Diciembre ha llegado. La Navidad está en las puertas, que bella época. Lo sería si nuestra vida no fuese un auténtico desastre en este momento.

Orinthia es una joven estudiante de tercero de periodismo que se ha trasladado este curso a Nueva York con una beca. Por desgracia, la ciudad que nunca duerme se está tomando su lema en serio y le está costando horrores encontrar donde pernoctar. Lleva casi dos meses en la ciudad y ya ha pasado por todo tipo de moteles, residencias y pisos cutres, llegando incluso a dormir en la estación de tren o en un coche de alquiler. Ha llorado más que en toda su vida, y teme que todo su año académico lo pase así, si es que sobrevive. Nueva York no es tan segura como su Glendale natal, y es mucho más fría. Las agradables temperaturas de California han dado paso a montañas de nieve. Está planteándose rechazar su beca cuando, con un golpe de suerte, ha encontrado un trabajo un poco... Peculiar. Los grandes almacenes van a hacer una recepción para que los niños visiten a Papá Noel y necesitan elfos. Podría pasar unos cuantos días con ropa ridícula si con ello consigue el dinero suficiente para buscarse un alojamiento digno.

Por su lado, Amanda es una fotógrafa que no pasa tampoco por su mejor momento. Acaba de enterarse de que su novio, con quien vivía, le ha puesto los cuernos. ¡Maldito cretino! Lo ha echado de casa, como no podía ser de otra forma: mejor sola que mal acompañada... Eso sí, con su sueldo, por muy cómoda que esté sola, no podrá permitirse el alquiler. El tiempo juega en su contra para encontrar un reemplazo (aunque ahora tenga más interés en encontrar a la amante de su ex), y el sueldo de fotógrafa de eventos no da para mucho. El centro comercial la ha contratado para hacerle fotitos a los críos que se sientan en las rodillas de Papá Noel... Habrá que aceptarlo. Es dinero al fin y al cabo.

Lo que está claro es que hoy, 10 de diciembre de 2019, los destinos de estas chicas se van a cruzar gracias a la Navidad... ¡Que pase lo que tenga que pasar!

Era horrible, qué vergüenza, ¿cómo iba a salir así a la calle? Llevaba un ridículo vestido de elfo, orejas y cascabeles incluidos. Y encima le habían dicho que fuera sin maquillar. Estaba preciosa, vaya.

Lo bueno de Nueva York en diciembre es que hacía un frío que pelaba. Se puso un abrigo enorme que le disimulaba el atuendo y avanzó todo lo rápido que pudo, andando a toda prisa, desde el micro apartamento en el que llevaba dos días quedándose hasta el centro comercial. Iba con la cabeza agachada, como un conejito que mira hacia otro lado muerto de miedo para no ver al depredador que se le acerca. "Si lo ignoro, no existe". Pues eso estaba haciendo ella con el infernal sonido de cascabeles que la perseguía por toda la calle y hacía que la gente se girase para mirarla. A sus cascabeles, a sus zapatos puntuagudos y a sus orejas.

Llegó al fin al recién abierto centro comercial, donde pudo resoplar de alivio al ver que no era la única vestida de esa forma. Junto con ella había otro elfo, un chico, y el enorme Papá Noel. Daba un poco de pena ese señor: tenía pinta de ser el primer borracho que encontraron por la calle y que le habían enfundado un traje que debía ser, como mínimo, de séptima mano. La maquilladora le indicó que entrase en la casita de jengibre preparada para la ocasión, donde se sentó en un minúsculo taburete para que le colorearan los labios y la llenaran de purpurina.

Cuando salió de la casita, donde estuvo más de media hora con la sesión de maquillaje, el panorama había cambiado por completo. Multitud de niños con sus padres empezaban a hacer cola, ilusionados, para sentarse en las rodillas de Santa Claus. Bueno... Quizás este trabajo no esté tan mal. Pensó Orinthia, sonriendo al ver el alboroto. Sacó el colorido buzón de cartón para las cartas de los niños y comenzó a preparar el entorno.

El maldito teléfono no paraba de sonar. Era la tercera vez, y Amanda se temió que fuera su madre, a la que le decía que todo bien, todo genial, su vida era maravillosa. Lo bueno del tráfico entre Long Island y Nueva York, era que su madre no podía alcanzar a ver el aspecto de su hija y del apartamento de la misma en ese momento. Cogió el teléfono

-¿Sí?- contestó carraspeando- No, Betty, no trabajo hasta el día de la gala de Navidad, y lo necesito... ¿en el centro comercial de dónde? Pero Betty, si eso es lo más cutre de la vida.- suspiró, necesitaba el dinero- ¿Y me tengo que vestir yo también? Madre mía... sí sí, diles que voy, gracias- colgó y añadió- por nada, vieja bruja, te encanta verme sufrir- La verdad es que en el último mes le parecía que todo el mundo era una arpía dispuesta a joderle la vida. Se miró al espejo. Ojeras, el pelo, si bien limpio, estaba hecho un desastre porque no veía un secador o unas planchas desde hacía bastante, y eso con la humedad de Nueva York, suponía convertirlo en una jungla. Pero todo eso daba igual.

Porque cuando llegó al centro comercial le dieron un disfraz de elfa, le plantaron un gorro para que no se viera tanto el pelo y la maquillaron para parecer menos yonqui (o menos cornuda abandonada en fase helado de chocolate) que el Papá Noel. Lo dicho, cutre. Bastante más cabreada de lo que había entrado se puso a montar la cámara y encuadrar para que las fotos salieran nítidas, pero había una chica que no paraba de cruzársele en el plano que, como estaba pensando para ser fijo, no paraba de desenfocarse

-¡Oye! ¡Oye, elfa! ¿te importa? intento enfocar, bastante difícil va a ser con los chiquillos por aquí.

Pues al parecer su trabajo iba a consistir en ser la elfa de mobiliario. Después del buzón le pidieron que colocara los palos de caramelo gigantes, y después las cajas. Iba de un lado para otro agachándose y levantándose para recoger adornos y ponerlos en su sitio, ¿tenía que estar vestida de elfo para eso? Ya podía haberlo hecho en ropa cómoda y cambiarse después. O ya podían haber montado ellos el decorado, puestos a pedir. Al menos las cosas eran todas de cartón o corcho y no pesaban.

Mientras colocaba uno de los regalos escuchó desde la verja de madera blanca que cercaba la zona de Papá Noel una vocecita. Orinthia no reaccionó hasta el tercer saludo, no se había dado por aludida. Hola. Insistió la criatura con su vocecilla aguda. Tendría unos cinco años, seis como mucho, y el pelo rubio, liso y por los hombros, adornado con un lacito rojo y verde simulando a un muérdago. Llevaba un abriguito rojo y la saludaba como si fuera una famosa. Hola, cielo. Dijo Orinthia con dulzura, sujetando una de las cajas. ¿Eres un elfo de Santa Claus? ¡Por supuesto que sí! ¿Y eso es un regalito? ¡Ay, Beverly! ¡Qué susto! La madre había aparecido en escena algo acalorada al haber perdido a su hija de vista. Se ve que la pequeña había aprovechado el despiste como una gruppie que se cuela en el backstage. Venga, vamos a la cola que si no, nos perdemos a Papá Noel. No molestes a esta señorita... ¡Es un elfo, mamá! Corrigió la niña con entusiasmo. Orinthia se rió y, con complicidad, asintió ante la frase de la niña y le guiñó un ojo.

Se le había quedado la sonrisilla tras el encuentro y, justo cuando acabó la pirámide de regalos y fue a por más, oyó otra voz que la llamaba. Pero esta sonaba mucho menos agradable. Miró a los lados hasta descubrir de donde venían las quejas, y resulta que eran de la fotógrafa. Orinthia arqueó una ceja. Perdón. Se disculpó secamente en un inicio. Pero unos instantes después, viendo que seguía teniendo que ordenar el lugar y que no podía dejar de hacer su trabajo porque a una persona se le descuadra una foto, añadió. Lo siento pero tengo que seguir ordenando esto, así que... Se encogió de hombros y agarró otra enorme caja de regalo, marchando a donde debía colocarla. Que se cambiara ella de sitio si no le gustaba.

Amanda parpadeó, incrédula. ¿Aquella de dónde había salido con su maldita felicidad de abrazar niñitos y hablar de Santa Claus? ¿quién hacía aquel trabajo, por aquel sueldo, con esa energía? Alzó una ceja ante la escueta respuesta de la elfa, y viendo que llevaba un ritmo caribeño para colocar las cosas, con un hondo y ostensible suspiro se fue a ayudarla. Se dirigió a uno de los bastones de caramelo más grandes, pero la muy empanada se iba para otro lado

-Eh ¿hola? Elfa, te estoy ayudando porque pretendo en algún momento de la mañana ponerme a enfocar, ¿puedes venir?- mientras se acercaba, la oteó superficialmente- ¿Eres de la Costa Oeste, eh? La gente de Arkansas y esos sitio son más fuertes, y alguien de aquí iría a toda mecha, tía, aquí las Navidades no se disfrutan, se queman- quizá estaba descargando su frustración del momento con la Navidad y con aquella chica de naricilla perfecta y ojitos azules. Que ahora que la tenía al otro lado del bastón de caramelo a unos pocos centímetros le quería sonar... ese aire de mosquito muerta, esa carita angelical... un momento... ¿no sería esa la golfa con la que se había pirado Dylan? Desde luego se parecía un montón, y solo de planteárselo, se le cayó el bastón dejando a la chica con todo el peso, pero no podía pensar en otra cosa. Si aquella era la tía que no había tenido escrúpulos en que Dylan la dejara con una mano y otra detrás después de seis años de relación, desde luego no se había pensado qué decirle. Les hacía viviendo la vida orgánica surfera en algún piso siete veces más caro que el suyo en Sacramento, no haciendo de elfa en su mismo maldito centro comercial.

-Perdona ¿cómo te llamas?- aunque no se acordaba bien del nombre de la chica, si lo oía a lo mejor lo recordaba de repente y podía cantarle las cuarenta de alguna forma. Y ella en su día de peor pelo y más profundas ojeras.

Siguió con su ir y venir cuando la voz de la fotógrafa volvió a interrumpirla. Antes de volverse hacia ella, Orinthia cerró los ojos, hizo una mueca con la lengua y los dientes como quien retiene las ganas de dar un puñetazo y se volvió, a ver qué quería esta vez. Lo que le faltaba, además del disfraz ridículo y el trabajo que no le correspondía, era tener que aguantar las quejas de otra persona.

Para su sorpresa, la chica se puso a ayudarla. Eso sí que no se lo esperaba. Arqueó una ceja gratamente sorprendida, aunque hubiera preferido que no irrumpiera en su trabajo y le dijera cómo lo tenía que hacer. Y que no hipotetizara sobre su origen. Ni que juzgara su manera de trabajar. No soy de Arkansas, soy de Glendale, California. Dijo con un tono de voz políticamente correcto, carente de bordería pero también de entusiasmo, y añadió una sonrisa rápida y algo artificial. Y me gusta la Navidad y hacer bien mi trabajo. Acto seguido, volvió a agacharse para coger un enorme regalo de cartón hueco del suelo que colocaría, si a la fotógrafa no le importaba, donde ella considerara conveniente.

Pero la volvió a interrumpir. La verdad es que no tenía tiempo de ponerse a charlar con una persona enfurruñada, ni tampoco ganas. Por otro lado, no conocía a nadie en Nueva York, y esa chica parecía de su edad... Aunque dudaba que pudieran llegar a ser amigas, era un poco "macarra". Orinthia Coel. Dijo aún con el regalo entre los brazos, tratando de nuevo de fingir una sonrisa. ¿Y tú, fotógrafa? Lo siento, pero no le había gustado que la llamara "elfa".

"Y me gusta la Navidad y mi trabajo mimimimi" Mandy puso cara de asco imaginando cómo sonaba aquella frase con retintín en su cabeza. A ella también le había apasionado su trabajo hace mucho, mucho tiempo. Quizá cuando empezaron a explotarla por vivir en la gran ciudad y a minusvalorarla su trabajo por ser una mujer joven, perdió ese impulso que sí tenía la muchacha. Le daba un poco de pena, un poco solo, pues seguía pensando que se parecía demasiado a la tía con la que Dylan se había ido dejándola tirada. Pero el nombre de la chica era demasiado raro como para no recordarlo.

-¡Dios! Esos nombres que ponéis en la Costa Oeste son... ¿producto de demasiado sol o algo así?- resopló y terminó de acomodar el árbol de tal forma que entrara bien en el encuadre de la foto.- Yo me llamo Amanda Graves, pero todos me llaman Mandy. Claro, que a lo mejor es un nombre poco original, así que si fotógrafa te gusta, por mí bien.- seguía con la mosca detrás de la oreja y trataba de discernir si la chica era realmente o no, cuando Betty, su jefa, apareció y se paró a hablar con la californiana, debía ser que la había contratado ella también.

-Oye, Mandy, Cynthia necesita piso, ¿tú no necesitabas a alguien? Tiene un piso monísimo- diciendo eso cogió de su antebrazo, a lo cual Mandy miró como si se lo agarrara un enfermo de ébola. Más o menos esa era la cara de Orinthia, a quien lo de Cynthia no le había hecho mucha gracia. Tomó aire. ¿Sería mejor tenerla cerca? Si realmente era la novia de Dylan, pagaría por ver su cara cuando le dijera donde vivía.

-Sí, sí que lo necesito. No cobro alquiler, el piso era de mi padre, solo necesito ayuda con los gastos.

La miró con una mueca de incompresión nada disimulada. ¿En serio ahora se estaba metiendo con su nombre? Pero bueno, ¿qué le pasaba a esa chica? ¿Qué mosca le había picado? ¿Y por qué la tomaba precisamente con ella? Fue a contestarle toda esa sarta de borderías pero decidió que ni siquiera merecía la pena. Así que en su lugar negó con la cabeza y miró a otro lado.

Pero entonces la situación se volvió más tensa todavía. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué el karma se estaba portando así con ella? Porque por si fuera poco aguantar a esa chica allí, a la que no conocía de nada y sin embargo le estaba irritando como poca gente lo había hecho en su vida, ahora Betty la acababa de poner en un compromiso. Abrió mucho los ojos, mirándola y negando rápida y sutilmente con la cabeza mientras decía lo del piso para que se callara... Pero no lo hizo. Bah, igualmente esta borde no me querrá ver ni en pintura, pensó autotranquilizándose. Pero esto tampoco fue así. Porque, claro, parecía que ese día iba a ser una sorpresita desagradable detrás de la otra.

Betty lanzó la bomba y se fue corriendo a incordiar a otra persona, y Orinthia se quedó con el pasmo de escuchar como la otra decía que no le cobraría ni el alquiler. Estaba tan desesperada por encontrar un piso que hasta se lo planteó, pero si a duras penas podía soportar a esa chica en los diez minutos que llevaban juntas, ¿cómo iba a vivir con ella? Bueno, si crees que podrás soportar a una elfa de la Costa Oeste con nombre raro... Dijo no exenta de sarcasmo.

Pensándolo bien, necesitaba un piso sí o sí. Si solo tenía que colaborar con los gastos podría ser una buena oportunidad mientras encontraba algo mejor. Porque estaba claro que no se iba a quedar allí a largo plazo. Yo solo necesitaría que no me llamases Cynthia. Odio ese nombre. Dijo mientras miraba de reojo a Betty, a quien no recordaba haberle dado permiso para llamarla así. Y el nombre lo eligió mi abuela, que es griega. No estamos tan locos en la Costa Oeste, "Mandy". Dijo con retintín.

Miró entonces a la chica, haciendo una ligera pausa, mientras se encorvaba para dejar la caja de cartón con forma de regalo en su sitio. Suspiró y, tratando de firmar una especie de tregua, dijo más tranquila. ¿Vives muy lejos de aquí?

Cualquier enemigo de Betty, era amigo suyo, y a Orinthia parecía caerle gorda no, gordísima. Podía ser un comienzo. Eso y que las dos se habían metido en la cama con Dylan. "Eso si es la que creo que es". El hecho era que necesitaba compañera, y que la chica no le había hecho nada, fuera la que ella pensaba que era o no. Movió otra caja y volvió a la cámara, situándola mejor y probando objetivos.

-En Nueva York todo está lejos- dijo con media sonrisa- Vivo en el Upper West Side, rodeada de pijos sí, pero las vistas son espectaculares y el metro está cerca. Creo que te gustará- amplió la sonrisa y le señaló el trono de Papá Noel- A ver, elfa Orinthia, ponte ahí para que pueda enfocar, que yo te he movido unos cuantos bastones de caramelo- No le dio tiempo de ver la reacción de la chica, porque se situó tras la cámara. Enfocó a la chica, que había hecho lo que le había pedido y disparó la foto. Bien de luz, bien de encuadre, tampoco tenía que hacer obras de arte precisamente, así que con eso bastaría. Le hizo un gesto con la mano para que se acercara y le enseñó su foto  en la pantalla. Suavizó el tono y puso una sonrisa amable.

-Eres muy fotogénica. Qué suerte que una fotógrafa te haya ofrecido vivir con ella- le ofreció la mano, extendiendo la tregua- Vistas las circunstancias, creo que podré vivir con una westie de nombre raro, aunque tenemos que encontrar una forma más sencilla de llamarte, que no sea Cynthia- dijo dirigiendo la mirada de refilón hacia Betty.

Era la una de la tarde cuando terminaron por fin de pasar niños y Betty las dejó irse, vestidas tal cual estaban. Se sentía un poco incómoda con la muchacha, porque había sido bastante borde antes, aunque no tenía muchos ánimos tampoco de ser una excelente persona, más con lo que sospechaba de ella. Pero a lo mejor solo se le estaba yendo la olla.

-Me da palo montarme así en el metro, pero estoy muerta de hambre y me imagino que querrás ver el piso y, si te gusta, ir a por tus cosas. Mejor hacerlo antes de que se haga de noche, esto no es California, aquí cuando se va la luz te congelas.

Puso una expresión interesante, con una caída de párpados, y respondió. Ah, pues... Me vale, sí. ¡¡Y tanto que le valía!! Que ese coche de alquiler había sido la estancia más decente en la que había dormido en los últimos dos meses, ¿un piso en Upper West Side con el metro cerca? ¿Dónde tenía que firmar? Pero claro, no quería parecer desesperada... Aunque lo estuviera.

No tenía ganas de muchas fotos con esas pintas, pero bueno, sabía que era a lo que se exponía con ese trabajo. Se colocó en el trono como le pidió y trató de esbozar una sonrisita de elfa feliz que por mucho que lo intentara no podía salirle demasiado natural. La quitó para acercarse a ella cuando se lo pidió y, al mirar la foto, echó la cabeza hacia atrás sorprendida. Wow, vaya. Qué bonita. Sonrió. Eres muy buena. Eso sí le había salido sincero. Vio como le ofrecía la mano y la llamaba fotogénica y se le escapó una risita musical, que soltaba un poco de la tensión acumulada. Un poco que casi se echa a llorar, que vaya dos meses llevaba. Pero se contuvo y estrechó la mano de la chica con una sonrisa amable. Gracias por el piropo, por el ofrecimiento y por la oportunidad de labrarme una carrera como modelo fotográfica. Bromeó. En esos momentos se le había pasado cualquier potencial enfado con esa chica y le daban ganas de abrazarla como si fuera un regalo de Navidad caído del cielo.

Puedes llamarme Ori. Se encogió de hombros. Sigo prefiriendo Orinthia pero entiendo que es largo y raro, así que... Ori. Pero Cynthia no, por favor. Colocó las manos tras la espalda con una sonrisa infantil. ¿Yo puedo llamarte Mandy? Que no le había quedado claro si le gustaba o no. Me viene genial lo del piso, de verdad. "Dadas las circunstancias" como tú dices. Qué peso se quitaba de encima.

Andar con el sonidito de cascabeles de sus zapatos le hacía sentir ridícula, pero al menos no era la única. Créeme, peores cosas he hecho. Suspiró. Me parece bien, yo también me muero de hambre. Y de ganas de tener algo parecido a una casa. ¿Algún sitio cerca de tu casa en el que acepten elfos para entrar a comer? Rió. Por cierto, ¿vives con alguien más, o tú sola? Se encogió de hombros. Por saber. A mí no me importa realmente.

Se enterneció un poco con la elfa. Parecía que necesitaba un poco de cariño en aquella ciudad en la que nadie parecía conocer a nadie. Claro, que si era quien ella creía que era... ¿No sería un poco raro que estuviera tan desesperada por encontrar a alguien si ya tenía a Dylan? Pero no pudo evitar sonreír y entornar los ojos a lo de que era muy buena- Sí, tan buen como para estar aquí haciendo fotos a los niños y a un tipo vestido de Santa Claus vestida de elfa- dijo terminando con una risa. Sonrió y asintió a lo que dijo la chica- Ori, pues. Y sí, llámame Mandy, todo el mundo me llama así.

Cuando salieron en dirección al metro, pensó en lo que le acababa de plantear la chica sobre ir a un sitio de comer. A Mandy se le daba muy bien cocinar, pero en los últimos días no había comprado mucho y de hecho, ahora que lo pensaba su casa estaba hecha un desastre. Volvió a la tierra para escuchar la pregunta de Ori sobre si vivía con alguien- No...  No caben más de dos personas en el piso. Vivía con mi novio pero... Me engañó y le eché- dijo levantando la mirada y chasqueando la lengua con media sonrisilla. Desde luego, si era la nueva novia de Dylan, más pistas ya no le podía dar- No lo pensé muy fríamente en el momento, porque mantener el piso es caro, aunque no pague alquiler. Por eso me va a venir que aceptes- Señaló con la cabeza la puerta del vagón y dijo- Aquí nos bajamos- Bajaron con la marabunta de personas que iban y venían y caminó en silencio hasta la puerta del edificio.

-Mi piso es el penúltimo, hay ascensor pero se estropea a veces porque el edificio es antiguo- dijo advirtiendo. Ya subiendo hacia el piso abordó el tema incómodo- Eh... Está un poco... manga por hombro... Por lo de... Bueno lo que te he contado. No he estado muy fina esta semana. Y no he salido a comprar nada así que ahora habrá que bajar a alguno de los sitios de comer de por aquí.- Llegaron a la puerta y abrió con la llave. Inmediatamente, el calor de hogar las invadió. La verdad es que su casa,  tan llena de libros y plantas, por desordenada que estuviera, transmitía sensación de hogar. Encendió la calefacción nada más entrar y se quitó el abrigo y todos los malditos adornos- Esto es el salón y la cocina. A la derecha está mi habitación y a la izquierda la que sería la tuya, que ahora está llena de mis cosas para revelar... Pero eso mañana lo tenemos despejado, y tiene ya una cama individual. Échale un ojo.

Fue a su cuarto y dejó la cámara y la bolsa donde lo llevaba todo. Sin duda, su habitación era lo que peor estaba. Se rascó la cabeza con pesar, pero ya no tenía solución. Se quitó el dichoso disfraz y se puso un jersey y unos vaqueros, saliendo de nuevo al marco de la puerta y apoyándose sobre él- ¿Qué? ¿Te gusta lo que ves?

Esbozó una expresión consternada y se llevó una mano a la boca. Oh, vaya. Lo siento mucho. Qué capullo. Ups. ¿Demasiado sincera? Perdón. Quizás la chica seguía enamorada de él y no quería que le insultara. Pues si estaba superando una ruptura dolorosa, quizás ni siquiera le venía mal del todo tener compañera de piso, ya no solo por la parte económica obvia, al menos no estaba sola. Y a ella no se le daba mal ser pañito de lágrimas, lo había sido alguna que otra vez.

Sonrió y se encogió de hombros. No te preocupes. Mejor no te digo en las condiciones que he estado yo viviendo en los últimos días. Sí, mejor no decía nada, que se acababan de conocer y no quería que pensara que estaba metiendo en su casa a una indigente. Puedo ayudarte con la compra. Te parecerá una tontería, pero estoy deseando hacer una. Rio un poco, aunque le sonó bastante triste. En serio, lo he pasado francamente mal estos días, no encontraba sitio donde quedarme, así que tampoco es que pudiera hacer compras muy grandes. Solo el hecho de tener que hacer una le daba sensación de casa y de estabilidad, justo lo que llevaba deseando desde que llegó a esa maldita ciudad.

Abrió la boca emocionada (de verdad que casi se le saltan las lágrimas) cuando entró en la casa. Oh, qué bonita. Ni siquiera se había fijado en el desorden. Estaba cálida a pesar de tener la calefacción apagada y tenía un montón de libros y plantitas. Asintió con un nudito en la garganta a las indicaciones y se fue al que, palabras textuales, "sería su habitación". Echó un vistazo y se le cayó una lágrima que se limpió rápidamente con el dorso de la mano, no se lo podía creer. Eso sí que había sido un regalo de Navidad. Salió y se encontró a la chica en la puerta. Y cuando le hizo esa pregunta, sin pensárselo dos veces, se lanzó a ella y le dio un fuerte abrazo. Gracias. Y luego se dio cuenta de que se habían conocido hacía apenas horas y eso era un poco incómodo. Se separó. Perdona. Perdona. Se volvió a pasar el dorso de la mano por un ojo pero se rio un poco. Es que... Hacía tiempo que no estaba en un sitio tan acogedor, me va a venir genial. Y me encanta. Tragó saliva y se recompuso, sonriente.

Aunque luego cayó en algo. Esbozó una muequecita y se rascó la nuca. Aahm... Tengo mi ropa de persona no-ayudante de Santa Claus en mi apartamento. Se mordió el labio con una sonrisilla, encogiéndose un poco. ¿Haré demasiado el ridículo yéndome a comer así? Aunque el abrigo tapa bastante. Mi apartamento está un poco lejos para ir ahora a por mis cosas y me muero de hambre...

¿En serio? Si esa tía era la que ella creía que era, no podía estar siendo tan hipócrita de estar diciendo aquello. ¿O sí...? ¿Igual Dylan era tan mentiroso que no le había dicho que tenía novia y ella había caído, como había caído Mandy hace un par de años, en las redes de conquista de Dylan? No le extrañaría lo más mínimo. Pero siendo así... Cuando Ori se enterara... Igual pensaba que vaya tela tenía ella que la había metido en su casa pensando... Pero atendió al entusiasmo incombustible de la californiana. — Ehm... ¡Sí! Claro. Cocino bastante bien, seguro que si compramos algo, podemos montar una cena de bienvenida a la altura. —

Le hizo un poco de ilusión ver a Orinthia tan contenta con la habitación y la casa en general. Recibió el abrazo sorprendida, devolviéndoselo brevemente, porque empezaba a sentirse mal tanto si Ori era la nueva novia de Dylan como si no. — Bueno, yo... Me alegro que te guste, de verdad. Podemos tocar algo de la decoración que no te encaje o... Bueno, obviamente quitaré todo lo de revelar de tu cuarto, y limpiaremos... — Ante su entusiasmo, miró al rededor y dijo. — Mira, vamos a hacer una cosa. Bajamos a comer el restaurante dominicano que hay aquí abajo, que es así muy alegre, para que las dos salgamos un poco del hoyo. — Señaló el baño. — Antes, si te quieres duchar para quitarte toda esa purpurina, te presto algo de ropa. Y ya con los estómagos llenos, y vestidas de personas normales, vamos a tu apartamento a por tus cosas y a comprar algo. — Buscó con los ojos las llaves de la moto y las movió en el aire. — Si te fías de mí, te puedo llevar en la vespa. Si no, vamos en metro a donde sea. — Fue al armario estrecho que había en un lado del salón, solo para descubrir que quedaba una solitaria toalla. La cogió y se la ofreció. — Toma, y pásate por mi cuarto y pilla lo que quieras... O lo que puedas, porque puede que haga tiempo de más que no hago una colada. — Carraspeó, rascándose la frente un poco incómoda. Anda que menuda impresión. — Mientras te duchas yo... Recojo un poco esto. — Dicho y hecho, parecía que la californiana le estaba dando la energía que le había faltado esa semana.

Para cuando la otra salió de la ducha, tenía la cesta llena de ropa sucia, toallas y sábanas, dispuesta a bajarla a la lavandería cuando volvieran de todos los recados. Le puso una sonrisa, porque había sido muy desagradable con ella, y en verdad, era pura alegría y era un poco lo que Mandy necesitaba. Y también se sentía ligeramente psicópata y rara. — Ehm... ¿Bajamos? Verás que te gusta el restaurante. — Volvieron a salir por la puerta y trató de hacer conversación, de nuevo, para sentirse un poco menso mala gente y para averiguar si era la persona que creía. — Bueno, ya que vamos a vivir juntas... ¿Por qué no me cuentas a que has venido a Nueva York? Sin tener si quiera apartamento... — Su móvil sonó cortándole el discurso de buena persona. Sacó el teléfono de su chaqueta y lo silenció. — Perdón, era mi madre. Pero no me apetece hablar con ella ahora. — Salieron por el portal y cruzaron la acera hacia el dominicano. — Si te gustan los sabores caribeños, vas a vivir feliz aquí en Washington Heights, y si no, te aficionarás, ya lo verás. — Entraron y una ola de calorcito y olores penetrantes las invadió. La miró con una sonrisa y se sentaron en una mesa.

Se llevó una mano al pecho y frunció otra sonrisa. Me encantaría. Cena de bienvenida y todo, qué maravilla. No se estaba creyendo el pedazo de regalo de Navidad que acababa de caerle del cielo. Si es que el karma se lo tenía que devolver, que ella no era tan mala persona, no se merecía lo que le estaba pasando. Y llevar todo el día vestida de elfo, quieras que no, debía mandar algún tipo de mensaje al universo de que se merecía un regalo de Navidad aunque sea.

Hizo un gesto con la mano, mirando a su alrededor. Me encanta todo, de verdad, no hace falta que cambies nada. Aquello era un palacio en comparación con los cuchitriles de los que venía. Asintió contenta. ¡Vale! Nunca he ido a un dominicano, así que vas a tener que pedir por mí. Dijo con una risita. A ver, Ori, las confianzas. Carraspeó un poco y se llevó un mechón de pelo tras la oreja. Bueno, con que me recomiendes y me expliques un poco que llevan las cosas, me conformo. Corrigió. Sí, así quedaba un poco menos de loca, definitivamente. Volvió a asentir, añadiendo una respiración aliviada. Sí, por favor. Me va a venir genial la ducha. Se olió un poco y dijo. Aparte de la purpurina, me siento como un bastón de caramelo gigante. En serio, ¿de dónde salía ese olor dulzón que la tenía impregnada entera?

El movimiento de llaves le hizo abrir mucho los ojos. ¡Oh! ¿Tienes una vespa? Rio un poco. Mi padre tenía una de joven, yo era muy pequeña cuando la vendió, pero me dio algún que otro paseo. Tengo recuerdos difusos... Espero que no me tirara nunca de la moto. Volvió a reír y confirmó. Me parece genial todo. Menos mal que ella era una persona positiva y de fácil trato. Se le estaba empezando a agotar peligrosamente el positivismo por la situación que tenía, pero al menos lo había logrado mantener a flote hasta el momento presente y ahí estaba su recompensa. Aunque cuando dijo que fuera a su cuarto a por ropa parpadeó, ligeramente sorprendida. ¿De verdad? Ay, me da... Apuro... Pero la otra ya le estaba dando una toalla, y ciertamente, no veía la hora de quitarse ese disfraz de elfo. Que entre sus ojeras, su casi depresión, su desesperación por un piso nuevo y esas frases de loca, lo que le hacía falta era el atuendo para que estuviera para encerrarla. O Mandy era la mejor persona del universo, o una negligente total, o quizás algún día la que se destapaba como loca era ella, porque ya había que tener valor de meter en tu casa a una persona con la impresión que estaba dando Orinthia.

Asintió sonriente y se fue con timidez a la habitación. Cogió el primer jersey y pantalón que encontró, porque le daba vergüenza rebuscar entre la ropa de una desconocida para elegir que ponerse, y se metió en la ducha. Le supo a gloria, se hubiera quedado horas debajo del agua, casi le daban ganas de quedarse dormida allí. Suspiró al salir, sintiéndose nueva (aunque también un tanto cansada, pero se le pasaría en cuanto fueran a ese dominicano tan alegre que le describía), se secó el pelo todo lo que pudo y se vistió. Entró de lleno a la conversación, abriendo sus grandes ojos y ampliando la sonrisa, pero el teléfono la interrumpió justo cuando iba a empezar. Se encogió de hombros, sonriente, y preguntó. ¿Ella también vive aquí en Washington? ¿Se llevarían mal? Como le había silenciado tan rápido el teléfono... Bueno, no era de su incumbencia.

Como ya estaban llegando al restaurante, esperó a sentarse para poder contarle un poco sobre ella. ¡A mí me gusta todo! Respondió contenta. Suspiró y negó. Perdona, estoy un poco feliz de más porque llevaba un par de meses muy malos, y esta mañana tampoco he sido la persona más simpática del mundo... Y aún así me ofreces tu casa. Debes pensar que estoy loca de remate. Dijo con una risita. Estudio periodismo, estoy en tercero. Empecé la carrera en California, pero me han dado una beca por buen expediente para hacer este curso en Nueva York. Tragó saliva y ladeó varias veces la cabeza. Me vine a una residencia que ofertaba la beca, en teoría todo bajo control... Pero no era exactamente lo que pensaba. Lo habían vendido como una residencia de estudiantes y pensé que todos los residentes serían gente de mi estilo, universitarios becados o gente de fuera que estudia aquí... Hizo un gesto con las manos. Adelante, tienes permiso para reirte de mi ingenuidad. Suspiró. Era una especie de albergue de mala muerte. No quieres saber el tipo de personas que había y por qué estaban allí. Había muchísimo ruido, fiestas a las tantas, peleas, la policía viniendo día sí y día también... Y una, que es tonta y no escarmienta, se buscó otra residencia. Misma cantilena. Se encogió de hombros. Para las residencias buenas no me llegaba el dinero... No te ofendas, pero es que esta ciudad es súpercara. Intenté compartir piso, pero el único que encontré era una ratonera, literalmente del tamaño de tu dormitorio el piso entero, y tenía que compartirlo con un señor de muchos años y mala pinta. Le dio un escalofrío. Desde octubre he pasado por... Empezó a enumerar con los dedos. Casas que se caían a pedazos, las residencias antes mencionadas, estudios en los que no podía ni respirar, y hasta he dormido en la estación del metro que lleva a la universidad. Durante tres días alquilé un coche solo para poder dormir en él, pero al final era absurdo porque hasta eso me salía más caro a fin de mes que un piso. Y un día hacía tanto frío que tuve miedo real de morirme de una hipotermia. Bajó la mirada un tanto entristecida, con los ojos húmedos. ¿De verdad iba a ponerse a llorar? Esa chica la había invitado a su casa y la había llevado en vespa a un alegre restaurante. Sacudió la cabeza y se forzó a sonreír. Pero bueno, ya está. Experiencia para contar a los nietos, ¿no?

Ori era tan inmesnamente alegre, que cada vez le hacía sentirse peor. Ladeó un poco una sonrisa... En parte por hacerla sentir bien, pero también porque cuando Ori estaba allí se sentía, a la vez, mejor, mucho más alegre que las semanas anteriores. — Deben de haberte tocado monstruos como compañeros de piso, si solo te ofrezco un dominicano y una vespa y ya te conformas. — Le dijo con calidez. Por favor, que no fuera la novia de Dylan. Y si, efectivamente, era una desconocida... ¿Le iba a explicar en algún momento por qué la había acogido? Mejor no pensarlo. Se rio a lo de la vespa y dijo. — Yo no voy a tirarte. No la uso mucho porque la gasolina es cara, pero para ocasiones así, está bien. —

Negó con la cabeza y soltó una carcajada hiriente cuando le preguntó por su madre. — Mi madre no pisa Washington Heights desde hace años. Desde que se casó con un rico y vive en Long Island con él, sus tres hijos y sus dos perros. — Entornó los ojos. — Se le ha olvidado que es de aquí o algo así. Me llama para invitarme en Navidad en perfectolandia y ni siquiera le he dicho que lo he dejado con... Mi novio. Mi ex novio. Lo que sea. Un fracaso más. — Se encogió de hombros. — ¿Tú no vuelves a casa por Navidad? Tranqui que no voy a darle la habitación a nadie más, este mes ya está pagado. — Dijo con risas.

Pero nada más entrar en el restaurante, Ori empezó a hablar sin parar, contándole la típica película de terror que se encontraban los no neoyorquinos al llegar. No quería interrumpirla, así que pidió en voz bajita al camarero que ya la conocía las cosas más típicas y que solían gustar a todo el mundo, y un par de aguasfrescas, que no tenían alcohol. Cuando la chica pareció ponerse a llorar, fue justo cuando les trajeron la comida. — No, ¿cómo me voy a reír? Menuda mierda. Nueva York es despiadada, tía. Te lo digo yo. — Se rio un poco y cogió. — Incluso para los que somos de aquí. Venga, brindemos por habernos encontrado, es una aguafresca, lleva lima, hierbabuena y zumo de melón, tranquila. — Chocó el vaso con el de ella y señaló la comida. — Come anda, que solo Dios sabe qué has estado comiendo estos meses. — Ella empezó a echarse la comida en el plato. — Columbia siempre hace esa mierda. Te ofrece una beca y todo eso, te engatusan con el nombre y la ciudad, y luego te abandonan flagrantemente, llevándote a residencias como esas que describes. Por eso yo no fui. Y todo el mundo me decía que debería ser periodista como tú, pero yo lo que quiero es ser fotógrafa, ¿sabes? — Hizo un gesto con las manos alrededor. — Y esta ciudad es cara como el infierno, todo el mundo se acaba yendo al Bronx o a Yonkers, como para darle mi dinero a Columbia. — Ladeó la cabeza mientras masticaba. — Y encima te ven esa carita de buena gente y de que te gusta todo y lo raro es que no se hayan aprovechado de ti. — Se rio un poco y se limpio con la servilleta. — Pero yo no soy mala gente, solo soy una nihilista, como casi todos los neoyorquinos. —

Señaló el plato y dijo. — Es arroz con judías y la carne es cerdo asado... ¿No serás vegetariana o solo comerás comida orgánica o cualquiera de esas cosas que está de moda en California? — Dijo con una risa y entornando los ojos, mientras bebía el aguafresca. — Que yo puedo cocinar de todo, ¿eh? No te preocupes, que ya encima sabiendo la que te ha caído encima, no te dejo pirarte del piso. Las chicas tenemos que ayudarnos entre nosotras, que ya hay bastantes cabrones por ahí sueltos. — Quizá así podía ir dejando caer el tema de Dylan, ¿no? Porque quería creer que lo había conocido en medio de toda esa vorágine y no que le había mentido contándole toda aquella odisea. Además, él también iba a Columbia, igual la había conocido así, y con ese complejo de salvador quetenía, no le extrañaría nada.

Hizo una muequecita con la boca. Pues, al parecer y tal y como había supuesto, Mandy y su madre no se llevaban demasiado bien. Y ahí no acababa todo, ni siquiera le había dicho que había cortado con su novio. Ella, una auténtica desconocida, ya sabía más del presente de Mandy que su propia madre... Eso era triste. Encogió un hombro. Bueno, mujer, un fracaso, tampoco... Yo también he tenido relaciones fallidas. Si no erais compatibles, si no era el chico para ti... Mejor así. Peor sería continuar en una relación que no va a ninguna parte, ¿no? Trató de consolar, dulcemente, aunque de nuevo temió estar tomándose más confianzas de la cuenta.

Rio con su comentario antes de responder a su pregunta. Sí, volveré aunque sea unos días, lo estoy deseando. Pero como estoy becada y, lo dicho, la beca no da para mucho, y el viaje de Nueva York a mi cuidad es caro, seguramente vaya un par de días y me vuelva cuanto antes. Se encogió de hombros, con una muequecita. El año que viene las disfrutaré enteras de nuevo, supongo. Le daba mucha pena no poder pasar la Navidad completa en casa, ciertamente, pero quería pensar que en un futuro agradecería esa oportunidad... Aunque el universo se lo estaba poniendo difícil, la verdad. Y dentro de lo que cabía no podía quejarse, porque también le había puesto a Mandy en su camino, y hasta el momento había resultado ser algo así como un ángel de la Navidad.

Respiró hondo y tragó saliva para guardarse las lágrimas. Había tratado de sonreír y disimular, pero oír los comentarios de apoyo de Mandy, siendo tan tajante en que Nueva York era despiadada con los de fuera, había hecho peligrar su frágil emocionalidad en esos momentos tan complicados. Frunció los labios en una sonrisa agradecida y asintió, sin poder decir nada, porque tenía la garganta apretada en un nudo que podría hacerla romper a llorar de un momento a otro, y no quería. Pero lo del brindis le vino bien, y le soltó una risa que hizo que se le saltara una lágrima, la cual se limpió rápidamente. Nada de llorar, brindar era mucho mejor. Chin chin. Dijo con un poquito de quiebre en la voz, pero sonriente. La bebida estaba deliciosa y fresquita, y la comida olía deliciosa. Uf, ni te lo imaginas. No lo quieres saber. Dijo entre risas. No quería ponerse en modo trituradora, pero empezó a comer a más velocidad de la que solía hacer, porque de verdad que se moría de hambre.

Oh, Dios, está todo delicioso. Dime que no me he muerto en uno de esos coches y esto es el cielo. Dijo entre risas y con la boca un poco llena. Se la tapó, tragó y rectificó. Perdona, a una se le pone el humor un poco negro cuando vive ciertas cosas. Bromeó. Ella siempre había sido un poco cándida, sentía que se le había cambiado la personalidad en los últimos meses. Fue asintiendo y escuchando atentamente lo que le contaba mientras comía. Haces muy buenas fotos. Uno debe dedicarse a lo que le apasiona, sobre todo si, encima, se le da tan bien. Negó, rodando los ojos. La gente siempre va a la contra. Cuando estaba en el instituto, todos me decían que era una pena que fuera "solo" periodista. Exageró las comillas en el aire. Que con mis notas podría ser algo más... ¿Y si no quiero? Y además, ¿por qué tiene que ser una cosa "más" que otra? Mi vocación es el periodismo. A la vista está que estoy dispuesta a pasar por esto por sacarme la carrera. Lo último lo dijo entre risas, aunque sonó un poco amarga.

Rio un poco. Nihilista. Me gusta. Dijo con una sonrisa divertida. Eres buena persona. Dijo sin tapujos. Vaya, llenarse el estómago le aumentaba la sinceridad. El siguiente comentario de Mandy la hizo reír abiertamente, tapándose la boca. No, no, tranquila. Y aunque fuera vegana o vegetariana, creo que con el hambre que he pasado me hubiera comido una vaca a bocados si hubiera podido. Comentó, riendo de nuevo. Hizo un siseo con la boca. He de reconocer que no soy especialmente cocinillas, sobre todo hago muchos dulces, lo cual... Para sobrevivir, alimentarte te alimenta, pero no es muy sano. Volvió a reír al final de la frase. Pero aprenderé, siempre he querido desenvolverme un poco mejor en la cocina. Y como de todo, no hay problema con eso. Lo que dijo después casi la hace llorar de nuevo. Amplió la sonrisa, mirándola con los ojos humedecidos. Tienes toda la razón. Tomó aire. Mandy... No sé como agradecerte esto. De verdad. Es que aún no podía creerse que estuviera pasándole eso en serio. Si ese tipo te hizo daño, desde luego que es mejor dejarle correr. No te merecía.

Entornó los ojos y bebió de su agua fresca. — Pues sí que éramos compatibles. El es periodista, de esos que quieren cambiar el mundo y esas cosas. O eso decía. Lo que quería era cambiarme a mí por otra, por lo visto. — Dijo antes de seguir comiendo. A falta de amor, comida dominicana estaba bien. — Pero tienes razón, mejor sola que mal acompañada, siempre. — O de eso se convencería. Cuando pasara la Navidad y toda esa mierda. Y consiguiera un buen trabajo. Oh, por Dios, estaba bien jodida.

Sonrió y asintió un poquito. Sí, hacía bien en volver con su familia, pero por un momento se había hecho ilusiones de no pasar la Nochebuena sola, quizá simplemente haciendo alguna tontería… A ver, que acababa de conocer a esa chica, y había una alta posibilidad de que fuera la nueva novia de Dylan, pero… Bueno, había sido una tontería, ya está. Pero se rio con la expresión de la chica. — Joe tía, sí que estabas jodida. — De hecho, casi que aunque le hubiera robado a Dylan, le seguiría dando pena, y en verdad el capullo sería él. Sonrió y se encogió de hombros a lo de las fotos. — Y no has visto cuando hago cosas buenas de verdad. Ahora que vamos a ser compis, te voy a sacar a hacer fotos chulas de la navidad en Nueva York, así ves la cara un poquito más amable, y yo igual vendo algo a las tiendas de fotografía y a los que hacen calendarios de adviento y todo eso. — Sacó dinero para pagar y lo dejó en la barra, guiñándole un ojo al cocinero. — Oye, pues mira, postre no hemos pedido. — Dijo poniéndose el chaquetón. — Así que, si quieres, en el súper compramos cosas para que hagas dulcecitos y esas cosas, y entre eso y arreglar tu nuevo cuarto, echamos la tarde. — Se giró y alzó el dedo. — Y el vino, ¿te gusta el vino? Eres californiana, allí hacéis vino. — Dijo entre risas. Aquella chica te contagiaba el buen espíritu.

Llegó al portal de su casa y abrió una pequeña taquilla bajo las escaleras, sacando la vespa. — Esta es mi vespita. Le tengo más cariño que a algunas personas. — Dijo empujándola hasta la puerta. — Vas a tener que fiarte de esta conductora. — Pero justo entonces vibró otra vez su móvil y lo sacó. — Mi madre insiste. — “¿Vas a venir para Navidad? ¿Tienes regalo para tus hermanos o compro algo para ponerlo de tu parte en el árbo? Háblame, Amanda, no puedo hacerlo todo yo”. Suspiró. — Ya está enfadada porque, para variar, no encajo en su perfecto plan, de perfecta Navidad con familia perfecta. — Lo volvió a meter en su bolsillo. — Ya le contestaré, no es prudente mirar el móvil cuando una va a conducir. — Dejó que Orinthia se sentara y luego se sentó ella, arrancando. — Tú me dirás dónde, elfa californiana. Conozco esta ciudad como la palma de mi mano y estoy deseando estar ya de vuelta y calentitas en el salón. — Alargó la mano al compartimento de atrás y sacó un casco. — Coge el otro, que hay que ir seguras. —

Empezó a escucharla, pero la frase le cortó el masticar de golpe, haciéndola abrir los ojos y bajar la vista al plato. Pues menudo capullo, pensó, pero no dijo nada. No tenía tanta confianza con Mandy aún y la chica parecía bastante dolida, lo de su chico aún estaba reciente, no quería echar más leña al fuego. - Conozco varios de esos. - Dijo simplemente, con cierta timidez. Y con "de esos" no había especificado si se refería a de los que quieren cambiar el mundo con el periodismo, o de los que quieren cambiarte a ti por otra.

Siguió comiendo, porque realmente tenía tanta hambre que le daba hasta un poco de vergüenza pensar que estuviera comiendo como una trituradora delante de esa chica, mientras la miraba atentísima y la escuchaba hablar. Abrió mucho los ojos y, aún con la boca llena, aplaudió muy seguido y entusiasmado mientras masticaba para poder hablar. - ¡Ay, sí! Quiero ver todas esas fotos chulas que vas a hacer. Me encanta la fotografía, aunque no hacerla yo, quiero decir, ver fotos buenas. No tengo pericia para eso. - Dijo entre risas. - Si consigues enseñarme ese Nueva York idílico que sale en las pelis de Navidad y que yo aún no he tenido la suerte de conocer, quizás me sienta un poco menos miserable aquí. - Volvió a reír, aunque esta vez con un toque amargo, y tan pronto se dio cuenta de lo que dijo ladeó la cabeza y chistó. - Perdona. No soy el alma de la fiesta precisamente. Prometo que de normal no soy así. - Volvió a reír, con un fondo de pena. Estaba muy sola y deprimida. Esperaba que su suerte hubiera cambiado al toparse con esa chica.

Estaba terminándose el último bocado cuando vio a Mandy pagar y no le dio tiempo a detenerla. Tragó. - Gracias. Te debo una. Bueno... Te debo unas cuantas. - Comentó con otra risilla. Abrió mucho los ojos a su propuesta. - ¡Sí! - Celebró. Rio y ladeó la cabeza. - Oye, ¿no me habré traído a una elfa de la Navidad de verdad, no? - Se le habían humedecido un poco los ojos por la emoción a pesar de la broma. Sorbió, sin perder la sonrisa para poder disimular y mantener a flote el optimismo que la había definido siempre y que últimamente estaba tan ausente, y sacudió la cabeza para cambiar de tema. - Sé hacer baklavas, me enseñó mi abuela, en Grecia las comen muchísimo. Y también tartitas de nata y trufa. - Soltó una risita musical. - En California hacemos vino, sí... Y no me va a venir mal emborracharme, así que, apúntalo. - Le había salido un poco amargo eso también. Ay, qué espíritu más malo traía. Esperaba que pronto se le pasara.

- Oh, hola, vespita. - Saludó a la moto tiernamente, riendo con los comentarios de Mandy, aunque un mensaje en su móvil la interrumpió justo cuando iba a decirle que se fiaba de ella (como que se había convertido en su ángel de la guarda navideño, como para no fiarse). Hizo una mueca. Vaya, parecía que la relación de Mandy y su madre era un poco tensa, y tampoco tenía mucha confianza como para decirle nada, así que solo escuchó y calló. Rio y se abrazó a su cintura con fuerza al sentarse en la vespa. - ¡Pues anda que yo! Calentitas y con pastelitos, verás qué ricos. - Estar calentita en un sofá con un pastelito en la mano se le antojaba como un sueño hecho realidad, no se lo podía ni creer. - Al súper más cercano que tenga masa quebrada y nata vegetal. - Se encogió de hombros. - O masa de hojaldre y nata normal, no es como que vaya a ponerme exquisita ahora. Eso del sofá calentito suena demasiado tentador como para no querer ir YA. - Bromeó. Se colocó el casco y pusieron rumbo hacia el supermercado.

En poco más de media hora más tarde estaban entrando por la puerta de la casa. - No quisiera ser pesada, pero... Es que aún no me lo creo. - Tenía hasta ganas de llorar, pero es que Orinthia todo lo tapaba con una adorable risita. - Vale, con esto puedo hacer baklavas y minitartaletas. - Había comprado todos los ingredientes para unas baklavas de pistachos y nueces y para unas tartaletas de nata con jengibre, además de para chocolates espumosos y calentitos con los que acompañarlo todo. - Si... Puedo... - Preguntó prudente, pidiendo paso a la cocina, y sonrió. - Puedes hacerme compañía, si te apetece, mientras las hago. No te voy a poner a trabajar, tranquila. - Comentó entre risas. - Pero me gusta cocinar acompañada. Y así podemos seguir poniéndonos al día de nuestras vidas. - Porque, al fin y al cabo, no dejaban de ser dos desconocidas.

Se tuvo que reír con lo del alma de la fiesta negando con la cabeza. — Nooo, qué va, se te ve que estás muy de bajón. — Rio y sacudió un poco el polvo de la vespa. — Eres mucho más alegre y luminosa que yo, lo cual pega mucho con la Navidad, así que no me pidas disculpas. — Se puso el casco y ladeó la cabeza mientras se lo ataba. — Puedo… Enseñarte cosas chulis, sí. Al menos para quitarte esa imagen tan horrible. — Se montó en la vespa y rio. — ¡Bueno! Pues con la baklava ya me tienes ganada. En Nueva York no tenemos comida propia así que nos encanta comer la de los demás. — Arrancó la moto y rio. — Tranqui, tía, en una ciudad de ocho millones de personas, yo creo que podremos encontrar algún super que venda lo que quieres. — Y salieron en dirección al ahora ex apartamento de Orinthia, mientras ella no podía dejar de pensar en eso de “conozco a varios de esos” y las implicaciones que eso tenía para ella.

Entraron por la puerta y se apresuró a dejar las bolsa de Orinthia y la compra, porque subirlo al cuarto piso era duro. — ¡Madre mía! Ahora entiendo que esto te parezca un palacio. Te fuiste al sitio más chungo de todo Nueva York. — Se rio de su propia exageración y se rascó la frente. — No, bueno, los hay peores, pero vamos, lo más cercano al infierno que se me ocurre. — Cogió las bolsas de la chica de nuevo tras cerrar la puerta, echar todos los cerrojos y encender la calefacción. la miró con media sonrisa con lo de la cocina. — Sí, sí, claro, sírvete tú misma… Con lo que puedas. Hay bastantes cosas sucias y… Bueno la nevera está vacía así que siéntete libre de colocar toda la compra como mejor te parezca. — Carraspeó. — Oye… Tus cosas de momento las dejo en mi cuarto, ¿vale? Hasta que despejemos el otro. — Y entró a la habitación. Se mordió los labios por dentro y suspiró. Empezaba a sentirse muy mal por todo aquello. Como la chica fuera la novia de Dylan y se enterara de quién era ella iba a ser jodido, pero como no lo fuera… La pobre iba a flipar en mil colores. Tenía que averiguar la verdad cuanto antes y actuar en consecuencia. Piensa, Amanda, piensa.

Miró su cuarto y suspiró. — Vaya puto lío. — Masculló. Cogió una de las cestas de la ropa y se puso a llenarla con toda la ropa desperdigada por allí, las toallas y aprovechó y cambió las sábanas y salió, tratando de recomponerse. — ¡Claro! Encantada de hacerte compañía, así aprendo algo, pero antes… Voy a hacer una colada con todo esto, para que tengamos toallas limpias y empezar a poner un poco en pie mi caótica vida después de haber llorado a un gilipollas tiempo de más. — Terminó con una risita. — Ahora mismo subo, tú estás en tu casa, recuérdalo, así que haz uso de todo lo que te haga falta y mi pobre cocina pueda ofrecer. — Y salió por la puerta, bajando las escaleras a toda velocidad.

Una vez abajo, y con la lavadora ya funcionando, se metió en instagram rápidamente para volver a ver las fotos de Dylan. — Venga, no me jodas. — Farfulló cuando tecleó su nombre pero nada le parecía. ¿La había bloqueado? ¿Pero qué mierda era esa? — Joder… — Ahora no podría comprobar si Orinthia era esa chica… Chasqueó la lengua y subió de nuevo al apartamento. si tardaba demasiado, la chica se asustaría, y bastante mal lo había pasado ya. Entró de nuevo a la calidez de su piso y sonrió. — Qué bien huele… — Se fijó en la encimera y sonrió. — Oh… Qué limpio… — Dijo mirando la pequeña cocina. — Esto no había estado tan bien mínimo en un mes… Bueno es que tener a alguien más por aquí ayuda, claro. — Miró alrededor. — No has sacado el vino. Estoy hay que celebrarlo, mujer. — Se volvió un poco loca buscando las copas y las puso en la mesa, sirviendo el vino que habían traído. — Venga, brindemos. Por encontrar compañera de piso y por… Reformar un poco todo esto. — Entornó los ojos y suspiró. — Muchas cosas de aquí me traen malos recuerdos, haríamos bien en darle otro aire. ¿Te gustan los rastrillos? A mí me encantan, y cuando uno no tiene pasta, son lo mejor para renovar.  — ¿Qué ganaba rayándose ahora sobre si Ori era o no la novia de Dylan? Lo acabaría descubriendo, y en ese momento, simplemente le diría la verdad y… Esperaba no hacerle mucho daño con ello. Total, la verdad era que hacía mucho que no se sentía tan bien.

Asintió sonriente, porque aquello se le antojaba como el mejor plan del universo en esos momentos: ordenar la nevera. Llevaba meses con una mininevera vacía como mucho, había llegado a estar directamente sin nevera. A ver, ¡si había dormido en coches! Eso te daba, como mucho, para comprarte un McDonald's para llevar, como para tener nevera. Poder abrir una de verdad, grandecita, que según Mandy estaba vacía pero ya estaba como el doble de llena que las que ella hubiera tenido en los últimos días, e ir sacando las cosas que acababa de comprar y ponerlas ordenaditas... Qué placer, jamás pensó que valoraría tanto algo tan básico y rutinario, estaba por echarse a llorar. Otra vez. De verdad que estaba de un sensible tontísimo, menuda imagen tenía que estar dándole a la otra chica. Se secó rápidamente las lágrimas de emoción detrás de la puerta del frigorífico y antes de que la otra volviera y, con una sonrisa de oreja a oreja, empezó a despejar la cocina.

Vale, estaba un poco desordenada, pero insistía en pensar que llevaba tanto tiempo sin una cocina que hasta fregar, limpiar y ordenar le resultaban el mejor pasatiempo del mundo, por lo que eso mismo empezó a hacer. Además, mientras lo hacía podía ir precalentando el horno. Preparó la crema para las tartaletas y la dejó a un lado, abriendo la masa quebrada y empezando a untarla con miel. Lo tenía todo bastante más recogido y limpio que cuando entró cuando la chica apareció por la cocina. - He puesto las cosas aquí apiladas en un ladito para que no estorben, pero no me atrevía a guardártelas en el mueble que no era y generarte el caos. - Dijo con una risita. Claro, es que no sabía donde iba nada, y a ver si iba a volver loca a Mandy metiéndole las cosas de la cocina todas en muebles cambiados. Se encogió de un hombro con humildad cuando dijo que estaba todo muy limpio, pero la mención al vino la hizo reír. - Así se mantiene fresquito. - Bromeó con ella. En serio ¿estaba soñando?

La chica le echó vino y ella se limpió las manos y, con una sonrisa radiante y un leve trote, se acercó a la mesa para brindar también. - Sí, por el inicio de una nueva convivencia. - La miró con los ojos brillantes. - Y por... Haberme encontrado con una elfa de la Navidad de verdad. - Sonrió con movida, pero rápidamente hizo un gesto con la mano, sacudiendo la cabeza. - ¡No! Ya no te digo más lo de las gracias que me pongo a llorar otra vez. - Se riñó a sí misma, riendo levemente y dando un sorbo al vino. Uf, cómo se agradecía eso. - Qué rico. - Le salió del alma, y luego miró a Mandy. - También sé hacer ponche. - Miró el vino, pensó unos segundos y concluyó. - Para otro día. - Y dio otro sorbo, este un poco más corto. Vale, le había entrado bien el alcohol. Puede que lo necesitara un poquito.

Estaba tragando cuando dijo lo de los rastrillos. Abrió mucho los ojos y casi se atraganta por querer responder rápido, dando un saltito en su sitio. - ¡Sí! Me encantan. En California íbamos un montón. Buah, tengo una tía que es experta en rastrillos, todos los años monta uno en su jardín. Yo no sé de dónde saca tantas cosas para vender. - Comentó, con su genuino e inocente entusiasmo habitual. - Me encantaría ir a uno. - Dio otro sorbo al vino y le hizo un gestito para que se acercara a la cocina. - ¡Ven! Voy a enseñarte lo que llevo por ahora. - Rodeó la barra y se puso junto a la encimera, presentando lo poco que había avanzado de preparación como si fuera una azafata de congresos. - Esa nata es para el relleno de las tartaletas. Ahora se mezcla con la mermelada de frambuesa y se ponen los arándanos y las moritas por encima y están. - Se dio un besito de chef en las yemas de los dedos, cómicamente, y luego agarró el bowl de nata. - Lo que voy a hacer es dejarla en el frigo mientras hago la baklava. Hay que montarla lo último, si no, la tartaleta se queda como, ya sabes, un poco churri. Las monto mientras se enfrían las baklavas, y así, ¡dos por uno! - Soltó una risita. Cerró el frigorífico y se puso ante la masa quebrada. - Y aquí estoy untando la miel. Tengo que picar los frutos secos, se le echa por encima y se van poniendo laminitas de masa, una encima de la otra, y luego se hornea. Mientras esté en el horno, voy preparando las frutitas de la tartaleta y mezclando la nata con la mermelada. - Echó los frutos secos en una batidora y, mirándola graciosa, dijo. - ¡Cuidado, que voy a hacer ruido! - Rio un poquito y empezó a triturar. Una vez acabó, dijo. - Vale, pues ya se pueden ir haciendo las capas. - Ori tenía la costumbre de ir relatando cada paso que hacía en la cocina mientras cocinaba. - Supongo que lo que has olido al entrar es la nata. O el horno, que al calentarse siempre huele un poquito. - Se puso a preparar las capas de baklava y, mientras lo hacía, preguntó. - ¿Y qué es lo que quieres comprar en el rastrillo? -

Después de un mes sola en el piso, con apenas la televisión y YouTube, tener en directo a un tutorial de cómo hacer una casa triste y solitaria en una hogareña con olor a pasteles, estaba muy bien. Ori era una máquina de hablar y, por primera vez desde que la había conocido, se planteó seriamente haberse equivocado de chica, porque Dylan siempre le estaba diciendo. Se rio con lo del ponche. — Yo creo por hoy, va a estar bien simplemente con el vino y todos esos dulces, que mañana hay que volver a ser elfas. — Y después de dar otro traguito al vino, se fue a colocar lo que Orinthia le había ido dejando por la encimera. — La verdad es que era… — Casi dice Dylan. — Mi ex el que ordenaba, era super maniático de eso, yo soy un poco más… — Hizo un gesto con las manos. — Artística. En Navidad solía llenar esto de decoraciones diferentes y él se ponía de los nervios y me llamaba acumuladora desastrosa. — Se encogió de hombros y pegó un trago más largo al vino. — Pero la que está aquí ahora eres tú, así que supongo que puedo aprovechar y sacarlas sin remordimientos. — Y tuvo que reírse con las advertencias de la chica respecto a la batidora. Ella sí que era como una elfa de buen humor permanente.

Mandy atendió a todo el proceso de las tartaletas y tuvo que admitir que ya estaba salivando solo de olerlas y la pinta que tenían. Y cuando por fin estuvieron listas, sacó uno de sus platos bonitos (aunque desparejados) que tenía y las fue colocando. — ¡Uy que me quemo! Ya me había desacostumbrado a hacer estas cosas. — Dijo con una risa sincera. Ah sí, el vino, la charla y el ambiente la habían puesto graciosilla, con lo malhumorada que andaba ella siempre. — Vámonos con todo esto al sofá y te cuento. ¡Coge el vino! —

Mientras se sentaban y se tapaban con una mantita, se tuvo que reír, porque Ori debía tener una familia de conejos, por todos los miembros que nombraba. — Debe molar tener una familia grande. Yo solo conozco a mis abuelos maternos, pero les veo muy poco, y mi madre no se habla con su hermana y el resto de la familia, la verdad es que no sé ni por qué. Yo crecí aquí en este barrio, y la gente del bloque era lo más parecido a mi familia. — Se arrebujó en la manta y se llevó una de las tartaletas a la boca. — ¡Madre mía, tía! Alucino. — Masticó con deleite. — Esto está increíble, te lo digo de verdad. — Terminó de comérsela y atacó la baklava. — Impresionante todo, más vino para regar esta maravilla. — De verdad que había estado comiendo muy mal y se daba cuenta ahora.

Con otra tartaleta y la copa recién rellena, se asentó y miró a la chica, con los ojos más brillantes y las mejillas más sonrosadas. — Pues mira, pretendo vender unas cuantas cosas que me traen malos recuerdos de por aquí, y pretendo, con la pasta que saquemos, comprarte una cama y cosas monas para tu cuarto, que dejará de ser el cuarto de revelado. Pero no pasa nada, cuando tenga que revelar, me iré al baño, y tu habitación pasará de ser un cuarto oscuro y desordenado a uno así cuqui como tú. — Dijo terminando con una risita. — Yyyyy… Cuando ya tengas cama y cuarto, que es lo primordial, te llevaré a esos sitios de Nueva York de las pelis para que disfrutes un poco de la Navidad y yo deje de parecer el Grinch. —

Soltó una risita, mientras pasaba los frutos secos a un bowl, y dijo. - Me gusta la gente artística. - Ella era más bien ordenadita, pero tampoco especialmente maniática, si había algo desordenado tampoco se iba a irritar muchísimo. Además, Mandy lo había dicho: no era desordenada, era artística. Y Ori estaba demasiado feliz con su suerte como para que aquello no le sonara a música para sus oídos.  Alzó los brazos. - ¡Claro! Faltaría más, es tu casa, pon lo que quieras. Y a mí todo el espíritu navideño me viene bien, sea como sea. ¡Soy una elfa! - Se permitió bromear, riendo un poquito.

Dio un brinquito ante la exclamación de Mandy, pero después rio. - Es lo que tienen las cosas al horno: queman. - Bromeó, y durante unos instantes simplemente miró a su alrededor y suspiró para sí misma. Un milagro de la Navidad, eso es lo que era todo aquello. El karma se lo debía, no se lo podía creer, de verdad que tenía miedo de despertarse en un coche alquilado en mitad de la noche y descubrir que todo aquello había sido un sueño. En mitad de su divagación, Mandy propuso ir al salón, así que ella se sacudió las manos con varias palmadas alegres y, dando un botecito, dijo. - ¡Claro! - Y la siguió, copa en una mano y plato de pastelitos en otra.

Cuando se quiso dar cuenta, estaba charlando sobre su familia sin parar. Dio un sorbo más al vino y, reteniendo una risa y el trago en la boca, con un poco de apuro, dijo. - ¡No paro de hablar! - Rio. - Perdona, perdona. Echo mucho de menos a mi familia, sobre todo en estas fechas. - Apuntó, aunque no sonó triste, porque estaba más a gusto de lo que había estado en meses. Se llevó un pastelito a la boca mientras escuchaba su historia con atención, con los ojos muy abiertos. - Jo. - Dijo, y luego se dio cuenta de que tenía la boca llena, así que masticó antes de seguir. - Bueno, lo importante es que te sintieras en familia. - Pero le parecía una pena, aunque quién era ella para juzgar.

Lo que sí la puso muy feliz fue su reacción a las tartaletas. Se irguió contenta. - ¡Gracias! ¿Te gustan? - Lo cierto era que estaban muy ricas, era una buena receta. Lo del vino la hizo reír como una quinceañera. - Me vas a tener que llevar en brazos a la cama a este paso. - Rio otra vez. Un momento, ¿se estaba emborrachando en casa de una desconocida a la primera? Definitivamente, Nueva York la había vuelto una negligente... Si es que emborracharse con una desconocida podía considerarse más negligente que irte a vivir con ella. Siguió escuchándola, pero lo siguiente la sorprendió tanto que se llevó ambas manos al pecho (casi se tira la copa encima) y abrió mucho los ojos. - ¿Comprarme cositas? ¿A mí? - Empezó a negar. - No no no, ¡pero es tu dinero! Ay, qué apuro, encima que me dejas vivir aquí... - Aunque cuando dijo que era cuqui le dio la risa otra vez, poniéndose un poco más colorada de lo que por sí la tenía el vino. Lo siguiente ya sí que la hizo dar un saltito en el sofá y empezar a aplaudir. - ¡Sí, sí! Quiero ir a todos esos sitios, sitios cuquis de Navidad. ¿Cuándo vamos? ¿Hoy? No, hoy no, estamos cansadas. Y tenemos tartaletas. ¿Mañana? Ay, perdón, es que me entusiasmo, cuando tú me digas. - Hizo un pucherito. - Jo, muchas gracias. ¡No! He dicho que no iba a decirlo más. Pero es que necesitaba mucho espíritu de la Navidad, estaban siendo horribles. -

Mandy se chupó los dedos y se rio. — Oír hablar a otra persona es un buen cambio respecto a lo que ha sido esta casa el último mes. Y sí, me encantan, solo por esto estas aceptada en este piso hasta nueva orden. — Vaya, vaya… El vino le estaba soltando la lengua. A ver qué iba a soltar, más ojito.

— Bueno, técnicamente sería dinero de Dylan, la verdad, porque lo que voy a vender son cosas que o compramos juntos o él insistió en comprar y nunca creía que necesitáramos, así que mira… Veámoslo como una inversión de un dinero que no esperaba, para una compañera que no esperaba… Y una Navidad que ya había renunciado a celebrar. — Se encogió de hombros, y sonrió a Ori a través la borrosidad que a sus ojos le estaba confiriendo el vino. — Da gusto proponerte cosas, chica. — Rio y se sintió… Extremadamente bien. Mejor que, ya no solo desde que lo había con Dylan, sino desde meses antes… Poder hacer planes sin una bronca de por medio… Volvió a reír cuando propuso de ir ahora. — No querrías subirte en la vespa conmigo en este estado. El vino y el azúcar me están haciendo una combinación curiosa en el cerebro, amiga. Pero me alegro que tengas tantas ganas. —

Se arrellanó un poco más en el sofá y se dijo a sí misma “la última tartaleta y el último relleno de copa”, mientras lo hacía y ponía el platito entre las dos. — Mira, te cuento mi plan: mañana vamos a currar, que estamos de mañana, y, en cuanto salgamos, nos vamos a comer los mejores tacos de Nueva York, que los venden en un parking, pero son ideales, venimos aqui a por las cosas para vender y le tiramos al mercadillo del Bronx, y echamos toda la tarde en eso. Pasado mañana libramos, así que echamos el día en poner bonito tu cuarto y la casa y cuando eso esté gestionado, vamos a navidear por Nueva York el resto de días cada ratito que tengamos libre hasta que te vayas a ver a tu familia. — Porque lo que era Mandy, no tenía ningún plan de Navidad. No de momento al menos.

Chocó su copa con Ori. — Venga, el último traguito y nos vamos a la cama, que ha sido un día de locura, y tenemos muchos planes, hay que empezar por ir bien descansadas. — Y se bebió de un trago lo que le quedaba. No se reconocía, vaya. Haciendo planes, con ganas de hacer cosas y de meterse en la cama. La cosa es que estaba casi segura de que por primera vez en bastante tiempo no iba a preguntarse por el sentido de la vida, solo iba a caer rendida y con ganas de que llegara el día siguiente.

Volvió a reiterar lo mucho que le estaba gustando con un sonidito exagerado de gusto y los ojos cerrados. - Por favor, esto está buenísimo. - Se relamió el liquidillo que el taco soltaba y estaba bajándole por la mano. Estaba para verla: sentada en mitad de un parking y aún con el maquillaje de elfa puesto, chupándose los dedos y haciendo equilibrios para no mancharse entera, aunque por fortuna y gracias a tener ahora una casa en la que dormir y a una persona que le echara una mano, ya cambiada a ropa normal y con el disfraz a buen recaudo. - Me comería cien. - Insistió.

Dio otro bocado al taco, reiteró con sonidos lo mucho que le gustaba y, aún a medio masticar, dijo. - ¿Sabes? Esto tiene cero garantías sanitarias. - Se echó a reír, tapándose la boca para no tirarlo todo, y cuando pudo tragar, se llevó una mano al pecho y añadió. - Pero tiene todas las garantías de mi corazón. - Rio otro poquito. - En serio, ha sido una gran idea, está buenísimo. Sigo pensando que estoy soñando, o que esto es un milagro de Navidad, de esos que se ven en las pelis malas de por la tarde. Reconozco que por un momento, cuando me he visto aquí en el parking, he pensado: ya está, se ha cansado de mí, me va a abandonar donde me recogió. - Se echó a reír ella sola. Como si Mandy se la hubiera encontrado en un parking... Aunque bien podría, no en balde lo había tenido de residencia improvisada varios días.

Dio un sorbo al refresco y se terminó el taco, lamiéndose los dedos. - Me comería otro solo por pura gula, porque ya no puedo más. Estoy llenísima. Pero están tan buenos... Tenemos que venir más veces. - Soltó una cantarina carcajada. - No es un sitio muy romántico para una primera cita, ¡bueno, segunda en nuestro caso! Pero si se va a comer así de bien, yo... - Hizo una floritura con las manos en señal de negación. - ¡Ningún remilgo! Estómago feliz, Ori feliz. Yo no miro alrededor... a ese señor que parece estar... orinando en un parterre... ¡Y ya está! - Rio otro poco. Se limpió bien las manos con la servilleta y, moviendo las piernas en el banco como una niña pequeña, preguntó con ilusión. - Bueno, ¿qué? ¿Por dónde empieza la ruta de reacondicionamiento de hogar en plenas Navidades? -

Se rio mirando a Ori disfrutar tanto con los tacos y le tendió una servilleta para que se limpiara el juguillo, menos mal que habían cogido muchas. — Da gusto verte comer. — Le daban ganas a ella, lo que no había tenido en todo aquel tiempo. Se encogió de hombros y entornó los ojos. — Nueva York tiene cero garantías sanitarias, y aquí estamos todos. Y no respondo por lo que vayamos a encontrar en el mercadillo, que esto es el Bronx. — Señaló la furgoneta. — Pero llevamos la furgoneta hasta la bandera, de ahí sacamos buen dinero sin duda. — Le había pedido la furgoneta a Vanessa, su vecina puertorriqueña, porque la chica ya no trabaja en repartos, pero no tenía coche, pero le daba pereza mover la furgoneta, así que muchas veces la tenía por ahí muerta de risa. La cosa es que Mandy era un espectáculo conduciéndola, pero Ori todavía no se había quejado. Y estaban un poco cansadas después de trabajar toda la mañana, pero eh, le hacía MUCHA ilusión montarle la habitación a Ori y… No hacerla dormir más con ella, que no quería incomodarla.

Se limpió las manos y los labios y dio un traguito a su clipper, para echar para abajo todo aquello. — Si esto fuera una peli, Ori, esto lo estaría haciendo contigo un cachas, un buen cachas, que no sería un fotógrafo frustrado, si no un agente de negocios forrado que descubre que el dinero no es nada comparado con una encantadora elfa de la costa oeste. — Dijo señalándola de arriba abajo con una sonrisa. Se levantó y se dirigió a la furgoneta. — Venga, que va a empezar la hora punta del mercadillo, hay que buscar un buen lugar para poner lo nuestro, y venderlo lo más rápido posible para que no se lleven lo mejor del mercadillo. Así que ya estás sacando todo ese encanto californiano tuyo. —

Se montaron y Mandy empezó a conducir hacia el mercadillo, tratando que no se le notara que solía conducir la moto y no una furgoneta de ese tamaño cargada, y que el tráfico de Nueva York era… Otra cosa. Pero llegaron sanas y salvas al mercadillo, y se bajaron de un salto. — ¡Vale! Este sitio es MUY guay. Aquí, como ves, hay gente profesional, con toldo y de todo, pero nosotras solo tenemos… El hueco en la acera, pero Vanessa tiene mantas aquí detrás, y he traído papel de burbujas para envolver sobre todo las mierdas tecnológicas de Dylan, pero por ahí tenemos mesas, ese puf HORRIBLE pero que seguro que hay horteras de Nueva York… Ah y la maldita nevera de cervezas artesanales. — Miró a la chica con una ceja alzada. No es que dudara pero… — Qué haría yo con este tío, me pregunto a veces. No merecía la pena, créeme.— Empezó a sacar cosas y señaló el entorno. — A ver, ¿cómo ponemos esto para que esté mono? Confío en la habilidad que demostraste al convertir mi cocina en un lugar transitable. —