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Esa misma mañana había firmado el contrato, con el dinero de la beca tenía de sobra para pagarse aquel apartamento en Brooklyn, siempre que fuese compartido, claro. El casero no le había podido decir demasiado de cómo serían sus nuevos compañeros o más bien no había querido, Adrien estaba un poco preocupado por ese detalle, esperaba que fuesen personas tranquilas y que no lo molestasen demasiado, él necesitaba toda la paz posible para poder dejar volar su imaginación y que sus emociones se transformasen en notas musicales.

No había viajado con mucho equipaje desde Francia, solo lo imprescindible, entre lo que se encontraba, por supuesto, su propia extensión de ser, la memoria no le alcanzaba lo suficiente como para acordarse de sí mismo sin ese violín.

Al entrar se dio cuenta enseguida de que había sido el primero en llegar, todo olía a cerrado y estaba sumido en oscuridad, por lo que se dedicó a abrir las persianas y las ventanas para poder ventilar un poco. El sitio parecía amplio y agradable, luminoso y en buen estado, desde luego había elegido bien, se había lanzado de cabeza en cuanto vio el anuncio, ni siquiera se había molestado en ver el piso antes porque su precio le había parecido una absoluta ganga y él necesitaba urgentemente un sitio dónde vivir.

Dejó todas sus pertenencias en la habitación más grande, por supuesto, había sido el primero en llegar, por lo que se creía con el suficiente derecho a elegir, seguramente sus compañeros no se atreviesen a decirle nada una vez que ya se hubiese instalado, por lo que se apresuró en ir desempaquetando sus cosas. Además, él necesitaba más espacio e intimidad para poder desarrollar su arte, intentaría estar casi todo el tiempo en su habitación para concentrarse y no tener que escuchar lo que hiciesen los demás y eso no podría hacerlo en la habitación pequeña, antes de que acabase el primer día se habría subido por las paredes.

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Mudarse nunca era cosa fácil. Ahora, hacerlo con otros tres desconocidos anunciaba caos que la suerte hace mucho le había abandonado. Subía sus maletas sin mucho esfuerzo que desde que se emancipó de todo lo que conllevaba su apellido, no contaba con mucho y así lo prefería. Se tuvo que poner el sombrero al no querer que se destrozara en la maleta, ignorando miradas de todo tipo al preguntarse que hacía un vaquero evadiendo el tráfico de Brooklyn.

Al entrar con una de las llaves proporcionadas por el casero, arrugó la nariz en cuanto se adentró al lugar. Era mono, pero el olor... joder, y el polvo fue lo que le terminó haciendo estornudar y anunciar su llegada. La limpieza exhaustiva sería hoy lo quisiera o no.

—¿Hola? —preguntó, notando ruido en una de las habitaciones. Las entreabría, fijándose en estas hasta que encontró a un chico acomodando sus pertenencias en la que hasta ahora, parecía la habitación principal. —Una pregunta, ¿qué haces en mi habitación?  —Cuestionó, removiendo el sombrero de su cabeza y cruzándose de brazos en el marco de la puerta. ¿Eso era un violín que veía a lo lejos? Mierda. Le observó detenidamente, ofreciendo una de sus mejores sonrisas que el encanto sureño siempre ganaba. —Ben Mulligan, al parecer soy uno de tus compañeros. —La distancia la fue acortando hasta quedar frente a suyo y ofrecerle su mano— Un placer.

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¿Por qué tenía que tener TANTA ropa? Debió haberse aprovechado de sus padres una última vez y haber solicitado chófer, porque por si no había tenido suficiente con el viajecito en metro, ahora le tocaba hacer de mula de carga. ¿Qué puto piso hoy en día no tenía ascensor? Subir por las escaleras le estaba destrozando la espalda y los brazos, porque llevaba no una, sino dos maletas: un troller y una bolsa enorme. Empezamos bien.

Al menos esperaba ser el primero en llegar, aunque fuera la primera vez en su vida que pasaba algo así. Pero no. Al girar la cerradura de la llave ya intuyó que mínimo uno de sus compañeros había entrado antes que él, porque no estaba la cerradura echada. Efectivamente, nada más cerrar la puerta oyó algunas voces que venían del fondo de la casa. Soltó sus bolsas en la puerta y se dirigió con una sonrisa de superioridad hacia donde venían los ruidos, dispuesto a saludar a sus nuevos compañeros.

Buen-¡Eh, wow! Hola, vaquero. Soltó con una sonrisa cuando vio al tío del gorro. ¿De qué iba? En fin. ¿Qué hacéis en el dormitorio? ¿Es que ya os estáis conociendo? ¿Interrumpo algo? Bromeó. Soltó una risa desenfadada y se acercó al chico moreno, el que no iba disfrazado, y le estrechó la mano. Patrick. Un placer. Se giró entonces al rubio e hizo lo mismo, pero entonces se fijó un poco más. Mientras le estrechaba la mano, entrecerró un poco los ojos y le preguntó. Perdona... ¿nos conocemos?

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Gabs odiaba llegar tarde. Sin embargo, aquella mañana sus compañeros de partido habían tenido un percance con la impresión de unos carteles, y el joven había tenido que acudir en su ayuda. Al final, no pudo estar a las nueve con el casero, tal y como había prometido, y eso devino en una serie de catastróficas desdichas a la hora de recoger las llaves y luego sacar las maletas de los casilleros públicos en donde las había metido. Joder, ¿se podía empezar con peor pie?

Estuvo todo el camino en metro de mal humor pero, cuando llegó al edificio en cuestión, miró hacia arriba y sonrió. Saber que estaba en su nuevo hogar le hizo sentir muchísimo mejor y, de pronto, ya no estaba tan malhumorado. Una nueva vida le esperaba, ¿no?

Deseoso de conocer a sus compañeros, cogió una maleta con la mano derecha y su bolsa con la izquierda. Suponía que él sería el último en llegar, a no ser que alguno de sus nuevos inquilinos fuera un puto desastre. Y, en efecto, cuando fue a girar la llave se dio cuenta de que la cerradura no estaba echada.

Al entrar en el apartamento y verlo tan especioso, suspiró aliviado y dejó las maletas junto a la puerta. Las voces al final del pasillo llamaron su atención y, finalmente, decidió que lo más sensato sería acercarse.

— Buenos días —. Saludó educadamente —. ¿Dan algo en esta habitación? ¿Patatas fritas? ¿Chupitos? —. Bromeó —. Soy Gabriel, podéis llamarme Gabs. Siento llegar tarde, os prometo que ha sido un asunto de fuerza mayor. No soy un descerebrado, lo juro —. Una risa finalmente coronó sus palabras. Sí, mejor tomárselo con un poco de humor —. No habréis empezado el sorteo de las habitaciones sin mí, ¿no?

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Estaba empezando a meter sus cosas en la cómoda cuando el ruido de la puerta le avisó de que ya había llegado, al menos, uno de sus compañeros. Cogió aire, mentiría si dijese que no estaba inquieto por conocer a sus compañeros, era un chico muy maniático y si las cosas no salían como a él le gustaba, bueno, digamos que se volvía completamente histérico y era poco decir.

Enarcó una ceja al escucharlo, empezamos bien, pensó —¿acaso había un cartel con tu nombre aquí? porque he debido pisarlo— se encogió de hombros y se obligó a sí mismo a estrecharle la mano a modo de saludo, no quería sacar su carácter tan pronto, mejor si era educado, así reinaría la paz en aquella casa. Estaba a punto de anunciar su nombre cuando llegó el segundo compañero, desde luego parecía un poco más normal, porque del sombrero de vaquero del otro, mejor ni hablaba, pero este tuvo que estropearlo todo abriendo la boca —¿perdona?— Adrien nunca había tenido ningún problema con su homosexualidad, pero no le gustaba que se metiesen en su intimidad y aquella pregunta era demasiado inapropiada —Adrien Delacroix— dijo presentándose a ambos, justo cuando entró el tercer miembro, así que por lo visto, ya estaban todos.

—¿Sorteo?— preguntó estupefacto, aquello tendría que haber sido una broma, desde luego —vale, bien, todos presentados, ahora si no os importa— dijo empujándolos un poco, sin demasiada fuerza, solo para guiarlos hasta la salida —mejor si seguimos esta conversación en la sala común y no en mi habitación— dijo recalcando bastante el posesivo, solo para dejarlo claro.

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Tenía garras el niño salido de pintura victoriana. Alzó una ceja, sin perder la sonrisa de cortesía y apretando más duro la mano contraria, lo suficiente que no lo quería romper. Aún. Iba a contestarle que el cartel se lo podía meter por el culo cuando otra voz se hizo presente y agradeció su intervención.

Por unos minutos.

Se volvió a colocar el sombrero, haciendo un ademán con este como cualquier texano que se respeta y en una risa negó rotundamente. —Vienes justo a tiempo, al parecer nuestro compañero ya decidió por nosotros y se va a quedar con la principal.  No sé que pienses tú, Patrick, pero yo no lo veo muy justo que digamos.

Lo pasivo agresivo se notaba a leguas y no fue hasta la pregunta, que miró mejor al castaño. Por alguna razón se sentía igual. ¿Lo habrá visto en algún sitio anteriormente? — Debes confundirme con otro rubio, somos todos iguales . —Bromeó, quitándole hierro al asunto.

El integrante faltante hizo su aparición y que bien le caería aunque fuera comida chatarra. Que se dedicara a la cocina no significaba que dejaría sus gustos culposos. —Ojalá, sólo estamos hablando de... —El empuje lo hizo fruncir el ceño, posando los pies sobre el suelo sin dejarle moverle. —Tienes agallas Delacroix pero veo que no mucho sentido común. —Removiendo su mano de él, que nadie le tocaba sin su permiso y menos así.

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No podía quitarle los ojos de encima al del sombrerito. Es que estaba jodidamente seguro de que lo conocía, Patrick no olvidaba una cara fácilmente. Y desde luego si en la anterior vez que coincidieron llevaba el mismo gorro, como para no acordarse. No te creas. Le dijo burlón, guiñándole un ojo, al comentario de que "todos los rubios eran iguale". Que va, ni de coña. Pero no iba a sacar la artillería pesada todavía, que ni siquiera sabía de qué pie cojeaba ese.

El cuarto jinete del apocalipsis no tardó en llegar. No te disculpes, hombre, si acabamos de llegar. Bueno, al menos yo. Aquí el chico francés ya ha deshecho media maleta al parecer. Añadió, mirando al moreno de reojo. Porque eres francés, ¿no? Por el nombre, digo. Volvió a ladear una sonrisa y miró al nuevo. Es igual. Yo soy Patrick, un placer. Le estrechó la mano. Ea, presentaciones hechas.

Tenía buen olfato para los problemas y allí iba a empezar a cocerse uno. El nuevo con mucha diplomacia había sugerido sortear las habitaciones, lo cual a Patrick le venía bien teniendo en cuenta que el franchute se había apoderado de la primera, pero no le gustaba por el simple hecho de que él no estaba acostumbrado a las habitaciones pequeñas y no iba a empezar a acostumbrarse ahora. Daba igual lo que él pensase o si la idea del sorteo era buena o no, porque el niño moreno ya les había echado de allí alegando que la habitación era suya. Wo wo wo. Levantó ambas palmas de las manos, con el ceño fruncido y la sonrisa burlona. ¿Cómo que "mi habitación"? A mí también me gusta. Y la cama de matrimonio me va a venir bien. Enseñó la dentadura perfecta con una sonrisa chulesca mientras hacía un gesto con la cabeza. Es que me extiendo mucho cuando duermo. No era por eso. Él lo sabía. Todos lo sabían.

Dio una palmada como si el asunto estuviera más que zanjado y, acto seguido, señaló al que no era ni el niño impertinente ni el tío del gorro. Yo estoy con... Gabs, has dicho, ¿no? Echémoslo a suerte.

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Gabs percibió al vuelo la tensión que se había generado en un momento. No entendía muy bien por qué, aunque suponía que el niño con cara de enfermo era la principal causa de todo ello. Aun así, aplicó todos sus conocimiento sobre gestión de crisis y decidió seguir actuando como si no pasara nada. Todo el mundo sabía que, ante una situación de aquellas características, lo mejor era mantenerse firme y no ceder terreno.

— Un placer, chicos —. Dijo, estrechando la mano al único que se había dignado a prestarle atención. De hecho, el rubio ni siquiera le había dicho su nombre. Parecía estar demasiado centrado en joder al tal Delacroix. Bien empezaba todo aquello, sí.

Cuando el moreno intentó echarle de allí, Gabs le dedicó una mirada totalmente atónita. ¿De verdad era tan idiota? Por suerte, no tuvo que hacer nada al respecto, porque sus otros dos nuevos amiguitos ya le estaban echando tremenda reprimenda. Vale, genial. Primer encuentro y ya se odiaban unos a los otros. Su fantasía de montar una hermandad de caballeros como en la universidad desapareciendo por el mismísimo retrete.

— Vale, vale, vale —. Repitió, mientras se ponía justo en el centro de los tres. Como llegasen a las manos, ya estarían perdidos del todo. Cerrando los ojos un segundo, trató de calmarse y volvió a hablar. Su tono extrañamente apaciguador, dadas las circunstancias —. Está claro que todos queremos la habitación principal —. Razonó, y levantó su dedo índice en dirección al francés para que no se atreviera a interrumpirle —. Por eso, creo que la manera más justa de decidir quién se la queda es con un sorteo. Pura suerte, nada de favoritismos ni de peleas.

Tras chasquear la lengua, sacó su teléfono del bolsillo y abrió una aplicación cualquiera de Internet, a la que le pidió que escogiera un número del uno al cuatro. Sin embargo, aún no le dio al botón para hallar la solución —. Yo me pido el dos, ahora decid vosotros un número.

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Adrien sintió la histeria en las yemas de sus dedos, que le pedían de forma ansiosa rodear un pitillo, sus pulmones necesitaban nicotina con urgencia y acababa de conocerlos hacía qué, ¿siete minutos? esto no iba a acabar bien.

Cogió aire y lo soltó poco a poco, despacio, él tenía que quedarse con la habitación más grande sí o sí, si le tocaba la pequeña probablemente decidiese acampar en el salón, cosa que iba a ser peor para ellos que para él —el que llega primero se la queda— repitió una vez más, ¿es que acaso no sabían esa regla no escrita? porque era tan antigua como la de que el que fue a Sevilla perdió su silla y él no tenía pensado perder ninguna de las dos cosas.

El problema es que contra uno habría tenido algo que hacer, por no soportar su carácter seguramente le hubiesen acabado dando la habitación y lo que hiciese falta, pero si los tres estaban de acuerdo en sortear las malditas habitaciones, estaba en clara minoría.

—Soy francés— respondió los ojos en blanco, porque le parecía demasiado evidente, no solo por su nombre o su apellido, si no porque a pesar de que hablaba fluidamente inglés, no podía evitar que se le notase el acento.

—Está bien— gruñó levantando las palmas de las manos en son de paz —el tres mismo— no prometía en absoluto que fuese a estar de acuerdo con el resultado, con una de las medianas incluso se podía conformar, pero no aceptaba menos que eso, tendrían que escuchar sus quejas noche y día si eso ocurría.

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¿En serio deseaba que le conocieran como alguien violento las personas que vivirían con él? No, pero tampoco le iba que se quisieran pasar de listos y se tomaran atribuciones que se debían decidir en grupo, se notaba que el francés no sabía como vivir en conjunto funcionaba, incluso él siendo hijo único y después rentando en solitario lo sabía. Seguía teniendo el carácter y la seguridad para ponerle alto y no se iba a dejar por nadie, faltaba más. Que él no ocupaba el enorme armario pero la cama matrimonial era otra cosa.

El tal Patrick no disimulaba nada así que lo mejor por el momento era pretender que no sentía sus ojos buscando entrar en su cerebro. ¿Quién creía que era o cómo le conocería? Nueva York era tan grande que dudaba francamente, más la paranoia estaba ahí. La habitación era lo que le importaba ahora, con su horario era casi imposible obtener un buen sueño y se merecía un lugar agradable para dormir, coño.

Fue turno del moreno que al final terminó por calmarlo, entendiendo razones. ¿Gabriel era? Por la molestia poco se había preocupado en presentarse y eso no hablaba bien de su persona. —Vale, me parece una opción lo más razonable. —Se decidía, cruzándose de brazos en espera de que el teléfono hiciera lo suyo. Sólo alguien que le gustaba incitar a las peleas estaría en desacuerdo con aquello y por ello es que no habló hasta que la razón por la que ahora mismo tenían su futuro en manos de un dispositivo aceptó. —Yo elijo el 4.

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Colocó los brazos en jarra con una expresión entre el mosqueo y la burla y los miró a los tres: al vaquero, al frenchie y al Martin Luther King ese. Ya tenía motes para los tres, y por ahora solo toleraba a medias al último... Por ahora, porque como fuera a usar esa puñetera diplomacia hasta para pestañear también lo mandaría a él a la mierda. Con el frenchie se veía a hostias en menos de cinco minutos. Y en cuento al vaquero... En serio, ¿de qué le sonaba ese tío?

Asintió a la propuesta de echarlo a suertes y puso los ojos en blanco cuando el crío francés dijo "el primero que llega se la queda". Madre del amor hermoso. Se había rebajado el tiempo para las hostias de cinco minutos a tres. Como era de esperar, todos se apresuraron a elegir un número como si por decirlo antes le fuera a dar más suerte. Cuando acabaron, Patrick los miró extrañado, de nuevo con esa expresión con el ceño fruncido que parecía considerarlos inferiores, y separó las manos de su cintura para mostrar las palmas en señal de desconcierto. ¿En serio nadie se ha elegido el uno? Soltó una carcajada socarrona y se encogió de hombros. Está bien. El As para el As entonces. Sonrió con superioridad.

Estiró entonces el cuello como una tortuga, cruzándose de brazos, para alcanzar a mirar la pantalla del habla-bien del grupo. Venga, ¿qué dice tu cacharro? A ver si te muestras tan de buen rollito cuando la habitación le toque a otro.

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Gabs respiró aliviado cuando vio que, en efecto, aún quedaba algo de cordura en aquel grupo. Por un momento había temido que volvieran a discutir sin tan siquiera escucharle, pero la sangre no llegó al río. Merecían el beneficio de la duda, al menos.

— Vale, ¿preparados? —. Preguntó, antes de alzar el móvil en el aire y darle al botón de elegir. No quería que nadie le acusase de hacer trampas, de modo que la pantalla estaba a tope de brillo para que todos pudieran verlo. Cuando el teléfono vibró con el resultado, lo bajó y anunció —. ¡El uno! Parece que los últimos serán los primeros. Enhorabuena, chaval —. Bromeó, girándose hacia el tal Patrick —. Te has quedado con el premio gordo —. Por un momento, miró de reojo al pobre piltrafilla que ya había estado deshaciendo las maletas, pero prefirió no chincharle más de la cuenta.

— Bueno, no sé vosotros pero yo no he visto el resto de las habitaciones. ¿Echamos un ojo y volvemos a confiar en el azar? Seguro que hay alguna que nadie quiere —. Comentó, con un deje de humor, aunque sabía que era plenamente cierto. Con la suerte que tenía, no le extrañaría acabar metido en el cuarto de contadores. Pero bueno, tampoco era de los que hacían vida en la habitación. Seguramente, se pasaría el día en las zonas comunes y solo usaría la cama para dormir. Tampoco era un gran drama aunque, si le daban a elegir, evidentemente prefería un cuarto decente.

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A simple vista no le había caído bien ninguno, aunque era verdad que para caerle bien a él había que ser perfecto, pero es que el más hablador, en particular, le estaba tocando las narices a dos manos, no soportaba su verborrea, demasiada superioridad, demasiado ruidoso, intuía que iba a ser con uno de los que peor se iba a llevar.

Esperó impaciente a que el maldito cacharro mostrase un número y al salir el uno no pudo evitar maldecir en un murmullo, no podía tener tan mala suerte, en serio. Miró con mala cara al ganador y se contuvo a duras penas de no soltarle un par de insultos, esa sonrisa de triunfador estaba empezando a ponerle de los nervios.

Agarró el móvil de... bah, no iba a mentir, ni siquiera se había molestado en prestar atención a los nombres de ninguno de ellos, pero eso no era lo más importante ahora, él sí había tenido tiempo de ver el resto de habitaciones y había una en concreto que se negaba a que le tocase, tenía pensado pasarse las horas en su habitación creando y no podría hacerlo sintiendo como las paredes de una habitación tan pequeña lo asfixiaban. Como imaginó que iban a seguir con la maldita idea de echarlo otra vez a sorteó pensó que lo mejor sería acabar con aquello cuanto antes —dos iguales, una pequeña, al próximo que le toque el número se la queda— gruñó y pulsó de nuevo el botón para que saliese el ganador al azar, se fiaba más de sí mismo que de dejar que lo hiciese otro.

Al ver que volvía a salir el número uno en la pantalla puso los ojos en blanco y le dio el móvil al vaquero —prueba tú a ver— gruñó cruzándose de brazos aún impaciente.

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¿Era sólo Ben o la tensión estaba a  reventar? Rodando los ojos, se burló internamente del pobre diablo que le tocó escoger al último que si bien buscaba una forma de hacerlo ver como que era lo mejor que podría haber pasado, no engañaba a nadie.

Cuatro venga, dame la puñetera cama.

Uno.

UNO. ¿Era real que aquél chico había obtenido el premio mayor como si nada? Habría hecho trampa telepáticamente o es que no entendía como. Se restregó la cara, incapaz de ocultar la frustración del momento que ya se imaginaba que volverían a usar el aleatorio y tuvo que alejarse un poco, no queriendo ver el número que saldría.

—Mierda santa, ¿EL UNO DE NUEVO? —Gritaba, con una risa nerviosa. La cosa no le estaba gustando y no pudo devolverle el celular a Gabriel porque quería ver con sus propios ojos el siguiente. Eso si, se acomodó para que los faltantes pudieran observar la pantalla que al jodido Patrick no le debía importar un rábano lo que pasara con las siguientes —A la cuenta de tres... —Suspiró, colocando su pulgar muy cerca de la pantalla. —Uno, dos... —Y presionando, estaba sellando un destino. Que no era el suyo— TRES. —Pudiendo respirar de nuevo, le entregó el teléfono al dueño y alzó ambos brazos, agradecido con el de arriba, dejándose caer en la cama que aunque la primera opción no le había tocado, al menos no era Adrien.

El karma era una perra y al francés le había tocado mordida.

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¡JAH! Bramó la carcajada dando una sonora palmada y un saltito de triunfo. Si es que estaba claro que la habitación grande era para él, el destino así lo quería. No sabía ni para qué se habían molestado en echarlo a suertes. Lo dicho. El As para el As.

De un salto, se dejó caer en la cama con todo su cuerpo, rebotando incluso, y se quedó allí tumbado como una estrella de mar, dando un suspiro de superioridad y paladeando cada segundo de triunfo. Sí, el Martin Luther King podía ponerse muy bien puesto pero le había jodido igual, el vaquero tenía una cara de cabreo que ni cien gorros podrían ocultársela, y en cuanto al francesito... ¡Oh! No sabía que podía provocar tanto gusto joder a alguien a quien apenas habías conocido hacía dos minutos. Qué cara se le había quedado, había perdido el poco color que tenía.

Y ahoga, pog favog, si no og impogta. Dijo con un impostado y casi ofensivo acento francés mientras hacía gestos con las manos para echarles. Sin embargo, se quedaron. Le daba igual en verdad, casi que mejor si se quedaban y le veían disfrutando de su premio, mientras él les veía a ellos lanzarse la patata caliente de la habitación pequeña unos a otros.

El frenchie se apoderó del cacharro porque claro, sus dedos eran mejores que los del Martin Luther King, solo para volver a tirar y que volviera a salir un uno. Lo vio no solo en su reacción de frustración, sino porque incorporó un poco el torso en la cama, lo suficiente para volver a estirar el cuello cual tortuga y ver su número en la pantalla otra vez. Joder, por los pelos se había librado. Soltó una carcajada y anunció, volviendo a dejar la espalda caer en la cama y con las manos tras la nuca como si tomase el sol. Eso pasa por no elegiros el número ganador. Esta vida no está hecha para segundones.

Pero aún no había llegado la mejor parte. El azar volvió a hablar y decidió que la habitación pequeña tenía que quedarsela Mister "quien llega primero se la queda". No podía ser más feliz. Si Dios existía, ese milagro debió haberlo obrado él. Este es el mejor puto día de mi vida. Soltó con una carcajada. Se reía tanto que le dolía el estómago, colocándose las manos en él, doblado en la cama. Eh eh. Como ya has metido tus cosas en mi cómoda, si quieres puedes trasladarla allí directamente. Si te cabe, claro. Bromeó cuando pudo dejar de reír y recuperar el aliento. Luego esbozó una expresión burlona, con su sonrisa característica, y añadió. Nah, ni de coña.

Entonces el vaquero se dejó caer en SU cama y Patrick le miró con una sonrisita. Mira que bien. Qué poco he tardado en tener compañía. Y, entonces, abrió mucho los ojos, incorporándose en la cama y señalándole con el índice. ¡Ya sé de qué te conozco! Anunció. Se puso de rodillas en la cama, mirándole aún con expresión sorprendida. ¡La fiesta del yate! Hostia puta, mira quien había resultado ser el vaquerito. La cosa iba mejorando por momentos.

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La actitud escandalosa de Patrick debería haber resultado insoportablemente ofensiva para Gabs. Sin embargo, había algo en su manera particular de ser un puto coñazo que incluso le daba un cierto aire atractivo. ¿Que aquellos dos conceptos no podían ir juntos en una misma frase? Bah, qué más daba. Al menos sus compañeros iban a hacerle pasar buenos ratos. Lo último que necesitaba eran estrellitas de mar apáticas que ni se dignasen a dar los buenos días. Con aquellos, las risas estaban aseguradas. Y a lo mejor también los dientes rotos.

Cuando el tejano y el enfermo le quitaron el móvil de la mano, Gabs puso los ojos en blanco y simplemente les dejó hacer. La verdad, el hecho de saber que su culo estaba en juego ni siquiera le quitaba diversión a aquel asunto. ¿Que se estaba jugando vivir en un cuarto de mierda los próximos meses? Sí. Pero las risas que se estaba echando no eran ni medio normales. Además, todavía quedaban tres cuartos libres. Ya sería mala hostia del destino que le tocase a él la peor.

Un chasquido abandonó sus labios cuando el número se repitió. Joder, que acabase ya aquella maldita tensión. No quería alargar el sufrimiento del francés mucho más tiempo, o le acabaría dando un maldito infarto. Y, hablando de él... Gabs lanzó al aire una carcajada que no pudo contener. Por norma general, no le gustaba recrearse en el sufrimiento de los demás, pero el chico había sido tan sumamente soberbio que incluso se podría decir que se lo tenía bien merecido —. ¡Justicia poética! —. Su humor, que ya de por sí era bueno, ahora brillaba como un puto sol.

Por supuesto, se unió a la celebración de los ganadores y se dejó caer en el único hueco de la gigante cama que quedaba libre. Aunque no pudo recrearse mucho en eso, porque pronto el tal Patrick estaba dando por culo. Otra vez, aunque en esta ocasión al tejano —. Vaya, vaya... —. Dijo, levantándose —. Lamento haber interrumpido este reencuentro. ¿Os dejo solos?

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Adrien no podía apartar la mirada de la pantalla del móvil, el número perfectamente marcado en ella, en grande y en negrita, para más inri, solo por si acaso no había quedado suficientemente claro que era un completo perdedor.

Por un par de segundos se quedó completamente catatónico sin saber cómo reaccionar, hasta que un monosílabo llenó su mente, no, no, no, no y mil veces no, aquello no le podía estar pasando, hacía menos de quince minutos se creía el dueño de la habitación más grande y ahora iba a verse relegado a la más pequeña, pero joder, si es que entre el atril para las partituras y el violín apenas le iba a coger un maldito escritorio en el que poder componer, suerte que al menos no era un chico con demasiada ropa, porque en el armario dudaba de que entrase mucho más que un par de cosas.

Miró al resto de sus compañeros cuando, uno a uno, fueron burlándose de él, provocando que sus instintos homicidas se elevasen a un nivel preocupante, no quería arruinar su carrera como músico profesional yendo a la cárcel por matar a tres jóvenes, así que más le valía controlarse, por mucho que el de la jodida sonrisa de superioridad estuviese pidiendo un puñetazo a gritos.

—Que os jodan, que os jodan a todos— gruñó al mismo tiempo que empezaba a recoger sus cosas ya colocadas, intentando mantener la poca dignidad que aún le quedaba. Porque la escuela ya le había pagado con la beca el piso durante todo el curso, si no habría hecho su pequeña maleta para largarse de allí y no volver a ver la cara de esos tres, auguraba que iba a ser un infierno de año, con lo feliz que él había sido hacía unos míseros minutos.

No se molestó siquiera en prestar atención a la conversación que estaban teniendo, por él como si se ponían a montar una bacanal en la habitación, les daba absolutamente igual lo que hiciesen, por lo que de un portazo salió de la habitación con sus cosas para llevarlas a su nueva habitación, vale, bien, ahora, o fumaba, o rompía el violín contra el sueño o se ponía a llorar de impotencia, pero una de las tres opciones, ya, urgentemente.

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Es que aún no se lo creía y para acabarla él había sido el que dio el número. En la mayoría de las veces sentiría pena por el chico que se hubieran aliado para burlarse en conjunto pero en parte se lo merecía por prepotente. Que recordara así no eran los franceses, debía ser una cualidad muy suya el querer aprovecharse de la situación.

—Venga ya Delacroix, aprende a perder. —Se quejaba de que estuviera matando el ambiente con su dramatismo de telenovela mexicana. Maldecía no tener la cama grande para él ahora que podía probarla y soltó la carcajada al sentir a Gabs tomar el espacio que quedaba, sobándose el pecho de la risa.

Justicia poética, era cierto. Y no tardó en llegar la suya una vez Patrick gritaba como si hubiese descubierto la cura para el cáncer, haciéndole fruncir el ceño tras sus palabras. —Pero de qué hab.... —Fiesta del yate. Joder. No... ¿o sí? No podía ser cierto. Con suspicacia, se fue sentando en la cama y el sombrero se cayó en su costado, encogiéndose de hombros y fingiendo que no sabía de que hablaba porque ahora que le mira, era el mismo que estuvo ahí cuando... bueno. Pasaron sucesos. ¿Cómo era posible? Si toda la gente en esa fiesta no estaría compartiendo un piso en Brooklyn. —Lo siento amigo, pero no tengo en qué caerme muerto. Los yates realmente no entran en el presupues- —El portazo tomó protagonismo, dando un respingo al ruido que produjo— ¿Soy yo o tiene pintas de ser un psicópata? Voy a tener que cerrar la puerta con llave en las noches. —Se puso de pie, negando con la cabeza y haciendo un gesto sin importancia a Gabriel. —Hablando de mi habitación, me iré a verla. —Y haciendo un gesto militar, salía de allí.

¿Estaba huyendo? Tal vez.

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No hombre, no te vayas. Puedes unirte. Dijo socarrón al comentario del si los dejaba solos. Patrick ya se había venido arriba ese día, la situación no podía ser más divertida. Pero al vaquero se ve que no le había hecho ninguna gracia que le reconocieran. Frunció el ceño mirándole con extrañeza, sin dejar de sonreír. Vaya que si era él, ya se pusiera boca abajo negándolo que no le iba a hacer cambiar de opinión.

Fue a abrir la boca para contestarle cuando el frenchie se puso a lloriquear y dejó la habitación de un portazo. ¡Eh, que me vas a desencajar la puerta! Le gritó, sin perder el tono burlón. Telita con el crío. Alomejor llamaba a su mami llorando para que lo sacara de allí. En fin. Selección natural lo llamaban.

El vaquero mucho gorro de macho alfa pero en cuanto tuvo la oportunidad salió corriendo. Arqueó una ceja ante el saludo militar que hizo y negó lentamente con la cabeza mientras lo veía marcharse. Vaya ganado me ha tocado aguantar... Pensó y añadió un suspiro justo después. Entonces miró al otro chico sentado en su cama. Nos hemos quedado solos, Martin Luther King. Hizo un gesto despreocupado con la mano. Perdona, te había bautizado en mi cabeza. Gabs, ¿verdad? Sonrió y alzó el puño en su dirección para chocarlo con el del chico en un gesto de adolescente de instituto. Muy buena lo de la app del destino esa. Te debo una.

Se levantó de la cama de un salto y, girándose al chico, sonrió ampliamente. Y ahora, si me disculpas, tengo todo el tiempo del mundo para disfrutar de esta habitación así que ahora voy a salir para seguir disfrutando de la tragicomedia que han montado el vaquero y el francés. Soltó una carcajada socarrona y, mientras se dirigía a la puerta, dijo riendo por lo bajo. Parece el puto nombre de una peli porno amateur.

Se encontró con el vaquero a mitad del pasillo. Eh, oye. Llamó su atención. Voy a ver la habitación que le ha tocado al violinista del tejado. Quiero reírme con conocimiento de causa. ¿Te apuntas? Se detuvo cerca de él y le miró de arriba a abajo con una risa. Sí que eras tú. Pero ya hablaremos de eso. Iba muy pedo ese día y tenía los recuerdos difusos, pero se jugaba el cuello a que era ese tío y no lo perdía.

Pegó unos toquecitos en la puerta de la habitación del francesito y la abrió. Cú-cú. Dijo en la ranura entreabierta. Terminó de abrir y se metió dentro sin pedir permiso. Venga, tío, no te enfades. En la vida a veces se ganas y a veces se pierde... Qué le vamos a hacer.

Home sweet home

El portazo por parte del francés le hizo parpadear en un par de ocasiones, más que nada para asimilar que aquello verdaderamente acababa de pasar. ¿Cuántos años tenían ahora? ¿Catorce? En fin, sí que era potente el síndrome de Peter Pan en aquel espécimen...

Por suerte o por desgracia, no tuvo demasiado tiempo para pensar en el pobre enfermo, porque pronto Patrick había vuelto a hacer de las suyas. Podría haberse pirado de allí y dejarlos solos pero, francamente, la simple idea de encontrarse al moreno en el pasillo no le hacía demasiada ilusión. ¿Y tragarse él su ira? Ni de puta coña. En su lugar, se quedó mirando expectante el desarrollo de los acontecimientos entre aquellos dos. El tejano y el niñato. Hacían una pareja bastante encantadora, un poco cliché, pero conmovedora.

Sin embargo, tal y como Gabs ya había esperado, el rubio negó al otro como un maldito Judas. ¿Realmente le daba tanta vergüenza lo que fuera que pasara entre ellos en aquel yate? Tuvo que ponerse la mano en la boca para que nadie viera que estaba riendo por lo bajo. En fin. Solía pasar con los armarios empotrados sureños. Eran muy suyos a la hora de reconocer sus encuentros furtivos con otros caballeros.

Cuando se marchó, Gabs simplemente alzó el puño para corresponder al saludo de Patrick y luego se encogió de hombros —. No creo que hayas tenido tanta suerte. Ese crío te va a odiar durante semanas, y eso si no intenta joderte la vida de ninguna forma —. Bromeó, mientras se dirigía a la puerta. Sin embargo, el otro joven se le adelantó y no le quedó más remedio que salir detrás de él. Por un momento, tuvo la tentación de pararle los pies. Adrien no parecía demasiado receptivo en aquel momento, y lo mejor habría sido dejar que se relajase un poco. Pero bah, quién era él para impedirle al otro que hiciera nada.

No queriendo ser partícipe de aquello, se acercó al rubio y se quedó a su lado de brazos cruzados, esperando para ver el desastre que estaba por acontecer —. No me has dicho tu nombre, vaquero.

Home sweet home

Puso el atril en una esquina y el violín y la maleta encima de la cama, porque poco espacio más le quedaba. Su mente empezó a llenarse de pensamientos negativos en los que no podía componer ni una sola melodía y le quitaban la beca para Juilliard ¿y si ya no conseguía ser uno de los mejores al no tener espacio suficiente para crear? Tragó saliva y empezó a rebuscar el paquete de tabaco en la mochila hasta que llamaron a la puerta.

Frunció el ceño al ver de quién se trataba y apretó los puños con fuerza, aquello tenía que ser una broma de mal gusto —¿Cuál es tu jodido problema? ¿es que no puedes dejarme en paz?— se acercó a él, dispuesto a sacarlo a empujones si hacía falta, pero cuando estuvo a su altura vio que los otros dos estaban en el pasillo viendo el numerito y decidió relajarse un poco, era el primer día, si quería que su salud mental le durase lo que quedaba de año más le valía empezar a tomarse aquello con más calma.

Sacó un pitillo y lo encendió dándole una larga y honda calada, vale, podía manejar aquella situación. Echó el humo directamente a la cara del chico —mmm ¿Patrisse eras?— preguntó sin mucho interés, porque la verdad es que no le importaba en absoluto como se llamase —dejemos las cosas claras, yo no os caigo bien y vosotros a mí tampoco— quién sabe, quizás con el tiempo pudiese llevarse un poco bien con el que no eran ni el vaquero ni el idiota, pero solo si conseguía crear algo de música, si no aquello sería el infierno —así que mientras no me molestéis no habrá problemas, por desgracia esta es la habitación que me ha tocado, así que quiero tu culo fuera de ella en dos segundos— dijo dirigiéndose de nuevo al capullo y esperaba no tener que usar la fuerza bruta, porque tenía que reconocerlo posiblemente perdería y no quería llegar al primer día de clase con un ojo morado, eso le daría mala reputación.

Home sweet home

Y creía que se había salvado, mientras dejaba las maletas en su habitación. Sabía que su reacción no era exactamente la correcta, más fue la sorpresa del momento lo que le hizo actuar de ese modo. Años escondiendo su sexualidad mermaban en la personalidad y patrones se quedaban arraigados.

Echando un vistazo a su habitación, lucía como un dormitorio doble de Universidad y aunque no era exactamente grande, tenía espacio suficiente para hacer ejercicio y al menos no sentirse asfixiado si prefería un tiempo a solas o traía a alguien para pasar el rato. Saliendo con camino a la sala y empezar a desempolvar el lugar, volvía a encontrarse con Patrick y forzó una sonrisa sintiéndose expuesto de repente. Él sí que lo recordaba con claridad ahora que su memoría volvía y vaya que la cosa se descontroló esa noche.

—Tú lo que quieres es tu funeral, el chaval echaba chispas cuando salió y delgaducho y todo, yo no me confiaría. —Le advertía, que conocía cuando la ira te descontrolaba y no sabías ni quien eras. Eso sí, alzó sus manos que de cierto modo estaba curioso por el tamaño. No lo vio bien al principio.

No contestó a su pregunta, sus ojos azules mirándole fijamente con expresión indescifrable aunque tensaba la mandíbula y volteó a Gabriel, ofreciéndole su mano un tanto distraído. —Ben Mulligan, un gusto. Con todo lo de las habitaciones ya no me pude presentar formalmente. —Se disculpaba, que hasta el momento era el único cuerdo de la casa y parecía lo bastante agradable como para aguantar el primer día de locos. Y estaba bueno de sobra, para qué mentir.

Adentrándose a la habitación, observó el intercambio con cautela. ¿Tendría que intervenir? Parecían a punto de molerse a golpes o al menos el francés estaba a nada de ello.