarse la vida de otra manera que no fuera aprovechando sus dones naturales de mujer atractiva, pero Desirée tenía otro deseo: escribir. Ser novelista y contar historias más hermosas que la vida que había vivido. No obstante, eso no pasa de la noche a la mañana, y tenía que empezar por algún sitio y ese sitio era la imprenta, suficientemente cerca de los escritores para su gusto. Y como una chica tampoco puede permitirse vivir sola y menos con un sueldo como ese, tuvo que acabar recurriendo tres noches en semana a lo que sus criadoras predijeron.
Pero esta situación es la que va a llevar a un encuentro entre estas dos almas que, de distintas formas, están perdidas. Desde hace meses, el cada vez más desarrapado y desesperanzado poeta de alta cuna insiste a diario en la imprenta por ver publicadas sus obras, instigando a los trabajadores como si de ellos dependiera dicha cuestión. Pero ahora va a conocer a una trabajadora de la imprenta con especial interés en hacer amistad con un escritor, y quién sabe si eso cambiará las cosas.
Índice de capítulos
Capítulo 1:
Desirée La Croisette
Jessica Brown-Findlay — Ivanka
Antoine Youcernal
Louis Garrel — Freyja
- post de rol:
- Código:
<div id="lvamt1" style="margin:10px auto;"><div class="lvamttitu1" style="font-size:55px;">1. TITULO DEL CAPITULO</div><div class="lvamtdat1">DATO — DATO — DATO</div><div class="lvamtfondo1" style="background:url(https://i.imgur.com/ldHbxOk.png);background-size:cover;background-position:center;"><div class="lvamtfront1"><div class="lvamtimg3" style="background:url(IMAGEN 300X150);background-size:cover;background-position:center;"><div class="lvamtfilter2"></div></div><div class="lvamttxt2">TU POST VA ACÁ</div></div></div></div><div id="rivcre5"><a href="https://www.treeofliferpg.com/u1258">— riven</a></div>
<style>#lvamt1{--lvamt1: #596175;--lvamt2: #3c3e47;--lvamt3: #444;--lvamt4: rgba(23,23,23,0.25);--lvamt5:#bbb;}</style><link href="https://fonts.googleapis.com/css2?family=Ballet&family=Montserrat&display=swap" rel="stylesheet"><link href="https://dl.dropbox.com/s/rnlue4a3mzkeq64/LVAMT1.css" rel="stylesheet">
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
- Golden Shields:
Alice Gallia
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Ante todo, amigos
Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
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Freyja
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1. Les paradis artificiels
Antoine — Imprenta — Con Desirée
- Mire. - Insistió, dejado de caer en el mostrador, aunando paciencia. - Solo son unos versos. Solo pido unas copias. - "Solo". - Ironizó el muchacho, y volvió a extender la mano. - Pague. Y yo le hago las copias que desee. - ¿Es que este mundo podrido solo entiende de dinero? - Escupió con desprecio, separándose poco a poco del mostrador para hacer algo así como erguirse con dignidad. Pero no quedó ni tan erguido, ni tan digno. - ¿Acaso el arte debe pasar por previo pago para alcanzar los ojos del mundo? - Sí. - Respondió el otro, sin moverse de su sitio, pero empezaba a cansarse de la infinita conversación de Antoine. - Señor Youcernal, ya hemos hablado de esto varias veces. - En lo que se iniciaba el regaño, miró a los lados con recelo. Había otros trabajadores yendo y viniendo por allí. Qué humillante verse así.
- Como le digo. - Continuó el muchacho. - En primer lugar, esta orden no es mía, sino del patrón. Yo no mando, solo cumplo órdenes. - ¿Eres consciente de lo heroico que sería para ti dar la espalda al patrón y ayudar al artista, cuando este se consagre, y sean ellos quienes lloran, y nosotros quienes cantamos? - En segundo lugar. - Ni caso, es que le ignoraba como se ignoraban las heces de caballo que cada vez más poblaban las calles. - Como bien dice el patrón, y estoy de acuerdo con él, si hiciéramos nuestro trabajo gratis a todo el que nos lo pide por favor, en tres días habríamos de cerrar. ¿Cómo se cree que costeamos esto? Y en tercero. - Continuó rápidamente, para no dar pie a otra perorata como respuesta por parte del poeta. - ¿Cree que no se conoce su apellido por estos lugares, por lúgubres que sean? Sois un Youcernal. Podríais comprar la imprenta entera si quisierais. - El dinero de mi familia no me define. - Terminó de erguirse por fin. - Soy un poeta. SOY UN HOMBRE DE ARTE, MALDITA SEA. - Al decirlo había dado un puñetazo en el mostrador, que puso al otro en guardia y con mala cara inmediata. - ¡Oiga, oiga! Relájese, señor. Ya le he dicho que no pienso llevar a imprenta ningún poema ni suyo ni del mismísimo Dios si no paga antes. No me obligue a echarlo a patadas. - Antoine clavó una mirada de desprecio en él, con el labio alzado en señal de asqueo, y empezó a alejarse dando pasos hacia atrás. - Las mismas ratas de distinta cloaca. Despreciais el arte. Sois la condena del ser humano. -
- Como le digo. - Continuó el muchacho. - En primer lugar, esta orden no es mía, sino del patrón. Yo no mando, solo cumplo órdenes. - ¿Eres consciente de lo heroico que sería para ti dar la espalda al patrón y ayudar al artista, cuando este se consagre, y sean ellos quienes lloran, y nosotros quienes cantamos? - En segundo lugar. - Ni caso, es que le ignoraba como se ignoraban las heces de caballo que cada vez más poblaban las calles. - Como bien dice el patrón, y estoy de acuerdo con él, si hiciéramos nuestro trabajo gratis a todo el que nos lo pide por favor, en tres días habríamos de cerrar. ¿Cómo se cree que costeamos esto? Y en tercero. - Continuó rápidamente, para no dar pie a otra perorata como respuesta por parte del poeta. - ¿Cree que no se conoce su apellido por estos lugares, por lúgubres que sean? Sois un Youcernal. Podríais comprar la imprenta entera si quisierais. - El dinero de mi familia no me define. - Terminó de erguirse por fin. - Soy un poeta. SOY UN HOMBRE DE ARTE, MALDITA SEA. - Al decirlo había dado un puñetazo en el mostrador, que puso al otro en guardia y con mala cara inmediata. - ¡Oiga, oiga! Relájese, señor. Ya le he dicho que no pienso llevar a imprenta ningún poema ni suyo ni del mismísimo Dios si no paga antes. No me obligue a echarlo a patadas. - Antoine clavó una mirada de desprecio en él, con el labio alzado en señal de asqueo, y empezó a alejarse dando pasos hacia atrás. - Las mismas ratas de distinta cloaca. Despreciais el arte. Sois la condena del ser humano. -
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- La eternidad es nuestra:
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Ivanka
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1. Les paradis artificiels
Antoine — Imprenta — Con Desirée
Le pesaban los párpados como la vida misma y le dolía el cuerpo entero. Supuestamente, ayer solo iba a bailar y servir copas. Acababa con los pies destrozados, pero ahí se ahorraba una lo que le había pasado anoche: el cliente no se iba, no, quería dormir abrazaditos. Pues nada, ahí se tuvo que quedar. Y ahora otro cliente, pero este de la imprenta, y mira que ahí los jaleos no solían ser ni la mitad de fuertes que en el club. — ¿Qué pasa ahí fuera? — Preguntó a Leo, el chico que estaba limpiando las planchas con ella. — Es el señorito Youcernal. — Desirée frunció el ceño. — Se nota que no eres de aquí, Desi, en Toulouse todo el mundo conoce a los Youcernal, son asquerosamente ricos, y quien más y quien menos, ha trabajado para ellos. — Ella se encogió de hombros, pensando “me habré acostado con alguno, pero lo que me faltaba era aprenderme los nombres”. — Pues monsieur no quiere continuar con la tradición por lo que oigo. ¿Por qué se altera tanto? — Leo se encogió de hombros. — Es otro poeta que quiere que le publiquen sus poemas o guarros o lacrimógenos. — Desirée rio brevemente y pensó eso resume más o menos el ambiente de un burdel. — ¿Y no es un escritor famoso o qué? ¿Por qué viene aquí a gritarse con monsieur? — Leo suspiró y movieron la plancha limpia a la otra mesa y cogieron la sucia. — Ay, Desi, ¿y yo que sé? Es que me dan igual los señoritos, será otro sifilítico amargado más. — Realmente, la vida es un burdel, se recordó una vez más a sí misma. Pero estaba ya dándole vueltas a una idea.
— Leo, ¿si te pido que me cubras diez o quince, o igual incluso treinta minutos, me cubrirías? — Joder, Desi… — ¿Eso es un sí? — El chico suspiró más fuerte y negó con la cabeza, pero ya le iba conociendo lo suficiente como para saber que sí, que la cubría. Porque si a algo habían enseñado a Desirée era a convencer de lo que quisiera a los hombres, y un escritor con familia rica, era una ventana que no se quería cerrar a sí misma. Salió corriendo por la puerta de atrás y, cuando iba a dar la vuelta al edificio para llegar a la puerta frontal, empezó a correr más ostentosamente. — ¡Monsieur! ¡Monsieur, espere! — Le había oído lo último que había dicho y en fin, rata él por no querer pagar su propia publicación, pero insistía, en peores se había visto. — Monsieur… ¿Es usted el poeta que ha venido otras veces? He oído a monsieur Quelus hablar de usted… — Dijo con la voz dulcificada. — Es… Yo trabajo ahí dentro, ¿sabe? Y conozco de algo a Quelus y… No tiene ni idea de arte, esa es la verdad. Yo tampoco mucho, pero sí de sentimientos… ¿Podría… enseñarme sus poemas? Sí yo puedo hacer algo por el arte, monsieur… Lo haré. — Hizo como que se sonrojaba y se tapó la cara. — A no ser que sus poemas sean… Bueno, usted sabe, de otras materias. Entonces no quiero leerlos y me vuelvo para dentro ahora mismo. —
— Leo, ¿si te pido que me cubras diez o quince, o igual incluso treinta minutos, me cubrirías? — Joder, Desi… — ¿Eso es un sí? — El chico suspiró más fuerte y negó con la cabeza, pero ya le iba conociendo lo suficiente como para saber que sí, que la cubría. Porque si a algo habían enseñado a Desirée era a convencer de lo que quisiera a los hombres, y un escritor con familia rica, era una ventana que no se quería cerrar a sí misma. Salió corriendo por la puerta de atrás y, cuando iba a dar la vuelta al edificio para llegar a la puerta frontal, empezó a correr más ostentosamente. — ¡Monsieur! ¡Monsieur, espere! — Le había oído lo último que había dicho y en fin, rata él por no querer pagar su propia publicación, pero insistía, en peores se había visto. — Monsieur… ¿Es usted el poeta que ha venido otras veces? He oído a monsieur Quelus hablar de usted… — Dijo con la voz dulcificada. — Es… Yo trabajo ahí dentro, ¿sabe? Y conozco de algo a Quelus y… No tiene ni idea de arte, esa es la verdad. Yo tampoco mucho, pero sí de sentimientos… ¿Podría… enseñarme sus poemas? Sí yo puedo hacer algo por el arte, monsieur… Lo haré. — Hizo como que se sonrojaba y se tapó la cara. — A no ser que sus poemas sean… Bueno, usted sabe, de otras materias. Entonces no quiero leerlos y me vuelvo para dentro ahora mismo. —
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
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Alice Gallia
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Ante todo, amigos
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- 16 de enero de 2002:
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