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Freyja
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Recuerdo del primer mensaje :
El pájaro en el espino
Marcus & Alice | Continuación Golden Shields | Inspired - Libros (Harry Potter Universe)
Estaba escrito. Marcus O’Donnell y Alice Gallia estaban predestinados a estar juntos desde antes de nacer, aunque las vicisitudes de la vida y sus familias, les impidieron conocerse hasta llegar a Hogwarts. Desde el primer día, en las barcas, sintieron esa conexión única que acabaría desembocando en la más bella historia de amor, pero hicieron falta siete años de idas y venidas, de heridas tan dolorosas como la pérdida de una madre o la apertura de secretos familiares que podían traer un terremoto a la vida de todo el mundo, para que acabaran juntos y felices.
Marcus es el primogénito adorado de la importante familia O’Donnell. Criado entre eruditos y con una familia unida, recto, prefecto durante tres cursos completos en Hogwarts, amante de las normas y con una inteligencia privilegiada. Nada haría augurar que acabaría entregando su corazón a Alice Gallia, otra mente brillante de Ravenclaw, pero proveniente de una familia con un pasado turbulento por parte de su madre en América, y mucho menos fan de las normas e inherente al caos. Pero ellos se adoran, las familias han recuperado el vínculo y se apoyan y la alianza O’Donnell-Gallia es un fuerte vínculo que va desde Irlanda a La Provenza.
Juntos fueron los mejores alumnos de Hogwarts, juntos quieren comerse el mundo y ser alquimistas. Ahora saben que se aman y que quieren estar juntos, pero no todo puede ser tan fácil. Les quedan mucho años de estudio y trabajo por delante para llegar a ser quienes quieren ser, las situaciones familiares no son las ideales y aún quedan temas sin resolver.
La historia de Marcus y Alice no podía acabarse al salir de Hogwarts, queda mucha alquimia, mundo que recorrer, momentos felices, dramas y mucha mucha alquimia y magia, que es para los que ambos nacieron. Además, aún no se han cumplido las dos profecías: queda una boda con mucho espino blanco y la creación de un nido… La última página está muy lejos de ser escrita, y esto es solo la primera parte.
Marcus es el primogénito adorado de la importante familia O’Donnell. Criado entre eruditos y con una familia unida, recto, prefecto durante tres cursos completos en Hogwarts, amante de las normas y con una inteligencia privilegiada. Nada haría augurar que acabaría entregando su corazón a Alice Gallia, otra mente brillante de Ravenclaw, pero proveniente de una familia con un pasado turbulento por parte de su madre en América, y mucho menos fan de las normas e inherente al caos. Pero ellos se adoran, las familias han recuperado el vínculo y se apoyan y la alianza O’Donnell-Gallia es un fuerte vínculo que va desde Irlanda a La Provenza.
Juntos fueron los mejores alumnos de Hogwarts, juntos quieren comerse el mundo y ser alquimistas. Ahora saben que se aman y que quieren estar juntos, pero no todo puede ser tan fácil. Les quedan mucho años de estudio y trabajo por delante para llegar a ser quienes quieren ser, las situaciones familiares no son las ideales y aún quedan temas sin resolver.
La historia de Marcus y Alice no podía acabarse al salir de Hogwarts, queda mucha alquimia, mundo que recorrer, momentos felices, dramas y mucha mucha alquimia y magia, que es para los que ambos nacieron. Además, aún no se han cumplido las dos profecías: queda una boda con mucho espino blanco y la creación de un nido… La última página está muy lejos de ser escrita, y esto es solo la primera parte.
AQUÍ COMIENZA ALQUIMIA DE VIDA: PIEDRA, PARTE 1
Índice de capítulos
1. La eternidad es nuestra
2. The birthday boy
3. Juntos pero no revueltos
4. Rêve d'un matin d'été
5. Don't need to go any further
6. The ghost of the past are the fears of the future
7. Que alumbra y no quema
8. Where it's peaceful, where I'm happy, where I'm free
9. Could you never grow up?
10. El largo vuelo
11. Family fights together
12. The language of facts
13. El ejército
14. They made their way
15. De cara al pasado
16. Toda la carne en el asador
17. Con los pies en el suelo
18. The encounter
19. Titanium
20. La bandada
21. Turmoil
22. En el ojo del huracán
23. La mágica familia americana
24. Vientos de guerra
25. The hateful heirs
26. Damocles
27. Tierra sin ley, odio que ciega
28. Sueños de paz
29. Antes de despegar hay que aterrizar
30. Volar es un pensamiento que no se puede atrapar
31. El vuelo de las águilas
32. Como las piedras celtas
33. Are we out of the Woods?
34. Bad topic
35. The date
36. Furthermore
37. Sin miedo a la diversión
1. La eternidad es nuestra
2. The birthday boy
3. Juntos pero no revueltos
4. Rêve d'un matin d'été
5. Don't need to go any further
6. The ghost of the past are the fears of the future
7. Que alumbra y no quema
8. Where it's peaceful, where I'm happy, where I'm free
9. Could you never grow up?
10. El largo vuelo
11. Family fights together
12. The language of facts
13. El ejército
14. They made their way
15. De cara al pasado
16. Toda la carne en el asador
17. Con los pies en el suelo
18. The encounter
19. Titanium
20. La bandada
21. Turmoil
22. En el ojo del huracán
23. La mágica familia americana
24. Vientos de guerra
25. The hateful heirs
26. Damocles
27. Tierra sin ley, odio que ciega
28. Sueños de paz
29. Antes de despegar hay que aterrizar
30. Volar es un pensamiento que no se puede atrapar
31. El vuelo de las águilas
32. Como las piedras celtas
33. Are we out of the Woods?
34. Bad topic
35. The date
36. Furthermore
37. Sin miedo a la diversión
Marcus O'Donnell Alquimista | Timotheé Chalamet | Freyja |
Alice Gallia Alquimista y enfermera | Kaya Scodelario | Ivanka |
- Post de rol:
- Código:
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Toda la carne en el asador Con Marcus | En Long Island| 2 de agosto de 2002 |
Llamó a la puerta de la habitación que deducía que era la de Aaron, porque la verdad es que la noche anterior no se había fijado mucho. — ¿Se puede? — Su primo contestó, y al abrir lo vio en una silla de escritorio con ruedas. El cuarto era mucho más sobrio y elegante que los dos suyos. — Guau, parece el cuarto de un ejecutivo. — Maeve ha dicho que era el cuarto de George, que siempre fue más serio. — Ella rio y se sentó en la cama. — Se han equivocado no poniendo a Marcus aquí. — Ya ves, con lo que me mola a mí el quidditch. — Eso la hizo sonreír y le señaló. — ¡Eh! Pues Frankie Jr. se dedica a esas cosas. A las escobas y eso. — Aaron rio de medio lado y perdió la mirada. — Sí, Frankie todo lo que hace lo hace bien, le cae bien a todo el mundo. Justo lo contrario que yo… — Alice apretó los labios. — ¿Es por eso que no bajas? — El chico asintió, aún sin mirarla. — Mira… En el rato que llevo en América me ha quedado claro que los Van Der Luyden inspiran miedo… Y que eso hace que la gente les acabe odiando. Yo les odio. Pero si quizás les das la oportunidad de conocerte… — ¿Les caeré tan bien como a tu novio? — Alice le miró con cara de circunstancias. — Mira, Aaron, Ethan no está aquí, y no tienes muchos más amigos. De normal, probablemente tus excompañeros no querrían ni hablarte, pero estás aquí, a Maeve y Frankie les has caído muy bien, y son sus abuelos, lo tendrán en cuenta. — Negó con la cabeza y suspiró. — Mira, Aaron, no puedes lamentarte para siempre. Sé que no te gustaba tu vida aquí, sé que te sentías seguro en Inglaterra, pero… Toma las riendas de tu vida. De verdad te lo digo. Enfréntate a esto. Tú no eres como ellos, yo confío en ti. — Aaron se giró y suspiró. — Tú no sabes cómo piensan de mí. — Ella se encogió de hombros. — No son muy discretos tampoco, te lo aseguro. Mira… Son buena gente, de verdad. No tienes ni que preocuparte por leerles la mente, te van a ir de cara. Y son buenos, te darán una oportunidad. De verdad, Aaron, mete mano en tu propia vida por una vez. Ya lo hiciste negándote a espiarme, y quedándote en Inglaterra. Suelta el miedo ya. — Su primo la miró e inspiró. — La verdad es que huele de maravilla. — Eso la hizo reír. — A juzgar por los gritos de Jason, es que quiere decir que la carne está lista. Venga, vamos, que esto es muy americano, tu terreno. — Y riendo un poco, bajaron las escaleras.
Al salir, vio que Marcus estaba hablando con el marido de Shannon y la hija mayor, que claramente estaba desmayada con el primo guapo inglés, así que aprovechó y se acercó a Frankie y Sophia de nuevo, tirando de Aaron. — Chicos, perdonadme un momento… — Dijo llamando su atención. Los chicos se quedaron mirando a Aaron, y notaba las reticencias de su primo, prácticamente tirando en la dirección contraria. — Creo que… Voy enterándome un poco de cómo es la historia de los Van Der Luyden, de hecho, mi propia historia con ellos es solo de sufrimiento. — Sophia la miró un poco con pesar. — Marcus nos lo ha contado. Lo siento mucho, Alice, siento que hayas tenido que vivir todo eso por su culpa. — Frankie solo miraba fijamente a Aaron. — La cosa es que Aaron lo ha pasado también muy mal por ellos. Le maltrataron por su orientación sexual, y utilizaron su don, la legeremancia, sin importarles el peaje que significaba para él. Solo os lo digo para que tengáis toda la información, y que veáis que los Van Der Luyden tienen víctimas entre ellos también. — Sophia se cruzó de brazos y asintió. — ¿Por qué trataste así a Gregory Decker? — Preguntó Frankie de repente. Aaron le miró y suspiró. — Porque era la única forma que me dejara. Intenté hacerle ver que lo que teníamos era peligroso para los dos, pero él me dijo que me quería y que no le importaba… Claramente no estaba midiendo bien el peligro, así que me comporté como un capullo para que me odiara. — Frankie suspiró y asintió. — Pero capullo, vaya. — Sophia entornó los ojos y resopló. — Venga, dramas de aves de trueno los justos. Tú fuiste un héroe trágico, y tú te abanderas la causa hasta del vecino, ya está. — La chica miró a Aaron. — No tengo nada contra ti, Aaron, solo somos… Muy opuestos. Y no me gusta nada lo que hace tu gente, pero entiendo… Que tú también eres principal perjudicado. — Frankie suspiró y miró a su hermana con hastío, pero Alice vio el brillo del cariño en su cara. En verdad se adoraban y Frankie se veía bonachón, como su padre. — Vamos, anda, que papá va a abrasar la vaca esa. ¿Te gustan las barbacoas, Aaron? — El chico sonrió un poco y se encogió de hombros. — Bueno, nunca he estado en una. — Betty y Shannon, que también seguían por allí, se giraron con la misma sorpresa que los chicos. — ¿En serio? — Aaron asintió con normalidad. — Sí, en mi familia las reuniones son comidas oficiales, no… Esto. Y todo el mundo está muy tenso y tal… — Shannon, que para eso era una Pukwudgie de corazón de oro, se acercó a él y dijo. — Ven, que te voy a enseñar cómo se hace una hamburguesa de verdad. — Alice sonrió y se acercó a Marcus, con Sophia tras de sí.
— ¿Por qué no me sorprende que el tío Dan se haya juntado con el inglés formalito? — El hombre sonrió y le puso ketchup en la nariz a Sophia. — ¡Y la criaja esta! Que no te dejo entrar más en mi consultorio. — Oh, eres médico. — Señaló Alice con sorpresa. — Y tú la enfermera en ciernes, según me han dicho. Encantado, soy Dan. — Y siempre dicen que es mi favorito, pero solo es el que menos ruido mete en la familia. Bueno, él y por lo visto ahora mi prima Maeve que está muy pero que muy callada hoy… — Dijo la chica, picajosa. — ¡Ay jo, parad todos! Que no es que esté callada. — Noooo qué va, te estás reservando para no quitarle protagonismo a… — ¡FAMILIAAAAA! — Oyó un grito femenino que la hizo saltar en su sitio. Se giró y vio a una chica rubia, tremendamente arreglada, de forma estudiada además, con ropa muy colorida y una gran sonrisa. — ¡Abuuuuuus! — Y se fue corriendo a abrazar a Frankie y Maeve. — ¡Oy mi niña, pero qué guapa viene! — ¿Me has comprado hamburguesas veganas? — Sí, cariño, ahí las tiene el tío Jason listas para cuando las quieras. — ¡Ay mi tito qué bien me cuida! — Muuuuuuy encantado de servirla, señorita. — Dijo imitando el sonido de la vaca, y a haciendo reír a Sophia. — Es que sus bromas cada día son peores. — Aseguró. Acto seguido, entró un hombre muy grandote y musculoso, también muy rubio, que parecía más mayor que los demás. — Hola, familia. — Dijo con una voz muy profunda, pero ciertamente dulce, mientras se desanudaba la corbata. — Esos son el tío Georgie y… — ¡HOLI! ¿Sois los primos de Irlanda? Ay, qué guay. — Bueno, ellos son de Inglaterra, Sandy. — Señaló Dan, amablemente y con una voz quizá demasiado baja para el tono que traía la chica. — Eso. Yo soy Sandy, la prima mayor. — Dijo dándoles dos besos. — ¿Nos sentamos? Venga sí, vamos. — Ah vale, pues ella disponía las cosas. Aprovechó para acercarse a Marcus y susurrar. — Creo que he arreglado lo de Frankie y Sophia con Aaron. Cuestiones de orgullos. — Dijo con una risita al final. — Francis. — Sandra. — Se saludaron los dos mayores bastante pasivo agresivamente. — Largo, yo me siento con los invitados. — ¿Para ponerles de tus algas raras de comer? — No, para que no tengan que aguantarte hablar de escobas dos horas seguidas. — Bueeeeeno, venga, mis niños no se pelean más… — Instó Maeve, dejando una fuente de patatas fritas gigante delante de ellos. — Yo me siento aquí con mi primo que es muy guapo. ¿Te llamabas? — El jaleo de los niños, de las llamadas a comer, de las peleas en los sitios, todo le hacía sentir como en su casa, una casa en la que ya no podía tener aquello, así que, por lo menos, tendría un descanso de tanto drama. — La prima Sandy es simplemente así, no nos dejan descambiarla. No es mala solo superficial. Lo de Frankie con ella solo es una lucha de poder por ser el nieto mayor favorito.— Aclaró Sophia, sentándose a su lado. — ¿Sandy puede sentarse con el guapo y yo no con la guapa? — Preguntó Fergus, sentándose al lado de Sophia pero asomándose para verla y haciéndola reír con ello.
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
- Golden Shields:
Alice Gallia
Cause' Alice does belong with Marcus
Ante todo, amigos
Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
[/center]
- Juntos, somos el Todo:
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Freyja
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Toda la carne en el asador Con Alice | En Nueva York | Del 2 de agosto de 2002 |
Al girarse hacia la barbacoa vio que Alice estaba intentando integrar a Aaron con sus primos. Esperaba que aquello no generara demasiada tensión. - ¿Qué tal estáis, hijo? ¿Todo bien? - Preguntó afable Frank, y Marcus sonrió. - Todo perfecto, mucho mejor de lo que podíamos esperar aquí. Muchísimas gracias, tío Frank... Esto nos viene muy bien. - El hombre suspiró. - ¿Sabes? Con estos años que tengo, y todos los que hace desde que me fui de Irlanda, nunca he dejado... de sentirme culpable, en cierta parte. - Miró a Marcus a los ojos. A su alrededor todo era jolgorio y alegría, pero el hombre acababa de generar entre ellos un momento cercano e íntimo que hizo que Marcus ignorara el bullicio por unos instantes. - Mi hermano y mi padre acababan de morir. Mi hermana, tu abuela... era tan jovencita. Siempre tan llena de vida, tan jovial... y estaba apagada, triste. Podía verle en los ojos ese fuego Gryffindor diciendo "¿cómo voy a levantar esto? La vida tiene que brillar y yo no tengo fuerzas ni para levantarme, aunque mi alma grite que lo haga". - El hombre hizo una pausa, con la mirada levemente perdida. - No me vine como una huida, me vine... porque nos hubiéramos muerto todos de hambre. Pero luego... volver se hacía difícil. Siempre tenía en mente una fecha de retorno que luego llegaba y pasaba. Y me perdí... muchas cosas. La boda de tus abuelos, el nacimiento de Erin... A Arnie sí que fui a verlo, fíjate. - Marcus sonrió y el hombre chasqueó la lengua. - Pero Erin me pilló en una época complicada... También volví para el funeral de mi madre. - El hombre negó con la cabeza. - Perdona, chico, no quería entristecerte... - ¡No, no! En absoluto. Me encanta escuchar a la gente. Se puede aprender mucho de sus vidas. - El hombre sonrió. - Digno nieto de mi hermana. Y de Larry. - Le acarició los rizos. - Me alegra mucho tenerte por aquí. Anda, vete a por una hamburguesa. - Pero Marcus sentía que quería decirle algo más, y el propio hombre se dio cuenta. - ¡Ah! Perdona, hijo, uno no nació tan listo, no sé hacer conclusiones lapidarias. - Dijo entre risas. - Con todo esto lo que quería decir era... que siempre he llevado Irlanda en la piel. Que quería tranquilizar mi conciencia haciendo una gran familia, haciéndoles felices a todos. Y que cuando alguien llega a Nueva York... no siempre llega feliz. Al menos, quiero poder dar lo que a mí me ha costado tanto conseguir. - Marcus sonrió ampliamente, se acercó a él y le susurró confidencial. - Que no salga de aquí, pero los Hufflepuffs hacéis las mejores conclusiones. - Eso hizo al hombre soltar una fuerte carcajada y revolverle los rizos de nuevo.
Iba a acercarse a Jason para coger hamburguesas para él, para Alice y para Maeve, ya que se lo había prometido, cuando un agudo saludo de mujer le hizo girarse de inmediato. Esa debía ser su prima Sandra, desde luego era inconfundible. También lo era George como hijo de Claire en lugar de de Maeve. La chica era más guapa de lo que estaba en el imaginario de Marcus, y esa aparición le sacó la sonrisita de caballero adulador que iba a empezar a lanzar comentarios de los suyos en breves... pero prácticamente se le apareció la cara de su madre delante, y su mirada de juicio hacia una persona demasiado recabadora de atención deliberada y con una estética medida para gustar. Era como si le estuviera viendo la mirada, y su madre era muy inteligente calando a la gente. Pero no era la única mujer inteligente calando a la gente que tenía en su entorno... Miró de reojo a Alice y lo vio. Nada que ver con la que habría echado Emma, sino con la dulzura de Janet y el punto escéptico de William, pero ahí estaba: la mirada de "no me das buenas vibraciones", hablando en el idioma de Dylan. Tuvo que apretar muy fuertemente los labios para no echarse a reír. Sandra quería protagonismo, claramente, pero no a la Gryffindor, sino a la Slytherin, Marcus también captaba esas cosas. Básicamente porque a él le gustaba tanto tenerlo también que iba a pasárselo muy bien jugando al jueguecito de dárselo.
No era el único, porque allí estaban todos tratándola como si fuera la princesita de América. Bueno, no todos: el resto de sus primos tenían una cara de asco importante. De nuevo se tuvo que controlar para no reír. Inesperadamente divertido, esto. Ya estaba junto a los demás cuando la chica llegó a prepararse. - Ingleses de nacimiento, pero con Irlanda y Francia en el corazón. - Matizó él, y le devolvió los dos besos. - Tu primo Marcus, un placer. - La chica pareció encantada. - ¿Francia? ¿Tu madre es francesa? - Preguntó extasiada, pero Marcus señaló ceremoniosamente a Alice. - Su familia es francesa. - Eso la descuadró, pero lo disimuló muy bien. - ¡Oh! Los franceses tienen un estilazo, me tienes que poner al día. - Le dijo a la chica como si fueran amigas de toda la vida. Fue decir eso y les dispuso a sentarse. A Alice no le estaba haciendo mucha gracia, definitivamente, pero a Marcus sí, mucha. Por dentro estaba muerto de risa. Él se movía como pez en el agua con gente así, llevaba camelándose y lidiando con "las fans del prefecto" tres años ya, y esa chica lo hubiera sido sin duda.
Atendió al susurro de Alice y le dedicó una sonrisa y una caricia en la mejilla. - No me cabía ninguna duda. - Agarró sus manos. - ¿Qué tal? ¿Te sientes bien aquí? Mis primos y mis tíos son muy majos. Les has caído genial. - Dijo. Quizás tenía que haberse quedado solo en el "¿qué tal?", pero de nuevo y sin querer había activado a toda velocidad la maquinaria "Alice por favor dime que estás siendo feliz". Él estaba muy a gusto, pero si su novia no lo estaba se sentiría culpable: no habían ido a Nueva York de fiesta precisamente. Pero llevaba un mes sin saber qué hacer por aliviar su estado, por primera vez en su vida casi había tirado la toalla con intentar hacerla feliz porque él mismo era un alma en pena. Quería que al menos disfrutaran de aquel ratito de felicidad, aunque volvieran a sus problemas a la mañana siguiente.
Aunque el saludo de sus primos le llamó la atención. Definitivamente, Sandra era la antinaturalidad hecha persona, se le notó desde la entrada, pero por algún motivo hoy quería fingir que estaba encantada de la vida con aquella reunión, y era altamente probable que fuera por ellos. No iba a ser tan maleducado de tirarle la coartada a la prima que acababa de conocer. Sobre todo si se le sentaba al lado con ese alegato tan clarificador de por qué estaba de buen humor. Puso su mejor sonrisa galante. - Marcus O'Donnell. - Contestó, y luego se giró hacia ella, apoyando el codo en la mesa. Estaba escuchando a Sophia criticarle a Sandra a Alice y mejor hacía pantalla para distraer a la otra. No quería que ambos fueran el foco de una disputa familiar. - Déjame adivinar... ¿Wampus? - La chica abrió mucho los ojos y la boca con una expresión de sorpresa muy estudiada. - ¿Cómo lo sabes? - Marcus chasqueó la lengua. - Hijo de mujer Slytherin, que es el equivalente. La elegancia es algo que no se puede fingir. - La chica hizo un gestito de falsísima modestia, echándose la melena del hombro hacia atrás. - Ya veo que la has heredado muy bien. ¿Y tú no eres Slytherin? - Podría, pero no. He sido lo suficientemente perspicaz como para adivinar tu casa, ¿de cuál dirías que soy? - Sandra movió una mano al compás que giraba los ojos. - ¡Oh! Dime que no eres como los Serpiente Cornuda que conozco. - ¿Listos? - Aburridos. - Marcus soltó una carcajada. - ¿Parezco aburrido? - La chica movió los hombros, claramente congraciada de tantas atenciones, y se enganchó de su brazo a pesar de estar sentados. - Por ahora eres la persona más interesante de esta reunión, primo Marcus. - ¡BUENO! Última vez que anuncio las hamburguesas, ¡se me agotan! ¡Me las quitan de las manos, como a mi hijo las escobas! - Papá, ya. - Rogó Sophia, pero a Marcus le hizo mucha gracia. Sandra claramente estaba riendo por compromiso.
En lo que el hombre repartía, se disculpó con su nueva prima (encantada, una vez más, de recibir más atenciones) y, a riesgo de dejar un vacío entre ella y Alice que obligara a la conversación, se levantó para saludar a la última persona que le quedaba. - ¿Primo George? - El hombre se giró, con una sonrisa enigmática pero cortés. - Soy Marcus. Un placer. - Lo mismo digo. Bienvenido a América. ¿Todo bien por aquí? - Todo estupendo. - ¡Venga, venga! Que se enfría la comida. - Le azuzó Maeve para que volviera a su sitio, pero Marcus hizo un último ruego. - Un momento, tía Maeve. - Trotó y se agachó entre la pequeña Maeve y su padre. La niña le miró con los ojos que se le salían de las órbitas. - Eh, ¿cómo te cae la prima Sandra? - Le susurró. La niña la miró un segundo de reojo y luego le miró a él. - Bueeeno... - Se aguantó la risa y contestó. - Vamos a hacer una cosa: yo me quedo un ratito en la comida dándole conversación para que se quede contenta, y luego me vengo contigo y me hablas de cómo te va en Ilvermorny, que ya has hecho tu primer año ¿verdad? - La chica asintió. - Trato hecho. - Le guiñó un ojo y se volvió a su sitio.
Iba a acercarse a Jason para coger hamburguesas para él, para Alice y para Maeve, ya que se lo había prometido, cuando un agudo saludo de mujer le hizo girarse de inmediato. Esa debía ser su prima Sandra, desde luego era inconfundible. También lo era George como hijo de Claire en lugar de de Maeve. La chica era más guapa de lo que estaba en el imaginario de Marcus, y esa aparición le sacó la sonrisita de caballero adulador que iba a empezar a lanzar comentarios de los suyos en breves... pero prácticamente se le apareció la cara de su madre delante, y su mirada de juicio hacia una persona demasiado recabadora de atención deliberada y con una estética medida para gustar. Era como si le estuviera viendo la mirada, y su madre era muy inteligente calando a la gente. Pero no era la única mujer inteligente calando a la gente que tenía en su entorno... Miró de reojo a Alice y lo vio. Nada que ver con la que habría echado Emma, sino con la dulzura de Janet y el punto escéptico de William, pero ahí estaba: la mirada de "no me das buenas vibraciones", hablando en el idioma de Dylan. Tuvo que apretar muy fuertemente los labios para no echarse a reír. Sandra quería protagonismo, claramente, pero no a la Gryffindor, sino a la Slytherin, Marcus también captaba esas cosas. Básicamente porque a él le gustaba tanto tenerlo también que iba a pasárselo muy bien jugando al jueguecito de dárselo.
No era el único, porque allí estaban todos tratándola como si fuera la princesita de América. Bueno, no todos: el resto de sus primos tenían una cara de asco importante. De nuevo se tuvo que controlar para no reír. Inesperadamente divertido, esto. Ya estaba junto a los demás cuando la chica llegó a prepararse. - Ingleses de nacimiento, pero con Irlanda y Francia en el corazón. - Matizó él, y le devolvió los dos besos. - Tu primo Marcus, un placer. - La chica pareció encantada. - ¿Francia? ¿Tu madre es francesa? - Preguntó extasiada, pero Marcus señaló ceremoniosamente a Alice. - Su familia es francesa. - Eso la descuadró, pero lo disimuló muy bien. - ¡Oh! Los franceses tienen un estilazo, me tienes que poner al día. - Le dijo a la chica como si fueran amigas de toda la vida. Fue decir eso y les dispuso a sentarse. A Alice no le estaba haciendo mucha gracia, definitivamente, pero a Marcus sí, mucha. Por dentro estaba muerto de risa. Él se movía como pez en el agua con gente así, llevaba camelándose y lidiando con "las fans del prefecto" tres años ya, y esa chica lo hubiera sido sin duda.
Atendió al susurro de Alice y le dedicó una sonrisa y una caricia en la mejilla. - No me cabía ninguna duda. - Agarró sus manos. - ¿Qué tal? ¿Te sientes bien aquí? Mis primos y mis tíos son muy majos. Les has caído genial. - Dijo. Quizás tenía que haberse quedado solo en el "¿qué tal?", pero de nuevo y sin querer había activado a toda velocidad la maquinaria "Alice por favor dime que estás siendo feliz". Él estaba muy a gusto, pero si su novia no lo estaba se sentiría culpable: no habían ido a Nueva York de fiesta precisamente. Pero llevaba un mes sin saber qué hacer por aliviar su estado, por primera vez en su vida casi había tirado la toalla con intentar hacerla feliz porque él mismo era un alma en pena. Quería que al menos disfrutaran de aquel ratito de felicidad, aunque volvieran a sus problemas a la mañana siguiente.
Aunque el saludo de sus primos le llamó la atención. Definitivamente, Sandra era la antinaturalidad hecha persona, se le notó desde la entrada, pero por algún motivo hoy quería fingir que estaba encantada de la vida con aquella reunión, y era altamente probable que fuera por ellos. No iba a ser tan maleducado de tirarle la coartada a la prima que acababa de conocer. Sobre todo si se le sentaba al lado con ese alegato tan clarificador de por qué estaba de buen humor. Puso su mejor sonrisa galante. - Marcus O'Donnell. - Contestó, y luego se giró hacia ella, apoyando el codo en la mesa. Estaba escuchando a Sophia criticarle a Sandra a Alice y mejor hacía pantalla para distraer a la otra. No quería que ambos fueran el foco de una disputa familiar. - Déjame adivinar... ¿Wampus? - La chica abrió mucho los ojos y la boca con una expresión de sorpresa muy estudiada. - ¿Cómo lo sabes? - Marcus chasqueó la lengua. - Hijo de mujer Slytherin, que es el equivalente. La elegancia es algo que no se puede fingir. - La chica hizo un gestito de falsísima modestia, echándose la melena del hombro hacia atrás. - Ya veo que la has heredado muy bien. ¿Y tú no eres Slytherin? - Podría, pero no. He sido lo suficientemente perspicaz como para adivinar tu casa, ¿de cuál dirías que soy? - Sandra movió una mano al compás que giraba los ojos. - ¡Oh! Dime que no eres como los Serpiente Cornuda que conozco. - ¿Listos? - Aburridos. - Marcus soltó una carcajada. - ¿Parezco aburrido? - La chica movió los hombros, claramente congraciada de tantas atenciones, y se enganchó de su brazo a pesar de estar sentados. - Por ahora eres la persona más interesante de esta reunión, primo Marcus. - ¡BUENO! Última vez que anuncio las hamburguesas, ¡se me agotan! ¡Me las quitan de las manos, como a mi hijo las escobas! - Papá, ya. - Rogó Sophia, pero a Marcus le hizo mucha gracia. Sandra claramente estaba riendo por compromiso.
En lo que el hombre repartía, se disculpó con su nueva prima (encantada, una vez más, de recibir más atenciones) y, a riesgo de dejar un vacío entre ella y Alice que obligara a la conversación, se levantó para saludar a la última persona que le quedaba. - ¿Primo George? - El hombre se giró, con una sonrisa enigmática pero cortés. - Soy Marcus. Un placer. - Lo mismo digo. Bienvenido a América. ¿Todo bien por aquí? - Todo estupendo. - ¡Venga, venga! Que se enfría la comida. - Le azuzó Maeve para que volviera a su sitio, pero Marcus hizo un último ruego. - Un momento, tía Maeve. - Trotó y se agachó entre la pequeña Maeve y su padre. La niña le miró con los ojos que se le salían de las órbitas. - Eh, ¿cómo te cae la prima Sandra? - Le susurró. La niña la miró un segundo de reojo y luego le miró a él. - Bueeeno... - Se aguantó la risa y contestó. - Vamos a hacer una cosa: yo me quedo un ratito en la comida dándole conversación para que se quede contenta, y luego me vengo contigo y me hablas de cómo te va en Ilvermorny, que ya has hecho tu primer año ¿verdad? - La chica asintió. - Trato hecho. - Le guiñó un ojo y se volvió a su sitio.
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Toda la carne en el asador Con Marcus | En Long Island| 2 de agosto de 2002 |
Sandy hablaba en un tono que era difícil de ignorar, así que, obviamente le estaba llegando todo lo que le iba diciendo a Marcus, y el rollo que su novio se tiraba con una Slytherin cabeza hueca. Estas no le daban miedo como Eunice. Pero su novio era su novio por algo, y en cuanto tuvo ocasión, se dirigió a ella. — La verdad es que me está viniendo muy muy bien. — Susurró con una sonrisa y una mirada de cariño. — Las familias irlandesas son las mejores. — Aseguró, y luego entornó los ojos hacia su lado de la mesa. — Y estoy muy bien escoltada como puedes ver. Tu familia es encantadora, y no esperaba menos de los Lacey. — Y ya tranquilizado su novio a ese respecto, le dejó entreteniendo a la otra chica y ella se dispuso a ver cómo hacía para probar toda la comida, evitando ofender a una abuela irlandesa, sin morirse en el intento.
Pero claro, Sophia la estaba mirando con los ojos muy abiertos y Betty, sentada en frente, suspiraba. — Tranquilas. ¿Le habéis visto? Esto es el pan mío de cada día. — Las dos mujeres rieron y Fergus se reclinó en su silla. — Puf, a mí me pasa igual, me las tengo que quitar de encima… — ¿SÍÍÍ HERMANITO? — Dijo Frankie apareciendo por detrás y cogiéndole de las costillas. — ¿Y qué te dicen las niñas? “¡OH FERGUS LACEY, RECÍTAME OTRA VEZ ESE ABSCONDITUS QUE NADIE LO HACE COMO TÚ!” — Dijo el chico poniendo una voz aguda superridícula. Fergus se retorcía y trataba de espantar a su hermano, aunque claramente estaba en esa edad en la que no controlas bien los miembros del cuerpo. Sophia se partía de la risa y Shannon se asomó por la mesa y le señaló. — ¡Eso eso! Cuéntanos Fergus, ¿qué pasa por Ilvermony? — El Absconditus es clásico hechizo de ligar, sin duda. — Aportó Dan, picando también a Fergus desde lo lejos. — ¡Callaos todos ya, hombre! Tú más que nadie, Junior, si no quieres que cuente cosas que sé. — Frankie se pasó las manos por el pecho con una sonrisa de suficiencia. — Eso no sería nada caballeroso, Fergus, y este que está aquí jamás alardea de sus conquistas. — Lo cual levantó una oleada de risas cuestionadoras entre los demás.
— ¿Te gustan las hamburguesas, cariño? — Preguntó Maeve, desde la otra esquina. Vale, ya no podía evitarlo más. — Si no te gusta la carne, hay de las de tofu de Sandy, seguro que no le importa darte una. — Dijo Frankie abuelo, y se iba a sentir amparada por la pantalla que hacía Marcus en medio, pero se dio cuenta de que ya no estaba. La chica mantuvo su espléndida sonrisa, pero era como si pudiera oír todo su interior gritando por no poder ser la de las hamburguesas exclusivas. — ¡Claro! Si es que el tío Jason siempre me compra de más para que no pase hambre, ¿verdad tito? — Alice puso una sonrisa complaciente y dijo. — Gracias, Sandy, pero no, simplemente estaba viendo por dónde empezar, porque no hay nada que sea más invitador que la cocina de una abuela irlandesa, y encima aquí hay de todo para echarle a la hamburguesa… — ¡Déjame enseñarte cómo se monta! — Dijo Fergus, poniéndose detrás de ella y cogiendo dos panes. — ¡Échale salsa ranch! La salsa ranch es lo mejor que hay en Estados Unidos. — Aportó Frankie. — ¡Qué guarrería! No empieces por una salsa así, que sabe demasiado fuerte para quien no la ha probado nunca. — Regañó Sophia. — Lo mejor es la salsa barbacoa, nada de lo que tengáis en Europa puede parecerse a esto. — Señaló Jason. — ¡Hala! ¿Puedo hacerle yo la hamburguesa a la prima nueva? — Exclamó Saoirse, que apareció corriendo por allí y sentándose en la silla libre de Marcus. — ¡Saorsie, siéntate en tu sitio y come! Hija, eres un torbellino, yo no sé a quién sales… — Se quejó Shannon resoplando, mientras interceptaba a Arnold que se había tirado a la mesa a coger el bote de ketchup. — ¡A ver! Vamos a organizarnos, que soy demasiado Serpiente Cornuda para este desastre. — Y eso hizo reír a todos. — A ver, voy a partir la hamburguesa en dos… — Dijo mientras lo hacía con el cuchillo. — Y una mitad me la prepara Fergus y la otra Frankie… — Miró a los chicos. — Pero que nadie se pase eh, que yo no soy muy comilona. Y tú, Saoirse… Te dejo que me elijas las patatas. — La niña puso una gran sonrisa y luego achicó un poco los ojos y se deslizó hacia Sandy, que la cogió y la sentó en su regazo. — Prima… ¿Qué salsa le ponemos? — Preguntó con todo el tono de malicia, y a Sandy se le puso la misma cara. Menudo dúo. — Venga, una normalita… Ponle ketchup y mostaza, que eso le gusta a todo el mundo, además, las patatas de la abuela están buenas con lo que sea. — La niña se giró y frunció el ceño como queriendo decir "prima, pretendía gastar una broma". Sí, Saoirse, acostúmbrate a que los Wampus te traicionen cuando prefieren quedar bien, se dijo a sí misma.
Se giró a ver a Aaron, que estaba hablando con Jason y Maeve, mientras elogiaba las hamburguesas como si fueran un manjar de los dioses, y notó cierto alivio y alegría. Todos merecían un cachito de días como aquellos. Justo cuando Marcus volvía, los chicos le pusieron las hamburguesas por delante. — A ver, no sé de cuál es cuál así que cataré a ciegas. — Dijo en dirección a los chicos. — ¡Uh, verás! Se viene gran ofensa del que pierda. — Jaleó Sophia. Se llevó la primera a la boca y degustó, mirando a Marcus. — Mmmm nunca había probado un sabor así, puede ser la carne más fuerte que he probado en mi vida, pero la salsa es bastante dulce y la cremosidad del queso lo atenúa, así que le viene de lujo. — ¡No os delatéis todavía! — Regañó Betty a sus hijos, metidísima en la competición que se acababa de inventar. Probó la otra mitad y abrió mucho los ojos. — ¿Lleva queso azul francés? Y la salsa me encanta… — Terminó de tragar y se mordió el labio. — Voy a acabar decantándome por la segunda, haciendo patria… — ¡Eh no vale! Yo no sabía que eras francesa. — Se quejó Frankie. Sí, no sabían no delatarse, estaba claro. — Haber escuchado más, macho, yo que soy un caballero de verdad y no como otros, he estado atento. — Ella rio y le guió un ojo a Frankie. — Pero ha estado reñidísimo, y las patatas deliciosas, Saoirse, mil gracuas… ¡Venga! ¿Quién le hace la hamburguesa al primo Marcus? —
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Toda la carne en el asador Con Alice | En Nueva York | Del 2 de agosto de 2002 |
Una vez hecho el trato con ambas Maeve (con una para volver a hablar con ella y con la otra para sentarse a comer de una vez y dejar los saludos), volvió a su sitio entre Alice y su prima Sandra, que casi le recibió con una sonrisa más amplia y una ilusión más evidente que su novia... y muchísimo más fingida, obvio. De hecho, si se hubiera encontrado a Alice esperándole así, hubiera sido mala señal: la señal de que con el resto de la gente no estaba cómoda y necesitaba indudablemente su presencia. Así que sonrió ampliamente y con su particular ego por las nubes por encontrarse con el escenario ideal que se podría encontrar.
De hecho, por encontrarse un escenario mucho mejor de lo que se podía encontrar. - Va, peque, déjale su sitio al primo. - Escuchó que le decía, sin perder la sonrisa pero con un toque imperativo, Sandra a la niña que se había colado en su sitio. Esta la miró con el ceño fruncido. - No soy peque. - ¿No? - Preguntó Marcus, bromista, apareciendo por detrás de su hombro. - Qué pena. Si lo fueras, podrías sentarte en mis rodillas mientras como... - La niña parpadeó, se lo pensó un poquito y encogió un hombro. - Bueno, pareces muy alto. - Eso le hizo soltar una fuerte carcajada, y a Sandra una risita por no quedarse atrás, pero claramente la jugada no le había salido como quería. La niña se hizo a un lado motu propio, Marcus se sentó y se palmeó las piernas. - Venga, ponte aquí y cuéntame qué está pasando, que veo a mi novia muy bien escoltada y con mucha comida. - El primo Fergus y el primo Frankie se estaban peleando por prepararle una hamburguesa. - ¡Vaya! - Y el primo Fergus le quería echar una salsa que pica. - ¡¡Eh!! Renacuaja, eso es mentira. - Es una salsa súperfuerte. - Insistió Saoirse, para no quedar de mentirosa pero enfatizar igualmente que Fergus estaba siendo, según sus estándares, poco caballeroso. O eso o que le quería dejar en evidencia, y viéndole la carilla de diablilla a su prima, se inclinaba más por la segunda. Y eso que el otro no se quedaba atrás. Vaya dúo. - Y yo le he preparado las patatas. - ¡Qué bien! ¿Y quién ha ganado? - Preguntó, mirando a Alice. Pero justo estaba iniciando la cata, así que atendió.
Hizo gestos de interés muy exagerados mientras Alice le hablaba porque sabía que media familia estaba atendiendo y la niña le estaba mirando, y nada como un niño cerca para que Marcus lo exagerara todo (aún más). De hecho, ya estaba notando la sombra de la hermana mediana de la niña que estaba en sus rodillas revoloteando por allí. - ¿Tú de quién crees que es esa? - Le susurró a la pequeña, que soltó una risita y se encogió de hombros. - Yo creo que es de Sophia. Está muy callada. - ¡Noooo, Sophia no juega! - Ah ¿no? No me he enterado bien de las reglas entonces, es que he llegado tarde. - La niña se echó a reír, y entonces alguien dio un toquecito en su hombro a la vez que hablaba. - Estos es que está siempre de juegos tontos. ¿Quieres probar esto? Es tofu. - Le estaba diciendo Sandra, claramente para llamar lo atención. Tuvo que girar el cuello en un ángulo muy raro porque la niña en sus piernas daba poca libertad de movimiento. - Claramente lo probaré. Lo confieso: soy un glotón. - ¿En serio? Pues tienes un tipín. - Eso es de subir y bajar escaleras. - La chica rio musicalmente y fue a responderle, claramente enganchándose a la conversación que para ella habría derivado en estilos de vida saludables, pero la niña empezó a pegar botes y a llamarle a palmetazos. - ¡Que lo dice, que lo dice! - ¡Ay, que me lo pierdo! - Le siguió el rollo, girándose de nuevo a la competición. No podía verla pero estaba claro que a Sandra no le debía haber hecho ninguna gracia ser desplazada por "un juego tonto".
Al parecer, había ganado Fergus. Rio. - Otra cosa en la que te pareces a mí, primo: le gustas más. - ¡Vaya! Dos esto es lo que pasa cuando las serpientuchas estas se juntan. No me gusta esta alianza. - Se quejó Frankie de nuevo, pero a Sophia debió hacerle mucha gracia porque se estaba riendo mucho. Sí que era como una versión superjoven de su abuela, la risa era casi igual (aunque con el puntito de altanería que todos los Ravenclaw llevan, queriéndolo o no, incorporado). - Uf, queso azul. Qué pinta tiene eso... - Va, primo, no lo intentes, yo solo sirvo a las señoritas. - Dijo Fergus en un tono burlón que Marcus reconocía perfectamente, por lo que, para alimentar los "uuuuhh" cómicos de alrededor, respondió con una fingida ofensa a juego. - ¿Habéis oído eso, chicas? Se gana a mi novia y ahora me quiere dejar sin comer. - Dijo mirando a Saoirse y a Ada, que ya estaba incorporada del todo a aquello. - ¿Quién me la hace a...? - ¡YO YO YO ! - No pudo ni terminar la pregunta, y eso le hizo echarse a reír a él y a todos los de alrededor, mientras Saoirse daba un salto de sus piernas y Ada prácticamente saltaba hacia la mesa, las dos peleándose por ver quién acababa antes. A ver la que le montaban... - Chicas, a ver, con tranquilidad. - Pidió Shannon, y Sophia, que seguía riéndose, se levantó y dijo. - Mejor os echo una mano, chicas. - Al pasar por su lado le susurró. - Antes de que te den una guarrería. - Marcus rio por lo bajo y la chica continuó, en dirección a las niñas. - Me pido asesora... - Y yo también. - Saltó inesperablemente Sandra. - Yo asesoro a Saoirse y tú a Ada. A ver quién gana. - Sandra se había colocado detrás de la pequeña del tiró, y Sophia le echó una mirada en la que se podía leer "no sabes jugar a esto". Marcus miró a Alice de reojo y, al hacerlo, vio a Fergus y a Frankie cuchicheando entre sí y riéndose con muy poco disimulo. Mientras las chicas preparaban las hamburguesas, se arrastró hacia su novia y dijo, mimoso. - Yo las quiero probar. ¿Me das un bocadito? -
Por supuesto que le dio un bocadito de cada (al final dejaba a su novia sin comida, pero no es como que Alice fuera a quejarse mucho de eso, y había dado el bocadito pequeño), y mientras le hacía gestos muy exagerados a sus primos para demostrar lo buenas que estaban, escuchó. - ¡Ya está! - Con las vocecillas a coro de las dos niñas aunque un poco desincronizadas, lo cual era aún más gracioso. Se acercó a los platos. - Uuuh qué buena pinta tienen, no sé por cuál empezar. - Pero no se demoró mucho. Le dio un bocado a cada una. - Hmm... Me gusta esta salsa, tiene un toque fuerte pero fresco, como si llevara especias... - Dijo de la primera. - Y esta otra... Me gustan las verduritas, hacen que esté mucho más jugosa y que los sabores estén más mezclados. - Yo no sé para qué quería ayudarme con la hamburguesa, si no quiere tocar la carne. - Comentó al aire con total naturalidad Saoirse, ganándose un automático chistido de Sandra. Se tuvo que aguantar fuertemente la risa para disimular, pero el resto de la familia sí que estaba riéndose de fondo. - Ufff... es que me encantan las dos... ¡Doble premio! A la de las verduras por la originalidad, y a la salsa por la novedad. - Qué bienqueda... - Le murmuro Sophia son una sonrisita. Sandra puso las manos en los hombros de Saoirse y le dijo con tonito superior, pero pretendiendo que estaba de broma. - Vaya, que le ha gustado más la nuestra. - Sophia la miró con cara de circunstancias. - ¿No has escuchado dos sinónimos para definirlas? Ha dicho prácticamente lo mismo. - Ay, primi, no te piques, que no pasa nada... - Dijo la otra con una risita y volviéndose muy orgullosa a su sitio. Sophia rodó los ojos. Marcus intentó arreglarlo y agarró una mano de Saoirse y otra de Ada. - Lo dicho, que me encantan las dos. ¿Están mis dos primas contentas? - Y en lo que ambas decían alegremente que sí, oyó a Dan murmurarle a Shannon y a Betty. - Uy, sí, ¿no las ves? - Mientras miraba de reojo a Sandra y a Sophia, haciendo a las dos mujeres reírse mientras se tapaban la boca con una mano. A ver si al final iba a causar una disputa familiar...
De hecho, por encontrarse un escenario mucho mejor de lo que se podía encontrar. - Va, peque, déjale su sitio al primo. - Escuchó que le decía, sin perder la sonrisa pero con un toque imperativo, Sandra a la niña que se había colado en su sitio. Esta la miró con el ceño fruncido. - No soy peque. - ¿No? - Preguntó Marcus, bromista, apareciendo por detrás de su hombro. - Qué pena. Si lo fueras, podrías sentarte en mis rodillas mientras como... - La niña parpadeó, se lo pensó un poquito y encogió un hombro. - Bueno, pareces muy alto. - Eso le hizo soltar una fuerte carcajada, y a Sandra una risita por no quedarse atrás, pero claramente la jugada no le había salido como quería. La niña se hizo a un lado motu propio, Marcus se sentó y se palmeó las piernas. - Venga, ponte aquí y cuéntame qué está pasando, que veo a mi novia muy bien escoltada y con mucha comida. - El primo Fergus y el primo Frankie se estaban peleando por prepararle una hamburguesa. - ¡Vaya! - Y el primo Fergus le quería echar una salsa que pica. - ¡¡Eh!! Renacuaja, eso es mentira. - Es una salsa súperfuerte. - Insistió Saoirse, para no quedar de mentirosa pero enfatizar igualmente que Fergus estaba siendo, según sus estándares, poco caballeroso. O eso o que le quería dejar en evidencia, y viéndole la carilla de diablilla a su prima, se inclinaba más por la segunda. Y eso que el otro no se quedaba atrás. Vaya dúo. - Y yo le he preparado las patatas. - ¡Qué bien! ¿Y quién ha ganado? - Preguntó, mirando a Alice. Pero justo estaba iniciando la cata, así que atendió.
Hizo gestos de interés muy exagerados mientras Alice le hablaba porque sabía que media familia estaba atendiendo y la niña le estaba mirando, y nada como un niño cerca para que Marcus lo exagerara todo (aún más). De hecho, ya estaba notando la sombra de la hermana mediana de la niña que estaba en sus rodillas revoloteando por allí. - ¿Tú de quién crees que es esa? - Le susurró a la pequeña, que soltó una risita y se encogió de hombros. - Yo creo que es de Sophia. Está muy callada. - ¡Noooo, Sophia no juega! - Ah ¿no? No me he enterado bien de las reglas entonces, es que he llegado tarde. - La niña se echó a reír, y entonces alguien dio un toquecito en su hombro a la vez que hablaba. - Estos es que está siempre de juegos tontos. ¿Quieres probar esto? Es tofu. - Le estaba diciendo Sandra, claramente para llamar lo atención. Tuvo que girar el cuello en un ángulo muy raro porque la niña en sus piernas daba poca libertad de movimiento. - Claramente lo probaré. Lo confieso: soy un glotón. - ¿En serio? Pues tienes un tipín. - Eso es de subir y bajar escaleras. - La chica rio musicalmente y fue a responderle, claramente enganchándose a la conversación que para ella habría derivado en estilos de vida saludables, pero la niña empezó a pegar botes y a llamarle a palmetazos. - ¡Que lo dice, que lo dice! - ¡Ay, que me lo pierdo! - Le siguió el rollo, girándose de nuevo a la competición. No podía verla pero estaba claro que a Sandra no le debía haber hecho ninguna gracia ser desplazada por "un juego tonto".
Al parecer, había ganado Fergus. Rio. - Otra cosa en la que te pareces a mí, primo: le gustas más. - ¡Vaya! Dos esto es lo que pasa cuando las serpientuchas estas se juntan. No me gusta esta alianza. - Se quejó Frankie de nuevo, pero a Sophia debió hacerle mucha gracia porque se estaba riendo mucho. Sí que era como una versión superjoven de su abuela, la risa era casi igual (aunque con el puntito de altanería que todos los Ravenclaw llevan, queriéndolo o no, incorporado). - Uf, queso azul. Qué pinta tiene eso... - Va, primo, no lo intentes, yo solo sirvo a las señoritas. - Dijo Fergus en un tono burlón que Marcus reconocía perfectamente, por lo que, para alimentar los "uuuuhh" cómicos de alrededor, respondió con una fingida ofensa a juego. - ¿Habéis oído eso, chicas? Se gana a mi novia y ahora me quiere dejar sin comer. - Dijo mirando a Saoirse y a Ada, que ya estaba incorporada del todo a aquello. - ¿Quién me la hace a...? - ¡YO YO YO ! - No pudo ni terminar la pregunta, y eso le hizo echarse a reír a él y a todos los de alrededor, mientras Saoirse daba un salto de sus piernas y Ada prácticamente saltaba hacia la mesa, las dos peleándose por ver quién acababa antes. A ver la que le montaban... - Chicas, a ver, con tranquilidad. - Pidió Shannon, y Sophia, que seguía riéndose, se levantó y dijo. - Mejor os echo una mano, chicas. - Al pasar por su lado le susurró. - Antes de que te den una guarrería. - Marcus rio por lo bajo y la chica continuó, en dirección a las niñas. - Me pido asesora... - Y yo también. - Saltó inesperablemente Sandra. - Yo asesoro a Saoirse y tú a Ada. A ver quién gana. - Sandra se había colocado detrás de la pequeña del tiró, y Sophia le echó una mirada en la que se podía leer "no sabes jugar a esto". Marcus miró a Alice de reojo y, al hacerlo, vio a Fergus y a Frankie cuchicheando entre sí y riéndose con muy poco disimulo. Mientras las chicas preparaban las hamburguesas, se arrastró hacia su novia y dijo, mimoso. - Yo las quiero probar. ¿Me das un bocadito? -
Por supuesto que le dio un bocadito de cada (al final dejaba a su novia sin comida, pero no es como que Alice fuera a quejarse mucho de eso, y había dado el bocadito pequeño), y mientras le hacía gestos muy exagerados a sus primos para demostrar lo buenas que estaban, escuchó. - ¡Ya está! - Con las vocecillas a coro de las dos niñas aunque un poco desincronizadas, lo cual era aún más gracioso. Se acercó a los platos. - Uuuh qué buena pinta tienen, no sé por cuál empezar. - Pero no se demoró mucho. Le dio un bocado a cada una. - Hmm... Me gusta esta salsa, tiene un toque fuerte pero fresco, como si llevara especias... - Dijo de la primera. - Y esta otra... Me gustan las verduritas, hacen que esté mucho más jugosa y que los sabores estén más mezclados. - Yo no sé para qué quería ayudarme con la hamburguesa, si no quiere tocar la carne. - Comentó al aire con total naturalidad Saoirse, ganándose un automático chistido de Sandra. Se tuvo que aguantar fuertemente la risa para disimular, pero el resto de la familia sí que estaba riéndose de fondo. - Ufff... es que me encantan las dos... ¡Doble premio! A la de las verduras por la originalidad, y a la salsa por la novedad. - Qué bienqueda... - Le murmuro Sophia son una sonrisita. Sandra puso las manos en los hombros de Saoirse y le dijo con tonito superior, pero pretendiendo que estaba de broma. - Vaya, que le ha gustado más la nuestra. - Sophia la miró con cara de circunstancias. - ¿No has escuchado dos sinónimos para definirlas? Ha dicho prácticamente lo mismo. - Ay, primi, no te piques, que no pasa nada... - Dijo la otra con una risita y volviéndose muy orgullosa a su sitio. Sophia rodó los ojos. Marcus intentó arreglarlo y agarró una mano de Saoirse y otra de Ada. - Lo dicho, que me encantan las dos. ¿Están mis dos primas contentas? - Y en lo que ambas decían alegremente que sí, oyó a Dan murmurarle a Shannon y a Betty. - Uy, sí, ¿no las ves? - Mientras miraba de reojo a Sandra y a Sophia, haciendo a las dos mujeres reírse mientras se tapaban la boca con una mano. A ver si al final iba a causar una disputa familiar...
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Toda la carne en el asador Con Marcus | En Long Island| 2 de agosto de 2002 |
Desde luego, no había nadie como Marcus O’Donnell para tratar a los niños, y a Saoirse la tenía más que ganada… Y por lo visto a las no tan niñas también. Apuesto lo que quieras a que querrías ser “peque” ahora, ¿eh Sandy? Y se tuvo que reír con la recogida de cable de la niña, que claramente prefería estar en el regazo de Marcus, y bien que lo sabía él, porque provocó una minirevolución cuando pidió la hamburguesa. Le gustaban las niñas de Shannon, eran hiperactivas y le llenaban de alegría. — Vuestras hijas me recuerdan a mi familia. — Les dijo a Shannon y Dan con cariño. — Me hacen sentirme un poco como en casa cuando mis primos y yo éramos más pequeños. — Dan rio y negó con la cabeza. — Pues a ver si es que hay algún gen perdido por ahí, como con Frankie y Sophia, porque de verdad que nosotros somos muy tranquilos… — Eso la hizo reír. — Eso decía Marcus cuando vino a La Provenza por primera vez, y al final algo le gustó. — Dijo girándose un momento y guiñándole un ojo. — ¡YO ESTUVE EN LA PROVENZA! — Saltó Jason entusiasmado. — Ay, madre… — Se quejó Fergus en voz baja, que ahora que Sophia se había levantado, lo tenía más cerca.
— ¡Papá! Cuenta otra vez cuando te perdiste de madrugada y acabaste de cabeza en un lago. — Saltó Frankie con una sonrisa brillante. Se oyeron risas y suspiros entre los mayores mientras las chicas hacían tremendos esfuerzos por servir a Marcus mejor que nadie. — ¡Noooooo no no! No lo cuentas bien, hijo, no era un lago era un lavadero. — ¿Que acabaste en el lavadero? — Jason asintió, mientras bebía de una pajita. — Era año nuevo, y la fiesta se puso muy salvaje, y yo, que ya soy despistado de normal, pues imagínate si bebo champán, estoy en un pueblo que no conozco, y encima estaba pensando en mi Betty todo el rato… — Dijo pasando el brazo por sus hombros, lo cual hizo sonreír a Alice. Dan también estaba agarrando una mano a Shannon, y Frankie y Maeve estaban con Maeve junior entre ellos, mirándola hablar de algo con mucho entusiasmo como si fuera lo más bonito del mundo. Echaba de menos estar así en familia, ver aquellos matrimonios enamorados y felices con los que ella creció, con los que deberían crecer todos los niños. — Pero vamos, que no era el que peor iba, ¿eh? El padre de esta señorita se perdió bien pronto en la noche, los únicos que mantuvieron el tipo fueron los ennoviados, es decir, tu tío Marc, que aquella noche trajo a la que supongo que ahora es tu tía también, y mi primo Arnold, claro. Pero mi prima Erin iba finísima. Claro que iba recolgada de la hermana de William, que era un pedazo de mujer… — Parpadeó y miró a Alice, reculando, poniéndose rojo de golpe. — Que, acabo de caer que debe ser tu tía, claro… — Eso la hizo reír. — A la tata le hará mucha ilusión que la recuerdes como tal cosa y quemando la pista de baile, esa es ella en esencia. — Qué bonito que tengáis ese refugio, La Provenza tiene que ser preciosa. — Dijo Betty. — A ver si pasa todo esto y hacéis un viaje a Europa y venís a vernos a La Provenza y vamos todos juntos a Irlanda. — Sandy se va con sus amigas a París en breves. Y luego a Roma y a un par de ciudades más, a hacer el tour de Europa, vamos. — Oh, casi se le había olvidado George. Realmente era una nota muy disonante entre los demás (un poco como su hija, para ser sinceros), y los mayores trataron de darle conversación a partir de ahí, por lo que ella pudo atender al concurso de hamburguesas.
Claramente, las primas mayores se habían aliado con las pequeñas que más les cuadraban, y estaban muy ocupadas en una competición que ellas mismas habían desdeñado hacía apenas minutos. Pero, cómo no, su novio estaba próximo a morir de inanición, así que le dejó coger de sus hamburguesas, dejando un besito en su hombro. — Pues claro, dale, mi amor, que no queremos desmayos. — Y le guiñó un ojo. — Aunque en esta familia hay más personal médico que en las nuestras. — Pero en seguida las niñas llamaron su atención, haciendo bastante patente quién había hecho qué, especialmente con los comentarios de Saoirse, que le hicieron tener que aguantarse la risa muy fuertemente.
Por supuesto, su novio tuvo que ser magnánimo y bienqueda, como siempre, y las hizo ganadoras a ambas, cosa que, como bien señaló Dan (que definitivamente era una versión americana de Arnold) no había contentado a ninguna… ¿No esperaríais que fuera perfecto en todo, no? Deslizó una mano sobre el muslo de Marcus y sonrió viéndole disfrutar. — Hay que ver qué bien te cuidan por aquí… — Alice, ¿te puedo preguntar una cosa? — Dijo Ada, inclinándose entre ellos. — Claro, cariño. — ¿Por qué estáis aquí y no en Londres o en La Provenza? Parece que lo echáis de menos. — Era una niña muy dulce, pero también muy espabilada y preguntona, podría hacer una buena serpiente cornuda. — Ada, deja tranquila a Alice… — No, no, no te preocupes. — Le dijo a Shannon. Alice era partidaria de hablar abiertamente con los niños, que luego pasaba lo de Dylan cuando murió su madre. — Hemos venido a buscar a mi hermano. Ha pasado una época con mis abuelos, pero ya es hora de que vuelva con nosotros a casa. — Ah… ¿Y no va a ir a Ilvermony? — Pues espero que para cuando empiece el curso nos lo hayamos llevado. — ¿Es verdad que no tienes mamá? — Preguntó Saoirse asomándose tambien. — ¡Saorsie! — Riñeron a la vez varios adultos, con un grito ahogado de Sandy de fondo. — No, no es cierto. Tu primo Marcus lo explicó muy bien una vez. Yo tengo mamá, pero ya no está con nosotros aquí, aunque la recordamos de muchas formas. — ¿Y qué haces para recordarla? — Saltó Ada. — Pues… ¿sabéis cuál era su tarta favorita? — ¿CUAL? — Preguntaron las hermanas. — La de cereza. — ¡TENEMOS! ¡TENEMOS! ¿VERDAD ABUELA? — Verdad, cariño, está en la nevera, pero si alguien la mete en el horno podemos comérnosla de postre. — Y ella sonrió y los ojos se le inundaron. — ¡PERO NO LLORES! — Saltaron varios miembros a la vez, lo cual le hizo echars eun poco para atrás con una risita. — Tranquilos, tranquilos, es de alegría… Agradezco mucho tener un entorno así cuando estamos pasando un racha tan mala… Me hacéis sentir en casa. — ¡Eso son las patatas! Toma más. — Dijo Jason echándole unas pocas en el plato. — Qué irlandés eres, papá… — Resopló Sophia. Ella se retuvo las lágrimas y dijo. — Por favor, no me miréis así, que estábamos muy contentos, vamos a hablar de otra cosa. ¡Ah! Una cosa que acabo de recordar, necesito que alguno nos ayude a comprar una cosa. — Si es una escoba, soy tu hombre. — Saltó Junior, con los consiguientes resoplidos y ojos en blanco de los presentes. — No, es un móvil, ¿sabéis lo que es? —
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Toda la carne en el asador Con Alice | En Nueva York | Del 2 de agosto de 2002 |
Como para no escuchar a Jason, que estaba contando una anécdota a gritos y, por lo que le había parecido oír, La Provenza estaba involucrada. Le hubiera encantado enterarse mejor, pero las dos niñas y el concurso de las hamburguesas le tenían muy distraído (y se estaba divirtiendo mucho). Ya pediría que se la volvieran a contar. Por lo pronto se puso a comerse sus hamburguesas bien contento, con Saoirse de nuevo en sus piernas, y vio como Ada se colocaba junto a Alice para darle conversación, a la que atendió sin dudar. Shannon, en cambio, parecía un poco temerosa de lo que la niña fuera a preguntar. Marcus... en el fondo un poco también, y no porque ninguno supiera contestar. Por un momento estaban siendo felices de nuevo, como lo eran antes de que todo esto pasase. No quería que se derrumbara.
Tosió un poco, porque la pregunta sin paños calientes de Saoirse hizo que uno de los bocados de hamburguesa se le atragantara. Ni que fuera la primera vez que oía ese tema en boca de un niño referente a Alice. Miró a su novia de reojo, y la respuesta que dio le hizo sonreír. Luego miró al resto de sus familiares rebosando orgullo por todos los poros. ¿Es o no es la mejor del mundo? Parecía decirles. Y claro, en lo que fardaba mentalmente con las explicaciones de Alice de fondo, vino el grito que le puso en alerta. Ya está, ya estaba su Alice llorando y él a punto de iniciar operativo de emergencia. Pero solo estaba emocionada. Soltó aire por la boca y apretó su mano, dejando un beso en esta. - Hemos tenido mucha suerte al encontrarnos aquí a esta gran familia. - Maeve le miró con ternura. - Pues claro que sí, cariño. Aquí siempre vais a tener un refugio. -
Escuchó la exclamación aspirada de Sandy junto a él cuando Alice hizo mención al móvil, pero Sophia se le adelantó rápidamente. - Conozco una tienda de móviles para magos. - Alzó las palmas. - Me explico: aquí no es lo habitual, pero todos sabemos que el mundo mágico y el muggle está muy dividido. La mayoría de los magos siguen siendo reticentes a la tecnología. Los que no lo son, directamente compran sus móviles en tiendas normales. Pero para aquellos que... bueno, digamos que, más que quererlo, lo necesitan... - Se encogió de hombros. - En esa tienda encontraréis los mismos que en cualquier otra tienda muggle, pero os asesorarán mejor. Os darán más facilidades, sin todo ese rollo de la telefonía móvil y los contratos y demás que trae a los que lo usan de cabeza. - ¿Te refieres a contrato de confidencialidad? - Preguntó Marcus, tan interesado como extrañado. Claro, era un aparato con el que podías comunicarte con el mundo entero, tendría que tener unas mínimas cláusulas éticas. Pero no, al parecer no iba por ahí, porque Sophia negó con la cabeza. - No, no, es a nivel económico, unas cuotas para poder comunicarte... En fin, que en esa tienda os lo van a resolver mucho mejor. Yo no es que sea una experta precisamente, no tengo uno. - Yo sí. - Sandy asomó la cabeza de nuevo por el lado de Marcus, con su estudiada sonrisa de chica diez. - He tenido varios. Puedo orientaros con las mejores marcas. - Marcus sonrió con cortesía. Con que le sirviera para comunicarse iban a tener bastante, pero bueno, la información no estaba de más.
Sophia se colocó junto a Alice y se metieron en una conversación, quizás sobre el tema de los móviles, pero Saoirse llamó su atención tirándole de la manga. - ¿Y de qué casa era la mamá de Alice? - Marcus sonrió. - Pukwudgie. - Nuestra mamá también. - Respondió Ada con voz penosa, mirando a su madre. Conocía ese efecto en los niños cuando se hablaba de Janet. - ¿Y sabéis cómo era físicamente? - Las dos niñas negaron, curiosas, y Marcus señaló con un índice discreto a su novia. - Así. Igualita que ella, solo que Alice tiene los ojos azules, y Janet los tenía marrones. Pero era muy muy guapa. - Las niñas sonrieron y parecieron quedarse conformes, y Shannon volvió a pedirles que dejaran a su primo tranquilo y se pusieran a comer. Momento que Sandra aprovechó para acercarse a él y decir en voz susurrada. - Pobrecita... ¿Hace mucho que...? ¿Tú la...? - Marcus terminó de tragar, asintiendo. - Yo la conocí, sí. Era estupenda. - Se encogió de un hombro. - Falleció hace cuatro años. - Es terrible... - Fue un momento muy duro, pero bueno... la recordamos siempre que podemos. - La chica puso una sonrisa tierna y le colocó una mano en el hombro. - ¿Estuviste con ella? - Claro. Ya éramos amigos, estábamos en tercero. - Oh... - La chica suspiró. - Y ahora te has venido hasta aquí por su hermano... Como tú quedan pocos ¿eh? - Marcus estaba con el siguiente bocado, por lo que rio discretamente y de nuevo esperó a tragar. - Estoy muy enamorado de ella, y ella de mí. Haríamos cualquier cosa el uno por el otro. Llevamos siendo inseparables muchísimos años, y además... ahora estoy con mi familia. Y su hermano es como si fuera hermano mío también. No estoy haciendo nada reseñable, estoy haciendo lo que tengo que hacer. - Pero ahora Sandra le estaba mirando con esa mirada que Marcus conocía muy bien: la de quien, más que escucharte, está pensando cómo formularte la próxima pregunta. Porque va a ser incómoda.
- ¿Es verdad que es una Van Der Luyden? - Sandy miró de reojo a Aaron. - Ese es Aaron McGrath, y dicen que es su primo. Y sus otros primos son Van Der Luyden, les conozco de Ilvermorny... - Alice es Gallia. - Afirmó Marcus, con un tono que trataba de sonar lo más claro posible pero sin ser cortante. - Sí, Janet era Van Der Luyden, pero la familia la expulsó antes de que Alice naciera, por lo tanto entre Alice y ellos no hay ninguna conexión. - Sandra se le acercó un poco más, mirando discretamente a los lados como si no quisiera ser oída. Claramente no quería que se rompiera el ambiente de confidencialidad que ella misma había creado. - Son gente muy influyente. Y poderosa. Y rica. Toda la gente así tiene un montón de trapos sucios, pero quizás... - Movió los ojos hacia Alice y luego le miró a él también. - Quiera aprovechar la circunstancia ¿no? Me explico, por sangre, serlo, es una Van Der Luyden. Y esa gente maneja muchísimo... Yo no dejaría la oportunidad pasar. - Marcus frunció los labios. - No creo que sea el caso... - Primo Marcus. - Ada había vuelto. Le iba a venir bien para dejar la conversación. - ¿Te ha gustado mi hamburguesa? - ¡Me encanta! Mira, apenas me queda un trocito. - ¿Es verdad que vas a hacerle una a mi hermana? - Y eso lo dijo con una sonrisita pilla y mirando a la otra de reojo, quien miraba a su vez hacia ellos y que, rápidamente, al verse descubierta miró a otra parte, ruborizada. Marcus sonrió. - Ahora mismo. - Alzó la cabeza. - ¡Primo Jason! ¿Está la segunda tanda disponible? ¿Puedo colaborar? - ¡Ahora mismo vamos los dos! ¡Marchando van los cocineros! - Y se levantó, entre risas, mirando a Alice divertido.
Tosió un poco, porque la pregunta sin paños calientes de Saoirse hizo que uno de los bocados de hamburguesa se le atragantara. Ni que fuera la primera vez que oía ese tema en boca de un niño referente a Alice. Miró a su novia de reojo, y la respuesta que dio le hizo sonreír. Luego miró al resto de sus familiares rebosando orgullo por todos los poros. ¿Es o no es la mejor del mundo? Parecía decirles. Y claro, en lo que fardaba mentalmente con las explicaciones de Alice de fondo, vino el grito que le puso en alerta. Ya está, ya estaba su Alice llorando y él a punto de iniciar operativo de emergencia. Pero solo estaba emocionada. Soltó aire por la boca y apretó su mano, dejando un beso en esta. - Hemos tenido mucha suerte al encontrarnos aquí a esta gran familia. - Maeve le miró con ternura. - Pues claro que sí, cariño. Aquí siempre vais a tener un refugio. -
Escuchó la exclamación aspirada de Sandy junto a él cuando Alice hizo mención al móvil, pero Sophia se le adelantó rápidamente. - Conozco una tienda de móviles para magos. - Alzó las palmas. - Me explico: aquí no es lo habitual, pero todos sabemos que el mundo mágico y el muggle está muy dividido. La mayoría de los magos siguen siendo reticentes a la tecnología. Los que no lo son, directamente compran sus móviles en tiendas normales. Pero para aquellos que... bueno, digamos que, más que quererlo, lo necesitan... - Se encogió de hombros. - En esa tienda encontraréis los mismos que en cualquier otra tienda muggle, pero os asesorarán mejor. Os darán más facilidades, sin todo ese rollo de la telefonía móvil y los contratos y demás que trae a los que lo usan de cabeza. - ¿Te refieres a contrato de confidencialidad? - Preguntó Marcus, tan interesado como extrañado. Claro, era un aparato con el que podías comunicarte con el mundo entero, tendría que tener unas mínimas cláusulas éticas. Pero no, al parecer no iba por ahí, porque Sophia negó con la cabeza. - No, no, es a nivel económico, unas cuotas para poder comunicarte... En fin, que en esa tienda os lo van a resolver mucho mejor. Yo no es que sea una experta precisamente, no tengo uno. - Yo sí. - Sandy asomó la cabeza de nuevo por el lado de Marcus, con su estudiada sonrisa de chica diez. - He tenido varios. Puedo orientaros con las mejores marcas. - Marcus sonrió con cortesía. Con que le sirviera para comunicarse iban a tener bastante, pero bueno, la información no estaba de más.
Sophia se colocó junto a Alice y se metieron en una conversación, quizás sobre el tema de los móviles, pero Saoirse llamó su atención tirándole de la manga. - ¿Y de qué casa era la mamá de Alice? - Marcus sonrió. - Pukwudgie. - Nuestra mamá también. - Respondió Ada con voz penosa, mirando a su madre. Conocía ese efecto en los niños cuando se hablaba de Janet. - ¿Y sabéis cómo era físicamente? - Las dos niñas negaron, curiosas, y Marcus señaló con un índice discreto a su novia. - Así. Igualita que ella, solo que Alice tiene los ojos azules, y Janet los tenía marrones. Pero era muy muy guapa. - Las niñas sonrieron y parecieron quedarse conformes, y Shannon volvió a pedirles que dejaran a su primo tranquilo y se pusieran a comer. Momento que Sandra aprovechó para acercarse a él y decir en voz susurrada. - Pobrecita... ¿Hace mucho que...? ¿Tú la...? - Marcus terminó de tragar, asintiendo. - Yo la conocí, sí. Era estupenda. - Se encogió de un hombro. - Falleció hace cuatro años. - Es terrible... - Fue un momento muy duro, pero bueno... la recordamos siempre que podemos. - La chica puso una sonrisa tierna y le colocó una mano en el hombro. - ¿Estuviste con ella? - Claro. Ya éramos amigos, estábamos en tercero. - Oh... - La chica suspiró. - Y ahora te has venido hasta aquí por su hermano... Como tú quedan pocos ¿eh? - Marcus estaba con el siguiente bocado, por lo que rio discretamente y de nuevo esperó a tragar. - Estoy muy enamorado de ella, y ella de mí. Haríamos cualquier cosa el uno por el otro. Llevamos siendo inseparables muchísimos años, y además... ahora estoy con mi familia. Y su hermano es como si fuera hermano mío también. No estoy haciendo nada reseñable, estoy haciendo lo que tengo que hacer. - Pero ahora Sandra le estaba mirando con esa mirada que Marcus conocía muy bien: la de quien, más que escucharte, está pensando cómo formularte la próxima pregunta. Porque va a ser incómoda.
- ¿Es verdad que es una Van Der Luyden? - Sandy miró de reojo a Aaron. - Ese es Aaron McGrath, y dicen que es su primo. Y sus otros primos son Van Der Luyden, les conozco de Ilvermorny... - Alice es Gallia. - Afirmó Marcus, con un tono que trataba de sonar lo más claro posible pero sin ser cortante. - Sí, Janet era Van Der Luyden, pero la familia la expulsó antes de que Alice naciera, por lo tanto entre Alice y ellos no hay ninguna conexión. - Sandra se le acercó un poco más, mirando discretamente a los lados como si no quisiera ser oída. Claramente no quería que se rompiera el ambiente de confidencialidad que ella misma había creado. - Son gente muy influyente. Y poderosa. Y rica. Toda la gente así tiene un montón de trapos sucios, pero quizás... - Movió los ojos hacia Alice y luego le miró a él también. - Quiera aprovechar la circunstancia ¿no? Me explico, por sangre, serlo, es una Van Der Luyden. Y esa gente maneja muchísimo... Yo no dejaría la oportunidad pasar. - Marcus frunció los labios. - No creo que sea el caso... - Primo Marcus. - Ada había vuelto. Le iba a venir bien para dejar la conversación. - ¿Te ha gustado mi hamburguesa? - ¡Me encanta! Mira, apenas me queda un trocito. - ¿Es verdad que vas a hacerle una a mi hermana? - Y eso lo dijo con una sonrisita pilla y mirando a la otra de reojo, quien miraba a su vez hacia ellos y que, rápidamente, al verse descubierta miró a otra parte, ruborizada. Marcus sonrió. - Ahora mismo. - Alzó la cabeza. - ¡Primo Jason! ¿Está la segunda tanda disponible? ¿Puedo colaborar? - ¡Ahora mismo vamos los dos! ¡Marchando van los cocineros! - Y se levantó, entre risas, mirando a Alice divertido.
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Toda la carne en el asador Con Marcus | En Long Island| 2 de agosto de 2002 |
Ya podía estar agradecida de haber caído en una familia de ESOS Ravenclaws, esos que conocen todos los pormenores de lo que les pides y te los exponen con los detalles necesarios y todos los matices. — Lo que me deja impresionada es que alguien haya tenido la vista suficiente para sacar negocio de esto. — Esto es Estados Unidos, si no lo coges tú, lo cogerá el de al lado, estamos rodeados de oportunidades pero hay que saber cogerlas y ser lo suficientemente rápidos. — Otra vez se había olvidado de George. Shannon se inclinó y revolvió el pelo del hombre, quitándole un poco el aspecto serio. — Es que mi hermanito, ahí donde lo ves, es un gigante de los negocios. — ¡Sí! Seguro que él tiene tres o cuatro móviles de esos, a él tendrías que haberle preguntado. — Azuzó Jason. — Nah, cariño, tu hermano tendrá una secretaria que le lleva eso, él solo los usa. — Y todos rieron, mientras George señalaba a Betty. — Cómo me conoces, cuñadita, si es que tu talento está desaprovechado en esta familia. — Claramente había una broma interna con el puesto y trabajo de George, pero hasta él mismo parecía participar de ella, y a pesar de ese aspecto de hombre importante, se le veía sonreír a sus hermanos y disfrutar con ellos.
Eso sí, menos mal que Marcus estaba preguntando y que al final Sophia les redirigió a la dicha tienda, porque, sinceramente, no entendía nada de lo que estaban hablando. — ¿Está en Nueva York esa tienda? — Preguntó con hastío. — He vuelto agotada de allí, no quiero faltar a nadie, pero esa ciudad es una locura, dudo que pueda encontrar ninguna tienda allí. — Se oyeron risas. — La verdad es que todos vivimos o en barrios más tranquilos o ya en las afueras porque sí, Nueva York es una locura de ciudad, pero también una que te ofrece miles de posibilidades. — Comentó Dan.
— ¿No te ha gustado Nueva York entonces? — Preguntó Sophia, con un poco de tristeza en la voz. — A ver que solo lleva un día aquí, podemos hacer que les guste un poco. — Dijo Frankie con su tono encantador. Ella respondió con una sonrisa amable. — No es eso… Es que… No hemos venido a divertirnos, realmente. Hay mucho que hacer, y cada minuto que no sé de mi hermano, lo paso peor. Y nosotros estamos acostumbrados a ciudades de magos… Nos aparecemos en todas partes, no tenemos coches… En fin, es un mundo demasiado diferente a lo que estamos acostumbrados, y ojalá tuviera otra situación y pudiera descubrir e investigar, porque me encantan los lugares nuevos y ver qué pueden ofrecerme, pero… No es el momento. Y además tengo por ahí los recuerdos de mi madre, y me faltan tantas partes de su historia… — En verdad está muy interesante descubrir parte de tu historia. Por eso nosotros querríamos ir a Irlanda. — Aportó Sophia. — Uy, la abuela Molly se volvería loca con vosotros, con lo que le gusta una casa llena. — El problema es que tiene que ser un viaje largo y aquí tenemos mucho trabajo… — Dijo Frankie con pesar. Sí, eso le había parecido, que allí la gente vivía mucho para trabajar, y parecían haber comprado ese estilo de vida, ni siquiera les veía aquejados por ello… Definitivamente, aquel país se le escapaba.
Volvió a la dinámica familiar gracias a la afirmación de Marcus de que iba a ponerse a hacer las hamburguesas, bajo la embobada mirada de grandes y pequeñas. — Es un conquistador nato, ¿eh? — Dijo Betty en voz más baja. — No lo sabes tú, pero lo entiendo porque he sido esas chicas, solo que yo me lo quedé. — La mujer rio y le dio en el hombro. — ¡Así se habla! — Pero se vio interrumpida por la algarabía de su propio marido al pedirle hacer hamburguesas. Ella sonrió a Macrus y le tiró un beso. — Y ahora además de alquimista, cocinero, yo eso quiero verlo yo que lo voy a contar por toda Inglaterra en cuanto vuelva… — La primera para ti, que eres su novia, y el primo Marcus es un caballero, como yo. — Dijo Frankie, pero ella negó. — No… Yo creo que la primera tiene que ser para… Maeve junior… Y luego el resto de las chicas que se lo han merecido, ¿no créeis? — ¡SÍ! ¡LO HA DICHO ELLA EH! ¡NOS LO HEMOS MERECIDO! — Saltó Saorsie poniéndose de pie en la silla. — ¡Hija! Ten cuidado y bájate de ahí. — ¿Y si salto para atrás? — Y Saorsie solita organizó tremendo lío en un momento, mientras veía a Frankie y Aaron acercarse a la barbacoa con Marcus, y miraba ciertamente esperanzada, deseando que alguna sbrechas se cerraran, que todos encontraran su lugar aquel día.
— Sé que Nueva York puede asustar un poco, pero lo mejor es preguntar a un neoyorkino de pura cepa. — Dijo la profunda voz de George sentándose a su lado, en el sitio vacío de Marcus. Sandra salió por detrás y se apoyó en su hombro con su perfecta sonrisa. — ¡Claro! Tienes que venir a nuestro pisito en el Upper East Side, es precioso y ahí te vas a enamorar de la vista de la ciudad. — Lo cierto es que entiendo que no estás en tu mejor momento… Y conozco a tu familia. — Dijo George en tono comprensivo. Ella frunció el ceño. — ¿Conoces a los Van Der Luyden? — Al padre de Aaron sobre todo… — La expresión de miedo absoluto debió traicionarla. — Tranquila, comprendo que es un tema sensible… Michael McGrath es de la cuerda contraria a la mía. A él todo le ha llovido del cielo, ¿sabes? La gente como yo ha tenido que medrar, porque mi padre no empezó con una casita adorable en Long Island, ¿sabes? Pero, un buen día, McGrath salió de Ilvermony y en menos de un año lo tenía prácticamente todo… — Negó, mirando a Aaron. — Excepto quizá una familia que le quiera… — Cogió la mano de su hija, la apretó y paseó los ojos por la mesa. — En eso también somos muy distintos, desde luego. — Eso la hizo sonreír. Sí, George era claramente más rico que su familia, y eso se notaba, y que era de otra madre también, pero miraba con el mismo cariño a todos, y claramente reservaba un hueco en su corazón de ejecutivo para la familia. — Tu familia es poderosa y, según algunos, tu madre incluida, probablemente, peligrosos. Si necesitas meterte en sus lides… Cuenta conmigo primero, no os lancéis a la boca del lobo sin más. — Ella asintió con una sonrisa agradecida. — Y yo os puedo ayudar con lo del móvil, que a mí me encantan y me resultan superútiles. — Aportó Sandy. Vaya, alguien ha cambiado radicalmente de actitud, ¿por qué será? Se preguntó, pero su reflexión y momento bonito, se vieron interrumpidos por un alocado mugido y el salto para atrás de los cuatro hombres que rodeaban la barbacoa. — ¡Que no cunda el pánico! — Gritó Jason, y Betty, desde su sitio, sin alterarse, lanzó un hechizo extintor a la barbacoa, solo para seguir hablando con Dan un segundo después. — Le tengo dicho que está desaprovechada haciendo pocioncitas para nuestro cuñado, pero no me escucha. — Dijo cómicamente George, a lo que Betty se encogió de hombros. — Mientras mi Maeve pueda tener una hamburguesa de su nuevo primo favorito, seguiré prefiriendo ser la heroína de la familia y haciendo pociones en mis ratos libres de este arduo trabajo. —
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Toda la carne en el asador Con Alice | En Nueva York | Del 2 de agosto de 2002 |
Le guiñó un ojo a Alice, mientras dejaba atrás comentarios diversos y se iba bien orgulloso e hinchado de ego hacia la barbacoa. - ¡Menuda atracción eres tú! - Le dijo el hombre, recibiéndole ya con un delantal en mano. Marcus se sorprendió. - ¡Ah! ¿Había más? - ¡Claro! Tengo varios, solo que estoy en una familia de sosos y nadie se lo quiere poner, solo yo. - ¡Pues yo también me lo pongo! Un instrumento que, además de impedir que me manche, me informa sobre el punto de la carne, ¿cómo lo voy a despreciar? - ¡¡Ese es mi chico!! ¡¡¡EH, PRIMO ARNIE!!! ¿¿ME ESCUCHAS DESDE LONDRES?? - Estoy por jurar que sí. - Oyó la voz hastiada de Sophia de fondo. Se aguantó la risa, pero el hombre siguió. - ¡TE LO ADOPTO! - Marcus rio. - Lo que estoy convencido es que esto no puede quedar solo aquí. Tenemos que vernos más, primo Jason. Creo que Irlanda es el punto de encuentro perfecto. - No se hable más. - Se giró a los suyos y volvió a gritar. - ¡FAMILIA! ¡ESTE AÑO LAS NAVIDADES SE HACEN EN IRLANDA! - Marcus miró a su novia y se encogió de hombros con una mueca inocente. Jason era de las personas más genuinamente graciosas que hubiera conocido. Lo cierto es que le recordaba bastante a Peter Bradley... Genial, ahora volvía a estar nostálgico de sus amigos.
Estaba viendo por dónde empezar cuando se acercaron Frankie y Aaron. - A ver, primo, que te veo perdido. - Dijo Frankie con tono jocoso, y agarró las pinzas. - Esto, pinzas. Se utilizan para darle la vuelta a la carne. - ¿Las hacéis sin magia? - Preguntó con genuina curiosidad. Marcus no concebía no usar la magia cada dos segundos. Jason siseó. - Bueeeeeeeno... la vaca del delantal es mágica. - Y la parrilla. ¿O tú ves algún botón? - Bueno, hijo, eso se había dado por hecho... - ¿Y entonces lo de las pinzas? - Preguntó Marcus entre risas, y Frankie, con exagerada naturalidad, respondió. - ¡Para darle un toque más hogareño, hombre! - Eso le hizo reír. Aaron también sonreía, pero miraba a todos con los ojos muy abiertos. - No dejo de alucinar... - Va, señorito, tú le das la vuelta a la primera. No te vayas a quemar. - Le dijo Frankie a Aaron, y este, con mucha prudencia, cogió las pinzas y trató de darle la vuelta a una de las carnes. Pero lo hizo con tanta inseguridad y presionando tanto, tardando tanto en girarla, que la partió, consiguiendo que acabara cada trozo en un lado, bajo los gritos de dolor de los presentes. Aunque todos se estaban riendo. - Ahora sé un valiente y di a quien le vas a dar la rota, McGrath. - No, no, me la como yo... - Vengaaaaa que esa hamburguesa lleva firma. - ¡Que no! ¡De verdad que no! - Y seguían riendo. Frankie no paraba. - Pues si está aquí mi hermana ya tendría nombre y apellido. - Y todos estallaron en una carcajada, pero tras las risas, Jason dijo. - ¿Quién? - Y Marcus y Aaron se tuvieron que tapar la boca para que la risa no fuera demasiado descarada, mientras Frankie miraba a su padre con cara de circunstancias. - Papá, por el amor de Merlín... - ¡Tu hermana es muy buena niña y en esta familia todos nos llevamos bien! - A ver, Marcus, demuestra que de verdad eres un tío listo. - Dijo Frankie, y Marcus tuvo que contener la risa fuertemente. - Si mi hermana tuviera que darle una hamburguesa rota a alguien, ¿a quién se la daría? - Marcus siseó, fingiendo suspense y estar pensándose cómo decirlo. - A ver... sin querer faltar a nadie... pero yo diría que a Sandy. - ¿Ves? Hasta el nuevo lo ha pillado. - Yo también lo había pillado. - Apuntó Aaron, y Marcus se volvió a reír. Jason se puso muy recto y les señaló. - Pues que sepáis, listos todos, que Sandy... ¡Es vegetariana! ¡Boom hace la dinamita! - Papá, era broma. - Dijo Frankie con una voz de evidencia que ya directamente provocó que Marcus y Aaron lloraran de la risa.
- Bueno, vamos a darle el toque especial... - Espera, espera, que eso hay que explicarlo... - ¡No hay que explicar nada! - Jason se estaba acercando varita en mano a la barbacoa y Frankie parecía querer parapetar, pero el hombre iba muy dispuesto. - ¡Mira las vacas! Ahora es cuando están en el punto perfecto... - Bueno, a ver. - Se giró hacia ellos. - Mi padre es que dice que tiene un truco para que estén más jugosas. - Miró al hombre de nuevo. - Pero el primo Marcus yo creo que quería colaborar, y aún no ha hecho nada. - Eso, primo Jason. Yo ayudo, que quiero llevar algunas que he prometido por ahí. - Pues con este truco te van a quedar... - Papá, no. - ¿Y tú te haces llamar Ave del trueno? Aaron, ayúdame. - Eeemm no sé muy bien qué hay que hacer... - ¡¿Para qué están las vacas?! - Y se generó una absurda y cómica disputa entre los cuatro, en la que, entre tanto, Jason hacía algo que Marcus no lograba identificar con la varita, y Frankie volvía a sacar las pinzas, pero removía a su vez el carbón de abajo, y echaban algo por encima, y Aaron no paraba de reír, y Marcus de repente vio que la vaca cogía un color muy poco natural... Y no les dio tiempo a reaccionar. La llamarada les hizo dar un salto hacia atrás a los cuatro.
Al menos, en un segundo (y a pesar del grito de Jason que no ayudaba nada) el fuego se vio extinguido por Betty. Marcus se llevó una mano al pecho y Jason se giró hacia ellos, con la vaca del delantal mugiéndole enfadada, pero mirándoles con cara de normalidad, encogiéndose exageradamente de hombros. - ¿Veis? ¿Qué ha pasado? ¡Nada! - ¡Papá, casi nos achicharras! - Que nooooo, que es un truco. - Sí, pues díselo a tu vaca. - ¿Quién se ha quemado? - Preguntó la voz burlona de Fergus, que justo se acercó allí con una sonrisilla y puso un codo coleguero en el hombro de Aaron. - ¿Otra vez el truco asesino, papá? - ¡Que así salen mejor! - Huele un poco a quemado. - Se aventuró Marcus, con un punto de prudencia. - Hermano, toma nota. - Dijo Fergus, y le describió al mayor un hechizo que Marcus no había oído en la vida. En cuanto Frankie lo hizo, las hamburguesas tomaron un aspecto espectacular. Marcus y Aaron abrieron mucho los ojos. Jason se giró hacia el menor de sus hijos. - ¿Tú a qué vienes aquí? ¿A contradecir a tu padre? - Honestamente, vengo a tirarme el pisto delante del rico de la ciudad y del primo nuevo que ha causado sensación, a ver si me llevo puntos yo también. - Chasqueó la lengua, les guiñó un ojo y, marchándose de allí caminando de espaldas, dijo. - Y a salvaros la barbacoa. De nadaaaaa. - Y se fue, aunque a Marcus le hizo muchísima gracia la actitud.
- Venga, vamos a hacer entrada triunfal. Eso sí que es lo mío. - Dijo Marcus. Sacó la varita y, con gracilidad, empezó a colocar con mucha elegancia las hamburguesas en platos diferentes. - Para tu Betty. - Le dijo a Jason, colocando una hamburguesa en el plato que él llevaría. Luego miró a Frankie y le guiñó un ojo. - Para la tía Shannon. - Tú sí que sabes conquistar. - Respondió el otro. Hizo lo mismo con Aaron. - Estas para los anfitriones. - El otro sonrió. Le iba a venir bien estar con los dos tíos, eran muy cariñosos y acogedores. Fue repartiendo las hamburguesas en los tres platos y, por supuesto, él se colocó en el suyo las de las niñas y la de su novia. - Y ahora, el toque final. - E hizo nacer, a punta de varita, un pequeño trébol en cada uno de los platos, lo que levantó varias exclamaciones y risas en los presentes. Se giraron los cuatros y, antes de poder anunciarse pomposamente, ya lo hizo Jason por él. - ¡A VER, QUE LLEGAN LOS CABALLEROS CON LA COMIDA! - Todos se echaron a reír y cada uno fue a su puesto.
Repartió a las niñas y dejó otra en el plato de su novia, con sonrisa, guiño y beso en la mejilla incluidos, porque si no, no era él. Por supuesto, fue a sentarse con Maeve con las dos hamburguesas que quedaban: la suya y la de ella. - Sé que no ha sido la primera como te prometí. - La niña le estaba mirando con las sonrisas sonrojadas. - Pero ¿te confieso algo? - Esta encogió un hombro levemente. Lo interpretaría como un sí. Se acercó y le susurró en confidencia. - Es la única que he hecho yo de verdad. Las otras no me han dejado tocarlas. - Eso la hizo reír. Le estrechó la mano a modo de gracioso saludo y dijo. - Creo que no me he presentado como es debido: Marcus O'Donnell, tu primo lejano. Es un placer. - Arqueó las cejas y se acomodó en su asiento, hamburguesa en mano. - Pudwudgie ¿eh? Cuéntame, ¿qué tal es Ilvermorny? -
Estaba viendo por dónde empezar cuando se acercaron Frankie y Aaron. - A ver, primo, que te veo perdido. - Dijo Frankie con tono jocoso, y agarró las pinzas. - Esto, pinzas. Se utilizan para darle la vuelta a la carne. - ¿Las hacéis sin magia? - Preguntó con genuina curiosidad. Marcus no concebía no usar la magia cada dos segundos. Jason siseó. - Bueeeeeeeno... la vaca del delantal es mágica. - Y la parrilla. ¿O tú ves algún botón? - Bueno, hijo, eso se había dado por hecho... - ¿Y entonces lo de las pinzas? - Preguntó Marcus entre risas, y Frankie, con exagerada naturalidad, respondió. - ¡Para darle un toque más hogareño, hombre! - Eso le hizo reír. Aaron también sonreía, pero miraba a todos con los ojos muy abiertos. - No dejo de alucinar... - Va, señorito, tú le das la vuelta a la primera. No te vayas a quemar. - Le dijo Frankie a Aaron, y este, con mucha prudencia, cogió las pinzas y trató de darle la vuelta a una de las carnes. Pero lo hizo con tanta inseguridad y presionando tanto, tardando tanto en girarla, que la partió, consiguiendo que acabara cada trozo en un lado, bajo los gritos de dolor de los presentes. Aunque todos se estaban riendo. - Ahora sé un valiente y di a quien le vas a dar la rota, McGrath. - No, no, me la como yo... - Vengaaaaa que esa hamburguesa lleva firma. - ¡Que no! ¡De verdad que no! - Y seguían riendo. Frankie no paraba. - Pues si está aquí mi hermana ya tendría nombre y apellido. - Y todos estallaron en una carcajada, pero tras las risas, Jason dijo. - ¿Quién? - Y Marcus y Aaron se tuvieron que tapar la boca para que la risa no fuera demasiado descarada, mientras Frankie miraba a su padre con cara de circunstancias. - Papá, por el amor de Merlín... - ¡Tu hermana es muy buena niña y en esta familia todos nos llevamos bien! - A ver, Marcus, demuestra que de verdad eres un tío listo. - Dijo Frankie, y Marcus tuvo que contener la risa fuertemente. - Si mi hermana tuviera que darle una hamburguesa rota a alguien, ¿a quién se la daría? - Marcus siseó, fingiendo suspense y estar pensándose cómo decirlo. - A ver... sin querer faltar a nadie... pero yo diría que a Sandy. - ¿Ves? Hasta el nuevo lo ha pillado. - Yo también lo había pillado. - Apuntó Aaron, y Marcus se volvió a reír. Jason se puso muy recto y les señaló. - Pues que sepáis, listos todos, que Sandy... ¡Es vegetariana! ¡Boom hace la dinamita! - Papá, era broma. - Dijo Frankie con una voz de evidencia que ya directamente provocó que Marcus y Aaron lloraran de la risa.
- Bueno, vamos a darle el toque especial... - Espera, espera, que eso hay que explicarlo... - ¡No hay que explicar nada! - Jason se estaba acercando varita en mano a la barbacoa y Frankie parecía querer parapetar, pero el hombre iba muy dispuesto. - ¡Mira las vacas! Ahora es cuando están en el punto perfecto... - Bueno, a ver. - Se giró hacia ellos. - Mi padre es que dice que tiene un truco para que estén más jugosas. - Miró al hombre de nuevo. - Pero el primo Marcus yo creo que quería colaborar, y aún no ha hecho nada. - Eso, primo Jason. Yo ayudo, que quiero llevar algunas que he prometido por ahí. - Pues con este truco te van a quedar... - Papá, no. - ¿Y tú te haces llamar Ave del trueno? Aaron, ayúdame. - Eeemm no sé muy bien qué hay que hacer... - ¡¿Para qué están las vacas?! - Y se generó una absurda y cómica disputa entre los cuatro, en la que, entre tanto, Jason hacía algo que Marcus no lograba identificar con la varita, y Frankie volvía a sacar las pinzas, pero removía a su vez el carbón de abajo, y echaban algo por encima, y Aaron no paraba de reír, y Marcus de repente vio que la vaca cogía un color muy poco natural... Y no les dio tiempo a reaccionar. La llamarada les hizo dar un salto hacia atrás a los cuatro.
Al menos, en un segundo (y a pesar del grito de Jason que no ayudaba nada) el fuego se vio extinguido por Betty. Marcus se llevó una mano al pecho y Jason se giró hacia ellos, con la vaca del delantal mugiéndole enfadada, pero mirándoles con cara de normalidad, encogiéndose exageradamente de hombros. - ¿Veis? ¿Qué ha pasado? ¡Nada! - ¡Papá, casi nos achicharras! - Que nooooo, que es un truco. - Sí, pues díselo a tu vaca. - ¿Quién se ha quemado? - Preguntó la voz burlona de Fergus, que justo se acercó allí con una sonrisilla y puso un codo coleguero en el hombro de Aaron. - ¿Otra vez el truco asesino, papá? - ¡Que así salen mejor! - Huele un poco a quemado. - Se aventuró Marcus, con un punto de prudencia. - Hermano, toma nota. - Dijo Fergus, y le describió al mayor un hechizo que Marcus no había oído en la vida. En cuanto Frankie lo hizo, las hamburguesas tomaron un aspecto espectacular. Marcus y Aaron abrieron mucho los ojos. Jason se giró hacia el menor de sus hijos. - ¿Tú a qué vienes aquí? ¿A contradecir a tu padre? - Honestamente, vengo a tirarme el pisto delante del rico de la ciudad y del primo nuevo que ha causado sensación, a ver si me llevo puntos yo también. - Chasqueó la lengua, les guiñó un ojo y, marchándose de allí caminando de espaldas, dijo. - Y a salvaros la barbacoa. De nadaaaaa. - Y se fue, aunque a Marcus le hizo muchísima gracia la actitud.
- Venga, vamos a hacer entrada triunfal. Eso sí que es lo mío. - Dijo Marcus. Sacó la varita y, con gracilidad, empezó a colocar con mucha elegancia las hamburguesas en platos diferentes. - Para tu Betty. - Le dijo a Jason, colocando una hamburguesa en el plato que él llevaría. Luego miró a Frankie y le guiñó un ojo. - Para la tía Shannon. - Tú sí que sabes conquistar. - Respondió el otro. Hizo lo mismo con Aaron. - Estas para los anfitriones. - El otro sonrió. Le iba a venir bien estar con los dos tíos, eran muy cariñosos y acogedores. Fue repartiendo las hamburguesas en los tres platos y, por supuesto, él se colocó en el suyo las de las niñas y la de su novia. - Y ahora, el toque final. - E hizo nacer, a punta de varita, un pequeño trébol en cada uno de los platos, lo que levantó varias exclamaciones y risas en los presentes. Se giraron los cuatros y, antes de poder anunciarse pomposamente, ya lo hizo Jason por él. - ¡A VER, QUE LLEGAN LOS CABALLEROS CON LA COMIDA! - Todos se echaron a reír y cada uno fue a su puesto.
Repartió a las niñas y dejó otra en el plato de su novia, con sonrisa, guiño y beso en la mejilla incluidos, porque si no, no era él. Por supuesto, fue a sentarse con Maeve con las dos hamburguesas que quedaban: la suya y la de ella. - Sé que no ha sido la primera como te prometí. - La niña le estaba mirando con las sonrisas sonrojadas. - Pero ¿te confieso algo? - Esta encogió un hombro levemente. Lo interpretaría como un sí. Se acercó y le susurró en confidencia. - Es la única que he hecho yo de verdad. Las otras no me han dejado tocarlas. - Eso la hizo reír. Le estrechó la mano a modo de gracioso saludo y dijo. - Creo que no me he presentado como es debido: Marcus O'Donnell, tu primo lejano. Es un placer. - Arqueó las cejas y se acomodó en su asiento, hamburguesa en mano. - Pudwudgie ¿eh? Cuéntame, ¿qué tal es Ilvermorny? -
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Ivanka
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Toda la carne en el asador Con Marcus | En Long Island| 2 de agosto de 2002 |
Parecía que el pequeño incendio no había sido para tanto, todos parecían reírse, incluso su novio, con lo agonías que era. Y de verdad que se le veía integrado en la familia, como si llevara toda la vida con ellos, de hecho ahí estaba, planificando las Navidades. — Seguro que justo en eso están pensando los tíos de Irlanda. — Dijo Sophia con un suspiro. — No, tu tía Molly no podría estar más feliz, y a Lawrence, con los años, le hace mucha ilusión ver mucha familia junta… — Sonrió con tristeza y miró a Marcus hablando con Maeve junior. — Hay que valorar la capacidad de estar juntos, nunca sabes cuando se te puede acabar. Mi tía Vivi, esa mujerona rubia de la que hablaba antes tu padre, siempre dice que no hay que tener miedo a la muerte si no a la vidano vivida, así que vivamos, al menos una vez en la vida, la experiencia de estar todos juntos en Navidad en Irlanda. — Miró a Marcus y le tiró un beso. — Yo creo que va a ser precioso. — Betty, Shannon y Sophia la miraban en un punto entre la ternura y la tristeza, así que ella sonrió más y dijo. — No me miréis más así y decidme que vais a venir. — Sophia se enganchó de su brazo y sonrió. — Se lo prometemos, ¿verdad, mamá? — ¡Pues claro! Cualquiera os dice que no a unos Laceys ilusionados. —
Alice hubiera sido mucho más participativa en cualquier otro momento, en una casa llena de niños, con tantos juegos, gente y conversaciones. Realmente era como estar en casa O’Donnell pero con más gente, y todo el mundo era encantador. Pero había vivido muchas cosas esa mañana y solo tenía fuerzas para mirarlo todo con una sonrisa desde su silla, simplemente agradecer tener ese lugar luminoso allí. Marcus con Maeve y las pequeñas, con Sophia corriendo por el jardín, haciendo que perseguía a Fergus con Arnie en brazos, a los mayores que reservaban ese momento para el descanso y el disfrute… Simplemente disfrutaba del ambiente. — Antes no he podido hablar mucho contigo. Solo me han dicho que tú también quieres ser sanadora, parece que cada vez que alguien quiere serlo me la encasquetan a mí. — Dijo la voz dulce y cálida de Shannon, sentándose a su lado. Era una persona tremendamente agradable, y Alice sentía un gran alivio en el alma cuando la oía hablar. Suponía que eso era una buena enfermera, sinceramente, se dejaría pinchar y de todo por aquella mujer que parecía tan tranquila. — Sí que quiero serlo. Y alquimista. — Shannon amplió la sonrisa y asintió, entornando los ojos. — Oh, como el tío Larry, por supuesto. De niña me hacía montón de fruslerías y me tenía hechizada. Marcus también lo va a ser, ¿no? — Alice asintió y sonrió. — Él más que yo. Yo solo para sanar. — Shannon asintió. — La verdad es que siempre he pensado en que nos vendría muy bien un alquimista en el consultorio, pero… Bueno es que la sanidad en Estados Unidos es muy diferente y hacemos lo que podemos para ofrecérsela a quien no puede permitírsela, así que el suelo de un alquimista nos encarecería el precio, claro. — Alice asintió con interés. — Hay tantas cosas de aquí que todavía se me escapan… O sea, asumía que todos los países tienen su sanidad mágica, como en Inglaterra y Francia. — Shannon rio y se partió un trozo de bizcocho. — ¿Quieres? — No, no quería, pero le daba cosa rechazar nada de esa familia tan amable, así que cogió el cachito y masticó, mirando ausentemente a Marcus con las niñas.
— Quería venir aquí, lejos de la gente… Porque bueno, supongo que estás un poco cansada de que te miren con pena cuando se habla de tu madre. — Alice se giró extrañada, pero luego encogió un hombro. — No… Estoy acostumbrada. A todo el mundo le da por pensar que le pasaría si le faltara su madre cuando hablamos de ella. — Shannon asintió y también miró a las niñas. — O en qué pasaría si les faltaras tú… — Era la primera vez que alguien le decía en voz alta algo así. Ella lo pensaba mucho, por supuesto, aunque ahora no tuviera la mente ahí. — Pero eres una chica muy fuerte y te admiro un montón por lo que estás haciendo. Te admiramos todos. — Ella amplió un poco la sonrisa. — No hay nada que admirar. Tu padre hizo algo parecido, solo que tuvo que dejar su tierra y todo lo que conocía por sacar adelante a su familia. Por la familia se hacen estas cosas. — La mujer asintió y suspiró. — Por lo que cuenta tu primo Aaron… No todas las familias. — Ella apretó los labios y asintió. — Las buenas familias al menos. —
Shannon pareció pensarse fuertemente lo que iba a decir a continuación, pero al final, cogió aire y mantuvo la sonrisa. — Yo conocía a tu madre. Era mi compañera de casa, un año menor que yo. Era preciosa, igual que tú, según te he visto ha sido como si volviera al colegio. Pero siempre, siempre estaba sola y triste. — Ahí Alice frunció el ceño realmente extrañada. — ¿Mi madre triste? Yo la recuerdo siempre sonriendo, creo que de lo que más me acuerdo es de su sonrisa. — Shannon la miró con cariño. — Eso es muy bonito. Y me tranquiliza en parte, porque eso quiere decir que encontró la felicidad y su sitio en el mundo. — Eso decía ella, desde luego. — La mujer cogió la bolsa del carrito de Arnie y sacó una foto. — Mira, la he traído para ti. — Y le dio una foto de un montón de niñas de uniforme en un jardín. — Esa soy yo. — Dijo señalando a la más alta. — Eras altísima. Bueno, lo eres. — Ella se echó a reír. — La verdad es que sí. La gente le hace muchas bromas a Dan con eso. — Movió el dedo. — Y esa es tu madre con dieciséis años, nos hicimos esa foto el último día de curso todas las chicas de Pukwudgie. — Miró a la que apuntaba y… Sí, claro que la reconocía, se parecían muchísimo, pero… Recordaba esa cara en sí misma, en cuarto, cuando era tan infeliz que no era capaz de poner otra cara ante el espejo. — ¿Esa es mi madre de verdad? —Parpadeó. — Nunca… La imaginé así. — Shannon señaló otra niña, muy parecida. — Esa es tu tía Lucy, la madre de Aaron. — Lucy era ideal. Toda estirada, risa impecable, se reía con otro grupo de chicas… Y mientras tanto, su madre ahí, con esa carita de pena. — La cara de tu madre siempre me pareció la de alguien que necesita auxilio pero que ni en el peor momento lo pediría. Siempre que me acercaba a ella, para ver si podía… ayudarla, ofrecerle compañía, siempre tan solita… Ella me ponía esa misma sonrisa y, muy delicadamente, acababa yéndose, evitándome, a mí y a cualquiera. — Alice batalló muy fuerte las ganas de llorar. — ¿Sabes? Ella nunca nunca me habló de la vida aquí. Casi no hablaba de América ni mucho menos de los Van Der Luyden. Sigo sin verlos como familia mía, la verdad, son algo ajeno… Ahora entiendo por qué. Y por qué adoraba tantísimo a mi padre. Siempre se reía a carcajadas con él. — Shannon le apretó la mano. — Mira, yo ahora que tengo cuatro hijos que quiero que vean el mundo como un lugar fundamentalmente alegre. Debajo de esta cúpula, con sus primos, sus juguetes… — Dijo señalándoles mientras armaban alboroto y se trepaban por las espaldas de Frankie jr. Y Marcus. — Si fueras mis niños te diría: quédate con eso. Con lo felices que fueron, con lo feliz que la hicisteis los últimos años. Me consuela, la verdad, me alegra ese hecho. — La miró a los ojos. — Pero la realidad no es así, por desgracia. Y el hecho de saber esto… Creo que te ayudará a recordar por qué luchas, y por qué vas a luchar todo lo que te queda. Por lo que a tu madre la sacó de esto — dijo señalando la foto — para llegar a lo que tu recuerdas. Que tienes que mantener ese sueño que fue para tu madre su familia, y cuidar de la tuya, porque sois un tesoro en vosotros mismos. — Ladeó la cabeza y amplió la sonrisa. — Aunque ya seas una Lacey, aquí estás más que aceptada. Cualquiera le dice ahora a todos los jóvenes que les quitamos a los primos guapos y apasionantes de acento británico. — Ambas rieron y Alice se quedó pensativa, pero más tranquila que aquella mañana. Agradecía poder reír, poder simplemente disfrutar del momento, la sinceridad… Igual América era hostil para ella, pero los Lacey siempre serían su familia, y eso lo sabía desde ese momento.
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
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Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
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Freyja
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Toda la carne en el asador Con Alice | En Nueva York | Del 2 de agosto de 2002 |
- ...Y entonces Hanna me dijo, "claro, eso es porque tu padre es médico", y yo, "¡que no!", y ella, "y tú el día de mañana vas a ser o médico o enfermera como tus padres y te lo van a dar todo sin estudiar", y yo, "¡que no!". - ¡Qué pesada! - ¿A que sí? - Había conseguido que Maeve cogiera confianza a base de hacerle preguntas, y a esas alturas ya se conocía media generación de segundo curso de Ilvermorny, porque Maeve había cogido carrerilla y no la soltaba. - Ya he dicho que quiero ser arquitecta. ¿Por qué no se entera? - Yo también conozco a una Hanna... Son un poco tontas. - La niña rio. - ¿Arquitecta, entonces? - Maeve asintió, y se sacó un pergamino del bolsillo. - ¿Sabes qué es esto? - Por lo pronto veo que llevas pergaminos en los bolsillos a las reuniones familiares y ya solo por eso me caes bien. - Y, para ilustrar el por qué, sacó él uno del suyo, lo cual hizo de nuevo reír a la niña pero con un punto ruborizado muy evidente. Cuando se recuperó del sonrojo, lo desdobló. - Lo he hecho yo. Iba a enseñárselo a los abuelos. - Marcus miró ceñudo. - ¿Es el plano de esta casa? - Ella asintió enérgicamente, con ilusión. - Me encanta dibujar y delinear, y me gustan mucho los planos. Tengo un montón de mi casa. Y de la casa de los primos. Y de la de los abuelos tenía muchos dibujos, pero no tenía el plano grande. - ¡Pero esto es genial! - Ya no estaba simplemente adulando, estaba ciertamente sorprendido. - Eres muy buena. - Pero la niña agachó la cabeza y se encogió de hombros. - Bueno... Cuando los primos estudian, siempre consiguen cosas super guais en muy poco tiempo. Yo tengo que trabajar un montón para hacerlo. - Pero lo importante no es lo que tardes, sino el resultado. Te lo aseguro. - Confirmó él, y ella volvió a poner una sonrisita sonrojada.
- ¡Vamos a por el primo Marcus! ¡Uuuuuuuuuuh! - Escuchó la voz de Sophia en su dirección y la vio venir corriendo con Arnie en brazos. Oficialmente, podía empezar a hacer el tonto. - ¡Me atropellan! - ¡Corre, corre, que se escapa! - Gritó la chica, porque Marcus había dado un salto en la silla y empezado a hacer como que huía por el jardín. - ¡Yo lo cazo! ¡Entra cazador al terreno de juego! - ¡No, por Merlín! ¿Qué es esto? Me persiguen mi padre en miniatura y mi hermano en pelirrojo. - Exclamó, haciendo reír a sus primos. Escuchó a Fergus gritar. - ¡Primo, primo, yo te cubro! ¡Por aquí! - ¡Noooo! - Apareció Saoirse, con cara de ir a hacer una travesura monumental, y sin miramiento alguno se lanzó contra Fergus. Casi se caen los dos al suelo. - ¡¿Pero qué hace esta?! - ¡Tirarte! - ¿¡A mí por qué!? ¡Mira, primo nuevo, Saoirse está en tu contra! - ¡Mentira! ¡Le has puesto a Alice una hamburguesa que pica! - ¡¡Otra vez!! ¡Ya hemos cambiado de juego! ¡Y el cretino que quería ponerle la salsa fuerte era aquel! - Bramó Fergus mientras intentaba defenderse de los ataques de la niña, señalando a un Frankie muerto de risa de salirse con la suya, mientras perseguía a Marcus.
Y Marcus, que la habilidad física no era la que tenía más entrenada, empezó a tener serios apuros para aguantar tanto tiempo una carrera, por mucho que fuera de broma, y Frankie le derribó. - ¡Lo tengo! - ¡Socorro! - ¡¡¡YO TE AYUDO!!! - Gritó Ada, corriendo hacia él, pero su ayuda consistió en ponerse de rodillas a su lado y tirarle del brazo como si realmente pensara que ella iba a tener más fuerza que Frankie para sacarle del aprisionamiento. Lo único que iba a conseguir era darle la manga de sí, pero Marcus se estaba riendo mucho. Entre otras cosas porque, sin esperarlo nadie claramente, Maeve cayó inmisericordemente encima de la espalda de Frankie. - ¡¡Suéltalo!! - ¡¡¿¿Pero qué es esto??!! ¡Me has puesto ya a las niñas en mi contra! ¿Qué les has dado? ¿Amortentia? - Es mi encanto natural, primo. - Contestó, jadeando porque se moría de risa y porque Ada seguía tirando de él como podía. Escuchaba a Fergus y a Saoirse pelearse como dos perros en un parque. Definitivamente, necesitaba más de eso en su vida diaria. Estaba como en casa.
Logró escurrirse como pudo, jadeando por el esfuerzo y poniéndose de pie, con las manos en las rodillas. - ¡Ya hemos liberado al primo Marcus! - Dijo Ada, abrazándose a sus rodillas. Esa niña era un amor, estaba derretido por completo. Aunque aún podía derretirse más. - Por un momento he temido ciertamente que te rompieran. - Dijo Sophia riendo. Marcus se dejó caer en una silla y la chica, que de tonta no tenía un pelo, debió interpretarle la mirada, porque sonrió y le ofreció. - ¿Te lo presto? - Porfa. Un ratito. - Pidió, y ya sentado y más recuperado (y con las niñas dándole un poco de margen), dejó al bebé en sus brazos. - Hola, colega. Buah, qué cara de llamarte Arnold tienes, te pega un montón. - Dijo mientras le hacía rebotar con cuidadito en sus piernas, lo cual provocó en el bebé una risita musical adorable. Sophia se sentó en el suelo a su lado. - Mira, este te va a conocer desde el primer día. - Se miraron. - Dice Alice que tus abuelos estarían encantados de tenernos por Irlanda. - Te lo confirmo yo también. - Dijo entre risas. La chica sonrió. - Me gusta la idea... Me habéis caído bien. - Dobló las rodillas y apoyó los antebrazos en ella. - Me encanta mi familia, pero a veces... no sé, me siento un poco... ¿Fuera de lugar? No, no es esa la palabra. Ya has visto lo acogedores que son. Simplemente... - ¿Demasiado lista? - Terminó Marcus, y ante la mirada de ella negó levemente. - No es cruel decirlo. No estás llamando tonto a nadie, de hecho, da gusto estar con ellos. Pero sé lo que quieres decir. Sé lo que se siente... cuando piensas de más, ves de más, aspiras a más, y no siempre se te sigue el ritmo. - Ladeó la cabeza varias veces. - Me ha pasado. He tenido la gran suerte de coincidir con Alice en mi vida, que en eso es como yo, y al abuelo Larry, que en eso he salido a él, aunque él es mucho más pausado. Pero hasta a mis padres he llegado a agotarlos, no te digo ya a mi hermano o a algunos de mis amigos y conocidos. - La miró y amplió la sonrisa, sin dejar de mover al bebé, porque le encantaba que se riera. - Con nosotros nunca te va a faltar conversación. - Ella sonrió de vuelta y agarró la manita de Alice. - Con nosotros nunca os va a faltar una familia. Sea donde sea. -
- ¡Vamos a por el primo Marcus! ¡Uuuuuuuuuuh! - Escuchó la voz de Sophia en su dirección y la vio venir corriendo con Arnie en brazos. Oficialmente, podía empezar a hacer el tonto. - ¡Me atropellan! - ¡Corre, corre, que se escapa! - Gritó la chica, porque Marcus había dado un salto en la silla y empezado a hacer como que huía por el jardín. - ¡Yo lo cazo! ¡Entra cazador al terreno de juego! - ¡No, por Merlín! ¿Qué es esto? Me persiguen mi padre en miniatura y mi hermano en pelirrojo. - Exclamó, haciendo reír a sus primos. Escuchó a Fergus gritar. - ¡Primo, primo, yo te cubro! ¡Por aquí! - ¡Noooo! - Apareció Saoirse, con cara de ir a hacer una travesura monumental, y sin miramiento alguno se lanzó contra Fergus. Casi se caen los dos al suelo. - ¡¿Pero qué hace esta?! - ¡Tirarte! - ¿¡A mí por qué!? ¡Mira, primo nuevo, Saoirse está en tu contra! - ¡Mentira! ¡Le has puesto a Alice una hamburguesa que pica! - ¡¡Otra vez!! ¡Ya hemos cambiado de juego! ¡Y el cretino que quería ponerle la salsa fuerte era aquel! - Bramó Fergus mientras intentaba defenderse de los ataques de la niña, señalando a un Frankie muerto de risa de salirse con la suya, mientras perseguía a Marcus.
Y Marcus, que la habilidad física no era la que tenía más entrenada, empezó a tener serios apuros para aguantar tanto tiempo una carrera, por mucho que fuera de broma, y Frankie le derribó. - ¡Lo tengo! - ¡Socorro! - ¡¡¡YO TE AYUDO!!! - Gritó Ada, corriendo hacia él, pero su ayuda consistió en ponerse de rodillas a su lado y tirarle del brazo como si realmente pensara que ella iba a tener más fuerza que Frankie para sacarle del aprisionamiento. Lo único que iba a conseguir era darle la manga de sí, pero Marcus se estaba riendo mucho. Entre otras cosas porque, sin esperarlo nadie claramente, Maeve cayó inmisericordemente encima de la espalda de Frankie. - ¡¡Suéltalo!! - ¡¡¿¿Pero qué es esto??!! ¡Me has puesto ya a las niñas en mi contra! ¿Qué les has dado? ¿Amortentia? - Es mi encanto natural, primo. - Contestó, jadeando porque se moría de risa y porque Ada seguía tirando de él como podía. Escuchaba a Fergus y a Saoirse pelearse como dos perros en un parque. Definitivamente, necesitaba más de eso en su vida diaria. Estaba como en casa.
Logró escurrirse como pudo, jadeando por el esfuerzo y poniéndose de pie, con las manos en las rodillas. - ¡Ya hemos liberado al primo Marcus! - Dijo Ada, abrazándose a sus rodillas. Esa niña era un amor, estaba derretido por completo. Aunque aún podía derretirse más. - Por un momento he temido ciertamente que te rompieran. - Dijo Sophia riendo. Marcus se dejó caer en una silla y la chica, que de tonta no tenía un pelo, debió interpretarle la mirada, porque sonrió y le ofreció. - ¿Te lo presto? - Porfa. Un ratito. - Pidió, y ya sentado y más recuperado (y con las niñas dándole un poco de margen), dejó al bebé en sus brazos. - Hola, colega. Buah, qué cara de llamarte Arnold tienes, te pega un montón. - Dijo mientras le hacía rebotar con cuidadito en sus piernas, lo cual provocó en el bebé una risita musical adorable. Sophia se sentó en el suelo a su lado. - Mira, este te va a conocer desde el primer día. - Se miraron. - Dice Alice que tus abuelos estarían encantados de tenernos por Irlanda. - Te lo confirmo yo también. - Dijo entre risas. La chica sonrió. - Me gusta la idea... Me habéis caído bien. - Dobló las rodillas y apoyó los antebrazos en ella. - Me encanta mi familia, pero a veces... no sé, me siento un poco... ¿Fuera de lugar? No, no es esa la palabra. Ya has visto lo acogedores que son. Simplemente... - ¿Demasiado lista? - Terminó Marcus, y ante la mirada de ella negó levemente. - No es cruel decirlo. No estás llamando tonto a nadie, de hecho, da gusto estar con ellos. Pero sé lo que quieres decir. Sé lo que se siente... cuando piensas de más, ves de más, aspiras a más, y no siempre se te sigue el ritmo. - Ladeó la cabeza varias veces. - Me ha pasado. He tenido la gran suerte de coincidir con Alice en mi vida, que en eso es como yo, y al abuelo Larry, que en eso he salido a él, aunque él es mucho más pausado. Pero hasta a mis padres he llegado a agotarlos, no te digo ya a mi hermano o a algunos de mis amigos y conocidos. - La miró y amplió la sonrisa, sin dejar de mover al bebé, porque le encantaba que se riera. - Con nosotros nunca te va a faltar conversación. - Ella sonrió de vuelta y agarró la manita de Alice. - Con nosotros nunca os va a faltar una familia. Sea donde sea. -
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Toda la carne en el asador Con Marcus | En Long Island| 2 de agosto de 2002 |
El atardecer se estaba acabando, y se levantaba una suave brisa que se agradecía entre tanto asfalto, aunque Alice estaba segura de que en Nueva York no debía sentirse. Marcus y ella habían ido rotando de una conversación a otra, aquí y allá, aunque ahora Alice tenía a Saorsie en sus rodillas, dibujando junto a Ada cosas que ella les iba diciendo. — ¿A que mi ave de trueno es más bonita? — Insistía la pequeña. — Las dos son estupendas, son estilos distintos, y eso es lo bonito. Y es curioso que lo hagáis tan distinto siendo hermanas y llevándoos tan poco. — Señaló ella con una sonrisa. Shannon rio y se recostó en la silla. — Es que no las pude pedir más distintas las unas de las otras, para tener un hogar variadito. — Le dio la mano a Dan y este dejó un beso en ella, mientras ella preguntaba. — ¿Este cómo creerás que saldrá? — Igualito a ti, mi amor, si no te lo quitas de encima, aunque por lo que veo, al primo Marcus también le ha cogido cariño. — Alice dirigió la mirada y vio al pequeño dormido sobre el pecho de su novio, mientras hablaba con George y Sandy, y también localizó a Aaron, hablando con Frankie y Sophia, parecía que se estaban resarciendo un poco. — Te lo voy a traer todos los días. Y a todas las demás, que se han quedado muy bien contigo. — Y ella no podía evitar sonreír, Marcus con los niños tenía un lugar especial en su corazón.
— Pero vamos a aprovechar y nos vamos a ir ya. — Decidió Shannon. — Y nosotros. — Dijo Betty. — Que luego me acuesto hasta las tantas organizando vuestro desorden. — ¿Mi desorden? — Preguntó Sophia, indignada, desde las escaleras del porche. — Tú me has entendido, hija… — Alice se levantó y se despidió de las niñas. — ¿Entonces vais a quedaros aquí para siempre? — Eso le hizo reír mirando a Saorsie. — ¿Cuándo hemos dicho eso? — La niña se encogió de hombros sin más. — En algún momento, yo lo he oído. — Dijo toda tranquila y segura. La verdad es que er auna familia preciosa, llena de gente muy distinta, pero todos buenas personas, a su manera. Sophia y Sandy se quedaron un poquito atrasadas respecto a los padres. — Si necesitáis lo que sea con los móviles, me avisáis, o venís a Queens a casa, lo que sea… — Mira, yo os voy a dejar mi número aquí, para cuando tengáis el móvil, me llaméis la primera. — Dijo Sandy abriéndose paso por delante de Sophia. — Yo también tengo. — Replicó la pelirroja, y le extendió un papelito. — Maeve, cariñito, ¿me dejas uno de tus pergaminos? — Y la chica corrió a darle uno. — Al primo Marcus le ha encantado que los llevara encima. — ¿Sí? Qué bien… — Dijo Sandy ausente mientras escribía el número. Pero eso hacía más auténtica esa familia. No eran perfectos, eran… Reales, con sus rifirrafes, sus meteduras de pata, sus planes… ¿Para qué negarlo? Echaba de menos a sus Gallia, con sus desastres, sus gritos, sus locuras… Suspiró y terminó de despedirse de todos, y luego se puso a ayudar a Maeve a recoger.
Aaron claramente se había abonado a la compañía de los más mayores, quizá era la primera vez que se sentía amparado por gente más mayor que él, así que allí estaba, portándose como nunca, colaborando en recogerlo todo. — Oye, Maeve, ¿hay algún lugar bonito por aquí para pasear? — Dijo el chico. — Uy, pues dos calles más allá se ve ya el mar, hay un paseo muy bonito, muy natural, se ve el océano, y los días como hoy es muy agradable. — Aaron se giró y la miró. — ¿Por qué no vas a darte un paseo con Marcus? Yo ayudo por aquí. — Alice le miró extrañada. — Bueno, yo… Te lo agradezco, pero… — Venga, prima, ¿cuándo fue la última vez que estuviste sola de verdad con Marcus? — Ehhhh, ¿esta mañana? — Maeve se giró, mientras hechizaba las mesas y las sillas. — Creo que se refiere a estar solos sin hablar de cosas tristes o haciendo algo que teníais que hacer, simplemente… Disfrutando del tiempo juntos. — Se giró hacia Marcus, que estaba con Frankie en la puerta del jardín y suspiró, sonriendo. — ¿Qué me dices, prefecto? ¿Quieres dar un paseíto? — Lo cierto es que no se había dado cuenta de cuánto lo necesitaba, pero quizás Aaron se lo había leído en la mente, en algún rincón del que no era ni consciente. — No ha sido eso. — Susurró el chico, pasando por su lado. — Es que echo bastante de menos a Ethan y he pensado, pues anda ellos, que están aquí juntos pero sin un minuto para estar a solas… — Ella le miró con media sonrisa y una mirada de agradecimiento. Definitivamente le estaba sentando muy bien estar con los abuelos.
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Toda la carne en el asador Con Alice | En Nueva York | Del 2 de agosto de 2002 |
Como no viniera alguien rápido a darle conversación, iba a quedarse dormido él también. Y decía también porque, desde hacía ya al menos quince minutos, tenía a un Arnie plácidamente dormido en su pecho. Entre la agradable brisita, la comilona, la carrera, lo temprano que se habían levantado (y la tensión de la mañana) y lo cómoda que era la butaca... por no hablar de que llevaba como un mes sin sentirse tan relajado como en ese momento... - ¿Qué tal os está tratando América? - ¿Se había llegado a quedar dormido? Uf, esperaba que no. Fuera como fuese, al menos la voz de George le había sacado del embotamiento. Y, al parecer, no se había sobresaltado lo suficientemente fuerte como para despertar al bebé.
- No te muevas, no vayamos a romper su tranquilidad. - Dijo el hombre con una risita que Marcus coreó, mientras se sentaba a su lado, apoyando los antebrazos en las rodillas para inclinarse hacia él, con una sonrisa impecable y afable, aunque no tan jovial como la del resto de familiares. Suponía que era el efecto Claire frente al de Maeve. - No nos ha dado tiempo de conocerla mucho, ciertamente... - Se mojó los labios. - Me encantaría estar hablando de un viaje de placer. A ambos nos encanta conocer sitios nuevos, de haber venido por voluntad propia, estaríamos planeando mil sitios a los que ir... - El hombre asintió. - Son huesos duros de roer... pero no desistáis. En mí siempre vas a necesitar el apoyo que necesites... Tenedlo presente, ¿de acuerdo? - Eso último había sonado sincero y serio. Todos allí les habían ofrecido su apoyo, pero no era lo mismo si venía de alguien de los círculos de influencia de George que si venía del resto de los Lacey, por muy buenas intenciones que estos tuvieran.
- ¿Ya te han dejado solo, primo? - Preguntó sonriente Sandy, sentándose junto a su padre, que la miró como si fuera su mundo entero. Probablemente lo fuera. - Qué va. - Respondió Marcus con una risa suave, y echó el cuello hacia atrás para poder mirarse su propio pecho. - Estoy con el mejor de la familia, mira qué buena compañía. - Afirmó, mirando al bebé con ternura mientras le acariciaba la espalda. Seguía dormidito. Le encantaban los bebés. La chica soltó una risita. - Qué bien se te da. Tiene pinta de padrazo ¿eh, papi? - Desde luego. - Alice tiene que estar supercontenta. - Marcus respondió con una risita. Ya... Mejor no tocar mucho ese tema. - Tenéis que venir más a América ¿eh? - Afirmó la chica, alzando las palmas. - ¡Yo ya tengo unos primos ingleses a los que no puedo dejar de ver! Y cuando vaya por allí, me tenéis que hacer un tour. - Dalo por hecho. - Afirmó él con una risa cortés, pero muy convencido. Sandy era distinta, pero a él no le había caído mal ni mucho menos. Sabía cómo tratar con una Slytherin, no en balde llevaba toda la vida rodeado de serpientes.
Por desgracia, en algún momento la familia se tenía que ir. - Yo creo que ahora si se mueve... Va a ser una pena despertarlo ¿no? - Sus intentos por quedarse con el bebé dormidito en su pecho fueron en balde, porque solo consiguió risitas y bromitas por parte de Shannon y al final tuvo que devolverlo. El niño se reacomodó en los brazos de su madre y Marcus dejó una caricia en su cabecita. Parecía que le habían arrancado un trozo del pecho, estuvo a punto de que le saliera un puchero inconsciente. - Ya tendrás el tuyo, ya... - Dijo la mujer con una risita musical, a la que Marcus volvió a responder con otra de cortesía. Ya... Pues más le valía tener algún día uno propio, o se veía llorando cada vez que tuviera que despedirse del bebé de otro.
Con la palabrería que tenía, lo bien que les habían caído todos y lo a gusto que estaba (y el miedo que le daba, ciertamente, volver a la negrura que les invadía en los últimos días), tardó un buen rato en despedirse. Sobre todo de Maeve, que no paraba de sacar temas de conversación a la desesperada a ver si podían quedarse más tiempo, lo cual le hacía mucha gracia y le llenaba de ternura a partes iguales. Ya se habían ido todos excepto Frankie, a quien después de todo el día se le había olvidado pedirle recomendaciones de cosas para quidditch, quería regalarle algo bueno a su hermano por su cumpleaños. Estaba escuchando muy atento cuando escuchó la voz de Alice dirigirse a él, y sin escuchar siquiera lo que era, preguntó. - ¿Qué puedo ir haciendo? - Porque por la vista periférica había visto que era el único que estaba mano sobre mano, tanto Aaron como Alice estaban ayudando a los tíos a recoger, y eso no podía ser. Pero no iba por ese derrotero la conversación. Parpadeó y se recentró. - ¡Oh! ¿Ahora? - Definitivamente seguía un poco aturdido de la siesta-no-siesta que se había echado con Arnie. Maeve soltó una risita musical. - Hijo, salid a dar un paseo, de verdad. Nosotros nos encargamos. - Eso, tortolitos. - Azuzó Frankie, dándole un par de palmadas en el hombro. - No os preocupéis que no tengo pensado dejar la tienda por ahora, y confío plenamente en mis capacidades de vendedor, ya tengo asumido que me vas a comprar algo antes de irte. - Eso hizo a Marcus reír. Lo peor es que era veredad. - ¡Os veo, primos nuevos! Adiós, abuelos, buenísima la barbacoa, como siempre, no defraudáis. Adiós, McGrath, un placer que no seas un cretino como yo creía. - Adiós, Lacey. - Se despidió el otro entre risas. Se respiraba un buen ambiente tan contagioso que le hacía sonreír inevitablemente. Y con esa sonrisa radiante, se giró a la mujer y preguntó. - ¿Por dónde dices que podemos pasear, tía Maeve? - Ella le repitió lo que al parecer acababa de decirle a Alice y él ofreció su brazo. - ¿Le apetece conocer Long Island conmigo, señorita Gallia? -
- No te muevas, no vayamos a romper su tranquilidad. - Dijo el hombre con una risita que Marcus coreó, mientras se sentaba a su lado, apoyando los antebrazos en las rodillas para inclinarse hacia él, con una sonrisa impecable y afable, aunque no tan jovial como la del resto de familiares. Suponía que era el efecto Claire frente al de Maeve. - No nos ha dado tiempo de conocerla mucho, ciertamente... - Se mojó los labios. - Me encantaría estar hablando de un viaje de placer. A ambos nos encanta conocer sitios nuevos, de haber venido por voluntad propia, estaríamos planeando mil sitios a los que ir... - El hombre asintió. - Son huesos duros de roer... pero no desistáis. En mí siempre vas a necesitar el apoyo que necesites... Tenedlo presente, ¿de acuerdo? - Eso último había sonado sincero y serio. Todos allí les habían ofrecido su apoyo, pero no era lo mismo si venía de alguien de los círculos de influencia de George que si venía del resto de los Lacey, por muy buenas intenciones que estos tuvieran.
- ¿Ya te han dejado solo, primo? - Preguntó sonriente Sandy, sentándose junto a su padre, que la miró como si fuera su mundo entero. Probablemente lo fuera. - Qué va. - Respondió Marcus con una risa suave, y echó el cuello hacia atrás para poder mirarse su propio pecho. - Estoy con el mejor de la familia, mira qué buena compañía. - Afirmó, mirando al bebé con ternura mientras le acariciaba la espalda. Seguía dormidito. Le encantaban los bebés. La chica soltó una risita. - Qué bien se te da. Tiene pinta de padrazo ¿eh, papi? - Desde luego. - Alice tiene que estar supercontenta. - Marcus respondió con una risita. Ya... Mejor no tocar mucho ese tema. - Tenéis que venir más a América ¿eh? - Afirmó la chica, alzando las palmas. - ¡Yo ya tengo unos primos ingleses a los que no puedo dejar de ver! Y cuando vaya por allí, me tenéis que hacer un tour. - Dalo por hecho. - Afirmó él con una risa cortés, pero muy convencido. Sandy era distinta, pero a él no le había caído mal ni mucho menos. Sabía cómo tratar con una Slytherin, no en balde llevaba toda la vida rodeado de serpientes.
Por desgracia, en algún momento la familia se tenía que ir. - Yo creo que ahora si se mueve... Va a ser una pena despertarlo ¿no? - Sus intentos por quedarse con el bebé dormidito en su pecho fueron en balde, porque solo consiguió risitas y bromitas por parte de Shannon y al final tuvo que devolverlo. El niño se reacomodó en los brazos de su madre y Marcus dejó una caricia en su cabecita. Parecía que le habían arrancado un trozo del pecho, estuvo a punto de que le saliera un puchero inconsciente. - Ya tendrás el tuyo, ya... - Dijo la mujer con una risita musical, a la que Marcus volvió a responder con otra de cortesía. Ya... Pues más le valía tener algún día uno propio, o se veía llorando cada vez que tuviera que despedirse del bebé de otro.
Con la palabrería que tenía, lo bien que les habían caído todos y lo a gusto que estaba (y el miedo que le daba, ciertamente, volver a la negrura que les invadía en los últimos días), tardó un buen rato en despedirse. Sobre todo de Maeve, que no paraba de sacar temas de conversación a la desesperada a ver si podían quedarse más tiempo, lo cual le hacía mucha gracia y le llenaba de ternura a partes iguales. Ya se habían ido todos excepto Frankie, a quien después de todo el día se le había olvidado pedirle recomendaciones de cosas para quidditch, quería regalarle algo bueno a su hermano por su cumpleaños. Estaba escuchando muy atento cuando escuchó la voz de Alice dirigirse a él, y sin escuchar siquiera lo que era, preguntó. - ¿Qué puedo ir haciendo? - Porque por la vista periférica había visto que era el único que estaba mano sobre mano, tanto Aaron como Alice estaban ayudando a los tíos a recoger, y eso no podía ser. Pero no iba por ese derrotero la conversación. Parpadeó y se recentró. - ¡Oh! ¿Ahora? - Definitivamente seguía un poco aturdido de la siesta-no-siesta que se había echado con Arnie. Maeve soltó una risita musical. - Hijo, salid a dar un paseo, de verdad. Nosotros nos encargamos. - Eso, tortolitos. - Azuzó Frankie, dándole un par de palmadas en el hombro. - No os preocupéis que no tengo pensado dejar la tienda por ahora, y confío plenamente en mis capacidades de vendedor, ya tengo asumido que me vas a comprar algo antes de irte. - Eso hizo a Marcus reír. Lo peor es que era veredad. - ¡Os veo, primos nuevos! Adiós, abuelos, buenísima la barbacoa, como siempre, no defraudáis. Adiós, McGrath, un placer que no seas un cretino como yo creía. - Adiós, Lacey. - Se despidió el otro entre risas. Se respiraba un buen ambiente tan contagioso que le hacía sonreír inevitablemente. Y con esa sonrisa radiante, se giró a la mujer y preguntó. - ¿Por dónde dices que podemos pasear, tía Maeve? - Ella le repitió lo que al parecer acababa de decirle a Alice y él ofreció su brazo. - ¿Le apetece conocer Long Island conmigo, señorita Gallia? -
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No sabía toda la gente allí presente cómo agradecía que les pusieran facilidades para irse a pasear. Sentía que tenía que estar justificando permanente buscar tiempo para ella, para simplemente… Querer a su novio, ser una pareja normal, una que disfruta de su tiempo y que no piensa en las cosas en las que pensaban ellos ahora. Y realmente solo se lo justificaba a mí misma, porque era su peor juez. Pero, ¿cómo no podría dejarse llevar por la temperatura tan agradable, que agitaba aquellos rizos que adoraba, con esos ojitos y esa sonrisa? Le dio la mano y se giró a la familia. — No tardaremos mucho, os lo prometo. — Frankie les abrió la puerta y dijo. — Tomaos vuestro tiempo, hoy no hay que fichar. — Y se despidieron con una sonrisa.
Al poco de echar a andar por la calle llena de casitas del tipo la de los Lacey, empezaron a oír el rumor de las olas, y, de repente, el olor a mar les golpeó. En cuanto visualizaron la costa, se vio también, a lo lejos, esa otra parte de Long Island, en la que vivían los Van Der Luyden, plagada de casas claras, con mucho cristal y, sobre todo, muros altísimos, nada que ver con las vallitas blancas y cuquis de la barriada de los Lacey. — Cuando la gente se protege tanto, así… Es porque tienen miedo de que todo el mal que han hecho les rebote. — Dijo con voz triste. Pero no habían ido allí a hablar de eso, así que se acercó a una zona muy cerca del agua, con unas rocas muy grandes y lisas, donde podía uno sentarse sin problema.
— En el fondo… Estamos junto al mar, habiendo pasado un día en familia… No está tan mal para una casi noche de San Lorenzo. — Dijo apoyando su cabeza en el hombro de Marcus. — Pero me temo que tan cerca de Nueva York no se ven las estrellas… Una ciudad así les roba la luz. — Lo hacía literalmente, pero también metafóricamente. — Igual en Roma también pasa, pero estos días no puedo parar de pensar en que deberíamos estar ahí… Haciendo esa senda que siempre has querido hacer conmigo. — Entrelazó su mano con la de Marcus y la besó. — Te echo de menos. Echo de menos los planes contigo, la felicidad de las cosas básicas y típicas que hacíamos. Como darnos la manos debajo de la mesa en la biblioteca, o estar en alguno de nuestros jardines soñando, ajenos a las familias, metido en nuestro propio mundo. — Frunció el ceño y negó. — ¿Por qué nacimos con estas mentes tan imaginativas si luego la vida no nos da la oportunidad de llevar a cabo nuestros sueños? — Se abrazó a Marcus y dijo. — Quizá, a estas alturas, solo puedo desear que quieras bailar conmigo nuestra canción y escaparte a ver las estrellas… Que podamos hablar de alquimia y robarnos todos los besos que podamos. No sabes ver la auténtica felicidad hasta que te falta. — Hacía ahora cuatro años, habían descubierto tantas cosas juntos… Lo que se hacían sentir, que podían tener una parcela de sus vidas reservada solo para ellos dos… Algunos momentos cobran más importancia cuando los ves desde la distancia, y lo que la noche de San Lorenzo había significado para ellos solo había llegado a comprenderlo ahora, ahora que anhelaba un momento de serena y pura felicidad como aquel.
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Toda la carne en el asador Con Alice | En Nueva York | Del 2 de agosto de 2002 |
Salió de la mano de Alice más contento que en meses, despidiéndose cálidamente de su nuevo primo mayor (igualito que Percival era...) y de sus tíos, que parecían encantados con Aaron y viceversa. Sonrió, mirando aún hacia atrás, despidiéndose con un gesto de la mano. - Parecen abuelos y nieto, y no será porque a los Lacey le falten niños a los que cuidar... Me gusta verle así. - Y eso último le había extrañado decirlo hasta a él mismo. Sus diferencias con Aaron llevaban siendo palpables desde el primer minuto y, si bien ya no estaban en pie de guerra, no se habían limado en absoluto. Todo lo ocurrido, de hecho, solo le tenía más tenso con él, y como personas no conectaban. Pero había visto otra versión del chico esa tarde, o sería que estaba demasiado encantado con su familia y veía las cosas de otra forma... Fuera como fuere, Aaron parecía uno más, y le veía genuinamente feliz y relajado, como si nunca antes lo hubiera estado tanto. Ya hacía tiempo que no tenía nada en su contra, así que... bueno, se alegraba de verle bien, por fin.
Caminó junto a su novia y cerró los ojos tan pronto le llegó el olor de la brisa marina. Sonrió levemente, y estaba muy feliz hasta que una parte de su cerebro se activó. ¿Sabes por qué te hace feliz este olor, Marcus? Porque te recuerda a La Provenza. Donde deberíais estar ahora. Y se le borró la sonrisa de golpe, y abrió los ojos. Había sido una bonita pompa de jabón en la que vivir durante un rato, pero la realidad era la que era: estaban muy lejos de sus familias y sus hogares, de la vida que habían soñado. Y él no era el único que había tomado conciencia. Quizás, como siempre, solo había tardado más que Alice en hacerlo.
Arqueó las cejas y, con los labios cerrados, emitió una sarcástica carcajada. - Desde luego. - Confirmó, mirando por encima del hombro esas casas tan lujosas por fuera, de seguro podridas por dentro. - La verdadera riqueza la tenemos nosotros. ¿Ves de dónde acabamos de salir? Eso no hay dinero que lo pague. - Apretó su mano y la miró. - Un buen nido es indestructible. - Y ya se encargaría él, con los referentes familiares tan buenos que tenía, de no permitir que nadie atacara su nido jamás.
Avanzó con ella hasta unas rocas muy cercanas al mar, donde las olas chocaban pacíficamente. La brisa era agradable y las vistas infinitamente mejores que las que habían tenido esa mañana transitando entre aquellos edificios enormes. Llenó sus pulmones de aire y se apoyó en ella, juntos, contemplando el mar, hasta que Alice habló. Y lo que dijo activó todos sus recuerdos e incluso le hizo erguirse en el sitio y mirarla con los ojos muy abiertos. - Es verdad. - Confirmó, con voz casi trémula. En su cabeza, el tiempo se había quedado parado a mediados de julio. Pero estaban en agosto... ¿Cómo había podido recordar La Provenza y haber pasado por alto la lluvia de las perseidas? Ahora sentía una pena mayor inundándole el pecho. Más aún cuando su novia dijo lo de Roma. Apretó los labios. - Siento que nuestro primer viaje haya cambiado de rumbo... - Y solo decirlo volvió a activar un recuerdo en su cabeza. La Provenza... Cambio de rumbo... Todo eso le quería sonar a que ya lo había escuchado.
Pero el beso de Alice en su mano le hizo devolver la atención a ella otra vez. Escucharla hizo que se le apretara un leve nudo en la garganta, pero sonrió con ternura. - Yo también lo echo de menos. - Confirmó. Su recién salida de la escuela no debió ser así, la felicidad y los sueños le habían durado muy poco. Pero tenía fe plena en recuperar todo eso en cuanto se llevaran de vuelta a Dylan a casa. Se abrazó a ella él también. - Buena pregunta. - Dijo con pesar. Dejó un beso en su pelo. - Pero ¿sabes qué? Los vamos a hacer. Solo se nos han puesto en pausa, retrasado un poco. Nosotros lo vamos a cumplir todo. - La separó levemente para poder mirarla. - Esto no ha cambiado nuestra ruta en nada, Alice. Es solo un bache en el camino, un escollo que vamos a superar con creces. No sé cuánto tardaremos... Quizás sean unos días, o quizás nos lleve meses. - Apretó sus manos y la miró a los ojos. - Pero míranos. Estamos juntos, inseparables, imparables. Esto no va a poder con nosotros, al revés, estamos unidos en bloque y eso no hay quien lo rompa. Y cuando esto acabe, retomaremos nuestra vida, y además con este obstáculo superado para siempre, con la tranquilidad de que no van a atacar a nuestra familia nunca más. - Porque una vez recuperaran a Dylan por los métodos legales, aquella pesadilla se acabaría para siempre.
Sus ojos se llenaron de pena y de ternura al mismo tiempo con esa última frase. - ¿Que si quiero? - Preguntó, un voz musitada, sin dejar de mirar sus ojos. Subió las manos a sus mejillas. - Me iría ahora mismo, con los ojos cerrados, a una de esas fiestas en La Provenza, si tuviera la seguridad de que van a poner nuestra canción, solo para ir, bailarla y volver aquí. Fíjate si quiero. - Dejó un beso en sus labios, suave y tierno pero en el que sentía toda la intensidad de sus sentimientos hacia ella. - Yo soy auténticamente feliz contigo esté donde esté, Alice. Es uno de los motivos por los que te amo: porque me haces feliz siempre. Hasta cuando es imposible serlo. - Se acercó un poco más a ella. - Podemos ver el mar. Y podemos imaginarnos las estrellas. - Con la mirada en las manos de ella, que volvía a sostener entre las suyas, empezó a hacer circulitos en su piel con un índice. - Y de alquimia puedo hablarte siempre que quieras. ¿No te has enterado aún de que estás con el mejor alquimista de su generación? A ver, ¿es que no has oído como todos me llamaban el primo alquimista? - Rio levemente. - Mira, un juego. - Y se dedicó a hacer con el índice, en el dorso de la mano de ella, un único circulito, que poco a poco fue llenando de trazos. - Esto es... ¿Qué es? - Bromeó, como si hablara con una niña. Quería hacerla reír. No había nada más hermoso en la vida que la risa de su novia. - Un círculo de transmutación, muy bien. ¿De...? Venga, que esta es fácil. - Rio levemente. Esperó a que Alice dijera la respuesta y dejó un beso en su mejilla. - Conjunción... Tú y yo estamos en conjunción desde que nos pusieron juntos en esa barca. Más o menos... - Se removió en la piedra y dejó de estar a su lado para, entre risas, ponerse frente por frente a ella. - Así, como estamos ahora. - Juntó su frente con la de ella y dijo. - Estos somos nosotros. Somos Marcus y Alice. Y no hay poder mágico que pueda separarlo. Te lo aseguro. -
Caminó junto a su novia y cerró los ojos tan pronto le llegó el olor de la brisa marina. Sonrió levemente, y estaba muy feliz hasta que una parte de su cerebro se activó. ¿Sabes por qué te hace feliz este olor, Marcus? Porque te recuerda a La Provenza. Donde deberíais estar ahora. Y se le borró la sonrisa de golpe, y abrió los ojos. Había sido una bonita pompa de jabón en la que vivir durante un rato, pero la realidad era la que era: estaban muy lejos de sus familias y sus hogares, de la vida que habían soñado. Y él no era el único que había tomado conciencia. Quizás, como siempre, solo había tardado más que Alice en hacerlo.
Arqueó las cejas y, con los labios cerrados, emitió una sarcástica carcajada. - Desde luego. - Confirmó, mirando por encima del hombro esas casas tan lujosas por fuera, de seguro podridas por dentro. - La verdadera riqueza la tenemos nosotros. ¿Ves de dónde acabamos de salir? Eso no hay dinero que lo pague. - Apretó su mano y la miró. - Un buen nido es indestructible. - Y ya se encargaría él, con los referentes familiares tan buenos que tenía, de no permitir que nadie atacara su nido jamás.
Avanzó con ella hasta unas rocas muy cercanas al mar, donde las olas chocaban pacíficamente. La brisa era agradable y las vistas infinitamente mejores que las que habían tenido esa mañana transitando entre aquellos edificios enormes. Llenó sus pulmones de aire y se apoyó en ella, juntos, contemplando el mar, hasta que Alice habló. Y lo que dijo activó todos sus recuerdos e incluso le hizo erguirse en el sitio y mirarla con los ojos muy abiertos. - Es verdad. - Confirmó, con voz casi trémula. En su cabeza, el tiempo se había quedado parado a mediados de julio. Pero estaban en agosto... ¿Cómo había podido recordar La Provenza y haber pasado por alto la lluvia de las perseidas? Ahora sentía una pena mayor inundándole el pecho. Más aún cuando su novia dijo lo de Roma. Apretó los labios. - Siento que nuestro primer viaje haya cambiado de rumbo... - Y solo decirlo volvió a activar un recuerdo en su cabeza. La Provenza... Cambio de rumbo... Todo eso le quería sonar a que ya lo había escuchado.
Pero el beso de Alice en su mano le hizo devolver la atención a ella otra vez. Escucharla hizo que se le apretara un leve nudo en la garganta, pero sonrió con ternura. - Yo también lo echo de menos. - Confirmó. Su recién salida de la escuela no debió ser así, la felicidad y los sueños le habían durado muy poco. Pero tenía fe plena en recuperar todo eso en cuanto se llevaran de vuelta a Dylan a casa. Se abrazó a ella él también. - Buena pregunta. - Dijo con pesar. Dejó un beso en su pelo. - Pero ¿sabes qué? Los vamos a hacer. Solo se nos han puesto en pausa, retrasado un poco. Nosotros lo vamos a cumplir todo. - La separó levemente para poder mirarla. - Esto no ha cambiado nuestra ruta en nada, Alice. Es solo un bache en el camino, un escollo que vamos a superar con creces. No sé cuánto tardaremos... Quizás sean unos días, o quizás nos lleve meses. - Apretó sus manos y la miró a los ojos. - Pero míranos. Estamos juntos, inseparables, imparables. Esto no va a poder con nosotros, al revés, estamos unidos en bloque y eso no hay quien lo rompa. Y cuando esto acabe, retomaremos nuestra vida, y además con este obstáculo superado para siempre, con la tranquilidad de que no van a atacar a nuestra familia nunca más. - Porque una vez recuperaran a Dylan por los métodos legales, aquella pesadilla se acabaría para siempre.
Sus ojos se llenaron de pena y de ternura al mismo tiempo con esa última frase. - ¿Que si quiero? - Preguntó, un voz musitada, sin dejar de mirar sus ojos. Subió las manos a sus mejillas. - Me iría ahora mismo, con los ojos cerrados, a una de esas fiestas en La Provenza, si tuviera la seguridad de que van a poner nuestra canción, solo para ir, bailarla y volver aquí. Fíjate si quiero. - Dejó un beso en sus labios, suave y tierno pero en el que sentía toda la intensidad de sus sentimientos hacia ella. - Yo soy auténticamente feliz contigo esté donde esté, Alice. Es uno de los motivos por los que te amo: porque me haces feliz siempre. Hasta cuando es imposible serlo. - Se acercó un poco más a ella. - Podemos ver el mar. Y podemos imaginarnos las estrellas. - Con la mirada en las manos de ella, que volvía a sostener entre las suyas, empezó a hacer circulitos en su piel con un índice. - Y de alquimia puedo hablarte siempre que quieras. ¿No te has enterado aún de que estás con el mejor alquimista de su generación? A ver, ¿es que no has oído como todos me llamaban el primo alquimista? - Rio levemente. - Mira, un juego. - Y se dedicó a hacer con el índice, en el dorso de la mano de ella, un único circulito, que poco a poco fue llenando de trazos. - Esto es... ¿Qué es? - Bromeó, como si hablara con una niña. Quería hacerla reír. No había nada más hermoso en la vida que la risa de su novia. - Un círculo de transmutación, muy bien. ¿De...? Venga, que esta es fácil. - Rio levemente. Esperó a que Alice dijera la respuesta y dejó un beso en su mejilla. - Conjunción... Tú y yo estamos en conjunción desde que nos pusieron juntos en esa barca. Más o menos... - Se removió en la piedra y dejó de estar a su lado para, entre risas, ponerse frente por frente a ella. - Así, como estamos ahora. - Juntó su frente con la de ella y dijo. - Estos somos nosotros. Somos Marcus y Alice. Y no hay poder mágico que pueda separarlo. Te lo aseguro. -
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Toda la carne en el asador Con Marcus | En Long Island| 2 de agosto de 2002 |
Un buen nido es indestructible. Eso quería creer ella, que no acabarían los O’Donnell hartos de tanto drama, que no se cansaría Marcus de una vida que no era la que él había diseñado, y Alice sabía lo importante que era para su novio seguir un plan… Desde luego, no hay nada más descabellado para un plan que juntarte con un Gallia.
Pero todavía estaba por llegar el día en el que viera a Marcus desfallecer, porque allí estaba, diciendo con esa seguridad con la que decía él las cosas, que cumplirían sus sueños y… Era casi San Lorenzo, alguna estrella y Venus empezaban a brillar en el cielo, estaba junto al mar y el amor de su vida la seguía queriendo, ¿por qué no dejarse invadir por esos sueños? ¿Por qué no creer, desearle a esas pocas estrellas, a ese océano, que nada tenía que ver con su Mediterráneo, que sus sueños se cumplieran como se cumplieron después de aquel San Lorenzo que ahora parecía otra vida? Levantó la cabeza para mirarle, sin soltarle. — Nada puede separarme de ti, Marcus, nada. — Tragó saliva y sus ojos se inundaron. — ¿Sabes? He pensado mucho en lo feliz que va a ser Dylan cuando volvamos. Y podemos darle lo único que siempre ha querido, un hogar bonito y tranquilo, el cariño, la estabilidad… — Sonrió con ternura. — Soy una experta en el cariño de los O’Donnell, sé cómo puede cambiarte la vida. Y puf, los Gallia cuando vuelva… Imagínate las fiestas… Le haremos olvidar todo lo que ha pasado aquí, estoy segura. — Respondió a aquel beso y sintió, como tantas otras veces, que el peso se liberaba en su pecho. — Yo te amaré siempre, en lo malo y en lo bueno, Marcus, y te lo estoy diciendo en uno de nuestros peores momentos. Nunca, nada, me impedirá intentar hacerte feliz. — Y volvió a besarle, tratando de contener las lágrimas.
Claro, tuvo que empezar a reírse ya con esos delirios de grandeza completamente impostados para hacerla reír. Cómo la conocía y sabía dónde darle. Y podría decir que era por los casi ocho años de amistad, pero no, fue así desde siempre, era algo mágico entre los dos y ya está. Sonrió y se dejó hacer con el juego, completamente hipnotizada por él. — Un círculo de transmutación. — Decía, un poco ausente, concentrada más en la adorabilidad de su novio que en otra cosa. — De conjunción. — Y las lágrimas acudieron a sus ojos al recordar sus comienzos. Le miró a los ojos cuando su puso frente a ella, pero los cerró al sentir sus frentes juntas. — Y si lo hubiera revierto la transmutación en un momento. — Dijo, riéndose e imitando el tonito chulesco de Marcus, feliz de poder bromear y tener su parcelita. No sabía cuánto tiempo llevaban ahí, ni cuánto sería prudente hacer esperar a los tíos, pero de momento… — Solo existimos nosotros. — Susurró. — Solo Marcus y Alice… Los cuatro elementos juntos haciendo una quintaesencia. — Subió las manos y acarició las mejillas de Marcus, sin abrir los ojos. — Te amo. — Eso era lo mejor que le podía decir, lo que les definía: amarse, y nada más.
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Con los pies en el suelo Con Alice | En Nueva York | Del 3 de agosto de 2002 |
- Y el primo Jason está ya convencidísimo de que vamos a celebrar las Navidades en Irlanda. Sophia pensaba que a lo mejor a vosotros no os iba a gustar la idea, y yo le dije: "¡No conoces a mi abuela de nada!" - Lawrence, en el reflejo al otro lado del espejo, rio con los labios cerrados. Marcus reía más abiertamente, y su abuelo parecía contento de verle tan feliz con los Lacey, tan cómodo. Se lo notaba en la mirada ilusionada que le devolvía, en ese brillo especial que parecía tener reservado solo para Marcus. Pero también se le notaba que, por más que le doliera en el alma cortar la entusiasmada conversación de su nieto, estaba impaciente por tratar el tema que les había llevado a esa reunión. El tema que, de hecho, tenía a Marcus en Nueva York.
- ¿Cómo está Alice? - Marcus se encogió de hombros. Se le había diluido la alegría notablemente. - A ratos. - Lawrence asintió con gravedad. Marcus iba a dar más datos, pero su abuelo necesitaba ir al grano. - He hablado con Hermes. - Marcus miró a su abuelo con los ojos aún más abiertos. No es como que... aquello le tomara por sorpresa. Antes de ir a Nueva York, su abuelo le había dicho que contactaría con su amigo y compañero durante muchos años, el alquimista americano Hermes Penrose. Al igual que no esperó que su primer viaje a solas con Alice fuera así... tampoco esperó que su primer contacto de tú a tú con un alquimista de prestigio fuera así. Se notó temblar por dentro. Su abuelo, sin embargo, prosiguió con total normalidad. - Como imaginarás, no he podido relatarle mucho, tendrás que ponerle tú al tanto de la situación. Solo le he dicho que mi nieto ha tenido que trasladarse de urgencia a Nueva York por un asunto delicado de índole privada, que atañe a unos buenos amigos de la familia. Del resto, te encargas tú. - Marcus asintió, tragando saliva. Estaba agarrándose los dedos de las manos porque las notaba temblando.
- Marcus. - Llamó Lawrence, mirándole por encima de las gafas en un gesto tan parecido al que hacía su padre que era casi una predicción de futuro. - No estés tan nervioso. No te va a evaluar. - Ya, ya... - Se apresuró él a contestar, pero su abuelo suspiró. - Siento que estas tengan que ser las circunstancias... pero mirémoslo de otra forma: si fueras a presentarle tus respetos como alquimista, o proyecto de alquimista, estarías mucho más nervioso. Pensando en si lo que vas a decir es apropiado o no, en si estarás a la altura... No vas en esa condición hoy. - Lawrence ladeó varias veces la cabeza, pensativo. - Si bien es cierto que sabe de tus inquietudes por esta ancestral ciencia. Qué puedo decir, soy un abuelo orgulloso. - Eso le hizo reír humildemente, con los labios cerrados. - Hoy no hay nada que puedas hacer que te haga quedar mal ante él. No eres un postulante a alquimista frente a un alquimista carmesí. Eres un hombre ante otro hombre cuya posición puede ayudarte a salir de una situación desesperada e injusta. - Tragó saliva otra vez, notando sus ojos húmedos. Su abuelo tenía una habilidad para tocarle la fibra sensible...
Se aclaró un poco la garganta para que su voz no saliera quebrada y se recentró. - ¿Hasta dónde puedo contar? - Preguntó, seriamente. Lawrence pareció meditarlo, al igual que parecía habérselo preguntado él a sí mismo en alguna que otra ocasión previamente sin llegar a una conclusión que le convenciera. - Hasta donde tu madre haya autorizado que es pertinente contar. - Concluyó. Sabia conclusión propia de su abuelo. Marcus se mojó los labios, valorando cómo decir la información. - Mi madre... ha dado por sentado que hay cosas que no han pasado. - Dijo, clavando la mirada en su abuelo. El hombre le devolvía la mirada con la barbilla apoyada en las manos entrelazadas y semblante sereno pero serio. - La cuestión es... ¿Consideras que aportará, avanzará o cambiará algo el hecho de que Penrose sea conocedor? - Marcus meditó. - Él también es alquimista... ¿Podría haber llegado a sus oídos? No lo sé. De ser así... podríamos echarnos tierra encima por encubrimiento. - El hombre respiró hondo. - Saberlo, no lo sabe. Intuirlo... - Ladeó una sonrisa triste. - Hijo, como aprenderás con los años... todos tenemos nuestras cadencias. Nuestra mente divaga hacia donde quiere divagar, y sospecha solo de lo que quiere sospechar. Penrose es alquimista, y se mueve en círculos... digamos, complejos. Conoce de buena tinta a los Van Der Luyden, de ahí que le haya considerado un buen contacto. ¿Puede llegar a intuir, sospechar o fantasear con que los motivos que hacen a William no apto tienen relación con la alquimia? - Amplió la sonrisa, pero no perdió la tristeza. - ¿Y qué alquimista no lo relaciona todo con la alquimia? - Negó. - Siempre se te dio bien seguir órdenes, Marcus. Y, por lo que cuenta tu padre, y Violet, a tu madre siempre se le dio bien darlas. - Eso le hizo reír de nuevo, a pesar de la tensión. - Sigue las directrices marcadas, y ve sin miedo. Lo que está en la mente, en la mente se queda si no hay algo que lo sustente. Deja que Penrose piense lo que quiera, y no confirmes nada que tú no sepas... Y me consta que tú eres muy bueno decidiendo lo que debes saber y lo que no. Y obedeciendo. - Arqueó una ceja. - Y en esta casa mi nuera deja muy claro lo que ha ocurrido y lo que no. Por tanto... ¿algo que sientas que estés ocultando? - Marcus frunció los labios y negó. - Nada. - Lawrence asintió. - Así me gusta. Con obediencia, y con sabiduría. Con la verdad por delante, y con los pies en el suelo. -
- ¿Cómo está Alice? - Marcus se encogió de hombros. Se le había diluido la alegría notablemente. - A ratos. - Lawrence asintió con gravedad. Marcus iba a dar más datos, pero su abuelo necesitaba ir al grano. - He hablado con Hermes. - Marcus miró a su abuelo con los ojos aún más abiertos. No es como que... aquello le tomara por sorpresa. Antes de ir a Nueva York, su abuelo le había dicho que contactaría con su amigo y compañero durante muchos años, el alquimista americano Hermes Penrose. Al igual que no esperó que su primer viaje a solas con Alice fuera así... tampoco esperó que su primer contacto de tú a tú con un alquimista de prestigio fuera así. Se notó temblar por dentro. Su abuelo, sin embargo, prosiguió con total normalidad. - Como imaginarás, no he podido relatarle mucho, tendrás que ponerle tú al tanto de la situación. Solo le he dicho que mi nieto ha tenido que trasladarse de urgencia a Nueva York por un asunto delicado de índole privada, que atañe a unos buenos amigos de la familia. Del resto, te encargas tú. - Marcus asintió, tragando saliva. Estaba agarrándose los dedos de las manos porque las notaba temblando.
- Marcus. - Llamó Lawrence, mirándole por encima de las gafas en un gesto tan parecido al que hacía su padre que era casi una predicción de futuro. - No estés tan nervioso. No te va a evaluar. - Ya, ya... - Se apresuró él a contestar, pero su abuelo suspiró. - Siento que estas tengan que ser las circunstancias... pero mirémoslo de otra forma: si fueras a presentarle tus respetos como alquimista, o proyecto de alquimista, estarías mucho más nervioso. Pensando en si lo que vas a decir es apropiado o no, en si estarás a la altura... No vas en esa condición hoy. - Lawrence ladeó varias veces la cabeza, pensativo. - Si bien es cierto que sabe de tus inquietudes por esta ancestral ciencia. Qué puedo decir, soy un abuelo orgulloso. - Eso le hizo reír humildemente, con los labios cerrados. - Hoy no hay nada que puedas hacer que te haga quedar mal ante él. No eres un postulante a alquimista frente a un alquimista carmesí. Eres un hombre ante otro hombre cuya posición puede ayudarte a salir de una situación desesperada e injusta. - Tragó saliva otra vez, notando sus ojos húmedos. Su abuelo tenía una habilidad para tocarle la fibra sensible...
Se aclaró un poco la garganta para que su voz no saliera quebrada y se recentró. - ¿Hasta dónde puedo contar? - Preguntó, seriamente. Lawrence pareció meditarlo, al igual que parecía habérselo preguntado él a sí mismo en alguna que otra ocasión previamente sin llegar a una conclusión que le convenciera. - Hasta donde tu madre haya autorizado que es pertinente contar. - Concluyó. Sabia conclusión propia de su abuelo. Marcus se mojó los labios, valorando cómo decir la información. - Mi madre... ha dado por sentado que hay cosas que no han pasado. - Dijo, clavando la mirada en su abuelo. El hombre le devolvía la mirada con la barbilla apoyada en las manos entrelazadas y semblante sereno pero serio. - La cuestión es... ¿Consideras que aportará, avanzará o cambiará algo el hecho de que Penrose sea conocedor? - Marcus meditó. - Él también es alquimista... ¿Podría haber llegado a sus oídos? No lo sé. De ser así... podríamos echarnos tierra encima por encubrimiento. - El hombre respiró hondo. - Saberlo, no lo sabe. Intuirlo... - Ladeó una sonrisa triste. - Hijo, como aprenderás con los años... todos tenemos nuestras cadencias. Nuestra mente divaga hacia donde quiere divagar, y sospecha solo de lo que quiere sospechar. Penrose es alquimista, y se mueve en círculos... digamos, complejos. Conoce de buena tinta a los Van Der Luyden, de ahí que le haya considerado un buen contacto. ¿Puede llegar a intuir, sospechar o fantasear con que los motivos que hacen a William no apto tienen relación con la alquimia? - Amplió la sonrisa, pero no perdió la tristeza. - ¿Y qué alquimista no lo relaciona todo con la alquimia? - Negó. - Siempre se te dio bien seguir órdenes, Marcus. Y, por lo que cuenta tu padre, y Violet, a tu madre siempre se le dio bien darlas. - Eso le hizo reír de nuevo, a pesar de la tensión. - Sigue las directrices marcadas, y ve sin miedo. Lo que está en la mente, en la mente se queda si no hay algo que lo sustente. Deja que Penrose piense lo que quiera, y no confirmes nada que tú no sepas... Y me consta que tú eres muy bueno decidiendo lo que debes saber y lo que no. Y obedeciendo. - Arqueó una ceja. - Y en esta casa mi nuera deja muy claro lo que ha ocurrido y lo que no. Por tanto... ¿algo que sientas que estés ocultando? - Marcus frunció los labios y negó. - Nada. - Lawrence asintió. - Así me gusta. Con obediencia, y con sabiduría. Con la verdad por delante, y con los pies en el suelo. -
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Con los pies en el suelo Con Marcus | En Nueva York | Del 3 de agosto de 2002 |
— Qué callada estás, ¿ya te dejan los irlandeses estar así? — Alice rio un poco y levantó la vista hacia su tata. — Estos no son irlandeses, son americanos, aunque con mucho toque. — Ambas rieron. — Erin dice que lo que recuerda de ellos es que son ruidosísimos. — Ella asintió y rio un poco. — Jason se acuerda de ti, dice que te conoció una Nochevieja y te recordaba como un mujerón. — Vivi frunció el ceño. — Puf, es que hay tela de Nocheviejas en mi vida que no recuerdo. — Acto seguido se rio, pero Alice no pudo seguirla, y su tía se dio cuenta.
— No tienes muchas ganas de hablar, ¿eh? — Ella resopló y se frotó la cara. — No… No, la verdad. Lo siento. Pero los O’Donnell me están presionando para que hable con algún Gallia para deciros… ¿Qué? No tengo nada que decir aún… Nada relevante, al menos. — Bueno, pero a mí me hace ilusión hablar contigo… — Había dicho eso último con voz de penita, por lo que volvió a mirarla, emocionada. — Tata… Es que… — Las lágrimas acudieron a sus ojos. — Siento que el trabajo es tan ingente que no sé por dónde empezar, no sé cómo abarcarlo, y siento que todos esperáis el momento en el que os diga “sí, muy bien, ya sé cómo traernos a Dylan de vuelta”... Y no es así. — Vivi suspiró y la miró, ladeando la cabeza. — Pero, cariño, ¿cómo vamos a esperar eso? Si acabas de llegar, solo queremos saber que estáis bien, si necesitáis algo… — Vio cómo su tía subía la mano, en un gesto como si fuera a acariciarla, a darle un poco de cariño, y se detenía al acordarse del espejo. — Alice, por favor… Deja de pensar que estás en un examen. Estás en una carrera de fondo, no puedes sentirte examinada. — ¡Pero lo estoy, tata! Mi examen es conseguir a Dylan, y si no, el castigo no es una herida en el orgullo… Es una herida que no puedo asumir. —
Se había creado un silencio entre las dos, un silencio que conocía muy bien. El silencio culpable de su familia cuando no sabían ayudarla, cuando sentían que la situación les superaba y, una vez más, tenía que hacer de tripas corazón, y hacerles sentir bien, como hacía siempre, como si fuera ella la mala y sentirse rota por dentro estuviera mal. — Estoy bien. Estamos bien. Este sitio no me gusta, pero tengo una buena familia a mi lado, me cuidan y… Ya está, no tenéis que preocuparos por nada, ¿vale? — Había intentado ser lo más animosa posible, la verdad. No sabía qué tal le estaba saliendo. — ¿Sabes? Shannon, la dueña de esta habitación, conocía a mamá… Me enseñó una foto suya y de su hermana. — Vivi sonrió levemente. — ¿Y cómo era? — Alice se encogió de hombros. — Otra persona… Casi me cuesta reconocerla… — Tragó saliva y alzó los ojos. — Quizá es el momento… De que los confrontes. — Rompió su tía el silencio. Ella frunció el ceño. — ¿A quién? ¿A los Van Der Luyden? — Vivi la miraba con evidencia. — ¿Y qué hago tata? ¿Duelo con ellos o qué? — Preguntó un poquito agresiva, porque estaba pelín cansada y ya no admitía consejos, y menos tan disparatados. — Pues sí, Alice, plantéatelo. ¿Quiénes son el problema? Yo entiendo lo que dicen los O’Donnell y vuestro abogado y todo eso, pero… Al final del día… Son de tu sangre, y de la de Dylan. O te enfrentas a ellos o esto no acabará nunca y tú no superarás esa barrera que tu madre creó con América y que, por desgracia, ahora solo molesta. —
Se quedó mirando a su tía a los ojos, y al cabo de unos segundos suspiró. — Puede que… Tengas razón. — Tragó saliva e inspiró. — Déjame que… Supere mi primera visita sola a Nueva York y… Lo valoraré. — Vivi volvió a su media sonrisa habitual. — ¿Me has hecho caso en un consejo? — Yo te he hecho caso muchas veces, tata. — La otra rio. — Bueno, yo no te lo recomiendo, soy una tarambana, como confirmaría en cualquier momento tu suegra, pero… Te quiero. Te quiero muchísimo. Y a mi patito. Solo quiero que volváis. Cuando los que se van son los demás lo paso fatal. — Eso la hizo reír. — ¿Marcus no va contigo? — Tiene que ir a hablar con un contacto de Lawrence… Toda ayuda es poca. Yo tengo que verme con la excompañera de mamá. — Lo harás bien, Alice, de verdad. Si tú todo lo haces bien, no pareces de esta familia. — Eso las hizo reír a las dos. — Y ahora que ya hemos hablado de lo serio… ¿Me puedes explicar por favor qué horror de habitación es ese? ¡Parece que una princesa ha estallado ahí, por Merlín. — Eso la hizo reír. — Venga, suelta prenda, son demasiados, no todos pueden ser perfectos, alguno te ha tenido que caer regular… — Y ambas se rieron y Alice se permitió charlar aunque fuera un poquito, un ratito, una parcelita de tranquilidad antes de lo que le tocaba.
— No tienes muchas ganas de hablar, ¿eh? — Ella resopló y se frotó la cara. — No… No, la verdad. Lo siento. Pero los O’Donnell me están presionando para que hable con algún Gallia para deciros… ¿Qué? No tengo nada que decir aún… Nada relevante, al menos. — Bueno, pero a mí me hace ilusión hablar contigo… — Había dicho eso último con voz de penita, por lo que volvió a mirarla, emocionada. — Tata… Es que… — Las lágrimas acudieron a sus ojos. — Siento que el trabajo es tan ingente que no sé por dónde empezar, no sé cómo abarcarlo, y siento que todos esperáis el momento en el que os diga “sí, muy bien, ya sé cómo traernos a Dylan de vuelta”... Y no es así. — Vivi suspiró y la miró, ladeando la cabeza. — Pero, cariño, ¿cómo vamos a esperar eso? Si acabas de llegar, solo queremos saber que estáis bien, si necesitáis algo… — Vio cómo su tía subía la mano, en un gesto como si fuera a acariciarla, a darle un poco de cariño, y se detenía al acordarse del espejo. — Alice, por favor… Deja de pensar que estás en un examen. Estás en una carrera de fondo, no puedes sentirte examinada. — ¡Pero lo estoy, tata! Mi examen es conseguir a Dylan, y si no, el castigo no es una herida en el orgullo… Es una herida que no puedo asumir. —
Se había creado un silencio entre las dos, un silencio que conocía muy bien. El silencio culpable de su familia cuando no sabían ayudarla, cuando sentían que la situación les superaba y, una vez más, tenía que hacer de tripas corazón, y hacerles sentir bien, como hacía siempre, como si fuera ella la mala y sentirse rota por dentro estuviera mal. — Estoy bien. Estamos bien. Este sitio no me gusta, pero tengo una buena familia a mi lado, me cuidan y… Ya está, no tenéis que preocuparos por nada, ¿vale? — Había intentado ser lo más animosa posible, la verdad. No sabía qué tal le estaba saliendo. — ¿Sabes? Shannon, la dueña de esta habitación, conocía a mamá… Me enseñó una foto suya y de su hermana. — Vivi sonrió levemente. — ¿Y cómo era? — Alice se encogió de hombros. — Otra persona… Casi me cuesta reconocerla… — Tragó saliva y alzó los ojos. — Quizá es el momento… De que los confrontes. — Rompió su tía el silencio. Ella frunció el ceño. — ¿A quién? ¿A los Van Der Luyden? — Vivi la miraba con evidencia. — ¿Y qué hago tata? ¿Duelo con ellos o qué? — Preguntó un poquito agresiva, porque estaba pelín cansada y ya no admitía consejos, y menos tan disparatados. — Pues sí, Alice, plantéatelo. ¿Quiénes son el problema? Yo entiendo lo que dicen los O’Donnell y vuestro abogado y todo eso, pero… Al final del día… Son de tu sangre, y de la de Dylan. O te enfrentas a ellos o esto no acabará nunca y tú no superarás esa barrera que tu madre creó con América y que, por desgracia, ahora solo molesta. —
Se quedó mirando a su tía a los ojos, y al cabo de unos segundos suspiró. — Puede que… Tengas razón. — Tragó saliva e inspiró. — Déjame que… Supere mi primera visita sola a Nueva York y… Lo valoraré. — Vivi volvió a su media sonrisa habitual. — ¿Me has hecho caso en un consejo? — Yo te he hecho caso muchas veces, tata. — La otra rio. — Bueno, yo no te lo recomiendo, soy una tarambana, como confirmaría en cualquier momento tu suegra, pero… Te quiero. Te quiero muchísimo. Y a mi patito. Solo quiero que volváis. Cuando los que se van son los demás lo paso fatal. — Eso la hizo reír. — ¿Marcus no va contigo? — Tiene que ir a hablar con un contacto de Lawrence… Toda ayuda es poca. Yo tengo que verme con la excompañera de mamá. — Lo harás bien, Alice, de verdad. Si tú todo lo haces bien, no pareces de esta familia. — Eso las hizo reír a las dos. — Y ahora que ya hemos hablado de lo serio… ¿Me puedes explicar por favor qué horror de habitación es ese? ¡Parece que una princesa ha estallado ahí, por Merlín. — Eso la hizo reír. — Venga, suelta prenda, son demasiados, no todos pueden ser perfectos, alguno te ha tenido que caer regular… — Y ambas se rieron y Alice se permitió charlar aunque fuera un poquito, un ratito, una parcelita de tranquilidad antes de lo que le tocaba.
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Con los pies en el suelo Con Alice | En Nueva York | Del 3 de agosto de 2002 |
El señor Penrose era una extraña mezcla entre un empresario americano como el primo George y un alquimista y profesor prestigioso como el señor Weasley. No le recordaba demasiado a su abuelo, lo cual no era en sí ni malo ni bueno, solo que Marcus a todos los alquimistas los medía en función de cuánto le recordaban a Lawrence. El hombre le recibió con gran educación, le dio la bienvenida a su (enorme, por cierto) taller, le afirmó cuánto le recordaba a Lawrence de joven, contó una anécdota esporádica que no venía mucho al caso pero que intuyó que era para romper el hielo y le mostró las instalaciones, en algo que Marcus detectó indudablemente como un acto de cortesía mezclado con un punto de vanidad. No sería él, precisamente él, quien juzgara eso, desde luego.
Pero dicha introducción no fue especialmente larga. Tanto él como el alquimista querían y necesitaban ir bastante al grano, por lo que le ofreció amablemente una bebida y asiendo en una señorial mesa, colocándose uno frente al otro. - Y bien. Cuéntame. - Sin prolegómenos. Sin "me preocupó que Lawrence contactara conmigo", sin "no te preocupes, muchacho, que voy a intentar ayudarte". Conciso. No sabía si era un Ravenclaw exageradamente práctico, o un Slytherin al que no le gustaban nada las florituras... De nuevo, con ambos terrenos era capaz de lidiar. - He venido aquí con mi pareja. Se llama Alice Gallia, es hija de William Gallia, ¿le conoce? - ¿El que diseñó el hechizo de protección gubernamental para el MACUSA? Quizás algunos tengan muy mala memoria, pero no es el caso de un servidor. No he tenido la fortuna de conocerle en persona pero sí, es un nombre que me suena bastante. - Marcus asintió. - William conoció aquí a la que después fue su mujer y madre de Alice y de su hijo menor, Dylan. Es decir, Jane, su mujer, era americana... Falleció hace cinco años, de una enfermedad. La custodia de ambos quedó a manos de William. Alice ya es mayor de edad, pero poco después de cumplir la mayoría de edad, la familia de su madre, con quienes no tenían relación puesto que la habían repudiado por su relación con William, empezó a amenazarles con quitarles la custodia de Dylan. Acusaban al señor Gallia de no ser apto para hacerse cargo de un menor, al igual que a Alice. - Marcus se mojó los labios, haciendo una pausa. - William lo ha pasado muy mal tras el fallecimiento de su esposa, pero no es algo que deba extrañar de un hombre que pierde a su mujer siendo tan joven y se queda con dos hijos a cargo. - Marcus tendría que nacer de nuevo para no excusar a William, por no hablar de que, en ese contexto, era una baza a su favor. - Y Alice siempre fue una alumna de expediente brillante, con planes de futuro claros. Alquimista en área sanitaria, por cierto. - ¡Oh! Interesante campo... - Lo es. Las acusaciones de la familia materna no tienen fundamento... Sin embargo, tirando de influencias y engaños, hace un mes se llevaron a Dylan. - El hombre arqueó las cejas, aunque su expresividad no fue exagerada. - Llevamos desde entonces sin verle. Le trajeron aquí y creemos que está en casa de sus abuelos, personas con las que jamás ha tenido contacto y que rechazaron a Janet, ni siquiera fueron a su funeral. Desconocemos qué interés pueden tener en él, pero ahora mismo le tienen bajo custodia. Necesitamos ayuda, hemos escuchado que tienen muchos trapos sucios... Solo queremos recabar, cuanta más información, mejor. - El hombre asintió gravemente.
La pregunta no podía tardar en llegar. - ¿De qué familia se trata? - Marcus hizo una pausa. - De los Van Der Luyden. Pet... - Pero antes de poder decir los nombres completos, Hermes, hasta ahora comedido en sus expresiones, soltó una carcajada casi nerviosa y empezó a negar con la cabeza. Eso puso a Marcus un tanto incómodo, a la par que sorprendido, pero terminó aquello que había sido interrumpido. - Peter y Lucy Van Der Luyden. La madre de Alice y Dylan era, de soltera, Jane Van Der Luyden... - Ya tengo todos los datos que tengo que tener. -Dijo el hombre, con un gesto de la mano y una leve risa nerviosa y casi resignada. Marcus le miraba entre demandante y suplicante. - Marcus, ¿cuánto sabes de dónde os estáis metiendo? - Marcus tragó saliva, pero asintió una única vez y dijo con seguridad. - Bastante. - Ya te aseguro yo que no. - Marcus clavó la mirada en el otro. ¿Esa era la ayuda? ¿Decirles que tenían la batalla perdida?
El hombre suspiró y, pareciendo tomar conciencia de que podría haber sido brusco de un inicio, trató de reconducir. - Marcus... seré muy franco contigo. Estáis intentando hacer un agujero en una fortaleza. Los Van Der Luyden pueden ser en estos momentos la familia más influyente del estado. Y de las más peligrosas. Y que lo diga un alquimista... es mucho decir. - Hizo un gesto con la cabeza. - Además, de un tiempo a esta parte, están mucho peor. Las ondas llegan a todos los sectores. - El hombre entrecruzó los dedos sobre la mesa, meditando unos instantes. Tras estos, dijo. - ¿Cuándo dices que comenzaron las amenazas por la custodia? - Hace aproximadamente un año. Cuando Alice cumplió la mayoría de edad... que a nosotros nos conste, al menos. Creemos que pueda ser desde antes, William había recibido varias cartas antes que, por respeto a la memoria de su mujer, se había negado a abrir. - El hombre chasqueó la lengua, mirando hacia otro lado. - Desde que falleciera Bethany... esa familia solo ha ido a peor. - Pareció reflexionar en voz alta, pero Marcus frunció el ceño. ¿Se estaba liando de más... o no era la primera vez que escuchaba ese dato? ¿Tendría algo que ver? Ahora mismo, desde luego, no le veía ni pies ni cabeza... - Sea como fuere. - Continuó Hermes. - Son peligrosos. En cualquier otra circunstancia, te diría que, cuanto más lejos les tuvieses, mejor... Pero supongo que es un lujo que, a estas alturas, ni podéis ni os queréis permitir. Pero más os vale, Marcus, ser conscientes de que os estáis enfrentando a un gigante cuyo tamaño puede que no hayáis medido bien antes de empezar. -
Pero dicha introducción no fue especialmente larga. Tanto él como el alquimista querían y necesitaban ir bastante al grano, por lo que le ofreció amablemente una bebida y asiendo en una señorial mesa, colocándose uno frente al otro. - Y bien. Cuéntame. - Sin prolegómenos. Sin "me preocupó que Lawrence contactara conmigo", sin "no te preocupes, muchacho, que voy a intentar ayudarte". Conciso. No sabía si era un Ravenclaw exageradamente práctico, o un Slytherin al que no le gustaban nada las florituras... De nuevo, con ambos terrenos era capaz de lidiar. - He venido aquí con mi pareja. Se llama Alice Gallia, es hija de William Gallia, ¿le conoce? - ¿El que diseñó el hechizo de protección gubernamental para el MACUSA? Quizás algunos tengan muy mala memoria, pero no es el caso de un servidor. No he tenido la fortuna de conocerle en persona pero sí, es un nombre que me suena bastante. - Marcus asintió. - William conoció aquí a la que después fue su mujer y madre de Alice y de su hijo menor, Dylan. Es decir, Jane, su mujer, era americana... Falleció hace cinco años, de una enfermedad. La custodia de ambos quedó a manos de William. Alice ya es mayor de edad, pero poco después de cumplir la mayoría de edad, la familia de su madre, con quienes no tenían relación puesto que la habían repudiado por su relación con William, empezó a amenazarles con quitarles la custodia de Dylan. Acusaban al señor Gallia de no ser apto para hacerse cargo de un menor, al igual que a Alice. - Marcus se mojó los labios, haciendo una pausa. - William lo ha pasado muy mal tras el fallecimiento de su esposa, pero no es algo que deba extrañar de un hombre que pierde a su mujer siendo tan joven y se queda con dos hijos a cargo. - Marcus tendría que nacer de nuevo para no excusar a William, por no hablar de que, en ese contexto, era una baza a su favor. - Y Alice siempre fue una alumna de expediente brillante, con planes de futuro claros. Alquimista en área sanitaria, por cierto. - ¡Oh! Interesante campo... - Lo es. Las acusaciones de la familia materna no tienen fundamento... Sin embargo, tirando de influencias y engaños, hace un mes se llevaron a Dylan. - El hombre arqueó las cejas, aunque su expresividad no fue exagerada. - Llevamos desde entonces sin verle. Le trajeron aquí y creemos que está en casa de sus abuelos, personas con las que jamás ha tenido contacto y que rechazaron a Janet, ni siquiera fueron a su funeral. Desconocemos qué interés pueden tener en él, pero ahora mismo le tienen bajo custodia. Necesitamos ayuda, hemos escuchado que tienen muchos trapos sucios... Solo queremos recabar, cuanta más información, mejor. - El hombre asintió gravemente.
La pregunta no podía tardar en llegar. - ¿De qué familia se trata? - Marcus hizo una pausa. - De los Van Der Luyden. Pet... - Pero antes de poder decir los nombres completos, Hermes, hasta ahora comedido en sus expresiones, soltó una carcajada casi nerviosa y empezó a negar con la cabeza. Eso puso a Marcus un tanto incómodo, a la par que sorprendido, pero terminó aquello que había sido interrumpido. - Peter y Lucy Van Der Luyden. La madre de Alice y Dylan era, de soltera, Jane Van Der Luyden... - Ya tengo todos los datos que tengo que tener. -Dijo el hombre, con un gesto de la mano y una leve risa nerviosa y casi resignada. Marcus le miraba entre demandante y suplicante. - Marcus, ¿cuánto sabes de dónde os estáis metiendo? - Marcus tragó saliva, pero asintió una única vez y dijo con seguridad. - Bastante. - Ya te aseguro yo que no. - Marcus clavó la mirada en el otro. ¿Esa era la ayuda? ¿Decirles que tenían la batalla perdida?
El hombre suspiró y, pareciendo tomar conciencia de que podría haber sido brusco de un inicio, trató de reconducir. - Marcus... seré muy franco contigo. Estáis intentando hacer un agujero en una fortaleza. Los Van Der Luyden pueden ser en estos momentos la familia más influyente del estado. Y de las más peligrosas. Y que lo diga un alquimista... es mucho decir. - Hizo un gesto con la cabeza. - Además, de un tiempo a esta parte, están mucho peor. Las ondas llegan a todos los sectores. - El hombre entrecruzó los dedos sobre la mesa, meditando unos instantes. Tras estos, dijo. - ¿Cuándo dices que comenzaron las amenazas por la custodia? - Hace aproximadamente un año. Cuando Alice cumplió la mayoría de edad... que a nosotros nos conste, al menos. Creemos que pueda ser desde antes, William había recibido varias cartas antes que, por respeto a la memoria de su mujer, se había negado a abrir. - El hombre chasqueó la lengua, mirando hacia otro lado. - Desde que falleciera Bethany... esa familia solo ha ido a peor. - Pareció reflexionar en voz alta, pero Marcus frunció el ceño. ¿Se estaba liando de más... o no era la primera vez que escuchaba ese dato? ¿Tendría algo que ver? Ahora mismo, desde luego, no le veía ni pies ni cabeza... - Sea como fuere. - Continuó Hermes. - Son peligrosos. En cualquier otra circunstancia, te diría que, cuanto más lejos les tuvieses, mejor... Pero supongo que es un lujo que, a estas alturas, ni podéis ni os queréis permitir. Pero más os vale, Marcus, ser conscientes de que os estáis enfrentando a un gigante cuyo tamaño puede que no hayáis medido bien antes de empezar. -
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Ivanka
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Con los pies en el suelo Con Marcus | En Nueva York | Del 3 de agosto de 2002 |
Salió del metro con una mezcla entre miedo atroz e impresión y curiosidad, porque en la vida se había montado en un transporte tan loco. Aún estaba preguntándose cómo demonios funcionaba aquella cosa, con semejante caos, cuando salió en la parada de Hell’s Kitchen. El nombre nunca le había parecido muy halagüeño, pero sus padres siempre habían guardado un recuerdo muy especial de ese lugar… Por algo sería.
— Uf, aquí estás, menos mal. Siempre me angustia un poco la primera vez que alguien tiene que coger el metro en Nueva York. — Dijo Nikkie acercándose a ella desde la acera de enfrente. Le puso una sonrisa un poco tensa. — Sí, puede ser… especial. Pero es toda una experiencia. — Sí, por decirlo de alguna manera. — Concedió la mujer, cogiéndola del brazo. — Bienvenida a mi barrio, aquí nací yo, y de aquí me sacarán con los pies por delante. — Alice frunció el ceño. — Pensé que eras italiana. — Italoamericana. Los italianos eran mis abuelos. En América no se es americano por nacer aquí… Es complejo de entender. Pero esto era como una pequeña Italia-Irlanda, aunque ahora haya cambiado todo. — Alice sonrió, mirando los edificios. — De momento me gusta más que Park Avenue. No es tan… agobiante. — Nicole rio y alzó las cejas. — Generalmente a la gente le gustan más los rascacielos y eso que los barrios. — No a mí. Hasta ahora creía que la calle de Long Island donde viven los tíos de Marcus era lo máximo que podía tolerar de Nueva York. — Eso hizo reír a la mujer, que negó con la cabeza. — Que los neoyorquinos no te oigan llamar Nueva York a Long Island. Que no te oigan llamar Nueva York a Queens, te diría. — Y ambas bajaron por una calle muy animada y soleada, no tan llena de coches y jaleo como el resto de la ciudad.
— Este es mi edificio. — ¿Aquí es donde mi madre vivió contigo después de escaparse? — Nikkie negó con una sonrisa, mientras abría con llaves. Deducía que es que vivirían muggles allí también. — Mi primer piso era enano y cochambroso y estaba sobre un restaurante. — ¿Ese donde mi madre pedía tiramisú y le confundían el apellido? — La mujer la miró sorprendida. — ¡Sí! Qué buena memoria. — Intento recordar todos los días lo que me contó mi madre. — Ahora está cerrado, pero antes de irte, si quieres, vamos para que lo veas. — Debió detectar la tristeza en sus ojos, porque añadió. — Cuando recuperes a Dylan… Iremos a comer allí todos juntos, ¿te parece? Tú, Marcus, su familia, yo… Honraremos a tu madre. ¿Tu padre va a venir en algún momento? — Alice negó rápidamente con la cabeza, y Nikkie se quedó un poco pillada, pero claramente optó por no decir nada al respecto.
El piso de Nikkie gritaba SOLTERA por todas partes. Soltera y con buen sueldo, que claramente gastaba en cosas que le hacían sentir como una reina, tales como unos sofás y butacas comodísimos, licores caros y textiles de primerísima calidad, o sea, su tía Vivi si hubiera tenido una casa y el dinero de Nikkie. También tenía televisión, lo cual le llamó la atención. — ¿Los magos veis la tele en Inglaterra? — Ella negó. — Pero la vi en casa de una amiga que su madre es muggle… nomaj, vamos. — Nikkie le hizo tomar asiento y se echó una copa de algo con un color muy particular. — Al final engancha, no sabes cuanto, aquí la mayoría de los magos nos hemos rendido ya a ella. ¿Quieres algo? — Alcohol no, por favor, pensó, ya realmente preocupada por la costumbre de aquella gente. — No, no tengo el cuerpo para nada… — Eso hizo reír a Nikkie. — Pues eso es de tu padre, porque tu madre, cuando se ponía nerviosa pillaba lo más dulce que tuviera a mano. — Y ambas rieron un poco, porque casi que podían verla perfectamente haciéndolo.
— Bueno, he hablado con todo el que he podido. Chris se ha quedado un poco más al margen, él llama más la atención que yo, y mucha gente de su círculo sigue en contacto con tu abuelo, y saben que ellos ya no se hablan. — Nikkie hizo una pausa que no le gustó nada. — Los Van Der Luyden… Generan mucho miedo. No es que no haya encontrado meteduras de pata tapadas con dinero, sobornos y malas prácticas… Es que nadie está dispuesto a hablar de ello, y menos en un juicio. — Alice notó el pulso acelerado y abrió mucho los ojos. — ¡Pero precisamente un juzgado es el sitio! Nada de habladurías, que el peso de la ley… — También tienen gente en los juzgados, Alice. Es muy difícil que alguien se les ponga en contra. — Notó cómo le entraban ganas de llorar y dejó caer las manos. — ¿Y entonces qué? ¿Me rindo y ya está? — Nikkie dio un trago a la bebida y se recolocó en el sofá. — Pues, verás… Hay algo que todos me han dicho… Que si alguien de dentro se pusiera en su contra… Se atreverían a hablar. — Ella frunció el ceño. — ¿De dentro de los Van Der Luyden? ¿Pero cómo voy a lograr yo eso? Si ni siquiera los conozco a ellos, ni al hermano de mi madre, ni a la familia extensa… Solo a Aaron. — Aaron McGrath está contigo, ¿verdad? — Alice parpadeó y, por un segundo, el miedo la corroyó y se maldijo por tener la bocaza tan grande. ¿Podía fiarse de Nikkie? Al fin y al cabo, había crecido rapidísimo en el MACUSA… ¿Tenía que salir corriendo en ese mismo momento? — Vale, vale. No me lo digas si no quieres. No quería ser tan brusca, perdóname. Lo siento si te he asustado. — Vaya, pues sí que se ponía ella sola en evidencia. — El padre de Aaron, Michael McGrath, lleva buscándole meses. Él y Lucy están desesperados. — No lo parecen. — Le salió del alma, un poco ofendida. Habían esperado el infierno sobre sus cabezas cuando Aaron no volvió con los Van Der Luyden, pero el resultado había sido un atronador silencio, por parte de todos, sus padres incluidos. — Porque están muertos de miedo, porque tus abuelos han hecho con Aaron como hicieron con tu madre, han renegado hasta de su existencia. — Vaya, otros que están muertos de miedo, así no vamos a ninguna parte. — Pero a estos sí que puedes ponerlos de tu parte. Y estos sí que están dentro. — Alice levantó la mirada y la cruzó con Nikkie y mantuvo el silencio durante unos segundos. — Dales a su hijo, Alice, y Lucy y Michael McGrath te deberán una, una muy grande, por haberle protegido y haberlo llevado de vuelta a casa. Y eso, créeme, va a ser una baza muy importante. Si consigues un topo en la familia, que sería Lucy, y otro en sus redes, que sería Michael, quizá tengamos por dónde empezar. —
— Uf, aquí estás, menos mal. Siempre me angustia un poco la primera vez que alguien tiene que coger el metro en Nueva York. — Dijo Nikkie acercándose a ella desde la acera de enfrente. Le puso una sonrisa un poco tensa. — Sí, puede ser… especial. Pero es toda una experiencia. — Sí, por decirlo de alguna manera. — Concedió la mujer, cogiéndola del brazo. — Bienvenida a mi barrio, aquí nací yo, y de aquí me sacarán con los pies por delante. — Alice frunció el ceño. — Pensé que eras italiana. — Italoamericana. Los italianos eran mis abuelos. En América no se es americano por nacer aquí… Es complejo de entender. Pero esto era como una pequeña Italia-Irlanda, aunque ahora haya cambiado todo. — Alice sonrió, mirando los edificios. — De momento me gusta más que Park Avenue. No es tan… agobiante. — Nicole rio y alzó las cejas. — Generalmente a la gente le gustan más los rascacielos y eso que los barrios. — No a mí. Hasta ahora creía que la calle de Long Island donde viven los tíos de Marcus era lo máximo que podía tolerar de Nueva York. — Eso hizo reír a la mujer, que negó con la cabeza. — Que los neoyorquinos no te oigan llamar Nueva York a Long Island. Que no te oigan llamar Nueva York a Queens, te diría. — Y ambas bajaron por una calle muy animada y soleada, no tan llena de coches y jaleo como el resto de la ciudad.
— Este es mi edificio. — ¿Aquí es donde mi madre vivió contigo después de escaparse? — Nikkie negó con una sonrisa, mientras abría con llaves. Deducía que es que vivirían muggles allí también. — Mi primer piso era enano y cochambroso y estaba sobre un restaurante. — ¿Ese donde mi madre pedía tiramisú y le confundían el apellido? — La mujer la miró sorprendida. — ¡Sí! Qué buena memoria. — Intento recordar todos los días lo que me contó mi madre. — Ahora está cerrado, pero antes de irte, si quieres, vamos para que lo veas. — Debió detectar la tristeza en sus ojos, porque añadió. — Cuando recuperes a Dylan… Iremos a comer allí todos juntos, ¿te parece? Tú, Marcus, su familia, yo… Honraremos a tu madre. ¿Tu padre va a venir en algún momento? — Alice negó rápidamente con la cabeza, y Nikkie se quedó un poco pillada, pero claramente optó por no decir nada al respecto.
El piso de Nikkie gritaba SOLTERA por todas partes. Soltera y con buen sueldo, que claramente gastaba en cosas que le hacían sentir como una reina, tales como unos sofás y butacas comodísimos, licores caros y textiles de primerísima calidad, o sea, su tía Vivi si hubiera tenido una casa y el dinero de Nikkie. También tenía televisión, lo cual le llamó la atención. — ¿Los magos veis la tele en Inglaterra? — Ella negó. — Pero la vi en casa de una amiga que su madre es muggle… nomaj, vamos. — Nikkie le hizo tomar asiento y se echó una copa de algo con un color muy particular. — Al final engancha, no sabes cuanto, aquí la mayoría de los magos nos hemos rendido ya a ella. ¿Quieres algo? — Alcohol no, por favor, pensó, ya realmente preocupada por la costumbre de aquella gente. — No, no tengo el cuerpo para nada… — Eso hizo reír a Nikkie. — Pues eso es de tu padre, porque tu madre, cuando se ponía nerviosa pillaba lo más dulce que tuviera a mano. — Y ambas rieron un poco, porque casi que podían verla perfectamente haciéndolo.
— Bueno, he hablado con todo el que he podido. Chris se ha quedado un poco más al margen, él llama más la atención que yo, y mucha gente de su círculo sigue en contacto con tu abuelo, y saben que ellos ya no se hablan. — Nikkie hizo una pausa que no le gustó nada. — Los Van Der Luyden… Generan mucho miedo. No es que no haya encontrado meteduras de pata tapadas con dinero, sobornos y malas prácticas… Es que nadie está dispuesto a hablar de ello, y menos en un juicio. — Alice notó el pulso acelerado y abrió mucho los ojos. — ¡Pero precisamente un juzgado es el sitio! Nada de habladurías, que el peso de la ley… — También tienen gente en los juzgados, Alice. Es muy difícil que alguien se les ponga en contra. — Notó cómo le entraban ganas de llorar y dejó caer las manos. — ¿Y entonces qué? ¿Me rindo y ya está? — Nikkie dio un trago a la bebida y se recolocó en el sofá. — Pues, verás… Hay algo que todos me han dicho… Que si alguien de dentro se pusiera en su contra… Se atreverían a hablar. — Ella frunció el ceño. — ¿De dentro de los Van Der Luyden? ¿Pero cómo voy a lograr yo eso? Si ni siquiera los conozco a ellos, ni al hermano de mi madre, ni a la familia extensa… Solo a Aaron. — Aaron McGrath está contigo, ¿verdad? — Alice parpadeó y, por un segundo, el miedo la corroyó y se maldijo por tener la bocaza tan grande. ¿Podía fiarse de Nikkie? Al fin y al cabo, había crecido rapidísimo en el MACUSA… ¿Tenía que salir corriendo en ese mismo momento? — Vale, vale. No me lo digas si no quieres. No quería ser tan brusca, perdóname. Lo siento si te he asustado. — Vaya, pues sí que se ponía ella sola en evidencia. — El padre de Aaron, Michael McGrath, lleva buscándole meses. Él y Lucy están desesperados. — No lo parecen. — Le salió del alma, un poco ofendida. Habían esperado el infierno sobre sus cabezas cuando Aaron no volvió con los Van Der Luyden, pero el resultado había sido un atronador silencio, por parte de todos, sus padres incluidos. — Porque están muertos de miedo, porque tus abuelos han hecho con Aaron como hicieron con tu madre, han renegado hasta de su existencia. — Vaya, otros que están muertos de miedo, así no vamos a ninguna parte. — Pero a estos sí que puedes ponerlos de tu parte. Y estos sí que están dentro. — Alice levantó la mirada y la cruzó con Nikkie y mantuvo el silencio durante unos segundos. — Dales a su hijo, Alice, y Lucy y Michael McGrath te deberán una, una muy grande, por haberle protegido y haberlo llevado de vuelta a casa. Y eso, créeme, va a ser una baza muy importante. Si consigues un topo en la familia, que sería Lucy, y otro en sus redes, que sería Michael, quizá tengamos por dónde empezar. —
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
- Golden Shields:
Alice Gallia
Cause' Alice does belong with Marcus
Ante todo, amigos
Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
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- 16 de enero de 2002:
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Freyja
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Con los pies en el suelo Con Alice | En Nueva York | Del 3 de agosto de 2002 |
El hombre se rellenó a sí mismo su cáliz casi vacío mientras Marcus, que ni había tocado el suyo, permanecía con la mirada perdida. No enfrentarse a los Van Der Luyden no era una opción. Fuera por la vía que fuera debían hacerlo, porque tenían a Dylan. Vale, recéntrate. Quizás Hermes pensaba que iban mano sobre mano y no era así. Se aclaró la garganta, recompuso su mejor postura de exposición y comenzó a narrar. - Nos hemos preparado concienzudamente con nuestro abogado. Hasta la fecha... - Y empezó a narrar todo lo que tenían, y todo lo que los Van Der Luyden se escudaban en tener sobre ellos pero no tenían, no eran más que falacias. El alquimista bebía tranquilamente, pasaba la mirada como si tal cosa entre él, el contenido de su cáliz y un punto indefinido del entorno, mientras Marcus no desistía lo más mínimo en continuar su relato. Estuvo hablando más de quince minutos sin parar.
Y cuando lo hizo, ciertamente, necesitaba escuchar algún tipo de feedback, el que fuera, por parte del otro, que justo al final de su exposición se encontraba meciendo el líquido en su cáliz y mirándolo con serenidad. Ante el silencio, alzó la mirada. - Habéis hecho un gran trabajo. Sin duda. - Marcus sintió el peso de su pecho aliviarse un poco... Solo un poco, porque sabía que esa frase tenía segunda parte. - Pero, hablando en términos históricos sobre toda la información que se puede recabar de esta familia... Digamos que, en la línea cronológica, acabáis de ver el meteorito caer sobre los dinosaurios. - Dejó los hombros caer inconscientemente, sintiendo todo el peso de sus palabras, mientras el hombre bebía con tranquilidad. - ¿Y eso es todo? - No pudo evitar decir, con la frustración y la impotencia siendo palpables en su voz. El hombre le miró, paladeando la bebida. Dejó el cáliz en la mesa, se levantó y se dirigió a una zona de la pared, dándole la espalda.
Ni siquiera vio de dónde emergió lo que tenía en las manos. Alquimistas y sus compartimentos secretos. Extendió un gran pergamino vacío sobre la mesa, aplanándolo con ambas manos. - Dylan Gallia, si no me equivoco, es el hombre del chico que tienen custodiado. ¿Correcto? - Así es. - Confirmó Marcus. Hacia ellos voló una vuelapluma que escribió "Dylan Gallia", con una letra estilizada de señor importante, cerca del margen izquierdo del pergamino. - Veamos lo que sabíais de los Van Der Luyden antes de que todo esto ocurriera. - Sin recibir ninguna orden, la vuelapluma comenzó a escribir. Junto a Dylan apareció el nombre de Alice, y sobre ellos, los de William y Janet. Sobre el nombre de Janet, el de dos personas sin nombre, simplemente apellidadas "Van Der Luyden". - ¿Correcto? - Correcto. - Volvió a confirmar. El hombre asintió. - Hace un año comenzasteis a recibir amenazas. Desde entonces... - La vuelapluma volvió a escribir y aparecieron más nombres: los de los dos abuelos de Alice, los de Aaron McGrath y Lucy McGrath y los de Theodore Van Der Luyden. - Y después, ocurrió lo de Dylan. Y tras vuestras investigaciones, ahora... - Entonces, la vuelapluma comenzó a escribir a gran velocidad. Los nombres de los abuelos de Alice estaban en el centro del pergamino, con Dylan y ella a un margen, y alrededor de los cabeza de familia comenzaron a emerger más familiares pero, sobre todo, conexiones externas. Nombres y contactos que ya tenían en sus manos gracias a las indagaciones que habían hecho antes de llegar y lo que habían recabado tras la reunión con Nicole y el señor Wren. Ahora el pergamino se veía mucho más lleno... pero era un pergamino tan enorme que, ciertamente, había mucho hueco vacío. El hombre volvió a preguntar. - ¿Es correcto? - Marcus, tras cotejarlo bien, asintió. - Es correcto. - El hombre devolvió un asentimiento repetitivo y pesado, mirándole a los ojos, que hizo a Marcus temblar. Tras una pausa que se le hizo eterna, alzó una mano e hizo un gesto con los dedos. La vuelapluma que hasta el momento había estado escribiendo, de un color negro azulado, se fue de allí, siendo sustituida por otra color rojo granate.
Y la vuelapluma roja empezó a escribir, no a tanta velocidad como la anterior, pero con un ímpetu que parecía insultarle a cada rasgar del papel. Marcus asistió perplejo a lo que estaba viendo. El pergamino se llenaba cada vez más... y más... y más... Había miles, cientos de nombres, pero pocos podrían ser identificados. En muchos casos ponía un apelativo, en otro solo el apellido o solo el nombre de pila. Otras veces, solo "confidente" o "influencia", y en otros solo una profesión seguida de un número. El pergamino se había llenado de tal manera que apenas quedaba hueco libre... y la tinta roja ocupaba mucho más, muchísimo más universo que la negra. Y visto así, el nombre de Dylan se observaba absolutamente insignificante. Por no hablar... de que el propio Marcus, el que allí había ido convencido de poder hacer algo contra esas personas, ni siquiera aparecía en ese papel.
- Mi objetivo mostrándote esto no es, ni mucho menos, amedrentarte. - Dijo el hombre en un tono mucho más comprensivo de lo que hubiera usado hasta ahora, porque debía ver la palpable derrota de Marcus en su expresión. - Solo quiero, Marcus... que seáis conscientes de que no estáis ni en la punta del iceberg con esto. - Ladeó la cabeza. - Aunque... si te vale la intuición de alquimista... - El hombre bajó la mirada al pergamino y Marcus le imitó. De repente, el nombre de Bethany Levinson brilló por encima del resto, con un discreto fulgor pero perfectamente perceptible. - Un hombre de ciencia no cree en las coincidencias, y las fechas cuadran. Puede no querer decir nada, y puede, hay una gran probabilidad en este enorme universo, de hecho, de que toquéis esa pieza y no os diga nada... Pero, como verás, tocar todas las piezas puede llevaros incluso años. Por alguna hay que empezar, y si justo esa fuera la ganadora... - El hombre abrió los brazos en cruz y esbozó una sonrisa segura. - Menudo golpe de suerte. - Marcus trató de sonreír también, aunque con mucha tensión y tristeza, asintiendo.
- ¿Emma O'Donnell es tu madre? - Le pilló desprevenido la pregunta, tenía la cabeza un poco embotada. - Sí. - ¡Fantástico! Me encantan las transformaciones. Para personas con tantos secretos como nosotros, son muy útiles. Se nota que, a pesar de ser de colegios diferentes, compartimos casa. - Sabía yo que era Slytherin, pensó. - Tu abuelo habla maravillas de ti. Dice que te pareces mucho a él, pero para esto, confío en que hayas heredado el don de tu madre... - Se inclinó hacia él y agravó de nuevo la voz. - Porque lo has heredado ¿verdad? - Vale, captado. Sacó la varita y, pronunciando uno de los hechizos que ella había creado, transformó el enorme pergamino en un inocente pañuelo de seda. El hombre se reclinó con satisfacción en su asiento y entrelazó los dedos ante su regazo. - Buena elección. Sería muy raro que un alquimista al que no conoces de nada te hubiera regalado un pañuelo de seda. - Marcus ladeó la sonrisa. - No tendría ningún sentido. Solo es un obsequio de mi amada. - Y, con un trazo de su varita, bordó una "A" en la esquina del pañuelo y se lo guardó en el bolsillo. El hombre asintió, con su enigmática y segura sonrisa, y dijo. - Quizás... Hayan llegado de verdad las personas que puedan romper ese esquema. -
Y cuando lo hizo, ciertamente, necesitaba escuchar algún tipo de feedback, el que fuera, por parte del otro, que justo al final de su exposición se encontraba meciendo el líquido en su cáliz y mirándolo con serenidad. Ante el silencio, alzó la mirada. - Habéis hecho un gran trabajo. Sin duda. - Marcus sintió el peso de su pecho aliviarse un poco... Solo un poco, porque sabía que esa frase tenía segunda parte. - Pero, hablando en términos históricos sobre toda la información que se puede recabar de esta familia... Digamos que, en la línea cronológica, acabáis de ver el meteorito caer sobre los dinosaurios. - Dejó los hombros caer inconscientemente, sintiendo todo el peso de sus palabras, mientras el hombre bebía con tranquilidad. - ¿Y eso es todo? - No pudo evitar decir, con la frustración y la impotencia siendo palpables en su voz. El hombre le miró, paladeando la bebida. Dejó el cáliz en la mesa, se levantó y se dirigió a una zona de la pared, dándole la espalda.
Ni siquiera vio de dónde emergió lo que tenía en las manos. Alquimistas y sus compartimentos secretos. Extendió un gran pergamino vacío sobre la mesa, aplanándolo con ambas manos. - Dylan Gallia, si no me equivoco, es el hombre del chico que tienen custodiado. ¿Correcto? - Así es. - Confirmó Marcus. Hacia ellos voló una vuelapluma que escribió "Dylan Gallia", con una letra estilizada de señor importante, cerca del margen izquierdo del pergamino. - Veamos lo que sabíais de los Van Der Luyden antes de que todo esto ocurriera. - Sin recibir ninguna orden, la vuelapluma comenzó a escribir. Junto a Dylan apareció el nombre de Alice, y sobre ellos, los de William y Janet. Sobre el nombre de Janet, el de dos personas sin nombre, simplemente apellidadas "Van Der Luyden". - ¿Correcto? - Correcto. - Volvió a confirmar. El hombre asintió. - Hace un año comenzasteis a recibir amenazas. Desde entonces... - La vuelapluma volvió a escribir y aparecieron más nombres: los de los dos abuelos de Alice, los de Aaron McGrath y Lucy McGrath y los de Theodore Van Der Luyden. - Y después, ocurrió lo de Dylan. Y tras vuestras investigaciones, ahora... - Entonces, la vuelapluma comenzó a escribir a gran velocidad. Los nombres de los abuelos de Alice estaban en el centro del pergamino, con Dylan y ella a un margen, y alrededor de los cabeza de familia comenzaron a emerger más familiares pero, sobre todo, conexiones externas. Nombres y contactos que ya tenían en sus manos gracias a las indagaciones que habían hecho antes de llegar y lo que habían recabado tras la reunión con Nicole y el señor Wren. Ahora el pergamino se veía mucho más lleno... pero era un pergamino tan enorme que, ciertamente, había mucho hueco vacío. El hombre volvió a preguntar. - ¿Es correcto? - Marcus, tras cotejarlo bien, asintió. - Es correcto. - El hombre devolvió un asentimiento repetitivo y pesado, mirándole a los ojos, que hizo a Marcus temblar. Tras una pausa que se le hizo eterna, alzó una mano e hizo un gesto con los dedos. La vuelapluma que hasta el momento había estado escribiendo, de un color negro azulado, se fue de allí, siendo sustituida por otra color rojo granate.
Y la vuelapluma roja empezó a escribir, no a tanta velocidad como la anterior, pero con un ímpetu que parecía insultarle a cada rasgar del papel. Marcus asistió perplejo a lo que estaba viendo. El pergamino se llenaba cada vez más... y más... y más... Había miles, cientos de nombres, pero pocos podrían ser identificados. En muchos casos ponía un apelativo, en otro solo el apellido o solo el nombre de pila. Otras veces, solo "confidente" o "influencia", y en otros solo una profesión seguida de un número. El pergamino se había llenado de tal manera que apenas quedaba hueco libre... y la tinta roja ocupaba mucho más, muchísimo más universo que la negra. Y visto así, el nombre de Dylan se observaba absolutamente insignificante. Por no hablar... de que el propio Marcus, el que allí había ido convencido de poder hacer algo contra esas personas, ni siquiera aparecía en ese papel.
- Mi objetivo mostrándote esto no es, ni mucho menos, amedrentarte. - Dijo el hombre en un tono mucho más comprensivo de lo que hubiera usado hasta ahora, porque debía ver la palpable derrota de Marcus en su expresión. - Solo quiero, Marcus... que seáis conscientes de que no estáis ni en la punta del iceberg con esto. - Ladeó la cabeza. - Aunque... si te vale la intuición de alquimista... - El hombre bajó la mirada al pergamino y Marcus le imitó. De repente, el nombre de Bethany Levinson brilló por encima del resto, con un discreto fulgor pero perfectamente perceptible. - Un hombre de ciencia no cree en las coincidencias, y las fechas cuadran. Puede no querer decir nada, y puede, hay una gran probabilidad en este enorme universo, de hecho, de que toquéis esa pieza y no os diga nada... Pero, como verás, tocar todas las piezas puede llevaros incluso años. Por alguna hay que empezar, y si justo esa fuera la ganadora... - El hombre abrió los brazos en cruz y esbozó una sonrisa segura. - Menudo golpe de suerte. - Marcus trató de sonreír también, aunque con mucha tensión y tristeza, asintiendo.
- ¿Emma O'Donnell es tu madre? - Le pilló desprevenido la pregunta, tenía la cabeza un poco embotada. - Sí. - ¡Fantástico! Me encantan las transformaciones. Para personas con tantos secretos como nosotros, son muy útiles. Se nota que, a pesar de ser de colegios diferentes, compartimos casa. - Sabía yo que era Slytherin, pensó. - Tu abuelo habla maravillas de ti. Dice que te pareces mucho a él, pero para esto, confío en que hayas heredado el don de tu madre... - Se inclinó hacia él y agravó de nuevo la voz. - Porque lo has heredado ¿verdad? - Vale, captado. Sacó la varita y, pronunciando uno de los hechizos que ella había creado, transformó el enorme pergamino en un inocente pañuelo de seda. El hombre se reclinó con satisfacción en su asiento y entrelazó los dedos ante su regazo. - Buena elección. Sería muy raro que un alquimista al que no conoces de nada te hubiera regalado un pañuelo de seda. - Marcus ladeó la sonrisa. - No tendría ningún sentido. Solo es un obsequio de mi amada. - Y, con un trazo de su varita, bordó una "A" en la esquina del pañuelo y se lo guardó en el bolsillo. El hombre asintió, con su enigmática y segura sonrisa, y dijo. - Quizás... Hayan llegado de verdad las personas que puedan romper ese esquema. -
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Con los pies en el suelo Con Marcus | En Nueva York | Del 3 de agosto de 2002 |
Alice tragó saliva y resopló, frotándose los ojos. — ¿Sabes? Mi tía, esta mañana, me ha dicho algo muy parecido. Bueno, a ver, ella ha dicho que vaya a por ellos, a confrontarles. — ¿Y te lo has planteado? — Ella miró a la mujer con expresión de “evidentemente no”. — Te digo lo mismo que a ella. ¿Qué queréis que haga exactamente? ¿Apuntarles con la varita? — Nikkie se rio un poco, y ella distinguió esa intención de decir “pues mira, no estaría mal” pero callándoselo. — A ver, te aseguro que lo último que Lucy Van Der Luyden se espera es verte en la puerta de su casa pidiendo explicaciones. Esta gente está acostumbrada a imponer miedo solo con nombrarles, y creen que lo han conseguido contigo… Pero… ¿Tú les tienes miedo? — Alice rio con desesperación. — ¡Pues claro! Tienen a mi hermano. — Ya, pero, ¿si no tuvieran a tu hermano? ¿A ti que te provocaría el apellido Van Der Luyden? — Ahí se quedó boqueando. Llevaba tanto tiempo pensando en los Van Der Luyden como una amenaza que ni recordaba qué pensaba de ellos antes. — No… Me provocaba nada. Solo sabía que era el apellido de soltera de mi madre, que no nos hablábamos con ellos y… En fin, alguna vez me hice preguntas, claro, pero… No eran nadie. — Exacto. Para ti no son nadie, Alice. ¿Te importa su dinero? ¿Les tienes algún respeto? — Ella frunció el ceño. — ¿Cómo voy a tenerles ningún respeto? Son la gente que hizo infeliz a mi madre, que la maltrató y que amargó su vida… Y a Aaron le han hecho cosas que ni sé, porque él no las quiere contar… No, no me inspiran nada más que rabia. — Nikkie dejó flotar un silencio intenso, pero no le apartó la mirada. — Pues entonces ya tienes gran parte de la partida ganada. — Ella volvió a reír sarcásticamente. — Pero que no les puedo hacer nada mientras tengan a Dylan. — Puedes mantenerles la mirada, no agachar la cabeza, no temblar. Y créeme, eso es más de lo que tus propios tíos pueden decir. —
Se habían quedado pensativas ambas, mascando la información, que no iba a ser fácil de transmitir. Principalmente porque creía que Marcus y los O’Donnell le iban a decir que eso ni podía ni debía hacerlo, pero, quizá necesitaban empezar a plantear cosas con las que no habían contado. — ¿No quieres ver a tu hermano? Aunque sea un momento, aunque sea ver que está bien, que puede seguir luchando. — Y aquella posibilidad le encogió el corazón repentinamente. — No me dejarían verlo. — No se lo esperan, Alice. Y si no te dejan verlo, simplemente estarás como hasta ahora. — Pero entonces nos descubriremos. — No seas ingenua, a estas alturas ya saben que estás aquí. No les conviene remover las aguas, eso es todo. Pero si llegas hasta su misma puerta, no sabrán cómo reaccionar. — Hinchó el pecho, mirando a la nada. — Yo me comprometo a seguir investigando, por si apareciera un hilo del que podamos tirar con seguridad. Pero tienes que tomar las riendas de esto. — Y, ausente, ella asintió con la cabeza. — ¿Y por dónde empiezo? — Nikkie encogió un hombre. — ¿Si fuera tú? Por Lucy McGrath. Era la única de esa familia junto con su tía que la quería, y si ya le llevas a su hijo... Lo tienes ganado. — Alice se levantó y volvió a asentir. — Tengo que irme a hablar con Marcus y… Poner todo esto en pie. — Nikkie asintió y le tomó las manos. — Coraje, Alice. Tu madre era la mujer más valiente del mundo, tú eres su digna heredera. Ella les plantó, no se achantó cuando la amenazaron con el ostracismo, sé que tú tienes ese espíritu. —
Las lágrimas acudieron a sus ojos mientras asintió, y Nikkie fue a coger algo a su escritorio lleno de cosas. — Y tengo algo para ti, antes de que te vayas. — Ella miró el papelito doblado con extrañeza. — ¿Qué es? — Es una carta de alguien que quiere ayudarte, directamente. Más que ninguna otra persona con la que haya hablado. Por edad sospechaba que podríais conoceros del colegio, y por la cara que puso y su disposición… No me equivocaba. — Le dio la vuelta al papel y reconoció inmediatamente la letra del dorso, en la que ponía “Para Gal. Espero que, a pesar de haber crecido, no te hayas olvidado de tu prefecto”. Y sí, por primera vez desde que llegó a América se sintió un poco menos miedosa y un poco más poderosa.
Se habían quedado pensativas ambas, mascando la información, que no iba a ser fácil de transmitir. Principalmente porque creía que Marcus y los O’Donnell le iban a decir que eso ni podía ni debía hacerlo, pero, quizá necesitaban empezar a plantear cosas con las que no habían contado. — ¿No quieres ver a tu hermano? Aunque sea un momento, aunque sea ver que está bien, que puede seguir luchando. — Y aquella posibilidad le encogió el corazón repentinamente. — No me dejarían verlo. — No se lo esperan, Alice. Y si no te dejan verlo, simplemente estarás como hasta ahora. — Pero entonces nos descubriremos. — No seas ingenua, a estas alturas ya saben que estás aquí. No les conviene remover las aguas, eso es todo. Pero si llegas hasta su misma puerta, no sabrán cómo reaccionar. — Hinchó el pecho, mirando a la nada. — Yo me comprometo a seguir investigando, por si apareciera un hilo del que podamos tirar con seguridad. Pero tienes que tomar las riendas de esto. — Y, ausente, ella asintió con la cabeza. — ¿Y por dónde empiezo? — Nikkie encogió un hombre. — ¿Si fuera tú? Por Lucy McGrath. Era la única de esa familia junto con su tía que la quería, y si ya le llevas a su hijo... Lo tienes ganado. — Alice se levantó y volvió a asentir. — Tengo que irme a hablar con Marcus y… Poner todo esto en pie. — Nikkie asintió y le tomó las manos. — Coraje, Alice. Tu madre era la mujer más valiente del mundo, tú eres su digna heredera. Ella les plantó, no se achantó cuando la amenazaron con el ostracismo, sé que tú tienes ese espíritu. —
Las lágrimas acudieron a sus ojos mientras asintió, y Nikkie fue a coger algo a su escritorio lleno de cosas. — Y tengo algo para ti, antes de que te vayas. — Ella miró el papelito doblado con extrañeza. — ¿Qué es? — Es una carta de alguien que quiere ayudarte, directamente. Más que ninguna otra persona con la que haya hablado. Por edad sospechaba que podríais conoceros del colegio, y por la cara que puso y su disposición… No me equivocaba. — Le dio la vuelta al papel y reconoció inmediatamente la letra del dorso, en la que ponía “Para Gal. Espero que, a pesar de haber crecido, no te hayas olvidado de tu prefecto”. Y sí, por primera vez desde que llegó a América se sintió un poco menos miedosa y un poco más poderosa.
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
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Ay, los retitos
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The encounter Con Alice | En Nueva York | Del 4 de agosto de 2002 |
- Hijo. - Le dijo el tío Frankie, poniéndole una mano en la rodilla, la cual no dejaba de mover nerviosamente mientras se frotaba las manos, sentado en la cama. Estaba ya perfectamente vestido y dispuesto para salir mientras Alice terminaba de arreglarse. Pero le había dicho con cualquier excusa a su tío que viniera a su habitación porque... no lo veía. Necesitaba que alguien parara aquel asunto. Había depositado su confianza en que fuera su madre, pero cuando Emma recibió la información de Nicole por boca de Alice, así como la de Hermes por la de Marcus, dijo que adelante, que era lo que tenían que hacer. Pero Marcus hubiera preferido un par de días para sopesar. Su madre y su novia se habían quedado con la parte buena de la conversación con el alquimista y el mapa con los millones del hombre les había parecido poco menos que informativo, al parecer. Iban de frente a por Lucy McGrath, con Aaron prácticamente como rehén de intercambio. Marcus no lo veía nada claro.
- En algún momento teníais que dar el paso. Estáis muy preparados, Alice... - Tío Frankie, son muy poderosos. - Interrumpió, mirando a su tío con los ojos llenos de miedo enfocados hacia arriba, y la mandíbula tensada por la rabia. - Extremadamente poderosos. Vosotros lo sabéis. - Lo sé... - Y yo sé lo que una familia con influencias es capaz de hacer, y. - Soltó una carcajada seca y mordaz para aliñar su discurso con una sonrisa amarga de lado. - Créeme que los Horner no tienen ni la décima parte de influencia que esta gente. Y aun así yo me andaría con cautela... - ¿Es que temes que os hagan daño? - Preguntó Frankie abiertamente. Marcus asintió. - Sí. Ciertamente, sí. Somos un estorbo y para ellos sería tan fácil quitarnos de en medio como matar a un mosquito. No somos nadie, en su universo somos absolutamente insignificantes, si no siquiera sabe casi nadie que estamos aquí... - Marcus. - Le detuvo, y ahora puso las dos manos en sus rodillas, porque estaba que daba botes de los nervios. - Entiendo tu miedo, créeme, yo también lo tendría. Una parte de mí lo tiene. Pero no les conviene haceros nada. Sí, en comparación con ellos, sois... no insignificantes, no, no es esa la palabra, pero sí tenéis muchísima menos influencia, eso te lo concedo. Pero mucha gente está al tanto de que estáis aquí y lo sabes. No sé cuál será la consideración de William Gallia en Inglaterra pero te garantizo que en el MACUSA es muy alta, el caso saltaría por los aires de saberse, y tú mismo has dicho que vienes de una familia influyente, y no solo por tu abuelo, un alquimista de renombre. Dudo que a los Horner les haga gracia que le toquen a uno de los suyos. ¿Te crees que las familias peligrosas no se tienen localizadas entre sí? Hacen pactos de paz no hablados para no desencadenar guerras que a ninguno interesa, créeme. - Marcus soltó aire por la nariz, mirando a otra parte. De verdad que quería creer que así fuera...
- ¿Y a Dylan? - Preguntó. Se encogió de hombros. - Todos sabemos que Dylan no quiere estar allí. - No van a hacerle daño a Dylan, Marcus. No les... - ¿Conviene? ¿Por qué le tienen? ¿Qué quieren de él? ¿Cómo sabemos que no ganan más con él muerto que con él vivo? - Marcus, no digas... - ¡Si de repente nos dicen que se ha tirado por la ventana no tendríamos ningún argumento para decir que le han tirado ellos! "Pobre niño, nunca estuvo bien, si ni siquiera hablaba, no nos dimos cuenta". - Se frotó la cara. No quería ni pensarlo... - Te estás dejando llevar por el pánico. Su propia hermana confía en que todo va a salir bien, y tu madre... - A mi madre le puede el orgullo. - Sentenció, casi rabioso. Conocía a su madre, y por tal de conseguir su objetivo... Al parecer, Frankie la conocía mejor, o estaba poniendo orden en una racionalidad de la que Marcus siempre había hecho gala y que ahora estaba totalmente invisible. - Tu madre es madre, por lo que he oído ni todo su orgullo tapa ese hecho. Y no correría el riesgo de que le hicieran daño a un niño solo por salirse con la suya. Es Horner, pero no de ese tipo de Horner. Eso lo sabes ¿verdad? - Marcus echó aire por la nariz y asintió. Sí, sí que lo sabía... pero es que le seguía pareciendo una locura.
- ¿Confías en tu madre? - Asintió. - ¿Y en Alice? - Tardó unos segundos más, pero asintió también. Hubo un leve silencio que necesitaba aclarar. - Confío en Alice, le confiaría mi vida, es solo que... Ella no escuchó directamente las palabras del señor Penrose y creo que su desesperación por tener de vuelta a su hermano pueda estar jugándole una mala pasada. No estoy diciendo que sea una mala idea, solo que... quizás no sea una buena idea en el punto en el que estamos. - Nunca vas a estar en el punto de seguridad que quieres estar, Marcus. Y el tiempo puede jugar más en vuestra contra que a vuestro favor. - Le apretó un poco la rodilla con calidez. - Ve con ella. Sé que la vas a apoyar. - Con mi vida. Eso lo sabemos todos. - Pues hazlo. No vais a volver con ese niño hoy, Marcus, eso lo sabemos tanto tú como yo. Quizás ella albergue esperanzas, y para eso estarás tú, para ofrecer todo tu apoyo cuando tengáis que volveros de nuevo sin él. Pero habréis adelantado camino, seguro. Y si no... habréis descartado una vida. Sea como fuere, no tenéis nada que perder. -
- En algún momento teníais que dar el paso. Estáis muy preparados, Alice... - Tío Frankie, son muy poderosos. - Interrumpió, mirando a su tío con los ojos llenos de miedo enfocados hacia arriba, y la mandíbula tensada por la rabia. - Extremadamente poderosos. Vosotros lo sabéis. - Lo sé... - Y yo sé lo que una familia con influencias es capaz de hacer, y. - Soltó una carcajada seca y mordaz para aliñar su discurso con una sonrisa amarga de lado. - Créeme que los Horner no tienen ni la décima parte de influencia que esta gente. Y aun así yo me andaría con cautela... - ¿Es que temes que os hagan daño? - Preguntó Frankie abiertamente. Marcus asintió. - Sí. Ciertamente, sí. Somos un estorbo y para ellos sería tan fácil quitarnos de en medio como matar a un mosquito. No somos nadie, en su universo somos absolutamente insignificantes, si no siquiera sabe casi nadie que estamos aquí... - Marcus. - Le detuvo, y ahora puso las dos manos en sus rodillas, porque estaba que daba botes de los nervios. - Entiendo tu miedo, créeme, yo también lo tendría. Una parte de mí lo tiene. Pero no les conviene haceros nada. Sí, en comparación con ellos, sois... no insignificantes, no, no es esa la palabra, pero sí tenéis muchísima menos influencia, eso te lo concedo. Pero mucha gente está al tanto de que estáis aquí y lo sabes. No sé cuál será la consideración de William Gallia en Inglaterra pero te garantizo que en el MACUSA es muy alta, el caso saltaría por los aires de saberse, y tú mismo has dicho que vienes de una familia influyente, y no solo por tu abuelo, un alquimista de renombre. Dudo que a los Horner les haga gracia que le toquen a uno de los suyos. ¿Te crees que las familias peligrosas no se tienen localizadas entre sí? Hacen pactos de paz no hablados para no desencadenar guerras que a ninguno interesa, créeme. - Marcus soltó aire por la nariz, mirando a otra parte. De verdad que quería creer que así fuera...
- ¿Y a Dylan? - Preguntó. Se encogió de hombros. - Todos sabemos que Dylan no quiere estar allí. - No van a hacerle daño a Dylan, Marcus. No les... - ¿Conviene? ¿Por qué le tienen? ¿Qué quieren de él? ¿Cómo sabemos que no ganan más con él muerto que con él vivo? - Marcus, no digas... - ¡Si de repente nos dicen que se ha tirado por la ventana no tendríamos ningún argumento para decir que le han tirado ellos! "Pobre niño, nunca estuvo bien, si ni siquiera hablaba, no nos dimos cuenta". - Se frotó la cara. No quería ni pensarlo... - Te estás dejando llevar por el pánico. Su propia hermana confía en que todo va a salir bien, y tu madre... - A mi madre le puede el orgullo. - Sentenció, casi rabioso. Conocía a su madre, y por tal de conseguir su objetivo... Al parecer, Frankie la conocía mejor, o estaba poniendo orden en una racionalidad de la que Marcus siempre había hecho gala y que ahora estaba totalmente invisible. - Tu madre es madre, por lo que he oído ni todo su orgullo tapa ese hecho. Y no correría el riesgo de que le hicieran daño a un niño solo por salirse con la suya. Es Horner, pero no de ese tipo de Horner. Eso lo sabes ¿verdad? - Marcus echó aire por la nariz y asintió. Sí, sí que lo sabía... pero es que le seguía pareciendo una locura.
- ¿Confías en tu madre? - Asintió. - ¿Y en Alice? - Tardó unos segundos más, pero asintió también. Hubo un leve silencio que necesitaba aclarar. - Confío en Alice, le confiaría mi vida, es solo que... Ella no escuchó directamente las palabras del señor Penrose y creo que su desesperación por tener de vuelta a su hermano pueda estar jugándole una mala pasada. No estoy diciendo que sea una mala idea, solo que... quizás no sea una buena idea en el punto en el que estamos. - Nunca vas a estar en el punto de seguridad que quieres estar, Marcus. Y el tiempo puede jugar más en vuestra contra que a vuestro favor. - Le apretó un poco la rodilla con calidez. - Ve con ella. Sé que la vas a apoyar. - Con mi vida. Eso lo sabemos todos. - Pues hazlo. No vais a volver con ese niño hoy, Marcus, eso lo sabemos tanto tú como yo. Quizás ella albergue esperanzas, y para eso estarás tú, para ofrecer todo tu apoyo cuando tengáis que volveros de nuevo sin él. Pero habréis adelantado camino, seguro. Y si no... habréis descartado una vida. Sea como fuere, no tenéis nada que perder. -
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The encounter Con Marcus | En Nueva York | Del 4 de agosto de 2002 |
— ¿Estás nervioso? — Preguntó a su primo, que estaba apoyado en su puerta, mientras ella terminaba de ponerse los pendientes y peinarse. Para como lo había visto en Inglaterra, ahora parecía muy tranquilo. — Sí, pero… Bueno la señora O’Donnell y tú me lo dejasteis bastante claro y… — Se mordió los labios y le echó una mirada desde abajo. — Lo que dijiste que dijo la señorita Guarini… ¿Crees que es verdad que mi padre me está buscando? — Ella se giró y le miró con pena. Aaron jamás hablaba de su padre, ni para bien ni para mal, y no quería partir una lanza ante un tipo que no conocía y que sus abuelos consideraron apto para formar parte de la familia, era la peor carta de presentación posible. — No creo que Nicole me mintiera. Lo que eso signifique ya… — Se acercó al chico. — Pero la que seguro que está preocupada es tu madre. Y de paso, yo. Necesito saber de Dylan, Aaron, no puedo más. — Él asintió. — Sí, sí… No te preocupes, que noticias, por lo menos, traeremos hoy. Con un poco de suerte, verle. — Ella le apretó el brazo y sonrió un poco. — Coraje, Ave de trueno, que esta es nuestra oportunidad. La tuya y la mía. — Él rio un poco y asintió.
Su novio estaba muerto de miedo cuando bajó con Frankie y ella podía notarlo, así que trató de mantener la calma, por todas las veces que él la había mantenido por ella, y se despidió de Frankie y Maeve. — ¿Venís a cenar? — Espero, respondió mentalmente la pregunta de la mujer. — Sí, claro. Quizá volvemos antes. — Aaron, cariño… ¿Vas a quedarte con tu madre? — El chico puso cara de agobio y miró a Alice y a Marcus. — Lo… Dudo. No me sentiría seguro allí. Pero necesito hablar con ella. — Aprovechó los consejos que Frankie y Maeve le estaban dando a su primo para acercarse a Marcus. — Mi amor, vamos a poder con esto. Es el momento. Antes era temerario y después puede que sea demasiado tarde. Lo hacemos por nuestro patito. Solo quiero sentir que estoy un paso más cerca de resolver esto. — Dejó un leve beso en sus labios y se dirigió a Aaron. — Tú nos apareces, McGrath. Nos dejamos guiar. — De otra cosa no, pero de cómo moverme sin que los Van Der Luyden sé un rato. Vamos a por ello. —
Aquella calle estaba en absoluto silencio, las casas tenían jardines tan grandes que estaba alejadas de la calle principal, y aun así, Aaron miraba para todos los dados. — Revelio. — Susurró, lanzando el hechizo al aire. En vallas y postes, se revelaron muchas escuchadoras, pero debían parecerle dentro de lo normal. Ella, por su parte, iba agarrada de Marcus como si el suelo estuviera lleno de hechizos explosivos y si pisas donde no debes o más fuerte de lo que debes, explota. Dieron un par de giros, y ella ya se había perdido, porque aquel sitio enorme y lleno de setos le parecía todo igual, pero, al final, desembocaron en una puerta de forja que Aaron abrió con magia, soltando un suspiro de alivio. — No lo han cambiado. No deben contar con que vuelva por aquí. — Y les hizo pasar.
Era, sin exagerar, el jardín más grande que había visto en su vida, con el césped más verde, sin duda, árboles enormes y frondosos, ni una hoja fuera de su sitio e hileras de flores, todas preciosas y… demasiado perfectas. Todo era así. El blanco de la pared, el césped, las ventanas reluciendo al sol… Era como de mentira y le daba mal rollo cuando claramente el objetivo es que diera envidia de perfecto que era. Habían entrado por la parte de atrás de la casa, porque estaban mirando hacia el porche y el salón, no a la puerta principal. Aaron les guio hacia la puerta y la abrió lentamente. No lo suficiente, claramente, como para no asustar a la mujer que estaba dentro, que dio un salto y cogió la varita con rapidez hasta que reconoció al chico. — ¿Aaron? Aaron, hijo… — Y de la misma, tiró la varita y fue corriendo a abrazarle.
Lucy no paraba de llorar, dando besos al chico y mirándole permanentemente a la cara, para luego volverle a abrazar. — Estás bien, hijo, estás bien… ¡Oh, por Dios! No sabes qué miedo he pasado, hijo… Mi niño, mi niño está en casa… — Y volvía a llorar. — Estoy bien, mamá. Lo siento, lo siento de verdad, no podía escribirte, ya lo sabes. — Estaba muerta de miedo, no sabía si te iba a volver a ver, Aaron, mi niño… — Y entonces, pareció reparar en ellos, y cuando puso los ojos en ella, dio un salto y se separó del chico, con la mano frente a la boca. Sí, claramente la había reconocido. — Eres… Alice… — Verla llorar tanto le estaba dando una pena involuntaria, porque aquella mujer se parecía mucho a su madre, y se había propuesto tomarla con cautela, pero es que era demasiado parecida. — Por Dios, eres igual que mi hermana… Idéntica… — Se acercó con cautela hacia ella. — Alice… Nunca pensé que te vería aquí. — Se mordió el labio y la tomó de las manos. — No sabes cuántas veces he pensado en ti desde que Janet murió. La de veces que he pensado en escribirte, en ir a buscarte… — Subió la mano y le acarició la mejilla. — Y ahora estás aquí, y es como ver a mi Janet… — Un sollozo la cortó, aunque seguía sonriendo con ternura. — No sabes cuánto la echo de menos. — Alice asintió, y, con la voz un poco rota, dijo. — Ella también te echaba de menos. Mientras vivió, eras la única Van Der Luyden de la que hablaba. — Su tía se mordió los labios por dentro y bajó la mirada. — Mal, supongo. No puedo culparla. — Suspiró y miró a ambos lados frenéticamente, como había hecho Aaron en la calle. Ahí todo el mundo vivía con miedo. — Venga, pasad, pasad. — Se agachó y recogió la varita y, para su sorpresa, usó un hechizo silencioso para oscurecer las ventanas y cerrar todas las puertas. — ¿No está el servicio? — Preguntó Aaron. Lucy chistó. — Me tienen harta, les pido que estén aquí solo cuando está tu padre, el resto del tiempo solo sirven para volverme loca y espiarme. — En ese momento, pareció reparar en Marcus, y miró a Aaron, que en seguida subió las palmas de las manos. — No, no, mamá, es el novio de la prima. Se llama Marcus O’Donnell. — Su tía puso media sonrisa y le miró de arriba abajo. — ¿Has venido hasta aquí con ella? — Y asintió con aprobación. — Eso sí que es amor. Esto es la mismísima boca del lobo. —
Su novio estaba muerto de miedo cuando bajó con Frankie y ella podía notarlo, así que trató de mantener la calma, por todas las veces que él la había mantenido por ella, y se despidió de Frankie y Maeve. — ¿Venís a cenar? — Espero, respondió mentalmente la pregunta de la mujer. — Sí, claro. Quizá volvemos antes. — Aaron, cariño… ¿Vas a quedarte con tu madre? — El chico puso cara de agobio y miró a Alice y a Marcus. — Lo… Dudo. No me sentiría seguro allí. Pero necesito hablar con ella. — Aprovechó los consejos que Frankie y Maeve le estaban dando a su primo para acercarse a Marcus. — Mi amor, vamos a poder con esto. Es el momento. Antes era temerario y después puede que sea demasiado tarde. Lo hacemos por nuestro patito. Solo quiero sentir que estoy un paso más cerca de resolver esto. — Dejó un leve beso en sus labios y se dirigió a Aaron. — Tú nos apareces, McGrath. Nos dejamos guiar. — De otra cosa no, pero de cómo moverme sin que los Van Der Luyden sé un rato. Vamos a por ello. —
Aquella calle estaba en absoluto silencio, las casas tenían jardines tan grandes que estaba alejadas de la calle principal, y aun así, Aaron miraba para todos los dados. — Revelio. — Susurró, lanzando el hechizo al aire. En vallas y postes, se revelaron muchas escuchadoras, pero debían parecerle dentro de lo normal. Ella, por su parte, iba agarrada de Marcus como si el suelo estuviera lleno de hechizos explosivos y si pisas donde no debes o más fuerte de lo que debes, explota. Dieron un par de giros, y ella ya se había perdido, porque aquel sitio enorme y lleno de setos le parecía todo igual, pero, al final, desembocaron en una puerta de forja que Aaron abrió con magia, soltando un suspiro de alivio. — No lo han cambiado. No deben contar con que vuelva por aquí. — Y les hizo pasar.
Era, sin exagerar, el jardín más grande que había visto en su vida, con el césped más verde, sin duda, árboles enormes y frondosos, ni una hoja fuera de su sitio e hileras de flores, todas preciosas y… demasiado perfectas. Todo era así. El blanco de la pared, el césped, las ventanas reluciendo al sol… Era como de mentira y le daba mal rollo cuando claramente el objetivo es que diera envidia de perfecto que era. Habían entrado por la parte de atrás de la casa, porque estaban mirando hacia el porche y el salón, no a la puerta principal. Aaron les guio hacia la puerta y la abrió lentamente. No lo suficiente, claramente, como para no asustar a la mujer que estaba dentro, que dio un salto y cogió la varita con rapidez hasta que reconoció al chico. — ¿Aaron? Aaron, hijo… — Y de la misma, tiró la varita y fue corriendo a abrazarle.
Lucy no paraba de llorar, dando besos al chico y mirándole permanentemente a la cara, para luego volverle a abrazar. — Estás bien, hijo, estás bien… ¡Oh, por Dios! No sabes qué miedo he pasado, hijo… Mi niño, mi niño está en casa… — Y volvía a llorar. — Estoy bien, mamá. Lo siento, lo siento de verdad, no podía escribirte, ya lo sabes. — Estaba muerta de miedo, no sabía si te iba a volver a ver, Aaron, mi niño… — Y entonces, pareció reparar en ellos, y cuando puso los ojos en ella, dio un salto y se separó del chico, con la mano frente a la boca. Sí, claramente la había reconocido. — Eres… Alice… — Verla llorar tanto le estaba dando una pena involuntaria, porque aquella mujer se parecía mucho a su madre, y se había propuesto tomarla con cautela, pero es que era demasiado parecida. — Por Dios, eres igual que mi hermana… Idéntica… — Se acercó con cautela hacia ella. — Alice… Nunca pensé que te vería aquí. — Se mordió el labio y la tomó de las manos. — No sabes cuántas veces he pensado en ti desde que Janet murió. La de veces que he pensado en escribirte, en ir a buscarte… — Subió la mano y le acarició la mejilla. — Y ahora estás aquí, y es como ver a mi Janet… — Un sollozo la cortó, aunque seguía sonriendo con ternura. — No sabes cuánto la echo de menos. — Alice asintió, y, con la voz un poco rota, dijo. — Ella también te echaba de menos. Mientras vivió, eras la única Van Der Luyden de la que hablaba. — Su tía se mordió los labios por dentro y bajó la mirada. — Mal, supongo. No puedo culparla. — Suspiró y miró a ambos lados frenéticamente, como había hecho Aaron en la calle. Ahí todo el mundo vivía con miedo. — Venga, pasad, pasad. — Se agachó y recogió la varita y, para su sorpresa, usó un hechizo silencioso para oscurecer las ventanas y cerrar todas las puertas. — ¿No está el servicio? — Preguntó Aaron. Lucy chistó. — Me tienen harta, les pido que estén aquí solo cuando está tu padre, el resto del tiempo solo sirven para volverme loca y espiarme. — En ese momento, pareció reparar en Marcus, y miró a Aaron, que en seguida subió las palmas de las manos. — No, no, mamá, es el novio de la prima. Se llama Marcus O’Donnell. — Su tía puso media sonrisa y le miró de arriba abajo. — ¿Has venido hasta aquí con ella? — Y asintió con aprobación. — Eso sí que es amor. Esto es la mismísima boca del lobo. —
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
- Golden Shields:
Alice Gallia
Cause' Alice does belong with Marcus
Ante todo, amigos
Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
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The encounter Con Alice | En Nueva York | Del 4 de agosto de 2002 |
Había respirado hondo varias veces y se había mentalizado todo lo posible, pero no podía evitar seguir pensando que aquello era una mala idea. Quizás, tal y como había intentado hacerle ver su tío, solo le estaba jugando una mala pasada el miedo. Era posible. El miedo o el odio hacia esa familia, porque de verdad que no le apetecía mirar a la cara a nadie. Lo de empezar por los padres de Aaron le parecería mejor idea si no tuviera una inquina particular hacia Lucy McGrath, de quien opinaba que había traicionado, vendido y abandonado a su hermana y dudaba que fuera a cambiar de opinión. Él cada vez que pensaba en que no iba a pasar el cumpleaños de su hermano junto a él sentía una opresión en el pecho; él se había ido junto a Alice a la otra punta del mundo a traer a su hermano de vuelta. Se creía en posición de poder juzgar que no le parecía, ni muchísimo menos, una buena hermana.
Ni el propio Aaron quería ir a casa de su madre. Mira que tenía disonancias con ese chico, pero por un momento se sintió tentado de hacer frente común para no ir. Pero miró entonces a su novia y... Era superior a él. No podía decirle que no, no podía no hacerlo si ella estaba tan determinada y, por supuesto, no iba a dejarla sola. Alice era valiente, mucho más que él, y solo mirarla le infundía valor. Hoy, si alguien podía permitirse temblar y venirse abajo, era ella, no él. Así que volvió a respirar hondo, pero claro, ella le captó rápidamente. Sonrió de lado y le dio con el índice en la nariz. - Se te está pegando de tu hermano lo de leer los ánimos. O del mío lo de leer la mente. - Dijo, un poco para hacer el ambiente más distendido, y respondió su beso. - Lo sé, mi amor. Y estamos juntos en esto. Si tú confías en que es el momento, yo también. - Le dijo tratando de esbozar una sonrisa tranquila. No estaba mintiéndola, realmente quería pensar así. Se mentalizaría muy fuertemente para pensar así.
Se dejaron aparecer por Aaron y, cuando llegaron, arqueó una ceja, mirando su entorno. La casa de su abuela Anastasia era ostentosa y, en cierto modo, artificial, pero aquello... Aquello le daba miles de vueltas en todos los sentidos, y ninguno de ellos era bueno. Aún estaba analizando con la mirada el entorno cuando Aaron lanzó un Revelio, y su ceja se alzó aún más al ver el resultado. Miró al chico. ¿Así vivía? De verdad que le estaban dando ganas de decirle "tranquilo, te vuelves a Inglaterra con nosotros, tú aquí no vuelves". Aferró a Alice porque notó el miedo de ella mientras se agarraba a él, y no era para menos. Había llegado el momento de ponerse la coraza Emma Horner por delante. Ya se derrumbaría en casa de nuevo si lo necesitaba. Ya estaban allí y no podía flaquear.
Se iba tensando conforme avanzaban. Iban a meterse directamente en la casa y Marcus, por un momento, estuvo tentado de pararse en seco, parapetando a Alice, y decir "no damos un paso más, nos vamos de aquí", porque aquello no le daba ninguna confianza. Pero Aaron iba muy confiado (no en balde era su casa y donde se había criado, aunque se notaba que lo odiaba y no estaba nada seguro), pero era probablemente la vez que más determinado le había visto desde que le conocía. Miró a Alice. Estaba asustada, pero se le notaba en los ojos que deseaba ver a su hermano. Tenía que continuar, no había opción de retirarse.
Entre otras cosas porque ya estaban dentro y habían sido vistos por una mujer que se sobresaltó y le hizo tensarse... Sobre todo cuando pudo verle la cara. El corazón le dio un vuelco y los ojos se le abrieron ligeramente sin poderlo evitar. Era casi idéntica a Janet, se parecía muchísimo, y en lo que él procesaba el parecido, la mujer se deshizo en lágrimas y se lanzó a abrazar a su hijo. Y, pasado el shock inicial... frunció el ceño y su expresión se tornó puramente Horner, mucho menos sutil que la de su madre y más despreciativa. Esa mujer era la culpable de todo lo que a Janet le ocurrió después. Estaba muy lejos de sentir ningún tipo de aprecio ni empatía hacia ella.
De ahí que se mantuviera como esculpido en piedra mientras ella lloraba por haber recuperado a su hijo, el cual no parecía tan derretido por el reencuentro, más bien incómodo. Y entonces vio a Alice, y de verdad que le dieron ganas de ponerse delante y taparla, pero se contuvo. Estaba estático y mirando a la mujer casi desde arriba (lo cual era físicamente viable, era bastante más alto que ella). Se le acercó con cautela y más intensificó Marcus su defensa, con los músculos tensos. Aaron había desaparecido para él, cualquier cosa que nos fueran los movimientos de Lucy McGrath, como si fuera un depredador del que defenderse, y Alice, como si fuera un cachorro al que defender. Y él pensaba saltar al cuello si hacía falta. Todo el miedo que traía se había transformado en hostilidad. Tener a esa gente cerca había despertado su instinto protector a la máxima potencia, además de su odio.
Que era igual que su hermana, ya. ¿La hermana a la que traicionaste, quieres decir? Al menos por su boca no estaba saliendo lo que pensaba, pero por sus ojos sí, desde luego. Ah, pero que resultaba que "había pensado mucho en ella". Por Dios... Y él pensando que Aaron era victimista, desde luego tenía a quien salir, esa mujer iba a hacerle hasta bueno en ese sentido. Apretó los dientes, porque no se estaba creyendo ni media palabra de aquel teatro, al contrario, le generaba más y más rechazo a cada palabra que decía. Pero Alice estaba muy baja de defensas, y le estaba notando el quiebre en la voz y oyendo sus palabras. Otro de los motivos por los que no quería ir. No quería que la manipularan y se la llevaran a su terreno. No, no, esa gente era peligrosa y no lo pensaba consentir.
El gesto de silenciarlo y oscurecerlo todo le hizo mirar a su entorno sin ningún disimulo, y luego a ella con mirada cuestionadora y la mandíbula cada vez más tensa. Y entonces pareció verle, y Marcus no hizo sino alzar la barbilla, con frialdad en su mirada. Fue Aaron quien le presentó. - Así es. - Dijo sin temblar a su afirmación. Porque ni iba a achantarse ni iba a dejarse conquistar por las palabras bonitas de una mujer que pretendía ser víctima siendo verdugo. - Por amor se hace lo que se debe, por peligroso que sea. - La mujer miró a su hijo de reojo y este le devolvió la mirada, pero por una vez, ni le contradijo ni le devolvió un ataque. Marcus volvió a mirar a su alrededor. - Y estaría más cómodo con la presencia de luz natural, si fuera posible. - La mujer le miró con ojos temblorosos y ahí fue Aaron quien, con prudencia, se acercó a él. - Marcus... Este lugar es peligroso. - Concuerdo. - Respondió, sin despegar los ojos de Lucy. Aaron suspiró levemente. - Marcus... - Pidió, bajando la voz, y él detectó el tono de súplica y le miró. - Por favor. Confía en mí, os sacaré de aquí si veo que esto no es seguro. Confía en ella. - Marcus volvió a arquear una ceja y a mirarla. - ¿Debería? - Preguntó. Puede que no le estuviera allanando el camino a su novia para nada, pero no iba a consentir un atropello. Aaron fue a hablar de nuevo, pero Lucy le interrumpió. - No, hijo... Lo entiendo. Lo entiendo. - Repitió, con voz musitada. Se llevó una mano a la mejilla para limpiarse una lágrima y miró a Alice. - Por favor, dejadme explicarme. Hablemos. Por favor, no puedo ofreceros otra cosa. -
Ni el propio Aaron quería ir a casa de su madre. Mira que tenía disonancias con ese chico, pero por un momento se sintió tentado de hacer frente común para no ir. Pero miró entonces a su novia y... Era superior a él. No podía decirle que no, no podía no hacerlo si ella estaba tan determinada y, por supuesto, no iba a dejarla sola. Alice era valiente, mucho más que él, y solo mirarla le infundía valor. Hoy, si alguien podía permitirse temblar y venirse abajo, era ella, no él. Así que volvió a respirar hondo, pero claro, ella le captó rápidamente. Sonrió de lado y le dio con el índice en la nariz. - Se te está pegando de tu hermano lo de leer los ánimos. O del mío lo de leer la mente. - Dijo, un poco para hacer el ambiente más distendido, y respondió su beso. - Lo sé, mi amor. Y estamos juntos en esto. Si tú confías en que es el momento, yo también. - Le dijo tratando de esbozar una sonrisa tranquila. No estaba mintiéndola, realmente quería pensar así. Se mentalizaría muy fuertemente para pensar así.
Se dejaron aparecer por Aaron y, cuando llegaron, arqueó una ceja, mirando su entorno. La casa de su abuela Anastasia era ostentosa y, en cierto modo, artificial, pero aquello... Aquello le daba miles de vueltas en todos los sentidos, y ninguno de ellos era bueno. Aún estaba analizando con la mirada el entorno cuando Aaron lanzó un Revelio, y su ceja se alzó aún más al ver el resultado. Miró al chico. ¿Así vivía? De verdad que le estaban dando ganas de decirle "tranquilo, te vuelves a Inglaterra con nosotros, tú aquí no vuelves". Aferró a Alice porque notó el miedo de ella mientras se agarraba a él, y no era para menos. Había llegado el momento de ponerse la coraza Emma Horner por delante. Ya se derrumbaría en casa de nuevo si lo necesitaba. Ya estaban allí y no podía flaquear.
Se iba tensando conforme avanzaban. Iban a meterse directamente en la casa y Marcus, por un momento, estuvo tentado de pararse en seco, parapetando a Alice, y decir "no damos un paso más, nos vamos de aquí", porque aquello no le daba ninguna confianza. Pero Aaron iba muy confiado (no en balde era su casa y donde se había criado, aunque se notaba que lo odiaba y no estaba nada seguro), pero era probablemente la vez que más determinado le había visto desde que le conocía. Miró a Alice. Estaba asustada, pero se le notaba en los ojos que deseaba ver a su hermano. Tenía que continuar, no había opción de retirarse.
Entre otras cosas porque ya estaban dentro y habían sido vistos por una mujer que se sobresaltó y le hizo tensarse... Sobre todo cuando pudo verle la cara. El corazón le dio un vuelco y los ojos se le abrieron ligeramente sin poderlo evitar. Era casi idéntica a Janet, se parecía muchísimo, y en lo que él procesaba el parecido, la mujer se deshizo en lágrimas y se lanzó a abrazar a su hijo. Y, pasado el shock inicial... frunció el ceño y su expresión se tornó puramente Horner, mucho menos sutil que la de su madre y más despreciativa. Esa mujer era la culpable de todo lo que a Janet le ocurrió después. Estaba muy lejos de sentir ningún tipo de aprecio ni empatía hacia ella.
De ahí que se mantuviera como esculpido en piedra mientras ella lloraba por haber recuperado a su hijo, el cual no parecía tan derretido por el reencuentro, más bien incómodo. Y entonces vio a Alice, y de verdad que le dieron ganas de ponerse delante y taparla, pero se contuvo. Estaba estático y mirando a la mujer casi desde arriba (lo cual era físicamente viable, era bastante más alto que ella). Se le acercó con cautela y más intensificó Marcus su defensa, con los músculos tensos. Aaron había desaparecido para él, cualquier cosa que nos fueran los movimientos de Lucy McGrath, como si fuera un depredador del que defenderse, y Alice, como si fuera un cachorro al que defender. Y él pensaba saltar al cuello si hacía falta. Todo el miedo que traía se había transformado en hostilidad. Tener a esa gente cerca había despertado su instinto protector a la máxima potencia, además de su odio.
Que era igual que su hermana, ya. ¿La hermana a la que traicionaste, quieres decir? Al menos por su boca no estaba saliendo lo que pensaba, pero por sus ojos sí, desde luego. Ah, pero que resultaba que "había pensado mucho en ella". Por Dios... Y él pensando que Aaron era victimista, desde luego tenía a quien salir, esa mujer iba a hacerle hasta bueno en ese sentido. Apretó los dientes, porque no se estaba creyendo ni media palabra de aquel teatro, al contrario, le generaba más y más rechazo a cada palabra que decía. Pero Alice estaba muy baja de defensas, y le estaba notando el quiebre en la voz y oyendo sus palabras. Otro de los motivos por los que no quería ir. No quería que la manipularan y se la llevaran a su terreno. No, no, esa gente era peligrosa y no lo pensaba consentir.
El gesto de silenciarlo y oscurecerlo todo le hizo mirar a su entorno sin ningún disimulo, y luego a ella con mirada cuestionadora y la mandíbula cada vez más tensa. Y entonces pareció verle, y Marcus no hizo sino alzar la barbilla, con frialdad en su mirada. Fue Aaron quien le presentó. - Así es. - Dijo sin temblar a su afirmación. Porque ni iba a achantarse ni iba a dejarse conquistar por las palabras bonitas de una mujer que pretendía ser víctima siendo verdugo. - Por amor se hace lo que se debe, por peligroso que sea. - La mujer miró a su hijo de reojo y este le devolvió la mirada, pero por una vez, ni le contradijo ni le devolvió un ataque. Marcus volvió a mirar a su alrededor. - Y estaría más cómodo con la presencia de luz natural, si fuera posible. - La mujer le miró con ojos temblorosos y ahí fue Aaron quien, con prudencia, se acercó a él. - Marcus... Este lugar es peligroso. - Concuerdo. - Respondió, sin despegar los ojos de Lucy. Aaron suspiró levemente. - Marcus... - Pidió, bajando la voz, y él detectó el tono de súplica y le miró. - Por favor. Confía en mí, os sacaré de aquí si veo que esto no es seguro. Confía en ella. - Marcus volvió a arquear una ceja y a mirarla. - ¿Debería? - Preguntó. Puede que no le estuviera allanando el camino a su novia para nada, pero no iba a consentir un atropello. Aaron fue a hablar de nuevo, pero Lucy le interrumpió. - No, hijo... Lo entiendo. Lo entiendo. - Repitió, con voz musitada. Se llevó una mano a la mejilla para limpiarse una lágrima y miró a Alice. - Por favor, dejadme explicarme. Hablemos. Por favor, no puedo ofreceros otra cosa. -
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Ivanka
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The encounter Con Marcus | En Nueva York | Del 4 de agosto de 2002 |
Si Marcus se llega a poner más tenso, se rompe. Ella tampoco estaba ni a gusto ni contenta ahí, y estaba en un momento de su vida en el que se sentía en territorio enemigo y crispada permanentemente. Pero no podía olvidar lo que todo el mundo le había dicho de Lucy McGrath: que era una mujer que vivía asustada, que había crecido con miedo, y así había dejado que le diseñaran la vida. Y sí, sabía lo que Marcus veía: la mujer que traicionó a su madre, pero no podía evitar ver también a esa niña de la foto de Shannon, con una sonrisa que claramente le estaba doliendo poner, en una casa sin alma, que claramente no le gustaba, sola, penando por tener aunque fuera una parcela de libertad. Y claro, Marcus sacando pecho, que bien podía hacerlo, pero el objetivo era ponerse a bien con Lucy, no ponerla en guardia.
Claro, que la mejor manera de tranquilizar a su novio no era oscureciendo las ventanas y cerrando todo, y ahora mismo se sentía en medio de un fuego cruzado entre Lucy y Marcus. Afortunadamente, por primera vez, Aaron estaba sirviendo de algo y trató de poner orden, o al menos de calmar a Marcus, porque Lucy se limitaba a llorar. Sí, básicamente eso es todo lo que había hecho aquella mujer en su vida, llorar, asumir lo que le quisieran echar encima, y ni siquiera pelear por sí misma. Pero cogió la mano de Marcus, apretándole con cariño, y con la otra la varita. — No pasa nada, mi amor. Vamos a escuchar lo que tenga que decir, y luego le contamos a qué hemos venido. — Así abría el espacio a que Lucy se explicara, pero dejaba claro que no habían ido para eso. Se sentaron en los enormes y pomposos sofás, rectos como un palo, y Alice se sentái hasta tiritar, aunque no hacía ningún frío, y, durante unos segundos, nadie habló y se formo una calma tensa muy incómoda.
— Tu madre te contó que yo la había delatado, ¿verdad? — Alice levantó la mirada. Lo estaba diciendo como muy tranquila, pero ella siempre creería en la versión de su madre. — Solo podías ser tú. Tú la viste con mi padre en el MACUSA. — Lucy asintió. — Sí, fui yo. Pero no sabía que estaba embarazada, te lo juro. Ni siquiera sabía… Que la cosa con tu padre iba a salir bien. — Tomó aire y continuó. — Mira, tu madre era una niña encantadora, pero solitaria. Estaba en su mundo, tenía sus propias ideas, y no encajaba en este mundo para nada. Yo tampoco, ya me ves, teniendo que pedirle al servicio que me deje en paz para hacer mi propia comida, pero yo siempre he sabido plegarme y callarme. Ella no. Pero había dos factores que la protegían: el susto que se habían llevado con ella cuando era un bebé y se puso enferma, que siempre les tuvo cogiéndola con algodones por si acaso, y que era la absoluta favorita de la tía Bethany desde que nació. Y la tía Bethany era más rica que todos nosotros, porque tenía la herencia de su difunto esposo y no tenía hijos. Mi madre quería que todo ese dinero fuera para Teddy, que se quedara en el apellido Van Der Luyden, y casarnos a nosotras con quien a ella le parecía y ya está. Y por eso odiaba tanto a tu madre, porque veía que no tenía ninguna intención de casarse, quería trabajar y encima tenía todos los visos de que iba a quedarse con el dinero de la tía Bethany cuando muriera, porque la iba a nombrar a ella heredera. — Su madre, heredera de nada, no le entraba en la cabeza, la verdad. Bueno, es que no le entraba que se hubiera educado allí. — De hecho, no le prohibió a tu madre trabajar en el MACUSA porque la tía Bethany dijo que por supuesto que lo haría y no quería enfadarla. La noche que la echaron de casa, mi madre le dijo que si no renunciaba a tu padre, dejaría de ser una Van Der Luyden, y tu madre ni se lo pensó. Y efectivamente, dejó de serlo, y por lo tanto, dejó de ser la heredera de la tía Bethany y pudieron quedarse el dinero para Teddy. — Nunca se lo habría planteado, la verdad.
Se frotó los ojos. — O sea… Realmente lo de mi padre no fue ni tan importante. Lo único que querían era echar a mi madre para que vuestro hermano se llevara el dinero. Ni el amor, ni el nombre, ni las decisiones… Todo eso no tuvo lugar. Solo estaban buscando una excusa para echarla. — Lucy tragó saliva mientras miraba a la nada, nerviosa, y Aaron suspiró. — Yo no sabía nada de esto… Pero vamos, con ellos todo suele reducirse a dinero, sí… — Pero, ¿de verdad? — Preguntó ofendida, aunque el argumento fuera un poco circular. — Si les sobra el dinero. La gente vive con muchísimo menos que los Van Der Luyden. — La tía Bethany tenía mucho más dinero que nosotros. Y ahora es suyo. O lo será cuando terminen de arreglar los papeles. Tu madre y yo nunca contamos para nada para ellos, y cuando a mí me casaron con una marioneta suya y a tu madre la borraron de la familia, se les quedó el camino abierto. — Alice negó con la cabeza. — Todas las amenazas, la tristeza, el fantasma que toda la vida persiguió a mi madre… ¿Todo era por una cochina herencia? — Y entonces miró a Lucy y lo vio en sus ojos. No lo apoyaba, pero lo entendía. Había vivido en esa espiral de dinero y ambición desde pequeña, y aunque ella no lo haría, no le sorprendía. Y entonces todas las veces en que su madre trató de hacerles entender que tener más no te hacía más feliz, que una familia sana y feliz, que se quiere, era muchísimo más importante, se agolparon en su cabeza. — Sí, tu madre siempre supo lo que era importante. Por eso nunca pudieron derrotarla. — Dijo Aaron, al que claramente le habían llegado vibraciones de sus intensos recuerdos. — No, sí que la derrotaron. — Dijo con los ojos anegados en lágrimas. — Mi madre pasó toda la vida temiéndoles, coartándose, pensando que cuando vienen… — Vienen a por lo que tú más quieres. — Completó Lucy. — Nos lo han enseñado desde bien pequeñas. Pero la única persona a la que he querido tanto es Aaron, y puedo confirmar que han ido a por él sin piedad… — Alice resopló y se frotó la cara. Aquello era demasiado.
Su tía empezó a retorcerse las manos, exactamente como hacía ella, y otra vez le dio esa sensación tan rara de encontrar familiaridad en alguien que no había visto en la vida. — Todo esto te lo he contado para que entiendas la visión que teníamos de tu madre. Era una chica que nunca había tenido entorno social, no hablemos de novio… Y que iba a tener mucho mucho dinero algún día. — Pues desde luego no lo quiso nunca. Ni contaba con ello, vaya. — No pudo evitar decir, un poco a la defensiva, pero es que ya no podía controlarse. — Lo sé. Pero en ese momento, para mí, era mi hermana pequeña, de diecinueve años, y entonces aquel día vi a tu padre, todo encantador, tan rubio, tan risueño, mucho más mayor que ella, que claramente había vivido más cosas en la vida… Y dije, mi hermana está perdida, porque le miraba como si fuera un dios. Y claro, Michael y yo empezamos a preguntar por él y nos dijeron que era… Bueno… Un genio, claro, pero que vuestra familia, los Gallia… No eran… — No somos ni ricos ni importantes, si es lo que quieres decir. No me avergüenza. — No, claro que no. Pero sí, eso nos dijeron. Y bueno, yo quise esperar a ver qué pasaba, pero entonces tu padre se fue a Inglaterra otra vez, y pasaron dos meses, y tu madre seguía sin decirnos nada… — Lucy suspiró y se frotó la frente. — Pensé que la habían engañado, que se habían aprovechado de ella… Yo solo quería ayudarla. Pero mi madre lo aprovechó como tantas otras cosas en la vida. Es experta. — Se tapó la cara con las manos. — Fui una idiota, pero en fin, es que yo tenía veinte años, y tampoco había vivido nada y tenía miedo, siempre lo he tenido. No pude ni pedirle perdón. No sabes lo que hubiera dado por verla otra vez. — Alice la miró y dijo, con la voz entrecortada, porque ya estaba siendo demasiado para ella. — Pues aún puedes ayudarnos. Puedes ayudarme a luchar por lo que ella más quería en el mundo que era su familia, la de verdad. — Y sí, eso iba con tirito, pero estaba cansada de melindres.
Claro, que la mejor manera de tranquilizar a su novio no era oscureciendo las ventanas y cerrando todo, y ahora mismo se sentía en medio de un fuego cruzado entre Lucy y Marcus. Afortunadamente, por primera vez, Aaron estaba sirviendo de algo y trató de poner orden, o al menos de calmar a Marcus, porque Lucy se limitaba a llorar. Sí, básicamente eso es todo lo que había hecho aquella mujer en su vida, llorar, asumir lo que le quisieran echar encima, y ni siquiera pelear por sí misma. Pero cogió la mano de Marcus, apretándole con cariño, y con la otra la varita. — No pasa nada, mi amor. Vamos a escuchar lo que tenga que decir, y luego le contamos a qué hemos venido. — Así abría el espacio a que Lucy se explicara, pero dejaba claro que no habían ido para eso. Se sentaron en los enormes y pomposos sofás, rectos como un palo, y Alice se sentái hasta tiritar, aunque no hacía ningún frío, y, durante unos segundos, nadie habló y se formo una calma tensa muy incómoda.
— Tu madre te contó que yo la había delatado, ¿verdad? — Alice levantó la mirada. Lo estaba diciendo como muy tranquila, pero ella siempre creería en la versión de su madre. — Solo podías ser tú. Tú la viste con mi padre en el MACUSA. — Lucy asintió. — Sí, fui yo. Pero no sabía que estaba embarazada, te lo juro. Ni siquiera sabía… Que la cosa con tu padre iba a salir bien. — Tomó aire y continuó. — Mira, tu madre era una niña encantadora, pero solitaria. Estaba en su mundo, tenía sus propias ideas, y no encajaba en este mundo para nada. Yo tampoco, ya me ves, teniendo que pedirle al servicio que me deje en paz para hacer mi propia comida, pero yo siempre he sabido plegarme y callarme. Ella no. Pero había dos factores que la protegían: el susto que se habían llevado con ella cuando era un bebé y se puso enferma, que siempre les tuvo cogiéndola con algodones por si acaso, y que era la absoluta favorita de la tía Bethany desde que nació. Y la tía Bethany era más rica que todos nosotros, porque tenía la herencia de su difunto esposo y no tenía hijos. Mi madre quería que todo ese dinero fuera para Teddy, que se quedara en el apellido Van Der Luyden, y casarnos a nosotras con quien a ella le parecía y ya está. Y por eso odiaba tanto a tu madre, porque veía que no tenía ninguna intención de casarse, quería trabajar y encima tenía todos los visos de que iba a quedarse con el dinero de la tía Bethany cuando muriera, porque la iba a nombrar a ella heredera. — Su madre, heredera de nada, no le entraba en la cabeza, la verdad. Bueno, es que no le entraba que se hubiera educado allí. — De hecho, no le prohibió a tu madre trabajar en el MACUSA porque la tía Bethany dijo que por supuesto que lo haría y no quería enfadarla. La noche que la echaron de casa, mi madre le dijo que si no renunciaba a tu padre, dejaría de ser una Van Der Luyden, y tu madre ni se lo pensó. Y efectivamente, dejó de serlo, y por lo tanto, dejó de ser la heredera de la tía Bethany y pudieron quedarse el dinero para Teddy. — Nunca se lo habría planteado, la verdad.
Se frotó los ojos. — O sea… Realmente lo de mi padre no fue ni tan importante. Lo único que querían era echar a mi madre para que vuestro hermano se llevara el dinero. Ni el amor, ni el nombre, ni las decisiones… Todo eso no tuvo lugar. Solo estaban buscando una excusa para echarla. — Lucy tragó saliva mientras miraba a la nada, nerviosa, y Aaron suspiró. — Yo no sabía nada de esto… Pero vamos, con ellos todo suele reducirse a dinero, sí… — Pero, ¿de verdad? — Preguntó ofendida, aunque el argumento fuera un poco circular. — Si les sobra el dinero. La gente vive con muchísimo menos que los Van Der Luyden. — La tía Bethany tenía mucho más dinero que nosotros. Y ahora es suyo. O lo será cuando terminen de arreglar los papeles. Tu madre y yo nunca contamos para nada para ellos, y cuando a mí me casaron con una marioneta suya y a tu madre la borraron de la familia, se les quedó el camino abierto. — Alice negó con la cabeza. — Todas las amenazas, la tristeza, el fantasma que toda la vida persiguió a mi madre… ¿Todo era por una cochina herencia? — Y entonces miró a Lucy y lo vio en sus ojos. No lo apoyaba, pero lo entendía. Había vivido en esa espiral de dinero y ambición desde pequeña, y aunque ella no lo haría, no le sorprendía. Y entonces todas las veces en que su madre trató de hacerles entender que tener más no te hacía más feliz, que una familia sana y feliz, que se quiere, era muchísimo más importante, se agolparon en su cabeza. — Sí, tu madre siempre supo lo que era importante. Por eso nunca pudieron derrotarla. — Dijo Aaron, al que claramente le habían llegado vibraciones de sus intensos recuerdos. — No, sí que la derrotaron. — Dijo con los ojos anegados en lágrimas. — Mi madre pasó toda la vida temiéndoles, coartándose, pensando que cuando vienen… — Vienen a por lo que tú más quieres. — Completó Lucy. — Nos lo han enseñado desde bien pequeñas. Pero la única persona a la que he querido tanto es Aaron, y puedo confirmar que han ido a por él sin piedad… — Alice resopló y se frotó la cara. Aquello era demasiado.
Su tía empezó a retorcerse las manos, exactamente como hacía ella, y otra vez le dio esa sensación tan rara de encontrar familiaridad en alguien que no había visto en la vida. — Todo esto te lo he contado para que entiendas la visión que teníamos de tu madre. Era una chica que nunca había tenido entorno social, no hablemos de novio… Y que iba a tener mucho mucho dinero algún día. — Pues desde luego no lo quiso nunca. Ni contaba con ello, vaya. — No pudo evitar decir, un poco a la defensiva, pero es que ya no podía controlarse. — Lo sé. Pero en ese momento, para mí, era mi hermana pequeña, de diecinueve años, y entonces aquel día vi a tu padre, todo encantador, tan rubio, tan risueño, mucho más mayor que ella, que claramente había vivido más cosas en la vida… Y dije, mi hermana está perdida, porque le miraba como si fuera un dios. Y claro, Michael y yo empezamos a preguntar por él y nos dijeron que era… Bueno… Un genio, claro, pero que vuestra familia, los Gallia… No eran… — No somos ni ricos ni importantes, si es lo que quieres decir. No me avergüenza. — No, claro que no. Pero sí, eso nos dijeron. Y bueno, yo quise esperar a ver qué pasaba, pero entonces tu padre se fue a Inglaterra otra vez, y pasaron dos meses, y tu madre seguía sin decirnos nada… — Lucy suspiró y se frotó la frente. — Pensé que la habían engañado, que se habían aprovechado de ella… Yo solo quería ayudarla. Pero mi madre lo aprovechó como tantas otras cosas en la vida. Es experta. — Se tapó la cara con las manos. — Fui una idiota, pero en fin, es que yo tenía veinte años, y tampoco había vivido nada y tenía miedo, siempre lo he tenido. No pude ni pedirle perdón. No sabes lo que hubiera dado por verla otra vez. — Alice la miró y dijo, con la voz entrecortada, porque ya estaba siendo demasiado para ella. — Pues aún puedes ayudarnos. Puedes ayudarme a luchar por lo que ella más quería en el mundo que era su familia, la de verdad. — Y sí, eso iba con tirito, pero estaba cansada de melindres.
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Alice Gallia
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Ante todo, amigos
Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
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