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Freyja
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Croílár glas
1x1 Inspired - Libros. Spin off El pájaro en el espino (HP Universe)
Ballyknow, Galway, Irlanda, 1953.
Irlanda es una tierra fundamentalmente mágica, casi más que Inglaterra, pero, como en tantos otros casos, el mundo mágico está más focalizado en la isla vecina, y por ello todo el mundo tiende a irse de una tierra empobrecida y sin oportunidades, por muy mágica que sea. No fue el caso de los O’Donnell, una pareja de famosos aritmánticos que permanecen en su pueblo, ni de Margaret Lacey, que tras ser alumna de Hogwarts, volvió a Ballyknow por estar con su madre viuda y porque su sueño era trabajar en la biblioteca del pueblo, renovarla y que fuera un lugar donde poder impartir sabiduría mágica.
Por su parte, el hijo de los O’Donnel, Lawrence, sí que ha optado por viajar por el mundo, estudiando todo lo que ha podido para ser alquimista, y su proyección es llegar a lo más alto de los rangos, ser un erudito y conocer, conocer sin parar. Por ello, sus padres han perdido ya la esperanza de que encuentre una mujer o de que siente la cabeza en algo que no sea un escritorio para crear su próximo libro.
Pero ahora, por cuestiones de sus investigaciones, ha tenido que volver al pueblo que lo vio nacer después de tanto tiempo, y se le hace pequeño, agobiante y falto totalmente de cultura. Por su parte, Margaret acaba de romper su compromiso con su novio desde hace once años porque pretendía que dejara de trabajar al casarse, justo ahora, que su biblioteca empieza a arrancar y va viento en popa, por lo que se ha convertido en la comidilla del pueblo.
No eran amigos precisamente en Hogwarts, pero quizá en Ballyknow, donde cuchichean sobre los dos, y donde el refugio natural de ambos es la biblioteca, quizá el ex prefecto de Ravenclaw y la ex alumna alocada de Gryffindor amante de los libros encuentren justo lo que estaban buscando.
Irlanda es una tierra fundamentalmente mágica, casi más que Inglaterra, pero, como en tantos otros casos, el mundo mágico está más focalizado en la isla vecina, y por ello todo el mundo tiende a irse de una tierra empobrecida y sin oportunidades, por muy mágica que sea. No fue el caso de los O’Donnell, una pareja de famosos aritmánticos que permanecen en su pueblo, ni de Margaret Lacey, que tras ser alumna de Hogwarts, volvió a Ballyknow por estar con su madre viuda y porque su sueño era trabajar en la biblioteca del pueblo, renovarla y que fuera un lugar donde poder impartir sabiduría mágica.
Por su parte, el hijo de los O’Donnel, Lawrence, sí que ha optado por viajar por el mundo, estudiando todo lo que ha podido para ser alquimista, y su proyección es llegar a lo más alto de los rangos, ser un erudito y conocer, conocer sin parar. Por ello, sus padres han perdido ya la esperanza de que encuentre una mujer o de que siente la cabeza en algo que no sea un escritorio para crear su próximo libro.
Pero ahora, por cuestiones de sus investigaciones, ha tenido que volver al pueblo que lo vio nacer después de tanto tiempo, y se le hace pequeño, agobiante y falto totalmente de cultura. Por su parte, Margaret acaba de romper su compromiso con su novio desde hace once años porque pretendía que dejara de trabajar al casarse, justo ahora, que su biblioteca empieza a arrancar y va viento en popa, por lo que se ha convertido en la comidilla del pueblo.
No eran amigos precisamente en Hogwarts, pero quizá en Ballyknow, donde cuchichean sobre los dos, y donde el refugio natural de ambos es la biblioteca, quizá el ex prefecto de Ravenclaw y la ex alumna alocada de Gryffindor amante de los libros encuentren justo lo que estaban buscando.
Lawrence O'Donnell 30 años - Alquimista - Ravenclaw - Jude Law - Freyja | Margaret Lacey 28 años - Bibliotecaria - Gryffindor - Holland Roden - Ivanka |
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Lawrence • 18 de julio de 1953
Se frotó los ojos y echó aire por la nariz, aunando paciencia. Luego decían que si era un cascarrabias y que renegaba de sus raíces. No era eso, es que simplemente... Bueno, qué más daba. Estaba harto de explicarse y no hacerse entender. Porque al parecer era muy difícil. Era muy difícil comprender que una persona que quiere investigar no puede conformarse con los cuatro libros del pueblo. De verdad que no tenía nada en contra de su pueblo, pero... Se estaba empezando a desesperar.
No todos los días se le concedía a uno la posibilidad de estudiar con Edward Çelik en Estambul, solo de pensarlo se ponía nervioso. Habían oído de su talento y sabían estaba preparándose para la licencia de alquimista de cristal en los próximos meses. Lawrence, por su parte, llevaba años siguiendo los pasos de Çelik, porque era absolutamente innovador y hacía cosas con materiales que nadie había usado jamás. Su última obsesión: meteoros. Había pasado varios años coleccionando rocas caídas del cielo y viendo en qué las podía transmutar, si eran más valiosas en sí mismas o si carecían del valor suficiente y por tanto podían ser usadas de precio sin perder material terrestre (Lawrence dudaba profundamente de esto último, pero bueno, nunca sobraba el hipotetizar). Lawrence llevaba devanándose los sesos desde que se sacó la licencia de alquimista de acero sobre qué transmutación hacer con materiales preciosos sin que sonara a lo mismo de siempre. Algunos decían que se le había subido a la cabeza eso de querer un nombre. Él, simplemente, quería hacer algo distinto. El mundo no podía limitarse a ser el mismo siempre y ya estaba. Podía utilizar las normas existentes en su beneficio para crear algo que nadie hubiera visto nunca... Creía.
Pero no lo iba a hacer desde su pueblo, a la vista estaba. Sus padres le habían pedido volver a casa en verano antes de que "volviera a encerrarse otra vez en algún taller en la otra punta del mundo y no hubiera quien le viera el pelo", que allí estaban sus sobrinos, que nunca veía a su hermano, que algún día faltarían y se arrepentiría de trotar por ahí, que Irlanda en agosto está preciosa... En fin. Había aceptado porque sabía que todo era verdad, ciertamente. Quería mucho a su familia, pero también quería mucho labrarse un futuro y seguir investigando. El mundo no evolucionaba solo, no se hacía alquimia contemplando lo bonita que está la vegetación en julio en Irlanda. Lo dicho, estaba un poquito cascarrabias.
Tenía sus motivos. Se había pateado todas las tiendas de libros de la ciudad y ahora estaba en la biblioteca del pueblo intentando encontrar ALGO, pero no había NADA. Parecía que en Galway no supieran que existía algo más allá del planeta Tierra. Quería investigar sobre astronomía antes de plantarse ante el Señor Çelik y quedar como un bobo, porque apenas había tocado la materia desde que dejó Howgarts y se sentía bastante oxidado. Y Edward Çelik tenía una mente demasiado prodigiosa, apostaría una mano a que estaba evaluando la posición de los astros justo cuando hubiera caído la roca o algo así, sabía que había métodos mágicos para averiguar la posición de un meteoro antes de su caída. Necesitaba saber todo lo que pudiera sobre posiciones astrales antes de ir con él, o su oportunidad de dejar con la boca abierta al tribunal se diluiría, y cada vez le quedaba menos tiempo. Necesitaba ESE libro. Era EL libro, el manual por excelencia, ese libro que debería estar obligatoriamente en toda biblioteca que se precie... Y no estaba allí.
Aún le quedaba la esperanza de que su paciencia y su vista cansada de tanto estudiar le hubieran hecho pasarlo por alto entre las estanterías, por lo que se dirigió al mostrador para preguntar. Había entrado en la biblioteca tan obcecado, tan metido en su "seguro que no está y a ver ahora de dónde saco la información", que ni siquiera había visto si había alguien por allí. Ya se esperaba cualquier cosa de esa minúscula biblioteca de ese minúsculo pueblo de esa "tierra tan llena de magia" que era Irlanda pero que no lo parecía por ninguna parte. Relájate, Lawrence. Sí, debería rebajar el nivel de agobio, o se veía una bronca de sus padres porque "estaba obsesionado con la alquimia". Otra vez. Con sus treinta años ya.
Sí que había una persona en el mostrador, una joven que debía tener más o menos su edad y que estaba allí sentada leyendo. Se acercó a ella y esbozó una sonrisa cortés, esperando que no se le notara que tenía la paciencia un poquito al límite. - Disculpe, señorita. Buenos días. - Saludó, con un gesto cortés de la cabeza. - Busco el Harmonices Mundi de Kepler, debe de estar por aquí pero... No doy con él. - Dijo con una leve risa. Esperaba que no se estuviera notando demasiado que el mensaje velado era "porque doy por hecho que lo tenéis porque me parecería tremendo que no estuviera tampoco aquí". No perdió la sonrisa, de todas formas. - Por casualidad no lo tendrán en el depósito, ¿verdad? O quizás lo haya pedido alguien o... -
No todos los días se le concedía a uno la posibilidad de estudiar con Edward Çelik en Estambul, solo de pensarlo se ponía nervioso. Habían oído de su talento y sabían estaba preparándose para la licencia de alquimista de cristal en los próximos meses. Lawrence, por su parte, llevaba años siguiendo los pasos de Çelik, porque era absolutamente innovador y hacía cosas con materiales que nadie había usado jamás. Su última obsesión: meteoros. Había pasado varios años coleccionando rocas caídas del cielo y viendo en qué las podía transmutar, si eran más valiosas en sí mismas o si carecían del valor suficiente y por tanto podían ser usadas de precio sin perder material terrestre (Lawrence dudaba profundamente de esto último, pero bueno, nunca sobraba el hipotetizar). Lawrence llevaba devanándose los sesos desde que se sacó la licencia de alquimista de acero sobre qué transmutación hacer con materiales preciosos sin que sonara a lo mismo de siempre. Algunos decían que se le había subido a la cabeza eso de querer un nombre. Él, simplemente, quería hacer algo distinto. El mundo no podía limitarse a ser el mismo siempre y ya estaba. Podía utilizar las normas existentes en su beneficio para crear algo que nadie hubiera visto nunca... Creía.
Pero no lo iba a hacer desde su pueblo, a la vista estaba. Sus padres le habían pedido volver a casa en verano antes de que "volviera a encerrarse otra vez en algún taller en la otra punta del mundo y no hubiera quien le viera el pelo", que allí estaban sus sobrinos, que nunca veía a su hermano, que algún día faltarían y se arrepentiría de trotar por ahí, que Irlanda en agosto está preciosa... En fin. Había aceptado porque sabía que todo era verdad, ciertamente. Quería mucho a su familia, pero también quería mucho labrarse un futuro y seguir investigando. El mundo no evolucionaba solo, no se hacía alquimia contemplando lo bonita que está la vegetación en julio en Irlanda. Lo dicho, estaba un poquito cascarrabias.
Tenía sus motivos. Se había pateado todas las tiendas de libros de la ciudad y ahora estaba en la biblioteca del pueblo intentando encontrar ALGO, pero no había NADA. Parecía que en Galway no supieran que existía algo más allá del planeta Tierra. Quería investigar sobre astronomía antes de plantarse ante el Señor Çelik y quedar como un bobo, porque apenas había tocado la materia desde que dejó Howgarts y se sentía bastante oxidado. Y Edward Çelik tenía una mente demasiado prodigiosa, apostaría una mano a que estaba evaluando la posición de los astros justo cuando hubiera caído la roca o algo así, sabía que había métodos mágicos para averiguar la posición de un meteoro antes de su caída. Necesitaba saber todo lo que pudiera sobre posiciones astrales antes de ir con él, o su oportunidad de dejar con la boca abierta al tribunal se diluiría, y cada vez le quedaba menos tiempo. Necesitaba ESE libro. Era EL libro, el manual por excelencia, ese libro que debería estar obligatoriamente en toda biblioteca que se precie... Y no estaba allí.
Aún le quedaba la esperanza de que su paciencia y su vista cansada de tanto estudiar le hubieran hecho pasarlo por alto entre las estanterías, por lo que se dirigió al mostrador para preguntar. Había entrado en la biblioteca tan obcecado, tan metido en su "seguro que no está y a ver ahora de dónde saco la información", que ni siquiera había visto si había alguien por allí. Ya se esperaba cualquier cosa de esa minúscula biblioteca de ese minúsculo pueblo de esa "tierra tan llena de magia" que era Irlanda pero que no lo parecía por ninguna parte. Relájate, Lawrence. Sí, debería rebajar el nivel de agobio, o se veía una bronca de sus padres porque "estaba obsesionado con la alquimia". Otra vez. Con sus treinta años ya.
Sí que había una persona en el mostrador, una joven que debía tener más o menos su edad y que estaba allí sentada leyendo. Se acercó a ella y esbozó una sonrisa cortés, esperando que no se le notara que tenía la paciencia un poquito al límite. - Disculpe, señorita. Buenos días. - Saludó, con un gesto cortés de la cabeza. - Busco el Harmonices Mundi de Kepler, debe de estar por aquí pero... No doy con él. - Dijo con una leve risa. Esperaba que no se estuviera notando demasiado que el mensaje velado era "porque doy por hecho que lo tenéis porque me parecería tremendo que no estuviera tampoco aquí". No perdió la sonrisa, de todas formas. - Por casualidad no lo tendrán en el depósito, ¿verdad? O quizás lo haya pedido alguien o... -
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Margaret • 18 de julio de 1953
En una semana empezaban los cursos que tenía planeados sobre literatura mágica y conocimientos básicos de las principales disciplinas que un mago estudiaba. Tenía comprobado que los niños irlandeses, especialmente si venían de zonas rurales, llegaban a Hogwarts muy faltos de conocimientos, así que organizaba cursos en la biblioteca impartidos por distintos profesionales, y algunos por ella misma, para que llegaran al menos con las nociones básicas, hábito lector y demás. Y le gustaba mucho, se sentía bien enseñando a los niños, llenaban de alegría su biblioteca. Porque sí, el silencio y todo eso, pero una biblioteca era para usar los libros, e Irlanda, especialmente aquella parte de Irlanda, se estaba muriendo, había que cuidar de los niños que les quedaban. Les enseñaba a leer y escribir adecuadamente, el señor O'Donnell se acercaba a darles clases de aritmancia, algo de biología y herbología básicas, y por supuesto gaélico, que se estaba perdiendo... En fin, lo que ella creía que todo el mundo debía saber. Y como en el pueblo tampoco es que los padre supieran mucho de pedagogía y no querían tener que estar encima de los niños todo el día, pues se los dejaban. Todos ganaban. Además, no tenía nada que ver que en una semana debiera estar celebrando su boda, y ya no lo iba a hacer. Eso era un detalle en el que no le apetecía pensar. Y precisamente la biblioteca era el único lugar donde no oía los susurros de "solterona" "hay que ver que se ha quedado tirada un mes antes de la boda", por lo que era el sitio ideal para pensar en otra cosa que no fuera su fallida boda.
Estaba leyendo un libro muggle sobre el aprendizaje de los niños, porque no había muchos magos que indagaran sobre esa materia (había que fastidiarse, como si los niños pudieran enseñarse solos simplemente por ser magos), del cual iba tomando apuntes de cómo aplicar los métodos muggles a las materias mágicas, cuando vio una figura delgaducha y alargada rondar por su biblioteca. Si era Graham otra vez, iba a acabar gritando en su propia biblioteca, y era el día ideal para hacerlo porque justo no había nadie por allí. Pero no. Graham no hubiera armado tanto jaleo buscando algo, la tapadera se le hubiera caído en seguida, no es que tuviera muchos secretos para nadie. Fingió estar leyendo su libro pero, ¿quién demonios era ese larguirucho que no paraba de moverse por la biblioteca? A ver, que Molly no era una bibliotecaria estricta ni mucho menos, pero tampoco veía el punto de no parar de desplazarse de un lado a otro. Con un suspiro, se sumergió en su libro otra vez, tratando de obviar el movimiento. Fuera quien fuera, no tenía por qué pagar el malestar de Molly con el mundo.
Finalmente, el desconocido decidió que podía probar a preguntar, y sintió la sombra acercarse. Eso sí, en cuanto abrió la boca, le miró con las cejas alzadas. Ahora lo entendía todo. El O'Donnell que ella conocía no se hubiera parado a preguntar jamás, él todo lo sabía y todo lo encontraba. Siempre estaba solo, con contadas excepciones cuando llevaba a Robert Gallia detrás como un perrillo faldero, y mucho menos lo había visto jamás preguntar por un libro. Cerró el suyo y le miró con la caja alzada. — Prefecto O'Donnell. — Saludó con tonillo. — Buenos días a ti también. — Se levantó de la silla y le miró. Ya, ¿por qué iba a acordarse de ella? — Margaret Lacey. De Gryffindor. — No lo había visto en el pueblo en años, y a ella no se le solía escapar lo que pasaba en el pueblo. Y menos lo que les pasaba a los O'Donnell, que eran bellísimas personas y habían contribuido y ayudado mucho a su biblioteca ya la educación de los niños. — No te acuerdas de mí, ¿eh? — Dijo con una risita. — Mejor, tu sobrina Eillish es mi alumna, no quiero que le hables de mis locuras en Hogwarts. — Aseguró. Habían tenido cierto encontronazo en un San Patricio que ahora parecía haber ocurrido hacía una vida entera y no los trece años que realmente habían pasado. —
Abrió uno de sus cajones sen perfecto orden y sacó una hoja de solicitud, dejándosela con una pluma sobre el mostrador. — Kepler es de depósito, sí. Es un libro extremadamente difícil de conseguir para una biblioteca como esta y no puedo dejarlo por ahí para que lo coja cualquiera. — Sí, tú también cuentas como cualquiera, tuvo ganas de contestarle cuando le vio la cara. — ¿Te has cansado ya de viajar por el mundo y ahora quieres viajar al espacio? — Sonrió un poco más y dijo. — En cuanto me rellenes la solicitud, te lo saco. — Sabía que era alquimista, que viajaba muchísimo y que sabría de todo, pero eso le daba igual, ¿no amaba tanto las normas el prefecto O'Donnell? Pues ahora que se las aplicara.
Estaba leyendo un libro muggle sobre el aprendizaje de los niños, porque no había muchos magos que indagaran sobre esa materia (había que fastidiarse, como si los niños pudieran enseñarse solos simplemente por ser magos), del cual iba tomando apuntes de cómo aplicar los métodos muggles a las materias mágicas, cuando vio una figura delgaducha y alargada rondar por su biblioteca. Si era Graham otra vez, iba a acabar gritando en su propia biblioteca, y era el día ideal para hacerlo porque justo no había nadie por allí. Pero no. Graham no hubiera armado tanto jaleo buscando algo, la tapadera se le hubiera caído en seguida, no es que tuviera muchos secretos para nadie. Fingió estar leyendo su libro pero, ¿quién demonios era ese larguirucho que no paraba de moverse por la biblioteca? A ver, que Molly no era una bibliotecaria estricta ni mucho menos, pero tampoco veía el punto de no parar de desplazarse de un lado a otro. Con un suspiro, se sumergió en su libro otra vez, tratando de obviar el movimiento. Fuera quien fuera, no tenía por qué pagar el malestar de Molly con el mundo.
Finalmente, el desconocido decidió que podía probar a preguntar, y sintió la sombra acercarse. Eso sí, en cuanto abrió la boca, le miró con las cejas alzadas. Ahora lo entendía todo. El O'Donnell que ella conocía no se hubiera parado a preguntar jamás, él todo lo sabía y todo lo encontraba. Siempre estaba solo, con contadas excepciones cuando llevaba a Robert Gallia detrás como un perrillo faldero, y mucho menos lo había visto jamás preguntar por un libro. Cerró el suyo y le miró con la caja alzada. — Prefecto O'Donnell. — Saludó con tonillo. — Buenos días a ti también. — Se levantó de la silla y le miró. Ya, ¿por qué iba a acordarse de ella? — Margaret Lacey. De Gryffindor. — No lo había visto en el pueblo en años, y a ella no se le solía escapar lo que pasaba en el pueblo. Y menos lo que les pasaba a los O'Donnell, que eran bellísimas personas y habían contribuido y ayudado mucho a su biblioteca ya la educación de los niños. — No te acuerdas de mí, ¿eh? — Dijo con una risita. — Mejor, tu sobrina Eillish es mi alumna, no quiero que le hables de mis locuras en Hogwarts. — Aseguró. Habían tenido cierto encontronazo en un San Patricio que ahora parecía haber ocurrido hacía una vida entera y no los trece años que realmente habían pasado. —
Abrió uno de sus cajones sen perfecto orden y sacó una hoja de solicitud, dejándosela con una pluma sobre el mostrador. — Kepler es de depósito, sí. Es un libro extremadamente difícil de conseguir para una biblioteca como esta y no puedo dejarlo por ahí para que lo coja cualquiera. — Sí, tú también cuentas como cualquiera, tuvo ganas de contestarle cuando le vio la cara. — ¿Te has cansado ya de viajar por el mundo y ahora quieres viajar al espacio? — Sonrió un poco más y dijo. — En cuanto me rellenes la solicitud, te lo saco. — Sabía que era alquimista, que viajaba muchísimo y que sabría de todo, pero eso le daba igual, ¿no amaba tanto las normas el prefecto O'Donnell? Pues ahora que se las aplicara.
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Lawrence • 18 de julio de 1953
Se le tuvo que notar en la cara el desconcierto cuando le llamó de esa forma, hasta parpadeó un par de veces. Llevaba sin que alguien le llamara Prefecto O'Donnell trece años, solo sus amigos o su hermano se lo habían dicho de broma alguna vez, pero desde luego que hacía años que habían dejado de hacerlo. ¿Quién era esa chica? Tirando de lógica, siendo irlandesa y teniendo más o menos su edad, debían haber coincidido en Hogwarts. Pero claro, tantos años después, años que había pasado enterrado en libros y rotando de taller en taller de alquimistas a cual más viejo que el anterior... Hacía que se te olvidaran algunas caras. Aunque podía jurar que esa cara en concreto no la conocía, o no lo suficiente... Dudaba que se le hubiera olvidado, era bastante bonita.
Y parlanchina. Porque desde luego que no se esperaba ni ese desparpajo, ni esos comentarios en una bibliotecaria. La vio levantarse y escuchó su nombre. Pues... No le sonaba especialmente, aunque puede que cayera con hacer un poco de memoria. En sus años en Hogwarts había conocido a muchísimos alumnos, sobre todo desde que le nombraron prefecto. Tenía sentido que, tantos años después, no recordara a alguien que no era ni de su promoción ni de su casa. Debió pillarle en el desconcierto, porque captó que no se acordaba de ella. Se aclaró la garganta y trató de recomponerse. - Sí, bueno... - Pero ni le dio tiempo a labrarse una excusa, porque ella siguió hablando. Lo de las locuras sí que le dejó totalmente descuadrado, haciéndole esbozar una mueca entre sorprendida y pensativa. ¿De verdad tenía tan mala memoria? Se tenía que acordar si realmente se conocían tanto...
Aunque le daba en la nariz que simplemente ella le conocía a él, porque a los prefectos les conocía todo el mundo, pero no se daba el caso inverso, y ahora se estaba aprovechando de su desorientación. Muy lista, a la par que inoportuna, porque no era el mejor día para jueguecitos con él, que tenía mucho que hacer... Claro que cuando no tenía él mucho que hacer. Volvió a aclararse la garganta y, con una sonrisa igualmente cortés aunque ciertamente más tensa, añadió. - Procuraré no dar mala imagen de usted. - Y eso era tan aplicable a las supuestas locuras en Hogwarts, como a su opinión si esa mujer seguía metiéndose con él y sin conseguirle el libro.
Sí que lo tenían, lo cual le hizo respirar de alivio. Le duró poco el alivio, porque la tal Margaret Lacey de Gryffindor siguió hablando y diciendo cosas que le desubicaban. Arqueó una ceja. ¿Cualquiera? Vaya. Al parecer, la chica tenía la suficiente buena memoria como para acordarse de que era prefecto y el suficiente conocimiento del pueblo como para saber que Eillish era su sobrina, pero no parecía haber reparado en el hecho de que estaba ante un alquimista de acero licenciado, que tampoco es que abundaran por el pueblo. Aun así, asintió con cortesía. - Me parece una precaución adecuada. - Suspiró en silencio y se agachó sobre el mostrador para rellenar el formulario mientras decía. - Si bien mejor me parecería tener más de un ejemplar... Quizás si consiguierais el contacto adecuado, podríais obtener más... - Mientras terminaba de firmar, añadió. - Quien menos se lo espera podría ayudarla a conseguirlo... Cualquiera puede tener el contacto correcto. - Remarcó el punto final con la pluma con un gestito de superioridad, con una sonrisa artificial, y devolvió tanto esta como el formulario, junto al tirito que había lanzado. Lo dicho, no estaba de su mejor humor ese día.
Cruzó las manos ante el regazo y mantuvo la sonrisa artificial. - No, no voy a viajar al espacio. Ni me he cansado de viajar por ahí. El conocimiento no descansa. - Llenó el pecho de aire y lo soltó por la nariz. - Pero mi mente sí que podría viajar hasta otras galaxias... En cuanto tenga mi libro. - En otras palabras, que se alegraba de verla, pero no había ido hasta allí a charlar. Aunque hubo algo que le dio curiosidad y no pudo evitar preguntar. - ¿Es que sois bibliotecaria y profesora al mismo tiempo? - Dijo con una ceja arqueada. No sabía qué hacía dándole conversación, si él lo que necesitaba era que le dieran su manual y empaparse de él. Pero algo le decía que esa chica le estaba tomando el pelo... Y que sabía demasiado de él para lo poco que él sabía de ella. Y no estaba acostumbrado a ser el que menos sabía del grupo.
Y parlanchina. Porque desde luego que no se esperaba ni ese desparpajo, ni esos comentarios en una bibliotecaria. La vio levantarse y escuchó su nombre. Pues... No le sonaba especialmente, aunque puede que cayera con hacer un poco de memoria. En sus años en Hogwarts había conocido a muchísimos alumnos, sobre todo desde que le nombraron prefecto. Tenía sentido que, tantos años después, no recordara a alguien que no era ni de su promoción ni de su casa. Debió pillarle en el desconcierto, porque captó que no se acordaba de ella. Se aclaró la garganta y trató de recomponerse. - Sí, bueno... - Pero ni le dio tiempo a labrarse una excusa, porque ella siguió hablando. Lo de las locuras sí que le dejó totalmente descuadrado, haciéndole esbozar una mueca entre sorprendida y pensativa. ¿De verdad tenía tan mala memoria? Se tenía que acordar si realmente se conocían tanto...
Aunque le daba en la nariz que simplemente ella le conocía a él, porque a los prefectos les conocía todo el mundo, pero no se daba el caso inverso, y ahora se estaba aprovechando de su desorientación. Muy lista, a la par que inoportuna, porque no era el mejor día para jueguecitos con él, que tenía mucho que hacer... Claro que cuando no tenía él mucho que hacer. Volvió a aclararse la garganta y, con una sonrisa igualmente cortés aunque ciertamente más tensa, añadió. - Procuraré no dar mala imagen de usted. - Y eso era tan aplicable a las supuestas locuras en Hogwarts, como a su opinión si esa mujer seguía metiéndose con él y sin conseguirle el libro.
Sí que lo tenían, lo cual le hizo respirar de alivio. Le duró poco el alivio, porque la tal Margaret Lacey de Gryffindor siguió hablando y diciendo cosas que le desubicaban. Arqueó una ceja. ¿Cualquiera? Vaya. Al parecer, la chica tenía la suficiente buena memoria como para acordarse de que era prefecto y el suficiente conocimiento del pueblo como para saber que Eillish era su sobrina, pero no parecía haber reparado en el hecho de que estaba ante un alquimista de acero licenciado, que tampoco es que abundaran por el pueblo. Aun así, asintió con cortesía. - Me parece una precaución adecuada. - Suspiró en silencio y se agachó sobre el mostrador para rellenar el formulario mientras decía. - Si bien mejor me parecería tener más de un ejemplar... Quizás si consiguierais el contacto adecuado, podríais obtener más... - Mientras terminaba de firmar, añadió. - Quien menos se lo espera podría ayudarla a conseguirlo... Cualquiera puede tener el contacto correcto. - Remarcó el punto final con la pluma con un gestito de superioridad, con una sonrisa artificial, y devolvió tanto esta como el formulario, junto al tirito que había lanzado. Lo dicho, no estaba de su mejor humor ese día.
Cruzó las manos ante el regazo y mantuvo la sonrisa artificial. - No, no voy a viajar al espacio. Ni me he cansado de viajar por ahí. El conocimiento no descansa. - Llenó el pecho de aire y lo soltó por la nariz. - Pero mi mente sí que podría viajar hasta otras galaxias... En cuanto tenga mi libro. - En otras palabras, que se alegraba de verla, pero no había ido hasta allí a charlar. Aunque hubo algo que le dio curiosidad y no pudo evitar preguntar. - ¿Es que sois bibliotecaria y profesora al mismo tiempo? - Dijo con una ceja arqueada. No sabía qué hacía dándole conversación, si él lo que necesitaba era que le dieran su manual y empaparse de él. Pero algo le decía que esa chica le estaba tomando el pelo... Y que sabía demasiado de él para lo poco que él sabía de ella. Y no estaba acostumbrado a ser el que menos sabía del grupo.
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Margaret • 18 de julio de 1953
O'Donnell sería muy protocolario, pero a Molly no se le escapaba que prácticamente estaba a punto de ponérsele a temblar el ojo por ver que ella conocía tantas cosas de su familia y de él y que le hablaba... Pues como hablaba Molly a todo el mundo, a ver, que este sería alquimista, pero había nacido en Ballyknow exactamente igual que ella. Y de hecho, ahora mismo la necesitaba a ella, si tantas ganas tenía de leer a Kepler.
Alzó la ceja casi hasta la raíz del pelo cuando dejó caer lo del ejemplar. Soltó una carcajada ofendida con la boca abierta. — ¿Ah sí? ¿Tienes idea de cómo era esta biblioteca cuando llegué? No, porque, si mal no recuerdo, en cuanto saliste de Hogwarts no volviste a pisar este pueblo en Merlín sabe cuanto tiempo. Conseguir el Harminoces Mundi de Kepler, desde Irlanda, cuando no solo bibliotecas y librerías, si no ciudades enteras, acababan de ser destruidas por los bombardeos en medio mundo, fue un calvario. — Aseguró, cogiendo la hoja bruscamente del mostrador y hechizándola para que se guardara en su fichero correspondiente. — Pero me imagino que las bombas tampoco caen sobre los laboratorios estatales y esas bibliotecas tan exclusivas que los alquimistas tenéis. — Qué coraje le daba aquel régimen estúpido. El conocimiento tenía que estar accesible a todo el mundo. Seguro que tenían muchos libros de Kepler en aquellos refinados lugares, y nada de lo que tenían lo compartían más que entre sus listísimos alquimistas. Snobs.
Se metió al depósito, que estaba justo a la espalda del mostrador e invocó el libro desde allí. Volvió a soltar una risa hueca. — Y seguro que tú, alquimista de... ¿plata? ¿acero? ¿Por dónde vas ya? Eres la persona adecuada para conseguírmelo. — Cogió el libro delicadamente, como si fuera un tesoro, frenando su impetuoso espíritu por lo único que era capaz de refrenarla: el cuidado a sus adorados libros. Se acercó y se lo dejó suavemente en el mostrador. — Dudo que puedas, porque si has venido a MI biblioteca — dijo haciendo hincapié en el posesivo —, a por él, es porque tú no lo tienes, pero te invito, famoso alquimista al que le parece que sabe cómo llevar una biblioteca, a que me traigas más de un ejemplar de Harmonices Mundi. — Y dicho eso, se sentó y volvió coger su libro.
Pero espera, que tan urgentemente no necesitaba a Kepler, porque ahí estaba dándole conversación. Bajó el libro para mirarle y dijo. — ¿Quién te ha enseñado a hablar así? Tus padres no son tan resabiados. — Dijo con expresión extrañada. — Solo tengo dos años menos que tú, y no estoy casada, puedes hablarme normal. — Dijo encogiendo un hombro. A ver si es que en el Código de Flamel les obligaban a hablar como en la Edad Media. — Y respondiendo a tu pregunta, sí, soy profesora a veces. Alguien tiene que enseñar a los niños de Irlanda antes de ir a Hogwarts, porque no todos los padres tienen las mismas capacidades ni posibilidades. — Dijo con un suspiro, sin levantar la vista del libro. — Y alguien tiene que hacerlo, ¿por qué no una bibliotecaria? Considero que las bibliotecas deben ser lugares vivos, donde se transmita el conocimiento y no solo se guarden libros. —
Alzó la ceja casi hasta la raíz del pelo cuando dejó caer lo del ejemplar. Soltó una carcajada ofendida con la boca abierta. — ¿Ah sí? ¿Tienes idea de cómo era esta biblioteca cuando llegué? No, porque, si mal no recuerdo, en cuanto saliste de Hogwarts no volviste a pisar este pueblo en Merlín sabe cuanto tiempo. Conseguir el Harminoces Mundi de Kepler, desde Irlanda, cuando no solo bibliotecas y librerías, si no ciudades enteras, acababan de ser destruidas por los bombardeos en medio mundo, fue un calvario. — Aseguró, cogiendo la hoja bruscamente del mostrador y hechizándola para que se guardara en su fichero correspondiente. — Pero me imagino que las bombas tampoco caen sobre los laboratorios estatales y esas bibliotecas tan exclusivas que los alquimistas tenéis. — Qué coraje le daba aquel régimen estúpido. El conocimiento tenía que estar accesible a todo el mundo. Seguro que tenían muchos libros de Kepler en aquellos refinados lugares, y nada de lo que tenían lo compartían más que entre sus listísimos alquimistas. Snobs.
Se metió al depósito, que estaba justo a la espalda del mostrador e invocó el libro desde allí. Volvió a soltar una risa hueca. — Y seguro que tú, alquimista de... ¿plata? ¿acero? ¿Por dónde vas ya? Eres la persona adecuada para conseguírmelo. — Cogió el libro delicadamente, como si fuera un tesoro, frenando su impetuoso espíritu por lo único que era capaz de refrenarla: el cuidado a sus adorados libros. Se acercó y se lo dejó suavemente en el mostrador. — Dudo que puedas, porque si has venido a MI biblioteca — dijo haciendo hincapié en el posesivo —, a por él, es porque tú no lo tienes, pero te invito, famoso alquimista al que le parece que sabe cómo llevar una biblioteca, a que me traigas más de un ejemplar de Harmonices Mundi. — Y dicho eso, se sentó y volvió coger su libro.
Pero espera, que tan urgentemente no necesitaba a Kepler, porque ahí estaba dándole conversación. Bajó el libro para mirarle y dijo. — ¿Quién te ha enseñado a hablar así? Tus padres no son tan resabiados. — Dijo con expresión extrañada. — Solo tengo dos años menos que tú, y no estoy casada, puedes hablarme normal. — Dijo encogiendo un hombro. A ver si es que en el Código de Flamel les obligaban a hablar como en la Edad Media. — Y respondiendo a tu pregunta, sí, soy profesora a veces. Alguien tiene que enseñar a los niños de Irlanda antes de ir a Hogwarts, porque no todos los padres tienen las mismas capacidades ni posibilidades. — Dijo con un suspiro, sin levantar la vista del libro. — Y alguien tiene que hacerlo, ¿por qué no una bibliotecaria? Considero que las bibliotecas deben ser lugares vivos, donde se transmita el conocimiento y no solo se guarden libros. —
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Lawrence • 18 de julio de 1953
Alzó las cejas y parpadeó sorprendido, no pudiendo evitar incluso echar el cuello ligeramente hacia atrás. Pero bueno, ¿de qué le conocía tanto esa chica? ¡Si él no sabía ni quien era! Una cosa era recordar al que una vez fue prefecto mientras estabas en Hogwarts, y otra saberse su recorrido. Realmente mucha gente se sabía su recorrido, se había hecho un buen nombre en esos años... Pero no se lo echaba encima de esa forma. Estaba tan sorprendido como descolocado.
Se recompuso, carraspeando. - No dudo que para usted haya sido una epopeya. - Lo decía en serio, aunque por el contexto podía llegar a sonar casi irónico. A él no le costaba tanto trabajo conseguir el libro que quería cuando lo quería, pero claro... Podía llegar a entender el contexto. No por gusto había salido corriendo del pueblo. - Lo que quiero decir es que es un manual básico que debe estar en cualquier biblioteca, nada más. No estoy pidiendo nada exageradamente específico o las últimas innovaciones en el campo de la alquimia médica. Este libro tiene trescientos treinta y cuatro años, ha dado tiempo a sacarle copias y repartirlas por el mundo. - Como empezase a escalar por lo que le parecía de recibo y lo que no, no iban a acabar nunca esa conversación. Lo de las bombas le hizo arquear una ceja. - Le sorprendería saber lo que ocurre en los laboratorios de alquimia en los tiempos que ocurren, precisamente por culpa de las bombas. - Demandaban más que nunca alquimistas de fuego, tema que a Lawrence no le interesó nunca. Y le habían ofrecido dinero, mucho dinero, para destinarse a ello, pero siempre renegaba. Y algunas personas influyentes podían ser especialmente persuasivas... Persuasivas hasta el punto de hacerte abandonar el país lo más rápido posible si no querías tener un problema en tu laboratorio. - Dejémoslo en que no está siendo una época fácil para nadie. - Sentenció con tono grave, posando la mirada en otra parte. No le gustaba ponerse tan duro pero... En fin. Suficiente tenía con estar allí, como para tener que aguantar sermones de lo difícil que era la vida. Estaba harto de que le dijeran que la suya era fácil. ¿Conocían los demás la palabra esfuerzo y perseverancia? Porque pareciera que no.
Respiró hondo mientras la chica iba al depósito, pero volvió con más retahíla, lo cual le hizo mirarla con una ceja alzada otra vez. - Acero. Seré de plata algún día si logro el material que necesito para estudiar. - Lanzó, tratando de mantener un tono sereno, pero con un punto ofendido. O sea, que sabía toda su genealogía pero no sabía cual era su rango. Pues qué bien. Ladeó la cabeza. - Podría serlo. - Dijo aparentando mucha seguridad, porque empezaba a sentirse cuestionado y no le hacía ninguna gracia. Lo que dijo detrás, remarcando ese posesivo, le hizo soltar una sarcástica carcajada hueca, cruzándose de brazos. Se mojó los labios. - Lo haré. - Dijo con una sonrisa artificial fruncida en los labios, mirándola con los ojos entrecerrados. - Me haré con dos ejemplares, de hecho, en cuanto pueda salir de este pueblo: uno será para usted, ya que así me lo demanda, y el otro me lo quedaré yo, así me ahorro el cuestionamiento gratuito al que estoy siendo sometido por ese gran atrevimiento que he hecho, nada más y nada menos que pedir un libro en una biblioteca. - Lo dicho, no era su día. Él era un hombre correcto, protocolario, educado y con mucho temple. Pero si ya se sentía atado de pies y manos en lo que a conocimiento se refería en ese minúsculo pueblo, el cuestionamiento a su proceder por parte de una chica menor que él y de Gryffindor era lo que le quedaba que pasar para que su paciencia se colmara.
Volvió a dibujar una expresión de ofendida extrañeza en el rostro, recomponiéndose erguido, aunque un tanto herido en su afán de caballerosidad. - Se llama educación, y mis nada resabiados padres me han dado mucha. Usted es una profesional en su centro de trabajo y yo un cliente, y hasta ahora pensaba que no nos conocíamos... Veo que es unidireccional. En cualquier caso, la dirección va de mí a usted, por lo que a mí respecta, no hay la suficiente confianza. - Estaba empezando a perderse en palabrería, lo cual sí que le llevaban toda la vida corrigiendo sus padres. Se aclaró mudamente la garganta y desvió ligeramente la mirada, erguido. Aunque la respuesta a su pregunta hizo que girara los ojos a ella de nuevo, si bien no inmutó la postura. Dejó caer ligeramente los párpados, rebajando el nivel de defensa, y dijo en un tono más suave. - Es muy loable por su parte. - Era cierto que los niños del pueblo tenían muchas carencias educativas cuando llegaban a Hogwarts, por lo que todo lo que fuera inculcar conocimientos le parecía una gran idea. Era Ravenclaw por algo.
También le gustó lo que dijo de las bibliotecas. Lástima que fuera tan descarada rozando lo faltoso, parecía una chica inteligente a pesar de ser Gryffindor... Vaya, ese pensamiento le había sonado snob hasta a él. Echó aire por la nariz, descruzándose de brazos y apoyando las manos en los bolsillos de su pantalón, con una expresión menos mosqueada y más interesada. - En eso estoy de acuerdo con usted. - Él seguía empeñado en no tutearla. - Aunque, y sin ánimo de ofenderla... - Antes de que me llame resabiado y elitista o cosas por el estilo otra vez, pensó, pero simplemente continuó la frase sin decir esto, mirando mientras hablaba a su alrededor. - Este lugar... No parece muy vivo, precisamente. -
Se recompuso, carraspeando. - No dudo que para usted haya sido una epopeya. - Lo decía en serio, aunque por el contexto podía llegar a sonar casi irónico. A él no le costaba tanto trabajo conseguir el libro que quería cuando lo quería, pero claro... Podía llegar a entender el contexto. No por gusto había salido corriendo del pueblo. - Lo que quiero decir es que es un manual básico que debe estar en cualquier biblioteca, nada más. No estoy pidiendo nada exageradamente específico o las últimas innovaciones en el campo de la alquimia médica. Este libro tiene trescientos treinta y cuatro años, ha dado tiempo a sacarle copias y repartirlas por el mundo. - Como empezase a escalar por lo que le parecía de recibo y lo que no, no iban a acabar nunca esa conversación. Lo de las bombas le hizo arquear una ceja. - Le sorprendería saber lo que ocurre en los laboratorios de alquimia en los tiempos que ocurren, precisamente por culpa de las bombas. - Demandaban más que nunca alquimistas de fuego, tema que a Lawrence no le interesó nunca. Y le habían ofrecido dinero, mucho dinero, para destinarse a ello, pero siempre renegaba. Y algunas personas influyentes podían ser especialmente persuasivas... Persuasivas hasta el punto de hacerte abandonar el país lo más rápido posible si no querías tener un problema en tu laboratorio. - Dejémoslo en que no está siendo una época fácil para nadie. - Sentenció con tono grave, posando la mirada en otra parte. No le gustaba ponerse tan duro pero... En fin. Suficiente tenía con estar allí, como para tener que aguantar sermones de lo difícil que era la vida. Estaba harto de que le dijeran que la suya era fácil. ¿Conocían los demás la palabra esfuerzo y perseverancia? Porque pareciera que no.
Respiró hondo mientras la chica iba al depósito, pero volvió con más retahíla, lo cual le hizo mirarla con una ceja alzada otra vez. - Acero. Seré de plata algún día si logro el material que necesito para estudiar. - Lanzó, tratando de mantener un tono sereno, pero con un punto ofendido. O sea, que sabía toda su genealogía pero no sabía cual era su rango. Pues qué bien. Ladeó la cabeza. - Podría serlo. - Dijo aparentando mucha seguridad, porque empezaba a sentirse cuestionado y no le hacía ninguna gracia. Lo que dijo detrás, remarcando ese posesivo, le hizo soltar una sarcástica carcajada hueca, cruzándose de brazos. Se mojó los labios. - Lo haré. - Dijo con una sonrisa artificial fruncida en los labios, mirándola con los ojos entrecerrados. - Me haré con dos ejemplares, de hecho, en cuanto pueda salir de este pueblo: uno será para usted, ya que así me lo demanda, y el otro me lo quedaré yo, así me ahorro el cuestionamiento gratuito al que estoy siendo sometido por ese gran atrevimiento que he hecho, nada más y nada menos que pedir un libro en una biblioteca. - Lo dicho, no era su día. Él era un hombre correcto, protocolario, educado y con mucho temple. Pero si ya se sentía atado de pies y manos en lo que a conocimiento se refería en ese minúsculo pueblo, el cuestionamiento a su proceder por parte de una chica menor que él y de Gryffindor era lo que le quedaba que pasar para que su paciencia se colmara.
Volvió a dibujar una expresión de ofendida extrañeza en el rostro, recomponiéndose erguido, aunque un tanto herido en su afán de caballerosidad. - Se llama educación, y mis nada resabiados padres me han dado mucha. Usted es una profesional en su centro de trabajo y yo un cliente, y hasta ahora pensaba que no nos conocíamos... Veo que es unidireccional. En cualquier caso, la dirección va de mí a usted, por lo que a mí respecta, no hay la suficiente confianza. - Estaba empezando a perderse en palabrería, lo cual sí que le llevaban toda la vida corrigiendo sus padres. Se aclaró mudamente la garganta y desvió ligeramente la mirada, erguido. Aunque la respuesta a su pregunta hizo que girara los ojos a ella de nuevo, si bien no inmutó la postura. Dejó caer ligeramente los párpados, rebajando el nivel de defensa, y dijo en un tono más suave. - Es muy loable por su parte. - Era cierto que los niños del pueblo tenían muchas carencias educativas cuando llegaban a Hogwarts, por lo que todo lo que fuera inculcar conocimientos le parecía una gran idea. Era Ravenclaw por algo.
También le gustó lo que dijo de las bibliotecas. Lástima que fuera tan descarada rozando lo faltoso, parecía una chica inteligente a pesar de ser Gryffindor... Vaya, ese pensamiento le había sonado snob hasta a él. Echó aire por la nariz, descruzándose de brazos y apoyando las manos en los bolsillos de su pantalón, con una expresión menos mosqueada y más interesada. - En eso estoy de acuerdo con usted. - Él seguía empeñado en no tutearla. - Aunque, y sin ánimo de ofenderla... - Antes de que me llame resabiado y elitista o cosas por el estilo otra vez, pensó, pero simplemente continuó la frase sin decir esto, mirando mientras hablaba a su alrededor. - Este lugar... No parece muy vivo, precisamente. -
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Margaret • 18 de julio de 1953
Rio ofendida. — No, para mí no, para cualquiera. No es que yo sea especialmente torpe ni nada de eso, ¿sabes? — No, si es que encima iba a ser culpa suya que media Europa, incluyendo las bibliotecas, hubiera echado a arder. Dejó el libro que estaba intentando leer con un golpe seco en la mesa. — ¿Has oído algo de lo que te he dicho? Da igual que hayan pasado muchos años desde que difundió, si el continente entero está en llamas, señor alquimista. Se han quemado muchos, y los muggles no lo reeditan porque consideran que está pasado. No ha desaparecido, pero desde luego que hay muchas menos copias que antes de las últimas dos guerras. — A ver si sacaba un poco la nariz del laboratorio. Oh, espera, que ahora pretendía que le tuviera ella lástima a los alquimistas, cuando los había que con un chasquido podían hacer arder barrios enteros. — Algo he oído sobre los alquimistas de fuego. Historias que darían para uno de los libros de la sección de terror que ocurrieron en Berlín y en el frente alemán. No está siendo fácil para nadie, pero hasta donde yo sé, a los alquimistas no les falta para comer nunca. Y aquí hay gente que se hubiera comido los libros si les hubiera dejado. Y no les culpo. — Culpo a quien deja que se mueran de hambre, la verdad y a quien se va de aquí dejándoles a su suerte. Pero no se iba a poner a discutir de eso con el prefecto O'Donnell.
Puso una sonrisa falsa cuando le dijo su rango. — Felicidades. — Y en cuanto lo dijo, la quitó, intentando volver a su lectura. Pero el prefecto seguía con su pulsito. Entornó los ojos y resopló. — Lawrence, el día que aportes un Harmonices Mundi a esta biblioteca puedes pedir lo que quieras. Que me haga yo alquimista, por poner, me imagino que leyendo muchos libros sobre el asunto no será tan difícil. — Se echó a reír un poco cuando se empezó a hacer la víctima. — Qué blandito eres, señor alquimista de acero, más bien pareces alquimista de tiza. Yo no te he cuestionado, te he pedido que rellenes el formulario como cualquiera, lo siento si te molesta que ese te trate como a los demás. — Le señaló. — Tú has empezado insinuando que en mi biblioteca no hay suficientes libros cuando si no fuera por mí, este pueblo ni uno ni ningún ejemplar de Harmonices Mundi, digo más, ni si quiera tendría biblioteca y tus tres sobrinos no tendrían clases antes de Hogwarts. Y te los mento a ellos porque son lo únicos que conoces, aunque en este pueblo hay muchos más. — Bueno muchos mucho tampoco, pero total, él tampoco tenía que saberlo. — Cosa que sabrías si te dignaras a poner un pie aquí, pero supongo que estabas sufriendo mucho investigando en tus laboratorios esta arde. — Hombre ya, tanta victimización, cuando recibía la dotación que recibían todos los alquimistas, que se creía que no era vox populi el dineral que les daban por investigar, cuando en Irlanda la gente lloraba por patatas.
Y ahí le caía otra parrafada. Cómo le gustaba argumentar a aquel hombre. Ya había perdido la concentración definitivamente, así que ese quedó mirándole intensamente, de brazos cruzados, balanceándose en la silla. — Quizá si te hubieras molestado en levantar la cabeza de los libros en Hogwarts o de escucharme cuando me castigaste el día de San Patricio, o de pasar mas dee dos días seguidos en este pueblo, podrías gozar de esa confianza. Y voy a seguir tuteándote. — Declaró. Puede, solo puede, que estuviera muy enfadada con el mundo entero y con su vida y con su ex prometido y Lawrence lo estuviera pagando.
Lo cierto es que él también pareció bajarse un poco de su alto y alquímico pedestal y alabó su labor. Ella desvió la mirada, pero bajó el tono. — No lo hago para que me alaben. Defiendo mi tierra y mi pueblo, y el futuro son sus niños. Tienen que dejar Irlanda bien alta, y no olvidar de dónde vienen. — Cedió un poco y bajó la mirada. — Lo primero tú lo haces bastante bien. Y lo hacías ya en el colegio. — Una por otra, la verdad. Pero claro, ya tuvo que tirarle la de que aquello no estaba muy vivo. — Pues será sin el ánimo, pero la crítica para mí se queda. — Dijo con retintín. — Es porque los cursos a los niños empiezan la semana que viene. Y cuando no hay cursos de niños o actividades que yo organizo, no se suele pasar mucha gente por aquí, por el mero placer de leer. Cosa que estoy intentando cambiar a base de educar a las nuevas generaciones. No hay mucho interés por la cultura cuando lo estás pasando mal para sobrevivir, tus padres son una excepción aquí. — Y ella, porque su madre era una muy buena mujer, pero no muy dada a los libros, y Molly lo pasaba como todos para sacar adelante la biblioteca, pero ya le habían dicho demasiadas veces que era imposible como para que ella no se lo tomara como un reto personal.
Puso una sonrisa falsa cuando le dijo su rango. — Felicidades. — Y en cuanto lo dijo, la quitó, intentando volver a su lectura. Pero el prefecto seguía con su pulsito. Entornó los ojos y resopló. — Lawrence, el día que aportes un Harmonices Mundi a esta biblioteca puedes pedir lo que quieras. Que me haga yo alquimista, por poner, me imagino que leyendo muchos libros sobre el asunto no será tan difícil. — Se echó a reír un poco cuando se empezó a hacer la víctima. — Qué blandito eres, señor alquimista de acero, más bien pareces alquimista de tiza. Yo no te he cuestionado, te he pedido que rellenes el formulario como cualquiera, lo siento si te molesta que ese te trate como a los demás. — Le señaló. — Tú has empezado insinuando que en mi biblioteca no hay suficientes libros cuando si no fuera por mí, este pueblo ni uno ni ningún ejemplar de Harmonices Mundi, digo más, ni si quiera tendría biblioteca y tus tres sobrinos no tendrían clases antes de Hogwarts. Y te los mento a ellos porque son lo únicos que conoces, aunque en este pueblo hay muchos más. — Bueno muchos mucho tampoco, pero total, él tampoco tenía que saberlo. — Cosa que sabrías si te dignaras a poner un pie aquí, pero supongo que estabas sufriendo mucho investigando en tus laboratorios esta arde. — Hombre ya, tanta victimización, cuando recibía la dotación que recibían todos los alquimistas, que se creía que no era vox populi el dineral que les daban por investigar, cuando en Irlanda la gente lloraba por patatas.
Y ahí le caía otra parrafada. Cómo le gustaba argumentar a aquel hombre. Ya había perdido la concentración definitivamente, así que ese quedó mirándole intensamente, de brazos cruzados, balanceándose en la silla. — Quizá si te hubieras molestado en levantar la cabeza de los libros en Hogwarts o de escucharme cuando me castigaste el día de San Patricio, o de pasar mas dee dos días seguidos en este pueblo, podrías gozar de esa confianza. Y voy a seguir tuteándote. — Declaró. Puede, solo puede, que estuviera muy enfadada con el mundo entero y con su vida y con su ex prometido y Lawrence lo estuviera pagando.
Lo cierto es que él también pareció bajarse un poco de su alto y alquímico pedestal y alabó su labor. Ella desvió la mirada, pero bajó el tono. — No lo hago para que me alaben. Defiendo mi tierra y mi pueblo, y el futuro son sus niños. Tienen que dejar Irlanda bien alta, y no olvidar de dónde vienen. — Cedió un poco y bajó la mirada. — Lo primero tú lo haces bastante bien. Y lo hacías ya en el colegio. — Una por otra, la verdad. Pero claro, ya tuvo que tirarle la de que aquello no estaba muy vivo. — Pues será sin el ánimo, pero la crítica para mí se queda. — Dijo con retintín. — Es porque los cursos a los niños empiezan la semana que viene. Y cuando no hay cursos de niños o actividades que yo organizo, no se suele pasar mucha gente por aquí, por el mero placer de leer. Cosa que estoy intentando cambiar a base de educar a las nuevas generaciones. No hay mucho interés por la cultura cuando lo estás pasando mal para sobrevivir, tus padres son una excepción aquí. — Y ella, porque su madre era una muy buena mujer, pero no muy dada a los libros, y Molly lo pasaba como todos para sacar adelante la biblioteca, pero ya le habían dicho demasiadas veces que era imposible como para que ella no se lo tomara como un reto personal.
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Lawrence • 18 de julio de 1953
Se ahorró rodar los ojos, porque era un hombre demasiado correcto, pero sí bajó la mirada y echó aire por la nariz. - No porque usted particularmente sea torpe, me refería a la accesibilidad desde aquí. - Por parte de una chica de veintiocho años que ha montado una biblioteca por voluntad propia pero no cuenta con acreditación alguna. Y Gryffindor. Luego le decían que era un estirado de Ravenclaw y se ofendía, pero a ver. Lo de que ellos conocían más libros que el resto de las casas como norma general, lo sabía todo el mundo.
Su forma de cerrar el libro y la mordacidad de sus comentarios le hicieron sobresaltarse ligeramente. Parpadeó. Había oído que se habían quemado muchos libros, lo cual le ponía los vellos de punta cada vez que tomaba conciencia. El ataque hacia los alquimistas le hizo soltar una risotada sarcástica en forma de aire entre los labios. - En primer lugar, no nos falta para comer, no, ahí tiene usted razón. Aunque le aseguro que las horas, y horas, y horas de preparación y estudio no se cobran, mucho menos cuando estamos en la situación que usted tan bien describe. Las investigaciones sobre como hacer joyas o como intercambiar las esencias de las plantas quedan un poco en segundo plano en favor de las investigaciones para que los alquimistas de fuego puedan seguir sacando armas. - Ladeó la cabeza. - En segundo lugar... No digo que mi situación sea peor que la de aquellos que mueren de hambre, no soy tan cínico. Pero sepa usted, que cuando alguien tiene tanto poder en sus manos y se desata una guerra, se vuelve tan solicitado como potencialmente peligroso. Quizás algún día una de esas bombas que narra me caiga a mí encima mientras estoy leyendo. - Sí, estaban amenazados. No, no prestaba la menor atención a dichas amenazas. Si moría estudiando o haciendo alquimia, moriría haciendo lo que más le gustaba y lo que creía que tenía que hacer para dejar su contribución personal al mundo. - Y en tercer lugar. - Estiró ambos brazos y señaló un camino imaginario tras él. - Ahí está el camino de la alquimia para quien lo quiera coger. - Empezaba a estar un poco alto de las recriminaciones por parte de la gente del pueblo de si se creía un señorito alquimista, cuando muchas de esas personas ni se habían molestado en cursar la asignatura en el colegio. Ahí estaba la oportunidad, haberla cogido. Su trabajo le había costado llegar hasta donde había llegado.
Puso una sonrisa sobrada cuando le dijo que aportara un Harmónices Mundi a la biblioteca, dispuesto a contestarle que lo pensaba hacer, cuando esta se quedó congelada ante la siguiente frase. Arqueó las cejas. ¿Leyendo muchos libros sobre el asunto? ¿En serio? No daba crédito a sus oídos. Gryffindor tenía que ser, se creían que los Ravenclaw eran como eran porque "simplemente leían". - Claro. El record está en cien libros al año, lo tiene Nicolas Flamel. Quizás usted lo consiga batir. - Ironizó ácidamente. Frunció el ceño. - Ese rango no ex... - Se detuvo, alzando los ojos y echando aire por la nariz, exasperado de sí mismo. ¿¿Qué haces entrando al trapo de semejantes tonterías, Lawrence?? Si es que tenía que haber cogido el libro y haberse ido y ya está. Y otra vez el tirito sobre la alquimia. Abrió mucho los ojos y bufó hacia un lado. Definitivamente, ni en toda su vida lograría entenderse con esa mujer, pero no pensaba explicar de nuevo lo que ya había explicado.
Lo que le hizo mirarla de nuevo fue la mención a Hogwarts, en concreto algo que hizo activó uno de sus recuerdos. Pensó unos instantes, ceñudo, y entonces cayó, abriendo mucho los ojos y señalándola. - ¿Tú fuiste la del día de San Patricio? - Había entrado de cabeza al tuteo de repente. - ¿La que llenó el castillo de duendes de chocolate que se fueron derritiendo por los pasillos? ¡Un alumno resbaló con un charco! ¡Me pasé dos horas con él en la enfermería mientras le reencajaban el hombro! Disculpa si no tuve tiempo de escuchar excusas sobre por qué había que poner el castillo patas arriba solo porque era diecisiete de marzo. - Lo cierto es que no la recordaba de manera concreta, solo recordaba al grupito, y a una chica que le argumentaba un montón de cosas que solo le enfadaron más y las oyó como quien oía llover. De hecho, probablemente la derivara a los prefectos de Gryffindor, así que no sabía por qué le tenía tanta inquina en concreto a él.
Salvando el patriotismo absurdo que no terminaba de entender, porque no es que él le viera a Irlanda nada de especial (mucho menos después de haber recorrido tantos países con mucha más aportación intelectual), tenía que reconocer que dotar a esos pobres niños que llegaban a Hogwarts tan perdidos de unos conocimientos básicos era muy de valorar y de agradecer. Le sorprendió ese halago entre tanto ataque, por lo que se quedó mirándola sin decir nada. - Gracias. - Dijo simplemente, pero claro, tenía que durar poco la amabilidad. Tuvo que volver a hacer un esfuerzo por no rodar los ojos. - No es una crítica hacia usted, no es culpa suya. Solo señalo un hecho objetivo. - Por las barbas de Merlín, esa chica se ofendía por todo, ni que le estuviera él pidiendo que repoblara el pueblo. - Pues se agradece su gesto, su interés y, sobre todo, su labor. - Ah, sí, había vuelto a las referencias de usted. - Es importante que la cultura no muera, es lo que queda detrás de nosotros cuando ya no estamos. Es nuestro regalo al mundo, somos sus herramientas para hacerlo evolucionar. - ¿Qué hacía poniéndose tan metafísico? Se reajustó las gafas y carraspeó. - En fin. - Tomó el libro. - Gracias por la búsqueda. - Porque intuía que ya ahí no había más conversación de la que tirar.
Su forma de cerrar el libro y la mordacidad de sus comentarios le hicieron sobresaltarse ligeramente. Parpadeó. Había oído que se habían quemado muchos libros, lo cual le ponía los vellos de punta cada vez que tomaba conciencia. El ataque hacia los alquimistas le hizo soltar una risotada sarcástica en forma de aire entre los labios. - En primer lugar, no nos falta para comer, no, ahí tiene usted razón. Aunque le aseguro que las horas, y horas, y horas de preparación y estudio no se cobran, mucho menos cuando estamos en la situación que usted tan bien describe. Las investigaciones sobre como hacer joyas o como intercambiar las esencias de las plantas quedan un poco en segundo plano en favor de las investigaciones para que los alquimistas de fuego puedan seguir sacando armas. - Ladeó la cabeza. - En segundo lugar... No digo que mi situación sea peor que la de aquellos que mueren de hambre, no soy tan cínico. Pero sepa usted, que cuando alguien tiene tanto poder en sus manos y se desata una guerra, se vuelve tan solicitado como potencialmente peligroso. Quizás algún día una de esas bombas que narra me caiga a mí encima mientras estoy leyendo. - Sí, estaban amenazados. No, no prestaba la menor atención a dichas amenazas. Si moría estudiando o haciendo alquimia, moriría haciendo lo que más le gustaba y lo que creía que tenía que hacer para dejar su contribución personal al mundo. - Y en tercer lugar. - Estiró ambos brazos y señaló un camino imaginario tras él. - Ahí está el camino de la alquimia para quien lo quiera coger. - Empezaba a estar un poco alto de las recriminaciones por parte de la gente del pueblo de si se creía un señorito alquimista, cuando muchas de esas personas ni se habían molestado en cursar la asignatura en el colegio. Ahí estaba la oportunidad, haberla cogido. Su trabajo le había costado llegar hasta donde había llegado.
Puso una sonrisa sobrada cuando le dijo que aportara un Harmónices Mundi a la biblioteca, dispuesto a contestarle que lo pensaba hacer, cuando esta se quedó congelada ante la siguiente frase. Arqueó las cejas. ¿Leyendo muchos libros sobre el asunto? ¿En serio? No daba crédito a sus oídos. Gryffindor tenía que ser, se creían que los Ravenclaw eran como eran porque "simplemente leían". - Claro. El record está en cien libros al año, lo tiene Nicolas Flamel. Quizás usted lo consiga batir. - Ironizó ácidamente. Frunció el ceño. - Ese rango no ex... - Se detuvo, alzando los ojos y echando aire por la nariz, exasperado de sí mismo. ¿¿Qué haces entrando al trapo de semejantes tonterías, Lawrence?? Si es que tenía que haber cogido el libro y haberse ido y ya está. Y otra vez el tirito sobre la alquimia. Abrió mucho los ojos y bufó hacia un lado. Definitivamente, ni en toda su vida lograría entenderse con esa mujer, pero no pensaba explicar de nuevo lo que ya había explicado.
Lo que le hizo mirarla de nuevo fue la mención a Hogwarts, en concreto algo que hizo activó uno de sus recuerdos. Pensó unos instantes, ceñudo, y entonces cayó, abriendo mucho los ojos y señalándola. - ¿Tú fuiste la del día de San Patricio? - Había entrado de cabeza al tuteo de repente. - ¿La que llenó el castillo de duendes de chocolate que se fueron derritiendo por los pasillos? ¡Un alumno resbaló con un charco! ¡Me pasé dos horas con él en la enfermería mientras le reencajaban el hombro! Disculpa si no tuve tiempo de escuchar excusas sobre por qué había que poner el castillo patas arriba solo porque era diecisiete de marzo. - Lo cierto es que no la recordaba de manera concreta, solo recordaba al grupito, y a una chica que le argumentaba un montón de cosas que solo le enfadaron más y las oyó como quien oía llover. De hecho, probablemente la derivara a los prefectos de Gryffindor, así que no sabía por qué le tenía tanta inquina en concreto a él.
Salvando el patriotismo absurdo que no terminaba de entender, porque no es que él le viera a Irlanda nada de especial (mucho menos después de haber recorrido tantos países con mucha más aportación intelectual), tenía que reconocer que dotar a esos pobres niños que llegaban a Hogwarts tan perdidos de unos conocimientos básicos era muy de valorar y de agradecer. Le sorprendió ese halago entre tanto ataque, por lo que se quedó mirándola sin decir nada. - Gracias. - Dijo simplemente, pero claro, tenía que durar poco la amabilidad. Tuvo que volver a hacer un esfuerzo por no rodar los ojos. - No es una crítica hacia usted, no es culpa suya. Solo señalo un hecho objetivo. - Por las barbas de Merlín, esa chica se ofendía por todo, ni que le estuviera él pidiendo que repoblara el pueblo. - Pues se agradece su gesto, su interés y, sobre todo, su labor. - Ah, sí, había vuelto a las referencias de usted. - Es importante que la cultura no muera, es lo que queda detrás de nosotros cuando ya no estamos. Es nuestro regalo al mundo, somos sus herramientas para hacerlo evolucionar. - ¿Qué hacía poniéndose tan metafísico? Se reajustó las gafas y carraspeó. - En fin. - Tomó el libro. - Gracias por la búsqueda. - Porque intuía que ya ahí no había más conversación de la que tirar.
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I. Page one of forever |
Margaret • 18 de julio de 1953
Vaya por Dios, que el alquimista se le había ofendido y había sacado sus mejores armas caballerescas contra ella. Pues buena suerte. Molly admiraba mucho a la gente culta y estudiada, pero recordar incansablemente lo erudito que uno era, le resultaba cargante y prepotente. Y en otro le resultaría pretencioso, en Lawrence eso no, porque no se le veía querer ser mejor que nadie específicamente. Aunque tuviera una superioridad un poco absurda respecto a encontrar libros. Rio desde la garganta y entornó los ojos a él desde su libro. — Lo cogeré si me interesa. Como cualquiera. — Recalcó. Que con nacer mago y estudiar muchas horas se podía ser tan alquimista como transformista o hechicero. Pero bueno, eso ya no lo dijo porque ya había discutido bastante.
Puso una expresión arrugada cuando dijo lo de los cien años. — Para cómico no ibas, desde luego. Y para actor tampoco. — Puso los ojos en blanco y suspiró. Esos Ravenclaw, que se creían que podían hacerse los orgullosos a lo Gryffindor y solo le salía un chiste malo de libros. Tremendo, vaya. Eso sí, tuvo que contener una carcajada cuando le entró de lleno a lo de los rangos. Vaya con el erudito.
Asintió con una leve sonrisa complaciente a lo del día de San Patricio. — Al menos hacía algo por celebrar la fiesta grande Irlanda. Reconozco que antes se me derretían los duendes, pero ahora he aprendido a hacerlos más resistentes, y para navidad pretendo conseguir que pasen de moneda de chocolate a duendecillo cuando la tocas. — Dijo ampliando la sonrisa, muy orgullosa. Chasqueó la lengua y agitó la mano en el aire. — No, que ahora será culpa mía que la gente sea torpe y no mire ni por dónde va, ¿sabes? — Ese prefectillo… No había cambiado ni un ápice desde que le había abroncado aquel día. Y no se había quedado con una sola palabra de las que le dijo entonces. Bueno, por no, no se había quedado ni con su cara, por lo visto. — Hacer que nuestra cultura no muera y se note nuestra presencia en Hogwarts no es una excusa, es una explicación completamente válida de por qué hay que celebrar el día de San Patricio. Pero supongo que las celebraciones típicas a los prefectos alquimistas les dan igual. — Menudo despegado. Era de uno de los sitios más ricos culturalmente del mundo y le molestaba que los demás (porque él claramente no hacía nada) lucharan por conservarla.
Y ya estaba otra vez con que no era una crítica a ella y patatín patatán. — Vale, vale, me queda claro que no hablas de mí y eres muy objetivo. — Dijo con tono cansino haciendo círculos con la mano en el aire. — Cuídame bien a Kepler y que encuentres tus esencias y materias ocultas por algún motivo en un tratado de astronomía. — Por bueno e importante que fuera. Iba a volver a su libro cuando dijo lo de la cultura. Ahí levantó la vista y le miró a los ojos, ya sin el gesto sarcástico o bromista. — Completamente cierto. — Hinchó el pecho de aire. — Pero si no se esfuerza uno en conservarla, se muere, como todo lo que no se cuida. — Puede que ella supiera un poco de eso. Bajó la mirada. — Y ni un alquimista podría infundirle vida a la cultura si simplemente dejamos que se pierda. — Hizo como que volvía al libro pero mantuvo la sonrisa. — De nada, Lawrence. Que disfrutes del libro y del verano en Ballyknow. — Y se dedicó a mirar la misma página del libro una y otra vez, porque aquella mañana no fue capaz de leer una sola letra. Solo veía los ojos del alquimista.
Puso una expresión arrugada cuando dijo lo de los cien años. — Para cómico no ibas, desde luego. Y para actor tampoco. — Puso los ojos en blanco y suspiró. Esos Ravenclaw, que se creían que podían hacerse los orgullosos a lo Gryffindor y solo le salía un chiste malo de libros. Tremendo, vaya. Eso sí, tuvo que contener una carcajada cuando le entró de lleno a lo de los rangos. Vaya con el erudito.
Asintió con una leve sonrisa complaciente a lo del día de San Patricio. — Al menos hacía algo por celebrar la fiesta grande Irlanda. Reconozco que antes se me derretían los duendes, pero ahora he aprendido a hacerlos más resistentes, y para navidad pretendo conseguir que pasen de moneda de chocolate a duendecillo cuando la tocas. — Dijo ampliando la sonrisa, muy orgullosa. Chasqueó la lengua y agitó la mano en el aire. — No, que ahora será culpa mía que la gente sea torpe y no mire ni por dónde va, ¿sabes? — Ese prefectillo… No había cambiado ni un ápice desde que le había abroncado aquel día. Y no se había quedado con una sola palabra de las que le dijo entonces. Bueno, por no, no se había quedado ni con su cara, por lo visto. — Hacer que nuestra cultura no muera y se note nuestra presencia en Hogwarts no es una excusa, es una explicación completamente válida de por qué hay que celebrar el día de San Patricio. Pero supongo que las celebraciones típicas a los prefectos alquimistas les dan igual. — Menudo despegado. Era de uno de los sitios más ricos culturalmente del mundo y le molestaba que los demás (porque él claramente no hacía nada) lucharan por conservarla.
Y ya estaba otra vez con que no era una crítica a ella y patatín patatán. — Vale, vale, me queda claro que no hablas de mí y eres muy objetivo. — Dijo con tono cansino haciendo círculos con la mano en el aire. — Cuídame bien a Kepler y que encuentres tus esencias y materias ocultas por algún motivo en un tratado de astronomía. — Por bueno e importante que fuera. Iba a volver a su libro cuando dijo lo de la cultura. Ahí levantó la vista y le miró a los ojos, ya sin el gesto sarcástico o bromista. — Completamente cierto. — Hinchó el pecho de aire. — Pero si no se esfuerza uno en conservarla, se muere, como todo lo que no se cuida. — Puede que ella supiera un poco de eso. Bajó la mirada. — Y ni un alquimista podría infundirle vida a la cultura si simplemente dejamos que se pierda. — Hizo como que volvía al libro pero mantuvo la sonrisa. — De nada, Lawrence. Que disfrutes del libro y del verano en Ballyknow. — Y se dedicó a mirar la misma página del libro una y otra vez, porque aquella mañana no fue capaz de leer una sola letra. Solo veía los ojos del alquimista.
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II. Un buen día |
Lawrence • 25 de julio de 1953
- ¿Al menos puedes quitar esa cara de sieso amargado? - La mujer chistó con desaprobación y le pasó a Lawrence un brazo por los hombros. - No le digas eso a mi niño, que está muy guapo. - Eso, tú sigue mimándolo. - Si no se le mima, luego no viene. - Aportó su padre, con ese toque solemne e impasible de siempre. Lawrence rodó los ojos una vez más, perdiendo la cuenta de cuantas veces lo había hecho desde que salió de su casa, y echando aire entre los labios. - Pues está ya muy mayorcito el señor alquimista para necesitar tanto mimo. - ¿Tú me vas a dejar de tener envidia algún día? - Habló ya por fin. Su madre volvió a chistar. - ¿Qué habrá hecho una en la vida para tener a sus hijos todo el tiempo descontentos? - Papi y el tito se llevan mal. - Dijo la vocecilla traviesa de su sobrino de fondo, el cual se tapó la boca como un niño malo justo después. Lawrence le revolvió los rizos. - Eres muy graciosillo tú. - El niño volvió a reír. - Menos mal que has salido a tu madre, qué bendición. - Ya estamos. ¿No tienes ninguna flor que deshojar en Singapur? - Y entonces su madre empezó a chistar como loca y a darles golpecitos en los brazos para que se callaran. A saber qué había visto ahora. Qué largo se le hacía el pueblo, de verdad que sí.
Y más largas aún las fiestas del pueblo. Encima de que iba arrastrado, tenía que estar aguantando que su hermano Cletus resaltara cada cinco minutos que tenía cara de no tener ganas de fiestas. Qué observador les había salido, el muy pesado, Slytherin tenía que ser. De verdad que no se daban cuenta de que se estaba jugando el futuro, que tenían mucho que estudiar. Pero claro, su argumento era que "él siempre tenía mucho que estudiar". ¡Perdonad si quiero labrarme un futuro, eh! En fin. La cuestión era que su madre había visto algo, a saber el qué, y que empezaba a temer que tuviera que ver con él. Porque estaban tan empeñados en convencerle de que ese era su lugar, su verdadero hogar, que de repente hasta una hoja que se caía de un árbol tenía que ver con él.
No se equivocó. - Es Margaret. Ve y pídele perdón. - ¿Perdón? - Preguntó desconcertado, mirando a su madre con los ojos muy abiertos. - Sí, eso mismo, pero ahora a ella. - Madre, no puede estar usted hablando en serio. - ¡Y tan en serio! Es una buena muchacha, le da clases a Eillish y seguro que el año que viene adopta a Cilliam también en su grupito. ¡Es un auténtico amor! - Arqueó las cejas y miró a otro lado con tono sarcástico. - No estoy yo tan seguro de eso. - Pero claro, su madre qué iba a decir. Seguro que la chica se los había llevado al huerto porque eran el matrimonio más prestigioso a nivel cultural de todo el pueblo, con ese carisma barato de los Gryffindor y ese "me gustan los libros" tan artificial. ¡Tss! Y luego decía cosas como que la alquimia se podía aprender leyendo mucho... Vaya, toda una erudita que era la chica.
Estaba en su divagación perdido y no se había dado cuenta de que su madre había seguido hablando. - ...Y hace una tarta de limón que está para chuparse los dedos. Dice que tiene muchas ganas de aprender a destilar el licor de la flor de espino, le enseñaré mi receta. - La miró con el ceño fruncido. - Esa receta es familiar. - Bueno, hijo, los conocimientos hay que expandirlos, parece mentira que te ofendas tú por eso. Y desde luego, ya ha mostrado más interés la muchacha que mis propios herederos. - Eso lo dijo con tonito intenso. Vale, captaba la indirecta, y al parecer su hermano también, porque lo había oído resoplar. - No he tenido buen inicio con la chica. - Ay, Lawrence, por favor, supera ya lo del Harmonices Mundi, hijo. De verdad, qué obsesión con los libros. - Lo que tiene que superar es su puesto de prefecto. - Dijo su padre, que hablaba poco y mirando a otra parte, como si no estuviera en la conversación, pero cada vez que hablaba sentaba cátedra. Eso hizo reír bastante a su hermano. Su madre, por su parte, continuó. - Además, la pobre chica no está pasando por un buen momento. - La miró extrañado. - ¿Y eso? - Su hermano gruñó con una carcajada sorprendida. - Por todos los dragones, Larry, tienes que ser el único en el pueblo que no se ha enterado. Y este es el listo... - Se casaba hoy. - Lawrence miró a su madre con los ojos muy abiertos. - Tú sabes que nosotros no somos dados al chismorreo, hijo, y suficientemente mal lo ha pasado la pobre con sus circunstancias como para alimentar con habladuría. Es una buena mujer. - Se había quedado un poco pillado. - No... No sabía que estuviera prometida. - El tito se ha puesto colorado. - Dijo la vocecilla de Cillian otra vez. Miró a su sobrino y le señaló con un dedo. - En Hogwarts no gustan los chivatos. - - Lo dices por experiencia, ¿no? - ¡Por Dios! ¿Te quieres callar un rato? - Encima que insinúo que mi hijo no se parece solo a su madre, también a su tío. - ¿Puede parecer que los hijos de los O'Donnell son dos adultos normales en vez de dos críos peleando, por favor? - Interrumpió autoritario su padre, aunque sin alterar el tono. Él nunca alteraba el tono.
Su madre hizo caso omiso de la rencilla e insistió. - Ve a hablar con ella. - Lawrence bufó. - Dudo que quiera verme. - Empieza por disculparte, y seguro que quiere verte. - Lo que intenta decirte mamá es que aproveches que la chavala está soltera y vulnerable a ver si sientas cabeza de una vez. - ¡Cletus! - ¿¿Qué?? ¡Venga ya, mamá, todos lo hemos pensado! Son los dos igual de repelentes para los libros, y al menos la muchacha es simpática. Va a ser un marrón encasquetarle al muermo de mi hermano, pero lo hago por él, a ver si deja de estar tieso como un palo con una Gryffindor que le alegre la existencia. - Lawrence se había quedado pensativo, mirando hacia Margaret. A veces se lo decían, que se centraba tanto en profundidades, que no veía otras cosas, no se paraba a observar el entorno por no sacar la nariz de los libros. Quizás no haría mal en hablar con ella y... Bueno, no creía que tuviera que disculparse por nada... O quizás sí, un poco en realidad, se había puesto prepotente hablando con ella. - Ya está maquinando algo. - Volvió a interrumpir su hermano. Cogió aire y dijo. - Iré a hablar con ella. Pero solo para agradecerle su labor y disculparme, nada más. - Aclaró, con un gesto de la mano. No hacía falta jurar que no iba a haber nada más. Esa mujer y él eran la noche y el día.
Y más largas aún las fiestas del pueblo. Encima de que iba arrastrado, tenía que estar aguantando que su hermano Cletus resaltara cada cinco minutos que tenía cara de no tener ganas de fiestas. Qué observador les había salido, el muy pesado, Slytherin tenía que ser. De verdad que no se daban cuenta de que se estaba jugando el futuro, que tenían mucho que estudiar. Pero claro, su argumento era que "él siempre tenía mucho que estudiar". ¡Perdonad si quiero labrarme un futuro, eh! En fin. La cuestión era que su madre había visto algo, a saber el qué, y que empezaba a temer que tuviera que ver con él. Porque estaban tan empeñados en convencerle de que ese era su lugar, su verdadero hogar, que de repente hasta una hoja que se caía de un árbol tenía que ver con él.
No se equivocó. - Es Margaret. Ve y pídele perdón. - ¿Perdón? - Preguntó desconcertado, mirando a su madre con los ojos muy abiertos. - Sí, eso mismo, pero ahora a ella. - Madre, no puede estar usted hablando en serio. - ¡Y tan en serio! Es una buena muchacha, le da clases a Eillish y seguro que el año que viene adopta a Cilliam también en su grupito. ¡Es un auténtico amor! - Arqueó las cejas y miró a otro lado con tono sarcástico. - No estoy yo tan seguro de eso. - Pero claro, su madre qué iba a decir. Seguro que la chica se los había llevado al huerto porque eran el matrimonio más prestigioso a nivel cultural de todo el pueblo, con ese carisma barato de los Gryffindor y ese "me gustan los libros" tan artificial. ¡Tss! Y luego decía cosas como que la alquimia se podía aprender leyendo mucho... Vaya, toda una erudita que era la chica.
Estaba en su divagación perdido y no se había dado cuenta de que su madre había seguido hablando. - ...Y hace una tarta de limón que está para chuparse los dedos. Dice que tiene muchas ganas de aprender a destilar el licor de la flor de espino, le enseñaré mi receta. - La miró con el ceño fruncido. - Esa receta es familiar. - Bueno, hijo, los conocimientos hay que expandirlos, parece mentira que te ofendas tú por eso. Y desde luego, ya ha mostrado más interés la muchacha que mis propios herederos. - Eso lo dijo con tonito intenso. Vale, captaba la indirecta, y al parecer su hermano también, porque lo había oído resoplar. - No he tenido buen inicio con la chica. - Ay, Lawrence, por favor, supera ya lo del Harmonices Mundi, hijo. De verdad, qué obsesión con los libros. - Lo que tiene que superar es su puesto de prefecto. - Dijo su padre, que hablaba poco y mirando a otra parte, como si no estuviera en la conversación, pero cada vez que hablaba sentaba cátedra. Eso hizo reír bastante a su hermano. Su madre, por su parte, continuó. - Además, la pobre chica no está pasando por un buen momento. - La miró extrañado. - ¿Y eso? - Su hermano gruñó con una carcajada sorprendida. - Por todos los dragones, Larry, tienes que ser el único en el pueblo que no se ha enterado. Y este es el listo... - Se casaba hoy. - Lawrence miró a su madre con los ojos muy abiertos. - Tú sabes que nosotros no somos dados al chismorreo, hijo, y suficientemente mal lo ha pasado la pobre con sus circunstancias como para alimentar con habladuría. Es una buena mujer. - Se había quedado un poco pillado. - No... No sabía que estuviera prometida. - El tito se ha puesto colorado. - Dijo la vocecilla de Cillian otra vez. Miró a su sobrino y le señaló con un dedo. - En Hogwarts no gustan los chivatos. - - Lo dices por experiencia, ¿no? - ¡Por Dios! ¿Te quieres callar un rato? - Encima que insinúo que mi hijo no se parece solo a su madre, también a su tío. - ¿Puede parecer que los hijos de los O'Donnell son dos adultos normales en vez de dos críos peleando, por favor? - Interrumpió autoritario su padre, aunque sin alterar el tono. Él nunca alteraba el tono.
Su madre hizo caso omiso de la rencilla e insistió. - Ve a hablar con ella. - Lawrence bufó. - Dudo que quiera verme. - Empieza por disculparte, y seguro que quiere verte. - Lo que intenta decirte mamá es que aproveches que la chavala está soltera y vulnerable a ver si sientas cabeza de una vez. - ¡Cletus! - ¿¿Qué?? ¡Venga ya, mamá, todos lo hemos pensado! Son los dos igual de repelentes para los libros, y al menos la muchacha es simpática. Va a ser un marrón encasquetarle al muermo de mi hermano, pero lo hago por él, a ver si deja de estar tieso como un palo con una Gryffindor que le alegre la existencia. - Lawrence se había quedado pensativo, mirando hacia Margaret. A veces se lo decían, que se centraba tanto en profundidades, que no veía otras cosas, no se paraba a observar el entorno por no sacar la nariz de los libros. Quizás no haría mal en hablar con ella y... Bueno, no creía que tuviera que disculparse por nada... O quizás sí, un poco en realidad, se había puesto prepotente hablando con ella. - Ya está maquinando algo. - Volvió a interrumpir su hermano. Cogió aire y dijo. - Iré a hablar con ella. Pero solo para agradecerle su labor y disculparme, nada más. - Aclaró, con un gesto de la mano. No hacía falta jurar que no iba a haber nada más. Esa mujer y él eran la noche y el día.
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II. Un buen día |
Lawrence • 25 de julio de 1953
Aminoró un poco el paso al de su madre, para que no pareciera que iba arrastrándola del brazo a la fiesta. — Vaya perra ha cogido usted con salir hoy, eh madre. — Rosaline se encogió de hombros. — ¿Y por qué no? No llueve, eso aquí es un milagro. Y es la fiesta de Saint James. En este pueblo nunca pasa nada, pero en verano hay una celebración cada semana. Hija, con la turra que das siempre con las fiestas y justo esta no te apetece. — Su madre paró y la miró de arriba a abajo. — ¿Es porque hoy te tenías que haber casado? — Siempre tan certera. Pero no te lo decía con malicia, simplemente esa era su madre, deslenguada a más no poder. — ¿Le parece poco? — Su madre se encogió de hombros y sacó el labio inferior. — El hecho, hija mía, es que ya no te casas. ¿Por qué no celebrar otra cosa? A ver, si hubiera querido acabar tu vida social te hubieras metido a monja. — Ladeó la cabeza, como si dialogara consigo misma. — Claro, que la biblioteca donde vives no es tan distinta a un convento y si encima ahora no quieres ni ir a las fiestas… — Ella inspiró, con una sonrisa y dejó salir el aire poco a poco. — ¿Pero de qué se queja usted? Todas las madres quieren quedarse a sus niñas para siempre, que es lo que tiene usted. — La otra la miró, echando la cabeza para atrás. — No, pues no será esta madre. No, señora, los hijos tienen que vivir la vida de ellos. — Molly entornó los ojos. — Luego está todo el día suspirando porque Frankie se ha ido a Nueva York. — Su madre hizo un gesto al aire. — De algo hay que quejarse siempre. — Y así, entre risas, llegaron a la pradera.
La pradera era un área de césped, despejada de árboles, donde se montaban las mesas y las casetas de los pubs, y se solía adornar con farolillos y puestos para las fiestas. Bajaba hasta una zona más arbolada, y más allá, los acantilados caledonios. Y de ahí, todo de frente, solo el océano. Todo recto hasta Nueva York y Terranova, que era a donde se iban todos. Ah sí, a Molly le encantaba su pueblo. Le gustaba su música y sus fiestas, su pradera siempre verde, y las tardes como esas, con el suave sol del verano. Hubiera sido una boda preciosa. Lástima que, en el fondo, ni siquiera la deseara. Lo peor de todo era verse observada y juzgada por una boda que ella ni siquiera había querido nunca realmente. De hecho, había dos tipos de gente: los que se dedicaban a escrutarla, deseando de averiguar por qué habría dejado plantado a ese chico escocés que se aparecía allí las veces que hiciera falta para verla, que tan simpático era con todo el mundo y que parecía estar perdido por ella, y otros la miraban con pena “pobrecita, está sufriendo”. No estaba siendo agradable no. Y echaba de menos a Graham… Aunque no… Como novio. Echaba de menos tener alguien con quien compartir su vida pero… Digamos que debió haber visto las señales antes. Fuera como fuere, no le hacía gracia ninguno de los dos tipos. Claro, que no había nadie en el pueblo que no lo supiera y tuviera una opinión… Bueno… Quizá sí. Pero el prefecto O’Donnell no estaría por allí. No se lo imaginaba en la fiesta.
Su madre se sentó en una mesita cerca de las barras y se recolocó la rebequita que llevaba en los hombros. — Venga, hija, tráele a tu madre una pinta o algo, ¿no? — Molly se rio un poquito y se levantó a pedir. Fue saludando a todo el que se encontró, y trató de aparentar normalidad, sonrisas, lo típico de una fiesta. Se excusó en que su madre había decidido salir hoy para volver a su lado, y todo el mundo mostró gran alegría por ella. El padre de Molly había sido muy querido en el pueblo, y de su madre cuidaban, poquito a poquito, con lo que podían, todos los vecinos. Volvió a su lado con dos pintas. — Ea, ¿ya está usted contenta? — En Irlanda todo se celebra con pintas, hija, hasta el martirio de un santo. — Ambas rieron y, mientras Molly bebía, su madre le preguntó. — ¿Y qué haces aquí todavía? ¿No me estarás usando de excusa para no hacer cosas de jóvenes? — Ella entornó los ojos pero no dijo nada, porque la respuesta era sí. Pero una voz chilloncilla a su lado le hizo mirar. — ¡Señorita Lacey! ¡Ha venido! — ¡Hola, Eillish! Sí, al final me he animado, por hacer compañía a mi madre. — La niña asomó la cabeza y sonrió a Rosaline. — Hola, señora Lacey. — Hola, preciosa. Qué niña más bonita. Fíjate, cómo se nota que es O’Donnell. Los O’Donnell hacen niños muy guapos. — Vaya, ya algo iba a tener que apuntar. Ni que no la conociera. — Señorita Lacey, no tiene usted corona de conchas. ¡Le traigo una! — Y se fue corriendo, para volver con su madre y una corona. — Hola, Amelia. — Hola, Margaret, hola, señora Lacey. — ¡Ay, tú eres la nuera de O’Donnell! Chiquilla qué bien estás después de ¿cuántas criaturas llevas? — Tres. — Amelia rio un poquito, mientras Eillish alzaba las manitas para ponerle la corona. — Se le ponen conchas porque son la iconografía de Saint James, mami ¿sabes? Nos lo enseñó la señorita. — Anda, esta te ha salido a los abuelos. — Dijo Rosaline entre risas, y Amelia también se rio, acariciándole la cabeza a su hija. — Sí, pero es gracias a que su Margaret se lo enseña. Aunque mi Eillish está más que espabilada, la verdad. — Molly acarició los mofletes de la niña. — Es que con alumnas como Eillish, da gloria enseñar cositas. —
Justo entonces empezó la música a tocar un reel y Eillish dio un saltito. — ¡Es un reel de tres compases! ¡Usted nos enseñó a bailarlo! — La niña tiró de su mano. — Baile usted conmigo, señorita Lacey. — Ella sonrió apretando los labios, porque no estaba muy de ánimo. — Báilalo con tu hermano o con tu mamá, ella sabe bailarlo seguro. Yo tengo que hacer compañía a mi madre. — Ya iba la mencionada a intervenir, cuando Amelia dijo. — Yo me quedo con tu madre, ve a bailar con Eillish y diviértete un poco, mujer. — ¡Eso mismo digo yo! Así puedo hablar de niños con alguien. — Dijo su madre muy segura de sí misma. Ella miró a las dos mujeres y suspiró, negando con la cabeza. Sabía que solo buscaban su bien y… Bueno, tenía debilidad por esa niña. Así que con su corona de conchas y de la mano de Eillish, salió a bailar el reel, con esos pasos tan complicados, pero que a ella le salían tan naturales como respirar. Y según fue bailando de su mano, se fue animando y ya la amplia sonrisa apareció en su cara, como siempre que bailaba, y al terminar, estaba jadeando, pero considerablemente más contenta. Eillish se soltó de ella para agitar la mano y saludar a alguien, y cuando se giró, lo vio allí. Tenía que decir que, de entre todas las personas, el alquimista era el último que se esperaba ver allí. — Es mi tito Larry, es alquimista y no viene nunca porque está estudiando. — Sí… Si le conozco… De Hogwarts. — Y subió una mano, agitando los dedos para saludarle, sin perder esa sonrisa que ya se le había quedado puesta. — Igual por eso estaba mirando para acá. — Apuntó la niña, que no se le escapaba una. Sería Ravenclaw, como su tío.
La pradera era un área de césped, despejada de árboles, donde se montaban las mesas y las casetas de los pubs, y se solía adornar con farolillos y puestos para las fiestas. Bajaba hasta una zona más arbolada, y más allá, los acantilados caledonios. Y de ahí, todo de frente, solo el océano. Todo recto hasta Nueva York y Terranova, que era a donde se iban todos. Ah sí, a Molly le encantaba su pueblo. Le gustaba su música y sus fiestas, su pradera siempre verde, y las tardes como esas, con el suave sol del verano. Hubiera sido una boda preciosa. Lástima que, en el fondo, ni siquiera la deseara. Lo peor de todo era verse observada y juzgada por una boda que ella ni siquiera había querido nunca realmente. De hecho, había dos tipos de gente: los que se dedicaban a escrutarla, deseando de averiguar por qué habría dejado plantado a ese chico escocés que se aparecía allí las veces que hiciera falta para verla, que tan simpático era con todo el mundo y que parecía estar perdido por ella, y otros la miraban con pena “pobrecita, está sufriendo”. No estaba siendo agradable no. Y echaba de menos a Graham… Aunque no… Como novio. Echaba de menos tener alguien con quien compartir su vida pero… Digamos que debió haber visto las señales antes. Fuera como fuere, no le hacía gracia ninguno de los dos tipos. Claro, que no había nadie en el pueblo que no lo supiera y tuviera una opinión… Bueno… Quizá sí. Pero el prefecto O’Donnell no estaría por allí. No se lo imaginaba en la fiesta.
Su madre se sentó en una mesita cerca de las barras y se recolocó la rebequita que llevaba en los hombros. — Venga, hija, tráele a tu madre una pinta o algo, ¿no? — Molly se rio un poquito y se levantó a pedir. Fue saludando a todo el que se encontró, y trató de aparentar normalidad, sonrisas, lo típico de una fiesta. Se excusó en que su madre había decidido salir hoy para volver a su lado, y todo el mundo mostró gran alegría por ella. El padre de Molly había sido muy querido en el pueblo, y de su madre cuidaban, poquito a poquito, con lo que podían, todos los vecinos. Volvió a su lado con dos pintas. — Ea, ¿ya está usted contenta? — En Irlanda todo se celebra con pintas, hija, hasta el martirio de un santo. — Ambas rieron y, mientras Molly bebía, su madre le preguntó. — ¿Y qué haces aquí todavía? ¿No me estarás usando de excusa para no hacer cosas de jóvenes? — Ella entornó los ojos pero no dijo nada, porque la respuesta era sí. Pero una voz chilloncilla a su lado le hizo mirar. — ¡Señorita Lacey! ¡Ha venido! — ¡Hola, Eillish! Sí, al final me he animado, por hacer compañía a mi madre. — La niña asomó la cabeza y sonrió a Rosaline. — Hola, señora Lacey. — Hola, preciosa. Qué niña más bonita. Fíjate, cómo se nota que es O’Donnell. Los O’Donnell hacen niños muy guapos. — Vaya, ya algo iba a tener que apuntar. Ni que no la conociera. — Señorita Lacey, no tiene usted corona de conchas. ¡Le traigo una! — Y se fue corriendo, para volver con su madre y una corona. — Hola, Amelia. — Hola, Margaret, hola, señora Lacey. — ¡Ay, tú eres la nuera de O’Donnell! Chiquilla qué bien estás después de ¿cuántas criaturas llevas? — Tres. — Amelia rio un poquito, mientras Eillish alzaba las manitas para ponerle la corona. — Se le ponen conchas porque son la iconografía de Saint James, mami ¿sabes? Nos lo enseñó la señorita. — Anda, esta te ha salido a los abuelos. — Dijo Rosaline entre risas, y Amelia también se rio, acariciándole la cabeza a su hija. — Sí, pero es gracias a que su Margaret se lo enseña. Aunque mi Eillish está más que espabilada, la verdad. — Molly acarició los mofletes de la niña. — Es que con alumnas como Eillish, da gloria enseñar cositas. —
Justo entonces empezó la música a tocar un reel y Eillish dio un saltito. — ¡Es un reel de tres compases! ¡Usted nos enseñó a bailarlo! — La niña tiró de su mano. — Baile usted conmigo, señorita Lacey. — Ella sonrió apretando los labios, porque no estaba muy de ánimo. — Báilalo con tu hermano o con tu mamá, ella sabe bailarlo seguro. Yo tengo que hacer compañía a mi madre. — Ya iba la mencionada a intervenir, cuando Amelia dijo. — Yo me quedo con tu madre, ve a bailar con Eillish y diviértete un poco, mujer. — ¡Eso mismo digo yo! Así puedo hablar de niños con alguien. — Dijo su madre muy segura de sí misma. Ella miró a las dos mujeres y suspiró, negando con la cabeza. Sabía que solo buscaban su bien y… Bueno, tenía debilidad por esa niña. Así que con su corona de conchas y de la mano de Eillish, salió a bailar el reel, con esos pasos tan complicados, pero que a ella le salían tan naturales como respirar. Y según fue bailando de su mano, se fue animando y ya la amplia sonrisa apareció en su cara, como siempre que bailaba, y al terminar, estaba jadeando, pero considerablemente más contenta. Eillish se soltó de ella para agitar la mano y saludar a alguien, y cuando se giró, lo vio allí. Tenía que decir que, de entre todas las personas, el alquimista era el último que se esperaba ver allí. — Es mi tito Larry, es alquimista y no viene nunca porque está estudiando. — Sí… Si le conozco… De Hogwarts. — Y subió una mano, agitando los dedos para saludarle, sin perder esa sonrisa que ya se le había quedado puesta. — Igual por eso estaba mirando para acá. — Apuntó la niña, que no se le escapaba una. Sería Ravenclaw, como su tío.
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
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Lawrence • 25 de julio de 1953
No estaba nada convencido de aquello, pero bueno. Lo iba a intentar por dos motivos: el primero y fundamental, para callar a su familia, porque aún le quedaba un verano por delante en ese pueblo y no tenía necesidad de escucharles decirle todos los días que hay que ver que no se había disculpado; el segundo, porque bueno... Tampoco pasaba nada si se disculpaba con una chica que, según últimas informaciones, no estaba pasando por un buen momento. Al fin y al cabo, él era un hombre correcto y educado, qué menos. Tampoco es que él hubiera estado muy fino el otro día, ahora que lo miraba en perspectiva.
Se acercó hacia donde estaba, pero se quedó a un lado, mirándola a lo lejos. Estaba bailando con su sobrina y se la veía alegre, desde luego más alegre que el día que la conoció en la biblioteca, y la niña parecía encantada con ella. Antes de que le diera tiempo siquiera a perderse en sus divagaciones, una voz en su hombro le hizo sobresaltarse. - No muerde. - Chistó, girándose para mirarle con mala cara. - ¿Me vas a dejar tranquilo? - Venga, Larry, ya en serio: eres lo suficientemente listo como para saber que, al paso que va, te vas a convertir en un viejo gruñón con la vista cansada de tanto leer en... ¿Cinco años? - ¿Y se supone que estás hablando en serio? Pues sí. - Su hermano señaló a Margaret en la lejanía. - Esa chica es guapa, es alegre, y seguro que hoy está especialmente sensible. Uno no deja escapar una oportunidad así. - Por Dios... - Murmuró, rodando los ojos. - No puedo atarme a una chica del pueblo, Cletus. Ni puedo ni quiero. ¿Es que no te enteras de que...? - Sí, que tienes una importantísima beca con un alquimista de Estambul. Larry, de verdad, tienes tiempo de sobra para hacer esas cosas. Diviértete. Vale, no te cases si no quieres, pero date una alegría al menos. - Le dio un escalofrío. - De verdad, en qué términos hablas. - Oh, disculpe, señor, no le quisiera yo escandalizar. Inténtalo con Margaret, y si te da calabazas, al menos ya habrás roto el hielo, lo vuelves a intentar con otra. ¡Espabila, hermanito! Que te quedas soltero. - Hay cosas más importantes en la vida que casarse, ¿sabes? - Que sí, que lo que tú digas. Hazme caso y espabila. Me lo agradecerás algún día. - Y ya, por fin, se fue.
Nada más acercarse, su sobrina le detectó y le saludó enérgicamente. Él sonrió y devolvió el saludo. La mujer también le saludó, y algo más tímidamente devolvió el saludo. - ¡Tito! Esta es Molly, es mi profe. - ¿Molly? ¿No es la Señorita Lacey? - Bromeó, mirando a su sobrina aunque levemente de reojo a la mujer. La niña rodó los ojos con una sonrisilla. - Sí, es la Señorita Lacey, pero me deja que la llame Molly cuando no estamos en clase. - Ah, bien bien. - Dice que te conoce de Hogwarts. - Frunció los labios, se los mojó levemente y alzó la mirada a ella. - ¿No me digas? - Ya sé: tú no te acuerdas de ella porque eres mayor y pasabas mucho tiempo estudiando. - Miró a la niña con un punto ofendido, y esta empezó a reírse descaradamente. - ¡Eh! ¿Qué forma es esa de hablarle a tu tío? - Pero Eillish ya había salido corriendo de allí. Esa niña había sacado un poco de cada miembro de su familia: era inteligente como él y sus padres, adorable como Amelia y con el puntito de mala idea de Cletus. Te lanzaba una de esas cuando menos lo esperabas.
Negó con la cabeza, con un suspiro y una sonrisa de lado, y miró a Margaret. - Hemos vuelto a coincidir. Me alegro de verla. - Saludó cortesmente. Miró a los lados y rio con suavidad. - No sabía que bailara usted tan bien. ¿Lo aprendió en esas fiestas de Hogwarts que el prefecto de Ravenclaw arruinaba? - Dijo en tono de broma, pero ya se planteó si quizás sonara a reproche. Hizo una mueca ladeando los labios, bajó la mirada y dijo. - Lo siento, no estoy acostumbrado a hablar con gente normal. Ni a venir a fiestas. - Rio un poco. Vaya si estaba quedando mal. Se rascó un poco los rizos, echando aire entre los labios, y dijo con un punto de timidez, tratando de sonar lo más educado y correcto posible. - Creo que el otro día no estuve especialmente acertado... Lo siento. - Miró a su sobrina, que ya estaba por ahí jugando con otros niños, y la señaló con un leve gesto de la mano. - A la vista está que ha conectado usted muy bien con su alumnado. -
Se acercó hacia donde estaba, pero se quedó a un lado, mirándola a lo lejos. Estaba bailando con su sobrina y se la veía alegre, desde luego más alegre que el día que la conoció en la biblioteca, y la niña parecía encantada con ella. Antes de que le diera tiempo siquiera a perderse en sus divagaciones, una voz en su hombro le hizo sobresaltarse. - No muerde. - Chistó, girándose para mirarle con mala cara. - ¿Me vas a dejar tranquilo? - Venga, Larry, ya en serio: eres lo suficientemente listo como para saber que, al paso que va, te vas a convertir en un viejo gruñón con la vista cansada de tanto leer en... ¿Cinco años? - ¿Y se supone que estás hablando en serio? Pues sí. - Su hermano señaló a Margaret en la lejanía. - Esa chica es guapa, es alegre, y seguro que hoy está especialmente sensible. Uno no deja escapar una oportunidad así. - Por Dios... - Murmuró, rodando los ojos. - No puedo atarme a una chica del pueblo, Cletus. Ni puedo ni quiero. ¿Es que no te enteras de que...? - Sí, que tienes una importantísima beca con un alquimista de Estambul. Larry, de verdad, tienes tiempo de sobra para hacer esas cosas. Diviértete. Vale, no te cases si no quieres, pero date una alegría al menos. - Le dio un escalofrío. - De verdad, en qué términos hablas. - Oh, disculpe, señor, no le quisiera yo escandalizar. Inténtalo con Margaret, y si te da calabazas, al menos ya habrás roto el hielo, lo vuelves a intentar con otra. ¡Espabila, hermanito! Que te quedas soltero. - Hay cosas más importantes en la vida que casarse, ¿sabes? - Que sí, que lo que tú digas. Hazme caso y espabila. Me lo agradecerás algún día. - Y ya, por fin, se fue.
Nada más acercarse, su sobrina le detectó y le saludó enérgicamente. Él sonrió y devolvió el saludo. La mujer también le saludó, y algo más tímidamente devolvió el saludo. - ¡Tito! Esta es Molly, es mi profe. - ¿Molly? ¿No es la Señorita Lacey? - Bromeó, mirando a su sobrina aunque levemente de reojo a la mujer. La niña rodó los ojos con una sonrisilla. - Sí, es la Señorita Lacey, pero me deja que la llame Molly cuando no estamos en clase. - Ah, bien bien. - Dice que te conoce de Hogwarts. - Frunció los labios, se los mojó levemente y alzó la mirada a ella. - ¿No me digas? - Ya sé: tú no te acuerdas de ella porque eres mayor y pasabas mucho tiempo estudiando. - Miró a la niña con un punto ofendido, y esta empezó a reírse descaradamente. - ¡Eh! ¿Qué forma es esa de hablarle a tu tío? - Pero Eillish ya había salido corriendo de allí. Esa niña había sacado un poco de cada miembro de su familia: era inteligente como él y sus padres, adorable como Amelia y con el puntito de mala idea de Cletus. Te lanzaba una de esas cuando menos lo esperabas.
Negó con la cabeza, con un suspiro y una sonrisa de lado, y miró a Margaret. - Hemos vuelto a coincidir. Me alegro de verla. - Saludó cortesmente. Miró a los lados y rio con suavidad. - No sabía que bailara usted tan bien. ¿Lo aprendió en esas fiestas de Hogwarts que el prefecto de Ravenclaw arruinaba? - Dijo en tono de broma, pero ya se planteó si quizás sonara a reproche. Hizo una mueca ladeando los labios, bajó la mirada y dijo. - Lo siento, no estoy acostumbrado a hablar con gente normal. Ni a venir a fiestas. - Rio un poco. Vaya si estaba quedando mal. Se rascó un poco los rizos, echando aire entre los labios, y dijo con un punto de timidez, tratando de sonar lo más educado y correcto posible. - Creo que el otro día no estuve especialmente acertado... Lo siento. - Miró a su sobrina, que ya estaba por ahí jugando con otros niños, y la señaló con un leve gesto de la mano. - A la vista está que ha conectado usted muy bien con su alumnado. -
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II. Un buen día |
Lawrence • 25 de julio de 1953
En cuanto Lawrence se acercó, Eillish la presentó apresuradamente. Parecía bueno con sus sobrinos, y que tomaba un poco de tierra cuando estaba con los niños. sonrió con ternura y acarició la cabeza de la chiquilla, conteniéndose la risa cuando dijo lo de que siempre estaba estudiando. Ella se encogió de hombros y alzó las cejas. — No sé de dónde ha podido sacar semejante información. — Dijo parpadeando y con tono de broma. No, realmente no había sido ella, pero ese comentario llevaba toda la marca de Cletus. Eillish salió dando saltitos por ahí y ella le dijo. — Adiós, eh. Ya no quieres bailar más el reel conmigo. — Y se echó a reír justo después guiñándole un ojo.
Alzó la mirada para enfocar a Lawrence y mantuvo la sonrisa. — Es difícil no acabar coincidiendo en este pueblo, y menos cuando hay una fiesta. Lo cierto es que… No tenía muchas ganas de venir, pero para una vez que mi madre quiere salir, no iba a decirle que no. Está ahí, con tu cuñada, hablando de cosas de… Madres. — Dijo con un suspiro. Iba a decir “de señoras casadas”, pero no le apetecía sacar ese tema, porque probablemente a esas alturas, algún buen samaritano le habría contado ya la trágica historia a Lawrence. Abrió más los ojos con aquella alabanza. — ¡Oh! Gracias. — Pero ya luego tuvo que echar el tirito, aunque le hizo gracia. — No, no, mi padre y mis hermanos me enseñaron. Mi hermano Arnold se quejaba mucho cuando le pisaba, así que al final una acaba aprendiendo. — Rio otro poco y miró alrededor. — Ya, ya me imagino que este no es el típico ambiente de un laboratorio estatal. Pero si te dejas llevar un poquito acaba siendo divertido. Puedes pedirle una de estas a tu sobrina y ya integrarte del todo. — Dijo señalando la corona de su cabeza.
Aun así, le veía como incómodo o nervioso. ¿Por qué se habría acercado a ella si no se iba a sentir a gusto? Ah no. Que era que estaba disculpándose. Ciertamente no lo esperaba para nada (bueno, es que ni siquiera le esperaba ahí) pero puso una sonrisa comprensiva y se enrojeció un poco, porque notó las mejillas calentarse. Lo del alumnado le tuvo que hacer gracia, porque redicho era un rato, y eso no se le quitaba. — Sí, bueno yo tampoco me porté como debe una bibliotecaria de categoría. — Soltó un poco de aire por la nariz y se frotó los ojos. — No llevo la mejor semana de mi vida tampoco. Pero no es excusa. — Dejó caer los brazos y le miró. — Mira, acepto tus disculpas con dos condiciones. Deja de llamarme de usted, por favor. Ni tu sobrina me llama de usted, ya la has visto. Igual esa es la clave de lo de “conectar con el alumnado” — Dijo haciendo las comillas con los dedos. — Y dos… Invítame a una cerveza ahí. — Dijo señalando al puesto de bebidas. — Tú y yo. A ti no te gustan las fiestas, y yo paso un poco de la gente en este momento. Así tú me cuentas qué hace un alquimista de verdad y yo te demuestro que puedo ser mucho más amable que el otro día. — Se acercó riendo y agitando su falda hacia el puesto de bebidas. — Igual hago que te guste esto y todo. —
Alzó la mirada para enfocar a Lawrence y mantuvo la sonrisa. — Es difícil no acabar coincidiendo en este pueblo, y menos cuando hay una fiesta. Lo cierto es que… No tenía muchas ganas de venir, pero para una vez que mi madre quiere salir, no iba a decirle que no. Está ahí, con tu cuñada, hablando de cosas de… Madres. — Dijo con un suspiro. Iba a decir “de señoras casadas”, pero no le apetecía sacar ese tema, porque probablemente a esas alturas, algún buen samaritano le habría contado ya la trágica historia a Lawrence. Abrió más los ojos con aquella alabanza. — ¡Oh! Gracias. — Pero ya luego tuvo que echar el tirito, aunque le hizo gracia. — No, no, mi padre y mis hermanos me enseñaron. Mi hermano Arnold se quejaba mucho cuando le pisaba, así que al final una acaba aprendiendo. — Rio otro poco y miró alrededor. — Ya, ya me imagino que este no es el típico ambiente de un laboratorio estatal. Pero si te dejas llevar un poquito acaba siendo divertido. Puedes pedirle una de estas a tu sobrina y ya integrarte del todo. — Dijo señalando la corona de su cabeza.
Aun así, le veía como incómodo o nervioso. ¿Por qué se habría acercado a ella si no se iba a sentir a gusto? Ah no. Que era que estaba disculpándose. Ciertamente no lo esperaba para nada (bueno, es que ni siquiera le esperaba ahí) pero puso una sonrisa comprensiva y se enrojeció un poco, porque notó las mejillas calentarse. Lo del alumnado le tuvo que hacer gracia, porque redicho era un rato, y eso no se le quitaba. — Sí, bueno yo tampoco me porté como debe una bibliotecaria de categoría. — Soltó un poco de aire por la nariz y se frotó los ojos. — No llevo la mejor semana de mi vida tampoco. Pero no es excusa. — Dejó caer los brazos y le miró. — Mira, acepto tus disculpas con dos condiciones. Deja de llamarme de usted, por favor. Ni tu sobrina me llama de usted, ya la has visto. Igual esa es la clave de lo de “conectar con el alumnado” — Dijo haciendo las comillas con los dedos. — Y dos… Invítame a una cerveza ahí. — Dijo señalando al puesto de bebidas. — Tú y yo. A ti no te gustan las fiestas, y yo paso un poco de la gente en este momento. Así tú me cuentas qué hace un alquimista de verdad y yo te demuestro que puedo ser mucho más amable que el otro día. — Se acercó riendo y agitando su falda hacia el puesto de bebidas. — Igual hago que te guste esto y todo. —
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II. Un buen día |
Lawrence • 25 de julio de 1953
Frunció un poco los labios, pero al final se le escapó una leve risa. "Cosas de madres", ya, básicamente de lo que hablaban su cuñada y su propia madre todo el tiempo, así que dedujo que también lo hablaría con la madre de Margaret. Escuchó la historia de como aprendió a bailar y puso expresión de pensárselo, aunque un poco falsa, a lo de la corona de flores. - Creo que no me pega mucho. - Aseguró. - A ti te queda indudablemente mejor. - Vaya, ¿acababa de soltar un piropo? No era su intención. Bueno, sí, pero no. No quería que Margaret pensaba que iba allí a cortejarla. ¡Maldito Cletus! Le había tenido que meter ideas raras en la cabeza, con lo tranquilo que él iba... Bueno, tranquilo tranquilo, tampoco, pero con la conciencia tranquila sí, al menos.
Frunció de nuevo los labios, aunque esta vez en expresión comprensiva. Probablemente la chica no tuviera muchas ganas de hablar de donde podría estar hoy en lugar de en esa fiesta, e igualmente él acababa de enterarse, así que no era un tema que dominara mucho. Prefería no hablar de cosas que no dominaba. Había bajado educadamente la mirada, pero la subió un tanto sorprendido cuando le dijo que le pedía dos condiciones. Rio con la primera. - Está bien... Aunque yo no soy su alumno, pero está bien. - Bromeó. Ciertamente, para él que otra persona no la llamara de usted no era pretexto para no hacerlo él, pero sí que se veía un poco ridículo haciéndolo cuando ni los niños la llamaban así. Al fin y al cabo, tenían casi la misma edad. - Solo no me queda claro su apelativo de preferencia: ¿Señorita Lacey, aunque la tutee, Margaret o Molly? - El último le parecía demasiado coloquial, pero ya que hablaban de como la llamaba su sobrina...
El segundo debió hacer que se sonrojara, estaba seguro, lo notaba en las mejillas. Miró donde le señalaba y luego a ella levemente desconcertado. No es como que beber cerveza fuera lo más descabellado que podía hacerse en una fiesta, pero... Nunca había invitado a una chica a beber alcohol, así, tan directamente. En Irlanda lo tenían peligrosamente normalizado, pero en otros países podría considerarse bastante atrevido o incluso maleducado... Parecía que estaba sintiendo el dolor de la colleja que le daría su madre si le oyera decir eso, junto a un "pero tú eres irlandés" de regalo.
Rio un tanto tímidamente y volvió a poner una expresión pensativa. - Supongo que me encuentro fuera de la categoría "gente". - Volvió a bromear. La gente no siempre pillaba sus bromas, porque Lawrence se agarraba a una palabra suelta para soltar una alegoría intelectual que solo le hacía gracia a él. Carraspeó un poco para reconducir. Fue a asentir y a confirmar que estaba de acuerdo, cuando ella se movió, agitando su falda y sonriendo, diciendo que podía hacer que le gustara aquello. Sonrió levemente. Por lo pronto, ya me gusta más de lo que pensaba, se sorprendió pensando. Quizás su familia tenía razón, y una fiesta de vez en cuando no estaba mal. Vaya, Lawrence diciendo que irse a beber con una Gryffindor en una verbena "no estaba mal". Quién le había visto y quien le veía...
Pidió dos pintas tan pronto se acercaron a la barra y se apoyó en uno de los taburetes, con un pie reposando sobre la barra entre las patas, mirando a la chica aunque con la mirada levemente esquiva. Sonreía mucho y esa corona de flores le daba un aspecto muy... Algo, agradable, podía decirse. Le daba un poco de vergüenza mirarla directamente, no sabía por qué. Igualmente, él era tan respetuoso y estaba acostumbrado a tratar con gente tan importante, que siempre miraba con educación y cortesía. - Hacer que esto me guste sería una epopeya digna de un Gryffindor, se lo... Te lo advierto. - Corrigió a mitad de camino, riendo un poco justo después. - Y hablar en una fiesta de lo que hace un alquimista de verdad suena muy Ravenclaw hasta para mí. - Ladeó varias veces la cabeza, pensativo. - Pero supongo que lo puedo intentar, igual que tú puedes intentar hacer que esto me guste. - Amplió la sonrisa y dijo. - ¿Qué quieres saber? -
Frunció de nuevo los labios, aunque esta vez en expresión comprensiva. Probablemente la chica no tuviera muchas ganas de hablar de donde podría estar hoy en lugar de en esa fiesta, e igualmente él acababa de enterarse, así que no era un tema que dominara mucho. Prefería no hablar de cosas que no dominaba. Había bajado educadamente la mirada, pero la subió un tanto sorprendido cuando le dijo que le pedía dos condiciones. Rio con la primera. - Está bien... Aunque yo no soy su alumno, pero está bien. - Bromeó. Ciertamente, para él que otra persona no la llamara de usted no era pretexto para no hacerlo él, pero sí que se veía un poco ridículo haciéndolo cuando ni los niños la llamaban así. Al fin y al cabo, tenían casi la misma edad. - Solo no me queda claro su apelativo de preferencia: ¿Señorita Lacey, aunque la tutee, Margaret o Molly? - El último le parecía demasiado coloquial, pero ya que hablaban de como la llamaba su sobrina...
El segundo debió hacer que se sonrojara, estaba seguro, lo notaba en las mejillas. Miró donde le señalaba y luego a ella levemente desconcertado. No es como que beber cerveza fuera lo más descabellado que podía hacerse en una fiesta, pero... Nunca había invitado a una chica a beber alcohol, así, tan directamente. En Irlanda lo tenían peligrosamente normalizado, pero en otros países podría considerarse bastante atrevido o incluso maleducado... Parecía que estaba sintiendo el dolor de la colleja que le daría su madre si le oyera decir eso, junto a un "pero tú eres irlandés" de regalo.
Rio un tanto tímidamente y volvió a poner una expresión pensativa. - Supongo que me encuentro fuera de la categoría "gente". - Volvió a bromear. La gente no siempre pillaba sus bromas, porque Lawrence se agarraba a una palabra suelta para soltar una alegoría intelectual que solo le hacía gracia a él. Carraspeó un poco para reconducir. Fue a asentir y a confirmar que estaba de acuerdo, cuando ella se movió, agitando su falda y sonriendo, diciendo que podía hacer que le gustara aquello. Sonrió levemente. Por lo pronto, ya me gusta más de lo que pensaba, se sorprendió pensando. Quizás su familia tenía razón, y una fiesta de vez en cuando no estaba mal. Vaya, Lawrence diciendo que irse a beber con una Gryffindor en una verbena "no estaba mal". Quién le había visto y quien le veía...
Pidió dos pintas tan pronto se acercaron a la barra y se apoyó en uno de los taburetes, con un pie reposando sobre la barra entre las patas, mirando a la chica aunque con la mirada levemente esquiva. Sonreía mucho y esa corona de flores le daba un aspecto muy... Algo, agradable, podía decirse. Le daba un poco de vergüenza mirarla directamente, no sabía por qué. Igualmente, él era tan respetuoso y estaba acostumbrado a tratar con gente tan importante, que siempre miraba con educación y cortesía. - Hacer que esto me guste sería una epopeya digna de un Gryffindor, se lo... Te lo advierto. - Corrigió a mitad de camino, riendo un poco justo después. - Y hablar en una fiesta de lo que hace un alquimista de verdad suena muy Ravenclaw hasta para mí. - Ladeó varias veces la cabeza, pensativo. - Pero supongo que lo puedo intentar, igual que tú puedes intentar hacer que esto me guste. - Amplió la sonrisa y dijo. - ¿Qué quieres saber? -
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Lawrence • 25 de julio de 1953
Rio un poco a lo de que le quedaba indudablemente mejor. Solo el prefecto O’Donnell podía hacer un halago tan… Diplomático. — Margaret. — Dijo alzando las cejas con una sonrisa. — Antes de que te de un infarto de tanta informalidad. — Encogió un hombro y sacudió la cabeza. — Y… A lo mejor te ganas llamarme Molly y, quién sabe, incluso ser mi alumno en algo que no sea la alquimia. ¿Qué tal cocinas? — Levantó la mano. — Sin usar transmutaciones. — Especificó. — Yo hago de todo, te puedo enseñar. —
Se alegró más de lo que esperaba de que aceptara su propuesta y por verle de mejor ánimo que el otro día. Rio a lo de gente. — Tú me has llamado a mí “normal” y eso puede ser un poco feo también. — Señaló, sin dejar de reírse. — Tu eres gente que ya no es del pueblo, que no se sabe mi vida al milímetro y que me juzga por no tener más de un Harmonices Mundi y no por… —Apretó los labios y se encogió de hombros. — Otras cosas. —
Se sentaron y, hasta que les trajeron la cerveza, se dedicó a buscar la mirada de Lawrence, que parecía estar en todas partes menos en ella. — No me huyas, prefecto O’Donnell. — Dijo con una risita. — Tienes unos ojos muy bonitos, no los escondas. — Comentó divertida. Así se hace un halago, Lawrence, apunta para la próxima. Bueno, si es que había próxima y no estaba simplemente siendo simpático esa tarde y luego volvía a los libros. Se giró para tener localizada a su madre, que se reía con Amelia sin parar de mirarles, y saludó. Empezaba a pensar que todo esto estaba conectado. Las cervezas llegaron, justo cuando Lawrence parecía recuperar la capacidad de hablar. Ella se encogió de hombros y se encogió de hombros. — Nos gustan los retos sí… Pero bien planteados. — Dijo, girándose hacia él totalmente en el taburete. — A ver, ¿cuánto te quedas? Y más importante, ¿cuánto tiempo estás dispuesto a no estar estudiando? Porque Irlanda no se conoce por los libros. Irlanda hay que vivirla y sentirla… Luego se te mete en la piel… Y ya no se va jamás. Allá donde vayas, llevas Irlanda contigo. — Aseguró. Cogió la pinta y la levantó para brindar. — Slaínte. — Dijo guiñando un ojo. Le dio un traguito y la volvió a dejar en la barra. — ¿Que qué quiero saber? De todo. — Se rio. — ¿Cómo es la vida de alquimista? ¿Cómo trabajas exactamente? ¿De qué va lo de los rangos? Y sobre todo… — ¿Por qué eso te hace irte lejos del pueblo? No, esa pregunta no era adecuada, y no sabía ni lo que hacía en su cabeza. — ¿Por qué la elegiste? —
Se alegró más de lo que esperaba de que aceptara su propuesta y por verle de mejor ánimo que el otro día. Rio a lo de gente. — Tú me has llamado a mí “normal” y eso puede ser un poco feo también. — Señaló, sin dejar de reírse. — Tu eres gente que ya no es del pueblo, que no se sabe mi vida al milímetro y que me juzga por no tener más de un Harmonices Mundi y no por… —Apretó los labios y se encogió de hombros. — Otras cosas. —
Se sentaron y, hasta que les trajeron la cerveza, se dedicó a buscar la mirada de Lawrence, que parecía estar en todas partes menos en ella. — No me huyas, prefecto O’Donnell. — Dijo con una risita. — Tienes unos ojos muy bonitos, no los escondas. — Comentó divertida. Así se hace un halago, Lawrence, apunta para la próxima. Bueno, si es que había próxima y no estaba simplemente siendo simpático esa tarde y luego volvía a los libros. Se giró para tener localizada a su madre, que se reía con Amelia sin parar de mirarles, y saludó. Empezaba a pensar que todo esto estaba conectado. Las cervezas llegaron, justo cuando Lawrence parecía recuperar la capacidad de hablar. Ella se encogió de hombros y se encogió de hombros. — Nos gustan los retos sí… Pero bien planteados. — Dijo, girándose hacia él totalmente en el taburete. — A ver, ¿cuánto te quedas? Y más importante, ¿cuánto tiempo estás dispuesto a no estar estudiando? Porque Irlanda no se conoce por los libros. Irlanda hay que vivirla y sentirla… Luego se te mete en la piel… Y ya no se va jamás. Allá donde vayas, llevas Irlanda contigo. — Aseguró. Cogió la pinta y la levantó para brindar. — Slaínte. — Dijo guiñando un ojo. Le dio un traguito y la volvió a dejar en la barra. — ¿Que qué quiero saber? De todo. — Se rio. — ¿Cómo es la vida de alquimista? ¿Cómo trabajas exactamente? ¿De qué va lo de los rangos? Y sobre todo… — ¿Por qué eso te hace irte lejos del pueblo? No, esa pregunta no era adecuada, y no sabía ni lo que hacía en su cabeza. — ¿Por qué la elegiste? —
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II. Un buen día |
Lawrence • 25 de julio de 1953
Asintió. Margaret le parecía bien, aunque el comentario posterior le hizo ladear la cabeza y mirarla con cara de circunstancias. Vale, al parecer esa chica tenía que meterse con él a cada frase que decía. Pues Larry era un no parar de meter la pata en cuanto a hablar con chicas se tratara, así que aquello iba a ser un espectáculo digno de ver. Eso sí, lo siguiente que dijo le hizo soltar una carcajada. - Dejémoslo en que sé sobrevivir, y siempre y cuando tengo las cantidades exactas de las recetas. Soy alquimista, me baso en exactitudes, para lo mío hay que ser muy preciso... - Ladeó varias veces la cabeza. - Viajo mucho, me he tenido que buscar la vida cocinando alguna que otra ver por supervivencia y aún no me he muerto, así que... Deduzco que bien. - De las veces que había acabado vomitando por lo incomestible o saltándose alguna comida no era necesario hablar. Suspiró. - Prohibirnos las transmutaciones es cruel. E igualmente no suelo comerme lo que transmuto. - Ladeó una sonrisa y, con un tono un poco más bajo, finalizó. - Pero podría venirme bien que me enseñaran. - Lo dicho, para poder sobrevivir.
Se encogió un poco y fue a disculparse por eso de que su "normal" hubiera sonado feo, pero la dejó seguir, y lo que dijo a continuación le hizo fruncir los labios. Soltó una muda risa por lo del Harmonices Mundi, y tras unos segundos de silencio se animó a responder. - Jamás pensé que diría esto, pero... Si eso es así, me alegro de no saber algo al milímetro. - Sonrió levemente, aunque con la mirada retirada. Eso de mirar a los ojos cuando se hablaba de cosas intensas no se le terminaba de dar bien. - Nadie debería juzgarte, Margaret. Cada uno hace con su vida lo que quiere. Tú educas a las nuevas mentes de este pueblo para que vayan lo más preparadas posible a Hogwarts, y yo hago grandes descubrimientos para el mundo mientras intento no morir de una indigestión en el proceso. - Bromeó levemente, aunque... Quería decirle con sinceridad que le parecía una buena mujer, que hacía una gran obra para su pueblo, y que si lo peor que él le había detectado era que le faltaba un libro pues... Tan mala no podría ser.
Su petición le hizo sobresaltarse. - ¿Eh? No, si estoy aquí. - Dijo ridículamente nervioso. Le estaba huyendo la mirada, efectivamente, pero no lo hacía a posta. Él se relacionaba con mucha gente, mujeres y hombres (bueno, lo cierto es que más del noventa y cinco por ciento de sus compañeros eran hombres), pero todos eran intelectuales, en su inmensa mayoría mayores que él, alquimistas, investigadores, gente del gobierno, gente de prestigio. No una chica guapa del pueblo... Espera, ¿había pensado "chica guapa del pueblo"? ¿Qué te pasa, Lawrence? Lo dicho, ese lugar le hacía menguar en inteligencia, a la vista estaba.
Pero claro, es que, para rematarlo, la "chica guapa del pueblo" acababa de decirle que tenía unos ojos bonitos. En contra de lo que le pidió, miró a otra parte, porque se le había escapado una risa por el halago. - Ya no es cocinar lo único que se te da mejor que a mí... Voy a salir de aquí hundido. - Muy bien, Lawrence. Ella te dice que tienes los ojos bonitos, y tú le respondes que te va a hundir. Carraspeó. - Gracias. - Sí, mejor un cortés "gracias" que una tontería de semejantes dimensiones. Dio un sorbo a la cerveza y, afortunadamente, fue ella la que se puso a hablar. Sus comentarios le hicieron reír, y también le gustó la forma en que se giró hacia él en el taburete, tan alegre y desenfadada. Esa chica era divertida y... Distinta. Desde luego, muy distinta a él. Brindó con ella y se aclaró un poco la garganta para responder a sus preguntas. - No sé cuánto me quedaré, mi familia intenta retenerme todas las vacaciones, pero entra en mis planes irme antes. - Respiró hondamente. - No me entiendas mal, les adoro, pero... - Esto se me queda pequeño, no iba a decir eso otra vez, la chica le iba a coger manía de tanto criticar al pueblo. Además, Margaret adoraba aquello, se notaba en la forma en la que hablaba de Irlanda... Era tan bonita su manera de expresarse, de vivirla, que si bien él no la compartía, le hizo sonreír. - Me encantaría vivirla así. - Dijo sin pensarlo mucho. Se tocó un poco el pelo en un gesto levemente nervioso, como queriendo matizar. - Supongo que soy demasiado mente Ravenclaw y... No me sale natural eso de "sentir las cosas en la piel" y vivirlas... Otra cosa que me podrías enseñar. - Hala, y eso sí que se le escapó. No sabía ni lo que había querido decir. De seguro no había querido decir lo que parecía que había querido decir. Si es que eso le pasaba por ir a fiestas.
Se le escapó una risa nerviosa. - Lo dicho, demasiado Ravenclaw. - Bebió otra vez, aunque su batería de preguntas le hicieron reír. - ¿Cuánto tiempo dices que tienes? - Bromeó. - Si estuviera aquí mi hermano Cletus, ahora mismo te estaría diciendo que estás loca por sacarme todos estos temas. Parece que lo estoy viendo. "¿¿Qué has hecho, Margaret Lacey??", como si te hubieras lanzado por un acantilado. - Rio. - Me temo que no puedo contestarte a las primeras preguntas sin contestarte a la última, para empezar. No tendría ningún sentido. - Tomó aire profundamente y ahora fue él quien se giró hacia ella. Para hablar de alquimia sí tenía habilidades, ahí sí podía mantener la mirada. Ahí sí podía parecer hasta un hombre interesante. - La alquimia es la ciencia de la creación, la magia de hacer posible lo imposible. No tiene límites, y cuando la haces, sientes que tienes todo el poder que se puede tener en tus manos. No poder ambicioso, es decir... Algunos la enfocan así. Pero yo no. La elegí porque la alquimia es conocimiento, es todo el conocimiento que puede un ser humano tener, y verlo emerger solo por hacer así. - Juntó sus manos, dejando una pausa. Luego las separó y sonrió. - Nunca he puesto límites a mi aprendizaje, y un buen alquimista debe saber básicamente de... Todo. Es la ciencia del Todo. Todos los libros, todas las plantas, todos los minerales, toda... La existencia, la vida. Eso es. Por eso la he elegido. - Bajó la mirada y encogió un hombro. - Supongo que... Eso es lo que vive conmigo, lo que siento, lo que llevo en la piel. -
Se encogió un poco y fue a disculparse por eso de que su "normal" hubiera sonado feo, pero la dejó seguir, y lo que dijo a continuación le hizo fruncir los labios. Soltó una muda risa por lo del Harmonices Mundi, y tras unos segundos de silencio se animó a responder. - Jamás pensé que diría esto, pero... Si eso es así, me alegro de no saber algo al milímetro. - Sonrió levemente, aunque con la mirada retirada. Eso de mirar a los ojos cuando se hablaba de cosas intensas no se le terminaba de dar bien. - Nadie debería juzgarte, Margaret. Cada uno hace con su vida lo que quiere. Tú educas a las nuevas mentes de este pueblo para que vayan lo más preparadas posible a Hogwarts, y yo hago grandes descubrimientos para el mundo mientras intento no morir de una indigestión en el proceso. - Bromeó levemente, aunque... Quería decirle con sinceridad que le parecía una buena mujer, que hacía una gran obra para su pueblo, y que si lo peor que él le había detectado era que le faltaba un libro pues... Tan mala no podría ser.
Su petición le hizo sobresaltarse. - ¿Eh? No, si estoy aquí. - Dijo ridículamente nervioso. Le estaba huyendo la mirada, efectivamente, pero no lo hacía a posta. Él se relacionaba con mucha gente, mujeres y hombres (bueno, lo cierto es que más del noventa y cinco por ciento de sus compañeros eran hombres), pero todos eran intelectuales, en su inmensa mayoría mayores que él, alquimistas, investigadores, gente del gobierno, gente de prestigio. No una chica guapa del pueblo... Espera, ¿había pensado "chica guapa del pueblo"? ¿Qué te pasa, Lawrence? Lo dicho, ese lugar le hacía menguar en inteligencia, a la vista estaba.
Pero claro, es que, para rematarlo, la "chica guapa del pueblo" acababa de decirle que tenía unos ojos bonitos. En contra de lo que le pidió, miró a otra parte, porque se le había escapado una risa por el halago. - Ya no es cocinar lo único que se te da mejor que a mí... Voy a salir de aquí hundido. - Muy bien, Lawrence. Ella te dice que tienes los ojos bonitos, y tú le respondes que te va a hundir. Carraspeó. - Gracias. - Sí, mejor un cortés "gracias" que una tontería de semejantes dimensiones. Dio un sorbo a la cerveza y, afortunadamente, fue ella la que se puso a hablar. Sus comentarios le hicieron reír, y también le gustó la forma en que se giró hacia él en el taburete, tan alegre y desenfadada. Esa chica era divertida y... Distinta. Desde luego, muy distinta a él. Brindó con ella y se aclaró un poco la garganta para responder a sus preguntas. - No sé cuánto me quedaré, mi familia intenta retenerme todas las vacaciones, pero entra en mis planes irme antes. - Respiró hondamente. - No me entiendas mal, les adoro, pero... - Esto se me queda pequeño, no iba a decir eso otra vez, la chica le iba a coger manía de tanto criticar al pueblo. Además, Margaret adoraba aquello, se notaba en la forma en la que hablaba de Irlanda... Era tan bonita su manera de expresarse, de vivirla, que si bien él no la compartía, le hizo sonreír. - Me encantaría vivirla así. - Dijo sin pensarlo mucho. Se tocó un poco el pelo en un gesto levemente nervioso, como queriendo matizar. - Supongo que soy demasiado mente Ravenclaw y... No me sale natural eso de "sentir las cosas en la piel" y vivirlas... Otra cosa que me podrías enseñar. - Hala, y eso sí que se le escapó. No sabía ni lo que había querido decir. De seguro no había querido decir lo que parecía que había querido decir. Si es que eso le pasaba por ir a fiestas.
Se le escapó una risa nerviosa. - Lo dicho, demasiado Ravenclaw. - Bebió otra vez, aunque su batería de preguntas le hicieron reír. - ¿Cuánto tiempo dices que tienes? - Bromeó. - Si estuviera aquí mi hermano Cletus, ahora mismo te estaría diciendo que estás loca por sacarme todos estos temas. Parece que lo estoy viendo. "¿¿Qué has hecho, Margaret Lacey??", como si te hubieras lanzado por un acantilado. - Rio. - Me temo que no puedo contestarte a las primeras preguntas sin contestarte a la última, para empezar. No tendría ningún sentido. - Tomó aire profundamente y ahora fue él quien se giró hacia ella. Para hablar de alquimia sí tenía habilidades, ahí sí podía mantener la mirada. Ahí sí podía parecer hasta un hombre interesante. - La alquimia es la ciencia de la creación, la magia de hacer posible lo imposible. No tiene límites, y cuando la haces, sientes que tienes todo el poder que se puede tener en tus manos. No poder ambicioso, es decir... Algunos la enfocan así. Pero yo no. La elegí porque la alquimia es conocimiento, es todo el conocimiento que puede un ser humano tener, y verlo emerger solo por hacer así. - Juntó sus manos, dejando una pausa. Luego las separó y sonrió. - Nunca he puesto límites a mi aprendizaje, y un buen alquimista debe saber básicamente de... Todo. Es la ciencia del Todo. Todos los libros, todas las plantas, todos los minerales, toda... La existencia, la vida. Eso es. Por eso la he elegido. - Bajó la mirada y encogió un hombro. - Supongo que... Eso es lo que vive conmigo, lo que siento, lo que llevo en la piel. -
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II. Un buen día |
Lawrence • 25 de julio de 1953
Molly rio y le dio otro sorbo a la cerveza, alzando las cejas. — Cantidades exactas… No conozco ninguna receta que salga rica de verdad con cantidades exactas. — Se encogió de hombros. — Hay que ir probando, y la primera igual no te sale bien bien… Pero lo sigues intentando, hasta que lo manejas bien. — Dio otro trago a la cerveza y le señaló. — Pero los Ravenclaw no lleváis eso nada bien. Ni los alquimistas, ni los prefectos. Puf, lo tienes fatal con la cocina. — Dijo terminando con una risa sincera. Achicó los ojos para mirarle, sin perder la sonrisa y dijo. — Eso ha sonado a que cocinas fatal, Lawrence. — Y se echó a reír de nuevo.
Suspiró a lo de juzgar y perdió la vista por la fiesta. — Sí, bueno… Igual debería empezar por no juzgarme yo a mí misma. A veces soy mi peor enemiga. — Pues sí, porque estaba segura de su decisión, pero se sentía muy mal por Graham, y por haber llegado tan lejos con el compromiso y la boda y todo… Volvió a reírse con lo que dijo el hombre. — Sí… Me gustan mucho cuando son así más pequeños, y puedo sacarles al campo mismo a enseñarles las cosas… Alguna ventaja tenía que tener que fueran tan poquitos en este pueblo. —
Se rio muy fuerte cuando vio su reacción al piropo y chasqueó la lengua. — Oh, vamos, señor gran alquimista, ¿quieres decirme que no hay señoras alquimistas… Yo que sé… Francesas, o italianas o… Libanesas que te digan que tienes los ojos bonitos? — Negó con la cabeza. — Igual ni las escuchas. — Dedujo, guiñándole un ojo al camarero, que les acaba de dejar unas patatas entre ellos. Bien hecho, porque si no, Molly se achispaba a la mínima. — Venga, come patatas, que estas no dan indigestión y pocas cosas hay más irlandesas. — Le escuchó decir que su familia le retenía y miró de reojo a Amelia y su madre, que no dejaban de parlotear. — Ya… Me imagino que tu vida en general será más interesante que esto… — Se puso a dibujar distraídamente con el dedo en la barra. Ya, ¿en qué estaría pensando? Obviamente que Lawrence se iría de allí en cuanto pudiera, al fin y al cabo, es lo que había hecho todo ese tiempo, si casi ni se habían visto desde Hogwarts…
Alzó la mirada y sonrió. — Pues… Con que te quedes un poquito aquí, puedo enseñarte lo que es comida buena. ¡Tommy! — Llamó al camarero. — ¿Queda alguno de los pasteles del pastor que ha hecho mi madre? — El chicó asintió y le puso uno de los pequeños platos de barro que usaba su madre con el pastel en él y dos tenedores. — Mi madre casi siempre hace los pasteles del pastor para las fiestas. Cada vecino pone lo que puede, pero a ella siempre le piden lo mismo. ¡Oh! Y a la tuya el licor de espino. Pero eso mejor lo probamos otro día, que ya se te está haciendo cuesta arriba la cerveza. — Dijo mirando significativamente su vaso y ofreciéndole un tenedor. — A mí aún no me sale tan rico… Pero dame tiempo. — Dijo, metiendo el tenedor y comiendo un trozo, deleitándose con ese sabor que conocía desde niña pero que nunca dejaba de sorprenderle.
Rio un poco, mientras comía, a lo de Cletus. — Sí, tu hermano se mete bastante contigo cuando tú no estás, pero le imitas muy bien. Solo te falta llamarme Molly, él lo hace. — Dijo riendo y entornando los ojos. — Pero yo creo que Irlanda le puede llegar al corazón a cualquiera. Y más a un irlandés. — Pero le interesaba más su respuesta sobre la alquimia. Escuchó, bastante hipnotizada, y estaba casi segura de que suspiró un poquito. — Guau, nunca me habían hablado de la alquimia así… — Ladeó la cabeza y sonrió. — Para serte sincera, creía que era la ciencia de los pretenciosos, esos que necesitaban ser siempre más que los demás y tal… — Se mordió los labios por dentro. — Pero así tal como la planteas… Puede que me interese. — Miró sus manos. — Especialmente lo de hacer así, porque me parece extremadamente difícil. — Tragó saliva y, un poco más triste de lo que le gustaría, pero aún sonriendo dijo. — Es buena disciplina para entender la vida, desde luego, si la planteas así... Y es eso lo que quieres de la vida. Tiene pinta de saber dar todas las respuestas, sobre todo hablando de cosas como "el Todo". Sí que lo llevas en la piel, se nota… — De hecho, no creo que tengas sitio para Irlanda, visto así… No. Era un ciudadano del mundo, él iría donde estuviera la alquimia, y allí no había tanto de eso.
— Yo, en modo vacaciones, puedo ofrecerte círculos de piedras, y lugares muy mágicos en general… Árboles de las hadas y eso… — Ahora se sentía como una niña pequeña hablando con un adulto. — Si… Te aburres mucho aquí… Antes de que te vayas te puedo enseñar algo. Bueno, si quieres hacer algo diferente y un poco más divertido… — ¿Divertido? Mi hermano no conoce esa palabra. — Sintió una mano en su hombro y se giró. — Hola, Cletus. — ¡Oh! ¿Es pastel de tu madre? — Le quitó el tenedor a Lawrence y pinchó un trozo, haciendo un sonido de gusto. — ¡Eh, Rosie! — Le gritó a su madre desde allí y se dio un beso en los dedos. — Divino como siempre. — Luego volvió a mirarles. — La mejor cocinera del pueblo, pero que no lo oiga mi madre. — Dejó de nuevo el tenedor frente a él. — y tú malgastándolo con este, que no reconoce la buena cocina irlandesa ni aunque se la pongas en las narices. — Rio un poco, robándoles un patata. — Es que he visto que estabas un poco perdido, hermano, y he venido a darte un par de pistas. — Levantó el índice. — Cuando uno está en la fiesta de Saint James con una mujer así — dijo señalándola de arriba abajo — soltera y entera, por cierto, querida, te sienta divina la soltería, por si no te lo habían dicho; lo que se tiene que hacer es invitarla a beber y luego a bailar. — Molly contuvo una risa y se tapó la boca. — No lo esperaba. — No, claro, porque eres una chica lista, Molls, pero uno es buen hermano y viene a dar pistas, porque solo tengo tres hijos, y con una ya has bailado. Te quedas sin O’Donnells. —
Suspiró a lo de juzgar y perdió la vista por la fiesta. — Sí, bueno… Igual debería empezar por no juzgarme yo a mí misma. A veces soy mi peor enemiga. — Pues sí, porque estaba segura de su decisión, pero se sentía muy mal por Graham, y por haber llegado tan lejos con el compromiso y la boda y todo… Volvió a reírse con lo que dijo el hombre. — Sí… Me gustan mucho cuando son así más pequeños, y puedo sacarles al campo mismo a enseñarles las cosas… Alguna ventaja tenía que tener que fueran tan poquitos en este pueblo. —
Se rio muy fuerte cuando vio su reacción al piropo y chasqueó la lengua. — Oh, vamos, señor gran alquimista, ¿quieres decirme que no hay señoras alquimistas… Yo que sé… Francesas, o italianas o… Libanesas que te digan que tienes los ojos bonitos? — Negó con la cabeza. — Igual ni las escuchas. — Dedujo, guiñándole un ojo al camarero, que les acaba de dejar unas patatas entre ellos. Bien hecho, porque si no, Molly se achispaba a la mínima. — Venga, come patatas, que estas no dan indigestión y pocas cosas hay más irlandesas. — Le escuchó decir que su familia le retenía y miró de reojo a Amelia y su madre, que no dejaban de parlotear. — Ya… Me imagino que tu vida en general será más interesante que esto… — Se puso a dibujar distraídamente con el dedo en la barra. Ya, ¿en qué estaría pensando? Obviamente que Lawrence se iría de allí en cuanto pudiera, al fin y al cabo, es lo que había hecho todo ese tiempo, si casi ni se habían visto desde Hogwarts…
Alzó la mirada y sonrió. — Pues… Con que te quedes un poquito aquí, puedo enseñarte lo que es comida buena. ¡Tommy! — Llamó al camarero. — ¿Queda alguno de los pasteles del pastor que ha hecho mi madre? — El chicó asintió y le puso uno de los pequeños platos de barro que usaba su madre con el pastel en él y dos tenedores. — Mi madre casi siempre hace los pasteles del pastor para las fiestas. Cada vecino pone lo que puede, pero a ella siempre le piden lo mismo. ¡Oh! Y a la tuya el licor de espino. Pero eso mejor lo probamos otro día, que ya se te está haciendo cuesta arriba la cerveza. — Dijo mirando significativamente su vaso y ofreciéndole un tenedor. — A mí aún no me sale tan rico… Pero dame tiempo. — Dijo, metiendo el tenedor y comiendo un trozo, deleitándose con ese sabor que conocía desde niña pero que nunca dejaba de sorprenderle.
Rio un poco, mientras comía, a lo de Cletus. — Sí, tu hermano se mete bastante contigo cuando tú no estás, pero le imitas muy bien. Solo te falta llamarme Molly, él lo hace. — Dijo riendo y entornando los ojos. — Pero yo creo que Irlanda le puede llegar al corazón a cualquiera. Y más a un irlandés. — Pero le interesaba más su respuesta sobre la alquimia. Escuchó, bastante hipnotizada, y estaba casi segura de que suspiró un poquito. — Guau, nunca me habían hablado de la alquimia así… — Ladeó la cabeza y sonrió. — Para serte sincera, creía que era la ciencia de los pretenciosos, esos que necesitaban ser siempre más que los demás y tal… — Se mordió los labios por dentro. — Pero así tal como la planteas… Puede que me interese. — Miró sus manos. — Especialmente lo de hacer así, porque me parece extremadamente difícil. — Tragó saliva y, un poco más triste de lo que le gustaría, pero aún sonriendo dijo. — Es buena disciplina para entender la vida, desde luego, si la planteas así... Y es eso lo que quieres de la vida. Tiene pinta de saber dar todas las respuestas, sobre todo hablando de cosas como "el Todo". Sí que lo llevas en la piel, se nota… — De hecho, no creo que tengas sitio para Irlanda, visto así… No. Era un ciudadano del mundo, él iría donde estuviera la alquimia, y allí no había tanto de eso.
— Yo, en modo vacaciones, puedo ofrecerte círculos de piedras, y lugares muy mágicos en general… Árboles de las hadas y eso… — Ahora se sentía como una niña pequeña hablando con un adulto. — Si… Te aburres mucho aquí… Antes de que te vayas te puedo enseñar algo. Bueno, si quieres hacer algo diferente y un poco más divertido… — ¿Divertido? Mi hermano no conoce esa palabra. — Sintió una mano en su hombro y se giró. — Hola, Cletus. — ¡Oh! ¿Es pastel de tu madre? — Le quitó el tenedor a Lawrence y pinchó un trozo, haciendo un sonido de gusto. — ¡Eh, Rosie! — Le gritó a su madre desde allí y se dio un beso en los dedos. — Divino como siempre. — Luego volvió a mirarles. — La mejor cocinera del pueblo, pero que no lo oiga mi madre. — Dejó de nuevo el tenedor frente a él. — y tú malgastándolo con este, que no reconoce la buena cocina irlandesa ni aunque se la pongas en las narices. — Rio un poco, robándoles un patata. — Es que he visto que estabas un poco perdido, hermano, y he venido a darte un par de pistas. — Levantó el índice. — Cuando uno está en la fiesta de Saint James con una mujer así — dijo señalándola de arriba abajo — soltera y entera, por cierto, querida, te sienta divina la soltería, por si no te lo habían dicho; lo que se tiene que hacer es invitarla a beber y luego a bailar. — Molly contuvo una risa y se tapó la boca. — No lo esperaba. — No, claro, porque eres una chica lista, Molls, pero uno es buen hermano y viene a dar pistas, porque solo tengo tres hijos, y con una ya has bailado. Te quedas sin O’Donnells. —
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II. Un buen día |
Lawrence • 25 de julio de 1953
No pudo evitar echarse a reír, aunque con la cabeza agachada y la mirada retirada, claramente ruborizado. - No hay demasiadas mujeres alquimistas, no. De ninguna nacionalidad, en general. Alguna que otra, pero creo que estamos todos mirando a la mesa la mayoría del tiempo. - Comentó entre risas, sin perder el rubor de las mejillas ni saber muy bien si estaba quedando bien en lo que decía o si estaba siendo sumamente ridículo. Es que se estaba oyendo a sí mismo fatal, ¿desde cuando era tan tonto hablando? Se recordaba más seguro. Claro que casi siempre estaba hablando de cosas de las que sabía muchísimo, no es como que estuviera muy acostumbrado a ligar... Espera, ¿estaba ligando? Bueno, en todo caso le estaban ligando a él, porque él estaba haciendo poco y mal. Maldito Cletus, ya había tenido que meterle ideas raras en la cabeza.
Rio otro poco, cogiendo una patata. Le iban a venir bien para desviar la atención del ridículo que sentía estar haciendo. - Reconozco que esto sí lo echo de menos. Me encantan las patatas. - Mientras masticaba pensó en lo que había dicho y se dio cuenta de que, una vez más, no había estado atinado con las palabras. - Por favor, no le digas a mi madre que he dicho que lo que más echo de menos de aquí son las patatas, le va a sentar fatal. - No pudo evitar reírse al acabar la frase. Y claro, el comentario de la chica sonó un tanto melancólico. Tragó saliva y, en vez de repararlo, se comió otra patata. Porque como hablara todavía lo empeoraba aún más. Si es que no sabes ser gracioso, Larry.
La atendió cuando empezó a hablar de las comidas de su madre, sonriente. Nada más ver la vasija de barro se activó un recuerdo en él. - Oh, no te lo vas a creer, pero creo que lo he probado. - Cogió un poco con el tenedor y, tras hacer un sonido de gusto al llevárselo a la boca, confirmó. - Definitivamente lo he probado. - Comentó con una risa. - Una de tantas estrategias de mi madre por retenerme aquí. "Mira, la Señora Lacey nos ha traído un poco de su pastel, está exquisito, a ver si por esas ciudades tan modernas por las que tú te mueves vas a encontrar algo semejante". - La imitó, riendo. - Y tiene razón, está buenísimo y no he probado nada parecido en ninguna otra parte. - Aunque, lo dicho, tampoco es como que hubiera invertido mucho tiempo en probar las comidas locales. En lo que masticaba tuvo que llevarse la mano a la boca porque le atacó una risa un poco absurda con el comentario del licor de espino. - Sí, mejor, que ya estoy metiendo demasiado la pata hoy. - Dijo sin pensar, y de hecho, menuda metedura de pata. Ladeó la cabeza. - ¿Ves lo que te digo? Hoy parece que no sé hablar. - ¿Sería la cerveza? No era la primera vez que bebía y nunca se había emborrachado, Lawrence valoraba mucho tener la mente despejada y parecía que su cuerpo se comportaba al respecto. Quizás fuera la presencia de Margaret... Ah, ¿qué sentido tenía eso?
La miró con una expresión que aunaba la sorpresa y la ofensa, ambas muy fingidas, cuando dijo que Cletus se metía mucho con él en su ausencia. Ni que no lo supiera, pero al menos esperaba que no tuviera el descaro de hacerlo delante de personas como Margaret... Bueno, de otras personas, en general. Ladeó la cabeza varias veces y no llegó a contestar. Irlanda podía llegar al corazón de cualquiera, más a un irlandés... No lo tenía él tan claro, después de tantos años no sentía ese sentimiento de pertenencia tan fuerte como el resto de personas que conocía de allí, como su familia o como Margaret, por ejemplo. Dudaba que fuera a sentirlo nunca, él era un ciudadano del mundo en general. Al menos, a la chica le gustó como hablaba de la alquimia, aunque su respuesta le hizo alzar una ceja y ladear una sonrisa, irguiéndose. - ¿Pretenciosos? ¿Acaba usted de llamarme "pretencioso", Molly? - Bromeó. Vio como juntaba las manos y Lawrence, que llevaba en sus genes corregir todo lo que no veía bien hecho, se inclinó un poco hacia ella y las tomó. - En realidad, es más como así. - Comentó, colocándoselas correctamente, y al hacerlo subió la mirada y se topó con sus ojos. Ups. La soltó, esbozó una sonrisa tímida y volvió a su sitio, dando un trago a su cerveza para disimular. ¿¿Pero qué haces, Larry?? ¿Tocar a una chica a la que apenas conoces? Y menuda excusa barata. ¡Eso te pasa por querer corregirlo todo! Encima le va a sentar mal, a la gente no le gusta que la corrijan. Ya se lo decía él todo, no necesitaba que nadie le regañara.
Al menos cambiaron un poco de tema. Sonrió tímidamente. - Suena bien. - Amplió la sonrisa y fue a contestar que le encantaría, porque ciertamente... ¿Sí, por qué no? Ver paisajes que había dado ya por más que vistos y poco interesantes, escuchar leyendas y reír un rato con esa chica tan simpática, con ese aire tan fresco. Unas vacaciones de verdad, fuera de su taller, donde pudiera ver algo que no fueran libros y círculos de transmutación. Volvería al trabajo con energías renovadas. Antes de poder contestar, sin embargo, fue interrumpido por su queridísimo hermano. Rodó los ojos y los posó sobre el tenedor que Cletus acababa de quitarle y ahora metía en el pastel, siguiendo el recorrido del mismo y negando con la cabeza. Apenas entrometido y maleducado, reprochó mentalmente. Ya se lo diría en persona cuando no estuviera Margaret delante. Se aclaró un poco la garganta y se cuadró, supuestamente con dignidad, en su asiento. - Que sepas que sí que lo he reconocido. - ¿No me digas? - Lo que oyes. - Dijo muy digno. Su hermano soltó una carcajada. - Míralo, hace media hora no se atrevía ni a hablar, y ahora ya está usando mentiras de ligoteo y todo. - ¡¡Cletus!! - Exclamó, visiblemente azorado, ya con las manos temblorosas. Se reajustó las gafas y miró (bueno, más bien se dirigió, porque tenía la mirada en la mesa) a Margaret. - No le hagas caso, dice muchas tonterías. - Es verdad, no llego a la altura del erudito. - Bromeó entre risas su hermanos, mientras Lawrence le miraba de reojo como si le quisiera matar.
Luego les robó también una patata y siguió hablando. Y lo que dijo solo lo empeoró. Se frotó la cara, avergonzado y rezando a Merlín porque enviara un rayo aunque fuera que hiciera callar a semejante bocazas. ¿Era posible la forma tan irrespetuosa de dirigirse a una señorita? Menos mal que Margaret tenía sentido del humor, pero vamos, eso no era excusa ninguna para hablar así, un día se iba a buscar un problema. O se lo iba a buscar a él, visto lo visto. Soltó aire por la boca varias veces, alterado, y en cuanto terminó de hablar le dijo. - Gracias, Cletus, por los consejos, los tendré en cuenta. - Para hacer todo lo contrario, pensó, pero le estaba taladrando con la mirada, claramente diciéndole que se fuera. El otro soltó una carcajada y alzó las manos. - Vale, vale. No seré yo quien interrumpa para una vez que mi hermano quiere estar solito con una chica. - Eso le hizo rodar los ojos de vergüenza otra vez, pero al menos se fue de allí. Soltó aire por la boca, rascándose un poco el pelo nerviosamente. - Discúlpanos, Margaret. Mi hermano puede ser extremadamente vulgar, y yo tenía que haberle echado antes. - Tragó saliva. - Decías... ¿Sobre unos árboles de las hadas? - Trató de rescatar el tema, pero hasta a él mismo le sonó fatal. Tragó saliva otra vez y cogió una patata. Se la iba a llevar a la boca, pero se vio en la obligación de disculparse. Otra vez. - Y te invitaré a una bebida solo si quieres. Por las molestias, por la presencia, o sea, por la fiesta. Por la compañía. - No sabía lo que estaba diciendo ya. - Pero dado que has dicho anteriormente que el licor de espino podría ser excesivo para hoy, deduzco que cualquier bebida alcohólica podría serlo, y por Merlín, no quisiera que malinterpretaras mis intenciones. Olvida lo que ha dicho Cletus, de verdad. A veces pienso que heredé yo toda la materia cerebral de mi casa. - Se frotó la frente con la mano de la patata. Se le había olvidado que estaba ahí. Como para atreverse a mirar a Margaret. - Puedo invitarte a una bebida no alcohólica, o cuya gradación de alcohol consideres conveniente. Y... No sé bailar, pero... - Encogió un hombro. - Creo recordar que ibas a enseñarme a vivir Irlanda, así que... Si es lo que quieres... - Y debía estar muy loco, o borracho de verdad, porque se le había escapado media sonrisa aun con la mirada esquiva, sonrisa que esperaba que no fuera malinterpretada. Pero, por algún extraño motivo, sí que le apetecía bailar con esa mujer.
Rio otro poco, cogiendo una patata. Le iban a venir bien para desviar la atención del ridículo que sentía estar haciendo. - Reconozco que esto sí lo echo de menos. Me encantan las patatas. - Mientras masticaba pensó en lo que había dicho y se dio cuenta de que, una vez más, no había estado atinado con las palabras. - Por favor, no le digas a mi madre que he dicho que lo que más echo de menos de aquí son las patatas, le va a sentar fatal. - No pudo evitar reírse al acabar la frase. Y claro, el comentario de la chica sonó un tanto melancólico. Tragó saliva y, en vez de repararlo, se comió otra patata. Porque como hablara todavía lo empeoraba aún más. Si es que no sabes ser gracioso, Larry.
La atendió cuando empezó a hablar de las comidas de su madre, sonriente. Nada más ver la vasija de barro se activó un recuerdo en él. - Oh, no te lo vas a creer, pero creo que lo he probado. - Cogió un poco con el tenedor y, tras hacer un sonido de gusto al llevárselo a la boca, confirmó. - Definitivamente lo he probado. - Comentó con una risa. - Una de tantas estrategias de mi madre por retenerme aquí. "Mira, la Señora Lacey nos ha traído un poco de su pastel, está exquisito, a ver si por esas ciudades tan modernas por las que tú te mueves vas a encontrar algo semejante". - La imitó, riendo. - Y tiene razón, está buenísimo y no he probado nada parecido en ninguna otra parte. - Aunque, lo dicho, tampoco es como que hubiera invertido mucho tiempo en probar las comidas locales. En lo que masticaba tuvo que llevarse la mano a la boca porque le atacó una risa un poco absurda con el comentario del licor de espino. - Sí, mejor, que ya estoy metiendo demasiado la pata hoy. - Dijo sin pensar, y de hecho, menuda metedura de pata. Ladeó la cabeza. - ¿Ves lo que te digo? Hoy parece que no sé hablar. - ¿Sería la cerveza? No era la primera vez que bebía y nunca se había emborrachado, Lawrence valoraba mucho tener la mente despejada y parecía que su cuerpo se comportaba al respecto. Quizás fuera la presencia de Margaret... Ah, ¿qué sentido tenía eso?
La miró con una expresión que aunaba la sorpresa y la ofensa, ambas muy fingidas, cuando dijo que Cletus se metía mucho con él en su ausencia. Ni que no lo supiera, pero al menos esperaba que no tuviera el descaro de hacerlo delante de personas como Margaret... Bueno, de otras personas, en general. Ladeó la cabeza varias veces y no llegó a contestar. Irlanda podía llegar al corazón de cualquiera, más a un irlandés... No lo tenía él tan claro, después de tantos años no sentía ese sentimiento de pertenencia tan fuerte como el resto de personas que conocía de allí, como su familia o como Margaret, por ejemplo. Dudaba que fuera a sentirlo nunca, él era un ciudadano del mundo en general. Al menos, a la chica le gustó como hablaba de la alquimia, aunque su respuesta le hizo alzar una ceja y ladear una sonrisa, irguiéndose. - ¿Pretenciosos? ¿Acaba usted de llamarme "pretencioso", Molly? - Bromeó. Vio como juntaba las manos y Lawrence, que llevaba en sus genes corregir todo lo que no veía bien hecho, se inclinó un poco hacia ella y las tomó. - En realidad, es más como así. - Comentó, colocándoselas correctamente, y al hacerlo subió la mirada y se topó con sus ojos. Ups. La soltó, esbozó una sonrisa tímida y volvió a su sitio, dando un trago a su cerveza para disimular. ¿¿Pero qué haces, Larry?? ¿Tocar a una chica a la que apenas conoces? Y menuda excusa barata. ¡Eso te pasa por querer corregirlo todo! Encima le va a sentar mal, a la gente no le gusta que la corrijan. Ya se lo decía él todo, no necesitaba que nadie le regañara.
Al menos cambiaron un poco de tema. Sonrió tímidamente. - Suena bien. - Amplió la sonrisa y fue a contestar que le encantaría, porque ciertamente... ¿Sí, por qué no? Ver paisajes que había dado ya por más que vistos y poco interesantes, escuchar leyendas y reír un rato con esa chica tan simpática, con ese aire tan fresco. Unas vacaciones de verdad, fuera de su taller, donde pudiera ver algo que no fueran libros y círculos de transmutación. Volvería al trabajo con energías renovadas. Antes de poder contestar, sin embargo, fue interrumpido por su queridísimo hermano. Rodó los ojos y los posó sobre el tenedor que Cletus acababa de quitarle y ahora metía en el pastel, siguiendo el recorrido del mismo y negando con la cabeza. Apenas entrometido y maleducado, reprochó mentalmente. Ya se lo diría en persona cuando no estuviera Margaret delante. Se aclaró un poco la garganta y se cuadró, supuestamente con dignidad, en su asiento. - Que sepas que sí que lo he reconocido. - ¿No me digas? - Lo que oyes. - Dijo muy digno. Su hermano soltó una carcajada. - Míralo, hace media hora no se atrevía ni a hablar, y ahora ya está usando mentiras de ligoteo y todo. - ¡¡Cletus!! - Exclamó, visiblemente azorado, ya con las manos temblorosas. Se reajustó las gafas y miró (bueno, más bien se dirigió, porque tenía la mirada en la mesa) a Margaret. - No le hagas caso, dice muchas tonterías. - Es verdad, no llego a la altura del erudito. - Bromeó entre risas su hermanos, mientras Lawrence le miraba de reojo como si le quisiera matar.
Luego les robó también una patata y siguió hablando. Y lo que dijo solo lo empeoró. Se frotó la cara, avergonzado y rezando a Merlín porque enviara un rayo aunque fuera que hiciera callar a semejante bocazas. ¿Era posible la forma tan irrespetuosa de dirigirse a una señorita? Menos mal que Margaret tenía sentido del humor, pero vamos, eso no era excusa ninguna para hablar así, un día se iba a buscar un problema. O se lo iba a buscar a él, visto lo visto. Soltó aire por la boca varias veces, alterado, y en cuanto terminó de hablar le dijo. - Gracias, Cletus, por los consejos, los tendré en cuenta. - Para hacer todo lo contrario, pensó, pero le estaba taladrando con la mirada, claramente diciéndole que se fuera. El otro soltó una carcajada y alzó las manos. - Vale, vale. No seré yo quien interrumpa para una vez que mi hermano quiere estar solito con una chica. - Eso le hizo rodar los ojos de vergüenza otra vez, pero al menos se fue de allí. Soltó aire por la boca, rascándose un poco el pelo nerviosamente. - Discúlpanos, Margaret. Mi hermano puede ser extremadamente vulgar, y yo tenía que haberle echado antes. - Tragó saliva. - Decías... ¿Sobre unos árboles de las hadas? - Trató de rescatar el tema, pero hasta a él mismo le sonó fatal. Tragó saliva otra vez y cogió una patata. Se la iba a llevar a la boca, pero se vio en la obligación de disculparse. Otra vez. - Y te invitaré a una bebida solo si quieres. Por las molestias, por la presencia, o sea, por la fiesta. Por la compañía. - No sabía lo que estaba diciendo ya. - Pero dado que has dicho anteriormente que el licor de espino podría ser excesivo para hoy, deduzco que cualquier bebida alcohólica podría serlo, y por Merlín, no quisiera que malinterpretaras mis intenciones. Olvida lo que ha dicho Cletus, de verdad. A veces pienso que heredé yo toda la materia cerebral de mi casa. - Se frotó la frente con la mano de la patata. Se le había olvidado que estaba ahí. Como para atreverse a mirar a Margaret. - Puedo invitarte a una bebida no alcohólica, o cuya gradación de alcohol consideres conveniente. Y... No sé bailar, pero... - Encogió un hombro. - Creo recordar que ibas a enseñarme a vivir Irlanda, así que... Si es lo que quieres... - Y debía estar muy loco, o borracho de verdad, porque se le había escapado media sonrisa aun con la mirada esquiva, sonrisa que esperaba que no fuera malinterpretada. Pero, por algún extraño motivo, sí que le apetecía bailar con esa mujer.
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II. Un buen día |
Lawrence • 25 de julio de 1953
En verdad, cuando se lo proponía, Lawrence sabía ser gracioso. — Bueno, si se me escapa delante de la señora O’Donnell especificaré “sus” patatas, que seguro que le doy una alegría. — Rio al verle degustar el pastel. — Y eso pienso decírselo a mi madre. Bueno saber que hay cosas con las que sobornarte para que te quedes. — Ups, demasiado directa. Si es que siempre le pasaba lo mismo. Pero Lawrence parecía estar de muy buen humor (o quizá era la cerveza) y le siguió la broma de lo de los pretenciosos y… Agarró sus manos. Vaya, sí que se soltaba el prefecto. Ella se limitó reírse y asentir. — Mejor lo intento otro día que no esté de fiesta y bebiendo… Larry. — Le dijo guiñándole un ojo. Sí, no se le había escapado que la había llamado Molly.
Claro, que todo lo distendido que estaba, se perdió con la presencia de Cletus. qué habilidad para crispar a su hermano pequeño. Eso le hizo reír un poquito, tapándose la boca, aunque en el fondo le estaba gustando más el Lawrence distendido que había visto justo antes de que el otro apareciera. Negó con la cabeza cuando se disculpó y dio otro trago a la cerveza. — No hay nada por lo que disculparse. Conozco a tu hermano perfectamente, no me tomo en serio ni el cinco por ciento de lo que dice. — Bebió un poco más de cerveza y tuvo que contenerse de no reírse más fuerte. — ¿Crees que voy a desaprovechar la oportunidad de que un ricachón alquimista me invite? — Se rio y le palmeó la mano. — Lo del licor de espino, Lawrence, lo decía por ti. Yo soy más de, como dice la canción, bailar toda la noche hasta que la bebida se acabe y las estrellas colisionen, más a la irlandesa. — Se echó a reír y negó con la cabeza. — Tú invítame a lo que quieras que no me va a parecer mal. — Inspiró y soltó el aire. — Y no voy a interpretar nada de ello. — Porque, ¿por qué iba a tener Lawrence interés en una pueblerina? En nada que le atara al mundo que no fuera la alquimia.
Alzó la ceja a lo de bailar. Terminó la cerveza y la dejó sobre la barra. — A ver, vamos por partes, alquimista. — Eso le hizo reír hasta a ella. — Conocer Irlanda y aprender a bailar son dos cosas distintas. Una podemos hacerla aquí y ahora, y la otra me podría llevar… Toda una vida. — Rio para sí misma y se rascó la frente. — Puedo hacer un esfuerzo en hacerte conocer Irlanda, al menos un poco, en el tiempo en el que te quedes aquí… — Ladeó la cabeza. — Pero lo que podemos hacer aquí y ahora es aprender a bailar. Y como todo en la vida, hay que empezar a aprenderlo por lo más básico. — Alargó el cuello buscando a los niños y les hizo un gesto con la mano a los niños para que se acercaran. — ¡Eillish! ¡Cillian! Venid, y traeros a Nora. — Luego tiró de Lawrence a una esquina de baile para reunirse con los niños.
— Vamos a enseñarle a vuestro tío a bailar el corro de The Hills of Connemara, ¿qué os parece? — Cillian puso una risilla maliciosa. — El tito Larry no baila. — Molly alzó una ceja. — Pero hoy sí, porque es Saint James y es verano, y en verano en Irlanda, ¿cómo son las noches? — ¡Mágicas! — Dijeron los tres a la vez. Ella asintió con una risa. — Esos son mis niños. A ver, Lawrence, ponte ahí. En la canción hay que ir haciendo un corro, girando en un sentido y en otro… Hasta que dice “in the Hills of Connemara” momento en el que los dos mayores, en este caso tú y yo, tenemos que unir las manos aquí arriba. — Dijo poniendo la mano en alto. — Y ellos pasar por debajo para intercambiar posiciones en el corro y así cada vez que diga la frase. El resto de movimientos nos los vas copiando, que no son muy difíciles. — Sus sobrinos se rieron sibilinamente. No eran difíciles, eran un poco ridículos porque era un baile para niños, pero iba a ser gracioso ver al gran alquimista hacerlo. A ella es que le daba bastante igual, se lo pasaba genial con esas cosas. — Seño. — La llamó Nora, la más pequeña. — ¿Vale que sales tú a bailar al medio en la parte de la música y te hacemos el corro a ti? — Ella sonrió y ladeó la cabeza. — ¿No es mejor que salga Eillish? ¿O el tito Larry? — Preguntó, picona. — No, Molly, sal tú, que hoy casi no te hemos visto bailar. — Dijo Cillian. Era verdad. En otras circunstancias ya llevaría una hora sin parar de bailar con todo el mundo. Ya estaba bien de lamentarse por una boda que ella misma había querido anular. — Venga, hecho. — Sonrió y se acercó a los de la orquesta y les pidió la canción, lo cual hizo que más familias se animaran, y Amelia, Cletus y su madre les miraran fijamente. — Sin presiones. — Le dijo con una sonrisilla a Lawrence, señalando a los que miraban.
La canción comenzó, y al principio de atropellaban mucho, porque Lawrence se veía sobrepasado por el ritmo, pero era muy gracioso verle agacharse hasta el suelo, hacer el gesto de las gallinas o levantarse agitando las manos hacia arriba. Al principio se le perdía hasta su mano al ir a hacr la colina, pero al final se encontraban. Y no podía mentir, le encantaba bailar libremente en el centro del corro cuando tocaba, la hacían llenarse de energía y alegría, y desde luego se estaba riendo como en su vida.
Claro, que todo lo distendido que estaba, se perdió con la presencia de Cletus. qué habilidad para crispar a su hermano pequeño. Eso le hizo reír un poquito, tapándose la boca, aunque en el fondo le estaba gustando más el Lawrence distendido que había visto justo antes de que el otro apareciera. Negó con la cabeza cuando se disculpó y dio otro trago a la cerveza. — No hay nada por lo que disculparse. Conozco a tu hermano perfectamente, no me tomo en serio ni el cinco por ciento de lo que dice. — Bebió un poco más de cerveza y tuvo que contenerse de no reírse más fuerte. — ¿Crees que voy a desaprovechar la oportunidad de que un ricachón alquimista me invite? — Se rio y le palmeó la mano. — Lo del licor de espino, Lawrence, lo decía por ti. Yo soy más de, como dice la canción, bailar toda la noche hasta que la bebida se acabe y las estrellas colisionen, más a la irlandesa. — Se echó a reír y negó con la cabeza. — Tú invítame a lo que quieras que no me va a parecer mal. — Inspiró y soltó el aire. — Y no voy a interpretar nada de ello. — Porque, ¿por qué iba a tener Lawrence interés en una pueblerina? En nada que le atara al mundo que no fuera la alquimia.
Alzó la ceja a lo de bailar. Terminó la cerveza y la dejó sobre la barra. — A ver, vamos por partes, alquimista. — Eso le hizo reír hasta a ella. — Conocer Irlanda y aprender a bailar son dos cosas distintas. Una podemos hacerla aquí y ahora, y la otra me podría llevar… Toda una vida. — Rio para sí misma y se rascó la frente. — Puedo hacer un esfuerzo en hacerte conocer Irlanda, al menos un poco, en el tiempo en el que te quedes aquí… — Ladeó la cabeza. — Pero lo que podemos hacer aquí y ahora es aprender a bailar. Y como todo en la vida, hay que empezar a aprenderlo por lo más básico. — Alargó el cuello buscando a los niños y les hizo un gesto con la mano a los niños para que se acercaran. — ¡Eillish! ¡Cillian! Venid, y traeros a Nora. — Luego tiró de Lawrence a una esquina de baile para reunirse con los niños.
— Vamos a enseñarle a vuestro tío a bailar el corro de The Hills of Connemara, ¿qué os parece? — Cillian puso una risilla maliciosa. — El tito Larry no baila. — Molly alzó una ceja. — Pero hoy sí, porque es Saint James y es verano, y en verano en Irlanda, ¿cómo son las noches? — ¡Mágicas! — Dijeron los tres a la vez. Ella asintió con una risa. — Esos son mis niños. A ver, Lawrence, ponte ahí. En la canción hay que ir haciendo un corro, girando en un sentido y en otro… Hasta que dice “in the Hills of Connemara” momento en el que los dos mayores, en este caso tú y yo, tenemos que unir las manos aquí arriba. — Dijo poniendo la mano en alto. — Y ellos pasar por debajo para intercambiar posiciones en el corro y así cada vez que diga la frase. El resto de movimientos nos los vas copiando, que no son muy difíciles. — Sus sobrinos se rieron sibilinamente. No eran difíciles, eran un poco ridículos porque era un baile para niños, pero iba a ser gracioso ver al gran alquimista hacerlo. A ella es que le daba bastante igual, se lo pasaba genial con esas cosas. — Seño. — La llamó Nora, la más pequeña. — ¿Vale que sales tú a bailar al medio en la parte de la música y te hacemos el corro a ti? — Ella sonrió y ladeó la cabeza. — ¿No es mejor que salga Eillish? ¿O el tito Larry? — Preguntó, picona. — No, Molly, sal tú, que hoy casi no te hemos visto bailar. — Dijo Cillian. Era verdad. En otras circunstancias ya llevaría una hora sin parar de bailar con todo el mundo. Ya estaba bien de lamentarse por una boda que ella misma había querido anular. — Venga, hecho. — Sonrió y se acercó a los de la orquesta y les pidió la canción, lo cual hizo que más familias se animaran, y Amelia, Cletus y su madre les miraran fijamente. — Sin presiones. — Le dijo con una sonrisilla a Lawrence, señalando a los que miraban.
La canción comenzó, y al principio de atropellaban mucho, porque Lawrence se veía sobrepasado por el ritmo, pero era muy gracioso verle agacharse hasta el suelo, hacer el gesto de las gallinas o levantarse agitando las manos hacia arriba. Al principio se le perdía hasta su mano al ir a hacr la colina, pero al final se encontraban. Y no podía mentir, le encantaba bailar libremente en el centro del corro cuando tocaba, la hacían llenarse de energía y alegría, y desde luego se estaba riendo como en su vida.
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II. Un buen día |
Lawrence • 25 de julio de 1953
Respiró con una leve risa, pero con alivio real. - Haces bien. - Respondió a lo de que apenas se tomaba a Cletus en serio. Y tú tampoco deberías, Larry, que eres mayorcito ya. Se iba a pasar toda la vida cayendo presa de las bromitas de su hermano. Eso sí, lo siguiente que dijo le sacó una carcajada. - Preséntame a ese ricachón alquimista, que yo también quiero que me invite. - Bromeó, negando con la cabeza. - Me temo que yo de alquimista tengo bastante, pero de ricachón... Aún estoy en vías de hacerme un nombre. - No cobraba mal, era cierto, pero se gastaba tanto dinero en nuevos libros, aparataje y mejoras para el taller (y viajes, por supuesto) que tampoco es como que le luciera mucho. La miró mientras hablaba y sonrió. Eran muy distintos, desde luego, aunque debía estar haciéndole mucho efecto el alcohol, porque por un breve instante eso de bailar toda la noche hasta que las estrellas colisionaran... Se le había antojado bastante apetecible.
Bien, podía invitarla sin problemas, tenía su permiso. En ese caso, puede que pidiera otras dos cervezas... ¿Sería buena idea seguir bebiendo? En Molly no parecía haber hecho mucha mella, pero él se notaba ya un poco achispado. Le hizo reír, con ese desparpajo que tenía y esa forma de hablar, y fingió poner mucha atención a su "por partes", ocultando una sonrisilla en el rostro. Si bien esta se ladeó con esa frase. - Yo soy de los que quieren pasarse toda la vida aprendiendo. - Ladeó varias veces la cabeza, pensativo. - Aunque preferiría que lo de "aquí y ahora" sea lo de bailar, porque no me veo toda la vida bailando. - También debería plantearse qué hacía hablando de planes de toda una vida con una chica del pueblo a la que prácticamente acababa de conocer, pero bueno. Solo estaba siguiendo su broma, se hacía así, ¿no?
Asintió enérgicamente. - Confirmado que lo de ahora era lo de bailar. - Murmuró para sí, de nuevo con la sonrisilla inevitable. Lo que le hizo sorprenderse fue la rapidez con la que llamó a sus sobrinos. - Eemm... ¿Es necesario? - Sus sobrinos eran hijos de su hermano Cletus, ergo también se metían bastante con él. Y Larry no estaba acostumbrado a tratar con niños, ni cuando era niño trataba con niños. No hubo opción a alternativas, porque la chica tiró de él hacia la pista de baile. Empezaba a no parecerle tan buena idea, todo era mucho más divertido mientras simplemente bromeaban sentaditos en una silla. Por supuesto, todavía no habían pisado la pista y ya estaba ese sobrino suyo, que era clavadito a su padre, metiéndose con él. Rodó los ojos. - El tío Larry sabe hacer muchas cosas, listillo. - Menos bailar. - Contestó el niño entre risillas maliciosas. A pesar de la burla, era muy bonito ver lo bien que Molly se llevaba con sus sobrinos y los animaba. Fue asintiendo a la explicación. - No parece complicado. - Concluyó, aunque la sonrisa no le mostraba demasiado seguro de sí mismo.
Pero sus sobrinos parecían querer aún más, no conformarse simplemente con la propuesta de Molly, y la instaron a bailar en el centro. Bueno, si eso reducía el número de movimientos de baile que tenía que hacer él, le parecía bien. Cuando hizo ese comentario, "sin presiones", no supo a qué se refería, por lo que frunció el ceño extrañado... Hasta que descubrió a toda su familia mirándoles. - Oh, por Merlín... - Suspiró hastiado y rodando los ojos. De verdad, ¿cada vez que hablaba con una chica se tenían que poner así? Bueno... Tampoco es como que hablara con muchas chicas... O bailara con ellas... Vale, nunca había bailado en una fiesta con una chica, no en el pueblo, al menos... Bueno, en Hogwarts tampoco mucho, solo con su compañera prefecta en los bailes por puro protocolo. ¿Pero y qué? ¡Tenía otras ocupaciones mejores que hacer! Se estaba quejando mentalmente cuando se vio arrastrado por una canción con un ritmo mucho más frenético de lo que pensaba. Eh, esto de sencillo no tiene nada, pensó, pero se ahorró quejarse en voz alta por no quedar más ridículo aún de lo que, seguramente, estaría quedando ya tratando de ir al remolque de ese baile.
Miraba a sus sobrinos y a Molly como si tuviera que replicar unos complejos movimientos para poner en funcionamiento un hechizo, aunque los complejos movimientos fueran saltar a la pata coja y similares. Escuchaba la risotada de Cletus de fondo, escandalosa de más claramente para que le oyera. - ¿Cuánto le queda a esto? - Preguntó medio asfixiado, una de las veces que estaba girando sobre sí mismo (otra vez), pero solo recibió risitas por parte de sus sobrinos. Bueno, Nora sí contestó, que por algo tenía la sinceridad de la primera infancia. - ¡Queda un rato, tito! - Pues qué bien. - Comentó con inseguridad, porque no veía nada claro acabar dignamente ese baile (si es que había mantenido un mínimo de dignidad en algún momento desde que empezó). Aunque cuando miraba a Molly... Ahí sí que se perdía en los movimientos. De hecho, entre el cansancio, lo desorientado que estaba con la coreografía y los movimientos de ella, hubo un rato en el que literalmente se quedó cuajado, parado, solo mirándola con los labios entreabiertos. - ¡TIIIIITO! - Trastabilló y tuvo que hacer un juego de pies para mantenerse en equilibrio porque Cillian había dado un salto y prácticamente le había caído encima con un empujón, al parecer porque él se había parado en mitad de su ruta. - ¡El tito está mirando a la seño Moooollyyyy! - ¡Porque no me se este baile endiablado! - Se defendió, como si tuviera él también siete años. Pero en el fondo tenía razón. Puede que no solo mirara a Molly para reproducir el baile, total, él no había nacido con esa habilidad, lo tenía más que asimilado. Puede que, simplemente... Le gustara verla bailar.
Bien, podía invitarla sin problemas, tenía su permiso. En ese caso, puede que pidiera otras dos cervezas... ¿Sería buena idea seguir bebiendo? En Molly no parecía haber hecho mucha mella, pero él se notaba ya un poco achispado. Le hizo reír, con ese desparpajo que tenía y esa forma de hablar, y fingió poner mucha atención a su "por partes", ocultando una sonrisilla en el rostro. Si bien esta se ladeó con esa frase. - Yo soy de los que quieren pasarse toda la vida aprendiendo. - Ladeó varias veces la cabeza, pensativo. - Aunque preferiría que lo de "aquí y ahora" sea lo de bailar, porque no me veo toda la vida bailando. - También debería plantearse qué hacía hablando de planes de toda una vida con una chica del pueblo a la que prácticamente acababa de conocer, pero bueno. Solo estaba siguiendo su broma, se hacía así, ¿no?
Asintió enérgicamente. - Confirmado que lo de ahora era lo de bailar. - Murmuró para sí, de nuevo con la sonrisilla inevitable. Lo que le hizo sorprenderse fue la rapidez con la que llamó a sus sobrinos. - Eemm... ¿Es necesario? - Sus sobrinos eran hijos de su hermano Cletus, ergo también se metían bastante con él. Y Larry no estaba acostumbrado a tratar con niños, ni cuando era niño trataba con niños. No hubo opción a alternativas, porque la chica tiró de él hacia la pista de baile. Empezaba a no parecerle tan buena idea, todo era mucho más divertido mientras simplemente bromeaban sentaditos en una silla. Por supuesto, todavía no habían pisado la pista y ya estaba ese sobrino suyo, que era clavadito a su padre, metiéndose con él. Rodó los ojos. - El tío Larry sabe hacer muchas cosas, listillo. - Menos bailar. - Contestó el niño entre risillas maliciosas. A pesar de la burla, era muy bonito ver lo bien que Molly se llevaba con sus sobrinos y los animaba. Fue asintiendo a la explicación. - No parece complicado. - Concluyó, aunque la sonrisa no le mostraba demasiado seguro de sí mismo.
Pero sus sobrinos parecían querer aún más, no conformarse simplemente con la propuesta de Molly, y la instaron a bailar en el centro. Bueno, si eso reducía el número de movimientos de baile que tenía que hacer él, le parecía bien. Cuando hizo ese comentario, "sin presiones", no supo a qué se refería, por lo que frunció el ceño extrañado... Hasta que descubrió a toda su familia mirándoles. - Oh, por Merlín... - Suspiró hastiado y rodando los ojos. De verdad, ¿cada vez que hablaba con una chica se tenían que poner así? Bueno... Tampoco es como que hablara con muchas chicas... O bailara con ellas... Vale, nunca había bailado en una fiesta con una chica, no en el pueblo, al menos... Bueno, en Hogwarts tampoco mucho, solo con su compañera prefecta en los bailes por puro protocolo. ¿Pero y qué? ¡Tenía otras ocupaciones mejores que hacer! Se estaba quejando mentalmente cuando se vio arrastrado por una canción con un ritmo mucho más frenético de lo que pensaba. Eh, esto de sencillo no tiene nada, pensó, pero se ahorró quejarse en voz alta por no quedar más ridículo aún de lo que, seguramente, estaría quedando ya tratando de ir al remolque de ese baile.
Miraba a sus sobrinos y a Molly como si tuviera que replicar unos complejos movimientos para poner en funcionamiento un hechizo, aunque los complejos movimientos fueran saltar a la pata coja y similares. Escuchaba la risotada de Cletus de fondo, escandalosa de más claramente para que le oyera. - ¿Cuánto le queda a esto? - Preguntó medio asfixiado, una de las veces que estaba girando sobre sí mismo (otra vez), pero solo recibió risitas por parte de sus sobrinos. Bueno, Nora sí contestó, que por algo tenía la sinceridad de la primera infancia. - ¡Queda un rato, tito! - Pues qué bien. - Comentó con inseguridad, porque no veía nada claro acabar dignamente ese baile (si es que había mantenido un mínimo de dignidad en algún momento desde que empezó). Aunque cuando miraba a Molly... Ahí sí que se perdía en los movimientos. De hecho, entre el cansancio, lo desorientado que estaba con la coreografía y los movimientos de ella, hubo un rato en el que literalmente se quedó cuajado, parado, solo mirándola con los labios entreabiertos. - ¡TIIIIITO! - Trastabilló y tuvo que hacer un juego de pies para mantenerse en equilibrio porque Cillian había dado un salto y prácticamente le había caído encima con un empujón, al parecer porque él se había parado en mitad de su ruta. - ¡El tito está mirando a la seño Moooollyyyy! - ¡Porque no me se este baile endiablado! - Se defendió, como si tuviera él también siete años. Pero en el fondo tenía razón. Puede que no solo mirara a Molly para reproducir el baile, total, él no había nacido con esa habilidad, lo tenía más que asimilado. Puede que, simplemente... Le gustara verla bailar.
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II. Un buen día |
Lawrence • 25 de julio de 1953
Cuando Molly oía la música de su tierra, cuando estaba entre conocidos, (y los niños O’Donnell, realmente, era como si fuera familia suya, del tiempo que pasaba con ellos), se olvidaba de todo lo malo y se dedicaba a reír y bailar, a dejarse llevar por la música y que nada del zumbido de su cabeza importase. Porque ahora no sentía miradas de la gente del pueblo, si no que sentía sus risas, sus pasos, su calor, ese que hacía que se le inundara el corazón y se sintiera en casa. Y eso la hacía bailar más libre, más entregada a la música.
Cillian, con su grito hacia Larry, la hizo bajar un poco al mundo, y se giró hacia donde estaba el hombre, encontrándose con su clara mirada de golpe. Pues sí, sí que la estaba mirando, pero… Bueno, era normal, como él mismo había dicho, no se sabía el baile, y ella había dicho que le enseñaría… Eso sí, no pudo evitar soltar una carcajada, tapándose la boca, cuando vio a Larry trastatabillar. Le tendió la mano para equilibrarle, gesto que Eillish y Nora se tomaron como que había que pasar por debajo, aunque no tocaba en la canción, y ya todo fue un descontrol absoluto. Ya que se habían saltado el baile completamente, y Lawrence parecía absolutamente confuso, Molly tiró la toalla y se puso a bailar libremente riendo, dando la vuelta bajo la mano del hombre, y aprovechando para mirarle de cerca aunque fuera mínimamente. No mucho, que estaba toda su familia mirando. Y como ya se habían saltado todo, agarró de las manos a Cillian y se puso a bailar con él, zarandeándole de más. — ¡A ver si tú bailas mucho mejor que tu tío, que yo te vea! — ¡Ay, Molly no! ¡Para! — Dijo entre risas y movimientos, pero ella se estaba dedicando a hacerle dar vueltas y saltos, y las niñas se pegaron a Larry, haciéndole bailar también a base de tirar de él.
Por fin, la música terminó y a ella le dio la risa, entre jadeos del cansancio. — ¡Hay que fastidiarse con los hombres O’Donnell, no aguantáis nada, eh! — Dijo haciéndole cosquillas a Cillian en el costado, que se reía a pesar de estar jadeando también. Paró, apoyando las manos en su cadera y recuperando el aliento, cuando levantó la vista y vio ir hacia ellos a Cletus y Amelia con su madre y, para que no quedaran dudas de que les estaban observando, los señores O’Donnell también. — Ahí viene el quinto de caballería. — Susurró, mirando a Lawrence con una sonrisa.
Cletus llegó aplaudiendo lentamente. — Fantástico ridículo en el que has dejado a nuestra familia, hermano. Insuperable, vaya, nos vamos a tener que ir del pueblo. — Nora corrió hasta su padre preguntando. — ¿Y yo, papi? ¿Yo he hecho el ridículo también? — Él la cogió en brazos y la miró con orgullo. — Pues claro que no, mo bhanphrionsa, tu hermana y tú sois lo más bonito que he visto. — Y al ver la escena, el corazón de Molly se encogió. Su debilidad eran las niñas de papá, como lo había sido ella en su día. De hecho, le hizo recordar un momento incómodo con Graham, cuando delante de gente de su familia dijo “no no, yo quiero todo chicos, Escocia lo que necesita es hombres, ¿quién quiere más mujeres?” y ella no sabía ni dónde meterse. Y pensar que había ignorado tantas señales. — ¡No digas esas cosas a tu hermano, Cletus! Qué chiquillo, de verdad. — Regañó la señora O’Donnell, que llegó y dejó una serie de besos en la mejilla de Lawrence, estrangulándole. — Mi niño ha bailado delante de todo el pueblo y mira qué feliz se le ve, eso es todo lo que necesita una madre, ¿verdad que sí, mi alquimista? — Y se lo dijo en un tono que le arrancó una risa a Molly.
Su propia madre llegó a su lado, con una sonrisa tranquila y la cogió del brazo. — Te brillan los ojos, hija. — Ella se rio. — Sí, necesitaba esto. Como diría tu hijo, no hay mal de un irlandés que no pueda sanarse con una buena fiesta, ¿verdad? — Su madre rio entre dientes. — Nunca te había visto tan rodeada de niños, ni tan entregada cuando estabas con Graham. — Molly miró a los lados, incómoda. — Madre… — ¿Qué? Hija, es la verdad. — Es cierto, Margaret, cariño. — Dijo la señora O’Donnell mirando en su dirección. — Ahora me recuerdas mucho más a cuando estabas en Hogwarts y cuando saliste, llena de energía y de ideas. No había baile que te perdieras, ni fiesta en la que no se te viera darlo todo como hoy. — Sonrió y agachó la mirada. — Gracias, señora O’Donnell. Necesitaba una noche así. — Esta noche más que nunca, pensó tragando saliva. — Bueno, pues mi trabajo aquí ha concluido. — Dijo su madre. — Me voy a casa. — ¿Cómo cómo? — Preguntó Molly. — ¿Cómo que se va? — Sí, ya lo he hablado con Amelia, me aparece ella, para que te quedes tranquila. — ¿Que me quede tranquila, madre? ¿Está usted esperando que la deje sola en casa? — Rosaline se rio y miró al cielo. — ¡Qué exagerada eres, Margaret, hija! ¿Qué crees que va a ocurrir porque te quedes una noche aquí y yo me vaya a la cama, cada una en su lugar? — Ella negó con la cabeza. — No, no, ni hablar. — Dijo, buscando su chaqueta y dispuesta a irse. — Margaret Lacey escúchame. — Dijo su madre con tono firme. — Si esta noche te hubieras casado, como estaba previsto, no creo que hubieras dormido conmigo, aunque con la disposición que traías, quién sabe. — Oyó las risitas nerviosas de algunos O’Donnell. — Así que tómatelo como un día que yo ya había contado que no pasarías conmigo y disfruta, hija. — Madre… — Respondió ella un poco tensa, mirando a Lawrence de soslayo. — Vaya tela tiene usted. — Le dijo en voz baja, más enfadada. — ¿Ves? ahora estás muy enfadada conmigo, así que me voy, y ahora te quedas con los O’Donnell. O’Donnells, ¿me la cuidáis? — El alegre murmullo general, le respondió, y ella suspiró. — No crea que no veo lo que está haciendo. — Le susurró, mosqueada. Pero su madre ya había dicho su última palabra y se iba.
Se acercó a Lawrence, un poquito vergonzosa, con las manos en la espalda. — Bueno… Gracias a mi madre ya te has enterado… De por qué me miraba todo el pueblo y eso… — Se encogió de hombros, como si volviera a ser una alumna de Gryffindor ante el prefecto después de liarla. — ¿Sigues… Queriendo invitarme a algo más o prefieres que no sea con la rara del pueblo? — Dijo con una risita. Lo decía de broma pero había un poquito de verdad en ello.
Cillian, con su grito hacia Larry, la hizo bajar un poco al mundo, y se giró hacia donde estaba el hombre, encontrándose con su clara mirada de golpe. Pues sí, sí que la estaba mirando, pero… Bueno, era normal, como él mismo había dicho, no se sabía el baile, y ella había dicho que le enseñaría… Eso sí, no pudo evitar soltar una carcajada, tapándose la boca, cuando vio a Larry trastatabillar. Le tendió la mano para equilibrarle, gesto que Eillish y Nora se tomaron como que había que pasar por debajo, aunque no tocaba en la canción, y ya todo fue un descontrol absoluto. Ya que se habían saltado el baile completamente, y Lawrence parecía absolutamente confuso, Molly tiró la toalla y se puso a bailar libremente riendo, dando la vuelta bajo la mano del hombre, y aprovechando para mirarle de cerca aunque fuera mínimamente. No mucho, que estaba toda su familia mirando. Y como ya se habían saltado todo, agarró de las manos a Cillian y se puso a bailar con él, zarandeándole de más. — ¡A ver si tú bailas mucho mejor que tu tío, que yo te vea! — ¡Ay, Molly no! ¡Para! — Dijo entre risas y movimientos, pero ella se estaba dedicando a hacerle dar vueltas y saltos, y las niñas se pegaron a Larry, haciéndole bailar también a base de tirar de él.
Por fin, la música terminó y a ella le dio la risa, entre jadeos del cansancio. — ¡Hay que fastidiarse con los hombres O’Donnell, no aguantáis nada, eh! — Dijo haciéndole cosquillas a Cillian en el costado, que se reía a pesar de estar jadeando también. Paró, apoyando las manos en su cadera y recuperando el aliento, cuando levantó la vista y vio ir hacia ellos a Cletus y Amelia con su madre y, para que no quedaran dudas de que les estaban observando, los señores O’Donnell también. — Ahí viene el quinto de caballería. — Susurró, mirando a Lawrence con una sonrisa.
Cletus llegó aplaudiendo lentamente. — Fantástico ridículo en el que has dejado a nuestra familia, hermano. Insuperable, vaya, nos vamos a tener que ir del pueblo. — Nora corrió hasta su padre preguntando. — ¿Y yo, papi? ¿Yo he hecho el ridículo también? — Él la cogió en brazos y la miró con orgullo. — Pues claro que no, mo bhanphrionsa, tu hermana y tú sois lo más bonito que he visto. — Y al ver la escena, el corazón de Molly se encogió. Su debilidad eran las niñas de papá, como lo había sido ella en su día. De hecho, le hizo recordar un momento incómodo con Graham, cuando delante de gente de su familia dijo “no no, yo quiero todo chicos, Escocia lo que necesita es hombres, ¿quién quiere más mujeres?” y ella no sabía ni dónde meterse. Y pensar que había ignorado tantas señales. — ¡No digas esas cosas a tu hermano, Cletus! Qué chiquillo, de verdad. — Regañó la señora O’Donnell, que llegó y dejó una serie de besos en la mejilla de Lawrence, estrangulándole. — Mi niño ha bailado delante de todo el pueblo y mira qué feliz se le ve, eso es todo lo que necesita una madre, ¿verdad que sí, mi alquimista? — Y se lo dijo en un tono que le arrancó una risa a Molly.
Su propia madre llegó a su lado, con una sonrisa tranquila y la cogió del brazo. — Te brillan los ojos, hija. — Ella se rio. — Sí, necesitaba esto. Como diría tu hijo, no hay mal de un irlandés que no pueda sanarse con una buena fiesta, ¿verdad? — Su madre rio entre dientes. — Nunca te había visto tan rodeada de niños, ni tan entregada cuando estabas con Graham. — Molly miró a los lados, incómoda. — Madre… — ¿Qué? Hija, es la verdad. — Es cierto, Margaret, cariño. — Dijo la señora O’Donnell mirando en su dirección. — Ahora me recuerdas mucho más a cuando estabas en Hogwarts y cuando saliste, llena de energía y de ideas. No había baile que te perdieras, ni fiesta en la que no se te viera darlo todo como hoy. — Sonrió y agachó la mirada. — Gracias, señora O’Donnell. Necesitaba una noche así. — Esta noche más que nunca, pensó tragando saliva. — Bueno, pues mi trabajo aquí ha concluido. — Dijo su madre. — Me voy a casa. — ¿Cómo cómo? — Preguntó Molly. — ¿Cómo que se va? — Sí, ya lo he hablado con Amelia, me aparece ella, para que te quedes tranquila. — ¿Que me quede tranquila, madre? ¿Está usted esperando que la deje sola en casa? — Rosaline se rio y miró al cielo. — ¡Qué exagerada eres, Margaret, hija! ¿Qué crees que va a ocurrir porque te quedes una noche aquí y yo me vaya a la cama, cada una en su lugar? — Ella negó con la cabeza. — No, no, ni hablar. — Dijo, buscando su chaqueta y dispuesta a irse. — Margaret Lacey escúchame. — Dijo su madre con tono firme. — Si esta noche te hubieras casado, como estaba previsto, no creo que hubieras dormido conmigo, aunque con la disposición que traías, quién sabe. — Oyó las risitas nerviosas de algunos O’Donnell. — Así que tómatelo como un día que yo ya había contado que no pasarías conmigo y disfruta, hija. — Madre… — Respondió ella un poco tensa, mirando a Lawrence de soslayo. — Vaya tela tiene usted. — Le dijo en voz baja, más enfadada. — ¿Ves? ahora estás muy enfadada conmigo, así que me voy, y ahora te quedas con los O’Donnell. O’Donnells, ¿me la cuidáis? — El alegre murmullo general, le respondió, y ella suspiró. — No crea que no veo lo que está haciendo. — Le susurró, mosqueada. Pero su madre ya había dicho su última palabra y se iba.
Se acercó a Lawrence, un poquito vergonzosa, con las manos en la espalda. — Bueno… Gracias a mi madre ya te has enterado… De por qué me miraba todo el pueblo y eso… — Se encogió de hombros, como si volviera a ser una alumna de Gryffindor ante el prefecto después de liarla. — ¿Sigues… Queriendo invitarme a algo más o prefieres que no sea con la rara del pueblo? — Dijo con una risita. Lo decía de broma pero había un poquito de verdad en ello.
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Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
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II. Un buen día |
Lawrence • 25 de julio de 1953
Molly le había dado la mano para que no se tropezara, lo cual ya era per se suficiente para sentirse ridículo, pero encima sus sobrinas pensaron que era parte del baile y ahí se generó un caos con el que él claramente no sabía lidiar. Se notaba dar vueltas sobre su propio eje como un trompo sin atinar a nada... Aunque, eso sí, no podía evitar reír. Porque cada vez que veía la sonrisa de la chica, o la escuchaba reírse, en una de esas vueltas, se lo contagiaba. La de veces que oyó que debía haber ido a más fiestas en Hogwarts... Quizás debería, si hubieran sido así. O quizás había hecho bien, así valoraba mejor la experiencia que estaba viviendo ahora. Una muy bonita experiencia, la verdad... Intentaría no decirlo en voz alta delante de su madre, o no le dejaría irse del pueblo.
Se estaba riendo mucho viendo a Molly obligando a Cillian a seguirle el ritmo cuando se vio rodeado por sus dos sobrinas. Eillish, la mayor, fue la primera en iniciar una cancioncilla absurda. - ¡Al tito le gusta la profee! - ¿Qué? ¡No! - ¡Tito tito profe profe! - Coreó Nora, dando botes a su alrededor, imitando a su hermana en base a decir simplemente esas dos palabras como un martilleo constante. - Si no bailas no le vas a gustar a la profe. - Siguió Eillish, entre risas y bailes. - ¡Es que este baile es muy confuso! - Veeeeeeeeees te gusta la profeeee. - ¡No he dicho eso! - ¿Era posible que los mocosos de sus sobrinos jugaran con él como les daba la gana? Trataba de mirar a Molly de soslayo mientras las niñas tiraban de él, cada una de una mano, más para verificar que no las hubiera escuchado porque... Bueno, en fin, que no era que... A ver, le gustaba ver bailar a Molly porque era alegre y un espectáculo bonito, en fin, le gustaba pues, como podría gustarle la alquimia... Vale, ese no era un buen ejemplo. Como podría gustarle un cuadro. Sí. Los cuadros eran bonitos. Bueno, los que no eran retratos de fallecidos que te hablaban. Bueno, también, porque esos se movían. ¿Por qué estaba pensando en cuadros? Tan distraído estaba que las niñas habían vuelto a pincharle con que miraba a Molly y él se había vuelto a tropezar con sus propios pies. Menudo ridículo estaba haciendo. Quien le mandaría a él salirse del taller.
Por fin se detuvo la música, y tuvo que apoyar las manos en las rodillas y echar el tronco hacia delante, jadeando. - Vais a matar... A vuestro tío... Y a ver quién hace las transmutaciones ahora... - Dijo casi sin aire, pero las niñas no se dieron por amenazadas lo más mínimo. La frase de Molly le hubiera hecho reír si no fuera porque, al levantar la mirada y ver lo que efectivamente se acercaba, solo pudo decir. - Oh. - Mientras seguía luchando por recuperar el aliento. Por supuesto, no podía faltar su hermano burlándose de él, lo que le hizo rodar los ojos. Le miró con los ojos entornados, las manos en las caderas y cara de circunstancia. Eso, ahora la del padrazo, después de insultarme abiertamente. Como que no era él consciente del ridículo que había hecho, no necesitaba que ningún Slytherin de pacotilla se lo recordara. Pero aún podía ser peor. Carraspeó, incómodo, con una leve risa más incómoda todavía y mirando a Molly de soslayo. - Va, ya, madre, pare. - Murmuró mientras la mujer le estrujaba la mejilla para besársela. ¿Sería posible? ¡Y luego que por qué pasaba tanto tiempo lejos del pueblo! Se imaginaba al gran Celik viendo esa escena y le daban ganas de que se lo tragara la tierra y no lo escupiera nunca más.
Sonrió forzadamente. - Claro, madre. - Dijo con palabras, pero con los ojos le estaba diciendo pare usted de tratarme como si tuviera diez años delante de otra familia, por favor. De Molly, para ser más exactos. Esa mujer le había visto ejercer de prefecto y le conocía como alquimista reputado, ¡no podía estar oyendo cosas como "qué bien ha bailado mi niño", por las barbas de Merlín, dónde quedaría su estatus! Igualmente, si lo que le preocupaba era que su madre le dejara en ridículo delante de Molly, debía ser una preocupación compartida, porque estaba viendo a la muchacha un tanto incómoda por las palabras de las dos señoras. Si es que no se podía con las señoras de ese pueblo, su madre y la madre de Molly incluidas. Se guardó una sonrisilla, bajando la cabeza para que no se le viera. Ya, no se perdía una fiesta, eso explicaba por qué no habían coincidido en el colegio. Aunque había un trasfondo en todo eso, trasfondo que le hacía entornar los ojos hacia arriba, sin levantar la cabeza, para intentar adivinar las expresiones de Molly ante los comentarios. Había cancelado su propia boda, eso ya daba pistas de que no era muy feliz, pero las mujeres no paraban de reseñarlo. Pues ahora... Se la veía bastante alegre. No debería estar triste una persona tan alegre, menos aún por culpa de un hombre. Él no lo permitiría... Es decir. Ni que él tuviera nada que ver en la vida de ella ni nada. Que no la haría sufrir gratuitamente, quería decir, sería... Estaría... Fatal...
Se inició una leve disputa entre madre e hija y él, educadamente, se giró levemente sobre su propio eje, poniéndose de canto y mirando a otra parte. Ojalá eso ayudara también a cerrar los oídos, pero por desgracia le llegaban los comentarios, y más por desgracia aún, una parte de su cerebro estaba inexplicablemente interesado en oír la conversación. Se le abrieron los ojos y parpadeó, en un acto reflejo de sorpresa, claramente sin pretenderlo, cuando la señora lanzó ese comentario sobre la noche de bodas. Pues sí que estaba mal la cosa entre Margaret y su prometido... En fin, como si a él le importaran los chismorreos de pueblo, por lo que soltó un leve carraspeo y siguió mirando al cielo como quien no quería la cosa, por lo que a las Lacey respectaba, él no estaba allí. Solo reaccionó mirando de nuevo cuando la señora preguntó si la cuidarían. Bueno, igualmente ya había respondido toda su familia al unísono por él.
Molly se acercó y él agachó la cabeza, estúpidamente avergonzado de repente. - Ah, oh, no, bueno, no... Era una conversación privada, no quería... - Se estaba liando, la chica había dado por hecho que las había escuchado. Negó con la cabeza y encogió un hombro. - No son cosas que a un descastado como yo deban importarle. - Bromeó, con una risa, en referencia a aquello de lo que su familia le acusaba continuamente. Parpadeó, levemente confuso, y rápidamente sacudió la cabeza para reaccionar. - ¡Claro! No. Es decir. - Se mojó los labios y luego le dio por reír de su propio ridículo. - Dudo que seas más rara que yo, la verdad. - Sin ninguna duda, además. - Sigo queriendo invitarte, Molly. - Sonrió levemente y señaló la barra con un gesto de la cabeza. Ya que ambos estaban allí por imposición de sus madres... Al menos que de divirtieran un poquito.
Se estaba riendo mucho viendo a Molly obligando a Cillian a seguirle el ritmo cuando se vio rodeado por sus dos sobrinas. Eillish, la mayor, fue la primera en iniciar una cancioncilla absurda. - ¡Al tito le gusta la profee! - ¿Qué? ¡No! - ¡Tito tito profe profe! - Coreó Nora, dando botes a su alrededor, imitando a su hermana en base a decir simplemente esas dos palabras como un martilleo constante. - Si no bailas no le vas a gustar a la profe. - Siguió Eillish, entre risas y bailes. - ¡Es que este baile es muy confuso! - Veeeeeeeeees te gusta la profeeee. - ¡No he dicho eso! - ¿Era posible que los mocosos de sus sobrinos jugaran con él como les daba la gana? Trataba de mirar a Molly de soslayo mientras las niñas tiraban de él, cada una de una mano, más para verificar que no las hubiera escuchado porque... Bueno, en fin, que no era que... A ver, le gustaba ver bailar a Molly porque era alegre y un espectáculo bonito, en fin, le gustaba pues, como podría gustarle la alquimia... Vale, ese no era un buen ejemplo. Como podría gustarle un cuadro. Sí. Los cuadros eran bonitos. Bueno, los que no eran retratos de fallecidos que te hablaban. Bueno, también, porque esos se movían. ¿Por qué estaba pensando en cuadros? Tan distraído estaba que las niñas habían vuelto a pincharle con que miraba a Molly y él se había vuelto a tropezar con sus propios pies. Menudo ridículo estaba haciendo. Quien le mandaría a él salirse del taller.
Por fin se detuvo la música, y tuvo que apoyar las manos en las rodillas y echar el tronco hacia delante, jadeando. - Vais a matar... A vuestro tío... Y a ver quién hace las transmutaciones ahora... - Dijo casi sin aire, pero las niñas no se dieron por amenazadas lo más mínimo. La frase de Molly le hubiera hecho reír si no fuera porque, al levantar la mirada y ver lo que efectivamente se acercaba, solo pudo decir. - Oh. - Mientras seguía luchando por recuperar el aliento. Por supuesto, no podía faltar su hermano burlándose de él, lo que le hizo rodar los ojos. Le miró con los ojos entornados, las manos en las caderas y cara de circunstancia. Eso, ahora la del padrazo, después de insultarme abiertamente. Como que no era él consciente del ridículo que había hecho, no necesitaba que ningún Slytherin de pacotilla se lo recordara. Pero aún podía ser peor. Carraspeó, incómodo, con una leve risa más incómoda todavía y mirando a Molly de soslayo. - Va, ya, madre, pare. - Murmuró mientras la mujer le estrujaba la mejilla para besársela. ¿Sería posible? ¡Y luego que por qué pasaba tanto tiempo lejos del pueblo! Se imaginaba al gran Celik viendo esa escena y le daban ganas de que se lo tragara la tierra y no lo escupiera nunca más.
Sonrió forzadamente. - Claro, madre. - Dijo con palabras, pero con los ojos le estaba diciendo pare usted de tratarme como si tuviera diez años delante de otra familia, por favor. De Molly, para ser más exactos. Esa mujer le había visto ejercer de prefecto y le conocía como alquimista reputado, ¡no podía estar oyendo cosas como "qué bien ha bailado mi niño", por las barbas de Merlín, dónde quedaría su estatus! Igualmente, si lo que le preocupaba era que su madre le dejara en ridículo delante de Molly, debía ser una preocupación compartida, porque estaba viendo a la muchacha un tanto incómoda por las palabras de las dos señoras. Si es que no se podía con las señoras de ese pueblo, su madre y la madre de Molly incluidas. Se guardó una sonrisilla, bajando la cabeza para que no se le viera. Ya, no se perdía una fiesta, eso explicaba por qué no habían coincidido en el colegio. Aunque había un trasfondo en todo eso, trasfondo que le hacía entornar los ojos hacia arriba, sin levantar la cabeza, para intentar adivinar las expresiones de Molly ante los comentarios. Había cancelado su propia boda, eso ya daba pistas de que no era muy feliz, pero las mujeres no paraban de reseñarlo. Pues ahora... Se la veía bastante alegre. No debería estar triste una persona tan alegre, menos aún por culpa de un hombre. Él no lo permitiría... Es decir. Ni que él tuviera nada que ver en la vida de ella ni nada. Que no la haría sufrir gratuitamente, quería decir, sería... Estaría... Fatal...
Se inició una leve disputa entre madre e hija y él, educadamente, se giró levemente sobre su propio eje, poniéndose de canto y mirando a otra parte. Ojalá eso ayudara también a cerrar los oídos, pero por desgracia le llegaban los comentarios, y más por desgracia aún, una parte de su cerebro estaba inexplicablemente interesado en oír la conversación. Se le abrieron los ojos y parpadeó, en un acto reflejo de sorpresa, claramente sin pretenderlo, cuando la señora lanzó ese comentario sobre la noche de bodas. Pues sí que estaba mal la cosa entre Margaret y su prometido... En fin, como si a él le importaran los chismorreos de pueblo, por lo que soltó un leve carraspeo y siguió mirando al cielo como quien no quería la cosa, por lo que a las Lacey respectaba, él no estaba allí. Solo reaccionó mirando de nuevo cuando la señora preguntó si la cuidarían. Bueno, igualmente ya había respondido toda su familia al unísono por él.
Molly se acercó y él agachó la cabeza, estúpidamente avergonzado de repente. - Ah, oh, no, bueno, no... Era una conversación privada, no quería... - Se estaba liando, la chica había dado por hecho que las había escuchado. Negó con la cabeza y encogió un hombro. - No son cosas que a un descastado como yo deban importarle. - Bromeó, con una risa, en referencia a aquello de lo que su familia le acusaba continuamente. Parpadeó, levemente confuso, y rápidamente sacudió la cabeza para reaccionar. - ¡Claro! No. Es decir. - Se mojó los labios y luego le dio por reír de su propio ridículo. - Dudo que seas más rara que yo, la verdad. - Sin ninguna duda, además. - Sigo queriendo invitarte, Molly. - Sonrió levemente y señaló la barra con un gesto de la cabeza. Ya que ambos estaban allí por imposición de sus madres... Al menos que de divirtieran un poquito.
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II. Un buen día |
Lawrence • 25 de julio de 1953
Lawrence estaba muy adorable con sus sobrinos sacándole los colores. Angelitos, ¿qué sabrían ellos de gustar? Rio y negó con la cabeza. Al menos no era ella la única que salía escaldada y avergonzada por su familia, aunque Lawrence tenía muchos miembros que podían sacarle los colores y la señora O’Donnell simplemente estaba siendo una madre irlandesa normal. Lo de su madre era más grave, que solo era una, y ella sola se bastaba y se sobraba para ponerla en ridículo y sacar juntos todos los temas de los que no quería hablar.
Se dirigió con una sonrisa hacia la mesa de los O’Donnell mientras, efectivamente, Amelia se llevaba a su madre para aparecerla en casa. — Sigue sin convencerme esto. — Dijo torciendo el morro. — Margaret, hija, tu madre también sabe cuidarse sola. Os cuidó a su marido y sus tres hijos mucho más tiempo del que tú llevas cuidándola a ella. — Le dijo la señora O’Donnell apretándole el hombro. — Y todo el mundo necesita un descanso y más una jovencita como tú. — Entornó los ojos hacia su hijo. — Algo de lo que ALGUNOS deberían tomar nota, ¿no crees, hijo? — Ella se rio y se encogió de hombros. — Bueno, me he quedado aquí con ustedes, ¿no? Y con mis niños. — Dijo acariciando las cabezas de los tres niños. — Uy, pues verás cuando… — Empezó el señor O’Donnell, pero su mujer le dio en el brazo. — Cuando se vayan por fin a la cama y dejen a los jóvenes disfrutar de la fiesta, ¿verdad? — El hombre pareció un poco despistado, recordándole mucho a Lawrence por un momento, hasta que asintió, mirando a su esposa. — Ah, sí sí, eso decía yo. —
Se fue quedando rezagada a posta para hablar con Lawrence, aunque con los O’Donnell por delante de ellos, y ladeó una sonrisa cuando el chico intentó hacer ver que no se había enterado bien de lo que decían. — Serías el único de este pueblo que no lo sabe. — Suspiró y alzó la mirada hacia las luces, tratando de fijar la vista en alguna parte. — Hoy… Tendría que estar casándome con mi novio desde hace once años. Graham Scott, a lo mejor te suena de Hogwarts, estábamos en la misma casa. — Se agarró las manos tras la espalda y se desviaron un poco de la mesa principal, aunque a una distancia prudencial y visible, que lo último que necesitaba eran más habladurías. Se rio un poco a lo de descastado. — No eres un descastado. No más que alguien que deja plantado al novio a menos de un mes de la boda, al menos. Así que, en ese caso, somos dos descastados. — Ahí sí le miró, para sonreírle un poco más y que viera que estaba a gusto, que no le importaba que él lo supiera. Bueno, a ver, le importaba un poco, pero tarde o temprano, en ese pueblo, se iba a acabar enterando. Entornó los ojos y amplió la sonrisa. — ¡Uy! Ni te imaginas lo rara que puedo llegar a ser. Tanto que a veces temo que no me conozco mucho a mí misma y tomo la decisión equivocada. Pero bueno, siempre intento rectificar antes de que los daños sean muy grandes, y trato de ponerle una sonrisa a la vida. — Muy Gryffindor eso, fantástico para conquistar a un Ravenclaw. Pero, eh, que ella no quería conquistar a nadie, así que, ¿qué más daba?
Asintió con una sonrisa a la invitación y se dirigieron a la barra, donde Molly se pidió una pinta. — Tu familia es un encanto. Tus sobrinos son una alegría, tus padres son cariñosos, buenos, inteligentes… Y están muy orgullosos de ti. — Movió la cabeza de lado a lado, exagerando el ceño fruncido. — Tu hermano es… Especial, pero tiene buen fondo y es muy inteligente también. Además, ya está Amelia para contrastarle. — Dijo con una risita. Justo les trajeron las pintas. — Valora lo que tienes aquí también, independientemente de las locas del pueblo que te sacan a bailar y una madre irlandesa siendo muy madre irlandesa y sacándote los colores. — Señaló a la mesa, donde los O’Donnell jugaban con sus nietos. — Ese amor, ese calor familiar… Es lo que todo el mundo necesita en algún momento de su vida, te lo aseguro. — Le miró y amplió la sonrisa. — Y admite que no te lo has pasado ni tan mal bailando conmigo. — Ouch. Carraspeó. — Con nosotros. Y podemos hacerte descubrir muchas más cosas sobre Irlanda, el tiempo que te queda aquí, las que tú quieras ver. — Levantó la pinta para brindar. — Slaínthe, alquimista. —
Se dirigió con una sonrisa hacia la mesa de los O’Donnell mientras, efectivamente, Amelia se llevaba a su madre para aparecerla en casa. — Sigue sin convencerme esto. — Dijo torciendo el morro. — Margaret, hija, tu madre también sabe cuidarse sola. Os cuidó a su marido y sus tres hijos mucho más tiempo del que tú llevas cuidándola a ella. — Le dijo la señora O’Donnell apretándole el hombro. — Y todo el mundo necesita un descanso y más una jovencita como tú. — Entornó los ojos hacia su hijo. — Algo de lo que ALGUNOS deberían tomar nota, ¿no crees, hijo? — Ella se rio y se encogió de hombros. — Bueno, me he quedado aquí con ustedes, ¿no? Y con mis niños. — Dijo acariciando las cabezas de los tres niños. — Uy, pues verás cuando… — Empezó el señor O’Donnell, pero su mujer le dio en el brazo. — Cuando se vayan por fin a la cama y dejen a los jóvenes disfrutar de la fiesta, ¿verdad? — El hombre pareció un poco despistado, recordándole mucho a Lawrence por un momento, hasta que asintió, mirando a su esposa. — Ah, sí sí, eso decía yo. —
Se fue quedando rezagada a posta para hablar con Lawrence, aunque con los O’Donnell por delante de ellos, y ladeó una sonrisa cuando el chico intentó hacer ver que no se había enterado bien de lo que decían. — Serías el único de este pueblo que no lo sabe. — Suspiró y alzó la mirada hacia las luces, tratando de fijar la vista en alguna parte. — Hoy… Tendría que estar casándome con mi novio desde hace once años. Graham Scott, a lo mejor te suena de Hogwarts, estábamos en la misma casa. — Se agarró las manos tras la espalda y se desviaron un poco de la mesa principal, aunque a una distancia prudencial y visible, que lo último que necesitaba eran más habladurías. Se rio un poco a lo de descastado. — No eres un descastado. No más que alguien que deja plantado al novio a menos de un mes de la boda, al menos. Así que, en ese caso, somos dos descastados. — Ahí sí le miró, para sonreírle un poco más y que viera que estaba a gusto, que no le importaba que él lo supiera. Bueno, a ver, le importaba un poco, pero tarde o temprano, en ese pueblo, se iba a acabar enterando. Entornó los ojos y amplió la sonrisa. — ¡Uy! Ni te imaginas lo rara que puedo llegar a ser. Tanto que a veces temo que no me conozco mucho a mí misma y tomo la decisión equivocada. Pero bueno, siempre intento rectificar antes de que los daños sean muy grandes, y trato de ponerle una sonrisa a la vida. — Muy Gryffindor eso, fantástico para conquistar a un Ravenclaw. Pero, eh, que ella no quería conquistar a nadie, así que, ¿qué más daba?
Asintió con una sonrisa a la invitación y se dirigieron a la barra, donde Molly se pidió una pinta. — Tu familia es un encanto. Tus sobrinos son una alegría, tus padres son cariñosos, buenos, inteligentes… Y están muy orgullosos de ti. — Movió la cabeza de lado a lado, exagerando el ceño fruncido. — Tu hermano es… Especial, pero tiene buen fondo y es muy inteligente también. Además, ya está Amelia para contrastarle. — Dijo con una risita. Justo les trajeron las pintas. — Valora lo que tienes aquí también, independientemente de las locas del pueblo que te sacan a bailar y una madre irlandesa siendo muy madre irlandesa y sacándote los colores. — Señaló a la mesa, donde los O’Donnell jugaban con sus nietos. — Ese amor, ese calor familiar… Es lo que todo el mundo necesita en algún momento de su vida, te lo aseguro. — Le miró y amplió la sonrisa. — Y admite que no te lo has pasado ni tan mal bailando conmigo. — Ouch. Carraspeó. — Con nosotros. Y podemos hacerte descubrir muchas más cosas sobre Irlanda, el tiempo que te queda aquí, las que tú quieras ver. — Levantó la pinta para brindar. — Slaínthe, alquimista. —
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
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II. Un buen día |
Lawrence • 25 de julio de 1953
Lo de ser el único del pueblo que no sabe algo relacionado con un comadreo del pueblo era, básicamente, la definición de Lawrence. Él sabía mucho, pero de lo que venía escrito en los libros. Con lo de fuera... A veces, se perdía, ciertamente. Se agarró las manos tras la espalda y caminó junto a Margaret, con la mirada en el suelo, aparentando normalidad y esperando a lo que tuviera que contar... Pero no pudo evitar mirarla cuando se sinceró. A ver, algo había oído, pero... Que fuera justo ese día... Frunció los labios. Si era así, debía estar siendo un día difícil para ella. No sabía qué ganas podía tener de estar viendo a un idiota como él bailar mal y hacer chistes aún peores.
Entrecerró los ojos y subió la mirada, pensativo. Graham Scott... No, no le sonaba demasiado. Si se estrujaba un poco el cerebro, seguramente cayera en alguna fiesta Gryffindor que tuvo que intervenir... Espera ¿no estaba él presente el mismo día que castigó a Margaret por lo de la fiesta irlandesa? Sí, ahora le recordaba, saliendo muy caballero Gryffindor a decir que no le hablara así a la señorita. No le hizo ni caso. Definitivamente, era muy probable que no hubiera cruzado palabra alguna con él. Chasqueó la lengua. - Tus motivos tendrías para hacerlo. Ni el humano más irracional hace las cosas sin una razón mínima. - Y no consideraba a Molly una humana irracional... Sí a los Gryffindors en general, pero había excepciones, y claramente estaba ante una de ellas. Eso quería pensar, que Molly realmente había tenido un buen motivo para hacer algo así. Sonrió levemente y su mirada se cruzó con la de ella, quien le sonreía de manera similar. No... Definitivamente no le pegaba que esa mujer fuera una descastada sin más.
Lo siguiente que dijo le hizo bajar la mirada y reír levemente. - ¿Gryffindor, quieres decir? - Bromeó, y después carraspeó, con media sonrisa, bajando la mirada otra vez. - Perdón. Es que me ha hecho gracia lo de... Que la decisión no cause grandes daños y ponerle una sonrisa a la vida. - Alzó la mirada, mientras seguía caminando. - A veces yo peco de todo lo contrario. No me entiendas mal, es decir... Disfruto haciendo lo que hago. Leyendo, estudiando, conociendo. Siendo metódico. Pero... Muchas veces, mi familia me dice, "¡Larry, espabila, improvisa, mira a tu alrededor!", y yo... - Sacudió la cabeza, como si acabara de despertar de una ensoñación. - ...Es como si, de repente, me encontrara a mí mismo... En una realidad que no reconozco. Vivo demasiado entre libros y todo lo planifico tanto que... Lo disfruto, pero... A veces pienso, ¿podría disfrutarlo más si fuera más espontáneo? - Se encogió de hombros, entornando los ojos hacia arriba con una mueca. - Luego pienso en que una vez, en una Pascua, intenté ser espontáneo en la cocina de mi madre y casi quemo la casa, y se me pasa. - Rio un poco. Se estaba sincerando (y quedando un poco ridículo, ciertamente) de más con una chica a la que apenas conocía y la única explicación racional que le podía dar a eso era que había bebido más alcohol del que estaba acostumbrado a beber. Se iba a arrepentir al día siguiente, fijo.
Pues no lo iba a arreglar, porque mientras lo pensaba se estaba sentando junto a Molly en la barra y pidiéndose una pinta para cada uno. Ay, por Merlín, Larry, que ya estás hablando de más, cuidado con lo que sueltas... Lo dicho, no estaba él hecho para ser espontáneo. Rio levemente. - Es cierto, tengo mucha suerte con ellos. - Rodó los ojos. - Bueno, orgullosos... Creo que estarían más orgulloso si estuviera ya casado, con hijos y viviendo aquí. - ¿Ves? Ya estás hablando de más. Se refugió en dar un sorbo a su pinta (eso, más alcohol, para arreglarlo) y, al dejar el vaso en la barra, con la mirada puesta en este, trató de matizar como si solo hubiera dicho una broma. - Sí que soy muy afortunado de tenerles, y sé que me quieren bien... Creo que no se lo hago saber a menudo. Estoy bastante seguro de que piensan de mí... Pues eso, que soy un descastado. - Miró al frente, con un punto nostálgico. - Quizás algún día me vaya y no vuelva... O vuelva con poca frecuencia... Y mis padres ya no estén, y mis sobrinos no se acuerden de mí. - Ese que hablaba no era Larry, sino Cletus. Su hermano pensaba que no le escuchaba, pero sus palabras calaban en él mucho más de lo que el mayor pensaba y el pequeño estaba dispuesto a reconocer. Trató de cambiar el semblante esbozando una sonrisa leve y miró a la chica. - El precio del conocimiento, supongo. Y el de vivir en todos los lugares que sea posible y aprender de estos. -
Rio un poco a lo de la loca irlandesa. Sería un motivo para quedarse, se le cruzó por la mente, pero menos mal que no lo había llegado a verbalizar, porque eso sí que era una locura que, además, entraba en absoluta incongruencia con lo que sí había dicho en voz alta, y Larry no estaba familiarizado con las incongruencias. Sus siguientes palabras le produjeron cierta tristeza. No es que no necesitara el amor familiar... Era solo que... Su familia no quería desanclarse del pueblo, de sus tradiciones y de sus mismos conocimientos generación tras generación, y él... Quería saber más. Quería ser alguien, aportar al mundo y hacer cosas fantásticas con el don mágico que le había sido dado, y conocer a más personas como él (no por deseo social, no era él la persona más sociable del mundo, sino por aprender de ellos, de otras grandes mentes), más lugares y más formas de magia. Y eso, desde allí... Era complicado. Desde una biblioteca que no tenía ni siquiera un Harmonices Mundi, no es como que pudieras explorar el mundo con gran amplitud. Pero Molly tenía razón.
Su comentario sobre el baile le devolvió a la tierra, le quitó la melancolía y le hizo reír. - Lo reconozco. Debes bailar muy bien, o muy divertido, porque salvando los protocolarios bailes con la prefecta de Ravenclaw, no me había visto yo en muchas pistas. - Dijo entre risas. Sonrió ampliamente. Podría enseñarle muchas cosas más de Irlanda... Sí, eso le parecía bien. - Un buen Ravenclaw siempre recibe el conocimiento con los brazos abiertos. - Alzó su pinta. - Slaínthe, profesora. - Rio levemente y dio un sorbo. - ¿Y por dónde vas a empezar a enseñarme? - Vaya. Demasiado directo y malinterpretable. Creía. O no. Tampoco perdía nada por matizar. - De Irlanda. Quiero decir. De lo que tengo que aprender. Puedo aprender. Lo que me ibas a... - Se frotó el puente de la nariz hasta los ojos con un par de dedos, echando aire por la nariz. - Voy a empezar de nuevo. - Murmuró. Mejor, porque en menudo atolladero se estaba metiendo solo. Abrió los ojos de nuevo y empezó otra vez, como si no hubiera dicho nada. - Quiero saber cosas sobre Irlanda. Es cierto que la tengo un poco abandonada, y has dicho que vas a enseñarme, y eres profesora así que... Soy Ravenclaw, los Ravenclaw nacimos para ser alumnos eternos. - Más o menos lo había arreglado. Sonrió. - ¿Cuál será la primera lección, profesora Lacey? -
Entrecerró los ojos y subió la mirada, pensativo. Graham Scott... No, no le sonaba demasiado. Si se estrujaba un poco el cerebro, seguramente cayera en alguna fiesta Gryffindor que tuvo que intervenir... Espera ¿no estaba él presente el mismo día que castigó a Margaret por lo de la fiesta irlandesa? Sí, ahora le recordaba, saliendo muy caballero Gryffindor a decir que no le hablara así a la señorita. No le hizo ni caso. Definitivamente, era muy probable que no hubiera cruzado palabra alguna con él. Chasqueó la lengua. - Tus motivos tendrías para hacerlo. Ni el humano más irracional hace las cosas sin una razón mínima. - Y no consideraba a Molly una humana irracional... Sí a los Gryffindors en general, pero había excepciones, y claramente estaba ante una de ellas. Eso quería pensar, que Molly realmente había tenido un buen motivo para hacer algo así. Sonrió levemente y su mirada se cruzó con la de ella, quien le sonreía de manera similar. No... Definitivamente no le pegaba que esa mujer fuera una descastada sin más.
Lo siguiente que dijo le hizo bajar la mirada y reír levemente. - ¿Gryffindor, quieres decir? - Bromeó, y después carraspeó, con media sonrisa, bajando la mirada otra vez. - Perdón. Es que me ha hecho gracia lo de... Que la decisión no cause grandes daños y ponerle una sonrisa a la vida. - Alzó la mirada, mientras seguía caminando. - A veces yo peco de todo lo contrario. No me entiendas mal, es decir... Disfruto haciendo lo que hago. Leyendo, estudiando, conociendo. Siendo metódico. Pero... Muchas veces, mi familia me dice, "¡Larry, espabila, improvisa, mira a tu alrededor!", y yo... - Sacudió la cabeza, como si acabara de despertar de una ensoñación. - ...Es como si, de repente, me encontrara a mí mismo... En una realidad que no reconozco. Vivo demasiado entre libros y todo lo planifico tanto que... Lo disfruto, pero... A veces pienso, ¿podría disfrutarlo más si fuera más espontáneo? - Se encogió de hombros, entornando los ojos hacia arriba con una mueca. - Luego pienso en que una vez, en una Pascua, intenté ser espontáneo en la cocina de mi madre y casi quemo la casa, y se me pasa. - Rio un poco. Se estaba sincerando (y quedando un poco ridículo, ciertamente) de más con una chica a la que apenas conocía y la única explicación racional que le podía dar a eso era que había bebido más alcohol del que estaba acostumbrado a beber. Se iba a arrepentir al día siguiente, fijo.
Pues no lo iba a arreglar, porque mientras lo pensaba se estaba sentando junto a Molly en la barra y pidiéndose una pinta para cada uno. Ay, por Merlín, Larry, que ya estás hablando de más, cuidado con lo que sueltas... Lo dicho, no estaba él hecho para ser espontáneo. Rio levemente. - Es cierto, tengo mucha suerte con ellos. - Rodó los ojos. - Bueno, orgullosos... Creo que estarían más orgulloso si estuviera ya casado, con hijos y viviendo aquí. - ¿Ves? Ya estás hablando de más. Se refugió en dar un sorbo a su pinta (eso, más alcohol, para arreglarlo) y, al dejar el vaso en la barra, con la mirada puesta en este, trató de matizar como si solo hubiera dicho una broma. - Sí que soy muy afortunado de tenerles, y sé que me quieren bien... Creo que no se lo hago saber a menudo. Estoy bastante seguro de que piensan de mí... Pues eso, que soy un descastado. - Miró al frente, con un punto nostálgico. - Quizás algún día me vaya y no vuelva... O vuelva con poca frecuencia... Y mis padres ya no estén, y mis sobrinos no se acuerden de mí. - Ese que hablaba no era Larry, sino Cletus. Su hermano pensaba que no le escuchaba, pero sus palabras calaban en él mucho más de lo que el mayor pensaba y el pequeño estaba dispuesto a reconocer. Trató de cambiar el semblante esbozando una sonrisa leve y miró a la chica. - El precio del conocimiento, supongo. Y el de vivir en todos los lugares que sea posible y aprender de estos. -
Rio un poco a lo de la loca irlandesa. Sería un motivo para quedarse, se le cruzó por la mente, pero menos mal que no lo había llegado a verbalizar, porque eso sí que era una locura que, además, entraba en absoluta incongruencia con lo que sí había dicho en voz alta, y Larry no estaba familiarizado con las incongruencias. Sus siguientes palabras le produjeron cierta tristeza. No es que no necesitara el amor familiar... Era solo que... Su familia no quería desanclarse del pueblo, de sus tradiciones y de sus mismos conocimientos generación tras generación, y él... Quería saber más. Quería ser alguien, aportar al mundo y hacer cosas fantásticas con el don mágico que le había sido dado, y conocer a más personas como él (no por deseo social, no era él la persona más sociable del mundo, sino por aprender de ellos, de otras grandes mentes), más lugares y más formas de magia. Y eso, desde allí... Era complicado. Desde una biblioteca que no tenía ni siquiera un Harmonices Mundi, no es como que pudieras explorar el mundo con gran amplitud. Pero Molly tenía razón.
Su comentario sobre el baile le devolvió a la tierra, le quitó la melancolía y le hizo reír. - Lo reconozco. Debes bailar muy bien, o muy divertido, porque salvando los protocolarios bailes con la prefecta de Ravenclaw, no me había visto yo en muchas pistas. - Dijo entre risas. Sonrió ampliamente. Podría enseñarle muchas cosas más de Irlanda... Sí, eso le parecía bien. - Un buen Ravenclaw siempre recibe el conocimiento con los brazos abiertos. - Alzó su pinta. - Slaínthe, profesora. - Rio levemente y dio un sorbo. - ¿Y por dónde vas a empezar a enseñarme? - Vaya. Demasiado directo y malinterpretable. Creía. O no. Tampoco perdía nada por matizar. - De Irlanda. Quiero decir. De lo que tengo que aprender. Puedo aprender. Lo que me ibas a... - Se frotó el puente de la nariz hasta los ojos con un par de dedos, echando aire por la nariz. - Voy a empezar de nuevo. - Murmuró. Mejor, porque en menudo atolladero se estaba metiendo solo. Abrió los ojos de nuevo y empezó otra vez, como si no hubiera dicho nada. - Quiero saber cosas sobre Irlanda. Es cierto que la tengo un poco abandonada, y has dicho que vas a enseñarme, y eres profesora así que... Soy Ravenclaw, los Ravenclaw nacimos para ser alumnos eternos. - Más o menos lo había arreglado. Sonrió. - ¿Cuál será la primera lección, profesora Lacey? -
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II. Un buen día |
Lawrence • 25 de julio de 1953
Rodó los ojos y suspiró. — Sí, si razones tenía, el problema fue no verlas antes y dejar que… Pasaran once años con la persona equivocada. — Se quedó mirando un poco al vacío. — ¿Y ahora qué hago? Tengo veintiocho años. Tu cuñada a mi edad ya estaba esperando el segundo niño. Y casi todas mis amigas… ¿Espero otros once años para saber si es el adecuado? ¿Y si no? ¿Y cómo se sabe eso antes? — Suspiró y le miró, y entonces fue consciente de a quién le estaba diciendo esas cosas. — Perdón… Es que no había hablado de esto con nadie. O sea, a mi madre, a mi hermano y mis amigas les digo que está todo bien, que bueno, que simplemente se acabó el amor, o que no éramos del todo compatibles… — Dejó salir el aire y negó con la cabeza. — Pero me lo invento, porque la verdad es que no tengo ni idea de qué fue lo que falló. A parte de que él quería tener un montón de niños, varones todos, como si eso se pudiera elegir, y que viviéramos en Escocia y yo le esperara en casa… Y claro, eso no entraba en mis planes. Pero no era solo eso… — Sacudió la cabeza y negó. — En fin, perdóname. No te doy más la tabarra con esto, que es el día de Saint James. — Y levantó su copa hacia él antes de leer.
Rio y levantó la mano en un gesto de decirle que no pasaba nada por lo de Gryffindor. Si verdad era, otra cosa no podía decir, y se quedó escuchando cómo hablaba de sí mismo y su trabajo. Era hipnótico, la verdad, porque le había parecido un erudito frío y distante, que se escondía tras los modales para no demostrar sentimientos, pero realmente toda la pasión la guardaba para hablar así. — Pero se te ve feliz en esa realidad. — Dijo con una suave sonrisa y bajando un poco el tono. Se rio mucho con lo de Pascua y dijo. — A mí me encanta cocinar, ven a mi casa en Pascua y asunto resuelto. — Era un plan absurdo e irracionalmente a largo plazo, porque estaban a veinticinco de julio pero… Bueno, ella sí era espontánea. — Eso no lo puedes forzar, ¿sabes? Si no, deja de ser espontáneo. Pero lo puedes entrenar, usando las veces que sí lo eres. Creo que lo eres cuando hablas de tu trabajo, como antes cuando me has explicado lo del círculo y eso… — Recordó cuando había agarrado sus manos y se sonrió.
Encogió un hombro cuando dijo lo de su familia. — Ya, como todas las familias. La gente del pueblo ya estaba murmurando que a ver qué iba a hacer mi madre cuando yo me casara y me fuera, y ella insistía mucho en que lo hiciera y que no me necesita, pero… Yo sé que no es verdad. Y nunca querría irse a Nueva York con Frankie, se despartiría en la aparición solo por la mala leche. — Y entonces sintió un agujero en el estómago cuando dijo lo de que quizá algún día se iría y no volvería, y claro, semejante cara se le debía haber quedado. — Ehmm… O sea… Te entiendo, pero… Es que yo no podría concebir no volver a Irlanda nunca. — Se rio y alzó las cejas. — Igual piensas que mis expectativas son ínfimas, pero… Es que… Yo saco toda mi fuerza del verde de los prados, los acantilados, la comida, mi comunidad. — Tragó saliva. — Cuando mi padre y Arnold murieron en la guerra, jamás, jamás nos sentimos solos. Cualquier cosa que nos faltara, había tres cestas con ello en la puerta. Cada vez que he llorado fuera de mi casa para que mi madre no me viera, ha habido alguien para consolarme, y cuando Frankie se casó con mi cuñada… Oh, tendrías que haber visto cómo este pueblo es capaz de hacer un banquete en plena posguerra, eso sí que es alquimia. Tus padres hicieron unas cosas con las porciones de las tartas para que todos tuviéramos… — Rio fuertemente al recordarlo y se le pusieron los ojos un poco brillantes. — Supongo que todo tiene su lado bueno. Incluido esto. — Tragó saliva y le miró sin perder la sonrisa. — Pero entiendo que tu conocimiento… Lo vale. — De verdad que lo entendía, solo no… Lo compartía. Pero quizá era mejor que no volviera, ¿no? Total, cogerle cariño para que luego se fuera…
Pero bueno, volvieron a los temas más propios de una feria en pleno julio y sonrió. — La verdad es que bailar es de lo que mejor se me da. — Dijo poniendo un tono exagerado y haciendo un gesto con la mano. — Y más divertida que una prefecta de Ravenclaw sí soy, claro. — Rio un poco más, y notó como un saltito en el corazón cuando le dijo que quería conocer más de Irlanda, aunque se lio un poco. Pobres Ravenclaws, solo ellos creían que eso era malo. — Pues si quieres saber más de Irlanda… Vamos a hacer las cosas un poquito a mi modo y un poquito al tuyo. — Le señaló. — Yo voy a hacerte una lista de cosas que me parecen fundamentales para conocer esto y te voy a llevar a hacerlas, así organizadito, a lo Ravenclaw. Y tú… — Y ahí puso un tono y cara más traviesillos. — Vas a empezar a improvisar y sorprender a tu maestra… O no te enseñaré nada y te quedarás solo con Kepler y tus adorables sobrinos todo el verano. O bueno, hasta que te vayas. — Dio un trago a la cerveza. — Empieza ahora O’Donnell… Haz algo que no me espere. — Le retó con una risita.
Rio y levantó la mano en un gesto de decirle que no pasaba nada por lo de Gryffindor. Si verdad era, otra cosa no podía decir, y se quedó escuchando cómo hablaba de sí mismo y su trabajo. Era hipnótico, la verdad, porque le había parecido un erudito frío y distante, que se escondía tras los modales para no demostrar sentimientos, pero realmente toda la pasión la guardaba para hablar así. — Pero se te ve feliz en esa realidad. — Dijo con una suave sonrisa y bajando un poco el tono. Se rio mucho con lo de Pascua y dijo. — A mí me encanta cocinar, ven a mi casa en Pascua y asunto resuelto. — Era un plan absurdo e irracionalmente a largo plazo, porque estaban a veinticinco de julio pero… Bueno, ella sí era espontánea. — Eso no lo puedes forzar, ¿sabes? Si no, deja de ser espontáneo. Pero lo puedes entrenar, usando las veces que sí lo eres. Creo que lo eres cuando hablas de tu trabajo, como antes cuando me has explicado lo del círculo y eso… — Recordó cuando había agarrado sus manos y se sonrió.
Encogió un hombro cuando dijo lo de su familia. — Ya, como todas las familias. La gente del pueblo ya estaba murmurando que a ver qué iba a hacer mi madre cuando yo me casara y me fuera, y ella insistía mucho en que lo hiciera y que no me necesita, pero… Yo sé que no es verdad. Y nunca querría irse a Nueva York con Frankie, se despartiría en la aparición solo por la mala leche. — Y entonces sintió un agujero en el estómago cuando dijo lo de que quizá algún día se iría y no volvería, y claro, semejante cara se le debía haber quedado. — Ehmm… O sea… Te entiendo, pero… Es que yo no podría concebir no volver a Irlanda nunca. — Se rio y alzó las cejas. — Igual piensas que mis expectativas son ínfimas, pero… Es que… Yo saco toda mi fuerza del verde de los prados, los acantilados, la comida, mi comunidad. — Tragó saliva. — Cuando mi padre y Arnold murieron en la guerra, jamás, jamás nos sentimos solos. Cualquier cosa que nos faltara, había tres cestas con ello en la puerta. Cada vez que he llorado fuera de mi casa para que mi madre no me viera, ha habido alguien para consolarme, y cuando Frankie se casó con mi cuñada… Oh, tendrías que haber visto cómo este pueblo es capaz de hacer un banquete en plena posguerra, eso sí que es alquimia. Tus padres hicieron unas cosas con las porciones de las tartas para que todos tuviéramos… — Rio fuertemente al recordarlo y se le pusieron los ojos un poco brillantes. — Supongo que todo tiene su lado bueno. Incluido esto. — Tragó saliva y le miró sin perder la sonrisa. — Pero entiendo que tu conocimiento… Lo vale. — De verdad que lo entendía, solo no… Lo compartía. Pero quizá era mejor que no volviera, ¿no? Total, cogerle cariño para que luego se fuera…
Pero bueno, volvieron a los temas más propios de una feria en pleno julio y sonrió. — La verdad es que bailar es de lo que mejor se me da. — Dijo poniendo un tono exagerado y haciendo un gesto con la mano. — Y más divertida que una prefecta de Ravenclaw sí soy, claro. — Rio un poco más, y notó como un saltito en el corazón cuando le dijo que quería conocer más de Irlanda, aunque se lio un poco. Pobres Ravenclaws, solo ellos creían que eso era malo. — Pues si quieres saber más de Irlanda… Vamos a hacer las cosas un poquito a mi modo y un poquito al tuyo. — Le señaló. — Yo voy a hacerte una lista de cosas que me parecen fundamentales para conocer esto y te voy a llevar a hacerlas, así organizadito, a lo Ravenclaw. Y tú… — Y ahí puso un tono y cara más traviesillos. — Vas a empezar a improvisar y sorprender a tu maestra… O no te enseñaré nada y te quedarás solo con Kepler y tus adorables sobrinos todo el verano. O bueno, hasta que te vayas. — Dio un trago a la cerveza. — Empieza ahora O’Donnell… Haz algo que no me espere. — Le retó con una risita.
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
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- 16 de enero de 2002:
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