Home sweet home

Esa misma mañana había firmado el contrato, con el dinero de la beca tenía de sobra para pagarse aquel apartamento en Brooklyn, siempre que fuese compartido, claro. El casero no le había podido decir demasiado de cómo serían sus nuevos compañeros o más bien no había querido, Adrien estaba un poco preocupado por ese detalle, esperaba que fuesen personas tranquilas y que no lo molestasen demasiado, él necesitaba toda la paz posible para poder dejar volar su imaginación y que sus emociones se transformasen en notas musicales.

No había viajado con mucho equipaje desde Francia, solo lo imprescindible, entre lo que se encontraba, por supuesto, su propia extensión de ser, la memoria no le alcanzaba lo suficiente como para acordarse de sí mismo sin ese violín.

Al entrar se dio cuenta enseguida de que había sido el primero en llegar, todo olía a cerrado y estaba sumido en oscuridad, por lo que se dedicó a abrir las persianas y las ventanas para poder ventilar un poco. El sitio parecía amplio y agradable, luminoso y en buen estado, desde luego había elegido bien, se había lanzado de cabeza en cuanto vio el anuncio, ni siquiera se había molestado en ver el piso antes porque su precio le había parecido una absoluta ganga y él necesitaba urgentemente un sitio dónde vivir.

Dejó todas sus pertenencias en la habitación más grande, por supuesto, había sido el primero en llegar, por lo que se creía con el suficiente derecho a elegir, seguramente sus compañeros no se atreviesen a decirle nada una vez que ya se hubiese instalado, por lo que se apresuró en ir desempaquetando sus cosas. Además, él necesitaba más espacio e intimidad para poder desarrollar su arte, intentaría estar casi todo el tiempo en su habitación para concentrarse y no tener que escuchar lo que hiciesen los demás y eso no podría hacerlo en la habitación pequeña, antes de que acabase el primer día se habría subido por las paredes.

Home sweet home

Abrió mucho los ojos en una expresión sorprendida bastante forzada. Forzada, básicamente, porque no era de extrañar que la reacción del chico fuera esa. Pero no iba a dejar de hacérselo notar. ¡Madre mía! Qué carácter. Vio como se le acercaba y se preparó para esquivar un posible golpe. Tenía guasa que su primer encuentro con un francés fuera a ser violento. Para nada lo que esperaba.

Pero no, a última hora se ve que se lo pensó dos veces. Espantó el humo que le había echado en la cara e hizo una mueca con los labios. No, si al final le iba a quitar el buen rollito y todo, se estaba ganando una hostial el chaval. Sí, más o menos. La versión inglesa de ese nombre, para ser exactos. "Patrisse". Vaya nombre de mierda. ¿Quién te ha dicho que no me caes bien? Dijo con el ceño fruncido, de nuevo fingiendo extrañeza, pero con la sonrisa ladeada. Sacas conclusiones muy precipitadas, frenchie.

Notó como los pasos de los otros dos se acercaban a la habitación. No sabía si habían ido solo a mirar y jalear la pelea, o si harían por separarles en caso de que eso fuera a más. Probablemente el vaquero se las hiciera de héroe pero al final acabaría separándoles el otro, y después le regalaría un sermón sobre la cordialidad. Pero él, por lo pronto, lejos de irse dio un paso al frente y se encaró con el crío. No iba a dejarse amenazar por un tontainas a los primeros cinco minutos de convivencia. ¿O qué? Ladeó la cabeza. ¿Vas a tocarme el violín hasta que me sangren los oídos?

Home sweet home

Gabs estrechó la mano al tal Ben y la guiñó un ojo de manera casual, con una enorme sonrisa en los labios. Desde luego, y por el momento, el vaquero le parecía el más normal de todos sus compañeros de piso. Obviamente, estaba el pequeño bache de su actitud huidiza cuando Patrick lo había intentado confrontar, pero eso no era nada que no se pudiera solucionar con un poco de paciencia—. Un placer, amigo.

Desgraciadamente, no pudo dedicarle mucho más tiempo al vaquero, porque los otros dos estaban armando el que ya parecía su habitual jaleo. Iba a ser siempre así, ¿no? Ya comenzaba a asimilarlo y tenerlo bien claro —. Eso, ¿quién te ha dicho que no me caigas bien? —. Secundó, como si nada, y aprovechó para asomarse al interior de la habitación. Vale, sí. Era rematadamente pequeña, pero tampoco tan horrible como él mismo había esperado al principio. Se podía hacer vida dentro de ella perfectamente. Que parase de lloriquear de una vez.

Viendo que a Patrick se le estaba yendo de las manos el asunto, por enésima vez en tan solo dos minutos, le puso una mano en el hombro y le dio un par de golpecitos con la intención de que se calmase un poco —. Vamos, Patrick. Deja que Adrien se instale tranquilamente —. No quería puñetazos en la primera hora de convivencia, y aquellos dos estaban peligrosamente cerca de caer en las emociones humanas más bajas —. Cuando todos tengamos nuestras habitaciones más o menos arregladas, podríamos comer juntos en el salón y conocernos un poco mejor, ¿qué os parece?

Home sweet home

Puso los ojos en blanco al escucharlos, ¿en serio? que no fuesen ahora de que sí les caía bien, porque tenía claro que no, es más, si por alguna posibilidad era cierto lo que decían, Adrien no tardaría mucho más en caerles mal, él era difícil en la convivencia, lo sabía, demasiado maniático, demasiado organizado, odiaba que las cosas no saliesen tal y como lo tenía calculado, si habían tenido la primera pelea en solo media hora, no se imaginaba lo que sería tener que aguantar todo el año.

Puso una mueca al escuchar a Patrisse, sin duda el más odioso de los tres, al menos los otros dos no se esforzaban tanto por tocarle las pelotas, pero él parecía que lo disfrutaba —mi música es demasiado valiosa como para deleitar con ella a los cerdos— se encogió de hombros, porque era un insulto claro, pero al menos lo haría con clase.

—Tengo que ir a la escuela— agarró su violín y su mochila salió de la habitación esperando a que Patrisse hiciese lo mismo antes de cerrar —ni se os ocurra entrar— le gustaba preservar su intimidad para él mismo y no quería enterarse de que ninguno de ellos había estar hurgando en sus cosas, que tampoco es que tuviese muchas, pero las suficientes como para no querer que las tocasen.

Rebuscó en los bolsillos de sus vaqueros y sacó un par de dólares dejándolos en la mesa del salón —quién pueda que compre algo para cenar— la nevera estaba vacía, por lo que si de verdad querían cenar los cuatro juntos alguien tendría que ir a por víveres, no pensaba cenar en su cuarto y ponerlo todo perdido, así que no les quedaría más remedio que soportarlos el rato que tardase en alimentarse.

Sin decir nada más, ni siquiera despedirse, cogió sus llaves y se fue del apartamento.

Home sweet home

Alzaba ambas cejas tras el guiño, deshaciendo el saludo tras las palabras que intercambiaban el ahora bautizado como Patrisse y Delacroix. Se habían conocido ¿qué? Ni una hora y ya reinaba el caos en el lugar. Con una carcajada se burló del apodo que les había dado. ¿Se volverían los tres cerditos y él el lobo feroz? El chico apenas y podía mantenerse a pie de lo flacucho que estaba. —Vuelvo a decir, muchas agallas pero poco sentido común. En el Bronx no te hubieran tratado tan bonito como nosotros. —Lo único bueno es que al menos al violinista no se le ocurriría levantarlos en la madrugada con su práctica que parecía bastante elitista en cuanto a quien lo escuchaba o no.—Y al parecer entre cerdos nos reconocemos.

Alzó ambos brazos, alejándose del camino de Adrien y caminando a la sala común. No le costaría mucho darle una barrida a este sitio, ¿cómo es que los demás iban tan tranquilos por la vida viéndose rodeados de tanto polvo? —Hablando de eso y aprovechando que el niño loco ya no está con nosotros. —Y el siguiente portazo se los confirmaba. —Opino que el ganador vaya por la cena que por mi parte voy a limpiar este lugar. Si sigue así moriré de tanto estornudo.

No es que quisiera mandar a Patrick lejos hasta saber como lidiar con él, pfff. Claro que no.  

Home sweet home

Ya estaba al borde de encararlo bien encarado, pues recortó la distancia aún más si se podía, dando un paso más. Antes de que su frente tocara la del francesito, Martin Luther King le puso una mano en el hombro tratando de calmar el ambiente. Mira que estaba él de buen rollo, pero el niñato le estaba tocando los cojones lo más grande. Y aún no había terminado, al parecer.

Se separó de él siguiendo el consejo del otro, pero no le quitó la mirada asesina de encima, al igual que no desdobló su sonrisa ladeada de superioridad. Ahí iba a haber sangre tarde o temprano, y el frenchie tenía todas las papeletas de llevarse la primera turra. El crío los echó de su cuarto y soltó limosna por ahí para que fueran a hacer la compra. Patrick soltó una carcajada socarrona. ¿Qué somos? ¿Tus chachas? Ni de coña iba a comprarle comida al crío ese. Que se comiera el violín.

Pero los demás no pensaban lo mismo. Miró al vaquero con el ceño fruncido y expresión de desdén. ¿Perdona? Soltó un bufido y se sacó dinero del bolsillo. Id vosotros, que hacéis buena pareja. Soltó una risotada y le dejó el dinero al vaquero en las manos. Toma. Si vas con el gorrito, te doy más. Mucho más si vas solo con el gorrito. Volvió a reírse y se dirigió a su habitación. Ahora, con vuestro permiso, voy a deshacer mis maletas y a hacerme un mapa para no perderme en mi enorme habitación.

Home sweet home

Gabriel se sintió profundamente aliviado cuando los dos descerebrados por fin dieron muestras de separarse. Por un momento, había tenido que la sangre llegase al río con aquel par. Demasiada testosterona encerrada en un mismo pasillo, lo cual era irónico, teniendo en cuenta que aquellos dos eran los más esmirriados y enclenques del grupo. Del rubiazo se lo habría podido esperar. Pero de ellos... En fin.

Cuando el trío salió al salón, Gabs se giró hacia el vaquero y le dedicó una tremenda sonrisa —. ¿Intentas quedarte a solas conmigo? —. Bromeó. Y habría añadido algo más, pero Patrick tuvo que joder el momento de magia. Tras poner los ojos en blanco, decidió que no iba a discutir por aquello. Además, salir a que le diera el aire le vendría bien para aliviar un poco la tensión y aclarar las ideas. De pronto, se dio cuenta de lo increíblemente cargantes que resultaban sus compañeros de piso.

— Está bien, iré yo a hacer la maldita compra. Luego si algo no os gusta os jodéis —. Comentó, aunque lo hizo con tono más bien jocoso que ninguna otra cosa —. Cuando vuelva puedo ayudarte a limpiar, si quieres —. Fue lo último que dijo, por supuesto, al rubio. No sabía qué le gustaba más: flirtear con él o ponerlo nervioso.