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Ivanka
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En la finca solo vive Manuel Casares, el capataz, con su mujer, Josefa Iglesia, Pepita para todos, que es la que se encarga de la limpieza de la casa señorial y de alimentar y proveer durante la jornada laboral al resto de los trabajadores, que viven en el pueblo más cercano. Casares tiene un hombre de confianza dentro de los trabajadores: el jefe de peones, Juan Hernández, y entre los dos manejan el trabajo en la vasta finca y solían estar en contacto directo con el marqués.
Pero hace ya un par de años que la salud del marqués se resiente y ha dejado todo en manos de su yerno, José Luis Martínez de Aranda, marido de su única hija, Mercedes, y este es un hombre de negocios que tiene una visión muy distinta del campo y los trabajadores de la que tenía el marqués, y cada vez que aparece por allí con su administrador, acaba discutiendo con Casares.
Es una tarde de julio, bajo un calor sofocante, cuando, desde el pueblo más cercano, se ve salir una columna de humo de Los Juncales. Todos los que conocen a alguien en la finca, corren preocupados, pero la que más es Asunción Herrero, la mujer de Juan Hernández, embarazada de siete meses. Y cuando llega, se confirman sus peores temores. Pepita, Juan y Ricardo Pallarés, el tractorista de la finca, están muertos, y Casares no aparece por ningún sitio. La guardia civil ya está alertada, así como la familia del marqués de Zahera, que está por llegar. ¿Quién querría haber matado a los trabajadores de Los Juncales? ¿En qué afectará eso a la familia?
Inspectora brigada/Voz en off
44 años
Bárbara Lennie
Ivanka
Inspectora sargento
30 años
Aura Garrido
Freyja
- Familia:
- ∞José Luis Martínez de Aranda(58) Nació en la riqueza, pero no en el prestigio. Su padre se hizo rico “de pura suerte”, porque tenía terrenos muy jugosos en la Costa del Sol, que para cultivo no valían y les habían hecho más pobres que otra cosa, pero con el boom inmobiliario y el turismo, para los años setenta se habían hecho de oro. Ya enriquecido, su padre se casó con la heredera de una empresa conservera de Galicia, así que en José Luis se aunaron dos negocios muy prósperos pero muy poco reconocidos en las altas esferas.
La gente como su propio suegro les despreciaban y miraban mal, al mismo tiempo que perdían sus propios activos por no entrar en lo que ellos consideraban “negocios bajos”, pero José Luis buscó sus propios méritos. De joven, estuvo en el ejército, consiguiendo una carrera meteórica (y para algunos dudosa) y al licenciarse como comandante a los treinta y siete, buscó casarse con alguna heredera de título y prestigio que no tuviera ni una peseta, y esa fue Mercedes De Zahera, única hija del marqués de Zahera, y tuvo tres hijos con ella: Nicolás, Blanca y Luis. Poco a poco, su suegro tuvo que ir delegando la explotación de sus deficitarias fincas en él y la administración de su patrimonio, y eso es a lo que dedica su vida.
Su hombre de confianza es su administrador, Esteban Cárdenas, va a todas partes con él y es el único que esta enterado por completo de sus negocios. A su mujer no le tiene excesivo cariño, y a sus hijos casi ni les ve, él solo se preocupa por los negocios de su familia política y en hacerse todo lo rico que pueda.∞Mercedes De Zahera Durán(48) Única hija de los marqueses de Zahera. Tenía un hermano mayor que murió en un accidente de moto cuando tenía treinta años y ella veinticuatro. Cuando eso ocurrió, su padre se hundió, pues todos sus negocios estaban depositados en su heredero, y Mercedes no había sido preparada para nada de eso. No era muy conocida por tener muchos novios o pretendientes, así que sus padres empezaron una secreta búsqueda de un marido que pudiera encargarse de sus ya malogrados negocios en nombre de su hija. Fue José Luis quien se acercó a ella en el club de campo y la conquistó, y ella se enamoró de veras de él. Creía que, por tener la boda de una princesa, casas para cada época del año y dinero infinito para decorarlas, su vida iba a ser perfecta.
El problema es que, con los años, su marido se ha vuelto malhumorado y despegado, ocupado solo de los negocios y nada más, y Mercedes es de carácter débil y se supera enseguida por las circunstancias. No quiere saber nada de los negocios, y ahora mismo solo está centrada en cuidar de su padre, que tiene un cáncer de hígado terminal. Intenta ser una madre presente y muy cariñosa con sus tres hijos, ese es todo su objetivo.
El servicio de Los Juncales la seguía tratando como la señora del lugar, y Pepita y Manuel han sido un apoyo para ella, porque son de las pocas personas que les rodean que aún son fieles a los Zahera y no a su marido. Por eso a ella le gusta ir a la finca con los niños siempre que puede para que conozcan y disfruten del campo y sepan que ellos son importantes por pertenecer a los Zahera y no por el dinero.∞Nicolás Martínez de Aranda Y Zahera(20) Primogénito de José Luis y Mercedes. Es un chico espabilado y comprometido con su familia. Siempre ha sido el ojo derecho de sus abuelos y su madre, pero su padre es exigente y duro con él en todos los aspectos de su vida. Siempre se ha esforzado en cambiar eso, siendo muy buen estudiante, cuidando de sus hermanos y su madre, aprendiendo todo lo que hay que saber de negocios en la carrera de ADE y Economía, pero su padre también desprecia eso, porque le considera sentimental de más y asegura que de negocios se aprende en la vida, no en la carrera.
Parece muy correcto y caballeroso, pero puede ser tremendamente observador y analítico, y, aunque nadie lo diría, guarda un gran rencor a su padre y al administrador. Se ha criado muy apegado al servicio, incluido el de los Juncales, Pepita ha sido como una tía mimosa para él, y Manuel le llevaba por el monte y le enseñó a cazar. Conocía a la mayoría de empleados por su nombre e incluso asistió a la boda de Juan Hernández y su mujer como invitado de honor, pues Asunción siempre ha sido su amiga del pueblo. Para él son más su familia que los Martínez de Aranda.∞Esteban Cárdenas(52) Es el administrador de José Luis y los negocios de los Zahera. Él era subordinado de José Luis y su hombre de confianza en el ejército, conocedor de todos los tejemanejes que hizo para llegar a donde llegó, con la promesa de que le auparía con él. Y así fue. Cuando él se licenció como comandante, consiguió que licenciaran a Esteban como sargento y le convirtió en su administrador. Él no tenía estudios, pero era muy inteligente y con ningún escrúpulo, enseguida se metió en el mundo de la administración de fincas y la especulación agropecuaria en Andalucía, y, aunque no había elegido él esa vida, no le molesta hacerse de oro y contar con la todopoderosa protección de José Luis.
Nunca se ha llevado bien con el marqués ni con Nicolás, a quien no ve de heredero de todo aquello y que le pone de los nervios con sus teorías económicas. A Mercedes la desprecia por ser una niña rica y llorica. El hijo pequeño del matrimonio, Luis, tiene once años y cree que, con las influencias adecuadas, puede parecerse más al padre y a él, pero la madre y el hermano no le dejan ni a sol ni a sombra, y ni que fuera problema suyo quién lo hereda todo, se hará suficientemente rico y se irá antes de que eso pase.∞Elisa Durán(72) Marquesa de Zahera y madre de Mercedes. Es una señora marquesa a la antigua usanza, pues viene de una familia importante y, de hecho, Los Juncales le pertenecía a ella como parte de su ajuar de novia cuando se casó con el marqués. La madre de Pepita fue su tata, y cuando creció, dejó la finca en manos de Pepita y de su marido, y consiguió que el marqués les pagara la carrera y encontrara trabajo a las hijas de ambos. El marqués y ella pasaban mucho tiempo en la finca y en el pueblo, y Elisa trabajó muy cuidadosamente para que se convirtieran en celebridades locales con buena fama, de modo que todo el mundo quería trabajar en Los Juncales y les tenían en buena consideración, incluso si tenían que bajar los salarios o había problemas.
Cuando su marido, después de barajar varios pretendientes, aseguró que José Luis era la única esperanza de su negocio, ella no estuvo de acuerdo, y nunca vio claro entregarle su hija a semejante botarate, pero sabía que su marido no iba a pasar por educar a Mercedes como se debía, así que se dedicó a poner cada problema posible a su yerno y a envenenar al marqués contra él siempre que le era posible. También lo hace con sus nietos, especialmente con Nicolás, que es su favorito y al que directamente llama “mi pequeño marqués”. No obstante, tiene la guerra un poco parada, porque su marido está muy enfermo y ella, después de todo, le quiere muchísimo y está sufriendo por él y quiere estar a su lado, pero el desenlace está cerca, y ella no va a permitir que su yerno se convierta en marqués de Zahera.TRABAJADORES DEL CORTIJO∞Manuel Casares(60) Nacido en el propio pueblo de Alcázares, siempre fue un hombre de campo, que tenía un talento innato para la caza y se conocía el campo y el monte como nadie. Se hizo novio de Pepita siendo bien joven, y él siempre la consideró como el regalo de su vida, lo mejor que había conseguido, y la adoraba. Gracias a Pepita y lo cercana que era con la señora marquesa, consiguió trabajo en la finca, y poco a poco se ganó la confianza del marqués que acabó por hacerlo capataz. Sus hijas son su orgullo, porque estudiaron carreras y consiguieron irse del pueblo con buenos trabajos.
Casares es un hombre metódico y muy trabajador. Se consideraba a sí mismo un poco paleto y sin cultura, pero tenía una mente para las cuentas muy buena, y conocía los ciclos del campo, las plagas y lo que era mejor para cada tierra mejor que nadie, basado en las eternas horas que ha pasado vagando solo el campo. Para paliar esas horas de soledad, el señorito Nicolás le regaló una perrita, Tundra, que le acompaña a todas partes, excepto cuando está en la casa, que vive pegada a Pepita.
Todo el mundo sabe que el capataz es un hombre justo pero severo. Siempre actúa como es debido con los trabajadores, da días de descanso, escucha, ayuda… Pero como se le intente engañar, a la más mínima está fuera.∞Pepita Iglesia(57) Nació en la propia finca, porque su madre era la niñera de los hijos de los Durán y su padre su conductor. Se crio entre los muros del cortijo y tuvo una infancia tierna y feliz, nunca sintió que le faltara de nada. En la escuela conoció a Manuel Casares, que la hacía sentir como una reina y se casó muy joven con él. En cuanto la señorita Elisa se convirtió en la señora marquesa, la quiso bien cerca de la finca, y les pidió a Manuel y ella que se quedaran con la casa del capataz, y vivieran en Los Juncales cuidando de todo. Era una vida que ella adoraba, y aunque quiere a la marquesa, a la señora Mercedes y a los niños como si fueran familia, siempre ha sabido mantener una distancia respetuosa, sin olvidar que todo aquello no es suyo ni mucho menos.
Pepita siempre se ha encargado de todo el aspecto de intendencia de la casa, desde limpiar la casa grande, cuidar el jardín, mantener la piscina hasta organizar la comida de todos los días de los jornaleros, que corre siempre a costa del cortijo, como el señor marqués estableció. Siempre está pendiente de todo lo que los jornaleros puedan necesitar y le gusta su vida. Cuando la señora Mercedes está allí, mima a los niños, peina a la señorita Blanca, y se sienta a bordar con las señoras mientras les cuenta todos los cotilleos del pueblo. Es trabajadora y esencialmente buena, y no suele meterse en las cuestiones económicas del cortijo más allá de la administración de los fondos para proveer a la casa o los trabajadores. Echa mucho de menos a sus hijas, y le hubiera gustado que alguna se hubiera quedado, pero la señora marquesa fue muy amable pagándoles las carreras, y Manuel está muy orgulloso de ellas así.∞Juan Hernández(33) Fue siempre el más popular del pueblo, el terror de los profesores y las nenas del pueblo, pero tenía algo que atraía a todo el mundo, labia que se dice. Tenía muchas ambiciones de más joven, intentó entrar a la guardia civil, pero era muy mal estudiante, así que al final, su madre viuda le pidió que se pusiera a trabajar porque no podían mantenerse más.
Cuando pidió trabajo en Los Juncales, conquistó, como conquistaba a todo el mundo, a Casares, y consiguió hacerse notar entre el resto de los jornaleros hasta convertirse en su hombre de confianza. En la finca, se hizo más cercano a Asunción Herrero, con la que se llevaba muy mal de jóvenes, porque ella era la niña estudiosa y él el canalla, pero ella subía mucho a Los Juncales a estar con el señorito Nicolás y a cuidar de los pequeños, y la convirtió en su objetivo. Le costó unos meses, pero acabaron de novios, aunque tardaron en casarse, porque ella era más joven y porque estaba preparando la oposición de maestra.
Finalmente, llevan casados diez meses y ella está esperando su primer hijo, situación que hizo replantearse a Juan su posición dentro de la finca, queriendo más reconocimiento, dinero y perspectivas de ascenso, que clama como igualdad de oportunidades que los que vinieron antes que él, y eso está generando alguna charlita paternalista de parte de Casares.∞Asunción Herrero(27) Siempre fue la chica lista del pueblo, y logró una beca para estudiar en Sevilla, y nada más volvió, se puso a estudiar la oposición para ser maestra en su pueblo y hacer algo contra el masivo abandono de los estudios que veía en los jóvenes.
Cuando ella tenía dieciséis años conoció al señorito Nicolás, un día que subió a Los Juncales para ayudar con el inglés a una de las hijas de Manuel y Pepita, y aquel niños tierno y avispado reclamó su atención desde el principio, diciendo que a veces allí se sentía un poco solo, y que quería hablar de libros, oír historias y practicar inglés. Así se forjó una amistad con él que, si bien apreciaba, no terminó de resistir al tiempo, y sobre todo, a su estatus de novia y luego esposa de Juan, que la fue alejando más y más de su entorno.
Ella consideraba a Juan un payaso insoportable, pero, con el tiempo, aprendió a conquistarla, era un novio dulce y entregado, y al final, los solitarios inviernos en Alcázares les acercaron. Al principio, él parecía encantado con su meta de ser maestra en el pueblo, pero lleva un tiempo, sobre todo desde que está embarazada, un poco revirado con el tema de los sueldos y el estatus, cosa que a Asunción no le puede importar. A veces se pregunta qué habría sido de ella si no se hubiera obsesionado con quedarse en el pueblo, pero para esos ratitos ya tiene sus charlas con Nicolás.∞Ricardo Pallarés(39) Tractorista extremeño que se trasladó a Andalucía porque había más trabajo y que, después de dar varios tumbos por varios pueblso y fincas, acabó en Los Juncales, y ahí lleva tres años. Es un hombre sencillo pero afable, no tiene muchos hobbies o grandes amigos, tampoco familia conocida ni interés en ninguna moza. Él simplemente conduce su tractor, va a echar la partida al bar y cumple con todo el mundo.
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- Registro criminal:
- Llamada de Anselmo a emergencias:
- Llamada entrante al servicio de emergencias de Sevilla a las 15:12 del día 23 de julio
— Emergencias, ¿en qué puedo ayudarle?
— ¡HAY FUEGO Y SANGRE EN LOS JUNCALES!
— ¿Dónde me dice, señor?
— EN LOS JUNCALES, EN ALCÁZARES.
— Hay un incendio, dice… Los Juncales ¿es una finca?
— Sí, la más grande de Alcázares… Y le han matado… Está muerto…
— ¿Quién está muerto, señor? Estoy mandando dotaciones de bomberos y una ambulancia. ¿Cuántos heridos ve?
— El extremeño… El… El tractorista…
— ¿Puede acercarse y comprobar que tiene pulso?
— Tiene un tiro en la frente.
— Pero puede ser que aún respire, yo estoy con usted, acérquese y compruebe su pulso.
(Ruidos y silencio en la línea)
— No, no, no respira.
— De acuerdo, no se preocupe, que enseguida están allí los…
— OH, POR DIOS. HAY SANGRE EN LA CASA DE CASARES…. No puede ser.
— ¿Ve sangre en otra parte, señor?
— Muchísima… Muchísima… (se oyen pasos y de repente unos sollozos) ¡NO, POR DIOS! ¡AY, PEPITA! No puede ser… No puede ser…
— ¿Hay otra persona herida?
— Pepita, la pobre Pepita… Le han destrozado la cara (se oye un ladrido agónico). La perra está encerrada.
— Si hay un perro, manténgalo encerrado para facilitar la labor de los bomberos y personal sanitario. Ahora, dígame ¿Pepita tiene pulso?
— No… No… Le han destrozado la cara y hay muchísima sangre… No se mueve… La pobre, está quieta… No respira.
— Señor, salga de donde esté y manténgase alejado del fuego y del humo. Ese lugar ahora es la escena de un crimen, y cuanto menos esté allí, mejor. Sigo con usted, pero salga de allí. (Se oyen pasos hacia el patio) Dígame, ¿hay alguien más en la finca?
— Sí, sí… Los trabajadores… Estarán viniendo para acá…
— No deje que nadie más entre en la escena. ¿Ve a alguien dentro? ¿Los dueños?
— No… No, pero el coche de Casares está aquí. Y Juan estaba aquí cuando me he ido… Pero no los veo por ninguna parte…
— ¿Es posible que estén por la finca?
— Sin el coche n… Oh, por dios, no puede ser.
— ¿Ocurre algo?
— Hay… Hay otro cadáver… En el fuego… Está calcinado… No… Juanito, no puede ser Juanito…
— No se acerque al fuego, señor, pase lo que pase.
— Tiene que ser Juanito… Veo su petaca desde aquí… Oh, por Dios… ¿Quién ha hecho esto?
- Fotos de Objetos encontrados en el cadáver calcinado:
-Petaca de metal con un grabado que pone "Juan y Asunción, Alcázares, 29 de mayo de 2017" y por el otro lado pone "De tus compañeros de Los Juncales"
-Anillo de boda de oro con inscripción por dentro que pone "J&A 29-05-2017"
-Reloj viceroy con la correa consumida por las llamas
-Dos llaves de tamaño regular. Parece que tenían un llavero de plástico que se ha quedado retorcido y aplastado por el fuego
- Informe inspección ocular de científica del coche de Manuel Casares:
-Suciedad campestre por dentro y por fuera. No hay manchas de sangre ni otros fluidos sospechosos. (adjunta foto)
-El coche estaba abierto pero sin las llaves puestas o en otro lugar del vehículo.
-En el asiento de detrás hay una escopeta semiautomática Winchester no cargada, y una cartuchera cinturón con cinco cartuchos listos para usarse Trust Eibares calibre 20. (adjunta foto)
-En el maletero hay herramientas, objetos para el campo y una correa canina muy larga. No hay sangre ni fluidos sospechosos.
- informe inspección ocular de las víctimas no calcinadas:
-Fotos del cadáver de Ricardo Pallarés, muerto aún dentro del tractor en posición de querer bajar, de un disparo. La bala traspasó la ventana opuesta pero no se encontró.
-Fotos del cadáver de Josefa Iglesia en la habitación de su casa, del reguero de sangre y de el hueco en la puerta que podría haber sido ocasionado por una bala
-Fotos del almacén donde ha aparecido Manuel Casares, entre varias balas de paja de unos 1,80 metros de altura. No hay sangre en el lugar y varias pisadas lo rodean, así como huellas de carretilla de origen y fecha indeterminados. Llevaba más de 24h muerto, pero el calor ha podido contribuir a su estado.
- lista de trabajadores en los coches:
- Coche de Amador Sánchez:
Anselmo Ruiz
Rodolfo Pérez
Salvador Martín
Fabián González
Coche de Genaro Villa:
Máximo Rodríguez
Ricardo Pallarés
José Peral
Agustín Villa
Coche de Juan Hernández:
Yusuf Abukar
Fernando Flores
Anastasio Llanos
- Declaraciones de los trabajadores:
- Autopsias de los fallecidos:
- Órdenes concedidas por la jueza:
Registro para la casa grande
Registro para los coches de toda la familia dueña del cortijo y el administrador
Permiso para hacer a todos los miembros de la familia, administrador y trabajadores, declarar en sede judicial
Permiso para inspeccionar cámaras y transacciones bancarias para comprobar las coartadas de todos
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
- Golden Shields:
Alice Gallia
Cause' Alice does belong with Marcus
Ante todo, amigos
Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
[/center]
- Juntos, somos el Todo:
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— Esto es un vagón de seguridad. Está para cuando viajan políticos o gente como nosotras, que necesitamos un poco de intimidad, generalmente lo usa la tripulación, pero hoy nos lo dejan a nosotras. — Pone una leve sonrisa. Es seria, pero claramente está intentando ser amable. Os ponéis en unos asientos, y Lucía saca una tablet y varios papeles que pone en la mesita de enfrente. — Bien, creo que te han informado por encima del crimen. Sé que has resuelto casos en tu unidad, pero esto es la UCO, esto son los crímenes que nadie más puede resolver allá donde pase. Pero tu jefe me ha hablado muy bien de ti, he estado viendo tu expediente, y me has parecido más que adecuada para el caso. A partir de ahora, eres mi compañera en todo esto, y no ejerceré como superior a no ser que me vea obligada a hacerlo. Compartiré toda la información contigo y espero que hagas lo mismo, porque te he pedido precisamente para delegar cosas en ti, este caso me temo que va a ser una madeja mucho más compleja de lo que parece. — Suspira, como viéndose venir lo que les espera, y abre un reporte y un mapa de Google Earth en el ipad. — Te han dicho que te instales la app del registro criminal ¿no? Es un poco coñazo por el encriptado, pero por lo demás, es tremendamente útil. En la app puedes consultar TODO lo relacionado con el caso. Informes, pruebas periciales, fotos, escuchas, interrogatorios… Solo necesitas acceso a internet y el móvil o el ipad a mano. Nosotras no podemos modificar nada, es lo que nos mandan de arriba y todo tiene carácter oficial, es decir, potencialmente usable en un juicio o acusación. — Inspira y sonríe un poco más. — Bueno, vamos a meternos en harina, que el AVE va más rápido de lo que parece. —
— Los Juncales es una finca perteneciente a los marqueses de Zahera, en el pueblo de Alcázares, en la campiña sevillana. La finca pertenecía a la marquesa, Elisa Durán, pero siempre la ha administrado su marido, Alfonso de Zahera. Tuvieron dos hijos, y cuando el primogénito, Francisco, fue mayor de edad, la marquesa le traspasó la propiedad. Pero el tal Francisco murió hace más de veinte años en un accidente de moto, sin hijos, así que pasó a la hija pequeña de los marqueses, Mercedes.
Actualmente, la finca la estaban administrando entre el marido de Mercedes y su padre. El marido, José Luis Martínez de Aranda, se dedica a eso, a vivir de sus fincas y propiedades, que posee por toda España, pero no viven allí, solo pasan por ella de vez en cuando. Los que vivían allí hasta ahora era Manuel Casares, capataz desde la época de los marqueses, y Pepita Iglesia, su mujer, que se encargaba de la casa y las comidas y avituallamiento de los jornaleros, aunque, obviamente, los trabajadores pasaban por allí todos los días.
Los sucesos se han reportado entorno a las tres de la tarde. Anselmo Ruiz es el encargado de la empacadora, que es la máquina que hace las balas de paja, así que generalmente está dentro del cortijo y no por la finca, pero hoy se les había salido una pieza de la empacadora, y a la hora de comer, que para los jornaleros es como la una, Juan Hernández, el jefe de peones, le ha mandado al campo con uno de los tractores. Pero como una hora después de salir a los olivos, Anselmo ha visto una columna de humo salir del cortijo, ha dejado el tractor y ha salido corriendo para allá. Aún no tenemos muchos datos de cómo, pero Anselmo ha encontrado a Ricardo Pallarés, tractorista, muerto en el tractor. Luego ha visto, lo que él ha descrito como “sangre en casa del capataz” y ha entrado a ver qué pasaba dentro. Allí ha encontrado a Pepita Iglesia muerta en el suelo. Ha salido corriendo para intentar apagar el incendio que se había iniciado en los almacenes de paja, y acercarse ha visto que había ardiendo algo más, que ha identificado como el cadáver de Juan Hernández, porque, entre los restos, ha visto la petaca que siempre lleva, conmemorativa de la boda del mismo. Hasta el momento, Manuel Casares no ha aparecido, aunque los compañeros lo primero que han hecho ha sido acordonar. Ha pasado cierto tiempo, pero si Casares ha huido por lo que sea, no podemos perder de vista que es un hombre de sesenta años y ahora mismo hay cuarenta grados allí en la campiña, no podrá ir muy lejos. — Comprueba de nuevo el móvil y te transmite.
— Según lleguemos a Sevilla, va a haber unos compañeros esperándonos con un coche, que nos darán para desplazarnos a la finca y a donde haya que moverse por allí. El sitio está a unos cuarenta kilómetros de Sevilla, y el acceso es relativamente fácil porque la autopista de Málaga-Granada tiene salida directa al pueblo. Llegar a la finca ya será otro cantar, pero espero que no nos den una lata, aunque cuando te desplazas nunca sabes con qué incomodidades te vas a encontrar. — Suspira y cierra la tablet. — Te pongo en sobreaviso, porque, como mujer joven que eres, me imagino que habrás sufrido lo tuyo en tu unidad, pero te aseguro que el medio rural en la Guardia Civil puede ser mucho más duro. Hay mucho niñato que se ha metido a Guardia Civil porque no vale para nada más, la mentalidad es aún más retrógrada que en otros lados y, por supuesto, están los frustrados a los que han destinado a pueblos pequeños y no quieren estar allí y te lo hacen notar. Las comodidades brillan por su ausencia y todo tarda más, así que se agradece ser todo lo resolutiva que se pueda. A eso hay que añadirle la frase “pueblo pequeño, infierno grande”, hay muchas rencillas, la gente oculta de todo, porque es muy típico decir que en los pueblos se sabe todo, pero es al revés. Como un pueblo calle, no hay nada que hacer. Tenemos también la circunstancia de tener que tratar con la familia de nobles, que nos van a mirar por encima del hombro casi con toda seguridad y se van a sentir atacados por cada palabra que digas. Para todo esto solo hay una respuesta: eres una sargento brillante, eres una autoridad, solo tienes que dejarlo claro, y ante los dramas y faltadas de los demás, tú conservas tu autoridad, y al final las cosas caen por su propio peso. Luego ya por la noche podemos desahogarnos llamándoles de todo.
Por si esto no fuera poco, está el tema del verano, que nos lo va a complicar todo. De entrada, de hecho, aún no tenemos juez, porque el de Utrera, que es el correspondería, está vacante, y mientras tanto lo lleva el Mairena del Alcor, que está de vacaciones, así que están buscando otro a la desesperada. De momento, está ejerciendo la secretaria judicial de Mairena para todo lo que hay que hacer con carácter urgente. Nuestra suerte es que en Sevilla hay instituto anatómico forense, así que los de científica, si no han llegado ya, deben estar al caer, aunque también me han dicho que tienen a gran parte de la plantilla de vacaciones. — Mira por la ventanilla y toma aire. — Tenemos una hora aún para llegar a Sevilla, si tienes dudas sobre algo, es el momento de preguntarme. —
AVE Madrid-Sevilla
17:00
Martes 23 de Julio de 2018
Con Alexia
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Le dio un fuerte latido el corazón cuando la vio, y no pudo evitar que se le abrieran los ojos. ¡Era una mujer! Oh, Dios, había dado por hecho que el brigada Giráldez era un hombre, como el ochenta por ciento de quienes le rodeaban. El capitán Márquez, con ese tono condescendiente de siempre, le había dicho con palabras lánguidas que "el brigada Giráldez le esperaba en la estación de Atocha y estaba bajo sus órdenes", añadiendo que "esperaba que no le defraudase". Ya debió detectar en su tono de pocos amigos que no debía parecerle bien a su orgullo que un caso tan jugoso lo llevaran dos mujeres. Pero había optado por atribuirlo a la desidia y hostil paternalismo que adoptaba con ella siempre.
Ahora, ¿cómo sería? Se sentía un poco mal por habérsele cruzado, cual cometa, el pensamiento automático por su cabeza de que "si ha llegado hasta aquí siendo mujer, tiene que ser de armas tomar". Odiaba pensar así... pero una no podía ignorar su historial tan fácilmente. A ella, siendo buena, obediente, metódica y estudiosa, no le había sido fácil llegar donde había llegado. La gente se abría paso a dentelladas en la policía para ascender. ¿Cómo sería esa mujer? Esperaba que no fuera una explotadora que no la dejara ni abrir la boca. Oh, maldita sea, estaba temblando. Ya parecía oírla decir con una voz que ni siquiera conocía "¿y tú eres la que pretende resolver un crimen?"... Vale, puede que lo hubiera oído con la versión feminizada de todos los que previamente le habían lanzado tan agradable comentario.
No se lo pensó más y caminó hacia ella, con gesto respetuoso y una sonrisa leve. La amplió solo con sus primeras palabras. - Me parece perfecto. - Contestó con educación y tratando de mantener a raya, como tanto tiempo llevaba haciendo, su dulzura automática. - Se lo agradezco mucho. Vengo con muchas ganas y dispuesta a seguir todas sus indicaciones. - Esperaba no haber sonado como una postulante a un trabajo o una niña de colegio. Pero, de entrada, la mujer le había dado confianza.
Accede junto a la mujer por un área restringida al vagón de seguridad, y solo estar allí siente que la calma. Así podrá escucharlo todo adecuadamente y poner sus ideas en orden, al fin y al cabo tiene horas por delante para ello. Asiente y se dispone a escuchar con atención, mirándolo todo con ojos despiertos y analíticos, a medida que la mujer va mostrando y narrando. - Gracias. - Responde amablemente, tratando una vez más de que la sonrisilla y el entusiasmo se mantengan donde se tienen que mantener, para dar la impresión de la policía seria por quien le gustaría que la tomaran de una vez por toda, porque lo era. No solo eso, la mujer la estaba tratando de compañera. No quería alzar muy pronto las campanas al vuelo, pero algo le decía que, por complicado o escabroso que fuera el caso, aquello iba a ser una grata experiencia.
- Así es. - Confirma, mostrando la aplicación ya instalada en su Ipad. Una vez explicada la utilidad de la aplicación, comenzó la exposición de los hechos. No quería interrumpir ni perder hilo de nada, por lo que con suma atención, fue anotando las dudas que le iban surgiendo para exponerlas todas cuando la mujer terminase. Una vez pasado al protocolo, va asintiendo, y se le dibuja una sonrisa triste cuando le menciona la posición y lo que habrá tenido que sobrellevar. - Lo imaginaba. - Dulcifica la sonrisa. - Trataré de ir lo más mentalmente preparada posible. - ¿Qué iba a hacer? No le iba a extrañar casi nada de cómo la tratasen, pero igualmente agradecía el sobreaviso, por si en algún momento cometía el claramente gravísimo error de olvidarse de su condición de mujer y pensar que la tratarían por sus logros y nada más.
La resolución, después de toda la exposición de posibles inconveniente, la conmovió y casi la emociona, pero se limitó a sonreír de nuevo sin comprometerse demasiado. No quería dejarse ver como demasiado blanda tan pronto, pero algo le decía que podría hacer buenas migas con esa mujer, en cuyo caso, ya se mostraría como era más adelante. - Tomo nota. - Dijo con una leve risa a la propuesta de desahogarse por las noches. Eso sí, lo que no se vio venir fue semejante pandemonio burocrático, y se le debió notar en la cara de frustración. - ¿De verdad? -Suspiró y se frotó el puente de la nariz. - Vale... Resolutivas, habrá que hacerlo. - Resolvió. Ah, maldita sea, nunca contaba con los pormenores de la burocracia...
Era su turno de preguntar, por lo que asintió, releyó sus notas y empezó a formular. - Una de las fallecidas es Pepita Iglesia, y el desaparecido es Manuel Casares, matrimonio. ¿Tienen hijos u otros familiares, dentro o fuera del pueblo, que puedan darnos información? Por otro lado, se entiende que estamos hablando de una hora del crimen entre las una y las dos de la tarde aproximadamente ¿no?- Cambia sus papeles y continúa. - Por otro lado, ¿sabemos las causas de la muerte de estas personas según Ruiz? Aparte de la de Juan que, a priori, sería a causa del incendio. Cosa que no sabemos, pero tampoco lo sabrá el señor Ruiz. - Sigue mirando lo último que tiene apuntado. Tuerce el gesto. - En cuanto a la presunta huida de Casares... No hablamos de un señor de sesenta años cualquiera. Este hombre lleva toda la vida dedicándose a esto y en esos terrenos. Podría estar en cualquier parte y no descartaría que tenga bastante aguante para ello. -
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Se lleva un dedo a los labios pensativa. — Respecto a las muertes, la que tenemos más clara es la del tractorista. Tiro en la frente, lo que parece una muerte mucho más limpia y rápida que destrozar una cara o quemar a alguien. La de Pepita es la más ambigua, y respecto al que Anselmo dice reconocer como Juan Hernández, no podemos estar nada seguros, porque sabemos que está calcinado, sí, pero nada más. Pudieron matarle de otro modo y luego prenderle fuego. Ahí me temo que hasta que científica no hable, poco vamos a poder saber. —
Sonríe un poquito más y te señala. — Buena observación. Casares parece un hombre de campo, aunque permíteme que te asuste: las temperaturas de hoy para Sevilla son de 43º de máxima, es demasiado hasta para un hombre como él, pero no podemos perder perspectiva de que podría aguantarlo y recorrer más de lo que esperamos. Todo cambia si lo que buscamos es… A una persona que ha huido por su propia vida, lo cual es muy probable, aunque habría sido a costa de dejar a su mujer malherida allí… O a un sospechoso que huye de la justicia. Los ritmos y decisiones son ligeramente diferentes. Pero me gusta tu forma de trabajar… — Discurrís un poco más, pero en breve llegaréis a Sevilla, y empezará la acción.
*** Giráldez y Morales llegan a Sevilla a las 19:15 y allí cogen un coche oficial que les está esperando y que conduce la brigada. Llegan a las 20:30 a la finca***
Allí hay, de lejos, demasiada gente. Habrá unos diez trabajadores de la finca, gente agolpada en la puerta del cortijo, la prensa, por supuesto, que no ha dejado pasar la ocasión, y de lejos se vislumbran dos coches de alta gama que claramente no son de trabajadores de la finca, lo que quiere decir que han tenido que llegar con posterioridad. — Mal empezamos. Esas ruedas lo habrán pisado todo. — Y Giráldez, para el coche antes de entrar, en una zona lo más apartadita posible, para evitar contaminar más de lo que se van a encontrar ya. La gente del pueblo grita desesperada, porque quieren saber qué ha pasado, ya hay demasiados rumores en las cinco horas que han tardado en llegar.
Giráldez y Morales se bajan del coche y se dirigen al agente que hay allí. El calor es sofocante a pesar de las horas — Buenas tardes, cabo. Inspectora brigada Giráldez e inspectora sargento Morales, de la Unidad Central Operativa de Madrid. — A sus órdenes, mi brigada, mi sargento, soy el cabo Jiménez. Pasen por aquí. — La escena en el patio principal del cortijo es dantesca. La parte claramente noble que lleva a la casa está como si nada hubiera pasado, con un precioso camino empedrado rodeado de setos con flores y frondosas parras, y la casa principal parece tranquila.
La zona trabajadora, que es a la que lleva el camino de tierra, es una cosa completamente distinta. Hay un coche de apariencia muy antigua nada más llegar al patio de tierra que distribuye las edificaciones de los trabajadores. A la izquierda, la casita del capataz y su mujer, y, entrando a ella, desde el patio, un reguero de sangre. Justo de frente al camino está uno de los tejadillos que protegen la paja, o que la protegían, porque ha ardido completamente y ahora es un amasijo de masa quemada. Entre dicho amasijo, se pueden ver los restos de lo que algún día fue un humano, también calcinado. Girando a la derecha, hay más tejadillos con paja a donde el fuego no ha llegado, y dos grandes naves de almacenamiento de cosechas. Frente a esos almacenes está el tractor, aún con el tractorista dentro, sobre el asiento del conductor. — Veo que no han levantado los cadáveres. — Las estábamos esperando. La secretaria judicial y el forense están que trinan porque con este calor… — ¿Los de científica han terminado? — Lo que pueden hacer sin mover los cadáveres, sí. — ¿Alguna noticia de Casares? — Nada de momento, mi brigada, ahí están peinando hectáreas los compañeros. —
— ¿Hay algo que corra más prisa? — El cabo parece apurado, rascándose la nuca. — La mujer de Juan Hernández está aquí. Está embarazada de siete meses, y con el calor y el disgusto, se la han llevado a la casa grande para tranquilizarla un poco y que esté más fresca, porque teníamos miedo de que le diera algo malo. Pero decía que quería hablar con el máximo responsable en cuanto llegara. Y está en un plan que… — Le cuesta encontrar las palabras. — Alterada, vaya, muy alterada. Que es normal, pero yo diría que… Bueno, ya la verán ustedes. —
— Entonces, ¿hay alguien en la casa grande? — Sí, señora. El señor Martínez de Aranda, su señora, su hijo mayor y el administrador de ellos. — La inspectora suspira. — ¿Y me puede decir por qué han dejado entrar a tanta gente en la escena de un crimen? — Bueno, es que es su casa, mi brigada, y en la casa grande no ha ocurrido nada. — Eso no lo sabemos… — Emite un suspiro. — Bueno, ya está hecho. De momento, sáquenme a todos estos trabajadores, menos a Anselmo Ruiz, de los límites del cortijo, digo más, llévenlos al cuartelillo del pueblo y que esperen allí. — Jiménez vuelve a rascarse la nuca. — Con todo respeto, mi brigada, es que en el cuartelillo solo hay aire acondicionado en los despachos, toda esa gente se va a asar en la sala de espera con el ventilador. — La cara de la inspectora es un poema. — ¿Y el ayuntamiento tiene aire acondicionado? — El chico parece confuso, pero toma aire, pensando. — Yo diría que sí. — Pues pidan los permisos que haya que pedir y los llevan allí, con una buena custodia. — Giráldez se gira hacia ti y dice. — ¿Por dónde quieres empezar? —
Acciones posibles:
-Revisar el cadáver y entorno de Ricardo
-Revisar el cadáver y entorno de Pepita
-Revisar el cadáver y entorno del incendio
- Hablar con Asunción Herrero
- Hablar con Anselmo Ruiz
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- Hablar con Asunción Herrero
- Hablar con Anselmo Ruiz
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Alexia toma notas de estos datos y otros tantos conforme Lucía responde, concentrada. Había algo en todo aquello que no le terminaba de cuadrar, y su cerebro ya iba a toda velocidad. Pero no quería excederse ni contaminar los datos que sí tenían con lo que podría ser una fantasía de su cabeza. Eso sí, lo de los cuarenta y tres grados le hizo sonreír con levedad. - A ver cómo combinamos el vestuario de trabajo con el veraniego. - Bromeó con ligereza, pero también con prudencia. Esa mujer era muy amable pero seguía siendo una superior... Aunque algo le decía que acabarían el caso estando muy unidas.
***
Contuvo un suspiro cuando vio tantísima gente, gesto que no reprimió Giráldez tan bien. Tuvo que sonreír para sí. Y no debería, porque aquello de gracioso no tenía nada, se les iba a dificultar mucho el trabajo. Pero quería pensar que a adversidades peores se había enfrentado. - Nunca entenderé el poder morboso de los crímenes... Si yo fuera una chica del pueblo, en el último sitio que estaría sería aquí. - Para ella, los crímenes eran su trabajo, gajes del oficio, y eran tremendamente desagradables, solo que tenía profesionalidad y estómago para resolverlos y, por supuesto, quería darles un final feliz a los que quedaban vivos en la medida que la desgracia lo permitiera. Pero por supuesto que no iría a husmear de dedicarse a otra cosa. En fin... había gente para todo. Como para cometer crímenes, sin ir más lejos.
Recorren el camino indicado hasta llegar al cabo Jiménez, quien las espera para informarlas de lo ocurrido allí. Toma varias respiraciones profundas por el camino para mentalizarse de lo que, sin duda, va a ser lo que más dificulte su concentración: el calor. Es aplastante, pero es lo que hay, así que más le valía hacer todo lo posible por ignorarlo, porque conviviría con ellas.
Mira con el ceño fruncido la escena. Ese reguero de sangre... No parece que el suelo, no ese en concreto al menos, esté en pendiente. Si el cadáver ensangrentado está dentro de la casa, ¿cómo ha llegado ahí la sangre? Parece como si la hubieran arrastrado por el suelo, o quizás fue un forcejeo que empezó en el patio y la persiguió hasta la casa. Su cabeza iba ya a toda velocidad, pero sus orejas estaban bien abiertas para oír la conversación de Giráldez y Jiménez, y sus ojos más abiertos aún para observar todo el entorno. El lugar del incendio, así como el cadáver en su interior, también son fácilmente reconocibles. Ese podría ser Juan Hernández o cualquiera, pensó. Y, por otro lado, ¿había dicho el cabo Jiménez "hectáreas"? Había sido ella misma la que planteó la teoría de la huida de Casares bien lejos por su costumbre en el campo, pero ¿hectáreas? ¿Con este calor? Ahí estaba con Lucía. Había muchos coches por la zona, y otros vehículos, si bien los tractores no huyen demasiado rápido. ¿Y si se fue en otro? ¿Y si estaban hablando de un secuestro? ¿Y si el cuerpo calcinado no era el de Hernández sino el de Casares? Pero, en ese caso, ¿dónde estaba Hernández?
Oh, Dios, se compadeció por dentro, pero sin mostrarlo por fuera. Una embarazada, tan avanzada además, con este calor, en mitad de esta enorme nada, y siendo la mujer ni más ni menos que de uno de los muertos (en principio). Qué infierno. Querría ser más compasiva... pero no podían empezar por ahí. Se mojó los labios. - ¿Contamos con asistencia psicológica por parte del cuerpo de policía? - Sugirió. - Podrían ayudarla a tranquilizarse en lo que podemos hablar con ella nosotras. - Y que, de paso, se haya desahogado y para cuando lleguemos nos pueda dar una información más nítida. Oh, su trabajo a veces la volvía demasiado práctica y poco sensible...
Apretó los labios. Algo le decía que no iban a ser gente de trato fácil, como ya Giráldez la puso sobreaviso. Se ahorró rodar los ojos. Todo eran pegas. Señor, necesitamos ser más resolutivos, pensó, pero no dijo nada, quería empezar aquello con buen pie. - Y aprovisiónenles de agua. - Eso sí lo dijo. Arqueó las cejas. - Me consta que hay agua en las comisarías y ayuntamientos. - Lo que les faltaba era otro muerto, pero este por golpe de calor, y tampoco querían que la investigación se les entorpeciera por mala prensa.
Había que empezar. Miró a su alrededor, pero lo tenía bastante claro, por lo que tardó pocos segundos en resolver. - Creo que deberíamos empezar por los cadáveres. Es lo más urgente con este calor, y cuanto antes empecemos, antes actuará científica. - Se muerde un poco el labio y mira a Giráldez casi con disculpa. - Siento... mucha pena por la señora de Juan Hernández. Pero he propuesto lo de la asistencia porque... creo que deberíamos hablar con ella en último lugar. Nos va a quitar mucho tiempo, y al entrar en esa casa vamos a encontrarnos con más gente y todo se va a entorpecer y ralentizar... Empezaría por los cuerpos y, en todo caso, seguiría por Anselmo, que nos va a dar información más directa y concisa. - Echa un vistazo al tractor. - Mejor vayamos primero donde Pallarés. Parece la muerte más clara, y es el que está más expuesto al sol, y eso es un peligro. -
Acción: Revisar el cadáver y entorno de Ricardo.
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Y os dirigís hacia un hombre vestido de Guardia Civil, que habla con dos de científica, que llevan los monos blancos, y una mujer delgadilla y nerviosa. — ¿Sargento Villa? Brigada Giráldez y sargento Morales, de la UCO. — A la orden, mi brigada. Sargento. Esta es la secretaria judicial de Mairena, Eva Peralta, a falta de que nos asignen juez, está ella en funciones. — Estrecháis manos entre los cuatro y Giráldez vuelve a tomar la delantera. — Nos hacemos cargo de la situación que han tenido aquí, pero les aseguro que hemos venido en cuanto hemos podido. — La secretaria asiente, pero se la ve contrariada y acalorada. — Vamos a empezar cuanto antes con los cadavéres, para que puedan hacer el levantamiento e irse a casa, es tarde ya. — Ahora mismo. ¡Tello! — Llama el sargento a uno de los de científica, que estaba sobre una de las mesas que parecen del cortijo, organizando muestras. En lo que viene, Giráldez dice. — Hemos solicitado un traslado de los trabajadores al ayuntamiento y que se les avitualle correctamente, y servicio psicológico para la mujer de Hernández. — La secretaria suspira y el sargento ni se inmuta. — Hemos intentado pedirle que se fuera con la ambulancia que ha venido y que ha atendido a Ruiz del ataque de ansiedad, pero no ha querido, decía que no la van a mover de aquí. Se estaba alterando más, así que el señor Martínez de Aranda se la ha llevado a la casa grande. — Bueno, pero podrán pedir que venga alguien de soporte psicológico. — ¿A esta hora? ¿Hasta Alcázares? — Lucía le mira con cara de circunstancias y se gira directamente al jefe forense. — Inténtelo con todas sus fuerzas, sargento, es una emergencia, alguien podrá venir. — El jefe forense es un chico de tu edad y parece estar menos malhumorado que el resto. — Mi brigada, mi sargento, cabo primero Tello, para servirles. Vengan conmigo. —
Tello os conduce al tractor, que está en una explanada de hormigón liso frente a los almacenes. No obstante, no parece que esté en una parada natural. Hay un derrape, está en perpendicular al camino, como si nada más llegar a la explanada, hubiera pegado un volantazo a la izquierda y lo hubiera dejado de cualquier manera.
La puerta que tiene abierta es la que está mirando a los almacenes, el cuerpo está girado hacia allí y con una pierna casi fuera de la cabina. — Este es muy fácil de ver. La causa de la muerte: tiro en la frente y muerte instantánea, tuvo que ser con una pistola muy potente y una bala pesada, porque le atravesó entero pero sin hacer gran estropicio. De hecho, traspasó el cristal de la otra puerta. — Efectivamente, la puerta del otro lado tiene la luna resquebrajada y el agujero de la bala en medio. — De tu “tuvo que ser” deduzco que no tenemos ni la bala. — Tello niega. — Ni un casquillo en todo el cortijo, mi brigada. — Giráldez suspira. — Y, según tú, ¿dónde estaría el tirador? — Tello toma aire pensando. — Depende mucho del arma, pero, por la trayectoria, en esta dirección. — Y se pone a medio camino entre el almacén de trigo y el tractor, dándole la espalda al almacén y de frente al muerto. — Ya la distancia podría variar según el arma. —
INSTRUCCIONES: si tienes alguna pregunta para Tello, se la puedes formular, si no, puedes directamente:
-Revisar tú misma la zona de almacenes y explanada de tractores
- Continuar con las acciones antes propuestas.
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Saluda a las personas que se le presentan, serena y en un segundo plano con respecto a Lucía, por respeto a su rango. Le cuesta ante los supuestos impedimentos por la asistencia psicológica, pero se limita a arquear una ceja. - De hecho, me sorprende que no estén ya aquí. Han pasado cinco horas desde el crimen, deduzco que bastantes desde que la señora dijo que no se movería de aquí. - Ellas habían llegado desde Madrid, el equipo de psicólogos podría trasladarse desde Sevilla, contando con que solo hubiera allí, que lo dudaba.
Siguen al jefe forense hasta donde se encuentra el primer cuerpo. Observa todo analítica y escucha con atención. Esa posición del tractor no parecía natural, por no hablar de que el hombre parecía estar dispuesto a abandonar el vehículo cuando fue sorprendido por el arma. Parecía bastante obvio, como confirmó el forense, que la muerte fue instantánea y a causa del disparo. Se centra minuciosamente en mirar tanto el orificio del cristal, como el del cráneo del hombre: el milímetro del mismo podría darles pistas del tipo de munición y, por tanto, del arma. Tendrían que hacer semejante filigrana, dado que no tenían la bala. Se mordió el labio. - Habrá que preguntar a los trabajadores si echan algún arma en falta. Deduzco que las habrá, escopetas como mínimo, tratándose de un cortijo. - Arquea las cejas, aún con los ojos en el cuerpo y el entorno. - Porque me extrañaría que el asesino o asesina, que se ha tomado la molestia en llevarse la bala, se haya dejado el arma. Y de hacerlo... - Chasqueó la lengua. No, hacía ya mucho tiempo, el cañón no iba a estar ya caliente. Y un arma sucia en un sitio así no les iba a dar ninguna pista.
Achica los ojos ante la hipótesis de dónde estaría situado el asesino. - Eso es en dirección contraria al incendio. - Murmura. Mira el entorno y añade. - Podría pensarse que este hombre acudió ante el humo y, al intentar salir, se topó por desfortuna con el asesino... Pero el incendio está allí. - Señala, desde la posición que el forense ha señalado como la que podría tener el asesino, el almacén de paja. - Y este hombre... parecía querer salir por aquí... y el asesino venir de allí, si todo esto es cierto. - Señala en dirección contraria. Se moja los labios y piensa durante unos segundos. Luego, mira a la brigada. - Voy a explorar un poco esto. -
Acción: Revisar la zona de almacenes y explanada de tractores.
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Allí hay pisadas de tierra de grandes botas de las de andar por el campo y huellas de ruedas llenas de barro que son un galimatías, todas de tractor. No hay sangre en la explanada, y sí hay pisadas que parecen resbalarse un poco, como si corrieran, pero se confunden tanto entre las otras que es imposible seguirlas. Respecto a los almacenes, desde donde estás, a la derecha está el de olivas y a la izquierda el de grano. Son enormes, con puertas también gigantes en contrachapado, de las que se pueden abrir enteras para que entren los tractores pero que también tienen una puerta tamaño natural embebida dentro. La puertecilla del almacén está cerrada, no sabes si con llave, pero la del almacén de grano está entreabierta, y hay luz suficiente para ver que dentro hay grandes silos a rebosar de grano, y aún un buen número que no se han llenado, pero que claramente esperan hacerlo. No hay sangre ni nada especialmente sospechoso que se vea desde fuera.
Giráldez vuelve y se acerca a ti. — El coche no tiene nada excesivamente llamativo. Es un Land Rover que puede tener quince años perfectamente, y está como están los coches de campo, lleno de tierra y bastante sucio por dentro pero sobre todo por fuera. Nada llamativo en el maletero, y lo único destacable es la escopeta y la cartuchera. Sí hay una cosa que me llama la atención: el coche estaba abierto, pero las llaves no están puestas ni las han encontrado por ningún lado. Suponemos que Casares tendría unas de repuesto en la casa, como todo el mundo, pero me extrañaría que alguien que acaba de cometer un asesinato se tomara la molestia de buscarlas Dios sabe dónde, cogiera la escopeta, la usara, la descargara y la volviera a poner ahí. — Hace un gesto como de “por ahí no vamos a ningún lado, igualmente”. — ¿Por dónde seguimos? —
Acciones posibles:
-Revisar el cadáver y entorno de Pepita
-Revisar el cadáver y entorno del incendio
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Se ahorra el suspiro en relación con no tener ni juez, y el hecho de que la casa grande esté llena de gente. Pierde la mirada en ella, y vuelve en sí cuando Giráldez asegura que irá a ver el coche con Tello. Aprovecha para echar un vistazo por la zona. El suelo es un pandemonio de ruedas tanto de calzado como de neumáticos, pero por las dimensiones de las segundas diría que son todas de tractor. En cuanto a las huellas de calzado, hay tantas que no sabrían por dónde empezar, por no hablar de que los trabajadores del campo solían ir con calzados prácticamente uniformados, todos las mismas botas, así que de ser uno de ellos, la bota podría ser de cualquiera. No parece que en el almacén ni alrededores haya nada sospechoso. Solo una puerta entreabierta, pero no tendría por qué significar anda: al fin y al cabo, era un día de trabajo como otro cualquiera. Vuelve a mirar al hombre del tractor y compone una expresión de condolencia. Parece que solo pasabas por aquí... Pobre hombre.
Que el coche de un desaparecido esté aparcado frente a su casa y abierto es raro, da sensación de que la persona se ha esfumado. Respira hondo. - Si Casares ha huido, por los motivos que sea, quizás llevaba las llaves encima. - Y lo de dejar el coche abierto... Despiste, confianza, prisas... Niega. - No. No creo que esa fuera el arma del crimen. - Parecía muy poco probable. A la pregunta, reflexiona y, finalmente, mira al pajar. - Diría que por ahí. -
- Una pregunta. - Se dirigió a Tello mientras caminaban hacia la zona del incendio. - ¿Oyó alguien el disparo, que os hayan dicho? Sabemos que tanto el señor Ruiz como otros trabajadores y vecinos han acudido ante el incendio, pero aquí se ha producido un disparo en algún momento. ¿Alguien recuerda haberlo oído? - Podría darle información no solo sobre la hora de la muerte del tractorista, sino sobre si fue antes o después de prenderle fuego al pajar.
Acción: Revisar el cadáver y entorno del incendio.
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El cadáver está irreconocible, parece un muñeco en negro tumbado boca arriba, con los brazos a los lados. Todo a su alrededor está calcinado en el suelo, y hay un pequeño espacio no tan quemado y, justo detrás, el montón de paja y el tejadillo calcinados. El incendio se extendió brevemente al tejadillo y al montón de al lado, pero parece que lo acortaron por allí, porque el tercer tejadillo está intacto. — Del incendio y el fallecido no se crean que les puedo decir mucho. El cadáver es un hombre adulto, más de veinticinco años seguro, pero poco más a primera vista. No puedo asegurar que la causa de la muerte sean las quemaduras, pero no tiene la boca abierta, lo que me hace pensar que no lo son. La gente cuando se quema, grita y se retuerce sobre sí misma para intentar apagar el fuego, no se queda así tan tumbada boca arriba. Aunque así, en inspección ocular, no veo nada más ni tampoco lo puedo confirmar. Llevaba varias piezas de metal encima que no se han quemado, las más llamativas: el reloj, la petaca, en la que venía grabada en grande la fecha de la boda de Juan Hernández y Asunción Herrero y sus nombres, y el anillo de boda, que pone J&A y la misma fecha. — Tello suspira. — La señora Herrero estaba por ahí, ha logrado entrar y… Ha reconocido los objetos, pero obviamente yo no me aventuraría a afirmar con contundencia que es Juan Hernández. Pero no está TAN quemado, en el anatómico vamos a poder confirmar y averiguar muchas cosas. Ah, también llevaba unas llaves encima, pero aún no sabemos de dónde son. Tienen tamaño de puerta normal y corriente, pero la mujer dice que no son las de su casa. — Señala alrededor. — Sobre el resto, yo diría que el incendio de la paja fue accidental, que el objetivo era quemar el cadáver. — Señala el área ennegrecida alrededor del cadáver. — Esto parece muy escandaloso, pero realmente es un área pequeña con MUCHO acelerante, probablemente gasolina, que en un cortijo con tractores es de lo más fácil de conseguir en el propio recinto, pero claro, con el viento cálido que hace hoy, ha podido arrastrar pavesas a la paja y prender. Ahora, la intención era quemar este espacio concreto, no provocar un incendio en la zona. —
INSTRUCCIONES: si tienes alguna pregunta para Tello, se la puedes formular, si no, puedes directamente:
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Giráldez pide que levanten el cuerpo de Pallarés y acordonen la zona, y tras esto se dirigen al lugar del incendio. Solo la postura del cadáver le da bastantes pistas de que no murió a causa del incendio, lo que Tello no tarda en confirmar. Lo de que era un hombre mayor de veinticinco años, en aquel contexto, no les descartaba a muchísima gente. Los enseres eran los de Juan Hernández, por lo que perfectamente podría ser él, pero también podrían estar puestos ahí para despistar. Eso sí, ¿tendría tiempo el asesino de montar todo aquello antes de que le pillaran? Lo que menos le cuadraba por el momento eran los tiempos. Miró a Tello con los ojos muy abiertos cuando dijo que la señora Herrero había llegado a entrar allí. - ¿Cómo? - Se le escapó, y ahí no contuvo el suspiro indignado, ni el gesto de frotarse la frente (sudada, por cierto, por el extremo calor), pero no dijo ni hizo nada más. Desde luego que clamaba al cielo lo que se estaba haciendo con aquella señora desde el principio. Luego les extrañaría que estuviera alterada.
Por otro lado, las consecuencias visibles del incendio son extrañas... Ah, gasolina, tenía mucho sentido. Otras cosas, no tanto. Ahora le tocaba preguntar. - Me resulta ilógico pretender prenderle fuego a un cadáver en un lugar que prende a tanta velocidad como un pajar... Es imprudente. Esto ha tenido que ocurrir muy rápido, y si bien no hemos visto aún a la señora Iglesia, no me parece descabellado pensar que esto fuera lo último en ocurrir. Lo penúltimo, como mucho: que el asesino, al salir de aquí, se topara con Pallarés y le asesinara en su huida. - Medita. - Pero este incendio se hubiera ido muchísimo de las manos de no intervenirse rápidamente, por lo que tuvo que ser muy poco antes de que Anselmo Ruiz lo viera... Y al asesino no sé hasta qué punto le habría dado tiempo a huir... - Era consciente de que estaba pensando en voz alta. Mira a Tello. - ¿El fuego lo extinguieron los bomberos? ¿Los trabajadores? Esta finca está lejos. Solo hay que ver lo que tarda en llegar un psicólogo... - Si no lo decía, reventaba. - En lo que hubieran llegado los bomberos, todo esto debería estar calcinado. - Afirmó, envolviendo con un gesto de la mano al resto de pajares. - ¿Se ha encontrado algún otro objeto aparte de los mencionados en esta zona? -
Acción: Preguntar a Tello.
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A tu pregunta, Tello responde. — Nada, solo cosas de labranza que, según Anselmo cuando el sargento le ha preguntado, pertenecían a la forma habitual del lugar. Nada raro en la disposición a priori. —
INSTRUCCIONES: si tienes alguna pregunta para Tello, se la puedes formular, si no, puedes directamente:
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-Revisar el cadáver y entorno de Pepita
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Escudriñó el cadáver. - Esta pregunta es un poco extraña, quizás... Pero todo en este crimen lo es, así que... - Igual decía una idiotez, pero prefería no quedarse con la duda. - Cuando científica analice el cuerpo, ¿sería posible ver si alguna parte del mismo se quemó antes que otra? Quiero decir... - Se frotó un poco la cara, mirando alrededor. - La gasolina salpica mucho, y la ha vertido con sorprendente precisión sobre el cuerpo... Quizás echara solo en una parte del mismo, porque le interesara quemar... no sé, el rostro para hacerle inidentificable, o la zona que delate cómo murió para dificultarlo... y el resto se prendiera por defecto. - Se frota la frente, pensativa. Ha sido más una reflexión en voz alta que una pregunta, pero bueno, si se la contestan y le arrojan algo de luz, eso que se lleva.
Alza la cabeza oyendo a Lucía, sin dejar de pensar. - Veinte minutos. - Mira a su alrededor de nuevo. - Ruiz llamó a y doce, y los bomberos llegaron a y treinta y dos. Veinte minutos. - Chasquea la lengua. No, para paja y gasolina, por mucho que no estuvieran juntas, veinte minutos era muchísimo tiempo. - Estoy con usted. - Le dice a Tello. - Veo muy probable que Ruiz se alertara ante el humo que salía del cadáver, y no ante el incendio posterior del pajar. - Asiente a la respuesta del hombre y gira sobre sus talones, mirándolo todo, muy concentrada.
Acción: Revisar el entorno del incendio.
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Alrededor del cadáver hay una especie de almendra de ceniza y tierra quemada, a tu derecha, a los pies de la víctima, está la empadacadora aparcada, lo cual tiene sentido porque enfrente están los tejadillos que protegen la paja y es más fácil dejar allí la empacadora para descargarla. Al lado hay una parte importante de la misma que parece desmontada por algo. Lucía lo señala. — Nos dijeron que Juan Hernández había mandado a Anselmo con el tractor porque la empacadora se había roto. — Busca con la mirada a Villa y le llama. — ¡Sargento! — El hombre viene, no estaba muy lejos, con el levantamiento de Pallarés. — A la orden, mi brigada. — ¿Esto es lo que se había estropeado de la empacadora? — Esto, mi brigada, son los dientes de la empacadora. Son los que, digamos, amasan la paja para acabar convirtiéndola en una bala. No se había estropeado la maquinaria entera, es que le falta un diente. Uno como este. — Señala una de las varillas que sobresalen. — ¿Y eso es habitual? — Villa se encoge de hombros. — Tanto no entiendo de campo, mi brigada, solo lo que uno oye viviendo en un sitio como Alcázares, le pueden preguntar a Anselmo. — ¿Y el diente ese está por aquí? — Tello niega. — Nada parecido dentro del cortijo, mañana miraremos por el resto de la finca. Le hemos pasado el luminol, pero nada de sangre. Huellas todas las que quiera, claro—
Efectivamente, no hay reguero ni signos de quemado entre la almendra calcinada y las balas de paja. El tejado se ha quemado también, pero no se ha consumido y se mantiene en pie, así que no ha sido un incendio devastador de la estructura. El montón de al lado tiene un par de balas afectadas pero nada más, y el de la derecha del todo está intacto. Los tejados están bien, solo ennegrecidos.
INSTRUCCIONES: si tienes alguna pregunta para Tello o Villa, se la puedes formular, si no, puedes directamente:
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La almendra de ceniza y tierra hace que frunza el ceño, analítica, y se incline bien para mirar. - ¿Qué es esto? - Pregunta al aire. Mira a Tello. - ¿Se puede pedir a científica que se analice esto? Podría ser algo importante que se ha quemado aparte. - ¿Algún documento comprometido? ¿El arma del crimen? Aunque, según el material, no debería haber ardido tan pronto... De nada servían las confabulaciones, pero si podían sacar análisis de esas cenizas, tendrían algo más sobre lo que mirar.
El hecho de que Juan Hernández, el supuesto cadáver que tenían ante sí, mandara a Anselmo fuera justo por la rotura de la empacadora, desde luego era muy conveniente. Podría haber sido casual, pero también coyuntural, o provocado. Observó la enorme maquinaria (juraría no haber visto una en persona en su vida) y atendió a las explicaciones. Arquea las cejas ante la mención de lo que estaba roto. - Un buen arma del crimen si se quisiera, sin duda. - Apunta, mirándola más de cerca. ¿Podría esa cosa llegar a matar a alguien de verdad? No lo descartaría, y desde luego es muy sospechoso que tampoco esté por ninguna parte. - ¿Se ha revisado la basura? Si se ha roto hace poco, quizás lo han tirado por no servir, y de ser así, mejor saberlo cuanto antes para descartarlo. O quizás estemos ante algo importante para el caso. - El incendio, efectivamente, parece bastante circunstancial y no provocado. Mira a Giráldez. - Si lo ves bien, podríamos trasladarnos a ver el cuerpo de Pepita Iglesia. -
Acción: Preguntar y revisar el cadáver y entorno de Pepita.
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Lucía asiente a tu petición y avanzáis hacia la casa del capataz. Delante hay tres mesas de madera con patas plegables y bancos a ambos lados. Parece que tienen solera, pero están perfectamente limpias. Nada más acercarse a la casa se ve una buena cantidad de sangre en el suelo y una salpicadura en la puerta, que está abierta, que va desde metro y medio hasta el suelo. Hay pisadas de unas botas llenas de sangre que vienen desde dentro. Hacia dentro, la sangre aumenta, tanto en el suelo como en la salpicadura de las paredes y, de repente, cesa en las paredes y se convierte en un reguero del suelo que va hacia la primera habitación a la izquierda.
Es una habitación con dos camas, con la ventana enrejada en medio de ambas. Las largas cortinas blancas y las colchas no están manchadas. Pepita está tumbada en el suelo entre las dos camas y, efectivamente, tiene varios golpes en la cara y un charco de sangre bajo la cabeza. — Parece bastante evidente que no la golpearon aquí si no en la puerta. Mi deducción es que estaba dentro de la casa, concretamente en el salón-comedor, porque había ahí algo de costura y la tele estaba encendida. Oyó algo fuera, salió corriendo, y se encontró de cara con el asesino. — Señala la cara. — La causa de la muerte fue el cuarto golpe, los tres primeros son menos certeros. — ¿Alguna idea de con qué fueron? — Tello niega. — Aquí no puedo estar seguro, pero no era un objeto ni punzante ni cortante, más bien contundente. La cosa es que creo que la golpearon a la entrada de la casa y luego creo que la arrastraron dentro y la dejaron en el primer sitio que vieron. — Pero no hay señales de haber sido arrastrada. — De ahí que hable en plural. Creo que tuvieron que cogerla entre dos personas y dejarla entre las camas, de ahí el goteo. — ¿Y las huellas hacia fuera? — De Anselmo. Entró, pisó y cuando salió corriendo ni se dio cuenta, o eso dice él, pero lo creo, porque quiere decir que pisó la sangre de la entrada cuando ya había caído. Ya le hemos incautado las botas, estaba muy apurado porque la señora de la casa le había sacado unos zapatos de su marido para que no andara descalzo. — Se ve interrumpido por un ladrido de una habitación contigua. — ¿Esa es la perra? — Sí, está encerrada en el baño. Anselmo la encontró así ya. La hemos dejado ahí dentro, nos planteamos meterle agua, pero no sabíamos si nos podía atacar, salir corriendo o si llevaba pruebas encima o en los dientes. — Lucía asiente, con pesar. — Bueno en cuanto levanten a Pepita suéltenla, pobre animal, y póngale agua y comida. —
— Una cosa más. — Os lleva al exterior y señala el marco de la puerta por la parte baja. — Aquí hay un resto de bala, y por la pinta, reciente. — Era un pequeño orificio vacío y astillado con un poquito de sangre. — Por supuesto, ni rastro de la bala, pero el tamaño del agujero puede darnos pistas. Pepita no tiene herida de bala, así que, o el herido de esa bala es el quemado, o es de otro momento, o esto es un misterio. —
INSTRUCCIONES: si tienes alguna pregunta para Tello o Villa, se la puedes formular, si no, puedes directamente:
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Cuatro golpes, según Tello, el cuarto de estos fue el definitivo. Y había algo más. Miró súbitamente al hombre, arqueando una ceja. - ¿Arrastraron? - Efectivamente, hablaba en plural. Miró a Giráldez. - Más de una persona... Eso daría una explicación sobre los tiempos. Quizás el crimen del tractorista y el del cadáver calcinado ocurrieran simultáneamente. Igualmente, me sigue sorprendiendo la rapidez de la huida... En un sitio así, tan grande y con tanta gente yendo y viniendo, tampoco imagino un gran grupo de personas haciendo esto sin ser descubiertas. -
Puso cara de compasión al comentario sobre los zapatos de Anselmo. Para ellas era muy fácil sacar a relucir la queja de la contaminación de la escena del crimen: ciertamente, entorpecía su trabajo. Pero no querría verse en esa situación, no le extrañaba que el hombre hubiera entrado. El ladrido la saca de su divagación, y cuando se entera de la cantidad de horas que lleva ese animal encerrado en el baño, y probablemente escuchando fuera primero los gritos y luego el intenso silencio de su dueña... Contiene un suspiro de desaprobación. - Sí, por favor, que lo saquen. - Y supongo que será absurdo solicitar un veterinario en vistas de lo ocurrido con el psicólogo. Cayó en algo, no obstante. - No sé qué relación tendría esta familia con su animal de compañía, pero si Pepita estaba simplemente en el salón, probablemente de sobremesa, y tratándose de un perro de campo y de caza, no me cuadra nada no solo que esté encerrado, sino que esté encerrado en el baño. Tiene pinta de que fue encerrado por él o los asesinos... ¿Y un perro en esta situación va a dejar encerrarse con tanta facilidad? Debía ser alguien de su confianza para que lo consintiera. - A más datos tenían, más raro le resultaba todo aquello.
Y ni siquiera habían terminado. Entreabre la boca ligeramente. Y tampoco estaba esa bala... - ¿Podrían haberse cometido aquí dos crímenes? - Entrecierra los ojos, pensativa. - ¿Y si esta bala impactó sobre el cadáver calcinado? - Mira a Giráldez. - En esta casa vivían la señora Iglesias y el señor Casares, desaparecido... Podría ser él. Podrían haberle disparado en la puerta, y al salir ella, recibir los golpes... ¿pero por qué no también un tiro, como a los demás? Dudo que fuera una resistencia más fuerte que la de los dos hombres. - Hace una pausa y respira hondo. - Echemos un vistazo. -
Acción: Revisar el cadáver y entorno de Pepita.
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Revisáis la habitación. Se nota que no está en uso habitual, pero que Pepita la mantiene con cuidado y, a pesar del cadáver, nada parece fuera de su sitio. Sí llama la atención que no hay puerta, está desmontada y apoyada al lado del marco, por dentro de la habitación, como si se hubiera roto y estuviera ahí para colocarse, pero parece que lleva mucho tiempo así. El pasillo sí está un poco revuelto, como si se hubiera corrido por ahí, pero el resto de la casa está normal y corriente, a falta de ver el baño, claro. En el pasillo hay una cajetilla en la pared con muchas llaves y mandos, incluso llaves de motor. Lucía señala. — ¿Le habéis hecho foto? — Pregunta a Tello. — Claro. — Súbemela al registro criminal, veo que hay varios huecos, por si Anselmo nos pudiera decir lo que falta. ¿Había sangre? — Nop, le hemos pasado el luminol al resto de la casa y nada reciente. —
En la entrada, la tierra está batida también, como si hubiera habido una carrera o un forcejeo, lo que concuerda con la sospecha de Tello de que Pepita salió corriendo y lucharon con ella. Sí destacan unas pisadas que no parecen las de Anselmo, porque la huella es diferente y dos marcas muy rectas, paralelas, como si algún mueble o estructura hubiera estado apoyado ahí. — ¿De esto habéis tomado muestra, Tello? — Señala Lucía. Él asiente y dice. — Es una huella distinta a la de las botas de campo de los trabajadores de aquí, pero parece otra bota potente, yo diría que un 44 por lo menos. Lo que pasa que no sabemos si es que es de otro trabajador que no se trajo las botas que les daban, o de alguno del pueblo que vino… — Vale la pena analizarlo, de todas formas. — Confirma ella. — ¿Hemos avisado a los familiares de esta gente? — Villa asiente. — Las hijas viven en Barcelona y Colonia, Alemania. Ya están de camino. —
INSTRUCCIONES: si tienes alguna pregunta para Tello o Villa, se la puedes formular, si no, puedes directamente:
-Interrogar a Anselmo
-Interrogar a Asunción
-Interrogar a Anselmo
-Interrogar a Asunción
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Observa la habitación y la puerta que se encuentra descolgada. - Me pregunto por qué en esta habitación en concreto y no en otra... O por qué no dejar el cadáver donde estaba, si igualmente no está escondido... Quizás eligió esta habitación porque al no tener puerta... - Lo último lo murmuró como un pensamiento en voz alta, pero antes de terminarlo chasqueó la lengua y negó. No, como hipótesis era muy floja, lo de la puerta parecía meramente circunstancial. Había tantas cosas circunstanciales en los crímenes que acababan trayendo a la policía de cabeza... La cuestión residía en la dificultad de separar lo circunstancial de lo que no.
Atiende también a las llaves. Ahí podrían estar las del coche de Casares, por ejemplo, o coincidir algún hueco con las encontradas en el cadáver calcinado. También podrían faltar algunas. Mira a Tello. - Además del parte de incendio y asesinato, ¿se ha dado algún parte de robo en la finca o alrededores? ¿O alguien ha dicho que eche en falta algo en concreto? - Puede que fuera difícil delimitar si faltaba algo en la casa de Pepita y Casares en ausencia de ambos para confirmarlo, pero por si acaso ese fuera el móvil del crimen. Tenía que ir descartando.
De repente, cae en una posibilidad. Se acerca al cuerpo. - Parece que ha habido un forcejeo, claramente. Pero... - Intenta ver si la ropa está rasgada o tiene marcas en las piernas que pudieran ser indicio de violación. Pero si la llevaron al dormitorio para eso, las camas parecían intactas, y para dejarla en el suelo... - ¿Podría haber llegado ella aquí huyendo? ¿O creéis que la han colocado aquí? - Los primeros golpes podrían haber sido en la entrada y el letal en el dormitorio. Dependería de la posición del cadáver, si estaba en postura de caída aleatoria o había sido colocado ahí a conciencia. Sigue escudriñando todo lo demás, pero esta convencida de que hay más pistas por descubrir. Por desgracia, tendrán que esperar a los resultados forenses pasa saberlas.
Suelta aire por la nariz y mira a Giráldez. - Deberíamos interrogar a Anselmo... - Suspira. - Pero me sabe mal tener esperando a Asunción mucho más tiempo. - Medita unos instantes. Tras estos, se gira a Villa. - Sargento, ¿pueden decirle a la señora Herrero que estamos terminando de peinar la zona y que estaremos con ella a la mayor brevedad posible, para atenderla en lo que necesite? - Mira de nuevo a Giráldez. - Igualmente es muy tarde, no creo que podamos hacer hoy muchísimo más... Sobre todo teniendo en cuenta cómo están las administraciones. Y yo no tengo prisa por dormir. Podemos hablar con Anselmo y, después, con Asunción. Puedo quedarme con ella el tiempo necesario. Por compensar la espera. -
Acción: Interrogar a Anselmo.
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Villa niega con la cabeza. — Nada en los últimos días y nada durante estas horas. El pueblo está conmocionado, pero no tenemos noticia de ningún robo ni nada parecido. — Tello retoma tu discurso. — No, no, no creo que llegara ella hasta aquí. Por las salpicaduras, la agredieron justo en la puerta, y está demasiado bien colocada, si se hubiera derrumbado ella sola aquí, no estaría tan limpio ni ella tan recta. Pasa un poco como con el quemado, está demasiado bien colocada, y eso solo puede ser que la hayan puesto así. Además, no tiene heridas defensivas en los brazos, que es el primer sitio donde salen, por protegerse la cara y la cabeza, tampoco desgarrones en la ropa ni más manchas que las que dejó su propia sangre, así que mi hipótesis sería que la golpearon, la dejaron inconsciente y, o el cuarto golpe la remató, o murió ya inconsciente desangrada aquí. Por qué querrían meterla en la casa en vez de dejarla en la puerta, es un misterio para mí. — Concluye el chico.
Giráldez asiente a lo que dices. — Algo me dice que lo de Anselmo va a ser mucho más rápido. — Te pone una mano en el hombro y dice. — Esto es disposición a trabajar y resolver un crimen. — Puede que sea un tirito, y Tello también lo piensa porque le sale una risita. — ¿Por dónde está Anselmo? — Y Villa, refunfuñando, señala un coche de guardia civil que está cerca. — Ahí lo tienen, con los compañeros. — Giráldez te coge del brazo y te habla más bajito mientras os aproximáis al hombre. — Empezaré preguntando yo, para que saque el primer discurso, y, a partir de ahí, que además estará más afectado, te dejo a ti las preguntas sobre el discurso ¿de acuerdo? —
El pobre Anselmo es un hombre de unos cincuenta años, se encuentra sentado en una silla de plástico vieja y sucia junto al coche, está aún manchado del campo y los pantalones en el bajo tienen manchas de sangre, pero le habrán dejado quedárselos hasta que se vaya a casa. Está con la mirada asustada y muy inquieto, pero os reconoce enseguida como a las que estaban esperando. Saludáis a los compañeros y Lucía le estrecha la mano al hombre. — Señor Ruiz, soy la brigada Giráldez y esta es la sargento Morales. Intentaremos ser breves, porque imaginamos que el día no ha debido ser fácil. — A sus órdenes, brigada. — No hace falta que me llame por mi rango. — El hombre se encoge de hombros. — Aquí muchos fuimos militares, es la costumbre. — Si en cualquier momento se encuentra mal o necesita algo, nos lo hace saber, esto no es más que un interrogatorio preliminar. —
— Empiece contándonos qué recuerda del día de hoy, desde que llegó a Los Juncales hasta el momento del crimen. — El hombre se retuerce las manos. Tiene la expresión de un niño. — Yo… Llegué a Los Juncales en el coche de Amador Sánchez, el otro tractorista. Generalmente nos sube él, porque tiene un Rover, que sube mejor aquí que las carracas de algunos de nosotros. Íbamos Amador, Rodolfo, Salvador, Fabián y yo. En el coche de Genaro iban él mismo, Ricardo… Ay, por Dios… — Se frota los ojos. — El pobre Ricardo… Máximo… Y no sé quién más, pero irían cinco. A los cuatro restantes los subía Juan. — Giráldez asiente. — Muy bien, y nada más llegar, ¿qué pasó? — Anselmo levanta la mirada, con los ojos enmudecidos y confuso. — Todo iba normal, no había pasado nada, es… Es que no lo puedo entender, no me entra en la cabeza quién haría algo así. — Sorbe y se frota los ojos. — Era una mañana normal, al menos hasta lo de la empacadora. Juan es el que organiza a las peonadas y dónde se va a trabajar. Amador, Ricardo, Roberto y yo siempre vamos a las máquinas. Pero al llegar a la empacadora me saltó un pilotito de que algo no iba bien. Era que se le había roto un diente, y Juanito, en vez de ir para el campo, se quedó conmigo intentando arreglarla, pero para la hora de comer no habíamos logrado nada, porque el diente no aparecía, así que comimos y me dijo que como Roberto, el tercer tractorista, está de vacaciones, que cogiera su tractor y me fuera al sector sur. — El hombre aprieta los labios y vacila. — La verdad es que gracia no me hizo, pero no quería discutir, así que me quedé por ahí tomándomelo… Ya saben, con tranquilidad, arando aquí y allá, pero sin matarme. Por eso estaba tan cerca, estaría a unos doscientos metros cuando vi el humo, y lo primero que pensé es que la empacadora se había incendiado o que con el calor había prendido algo pero… En cuanto entré, vi a lo lejos a a Ricardo, y corrí para allá, llamando al 112, y al acercarme a él a comprobarle el pulso, vi de lejos la casa de Casares, y cómo había un reguero de sangre hasta dentro, y al acercarme, ya vi a Pepita en la habitación de las chicas, tirada entre las camas. — Se echa a llorar y se tapa la cara. — No había mujer más buena que Pepita… —
INSTRUCCIONES: continua el interrogatorio de Anselmo. Puedes poner varias preguntas seguidas y el las responderá en orden.
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- Entendido. - Responde a las instrucciones de la mujer, usando el mismo tono confidencial. El pobre hombre estaba fatal, y solo de verlo tiene que contener un suspiro. Aparte de parecerle inhumanas las condiciones en las que le han dejado todo ese tiempo, dudaba que con aquel estado de agitación pudiera darle datos muy fiables. Le estrecha la mano afablemente y se mantiene en un segundo plano mientras inicia Giráldez el interrogatorio. Va tomando nota de todo lo que dice, nombres y recorrido. Aparentemente, todo estaba siendo un día normal hasta el momento del crimen según el testigo más cercano que tenían. Eso no era de extrañar, solía ser así.
Le tocaba su turno de preguntas, pero el hombre estaba muy afectado. Se acuclilló para acercarse a él y puso una afectuosa mano en su hombro. - Lamento muchísimo lo ocurrido y que lo haya tenido usted que descubrir y presenciar. Por lo que cuenta, actuó muy rápido, así que debemos darle las gracias por ello. Esto es terrible, pero hizo usted lo mejor que podía hacer con su circunstancia. - Hace una pausa. - Tranquilo, no se preocupe... Voy a hacerle algunas preguntas más, pero no hay ninguna prisa. - No quería presionarle a que dejara de llorar. Prefería que se desahogara, de lo contrario, se pondría más nervioso. Cuando lo consideró oportuno, comenzó.
- Señor Ruiz, dice que cuando usted llegó, a la empacadora ya le faltaba un diente. ¿Cuándo fue la última vez que trabajó con ella y la vio en buen estado? ¿Ha llegado a encontrar el diente que faltaba, o sabe si alguien lo ha encontrado?
¿Le resultó raro que le mandara al sector sur con el tractor, señor Ruíz? ¿Había pasado alguna otra vez, a usted o algún compañero? ¿Vio algo que llamara su atención en la actitud del señor Hernández?
¿Recuerda haber visto a alguien más cuando llegó? Alguna persona corriendo, huyendo, escondida... ¿Se cruzó con alguien en su camino? ¿Vio algún vehículo abandonar esta zona? -
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El hombre empieza a pensar, claramente, recordando qué pasó con la empacadora. — Ayer funcionaba perfectamente. La saqué un poco al campo, por si con la paja que pierden los tractores se podía hacer alguna bala más, pero no me saltó entonces el pilotito, así que supongo que no le pasó nada. — Niega con la cabeza a lo del diente. — No, de hecho, ni idea de qué pasó con él. Juanito y Casares me regañaron y me dijeron que seguro que estaba por el campo, pero como estamos a punto de cosechar, dijeron que aparecería seguro. Aun así, le pidieron uno al señor Cárdenas, el administrador, cuando vino esta mañana. — Lucía interrumpe. — ¿Estuvo esta mañana el señor Cárdenas? — Anselmo se encoge un poco sorprendido. — Sí… — ¿Es normal que venga? — El hombre se encoge un poco de hombros. — Un martes… No mucho. A él le toca Los Juncales los viernes, pero bueno, claro, si pasa algo, le llaman y viene, él vive en Sevilla, no tarda mucho. — ¿Y le llamaron por la pieza? — El hombre se vuelve a encoger de hombros, perdido. — No lo sé, mi brigada. Sé que vino, porque le vi, claro, y Juan me dejó con la empacadora para ir a hablar con él. — Lucía asiente y te deja continuar.
Anselmo parpadea, y al final niega a tu pregunta. — No, no especialmente… Cuando algo se estropea, el que lo lleva se une a los jornaleros, porque aquí siempre hay algo que hacer, aunque sea quitar hierbajos… Es lo normal. El sector sur… Pues sería el que se le quedó vacío por las vacaciones de Roberto, o lo que le cuadraba hoy… — Te mira con disculpa. — Usted disculpará, sargento, yo soy un hombre muy poco estudiado, yo he sido peón toda mi vida, no sé por qué los jefes hacen lo que hacen, y me puede molestar más o menos, porque me dé pereza, pero confío en ellos. —
Vuelve a hacer memoria, pero esta le cuesta menos responderla. — No… No vi nadie, y me extrañó, por el fuego, pero es que los demás estaban muy lejos. No había ningún coche fuera del cortijo, ni ninguno que yo viera cuando llegué al camino. Abajo del todo solo estaba el coche de Juan, porque los otros dos los usan los demás para moverse por la finca, pero estaba aparcado donde por la mañana. Y nada más. La verdad es que cuando llegué solo podía ver a Ricardo y el fuego, y luego Pepita, claro… —
INSTRUCCIONES: continua el interrogatorio de Anselmo. Puedes poner varias preguntas seguidas y el las responderá en orden.
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Sonríe con empatía. - ¿Y quién entiende a los jefes? Yo también tengo los míos. Todo un misterio. - Afirma, afable. No quiere hacer al hombre sentir incómodo, la incomodidad era contraproducente en los interrogatorios (por mucho que ciertos policías de la vieja escuela opinaran lo contrario). Sobre todo con un hombre que, si bien no podían jugarse todas sus cartas a que no había sido él, parecía muy poco sospechoso. Le necesitaban colaborando lo máximo posible. Asiente a la última respuesta. No vio nada... y, efectivamente, aquello era muy raro. No le había dado tanto tiempo a salir corriendo. Se sentía en una novela de Sherlock Holmes. - Hemos visto que había un perro encerrado en el baño de la casa de Casares e Iglesia. ¿Lo guardó usted allí, o ya estaba allí cuando llegó? - Tuerce un poco el gesto. - En una situación tan tensa, nos sorprende que el animalito se dejara encerrar. -Mira a Lucía y Tello. - Mi tía tenía un campo, ¡y cualquiera se acercaba al perro! Ni familiares, casi. - Vuelve a Anselmo. - Este debía ser mucho más dócil. ¿O sabe si hay gente con quien se mostrara especialmente obediente? -
Acción: Interrogar a Anselmo.
Los Juncales
20:30
Martes 23 de Julio de 2018
Con Lucía
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Ivanka
Alchemist
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Cuando tocas el tema del perro, al principio parece confuso. — ¿La Tundra? Estaba encerrada cuando yo entré, pero ladraba como loca. La de emergencias me dijo que la dejara guardada, por las pruebas y eso… Y si salía corriendo y se perdía… No no, Casares se muere, lleva a la perra a todos lados… — Parpadea de nuevo a lo de que se dejara encerrar, y parece estar buscando una respuesta, pero solo se confunde más. A tu historia asiente, pero aún tiene la mirada perdida. — Ya… La Tundra es que… No ve muchos extraños, ¿sabe? Siempre anda al lado de Casares o a los pies de Pepita, cuando está sentada ahí delante de la casa… — Se muerde los labios. — La trajo el señorito Nicolás, cuando era muy pequeña, casi recién nacida, pa que Casares se la llevara de caza, porque es de esas razas que valen pa eso… Y es muy buena, eh, recoge las presas que da gusto, y obediente y leal hasta la muerte. Pero… La Tundra no haría daño a nadie, es asustadiza, no muerde jamás… Lo que pasa que andará loca allá dentro, porque algo sentirá, o notará que Casares no está, y tiene pasión por ellos… — Se llevó las manos a la cara. — Ay, Jesús… Yo no sé cómo vamos a vivir aquí a partir de ahora… —
INSTRUCCIONES: Puedes continuar con Anselmo o pasar a la conversación con Asunción Herrero.
Finca Los Juncales
21:15
Martes 23 de Julio de 2018
Con Alexia
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
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Ante todo, amigos
Ay, los retitos
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Freyja
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Casares llevaba a la perra a todos lados. Parecía bastante evidente que la desaparición tenía que ver con el crimen, que Casares no había simplemente salido y no había vuelto. Pero esto podría confirmarlo: siempre iba con la perra, ¿por qué dejarla en casa? Por otro lado, si bien no era agresiva, tampoco se relacionaba con mucha más gente que sus dueños. Podrían haberla encerrado ellos mismos ante la inminencia del peligro, y los asesinos no considerar necesario librarse de ella. Aquello seguía teniendo muchos flecos sueltos... pero de Anselmo, al menos por el momento, no iban a sacar mucho más.
Puso una mano afectuosa en el hombro de hombre. - Muchas gracias de nuevo, Anselmo. Váyase a descansar, lo necesita. Le llamaremos si necesitamos hablar con usted, y le mantendremos informado. Nos tiene aquí para lo que necesite, y si recuerda algo más, no dude en decírnoslo. - Se gira a Giráldez y dice. - Creo que podemos continuar. -
Acción: Interrogar a Asunción.
Los Juncales
20:30
Martes 23 de Julio de 2018
Con Lucía
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