Diciembre ha llegado. La Navidad está en las puertas, que bella época. Lo sería si nuestra vida no fuese un auténtico desastre en este momento.

Orinthia es una joven estudiante de tercero de periodismo que se ha trasladado este curso a Nueva York con una beca. Por desgracia, la ciudad que nunca duerme se está tomando su lema en serio y le está costando horrores encontrar donde pernoctar. Lleva casi dos meses en la ciudad y ya ha pasado por todo tipo de moteles, residencias y pisos cutres, llegando incluso a dormir en la estación de tren o en un coche de alquiler. Ha llorado más que en toda su vida, y teme que todo su año académico lo pase así, si es que sobrevive. Nueva York no es tan segura como su Glendale natal, y es mucho más fría. Las agradables temperaturas de California han dado paso a montañas de nieve. Está planteándose rechazar su beca cuando, con un golpe de suerte, ha encontrado un trabajo un poco... Peculiar. Los grandes almacenes van a hacer una recepción para que los niños visiten a Papá Noel y necesitan elfos. Podría pasar unos cuantos días con ropa ridícula si con ello consigue el dinero suficiente para buscarse un alojamiento digno.

Por su lado, Amanda es una fotógrafa que no pasa tampoco por su mejor momento. Acaba de enterarse de que su novio, con quien vivía, le ha puesto los cuernos. ¡Maldito cretino! Lo ha echado de casa, como no podía ser de otra forma: mejor sola que mal acompañada... Eso sí, con su sueldo, por muy cómoda que esté sola, no podrá permitirse el alquiler. El tiempo juega en su contra para encontrar un reemplazo (aunque ahora tenga más interés en encontrar a la amante de su ex), y el sueldo de fotógrafa de eventos no da para mucho. El centro comercial la ha contratado para hacerle fotitos a los críos que se sientan en las rodillas de Papá Noel... Habrá que aceptarlo. Es dinero al fin y al cabo.

Lo que está claro es que hoy, 10 de diciembre de 2019, los destinos de estas chicas se van a cruzar gracias a la Navidad... ¡Que pase lo que tenga que pasar!

Rio con fuertes carcajadas con su analogía de la película y, cuando pudo hablar, detuvo con un gesto de la mano. - ¡Mira! Ni lo menciones. He pasado por tanto ambiente peligroso y timo últimamente, que definitivamente me quedo con la fotógrafa ¿frustrada? Disculpa. - Se puso muy bien puesta, estirándose cómicamente en su sitio. - ¿Qué vas a fotografiar mejor que a una decadente pero muy dispuesta elfa navideña? ¿Un paisaje? ¿Un cuenco de frutas? - Rio de nuevo, mientras terminaba de limpiarse (mucha tarea tenía, vaya la que había liado con el taco). - Efectivamente, sería una peli mala muy típica de la Navidad. Tanto como inverosímil. - Comentó entre risas.

Se levantó de un saltito y aplaudiendo. - ¡Uh! Ya nos estoy viendo como grandes vendedoras. - Se puso las manos bajo la barbilla y parpadeó muy seguido. - ¿Me favorece el maquillaje navideño? ¿Crees que atraerá a los clientes? - Bajó las manos. - ¿O que los espantará, junto con mi olor a taco de salubridad no garantizada? - Rio musicalmente y la siguió. - Me vas a tener que enseñar cómo se hace esto. No he visto nada ni siquiera parecido y me voy a estrenar ni más ni menos que vendiendo yo. -

La furgoneta tenía... su encanto. La sonrisa se le puso un poco tensa pero no la borró, y miraba de tanto en cuando a Mandy para hacerle saber que estaba bien y contenta. Pero esos traqueteos, esos frenazos poco delicados, por decirlo así, y los botes en asientos chirriantes... El taco le iba y le venía de las cejas a las rodillas con tanto movimiento. Y, con todo y con eso, se seguía sintiendo en un sueño: con una amiga, la barriga llena, de camino a comprar cositas para su nuevo dormitorio, habiendo trabajado (y cobrado, poco, pero cobrado) esa mañana... ¿Qué más podía pedir? Bueno, por pedir, que la furgoneta no se abriera como una nuez en mitad de la carretera y se quedaran como quien dice con dos sillones sobre unas ruedas como los Picapiedra. Pero quería pensar que eso era una exageración.

Observó todo su alrededor con una gran sonrisa y atendiendo a lo que Mandy explicaba. - ¡De sobra! - Dijo con entusiasmo. Se encogió de hombros. - El corazón es incomprensible a veces. - Hizo un gesto de quitar importancia con la mano. - Pero lo importante es que te has deshecho de él, y encima te lo ha puesto en bandeja para irse él solito, eso que te ahorras de quedar encima de mala. Y ahora le vas a pegar una patada a sus cosas y, encima, te van a pagar por ello. ¿Qué más queremos? - Estaba recuperando su yo positivista y alegre, tan perdido en los últimos días, aunque aún le daban ganas irrefrenables de llorar de vez en cuando. Mandy la estaba ayudando tanto...

- Pueeees... - Se puso delante de su puesto, pensó unos segundos y empezó a colocar las cosas, murmurando en voz alta, cambiando algunas de sitio. - Aquí... ¿Aquí? No, mejor... Sí, aquí mejor. Y esto... ¡No! Mejor aquí esto. ¡Eso! Y esto, aquí... - Iba diciendo. Se giró a Mandy. - Unas florecillas de adorno no tendremos ¿no? - Hizo de nuevo el gesto con la mano. - ¡No importa! Mira, yo creo que ha quedado hasta pintoresco. ¡Anda! Un bodegón, seguro que de aquí te saldría una foto chula. Y si me pongo así... - Se colocó detrás de todo e hizo una posturita con la cadera. - Bodegón de aparatejos más elfa, especial Navidad. Sería un buen título. - Rio, pero empezaba a haber gente, así que se removió en su sitio. - ¡Oh! Mira, posibles clientes. ¿Decimos algo? ¿Esperamos a que vengan? ¿Qué queda mejor? No quiero ser, ya sabes, como muy BOOM y agobiar a la gente, pero a ver si vamos a pecar de desinteresad-¡HOLA! - Saludó abruptamente, porque un matrimonio se había parado a mirar. Sacó su mejor sonrisa, pero miró a Mandy de reojo. ¿Seguía? ¿Hablaba? ¿Qué?

Nadie ganaba en entusiasmo a Ori, desde luego. Daba igual si era por sus fotografías, por los tacos o por los planes, la actitud de su compañera era imbatible. Pero lo que dijo de la ruptura casi le hace pegar un volantazo. Menos mal que aquel cacharro iba tan mal que pareció cosa de la furgoneta. No tenía a Ori por una persona en absoluto sádica, no iba a decirle eso si era la nueva novia o lo que fuera de Dylan, pero otra vez surgía esa duda en ella. ¿Y si la pobre simplemente no sabía NADA del asunto? Lo había pasado tan mal, Dylan podía ser encantador, haberla liado, no haberle contado nada… Bueno, necesitaba abordar el tema en algún momento, porque si a Ori la estaban engañando, entonces ya eran dos motivos para odiar a Dylan y tenía que enterarse.

Como su entusiasmo era contagioso, empezó a reírse mientras seguía sus hilos de organización. Sacó la foto y le hizo una con aquella postura que había puesto. — No soy muy fan de fotografiar personas, pero la verdad es que así se hace muy divertido. — Se acercó y le enseñó la foto en la pantalla. — ¿Sabes que me gusta eso del bodegón? Hay un montón de galerías que les encanta lo de reinventar estilos tradicionales, igual la puedo vender, si me das tu permiso. Sigue dándole a esa cabecita californiana y a lo mejor hasta sacamos fotos dignas de galería. — Y dicho eso, se colocó para vender, que se hacía de noche pronto y aquello se moría rápidamente.

Desde luego que en arrojo tampoco la ganaba nadie, pero luego se quedaba más cortadilla. Mandy no era muy de trato con las personas, pero lo que si era es resolutiva, así que se lanzó a su lado. — ¡Buenas tardes! ¿Están buscando cositas para la casa? Tenemos un poco de todo. — Y señaló. — Miren, lámparas de estas que son de colores y burbujas. Una pecera ¿les gustan los peces? — Había que ver la cantidad de tonterías que le había metido Dylan en casa. Entre aquella pareja y unos que se acercaron justo después, la cajita de metal que había traído ya no parecía un desierto. — ¡Doscientos cincuenta, Ori! Con esto da para más que una cama, se han llevado lo gordo. Vamos a coger las cosas y a movernos por ahí, contribución directa. Dale inventiva y a ver si colocamos esto y nos da tiempo de buscar una cama y algo más que quieras para tu cuarto. —

Y allá que iba ella, con las chorradas de Dylan, grupo por grupo, inventándose lo primero que le venía a la cabeza, y teniendo que contenerse la risa al mirarse con Ori porque ni sabían lo que estaban vendiendo. — Mira, tengo… Estas… Velas, patchouli claramente… Muy varoniles. ¿Tienes un piso de soltero por casualidad? Pues esto vuelve locas a las chicas. Y si los combinas con estos vasos taaaan de hombre ¿verdad, Ori, que son muy de hombre? Ya sí que triunfas seguro. — Aquello estaba siendo mucho más divertido de lo que esperaba, de verdad que sí.

Mandy se animó a vender algunas cosas y se lo contagió a ella, que ciertamente tampoco necesitaba mucho para contagiarse, así que ya estaba no solo vendiendo sino haciendo lo más parecido a amigos nuevos que se podía hacer en un sitio así. - Le da un toque super vintage a cualquier estancia, ya lo verás. ¡Todos llevamos un rockero dentro! - Le dijo entusiasmada a ese señor tan mayor al que le habían brillado los ojillos con la reproducción de plástico y a escala pequeñita de la guitarra de Jimmy Hendrix que tenían por ahí. Aplaudió a las palabras de Mandy. - ¡Qué fuerte! No es que dudara, pero verlo en directo siempre es más genial. - La verdad es que ella era muy tendente al optimismo, pero se lo habían tirado un poco por los suelos en los últimos meses. Esos días estaban haciendo que lo recuperara, que volviera a ser ella poquito a poquito.

Bien entusiasmada, recogió y fue a hacer "contribución directa", como sugería Mandy. Sí que vendieron más cosas, estaban pletóricas. Iba siguiéndole totalmente el rollo a su compañera. Abrió mucho los ojos, asintiendo. - Suuuuuper de hombre, sí sí. - Ea, convencido. Dos vasos menos. Estaba saltando de alegría por dentro. - ¡Miren, miren! Una camiseta de los... los... - Se inclinó a la chica y susurró. - Mandy, ¿quiénes son estos? - ¿New York dolphins? - Preguntó un chaval con voz escéptica. - Yo diría que es un equipo de fútbol de instituto... - Puede... O bieeen... - Venga, Ori, échale literatura. - La nueva promesa del fútbol americano. -El chaval la miraba con aburrimiento. - O una reliquia. Igual con el paso del tiempo se revaloriza por tener pocos ejemplares. - El chico hizo un gesto con la mano. - Creo que paso. - Y se fue. Ori miró a Mandy con un suspiro. - Me da que esto se queda para trapos. - Analizó la camiseta. - Aunque el delfincito es mono. - Soltó una risita y echó a un lado la camiseta.

Lo que le quedaban ya iba a ser difícil de vender, llevaban un buen rato con ello y no le daban salida, pero ciertamente no era mucho. - Siempre lo podemos poner por alguna web de internet. - Hizo una mueca con la cara. - Espero que no nos escriba ningún tipo raro... - Dio un saltito. - ¡Bueno! ¿Por dónde empezamos a comprar? Vale, hay que ser prácticas, porque tenemos dinero pero no tanto, así que OOOOOOOOH MIRA EEEEEEEESO. - Corrió hacia un puesto, agarró el cojín y lo mostró. - ¡Son gatitos! Mira qué caritas. - Igual demasiado espontánea, a la vendedora ya se le estaba poniendo la sonrisa en la cara. Lo soltó prudentemente. - Monísimo. Lo tenemos en cuenta. - Soltó una risita y se fue a Mandy de nuevo. - Prácticas, prácticas... Ya me centro. -