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Freyja
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Croílár glas
1x1 Inspired - Libros. Spin off El pájaro en el espino (HP Universe)
Ballyknow, Galway, Irlanda, 1953.
Irlanda es una tierra fundamentalmente mágica, casi más que Inglaterra, pero, como en tantos otros casos, el mundo mágico está más focalizado en la isla vecina, y por ello todo el mundo tiende a irse de una tierra empobrecida y sin oportunidades, por muy mágica que sea. No fue el caso de los O’Donnell, una pareja de famosos aritmánticos que permanecen en su pueblo, ni de Margaret Lacey, que tras ser alumna de Hogwarts, volvió a Ballyknow por estar con su madre viuda y porque su sueño era trabajar en la biblioteca del pueblo, renovarla y que fuera un lugar donde poder impartir sabiduría mágica.
Por su parte, el hijo de los O’Donnel, Lawrence, sí que ha optado por viajar por el mundo, estudiando todo lo que ha podido para ser alquimista, y su proyección es llegar a lo más alto de los rangos, ser un erudito y conocer, conocer sin parar. Por ello, sus padres han perdido ya la esperanza de que encuentre una mujer o de que siente la cabeza en algo que no sea un escritorio para crear su próximo libro.
Pero ahora, por cuestiones de sus investigaciones, ha tenido que volver al pueblo que lo vio nacer después de tanto tiempo, y se le hace pequeño, agobiante y falto totalmente de cultura. Por su parte, Margaret acaba de romper su compromiso con su novio desde hace once años porque pretendía que dejara de trabajar al casarse, justo ahora, que su biblioteca empieza a arrancar y va viento en popa, por lo que se ha convertido en la comidilla del pueblo.
No eran amigos precisamente en Hogwarts, pero quizá en Ballyknow, donde cuchichean sobre los dos, y donde el refugio natural de ambos es la biblioteca, quizá el ex prefecto de Ravenclaw y la ex alumna alocada de Gryffindor amante de los libros encuentren justo lo que estaban buscando.
Irlanda es una tierra fundamentalmente mágica, casi más que Inglaterra, pero, como en tantos otros casos, el mundo mágico está más focalizado en la isla vecina, y por ello todo el mundo tiende a irse de una tierra empobrecida y sin oportunidades, por muy mágica que sea. No fue el caso de los O’Donnell, una pareja de famosos aritmánticos que permanecen en su pueblo, ni de Margaret Lacey, que tras ser alumna de Hogwarts, volvió a Ballyknow por estar con su madre viuda y porque su sueño era trabajar en la biblioteca del pueblo, renovarla y que fuera un lugar donde poder impartir sabiduría mágica.
Por su parte, el hijo de los O’Donnel, Lawrence, sí que ha optado por viajar por el mundo, estudiando todo lo que ha podido para ser alquimista, y su proyección es llegar a lo más alto de los rangos, ser un erudito y conocer, conocer sin parar. Por ello, sus padres han perdido ya la esperanza de que encuentre una mujer o de que siente la cabeza en algo que no sea un escritorio para crear su próximo libro.
Pero ahora, por cuestiones de sus investigaciones, ha tenido que volver al pueblo que lo vio nacer después de tanto tiempo, y se le hace pequeño, agobiante y falto totalmente de cultura. Por su parte, Margaret acaba de romper su compromiso con su novio desde hace once años porque pretendía que dejara de trabajar al casarse, justo ahora, que su biblioteca empieza a arrancar y va viento en popa, por lo que se ha convertido en la comidilla del pueblo.
No eran amigos precisamente en Hogwarts, pero quizá en Ballyknow, donde cuchichean sobre los dos, y donde el refugio natural de ambos es la biblioteca, quizá el ex prefecto de Ravenclaw y la ex alumna alocada de Gryffindor amante de los libros encuentren justo lo que estaban buscando.
Lawrence O'Donnell 30 años - Alquimista - Ravenclaw - Jude Law - Freyja | Margaret Lacey 28 años - Bibliotecaria - Gryffindor - Holland Roden - Ivanka |
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II. Un buen día |
Lawrence • 25 de julio de 1953
Parpadeó, pero muy disimuladamente y mirando la bebida en su mano. Once años... Margaret había estado con su novio once años. Él no había llegado a tener una relación tan larga ni con un libro. Ahora se sentía un poco crío a su lado, a pesar de ser mayor que era. El conocimiento, a veces, te hacía creer que estabas en un estado superior con respecto a los demás... Parecía estar escuchando la voz de Cletus decirle "no sabes nada de la vida, Larry". Iba a ser verdad al final.
Las dudas de Molly sí le hicieron mirarla, aunque de soslayo, casi con un punto temeroso. Un Ravenclaw no llevaba demasiado bien no saber resolver a las preguntas. Solo reaccionó cuando se disculpó. - Oh, no, no no, no tienes de qué disculparte. Es decir... Es normal que lo pienses. - Rio levemente. - Qué te voy a decir, soy mayor que tú. - Aunque no es como que me haya planteado todo eso demasiado, y quizás se le estuviera pasando el tiempo más de la cuenta. Odiaba tener que darle a Cletus la razón. - Aunque, bueno... Siempre tendremos... nuestros libros. - Trató de aliviar, con una sonrisa leve, pero si bien en su cabeza sonaba espectacular, al decirlo le sonó horrible. Sacudió la cabeza y rio, mirando hacia la bebida de nuevo, avergonzado. - Perdón, no me hagas caso. Digo muchas tonterías cuando no estoy leyendo. - Trató de salvar.
La mujer siguió hablando y, en un ataque de clara insensibilidad por su parte, se le escapó la risa con eso de que quería tener muchos hijos varones "como si eso se pudiera elegir". La disimuló con una tos. - Perdón. No, es que... Es verdad, no es como que se pueda elegir. - No me extraña que te aburrieras de semejante cabeza hueca. De pocas cosas se había alegrado más en la vida que de no haber dicho eso en voz alta. Sonrió levemente. - No me das la tabarra, Marg... Molly. - Amplió muy sutilmente la sonrisa. - Haces bien en tener tus propios planes. Planes que pueden planificarse, como bien indica la propia raíz de la palabra, a diferencia de lo de tener hijos varones específicamente. - Negó, riendo nervioso una vez más. - Perdón, no quiero que pienses que me burlo. Es solo que... Eres demasiado inteligente para alguien que piensa una cosa así. - Guau. Menuda confesión. - Quiero decir. Ni mi sobrina pensaría algo así, y tú le das clases. Se te presupone un mayor conocimiento, pues. - Bromeó. Esperaba no estar quedando fatal.
"Se te ve feliz en esa realidad". Sonrió levemente y asintió. Sí... Estaba feliz. Es decir, era la vida que quería, la que llevaba ansiando tener y buscando desde que nació. Al menos Molly lo había captado, no como su familia... Aunque, por alguna extraña razón, al oír por primera vez a alguien decírselo... no se había sentido tan satisfecho como pensó que se sentiría. - Hecho. - Aseveró con respecto al plan de Pascua, y luego se dio cuenta de que no tenía ni idea de hacia dónde le habrían llevado sus estudios en Pascua. Hasta a su madre le había dicho que no sabría cuándo volvería, ¿por qué acababa de comprometerse con Molly a eso? Debería dejar de beber, empezaba a hacer y decir unas cosas que solo podía atribuir al alcohol, porque de normal él no era así.
Se tuvo que reír con la posible despartición de la señora Lacey si se fuera a Nueva York. Las familias irlandesas, parecían que les mataban si se tenían que ir. Él nunca se había sentido tan aferrado a su tierra, eso limitaba demasiado para sus aspiraciones. De hecho, justo eso estaba diciendo ella, y él escuchó en silencio, con una sonrisa tenue, asintiendo lentamente... ¿Qué mujer iba a querer estar con él? Si es que Cletus no se enteraba. Las mujeres, al igual que Margaret, pensaban como ella. Sonreían solo con ver su hogar y pensar en abandonarlo les generaba tristeza. Él era un hombre de mundo, no solo de libros. Y no sabía qué hacía pensando eso ahora, pero es que simplemente... bueno, Molly le estaba dando las pruebas que su familia parecía necesitar para poder darle a Larry la razón.
Si bien el argumento de la mujer le dejó congelado en el sitio. De repente lo había recordado: el hermano de Margaret, Arnold Lacey, fue el superior de su hermano Cletus. Murió cuando él quedó malherido. Lo había olvidado... Tragó saliva. - Lo siento. - Murmuró, educado. No había tenido opción de darle el pésame a la joven, aunque sí lo hizo con su madre en su día. Melancólicamente, tuvo que sonreír oyendo hablar a Margaret de su comunidad. Entendía que no quisiera irse... Lástima que él no pudiera compartir dicho sentimiento. Y eso empezaba a generarle una amargura que no lograba entender, pues era algo que nunca se había planteado.
La mujer volvió a hacerle reír a carcajadas. - Puedo asegurarlo. - Mucho más divertida que la prefecta era, sin duda. Y bailaba mejor. La propuesta le hizo arquear una ceja mientras la escuchaba. Descolgó la mandíbula. - ¿Improvisar? ¿Yo? - Soltó una risa aspirada. - Lo que me faltaba. Creo que se ha quedado usted con la parte fácil del plan, señorita Lacey. - Dijo entre risas. Siguió riendo con sus comentarios. - ¡Eh! Kepler es muy buena compañía. - Hizo una pausa con una sonrisilla y luego dijo en tono bromista. - No digo que mis sobrinos no la sean. - Aunque el reto le hizo abrir los ojos y mirar a los lados. - ¿Cóm... algo que... ahora? - Boqueó. - ¿De irnos de aquí te refieres? - Frunció el ceño, pensando fuertemente. - ¿Pero no venía primero la lista? ¿Cómo sé por dónde quieres empezar? - Mostró las palmas. - Vale, vale. Improviso. Que sepas que aceptar retos de un Gryffindor no es mi estilo, pero... - Suspiró, mirando a su alrededor. - Supongo que estar en una verbena de pueblo tampoco, y aquí estamos. - Y ahora ¿qué hacía? En menudo jardín le había metido esa chica.
Se tiró sus buenos minutos pensando, tanto que temió que Margaret se aburriera y se fuese. En lo que miraba alrededor, dándole tantas vueltas a la cabeza que iba a empezar a salirle humo en breves, detectó una riña en la barra. - ¡He dicho que no te sirvo más, McArthur! ¡Que vas como una cuba! - ¡¡Ponme otra pinta, pedazo de tronco caído!! - ¡¿Ves?! No sabes ya ni lo que dices. - Toma mi dinero. - ¡Que no te pongo más! - Larry frunció los labios, miró de reojo a Margaret y, sin pensárselo mucho (porque como se lo pensara, no lo haría) se levantó de un salto y se dirigió hacia la barra opuesta, donde estaba ese amago de pelea. Porque el borracho empezaba a querer saltar hacia el camarero.
Se coló por detrás de la barra y dijo, tirando de naturalidad, pero con el corazón a trescientos por hora. ¿¿Pero qué estoy haciendo, por Merlín?? - No, no, buen señor, no se preocupe. Lo que mi compañero quiere decirle es que no puede servirle más de ESTA cerveza. ¡Porque tenemos otra mejor! - El borracho se calló, aunque no parecía muy convencido. El que sin duda le estaba mirando sin comprender nada era el camarero. - Ven, la tenemos en aquel tonel de allí. - Le indicó, abriendo mucho los ojos. El hombre, confuso, por tal de quitarse al borracho de encima, le siguió. - ¿Tú no eres el hijo de los O'Donnell, el alquimista? - Preguntó cuando Larry se agachó frente al tonel, con el hombre junto a él, totalmente confuso. En voz baja, le contestó. - Efectivamente. No vas a entrar en razones con ese tipo, así que dale lo que quiere él y lo que quieres tú. - El otro le miró. - No lo entiendo. - Él quiere más cerveza, pero tú no quieres que beba alcohol. - Terminó de dibujar lo que estaba dibujando en el suelo mientras hablaba, puso el tonel en el centro del círculo y juntó las manos. En apenas unos segundos empezó a salir una especie de vapor del interior del tonel que dejó al camarero con los ojos abiertos. - Separación. Ahora es cerveza sin alcohol. - Se puso de pie, se sacudió las manos con una sonrisa satisfecha y dijo. - De nada. - Antes de marcharse con Molly de nuevo para contarle lo que había hecho. Esperaba que lo considerara atrevimiento suficiente.
Las dudas de Molly sí le hicieron mirarla, aunque de soslayo, casi con un punto temeroso. Un Ravenclaw no llevaba demasiado bien no saber resolver a las preguntas. Solo reaccionó cuando se disculpó. - Oh, no, no no, no tienes de qué disculparte. Es decir... Es normal que lo pienses. - Rio levemente. - Qué te voy a decir, soy mayor que tú. - Aunque no es como que me haya planteado todo eso demasiado, y quizás se le estuviera pasando el tiempo más de la cuenta. Odiaba tener que darle a Cletus la razón. - Aunque, bueno... Siempre tendremos... nuestros libros. - Trató de aliviar, con una sonrisa leve, pero si bien en su cabeza sonaba espectacular, al decirlo le sonó horrible. Sacudió la cabeza y rio, mirando hacia la bebida de nuevo, avergonzado. - Perdón, no me hagas caso. Digo muchas tonterías cuando no estoy leyendo. - Trató de salvar.
La mujer siguió hablando y, en un ataque de clara insensibilidad por su parte, se le escapó la risa con eso de que quería tener muchos hijos varones "como si eso se pudiera elegir". La disimuló con una tos. - Perdón. No, es que... Es verdad, no es como que se pueda elegir. - No me extraña que te aburrieras de semejante cabeza hueca. De pocas cosas se había alegrado más en la vida que de no haber dicho eso en voz alta. Sonrió levemente. - No me das la tabarra, Marg... Molly. - Amplió muy sutilmente la sonrisa. - Haces bien en tener tus propios planes. Planes que pueden planificarse, como bien indica la propia raíz de la palabra, a diferencia de lo de tener hijos varones específicamente. - Negó, riendo nervioso una vez más. - Perdón, no quiero que pienses que me burlo. Es solo que... Eres demasiado inteligente para alguien que piensa una cosa así. - Guau. Menuda confesión. - Quiero decir. Ni mi sobrina pensaría algo así, y tú le das clases. Se te presupone un mayor conocimiento, pues. - Bromeó. Esperaba no estar quedando fatal.
"Se te ve feliz en esa realidad". Sonrió levemente y asintió. Sí... Estaba feliz. Es decir, era la vida que quería, la que llevaba ansiando tener y buscando desde que nació. Al menos Molly lo había captado, no como su familia... Aunque, por alguna extraña razón, al oír por primera vez a alguien decírselo... no se había sentido tan satisfecho como pensó que se sentiría. - Hecho. - Aseveró con respecto al plan de Pascua, y luego se dio cuenta de que no tenía ni idea de hacia dónde le habrían llevado sus estudios en Pascua. Hasta a su madre le había dicho que no sabría cuándo volvería, ¿por qué acababa de comprometerse con Molly a eso? Debería dejar de beber, empezaba a hacer y decir unas cosas que solo podía atribuir al alcohol, porque de normal él no era así.
Se tuvo que reír con la posible despartición de la señora Lacey si se fuera a Nueva York. Las familias irlandesas, parecían que les mataban si se tenían que ir. Él nunca se había sentido tan aferrado a su tierra, eso limitaba demasiado para sus aspiraciones. De hecho, justo eso estaba diciendo ella, y él escuchó en silencio, con una sonrisa tenue, asintiendo lentamente... ¿Qué mujer iba a querer estar con él? Si es que Cletus no se enteraba. Las mujeres, al igual que Margaret, pensaban como ella. Sonreían solo con ver su hogar y pensar en abandonarlo les generaba tristeza. Él era un hombre de mundo, no solo de libros. Y no sabía qué hacía pensando eso ahora, pero es que simplemente... bueno, Molly le estaba dando las pruebas que su familia parecía necesitar para poder darle a Larry la razón.
Si bien el argumento de la mujer le dejó congelado en el sitio. De repente lo había recordado: el hermano de Margaret, Arnold Lacey, fue el superior de su hermano Cletus. Murió cuando él quedó malherido. Lo había olvidado... Tragó saliva. - Lo siento. - Murmuró, educado. No había tenido opción de darle el pésame a la joven, aunque sí lo hizo con su madre en su día. Melancólicamente, tuvo que sonreír oyendo hablar a Margaret de su comunidad. Entendía que no quisiera irse... Lástima que él no pudiera compartir dicho sentimiento. Y eso empezaba a generarle una amargura que no lograba entender, pues era algo que nunca se había planteado.
La mujer volvió a hacerle reír a carcajadas. - Puedo asegurarlo. - Mucho más divertida que la prefecta era, sin duda. Y bailaba mejor. La propuesta le hizo arquear una ceja mientras la escuchaba. Descolgó la mandíbula. - ¿Improvisar? ¿Yo? - Soltó una risa aspirada. - Lo que me faltaba. Creo que se ha quedado usted con la parte fácil del plan, señorita Lacey. - Dijo entre risas. Siguió riendo con sus comentarios. - ¡Eh! Kepler es muy buena compañía. - Hizo una pausa con una sonrisilla y luego dijo en tono bromista. - No digo que mis sobrinos no la sean. - Aunque el reto le hizo abrir los ojos y mirar a los lados. - ¿Cóm... algo que... ahora? - Boqueó. - ¿De irnos de aquí te refieres? - Frunció el ceño, pensando fuertemente. - ¿Pero no venía primero la lista? ¿Cómo sé por dónde quieres empezar? - Mostró las palmas. - Vale, vale. Improviso. Que sepas que aceptar retos de un Gryffindor no es mi estilo, pero... - Suspiró, mirando a su alrededor. - Supongo que estar en una verbena de pueblo tampoco, y aquí estamos. - Y ahora ¿qué hacía? En menudo jardín le había metido esa chica.
Se tiró sus buenos minutos pensando, tanto que temió que Margaret se aburriera y se fuese. En lo que miraba alrededor, dándole tantas vueltas a la cabeza que iba a empezar a salirle humo en breves, detectó una riña en la barra. - ¡He dicho que no te sirvo más, McArthur! ¡Que vas como una cuba! - ¡¡Ponme otra pinta, pedazo de tronco caído!! - ¡¿Ves?! No sabes ya ni lo que dices. - Toma mi dinero. - ¡Que no te pongo más! - Larry frunció los labios, miró de reojo a Margaret y, sin pensárselo mucho (porque como se lo pensara, no lo haría) se levantó de un salto y se dirigió hacia la barra opuesta, donde estaba ese amago de pelea. Porque el borracho empezaba a querer saltar hacia el camarero.
Se coló por detrás de la barra y dijo, tirando de naturalidad, pero con el corazón a trescientos por hora. ¿¿Pero qué estoy haciendo, por Merlín?? - No, no, buen señor, no se preocupe. Lo que mi compañero quiere decirle es que no puede servirle más de ESTA cerveza. ¡Porque tenemos otra mejor! - El borracho se calló, aunque no parecía muy convencido. El que sin duda le estaba mirando sin comprender nada era el camarero. - Ven, la tenemos en aquel tonel de allí. - Le indicó, abriendo mucho los ojos. El hombre, confuso, por tal de quitarse al borracho de encima, le siguió. - ¿Tú no eres el hijo de los O'Donnell, el alquimista? - Preguntó cuando Larry se agachó frente al tonel, con el hombre junto a él, totalmente confuso. En voz baja, le contestó. - Efectivamente. No vas a entrar en razones con ese tipo, así que dale lo que quiere él y lo que quieres tú. - El otro le miró. - No lo entiendo. - Él quiere más cerveza, pero tú no quieres que beba alcohol. - Terminó de dibujar lo que estaba dibujando en el suelo mientras hablaba, puso el tonel en el centro del círculo y juntó las manos. En apenas unos segundos empezó a salir una especie de vapor del interior del tonel que dejó al camarero con los ojos abiertos. - Separación. Ahora es cerveza sin alcohol. - Se puso de pie, se sacudió las manos con una sonrisa satisfecha y dijo. - De nada. - Antes de marcharse con Molly de nuevo para contarle lo que había hecho. Esperaba que lo considerara atrevimiento suficiente.
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II. Un buen día |
Lawrence • 25 de julio de 1953
Sonrió y rio un poquito a lo de los libros. — Eso sí. No es tan mala perspectiva, ¿no? Los libros siempre son buena compañía. — Y con eso, ella misma había sonado muy Ravenclaw, pero es que los libros podían ser una aventura en sí mismos, y hacerlos llegar a todo el mundo, mucho más. Negó con la cabeza y dijo. — Dudo que un prefecto de Ravenclaw diga tonterías. — Y le dio un sorbo a la cerveza. — Va contra el puesto en sí mismo. —
Tuvo que acabar riéndose ella también de lo de los hijos varones y se rascó la frente. — Por cosas como estas me alegro de estar hoy aquí bebiendo cerveza y no celebrando mi banquete de boda. Al final tenía yo bastante razón dejándole. — Suspiró. — Lo malo fue darme cuenta tan tarde, pero supongo que esperaba que algo cambiara o acostumbrarme yo… — Se encogió de hombros. — Es que es tan raro… Encontrar alguien que te quiera así y te mire y veas adoración… Que te dices a ti misma: esto no lo puedo dejar pasar. Pero supongo que era injusto para los dos. — Negó con la cabeza y perdió un poco la mirada. En el fondo no le sorprendía que pensaran mal de ella, había cometido una auténtica estupidez.
Bajó a la tierra solo para oír ese “hecho” a su propuesta. ¿Estaba haciendo planes… con Lawrence? Aparentemente, sí. Pero su interlocutor ya se había quedado taciturno, y no tardó en darse cuenta de que había sido por la mención a su hermano. — Gracias. Pero yo le recuerdo como a él más le gustaba. — Levantó la cerveza. — Bebiendo y bailando en las fiestas del pueblo. — Dijo con una gran sonrisa. — Y siendo alegre como él. — Dio un trago y pensó, por ti, Arnie, te hubiera encantado verme aquí con el hermano de tu gran amigo Cletus.
Y más haciéndole reír como estaba logrando, al parecer. Entre la cerveza y el ambiente, estaba logrando sacar a un Lawrence un poco más espontáneo y distendido. aunque siguiera prefiriendo la compañía de Kepler a la de los seres humanos y se hubiera escandalizado con la insinuación de Molly de improvisar. — Claro, Lawrence, ahora, porque si esperaras a hacerlo, en verdad ya estarías planeando otra vez. — Contestó entre risas. entornó los ojos con una sonrisa y negó con la cabeza. — Veeeenga que no te sienta tan mal, admítelo. —
Y tanto que no le sentaba mal, como que se lanzó al otro lado de la barra antes de que Molly pudiera pincharle más o darse cuenta, después del rato que había pasado prácticamente oyendo sus neuronas estrujarse para improvisar. Miró la escena atónita, y hasta le dio un trago de cerveza para asegurarse de que no estaba soñando. Lawrence O’Donnell, el gran alquimista, fingiendo ser camarero con un borracho del pueblo. Parpadeó. Si se lo hacen jurar, pierde el honor. Espera, ¿estaba haciendo un círculo de transmutación en el suelo? No, no, eso no podía ser, hombre… Pues era. Algo le había hecho a la cerveza, pero es que la seguía teniendo atónita. Cuando Larry estuvo a su altura le miró abriendo la boca en una sonrisa. — No sé qué me ha sorprendido más, si la naturalidad con la que te has ganado al borracho o la rapidez de hacer un círculo de transmutación en el suelo, ¿puedo saber qué ha sido eso? — Preguntó con una carcajada. — Vas a obligarme en traerte una planificación a cuatro colores de rutas clásicas de Irlanda. —
Tuvo que acabar riéndose ella también de lo de los hijos varones y se rascó la frente. — Por cosas como estas me alegro de estar hoy aquí bebiendo cerveza y no celebrando mi banquete de boda. Al final tenía yo bastante razón dejándole. — Suspiró. — Lo malo fue darme cuenta tan tarde, pero supongo que esperaba que algo cambiara o acostumbrarme yo… — Se encogió de hombros. — Es que es tan raro… Encontrar alguien que te quiera así y te mire y veas adoración… Que te dices a ti misma: esto no lo puedo dejar pasar. Pero supongo que era injusto para los dos. — Negó con la cabeza y perdió un poco la mirada. En el fondo no le sorprendía que pensaran mal de ella, había cometido una auténtica estupidez.
Bajó a la tierra solo para oír ese “hecho” a su propuesta. ¿Estaba haciendo planes… con Lawrence? Aparentemente, sí. Pero su interlocutor ya se había quedado taciturno, y no tardó en darse cuenta de que había sido por la mención a su hermano. — Gracias. Pero yo le recuerdo como a él más le gustaba. — Levantó la cerveza. — Bebiendo y bailando en las fiestas del pueblo. — Dijo con una gran sonrisa. — Y siendo alegre como él. — Dio un trago y pensó, por ti, Arnie, te hubiera encantado verme aquí con el hermano de tu gran amigo Cletus.
Y más haciéndole reír como estaba logrando, al parecer. Entre la cerveza y el ambiente, estaba logrando sacar a un Lawrence un poco más espontáneo y distendido. aunque siguiera prefiriendo la compañía de Kepler a la de los seres humanos y se hubiera escandalizado con la insinuación de Molly de improvisar. — Claro, Lawrence, ahora, porque si esperaras a hacerlo, en verdad ya estarías planeando otra vez. — Contestó entre risas. entornó los ojos con una sonrisa y negó con la cabeza. — Veeeenga que no te sienta tan mal, admítelo. —
Y tanto que no le sentaba mal, como que se lanzó al otro lado de la barra antes de que Molly pudiera pincharle más o darse cuenta, después del rato que había pasado prácticamente oyendo sus neuronas estrujarse para improvisar. Miró la escena atónita, y hasta le dio un trago de cerveza para asegurarse de que no estaba soñando. Lawrence O’Donnell, el gran alquimista, fingiendo ser camarero con un borracho del pueblo. Parpadeó. Si se lo hacen jurar, pierde el honor. Espera, ¿estaba haciendo un círculo de transmutación en el suelo? No, no, eso no podía ser, hombre… Pues era. Algo le había hecho a la cerveza, pero es que la seguía teniendo atónita. Cuando Larry estuvo a su altura le miró abriendo la boca en una sonrisa. — No sé qué me ha sorprendido más, si la naturalidad con la que te has ganado al borracho o la rapidez de hacer un círculo de transmutación en el suelo, ¿puedo saber qué ha sido eso? — Preguntó con una carcajada. — Vas a obligarme en traerte una planificación a cuatro colores de rutas clásicas de Irlanda. —
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
- Golden Shields:
Alice Gallia
Cause' Alice does belong with Marcus
Ante todo, amigos
Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
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- Juntos, somos el Todo:
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II. Un buen día |
Lawrence • 25 de julio de 1953
Todo lo que había intentado alardear y naturalizar ante el tabernero y el borracho se fue desvaneciendo conforme se dirigía de nuevo hacia Margaret. Soltó aire por la boca en un resoplido prolongado, con los ojos muy abiertos, y se dejó prácticamente de caer en el asiento junto a la mujer, casi jadeando. - A diferencia de ese pobre desdichado, creo que yo sí que necesito un poco más de alcohol. - Dio un gran trago a la pinta, tan grande para lo que solía él hacer que, mientras el líquido pasaba a duras penas por su garganta, cerró los ojos con fuerza y, cuando consiguió tragar, tosió un poco. Casi cuela el intento de hacerse el festivo distendido.
Soltó una única carcajada con la que ladeó irónicamente la cabeza, ya un poco recuperado del trago y tras el comentario de la chica. - Y bien bonita y estructurada espero que sea dicha planificación de colores. Por Merlín, siento que se me va a salir el corazón del pecho. - Y al decirlo, la miró a los ojos, y se le escapó una risa. - Yo no soy hombre de locuras, Margaret. ¿Cómo lo has hecho para lanzarme a una? ¿Con tan pocos Gryffindor me he relacionado en mi vida que no tengo inmunidad alguna ante ellos? - Preguntó bromista, volviendo a reír. Puede que no fueran "los Gryffindor". Puede que fuera ella en concreto la que despertaba cosas en él que hasta ahora no había despertado nadie.
- En efecto, eso que he hecho es un círculo de transmutación. El proceso en concreto se llama separación, y como indica su nombre, consiste en separar las diferentes partes o esencias de las que se compone algo. Lo he hecho en este caso con la cerveza, separando el alcohol del resto de la composición y, añadiendo calor al círculo, haciendo que este se evaporase. Así, el borracho seguirá borracho y pensando que añade más alcohol a sus venas, pero es poco más que cebada y agua. - Eso último lo dijo con una leve risa. - Supongo que... ser un erudito aburrido que vive estudiando en su laboratorio también puede ser divertido. Quién lo iba a decir. Mi hermano no, desde luego. Y si me apuras, ni yo mismo. - Rio de nuevo, y sus risas salían muy espontáneas, un poco nerviosas y aceleradas. No recordaba haberse reído tanto... nunca, prácticamente. No es que él fuera un chico hosco, pero no era una fiesta del pueblo su lugar predilecto. ¿Estaría borracho el también?
Resopló una vez más, aunque con una sonrisa en los labios, dejándose caer rendido en el respaldo de su silla. - Estoy como si me hubieran dado una paliza. No sé si se ha notado, pero he ido muy tenso a hacer todo eso. - Miró a la chica. - Me toca mi premio: esa planificación tan bonita. - ¡¡Vamos!! ¿Por qué hay tanta gente sentada? ¿Dónde están vuestros espíritus irlandeses? ¡¡Es la hora de bailar!! - Vociferó una voz altamente coreada, y ciertamente, eran de los pocos que quedaban sentados. Dejó escapar el aire por la boca con un toque de resignación. Sí que estaba cansado... y había bailado más que en toda su vida ese día, que él no era de bailar. Pero miró a Molly y... tras un par de segundos en blanco, como si no fuera capaz ni de pensar, sonrió. - Podemos salir, si quieres. - Porque él no era muy de bailar, pero ella sí. Y una persona tan alegre como Margaret, y que se lo estaba haciendo pasar mucho mejor de lo que él hubiera imaginado, no se merecía ser de las pocas que quedaran sentadas mientras medio Ballynow estaba bailando.
Soltó una única carcajada con la que ladeó irónicamente la cabeza, ya un poco recuperado del trago y tras el comentario de la chica. - Y bien bonita y estructurada espero que sea dicha planificación de colores. Por Merlín, siento que se me va a salir el corazón del pecho. - Y al decirlo, la miró a los ojos, y se le escapó una risa. - Yo no soy hombre de locuras, Margaret. ¿Cómo lo has hecho para lanzarme a una? ¿Con tan pocos Gryffindor me he relacionado en mi vida que no tengo inmunidad alguna ante ellos? - Preguntó bromista, volviendo a reír. Puede que no fueran "los Gryffindor". Puede que fuera ella en concreto la que despertaba cosas en él que hasta ahora no había despertado nadie.
- En efecto, eso que he hecho es un círculo de transmutación. El proceso en concreto se llama separación, y como indica su nombre, consiste en separar las diferentes partes o esencias de las que se compone algo. Lo he hecho en este caso con la cerveza, separando el alcohol del resto de la composición y, añadiendo calor al círculo, haciendo que este se evaporase. Así, el borracho seguirá borracho y pensando que añade más alcohol a sus venas, pero es poco más que cebada y agua. - Eso último lo dijo con una leve risa. - Supongo que... ser un erudito aburrido que vive estudiando en su laboratorio también puede ser divertido. Quién lo iba a decir. Mi hermano no, desde luego. Y si me apuras, ni yo mismo. - Rio de nuevo, y sus risas salían muy espontáneas, un poco nerviosas y aceleradas. No recordaba haberse reído tanto... nunca, prácticamente. No es que él fuera un chico hosco, pero no era una fiesta del pueblo su lugar predilecto. ¿Estaría borracho el también?
Resopló una vez más, aunque con una sonrisa en los labios, dejándose caer rendido en el respaldo de su silla. - Estoy como si me hubieran dado una paliza. No sé si se ha notado, pero he ido muy tenso a hacer todo eso. - Miró a la chica. - Me toca mi premio: esa planificación tan bonita. - ¡¡Vamos!! ¿Por qué hay tanta gente sentada? ¿Dónde están vuestros espíritus irlandeses? ¡¡Es la hora de bailar!! - Vociferó una voz altamente coreada, y ciertamente, eran de los pocos que quedaban sentados. Dejó escapar el aire por la boca con un toque de resignación. Sí que estaba cansado... y había bailado más que en toda su vida ese día, que él no era de bailar. Pero miró a Molly y... tras un par de segundos en blanco, como si no fuera capaz ni de pensar, sonrió. - Podemos salir, si quieres. - Porque él no era muy de bailar, pero ella sí. Y una persona tan alegre como Margaret, y que se lo estaba haciendo pasar mucho mejor de lo que él hubiera imaginado, no se merecía ser de las pocas que quedaran sentadas mientras medio Ballynow estaba bailando.
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II. Un buen día |
Lawrence • 25 de julio de 1953
Se echó a reír con lo del alcohol y le señaló. — Dale, dale, te lo has merecido más que nadie, alquimista. — Y se terminó ella la suya, más que nada para parar la risa, porque no daba crédito de lo que acababa de ver. Pero volvió a hacerla reír con lo de la planificación. — Tan estructurada que te va a devolver a tu ritmo cardíaco normal, palabra de irlandesa. — Miró hacia atrás y se volvió con cara de niña traviesa. — Pero yo creo que la mujer de McArthur y el bueno de Buddy te deben una. — Y otra vez le entró la risa (puede que la cerveza fuera teniendo algo que ver en Larry soltándose con las gracietas y ella riéndose de todo, pero solo Merlín sabía la falta que le hacía). Se encogió de hombros y agrandó la sonrisa. — A veces merece la pena hacer locuras, Lawrence. Te da vidilla, te cambia la forma de ver las cosas… Y, sobre todo, es divertido, mira cómo te estás riendo. — Dijo, no pudiendo contener ella misma las carcajadas.
Pero paró para atender a lo que le contaba sobre la transmutación, y más aún, para admirar cómo se le iluminaba la cara a Lawrence al explicar la alquimia. De hecho, iba a contestarle y… No le salieron las palabras. Se quedó simplemente con aquella sonrisa que se le había instalado y mirando al hombre… Hasta que pudo decir. — Guau. Suena… Complicadísimo… Nunca hubiera imaginado que funcionaba así. — Genial, Molly, acabas de quedar como una auténtica descerebrada de tu casa… Bueno, es que no era difícil delante de alguien tan erudito… Uf, ya empezaba a espesársele el pensamiento.
Ni mal le vino la interrupción de lo de la planificación, porque para planificar bonito y ordenado estaba ella, entre las risas, la cerveza y esa confusión tan rara que le había dado. Larry parecía que estaba un poco de su estilo, pero al final dijo que si quería salir a bailar. — ¿No decías que estabas cansado? — Preguntó con una risita. Pero vio en su cara que su invitación era sincera y dijo. — Bueno… Bailar, sobre todo bailes tradicionales, es bastante estructurado, y también te lo puedo enseñar. — Dijo tendiéndole la mano y llevándoselo a donde bailaban los demás. En verdad, ella misma estaba un poco embotada, pero ¿por qué no? Colocó su manos como si giraran en un corro y dijo. — Media vuelta a la derecha, media a la izquierda, repetimos. — Luego se soltó de una mano con una sonrisa y avanzó hacia delante. — Tres pasos, parada, vuelta, y otros tres pasos. — Concluyendo al volver a la posición. — Y me haces girar. — Dijo mientras lo hacía. Al terminar le sonrió y dijo. — ¿Listo para empezar en cuanto empiece el compás? Confío en tu buena memoria de erudito. —
Pero paró para atender a lo que le contaba sobre la transmutación, y más aún, para admirar cómo se le iluminaba la cara a Lawrence al explicar la alquimia. De hecho, iba a contestarle y… No le salieron las palabras. Se quedó simplemente con aquella sonrisa que se le había instalado y mirando al hombre… Hasta que pudo decir. — Guau. Suena… Complicadísimo… Nunca hubiera imaginado que funcionaba así. — Genial, Molly, acabas de quedar como una auténtica descerebrada de tu casa… Bueno, es que no era difícil delante de alguien tan erudito… Uf, ya empezaba a espesársele el pensamiento.
Ni mal le vino la interrupción de lo de la planificación, porque para planificar bonito y ordenado estaba ella, entre las risas, la cerveza y esa confusión tan rara que le había dado. Larry parecía que estaba un poco de su estilo, pero al final dijo que si quería salir a bailar. — ¿No decías que estabas cansado? — Preguntó con una risita. Pero vio en su cara que su invitación era sincera y dijo. — Bueno… Bailar, sobre todo bailes tradicionales, es bastante estructurado, y también te lo puedo enseñar. — Dijo tendiéndole la mano y llevándoselo a donde bailaban los demás. En verdad, ella misma estaba un poco embotada, pero ¿por qué no? Colocó su manos como si giraran en un corro y dijo. — Media vuelta a la derecha, media a la izquierda, repetimos. — Luego se soltó de una mano con una sonrisa y avanzó hacia delante. — Tres pasos, parada, vuelta, y otros tres pasos. — Concluyendo al volver a la posición. — Y me haces girar. — Dijo mientras lo hacía. Al terminar le sonrió y dijo. — ¿Listo para empezar en cuanto empiece el compás? Confío en tu buena memoria de erudito. —
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II. Un buen día |
Lawrence • 25 de julio de 1953
Se encogió de hombros, y sonrió con los labios fruncidos, como un idiota, claramente por efecto del alcohol. No le gustaba no tener su mente lúcida, pero... ¿no le habían dicho sus padres y su hermano que aprovechara las vacaciones y la vuelta al pueblo para desmelenarse un poco? Era el máximo nivel de desmelene que iban a conseguir por su parte así que podían darse todos por satisfechos. Sí, estaba cansado, pero le gustaba la sonrisa de Margaret y cómo reía mientras bailaba, como parecía disfrutarlo. ¿Era malo querer que disfrutara? Se la veía una chica alegre y ese día podría haber estado mucho peor... O sea, quería decir... No peor de que... Que le traía malos recuerdos... Por lo de... ¿A quién se suponía que le estaba dando explicaciones?
Arqueó las cejas, y luego miró a otra parte, pensativo. - Lo cierto es que... los bailes de salón sí que tienen cierta estructura. - Y entonces cayó en algo que le hizo dar una palmada en el aire, con los ojos muy abiertos, y señalarla. - ¡Eh! - Sí que estaba desinhibido. - ¡Me has visto bailar antes! Claro que sí. Yo siempre bailaba con mi compañera prefecta en las galas del colegio. Era el protocolo. - En su cabeza sonaba mucho mejor de como claramente debió haber sonado al decirlo, pero igualmente se irguió con orgullo. - Para que veas, no era tan tronco como se me ha hecho quedar. Aunque a un buen Ravenclaw siempre le gusta aprender, sobre todo desde la estructura, por lo que no me opondré en absoluto a dicha enseñanza. - Rio levemente mientras terminaba la frase. Estaba diciendo más tonterías en ese rato que en toda su vida.
Se dejó arrastrar con una sonrisa y siguió sus pasos. - Ajá. - Contestó, concentrado, a las primeras pautas. La teoría no parecía complicada. La poca costumbre de sus pies a bailar era otra cosa. Siguió haciendo las pautas. Ya estaban siendo demasiados pasos esos. A su frase, rio y fue a responder. - La buena memoria es lo m... Espera. ¿Cómo que listo? - ¿Pero eso no era en sí el baile? No, claro que no. No había ni terminado la pregunta cuando empezó la música, y era más rápida de lo que esperaba. Se aturulló un poco, se le notó en la cara, pero intentó reproducirlo lo mejor que pudo... No le fue muy bien. - Tres pasos, parada, tres... ¡No! - Se tropezó con ella. - ¡Perdón! - La gente ya estaba girando. Se había quedado atrás. Intentó acelerar el ritmo, pero eso hizo que girara a Molly más rápido de la cuenta y cuando ya los demás estaban en otro paso, por lo que trastabilló de nuevo. - Perdón. - Volvió a decir, y miró al resto. A ver, mejor paraba y retomaba... Vale, ya sabía por dónde iban... Pero... - ¡Eh! ¡Ese paso no estaba! - Había una pareja improvisando por ahí. De nuevo tocaba girar, esta vez intentó no ser tan brusco, pero Molly parecía muerta de risa. Frunció el ceño. - ¡No te rías! Esto es un desastre. - Pero le dio la risa a él también, tanto que paró de bailar, echándose a reír, doblando el tronco, pero sin soltar sus manos. - Perdona, perdona. No estamos bailando ni nada al final. - Se aclaró la garganta para espantar la risa, se fijó en el resto y trató de volver. Media vuelta... A la... Nada, ya se le había ido. Le dio por reír de nuevo. Lo mejor que podía hacer era dejarse llevar por Molly y seguir con la mirada a los demás, a ver si se le quedaba el ritmo, pero estaba difícil. Y en uno de los giros, la música se detuvo de repente y se quedó con los brazos rodeándola, riendo ambos, y... Oh, demasiada cercanía para mirarla a los ojos. Se separó, aclarándose la garganta, aunque la sonrisilla no se le iba. - Espero que sea consciente, señorita Lacey, de lo mal que me acaba de hacer quedar ante usted. - Dijo bromista, entre risas. Alzó ambos brazos y los dejó caer. - Para que vea. No es como que a los alquimistas ex prefectos de Ravenclaw se nos dé bien todo, ha quedado demostrado. -
Arqueó las cejas, y luego miró a otra parte, pensativo. - Lo cierto es que... los bailes de salón sí que tienen cierta estructura. - Y entonces cayó en algo que le hizo dar una palmada en el aire, con los ojos muy abiertos, y señalarla. - ¡Eh! - Sí que estaba desinhibido. - ¡Me has visto bailar antes! Claro que sí. Yo siempre bailaba con mi compañera prefecta en las galas del colegio. Era el protocolo. - En su cabeza sonaba mucho mejor de como claramente debió haber sonado al decirlo, pero igualmente se irguió con orgullo. - Para que veas, no era tan tronco como se me ha hecho quedar. Aunque a un buen Ravenclaw siempre le gusta aprender, sobre todo desde la estructura, por lo que no me opondré en absoluto a dicha enseñanza. - Rio levemente mientras terminaba la frase. Estaba diciendo más tonterías en ese rato que en toda su vida.
Se dejó arrastrar con una sonrisa y siguió sus pasos. - Ajá. - Contestó, concentrado, a las primeras pautas. La teoría no parecía complicada. La poca costumbre de sus pies a bailar era otra cosa. Siguió haciendo las pautas. Ya estaban siendo demasiados pasos esos. A su frase, rio y fue a responder. - La buena memoria es lo m... Espera. ¿Cómo que listo? - ¿Pero eso no era en sí el baile? No, claro que no. No había ni terminado la pregunta cuando empezó la música, y era más rápida de lo que esperaba. Se aturulló un poco, se le notó en la cara, pero intentó reproducirlo lo mejor que pudo... No le fue muy bien. - Tres pasos, parada, tres... ¡No! - Se tropezó con ella. - ¡Perdón! - La gente ya estaba girando. Se había quedado atrás. Intentó acelerar el ritmo, pero eso hizo que girara a Molly más rápido de la cuenta y cuando ya los demás estaban en otro paso, por lo que trastabilló de nuevo. - Perdón. - Volvió a decir, y miró al resto. A ver, mejor paraba y retomaba... Vale, ya sabía por dónde iban... Pero... - ¡Eh! ¡Ese paso no estaba! - Había una pareja improvisando por ahí. De nuevo tocaba girar, esta vez intentó no ser tan brusco, pero Molly parecía muerta de risa. Frunció el ceño. - ¡No te rías! Esto es un desastre. - Pero le dio la risa a él también, tanto que paró de bailar, echándose a reír, doblando el tronco, pero sin soltar sus manos. - Perdona, perdona. No estamos bailando ni nada al final. - Se aclaró la garganta para espantar la risa, se fijó en el resto y trató de volver. Media vuelta... A la... Nada, ya se le había ido. Le dio por reír de nuevo. Lo mejor que podía hacer era dejarse llevar por Molly y seguir con la mirada a los demás, a ver si se le quedaba el ritmo, pero estaba difícil. Y en uno de los giros, la música se detuvo de repente y se quedó con los brazos rodeándola, riendo ambos, y... Oh, demasiada cercanía para mirarla a los ojos. Se separó, aclarándose la garganta, aunque la sonrisilla no se le iba. - Espero que sea consciente, señorita Lacey, de lo mal que me acaba de hacer quedar ante usted. - Dijo bromista, entre risas. Alzó ambos brazos y los dejó caer. - Para que vea. No es como que a los alquimistas ex prefectos de Ravenclaw se nos dé bien todo, ha quedado demostrado. -
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Lawrence • 25 de julio de 1953
Se tuvo que reír a lo de la estructura de los bailes. — ¿Tú necesitas una estructura para todo? — Dijo riéndose y mirándole con los ojos un poco borrosos ya de la cerveza. — Esto no se puede transmutar, Lawrence, son recuerdos, risas… No tienen estructura. Simplemente hay que vivirlos. — Hizo una pedorreta a lo de la prefecta. — ¡Uy sí! Vaya fiestón traíais la prefecta y tú. Eso no cuenta, hombre. — Dijo entre risas. Nunca pensó que le haría tanta gracia un señor alquimista que en el fondo seguía siendo un buen niño, que ni siquiera se atrevía a bailar algo que no fuera un vals con su compañera. Era como… Todo lo contrario a ella, pero algo había en él que no podía evitar que le encantase.
De hecho, no paraba de reírse al verle bailar. — Eres la persona que menos se deja llevar por la música que haya conocido jamás. — Le dijo sin parar de bailar ni reírse. Cada vez que daba una vuelta sobre sí misma, le veía más perdido, y trataba de tenderle la mano y que no perdiera el ritmo, pero es que era demasiado gracioso. — De perdona nada, hacía no sé cuánto que no me reía así, te lo juro. — De hecho es que no podía parar, era tan incontrolable que estaba llorando. — Es que encima te has parado a regañar a una pareja. — Y más que seguía riéndose, y tratando de bailar algo. Y, de hecho, así de rápido se le había pasado, que la música se paró de golpe y ella apareció en los brazos de Lawrence. Seguía riéndose, pero había bajado considerablemente el ritmo, porque no se lo esperaba. — Ya no te hago bailar más, te lo prometo. — Comentó así, con ligereza, como si fuera lo más normal la cercanía que acababan de tener, y como si no se le hubiera acelerado el pulso tremendamente. Negó con la cabeza. — No es verdad, no has bailado tan mal, es que tienes estándares de alquimistas. — Tenía que mirarse por qué le hacía sonreír tan tontamente esa tontería de “señorita Lacey”. Subió las palmas de las manos con gesto inocente. — No se puede ser perfecto en todo, ya era hora que algún Gryffindor le diera una lección a Ravenclaw. — Amplió la sonrisa y alzó los ojos. — Bueno y… si sigue en pie lo de enseñarte cosas de Irlanda… Puede que te enseñe algo más. —
Se sentía extraña, como muy extraña, de hecho, se había quedado sin saber cómo proceder, y eso en Molly era MUY raro. — Bueno, creo que… Ya está bien de fiesta por hoy, que… Bueno, mi madre está sola y eso y… — Se rascó la frente y dijo. — Supongo que un caballero prefecto alquimista de Ravenclaw… Querrá acompañarme a casa. — ¿Por qué estaba diciendo eso? ¿Quería que la acompañara? ¿Que todo Ballyknow les viera? No, no es que quisiera, pero… Al diablo con las habladurías, me puedo dejar cuidar una noche, aunque solo sea una. Echaron a andar por el camino de su casa y ella se cogió las manos detrás como una colegiala, mientras dejaban el ruido de la fiesta a sus espaldas. — Me lo he pasado muy bien… Dales las gracias a Amelia y a tus padres, que han entretenido y cuidado muy bien a mi madre… Y bueno… Gracias a ti también por… Bailar conmigo e invitarme y todo eso. — Ladeó la sonrisa y se giró a mirarle. — Me gusta este prefecto O’Donnell. Puedo acostumbrarme a tenerte por el pueblo… Aunque sea este mes y pico o menos que te queda aquí. — ¿Por qué le pesaba el pecho al decir aquello? — Hoy… Estaba muy triste. O perdida, más bien. Y tú… Bueno, lo has hecho más llevadero y es apasionante oírte hablar de tu trabajo. Gracias. — Ya estaban delante de su puerta y eso la hizo suspirar. — Vivo aquí. — Dijo señalando a su espalda con una risita. — Así que… Supongo que… Nos vemos un día que no tengas mucho lío para que te enseñe o te cuente unas cuantas cosas de Irlanda, ¿vale? — Se acercó y dejó un beso en su mejilla. — Cuando quieras. — Se giró hacia su puerta y dijo antes de cerrar. — Buenas noches, alquimista. — Y, por algún motivo, necesitó dar una profunda respiración en cuanto se vio sola, como si se le hubiera escapado todo el aire de los pulmones.
De hecho, no paraba de reírse al verle bailar. — Eres la persona que menos se deja llevar por la música que haya conocido jamás. — Le dijo sin parar de bailar ni reírse. Cada vez que daba una vuelta sobre sí misma, le veía más perdido, y trataba de tenderle la mano y que no perdiera el ritmo, pero es que era demasiado gracioso. — De perdona nada, hacía no sé cuánto que no me reía así, te lo juro. — De hecho es que no podía parar, era tan incontrolable que estaba llorando. — Es que encima te has parado a regañar a una pareja. — Y más que seguía riéndose, y tratando de bailar algo. Y, de hecho, así de rápido se le había pasado, que la música se paró de golpe y ella apareció en los brazos de Lawrence. Seguía riéndose, pero había bajado considerablemente el ritmo, porque no se lo esperaba. — Ya no te hago bailar más, te lo prometo. — Comentó así, con ligereza, como si fuera lo más normal la cercanía que acababan de tener, y como si no se le hubiera acelerado el pulso tremendamente. Negó con la cabeza. — No es verdad, no has bailado tan mal, es que tienes estándares de alquimistas. — Tenía que mirarse por qué le hacía sonreír tan tontamente esa tontería de “señorita Lacey”. Subió las palmas de las manos con gesto inocente. — No se puede ser perfecto en todo, ya era hora que algún Gryffindor le diera una lección a Ravenclaw. — Amplió la sonrisa y alzó los ojos. — Bueno y… si sigue en pie lo de enseñarte cosas de Irlanda… Puede que te enseñe algo más. —
Se sentía extraña, como muy extraña, de hecho, se había quedado sin saber cómo proceder, y eso en Molly era MUY raro. — Bueno, creo que… Ya está bien de fiesta por hoy, que… Bueno, mi madre está sola y eso y… — Se rascó la frente y dijo. — Supongo que un caballero prefecto alquimista de Ravenclaw… Querrá acompañarme a casa. — ¿Por qué estaba diciendo eso? ¿Quería que la acompañara? ¿Que todo Ballyknow les viera? No, no es que quisiera, pero… Al diablo con las habladurías, me puedo dejar cuidar una noche, aunque solo sea una. Echaron a andar por el camino de su casa y ella se cogió las manos detrás como una colegiala, mientras dejaban el ruido de la fiesta a sus espaldas. — Me lo he pasado muy bien… Dales las gracias a Amelia y a tus padres, que han entretenido y cuidado muy bien a mi madre… Y bueno… Gracias a ti también por… Bailar conmigo e invitarme y todo eso. — Ladeó la sonrisa y se giró a mirarle. — Me gusta este prefecto O’Donnell. Puedo acostumbrarme a tenerte por el pueblo… Aunque sea este mes y pico o menos que te queda aquí. — ¿Por qué le pesaba el pecho al decir aquello? — Hoy… Estaba muy triste. O perdida, más bien. Y tú… Bueno, lo has hecho más llevadero y es apasionante oírte hablar de tu trabajo. Gracias. — Ya estaban delante de su puerta y eso la hizo suspirar. — Vivo aquí. — Dijo señalando a su espalda con una risita. — Así que… Supongo que… Nos vemos un día que no tengas mucho lío para que te enseñe o te cuente unas cuantas cosas de Irlanda, ¿vale? — Se acercó y dejó un beso en su mejilla. — Cuando quieras. — Se giró hacia su puerta y dijo antes de cerrar. — Buenas noches, alquimista. — Y, por algún motivo, necesitó dar una profunda respiración en cuanto se vio sola, como si se le hubiera escapado todo el aire de los pulmones.
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Lawrence • 25 de julio de 1953
Rio y asintió, fingiendo alivio y obviedad cuando le dijo que ya no le haría bailar más... aunque... se había divertido. Es decir, no era su estilo, él era más de... estar tranquilo, analizar, estudiar, investigar... charlas, debates... Pero eso había sido ciertamente divertido. No era como que fuera a abonarse a todas las fiestas, entre otras cosas... porque dudaba que con otra chica se lo fuera a pasar tan bien. No era el baile, era la risa de Margaret y su forma de hablar lo que le divertía. Pensaba en repetir aquello o en hacerlo solo o con otra persona y se le ponían los pelos de punta. Pero pensaba, en cambio, en no volver a hacerlo jamás con ella... y le daba cierta pena. Ah, el alcohol, qué de tonterías te hacía pensar...
Arqueó una ceja y rio con lo de que no había bailado tan mal, y esa fue su única respuesta al comentario. Algo le impedía parar de reír, y tenía aún la respiración demasiado acelerada por el baile como para hablar mucho. - Ya era hora, es cierto. - Corroboró, en cambio, a lo de las lecciones, añadiendo otra risa jadeada y pasándose la mano por la frente. Ah, estaba sudando, se notaba los rizos mojados. Menudas pintas debía llevar... Entre lo patoso y lo desaliñado... Vaya impresión. A la chica no parecía importarle, de todas formas. O quizás estaba siendo mínimamente cortés y ya no quisiera verle más tras aquel espectáculo dantesco. No era lo que parecía, no obstante. Sonrió y asintió, con su gesto cortés de cabeza habitual. - Estaré encantado. Un Ravenclaw siempre está dispuesto a aprender, cuanto más, mejor. - A la vista estaba, que hasta bailes se ofrecía a aprender... Bueno, eso algo le decía que no era por su ansia de conocimiento, sino por el poder que esa chica había ejercido en él aquel día.
Pero por hoy se acabó la fiesta. Tragó saliva y bajó la mirada con una sonrisa apurada. Claro, si... en realidad... hacía un rato que debían haberse ido... Era raro, en él sobre todo, que se hubiera liado tanto en una fiesta. - Claro, claro. Por supuesto. - Afirmó, tras lo cual rio levemente. - Aún me puedo ir en alto, si realmente no he bailado tan mal. Repetir correría el riesgo, por increíble que parezca, de empeorarlo. - Bromeó, broma que le sonó un tanto estúpida una vez dicha, pero ya no la podía desdecir. Como mucho podía rascarse los rizos de la nuca y mirar hacia abajo, pensando en lo bobo que podía llegar a ser. Ya pensaba que Margaret iba a salir corriendo cuando le pidió que la acompañara, lo que le hizo subir la mirada súbitamente. Un poco evidente la sorpresa, quizás. - ¡Oh! Claro, claro. Por supuesto, faltaría más. - Claro que iba a ofrecérselo, era la mínima cortesía después de haberla entretenido tanto. Lo sorprendente es que fuera ella quien se lo solicitase primero. Tan parado estás que se te adelanta, Lawrence O'Donnell.
Después de tanta charla, baile y ridículo, ahora no sabía bien qué decir. Caminaba a su lado, pero ambos portaban una sonrisita. Al menos no resultaba nada incómoda la presencia, por lo que a su parte respectaba al menos, lo cual era un avance considerable. La miró cuando habló, parpadeando. - ¡Oh! No, em... No hay de qué, pero no hay que darlas, tampoco. - Ladeó una sonrisa. - Admito que no soy especialmente fiestero, ni amante de estar en el pueblo... por si no ha quedado ya constancia. - Dijo con una leve risa. - Así que a mí también me ha venido muy bien esto. Te agradezco la compañía... Y las clases de baile. - Bromeó, aunque en el fondo lo decía bastante en serio. Lo siguiente le dijo le sonrojó las mejillas de una forma demasiado descarada. A ver qué respondía ahora. - Gracias... - ¿Esa es tu mejor respuesta? - Quiero decir... Está bien saber que... hay más gente por el pueblo con inquietudes culturales... aparte de mi familia... Bueno, y con las que echar un buen rato. - Que no todo es estudiar en esta vida, Larry. Esa frase había sonado en su cabeza con la voz de Cletus. - Me gusta... esta alumna de Gryffindor experta en fiestas y en Irlanda. Supongo que... también podría acostumbrarme... a venir más a menudo y... llevar Irlanda en la piel, como dices tú. - Apuntó, con una sonrisa.
- Ah. Sí. Claro. - Estaban delante de su puerta. Como que no sabía él de sobra dónde vivían las Lacey, que Ballyknow no era tan grande y Lawrence se orientaba muy bien. - Claro. Me encantaría. - ¿Habían acordado verse de nuevo? Eso parecía. ¿Y cómo se procedía a ello? ¿Debía esperar a que ella le avisara, o ir a buscarla? ¿Y si el día que iba a buscarla no le venía bien? ¿Y cuál era el tiempo de espera apropiado? ¿Y si iba demasiado pronto y resultaba un pesado o un acosador? ¿Y si esperaba tanto que parecía un desinteresado? Le preguntaría a Cletus... Ah, no. No tenía ganas de escuchar sus burlas. Se le cortó la divagación de inmediato, porque la chica dejó un beso en su mejilla. Menuda cara de idiota se le debió quedar, había despegado los labios y la miraba con los ojos muy abiertos. - Claro. Claro. - Repitió. Ya habías respondido a eso, Lawrence. De verdad, ¿¿qué diantres estaba haciendo?? Mejor cerraba la boca y sonreía. - Buenas noches... maestra. - Y ella entró a su casa y él se quedó allí, parado, unos instantes. Giró sobre sus talones y desanduvo el camino, con las manos en los bolsillos... pero no perdía la sonrisa, y mientras repasaba en su cabeza las escenas de aquel día, pasó los dedos por su mejilla. Casi podía sentir el beso en ella todavía. Y dudaba que el recuerdo se le fuera a ir en mucho tiempo. Aunque no lo pudiera transmutar, podía llegar a hacerlo eterno.
Arqueó una ceja y rio con lo de que no había bailado tan mal, y esa fue su única respuesta al comentario. Algo le impedía parar de reír, y tenía aún la respiración demasiado acelerada por el baile como para hablar mucho. - Ya era hora, es cierto. - Corroboró, en cambio, a lo de las lecciones, añadiendo otra risa jadeada y pasándose la mano por la frente. Ah, estaba sudando, se notaba los rizos mojados. Menudas pintas debía llevar... Entre lo patoso y lo desaliñado... Vaya impresión. A la chica no parecía importarle, de todas formas. O quizás estaba siendo mínimamente cortés y ya no quisiera verle más tras aquel espectáculo dantesco. No era lo que parecía, no obstante. Sonrió y asintió, con su gesto cortés de cabeza habitual. - Estaré encantado. Un Ravenclaw siempre está dispuesto a aprender, cuanto más, mejor. - A la vista estaba, que hasta bailes se ofrecía a aprender... Bueno, eso algo le decía que no era por su ansia de conocimiento, sino por el poder que esa chica había ejercido en él aquel día.
Pero por hoy se acabó la fiesta. Tragó saliva y bajó la mirada con una sonrisa apurada. Claro, si... en realidad... hacía un rato que debían haberse ido... Era raro, en él sobre todo, que se hubiera liado tanto en una fiesta. - Claro, claro. Por supuesto. - Afirmó, tras lo cual rio levemente. - Aún me puedo ir en alto, si realmente no he bailado tan mal. Repetir correría el riesgo, por increíble que parezca, de empeorarlo. - Bromeó, broma que le sonó un tanto estúpida una vez dicha, pero ya no la podía desdecir. Como mucho podía rascarse los rizos de la nuca y mirar hacia abajo, pensando en lo bobo que podía llegar a ser. Ya pensaba que Margaret iba a salir corriendo cuando le pidió que la acompañara, lo que le hizo subir la mirada súbitamente. Un poco evidente la sorpresa, quizás. - ¡Oh! Claro, claro. Por supuesto, faltaría más. - Claro que iba a ofrecérselo, era la mínima cortesía después de haberla entretenido tanto. Lo sorprendente es que fuera ella quien se lo solicitase primero. Tan parado estás que se te adelanta, Lawrence O'Donnell.
Después de tanta charla, baile y ridículo, ahora no sabía bien qué decir. Caminaba a su lado, pero ambos portaban una sonrisita. Al menos no resultaba nada incómoda la presencia, por lo que a su parte respectaba al menos, lo cual era un avance considerable. La miró cuando habló, parpadeando. - ¡Oh! No, em... No hay de qué, pero no hay que darlas, tampoco. - Ladeó una sonrisa. - Admito que no soy especialmente fiestero, ni amante de estar en el pueblo... por si no ha quedado ya constancia. - Dijo con una leve risa. - Así que a mí también me ha venido muy bien esto. Te agradezco la compañía... Y las clases de baile. - Bromeó, aunque en el fondo lo decía bastante en serio. Lo siguiente le dijo le sonrojó las mejillas de una forma demasiado descarada. A ver qué respondía ahora. - Gracias... - ¿Esa es tu mejor respuesta? - Quiero decir... Está bien saber que... hay más gente por el pueblo con inquietudes culturales... aparte de mi familia... Bueno, y con las que echar un buen rato. - Que no todo es estudiar en esta vida, Larry. Esa frase había sonado en su cabeza con la voz de Cletus. - Me gusta... esta alumna de Gryffindor experta en fiestas y en Irlanda. Supongo que... también podría acostumbrarme... a venir más a menudo y... llevar Irlanda en la piel, como dices tú. - Apuntó, con una sonrisa.
- Ah. Sí. Claro. - Estaban delante de su puerta. Como que no sabía él de sobra dónde vivían las Lacey, que Ballyknow no era tan grande y Lawrence se orientaba muy bien. - Claro. Me encantaría. - ¿Habían acordado verse de nuevo? Eso parecía. ¿Y cómo se procedía a ello? ¿Debía esperar a que ella le avisara, o ir a buscarla? ¿Y si el día que iba a buscarla no le venía bien? ¿Y cuál era el tiempo de espera apropiado? ¿Y si iba demasiado pronto y resultaba un pesado o un acosador? ¿Y si esperaba tanto que parecía un desinteresado? Le preguntaría a Cletus... Ah, no. No tenía ganas de escuchar sus burlas. Se le cortó la divagación de inmediato, porque la chica dejó un beso en su mejilla. Menuda cara de idiota se le debió quedar, había despegado los labios y la miraba con los ojos muy abiertos. - Claro. Claro. - Repitió. Ya habías respondido a eso, Lawrence. De verdad, ¿¿qué diantres estaba haciendo?? Mejor cerraba la boca y sonreía. - Buenas noches... maestra. - Y ella entró a su casa y él se quedó allí, parado, unos instantes. Giró sobre sus talones y desanduvo el camino, con las manos en los bolsillos... pero no perdía la sonrisa, y mientras repasaba en su cabeza las escenas de aquel día, pasó los dedos por su mejilla. Casi podía sentir el beso en ella todavía. Y dudaba que el recuerdo se le fuera a ir en mucho tiempo. Aunque no lo pudiera transmutar, podía llegar a hacerlo eterno.
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III. Irlanda en la piel |
Margaret • 26 de julio de 1953
Oyó una llamada en la puerta, muy corta, y esperó a que quien fuera entrara. Estaba con el delantal de tener unos cinco hechizos domésticos echados a la vez y estar horneando un pastel de arándanos y limón y haciendo un estofado a la vez, el pelo recogido en un moño y la cara un tanto colorada y sudorosa. Todo con tal de que su madre se estuviera un poquito quieta (no iba a suceder porque ya la estaba viendo mirar con ojos deseosos los cubos de la colada). Le extrañó que quien fuera que había llamado no entrara, porque casi todo el mundo en el pueblo lo hacía así, por lo que se acercó, un tanto acelerada y abrió la puerta.
Cuando se encontró a Lawrence O’Donnell perfectamente vestido y peinado, oliendo divinamente a colonia cara y con esa sonrisita de niño bueno, casi le da un pasmo. Primero por verle allí, segundo por saber que estaba ella en semejante estado, en contraste con él. — ¡Lawrence! Exclamó, saliéndole del alma. — ¡Qué alegría verte! — Paseó de nuevo los ojos por el hombre y se miró a sí misma. — Ehm… Perdona es que no te… O sea es que estaba aquí con cosas de la casa… — El corazón se le estaba acelerando hasta el punto del peligro. — ¿Me das cinco minutos y bajo como una persona decente? — Cerró la puerta de la calle y dejó salir un suspiro entre sus labios, con una leve risa, subiendo corriendo por las estrechas escaleras de su casa. Su habitación era minúscula y tenía muy poca ropa, así que casi todo lo que tenía estaba a la vista. Cogió un vestido azul verdoso con florecitas, que se ponía mucho cuando salía con Graham. Claro que entonces tenía dieciocho años, y bastante lo usó en su día. Pero tendría que valer porque tampoco tenía muchísimas más cosas. La puerta abriéndose de golpe la sobresaltó.
— ¡Madre! ¡Casi me mata del susto! ¿Qué hace en la planta de arriba? — Su madre, ignorándolo todo, cerró tras de ella con confidencialidad. — Margaret Lacey, ¿es el muchacho de los O’Donnell el que está delante de mi puerta? — Eso le hizo reír, mientras empezaba a desabrocharse la blusa para cambiarse. — Muchacho, dice. El muchacho tiene treinta años y se llama Lawrence, madre. — La otra señaló con el pulgar por la ventana y bajó el tono, como si pudiera oírles desde allí. — ¿Y te está esperando a ti? — Ella se encogió de hombros con una sonrisa y una mirada de evidencia. — ¿Pues usted qué cree? Ha venido él solito a llamar a mi puerta así que… — Su madre la miró de arriba abajo con los ojos muy abiertos. — ¿Me estás queriendo decir que el muchacho de los O’Donnell ha venido a invitarte a salir y no le has dejado pasar? — Molly suspiró. — Madre… — Y no irás a ponerte eso, ¿verdad? — Dijo cogiendo el vestido como si fuera un trapo de cocina. Ella alzó las manos porque acababa de quedarse en combinación, pero su madre le había quitado el vestido que iba a ponerse. — Bueno, ¿y qué sugiere que me ponga? Tampoco tengo tantas cosas. — Su madre suspiró y espantó algo en el aire. — Mañana nos vamos a ir de compras, te he permitido dejarte demasiado tiempo. — Más abrió los ojos Molly. — ¿De compras? ¿Qué somos ahora? ¿Británicas o algo? — Su madre se rio y le acarició la mejilla. — Solo quedamos tú y yo, pastelito. Si no me gasto algo en ti, ¿en qué me lo voy a gastar? — Ella suspiró, pero mantuvo la sonrisa. — Vale, y hasta que vayamos mañana de compras, ¿me devuelve el vestido por favor? — Dijo extendiendo la mano. — No, señora. No serás británica en la cuenta del banco pero es que no lo eres ni en los modales. Vístete, y haz pasar al O’Donnell, invítale a un té o algo, hija. Y yo mientras — dijo agitando el vestido en el aire —, voy a arreglarte esto para que no parezcas una bibliotecaria pueblerina saliendo con un importante alquimista. — Ella se mordió los labios por dentro mientras se subía la cremallera de la falda. — Pues es que soy una bibliotecaria pueblerina, madre, y él es alquimista, pero no tan importante. — Pasó por la puerta y le dijo. — Y no suba más a la planta de arriba, ¿quiere? Que no quiero disgustos. —
Bajó de nuevo y abrió la puerta con una sonrisa. — Sé que no me he cambiado, pero es que mi madre está empeñada en que te haga pasar y en arreglarme un vestido que me quería poner… — Se apartó de la puerta y señaló el estrecho pasillo que llevaba hasta la salita-cocina con los cinco hechizos maniobrando por medio. Qué desastre. — Pasa, por favor, ahora en seguida saldrá mi madre… — Estiró la cabeza buscándola. ¿Qué andaría haciendo? Miedo le daba. Cerró tras Lawrence. — Perdona, es que no me gusta que ande sola por la planta de arriba, no está muy fuerte y esas escaleras las carga el diablo… Pero cualquiera le pone límites a Rosaline Lacey. — Le condujo a la modesta salita, donde se juntaban la cocina, la mesa de comer entre medias y los pequeños sofás y la butaca de su madre al otro lado.
— Siéntate, por favor. — Dijo señalándole una de las sillas, momento en el que se percató que su canastilla, con todas las cosas del vestido de novia que ya no iba a usar, estaban allí al lado, con el velo sobresaliendo y se apresuró a agacharse. — Perdona, ehm… — Si es que ni intentándolo dejaba de ser la novia abandonada del pueblo. — Es que no sé qué hacer con todo eso, así que sigue por medio. — Le miró y suspiró, con una gran sonrisa. — Pero me alegro mucho de que estés aquí. —
Cuando se encontró a Lawrence O’Donnell perfectamente vestido y peinado, oliendo divinamente a colonia cara y con esa sonrisita de niño bueno, casi le da un pasmo. Primero por verle allí, segundo por saber que estaba ella en semejante estado, en contraste con él. — ¡Lawrence! Exclamó, saliéndole del alma. — ¡Qué alegría verte! — Paseó de nuevo los ojos por el hombre y se miró a sí misma. — Ehm… Perdona es que no te… O sea es que estaba aquí con cosas de la casa… — El corazón se le estaba acelerando hasta el punto del peligro. — ¿Me das cinco minutos y bajo como una persona decente? — Cerró la puerta de la calle y dejó salir un suspiro entre sus labios, con una leve risa, subiendo corriendo por las estrechas escaleras de su casa. Su habitación era minúscula y tenía muy poca ropa, así que casi todo lo que tenía estaba a la vista. Cogió un vestido azul verdoso con florecitas, que se ponía mucho cuando salía con Graham. Claro que entonces tenía dieciocho años, y bastante lo usó en su día. Pero tendría que valer porque tampoco tenía muchísimas más cosas. La puerta abriéndose de golpe la sobresaltó.
— ¡Madre! ¡Casi me mata del susto! ¿Qué hace en la planta de arriba? — Su madre, ignorándolo todo, cerró tras de ella con confidencialidad. — Margaret Lacey, ¿es el muchacho de los O’Donnell el que está delante de mi puerta? — Eso le hizo reír, mientras empezaba a desabrocharse la blusa para cambiarse. — Muchacho, dice. El muchacho tiene treinta años y se llama Lawrence, madre. — La otra señaló con el pulgar por la ventana y bajó el tono, como si pudiera oírles desde allí. — ¿Y te está esperando a ti? — Ella se encogió de hombros con una sonrisa y una mirada de evidencia. — ¿Pues usted qué cree? Ha venido él solito a llamar a mi puerta así que… — Su madre la miró de arriba abajo con los ojos muy abiertos. — ¿Me estás queriendo decir que el muchacho de los O’Donnell ha venido a invitarte a salir y no le has dejado pasar? — Molly suspiró. — Madre… — Y no irás a ponerte eso, ¿verdad? — Dijo cogiendo el vestido como si fuera un trapo de cocina. Ella alzó las manos porque acababa de quedarse en combinación, pero su madre le había quitado el vestido que iba a ponerse. — Bueno, ¿y qué sugiere que me ponga? Tampoco tengo tantas cosas. — Su madre suspiró y espantó algo en el aire. — Mañana nos vamos a ir de compras, te he permitido dejarte demasiado tiempo. — Más abrió los ojos Molly. — ¿De compras? ¿Qué somos ahora? ¿Británicas o algo? — Su madre se rio y le acarició la mejilla. — Solo quedamos tú y yo, pastelito. Si no me gasto algo en ti, ¿en qué me lo voy a gastar? — Ella suspiró, pero mantuvo la sonrisa. — Vale, y hasta que vayamos mañana de compras, ¿me devuelve el vestido por favor? — Dijo extendiendo la mano. — No, señora. No serás británica en la cuenta del banco pero es que no lo eres ni en los modales. Vístete, y haz pasar al O’Donnell, invítale a un té o algo, hija. Y yo mientras — dijo agitando el vestido en el aire —, voy a arreglarte esto para que no parezcas una bibliotecaria pueblerina saliendo con un importante alquimista. — Ella se mordió los labios por dentro mientras se subía la cremallera de la falda. — Pues es que soy una bibliotecaria pueblerina, madre, y él es alquimista, pero no tan importante. — Pasó por la puerta y le dijo. — Y no suba más a la planta de arriba, ¿quiere? Que no quiero disgustos. —
Bajó de nuevo y abrió la puerta con una sonrisa. — Sé que no me he cambiado, pero es que mi madre está empeñada en que te haga pasar y en arreglarme un vestido que me quería poner… — Se apartó de la puerta y señaló el estrecho pasillo que llevaba hasta la salita-cocina con los cinco hechizos maniobrando por medio. Qué desastre. — Pasa, por favor, ahora en seguida saldrá mi madre… — Estiró la cabeza buscándola. ¿Qué andaría haciendo? Miedo le daba. Cerró tras Lawrence. — Perdona, es que no me gusta que ande sola por la planta de arriba, no está muy fuerte y esas escaleras las carga el diablo… Pero cualquiera le pone límites a Rosaline Lacey. — Le condujo a la modesta salita, donde se juntaban la cocina, la mesa de comer entre medias y los pequeños sofás y la butaca de su madre al otro lado.
— Siéntate, por favor. — Dijo señalándole una de las sillas, momento en el que se percató que su canastilla, con todas las cosas del vestido de novia que ya no iba a usar, estaban allí al lado, con el velo sobresaliendo y se apresuró a agacharse. — Perdona, ehm… — Si es que ni intentándolo dejaba de ser la novia abandonada del pueblo. — Es que no sé qué hacer con todo eso, así que sigue por medio. — Le miró y suspiró, con una gran sonrisa. — Pero me alegro mucho de que estés aquí. —
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
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Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
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III. Irlanda en la piel |
Lawrence • 26 de julio de 1953
- ¡El tito Larry ha quedado con la profe! - Canturreó Cillian. Larry echó aire por la nariz y, tras ajustarse la corbata en el espejo, se giró hacia Cletus, que aguantaba la risa. - Recuérdame qué hacéis tu hijo y tú en mi cuarto viendo cómo me visto. - He decidido que mis hijos presencien el mayor número de hitos históricos posibles, para que sean personas cultas el día de mañana. Tú eres Ravenclaw, deberías valorarlo. - ¿Y qué hit...? - Ya, era una broma de su hermano, pero por desgracia se había dado cuenta antes de poder plantearse no hacer la pregunta. Ya estaba lanzada. Y por supuesto que Cletus la iba a recoger. - El hecho de ver a mi hermanito el alquimista intentando ligar. - ¡¡El tito Larry tiene novia!! - ¡Qu...! ¡No! ¡Parad! - Se aturulló, provocando las risas de ambos. - Ni est... - ¡¡Hijo!! - Hala, su madre, la que le faltaba. Alzó los brazos y los dejó caer, pero la mujer ya estaba directamente metida en su cuarto, secándose las manos con un trapo de cocina y con el delantal puesto. - ¡Dime que vas a pretender a Margaret Lacey! - Lo que pretende es hacer el ridículo, al parecer. - Contestó Cletus, con voz de protesta, y acto seguido se asomó a la puerta y bramó desde arriba de las escaleras. - ¡EH, PAPÁ! Dile a tu hijo que no se puede ir a buscar a una chica el día después de haberos citado, que a mí no me hace caso. - Se frotó la cara. De verdad que le iban a hacer ir histérico.
- Oy, qué alegría me das. - Dijo su madre, contenta, y ya se acercó a recolocarle la corbata. - Pero ponte esto bien... - Madre. Por favor. - Se apartó. Miró a Cletus y bufó. - Dejadme vestirme, por el amor de Merlín. Y tú, cállate ya. Me estás poniendo histérico, y dando muy mal ejemplo de burla a un adulto a tu hijo. - Háblame de crianzas cuando seas padre. - ¿Quién me llama? - Preguntó el señor O'Donnell, apareciendo por allí. No, por favor, más gente no. - ¡Fuera! - Echó. - ¡Todo el mundo fuera! - ¡Eres un cascarrabias! ¿Qué vas a dejar para los ochenta años? - Si seguís atacando mis nervios de esta forma no llegaré a los ochenta años. - Se quejó, empujando a todo el mundo fuera de su habitación y cerrando la puerta.
Resopló y se miró de nuevo al espejo. ¿Sería verdad? ¿Estaba yendo demasiado pronto? Pero a ver ahora quién decía que no iba, cuando ya se había enterado toda la familia, y como siguieran parloteando así, pronto se habría enterado todo el pueblo. Respiró hondo. A ver... no era... una cita ni nada. Solo quería charlar. Bueno. Pasear. Bueno. Le había dicho que quedarían, ¿qué iba a hacer? ¿Faltar a su palabra? Iba a quedar fatal eso. ¿Pero y si Cletus tenía razón y era demasiado pronto? No, no, solo se estaba metiendo con él, seguro que de dejar más días pasar también diría algo al respecto. Además, Larry no iba a estar toda la vida en Ballyknow, sino el verano nada más. En proporción a toda una vida, quizás lo esperable serían varios días, ¿pero en proporción a un par de meses? Ahí sí veía lógico esperar solo uno... En su cabeza tenía sentido. Esperaba que también en la de Molly.
Bajó al trote las escaleras con intención de abandonar la casa sin ser visto. Como si no estuviera toda su familia esperándole. - Eh eh eh, que se cree que se puede escapar. - Levantó Cletus la liebre. Cillian volvió a correr hacia él. - ¿Vas a llevarle flores? - ¡No! ¡No es una cita, he dicho! - Ay, hijo... - Suspiró su madre con cansancio. - De verdad, no dejes pasar oportunidades... - Está feísimo esperar a que me muera para hacerme abuelo. - ¡¡Padre!! Por Merlín... - Se azoró. Primer tirón a la corbata del puro agobio. - Ya tiene usted tres nietos, ¿le sabe a poco? - Los animales siempre queremos ver perpetuados nuestros genes en el mayor número de ramas posibles. Venimos del animal, Lawrence O'Donnell, nunca lo olvides. Eso le hace a uno tener siempre la cabeza en la tierra... - Me voy. - Remató, porque no estaba para charlas darwinianas, se iba a poner aún más de los nervios e iba a acabar soltándole alguna tontería de esas a Molly, y ya sí que no iban a quedar más. - ¡Ánimo, Romeo! - No es una cita. - Si es que no podía evitar protestar. Si ya estaba para irse, ¿qué hacía girándose para responder? - Ayer quedamos en volver a vernos y me parece descortés tenerla esperando. No quiero parecer un desinteresado. - Eso es precioso, hijo. - Es el mínimo de educación que se espera de alguien de mi posición. - No olvides lo de que somos animales, Larry. - Se burló Cletus, y de verdad que estuvo muy tentado de decirle que se fuera a su casa, que parecía que no tenía una, pero casi mejor se iba él.
Ahora que se veía ante la puerta estaba un poco arrepentido. Igual sí que había sido demasiado pronto... - ¡Buenas tardes! - ¡Oh! Buenas, buenas tardes. - Respondió, nervioso, y las dos mujeres se marcharon de allí, del brazo y cuchicheando. Genial. Lo dicho, se iba a enterar el pueblo entero. ¡Por eso no le gustaba el pueblo! Se nutría de habladurías y no podía uno proceder con naturalidad y sin dar mil explicaciones a las cosas. De haberse quedado el verano entero encerrado estudiando, también habría dado que hablar. Ni respirar podías. Y hablando de respirar... Llenó los pulmones y echó el aire lentamente, tratando de relajarse. ¿Por qué estaba tan nervioso? Ni que no tuviera amigas. Bueno, compañeras de profesión. Molly sería una amiga del pueblo, le venía bien tenerla. Una persona con quien hablar de cosas culturales, despejarse y reírse, en vez de pasarse todo el tiempo simplemente en casa con la familia. Sí, eso. Era normal, natural. Volvía a tener sentido en su cabeza.
Llamó a la puerta, y hasta sus nudillos parecían estar tímidos aquel día, porque en lugar de golpear varias veces con seguridad, apenas dio un toque y parte del otro. A saber si se habría escuchado, pero esperaría, por si acaso... Sí que se había escuchado. Y, definitivamente, había pillado a la joven en mal momento. - ¡Oh! - Exclamó, reajustándose las gafas inmediatamente. ¿Por qué las llevaba? Solo se las ponía para leer de cerca. Se las tenía que haber quitado... - ¡Perdona! Veo que... estás ocupada... - Hizo un gesto hacia atrás. - Puedo... volver otro día si... - Pero ella se le adelantó, entrando de nuevo en casa para cambiarse. Bien... pues... esperaría, entonces.
Se escuchaba el murmullo de las calles, de las personas charlando y los niños jugando, mientras él seguía en silencio en la puerta, esperando. Al cabo de un par de minutos, volvió a caer en lo de antes y, rápidamente, se quitó las gafas y las guardó en el bolsillo interior de su chaqueta. ¿Por qué se había puesto chaqueta? Hoy hacía calor. Aunque bueno, allí nunca se sabía cuándo podía ponerse a llover. Al cabo de otros minutos, la puerta se abrió de nuevo... y Molly salió igual que antes. No le dio tiempo a pensar, ya le resolvió ella la duda. Sonrió. - No querría molestar... - Pero le estaba invitando a pasar, así que eso hizo, tímidamente. Había varios hechizos danzando por ahí, lo que le hizo sonreír. Sí que estaba ocupada, pero aquello, dentro de la ocupación, emanaba la alegría que ella misma traía siempre consigo. Se sentó donde le indicaba, dándole las gracias con un gesto de la cabeza, pero vio cómo se apuraba en recoger algo que... ah. Parecían cosas de la boda. Desvió la mirada para no incomodarla.
Y entonces le dijo que se alegraba de verle allí. ¿Había acertado, entonces? Sonrió. Bien. Era Ravenclaw, le gustaban los aciertos. - Siento no haber avisado previamente, es... - Se mojó los labios, pensando qué responder. - Bueno, pensé que no iba a estar mucho por aquí y... quería aprovechar la estancia. - ¿Ahora estás justificando por qué has venido tan pronto? Se preguntó a sí mismo. Y en referencia a las cosas, señaló graciosamente la caja e hizo una broma de las suyas. - Si te estorba, lo podría transmutar en otra cosa. - Menuda tontería acababa de decir. Negó con la cabeza. - Perdona, es... Bromas de alquimistas. - Mejor se callaba y la dejaba ir a cambiarse, que al final la iba a incomodar.
- Oy, qué alegría me das. - Dijo su madre, contenta, y ya se acercó a recolocarle la corbata. - Pero ponte esto bien... - Madre. Por favor. - Se apartó. Miró a Cletus y bufó. - Dejadme vestirme, por el amor de Merlín. Y tú, cállate ya. Me estás poniendo histérico, y dando muy mal ejemplo de burla a un adulto a tu hijo. - Háblame de crianzas cuando seas padre. - ¿Quién me llama? - Preguntó el señor O'Donnell, apareciendo por allí. No, por favor, más gente no. - ¡Fuera! - Echó. - ¡Todo el mundo fuera! - ¡Eres un cascarrabias! ¿Qué vas a dejar para los ochenta años? - Si seguís atacando mis nervios de esta forma no llegaré a los ochenta años. - Se quejó, empujando a todo el mundo fuera de su habitación y cerrando la puerta.
Resopló y se miró de nuevo al espejo. ¿Sería verdad? ¿Estaba yendo demasiado pronto? Pero a ver ahora quién decía que no iba, cuando ya se había enterado toda la familia, y como siguieran parloteando así, pronto se habría enterado todo el pueblo. Respiró hondo. A ver... no era... una cita ni nada. Solo quería charlar. Bueno. Pasear. Bueno. Le había dicho que quedarían, ¿qué iba a hacer? ¿Faltar a su palabra? Iba a quedar fatal eso. ¿Pero y si Cletus tenía razón y era demasiado pronto? No, no, solo se estaba metiendo con él, seguro que de dejar más días pasar también diría algo al respecto. Además, Larry no iba a estar toda la vida en Ballyknow, sino el verano nada más. En proporción a toda una vida, quizás lo esperable serían varios días, ¿pero en proporción a un par de meses? Ahí sí veía lógico esperar solo uno... En su cabeza tenía sentido. Esperaba que también en la de Molly.
Bajó al trote las escaleras con intención de abandonar la casa sin ser visto. Como si no estuviera toda su familia esperándole. - Eh eh eh, que se cree que se puede escapar. - Levantó Cletus la liebre. Cillian volvió a correr hacia él. - ¿Vas a llevarle flores? - ¡No! ¡No es una cita, he dicho! - Ay, hijo... - Suspiró su madre con cansancio. - De verdad, no dejes pasar oportunidades... - Está feísimo esperar a que me muera para hacerme abuelo. - ¡¡Padre!! Por Merlín... - Se azoró. Primer tirón a la corbata del puro agobio. - Ya tiene usted tres nietos, ¿le sabe a poco? - Los animales siempre queremos ver perpetuados nuestros genes en el mayor número de ramas posibles. Venimos del animal, Lawrence O'Donnell, nunca lo olvides. Eso le hace a uno tener siempre la cabeza en la tierra... - Me voy. - Remató, porque no estaba para charlas darwinianas, se iba a poner aún más de los nervios e iba a acabar soltándole alguna tontería de esas a Molly, y ya sí que no iban a quedar más. - ¡Ánimo, Romeo! - No es una cita. - Si es que no podía evitar protestar. Si ya estaba para irse, ¿qué hacía girándose para responder? - Ayer quedamos en volver a vernos y me parece descortés tenerla esperando. No quiero parecer un desinteresado. - Eso es precioso, hijo. - Es el mínimo de educación que se espera de alguien de mi posición. - No olvides lo de que somos animales, Larry. - Se burló Cletus, y de verdad que estuvo muy tentado de decirle que se fuera a su casa, que parecía que no tenía una, pero casi mejor se iba él.
Ahora que se veía ante la puerta estaba un poco arrepentido. Igual sí que había sido demasiado pronto... - ¡Buenas tardes! - ¡Oh! Buenas, buenas tardes. - Respondió, nervioso, y las dos mujeres se marcharon de allí, del brazo y cuchicheando. Genial. Lo dicho, se iba a enterar el pueblo entero. ¡Por eso no le gustaba el pueblo! Se nutría de habladurías y no podía uno proceder con naturalidad y sin dar mil explicaciones a las cosas. De haberse quedado el verano entero encerrado estudiando, también habría dado que hablar. Ni respirar podías. Y hablando de respirar... Llenó los pulmones y echó el aire lentamente, tratando de relajarse. ¿Por qué estaba tan nervioso? Ni que no tuviera amigas. Bueno, compañeras de profesión. Molly sería una amiga del pueblo, le venía bien tenerla. Una persona con quien hablar de cosas culturales, despejarse y reírse, en vez de pasarse todo el tiempo simplemente en casa con la familia. Sí, eso. Era normal, natural. Volvía a tener sentido en su cabeza.
Llamó a la puerta, y hasta sus nudillos parecían estar tímidos aquel día, porque en lugar de golpear varias veces con seguridad, apenas dio un toque y parte del otro. A saber si se habría escuchado, pero esperaría, por si acaso... Sí que se había escuchado. Y, definitivamente, había pillado a la joven en mal momento. - ¡Oh! - Exclamó, reajustándose las gafas inmediatamente. ¿Por qué las llevaba? Solo se las ponía para leer de cerca. Se las tenía que haber quitado... - ¡Perdona! Veo que... estás ocupada... - Hizo un gesto hacia atrás. - Puedo... volver otro día si... - Pero ella se le adelantó, entrando de nuevo en casa para cambiarse. Bien... pues... esperaría, entonces.
Se escuchaba el murmullo de las calles, de las personas charlando y los niños jugando, mientras él seguía en silencio en la puerta, esperando. Al cabo de un par de minutos, volvió a caer en lo de antes y, rápidamente, se quitó las gafas y las guardó en el bolsillo interior de su chaqueta. ¿Por qué se había puesto chaqueta? Hoy hacía calor. Aunque bueno, allí nunca se sabía cuándo podía ponerse a llover. Al cabo de otros minutos, la puerta se abrió de nuevo... y Molly salió igual que antes. No le dio tiempo a pensar, ya le resolvió ella la duda. Sonrió. - No querría molestar... - Pero le estaba invitando a pasar, así que eso hizo, tímidamente. Había varios hechizos danzando por ahí, lo que le hizo sonreír. Sí que estaba ocupada, pero aquello, dentro de la ocupación, emanaba la alegría que ella misma traía siempre consigo. Se sentó donde le indicaba, dándole las gracias con un gesto de la cabeza, pero vio cómo se apuraba en recoger algo que... ah. Parecían cosas de la boda. Desvió la mirada para no incomodarla.
Y entonces le dijo que se alegraba de verle allí. ¿Había acertado, entonces? Sonrió. Bien. Era Ravenclaw, le gustaban los aciertos. - Siento no haber avisado previamente, es... - Se mojó los labios, pensando qué responder. - Bueno, pensé que no iba a estar mucho por aquí y... quería aprovechar la estancia. - ¿Ahora estás justificando por qué has venido tan pronto? Se preguntó a sí mismo. Y en referencia a las cosas, señaló graciosamente la caja e hizo una broma de las suyas. - Si te estorba, lo podría transmutar en otra cosa. - Menuda tontería acababa de decir. Negó con la cabeza. - Perdona, es... Bromas de alquimistas. - Mejor se callaba y la dejaba ir a cambiarse, que al final la iba a incomodar.
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III. Irlanda en la piel |
Margaret • 26 de julio de 1953
Lawrence O’Donnell y la manía de hablar como si estuviera en una conferencia… Hacía que se riera hasta un poquito a pesar de lo nerviosa que se encontraba. — Bueno, has improvisado, que es lo que te pedí, ¿no? — Se rascó el pelo. — Yo igual no tenga la planificación, pero, si quieres, sí puedo llevarte a descubrir Irlanda. — Eso, seguridad, la que no tenía, porque no había planeado nada, y estaba tan nerviosa que ni se le ocurría lo que podía gustarle a Lawrence… A ver, que a ella le encantaba todo Irlanda, pero a él… ¿Qué le dijo en la feria? Ella había mencionado lugares, ¿no? Ah, maldita cerveza… — ¿Quieres un té? Y tengo… ¡Oh! Bizcocho de frambuesas, es el que he hecho esta mañana porque es época de frambuesas, van antes que las moras. — Genial, y ahora conversación de pueblerina, estupendo de veras, Molly. Ropa de pueblerina, temas de pueblerina. Pero, vamos a ver, ¿por qué estaba tan atacada?
Se puso a servir el té y una pieza del bizcocho. El pobre Lawrence no sabía ni qué hacer con las manos, y la presencia de su ajuar de novia no debía ser la mejor opción de conversación. Bueno, pues lo fue, porque, mientras llevaba el té a la mesita, fue el propio Lawrence el que lo sacó. Se quedó parpadeando, mientras se sentaba y, finalmente le salió una carcajada, que le hizo taparse la boca con la mano. — Perdona, perdona, no me río de ti, te lo juro, es que… — Volvió a reírse. — No me lo esperaba. ¿De verdad puedes transmutarlo? Es decir… — Alzó las cejas y sonrió como una niña pequeña. — ¿En qué? — Y entre risas le miró a los ojos, esos ojos que ya no sabía si eran verdes o azules de brillantes que estaban y dijo. — Me alegro de que hayas venido. Ciertamente, es mejor que aprovechemos el tiempo antes de que te vayas… — Le guiñó un ojo. — Tengo que convencerte de que vuelvas en Pascua. — Uf, la seguridad Gryffindor salvándole el día una vez más.
— ¡Lawrence, hijo! ¡Qué alegría tenerte aquí! ¿Te ha ofrecido algo esta descastada? — Ella trató de mantener la sonrisa. — Madre, no se pase… — Dijo entre dientes. — Ah, mira, sí. Si es que mi Molly es de madera de buena madre irlandesa, te lo digo yo. — Se sentó entre los dos y le dio unas palmaditas en la rodilla. — Anda, sube a tu cuarto, que hay una cosita esperándote, y tendrás plan con este muchacho, digo yo, ¿no? — Puf, no se fiaba ni un poquito de su madre y Lawrence juntos en una habitación, pero bueno, no le habían dejado mucha opción tampoco… — Bajo en seguida, esta vez ya lista para irnos. — Le aseguró al joven, mientras se iba en dirección a su cuarto. Y así de paso, pensaba un poco en a dónde le iba a llevar, que no quería que pareciera que no tenía ni idea precisamente delante del prefecto O’Donnell al que le había vendido Irlanda como una caja de dulces.
Se puso a servir el té y una pieza del bizcocho. El pobre Lawrence no sabía ni qué hacer con las manos, y la presencia de su ajuar de novia no debía ser la mejor opción de conversación. Bueno, pues lo fue, porque, mientras llevaba el té a la mesita, fue el propio Lawrence el que lo sacó. Se quedó parpadeando, mientras se sentaba y, finalmente le salió una carcajada, que le hizo taparse la boca con la mano. — Perdona, perdona, no me río de ti, te lo juro, es que… — Volvió a reírse. — No me lo esperaba. ¿De verdad puedes transmutarlo? Es decir… — Alzó las cejas y sonrió como una niña pequeña. — ¿En qué? — Y entre risas le miró a los ojos, esos ojos que ya no sabía si eran verdes o azules de brillantes que estaban y dijo. — Me alegro de que hayas venido. Ciertamente, es mejor que aprovechemos el tiempo antes de que te vayas… — Le guiñó un ojo. — Tengo que convencerte de que vuelvas en Pascua. — Uf, la seguridad Gryffindor salvándole el día una vez más.
— ¡Lawrence, hijo! ¡Qué alegría tenerte aquí! ¿Te ha ofrecido algo esta descastada? — Ella trató de mantener la sonrisa. — Madre, no se pase… — Dijo entre dientes. — Ah, mira, sí. Si es que mi Molly es de madera de buena madre irlandesa, te lo digo yo. — Se sentó entre los dos y le dio unas palmaditas en la rodilla. — Anda, sube a tu cuarto, que hay una cosita esperándote, y tendrás plan con este muchacho, digo yo, ¿no? — Puf, no se fiaba ni un poquito de su madre y Lawrence juntos en una habitación, pero bueno, no le habían dejado mucha opción tampoco… — Bajo en seguida, esta vez ya lista para irnos. — Le aseguró al joven, mientras se iba en dirección a su cuarto. Y así de paso, pensaba un poco en a dónde le iba a llevar, que no quería que pareciera que no tenía ni idea precisamente delante del prefecto O’Donnell al que le había vendido Irlanda como una caja de dulces.
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Lawrence • 26 de julio de 1953
Asintió tímidamente a lo de improvisar, y por un momento estuvo a punto de hacer una broma sobre que no le sorprendía que un Gryffindor no tuviera los deberes hechos al día siguiente, pero eso iba a sentar mal así que se calló. - Claro. - Afirmó simplemente. Pero claro, la chica se sintió obligada a darle de comer. Eso te pasa por ir sin avisar. - ¡Oh! Tranquila, no es neces... - Ya estaba dispuesta a ello, así que volvió a sonreír con timidez. - Gracias. Seguro que está delicioso. - La verdad es que le gustaban bastante los bizcochos... Aunque probablemente lo disfrutaría más si no tuviera el estómago tan cerrado.
Al parecer su broma estúpida sobre transmutar sus enseres personales la había hecho reír, lo que hizo que la mirara con un toque sorprendido, pero que sonriera genuinamente en cuanto pudo procesar el efecto. - Pues... - Dijo, con una risa, mientras se rascaba un poco la nuca, con una sonrisilla y la mirada baja. - No sé... En casi cualquier cosa. Las telas podrían transformarse en... algo más sólido que hiciera algún bonito objeto decorativo. Algo parecido a la porcelana, por ejemplo. Y con dicho material... la forma que quieras. Joyas, jarrones, platos, flores artificiales... - Estaba diciendo lo primero que se le venía a la cabeza, para ser honestos, y no eran las cosas más originales del mundo. Si pretendía impresionarla, dudaba que por ese camino lo fuera a conseguir.
Se relajó cuando le dijo que se alegraba de que hubiera venido. Sonrió. - Yo también lo creo. - Dijo con suavidad, pero lo siguiente le arrancó una leve carcajada. - Oh, no, más voces pidiéndome que venga en vacaciones... Lo valoraré. - Afirmó sin perder la sonrisa, atreviéndose a mirarla a los ojos. El atrevimiento le duró escasos tres segundos. Igualmente, la señora Lacey había aparecido en escena, haciendo que se sobresaltara y se girara hacia ella con una sonrisa disimulada y un respingo, como si estuviera haciendo algo malo. Acababa de parecerse a su sobrino cuando su hermano le llamaba y él estaba haciendo... pues eso, algo malo. Rio brevemente, y volvió a tensarse cuando la mujer se sentó entre ambos. Ya, demasiada cercanía y familiaridad con una chica con la que había hablado en dos ocasiones. ¿En qué estabas pensando, Lawrence O'Donnell? Quién iba a decirle a él que iba a acabar protagonizando escándalos de esa índole.
Los nervios no mejoraron cuando la chica subió a cambiarse y le dejó solo con la madre. A ver... él tenía un don para llevarse bien con los adultos y las figuras de autoridad, y conocían a la familia Lacey desde siempre, de hecho conocía más a la mujer que a la hija, que apenas la había visto. Tragó saliva e intentó sonreír, sin perder la timidez. La mujer no dejaba de mirarle con una sonrisilla. Por supuesto, rompió el hielo ella. - Bueeeno... Lawrence O'Donnell en mi casa, qué honor. - El rio levemente, sin alzar la cabeza. - Me tienes que poner al día de todos tus viajes. ¡Tus padres están encantados de la cantidad de gente importante con la que te codeas! - Bueno, no sé yo si tanto. Preferirían tenerme por aquí. - ¡Ay, hijo! Una madre nunca quiere a su hijo lejos, pero ya te digo yo que eres el orgullo del pueblo. - Gracias, señora Lacey. - Y hace falta mucho de inteligencia, que tienes sobrada, me consta, y una buena pizca de riesgo para hacer lo que haces tú. Alquimia, ni más ni menos, y viajando por el mundo... Una vida interesante, llena de personas nuevas, de conocimiento. ¿Qué mujer no querría algo así? - Él hizo una leve mueca con los labios. Seguía sin mirarla a los ojos directamente, tenía la cabeza leve y respetuosamente agachada. - No sé si opino lo mismo, señora Lacey. La estabilidad, la vida de siempre, el calor del pueblo... son cosas que se valoran mucho a la hora de sacar a una familia adelante. - ¡Bobadas! Si hay amor de por medio, y una chica buenamente arriesgada... Quizás esas son todas las aguilillas con las que has hablado. - Rio levemente. La mujer siguió. - Pero una buena leona, ¡oh! Ya te digo yo que no le importaría para nada esa vida. - Hola. - Saludó nerviosamente, casi como método de advertencia a la mujer de que su hija ya había bajado. Por Merlín que no haya escuchado esta conversación...
Al parecer su broma estúpida sobre transmutar sus enseres personales la había hecho reír, lo que hizo que la mirara con un toque sorprendido, pero que sonriera genuinamente en cuanto pudo procesar el efecto. - Pues... - Dijo, con una risa, mientras se rascaba un poco la nuca, con una sonrisilla y la mirada baja. - No sé... En casi cualquier cosa. Las telas podrían transformarse en... algo más sólido que hiciera algún bonito objeto decorativo. Algo parecido a la porcelana, por ejemplo. Y con dicho material... la forma que quieras. Joyas, jarrones, platos, flores artificiales... - Estaba diciendo lo primero que se le venía a la cabeza, para ser honestos, y no eran las cosas más originales del mundo. Si pretendía impresionarla, dudaba que por ese camino lo fuera a conseguir.
Se relajó cuando le dijo que se alegraba de que hubiera venido. Sonrió. - Yo también lo creo. - Dijo con suavidad, pero lo siguiente le arrancó una leve carcajada. - Oh, no, más voces pidiéndome que venga en vacaciones... Lo valoraré. - Afirmó sin perder la sonrisa, atreviéndose a mirarla a los ojos. El atrevimiento le duró escasos tres segundos. Igualmente, la señora Lacey había aparecido en escena, haciendo que se sobresaltara y se girara hacia ella con una sonrisa disimulada y un respingo, como si estuviera haciendo algo malo. Acababa de parecerse a su sobrino cuando su hermano le llamaba y él estaba haciendo... pues eso, algo malo. Rio brevemente, y volvió a tensarse cuando la mujer se sentó entre ambos. Ya, demasiada cercanía y familiaridad con una chica con la que había hablado en dos ocasiones. ¿En qué estabas pensando, Lawrence O'Donnell? Quién iba a decirle a él que iba a acabar protagonizando escándalos de esa índole.
Los nervios no mejoraron cuando la chica subió a cambiarse y le dejó solo con la madre. A ver... él tenía un don para llevarse bien con los adultos y las figuras de autoridad, y conocían a la familia Lacey desde siempre, de hecho conocía más a la mujer que a la hija, que apenas la había visto. Tragó saliva e intentó sonreír, sin perder la timidez. La mujer no dejaba de mirarle con una sonrisilla. Por supuesto, rompió el hielo ella. - Bueeeno... Lawrence O'Donnell en mi casa, qué honor. - El rio levemente, sin alzar la cabeza. - Me tienes que poner al día de todos tus viajes. ¡Tus padres están encantados de la cantidad de gente importante con la que te codeas! - Bueno, no sé yo si tanto. Preferirían tenerme por aquí. - ¡Ay, hijo! Una madre nunca quiere a su hijo lejos, pero ya te digo yo que eres el orgullo del pueblo. - Gracias, señora Lacey. - Y hace falta mucho de inteligencia, que tienes sobrada, me consta, y una buena pizca de riesgo para hacer lo que haces tú. Alquimia, ni más ni menos, y viajando por el mundo... Una vida interesante, llena de personas nuevas, de conocimiento. ¿Qué mujer no querría algo así? - Él hizo una leve mueca con los labios. Seguía sin mirarla a los ojos directamente, tenía la cabeza leve y respetuosamente agachada. - No sé si opino lo mismo, señora Lacey. La estabilidad, la vida de siempre, el calor del pueblo... son cosas que se valoran mucho a la hora de sacar a una familia adelante. - ¡Bobadas! Si hay amor de por medio, y una chica buenamente arriesgada... Quizás esas son todas las aguilillas con las que has hablado. - Rio levemente. La mujer siguió. - Pero una buena leona, ¡oh! Ya te digo yo que no le importaría para nada esa vida. - Hola. - Saludó nerviosamente, casi como método de advertencia a la mujer de que su hija ya había bajado. Por Merlín que no haya escuchado esta conversación...
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III. Irlanda en la piel |
Margaret • 26 de julio de 1953
Mientras subía las escaleras iba riéndose sola, como una niña tonta, de las ocurrencias de Lawrence. Transformar su vestido de novia en un jarrón… Es que vamos… Y lo de las voces pidiéndole que viniera, vamos ni que ella… Sí. Sí que lo había hecho. Pero solo porque bueno… Era un reto para ella, convencer a un irlandés de que su tierra merecía más la pena que cuatro alquimistas carcamales que ver en la otra punta del mundo, donde no iba a encontrar nada como aquello…
Llegó a su cuarto y sonrió al ver que su madre había arreglado el vestido rápidamente, dándole un aspecto nuevo y bonito, y más fresco y juvenil… Vale, entendía el mensaje. Se lo puso, y ahora le parecía que los zapatos estaban mucho más gastados y viejos que antes, porque claro, eran blancos y… — Reparo. — Lanzó, por probar. Y oye, no estaban tan mal. Volvió a reírse, pensando en qué diría Lawrence si le contara lo que acababa de hacer, mientras se pintaba un poco. Ella nunca había sido de esa risilla atontada… Ni siquiera cuando empezó con Graham era sí, ella nunca había sido de las que se enamoraban de esa forma… Se miró en el espejo. ¿Sería eso cierto? ¿O sería que nunca quiso a Graham de esa forma? Igual también podría ser eso… Y ya llevaba demasiado tiempo ahí arriba y Lawrence solo con su madre.
Irrumpió en el salón y se llevó el saludo tenso del hombre, consiguiendo captar algo de lo que soltaba su madre. — ¿Ya estamos haciendo promoción de Gryffindor, señora Lacey? Deje tranquilo al chico. — Su madre hizo un gesto con la mano. — Ay, esta niña, de verdad… ¿A que lo estábamos pasando divinamente, Lawrence? — No contestes, es trampa. — Dijo cogiéndole del brazo y levantándole. — Nos vamos, madre. — Llévate una chaqueta. — Ella se giró, sonrió y asintió. — Siempre, madre. — Era la forma de su madre de desearle buena noche, que se cuidara, que disfrutara. Y ella se lo recibía con aquella sonrisa, como queriendo decir “lo sé, gracias, mamá”. — No volveré muy tarde. — Prometió. No porque no le apeteciera, pero es que dudaba profundamente que Lawrence accediera a pasar tiempo fuera de casa hasta muy tarde.
— Perdona que te haya dejado en sus garras… — Dijo, soltándose de su brazo ya fuera, caminando por el pueblo. — Es que, en el fondo, está pasando mucho tiempo sola desde que mi hermano se fue a América, y no quiere salir porque bueno… Está obsesionada con el luto de mi padre y mi hermano y no se da cuenta de que ella también necesita vivir… — Suspiró y se agarró las manos. — Pero gracias por darle conversación. — Dio una palmada. — Pero bueno, vamos a empezar con esa investigación de tu isla originaria… — Entornó los ojos y puso una sonrisilla traviesa. — Voy a ponerte un enigma que se le solía poner a los marineros extranjeros cuando venían a nuestras costas… Y tú eres un poco de eso. — Se acercó a él más aún y afiló los ojos, sin perder la sonrisita traviesa. — Irlanda es muy mágica, y aquí hay muchas entidades que conceden deseos, así que, a los marineros se les dice que pueden pedir lo que más deseen antes de irse de Irlanda donde encuentren una mata de rosas Blarney… Así que ahí queda eso. Tendrás que encontrar uno y pedir… Yo que sé, lo que pidáis los alquimistas, ¿que pedirías tú, alquimista? — Ya que estaba, no le importaba enterarse de más cosillas, por conocer al muchacho.
Estaban ya saliendo del pueblo y les había visto la gente suficiente como para ser la nueva comidilla, así que se vio en la obligación de avisar. — Lawrence, si ves que te miran mucho en el pueblo o lo que sea… Tú pasa. Es que con lo de la boda y todo eso hablan un montón de mí, pero se pasará enseguida y tú te marcharás, y para cuando vuelvas en Pascua ya se habrán olvidado. — Aseguró, quizá no con tanta convicción como quería. — Yyyyy por tal de alejarnos un poquito… ¿Hasta donde estás dispuesto a que te lleve? ¿Debo tener alguna fobia en cuenta? — Con los Ravenclaw nunca se sabía.
Llegó a su cuarto y sonrió al ver que su madre había arreglado el vestido rápidamente, dándole un aspecto nuevo y bonito, y más fresco y juvenil… Vale, entendía el mensaje. Se lo puso, y ahora le parecía que los zapatos estaban mucho más gastados y viejos que antes, porque claro, eran blancos y… — Reparo. — Lanzó, por probar. Y oye, no estaban tan mal. Volvió a reírse, pensando en qué diría Lawrence si le contara lo que acababa de hacer, mientras se pintaba un poco. Ella nunca había sido de esa risilla atontada… Ni siquiera cuando empezó con Graham era sí, ella nunca había sido de las que se enamoraban de esa forma… Se miró en el espejo. ¿Sería eso cierto? ¿O sería que nunca quiso a Graham de esa forma? Igual también podría ser eso… Y ya llevaba demasiado tiempo ahí arriba y Lawrence solo con su madre.
Irrumpió en el salón y se llevó el saludo tenso del hombre, consiguiendo captar algo de lo que soltaba su madre. — ¿Ya estamos haciendo promoción de Gryffindor, señora Lacey? Deje tranquilo al chico. — Su madre hizo un gesto con la mano. — Ay, esta niña, de verdad… ¿A que lo estábamos pasando divinamente, Lawrence? — No contestes, es trampa. — Dijo cogiéndole del brazo y levantándole. — Nos vamos, madre. — Llévate una chaqueta. — Ella se giró, sonrió y asintió. — Siempre, madre. — Era la forma de su madre de desearle buena noche, que se cuidara, que disfrutara. Y ella se lo recibía con aquella sonrisa, como queriendo decir “lo sé, gracias, mamá”. — No volveré muy tarde. — Prometió. No porque no le apeteciera, pero es que dudaba profundamente que Lawrence accediera a pasar tiempo fuera de casa hasta muy tarde.
— Perdona que te haya dejado en sus garras… — Dijo, soltándose de su brazo ya fuera, caminando por el pueblo. — Es que, en el fondo, está pasando mucho tiempo sola desde que mi hermano se fue a América, y no quiere salir porque bueno… Está obsesionada con el luto de mi padre y mi hermano y no se da cuenta de que ella también necesita vivir… — Suspiró y se agarró las manos. — Pero gracias por darle conversación. — Dio una palmada. — Pero bueno, vamos a empezar con esa investigación de tu isla originaria… — Entornó los ojos y puso una sonrisilla traviesa. — Voy a ponerte un enigma que se le solía poner a los marineros extranjeros cuando venían a nuestras costas… Y tú eres un poco de eso. — Se acercó a él más aún y afiló los ojos, sin perder la sonrisita traviesa. — Irlanda es muy mágica, y aquí hay muchas entidades que conceden deseos, así que, a los marineros se les dice que pueden pedir lo que más deseen antes de irse de Irlanda donde encuentren una mata de rosas Blarney… Así que ahí queda eso. Tendrás que encontrar uno y pedir… Yo que sé, lo que pidáis los alquimistas, ¿que pedirías tú, alquimista? — Ya que estaba, no le importaba enterarse de más cosillas, por conocer al muchacho.
Estaban ya saliendo del pueblo y les había visto la gente suficiente como para ser la nueva comidilla, así que se vio en la obligación de avisar. — Lawrence, si ves que te miran mucho en el pueblo o lo que sea… Tú pasa. Es que con lo de la boda y todo eso hablan un montón de mí, pero se pasará enseguida y tú te marcharás, y para cuando vuelvas en Pascua ya se habrán olvidado. — Aseguró, quizá no con tanta convicción como quería. — Yyyyy por tal de alejarnos un poquito… ¿Hasta donde estás dispuesto a que te lleve? ¿Debo tener alguna fobia en cuenta? — Con los Ravenclaw nunca se sabía.
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III. Irlanda en la piel |
Lawrence • 26 de julio de 1953
Despegó los labios para decir "divinamente" de vuelta lo más rápido que pudiera, pero Molly se le adelantó diciendo que no contestaba, y él cerró la boca en un gesto que, de seguro, como un intelectual precisamente no le hacía quedar. Con la misma cara de aturdido se dejó levantar y salió casi a trompicones de la casa, siguiendo el paso de la muchacha. - Un placer, señora Lacey. - Siempre encantada de recibirte en mi casa, querido. Espero que sea más a menudo. - Pero la hija no parecía interesada en que la madre acabara la frase, porque las últimas palabras las escuchó prácticamente en la puerta de lo rápido que le arrastraba.
Negó, con una sonrisa leve. - Es encantadora. Y tiene cierto enigma cuando habla. Eso a un Ravenclaw siempre le interesa. - Bueno, no era un enigma muy complicado de resolver, pasaba que Lawrence era bueno hasta en hacerse el tonto. - Entiendo. - Dijo, comprensivo y con los labios fruncidos y la mirada baja. - Debe ser difícil para una madre... lo que ella ha tenido que vivir. - Cletus lo pasó muy mal por la muerte de Arnold Lacey. A él, como siempre, le pilló fuera de casa. Se mordió el labio. - No... sé si llegué... estoy seguro de que no llegué a hacerlo... a darte el pésame como es debido, por... tu padre y tu hermano. - La miró, pero con la cabeza respetuosamente agachada. - Lo siento. - Trató de sonreír con calidez. - En mi familia eran, y son, muy apreciados. - Él, como siempre, ajeno al pueblo. Pero no mentía con su afirmación, Cletus hablaba muchísimo de Arnold Lacey, y Cletus no solía desbordar cariño con facilidad.
La palmada le hizo parpadear, y reír levemente. - ¡Oh, una investigación! - Dijo, contento y con un toque bromista. Pero lo del enigma sí que le hizo arquear las cejas con curiosidad real. Ah ¿era cierto lo del juego intelectual? Pues... fantástico. Porque a él esas cosas le encantaban. - A ver... - Dijo, con una sonrisilla, y poniendo ya todos sus sentidos alerta para no perder nada de información. Rio levemente. - No te creas que soy yo muy asiduo al mar. - Muy poco asiduo, más bien. De pequeño tenían que obligarle prácticamente a ir a la playa, y solía quedarse mirando el agua con reservas. Eso de desnudarse y meterse en agua fría y desconocida... no le veía la necesidad, ciertamente. ¿Qué haces ahora pensando en eso, Lawrence O'Donnell? ¡Céntrate, que te está hablando! Y vaya erudito como a la primera empezara a perder datos.
- Hmm. - Dijo, pensativo. Con lo siguiente rio un poco. - ¿No dicen que si se desvelan los deseos no se llegan a cumplir? - Chasqueó la lengua. - Como ciencia no me parece muy exacto... Poco empíricamente probable. - Se encogió de hombros. - Pero he venido a conocer Irlanda y a vivirla en la piel, ¿no era así? Por lo que... pensaré. - Se mojó los labios y dedicó unos segundos a pensar, pero en lo que lo hacía, Molly habló de nuevo. Parpadeó, recentrándose. - Oh. - Hizo una leve mueca con los labios. - Ya... Si te sirve de consuelo, y a riesgo de quedar como un tremendo despistado, impropio de mi casa y profesión, no me suelo dar cuenta. Y, cuando veo que me miran, lo atribuyo a la sorpresa de verme por aquí, que no es muy habitual. Mi madre se encarga de recordarlo constantemente: no te mirarían tanto si estuvieran más acostumbrados a tu presencia. - Rio entre dientes. - Al final soy como una de esas leyendas irlandesas, un ser mitológico: se me ve poco. - Negó. - No te preocupes... - Bajó la mirada. - Si te soy sincero... es uno de los motivos por los que el pueblo me... ahoga. En parte. No me gusta sentirme analizado y vigilado. - Arqueó las cejas. - Y no es como que yo sea tremendamente original en mis movimientos. Pero... no me gusta. Nadie tiene por qué andar hablando u opinando sobre lo que haces o dejas de hacer, Molly. - Parpadeó. - Te he llamado Molly... Puedes llamarme Larry. - Se acercó y susurró con una sonrisilla. - No se lo digas a nadie, pero aquí me quito un poco la careta de alquimista de prestigio. Si no, ya sabes, la gente habla. - Y rio. Si podía tomárselo a broma con alguien del propio pueblo... no estaba tan mal.
Soltó una carcajada fuerte. - ¡Fobia! ¿Me tomas por uno de esos temerosos? - Rio de nuevo, y ladeó la cabeza. - He de decir que la analogía del marinero se me aplica poco, pero mientras que no tenga que ponerme en bañador o lanzarme a aguas profundas, puedo tolerar la costa a distancias prudenciales y por afán investigador. - Sonrió, sereno y... ciertamente, contento de estar allí. Le estaba gustando ese paseo y solo acababa de empezar. - Puedes llevarme donde quieras. -
Negó, con una sonrisa leve. - Es encantadora. Y tiene cierto enigma cuando habla. Eso a un Ravenclaw siempre le interesa. - Bueno, no era un enigma muy complicado de resolver, pasaba que Lawrence era bueno hasta en hacerse el tonto. - Entiendo. - Dijo, comprensivo y con los labios fruncidos y la mirada baja. - Debe ser difícil para una madre... lo que ella ha tenido que vivir. - Cletus lo pasó muy mal por la muerte de Arnold Lacey. A él, como siempre, le pilló fuera de casa. Se mordió el labio. - No... sé si llegué... estoy seguro de que no llegué a hacerlo... a darte el pésame como es debido, por... tu padre y tu hermano. - La miró, pero con la cabeza respetuosamente agachada. - Lo siento. - Trató de sonreír con calidez. - En mi familia eran, y son, muy apreciados. - Él, como siempre, ajeno al pueblo. Pero no mentía con su afirmación, Cletus hablaba muchísimo de Arnold Lacey, y Cletus no solía desbordar cariño con facilidad.
La palmada le hizo parpadear, y reír levemente. - ¡Oh, una investigación! - Dijo, contento y con un toque bromista. Pero lo del enigma sí que le hizo arquear las cejas con curiosidad real. Ah ¿era cierto lo del juego intelectual? Pues... fantástico. Porque a él esas cosas le encantaban. - A ver... - Dijo, con una sonrisilla, y poniendo ya todos sus sentidos alerta para no perder nada de información. Rio levemente. - No te creas que soy yo muy asiduo al mar. - Muy poco asiduo, más bien. De pequeño tenían que obligarle prácticamente a ir a la playa, y solía quedarse mirando el agua con reservas. Eso de desnudarse y meterse en agua fría y desconocida... no le veía la necesidad, ciertamente. ¿Qué haces ahora pensando en eso, Lawrence O'Donnell? ¡Céntrate, que te está hablando! Y vaya erudito como a la primera empezara a perder datos.
- Hmm. - Dijo, pensativo. Con lo siguiente rio un poco. - ¿No dicen que si se desvelan los deseos no se llegan a cumplir? - Chasqueó la lengua. - Como ciencia no me parece muy exacto... Poco empíricamente probable. - Se encogió de hombros. - Pero he venido a conocer Irlanda y a vivirla en la piel, ¿no era así? Por lo que... pensaré. - Se mojó los labios y dedicó unos segundos a pensar, pero en lo que lo hacía, Molly habló de nuevo. Parpadeó, recentrándose. - Oh. - Hizo una leve mueca con los labios. - Ya... Si te sirve de consuelo, y a riesgo de quedar como un tremendo despistado, impropio de mi casa y profesión, no me suelo dar cuenta. Y, cuando veo que me miran, lo atribuyo a la sorpresa de verme por aquí, que no es muy habitual. Mi madre se encarga de recordarlo constantemente: no te mirarían tanto si estuvieran más acostumbrados a tu presencia. - Rio entre dientes. - Al final soy como una de esas leyendas irlandesas, un ser mitológico: se me ve poco. - Negó. - No te preocupes... - Bajó la mirada. - Si te soy sincero... es uno de los motivos por los que el pueblo me... ahoga. En parte. No me gusta sentirme analizado y vigilado. - Arqueó las cejas. - Y no es como que yo sea tremendamente original en mis movimientos. Pero... no me gusta. Nadie tiene por qué andar hablando u opinando sobre lo que haces o dejas de hacer, Molly. - Parpadeó. - Te he llamado Molly... Puedes llamarme Larry. - Se acercó y susurró con una sonrisilla. - No se lo digas a nadie, pero aquí me quito un poco la careta de alquimista de prestigio. Si no, ya sabes, la gente habla. - Y rio. Si podía tomárselo a broma con alguien del propio pueblo... no estaba tan mal.
Soltó una carcajada fuerte. - ¡Fobia! ¿Me tomas por uno de esos temerosos? - Rio de nuevo, y ladeó la cabeza. - He de decir que la analogía del marinero se me aplica poco, pero mientras que no tenga que ponerme en bañador o lanzarme a aguas profundas, puedo tolerar la costa a distancias prudenciales y por afán investigador. - Sonrió, sereno y... ciertamente, contento de estar allí. Le estaba gustando ese paseo y solo acababa de empezar. - Puedes llevarme donde quieras. -
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III. Irlanda en la piel |
Margaret • 26 de julio de 1953
Sonrió a las palabras que le dirigió a su madre. — Es muy bonito que digas eso de ella, te lo agradezco. Y sí, no lo ha pasado bien pero… Ella es así… como… las piedras celtas. Aguantan la lluvia y el viento, erosionándose pero… No doblándose. — Asintió a lo del pésame y puso una sonrisa agradecida. — Gracias. Tus padres nos ayudaron muchísimo y Cletus… En fin, no tengo palabras para él. — Amplió la sonrisa. — Y a Amelia la ayudaba en lo que podía cuando era enfermera, y a tus sobrinos les doy clase… Solo me faltabas tú de los O’Donnell. Y ya tenía una imagen enorme de tí, porque hay que escuchar a la señora O’Donnell “OYYY MI NIÑO ES QUE ES ALQUIMISTA COMO SU ABUELA ¿SABES?”. — Y se rio con ternura. Era adorable que hablaran así de él.
Ya sabía ella que lo de la investigación era buena idea, a ver si el Ravenclaw seguía pensando lo mismo después de un rato. Alzó la ceja y ladeó la sonrisa cuando dijo que no era muy asiduo al agua. — No esperaba menos. Pero tranquilo, estás a salvo de una malvada bruja irlandesa sin ropa… — Le encantaba ponerle rojito y nervioso, era divertido. De hecho, le siguió el rollo a lo de los deseos. — Es solo una hipótesis, Lawrence, aún no has encontrado las rosas Blarney. — Dijo, en tono picón. Ah, hacía mucho que no hacía… Cosas así, de joven. Le dio la risa cuando admitió su despiste. — Mejor para ti, entonces. Ojalá en Gryffindor nos enseñaran un poquito a que nos dé más igual que nos miren o hablen de nosotros… — Suspiró y levantó los brazos a su consejo. — Aun así he acabado haciendo lo que me da la gana, que es lo importante, aunque he estado cerca de meter la pata por el qué dirán. Ya no me pasa más. — Porque así aprendemos los Gryffindor, escarmentando y haciendo como que no, se dijo a sí misma, con más pesar del que estaba dispuesta a admitir en voz alta. — Pero entiendo que te sientas así… Espero poder enseñarte las cosas buenas mientras estamos aquí. — Asintió a lo del nombre y bromeó. — Vale, señor alquimista muy importante, conocido en la intimidad como Larry. —
Se rio a lo de los temerosos y asintió. — Pues sí, así te considero, así te veo, de hecho. — Y volvió a reírse, señalando un camino. — Vamos por allí, venga. — Y, entre las verdes matas y los árboles, surgió el círculo de piedras, mirando al mar desde el acantilado. — Mira, aquí dicen que estaba la cuna de los príncipes gigantes, cuando estos amasaron el mundo y las islas. Es una historia de niños, claro, pero dicen que aquellos gigantes bebés dejaron parte de su magia en estas piedras, y cuando las madres del pueblo van a tener un bebé, vienen a aquí a tumbarse, para que el niño nazca bien y eso… Seguramente tu madre vino contigo dentro. — Se acercó a las piedras y puso las manos sobre ellas. — Nada de todo eso es cierto, pero… — ¿Ya había confianza no? Después de bailar y todo… Cogió su mano y tiró de él para que la pusiera sobre la piedra. — Aquí, si cierras los ojos… Oyes y sientes Irlanda. El mar chocando contra la piedra caledonia, el viento, las gotas que caen permanentemente de las ramas de los árboles… — Le miró con una sonrisa. — Por una vez, no te fíes de lo que ven tus ojos y tu cabeza analiza… Y solo siente. Con el corazón. — Y seguía con la mano puesta sobre la de él y la otra en la roca, y las tenías mojadas por la condensación de la roca, pero se estaba aferrando a esa mano y no la iba a soltar, puro instinto. — Quizá no lo construyeron los gigantes… Pero alguien las trajo de muy lejos, las puso en pie con su propia magia… Quizá no tenían ni varitas aún… Pero aquí seguimos. Sintiendo lo que sienten ellos. Eso es Irlanda. —
Ya sabía ella que lo de la investigación era buena idea, a ver si el Ravenclaw seguía pensando lo mismo después de un rato. Alzó la ceja y ladeó la sonrisa cuando dijo que no era muy asiduo al agua. — No esperaba menos. Pero tranquilo, estás a salvo de una malvada bruja irlandesa sin ropa… — Le encantaba ponerle rojito y nervioso, era divertido. De hecho, le siguió el rollo a lo de los deseos. — Es solo una hipótesis, Lawrence, aún no has encontrado las rosas Blarney. — Dijo, en tono picón. Ah, hacía mucho que no hacía… Cosas así, de joven. Le dio la risa cuando admitió su despiste. — Mejor para ti, entonces. Ojalá en Gryffindor nos enseñaran un poquito a que nos dé más igual que nos miren o hablen de nosotros… — Suspiró y levantó los brazos a su consejo. — Aun así he acabado haciendo lo que me da la gana, que es lo importante, aunque he estado cerca de meter la pata por el qué dirán. Ya no me pasa más. — Porque así aprendemos los Gryffindor, escarmentando y haciendo como que no, se dijo a sí misma, con más pesar del que estaba dispuesta a admitir en voz alta. — Pero entiendo que te sientas así… Espero poder enseñarte las cosas buenas mientras estamos aquí. — Asintió a lo del nombre y bromeó. — Vale, señor alquimista muy importante, conocido en la intimidad como Larry. —
Se rio a lo de los temerosos y asintió. — Pues sí, así te considero, así te veo, de hecho. — Y volvió a reírse, señalando un camino. — Vamos por allí, venga. — Y, entre las verdes matas y los árboles, surgió el círculo de piedras, mirando al mar desde el acantilado. — Mira, aquí dicen que estaba la cuna de los príncipes gigantes, cuando estos amasaron el mundo y las islas. Es una historia de niños, claro, pero dicen que aquellos gigantes bebés dejaron parte de su magia en estas piedras, y cuando las madres del pueblo van a tener un bebé, vienen a aquí a tumbarse, para que el niño nazca bien y eso… Seguramente tu madre vino contigo dentro. — Se acercó a las piedras y puso las manos sobre ellas. — Nada de todo eso es cierto, pero… — ¿Ya había confianza no? Después de bailar y todo… Cogió su mano y tiró de él para que la pusiera sobre la piedra. — Aquí, si cierras los ojos… Oyes y sientes Irlanda. El mar chocando contra la piedra caledonia, el viento, las gotas que caen permanentemente de las ramas de los árboles… — Le miró con una sonrisa. — Por una vez, no te fíes de lo que ven tus ojos y tu cabeza analiza… Y solo siente. Con el corazón. — Y seguía con la mano puesta sobre la de él y la otra en la roca, y las tenías mojadas por la condensación de la roca, pero se estaba aferrando a esa mano y no la iba a soltar, puro instinto. — Quizá no lo construyeron los gigantes… Pero alguien las trajo de muy lejos, las puso en pie con su propia magia… Quizá no tenían ni varitas aún… Pero aquí seguimos. Sintiendo lo que sienten ellos. Eso es Irlanda. —
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III. Irlanda en la piel |
Lawrence • 26 de julio de 1953
Sonrió levemente mientras Molly hablaba de su familia, pero el comentario de su madre le hizo chistar y rodar los ojos, además de reír. - Ideal para la discreción. - Comentó en voz baja, sonriente y mirando a otra parte con timidez. Tuvo que mantener la mirada retirada por las bromitas de Molly, que le hacían ruborizarse, aunque también reír por lo bajo. Asintió a lo siguiente. - Aprender de los errores es lo que importa. Cambiar... lo que tenemos establecido, es complicado. Los Ravenclaw entendemos de rigidez. En eso nos sacáis ventaja. - La miró. - Es... un piropo. Quiero decir que... - Sonrió levemente, porque no quería ofender, pero tampoco sonar demasiado adulador. - Es bueno... revisarse a uno mismo. Asumir que lo que teníamos entendido de toda la vida, igual no es tan cosa y toca cambiar de rumbo. A quienes somos más... bueno, como yo, a veces nos cuesta cambiar de rumbo. - Por ejemplo, en llevar toda la vida diciendo que se ahogaba en el pueblo y estar planteándose un motivo para quedarse ahora... Menudas tonterías piensas a veces, Lawrence.
Asintió, con una sonrisa leve, y lo del nombre le hizo reír. Molly le hacía reír mucho más que cualquier otra persona del pueblo... Que cualquier otra persona en general, tampoco es como que en los excelsos círculos de la alquimia estuvieran todo el día muertos de risa. Julius Beren era de los más dicharacheros y lo más gracioso que había llegado a oírle había sido un chiste malísimo sobre si las piedras tuvieran ojos. Caminó junto a ellas y, hablando de piedras, divisaron un círculo conforme se acercaban. Escuchó la historia con una sonrisa en los labios y las manos agarradas tras la espalda. - No me cabe duda. - Afirmó a la hipótesis sobre su madre, y miró a Molly con una sonrisilla y una ceja arqueada. - Y en lo que las mujeres le hicieran el correspondiente ritual, seguro que en su cabeza estaba calculando las probabilidades de que aquello funcionara. - Rio para sí de imaginar la escena, y volvió la vista al círculo. - Ahora entiendo la broma de Cletus... Me dice mucho "este se cree que madre estuvo tumbada más tiempo con él que conmigo". Siempre le mando callar porque pensé que se trataba de una obsce... - Carraspeó en el acto y se ruborizó, retirando la mirada. - Igual me excedí en la hipótesis. - Negó, pero seguía sin mirarla y muy avergonzado. - Intenta... no escuchar a Cletus demasiado, siempre habla con segundas intenciones. - Maldito fuera su hermano y maldita su estampa de no saberse las leyendas y picar en todas sus bromas. Y lo peor es que, si ahora le acusara de malpensado, tendría todas las de ganar.
Mejor seguía escuchando a la joven, que ahora se acercaba a las piedras y hablaba, le pareció a él, desde el corazón. Con Molly le daba mucho esa sensación, que hablaba desde el corazón. Larry, en su vida, se había codeado fundamentalmente con dos tipos de personas: los que hablaban desde la cabeza, como él, y los que, cada uno por sus motivos, hablaban desde la apariencia. Molly hablaba desde el corazón, y eso era nuevo y... ciertamente hermoso y raro de ver. Y él tenía predilección por las rarezas. Estaba en su divagación cuando ella tomó su mano y él, ruborizándose como un crío, se quedó más mudo aún escuchándola. Y entonces lo dijo, justo lo que él pensaba. "Con el corazón". No la cabeza, el corazón. Llenó el pecho de aire y cerró los ojos, y sintió, tal y como le indicaba. Siguió escuchando sus palabras, el viento, las olas... y esa frase. "Eso es Irlanda". Abrió los ojos y la miró. - Ya lo veo. - Musitó, mirándola, quedándose por un instante en sus ojos...
Ups, demasiado tiempo. Se aclaró la garganta y bajó la mirada, mojándose los labios. - Es... curioso, que haya tenido que cerrar los ojos para verlo de verdad. - Alzó la mirada de nuevo y la puso en ella. - Gracias. - Dijo, y ahora era él quien hablaba de corazón. - Reconozco que... me cuesta sentirlo. Sentir Irlanda como algo mío. Quizás... desde la cabeza me costaba verlo, y necesitaba... escuchar al corazón. - Se dio cuenta de que su mano y la de ella seguían juntas. Retirarla sería un tanto violento, pero también dejarla ahí... Quizás... - No te muevas... Voy a intentar... una cosa. - Dijo, concentrado y sin mover su mano. Con el pie, trazó un círculo en la tierra, bastante básico (lo que el zapato le permitía, que no era mucho). - Ahora... cierra los ojos. - Pidió, él hizo lo mismo y puso su otra mano con la de ella, juntando las dos suyas y sin soltar la de Molly. En un instante, el remolino de hojas que había acumulado en el centro del círculo se habían transformado y adoptado la forma de una flor, la cual juraría que no había salido de su cabeza, sino... por instinto. Se agachó, la tomó en la mano y se la tendió con timidez. - ¿Se parece... a las flores que buscabas? -
Asintió, con una sonrisa leve, y lo del nombre le hizo reír. Molly le hacía reír mucho más que cualquier otra persona del pueblo... Que cualquier otra persona en general, tampoco es como que en los excelsos círculos de la alquimia estuvieran todo el día muertos de risa. Julius Beren era de los más dicharacheros y lo más gracioso que había llegado a oírle había sido un chiste malísimo sobre si las piedras tuvieran ojos. Caminó junto a ellas y, hablando de piedras, divisaron un círculo conforme se acercaban. Escuchó la historia con una sonrisa en los labios y las manos agarradas tras la espalda. - No me cabe duda. - Afirmó a la hipótesis sobre su madre, y miró a Molly con una sonrisilla y una ceja arqueada. - Y en lo que las mujeres le hicieran el correspondiente ritual, seguro que en su cabeza estaba calculando las probabilidades de que aquello funcionara. - Rio para sí de imaginar la escena, y volvió la vista al círculo. - Ahora entiendo la broma de Cletus... Me dice mucho "este se cree que madre estuvo tumbada más tiempo con él que conmigo". Siempre le mando callar porque pensé que se trataba de una obsce... - Carraspeó en el acto y se ruborizó, retirando la mirada. - Igual me excedí en la hipótesis. - Negó, pero seguía sin mirarla y muy avergonzado. - Intenta... no escuchar a Cletus demasiado, siempre habla con segundas intenciones. - Maldito fuera su hermano y maldita su estampa de no saberse las leyendas y picar en todas sus bromas. Y lo peor es que, si ahora le acusara de malpensado, tendría todas las de ganar.
Mejor seguía escuchando a la joven, que ahora se acercaba a las piedras y hablaba, le pareció a él, desde el corazón. Con Molly le daba mucho esa sensación, que hablaba desde el corazón. Larry, en su vida, se había codeado fundamentalmente con dos tipos de personas: los que hablaban desde la cabeza, como él, y los que, cada uno por sus motivos, hablaban desde la apariencia. Molly hablaba desde el corazón, y eso era nuevo y... ciertamente hermoso y raro de ver. Y él tenía predilección por las rarezas. Estaba en su divagación cuando ella tomó su mano y él, ruborizándose como un crío, se quedó más mudo aún escuchándola. Y entonces lo dijo, justo lo que él pensaba. "Con el corazón". No la cabeza, el corazón. Llenó el pecho de aire y cerró los ojos, y sintió, tal y como le indicaba. Siguió escuchando sus palabras, el viento, las olas... y esa frase. "Eso es Irlanda". Abrió los ojos y la miró. - Ya lo veo. - Musitó, mirándola, quedándose por un instante en sus ojos...
Ups, demasiado tiempo. Se aclaró la garganta y bajó la mirada, mojándose los labios. - Es... curioso, que haya tenido que cerrar los ojos para verlo de verdad. - Alzó la mirada de nuevo y la puso en ella. - Gracias. - Dijo, y ahora era él quien hablaba de corazón. - Reconozco que... me cuesta sentirlo. Sentir Irlanda como algo mío. Quizás... desde la cabeza me costaba verlo, y necesitaba... escuchar al corazón. - Se dio cuenta de que su mano y la de ella seguían juntas. Retirarla sería un tanto violento, pero también dejarla ahí... Quizás... - No te muevas... Voy a intentar... una cosa. - Dijo, concentrado y sin mover su mano. Con el pie, trazó un círculo en la tierra, bastante básico (lo que el zapato le permitía, que no era mucho). - Ahora... cierra los ojos. - Pidió, él hizo lo mismo y puso su otra mano con la de ella, juntando las dos suyas y sin soltar la de Molly. En un instante, el remolino de hojas que había acumulado en el centro del círculo se habían transformado y adoptado la forma de una flor, la cual juraría que no había salido de su cabeza, sino... por instinto. Se agachó, la tomó en la mano y se la tendió con timidez. - ¿Se parece... a las flores que buscabas? -
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III. Irlanda en la piel |
Margaret • 26 de julio de 1953
Rio un poco y agachó la mirada a lo del piropo. — No siempre tienes que señalar lo que es un piropo o no, Lawrence. — Le dijo con una risita. — Cuando lo es, pues es más efectista simplemente que se vaya entendiendo y cuando no lo es… Deja que una chica se ilusione. — Y se pasó un mechón detrás de la oreja. ¿Estaba tonteando? ¿Así se tonteaba? El tonteo de su vida se había reducido a hacerle pensar a Graham que no le interesaba y ponérselo básicamente difícil, como un reto. Pero eso que acababa de hacer era tontear y lo veía hasta ella. Inspiró y amplió la sonrisa. — A veces cambiar de rumbo es extremo y… Da miedo. Otra veces pues… Te descubre cosas. Y estoy segura de que, como alquimista, eso lo sabes perfectamente, y sabes que de los mayores cambios pueden salir cosas… Que nunca habías imaginado, pero que hay que hacerlo con cuidado. — Y eso lo dijo con más cariño y admiración que lo de antes, más en la línea que habían llevado hasta entonces.
Se le escapó una carcajada a la observaciones de Larry sobre lo de su madre en el santuario, de reírse con ganas, vaya. — Eres más gracioso de lo que crees. — Le dijo de corazón. — Pero Cletus hace lo que quiere contigo. Es cosa de los hermanos mayores, les encanta meterse con nosotros, se parten de risa. — Le señaló. — Pero yo sé gestionar muy bien a tu hermano. Basta con entender que todo son un par de capas de pintura, y hay que intentar limarla para ver lo que hay de verdad. Y cuando lo ves, te das cuenta de que tiene calidad. —
Había temido haberse puesto demasiado intensa con Irlanda, pero vio que Lawrence se había puesto en un estado parecido al suyo y ahora… Se estaban mirando, y sus manos seguían juntas. Y entonces le dijo aquello y parpadeó, intentó concentrarse en sí misma y no en los ojos de Lawrence y dijo. — Sí, sí… Claro… — Inspiró y cerró los ojos. ¿Qué le pasaba? ¿Por qué tenía ganas como de tiritar, pero tenía calor? Oyó un murmullo y de repente… Al abrir los ojos vio aquella flor ahí y, suavemente, se agachó a verla. — ¿Cómo has…? ¿Es…? — Solo podía mirar aquella flor tan rara, tan… ¿Cómo había podido crear Lawrence algo tan bonito? — Las… Rosas de Blarney no… No existen. — Dijo alzando la mirada y levantándose, con la flor entre las manos. — Son un cuento, son… Una excusa para que los marineros o los forasteros se quedaran a… A hacernos compañía o… Yo que sé, para engañarlos un poco, como te acabo de decir que hace Cletus todo el tiempo. — Los ojos le brillaban y rio. — Tú has hecho real lo inexistente, Lawrence. Supongo que esa es la auténtica magia, la alquimia. — Miró al hombre a los ojos y dejó la flor entre sus manos. — Pide un deseo, es lo de menos. Eres el primero que encuentra una rosa de Blarney. — Y ya puede irse, no necesita buscar supercherías y leyendas, él las crea, no pierde el tiempo en imaginar nada. —
Se le escapó una carcajada a la observaciones de Larry sobre lo de su madre en el santuario, de reírse con ganas, vaya. — Eres más gracioso de lo que crees. — Le dijo de corazón. — Pero Cletus hace lo que quiere contigo. Es cosa de los hermanos mayores, les encanta meterse con nosotros, se parten de risa. — Le señaló. — Pero yo sé gestionar muy bien a tu hermano. Basta con entender que todo son un par de capas de pintura, y hay que intentar limarla para ver lo que hay de verdad. Y cuando lo ves, te das cuenta de que tiene calidad. —
Había temido haberse puesto demasiado intensa con Irlanda, pero vio que Lawrence se había puesto en un estado parecido al suyo y ahora… Se estaban mirando, y sus manos seguían juntas. Y entonces le dijo aquello y parpadeó, intentó concentrarse en sí misma y no en los ojos de Lawrence y dijo. — Sí, sí… Claro… — Inspiró y cerró los ojos. ¿Qué le pasaba? ¿Por qué tenía ganas como de tiritar, pero tenía calor? Oyó un murmullo y de repente… Al abrir los ojos vio aquella flor ahí y, suavemente, se agachó a verla. — ¿Cómo has…? ¿Es…? — Solo podía mirar aquella flor tan rara, tan… ¿Cómo había podido crear Lawrence algo tan bonito? — Las… Rosas de Blarney no… No existen. — Dijo alzando la mirada y levantándose, con la flor entre las manos. — Son un cuento, son… Una excusa para que los marineros o los forasteros se quedaran a… A hacernos compañía o… Yo que sé, para engañarlos un poco, como te acabo de decir que hace Cletus todo el tiempo. — Los ojos le brillaban y rio. — Tú has hecho real lo inexistente, Lawrence. Supongo que esa es la auténtica magia, la alquimia. — Miró al hombre a los ojos y dejó la flor entre sus manos. — Pide un deseo, es lo de menos. Eres el primero que encuentra una rosa de Blarney. — Y ya puede irse, no necesita buscar supercherías y leyendas, él las crea, no pierde el tiempo en imaginar nada. —
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III. Irlanda en la piel |
Lawrence • 26 de julio de 1953
Asintió y escondió una sonrisa avergonzada, y seguro que se había ruborizado. Si serás tonto, Lawrence. Desde luego que no hacía falta recalcar que era un piropo. Pero claro, nunca había flirteado y no tenía... Un momento, ¿¿estaba flirteando?? Ante su pregunta a sí mismo, hasta su propio cerebro suspiró como lo hubiera hecho su madre. Pues claro que estás flirteando, Lawrence. Deja de hacerte el idiota, que no te pega nada. Le gustaría saber, una vez aclarado ese punto, dónde pretendía llegar con dicho flirteo. Porque él se había hecho un esquema de vida en el que una mujer no entraba, no por nada, sino porque era una vida dedicada a la alquimia, lo cual no veía muy compatible con la vida familiar. Tendría que hacer una reevaluación concienzuda de su prioridades.
Y precisamente, de cambios de rumbos hablaba, y del vértigo que suscitaba. Volvió a sonreír y a limitarse a asentir. ¿Eso estaba haciendo? ¿Cambiar de rumbo? ¿Así sin más? Mejor no se metía en esa divagación, o se perdería todo lo que Molly tuviera que contarle. Y desde luego que sentía que se había perdido ante la afirmación de ser gracioso. - ¿¿Yo?? - Preguntó, con las cejas arqueadas, señalándose el pecho y un tono de profunda interrogación que le hacía casi cómico. Miró al frente con una carcajada resignada. - Pues todo tuyo. Amelia es una santa por aguantarle, y si tú le entiendes... me lo vas a tener que explicar, porque a mí me cuesta. - Bromeó, aunque no exento de razón.
Ni cuando se examinó de las licencias había estado tan nervioso por una reacción. Sentía que temblaba por dentro, y que estaba conteniendo la respiración viendo los ojos de Molly admirando la flor. Se le dibujó una sonrisa involuntaria. Le había gustado, era un hecho, o al menos le había sorprendido. - ¿Te gusta? - Eso le había salido de corazón, quizás demasiado natural. Ladeó una sonrisa humilde y encogió un hombro, con una postura cabizbaja a causa de estar con la mirada en la flor pero aún de pie. - La alquimia es el poder de crear lo que no existe. O hacer como que lo crea. No es un engaño a los sentidos exactamente, pero sí es un hacer creer que toda creación es posible si realmente crees en ella. - Siguió a la mujer con la mirada cuando se levantó. Rio levemente. - ¿Acabas de reconocer que nos engañáis para que nos quedemos? Vaya. Se lo diré a mi madre. - Bromeó, pero la emoción de Molly le tenía el pecho lleno de emoción, y seguro que le brillaban los ojos al mirarla.
Entonces dejó la flor en sus manos, y su rostro debió evidenciar que no esperaba ese movimiento. Hasta se le resbalaron ligeramente las gafas por el puente de la nariz. - Eemm... - Se aclaró la garganta y se las recolocó, nervioso y con la mirada baja. - Bueno, emm... No acostumbro a... pedir deseos. - No seas aguafiestas, Lawrence. Tragó saliva y se animó a mirarla, sonriendo levemente. - Pero no me parece mal momento para ello. - Llenó el pecho de aire y, tras meditar unos segundos, cerró los ojos. ¿Qué deseo pedir? ¿Qué iba a hacer ahora? ¿Pedir a una fuerza que él mismo había creado que le ayudara a aprobar la siguiente licencia? Le sonaba absurdo. La iba a aprobar igualmente, y no sería por un deseo, sino por su esfuerzo. Pero algo pugnaba por salir de su corazón, y aún con los ojos cerrados, sentía estar viendo la sonrisa de Margaret y sus ojos mirándole. Le recorrió un escalofrío. Quizás... Tener a esta chica en mi vida. Sea en la forma que sea. Y no... herirla en el proceso. Porque él se iría, eso también lo tenía claro. Y mal por él si empezaba a sentir cosas por ella y luego cumplía con sus objetivos, porque habría sido un patinazo por su parte y él se lo tendría que gestionar. Pero no podía jugar así con los sentimientos de otra persona. La quería cerca, pero al mismo tiempo no quería ilusionarla para nada. Era un sinsentido de esos a los que no estaba acostumbrado a enfrentarse.
Abrió los ojos y sonrió. - Ahora tú. - Arqueó las cejas. - Es una rosa de Blarney, al fin y al cabo ¿no? Tiene un extraordinario poder mágico. Supongo que puede con dos deseos. -
Y precisamente, de cambios de rumbos hablaba, y del vértigo que suscitaba. Volvió a sonreír y a limitarse a asentir. ¿Eso estaba haciendo? ¿Cambiar de rumbo? ¿Así sin más? Mejor no se metía en esa divagación, o se perdería todo lo que Molly tuviera que contarle. Y desde luego que sentía que se había perdido ante la afirmación de ser gracioso. - ¿¿Yo?? - Preguntó, con las cejas arqueadas, señalándose el pecho y un tono de profunda interrogación que le hacía casi cómico. Miró al frente con una carcajada resignada. - Pues todo tuyo. Amelia es una santa por aguantarle, y si tú le entiendes... me lo vas a tener que explicar, porque a mí me cuesta. - Bromeó, aunque no exento de razón.
Ni cuando se examinó de las licencias había estado tan nervioso por una reacción. Sentía que temblaba por dentro, y que estaba conteniendo la respiración viendo los ojos de Molly admirando la flor. Se le dibujó una sonrisa involuntaria. Le había gustado, era un hecho, o al menos le había sorprendido. - ¿Te gusta? - Eso le había salido de corazón, quizás demasiado natural. Ladeó una sonrisa humilde y encogió un hombro, con una postura cabizbaja a causa de estar con la mirada en la flor pero aún de pie. - La alquimia es el poder de crear lo que no existe. O hacer como que lo crea. No es un engaño a los sentidos exactamente, pero sí es un hacer creer que toda creación es posible si realmente crees en ella. - Siguió a la mujer con la mirada cuando se levantó. Rio levemente. - ¿Acabas de reconocer que nos engañáis para que nos quedemos? Vaya. Se lo diré a mi madre. - Bromeó, pero la emoción de Molly le tenía el pecho lleno de emoción, y seguro que le brillaban los ojos al mirarla.
Entonces dejó la flor en sus manos, y su rostro debió evidenciar que no esperaba ese movimiento. Hasta se le resbalaron ligeramente las gafas por el puente de la nariz. - Eemm... - Se aclaró la garganta y se las recolocó, nervioso y con la mirada baja. - Bueno, emm... No acostumbro a... pedir deseos. - No seas aguafiestas, Lawrence. Tragó saliva y se animó a mirarla, sonriendo levemente. - Pero no me parece mal momento para ello. - Llenó el pecho de aire y, tras meditar unos segundos, cerró los ojos. ¿Qué deseo pedir? ¿Qué iba a hacer ahora? ¿Pedir a una fuerza que él mismo había creado que le ayudara a aprobar la siguiente licencia? Le sonaba absurdo. La iba a aprobar igualmente, y no sería por un deseo, sino por su esfuerzo. Pero algo pugnaba por salir de su corazón, y aún con los ojos cerrados, sentía estar viendo la sonrisa de Margaret y sus ojos mirándole. Le recorrió un escalofrío. Quizás... Tener a esta chica en mi vida. Sea en la forma que sea. Y no... herirla en el proceso. Porque él se iría, eso también lo tenía claro. Y mal por él si empezaba a sentir cosas por ella y luego cumplía con sus objetivos, porque habría sido un patinazo por su parte y él se lo tendría que gestionar. Pero no podía jugar así con los sentimientos de otra persona. La quería cerca, pero al mismo tiempo no quería ilusionarla para nada. Era un sinsentido de esos a los que no estaba acostumbrado a enfrentarse.
Abrió los ojos y sonrió. - Ahora tú. - Arqueó las cejas. - Es una rosa de Blarney, al fin y al cabo ¿no? Tiene un extraordinario poder mágico. Supongo que puede con dos deseos. -
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Margaret • 26 de julio de 1953
Aún estaba mirando la flor sin palabras, demasiado extasiada con la demostración mágica que acababa de ver, pero trató de contestar. — Me ha dejado sin palabras, Lawrence. Te lo juro. — Escuchó lo que tenía que decir de la alquimia y le salió una risa incrédula. — Desde que te conozco he estado descubriendo cosas que nunca se me habrían ocurrido… Si me dijeras que es directamente un engaño, lo cogería con gusto, te lo aseguro… Es tan… Precioso y perfecto. — Se mordió el labio y miró de nuevo la flor. — Qué tonto le debe sonar a un prefecto de Ravenclaw que preferiría acoger un engaño, a pesar de que sé lo que es, antes de pensar que la vida es bastante menos hermosa… — Rio y se encogió de un hombro, mirando a Lawrence, cuando la instó a reconocer el engaño. — Al menos tú no has caído en ningún engaño, eres claramente más inteligente que Irlanda. — Y mantuvo la sonrisa, pero es que cada vez lo veía más claro. Ella era una mujer que solo de ver una flor engañosa se alegraba y se aferraba a ella, y él… Él superaba cualquier leyenda y era capaz de crear en un segundo lo que había engañado a tantos hombres… Claramente no eran lo mismo.
Rio un poco a lo de los deseos, y ya iba a decirle que no hacía falta, cuando pareció que lo estaba pidiendo, y eso le sacó una sonrisa muy tierna. Parpadeó cuando le dijo que lo hiciera ella y amplió la sonrisa. — Ah, es que no… No se me había ocurrido pensarlo y… Bueno, yo… — Cogió la flor y la miró. Luego miró al cielo grisáceo, pensando. No podía pedir que Arnold volviera, o no haber perdido tantos años de su vida con Graham, porque eso ya estaba hecho… Podía… Quiero vivir una vida tranquila y feliz. Sin engaños, sin más guerras. Una vida sencilla, sea con quien tenga que ser… Aunque tenga que ser yo misma solo. Mientras me sepa querer.Miró a los ojos de Lawrence de vuelta y volvió a sonreír. — Pedido. Mira que es difícil hasta para un alquimista… — Rio un poco más y agarró la otra mano de Lawrence. Ni siquiera lo pensó mucho, solo le salió así… — Larry, tengo que decirte una cosa… — Dijo en tono bajo. Alzó la mirada y ladeó una sonrisa. — Tengo que abrir la biblioteca. — Soltó una carcajada, pero no soltó la mano. — Y… Todos nos han visto irnos. Y mi madre no me espera hasta la noche. Tal como yo lo veo, podemos aprovechar la tarde, porque tú eres Ravenclaw y yo una bibliotecaria y… Quedarnos en mi biblioteca a leer, donde aún puede que tengamos un poco de tranquilidad y no a un montón de pares de ojos del pueblo que quieren una nueva noticia que comentar en la cola de la pescadería. — Se mordió los labios y puso cara inocente. — Y… Cuando nos vayamos y eso, podemos dejar dicho otro día para volver a vernos si… Bueno, si te da igual haber encontrado ya la rosa de Blarney, o haberla creado tú mismo, que es mejor, y sigues queriendo conocer tu isla… — Se encogió de hombros. — Y así no me pillas limpiando la casa otra vez, sino que puedo arreglarme apropiadamente y… Aprovechamos el verano. —
Rio un poco a lo de los deseos, y ya iba a decirle que no hacía falta, cuando pareció que lo estaba pidiendo, y eso le sacó una sonrisa muy tierna. Parpadeó cuando le dijo que lo hiciera ella y amplió la sonrisa. — Ah, es que no… No se me había ocurrido pensarlo y… Bueno, yo… — Cogió la flor y la miró. Luego miró al cielo grisáceo, pensando. No podía pedir que Arnold volviera, o no haber perdido tantos años de su vida con Graham, porque eso ya estaba hecho… Podía… Quiero vivir una vida tranquila y feliz. Sin engaños, sin más guerras. Una vida sencilla, sea con quien tenga que ser… Aunque tenga que ser yo misma solo. Mientras me sepa querer.Miró a los ojos de Lawrence de vuelta y volvió a sonreír. — Pedido. Mira que es difícil hasta para un alquimista… — Rio un poco más y agarró la otra mano de Lawrence. Ni siquiera lo pensó mucho, solo le salió así… — Larry, tengo que decirte una cosa… — Dijo en tono bajo. Alzó la mirada y ladeó una sonrisa. — Tengo que abrir la biblioteca. — Soltó una carcajada, pero no soltó la mano. — Y… Todos nos han visto irnos. Y mi madre no me espera hasta la noche. Tal como yo lo veo, podemos aprovechar la tarde, porque tú eres Ravenclaw y yo una bibliotecaria y… Quedarnos en mi biblioteca a leer, donde aún puede que tengamos un poco de tranquilidad y no a un montón de pares de ojos del pueblo que quieren una nueva noticia que comentar en la cola de la pescadería. — Se mordió los labios y puso cara inocente. — Y… Cuando nos vayamos y eso, podemos dejar dicho otro día para volver a vernos si… Bueno, si te da igual haber encontrado ya la rosa de Blarney, o haberla creado tú mismo, que es mejor, y sigues queriendo conocer tu isla… — Se encogió de hombros. — Y así no me pillas limpiando la casa otra vez, sino que puedo arreglarme apropiadamente y… Aprovechamos el verano. —
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III. Irlanda en la piel |
Lawrence • 26 de julio de 1953
Se alegraba de que nadie de su familia estuviera allí para presenciar la cara de tonto con la que debía estar mirando a Molly en ese momento. Jamás una chica le había dicho con tanta sinceridad que la había dejado sin palabras... probablemente porque no había entablado tanto trato con ninguna, más allá de lo estrictamente académico. Solo pudo sonreír con agradecimiento a sus palabras y un toque de timidez. ¿Qué era eso que sentía ante ese halago tan sincero a una de sus creaciones? Se pasaba el día creando y recibiendo halagos al respecto. Pero ninguno como ese.
La miró y negó, diciendo sin pensar. - Para nada. - Ahora debería precisar eso. Bajó la mirada y se mojó los labios. - Es... Bueno, no voy a engañar a nadie ahora: soy demasiado científico y empírico. - Rio con timidez. - Pero... en teoría, el paseo de hoy era para sentir Irlanda en la piel, para creer. Cuando se habla de sentimientos... supongo que la ciencia no pinta nada. - Y por eso era una materia que sentía que se le escapaba. Lo siguiente le hizo mirarla con una ceja arqueada y una risa. - ¿Yo? ¿Más inteligente que Irlanda? - Rio. - Ojalá. No lo pretendo. Que no te oiga el pueblo decir eso, o dirán que así de creído me lo tengo... - Porque, sí, era algo que le perseguía: que se creía mejor o más inteligente que Irlanda como concepto. No era la intención con la que lo había dicho Molly, en ella lo había tomado como un gran halago, y sabía lo que llevaba implícito, sobre todo en alguien que amaba tanto su país. En otras bocas... era recriminatorio. Pero, sinceramente, no es como que le importara demasiado. Tenía muy claras sus metas... o así había sido hasta el momento, al menos.
La observó con una sonrisa leve mientras pedía el deseo, y temió no haberse mostrado demasiado obvio mirando cuando ella abrió los ojos. ¿Se le notaría? ¿Notaría Molly que... puede que le gustara más de lo que antes le hubiera interesado ninguna otra chica? Si ya se lo decía su madre, que algún día se le cruzaría una chica que le cambiaría los esquemas. Lo había dudado profundamente hasta ese momento. E igualmente, que le gustara Molly no era garantía de nada. Porque, para empezar, a Molly tendría que gustarle él, no se atrevería a insinuar nada sin esa garantía. Y, para continuar... él tenía un proyecto profesional que no iba a dejar de lado tan fácilmente, mucho menos... por lo que, hasta que no hubiera pruebas de lo contrario, podría no ser más que una ilusión.
Pero ese "tengo que decirte una cosa" hizo que el corazón le latiera con tanta fuerza que le dolió el pecho. Soltó aire con alivio y rodó los ojos cuando la resolución resultó ser abrir la biblioteca. ¿Qué esperabas acaso, Lawrence? - Está bien. - Suspiró con fingida resignación, aunque rio. - Eres muy graciosa... - Esa sonrisa traviesa de la chica le hacía permitirse usar un tono cómico con ella. Porque sí, le había dado un buen susto... como si, insistía, estuviera esperando algo concreto. - Me parece un buen plan. - Confirmó a lo de la biblioteca, asintiendo, pero lo implícito de ser vistos y objeto de rumor por todo el pueblo le azoró y sacó los colores. - Ah... - Dijo, rascándose la nuca, y su mirada baja fue a posarse en su otra mano, la que ella agarraba. Pues igual no deberíamos ir de la mano si queremos evitar ciertos comentarios, pensó... pero no dijo nada. Porque siempre le había dado igual lo que el pueblo dijera... ¿por qué no ahora también? Llevaban llamándole solterón toda la vida, y él no identificándose: no era un solterón, era un estudioso. ¿Ahora iban a rumorear de él por... tener...? No tenía nada con Molly. No era un solterón, ni un ennoviado. Solo sería el pueblo equivocándose una vez más.
Rio. - También me parece un buen plan. - Sonrió. - Estoy deseando ver qué más tiene esta isla que ofrecerme. Supongo que me he perdido tanto en estudios extranjeros... que he obviado los propios. - La miró. - No se me ocurre nadie mejor que una bibliotecaria irlandesa para enseñármelo. - Y sin perder la inquietud de saber que empezaban a acercarse al pueblo, a ser vistos, y llevaba a una chica de la mano, y eso daría que hablar, e incluso podría dar lugar a confusión entre ellos... simplemente, continuó. Hoy no era día de pensar, ya se lo había dicho Molly. Hoy era día de sentir. Y acababa de prometerle que no sería el único.
La miró y negó, diciendo sin pensar. - Para nada. - Ahora debería precisar eso. Bajó la mirada y se mojó los labios. - Es... Bueno, no voy a engañar a nadie ahora: soy demasiado científico y empírico. - Rio con timidez. - Pero... en teoría, el paseo de hoy era para sentir Irlanda en la piel, para creer. Cuando se habla de sentimientos... supongo que la ciencia no pinta nada. - Y por eso era una materia que sentía que se le escapaba. Lo siguiente le hizo mirarla con una ceja arqueada y una risa. - ¿Yo? ¿Más inteligente que Irlanda? - Rio. - Ojalá. No lo pretendo. Que no te oiga el pueblo decir eso, o dirán que así de creído me lo tengo... - Porque, sí, era algo que le perseguía: que se creía mejor o más inteligente que Irlanda como concepto. No era la intención con la que lo había dicho Molly, en ella lo había tomado como un gran halago, y sabía lo que llevaba implícito, sobre todo en alguien que amaba tanto su país. En otras bocas... era recriminatorio. Pero, sinceramente, no es como que le importara demasiado. Tenía muy claras sus metas... o así había sido hasta el momento, al menos.
La observó con una sonrisa leve mientras pedía el deseo, y temió no haberse mostrado demasiado obvio mirando cuando ella abrió los ojos. ¿Se le notaría? ¿Notaría Molly que... puede que le gustara más de lo que antes le hubiera interesado ninguna otra chica? Si ya se lo decía su madre, que algún día se le cruzaría una chica que le cambiaría los esquemas. Lo había dudado profundamente hasta ese momento. E igualmente, que le gustara Molly no era garantía de nada. Porque, para empezar, a Molly tendría que gustarle él, no se atrevería a insinuar nada sin esa garantía. Y, para continuar... él tenía un proyecto profesional que no iba a dejar de lado tan fácilmente, mucho menos... por lo que, hasta que no hubiera pruebas de lo contrario, podría no ser más que una ilusión.
Pero ese "tengo que decirte una cosa" hizo que el corazón le latiera con tanta fuerza que le dolió el pecho. Soltó aire con alivio y rodó los ojos cuando la resolución resultó ser abrir la biblioteca. ¿Qué esperabas acaso, Lawrence? - Está bien. - Suspiró con fingida resignación, aunque rio. - Eres muy graciosa... - Esa sonrisa traviesa de la chica le hacía permitirse usar un tono cómico con ella. Porque sí, le había dado un buen susto... como si, insistía, estuviera esperando algo concreto. - Me parece un buen plan. - Confirmó a lo de la biblioteca, asintiendo, pero lo implícito de ser vistos y objeto de rumor por todo el pueblo le azoró y sacó los colores. - Ah... - Dijo, rascándose la nuca, y su mirada baja fue a posarse en su otra mano, la que ella agarraba. Pues igual no deberíamos ir de la mano si queremos evitar ciertos comentarios, pensó... pero no dijo nada. Porque siempre le había dado igual lo que el pueblo dijera... ¿por qué no ahora también? Llevaban llamándole solterón toda la vida, y él no identificándose: no era un solterón, era un estudioso. ¿Ahora iban a rumorear de él por... tener...? No tenía nada con Molly. No era un solterón, ni un ennoviado. Solo sería el pueblo equivocándose una vez más.
Rio. - También me parece un buen plan. - Sonrió. - Estoy deseando ver qué más tiene esta isla que ofrecerme. Supongo que me he perdido tanto en estudios extranjeros... que he obviado los propios. - La miró. - No se me ocurre nadie mejor que una bibliotecaria irlandesa para enseñármelo. - Y sin perder la inquietud de saber que empezaban a acercarse al pueblo, a ser vistos, y llevaba a una chica de la mano, y eso daría que hablar, e incluso podría dar lugar a confusión entre ellos... simplemente, continuó. Hoy no era día de pensar, ya se lo había dicho Molly. Hoy era día de sentir. Y acababa de prometerle que no sería el único.
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Ivanka
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IV. Con la vida en tus ojos |
Margaret • 26 de julio de 1953
Terminó de ajustar las mochilas a los chicos y les miró poniéndose la mano de visera para que el sol no le impidiera ver a sus alumnos. El día había salido con un sol precioso poco habitual en aquella parte de su isla esmeralda, y no podía evitar estar feliz. Todos los años organizaba una excursión a las islas Aran, frente a la costa de Galway, con todos sus alumnos. Solía necesitar que algún padre o madre caritativo la ayudaran, pero ese año se lo había pedido a Lawrence.
Se acercó a casa de los O’Donnell, y a Martha le faltó arrojarlo por el acantilado en aquel mismo instante. Se ofreció además a hacer bocadillos y tarta para todos los niños, y mandarlo todo con Lawrence y sus tres sobrinos. Y por allá les vio aparecer. — ¡Señooooo! ¡Seño! — La llamó Nora corriendo hacia ella, con una mochila claramente demasiado grande para ella, pero aparentemente vacía, porque se movía para todos lados. — ¡Me han puesto mochila de mayor, como a mis hermanos! — Eillish estaba feliz y contenta con otra mochila, pero Cillian y Larry venían sudando. Se tuvo que aguantar la risa y se tapó la boca. — Veo que vuestra abuela os ha equipado bien. — ¡Sí! ¡Y más cosas nos quería dar! Pero el abuelo ha dicho que era materialmente imposible y le ha hecho un cálculo y eso. — Respondió la niña. Pero ella estaba mirando a Lawrence. — Esto también es experimentar Irlanda. — Le dijo con una sonrisa. — Pero en las islas nos vamos a poder bañar para paliar este calor. — Los niños hicieron una ovación celebrando y ella aprovechó para girarse y dirigirse a todos.
— ¡Bueno, muchachos! Muy atentos a la organización. El señor O’Donnell y yo os vamos a aparecer. Yo a seis y él a cinco, y, a partir de ahora, todos tenéis que ir cogido al menos de una mano de un compañero, ¿entendido? — Echó unos polvitos brillantes sobre sus cabezas. — Son polvos convocadores, por si pierdo a alguno, los convoco y saldrá una columna brillante allá donde estéis. Ya en Aran os contaré el planning, ahora todos concentrados en aparecerse. — ¡Seño! Una pregunta. — La llamó Arthur Mulligan. — A usted la llamamos seño, ¿y al señor O’Donnell? Él no es profe. — La salida le hizo reír. — Yo le llamo tito. — Dijo Nora tranquilamente. — Ya, pero no es mi tío. — Llámale señor alquimista. — Dijo Molly poniendo una voz muy afectada. Sabía que Arthur era un niño muy sanote y sin malicia, y ahora no le iba a quitar el apelativo por nada del mundo. — Venga, todos conmigo, ¿preparados? —
Se acercó a casa de los O’Donnell, y a Martha le faltó arrojarlo por el acantilado en aquel mismo instante. Se ofreció además a hacer bocadillos y tarta para todos los niños, y mandarlo todo con Lawrence y sus tres sobrinos. Y por allá les vio aparecer. — ¡Señooooo! ¡Seño! — La llamó Nora corriendo hacia ella, con una mochila claramente demasiado grande para ella, pero aparentemente vacía, porque se movía para todos lados. — ¡Me han puesto mochila de mayor, como a mis hermanos! — Eillish estaba feliz y contenta con otra mochila, pero Cillian y Larry venían sudando. Se tuvo que aguantar la risa y se tapó la boca. — Veo que vuestra abuela os ha equipado bien. — ¡Sí! ¡Y más cosas nos quería dar! Pero el abuelo ha dicho que era materialmente imposible y le ha hecho un cálculo y eso. — Respondió la niña. Pero ella estaba mirando a Lawrence. — Esto también es experimentar Irlanda. — Le dijo con una sonrisa. — Pero en las islas nos vamos a poder bañar para paliar este calor. — Los niños hicieron una ovación celebrando y ella aprovechó para girarse y dirigirse a todos.
— ¡Bueno, muchachos! Muy atentos a la organización. El señor O’Donnell y yo os vamos a aparecer. Yo a seis y él a cinco, y, a partir de ahora, todos tenéis que ir cogido al menos de una mano de un compañero, ¿entendido? — Echó unos polvitos brillantes sobre sus cabezas. — Son polvos convocadores, por si pierdo a alguno, los convoco y saldrá una columna brillante allá donde estéis. Ya en Aran os contaré el planning, ahora todos concentrados en aparecerse. — ¡Seño! Una pregunta. — La llamó Arthur Mulligan. — A usted la llamamos seño, ¿y al señor O’Donnell? Él no es profe. — La salida le hizo reír. — Yo le llamo tito. — Dijo Nora tranquilamente. — Ya, pero no es mi tío. — Llámale señor alquimista. — Dijo Molly poniendo una voz muy afectada. Sabía que Arthur era un niño muy sanote y sin malicia, y ahora no le iba a quitar el apelativo por nada del mundo. — Venga, todos conmigo, ¿preparados? —
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
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Ante todo, amigos
Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
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- 16 de enero de 2002:
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