No había esperado que Mark se emocionara tanto con la idea de cocinar con él, pero suponía que quería mantenerse ocupado, quizá desde niño era una forma de enfrentar las cosas.

Lamentaba decepcionarlo porque su plan no era lo más elaborado.

—Pensaba en algo sencillo: nuggest de pollo y papitas fritas, ¿cómo te suena? —preguntó, atento a la reacción del niño—. ¿Crees que le guste a Ben?

Le sonrió a Mark y sacó del congelador la cajita de nuggets. Le pidió a Mark la botella de aceite que estaba sobre la encimera y puso el sartén, no pensaba dejar que el niño se acercara a algo que pudiera quemarlo. También había visto una freidora que pondría para las papas fritas, también habían traído congeladas para hacer.

Buscó en el mueble los frascos de salsa de tomate y mayonesa que habían traído. Se los acercó a Mark junto a dos tacitas.

—Llena estas tacitas de salsa, ¿te parece? —le dijo para que tuviera algo que hacer—. Así las usaremos para comernos las papitas.

Le alcanzó una silla y lo ayudó a subirse para que llegara mejor a la mesa del mueble.

Era una experiencia nueva para él, nunca había cuidado de un niño antes, y no había tenido niños pequeños en su familia, nunca había tenido que cuidar a uno. Creía que no lo estaba haciendo tan mal, aunque Ben encontrara siempre de qué forma meterse con él.

En cuanto Adam le dijo el menú, Mark se entusiasmó enseguida. Eso sonaba delicioso. Era el tipo de almuerzo o cena que su mamá compraba de camino a casa y que comían ambos en pijama. Pero no era el tipo de comida que ella cocinaba, así que ver cómo Adam sacaba paquetes el congelador fue como ver a un brujo empezar a buscar los ingredientes para sus pociones.

Mark se balanceó sobre sus talones, inspeccionando los paquetes que tenía Adam en la mano. Los nuggets que estaban impresos en el paquete se veían muy bien, se preguntaba si sería exactamente igual cuando los pusieran a freír. Había escuchado varias veces que la gente siempre ponía la comida mucho más bonita de lo que en realidad era en las fotos para provocar que todo el mundo quisiera comprar sus paquetes.

Miró a Adam con curiosidad, pues tenía la sensación de que este tampoco estaba muy convencido de lo que estaba haciendo. Quizás Adam no era tan buen cocinero.

—Yo creo que a Ben le va a gustar si tú cocinas —dijo de pronto, con una sonrisa. Mark no tenía idea por qué había sonado tan seguro, pero tampoco tenía ninguna razón para pensar lo contrario. Después de todo, le había dado la impresión de que Adam y Ben eran muy buenos amigos.

Si se habían puesto de acuerdo para salvarlo de esa gente tan mala, era porque tenían que ser buenos amigos. Mark no creía tener un amigo así, pero quizás era porque todavía era muy pequeño.

Mark se fijó en las tacitas que estaban vacías con curiosidad. Adam le había acercado las salsas, una era kétchup y la otra parecía ser mostaza. A él le gustaba la mayonesa, pero decidió no preguntar si había y en lugar de eso tomó el tarro de mostaza. Lo apretó con insistencia, pues parecía que no estaba saliendo, así que hizo mucha más fuerza. El problema fue que apretó con tanta fuerza que ésta no sólo rellenó la pequeña taza, sino también parte de la mesa y de la camisa que llevaba puesta.

Soltó un respingo y retrocedió, al punto que la mostaza se le cayó de las manos.

—¡Oh no! —exclamó apenado, viendo el desastre que había hecho. Adam ni siquiera había abierto todos los paquetes. Mark lo miró con mucha pena—. ¡Perdón, Adam! No quise hacerlo.

Adam arqueó una ceja ante la idea de que a Ben le iba a gustar que él cocinara. Estuvo a punto de preguntarle por qué creía eso, pero se recordó que era la opinión de un niño. Debía ser muy directa y sincera, sin mucha lectura profunda de lo que sucedía. Era él quien sobrepensaba las cosas.

Quería pensar que los últimos días Ben y él se estaban entendiendo mejor y estaban superando el bache de la discusión el día de la muerte de la madre de Mark. Pero podía ser tan solo la calma después de la tormenta. O antes.

Se perdió en sus pensamientos en lugar de prestarle más atención a Mark. Cuando se dio cuenta fue que escuchó su exclamación y vio el desastre de mostaza en el mueble y en su ropa.

Ben sí que no iba a estar contento con esto.

Se apresuró a apartar a Mark de la mesa. Ya podría limpiar eso después. Apagó el sartén donde iba a alistar los nuggets, no fuera que se quemara algo mientras tanto.

—No te preocupes, fue un accidente —dijo de inmediato. Podría intentar lavar la camiseta y, si la mancha no salía, desaparecerla—. Vamos a cambiarte. ¿Sabes dónde guarda Ben tu ropa?

Tenía que ser en la habitación, así que alzó a Mark y se encaminó hacia allí. Pensó muy tarde que él también iba a terminar con mostaza en la ropa.

Entró a la habitación de Ben con la clara sensación de que no tenía permiso de estar ahí. La otra ocasión en la que había entrado Ben había estado allí. Pero esta razón estaba más que justificada. Mark se había pasado las manitas por la ropa y ahora estaba ensuciándose más.

—Vamos al baño a quitarte esa camiseta —dijo, ordenando las prioridades—. Te vamos a lavar un poco y después buscamos otra camiseta, ¿de acuerdo? La comida puede esperar mientras tanto.

Esperaba que tuvieran tiempo de cocinar todavía, pero poner a Mark presentable era lo primero.

—Podrás elegir la camiseta que perfieras—le aseguró.

Se preguntó si sería buena idea pedirle que no le dijeran nada a Ben. La verdad no debería preocuparle tanto la reacción de Ben, pero se temía que esto terminara en que debían contratar a alguien para cuidar a Mark de inmediato. Adam no dejaba de sentir que pronto Ben encontraría la forma de dejarlo fuera de todo esto y no quería darle él razones para hacerlo.

Mark se sentía más nervioso de la cuenta porque podía darse cuenta de que Adam también estaba un poco tenso con lo que había sucedido. Mark sabía que era un accidente, pero el ceño fruncido de Adam le provocaba un cosquilleo ansioso en el estómago. Su camisa estaba arruinada y le daba algo de pena porque era nueva, Ben y Adam la habían comprado para él.

Esperaba que con ponerla en la lavadora fuera suficiente. Su mamá siempre hacía milagros con la lavadora, por supuesto, esperaba que Ben también lo lograra.

—Mi ropa está en el armario de Ben… —confesó apenado, mientras se miraba las palmas de las manos, que también estaban un poco pegajosas. No quería tocar nada o mancharía todo todavía más—: Dijo que conseguiría un armario para mí pronto.

Mark se sonrojó, todavía más apenado, cuando siguió los pasos de Adam por el pasillo. Cuando estuvieron en el baño, Adam lo ayudó a quitarse la camisa que estaba sucia y también lo ayudó a lavarse las manos. Mark sintió un cosquilleo de frío cuando quedó sin camisa, pero al menos el pantalón estaba intacto. Se limpió con cuidado hasta que Adam pareció complacido con su aspecto, también lo ayudó a secarse con la toalla y, solo entonces, fueron hasta la habitación de Ben.

Fue el mismo Mark quien caminó hacia el armario, pues él mismo había sacado su ropa limpia esa mañana. Sin embargo, cuando sacó una camisa, sin querer, algo se deslizó en el piso. Mark se asustó y enseguida se arrodilló, preocupado.

—Lo siento… —dijo apenado, mientras tomaba el objeto que había caído al piso. Era un reloj, que seguro debía ser de Ben. Mark pensó que era valioso, pues lo sentía pesado entre las manos—: Adam, no lo rompí, ¿cierto?

Mark se aterró de sólo pensarlo, ya había tenido bastante torpeza por hoy con derramar las salsas, no hacía falta haber roto algo. Mucho menos si ese algo era de Ben, que había sido tan bueno con él.

Mark parecia realmente aprensivo, y cuand algo se cayó del armario se alteró tanto que lo asustó un poco. Se apresuró a agacharse y abrazar al niño.

—Tranquilo, Mark, fue un accidente —le dijo con suavidad—. Tu camiseta se lavará y volveré a ordenar esto de forma que Ben ni sabrá que algo salió del armario.

Miró de reojo el objeto que Mark le había pasado. Era un reloj. Parecía un reloj viejo. Frunció el ceño, porque se le hizo familiar, pero ya lo examinaría después.

—No está quebrado —le aseguró—. Todo está bien, Mark. Vamos al baño, ponte la camiseta que sacaste. Es una de mis favoritas. ¿Necesitas ayuda para ponértela?

Mark negó y entró al baño, así que Adam se devolvió a arreglar el armario. Estrechó el reloj en su mano y se acercó al armario. Tampoco había sido tanto desastre el que había hecho Mark. Se había caído el reloj y otra camiseta.

Juntó la camiseta, la dobló y la guardó en la pila de ropita de niño que era toda la ropa que tenían para Mark. Luego miró el reloj para asegurarse de que realmente no estaba roto, como le había dicho a Mark. Si lo estuviera, ya le diría él a Ben después, dudaba que fuera a enojarse con el niño por un accidente con un reloj viejo.

Esta vez su mirada sí se fijó en el reloj. No era casualidad que le hubiera parecido parecido conocido. Era... era justo como el reloj de su padre. El viejo reloj de su padre que había perdido la noche que había estado perdido en el puerto. Era solo un niño... no se suponía que tocara aquel reloj, ¡¡¡pero le gustaba tanto!!!

No estaba seguro de cómo lo había perdido, cada vez que se había fijado durante aquella noche tormentosa tenía el reloj en su bolsillo. Pero al día siguiente, cuando Carson lo llevó a casa...

Carson.

Era el nombre del chico que lo había salvado esa noche. Al menos siempre creyó que era su nombre. Pero... Carson también era un apellido.

Adam probablemente era el único policía que se refería a Ben por su nombre. La mayor parte de policías le decía... Carson.

No podía ser. ¿Cierto?

El corazón se le iba a salir del pecho. Lo giró en su mano, porque había una manera de confirmarlo. El reloj de su padre tenía las iniciales grabadas. Había sido un recuerdo por su tiempo en la policía.

Adam sintió que se le nublaba la vista cuando vio las letras A.B. y la fecha de su aniversario en la fuerza.

Era el reloj de su padre.

Adam parecía muy seguro cuando le dijo que todo iba a estar bien, que no había manera de que Ben se enfadara de verdad con él. Mark pronunció la sonrisa, pues decidió creerle a Adam. Asintió con más tranquilidad cuando éste le dio una muda de camisa y se sintió muy orgulloso cuando negó su ayuda, haciendo ver que era un niño grande.

Cuando fue al baño a cambiarse, no pudo evitar pensar que su mamá estaría orgulloso de él. Sin embargo, de pronto el recuerdo de su madre, sonriéndole, le golpeó en el estómago. Mark apretó mucho los labios y luego cerró los ojos, mientras aferraba la camisa que tenía entre las manos.

Mark negó con la cabeza, encerrado en el baño, diciéndose que no podía llorar. Quizás era sólo que tenía hambre y ahora tenía que esperar un poco más para comer. Así que, con mucho cuidado, se puso la camisa nueva y alcanzó a ponerse de puntitas para poder verse mejor en el espejo que estaba en el baño. Esperaba que él y Adam pudieran retomar entonces el tema del almuerzo, pues, incluso con el accidente, de verdad le emocionaba la idea.

Cuando regresó a la habitación, Adam parecía bastante interesado en el reloj. Mark sintió una oleada de miedo enseguida, pues creía que eso sólo podía significar una cosa.

—¿Adam? —preguntó, un poco angustiado, acercándose hacia él—. ¿Dañé el reloj?

Mark no quería ni pensarlo, porque se sentiría demasiado apenado con Ben, quien no sólo lo había salvado, sino que además lo estaba dejando quedar en su casa. ¡Y ahora él había roto algo que era suyo! Quizás era su reloj favorito, aunque creía que nunca se lo había visto puesto. Tal vez eso era aún peor, porque sólo se lo ponía entonces en ocasiones especiales.

¡Era una tragedia!

Se sobresaltó al escuchar a Mark regresar, tanto que casi deja caer el reloj de nuevo. Por suerte tenía buenos reflejos, así que lo sostuvo y volvió a dejarlo dentro del armario. De inmediato lamentó no habérselo echado en el bolsillo. Estaba seguro de que ese era su reloj.

El reloj de su padre.

Adam se había reprochado por muchísimo tiempo haber perdido aquel reloj. Había llorado desconsolado en brazos de su madre pidiendo perdón por haberlo perdido.

—El reloj está bien, Mark —le aseguró, obligándose a sonreírle—. Es un reloj viejo, antes hacían las cosas más resistentes, no le pasó nada.

Se acercó al niño, quien llevaba ya la camisa limpia. Tiró de los ruedos de esta para estirársela bien, pues le había quedado algo arrollada en la espalda.

—¿Ves? No pasa nada —añadió—. Ahora podemos seguir con la comida.

Aunque, siendo sincero, no tenía nada de apetito ahora. Tampoco sabía cómo iba a actuar cuando Ben llegara a casa. ¿Tenía que seguir adelante como si nada? ¿Tenía que pretender que él no era...?

Por otro lado, quería verlo. Tenía que verlo por primera vez pensando en aquella anoche. En el chico que lo había puesto a salvo y había cuidado de él durante la tormenta. Tal vez si lo veía pensando en él podría recordar. Podriá confirmar lo que acababa de descubrir.

Esa mañana, Ben se sentía especialmente positivo. Eso sí, no estaba seguro de que la información que traía a casa le iba a gustar a Adam. Había conseguido, tirando de sus contactos, la manera de forzar la legalidad en los papeles de Mark. Si Mark no fuera menor de edad, Ben habría probado con su falsificador de costumbre, habría sido mucho más sencillo y directo, pero no quería que hubiera ningún tipo de error.

El único problema era hablar de ello con Adam. Al ya le había dicho que esto era una pésima idea y que tenía que pensarlo mejor. Ben ya había acogido algunos jóvenes que ahora trabajaban para él, pero esto era distinto. La otra opción que tenía era pagar un buen soborno al departamentos de adopciones de alguna ciudad vecina para asegurarse de que Mark quedaba en buenas manos. Pero Ben sabía que si hacía eso, nunca se quedaría tranquilo.

De momento, pensaba concentrarse en que había encontrado una niñera. Alguien fiable, de su confianza. Incluso Al, que últimamente le ponía pegas a todo, estuvo de acuerdo en que Lily era perfecta. Era hermana menor de Jess, quien era uno de los chicos de confianza. Le encantaban los niños y, como estudiaba por las noches, podría quedarse con Mark de lunes a viernes.

Ben estaba ansioso por dar las buenas noticias, le había pedido a Jess una foto de Lily para mostrársela a Mark, pero cuando llegó a casa, no los encontró en la sala. Pensando que, al ser mediodía, estarían en la cocina, fue a buscarlos allí.

Sí que había rastros, pues estaban las ollas sobre la estufa, así como un paquete papas congeladas sobre la mesa, pero había mostaza esparcida por el suelo. Ben apenas se había agachado para recoger el pote de mostaza que estaba en el suelo cuando escuchó pisadas a sus espaldas.

—¿Se puede saber qué le pasó a mi cocina? —preguntó Ben, incapaz de contener una carcajada. Sin embargo, la cara angustiada de Mark lo hizo arrepentirse—. ¡Sólo bromeaba! Seguro que no fue nada…

—¡Lo siento! —exclamó Mark, corriendo hacia él. Ben tuvo que apoyarse del borde de la mesa para no perder el equilibrio cuando el niño lo abrazó con fuerza—. Fue mi culpa, pero Adam y yo lo arreglamos. ¡Íbamos a hacerte de comer!

Ben, incapaz de contener su cara de sorpresa, pasó la mirada de Mark hacia Adam, quien también parecía traer cara afectada. ¡Era sólo un poco de mostaza!

No había esperado que Ben regresara tan pronto, o tal vez habían perdido más tiempo del que creía con cambiar la ropa de Mark y el reloj.

Pero no había podido procesar lo que acababa de descubrir y ahora debía encarar a Ben sin saber qué hacer al respecto.

—Fue un pequeño accidente —dijo, intentando sonar tranquilo—. Le dije a Mark que no te enfadarías con él.

Sabía que Ben no podría enfadarse con el niño ni aunque quisiera, pero le pareció apropiado advertile lo inquieto que estaba el niño con la idea.

Claro, lo que no esperaba era que el niño sacara el otro tema a colación, pero no debería extrañarle.

—¡Lo siento, Ben! ¡Tampoco quería botar el reloj, pero Adam dice que no le pasó nada!!

Adam tragó grueso y miró a Ben detenidamente. ¿Ben sabía que ese reloj era de su padre? ¿Sabía que él era el niño de aquella noche? ¿Sabía...? ¿Había sabido todo este tiempo?

Frunció el ceño, mientras se adelantaba a seguri con lo que había empezado en la cocina. Encendió el sartén que ya esperaba con el aceite para echar los nuggets.

—El reloj que tienes en el armario está bien —confirmó—. Aunque se ve que es viejo, no creí que fueras aficionado a ese tipo de reliquias.

Tal vez si sacaba el tema, Ben pondría en evidencia qué sabía del reloj. Y si sabía de él. Pero si sabía había sido muy bueno en ocultarlo todo ese tiempo.

Ben pronunció la sonrisa cuando Adam dijo que, evidentemente, no iba a enojarse con Mark. De hecho, Ben era el tipo de persona que no se enfadaba con facilidad. Había pasado parte de su infancia y casi toda su adolescencia guardando rabia, odio y rencor, pero después que vengó por fin la muerte de sus padres, era como si su cuerpo supiera que había dado todo.

Pero, con el paso de los años, con su posición asentada en el Mercado Negro de Tara, Ben se dio cuenta de que la mejor manera de ganarse la lealtad de los hombres no tenía por qué ser a través del miedo. Si no se enfadaba y amenazaba a sus hombres, mucho menos iba a hacerlo con el pequeño Mark. De seguro que se había avergonzado mucho, a él le habría pasado de estar en su lugar si tuviera su edad.

Lo que no se esperó fue la mención a su reloj, Ben se tomó un instante para darse cuenta de qué estaban hablando. La ropa de Mark estaba en el mismo armario donde él guardaba su ropa. El reloj estaba en el armario.

—Si nada está roto, entonces no hay nada que perdonar, Mark… —dijo Ben, inclinándose en dirección a él. Ben le acarició el cabello de manera cariñosa, como para que entendiera que hablaba totalmente en serio—. No te preocupes.

Por suerte, Mark le sonrió al instante, aceptando sus palabras de manera inmediata. Estaba dispuesto a dejar el tema atrás, pero Adam volvió a hablar del reloj. Estaba dándole la espalda, pues Adam estaba frente a la estufa, tomándose muy en serio el tema de hacer el almuerzo para los tres.

El reloj. Ben no estaba muy seguro si el tono de Adam para referirse al reloj era para meterse con él. ¿Estaba burlándose? ¿Estaba siendo cuestionado en su propia casa? ¿Era eso lo que estaba pasando?

—Es un recuerdo —dijo de pronto, sintiéndose estúpido por dar explicaciones— de un amigo.

—¿Un amigo? —preguntó Mark, mirándolo con curiosidad.

Ben se humedeció los labios, sin saber qué decir. Quizás no debería haber usado la palabra amigo, pues, en realidad, no podía decir que él y aquel mocoso eran amigos. Sólo se habían visto una vez, en una noche de tormenta, nunca más volvieron a verse. Habían pasado unas dos décadas desde esa noche, Ben ni siquiera conseguía recordar su nombre o su rostro con claridad. Sí que recordaba otras cosas, por supuesto, como tono de su voz, dándole las gracias por ayudarlo, o cómo su cuerpecito se abrazó al suyo, porque tenía frío.

Era increíble la forma en la que Ben y Mark conectaban. El niño estaba visiblemente más tranquilo con Ben ahí, como si su contacto fuera suficiente para calmarlo.

Adam, en cambio, se sentía en un nivel de tensión que lo tenía increíblemente inquieto. Volteó las croquetas más veces de las necesarias mientras esperaba su respuesta.

Un amigo.

El término resonó en su cabeza mientras Mark lo repetía.

Un amigo.

¿Ben lo recordaba de esa forma? ¿Después de una única noche en que se refugiaron juntos de la tormenta y comieron galletas?

—Sería un amigo muy especial para dejarte una reliquia así —comentó, mientras ponía a cocinar las papas que habían sacado. No se atrevió a ver a Ben. No era capaz de encarar su reacción.

Además. temía que si Ben veía su expresión se daría cuenta de que algo pasaba.

—¿Dónde está tu amigo?—añadió Mark, quien sonaba realmente interesado en la historia.

Quizá creía que un amigo de Ben sería alguien agradable, o que podría conocerlo. Pero Ben había dicho que era un recuerdo. No alguien que estuviera en su vida.

—Mark, haz que Ben te ayude con las salsas —le instruyó—. Esto no tardará demasiado en estar.

No sabía qué se suponía que haría con la comida después, porque no iba a ser capaz de comer nada, tenía un nudo en la garganta. Una parte de él quería girarse a ver a Ben e intentar compararlo con el recuerdo borroso de Carson en su memoria. Pero sabía que sería inútil. Había visto a Ben mil veces desde que era policía y nunca se le había hecho familiar.

No podía culparse, después de todo había visto a Carson solo una vez.

Ben no tenía idea por qué demonios había permitido que el tema del reloj se extendiera tanto. Mark parecía realmente curioso y Ben no sabía cómo desalentarlo sin sonar grosero. Sobre todo porque era la primera vez que lo veía tan entusiasmado desde que lo trajo a vivir con él. Se preguntaba qué tanto tenía que ver con el aroma a papas fritas que empezaba a inundar su cocina.

Mark le hizo caso a Adam, como un bueno, y se aproximó a la mesa para buscar las salsas. Ben lo siguió con la mirada y luego decidió aproximarse hacia él. Colocó en un pequeño envase una mezcla de mayonesa con ketchup y empezó a revolverlas con una cuchara, hasta crear una buena consistencia y un perfecto color rosa. Luego, colocó en otro pequeño envase algo de mostaza. Cuando miró a Mark, éste le estaba sonriendo. Ben sabía que no podía retrasar la pregunta por más tiempo, podía verlo a la perfección en los ojos cargados de curiosidad de Mark.

¿Dónde estaba su amigo?

Era una excelente pregunta. La última vez que lo había visto fue a la mañana siguiente, cuando lo siguió bastante cerca al verlo reunirse con su familia. Ben todavía recordaba la extraña sensación que se apoderó de él cuando vio al niño abrazar emocionado a sus padres. Estuvo a punto de claudicar y acercarse, aquella decisión probablemente habría cambiado su vida.

—Hace mucho tiempo que no lo veo, Mark —confesó, mientras el niño tomaba asiento en la mesa. Parecía decepcionado, así que Ben tuvo que agregar algo para no dejar la historia a la mitad—: Nos conocimos hace mucho, ¿sabes? Creo que él debía tener más o menos tu edad. Además, sólo nos vimos una sola noche.

Mark lo estaba escuchando con mucha atención, Ben no estaba seguro si era suficiente información, pero el niño abrió mucho los ojos y lanzó una expresión de asombro, sin dejar de mirar a Ben. Éste empezaba a sentirse más expuesto de la cuenta y que Adam estuviera de espaldas, simplemente encargándose de las sartenes en la estufa, lo hacía sentir más nervioso.

—¡Como en tu historia! —exclamó de pronto, inclinándose un poco en dirección a él—. ¿Cierto? La que me contaste para dormir. El príncipe y el mago.

Ben no podía creer que esa historia iba a volver por él, después de todo. Sí que lo recordaba, Mark tenía una muy buena memoria, para desgracia de Ben, quien sólo pudo reír con algo de nerviosismo. ¿Qué más iba a decir? A estas alturas estaba atrapado y no podía negar lo obvio.

—Así es, Mark, pero el príncipe tenía que volver con su familia, ¿lo recuerdas? Él tenía cosas grandes que hacer, el pequeño mago no podía ir por el mismo camino, él quería vengarse —dijo, mientras suspiraba hondo y también tomaba asiento en la mesa—. Adam, ¿cómo está nuestro almuerzo?

Adam se sentía mareado. No sabía bien qué hacer con lo que estaba escuchando, porque entre más hablaba Ben, más seguro estaba de que se refería a él. A ellos. Muchos años atrás.

La historia del príncipe y el mago. No recordaba todo lo que había dicho Ben con claridad, pero aquella historia le había resonado en su momento. Era sobre ellos.

Un mago... y un príncipe...

Intentó concentrarse en los nuggets, que amenazaban con quemarse si no les daba vuelta a tiempo. Quizá tenía el fuego muy fuerte, o había echado demasiado aceite.

El príncipe tenía que regresar con su familia... ¿Él era el príncipe?

Cuando Ben le habló lo sobresaltó. Su primer instinto fue evitarlo, no quería volverse y que viera su expresión visual, porque no sabía qué tanto control tenía en ese momento sobre su rostro como para que su expresión no lo delatara. Pero eso también era sospechoso. Así que se giró a mirarlo, dispuesto a pretender que no les había estado poniendo mucha atención.

Pero entonces, por estar más centrado en Ben que en lo que hacía, dio vuelta a un nugget con poco cuidado y el aceite le saltó a la mano.

—¡Maldición! —exclamó, y se mordió la lengua para no soltar una palabrota cuando vio a Mark mirarlo asustado.

Soltó la espátula con la que había estado girando los nuggets, y esta cayó al suelo con estrépito.

—¡Adam! ¿Estás bien?—gritó Mark, tan asustado como se veía.

Corrió hacia el fregadero para abrir el tubo y meter la mano debajo del agua. Pensó que el frío del agua le ayudaría, pero le dolió el contacto, estaba saliendo muy fuerte.

—Estoy bien —respondió, pero ni el mismo se creyó.

Lo peor de todo era que la quemadura no era para tanto. Pero él no estaba bien. No con lo que acababa de descubrir. Aquella noche de niño había sido la peor de toda su vida, pero Carson lo había salvado. Carson había sido todo para él esa noche.

Y Ben era Carson.

Ben soltó un respingo casi al mismo tiempo que Mark cuando escuchó a Adam quejarse. Mark hizo ademán de levantarse, pero Ben no olvidó que Adam estaba lidiando con aceite caliente, así que colocó una mano sobre el hombro del niño, para evitar que se acercara a la estufa. Ben sí que se levantó, acercándose a Adam para inspeccionar de cerca qué había pasado.

El sartén continuaba intacto, los nuggets sí que parecían estar más tostados de la cuenta, pero lo importante era que Adam estaba sobándose la mano derecha, mientras el grifo del agua fría todavía estaba abierto. Lo primero que pensó Ben, era que el almuerzo se echaría a perder porque él no podía encargarse de Adam y además velar porque lo que estaba en la estufa se quemara más de la cuenta.

Ben dio un paso al frente y, sin preguntarle a Adam, extendió al mano para tomar la suya y examinarlo con cuidado. Empujó la manga de su camisa, dejando parte del antebrazo descubierto, sólo para cerciorarse que la quemadura estuviese concentrada sólo en la mano. Las quemaduras con aceite eran incómodas y escocían bastante en la piel.

—Déjame ver eso… —susurró Ben, sin hacer contacto visual con Adam, quien seguramente no estaba nada cómodo con que lo estuviera manipulando de esa forma—. Parece que sólo es la mano, tampoco parece grave, pero es mejor estar seguros. Ponlo de nuevo bajo el agua fría, debo tener alguna crema que te ayude.

Ben estuvo a punto de salir de la cocina, pero entonces se acordó del estado de la estufa y, sin ver cómo estaba la comida, decidió apagar todos los quemadores. Pronunció la sonrisa en dirección a Mark, extendiendo la mano hacia él.

—Ven, Mark, vamos a buscar algo para ayudar a Adam. ¿Ves por qué no puedes acercarte a la cocina sin supervisión? —Ben soltó una carcajada cuando vio el puchero en labios de Mark. Por suerte, el niño le hizo caso al instante y lo tomó de la mano. Ben tiró de él y fueron directo al baño, donde éste tenía un botiquín improvisado. Por lo general, si estaba herido, Ben evitaba ir al hospital a menos que fuera absolutamente necesario. En más de una ocasión le había pedido al doctor Wang, probablemente el único doctor que confiaba en la ciudad, que viniese en persona hasta su casa.

Así que, uno de los armarios del baño tenía bastante material de primeros auxilios. Tenía rato que no usaba la crema para quemaduras, pero la fecha de expiración estaba todavía vigente. Cuando regresaron a la cocina, Mark tenía la crema en las manos y fue corriendo en dirección a Adam.

—¡Mira, Adam! ¡Póntelo! —dijo con un tono tan autoritario que Ben tuvo que llevarse una mano al rostro para esconder la risa de burla que asomaba sus labios.

Ben sabía perfectamente lo que estaba haciendo. Notó cómo detenía a Mark de acercarse, por lo que apenas tuvo tiempo de reaccionar a cuando lo tomó de la mano. No había esperado que viniera en su ayuda de esa forma.

—Es solo una quemada —se apresuró a asegurarle. Luego miró a Mark. —Estoy bien.

Hizo caso en dejar la mano bajo el agua. El agua fría al inicio dolía, pero poco a poco calmaba. Inspiró profundo, intentando controlar su reacción al dolor. Sus ojos traicioneros se le llenaron de agua, por lo que se obligó a parpadear. Lo peor era que no creía que eso fuera precisamente por el dolor.

Cuando Mark regresó con la crema, Adam se volvió hacia él y le sonrió levemente.

—Espera a que me seque la mano —le respondió, mientras tomaba un par de hojas de mayordomo y se secaba con cuidado alrededor.

Sin embargo, la quemadura era en su mano derecha, de manera que se sentía un poco torpe con la mano izquierda.

—¡Yo te lo abro!—se ofreció Mark tomando el tubito de crema y desenroscando la tapita, pero luego miró a Ben con algo de duda.

Adam también miró a Ben. Sí que preferiría que le pusiera la crema él, en lugar del niño. Pero podía ponérsela él mismo también, no sería la primera vez que se curaba a sí mismo. Además, era solo una quemada.

—Me temo que ha sido un almuerzo más accidentado de lo que esperaba, lo lamento —dijo con sinceridad.

Sin embargo, su mente estaba muy lejos de la comida y los nuggets algo quemadas. Estaba pensando qué debía hacer. ¿Debía decirle a Ben que él era el niño? ¿Realmente Ben no lo sabía? ¿O lo sabía y por eso era tan distinto con él con respecto al resto de policías? No sabía qué se suponía que debía hacer y tampoco era algo en lo que tuviera a quién pedir consejo.

Aunque Ben estuvo a punto de ofrecerse a untarle la crema a Adam, Mark se había ofrecido con tanta devoción que no tuvo corazón para intervenir. A pesar del desastre, le hacía bien comprobar que Mark estaba de buen ánimo, ya no parecía tan triste. Era cierto que, con el pasar de los días, se había sentido más tranquilo. Esto confirmaba que no era una completa locura que Mark se quedara aquí, con él.

Seguro que Adam iba a poner objeciones, pero estaría listo para cuando eso sucediese. De momento, tenía que encargarse de otras cosas más urgentes. Como el almuerzo, por ejemplo.

—Pero lo importante es que no estás herido… —dijo Mark, vigilando con insistencia la mano de Adam. Ben apretó los labios para no soltar una carcajada, porque la verdad era que, aunque el asunto le resultara de lo más gracioso, el niño tenía razón.

Ben se acercó con cuidado a la estufa. La verdad era que la mitad de lo que había en las sartenes parecía estropeado. Además, como había apagado la estufa por prevención, ahora las papas habían quedado flotando en aceite y seguro que así no iban a saber bien. Ben suspiró, rascándose la nuca y luego miró en dirección a Adam y a Mark. El primero parecía todavía apenado por todo lo que había sucedido, mientras que Mark lo miraba curioso, era como si esperara que Ben dijera cómo iban a proceder.

—Bueno, lamento que el esfuerzo de Adam se haya estropeado. Estoy seguro que antes de que yo llegara, esto lucía muy apetitoso. Luego limpiaré esto, pero primero, vamos a pedir algo rico a domicilio. ¿No quieres una pizza, Mark? Tengo muchas cosas que contarte, estoy seguro que te van a gustar —dijo, mientras le hacía una seña para que tomara asiento en la mesa de la cocina. El niño dio un aplauso ante la sola mención de la pizza, así que supuso que eso daba por zanjado el asunto del almuerzo. En cambio, Ben extendió una mano hacia Adam—: Déjame ver eso mejor.

Efectivamente, no parecía una gran quemadura. Lo peor era cuando se formaban ampollas, pero ésta parecía lo bastante superficial para no tener que preocuparse por eso. La crema haría su trabajo, sin lugar a dudas. En un par de días disminuiría la comezón y Adam ni siquiera recordaría lo que había pasado.

—Creo que sí estás bien —dijo Ben, sin soltar su mano por un instante. Cuando lo miró a los ojos, le regaló una sonrisa—. Las noticias que traje también son para ti, me gustará que las escuches.

Se obligó a sonreírle a Mark.

—Sí, estoy bien. Eso es lo importante. Gracias por ayudarme a curarme —le dijo, mientras con la otra mano le tocaba la cabeza.

Miró con pena cómo Ben se acercaba a ver el almuerzo fallido. ¿A qué hora se le había ocurrido ponerse a hacer todo eso? No habría pasado nada si no hubiera pensado en ponerse a cocinar almuerzo como si se le dieran bien las tareas cotidianas.

Pero entonces tampoco habría descubierto que Ben era el Carson de su infancia.

Seguía sin saber qué hacer con esa información, así que la idea de almorzar pizza le parecía irrelevante. Mark, sin embargo, parecía muy entusiasmado. Ben podría llevarle ese tipo de vida.

Ben sabría cuidar de un niño. Siempre había sabido hacerlo. Siempre había sabido cuidar.

¿Podía dudarlo él entre todas las personas?

Se sorprendió cuando sintió a Ben muy cerca de nuevo, examinando su mano. Estaba más afectado su orgullo que su piel, por lo que desvió la mirada.

—Gracias —masculló.

Luego lo miró con curiosidad. ¿A qué tipo de noticias se refería?

—¿Cuál es la sorpresa?—preguntó Mark con impaciencia.

Adam sonrió al escucharlo.

—Coincido con Mark, no puedes decir eso y luego meterle suspenso —le acusó. —¿A qué esperas para decirnos?

Mientras tanto podría pensar cómo decirle lo que había descubierto.

Ben creía firmemente que había algo en la mirada de Adam que era distinto a otras veces. No podía ser por la quemada con el aceite, de verdad que no había sido una herida tan grave. O quizás era que Ben estaba sensible últimamente. Llevaba muchos días conviviendo con Mark, que le traía a la mente recuerdos que creía ya olvidados. Y, por encima de todo, estaba Adam, quien se la pasaba en su casa buena parte del tiempo. En estos días habían convivido demasiado, a tal punto que Al ya le había comentado que estaba caminando por un terreno peligroso al fiarse tanto de un policía.

Pero Ben, aunque sabía que su amigo tenía buenas intenciones, no hacía más que hacer oídos sordos de sus advertencias. Adam era su debilidad, a estas alturas no tenía caso negarlo. Era una lástima que los dos estaban en polos opuestos de la sociedad. Ben jamás iba a dejar de ser quien era, de llevar una vida al margen de la ley y Adam jamás estaría dispuesto a seguirlo hasta allí.

Estos días juntos, ayudando a Mark, no eran más que una pausa. Una fantasía.

—Bueno, la sorpresa es que ya tienes oficialmente una niñera, Mark —dijo Ben, con una sonrisa, mientras buscaba en su teléfono una fotografía de Lily y se la extendió a Mark. El niño se inclinó con mucha curiosidad para verla—. Se llama Lily. Es de mi entera confianza, pasó muchos filtros antes de considerarla como candidata.

—¿Lily? —repitió Mark en voz alta, balanceándose sobre la silla—. Es bonita.

Ben pronunció la sonrisa, sin saber por qué la frase del niño le había hecho tanta gracia. Sí, Lily era bonita. Todavía estaba joven y no había sido tocada tanto por la crueldad de esta maldita ciudad. Mark estaría bien con ella, por el momento. Pero tendrían que arreglar sus papeles para que Mark dejara de ser un niño perseguido. Además, en algún momento tendría que regresar a la escuela, por más buena que fuera Lily, no era maestra, ni estaba capacitada para educar a Mark en casa.

Miró a Adam, sabiendo que esa expresión pensativa significaba que estaba pensando algo parecido. Pero ese punto no quería discutirlo frente a Mark, era mejor que lo hablaran a solas.

—Puede venir mañana a conocerte. Si te gusta, vendrá a cuidarte por el día, mientras yo no estoy.

Ben sabía que los peces gordos de la mafia no se cortaban con tener familia. Algunos como Lucius Cobbert iban por ahí dejando vástagos ilegítimos que, para bien o para mal, seguían vivos. Otros llevaban personalmente a sus hijos al colegio y no pasaba nada con ellos porque tenían guardaespaldas a su cuidado. Si otros podían hacerlo, Ben no veía por qué él no. Eso si Mark quería quedarse aquí con él.

O que Adam se opusiera de manera rotunda.

Una niñera.

En efecto era una buena noticia. Era necesario que Ben contara con alguien que pudiera cuidar de Mark en su ausencia, porque Adam no iba a poder estar sacando días libres indefinidamente para cuidar de él. Le gustaba cuidar al niño, pero era evidente que no era un cuidador de primera.

Además, después de lo que acababa de descubrir tenía la impresión de que su relación con Ben iba a cambiar, para bien o para mal.

Se volvió hacia Mark. Interactuar con el niño era más seguro.

—¡Es una muy buena noticia, Mark! Estoy seguro de que Ben escogió a Lily con mucho cuidado —comentó.

Le dedicó una sonrisa y después se atrevió a mirar a Ben.

—Supongo que dejarás de necesitarme a diario por aquí, peor me gustaría venir a conocerla también —señaló.

Si alguien iba a estar todo el tiempo con el niño que él había ayudado a llevar hasta allí y permanecer en la custodia de Ben ilegalmente, quería conocerla. No le parecía demasiado pedir.

—¿Después no vendrás más, Adam?—preguntó Mark con lo que sonó de forma alarmante a un puchero.

Adam se giró hacia él y estiró una mano para tocar el cabello.

—Claro que vendré a visitarte —le corrigió de inmediato. —Pero no puedo estar aquí todo el día, tengo que ir al trabajo.

O eso decía él. ¿Qué tenía planeado Ben? ¿Lo iba a dejar seguir viendo al niño? Porque todo lo que oía era tan permanente que no había manera que Ben estuviera pensando en separarse de ese niño en algún momento. Y la verdad, Adam no tenía nada mejor que ofrecerle.

Menos ahora que sabía quién era Ben.

Se temía que su percepción de él había variado para siempre.

Ben no se dio cuenta de lo tenso que estaba hasta que escuchó a Adam alentar a Mark con su nueva niñera. No parecía que estuviera mintiendo, de verdad parecía que estaba agradecido con que Ben hubiera encontrado ya una solución. Ben no se engañaba, Adam se estaba tomando días libres de su trabajo, quizás en la estación de policía todos estarían preguntándose qué demonios estaba haciendo. Pero Adam era un policía, tenía un trabajo, no podía faltar de manera indefinida.

Estuvo a punto de decirle a Adam que, por supuesto, le gustaría que conociese a Lily. A ella no le agradaban los policías, como todos en esta zona de la ciudad, pero no tenían que decírselo a la primera. Sin embargo, cuando Mark le preguntó a Adam directamente si ya no se verían más, Ben sintió cómo se le encogía el estómago. Adam quería venir de visita.

Ben se humedeció los labios, preguntándose cómo era posible que él mismo hubiera caído en esta trampa de mierda. Era obvio que él y Adam acabarían involucrándose más de la cuenta, era cuestión de tiempo. Ben nunca supo negarle nada desde que se conocieron, Adam era insistente, terco, pero un tipo honesto. No actuaba con segundas intenciones y de verdad creía que podía hacer una diferencia en esta ciudad.

Parecía alguien inventado. O como mínimo alguien no nativo de esta maldita ciudad.

—Por supuesto que Adam puede venir de visita, Mark. Es sólo que él también tiene que trabajar, no puede… no podemos estar aquí todo el día. Yo sé que me gustaría hacerlo, pero mientras no estemos, es importante que alguien te cuide. Sé que te agradará Lily, se harán buenos amigos y yo me quedaré tranquilo de saber que estás bien. De seguro que Adam también.

Ben se sintió un poco ridículo al hablar en plural, estaba acostumbrado a pensar en él y Adam como un equipo. Después de todo, eso era lo que habían sido los últimos días. Era como si la distancia entre ellos se hubiera evaporado a pasos agigantados desde la noche en que Adam volvió a él para pedirle de nuevo ayuda para Mark y su madre.

Él no estaba seguro de que quisiera recuperar la distancia otra vez. Algo había cambiado entre ellos, no creía que pudieran volver al punto donde estaban antes. Además, a Ben eso no le interesaba en lo más mínimo.

—Bueno, voy a tener que pedir el almuerzo. Adam fue muy noble al ofrecerse, pero no queremos más accidentes. ¿Te gusta la pizza de pepperoni, Mark? —Ben ni bien terminó de preguntar aquello cuando Mark ya estaba diciendo a viva voz que sí. Él no pudo contener una carcajada—. ¿Y tú qué dices, Adam? ¿Cuál es tu sabor favorito? Mark puede tomar gaseosa, a ti te invito una cerveza. ¿Qué dices?

En cierta forma fue un alivio que Ben confirmara que él iba a poder seguir llegando. Adam había estado temiendo los últimos días que se estaba acercando demasiado. Temía que los rumores empezaran a apuntar que finalmente se había vendido al mercado negro. Que ahora trabajaba para Ben.

Pero ahora, después de su descubrimiento, lo último que quería era volver a poner distancia con Ben.

Le asustaba un poco pensar así. Sentía que tenía que calmarse y tomar perspectiva antes de hablar con Ben sobre lo que había descubierto.

—Así es, tengo que volver al trabajo por más que me guste estar aquí contigo. Mi compañero ya se debe preguntar por mí —comentó.

Sabía que lo hacía. Declan le había puesto varios mensajes y Adam no había sabido qué contestar. Tal vez ahora debería plantenarse contarle todo.

—Mañana vendré para conocer a Lily contigo —añadió. —Y mientras tú la conoces, Ben y yo podremos hablar.

Miró a Ben cuando dijo esto. Esperaba que no empezara a hacerle preguntas desde ahora, pero que tuviera claro que iban a tener que hablar. No era opcional.

Adam no creía que fuera capaz de mantener el secreto mucho tiempo más.

—¿Y si no me gusta Lily—preguntó el niño de repente, como asaltado por una duda repentina.

Por un momento temió que eso fuera a decir para que Adam siguiera llegando a cuidarlo. Pero tampoco era tan apegado con él, como con Ben.

—Confía en Ben —le recomendó. —Seguro que ha elegido bien.

Le sonrió a Ben. Tendría que aprovechar esa tarde con Mark, pues ya se les iba a acabar el tiempo juntos de esos días.

Le parecía que él y Adam se rieron al mismo tiempo cuando escucharon a Mark preguntar con angustia qué iba a pasar si él y Lily no se llevaban bien. Ben estaba convencido de que no sería así, pero de todas formas estiró el brazo hasta tocar la cabeza de Mark y revolverle el cabello de manera cariñosa. Lily era encantadora, estaba segura que incluso pasaría el filtro de Adam, que ese sí era un poco más preocupante.

"¿Pero es que de verdad estás pensando en adoptar a ese niño, Ben? ¿Y tú crees que eso va a permitirlo tu querido policía?"

Lo único malo de que Al fuera su mano derecha, era que no se andaba con rodeos al decirle lo que pensaba. Lo bueno era que Ben le preguntó si ya le había avisado a Lucius Cobbert que estaba empezando a hacerse amigo de su vástago no reconocido. Eso fue suficiente para mandarlo callar, pero sí era cierto que Ben se imaginaba que esa iba a ser una conversación muy tensa.

Le había prometido a Adam que lo respetaría y que tendrían que ponerse de acuerdo sobre qué hacer con Mark, pero Ben ya no podía concebir la idea de separarse de él. Seguro que su obstinación le traería problemas con Adam.

—Claro que he elegido bien, no te dejaría con cualquiera, Mark —dijo, mirando luego a Adam de reojo—. Adam tiene toda la razón.

—Está bien, quiero conocer a Lily —dijo Mark con más entusiasmo, mientras volvía a tomar el teléfono de Ben entre las manos, para examinar de nuevo la fotografía—. Sí es bonita. ¡Pero ahora quiero pizza!

Ben abrió mucho los ojos y Adam también, ante semejante petición. Mark debió darse cuenta cómo sonó aquello, pues escondió el rostro detrás del teléfono, para después pedir perdón y decir que iría a lavarse las manos. Ben lo vio alejarse rápido por el pasillo, con confianza, como si llevara viviendo aquí toda la vida.

De verdad que lo habían salvado. A Ben se le encogía el corazón al pensar en Mark, viendo el cadáver de su madre y huyendo asustado, sin tener adónde ir. Ben no querría que ningún niño tuviera que pasar por eso. Además, Mark era mucho más pequeño que él cuando perdió a sus padres. Ben tuvo muchísima suerte, aunque le gustaba creer que fue más por pura cabezonería. Había pasado hambre, frío, había tenido que curarse a sí mismo las heridas que se había hecho en la calle. Mark no iba a pasar por eso si él podía impedirlo.  

—Adam… —susurró, fijándose en el policía. Se humedeció los labios, mientras pensaba en todas las frases que tenía atoradas en la garganta. Ben no quería explicarle por qué ese tema lo ponía tan sensible, pero tampoco quería confesar el otro tema que andaba dándole vueltas en la cabeza—: Nunca me dijiste cuál era tu sabor favorito de pizza.

Ben sonrió a medias, haciendo un esfuerzo por no escuchar los latidos de su corazón, al saberse a solas con Adam.

Ben había ignorado su señalamiento de que al día siguiente podrían hablar mientras Lily y Mark se conocían, pero decidió no insistir en que tenían que hablar, no fuera que Ben empezara a preguntar sobre qué.

De verdad que tenía que pensar en cómo iba a manejar esta inforamción y cómo se sentía al respecto.

Pensó en ponerle un mensaje a Declan, para ver si podía salir a tomar algo esa noche. No había ninguna otra persona con la que podría hablar en confianza del tema. Y aún así, temía cómo reaccionaría Declan cuando le contara la verdad.

—Pepperoni —respondió, sin pensarlo demasiado.

Tenía claro que Ben no lo iba a dejar en paz hasta que le diera una respuesta, y esa era tan buena como cualquier otra. Tampoco era como que tuviera hambre.

—Pero puede ser muy picante para Mark, mejor pide una más clásica de jamón —añadió. —No tengo mucho apetito después de todo este desastre.

Desvió la mirada hacia la cocina. Tenía que limpiar todo aquello. Evitó la mirada de Ben, esperando que Mark regresara pronto y le quitara su atención de encima. Era increíble la confianza por la que se movía por la casa, lo seguro que parecía de sí mismo a pesar de todo lo que había pasado.

Ben le estaba dando eso. Lo estaba haciendo sentirse así de seguro en aquella casa. Y Adam había colaborado un poco en ello. Tan solo un poco.

—¿Cuántos pedazos de pizza me puedo comer?—preguntó Mark regresando con las manos todavía húmedas, recién lavadas.

Adam miró a Ben entonces. Era seguro verlo cuando se trataba de hablar de Mark. Era distinto a cuando se trataba de ellos dos. O al menos ahora lo era para él.

Pero Ben estaba tan tranquilo. Tan en control de la situación siempre. ¿Sería que le perturbaría lo más mínimo saber quién era Adam? En el fondo lo que más le preocupaba era que todo ese tiempo lo hubiera sabido y no le hubiera dicho nada. ¿Explicaría eso por qué trataba con él a pesar de ser un policía que no estaba dispuesto a dejarse comprar?

No podía entenderlo de ser así, pero tal vez para Ben aquella noche no había sido tan significativa como para él.

—Confía en Ben —le recomendó. —Seguro que ha elegido bien.

Aunque había luchado con Wang esta mañana cuando lo dejó en el hospital, al final la voluntad de Declan había ganado y el doctor aceptó que lo recogiese personalmente al final de su turno. Iba a ser la tercera noche que Wang pasaba en su casa y, con el pasar de las horas, iba haciéndose obvio que Declan no dejaría que se fuera a ningún otro sitio. Todavía no conseguía que Wang se hiciera a la idea, pero de momento era la mejor solución que Declan podía ofrecerle.

Sin embargo, cuando recibió la llamada de Adam, supo que no podía dejarlo en el aire. Hacía días que Adam se pidió licencia y no le respondía sus mensajes más que con un par de frases escuetas para hacerle saber que estaba bien. Corrían un montón de rumores en la estación de policía sobre su amigo y Ben Carson, que Declan por supuesto se negaba a creer. No podía ser cierto que Adam se hubiera vendido por fin, él era la única persona en esa fuerza policial en quien confiaba de verdad.

Por eso sabía que todo esto tenía una explicación y que si su amigo por fin lo había llamado, significaba que era el momento de que lo supiera.

Por lo general, cuando se reunían, era en el apartamento de Declan porque tenía más espacio, incluso si últimamente Adam le decía que parecía un museo en lugar de un sitio para vivir. Al principio pensó en decirle que se vieran en casa de Adam, pero luego lo pensó mejor. Su amigo iba a notar la bata médica de Wang en el perchero de la puerta, así como algunos libros de medicina que estaban sobre la mesa y algunas libretas del hospital que éste dejó en el desayunador. Adam haría preguntas y Declan, así como estaba, también necesitaba desahogarse un poco.

—Pasa, Adam… —Declan le hizo espacio para que éste entrara de una vez. Al menos, con la visita de Wang, Declan había tenido que limpiar la sala lo suficiente porque estaba durmiendo en su sofá. Eso Wang también se lo había reclamado, pero Declan también ganó esa discusión. El cuello sí que empezaba a molestarle, así que cada vez que miraba en dirección a la habitación de Sophie, empezaba a preguntarse si era hora de ponerla en orden por fin—. Debo decir que me alegra verte en persona. No sabía por cuánto tiempo más iba a soportar sólo tus mensajes crípticos. Al menos no usaste ninguna de nuestras señas de seguridad y supuse que estabas a salvo. ¿Quieres cerveza? Todavía está ahí algo de la docena que compramos hace un mes. ¿Recuerdas?

La habían comprado para celebrar que habían resuelto un caso de un robo menor a un banco. Ninguno de los criminales caídos habían sido peces gordos, pero esa vez no obtuvieron fianza alguna. Eso, por mínimo que fuese, era digno de celebrarse.

Declan sí parecía contento de verlo. Adam estaba inquieto. Tenía mucho que explicar y no sabía bien cómo iba a reaccionar Declan a sus últimas noticias. Pero Adam se estaba volviendo loco y tenía que hablar con alguien.

Al día siguiente tenía que hablar con Ben. Se lo había puesto de meta y en el fondo temía que Ben ya sospechaba que tenía que decirle nada.

—No exageres, sólo fueron unos días —señaló, mientras miraba a su alrededor. Declan se veía bien, pero su apartamento se veía... diferente—. Aunque parece que tú tienes noticias también.

Era imposible que pasaran desapercibidas la bata médica, la libreta de medicina y una libreta con el logo de Tara.

—O has estado enfermo o los rumores de que vas en serio con tu médico son ciertos —comentó—. Y te ves cansado, pero no con mala salud.

Declan era una roca. Adam lo admiraba mucho, no entendía cómo había superado lo sucedido con su esposa y su hija. Suponía que el secreto era que no lo había superado como tal, tan solo había aprendido a vivir con ello. Pero si había sido capaz de meter a su médico en la casa tal vez... Tal vez sí estaba superando al fin lo sucedido.

Pero algo no le calzaba a Adam. Desde que empezaron los rumores de su noviazgo le había sonado extraño. No sabía cuándo Declan se había hecho tan cercano a un médico como aquel, joven y siempre dedicado al hospital.

Pero ahí estaban las pruebas de su presencia en la casa.