Pensar que a la madre de Ben la habían matado policías y él lo había visto era demasiado. Adam no sabía qué hacer con tantos sentimientos. No sabía qué decir, pero entonces Ben estaba muy cerca. Mucho más cerca de lo que había esperado. Cuando se dio cuenta, sus alientos se estaban mezclando, y después... Ben lo estaba besando.

Adam suspiró dentro del beso. Cerró los ojos, incapaz de creer que esto al fin estaba sucediendo.

Una parte de él siempre lo supo. Siempre tuvo claro que Ben le resultaba el hombre más atractivo de toda Tara y que lo que lo llamaba hacia él no lo tenía nadie más. Quizá el hecho de que fuera su salvador de la infancia era lo que había pesado más, no lo sabía. Tal vez era al contrario: aquel descubrimiento había sido la gota que derramó el vaso a su autocontrol.

Todo ese tiempo también se había controlado. Había mantenido las distancias con Ben, dentro de lo posible. Había sido incapaz de alejarse por completo, pero había evitado caer en la tentación de ceder a lo mucho que Ben le atraía.

Pero ahora, de repente, estaba en brazos de Ben, quien lo sujetaba por la cintura y le acariciaba el mentón. Adam, mientras tanto, se deshacía contra sus caricias y buscaba profundizar el beso más allá de un roce de labios.

Al fin era de Ben, y Ben era suyo también. Sin importar sus diferencias y lo mucho que los separaba. Había algo en el pasado de ambos que los unía.

Sus manos también buscaron a Ben, enredándole los dedos entre el cabello, masejeando con suavidad. No quería romper ese momento con alguna brusquedad. Finalmente, separó sus labios de él, buscando un poco de aire.

Abrió entonces los ojos y sus miradas se encontraron.

—De alguna forma ahora todo tiene sentido, ¿cierto? —preguntó—.

Y sonrió. Ligeramente, pero estaba seguro de que para Ben debía ser igual. Ahora todo tenía sentido.

Ben se sentía extasiado, Adam le estaba correspondiendo el beso, como si esto se tratara de una fantasía magnífica. Había perdido la cuenta de todas las veces que se había imaginado así, pero siempre se convencía a sí mismo de que era un caso perdido. Adam ni siquiera correspondía sus avances, mucho menos iba a corresponderle sus sentimientos.

Sin embargo, la revelación del reloj y aquella noche de tormenta lo había cambiado todo.

Adam no sólo era su presente, sino que era parte de su pasado. De aquel pasado oscuro que Ben se esforzaba por enterrar, porque había tenido que dejar atrás a aquel niño roto y asustado que vagabundeaba por las calles, porque tuvo que convertirse en el jefe del mercado negro de Tara. Pero con Adam ya no tenía que fingir, porque éste lo veía tal y como era.

Era como sentirse libre por primera vez en mucho tiempo. Ben sabía que había muchos otros factores a considerar que un simple beso, pero estaba convencido de que ese era un buen comienzo.

Ben le regaló a Adam una sonrisa después de escucharlo hablar. Por supuesto que ese beso tenía todo el sentido del mundo. Ben volvió a besarlo como respuesta, atrayéndolo hacia él una vez más.

Lo miró a los ojos, acariciándole el mentón con insistencia.

—Quédate esta noche conmigo, Adam —dijo, con voz ronca, sin soltarle el rostro ni alejarse de él—. Por favor, no te vayas, no luego de todo lo que sabemos ahora.

En realidad, si Ben fuera otro tipo de persona, le diría directamente que no se fuera nunca. Pero tampoco podía permitirse una confesión tan impulsiva. Ben tenía que trazar un plan, y Adam también, pero por el momento se conformaba con que se quedara esa noche. Mañana pensarían en qué decirle a Mark, pero sentía que no podía separarse de Adam bajo ningún motivo esa noche.

Esperaba poder convencerlo.

Cuando Adam se preguntaba cómo reaccionaría Ben a la noticia de que él era el niño de aquella noche, nunca imaginó esta reacción en específico. La idea de que iban a terminar besándose no había cruzado por su cabeza. Al menos no de forma explícita.

Tal vez muy en el fondo lo había deseado. Pero no había pensado que pasaría de verdad.

Los besos de Ben eran insistentes, igual que la forma en qeu sus manos se aferraban a él. Adam casi tenía vergüenza de lo mucho que le gustaba la forma posesiva en que lo sostenía. Estaba seguro de que cuando viera todo en retrospectiva pensaría distinto de este momento. Tal vez había cosas que debería estar manejando diferente.

Pero al mismo tiempo, no sentía que este fuera un momento para pensar.

—¿Quieres cuidar de mí otra noche? —preguntó, con un ligero tono de broma.

Claro que no quería irse. Sabía que en el momento en que se fuera empezaría a pensar en todo lo que estaba mal y todas las complicaciones que esto podría traer. Para Ben y para él. Aunque los dos fueran los niños de aquella noche, ahora eran un policía y un mafioso, eso no cambiaba.

Pero otra parte de él le decía que sí. Que sí que había cambiado todo.

Así que se quedaría ahí a besar a Ben hasta que los encontrara el amanecer.

Ben no pudo evitar reírse cuando escuchó a Adam preguntarle si acaso iba a cuidar de él, haciendo referencia a aquella noche. Jamás hubiera imaginado que estarían incluso bromeando sobre ello. Ben tenía la sensación de que ahora era una persona completamente diferente al Ben de hace unos diez minutos atrás.

Antes de responderle, se acercó a él de nuevo, para tomarlo del rostro otra vez y darle un suave beso. Ben suspiró hondo cuando se separó de él, antes de mirarlo a los ojos. Le acarició el mentón, mientras empezaba a preguntarse si se arrepentirían de esto mañana. Sin embargo, a Ben sólo le interesaba esta noche.

Esta noche, no quería separarse de Adam bajo ningún motivo. Quería llevarlo hasta su habitación y besarlo, tocarlo, hasta que ambos cayeran desfallecidos sobre su cama. No podía imaginarse su noche terminando de otra manera luego de todo lo que había descubierto.

—Voy a cuidar de ti todo el tiempo que tú quieras, Adam —dijo, tirando de él con firmeza hasta llegar a su habitación. Allí, antes de cualquier cosa, Ben se encaminó hacia el armario, buscando el reloj que los había llevado a esta conversación. La verdad, ahora que lo miraba bien, para tener tantos años, le parecía que estaba más intacto que nunca. Cuando caminó de regreso hacia Adam, le extendió el reloj—: Tómalo, es tuyo, después de todo. Lamento que haya tenido que pasar tanto tiempo para que volviera a tus manos.

Ben sabía bien lo que era mantener un recuerdo de tu familia. Lo único que él conservaba de su familia, era una fotografía que encontró luego de acercarse a los escombros de su casa, varios días después del incendio. Se acercó en ese entonces para ver si podía rescatar algo de ropa, porque sólo tenía la que llevaba puesta. Sabía que sólo podía llevarse lo únicamente necesario, pero consiguió rescatar la vieja fotografía que estaba en su sala, que era de la boda de sus padres, junto a la tía Bella. Estaba algo quemada, pero Ben lo atesoró tanto como atesoró el reloj del padre de Adam. La fotografía descansaba en la primera gaveta de su escritorio, pues no se atrevía ponerla de nuevo en un marco, quizás porque estaba convencido de que se convertiría en un mal augurio. Pero, a pesar de los años, iba a conservarla y le rendía nostalgia como si fuera el primer día que la tuvo en sus manos otra vez.

Era, por supuesto, un maldito sentimental.

Adam se dejó guiar por Ben. Había pasado tanto tiempo en ese apartamento los últimos días que se ubicaba bastante bien, pero se hubiera dejado llevar por un espacio desconocido también. Todo esto era una locura.

Se le hizo un nudo en la garganta cuando Ben le dio el reloj. Lo contempló un momento, recordando cuando lo veía en la muñeca de su padre y lo tentador que le resultaba de niño llevarlo él. Era diferente verlo ahora con la confirmación absoluta de que era su reloj, a cuando lo había visto temblando ante la idea de que Ben pudiera ser el niño quelo había salvado.

Luego, abrió el cierre del reloj y se lo puso en la muñeca. Lo cerró, sintiendo como ahora, ya un adulto, le quedaba perfectamente.

—Me alegra que te haya ayudado a sobrevivir en esa época —dijo, poniendo en palabras lo que había sentido al escucharlo contar su historia. —Y gracias por cuidar de él todo este tiempo.

Era increíble que justamente Ben le devolviera una pieza de su pasado. Una que creía perdida para siempre.

Extendió el brazo en el que ahora llevaba el reloj para tomar una mano de Ben y entrelazar sus dedos.

Esa noche no iba a marcharse de ahí. Sabía perfectamente lo que iba a ocurrir. Era inevitable. Tal vez siempre lo había sido. Tiró de Ben para besarlo de nuevo, pero esta vez con más intensidad que antes, con toda la intención de no marcharse de allí esa noche, y quizá no pensaría en marcharse otra vez.

A Ben y a él siempre les había salido muy natural discutir. Esto también podría ser que les saliera muy bien.

Ben prestó atención cuando vio a Adam colocarse de nuevo el reloj. Parecía entusiasmado de verdad con haberlo recuperado y Ben, una vez más, se agradeció por haber tomado aquella decisión que parecía una locura en su momento. En ese entonces Ben no tenía ni la astucia ni tampoco la experiencia que tenía ahora, entrar en aquella casa de empeño fue un salto de fe y también un golpe de suerte. Estaba seguro de que había cometido muchos errores esa noche, pudieron haberlo encontrado, llamar a la policía y aquel hubiera sido su fin. Pero, por suerte, todo salió bien, el reloj volvió a sus manos y ahora podía devolverlo a su legítimo dueño.

Ben creía que estaba viviendo una especie de cuento en el que todo termina en un final feliz. El problema era que Ben seguía siendo un mafioso y Adam ya le había demostrado en infinidad de ocasiones que su lealtad estaba con la policía. Incluso cuando la policía no merecía ni una pizca de esa lealtad.

—Ese reloj me salvó, Adam —dijo de pronto, más sincero de la cuenta. Creía que había traspasado un montón de límites con Adam esa noche, pero que ya no había marcha atrás. Ahora Adam conocía la peor parte de él, algo que nadie había visto en carne propia. Al era el único que había visto un poco de aquel Ben demasiado joven y desesperado, hambriento de venganza. Pero nadie estuvo a su lado cuando estaba hambriento, falto de recursos y muerto de miedo. Esa parte de él sólo la había conocido Adam—: No tienes idea de cuánto. Así que sí me salvaste, incluso si no te pedí ayuda directamente.

Ben suspiró, tomándolo de nuevo por la cintura y lo besó, primero en los labios, luego en el cuello, mientras no pudo evitar recordar que Mark estaba dormido en su habitación. Que probablemente encontraría a Adam allí mañana temprano.

Odiaba pensar que iban a tener que hablar sobre esto en algún momento. Disfrutar del tacto suave de Adam no tenía precio, no quería que esta noche acabara y tuvieran que enfrentar la realidad. Pero ahora quería que Adam supiese que no le importaba otra cosa que tenerlo allí a su lado.

—Después de que nos separamos, las primeras semanas pensaba mucho en ti. Había memorizado el lugar exacto en donde te había dejado. Si no hubiera echado a correr, quizás te hubiera seguido con tus padres hasta saber dónde vivías —comentó Ben, en otro momento de sinceridad. Temía que no fuera el último de la noche—: Quizás si hubiera hecho eso, te habría reconocido después.

Era evidente que Ben no estaba dispuesto a detenerse esa noche, ni Adam quería que lo hiciera. Sus caricias eran constantes e insistentes, y seguían buscando su cercanía, por lo que Adam hizo otro tanto, asegurándose de meter mano bajo su camisa.

Había pensado mucho en aquel niño. Había querido que su padre lo buscara y lo ayudara, pero su padre había dicho que había muchos niños en las calles de Tara y no tenía información suficiente para buscarlo. Muchas veces se había preguntando qué había sido de él.

—Quería que mi padre te buscara —dijo en voz alta. Parecía que era el momento de sincerarse, no solo de quitarse la ropa —Yo también pensaba mucho en ti. Todavía ahora, me preguntaba qué había sido de ti.

Cómo no lo había reconocido. Ahora que sabía que era él y lo veía de cerca, notaba en el brillo de sus ojos que era el mismo chico que lo había protegido aquella noche de tempestad.

Se estremeció de solo pensarlo. Cerró los ojos mientras Ben lo besaba en el cuello. Levantó la mirada hacia el cielorraso y luego cerró los ojos, dejándose llevar por las sensaciones.

—Tenía miedo de que te hubiera pasado algo malo o de encontrarte y que fueras una mala persona ahora —continuó. Sonrió, y luego buscó la mirada de Ben. Lo tomó por la barbilla para hacer que lo mirara a los ojos —Pero no puedo explicar cómo me alegra que seas tú.

No era una mala persona y estaba realmente bien. Ninguno de sus temores se había cumplido. Claro, era el líder del Mercado Negro y Adam debería haber buscado la forma de arrestarlo, no de terminar en su cama, pero esa era otra historia.

Tiró de él para besarlo de nuevo con intensidad. Ahora que lo había encontrado no lo volvería a dejar ir.

Ben estaba extasiado. No creía que hubiera una mejor manera de describir cómo se sentía en este momento. Porque no sólo era que él y Adam hubieran acabado dándose caricias en su cama, en la tranquilidad y seguridad de su habitación. Eso ya era suficiente para ponerlo en éxtasis, por supuesto, pero también era escuchar lo que éste le estaba diciendo.

Que Adam sí que había pensado en él los días posteriores a aquella noche en el puerto. Que incluso llegó a pedirle a su padre que intentara buscarlo. Adam había sido una magnífica persona incluso siendo un niño. ¿Cómo no iba Adam a prendarse de él?

Parecía como si de verdad hubieran estado destinados a encontrarse. Ben no creía en esas tonterías del destino y demás estupideces, pero tenía que reconocer que esta noche empezaba a darse cuenta de que su vida lo había conducido a Adam durante todo este tiempo. Parecía como si alguien hubiera hilado ambos caminos con una gran precisión. Incluso lo del reloj le parecía completamente increíble.

—Felicidades… —dijo Ben, acomodando a Adam mejor sobre el colchón. Le dio un beso sentido en los labios, antes de continuar—: Ya me encontraste.

Ben suspiró cuando Adam dijo que había tenido miedo de que le hubiera pasado algo. Tenía toda la razón del mundo al pensar algo como eso. Ben mismo todavía no entendía cómo era que había conseguido sobrevivir. Había estado completamente solo en las calles de una ciudad como Tara, donde no había clemencia para los débiles. Quizás había sido su deseo de venganza, por eso no se dejó morir.

Cuando miró de nuevo a Adam a los ojos, éste acababa de decir que se alegraba de que fuese él. Ben sonrió, un gesto que estaba seguro no le había dedicado a nadie antes.

—Adam… —dijo, sabiendo que estaba abriendo una puerta que no sabría cómo cerrar—: Esto cambia todo entre nosotros, ¿cierto?

Ben lo miró con seriedad. Ni en toda la testarudez de Adam, podía evitar darle la razón.

"Ya me encontraste."

La forma en que Ben lo dijo podría haberle sacado las lágrimas de los ojos de la emoción, pero estaba demasiado estimulado en ese momento por las caricias y los besos de Ben como para ponerse a llorar.

Sentía que si se dejaban llevar en ese momento tendrían la noche más maravillosa de su vidas... Pero de alguna forma, los dos parecían aferrarse a lo que estaba pasando, sin dejarse llevar solamente por las sensaciones.

La pregunta de Ben, sin embargo, era terrorífica. Tenía demasiadas implicaciones.

—Hay cosas que no pueden cambiar —dijo, odiando ser la voz de la razón—Soy un policía, Ben.

Nunca lo había sentido tanto como un peso como en ese momento. Adam siempre se había enorgullecido de ser un policía. Y un policía honesto, lo que en Tara no era para cualquiera.

Pero esto iba más allá de su placa y el deber. Dejó que sus manos se deslizaran por los costados de Ben, atrayéndolo hacia sí mismo.

—Pero sí, cambia todo entre nosotros —admitió, y sonrió antes de besarlo con suavidad una vez más—Tan solo mira donde estamos ahora mismo.

Hacía un par de días, si bien podría haber fantaseado con ello, jamás habría pensado que se haría real. Pero ahora sus manos podían acariciar a Ben con total libertad, mientras sentía que él hacía lo mismo.

No cambiaría esto por nada.

O al menos eso creía. No quería preguntarse si debía elegir entre su deber y sus sentimientos, porque sabía la respuesta.

Cuando le escuchó a Adam decir, casi que con voz alarmada, que él seguía siendo un policía, Ben no tuvo más remedio que reírse. Debió suponer que en algún momento de la conversación llegarían a ese punto otra vez. Porque, después de todo, fue así que empezó su extraña relación siendo adultos. Adam lo buscaba porque necesitaba torcer la ley un poco a su favor, pero nunca lo suficiente como para sentir que él le debía algo. Era un extraño pacto de no agresión, que ambos habían conseguido hacer funcionar. Sin embargo, Adam nunca terminaría de aprobar lo que Ben hacía, porque, por más que él no tuviese las manos manchadas de sangre de la misma forma que Cobbert o Sullivan, sí que actuaba fuera de la ley. Y Ben lo seguiría haciendo mientras esta ciudad se cayera a pedazos.

Y esas dos posturas eran irreconciliables. Sin embargo, si hasta ahora habían conseguido hacerlo funcionar sin que acabaran matándose o jurando enemistad por la eternidad, luego de conocer ambos su pasado, Ben creía que encontrarían la manera.

O quizás era que Ben era demasiado positivo, como a Al le gustaba recordárselo todo el tiempo, sobre todo cuando, como él decía, Ben "deliraba".

—Hasta ahora hemos conseguido que tu placa policial no sea un grave problema entre nosotros —dijo Ben, recostándose de nuevo a su lado. Antes de que Adam pudiera responder, le dio un beso en el cuello, pronunciando la sonrisa—. No veo por qué justo ahora vaya a ser diferente. Además, también está Mark, ahora estamos juntos en eso.

Ben recordaba que Adam había hecho mucho énfasis en que no quería desentenderse del niño. A él le parecía bien, después de todo, Mark también le había tomado cariño y sería desastroso tener que decirle, de buenas a primeras, que ya no podía ver a Adam. Ben no sería el causante de más sufrimientos para Mark.

—Pero podemos discutir eso mañana. O después. Ahora sólo quiero que pensemos en esto… —dijo, mientras dibujaba círculos en el vientre de Adam—. En nosotros.

Ben se sentía como un adolescente, porque estaba usando el pronombre nosotros muy cargado de significado. Como un lenguaje oculto que sólo les pertenecía a Adam y a él. Cuando lo besó de nuevo, esperaba que entendiese a qué se refería.