Ben Carson era probablemente la persona más escurridiza de toda la ciudad. Cada vez que se reunían, era en un lugar diferente. Ahora lo habían citado en el embarcadero y Miles no podía evitar concentrarse en ese olor tan nauseabundo que se concentraba en el puerto. Podía soportar muchas cosas, pero los olores nauseabundos siempre le recordaban a los años en que todavía vivía con la Madame en la trastienda del prostíbulo que ésta regentaba.

La mujer siempre le decía con aire malicioso que era de estómago sensible y que eso le traería problemas. Miles no podía negarlo, así que maldecía por una vez más a Ben Carson por haber escogido ese punto de encuentro. Normalmente, habría ido con Lev, la mano derecha de su padre, quien era el que se encargaba casi siempre de hacer tratos con Carson. Pero la única explicación que le dio su padre para que fuera por su cuenta, era que Lev estaba fuera de la ciudad haciendo un encargo muy importante para él.

Miles se acomodó los guantes, no pensaba quitárselos a pesar de que había entrado en aquel maloliente edificio abandonado. Sabía que el frío no tenía nada que ver con el clima, sino con que estaba nervioso. Había dos hombres allí, en la puerta, los conocía de vista porque casi siempre estaban con Carson. Sabía que eran sus hombres de confianza porque pocas veces se movilizaba solo por esta zona de la ciudad.

Sin embargo, quien estaba sentado en la silla metálica, no era Ben Carson. Miles frunció el ceño y lamentó, una vez más, que Lev no estuviera allí con él. El ruso siempre, sin importar las circunstancias, sabía qué hacer. Y siempre cargaba una pistola en la cintura. Miles se recordó a sí mismo que tenía inmunidad porque no se atreverían a matarlo si iba solo, Carson no operaba de esa manera, tenía fama de que era justo. Todo lo justo que se podía ser en una ciudad como ésta.

—¿Carson me plantó o fue a buscar pizza? Porque prefiero una buena lasaña, la verdad —dijo Miles de pronto, tratando de aparentar indiferencia. No podía irse de allí porque significaría fallarle a su padre y todavía le dolían las costillas de la última vez que regresó donde Lucius Cobbert sin la respuesta que él quería—. Lucius me pidió explícitamente que hablara con él.

Miles sintió un cosquilleo cuando llamó a su padre por el nombre de pila. Por lo general, nunca lo llamaba “padre” frente a terceros. Sólo cuando hablaba a solas con él, o con Madame, quien lo conocía desde que era un niño. Miles se acercó lo suficiente a la mesa, quería llamar la atención de Al Hammond, quien no parecía tener el más mínimo interés en él y empezaba a impacientarse.

—Agradecería algo de tu atención, Hammond. Llegué puntual, no pudo haberse ido —dijo, esperando que eso fuera suficiente para hacerlo hablar.

Al Hammond sabía cómo moverse en el bajo mundo. Se había movido allí desde joven. Cuando llegó al mercado negro era tan solo un adolescente al que Joseph Carson lo había tomado bajo su ala. Luego, sin embargo, todo se fue al carajo cuando lo mataron. Al quedó a la deriva por un tiempo, hasta que entró a trabajar para Cobbert.

Cobbert era lo contrario de Joseph Carson. Era un mafioso realmente perverso. Al había sobrevivido lo mejor que había podido en su grupo, hasta que se vio preso. Le tomó un tiempo deducir que Cobbert había estado detrás de su encierro. Y, desde entonces, se había decidido a que un día se vengaría.

Cuando salió de la cárcel pudo entrar a trabajar para Ben Carson, el hijo de Joseph Carson que había recuperado el mercado negro. No había esperado tener tanta suerte, pero había estado dispuesto a aprovecharla. Mientras tuviera cómo ganarse la vida, podía dedicar el resto de sus energías en su venganza.

Sin embargo, no era fácil acercarse a un peso pesado de la mafia como Cobbert. Había dedicado mucho de su tiempo libre a investigarlo. Tenía que encontrar su punto débil. Cómo llegar a él. Aunque todavía no había logrado vengarse. Sin embargo, sí sabía quién era ese chico que tenía frente a él.

Miles Smith. El hijo bastardo.

Era un chico joven que, según tenía entendido, hacía el trabajo sucio de su padre. Al no estaba seguro de qué tan cercano a él era emocionalmente, pero sí estaba seguro de que estaba muy metido en sus negocios.

Y Al necesitaba empezar a acercarse por algún sitio. Así que cuando Ben le pidió que lo cubriera ese día, Al no había podido creer su suerte.

Era la primera vez que hablaba con él.

—Carson no está por aquí hoy. Soy todo lo que tienes —le respondió—. Pero tengo permiso de negociar en su nombre, así que no tendrás que regresar frente a tu padre sin nada.

Estiró una pierna para patear la silla metálica que estaba frente a él.

—Ven a sentarte, tenemos que hablar —le ofreció.

Miles quiso refutar y quejarse, porque no era así como se suponía que iban a ser las cosas. A su padre no le gustaría que tuviera que tratar con, en sus palabras, un segundón cuando podía hablar directamente con Carson. Pero, si se quejaba, quizás Hammond se la pondría difícil, él tendría que irse y llegaría de regreso donde su padre con las manos vacías. Miles sabía muy bien que no le convenía hacerlo enfadar, Lucius Cobbert nunca se andaba con miramientos a la hora de mostrarse disgustado cuando hacía algo mal.

Así que, sabiendo que no tenía opciones, Miles se acercó a la silla y tomó asiento. Se sorprendió al ver cómo los hombres que habían estado en la puerta salían de la bodega. La lógica le decía que estarían cuidando la entrada, pero era sorprendente que Hammond estuviera dispuesto a quedarse a solas con él.

“Eso sólo significa que no te considera una amenaza de verdad” susurró una vocecita en su cabeza. Miles supuso que eso también era lógico. ¿Cómo iba a sentirse amenazado por él? Hammond como mínimo le doblaba la edad y no se iba a dejar intimidar por alguien como él. Miles, en cambio, no podía decir lo mismo.

—Espero que estés diciendo la verdad con eso de negociar en su nombre. No creo que se la estés jugando sucio a Carson, así que voy a fiarme de tu palabra —Miles estaba haciendo un esfuerzo por saberse despreocupado, pero no estaba seguro si lo iba a lograr—. Bien, entonces no tenemos por qué irnos con rodeos. En dos semanas llegará un barco lleno de cargamento de contrabando. El tamaño es considerable, necesitamos quién haga el trabajo de manera sigilosa y, la verdad, es que Carson y sus hombres conocen mejor el puerto.

Su padre también le había dicho que podía negociar una buena paga, además de una tregua por un tiempo considerable, pero Miles no pensaba decirlo tan pronto. Suponía que Hammond se sorprendería por la propuesta, por lo general Carson no tenía ese tipo de tratos con mafiosos. Mucho menos con alguien como Lucius, que regentaba el prostíbulo, tenía nexos con el narcotráfico y, por lo que Miles sabía, mantenía un lucrativo negocio con el precio de los medicamentos del hospital de Tara.

Carson, en cambio, sólo se encargaba de mantener oferta y demanda en el mercado negro. Para alguna gente, era su propia leyenda de Robin Hood, porque se sabía que tenía un especial odio por la clase alta y corrupta de la ciudad. Lucius, en cambio, creía que Carson era un idiota, pero un idiota necesario en algunas ocasiones.

El chico no se andaba con rodeos. Parecía que quería ir al grano. No podía culparlo, pero su ansia de ir directo al tema lo hizo sonreír. Se notaba lo joven que era.

Arqueó una ceja ante su duda de si realmente podía negociar en nombre de Ben.

—Soy uno de los hombres de confianza de Carson, ¿por qué te mentiría sobre esto? —preguntó en tono de reto.

Al había tratado de mantener un perfil bajo desde su salida de la cárcel, pero tenía una reputación en el mercado negro. Seguro que Miles Smith sabía quién era él a grandes rasgos. Solía trabajar siempre muy cerca de Ben.

Estos días lo estaba cubriendo más, coniderando que Ben estaba más ocupado con el paquete especial que tenía en su casa.

—Así que Lucius quiere que le hagamos el trabajo sucio —replicó tras meditarlo un momento—. Al descargar nosotros, el riesgo es de nosotros. ¿Qué nos ofrecen por hacerlo?.

Si Miles quería ir al punto tenía que hacer una oferta rápido. No podía solo pedir sin dar nada a cambio. Y Lucius debió haberlo mandado con ofertas que estaba autorizado a realizar y otras que no. Al realmente dudaba que lo dejar a su criterio, estaba muy chico todavía, aunque por lo que sabía ya tenía varios años de chico de los recados.

Se preguntó si esta era la primera vez que se sentaba a negociar por su padre.

—Necesito saber qué ganancias ofrecen, y qué garantías —es era la ventaja de ser de quienes se quiere conseguir algo—. No puedes solo pedir.

Le dedicó a Miles una sonrisa de entendido. Sabía que tenía las cosas a su favor en esta negociación. Miles quería conseguir algo de él, y él tenía más experiencia. Y no estaba pensando disimularlo.

Quería meterse con él, medirlo un poco. Saber con quién estaba lidiando. Saber si realmente era una vía para acercarse a Lucius Cobbert.

Miles se humedeció los labios y empezó a preguntarse si no hubiera sido mejor dar más rodeos al asunto. Obviamente, Hammond estaría ansioso por saber qué estaba dispuesto a hacer su padre a cambio del trabajo. Después de todo, Hammond tenía razón: al hacer el trabajo, estaban expuestos. Sabía que Carson tenía buena reputación en no buscarse demasiados problemas con la policía. De hecho, a Miles le parecía que era increíble que todo el mundo supiera que él manejaba el mercado negro de la ciudad, pero nunca hubiera puesto un pie en la cárcel. No sabía si tenía a todo el cuerpo policial sobornado, pero era admirable como mínimo.

—Lucius es el más interesado en que esa mercancía se descargue como es debido —dijo Miles de pronto, recordando las palabras de su padre. Él no sabía con exactitud qué había en ese cargamento, esperaba que Hammond no le hiciera demasiadas preguntas sobre ella. Cuando Miles quiso preguntar, la voz de su padre lo calló sin derecho a réplica. Lev tampoco había soltado prenda, a pesar de que el ruso solía ser más paciente con él, nunca hablaba de más. Miles había hecho sus propias conjeturas, suponía que tenían que venir más medicamentos de contrabando, pero no podía estar seguro. Y si le pedía a su padre estar ese día en el puerto, ya sabía que éste se iba a negar.

Con Lucius Cobbert lo mejor era no hacer más preguntas de la cuenta. Esa era una lección que Miles había aprendido, a golpes, a lo largo de su vida.

—Lucius está dispuesto a pagar, por supuesto. Una buena suma para garantizar un servicio exitoso —Miles apenas había podido permanecer con la expresión neutra cuando su padre le dijo cuánto estaba dispuesto a desembolsar a Carson y su gente por aquel trabajo.

Eso sólo significaba que ese cargamento era garantía de triplicar ese dinero, porque su padre no iba a arriesgarse tanto por un negocio que le generaría pérdidas.

Miles se encogió de hombros, al ver que Hammond no parecía para nada impresionado con lo que había dicho. No quería traer sobre la mesa el otro asunto, pero empezaba a sentirse acorralado y no era el mejor fingiendo.

—También está dispuesto a ofrecer una tregua. Una alianza. Llámalo como quieras.

Luego de decir aquello, esperó, haciendo un esfuerzo por mantenerle la mirada. Miles estaba moviendo los pies de manera inquieta, alegrándose que la mesa fuera de metal y de que no pudiera verse lo nervioso que estaba. Esa era su última carta, nada despreciable, una tregua era un ofrecimiento que no tenía precio.

Al escuchó con atención. Parecía que Miles acababa de poner toda la carne en el asador. Obviamente que Lucius tenía que pagar por aquel servicio. Y pagar bien. Pero la oferta importante era entonces la tregua.

Eso no era algo que podría decidir él solo. Ben jamás aceptaría que alguien más firmara una tregua por él. Así que el trato no iba a quedar cerrado ese día.

—Una tregua y una alianza no son lo mismo —señaló.

No podía mantenerse sentado. Se puso de pie y rodeó a Miles mientras hablaba. Mientras tanto, lo observó con atención. Era la primera vez que estaba cerca de uno de los hijos de Cobbert.

Era un joven fuerte y atractivo. No se parecía a su padre.

—En una tregua, no nos hacemos daño mutuamente —explicó—. En una alianza, ambos nos favorecemos. ¿Qué es lo que puedes ofrecer realmente?

Miles también era solo un enviado, así que no podía extralimitarse de lo que Cobbert hubiera aprobado.

Sonrió para sí mientras se sentaba en el borde de la mesa, junto a Miles, y lo miraba a los ojos.

—Hablemos, ¿qué puedes ofrecerme? —preguntó—. Nosotros no tenemos un interés particular en aliarnos con Lucius, así que debes ser convincente.

Esto estaba resultando divertido. Quería medir a este joven. Ver si su inteligencia estaba a la altura de su aspecto.

¿Cómo tenía una víbora como Cobbert un hijo como aquel? Por lo que sabía de los hijos legítimos ninguno se parecía a Miles. Y ni en sueños podría acercarse a ninguno de ellos.

Miles contuvo la respiración cuando vio a Hammond levantarse de su asiento. Hizo un esfuerzo sobrehumano por no reaccionar, pero estaba seguro de que la sorpresa se le había notado en la cara. No tenía la más mínima idea de qué iba a hacer, pero se mantuvo con entereza incluso cuando éste empezó a dar vueltas alrededor suyo. Era como si estuviera estudiándolo con detenimiento, pero Miles sabía que sólo quería intimidarlo.

Lo peor de todo era que lo estaba consiguiendo. Miles seguía moviendo el pie de manera ininterrumpida bajo la mesa. La ansiedad no hacía más que incrementarse.

Se sintió un estúpido porque Hammond tenía razón: tregua y alianza no era lo mismo. Quizás Miles se había tomado muy literal cuando su padre dijo que hiciera lo que fuera necesario para que Carson los ayudara.

—Una tregua —dijo de nuevo, recordando las palabras de su padre. Sí dijo con claridad que estaba dispuesto a pactar la paz con Carson si eso lo beneficiaba.

Miles intentaría averiguar qué había en ese cargamento, quizás si probaba con Lev tendría más suerte.  

—Ya sé que Carson no busca meterse con nadie porque le gusta pensar que es un ente neutral en esta ciudad —Miles frunció el ceño, porque Carson y su gente le resultaban muy extraños. Se creían por encima de los demás, como si fueran de verdad justicieros de la ciudad—. Hasta ahora Lucius nunca han tenido que meterse en los asuntos del otro, pero en esta ciudad siempre se está a punto de dar un paso en falso. Una tregua garantizaría que Lucius no se metería con el mercado negro. ¿No es eso bastante beneficio? Entiendo si no puedes darme una respuesta justo ahora.

Miles decidió usar la última frase como recordatorio de que, a fin de cuentas, ninguno de los dos estaba el mando. El hecho de que Carson no estuviera allí, ya era una pérdida para él, su padre podría enfadarse si no traía algo concreto.

Odiaba hacer enfadar a Lucius Cobbert.

Miles parecía inquieto. Al no había esperado que se intimidara fácil, pero suponía que estaba más verde de lo que creía en esto de representar a su padre. Después de todo, se veía bastante joven. Se vio tentado de preguntarle la edad, pero estaría desviándose mucho de su tema.

Desvió la mirada para darle algo de espacio, mientras hacía que se pensaba sus palabras. La verdad una tregua era un buen trato. Era algo que Ben querría confirmar él, pero Al no veía problema en irlo adelantando.

—Una tregua es una oferta generosa —aceptó. Luego lo miró de reojo y le sonrió—Y muy tentadora.

Le había hecho gracia su comentario sobre Ben. Se levantó y volvió a dirigirse a su silla.

—Para hacer tratos deberíamos conocernos mejor —señaló—. Si nos conocieras sabrías que Ben no es un ente neutral. Pero es un pilar de Tara, y Lucius lo sabe o no querría negociar con él.

Pensó en ofrecerle algo de beber, pero supuso que con lo nervioso que parecía el chico no aceptaría nada, lo cual sería lo más astuto de hecho.

—Es la primera vez que hablamos, Miles, ¿te suele poner a negociar tu padre? —preguntó—. ¿Es tu primer trato con el mercado negro?

Quería saber más del chico. Tal vez Ben no lo necesitaría para decidir pero él sí.

Él necesitaba saber todo sobre las personas en el mapa de Lucius Cobbert.

Miles se relajó un poco cuando Hammond admitió que la tregua era una oferta tentadora. Aunque nada le garantizaba que su jefe pensara igual que él, al menos era un comienzo. Tan sólo le jodía inmensamente que no pudiera obtener una respuesta de Carson hoy mismo. Si su padre estaba de buen humor, quizás no pasaría nada, Miles era recursivo y tenía astucia, se había librado de situaciones en las que parecía que le iban a dar una paliza. Sin embargo, también había momentos en que su padre lo castigaba cuando él ni siquiera comprendía qué había hecho mal.

Con Lucius Cobbert, era como jugársela con una ruleta rusa todo el tiempo. Miles esperaba que la suerte estuviera de su lado esta noche.

—¿Un pilar de Tara? —Miles frunció el ceño y guardó silencio. Si hubiera escuchado eso de boca de otro, habría puesto los ojos en blanco porque le parecía una frase un tanto ñoña, pero no dijo nada para no ofender a Hammond. No iba a contradecirlo, no conocía demasiado a Ben Carson, así que si Hammond decía que no era un ente neutral, tendría que creerle—. Carson cree que puede hacer sus propias leyes para salvar a la gente. Pero supongo que no puedo culparlo, es un nicho de crecimiento, considerando que nadie más lo hace.

Miles había escuchado decenas de historias de gente que había recurrido a Carson y que, lejos de jugárselas, los había ayudado de verdad. Una vez, cuando acudió de manera desesperada al doctor Shen, éste le había dicho que tenía suerte de que Carson le hubiera proporcionado analgésicos justo esa semana. Era la historia más cercana que conocía, pero le seguía pareciendo que Carson era un poco estúpido por no aprovecharse de la posición en la que estaba.

—¿Qué? —Miles parpadeó un instante, recuperando la postura tensa cuando Hammond le hizo aquella pregunta tan directa. ¿Para qué quería saber eso? Quizás pensaba que su padre lo había mandado allí porque consideraba esto un trato menor—. Mi padre... Lucius me pidió que viniera porque está muy ocupado, pero no quería dejar este momento pasar. Es la primera vez que vengo solo. Pero no es la primera vez que nos vemos.

La última vez que estuvo allí, Lev estaba con él. Lev, quien tenía quién sabe cuántos años trabajando para su padre y era el único que, a veces, se apiadaba de Miles cuando su padre era muy severo con él.

Al sonrió al escucharlo. La forma de trabajar de Ben era incomprensible para las personas que solo habían aprendido de la codicia de las calles de Tara. Pero Miles era muy joven. Todavía podía aprender.

Solo tenía que ponerse en el camino correcto, que realmente no era el de Lucius Cobbert.

—Me alegra que hayas venido tú —dijo con sinceridad—No creo que a tu padre le hubiera gustado hablar conmigo.

No creía que Cobbert fuera capaz de tener mala conciencia, pero después de todo él se había intentando deshacer de Al para siempre al enviarlo a la cárcel tantos años atrás. Al se había encargado de que supiera que había salido de la cárcel, y se había propuesto vengarse, pero para Cobbert seguro no era más que un mosquito molesto.

Le hizo gracia que Miles lo recordara de algún encuentro previo, porque sí estaba seguro de que recién hablaban.

—Me alegra haber sido el primero en negociar a solas contigo —añadió—. Tengo mucho tiempo en el mercado negro. Podré enseñarte muchas cosas, cuando quieras.

Le guiñó un ojo. Estaba disfrutando esto.

¿Sería realmente factible acercarse a Miles Smith?

Quizá era un terreno que tendría que tantear en otro contexto, con menos ojos y oídos sobre ellos. Aquel lugar estaba rodeado de hombres del mercado negro, y Al sospechaba que Cobbert habría puesto a alguien a vigilar a su hijo en su primer trato.

—Le diré a Ben que hay una tregua sobre la mesa, con un buen ingreso —añadió—. ¿En qué fecha hay que hacer el desenmbarco? ¿Cuándo te tenemos que responder? Tendrás que darme tu número de teléfono para ponerme en contacto.

Sacó su teléfono y le sonrió, satisfecho de sí mismo por la inspiración de hacerse con su número en ese momento.

Miles frunció el ceño cuando escuchó a Hammond decir que estaba seguro que su padre no le gustaría tratar con él. Su primer instinto fue preguntarle por qué, pero no estaba seguro si ese era un comentario al pasar. Después de todo, su padre era muy conocido en Tara. Era lógico que la gente, lo conociera o no personalmente, tuviera opiniones sobre él.

Quizás sólo era eso y Miles sólo estaba pensando demasiado las cosas porque estaba más nervioso de la cuenta.

—O sea que… tienes mucho tiempo trabajando con Carson —dijo Miles, pensando que quizás esta conversación no era tan mala idea. A veces ser la mano derecha de alguien era un puesto privilegiado. Lev siempre sabía mover bien sus cargas y tenía bastante carta blanca para hacer bastantes cosas y a veces tomar decisiones sin informar a su padre con antelación.

Frunció el ceño de nuevo cuando éste le guiñó un ojo. Miles se mordió el labio inferior, sin saber por qué demonios estaba tratándolo de esa manera. ¿Acaso estaba burlándose de él? ¿Se estaba tomando esto como una broma?

—No sé qué tipo de cosas podrías enseñarme. Sólo vine aquí por trabajo… —volvió a recalcar, tratando de mostrarse profesional. Miles recordó los detalles del desembarco, por suerte eso lo tenía muy claro—. La mercancía llegará al puerto el viernes de la próxima semana. Cerca de medianoche. Una respuesta antes de cuarenta y ocho horas sería lo ideal, porque sino tendríamos que buscar otra alternativa.

Miles sabía que, en el fondo, no había otra alternativa mejor. Su padre se enfadaría muchísimo y quizás habría repercusiones. Pero quizás no era el mejor momento para decir eso, tenía la impresión de que Carson, o Hammond en este caso, iban a funcionar con amenazas.

—¿Mi teléfono? ¿Quieres mi teléfono? —preguntó de pronto, sintiéndose estúpido. Por supuesto que no lo había imaginado. Quizás Hammond lo estaba tratando como un niño porque estaba comportándose como uno.

Le llamó la atención que Miles no intentara indagar por qué decía que su padre no le habría gustado negociar con él, pero al menos esperaba haberle sembrado la duda. Tal vez era mejor si no preguntaba demasiado, quizá no debió mencionarlo tan pronto. Pero bueno, a veces era mejor seguir el instinto.

—Trabajamos en el mismo negocio y tengo más años que tú en este mundillo, no creas que no tendría qué enseñarte —respondió encogiéndose de hombros.

Miles parecía un poco intimidado, así que mejor dejaba de meterse tanto con él. Tomó nota mental de las indicaciones para el desembarco.

La reacción de Miles a pedirle el telefóno le hizo gracia, pero contuvo la sonrisa.

—Bueno, si quieres que te responda en menos de 48 horas tenemos que tener una forma de contactarte, ¿no crees? —replicó—. ¿O quieres que vaya a buscarte por todo Tara para darte tu respuesta?.

La verdad dudaba que Ben quisiera llamar por teléfono a Cobbert y hablar como viejos amigos. Seguro que le pedía que él siguiera manejando esto. Después de todo, Miles tenía razón: tenía mucho tiempo de trabajar para Ben. Lo conocía.

—Le diré a Ben que hay una tregua sobre la mesa, con un buen ingreso —añadió—. ¿En qué fecha hay que hacer el desenmbarco? ¿Cuándo te tenemos que responder? Tendrás que darme tu número de teléfono para ponerme en contacto.

Sacó su teléfono, lo desbloqueó y se lo tendió a Miles para que anotara su número.

Miles se quedó mirando el teléfono de Hammond, quien tenía la mano extendida hacia él. Sabía que lo que le estaba diciendo era lo más lógico del mundo pero, de todas formas, había algo en su mirada que lo hacía desconfiar. ¿Qué haría su padre de estar en su lugar? Lucius Cobbert no se fiaba de su propia sombra, era lógico que si estuviera allí, no se fiaría tan fácil.

Sin embargo, siempre era bueno tener un contacto alternativo en el Mercado Negro. Hoy Ben Carson había probado estar no disponible, ¿y qué si en otro momento necesitaba algo urgente? Quizás sí podría contactar con Hammond directamente, si la situación apremiaba. Así que, pensando en eso fue que tomó el teléfono y con unos cuantos toques le dejó su número de teléfono. Por alguna razón muy estúpida, se quedó mirando su nombre escrito en la pantalla del teléfono de Hammond .

Miles Smith.

Se preguntó si, cuando lo leyera, Hammond diría algo, pero luego lo descartó. Eso no era más que sus propias inseguridades porque, obviamente, todos en Tara sabían bien quién era su padre. Lucius nunca lo había negado, pero, a pesar de ello, tampoco le había otorgado su apellido.

—No hace falta que me busques por todo Tara, con llamarme será suficiente. Cuarenta y ocho horas seguro que es bueno tiempo para que tú y Carson puedan hablar al respecto, ¿o no? —preguntó Miles, con un tono cargado de curiosidad.

Lo cierto era que, por más fama que tuviera Carson entre la mafia de la ciudad, lo cierto era que no le debía nada a nadie. Por eso su padre se fastidiaba siempre que había que tratar con él, porque parecía que no tenía cómo amenazarlo ni cómo tratar de torcer las cosas a su favor.

—El desembarco es el próximo viernes. Se hará de todas formas, Lucius no tiene pensado retrasar las fechas, pero de verdad cree que lo mejor es contar con quién conozca mejor el puerto.

A Miles también le parecía buena idea, aunque nadie le había pedido opinión, por supuesto. Pero si Carson y sus hombres conocían el puerto como las palmas de sus manos, serían menos propensos a cometer errores. Lucius estaría dispuesto a comprar la vista gorda de la policía, aunque Miles tampoco estaba autorizado a decir algo como eso.

Al lo pensó detenidamente. Si de todas maneras se haría el desembarco, Ben seguramente querría aprovechar la oportunidad de contar con una tregua y un ingreso. No querría desperdiciar la oportunidad aunque tendría sus sospechas sobre las intenciones reales de Cobbert. Él siempre las tendría.

Revisó el teléfono y sonrió al ver el nombre. Miles Smith.

Cobbert era un asco de persona, tenía un hijo bastardo haciendo todo su trabajo sucio y ni siquiera lo reconocía. Al tenía la sensación de que esta sería su entrada hasta él.

—48 horas suena muy razonable —replicó.

Seguro que en menos tiempo habría hablado con Ben, pero lo haría esperar un poco más.

—Espera mi llamada —le indicó—. Me encantará hablar de nuevo contigo.

No sabía qué estaba pensnado Miles, pero él debía irlo conociendo hasta que tuviera claro el camino a seguir con él.

—Mi ofrecimiento sigue en pie —añadió, poniéndose de pie y disponiéndose a marcharse—. Tengo muchos años en este mundo, pudo enseñarte lo que necesites: solo tienes que pedirlo.

Seguro que no le creía, pero esperaba encontrar la forma de que un día confiara en él.

El descargo de los medicamentos sucedería hoy en la noche. Miles tenía ese día anotado en el calendario de pared que tenía en la cocina de su casa. Sin embargo, su padre le había prohibido estrictamente acercarse. Se había enfadado mucho con él cuando tuvo que rendirle cuentas y Lucius supo que se reunió con uno de los subordinados de Carson que con él mismo. Aunque Miles quiso explicarle, su padre lo calló con una bofetada y zanjó la discusión.

Miles creía que no había hecho nada mal, Hammond incluso lo llamó dos días después de su reunión, tal y como acordaron, para decirle que aceptaban el trato. Ni siquiera decirle eso a su padre fue suficiente para contentarlo, así que esa mañana despertó de mal humor. No había tenido ganas suficientes para hacerse desayuno, así que fue a su sitio favorito de todo Tara. El restaurante no tenía absolutamente nada que ver con los sitios que amaba frecuentar su padre o sus hermanos mayores. Era un sitio muy informal, pero hacían el mejor desayuno de la ciudad.

Llegó allí a primera hora, pidió una orden de pancakes y tocino, dispuesto a atragantarse para olvidar su mal humor. Después de comer, se acomodó mejor y sacó su vieja libreta. Miles no había terminado la escuela, su padre consideró que era innecesario, pero siempre se le había dado bien dibujar. Cuando lo hacía, se sentía diferente, como si fuera otra persona.

Miles ya llevaba allí más de una hora cuando, de pronto, Sandy, una de las meseras, colocó una enorme taza de café sobre la mesa.

—Pero yo no pedí café —dijo, mirando a Sandy con el ceño fruncido. Sandy le agradaba, tenía pecas en toda la cara y creía que le sentaba muy bien el tono rojo del uniforme.

—Ya sé, pero tu amigo dijo que lo cobrara a su cuenta —dijo Sandy, mientras señalaba con el menú a su supuesto amigo. Miles agradeció estar sentado porque ni en sus mejores sueños habría imaginado que el amigo al que Sandy se refería, era Al Hammond.

Al no estaba allí de casualidad.

Había prometido a Ben echar un ojo a Miles Smith, y averiguar si era fiel a su padre o no. Si era fiable hacer tratos con él. Pero por ahora, el trato del desembarco de medicinas continuaba en pie. Ben ya tenía a los hombres que se encargarían, y Al tendría que acompañarlos a la extracción.

Los últimos días había ido aprendiendo sobre Miles cada día un poco más. Tenía sus motivos personales para ello. Más que los informes que le interesaban a Ben.

Le llamó la atención verlo desayunar solo, y luego dedicarse a aquella maltrecha libreta. Así que había decidido hacer contacto. Le parecía que era un chico muy solitario.

Le sonrió cuando lo vio tras seguir la señal de la mesera. Esperó a que tomara del café y luego se levantó y se acercó hacia él. Había hecho esto mandando tragos, era la primera vez que lo hacía con un café. Era como una versión juvenil de un ligue en un bar.

—Hola —dijo, saludándolo con una sonrisa. —¿Todo bien? Espero que disfrutaras tu desayuno.

Sin esperar invitación se sentó frente a él.

Miles se quedó a cuadros cuando Al Hammond se sentó frente a él, como si lo hubiera invitado. Por instinto, se sentó más recto de lo normal, muy pegado al respaldar de su asiento, pues no estaba seguro de qué era lo que estaba sucediendo. Miles quería creer que esto era una casualidad y que Hammond aprovechó la oportunidad para fastidiarlo un poco, porque no podía ser que lo hubiera seguido hasta allí.

No. Eso le parecía una locura, Miles no podía ser tan egocéntrico como para creerse que el mundo giraba a su alrededor. De hecho, él sabía bien que el mundo no giraba alrededor suyo.

Quiso decirle que ese era su sitio favorito para desayunar, pero se detuvo al último instante. Lo mejor era no decir semejante cosa, Miles sabía que no era buena idea ir por allí diciendo cosas sobre sí mismo.

—¿Por qué el café? —preguntó de pronto, sintiéndose un poquito culpable porque ni siquiera había dicho buenos días. Miles se humedeció los labios, sin quitarle la vista de encima—. Quiero decir, que yo sepa no nos habíamos citado aquí. ¿O es que estoy vigilado porque temen que no se cumplan los términos hoy?

Miles en realidad no había pensando en esa posibilidad, cerró la libreta con cuidado y la alejó, colocándola a su derecha. Fue una mala idea, porque entonces no supo qué hacer con sus manos, así que no le quedó más remedio que tomar la taza de café entre las manos, para no sentirse tan expuesto.

Seguía haciéndole gracia que Miles estuviera tan a la defensiva. Debía ser muy cansado ser él estar siempre tan en alerta. Mientras él se envaraba en la silla, Al se acomodó en la silal con soltura, como si fuera la de mesa de su apartamento. Lanzó una mirada hacia el cuaderno que Miles había dejado a un lado.

—¿Te gusta dibujar? —preguntó, pues había podido ver que estaba haciendo bocetos antes de que lo cerrara. —Pensé que te caería bien un café con el desayuno. Considéralo un detalle.

Tenía la impresión de que Miles no estaba acostumbrado a que la gente se preocupara por él o intentara ayudarlo.

Se encogió de hombros ante sus sospechas.

—Tara no es tan grande, mucho menos está sobrado de lugares buenos para desayunar —replicó, intentando restarle importancia a su encuentro. —Vi a un amigo comiendo y pensé en tener un detalle, y pasar a saludar.

Le sonrió con desenvoltura, aunque sabía que estaba exagerando al decir que eran amigos. Pero aspiraba a ello. Necesitaba ganarse su confianza, pero tenía en su contra que de entrada no parecía agradarle a Miles.

Era una pena, porque parecía un chico confiado, tal vez podría haberse ganado su confianza si hubieran empezado diferente.

—No pensé que te sintieras perseguido, lo siento —añadió. —Mi jefe ya coordinó todo con el tuyo, así que no veo por qué tú o yo deberíamos ocuparnos de algo al respecto.

Era cierto, Ben no había dejado nada al azar para ese trabajo. Confiaba todavía menos que él en Cobertt pero tenía la cabeza más fría al respecto. Al se limitaría a seguir órdenes esa noche y estar listo por si había que improvisar algo para salvar la situación. Se preguntaba si Miles iba a estar ahí, pero suponía que si seguían hablando se iba a enterar.

Miles se sintió un poco expuesto cuando Hammond le preguntó si le gustaba dibujar. Por lo general, cada vez que alguien le hacía ese tipo de pregunta, era para burlarse de él. A su padre le parecía un completo desperdicio y la Madame, aunque solía ser un poco más benevolente, solía decirle que ese era un pasatiempo demasiado femenino para él. Lev era el único que lo dejaba ser y, en una ocasión, le dio a entender que tenía el mismo talento que su madre.

Suspiró hondo, mirando de nuevo el cuaderno que reposaba a su lado.

—Es sólo un pasatiempo… —dijo con voz queda, mirando a Hammond de reojo—. No son más que unos cuantos bocetos, pero en algo tengo que matar el tiempo de vez en cuando. Me ayuda… cuando estoy estresado.

Se encogió de hombros, tratando de quitarle importancia al asunto.

Pero la verdad era que estaba mintiéndole a Hammond de manera descarada. Miles amaba dibujar, era una de las cosas que más le gustaba hacer y a veces, cuando podía permitírselo, compraba lienzos y pinturas para probar cosas nuevas, más allá de papel y lápiz. Tenía un montón de obras fallidas o inacabadas en un rincón de su apartamento, pero no tenía corazón para echarlos a la basura. Le gustaba creer que, con los años de práctica, había mejorado.

Miles dio un sorbito a la taza antes de continuar.

—Supongo que tienes razón, Tara no es tan grande, seguro que esto sólo es una coincidencia —frunció el ceño, mientras lo miraba. A la luz del día, Hammond se veía ligeramente menos intimidante—. Pero estarás de acuerdo conmigo en que siempre es bueno ser algo paranoico en esta ciudad. Papá… Lucius está complacido con el trabajo, pero no lo oíste de mí. El problema es que cuando tiene expectativas muy altas, no tolera nada menos que la perfección. Pero supongo que eso para Carson no es problema.

Ben Carson era, como su padre decía siempre, una piedra en el zapato si estaba atravesado en tu camino. Pero, si lograbas ponerlo de tu parte, era un buen aliado.

Según había podido averiguar hasta ahora, dibujar parecía más que un pasatiempo para Miles. Visitaba con cierta frecuencia tiendas que suplían materiales para dibujo y solía andar su libreta a rastras. Lo miró a los ojos un momento antes de estirar el brazo para tomar la libreta y empezar a ver su contenido.

Supuso que se enojaría, pero quería mostrarle que estaba realmente interesado en él.

No le costó mostrarse sorprendido por el contenido. Miles no solo invertía tiempo y dinero en el dibujo: era muy bueno dibujando.

—Eres realmente muy talentoso —comentó, mientras le devolvía la libreta con una sonrisa. —Me encantaría que me dibujes alguna vez.

No lo decía solo por decir. O por ganarse su confianza. Estaba realmente impresionado por su trabajo. Además, nadie nunca lo había dibujado.

—En efecto, Tara no es tan grande, y ahora que nos conocemos espero que nos encontremos más —añadió. —Ben Carson no conoce más que los trabajos perfectos, así que ni Cobbert ni tú tienen de qué preocuparse. Todo nos va a salir bien.

Estaba muy seguro de lo que decía. El trabajo que tenían que hacer no era nada del otro mundo, nada difícil para ellos. No tendría por qué haber complicaciones, menos si no había policías que se entrometieran, y había apenas dos en la ciudad que tal vez se atreverían a meterse con Ben o con Cobbert.

—Veo que te estás preparando con un buen desayuno para el día —comentó. —Comes bastante mejor que yo, que me pedí puro azúcar. Pero puedo compartirte.

Justo en ese momento la mesera regresó trayendo su orden de panqueques bañados en miel y crema. Le había dicho que comería en la mesa de su amigo y a ella no le había extrañado nada.

Miles creía que estaba a punto de un colapso nervioso cuando vio cómo Hammond le arrebataba el cuaderno. Estuvo a punto de quitárselo, decirle que no tenía ningún derecho a hacer eso, pero Hammond dijo de pronto que tenía talento y Miles frunció el ceño, mirándolo como si no hubiera escuchado bien.

Talento. Miles no creía que nadie le hubiera dicho que era talentoso. Carraspeó y tomó de nuevo el cuaderno, con cuidado, pues ya no tenía ganas de refutarle a Hammond.

—Gracias… —susurró, incapaz de controlar lo apenado que se sentía. Se humedeció los labios, pues no pudo evitar pensar que habría dado cualquier cosa porque alguien más le hubiera dicho algo como aquello—. Nunca he probado retratar a nadie, seguro… sería un desastre.

La verdad era que sonaba increíble tomar a alguien como modelo de verdad. Miles tan sólo había alcanzado a pedírselo a alguna de las chicas de la Madame, pero no era lo mismo.

Lo escuchó con atención cuando habló sobre Carson. El trabajo debería salir bien, él también lo creía. Carson no se había ganado el respeto de todo el mundo criminal de Tara precisamente por improvisar.

—Yo… también confío en que todo saldrá bien. De todas formas, me enteraré después, tengo… otras cosas que hacer hoy en la noche —en realidad estaba mintiendo, su padre tan sólo no le había permitido asistir y Miles nunca sería capaz de llevarle la contraria—. ¿Carson ya pensó qué es lo que va a pedir a cambio? No mentía cuando decía que era una buena oferta.

Miles, sin preguntar demasiado, le dejó una de sus tostadas a un costado del plato de Hammond. No tenía la más mínima idea de por qué siguió sus impulsos, pero suponía que era una especie de tregua u ofrenda de paz. Tomó entre sus manos la taza de café, para darle otro sorbo. Con las manos ocupadas, se sentía un poco menos nervioso.

Al se anotó un punto. Miles parecía complacido de haber recibido un halago por sus dibujos. Conociendo a Cobbert era poco probable que alguna vez lo hubiera felicitado, mucho menos por algo artístico.

—Estoy seguro de que harías buenos retratos si te lo propones —replicó, señalando la libreta. —No sé mucho de arte pero estoy seguro de que no cualquiera puede hacer lo que tienes ahí.

No estaba exagerando ni mintiendo. Eran dibujos realmente buenos. Llamativos.

Sonrió cuando Miles le dejó una tostada. Era una buena señal. Estaba siendo aceptado en esa mesa, lo cual era muy positivo para sus propósitos. La tomó y le dio las gracias con un asentimiento de cabeza.

—Ben siempre ha pensado las cosas varios pasos más allá de los que uno puede adivinar —le aseguró. —Debe estar valorando muchas opciones diferentes y sus posibles consecuencias, y cuando se decida por una, tu padre lo tendrá muy claro.

A pesar de responder a la pregunta de Miles, seguía pensando en su comentario de que tendría otras cosas que hacer esa noche. Así que Cobbert no lo había puesto en el trabajo que lo había hecho negociar. O estaba molesto por su gestión o no confiaba realmente en él. No sabía qué era peor.

—Qué lástima, esperaba verte esta noche —comentó. —Estos trabajos suelen ser divertidos.

Siempre había una tensión especial en que pudiera aparecer la policía en cualquier momento, por improbable que fuera con las previsiones tomadas.

Miles no sabía por qué demonios Hammond insistía en decirle que sus dibujos estaban bien. Empezaba a creer que esto era sólo para ganarse su confianza, porque no podía ser que estuviera hablando en serio. Sin embargo, tenía el semblante sereno y no parecía haber ni un solo amago de sonrisa que le dijera a Miles que estaba burlándose de él.

No tenía la más mínima idea de por qué le estaba diciendo todas esas cosas. Al Hammond era una persona que no conseguía descifrar y eso lo llenaba de angustia.

—Son sólo… son sólo bocetos, de verdad. He buscado unos cuantos tutoriales en internet, pero eso es todo.

Miles no entendía cómo era posible que, a pesar de que estaba resistiéndose, acababa dándole información personal como si tal cosa. Frunció el ceño y desvió la mirada justo cuando vio cómo Hammond tomaba la tostada que le había ofrecido. Sus pancakes se veían deliciosos, pero no pensaba pedirle un trozo porque necesitaba aferrarse a la dignidad que todavía le quedaba.

Cuando habló de Ben Carson, prestó atención, aunque no le reveló sus planes. Era obvio, pues tenían que cuidarse las espaldas. Tan sólo le parecía ridículo cómo Hammond sí que había obtenido información, incluso si no era de trabajo. Por estas cosas era que su padre no quería darle confianza de verdad.

—¿Divertidos? —alzó ambas cejas, mientras volvía a concentrarse en su cabeza, para no prestarle atención a Hammond—. O sea que eres el tipo al que le gusta la adrenalina, ¿no? Porque supongo que a eso te refieres. A estar a la expectativa de que pueda llegar la policía en cualquier momento. Porque, aunque tengan comprado al cuerpo policial, no todos tienen los mismos jefes.

Fue su turno para tomar un trocito de sus propias tostadas. Tara era una ciudad complicada, no había policías honestos, pero no todos trabajaban para los mismos mafiosos. Era complejo.

Miles parecía que seguía desconfiando de él. No podía culparlo, tenía razones para desconfiar. Además, estaría en el negocio equivocado si no tuviera el más mínimo atisbo de instinto de supervivencia.

La tostada estaba buena, la terminó y le acercó a Miles su plato de panqueques, a los que le había parecido que le había echado un vistazo.

—Sírvete —le ofreció. —Los panqueques de aquí son muy buenos..

Le hizo gracia su reacción al comentario de que los trabajos eran divertidos. Arqueó ambas cejas, incrédulo de su comentario.

—Miles, si no puedes disfrutar este tipo de trabajos puede ser que te hayas equivocado de trabajo —le señaló. —Si la adrenalina no te compensa, ¿qué lo hará? No te vas a hacer rico en este negocio.

La verdad era que la vida en las mafias de Tara solo compensaba a los líderes como Cobbert. El resto se limitaban a sobrevivir. No era como que la ciudad les diera mejores opciones. Miles llevaba una buena vida dentro de todo, pero era él solo, sin tener que mantener a nadie. Sin hacerse cargo de nadie. Le gustaba lo que hacía con Ben y era la única persona que se preocupaba de cuidar en realidad. Pero no llevaba esa vida para hacerse rico. Ben tampoco.

En eso se entendían. Pero no sabía qué era lo que pensaba Miles.

—Necesitas participar de este tipo de trabajos para desarrollar el gusto. Ojalá al final puedas ir, me gustaría verte ahí.