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Ivanka
Alchemist
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The Maiden and the Selkie
'I have come in from the ocean
I have come in from the sea
And I'll not go to the waves, love,
Lest ye come along with me...
-Érase una vez una niña. Una niña muy buena. Vivía aquí, en esta misma isla, hija de un tintero de telas, trabajaba con su papá y sus hermanos. Y también había un niño, hijo de una estirpe de guerreros, nacido en una lejana tierra llena de guerreros como ellos. Él también vivía con sus hermanos, pero su padre era un hombre malvado, les maltrataba, y el niño creció triste, solo quería salir de allí.
-Pero era un guerrero valiente. Por eso no se fue.
-No no se fue. Pero los niños crecieron. Y el niño se volvió un hombre, y aprendió a pelear. Pero sus hermanos fueron muriendo poco a poco en batallas por un rey que ya ni recordaba por qué peleaba. Y el hombre se cansó. La gota que colmó el vaso fue cuando le obligaron a casarse con otra guerrera.
-¿Le obligaron? ¿No estaba enamorado de ella?
-No. Para nada. Y entonces el chico tuvo que irse, dejando a su hermana en la tierra de los guerreros, porque no le dio tiempo a llevársela, y eso le partió el corazón.
-¿Y qué hizo el chico?
-Se hizo pescador. Viajaba en cualquier barco que le contratara. Se metía en líos con marineros… no llevaba la mejor vida del mundo. Y un día, tras un naufragio, la niña del principio, la que vivía en esta isla, lo encontró en la playa y lo salvó.
-¿Y se enamoraron?
-Con el tiempo sí.
-Pero no podían casarse porque él ya estaba casado.
-Y porque el padre de la chica no se lo hubiera permitido. Pero ella no sabía que él estaba casado, y como solo se veían cuando el chico recalaba en su isla, el padre de la chica tampoco se enteró.
-¿Y ya está? ¿Vivieron así para siempre?
-No. Un buen día, ella fue a buscarle y le oyó hablar con la gente de otra mujer. Ella pensó que el marinero debía tener una amante en cada puerto y no acudió a su cita. El marinero entendió que le había abandonado y se fue.
-¿A dónde se fue?
-A buscar a su hermana, que era la mujer de la que estaba hablando, porque él nunca se había perdonado abandonarla.
-¿Y por qué no se lo dijo a la chica? ¿Por qué no le preguntó ella? ¿Por qué el se fue si estaba enamorado de la chica? Ya no me gusta esta historia.
-Espérate, ¿no terminan bien todos los cuentos que te cuento?
-Bueno.
-Poco después de que él se fuera, ella se enteró de que iba a tener un bebé.
-¿Del marinero?
-¡Pues claro! ¿De quién si no, a ver?
-¡Yo que sé! Esta historia cada vez es más complicada. Pero entonces el padre de ella se enfadaría.
-Mucho. Intentó quitarle al bebé cuando nació. Pero ella nunca hubiera dejado que la separaran de su bebé. Así que se montó en el barco y se marchó lejos, sobreviviendo como pudo. Hasta que llegó a la tierra de los guerreros.
-¿Y allí se encontró con el marinero?
-Sí, pero fue muchos muchos años después. Porque él no podía aparecer por allí como si nada. Le buscaba el ejército del Rey, su padre y hasta su esposa por haberla abandonado. Pero cuando su padre murió, y la esposa se fue, él regresó a la tierra de los guerreros. Y allí se encontró con su hermana.
-¿Y con la chica y su hijo?
-También
-¿Y ya se perdonaron?
-Sí. Pero entonces la esposa volvió y el marinero tuvo que enfrentarla. Él no quería matarla, pero aún así, tuvo que hacerlo, porque la esposa le amenazó con hacer daño a la chica y al niño.
-Vaya bruja.
-Pues sí. El caso es que después de su muerte, el marinero y la chica se pudieron casar y se fueron a vivir a la casa de la hermana, que también era soldado del rey.
-Pues no me parece la mejor idea del mundo. Ahí le podrían encontrar fácilmente.
-Sí. Ahora parece una locura... entonces... solo queríamos ser felices.
-Mamá. ¿Así se acaba el cuento?
-No, espero que no. Pero ya veremos como continúa. Ahora a dormir.
-Mami.
-¿Sí, lucerito?
-¿Cómo se llamaban el marinero y la chica?
-Tarmo e Ivanka.
-¡Como tú y papá!
I have come in from the sea
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Lest ye come along with me...
-Érase una vez una niña. Una niña muy buena. Vivía aquí, en esta misma isla, hija de un tintero de telas, trabajaba con su papá y sus hermanos. Y también había un niño, hijo de una estirpe de guerreros, nacido en una lejana tierra llena de guerreros como ellos. Él también vivía con sus hermanos, pero su padre era un hombre malvado, les maltrataba, y el niño creció triste, solo quería salir de allí.
-Pero era un guerrero valiente. Por eso no se fue.
-No no se fue. Pero los niños crecieron. Y el niño se volvió un hombre, y aprendió a pelear. Pero sus hermanos fueron muriendo poco a poco en batallas por un rey que ya ni recordaba por qué peleaba. Y el hombre se cansó. La gota que colmó el vaso fue cuando le obligaron a casarse con otra guerrera.
-¿Le obligaron? ¿No estaba enamorado de ella?
-No. Para nada. Y entonces el chico tuvo que irse, dejando a su hermana en la tierra de los guerreros, porque no le dio tiempo a llevársela, y eso le partió el corazón.
-¿Y qué hizo el chico?
-Se hizo pescador. Viajaba en cualquier barco que le contratara. Se metía en líos con marineros… no llevaba la mejor vida del mundo. Y un día, tras un naufragio, la niña del principio, la que vivía en esta isla, lo encontró en la playa y lo salvó.
-¿Y se enamoraron?
-Con el tiempo sí.
-Pero no podían casarse porque él ya estaba casado.
-Y porque el padre de la chica no se lo hubiera permitido. Pero ella no sabía que él estaba casado, y como solo se veían cuando el chico recalaba en su isla, el padre de la chica tampoco se enteró.
-¿Y ya está? ¿Vivieron así para siempre?
-No. Un buen día, ella fue a buscarle y le oyó hablar con la gente de otra mujer. Ella pensó que el marinero debía tener una amante en cada puerto y no acudió a su cita. El marinero entendió que le había abandonado y se fue.
-¿A dónde se fue?
-A buscar a su hermana, que era la mujer de la que estaba hablando, porque él nunca se había perdonado abandonarla.
-¿Y por qué no se lo dijo a la chica? ¿Por qué no le preguntó ella? ¿Por qué el se fue si estaba enamorado de la chica? Ya no me gusta esta historia.
-Espérate, ¿no terminan bien todos los cuentos que te cuento?
-Bueno.
-Poco después de que él se fuera, ella se enteró de que iba a tener un bebé.
-¿Del marinero?
-¡Pues claro! ¿De quién si no, a ver?
-¡Yo que sé! Esta historia cada vez es más complicada. Pero entonces el padre de ella se enfadaría.
-Mucho. Intentó quitarle al bebé cuando nació. Pero ella nunca hubiera dejado que la separaran de su bebé. Así que se montó en el barco y se marchó lejos, sobreviviendo como pudo. Hasta que llegó a la tierra de los guerreros.
-¿Y allí se encontró con el marinero?
-Sí, pero fue muchos muchos años después. Porque él no podía aparecer por allí como si nada. Le buscaba el ejército del Rey, su padre y hasta su esposa por haberla abandonado. Pero cuando su padre murió, y la esposa se fue, él regresó a la tierra de los guerreros. Y allí se encontró con su hermana.
-¿Y con la chica y su hijo?
-También
-¿Y ya se perdonaron?
-Sí. Pero entonces la esposa volvió y el marinero tuvo que enfrentarla. Él no quería matarla, pero aún así, tuvo que hacerlo, porque la esposa le amenazó con hacer daño a la chica y al niño.
-Vaya bruja.
-Pues sí. El caso es que después de su muerte, el marinero y la chica se pudieron casar y se fueron a vivir a la casa de la hermana, que también era soldado del rey.
-Pues no me parece la mejor idea del mundo. Ahí le podrían encontrar fácilmente.
-Sí. Ahora parece una locura... entonces... solo queríamos ser felices.
-Mamá. ¿Así se acaba el cuento?
-No, espero que no. Pero ya veremos como continúa. Ahora a dormir.
-Mami.
-¿Sí, lucerito?
-¿Cómo se llamaban el marinero y la chica?
-Tarmo e Ivanka.
-¡Como tú y papá!
Ivanka Carmesí
Annabel Scholey — {Ivanka}
Tarmo Acerohelado
Aaron Taylor-Johnson — Freyja
1x1 - original - fantasía
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
- Golden Shields:
Alice Gallia
Cause' Alice does belong with Marcus
Ante todo, amigos
Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
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- Juntos, somos el Todo:
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THE SHORE
CAPÍTULO I (Flashback - Hace seis años)
No debió subir a ese navío, pero ¿qué importaba ya? Cuatro años siendo un prófugo bien merecían la muerte. Había huido de su tierra dejando una vida, una identidad y a dos mujeres atrás: su hermana y su esposa. Todo para burlar la muerte. Pero la muerte siempre te encuentra. Y allí estaba. "Volvemos a encontrarnos", casi podía oír como le siseaba en el oído. Y esta vez no había manera de escapar.
Todo el barco era ya apenas la cáscara de una nuez balanceándose en un mar violento que lo dominaba a su antojo. Un amasijo de maderas podridas y anegadas, que crujían a cada carrera que los hombres daban en su desesperación de un lado a otro tratando de salvar lo insalvable. Y él, que no era más que un ballenero, allí estaba. El último mono del barco tratando de sujetar el mástil antes de que se partiera sobre sus cabezas, tapando vías y lanzando peso inútil al agua, como todos esos barriles de vino y viandas que ya de poco les servirían.
Los gritos de los que serían las últimas personas que viera en su vida no le dejaban ni pensar con claridad, como si hubiera algo en lo que pensar que no fuera sobrevivir. Los que no estaban rezando se culpaban unos a otros, bramaban órdenes o lloraban como desquiciados. Él solo... Intentaba hacer algo útil a pesar de que sabía que todo era en sí una inutilidad. Que iban a morir. Y que nadie se enteraría. Que para Aslaug sería siempre el hermano cobarde que huyó de su destino y la abandonó. Y así quedaría por el resto de la historia. Un nombre manchado de deshonra y un cadáver más en el mar. Lo primero no le importaba lo más mínimo, y lo segundo... Ya tampoco, el daño estaba hecho. En vez de morir en el campo de batalla, había preferido hacerlo como pasto de tiburones. Al menos, en cierto modo, eso lo había elegido. Había sellado su propio destino.
Por mucha fuerza que imprimió tirando de esas cuerdas el mástil se vino abajo igualmente, resquebrajándose y llevándose con él la mitad de la cubierta del barco, partiendo el mismo por la mitad. Cayó al suelo al tiempo de ver la inmensa ola que se acercaba a ellos. Era el final, su final, el de todos los que allí estaban. Soltó aire por la boca y se tumbó en la madera, cerrando los ojos, despidiéndose de su hermana y de su triste existencia. Y nada más.
Todo el barco era ya apenas la cáscara de una nuez balanceándose en un mar violento que lo dominaba a su antojo. Un amasijo de maderas podridas y anegadas, que crujían a cada carrera que los hombres daban en su desesperación de un lado a otro tratando de salvar lo insalvable. Y él, que no era más que un ballenero, allí estaba. El último mono del barco tratando de sujetar el mástil antes de que se partiera sobre sus cabezas, tapando vías y lanzando peso inútil al agua, como todos esos barriles de vino y viandas que ya de poco les servirían.
Los gritos de los que serían las últimas personas que viera en su vida no le dejaban ni pensar con claridad, como si hubiera algo en lo que pensar que no fuera sobrevivir. Los que no estaban rezando se culpaban unos a otros, bramaban órdenes o lloraban como desquiciados. Él solo... Intentaba hacer algo útil a pesar de que sabía que todo era en sí una inutilidad. Que iban a morir. Y que nadie se enteraría. Que para Aslaug sería siempre el hermano cobarde que huyó de su destino y la abandonó. Y así quedaría por el resto de la historia. Un nombre manchado de deshonra y un cadáver más en el mar. Lo primero no le importaba lo más mínimo, y lo segundo... Ya tampoco, el daño estaba hecho. En vez de morir en el campo de batalla, había preferido hacerlo como pasto de tiburones. Al menos, en cierto modo, eso lo había elegido. Había sellado su propio destino.
Por mucha fuerza que imprimió tirando de esas cuerdas el mástil se vino abajo igualmente, resquebrajándose y llevándose con él la mitad de la cubierta del barco, partiendo el mismo por la mitad. Cayó al suelo al tiempo de ver la inmensa ola que se acercaba a ellos. Era el final, su final, el de todos los que allí estaban. Soltó aire por la boca y se tumbó en la madera, cerrando los ojos, despidiéndose de su hermana y de su triste existencia. Y nada más.
En lugar desconocido con Ivanka
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THE SHORE
CAPÍTULO I (Flashback - Hace seis años)
Ivanka caminaba por la playa. Echaba mucho de menos a su abuela, y su luto terminaría pronto, y en cuanto terminara se tendría que casar. No paraban de recordárselo. Pero a ella no le interesaba esa vida. Ella prefería trabajar en el taller, le encantan teñir telas, y le gustaría ser capaz algún día de sacar patrones y aprender a coser vestidos enteros, no simples bordaditos.
Pero cuando lo decía, su madre se reía de ella y decía "cuando una tiene un marido rico, no necesita saber hacer nada, los criados lo hacen por ella". Pero a ella le gustaba trabajar, quería aprender a leer, quería ser como sus hermanos. Así que cuando se frustraba volvía a la playa, aunque su abuela ya no estuviera allí al final de ella, en su cabaña, porque por allí podía caminar y cantar, tal como hacía con ella.
By yon bonnie banks and by yon bonnie braes,
Where the sun shines bright on Rock Lomond,
Where me and my true love will never meet again,
On the bonnie, bonnie banks of Rock Lomond.
Esa canción le gustaba, porque era de unos amantes que se separan y se decían esas cosas que ella querría oír alguna vez. Pero su canción favorita era la dama y el Selkie, aunque no había sido capaz de cantarla desde que murió su abuela. No sonaría igual en su voz. En esas cosas iba pensando cuando, de repente, vio algo en medio de su camino, en la orilla, bañado por el frío mar.
Era un hombre, un hombre altísimo y de anchas espaldas. ¿Estaría muerto? Seguro que era del naufragio del que sus hermanos habían oído hablar en las cantinas del puerto. Se acercó con un poco de miedo, pero atraída como si la corriente misma llevara sus pies descalzos hasta allí. Se agachó frente a él, y con la mano temblorosa le tocó el cuello. Tenía pulso. Apartó el pelo de su rostro y descubrió unas bellas facciones de un hombre muy joven. Y apuesto, muy apuesto. Algo había en ese hombre que le impedía pensar con claridad, y, precisamente, sin pensar bien en lo que estaba haciendo, se puso a calcular a qué lugar podría llevarlo para recuperarse. Porque querrás que se recuperara. La cabaña de su abuela estaba muy cerca, y si nadie había forzado la puerta para entrar, aún tendría allí los ungüentos y vendas con los que hacha su trabajo de.... médica-boticaria-comadrona-bruja al que se dedicaba. Pero pensarlo era más fácil que hacerlo. Aquel hombre era enorme y ella no podría arrastrarlo como peso muerto. Tenía que conseguir que se despertara. Así que agitó sus hombros y dio unos golpecitos en su cara mientras decía
-¡Eh! ¡Eh! ¡Despertad, marinero! Despertad por favor, no puedo ayudaros si no os movéis
- dijo con angustia y súplica en la voz.
Pero cuando lo decía, su madre se reía de ella y decía "cuando una tiene un marido rico, no necesita saber hacer nada, los criados lo hacen por ella". Pero a ella le gustaba trabajar, quería aprender a leer, quería ser como sus hermanos. Así que cuando se frustraba volvía a la playa, aunque su abuela ya no estuviera allí al final de ella, en su cabaña, porque por allí podía caminar y cantar, tal como hacía con ella.
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On the bonnie, bonnie banks of Rock Lomond.
Esa canción le gustaba, porque era de unos amantes que se separan y se decían esas cosas que ella querría oír alguna vez. Pero su canción favorita era la dama y el Selkie, aunque no había sido capaz de cantarla desde que murió su abuela. No sonaría igual en su voz. En esas cosas iba pensando cuando, de repente, vio algo en medio de su camino, en la orilla, bañado por el frío mar.
Era un hombre, un hombre altísimo y de anchas espaldas. ¿Estaría muerto? Seguro que era del naufragio del que sus hermanos habían oído hablar en las cantinas del puerto. Se acercó con un poco de miedo, pero atraída como si la corriente misma llevara sus pies descalzos hasta allí. Se agachó frente a él, y con la mano temblorosa le tocó el cuello. Tenía pulso. Apartó el pelo de su rostro y descubrió unas bellas facciones de un hombre muy joven. Y apuesto, muy apuesto. Algo había en ese hombre que le impedía pensar con claridad, y, precisamente, sin pensar bien en lo que estaba haciendo, se puso a calcular a qué lugar podría llevarlo para recuperarse. Porque querrás que se recuperara. La cabaña de su abuela estaba muy cerca, y si nadie había forzado la puerta para entrar, aún tendría allí los ungüentos y vendas con los que hacha su trabajo de.... médica-boticaria-comadrona-bruja al que se dedicaba. Pero pensarlo era más fácil que hacerlo. Aquel hombre era enorme y ella no podría arrastrarlo como peso muerto. Tenía que conseguir que se despertara. Así que agitó sus hombros y dio unos golpecitos en su cara mientras decía
-¡Eh! ¡Eh! ¡Despertad, marinero! Despertad por favor, no puedo ayudaros si no os movéis
- dijo con angustia y súplica en la voz.
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THE SHORE
CAPÍTULO I (Flashback - Hace seis años)
¿Se podrían oír cosas desde la otra vida? ¿Había, acaso, aquello que llamaban "otra vida"? La negrura lo inundaba y, sin embargo, podía oír el rugido del mar. Como si lo último que oyeras en vida fuera aquello que te acompañaría tras la muerte... Aunque, de ser así, no sería el arrullo de la suave marea lo que oyese, sino gritos, maderas rotas y fuertes olas golpeando contra los restos del barco y contra su propio cuerpo, antes de lanzarlo a la inmensidad del mar.
Pero allí estaba, el murmullo de las olas... Y el agua mojando su cuerpo. Podía sentirlo. ¿Podía sentir? Algo le hizo entonces pensar que no estaba muerto. Su cabeza y su cuerpo no le respondían, no reaccionaban a su voluntad. Solo se sabía allí, sobre la arena, y poco más. Pero ese algo que sintió fue como el estímulo que necesitaba.
Una caricia, una voz de mujer. Le ordenaba despertar, reaccionar, y movía su cuerpo para que espabilase y abriese los ojos. Y eso hizo.
Y esa calma post-mortem desapareció como si, efectivamente, no estuviese muerto sino vivo. Vivo a duras penas, vivo aún con la muerte acechante. Pero vivo.
Apenas había pestañeado confuso cuando notó el agua salir de sus pulmones. Se giró hacia al lado contrario en el que se encontraba la silueta que le había sacado de su letargo, con apenas fuerza para rodar de un costado sobre la arena, y tosió violentamente sintiendo como si estuviera expulsando todas las entrañas, y no solo agua y más agua. La sal del mar le abrasaba la garganta, y el sol le cegaba los ojos. Apenas dejó de toser miró al otro lado. Y allí seguía.
Una hermosa mujer, pero totalmente desconocida. Y un paraje igualmente desconocido a su alrededor. ¿Qué...? Comenzó con voz ronca y totalmente aturdido. ¿Qué había ocurrido? ¿Acaso ese barco en el que estaba no había naufragado? ¿Acaso no había muerto? Y de no ser así, ¿dónde estaban los demás? Porque no podía creer no solo que hubiera sobrevivido, sino que la suerte solo le hubiera sobrevenido a él. O quizás no era suerte. Quizás aún no había terminado de pagar su condena. ¿Dónde... Dónde estoy? Su pecho respiraba acelerado, y entonces giró la vista a la mujer. ¿Quién... sois vos?
Pero allí estaba, el murmullo de las olas... Y el agua mojando su cuerpo. Podía sentirlo. ¿Podía sentir? Algo le hizo entonces pensar que no estaba muerto. Su cabeza y su cuerpo no le respondían, no reaccionaban a su voluntad. Solo se sabía allí, sobre la arena, y poco más. Pero ese algo que sintió fue como el estímulo que necesitaba.
Una caricia, una voz de mujer. Le ordenaba despertar, reaccionar, y movía su cuerpo para que espabilase y abriese los ojos. Y eso hizo.
Y esa calma post-mortem desapareció como si, efectivamente, no estuviese muerto sino vivo. Vivo a duras penas, vivo aún con la muerte acechante. Pero vivo.
Apenas había pestañeado confuso cuando notó el agua salir de sus pulmones. Se giró hacia al lado contrario en el que se encontraba la silueta que le había sacado de su letargo, con apenas fuerza para rodar de un costado sobre la arena, y tosió violentamente sintiendo como si estuviera expulsando todas las entrañas, y no solo agua y más agua. La sal del mar le abrasaba la garganta, y el sol le cegaba los ojos. Apenas dejó de toser miró al otro lado. Y allí seguía.
Una hermosa mujer, pero totalmente desconocida. Y un paraje igualmente desconocido a su alrededor. ¿Qué...? Comenzó con voz ronca y totalmente aturdido. ¿Qué había ocurrido? ¿Acaso ese barco en el que estaba no había naufragado? ¿Acaso no había muerto? Y de no ser así, ¿dónde estaban los demás? Porque no podía creer no solo que hubiera sobrevivido, sino que la suerte solo le hubiera sobrevenido a él. O quizás no era suerte. Quizás aún no había terminado de pagar su condena. ¿Dónde... Dónde estoy? Su pecho respiraba acelerado, y entonces giró la vista a la mujer. ¿Quién... sois vos?
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Ivanka
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THE SHORE
CAPÍTULO I (Flashback - Hace seis años)
Una oleada de alivio invadió su pecho cuando el marinero le contestó. Por los dioses, qué ojos tan azules y que voz tan... "concentración, Ivanka" se dijo a sí misma. Pero era más fácil pensarlo que hacerlo, porque se puso a inspeccionar el cuerpo del marinero en busca de heridas graves, y era muy difícil separar la visión de los cortes y moratones del torso del marinero. Tomó aire y se concentró, volviendo a su rostro.
-Estáis en la playa, en la isla de Rock Lomond. Creo que formabais parte de la tripulación de la Quimera, un barco ballenero que se hundió anoche- pasó los dedos por sus moretones, en la piel mojada y tersa, tratando de rozarlo solo suavemente- No sé si esto os lo han hecho las rocas y si ya lo traíais del barco, pero se han oído cosas muy feas en el puerto sobre la Quimera- Y no mentía. El capitán había sido asesinado, y uno de los oficiales había ido a contar su versión a la autoridades de Rock Lomond, reportando que había habido un sangriento motín antes de la tormenta- Si os encuentran aquí, os van a llevar directamente antes las autoridades- "Sí, y quizá por eso, no deberías estar tan dispuesta a ayudarle" le recordó una voz en su interior. Pero su abuela siempre asistía a la gente que lo necesitaba, y siempre decía que el problema del mundo es que nadie ayudaba a nadie. Eso era. Que ella solo intentaba hacer lo que hubiera hecho su abuela.
-Puedo curaros- dijo muy segura. Había visto a la abuela hacerlo muchas veces. Y todas sus cosas seguían en la cabaña, quizá un poco cubiertas de polvo, pero ya se las arreglaría. Para darle fuerzas al hombre, señaló la cabaña desde ahí en dirección al acantilado- Solo necesito que lleguéis ahí ¿de acuerdo?- pero el hombre simplemente seguía mirándola. Quizá el rato que había pasado en el agua, la que había tragado, y la paliza que parecía haber sufrido hasta llegar allí, ya fuera por el propio naufragio o de mano humana, le habían confundido un poco. Ella puso una sonrisa reconfortante y le acarició la mejilla cubierta de barba rojiza y empapada.
-Me llamo Ivanka. Y no os preocupéis, yo no voy a entregaros. Solo quiero ayudaros. Y para eso os tenéis que levantar, porque yo no puedo con vos.
-Estáis en la playa, en la isla de Rock Lomond. Creo que formabais parte de la tripulación de la Quimera, un barco ballenero que se hundió anoche- pasó los dedos por sus moretones, en la piel mojada y tersa, tratando de rozarlo solo suavemente- No sé si esto os lo han hecho las rocas y si ya lo traíais del barco, pero se han oído cosas muy feas en el puerto sobre la Quimera- Y no mentía. El capitán había sido asesinado, y uno de los oficiales había ido a contar su versión a la autoridades de Rock Lomond, reportando que había habido un sangriento motín antes de la tormenta- Si os encuentran aquí, os van a llevar directamente antes las autoridades- "Sí, y quizá por eso, no deberías estar tan dispuesta a ayudarle" le recordó una voz en su interior. Pero su abuela siempre asistía a la gente que lo necesitaba, y siempre decía que el problema del mundo es que nadie ayudaba a nadie. Eso era. Que ella solo intentaba hacer lo que hubiera hecho su abuela.
-Puedo curaros- dijo muy segura. Había visto a la abuela hacerlo muchas veces. Y todas sus cosas seguían en la cabaña, quizá un poco cubiertas de polvo, pero ya se las arreglaría. Para darle fuerzas al hombre, señaló la cabaña desde ahí en dirección al acantilado- Solo necesito que lleguéis ahí ¿de acuerdo?- pero el hombre simplemente seguía mirándola. Quizá el rato que había pasado en el agua, la que había tragado, y la paliza que parecía haber sufrido hasta llegar allí, ya fuera por el propio naufragio o de mano humana, le habían confundido un poco. Ella puso una sonrisa reconfortante y le acarició la mejilla cubierta de barba rojiza y empapada.
-Me llamo Ivanka. Y no os preocupéis, yo no voy a entregaros. Solo quiero ayudaros. Y para eso os tenéis que levantar, porque yo no puedo con vos.
Isla de Rock Lomond con Tarmo
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CAPÍTULO I (Flashback - Hace seis años)
Lo que oía le parecía cosa de sueños, o más bien de pesadillas. Apenas podía ir entendiendo lentamente lo que le decía, mirando a la mujer con extrañeza. ¿Rock Lomond? ¿Se hundió? ¿El barco en el que iba... Se hundió?
¿Y donde estaban los demás? ¿Dónde estaban sus compañeros de travesía? Él había aparecido en aquella playa, con los pulmones hinchados de agua, pero... ¿Y los demás? ¿Habrían corrido la misma suerte? Ahora que lo pensaba, que se paraba a recordar, destellos fugaces llegaban a su mente en forma de imágenes... Eso le hizo cerrar los ojos y encoger el gesto como si una punzada de dolor le hubiera atravesado el cráneo de sien a sien.
Pero... Ni siquiera iban rumbo a Rock Lomond, ¿cómo era posible que hubiera llegado hasta allí? ¿Cómo podía... Estar vivo? Pero lo estaba, porque notó perfectamente el roce de las manos de la mujer sobre su piel. Dirigió la mirada allí donde le había tocado y luego a su rostro de nuevo, escuchándola. Le llegó una oleada de alivio repentina y extraña... Pero esta volvió a esfumarse a medida que obtenía más información. Pero... Yo no sé nada. Respondió confuso. O... No recuerdo nada, al menos. Era totalmente cierto. Pero, ¿y si simplemente su memoria se había borrado? ¿Y si lo que la mujer contaba era verdad? Recordaba haberse unido a las filas de ese barco solo porque vio una buena oportunidad de conseguir peces de las altas profundidades que poder vender después, pero nada más. Nada le unía a esos hombres, de la inmensa mayoría no recordaba sus caras, cuanto menos sus nombres. Probablemente él fuese de las últimas personas que vieron en sus vidas y ni siquiera les recordaba.
Su mirada se había clavado taciturna en la arena, pensando. De nuevo la justicia le perseguía, ¿es que no podría escapar de aquello en su vida? Hubiera preferido morir. Quizás era el castigo que merecía por no condenarse a morir. Quizás ya jamás pudiera morir tranquilo. Entonces la mujer le sacó de sus divagaciones, asegurando que podía curarle. Alzó la mirada hasta ella. Su respiración aún estaba agitada y su rostro confuso y asustado, pero... Sintió ese alivio repentino una vez más.
¿Pero por qué ibais a hacerlo? No era más que un naufrago sin nombre, tirado en una playa, cubierto de agua y algas, y eso era solo lo que ella sabía. Tenía dos nombres, dos vidas, dos historias. Dos huidas de la muerte y dos justicias persiguiéndole. Pero no parecía importarle, pues le sonrió y acarició su mejilla. Y se presentó. Al menos uno de los dos ya no era un desconocido.
Mi nombre es Tarmo. Dijo al fin, tras unos instantes de silencio en los que solo podía mirarla. Solo podía tratar de recuperar un ritmo normal de respiración y mirar esa sonrisa y esos ojos que le decían... Que estaba diciendo la verdad. Tragó saliva y, con dificultad y un quejido de dolor, se puso en pie. Eso volvió a acelerar su respiración, casi a dejarle sin aire. Se recompuso lo suficiente para volver a dirigir la mirada a ella y reclamar la ayuda que le había ofrecido, apoyándose en su brazo. Caminó junto a ella en silencio pero... No podía evitar seguir mirándola extrañado. Hasta que al fin habló. Gracias... Ivanka.
¿Y donde estaban los demás? ¿Dónde estaban sus compañeros de travesía? Él había aparecido en aquella playa, con los pulmones hinchados de agua, pero... ¿Y los demás? ¿Habrían corrido la misma suerte? Ahora que lo pensaba, que se paraba a recordar, destellos fugaces llegaban a su mente en forma de imágenes... Eso le hizo cerrar los ojos y encoger el gesto como si una punzada de dolor le hubiera atravesado el cráneo de sien a sien.
Pero... Ni siquiera iban rumbo a Rock Lomond, ¿cómo era posible que hubiera llegado hasta allí? ¿Cómo podía... Estar vivo? Pero lo estaba, porque notó perfectamente el roce de las manos de la mujer sobre su piel. Dirigió la mirada allí donde le había tocado y luego a su rostro de nuevo, escuchándola. Le llegó una oleada de alivio repentina y extraña... Pero esta volvió a esfumarse a medida que obtenía más información. Pero... Yo no sé nada. Respondió confuso. O... No recuerdo nada, al menos. Era totalmente cierto. Pero, ¿y si simplemente su memoria se había borrado? ¿Y si lo que la mujer contaba era verdad? Recordaba haberse unido a las filas de ese barco solo porque vio una buena oportunidad de conseguir peces de las altas profundidades que poder vender después, pero nada más. Nada le unía a esos hombres, de la inmensa mayoría no recordaba sus caras, cuanto menos sus nombres. Probablemente él fuese de las últimas personas que vieron en sus vidas y ni siquiera les recordaba.
Su mirada se había clavado taciturna en la arena, pensando. De nuevo la justicia le perseguía, ¿es que no podría escapar de aquello en su vida? Hubiera preferido morir. Quizás era el castigo que merecía por no condenarse a morir. Quizás ya jamás pudiera morir tranquilo. Entonces la mujer le sacó de sus divagaciones, asegurando que podía curarle. Alzó la mirada hasta ella. Su respiración aún estaba agitada y su rostro confuso y asustado, pero... Sintió ese alivio repentino una vez más.
¿Pero por qué ibais a hacerlo? No era más que un naufrago sin nombre, tirado en una playa, cubierto de agua y algas, y eso era solo lo que ella sabía. Tenía dos nombres, dos vidas, dos historias. Dos huidas de la muerte y dos justicias persiguiéndole. Pero no parecía importarle, pues le sonrió y acarició su mejilla. Y se presentó. Al menos uno de los dos ya no era un desconocido.
Mi nombre es Tarmo. Dijo al fin, tras unos instantes de silencio en los que solo podía mirarla. Solo podía tratar de recuperar un ritmo normal de respiración y mirar esa sonrisa y esos ojos que le decían... Que estaba diciendo la verdad. Tragó saliva y, con dificultad y un quejido de dolor, se puso en pie. Eso volvió a acelerar su respiración, casi a dejarle sin aire. Se recompuso lo suficiente para volver a dirigir la mirada a ella y reclamar la ayuda que le había ofrecido, apoyándose en su brazo. Caminó junto a ella en silencio pero... No podía evitar seguir mirándola extrañado. Hasta que al fin habló. Gracias... Ivanka.
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CAPÍTULO I (Flashback - Hace seis años)
Avanzaron por la playa a duras penas. Aquel hombre, aquel Tarmo, parecía profundamente inmerso en algún lugar muy lejos de allí. O quizá solo tenía un trauma por haber vivido un naufragio, pero algo en él llevaba a Ivanka a querer abrazarlo y consolarlo. Además, no hablaba como los otros marineros, parecía un hombre educado ¿qué haría en un barco como la Quimera un hombre que al menos era un poco distinguido? Pero ya tendría tiempo de preguntárselo. En cuanto a la pregunta que él tenía, contestó con otra dulce sonrisa, como había visto siempre hacer a su abuela.
-Porque puedo hacerlo, y si todo el mundo que puede ayudar lo hiciera, el mundo sería un lugar mejor- La echaba de menos, la verdad, y pensaba que aquella era la mejor manera de recordarla, no el absurdo luto que la hacía parecer una arpía. Ojalá el marinero la hubiera conocido en sus días de vestidos rojos escotados y perlas en el pelo.
Poco a poco, y ayudándole cuando la cuesta hacia lo alto del acantilado se empezó a empinar, llegaron a la cabaña y cogió la llave que siempre llevaba colgada al cuello. La cerradura tardó en ceder, porque estaba oxidada del azote de la brisa marina y las numerosas tormentas que se sucedían en la isla, pero finalmente se abrió. Esas cosas no pasaban cuando la abuela vivía porque ella mantenía la cabaña.
-Tengo que arreglar esa cerradura- dijo más para sí misma- Pasad y tumbaos en la cama. Esto está un poco abandonado, pero lo pondré en marcha en seguida- Ivanka trabajadora se activó y en un momento estaba encendiendo el fuego del centro de la cabaña, sacando telas limpias de donde estaban guardadas, hirviendo agua y comprobando los ungüentos. Al rato, se sentó al lado de Tarmo en la cama con el bálsamo de perejil, miel y tomillo que desinfectaba las heridas y volvió a ser la serena Ivanka.
-Este ungüento sirve para limpiar y cicatrizar heridas. Os lo echaré en las que están abiertas, luego usaré otro para los moretones y te haré una infusión de lavanda para que os purgue todo el agua de mar y algas y lo que hayáis podido tragar hasta llegar a la playa. Espero que no tengáis ninguna hemorragia interna porque hasta ahí no llegan mis conocimientos- Según lo dijo se dio cuenta de que no debería haber atemorizado al hombre así y se mordió el labio inferior, poniéndose a trabajar sobre las heridas abiertas de Tarmo- Perdón, no debí decir eso. Seguro que no tenéis nada de eso y... os ponéis bien- solo de pensarlo, y también un poco de rabia hacia sí misma, le tembló la mano. Subió la mirada y trató de poner una sonrisa.
-Entonces... ¿recordáis algo de lo que ocurrió en la Quimera antes de que se hundiera?
-Porque puedo hacerlo, y si todo el mundo que puede ayudar lo hiciera, el mundo sería un lugar mejor- La echaba de menos, la verdad, y pensaba que aquella era la mejor manera de recordarla, no el absurdo luto que la hacía parecer una arpía. Ojalá el marinero la hubiera conocido en sus días de vestidos rojos escotados y perlas en el pelo.
Poco a poco, y ayudándole cuando la cuesta hacia lo alto del acantilado se empezó a empinar, llegaron a la cabaña y cogió la llave que siempre llevaba colgada al cuello. La cerradura tardó en ceder, porque estaba oxidada del azote de la brisa marina y las numerosas tormentas que se sucedían en la isla, pero finalmente se abrió. Esas cosas no pasaban cuando la abuela vivía porque ella mantenía la cabaña.
-Tengo que arreglar esa cerradura- dijo más para sí misma- Pasad y tumbaos en la cama. Esto está un poco abandonado, pero lo pondré en marcha en seguida- Ivanka trabajadora se activó y en un momento estaba encendiendo el fuego del centro de la cabaña, sacando telas limpias de donde estaban guardadas, hirviendo agua y comprobando los ungüentos. Al rato, se sentó al lado de Tarmo en la cama con el bálsamo de perejil, miel y tomillo que desinfectaba las heridas y volvió a ser la serena Ivanka.
-Este ungüento sirve para limpiar y cicatrizar heridas. Os lo echaré en las que están abiertas, luego usaré otro para los moretones y te haré una infusión de lavanda para que os purgue todo el agua de mar y algas y lo que hayáis podido tragar hasta llegar a la playa. Espero que no tengáis ninguna hemorragia interna porque hasta ahí no llegan mis conocimientos- Según lo dijo se dio cuenta de que no debería haber atemorizado al hombre así y se mordió el labio inferior, poniéndose a trabajar sobre las heridas abiertas de Tarmo- Perdón, no debí decir eso. Seguro que no tenéis nada de eso y... os ponéis bien- solo de pensarlo, y también un poco de rabia hacia sí misma, le tembló la mano. Subió la mirada y trató de poner una sonrisa.
-Entonces... ¿recordáis algo de lo que ocurrió en la Quimera antes de que se hundiera?
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CAPÍTULO I (Flashback - Hace seis años)
Avanzar del brazo de aquella mujer desconocida, dispuesta a ayudarle, por esa playa que tampoco recordaba haber visto antes, podría ser, por extraño que pareciese, lo más raro que le había pasado en sus años de destierro... También lo más hermoso. O, cuando menos, lo único por lo que la vida de un ser humano pudiera tener algo de sentido.
No pudo evitar soltar una suave y amarga carcajada. Qué más quisiera alguien como yo... Que el mundo pensara como vos... Le sonaba tan utópico aquello que llegó a plantearse si el agua no habría entrado en demasía en sus oídos y le había impedido oír bien. De la tierra de la que venía, nadie se preocupaba en ayudar a nadie, más bien todo lo contrario. Tu estatus crecía a más cabezas pisaras.
Se apoyó con una mano en las maderas de la cabaña mientras la mujer abría la puerta, jadeando por el esfuerzo. Aún no tenía las energías ni mucho menos recobradas, ni siquiera sabía como podía sostenerse en pie. Había hecho un esfuerzo sobre humano por subir esa pendiente, y más por ella que por él. Él ya había arrojado su vida al mar. Pero esa mujer merecía que, al menos, mostrase un mínimo de interés por su esperanza. Sentía... Que le debía algo. Aunque fuera mantenerse vivo durante un tiempo.
Se acercó con paso tambaleante y dolorido a la cama, con una mano en sus costillas, mirando a la mujer. No podía evitar una expresión dolorida en su rostro, tampoco el quejido de dolor que emitió al tocar el lecho. Pero sus ojos seguían dirigiéndose a ella. ¿Quién era? ¿Y por qué le ayudaba? Porque por mucho que lo dijera, esa filosofía de ayuda al prójimo se le hacía demasiado lejana. Se escapaba de su entendimiento porque cualquier muestra de ayuda a otro se hubiera considerado en su tierra un castigo, un signo de debilidad. Al parecer había personas que podían llevar ese hacer consigo... Sin necesidad de huir por ello, como había hecho él. O quizás era algo que se le permitiera a las mujeres, pero indigno de un hombre. Ah, eso sí recordaba haberlo oído de su padre.
Reprimió un siseo de dolor, todo lo que pudo, apretando los dientes, ante el tacto del ungüento sobre sus heridas abiertas. No dejaba de mirar a la mujer con ojos temblorosos. Apenas escuchaba o entendía nada de lo que decía... Ni de lo que hacía. No entendía que hacía allí. No entendía por qué no le había dejado morir como un simple deshecho del mar, que al fin y al cabo es lo que era.
Su única respuesta a todo aquello fue mirarla en silencio. No podría haber dicho nada ni aunque supiera qué decir. A su pregunta, en cambio, miró hacia arriba entre pensativo y atormentado. No... Dijo con voz ronca, cerrando los ojos y volviendo a contener una mueca de dolor. Solo... Recuerdo alistarme a sus filas esa mañana... Recuerdo haber oído... La advertencia. Que la marea estaba picada, que no era buena jornada para salir a pescar. Negó con la cabeza. Podía oír los gritos y el rugido del agua, sus golpes contra las maderas del barco y como esta se astillaba. Pero apenas veía una imagen. ¿Qué... Qué habéis oído vos? Preguntó mirándola. Sabía que era La Quimera a pesar de que él no se lo había dicho, sabía que era un naufragio. ¿Qué más sabía?
No pudo evitar soltar una suave y amarga carcajada. Qué más quisiera alguien como yo... Que el mundo pensara como vos... Le sonaba tan utópico aquello que llegó a plantearse si el agua no habría entrado en demasía en sus oídos y le había impedido oír bien. De la tierra de la que venía, nadie se preocupaba en ayudar a nadie, más bien todo lo contrario. Tu estatus crecía a más cabezas pisaras.
Se apoyó con una mano en las maderas de la cabaña mientras la mujer abría la puerta, jadeando por el esfuerzo. Aún no tenía las energías ni mucho menos recobradas, ni siquiera sabía como podía sostenerse en pie. Había hecho un esfuerzo sobre humano por subir esa pendiente, y más por ella que por él. Él ya había arrojado su vida al mar. Pero esa mujer merecía que, al menos, mostrase un mínimo de interés por su esperanza. Sentía... Que le debía algo. Aunque fuera mantenerse vivo durante un tiempo.
Se acercó con paso tambaleante y dolorido a la cama, con una mano en sus costillas, mirando a la mujer. No podía evitar una expresión dolorida en su rostro, tampoco el quejido de dolor que emitió al tocar el lecho. Pero sus ojos seguían dirigiéndose a ella. ¿Quién era? ¿Y por qué le ayudaba? Porque por mucho que lo dijera, esa filosofía de ayuda al prójimo se le hacía demasiado lejana. Se escapaba de su entendimiento porque cualquier muestra de ayuda a otro se hubiera considerado en su tierra un castigo, un signo de debilidad. Al parecer había personas que podían llevar ese hacer consigo... Sin necesidad de huir por ello, como había hecho él. O quizás era algo que se le permitiera a las mujeres, pero indigno de un hombre. Ah, eso sí recordaba haberlo oído de su padre.
Reprimió un siseo de dolor, todo lo que pudo, apretando los dientes, ante el tacto del ungüento sobre sus heridas abiertas. No dejaba de mirar a la mujer con ojos temblorosos. Apenas escuchaba o entendía nada de lo que decía... Ni de lo que hacía. No entendía que hacía allí. No entendía por qué no le había dejado morir como un simple deshecho del mar, que al fin y al cabo es lo que era.
Su única respuesta a todo aquello fue mirarla en silencio. No podría haber dicho nada ni aunque supiera qué decir. A su pregunta, en cambio, miró hacia arriba entre pensativo y atormentado. No... Dijo con voz ronca, cerrando los ojos y volviendo a contener una mueca de dolor. Solo... Recuerdo alistarme a sus filas esa mañana... Recuerdo haber oído... La advertencia. Que la marea estaba picada, que no era buena jornada para salir a pescar. Negó con la cabeza. Podía oír los gritos y el rugido del agua, sus golpes contra las maderas del barco y como esta se astillaba. Pero apenas veía una imagen. ¿Qué... Qué habéis oído vos? Preguntó mirándola. Sabía que era La Quimera a pesar de que él no se lo había dicho, sabía que era un naufragio. ¿Qué más sabía?
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CAPÍTULO I (Flashback - Hace seis años)
Realmente aquel pobre marinero estaba muy desorientado, parecía que no le seguía el hilo de nada de lo que estaba diciendo. Se puso a vendar las heridas, ahora limpias, y se acercó al fuego a calentar agua. ¿Qué estaba haciendo? ¿Y si su madre salía a buscarla y la encontraba con un marinero medio desnudo en la cabaña? Pensó mientras echaba la lavanda seca de uno de los botes de su abuela. Allí tenía bastante pero debería plantearse revitalizar el huerto que tenía al rededor de la casa si iba a necesitar más... ¿Pero para qué? Si seguro que aquel marinero se iría tan pronto como estuviera bien... Demasiadas vueltas a la cabeza. Sirvió la infusión en una taza de esmalte medio roto. También tenía que comprar cacharros nuevos. Que no, Ivanka, que esto es provisional. Se la tendió al marinero y se sentó en el borde de la cama.
-Pues a ver... Esta mañana, en el puerto, estaban las autoridades de Rock Lomond buscando por las tabernas a la tripulación de la Quimera. Por lo visto, ayer, antes de la tormenta, se amotinaron contra el capitán y el contramaestre. El capitán ha muerto, pero el contramaestre. aunque malherido, está vivo y buscando venganza contra los amotinados. Han puesto un precio a quien pueda traer tripulantes que el contramaestre pueda reconocer...- entonces, por primera vez, se le ocurrió que Tarmo pudiera ser de la clase de hombres que apuñalan a su capitán, si es que venía de aquel barco. Pero él afirmaba que se había alistado aquella misma mañana... ¿Por qué se iba a rebelar? Además parecía genuinamente confundido. De la misma forma, también sabia que le estaba ocultando algo, porque Ivanka sabía la pinta que tenían los pescadores, para eso vivía en una isla, y desde luego, no estaban tan musculosos y fuertes, en general.
-Sois muy fuerte para ser un pescador- dijo un poco tensa- Más parecéis uno de esos soldados que vienen de Venster en nombre del rey. No gustan mucho por aquí- Solían venir pidiendo impuestos y a veces se llevaban a las mujeres más pobres. No ocurría mucho, pero cuando ocurría, había días de tensión en la isla. Y aun así... Tarmo no parecía de esos.
-Pues a ver... Esta mañana, en el puerto, estaban las autoridades de Rock Lomond buscando por las tabernas a la tripulación de la Quimera. Por lo visto, ayer, antes de la tormenta, se amotinaron contra el capitán y el contramaestre. El capitán ha muerto, pero el contramaestre. aunque malherido, está vivo y buscando venganza contra los amotinados. Han puesto un precio a quien pueda traer tripulantes que el contramaestre pueda reconocer...- entonces, por primera vez, se le ocurrió que Tarmo pudiera ser de la clase de hombres que apuñalan a su capitán, si es que venía de aquel barco. Pero él afirmaba que se había alistado aquella misma mañana... ¿Por qué se iba a rebelar? Además parecía genuinamente confundido. De la misma forma, también sabia que le estaba ocultando algo, porque Ivanka sabía la pinta que tenían los pescadores, para eso vivía en una isla, y desde luego, no estaban tan musculosos y fuertes, en general.
-Sois muy fuerte para ser un pescador- dijo un poco tensa- Más parecéis uno de esos soldados que vienen de Venster en nombre del rey. No gustan mucho por aquí- Solían venir pidiendo impuestos y a veces se llevaban a las mujeres más pobres. No ocurría mucho, pero cuando ocurría, había días de tensión en la isla. Y aun así... Tarmo no parecía de esos.
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CAPÍTULO I (Flashback - Hace seis años)
Trató de incorporarse como pudo, con una mueca de dolor y dejando la espalda caer de nuevo como si hubiera hecho un sobreesfuerzo. Pero quería estar algo incorporado para poder beber y para mirar a la mujer. Gracias. Susurró con los ojos clavados en ella. Aún no entendía ni qué hacía allí ni por qué una dama desconocida le estaba ayudando de forma desinteresada... No estaba acostumbrado a ello.
Oír hablar de las autoridades le provocó una inquietud en su interior e hizo que se antepusiese a lo que pudiera venir a continuación. Que aunque hiciera ya cuatro años, no dejaba de ser un fugado de la justicia, un prófugo de Venster con un padre que estaba convencido de que no pararía hasta darle caza y una paliza de muerte. Por eso trataba de huir de los conflictos, por eso se había limitado a pescar y a ir de barco en barco sin llegar a relacionarse con nadie.
Fue frunciendo el ceño y notando como su respiración se aceleraba poco a poco conforme la historia avanzaba. Empezó a negar con la cabeza, sin quitar la vista de encima de la mujer. No... Susurró, confundido y asustado. No, yo no... Yo no recuerdo nada de eso... No era posible. ¿Un motín? De ser así, a él le habrían matado, o él mismo se habría tirado por la borda. ¿Eso había hecho? ¿Tirarse por la borda? Lo dudaba. De lo poco que recordaba podía oír los gritos y el sonido de las olas partiendo las maderas. No es... Yo solo... Solo era un barco pesquero, no hubo revuelta alguna. No... No la recuerdo. ¿Sería eso, quizás? ¿Había habido una revuelta, le habían lanzado al mar? Empezó a mirarse el cuerpo, algo nervioso: los brazos, el torso, a tocarse el cuello. No tenía rajas, no más rasguños que el que hubieran podido provocarle las rocas. No estaba apuñalado, sus heridas eran sucias, no las había provocado ningún objeto afilado, no eran cortes limpios. Y no recordaba la revuelta. Solo recordaba el rugir del mar y el barco rompiéndose.
Volvió a apoyar las manos en el lecho y a intentar incorporarse, aunque el dolor volvió a frenarle. Pero tenía que marcharse de allí. Fuera parte o no de la Quimera, había autoridades rondando la zona y buscando náufragos. No podía permitir que le capturasen. ¿Esa iba a ser su vida a partir de ahora? ¿Una huida detrás de la otra y para siempre? Ya era un prófugo siendo Freyr, no podía convertirse en otro como Tarmo. No podía cambiar de nombre e identidad cada tres lunas.
Pero la mujer volvió a hablar y él dirigió la mirada a ella, aún confuso, aún asustado... Y, ahora, también con desconfianza. ¿Quién era esa mujer? ¿De verdad le estaba ofreciendo ayuda desinteresada? Porque... Parecía saber demasiado. Soy ballenero. Respondió a su duda de por qué era tan fuerte para ser pescador. Pero su pecho se encogió ante sus conclusiones. Conclusiones demasiado acertadas. Solo soy eso, un pescador... Nada más. Volvió a apoyarse en el lecho y a tratar de incorporarse. Debo marchar. Sí, mejor se iba de allí. Mejor le daba las gracias y partía. Demasiado riesgo estaba ya corriendo...
Oír hablar de las autoridades le provocó una inquietud en su interior e hizo que se antepusiese a lo que pudiera venir a continuación. Que aunque hiciera ya cuatro años, no dejaba de ser un fugado de la justicia, un prófugo de Venster con un padre que estaba convencido de que no pararía hasta darle caza y una paliza de muerte. Por eso trataba de huir de los conflictos, por eso se había limitado a pescar y a ir de barco en barco sin llegar a relacionarse con nadie.
Fue frunciendo el ceño y notando como su respiración se aceleraba poco a poco conforme la historia avanzaba. Empezó a negar con la cabeza, sin quitar la vista de encima de la mujer. No... Susurró, confundido y asustado. No, yo no... Yo no recuerdo nada de eso... No era posible. ¿Un motín? De ser así, a él le habrían matado, o él mismo se habría tirado por la borda. ¿Eso había hecho? ¿Tirarse por la borda? Lo dudaba. De lo poco que recordaba podía oír los gritos y el sonido de las olas partiendo las maderas. No es... Yo solo... Solo era un barco pesquero, no hubo revuelta alguna. No... No la recuerdo. ¿Sería eso, quizás? ¿Había habido una revuelta, le habían lanzado al mar? Empezó a mirarse el cuerpo, algo nervioso: los brazos, el torso, a tocarse el cuello. No tenía rajas, no más rasguños que el que hubieran podido provocarle las rocas. No estaba apuñalado, sus heridas eran sucias, no las había provocado ningún objeto afilado, no eran cortes limpios. Y no recordaba la revuelta. Solo recordaba el rugir del mar y el barco rompiéndose.
Volvió a apoyar las manos en el lecho y a intentar incorporarse, aunque el dolor volvió a frenarle. Pero tenía que marcharse de allí. Fuera parte o no de la Quimera, había autoridades rondando la zona y buscando náufragos. No podía permitir que le capturasen. ¿Esa iba a ser su vida a partir de ahora? ¿Una huida detrás de la otra y para siempre? Ya era un prófugo siendo Freyr, no podía convertirse en otro como Tarmo. No podía cambiar de nombre e identidad cada tres lunas.
Pero la mujer volvió a hablar y él dirigió la mirada a ella, aún confuso, aún asustado... Y, ahora, también con desconfianza. ¿Quién era esa mujer? ¿De verdad le estaba ofreciendo ayuda desinteresada? Porque... Parecía saber demasiado. Soy ballenero. Respondió a su duda de por qué era tan fuerte para ser pescador. Pero su pecho se encogió ante sus conclusiones. Conclusiones demasiado acertadas. Solo soy eso, un pescador... Nada más. Volvió a apoyarse en el lecho y a tratar de incorporarse. Debo marchar. Sí, mejor se iba de allí. Mejor le daba las gracias y partía. Demasiado riesgo estaba ya corriendo...
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CAPÍTULO I (Flashback - Hace seis años)
El marinero no paraba de soltar frases inconexas. Nada que tuviera que ver con el motín. Ivanka puso sus manos sobre sus hombros, intentando que se estuviera quieto- Relajaos. Estáis muy alterado- Se puso el pelo detrás de las orejas y tomó la cara de Tarmo entre sus manos- Atendedme un momento. Yo he visto esto en más náufragos. Habéis olvidado lo que ha pasado, probablemente por un golpe en la cabeza, o porque la cosa fue tan tremenda que vuestra mente ha preferido olvidarlo...- Volvió a hacer suave presión sobre sus hombros para que se tumbara boca arriba.
-Os voy a ser sincera- dijo carraspeando- Vos estáis en problemas. Aunque no lo recordéis, aunque no hicierais nada. Solo por ser parte de la tripulación os van a buscar. Estás malherido, si salís de aquí os vais a meter en problemas. Bebed más- dijo dándole la infusión otra vez, y así no dejarle lugar a hablar- Aparte, yo soy un poco nueva en esto de curar ¿Veis esta cabaña? Pues era de mi abuela. Era curandera, bruja, le decían algunos. Pero nunca hizo mal a nadie, salvó muchas vidas, y yo aprendía con ella. Pero desde que murió no había vuelto, vais a tener que tener paciencia conmigo- mientras decía todo eso había ido curando una por una las heridas del marinero. Su abuela hacía mucho eso, sobretodo con las mujeres jóvenes, o las de parto, que llegaban asustadas. Y hasta con aquel hombre tan grande y parecía que curtido en mil batallas, había funcionado.
Sonrió desde el borde de la cama- ¿Veis? Ya he terminado. Gracias por dejarme entrenar con vos. Yo creo que os vendrá hasta bien todo lo que he hecho, terminad la infusión- Dijo con una sonrisa. Se recolocó un poco el manto y empez-ó a pasar trapos de agua limpia por la cara y los brazos de Tarmo- Así que ballenero... De pequeña siempre le decía a mi padre que quería serlo yo, porque me parecía... Increíble poder ponerme ante una criatura tan gigantesca... Sueños de niña supongo.
-Os voy a ser sincera- dijo carraspeando- Vos estáis en problemas. Aunque no lo recordéis, aunque no hicierais nada. Solo por ser parte de la tripulación os van a buscar. Estás malherido, si salís de aquí os vais a meter en problemas. Bebed más- dijo dándole la infusión otra vez, y así no dejarle lugar a hablar- Aparte, yo soy un poco nueva en esto de curar ¿Veis esta cabaña? Pues era de mi abuela. Era curandera, bruja, le decían algunos. Pero nunca hizo mal a nadie, salvó muchas vidas, y yo aprendía con ella. Pero desde que murió no había vuelto, vais a tener que tener paciencia conmigo- mientras decía todo eso había ido curando una por una las heridas del marinero. Su abuela hacía mucho eso, sobretodo con las mujeres jóvenes, o las de parto, que llegaban asustadas. Y hasta con aquel hombre tan grande y parecía que curtido en mil batallas, había funcionado.
Sonrió desde el borde de la cama- ¿Veis? Ya he terminado. Gracias por dejarme entrenar con vos. Yo creo que os vendrá hasta bien todo lo que he hecho, terminad la infusión- Dijo con una sonrisa. Se recolocó un poco el manto y empez-ó a pasar trapos de agua limpia por la cara y los brazos de Tarmo- Así que ballenero... De pequeña siempre le decía a mi padre que quería serlo yo, porque me parecía... Increíble poder ponerme ante una criatura tan gigantesca... Sueños de niña supongo.
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CAPÍTULO I (Flashback - Hace seis años)
Obviamente era mucho más fuerte que esa mujer y en otras condiciones ya estaría bastante lejos de esa cabaña. Pero estaba débil, herido, dolorido y confuso. Y fuera con las intenciones que fuera... Esa mujer le estaba curando las heridas, había cargado con él hasta allí y, en definitiva, había recogido sus escombros después de que apareciera tirado en una playa tras un naufragio. Y le estaba dando información. Puede que fuera una trampa, pero quería pensar que, si quisiera matarle, ya lo habría hecho. Y si quisiera entregarle, no le estaría dando tantas pistas.
La miró directamente, aún con la confusión en sus ojos cuando esta agarró sus mejillas, rindiéndose a quedarse allí. Cuando le soltó se dejó caer de nuevo en el lecho, pero no dejó de mirarla. Tenía algo que le infundía seguridad, aunque fuera una locura porque nunca antes la había visto. Pero debía escuchar lo que tenía que decirle, ya que se estaba tomando las molestias en hacerlo. Y porque a priori era la única forma que tenía de darle las gracias por curarle.
Tomó la infusión cuando se lo ordenó, sin dejar de mirarla y escuchando con la respiración ligeramente acelerada y asustada lo que decía. Definitivamente, volvía a ser un prófugo, y esta vez sin siquiera pretenderlo. Debió informarse mejor sobre ese maldito navío. Estaba metido en esos pensamientos cuando la mujer empezó a hablar de la cabaña y de sus habilidades para curar. Miró un poco a su alrededor, dejándose llevar por ese deseo de hacer el tema desaparecer aunque fuera solo una ilusión momentánea, y esbozó una cansada y leve sonrisa de lado. La mía la habéis salvado. Comentó, y acto seguido bajó la mirada apesadumbrada hacia las heridas que le iba curando, controlando las muecas de dolor. Y la seguís salvando. Porque no solo curaba sus heridas, le estaba advirtiendo, le estaba diciendo que no fuera un inconsciente y saliera corriendo de allí. Que sus heridas no aguantarían y que, en caso de hacerlo, podrían darle caza. Volvía a sentir esa insoportable sensación de no saber qué hacer. De estar más cerca de la muerte que de la vida.
Volvió a esbozar una sonrisa leve cuando dijo que habían terminado y a beber un poco de infusión. No podía apartar los ojos de la mujer mientras hablaba. A vos. Por vuestro rescate. ¿Le daba las gracias? Le debía la vida. Había conseguido serenar un poco su estado alterado, pero la desazón no le abandonaba. Los cuidados de la mujer, en cambio, ayudaban a que por unos instantes no fuera un sucio prófugo de la justicia tirado en una playa, sino una persona con un mínimo de dignidad. No dudo que hubierais sido buena. ¿Una mujer ballenera? Sí, sueños de niña. Aunque le recordó a su hermana Aslaug y sus sueños de ser guerrera... ¿Dónde estaría ahora?... Suspiró mudamente mientras notaba como la mujer le limpiaba los brazos. Mejor en sus sueños no pensaba, nunca había tenido tal cosa. Aunque el mundo habría perdido a una gran curandera. Añadió con una sonrisa cansada. Porque una vez el dolor y el miedo habían bajado en intensidad, solo quedaba cansancio.
Ivanka, ¿cierto? Preguntó con todo pausado. Creía recordar que ese le había dicho que era su nombre. Tragó saliva y la miró con desesperanza. ¿Qué debo hacer, pues? Miró a otro lado, dejando escapar el aire entre sus labios. ¿Huir? ¿Esperar a ser cazado? ¿Entregarme a la justicia? Ni siquiera podría dar una versión sólida pues no recuerdo nada. Se mojó los labios y bajó la mirada. Debió haberme tragado la marea. Tanto huir de la muerte, cuando quizás fuera ese su único destino posible.
La miró directamente, aún con la confusión en sus ojos cuando esta agarró sus mejillas, rindiéndose a quedarse allí. Cuando le soltó se dejó caer de nuevo en el lecho, pero no dejó de mirarla. Tenía algo que le infundía seguridad, aunque fuera una locura porque nunca antes la había visto. Pero debía escuchar lo que tenía que decirle, ya que se estaba tomando las molestias en hacerlo. Y porque a priori era la única forma que tenía de darle las gracias por curarle.
Tomó la infusión cuando se lo ordenó, sin dejar de mirarla y escuchando con la respiración ligeramente acelerada y asustada lo que decía. Definitivamente, volvía a ser un prófugo, y esta vez sin siquiera pretenderlo. Debió informarse mejor sobre ese maldito navío. Estaba metido en esos pensamientos cuando la mujer empezó a hablar de la cabaña y de sus habilidades para curar. Miró un poco a su alrededor, dejándose llevar por ese deseo de hacer el tema desaparecer aunque fuera solo una ilusión momentánea, y esbozó una cansada y leve sonrisa de lado. La mía la habéis salvado. Comentó, y acto seguido bajó la mirada apesadumbrada hacia las heridas que le iba curando, controlando las muecas de dolor. Y la seguís salvando. Porque no solo curaba sus heridas, le estaba advirtiendo, le estaba diciendo que no fuera un inconsciente y saliera corriendo de allí. Que sus heridas no aguantarían y que, en caso de hacerlo, podrían darle caza. Volvía a sentir esa insoportable sensación de no saber qué hacer. De estar más cerca de la muerte que de la vida.
Volvió a esbozar una sonrisa leve cuando dijo que habían terminado y a beber un poco de infusión. No podía apartar los ojos de la mujer mientras hablaba. A vos. Por vuestro rescate. ¿Le daba las gracias? Le debía la vida. Había conseguido serenar un poco su estado alterado, pero la desazón no le abandonaba. Los cuidados de la mujer, en cambio, ayudaban a que por unos instantes no fuera un sucio prófugo de la justicia tirado en una playa, sino una persona con un mínimo de dignidad. No dudo que hubierais sido buena. ¿Una mujer ballenera? Sí, sueños de niña. Aunque le recordó a su hermana Aslaug y sus sueños de ser guerrera... ¿Dónde estaría ahora?... Suspiró mudamente mientras notaba como la mujer le limpiaba los brazos. Mejor en sus sueños no pensaba, nunca había tenido tal cosa. Aunque el mundo habría perdido a una gran curandera. Añadió con una sonrisa cansada. Porque una vez el dolor y el miedo habían bajado en intensidad, solo quedaba cansancio.
Ivanka, ¿cierto? Preguntó con todo pausado. Creía recordar que ese le había dicho que era su nombre. Tragó saliva y la miró con desesperanza. ¿Qué debo hacer, pues? Miró a otro lado, dejando escapar el aire entre sus labios. ¿Huir? ¿Esperar a ser cazado? ¿Entregarme a la justicia? Ni siquiera podría dar una versión sólida pues no recuerdo nada. Se mojó los labios y bajó la mirada. Debió haberme tragado la marea. Tanto huir de la muerte, cuando quizás fuera ese su único destino posible.
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CAPÍTULO I (Flashback - Hace seis años)
Se alegró de corazón de que el marinero le echara cuenta y se terminara por tumbar, porque la verdad es que era tan grande que, a pesar de que estuviera sin fuerzas, ella no podía contra él. Parecía que ya estaba entrando un poco más en razón y siguiendo sus consejos. Eso le hizo poner una sonrisa comprensiva y posar la mano en el antebrazo de Tarmo. Era normal que estuviera asustado, los marineros eran gente muy dura, acostumbrados a los peores tratos y situaciones muy duras, así que era normal que no se fiara de una desconocida. Pero algo parecía. haber hecho que había logrado que confiara en ella. Amplió un poco más la sonrisa. – Creo que si está en la mano de alguien ayudar a otra persona, hay que hacerlo, ¿no os parece? – Recogió las vendas y se alejó a echarlas en el agua hirviendo para limpiarlas, buscando el jabón mientras le decía que hubiera sido una buena ballenera, lo cual le hizo soltar una carcajada. – No lo creo, la verdad, casi no puedo con vos desde la playa, imaginad enfrentarme a una criatura como una ballena. – Echó el cacho de jabón al caldero y volvió hacia la cama. – De todas formas, no soy curandera. – Subió las manos y le enseñó las palmas que siempre estaban ligeramente teñidas de varios colores, sobre todo rojo, claro. – Soy tintera. Y costurera. En el negocio de mi familia. Pero cuando era pequeña, estaba aquí siempre viendo curar a mi abuela. Cuando ella murió, esperaba heredar todo esto pero mi padre dijo que me necesitaba en el taller y mi madre que me casara... entre las dos opciones, prefería taller. – Sonrió un poco más pasando los ojos por todos los adornos que tenía su abuela en el techo.
Y entonces, el hombre pareció entrar en bucle, siendo consciente del peligro que corría. Eso, por una parte, estaba muy bien, porque quería decir que la cabeza volvía a funcionarle apropiadamente y que la conmoción se le iba pasando, pero con todo aquello venía la consideración del peligro que corría y la situación en la que estaba, y por lo tanto ya se estaba alterando otra vez. Asintió cuando el repitió su nombre, y escuchó su batería de preguntas y cómo se iba alterando. – A ver, tranquilizaos. No debéis alteraros, tal como estáis. – Suspiró y miró por las ventanas. – el ejército siempre está rondando por Rock Lochmond, a ver qué más nos pueden rascar, como si tuviéramos mucho que ofrecer. – Dijo entornando a los ojos y resoplando. – A lo que voy, es que vienen, cogen lo que pueden, detienen unas cuantas personas para meter miedo y... Se van. Se olvidan. Probablemente la mayor parte de los marineros ni si quiera os recuerden, estén como vos y no se acuerden de nada. – Le cogió la mano, que la tenía helada y la tomó entre las suyas. – Probablemente en unos días se hayan cansado de buscar, y tampoco es que se esfuercen un montón. Todo el mundo cree que esta casa está abandonada, y no suelen llegar hasta aquí, demasiado rocoso. – Amplió la sonrisa y cogió unas mantas para taparle. – Estáis helado. – Después de taparle, volvió a sentarse en la cama y recogió las piernas, subiéndolas a la cama también. – No digáis eso. En la vida siempre hay hueco para soñar con algo más. Solo tenéis que esperar unos días... Yo os traeré comida y demás. – Ladeó la cabeza y le clavó los ojos, en aquellos suyos tan azulísimos como el mar cuando hacía sol. – No es tan horrible, ¿verdad? Serán unas vacaciones para vos. –
Y entonces, el hombre pareció entrar en bucle, siendo consciente del peligro que corría. Eso, por una parte, estaba muy bien, porque quería decir que la cabeza volvía a funcionarle apropiadamente y que la conmoción se le iba pasando, pero con todo aquello venía la consideración del peligro que corría y la situación en la que estaba, y por lo tanto ya se estaba alterando otra vez. Asintió cuando el repitió su nombre, y escuchó su batería de preguntas y cómo se iba alterando. – A ver, tranquilizaos. No debéis alteraros, tal como estáis. – Suspiró y miró por las ventanas. – el ejército siempre está rondando por Rock Lochmond, a ver qué más nos pueden rascar, como si tuviéramos mucho que ofrecer. – Dijo entornando a los ojos y resoplando. – A lo que voy, es que vienen, cogen lo que pueden, detienen unas cuantas personas para meter miedo y... Se van. Se olvidan. Probablemente la mayor parte de los marineros ni si quiera os recuerden, estén como vos y no se acuerden de nada. – Le cogió la mano, que la tenía helada y la tomó entre las suyas. – Probablemente en unos días se hayan cansado de buscar, y tampoco es que se esfuercen un montón. Todo el mundo cree que esta casa está abandonada, y no suelen llegar hasta aquí, demasiado rocoso. – Amplió la sonrisa y cogió unas mantas para taparle. – Estáis helado. – Después de taparle, volvió a sentarse en la cama y recogió las piernas, subiéndolas a la cama también. – No digáis eso. En la vida siempre hay hueco para soñar con algo más. Solo tenéis que esperar unos días... Yo os traeré comida y demás. – Ladeó la cabeza y le clavó los ojos, en aquellos suyos tan azulísimos como el mar cuando hacía sol. – No es tan horrible, ¿verdad? Serán unas vacaciones para vos. –
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CAPÍTULO I (Flashback - Hace seis años)
Esbozó una sonrisa amarga, cerrando los ojos ante otra punzada de dolor. Ya quisiera que de la tierra de la que vengo pensara todo el mundo como vos. El espíritu de ayudar se lo había arrebatado su padre a base de palizas, ya ni pensaba que pudieran existir personas con buen hacer en el mundo. Abrió los ojos y escuchó sus palabras, mirando sus manos cuando se las mostró. Su última frase le hizo soltar una muda carcajada con los labios cerrados y la sonrisa de lado. Mujer sabia, vos. Al reír tuvo que cerrar los ojos de nuevo ante la punzada de dolor de su estómago. Se recompuso con un leve gruñido y añadió. Así debiera ser. Que quien está destinado a obrar para los demás pueda hacerlo. Que su destino no esté marcado. La miró de nuevo. Como vos. Que es evidente que se os dan bien los oficios que requieren usar las manos, sean en el telar o en las curas. Bajó la mirada a una de sus heridas en el abdomen, echando aire por la nariz. Uno solo nació para la fuerza bruta. Eso, al menos, le llevaban diciendo toda la vida. Aunque sus palabras volvieron a salir cargadas de amargura.
Se mojó los labios, de nuevo cerrando los ojos ante la tirantez de sus heridas recién atendidas, tratando de comprender las palabras de la mujer, quien intentaba tranquilizarle. En balde totalmente. Ella no sabía que de lo menor que podían acusarle era, de hecho, de cualquier cosa que tuviera que ver con ese malogrado navío que lo había lanzado al mar y escupido en esa playa. Si daban con su paradero, si reconocían su identidad, estaría muerto. Él podía ser perfectamente uno de esos pocos capturados para meter miedo, y encima haría de oro al que le diera caza.
Pero entonces la mujer cogió sus manos y él la miró. Decir que no estaba acostumbrado a tanta delicadeza y atención se quedaba muy corto, ni su propia esposa había tenido tanto tacto con él. Aunque, para ser honestos, él apenas le dedicó una desagradable noche de bodas y tres palabras de cortesía antes de abandonarla. El que le agarrara de la mano, de hecho, ni siquiera fue lo más sorprendente. Frunció el ceño con extrañeza, sin dar crédito a lo que oía. ¿Insinuáis... Que debería permanecer aquí? ¿En su cabaña? ¿Dónde estaba la trampa de eso? ¿Es que queréis que me quede? Trató de incorporarse, mirándola, tratando de comprender. ¿Realmente había ido a topar con la única persona genuinamente buena que podía existir, o efectivamente estaba pecando de iluso? Siempre le habían acusado de eso, de iluso. Esa era su naturaleza... Y a ella iba a tender de nuevo. Y si le costaba la muerte, su destino sería. ¿Qué dirá de vos vuestra familia? ¿Qué dirán cuando se enteren de que guarecéis a un marinero desconocido, a un hombre con quien no guardáis parentesco alguno, y que huye de la justicia? Podríais estar refugiando a un criminal. Quizás con aquellas declaraciones le echara de allí. Pero ya había arrastrado a dos mujeres a la desgracia con su conducta: su mujer y su hermana. No iba a hacérselo a una tercera.
Se mojó los labios, de nuevo cerrando los ojos ante la tirantez de sus heridas recién atendidas, tratando de comprender las palabras de la mujer, quien intentaba tranquilizarle. En balde totalmente. Ella no sabía que de lo menor que podían acusarle era, de hecho, de cualquier cosa que tuviera que ver con ese malogrado navío que lo había lanzado al mar y escupido en esa playa. Si daban con su paradero, si reconocían su identidad, estaría muerto. Él podía ser perfectamente uno de esos pocos capturados para meter miedo, y encima haría de oro al que le diera caza.
Pero entonces la mujer cogió sus manos y él la miró. Decir que no estaba acostumbrado a tanta delicadeza y atención se quedaba muy corto, ni su propia esposa había tenido tanto tacto con él. Aunque, para ser honestos, él apenas le dedicó una desagradable noche de bodas y tres palabras de cortesía antes de abandonarla. El que le agarrara de la mano, de hecho, ni siquiera fue lo más sorprendente. Frunció el ceño con extrañeza, sin dar crédito a lo que oía. ¿Insinuáis... Que debería permanecer aquí? ¿En su cabaña? ¿Dónde estaba la trampa de eso? ¿Es que queréis que me quede? Trató de incorporarse, mirándola, tratando de comprender. ¿Realmente había ido a topar con la única persona genuinamente buena que podía existir, o efectivamente estaba pecando de iluso? Siempre le habían acusado de eso, de iluso. Esa era su naturaleza... Y a ella iba a tender de nuevo. Y si le costaba la muerte, su destino sería. ¿Qué dirá de vos vuestra familia? ¿Qué dirán cuando se enteren de que guarecéis a un marinero desconocido, a un hombre con quien no guardáis parentesco alguno, y que huye de la justicia? Podríais estar refugiando a un criminal. Quizás con aquellas declaraciones le echara de allí. Pero ya había arrastrado a dos mujeres a la desgracia con su conducta: su mujer y su hermana. No iba a hacérselo a una tercera.
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CAPÍTULO I (Flashback - Hace seis años)
Si algo había aprendido Ivanka viviendo en una isla, es que los marineros siempre tienen un aire melancólico. Pasaban largas temporadas en el mar, alejados de sus casas, con la sola compañía de otro marineros igual de tristes y nostálgicos que ellos. Pero también había aprendido que eran un poco brutos, y de hecho, su madre y sus hermanos insistían en que no se moviera mucho sola cerca del puerto. Pero no hacía falta saber muchísimo para darse cuenta de que aquel era diferente. Hablaba muy bien, casi como los ricos comerciantes que venían al taller, como los que venían de Venster y se educaban en los territorios reales. Y no solo era más listo, si no que no solo parecía padecer la tristeza propia de los marineros sino... Culpa. Lo que veía en aquellos ojos y aquellas palabras era culpa. Le sonrió y puso una mano sobre su abdomen. — Mejor no os riáis, por mucho que me alegre de que al menos ahora ya podáis hacerlo. — Se quedó mirándole unos segundos a aquellos ojos, azules como el mar y sonrió. — Tutéame. Llámame Ivanka, después de haberte curado creo que ya tenemos esa confianza. — Se arrodilló junto a la cama y se puso a lavar en el agua recién hervida los trapos que había usado para limpiarle las heridas. — Yo no veo fuerza bruta en ti. Y eres diferente a los otros marineros, lo sé porque vivo en una isla, llevo viéndolos toda mi vida. — Pero lo dejó estar, porque probablemente lo último que le apetecía era contarle por qué era tan diferente.
Siguió lavando los trapos y colgándolos en una de las cuerdas que tenía su abuela de pared a pared para desecar hierbas. Aún quedaban bastante en los tarros, pero si iba a tener allí a Tarmo, quizá debiera salir a buscar unas cuantas y ponerlas a secar para tener de repuesto. — No lo insinúo, lo digo claramente. — Buscó por allí un delantal y se lo puso, para poder tener dónde secarse las manos. — Y tienes que relajarte, no te lo digo más. Si no, nada de lo que he hecho va a servir para nada. — Dijo manteniendo el tono dulce y tranquilo, pero lo suficientemente firme como para que el otro viera que no admitía discusión. Suspiró con lo que su familia diría de ella, mientras seguía colgando los trapos. — Todo eso sería si se enteraran... — Dejó las manos reposadas en las telas, y se quedó mirando al fuego, pensativa. — A mí nadie me ve, ¿sabes? Ven... Una hermana pequeña aburrida, que no sabe leer ni escribir y que siempre estaba pegada a su abuela... Mi madre solo ve una chica a la que está a punto de pasársele la edad para hacer un buen matrimonio, y mi padre... A la niña que le hubiese gustado que fuera un niño. Y eso es todo. — Se acercó de nuevo al borde de la cama y tomó su mano. — Acabas de decir que los destinos no deberían estar marcados... Pues el mío lo está. Pero mientras llego a él, puedo ayudar a las personas que lo necesitan y tú lo necesitas. Sin necesidad de que se entere nadie. —
Pasó una mano por sus brazos, inclinándose un poco sobre él viéndole este más cerca. — Aún estás helado. A saber cuánto tiempo has estado en el agua. — Y delicadamente cogió aquel brazo que era como tres suyos, y lo metió bajo las mantas. Volvió a sonreírle y se alejó, porque la visión tan cercana de su rostro la estaba cegando bastante. Se hizo un sitio a los pies y subió las piernas, abrazándoselas para entrar en calor ella también. — No creo que seas un criminal, y en ese caso, soy tintera, no juez. El mayor problema de este mundo es que nadie ayuda a nadie... Yo voy a ayudarte a ti. Y en cuanto estés bien, tú vuelves al mar... Como un selkie, — dijo con una sonrisilla, al recordar el cuento — y yo enfrento mi destino. ¿Qué te parece? — Sí, podría ser la primera y última acción que decidiera pro sí misma. Y luego... Volvería a lo que le habían obligado, como siempre. Miró de nuevo al fuego y balanceó un poco las piernas en su abrazo. — Eres de Venster, ¿verdad? Hablas como la gente de allí. Y desde luego no hablas como un marinero que yo haya conocido... —
Siguió lavando los trapos y colgándolos en una de las cuerdas que tenía su abuela de pared a pared para desecar hierbas. Aún quedaban bastante en los tarros, pero si iba a tener allí a Tarmo, quizá debiera salir a buscar unas cuantas y ponerlas a secar para tener de repuesto. — No lo insinúo, lo digo claramente. — Buscó por allí un delantal y se lo puso, para poder tener dónde secarse las manos. — Y tienes que relajarte, no te lo digo más. Si no, nada de lo que he hecho va a servir para nada. — Dijo manteniendo el tono dulce y tranquilo, pero lo suficientemente firme como para que el otro viera que no admitía discusión. Suspiró con lo que su familia diría de ella, mientras seguía colgando los trapos. — Todo eso sería si se enteraran... — Dejó las manos reposadas en las telas, y se quedó mirando al fuego, pensativa. — A mí nadie me ve, ¿sabes? Ven... Una hermana pequeña aburrida, que no sabe leer ni escribir y que siempre estaba pegada a su abuela... Mi madre solo ve una chica a la que está a punto de pasársele la edad para hacer un buen matrimonio, y mi padre... A la niña que le hubiese gustado que fuera un niño. Y eso es todo. — Se acercó de nuevo al borde de la cama y tomó su mano. — Acabas de decir que los destinos no deberían estar marcados... Pues el mío lo está. Pero mientras llego a él, puedo ayudar a las personas que lo necesitan y tú lo necesitas. Sin necesidad de que se entere nadie. —
Pasó una mano por sus brazos, inclinándose un poco sobre él viéndole este más cerca. — Aún estás helado. A saber cuánto tiempo has estado en el agua. — Y delicadamente cogió aquel brazo que era como tres suyos, y lo metió bajo las mantas. Volvió a sonreírle y se alejó, porque la visión tan cercana de su rostro la estaba cegando bastante. Se hizo un sitio a los pies y subió las piernas, abrazándoselas para entrar en calor ella también. — No creo que seas un criminal, y en ese caso, soy tintera, no juez. El mayor problema de este mundo es que nadie ayuda a nadie... Yo voy a ayudarte a ti. Y en cuanto estés bien, tú vuelves al mar... Como un selkie, — dijo con una sonrisilla, al recordar el cuento — y yo enfrento mi destino. ¿Qué te parece? — Sí, podría ser la primera y última acción que decidiera pro sí misma. Y luego... Volvería a lo que le habían obligado, como siempre. Miró de nuevo al fuego y balanceó un poco las piernas en su abrazo. — Eres de Venster, ¿verdad? Hablas como la gente de allí. Y desde luego no hablas como un marinero que yo haya conocido... —
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CAPÍTULO I (Flashback - Hace seis años)
No pudo evitar esbozar una sonrisa de lado y mirarla de reojo ante esa orden. Esa mujer tenía carácter, más que él, tenía la impresión. Hasta las mujeres tienen más carácter que tú, parecía estar oyendo la voz de su padre. Pero ese hombre ya estaba muerto, qué importaba lo que hubiera dicho algún día a una parte de sí mismo que estaba muerta también. No era más que algo que debería perderse en el pasado. Su presente estaba allí, con una nueva oportunidad para vivir aunque fuera una existencia miserable... Junto a una mujer con un carácter que no se veía con fuerzas para contradecir.
La miró con el ceño ligeramente fruncido cuando empezó a narrar como la veía su familia, o más bien como no la veían. Eso le sonaba, le sonaba el no ser visto, o el ser visto solo para preferir que no te hubieran visto jamás. - Sé lo que es eso... Ivanka. - Y ya estaba diciendo más de lo que debería. Esa mujer estaba calando en él demasiado, fruto de la debilidad que sentía al haber visto la muerte tan cerca, seguro. No era buena idea. Él no podía, ni debía echar raíces en ninguna parte... Aunque quisiera.
Entonces tomó su mano, y él dirigió una mirada extrañada a esta, solo para alzarla a los ojos de la mujer justo después, mientras la escuchaba. Notaba su respiración ligeramente más agitada mientras lo hacía, solo por el efecto de sus palabras en él. Pero entonces ella cambió de tema, se levantó y siguió cuidando de su cuerpo malherido, abrigándole. Continuó siguiéndola con la mirada y escuchando sus palabras, pero una de estas le hizo fruncir de nuevo el ceño, así como sacar un amago de sonrisa en reflejo de la de ella. - ¿Un selkie? - No había escuchado nunca semejante término. Frunció los labios. - Me parece... Que todo destino es susceptible de ser cambiado. Que el coste es alto, pero que mis ojos han visto cosas más extrañas que esa, créeme... Ivanka. - Le gustaba decir su nombre, por raro que esto pudiera resultar.
Su pregunta le hizo recordar por qué no trataba con nadie. No podía hablar de su procedencia, no debía hacerlo. Quien menos lo esperaba podía ofrecer su cabeza, no podía pasar por alto que le andaban buscando. Retiró la mirada. - No. - Respondió, mirando a otra parte. - Yo no tengo origen, no tengo procedencia. Hablo como las orillas que surco con los barcos... Nada más. - Se limitó a decir. Tras esto, la miró. - Hay ojos que ven más de lo que deberían. - Dijo, y no quería sonar amenazante ni mucho menos, solo introducir lo que iba a decir después. - Otros, en cambio... Ven demasiado poco. Están ciegos... O tuertos. - Ah, sí, qué buen chiste. Ese maldito de su padre, El Tuerto, ojalá se estuviera pudriendo en el infierno. - No deberías ser invisible. Solo a los ciegos y a los tuertos se le pasan por alto las cosas más presentes. -
La miró con el ceño ligeramente fruncido cuando empezó a narrar como la veía su familia, o más bien como no la veían. Eso le sonaba, le sonaba el no ser visto, o el ser visto solo para preferir que no te hubieran visto jamás. - Sé lo que es eso... Ivanka. - Y ya estaba diciendo más de lo que debería. Esa mujer estaba calando en él demasiado, fruto de la debilidad que sentía al haber visto la muerte tan cerca, seguro. No era buena idea. Él no podía, ni debía echar raíces en ninguna parte... Aunque quisiera.
Entonces tomó su mano, y él dirigió una mirada extrañada a esta, solo para alzarla a los ojos de la mujer justo después, mientras la escuchaba. Notaba su respiración ligeramente más agitada mientras lo hacía, solo por el efecto de sus palabras en él. Pero entonces ella cambió de tema, se levantó y siguió cuidando de su cuerpo malherido, abrigándole. Continuó siguiéndola con la mirada y escuchando sus palabras, pero una de estas le hizo fruncir de nuevo el ceño, así como sacar un amago de sonrisa en reflejo de la de ella. - ¿Un selkie? - No había escuchado nunca semejante término. Frunció los labios. - Me parece... Que todo destino es susceptible de ser cambiado. Que el coste es alto, pero que mis ojos han visto cosas más extrañas que esa, créeme... Ivanka. - Le gustaba decir su nombre, por raro que esto pudiera resultar.
Su pregunta le hizo recordar por qué no trataba con nadie. No podía hablar de su procedencia, no debía hacerlo. Quien menos lo esperaba podía ofrecer su cabeza, no podía pasar por alto que le andaban buscando. Retiró la mirada. - No. - Respondió, mirando a otra parte. - Yo no tengo origen, no tengo procedencia. Hablo como las orillas que surco con los barcos... Nada más. - Se limitó a decir. Tras esto, la miró. - Hay ojos que ven más de lo que deberían. - Dijo, y no quería sonar amenazante ni mucho menos, solo introducir lo que iba a decir después. - Otros, en cambio... Ven demasiado poco. Están ciegos... O tuertos. - Ah, sí, qué buen chiste. Ese maldito de su padre, El Tuerto, ojalá se estuviera pudriendo en el infierno. - No deberías ser invisible. Solo a los ciegos y a los tuertos se le pasan por alto las cosas más presentes. -
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CAPÍTULO I (Flashback - Hace seis años)
Nadie nunca la había entendido. Bueno, probablemente porque nadie nunca la había escuchado. Apenas tenía amigas, su mundo era muy pequeño, y aunque la gente era amable con ella, por su carácter dulce, en cuanto mostraba alguna de sus armas intelectuales o determinación, ya tenía que estar escuchando "bueno, es que la han educado como si fuera un niño, por eso no sabe comportarse como una señorita" "será cosa de su abuela la bruja". — Pues hasta ahora nadie lo había entendido. Pero mira, un motivo más para mantenerte aquí, aunque sea un tiempo. — Y porque le había gustado mucho como había dicho "Ivanka".
Se rio ante la pregunta. — ¿No sabes lo que es un selkie? Parecías uno cuando te he encontrado. — Se quedo mirándole embobada mientras hablaba de cambiar el destino. — Has visto cosas mitológicas en el mar y no has oído hablar de los selkies. — Rio y se pasó un mechón de pelo tras la oreja. — Pero si de cosas de las que hablan los cuentos, como que uno es dueño de su propio destino. — Suspiró y miró al fuego. — Hoy me veo capaz de creer en cosas así la verdad. — Terminó, mirándole a los ojos con una sonrisa ladeada y sintiendo calor en el pecho.
Se le vio claramente incómodo cuando le preguntó por sus orígenes. Bueno, era normal. Si no tenías orígenes definidos la gente dejaba de verte, te ignoraban, y eso en el mejor de los casos. En el peor, empezaban a considerarte un criminal simplemente por no ser nadie. — Vale, vale... A mí me da igual. Ojalá fuera yo de ninguna parte y fuera libre para ser quien quisiera yo... — Escuchó su reflexión sobre los ojos que ven y los que ven demasiado. Se rio y le señaló. — Creo que soy una mezcla. Soy de las que ven demasiado... Pero la gente cree que no veo nada. — Apoyó la barbilla en las rodillas y acarició la mano de Tarmo. — En ti veo muchas cosas. Igual nadie las ha visto, pero en el rato que llevas aquí... Yo veo de todo. — Retiró la mano y miró por la ventana. — Va a anochecer pronto, y entonces quizá sí se preocupen por mí y salgan a buscarme. — Se acercó un poco más a él y le miró. — Hagamos una cosa. Yo te cuento la historia de la doncella y el selkie, tu te vas quedando dormido, como los niños, y así la noche se te pasa más rápido. Es probable que sea una mala noche, de dolores y fiebre, pero te juro que en cuanto amanezca estaré de vuelta, traeré comida suave, más hierbas y cosas para quitarte el dolor. Pero de momento tienes que pasar esta noche, y la historia te dará fuerzas y te gustará, ya verás. — Le dijo con una sonrisa y un tono reconfortantes.
Se rio ante la pregunta. — ¿No sabes lo que es un selkie? Parecías uno cuando te he encontrado. — Se quedo mirándole embobada mientras hablaba de cambiar el destino. — Has visto cosas mitológicas en el mar y no has oído hablar de los selkies. — Rio y se pasó un mechón de pelo tras la oreja. — Pero si de cosas de las que hablan los cuentos, como que uno es dueño de su propio destino. — Suspiró y miró al fuego. — Hoy me veo capaz de creer en cosas así la verdad. — Terminó, mirándole a los ojos con una sonrisa ladeada y sintiendo calor en el pecho.
Se le vio claramente incómodo cuando le preguntó por sus orígenes. Bueno, era normal. Si no tenías orígenes definidos la gente dejaba de verte, te ignoraban, y eso en el mejor de los casos. En el peor, empezaban a considerarte un criminal simplemente por no ser nadie. — Vale, vale... A mí me da igual. Ojalá fuera yo de ninguna parte y fuera libre para ser quien quisiera yo... — Escuchó su reflexión sobre los ojos que ven y los que ven demasiado. Se rio y le señaló. — Creo que soy una mezcla. Soy de las que ven demasiado... Pero la gente cree que no veo nada. — Apoyó la barbilla en las rodillas y acarició la mano de Tarmo. — En ti veo muchas cosas. Igual nadie las ha visto, pero en el rato que llevas aquí... Yo veo de todo. — Retiró la mano y miró por la ventana. — Va a anochecer pronto, y entonces quizá sí se preocupen por mí y salgan a buscarme. — Se acercó un poco más a él y le miró. — Hagamos una cosa. Yo te cuento la historia de la doncella y el selkie, tu te vas quedando dormido, como los niños, y así la noche se te pasa más rápido. Es probable que sea una mala noche, de dolores y fiebre, pero te juro que en cuanto amanezca estaré de vuelta, traeré comida suave, más hierbas y cosas para quitarte el dolor. Pero de momento tienes que pasar esta noche, y la historia te dará fuerzas y te gustará, ya verás. — Le dijo con una sonrisa y un tono reconfortantes.
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CAPÍTULO I (Flashback - Hace seis años)
Cuentos, sí, muchos cuentos había tenido en la cabeza durante un tiempo. Eso decía su padre, al menos, que solo tenía cuentos en la cabeza. Se los quitó todos a base de golpes... O no todos. Se creyó lo suficientemente dueño de su propio destino como para huir de su casa, lo cual le convirtió en un prófugo para siempre. Y aun así, lo prefirió al destino que habían escrito para él... No sabía hasta qué punto eso era ser dueño, pero al menos tomó una decisión por sí mismo. Puede que esta le llevara a la muerte, pero iba a morir de todas formas.
Ser de ninguna parte, ser libre. Miró a Ivanka con un punto de desconfianza y otro de genuina ternura. Tan ingenua como él, pensar que ser de ninguna parte te daba la libertad. Nada en la vida te daba la libertad, pero bueno, podías elegir ser parcialmente libre, hasta que te pillaran, al menos. Su comentario le sacó una sonrisa de lado. - Yo creo que ves... Lo que tienes que ver... - Comentó. Los párpados le pesaban y se sentía mucho más sosegado. Quizás... Debería descansar... - Solo espero... Ivanka... Que no veáis algún día lo que no debáis ver. Los hombres no atienden a los deseos. - Y, de nuevo, esperaba no sonar amenazante. Lo decía desde el corazón. Esa mujer le había salvado la vida, pero toparse con la persona equivocada y "ver demasiado" podía acabar con la de ella. No quería que le ocurriera eso, por alguna extraña razón... Temía que Ivanka no pudiera ser dueña de su propio destino.
Entonces le acarició, y le habló con sinceridad, con un afecto con el que no recordaba que nadie le hubiera hablado jamás. La miró a los ojos, notando como los suyos luchaban por mantenerse abiertos cada vez más. Luego le propuso un trato, y le hizo una promesa. Y quería aferrarse a ella. Por primera vez en años, quería aferrarse a algo, aunque fuera a las palabras de esa mujer que acababa de conocer. - Está bien. - Dijo con voz débil. Quizás estuviera firmando su propia condena a muerte. Quizás... No saliera de esa noche, o de la mañana siguiente. Quizás le delatara, y lo que vieran sus ojos cuando los abriera a la mañana siguiente fuera a los guardias que le custodiarían hasta su ejecución por prófugo. Y si era así... Así lo habría él elegido, entonces. Era dueño de su destino y de sus decisiones, y estas no habían sido nunca muy seguras ni brillantes, habían sido tomadas por miedo y supervivencia. En esos momentos, decidió que la creería, que confiaría en ella. Y mientras escuchaba su historia, fue dejando que le venciera el sueño.
Ser de ninguna parte, ser libre. Miró a Ivanka con un punto de desconfianza y otro de genuina ternura. Tan ingenua como él, pensar que ser de ninguna parte te daba la libertad. Nada en la vida te daba la libertad, pero bueno, podías elegir ser parcialmente libre, hasta que te pillaran, al menos. Su comentario le sacó una sonrisa de lado. - Yo creo que ves... Lo que tienes que ver... - Comentó. Los párpados le pesaban y se sentía mucho más sosegado. Quizás... Debería descansar... - Solo espero... Ivanka... Que no veáis algún día lo que no debáis ver. Los hombres no atienden a los deseos. - Y, de nuevo, esperaba no sonar amenazante. Lo decía desde el corazón. Esa mujer le había salvado la vida, pero toparse con la persona equivocada y "ver demasiado" podía acabar con la de ella. No quería que le ocurriera eso, por alguna extraña razón... Temía que Ivanka no pudiera ser dueña de su propio destino.
Entonces le acarició, y le habló con sinceridad, con un afecto con el que no recordaba que nadie le hubiera hablado jamás. La miró a los ojos, notando como los suyos luchaban por mantenerse abiertos cada vez más. Luego le propuso un trato, y le hizo una promesa. Y quería aferrarse a ella. Por primera vez en años, quería aferrarse a algo, aunque fuera a las palabras de esa mujer que acababa de conocer. - Está bien. - Dijo con voz débil. Quizás estuviera firmando su propia condena a muerte. Quizás... No saliera de esa noche, o de la mañana siguiente. Quizás le delatara, y lo que vieran sus ojos cuando los abriera a la mañana siguiente fuera a los guardias que le custodiarían hasta su ejecución por prófugo. Y si era así... Así lo habría él elegido, entonces. Era dueño de su destino y de sus decisiones, y estas no habían sido nunca muy seguras ni brillantes, habían sido tomadas por miedo y supervivencia. En esos momentos, decidió que la creería, que confiaría en ella. Y mientras escuchaba su historia, fue dejando que le venciera el sueño.
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CAPÍTULO II (Actualidad)
Se despertó con una de esas alarmas que uno no sabe de dónde vienen. El perro estaba callado, Tarmo dormido plácidamente a su lado y la noche en el apacible silencio de no ser aún hora de que los pescadores salieran a faenar. Y entonces… ¿Por qué tenía un miedo que le oprimía el pecho? Inspiró hondamente y se frotó la cara. Tarmo se removió a su lado, y suspiró. Bueno, mejor se levantaba y hacía algo, porque al final iba a despertar a su marido y tampoco era cuestión. Se puso una bata y bajó lentamente las escaleras con una vela en la mano. Estaban en pleno traslado, con cosas dentro de las cajas, otras apiladas en distintos montones para ser clasificadas… Suspiró y negó con la cabeza. A ver quién era el guapo ahora que encontraba una cacerola para hervir agua y hacerse una infusión para dormir. Bueno, tampoco sabía donde estaban las hierbas. En esas estaba, cuando oyó la puerta y dio un respingo.
Su primera respuesta, automática fue apagar la vela y quedarse muy quieta. No podía subir a avisar a Tarmo porque las escaleras hacían un ruido espantoso y alertaría a quien fuera que estaba al otro lado. — Señora Ivanka. — Oyó al otro lado de la puerta. Conocía esa voz. Era el hombre de confianza de la familia de su marido en palacio, el que había servido en casa de Tarmo… El que le avisó cuando Tarmo estuvo a punto de morir. — Señora Ivanka, soy Harald, ábrame. — Prudentemente, se acercó a la puerta y se apoyó en la madera. — ¿Qué ocurre? — Vienen a por Tarmo, señora. Y le aseguro que los soldados no dejarán en pie a nada y a nadie que esté a su lado. Debéis iros ya. — Ivanka enmudeció y empalideció. — Nadie sabe quién es. — Trató de argumentar, como si no aceptara que aquello pudiera estar pasando. — Sí que lo saben, señora, es solo que ni tenían fuerzas ni le convenía venir a por él antes. Hay una revolución gestándose, un golpe de estado, y los primeros a por los que van a ir es a por los que ellos consideran enemigos de Venster. — Ivanka se mordió los labios por dentro. — ¿Cuánto tiempo tenemos? — Dos horas, tres a lo máximo, antes del amanecer. Salgan por la puerta de atrás, no se despidan de nadie, si es que tenían alguien de quien despedirse. Y dejen la casa bien cerrada, eso les hará pensar que siguen dentro. — El corazón le latía a toda velocidad mientras oía cómo Harald se alejaba.
Subió con pies ligeros hasta el dormitorio como si le diera miedo que el crujido alertara a aquellos soldados que según Harald iban a dar un golpe de estado. Entró a la habitación y cerró tras de sí. Balder estaba dormido, pero por si acaso. — Tarmo. Tarmo. — Le llamó entre susurros, zarandeándole. Con los ojos llenos de lágrimas, acarició su rostro. Recordaba como si fuera ayer cuando se había dormido en un sueño inquieto junto a ella en la cabaña. ¿Qué peligros temía él que lo siguieran hasta Rock Lomond para tener aquellas pesadillas? — Tarmo, despierta mi amor. — Carraspeó y le apretó el brazo. — Harald ha estado aquí. — Tragó saliva. — Dice que vienen a por nosotros. Tenemos dos horas para irnos, quizá menos… — Se mordió los labios por dentro. — No podemos dejarnos llevar por el miedo. — Besó su mano. — Ambos escapamos una vez de nuestros destinos. Lo haremos otra vez. Y ahora estamos juntos. — Le miró a los ojos. — Párate y piensa, Tarmo. ¿Hay algún puerto escondido donde nos podamos escapar de contrabando? ¿Algún embarcadero donde pudiéramos robar una barca…? — Apretó su mano. — Sea como sea, Balder y yo vamos contigo, mi amor. Nada va a volver a separarnos. Ni siquiera los soldados de Venster. —
Su primera respuesta, automática fue apagar la vela y quedarse muy quieta. No podía subir a avisar a Tarmo porque las escaleras hacían un ruido espantoso y alertaría a quien fuera que estaba al otro lado. — Señora Ivanka. — Oyó al otro lado de la puerta. Conocía esa voz. Era el hombre de confianza de la familia de su marido en palacio, el que había servido en casa de Tarmo… El que le avisó cuando Tarmo estuvo a punto de morir. — Señora Ivanka, soy Harald, ábrame. — Prudentemente, se acercó a la puerta y se apoyó en la madera. — ¿Qué ocurre? — Vienen a por Tarmo, señora. Y le aseguro que los soldados no dejarán en pie a nada y a nadie que esté a su lado. Debéis iros ya. — Ivanka enmudeció y empalideció. — Nadie sabe quién es. — Trató de argumentar, como si no aceptara que aquello pudiera estar pasando. — Sí que lo saben, señora, es solo que ni tenían fuerzas ni le convenía venir a por él antes. Hay una revolución gestándose, un golpe de estado, y los primeros a por los que van a ir es a por los que ellos consideran enemigos de Venster. — Ivanka se mordió los labios por dentro. — ¿Cuánto tiempo tenemos? — Dos horas, tres a lo máximo, antes del amanecer. Salgan por la puerta de atrás, no se despidan de nadie, si es que tenían alguien de quien despedirse. Y dejen la casa bien cerrada, eso les hará pensar que siguen dentro. — El corazón le latía a toda velocidad mientras oía cómo Harald se alejaba.
Subió con pies ligeros hasta el dormitorio como si le diera miedo que el crujido alertara a aquellos soldados que según Harald iban a dar un golpe de estado. Entró a la habitación y cerró tras de sí. Balder estaba dormido, pero por si acaso. — Tarmo. Tarmo. — Le llamó entre susurros, zarandeándole. Con los ojos llenos de lágrimas, acarició su rostro. Recordaba como si fuera ayer cuando se había dormido en un sueño inquieto junto a ella en la cabaña. ¿Qué peligros temía él que lo siguieran hasta Rock Lomond para tener aquellas pesadillas? — Tarmo, despierta mi amor. — Carraspeó y le apretó el brazo. — Harald ha estado aquí. — Tragó saliva. — Dice que vienen a por nosotros. Tenemos dos horas para irnos, quizá menos… — Se mordió los labios por dentro. — No podemos dejarnos llevar por el miedo. — Besó su mano. — Ambos escapamos una vez de nuestros destinos. Lo haremos otra vez. Y ahora estamos juntos. — Le miró a los ojos. — Párate y piensa, Tarmo. ¿Hay algún puerto escondido donde nos podamos escapar de contrabando? ¿Algún embarcadero donde pudiéramos robar una barca…? — Apretó su mano. — Sea como sea, Balder y yo vamos contigo, mi amor. Nada va a volver a separarnos. Ni siquiera los soldados de Venster. —
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CAPÍTULO II (Actualidad)
Apretó los ojos. Ivanka le estaba llamando, y algo le decía que aún no había amanecido... Pero detectó la urgencia en su voz. Llevaba demasiados años de prófugo y un pasado con un padre demasiado hostil como para no reconocer el peligro aun estando dormido. No hizo falta que le llamara más de dos veces, pues ya a la segunda tenía los ojos abiertos y la mente dispuesta a recabar la información, aunque tenía ya un presentimiento.
No era ningún ingenuo. Huyó de Venster siendo consciente de que su vida ahí había acabado para siempre. Si volvió, fue porque necesitaba saldar sus deudas, y ya le daba igual morir en el proceso. Pero entonces, aparecieron ellos... Ivanka y Balder, su familia. Toda su vida, un motivo más que de peso para seguir viviendo. Y ahí supo que llegaría el momento de huir otra vez, de hacer eso que juró que no haría al regresar, aunque le costara la vida. La diferencia es que, cuando hizo ese juramento, no tenía nada que perder. Ahora, sí.
Se puso en pie decidido, sin siquiera contestar a su mujer, y comenzó a vestirse. Su cabeza daba vueltas a toda velocidad. ¿Tenía un puerto al que ir? Sí y no. Tenía todos los puertos del mundo a los que ir, porque ningún lugar era su hogar y en cualquiera podía posar su barco. A la vez, ningún lugar iba a ser aquel en el que le recibieran de brazos abiertos. Pocos puertos no habría pisado ya previamente Tarmo, y ahora se debatía entre si ir a un lugar desconocido a la espera de que no hubieran llegado historias sobre él allí o de que sus habitantes no fueran hostiles con ellos, o virar hacia uno de esos antiguos lugares en los que nadie les persiguiera porque nadie le recordaría, no más que como un mero ballenero. Lo decidiría mientras ultimaba sus detalles para huir. Porque eso era lo primero que debían hacer: huir.
Tras ese silencio en el que se había levantado y vestido, pensado a gran velocidad y determinado que es lo mínimo y máximo que debían llevar con ellos, se dirigió a su mujer y colocó las manos en sus mejillas. - No voy a poneros en riesgo. - Sabía que le iba a contradecir, así que la miró a los ojos y habló antes de que lo hiciera. - Óyeme bien: huiremos de aquí, los tres, pero iré varios pasos por delante. Si detecto peligro, os marcharéis. Huiréis bien lejos. Es a mí a quien buscan, no a vosotros. - Intensificó la mirada. - Mi vida sois vosotros, Ivanka. Si os ocurre algo, yo igualmente estaré muerto, no querré vida alguna. Si os salváis, al menos salvaréis mi alma. Balder es la prioridad, mi amor. Protégele a él, y que conserve a su madre. Por encima de todo. - Dejó un beso en sus labios y, llenando el pecho de aire, dijo. - No hay tiempo que perder. -
- Eh, hijo. Balder. - Le susurró, arrodillándose junto a su cama. El niño se removió con pereza, apretando los ojos y frotándose uno de estos. - Hijo, tienes que escucharme con atención. - Papi, tengo sueño. - Contestó somnoliento. Tragó saliva. No podían perder más tiempo. Con suavidad, le quitó la mano del ojo para que entendiera que debía mirarle, y el niño los abrió, un tanto aturdido. - Lo sé, pero necesito que escuches esto. ¿Tú quieres ser un marinero como papá? - El niño asintió. - ¿Y quieres saber lo que es una misión de verdad? - Asintió aún más. Al menos ya se iba despertando. - Pues hoy tenemos una, y tienes que hacer muy muy bien lo que yo te diga si quieres ser un marinero de verdad. - Alzó un índice. - Primera norma: tienes que estar muy muy callado. No puedes decir nada. Esta misión es nuestro secreto, ¿entiendes? - Balder asintió, con los ojos muy abiertos. - Segunda norma: yo soy el capitán de la misión y, si yo no estoy, mamá está al mando. Siempre siempre debes obedecernos, porque es tu primera misión, tú aún no sabes. ¿Entendido? - Volvió a asentir. - Y tercera norma: en todo momento, salvo que ella te diga lo contrario, debes ir con mamá. No te separes de ella para nada, solo si ella te ordena hacerlo. En ese caso, sigue sus órdenes. ¿De acuerdo? - El niño volvió a asentir. Le dio un beso en la frente. - ¿Ya no hay más normas, papi? - Sí que las había, pero... Prefería no contar con ellas. - Por ahora no. Pero recuerda la primera. - El niño se llevó las manos a la boca, asintiendo. - Eso es. Vas a ser un gran marinero. - Le revolvió el pelo y le dejó pegarse a su mujer, mirándola a ella después y, simplemente, diciendo. - Vámonos. - Había llegado el momento de huir. Otra vez.
No era ningún ingenuo. Huyó de Venster siendo consciente de que su vida ahí había acabado para siempre. Si volvió, fue porque necesitaba saldar sus deudas, y ya le daba igual morir en el proceso. Pero entonces, aparecieron ellos... Ivanka y Balder, su familia. Toda su vida, un motivo más que de peso para seguir viviendo. Y ahí supo que llegaría el momento de huir otra vez, de hacer eso que juró que no haría al regresar, aunque le costara la vida. La diferencia es que, cuando hizo ese juramento, no tenía nada que perder. Ahora, sí.
Se puso en pie decidido, sin siquiera contestar a su mujer, y comenzó a vestirse. Su cabeza daba vueltas a toda velocidad. ¿Tenía un puerto al que ir? Sí y no. Tenía todos los puertos del mundo a los que ir, porque ningún lugar era su hogar y en cualquiera podía posar su barco. A la vez, ningún lugar iba a ser aquel en el que le recibieran de brazos abiertos. Pocos puertos no habría pisado ya previamente Tarmo, y ahora se debatía entre si ir a un lugar desconocido a la espera de que no hubieran llegado historias sobre él allí o de que sus habitantes no fueran hostiles con ellos, o virar hacia uno de esos antiguos lugares en los que nadie les persiguiera porque nadie le recordaría, no más que como un mero ballenero. Lo decidiría mientras ultimaba sus detalles para huir. Porque eso era lo primero que debían hacer: huir.
Tras ese silencio en el que se había levantado y vestido, pensado a gran velocidad y determinado que es lo mínimo y máximo que debían llevar con ellos, se dirigió a su mujer y colocó las manos en sus mejillas. - No voy a poneros en riesgo. - Sabía que le iba a contradecir, así que la miró a los ojos y habló antes de que lo hiciera. - Óyeme bien: huiremos de aquí, los tres, pero iré varios pasos por delante. Si detecto peligro, os marcharéis. Huiréis bien lejos. Es a mí a quien buscan, no a vosotros. - Intensificó la mirada. - Mi vida sois vosotros, Ivanka. Si os ocurre algo, yo igualmente estaré muerto, no querré vida alguna. Si os salváis, al menos salvaréis mi alma. Balder es la prioridad, mi amor. Protégele a él, y que conserve a su madre. Por encima de todo. - Dejó un beso en sus labios y, llenando el pecho de aire, dijo. - No hay tiempo que perder. -
- Eh, hijo. Balder. - Le susurró, arrodillándose junto a su cama. El niño se removió con pereza, apretando los ojos y frotándose uno de estos. - Hijo, tienes que escucharme con atención. - Papi, tengo sueño. - Contestó somnoliento. Tragó saliva. No podían perder más tiempo. Con suavidad, le quitó la mano del ojo para que entendiera que debía mirarle, y el niño los abrió, un tanto aturdido. - Lo sé, pero necesito que escuches esto. ¿Tú quieres ser un marinero como papá? - El niño asintió. - ¿Y quieres saber lo que es una misión de verdad? - Asintió aún más. Al menos ya se iba despertando. - Pues hoy tenemos una, y tienes que hacer muy muy bien lo que yo te diga si quieres ser un marinero de verdad. - Alzó un índice. - Primera norma: tienes que estar muy muy callado. No puedes decir nada. Esta misión es nuestro secreto, ¿entiendes? - Balder asintió, con los ojos muy abiertos. - Segunda norma: yo soy el capitán de la misión y, si yo no estoy, mamá está al mando. Siempre siempre debes obedecernos, porque es tu primera misión, tú aún no sabes. ¿Entendido? - Volvió a asentir. - Y tercera norma: en todo momento, salvo que ella te diga lo contrario, debes ir con mamá. No te separes de ella para nada, solo si ella te ordena hacerlo. En ese caso, sigue sus órdenes. ¿De acuerdo? - El niño volvió a asentir. Le dio un beso en la frente. - ¿Ya no hay más normas, papi? - Sí que las había, pero... Prefería no contar con ellas. - Por ahora no. Pero recuerda la primera. - El niño se llevó las manos a la boca, asintiendo. - Eso es. Vas a ser un gran marinero. - Le revolvió el pelo y le dejó pegarse a su mujer, mirándola a ella después y, simplemente, diciendo. - Vámonos. - Había llegado el momento de huir. Otra vez.
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CAPÍTULO II (Actualidad)
Sabía que Tarmo intentaría ponerlos a salvo, pero no. Le había recuperado, había logrado retenerle a su lado, resarciendo todos aquellos años de clandestinidad, por fin era una familia. No, ni hablar iba a perderlo todo justo ahora. Pero, igual que estaba determinada a seguirle, sabía que él impondría sus condiciones. Bueno, y ni tan mal le parecían. Las tomaría gustosa, solo porque así tendría tiempo de esconder a Balder si hacía falta. — Pero lo vamos a lograr los tres. El destino no puede ser tan cruel de separarnos ahora. — Inspiró y trató de calmar su corazón. — Te lo prometo, Tarmo. — Dijo, para dejarle tranquilo.
Tenía muy poco tiempo, así que se vistió y abrigó, y cogió todo lo que pudieran cargar y fuera a hacerles un servicio en el viaje, y sobre todo, las fórmulas de los tintes, mientras Tarmo hablaba con el niño, sintiendo una punzada en el corazón. Era tan buen padre… No, no podían vivir ahora sin él, no después de tanto tiempo solos. Se acercó a su hijo y le dio la mano. — Vas a hacer caso a papá, ¿verdad? — Balder asintió. — Y si no, a ti. — Ella besó su coronilla. — Ese es mi niño. Vámonos. — ¿Vamos a volver? — Pregunta incómoda. Miró a su hijo a los ojos y trató de sonreír. — No de momento, y no sé cuándo podremos hacerlo. Pero vamos a descubrir el mundo con papá. — Tiró de él contra su cuerpo. — ¿Te acuerdas de que te conté que cuando naciste te pegué a mí y te monté en un barco? Pues igual. — Al menos esta vez, ni él era un bebé, ni estaban tan desprotegidos.
Salieron a la calle, Balder agarrado a ella bajo su capa y ella unos pasos por detrás de Tarmo, mirando en cada esquina, en la solitaria noche, sin atreverse siquiera a encender una luz. A medida que se acercaban al puerto, la vida despertaba un poco más, siempre había marineros cantando y bebiendo en las tabernas. Pero no podían acercarse demasiado a todo aquello, porque era lo que esperarían los soldados, así que siguieron callejeando por las calles paralelas, más oscuras y solitarias. — Quizá donde no se esperan que vayamos es al puerto del río. — Sugirió a Tarmo en voz bajita. — Podemos salir de allí, aunque demos más vueltas, pero será lo que menos esperen de ti. — Tarmo había huido por mar una vez, y la verdad, era su primera y casi única opción, pero si se daban prisa, llegarían al río antes del amanecer, aunque fuera desandar camino.
Durante el trayecto, en un momento dado se acercó a Tarmo y dejó un saquito con tinte azul y diez monedas de plata. — Dáselo a quien le quieras alquilar el barco, si es que se da la circunstancia. No es que lo apruebe, pero igual lo ideal sería robarlo… — Arrugó la expresión tratando de quitarle importancia. — Total si es un pequeñito… — Dijo intentando hacerle sonreír a pesar de la situación. — No es que quiera yo enseñarle eso al niño, pero a situaciones desesperadas... —
Cuando llegaron al puerto fluvial, que era esencialmente de comercio local, aquello estaba más muerto que las calles, así que aprovechó y se escondió con Balder tras uno de los astilleros de madera. Abrazando al niño contra sí, como cuando era un bebé, miró hacia el castillo. Sí que se veía movimiento, y humos aquí y allá, al igual que empezaba a clarear el cielo. Tenían prisa y esperaba que Tarmo no tardara mucho en dar con una solución.
Tenía muy poco tiempo, así que se vistió y abrigó, y cogió todo lo que pudieran cargar y fuera a hacerles un servicio en el viaje, y sobre todo, las fórmulas de los tintes, mientras Tarmo hablaba con el niño, sintiendo una punzada en el corazón. Era tan buen padre… No, no podían vivir ahora sin él, no después de tanto tiempo solos. Se acercó a su hijo y le dio la mano. — Vas a hacer caso a papá, ¿verdad? — Balder asintió. — Y si no, a ti. — Ella besó su coronilla. — Ese es mi niño. Vámonos. — ¿Vamos a volver? — Pregunta incómoda. Miró a su hijo a los ojos y trató de sonreír. — No de momento, y no sé cuándo podremos hacerlo. Pero vamos a descubrir el mundo con papá. — Tiró de él contra su cuerpo. — ¿Te acuerdas de que te conté que cuando naciste te pegué a mí y te monté en un barco? Pues igual. — Al menos esta vez, ni él era un bebé, ni estaban tan desprotegidos.
Salieron a la calle, Balder agarrado a ella bajo su capa y ella unos pasos por detrás de Tarmo, mirando en cada esquina, en la solitaria noche, sin atreverse siquiera a encender una luz. A medida que se acercaban al puerto, la vida despertaba un poco más, siempre había marineros cantando y bebiendo en las tabernas. Pero no podían acercarse demasiado a todo aquello, porque era lo que esperarían los soldados, así que siguieron callejeando por las calles paralelas, más oscuras y solitarias. — Quizá donde no se esperan que vayamos es al puerto del río. — Sugirió a Tarmo en voz bajita. — Podemos salir de allí, aunque demos más vueltas, pero será lo que menos esperen de ti. — Tarmo había huido por mar una vez, y la verdad, era su primera y casi única opción, pero si se daban prisa, llegarían al río antes del amanecer, aunque fuera desandar camino.
Durante el trayecto, en un momento dado se acercó a Tarmo y dejó un saquito con tinte azul y diez monedas de plata. — Dáselo a quien le quieras alquilar el barco, si es que se da la circunstancia. No es que lo apruebe, pero igual lo ideal sería robarlo… — Arrugó la expresión tratando de quitarle importancia. — Total si es un pequeñito… — Dijo intentando hacerle sonreír a pesar de la situación. — No es que quiera yo enseñarle eso al niño, pero a situaciones desesperadas... —
Cuando llegaron al puerto fluvial, que era esencialmente de comercio local, aquello estaba más muerto que las calles, así que aprovechó y se escondió con Balder tras uno de los astilleros de madera. Abrazando al niño contra sí, como cuando era un bebé, miró hacia el castillo. Sí que se veía movimiento, y humos aquí y allá, al igual que empezaba a clarear el cielo. Tenían prisa y esperaba que Tarmo no tardara mucho en dar con una solución.
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CAPÍTULO II (Actualidad)
Caminaba por las oscuras calles conteniendo la respiración, agudizando el oído y la vista hasta el máximo de sus capacidades. Sentía tras él los pasos de Ivanka y Balder, y ninguno más, bien atento estaba, bien alerta, tanto por si dejaba de oír los de ellos, como de si se sumaban otros indeseados. Iba en tensión absoluta y tratando de poner una mente que nunca consideró brillante a trabajar a toda velocidad. No, él no era hombre brillante, no tan instruido como habría sido de tener un padre que se lo fomentara. Pero ya había huido una vez. Podía hacerlo una segunda.
No cesó en su caminar ni en su alerta mientras oyó el susurro de su esposa, pero ciertamente le hizo pensar. El puerto de río... Su huida debía ser marítima, eso estaba claro, no controlaba otra cosa. Pero, ciertamente, todos esperarían de él que tratara de escapar en un barco. ¿Pero por el río? Ah, él no era una mente brillante, pero el destino le había hecho dar con una, gracias a los dioses. - Vayamos. - Confirmó, para que su mujer supiera que había sido no solo escuchada, sino que iban a tomar su determinación. Porque ni mirarla podía. Tenía unos ojos muy asustados puestos en todas partes al mismo tiempo, a la espera de tener que entregar su vida si hacía falta por salvar a su familia.
Sí que la miró cuando puso en sus manos las monedas y el tinte. Torció media sonrisa. - Supongo que tenemos experiencias en cuestiones que no todo el mundo aprobaría. - Trató de bromear. Miró levemente a su hijo y devolvió la vista a ella. - Ya se lo explicaremos detenidamente para que suene convincente. - Dijo, sin perder la leve sonrisa a pesar de la tensión. Hubiera preferido mil veces un padre que robara barcos que el padre que tuvo. Sinceramente, él ya no otorgaba tanta gravedad a las salidas de la ley. Era la misma ley, la ante todos aprobada, la que le quería muerto. No iba a tener con ella los miramientos que ella no tenía con él.
El puerto estaba desierto. La idea había sido muy buena. Mientras Ivanka y Balder se escondían, oteó rápidamente las barcazas: no podía hacerse con la más lustrosa y adecentada, no sería creíble. No sería tan memo de tomar la más desvencijada. Y como ya había comprobado por experiencia propia, la clave solía estar en portar tal naturalidad que pensaran que el objeto a robar en cuestión era tuyo... No era la primera vez que manejaba un barco que no era de su propiedad. Por esto, se acercó con decisión y sin vacilar a la primera de las barcas que detectó sin dueño alguno, de aspecto lo suficientemente mohoso como para no ser usada a diario, pero tampoco abandonada. Era su barca desde ese momento y así empezó a desamarrarla. El vistazo fugaz que dio a su mujer y su hijo sirvió de aviso para que estos se acercaran y montaran a bordo. - Tumbaos. - Les dijo sin mirarles, como si no estuvieran allí. Al hacerlo, pasó una lona por encima de ambos, tapándoles y confundiéndoles con las maderas del fondo, no siendo distinguidos sus escasos bultos en la oscuridad de la noche.
Justo cuando terminaba de desamarrar para echar a la barca a navegar, apareció por allí uno de los propietarios. Notaba el latir del corazón atacar sus sienes, en temor de que no fuera otro que el dueño de su improvisado navío... pero no. Notaba la mirada dubitativa sobre él, de quien no reconoce a quien faena como compañero. - Buen día. - Dijo Tarmo, monocorde y habitual, apoyando un pie en el muelle para hacer a su barca tomar impulso. - Buena faena. - Respondió el otro, dando por sentado que se trataba de un compañero de gremio. Fue así como comenzó su travesía, en silencio y con su familia oculta como los fugitivos que, desde ese momento, volvían a ser. No fue hasta que se aseguró de no ser oído por el único presente que dijo, en voz grave y baja. - No salgáis hasta que os diga. - Dando una orden que se intuía, pero para que no hubiera dudas al respecto. Es por esto que, durante largo rato, solo se escuchaba el murmurar del oleaje contra el mascarón, y nada más. Se alejaban, dejaban su tierra poco a poco atrás. Aún podían divisarla a lo lejos, pero nadie vería ya quién tripulaba esa pequeña barca. El cielo había clareado. Quería pensar, por la ausencia de navíos a su alrededor, que se encontraban a salvo. - Podéis salir. - Y, al verles reaparecer bajo la tela, soltó el aire que había retenido en el pecho. Les miró. - Estamos fuera de sus límites. - Tornó una mirada atrás, durante unos instantes. Volvió a mirarles. - Debemos decidir nuevo destino... Y, por si acaso, en caso de ver algún barco, volvéos a esconder. -
No cesó en su caminar ni en su alerta mientras oyó el susurro de su esposa, pero ciertamente le hizo pensar. El puerto de río... Su huida debía ser marítima, eso estaba claro, no controlaba otra cosa. Pero, ciertamente, todos esperarían de él que tratara de escapar en un barco. ¿Pero por el río? Ah, él no era una mente brillante, pero el destino le había hecho dar con una, gracias a los dioses. - Vayamos. - Confirmó, para que su mujer supiera que había sido no solo escuchada, sino que iban a tomar su determinación. Porque ni mirarla podía. Tenía unos ojos muy asustados puestos en todas partes al mismo tiempo, a la espera de tener que entregar su vida si hacía falta por salvar a su familia.
Sí que la miró cuando puso en sus manos las monedas y el tinte. Torció media sonrisa. - Supongo que tenemos experiencias en cuestiones que no todo el mundo aprobaría. - Trató de bromear. Miró levemente a su hijo y devolvió la vista a ella. - Ya se lo explicaremos detenidamente para que suene convincente. - Dijo, sin perder la leve sonrisa a pesar de la tensión. Hubiera preferido mil veces un padre que robara barcos que el padre que tuvo. Sinceramente, él ya no otorgaba tanta gravedad a las salidas de la ley. Era la misma ley, la ante todos aprobada, la que le quería muerto. No iba a tener con ella los miramientos que ella no tenía con él.
El puerto estaba desierto. La idea había sido muy buena. Mientras Ivanka y Balder se escondían, oteó rápidamente las barcazas: no podía hacerse con la más lustrosa y adecentada, no sería creíble. No sería tan memo de tomar la más desvencijada. Y como ya había comprobado por experiencia propia, la clave solía estar en portar tal naturalidad que pensaran que el objeto a robar en cuestión era tuyo... No era la primera vez que manejaba un barco que no era de su propiedad. Por esto, se acercó con decisión y sin vacilar a la primera de las barcas que detectó sin dueño alguno, de aspecto lo suficientemente mohoso como para no ser usada a diario, pero tampoco abandonada. Era su barca desde ese momento y así empezó a desamarrarla. El vistazo fugaz que dio a su mujer y su hijo sirvió de aviso para que estos se acercaran y montaran a bordo. - Tumbaos. - Les dijo sin mirarles, como si no estuvieran allí. Al hacerlo, pasó una lona por encima de ambos, tapándoles y confundiéndoles con las maderas del fondo, no siendo distinguidos sus escasos bultos en la oscuridad de la noche.
Justo cuando terminaba de desamarrar para echar a la barca a navegar, apareció por allí uno de los propietarios. Notaba el latir del corazón atacar sus sienes, en temor de que no fuera otro que el dueño de su improvisado navío... pero no. Notaba la mirada dubitativa sobre él, de quien no reconoce a quien faena como compañero. - Buen día. - Dijo Tarmo, monocorde y habitual, apoyando un pie en el muelle para hacer a su barca tomar impulso. - Buena faena. - Respondió el otro, dando por sentado que se trataba de un compañero de gremio. Fue así como comenzó su travesía, en silencio y con su familia oculta como los fugitivos que, desde ese momento, volvían a ser. No fue hasta que se aseguró de no ser oído por el único presente que dijo, en voz grave y baja. - No salgáis hasta que os diga. - Dando una orden que se intuía, pero para que no hubiera dudas al respecto. Es por esto que, durante largo rato, solo se escuchaba el murmurar del oleaje contra el mascarón, y nada más. Se alejaban, dejaban su tierra poco a poco atrás. Aún podían divisarla a lo lejos, pero nadie vería ya quién tripulaba esa pequeña barca. El cielo había clareado. Quería pensar, por la ausencia de navíos a su alrededor, que se encontraban a salvo. - Podéis salir. - Y, al verles reaparecer bajo la tela, soltó el aire que había retenido en el pecho. Les miró. - Estamos fuera de sus límites. - Tornó una mirada atrás, durante unos instantes. Volvió a mirarles. - Debemos decidir nuevo destino... Y, por si acaso, en caso de ver algún barco, volvéos a esconder. -
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CAPÍTULO II (Actualidad)
Hacía cada movimiento como hipnotizada, como si lo hubiera ensayado tantas veces que no tuviera que pensarlo, pero claramente era una forma de proteger a su mente y su cuerpo del miedo, era un caparazón que se desarmaría en algún momento, probablemente cuando se sintiera a salvo.
Apretó a Balder contra ella al tumbarse en la barca, y susurró. — Así tal cual te llevé cuando eras un bebé. — Susurró muy muy bajito. — ¿Y me cantabas y me contabas historias? — Siempre, para que no tuvieras miedo. Pero ahora hay que ir muy callados, muy tranquilos. — Papá nos defiende. — Dijo su hijo, absolutamente convencido y apoyado sobre su pecho, sin mover ni un músculo. — Papá nos defiende, mi lucerito. — Y pronto sintió que abandonaban la tranquila calma fluvial por el balanceo del mar. Y, bajo aquella seguridad de su propio hijo, empezó a darse cuenta de que haba tenido un miedo absurdo durante años, que el auténtico miedo era perder a quien amabas y no una riña familiar y que... Quizá ya era hora de enfrentarlo
Cuando Tarmo les llamó, saltó y miró a los lados. La visión del océano le impactó directa al corazón, y tuvo que abrir la boca para tomar una bocanada de aire. Hacía ya bastante tiempo que no se subía en un barco, que no perdía de vista la tierra, y volvía a sentirse la chica de veinte años que salió huyendo. Abrazó con un brazo a Balder contra ella y con la otra mano estrechó la de Tarmo bajo el sol cegador y tragó saliva. — Lo hemos conseguido, Tarmo. — Se mordió el labio. — Adiós a Venster. — Ambos debían más a esa isla de lo que estaban dispuestos a admitir, pero era hora de dejarla atrás. Ahora había que ser fríos y pensar. — Con esta barca no podemos ir muy lejos, así que lo ideal sería llegar a un puesto discreto de la Alianza Comerciante. Con ellos, Venster no se atreverá a efectuar un registro ni nada que se le parezca. — Suspiró y se mordió los labios por dentro. — Tarmo… Ese rato pensando… En qué lugar podría ser seguro y a la vez beneficioso para nosotros… — Casi no le salían las palabras. — ¿Y si… Volvemos a Rock Lomond? Es posible que mi familia aún no me haya perdonado, pero… Al menos conozco comerciantes, escondites, incluso podríamos volver a nuestra cabaña… — Apretó los labios y le miró con dulzura. — ¿Qué dices? ¿Quieres volver a nuestra costa? —
Apretó a Balder contra ella al tumbarse en la barca, y susurró. — Así tal cual te llevé cuando eras un bebé. — Susurró muy muy bajito. — ¿Y me cantabas y me contabas historias? — Siempre, para que no tuvieras miedo. Pero ahora hay que ir muy callados, muy tranquilos. — Papá nos defiende. — Dijo su hijo, absolutamente convencido y apoyado sobre su pecho, sin mover ni un músculo. — Papá nos defiende, mi lucerito. — Y pronto sintió que abandonaban la tranquila calma fluvial por el balanceo del mar. Y, bajo aquella seguridad de su propio hijo, empezó a darse cuenta de que haba tenido un miedo absurdo durante años, que el auténtico miedo era perder a quien amabas y no una riña familiar y que... Quizá ya era hora de enfrentarlo
Cuando Tarmo les llamó, saltó y miró a los lados. La visión del océano le impactó directa al corazón, y tuvo que abrir la boca para tomar una bocanada de aire. Hacía ya bastante tiempo que no se subía en un barco, que no perdía de vista la tierra, y volvía a sentirse la chica de veinte años que salió huyendo. Abrazó con un brazo a Balder contra ella y con la otra mano estrechó la de Tarmo bajo el sol cegador y tragó saliva. — Lo hemos conseguido, Tarmo. — Se mordió el labio. — Adiós a Venster. — Ambos debían más a esa isla de lo que estaban dispuestos a admitir, pero era hora de dejarla atrás. Ahora había que ser fríos y pensar. — Con esta barca no podemos ir muy lejos, así que lo ideal sería llegar a un puesto discreto de la Alianza Comerciante. Con ellos, Venster no se atreverá a efectuar un registro ni nada que se le parezca. — Suspiró y se mordió los labios por dentro. — Tarmo… Ese rato pensando… En qué lugar podría ser seguro y a la vez beneficioso para nosotros… — Casi no le salían las palabras. — ¿Y si… Volvemos a Rock Lomond? Es posible que mi familia aún no me haya perdonado, pero… Al menos conozco comerciantes, escondites, incluso podríamos volver a nuestra cabaña… — Apretó los labios y le miró con dulzura. — ¿Qué dices? ¿Quieres volver a nuestra costa? —
Isla de Rock Lomond con Tarmo
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CAPÍTULO II (Actualidad)
Sí, quería pensar que estaban a salvo, o al menos que habían ganado tiempo. La tierra ya había quedado tan lejos que apenas veían solo masas de agua. Pero Ivanka tenía razón: no llegarían demasiado lejos con una barca pescadora. Las tormentas no solían azotar con fuerza a esas horas de la mañana, pero tenían pocas provisiones y cualquier lugar decente en el que empezar de cero estaba mínimo a dos días de distancia, no podían pasar la noche ahí, y menos con un niño. Tenía que pensar a toda velocidad...
Ella se le adelantó. Sopesó, la miró y asintió. - Sí... Sí, es cierto. - Tarmo conocía la crueldad de Venster de manera sobrada, pero era la mejor de sus opciones. Querría pensar que no se jugarían perder una alianza comercial así como así solo por darle caza a él. No era una garantía segura, pero podía darles el tiempo suficiente.
Ella siguió hablando, y él la oía en parte, y en otra parte pensaba a toda velocidad. Pero algo que dijo hizo que la mirara súbitamente, intentando dilucidar si había oído bien. - ¿Rock Lomond? - Preguntó. Soltó un poco de aire por la boca y sopesó unos instantes. "Es posible que mi familia no me haya perdonado". Más que posible, Tarmo lo consideraba un hecho. Se mojó los labios. - ¿Te refieres a volver... a buscar refugio temporal o... de manera indefinida? - Volvió a soltar aire por la boca, se frotó la cara y se acercó a ella, agarrando sus manos. - Ivanka... no quiero huir más. Quiero que tengamos la familia que merecemos. - Se mordió los labios. - ¿Qué probabilidades hay de que nos encuentren nada más desembarcar allí? ¿De que también estemos en busca y captura? Podemos intentar adoptar una identidad diferente, te lo dice alguien que ha vivido muchos años bajo una que no era la suya... pero por experiencia confirmo que esto también es temporal. Acabas de presencial como tarde o temprano terminan por descubrirte. - Tragó saliva. - Nada me haría más feliz que volver a nuestras costas contigo... Con nuestro hijo. - Le revolvió los rizos. - Pero no quiero volver a ponernos en peligro, ni pasarnos huyendo toda la vida. - Se mordió los labios y pensó. - Necesitamos aprovisionarnos, hacernos con un buen barco que nos traslade a un lugar lejano en el que empezar de cero. Si intentamos embarcarnos en Rock Lomond... ¿qué probabilidad hay de que seamos descubiertos? -
Ella se le adelantó. Sopesó, la miró y asintió. - Sí... Sí, es cierto. - Tarmo conocía la crueldad de Venster de manera sobrada, pero era la mejor de sus opciones. Querría pensar que no se jugarían perder una alianza comercial así como así solo por darle caza a él. No era una garantía segura, pero podía darles el tiempo suficiente.
Ella siguió hablando, y él la oía en parte, y en otra parte pensaba a toda velocidad. Pero algo que dijo hizo que la mirara súbitamente, intentando dilucidar si había oído bien. - ¿Rock Lomond? - Preguntó. Soltó un poco de aire por la boca y sopesó unos instantes. "Es posible que mi familia no me haya perdonado". Más que posible, Tarmo lo consideraba un hecho. Se mojó los labios. - ¿Te refieres a volver... a buscar refugio temporal o... de manera indefinida? - Volvió a soltar aire por la boca, se frotó la cara y se acercó a ella, agarrando sus manos. - Ivanka... no quiero huir más. Quiero que tengamos la familia que merecemos. - Se mordió los labios. - ¿Qué probabilidades hay de que nos encuentren nada más desembarcar allí? ¿De que también estemos en busca y captura? Podemos intentar adoptar una identidad diferente, te lo dice alguien que ha vivido muchos años bajo una que no era la suya... pero por experiencia confirmo que esto también es temporal. Acabas de presencial como tarde o temprano terminan por descubrirte. - Tragó saliva. - Nada me haría más feliz que volver a nuestras costas contigo... Con nuestro hijo. - Le revolvió los rizos. - Pero no quiero volver a ponernos en peligro, ni pasarnos huyendo toda la vida. - Se mordió los labios y pensó. - Necesitamos aprovisionarnos, hacernos con un buen barco que nos traslade a un lugar lejano en el que empezar de cero. Si intentamos embarcarnos en Rock Lomond... ¿qué probabilidad hay de que seamos descubiertos? -
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CAPÍTULO II (Actualidad)
Escuchó lo que Tarmo decía, mordiéndose el labio inferior. La brisa marina y el vaivén de las olas la desconcentraban, porque hacía taaaanto tiempo que no se sentía en medio del mar, temiendo por su hijo… Ahora al menos no estaba sola. Miró a Balder y le dijo. — Mi vida, acuéstate un poquito, que nos hemos levantado tempranísimo. Mamá te tapa. — ¿No es como cuando tengo que estudiar? — Qué va, ahora puedes descansar, y cuando despiertes, habremos llegado a un lugar nuevo. — Balder se dio por satisfecho, se hizo una bolita y volvió a dormir.
Cuando por fin notó que iban a poder hablar tranquilamente, Ivanka se sentó junto a Tarmo y tomó su mano. — Todo en nuestra vida… Se ha visto coartado por esa huida permanente. — Miró al horizonte. — Yo también quería una vida tranquila, Tarmo… Pero ahora sé que solo quiero una vida contigo. Nunca hemos salido de estas islas, no sabemos cómo ganarnos la vida en otra parte. — Apartó su pelo humedecido de la frente con cariño. — ¿Qué hicimos? ¿Escaparnos? Ni que fuéramos los primeros, y ahora estamos casados. ¿La receta de las tinturas de mi familia? No se la negué, simplemente me la copié para hacerla yo también. Competencia desleal, puede ser, pero no es un delito por el que te maten precisamente. — Tragó saliva. — Nunca nos descubrieron en la cabaña… Si sigue ahí… Podemos llegar y tantear el terreno. Te juro que si veo posibilidades de que no nos acepten, o de que los guardias de tu padre nos persigan hasta Rock Lomond, planearemos la ultima huida, lejos, muy lejos. — Se apoyó en su hombro. — Tú y yo… Nos hemos equivocado, y nos han movido a hacer cosas, pero… — Entrelazó su mano con la de él. — Yo no me arrepiento de nada, Tarmo. Hemos llegado hasta aquí. En Rock Lomond empezó todo, vamos a intentarlo aunque sea. Yo tantear el terreno, tengo contactos, y la vergüenza no me importa, porque no la siento, y además ya eres mi marido. — Tomó su rostro entre sus manos y sonrió. — Te has enfrentado a cosas peores que un suegro enfadado, ¿no crees? — Dejó un beso en sus labios y sonrió. — Pero yo confío en ti, y si no tienes fuerzas o confianza para volverlo a intentar allí, no me opondré. —
Cuando por fin notó que iban a poder hablar tranquilamente, Ivanka se sentó junto a Tarmo y tomó su mano. — Todo en nuestra vida… Se ha visto coartado por esa huida permanente. — Miró al horizonte. — Yo también quería una vida tranquila, Tarmo… Pero ahora sé que solo quiero una vida contigo. Nunca hemos salido de estas islas, no sabemos cómo ganarnos la vida en otra parte. — Apartó su pelo humedecido de la frente con cariño. — ¿Qué hicimos? ¿Escaparnos? Ni que fuéramos los primeros, y ahora estamos casados. ¿La receta de las tinturas de mi familia? No se la negué, simplemente me la copié para hacerla yo también. Competencia desleal, puede ser, pero no es un delito por el que te maten precisamente. — Tragó saliva. — Nunca nos descubrieron en la cabaña… Si sigue ahí… Podemos llegar y tantear el terreno. Te juro que si veo posibilidades de que no nos acepten, o de que los guardias de tu padre nos persigan hasta Rock Lomond, planearemos la ultima huida, lejos, muy lejos. — Se apoyó en su hombro. — Tú y yo… Nos hemos equivocado, y nos han movido a hacer cosas, pero… — Entrelazó su mano con la de él. — Yo no me arrepiento de nada, Tarmo. Hemos llegado hasta aquí. En Rock Lomond empezó todo, vamos a intentarlo aunque sea. Yo tantear el terreno, tengo contactos, y la vergüenza no me importa, porque no la siento, y además ya eres mi marido. — Tomó su rostro entre sus manos y sonrió. — Te has enfrentado a cosas peores que un suegro enfadado, ¿no crees? — Dejó un beso en sus labios y sonrió. — Pero yo confío en ti, y si no tienes fuerzas o confianza para volverlo a intentar allí, no me opondré. —
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