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Ivanka
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This is a wizard tale
1x1 ৹ Inspired ৹ Libros ৹ Spin off El pájaro en el espino (HP Universe)
Ya sabemos cómo acaba esta historia. Quizá no tiene un final exactamente feliz, o quizá simplemente fue el final de su propio cuento. Un cuento que no es de hadas, si no de magos y brujas, de hechizos y del encantamiento más potente de todos: el amor.
Año 1983, William Gallia, es un joven creador de hechizos de veintiocho años. Estudiante de la casa Ravenclaw, conocido por su creatividad y su inacabable ingenio, por perjudicial que fuera a veces para sí mismo. Apreciado por sus jefes, ha sido enviado a América para trabajar en un proyecto secreto con el Ministerio de Magia estadounidense. Él encantado, huyendo de la presión de una familia que considera que ya debería ir haciendo aunque sea un matrimonio de conveniencia, preferiblemente con una maga rica.
Por su parte, la joven Jane Van Der Luyden, hija de una rica e influyente familia de sangre pura de Maine, ha conseguido que su familia la deje trabajar en el Ministerio de Magia como secretaria de un amigo influyente de su padre, encargado de un proyecto secreto de defensa mediante hechizos. Su condición para permitirle esa pequeña libertad es que viva con una tía solterona de Long Island y que en menos de dos años haya encontrado marido, aunque ella espera ascender a un puesto más importante y demostrarles a sus padres que vale para algo más que para estar casado.
Dos personas que no esperaban encontrar a nadie, casadas con sus trabajos y huyendo de la presión de familias demasiado tradicionales en un mundo que no les entiende. Dos personas que no podían hacer otra cosa que encontrarse.
Año 1983, William Gallia, es un joven creador de hechizos de veintiocho años. Estudiante de la casa Ravenclaw, conocido por su creatividad y su inacabable ingenio, por perjudicial que fuera a veces para sí mismo. Apreciado por sus jefes, ha sido enviado a América para trabajar en un proyecto secreto con el Ministerio de Magia estadounidense. Él encantado, huyendo de la presión de una familia que considera que ya debería ir haciendo aunque sea un matrimonio de conveniencia, preferiblemente con una maga rica.
Por su parte, la joven Jane Van Der Luyden, hija de una rica e influyente familia de sangre pura de Maine, ha conseguido que su familia la deje trabajar en el Ministerio de Magia como secretaria de un amigo influyente de su padre, encargado de un proyecto secreto de defensa mediante hechizos. Su condición para permitirle esa pequeña libertad es que viva con una tía solterona de Long Island y que en menos de dos años haya encontrado marido, aunque ella espera ascender a un puesto más importante y demostrarles a sus padres que vale para algo más que para estar casado.
Dos personas que no esperaban encontrar a nadie, casadas con sus trabajos y huyendo de la presión de familias demasiado tradicionales en un mundo que no les entiende. Dos personas que no podían hacer otra cosa que encontrarse.
ÍNDICE DE CAPÍTULOS
Capítulo 1: A flower in the desert
Capítulo 2: A Picture for the eternity
Capítulo 3: The nearest place to heaven
Capítulo 4: Hidding was never my kind of thing
Capítulo 1: A flower in the desert
Capítulo 2: A Picture for the eternity
Capítulo 3: The nearest place to heaven
Capítulo 4: Hidding was never my kind of thing
William Gallia 28 años ৹ Paul Bettany ৹ Freyja El chico de oro de Ravenclaw, amable, divertido, con una curiosidad y mundo interior sin límites, todos pensaban que estaría casado con cualquier jovencita de sangre pura. Pero no, William se dedicó a ir a las bodas de sus amigos, a ser el amigo soltero al que invitan para que alegre la fiesta, y sobretodo, a su trabajo. Le apasiona crear hechizos, por eso su jefe le seleccionó para el programa de defensa con hechizos del Ministerio de Magia Americano, lo cual le da la oportunidad de salir del entorno que siempre a conocido y lo que más le gusta: descubrir cosas nuevas y ponerse retos. |
Jane Van Der Luyden 19 años ৹ Katie McGrath ৹ Ivanka Siempre discreta y callada, Jane pasaba desparecibida en su familia. Se dedicaba a hacer el bien, a escribir a vivir una vida solitaria pero feliz, aislada de los demás. Cuando se acercó la edad de dejar Ilvermony, sus padres empezaron a presionarla con que encontrara marido de entre sus varios pretendientes, siempre pasando por su aprobación. Pero Jane quería seguir viviendo al margen de esa sociedad que nunca le ha gustado. Por eso pidió a su padre que la dejara trabajar como secretaria en el Ministerio de Magia y adora trabjar, adora tener que estar dos horas en el tren desde casa de su tía en Long Island hasta el centro de Nueva York y adora enterarse de todo por estar en contacto con los papeles del amigo de su padre. Sabe que no puede pasar mucho más tiempo antes de que su madre se canse de que trabaje y la haga volver a Maine, así que quiere ascender en el ministerio pronto |
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A flower in the desert Capítulo I Día 23 de febrero de 1983 a las 10:00 horas en MACUSA |
Había dejado de comer en el acto para detenerse a mirarla. Y no porque hubiera dicho "siempre he querido a alguien como tú", que también, aunque eso al fin y al cabo lo recondujo en apenas segundos. Sino porque... Por un momento estuvo a punto, pero a punto, de decir "yo también". Las lanzadas de William, esas cosas que hacía sin pensar. Pero es que Jane... Estaba siendo una sorpresa muy agradable, demasiado agradable.
Pero esbozó una sonrisa sincera, sin dejar de mirar a la mujer, y un poco más amplia cuando terminó. Que lo de que la gente me prefiere en comedidas dosis no es broma, a ver si te vas a hartar de mí el primer día, que nos quedan meses juntos. Bromeó, pero no podía evitar pensar que ojalá que no. Por una vez, de verdad tenía mucho interés en que alguien no se hartara de él. Normalmente le daba un poco igual. Bueno... Has dado conmigo. Nunca es tarde, supongo. Se encogió de un hombro y volvió a bajar la mirada al plato. Yo también entiendo de gente estirada... Y de soñar. ¿Sabes cuál es la diferencia entre un sueño y la acción? Alzó de nuevo la vista a la mujer, con una sonrisa ladeada. La voluntad. Bajó la vista una vez más para cortarse otro trozo, pero antes de llevárselo a la boca, añadió. Los sueños hay que hacerlos, Jane. Si no... Se nos pasa la vida y solo no quedan proyectos sin terminar. Ya sí se llevó el trozo a la boca.
Siguió escuchándola hablar sobre la comida en América y se le escapó una risita y otro de sus comentarios sinceros. Pues tu madre se equivocaba, porque estás estupenda. Vaya, William. Es decir... Que puedes seguir comiendo dulces sin preocuparte. No lo estás arreglando. Sacudió la cabeza, con la mirada puesta en el plato y una risilla nerviosa. Bueno emm... Que si no he engordado yo con lo mal que como, dudo que tú lo hagas por un puñado de dulces. Algo es algo.
Y entonces dijo esa especie de pacto. William la miró con los ojos ligeramente entrecerrados, la cabeza ladeada y mordiéndose un poco el labio. Hecho. Ni medio segundo se lo había pensado. Aunque entonces seré yo el que se ponga como un tonel, espero que no te importe. ¿¿¿Y por qué iba a importarle, William??? ¡Que no te conoce! ¿Cuál es tu favorito? Sí, mejor cambiar de tema. En Hogwarts ponían mucho tarta de zanahoria. No sabría decir si es mi favorito... Solo que era el que más me comía. Se encogió de hombros. Lo dicho, no le daba mucha importancia a la comida. Aunque esa lasaña... ¿Crees que esto será muy difícil de hacer? Pasó el tenedor por debajo de una de las láminas y la levantó, agachando un poco la cabeza como quien mira debajo de una alfombra. Creo que... No sé ni lo que lleva... Alzó la mirada, como si estuviera buscando al camarero. ¿Crees que me odiará por mi mal acento italiano? Podría preguntarle como se hace. Y de repente William quería aprender a hacer lasaña. Probablemente ni él supiera por qué.
Pero esbozó una sonrisa sincera, sin dejar de mirar a la mujer, y un poco más amplia cuando terminó. Que lo de que la gente me prefiere en comedidas dosis no es broma, a ver si te vas a hartar de mí el primer día, que nos quedan meses juntos. Bromeó, pero no podía evitar pensar que ojalá que no. Por una vez, de verdad tenía mucho interés en que alguien no se hartara de él. Normalmente le daba un poco igual. Bueno... Has dado conmigo. Nunca es tarde, supongo. Se encogió de un hombro y volvió a bajar la mirada al plato. Yo también entiendo de gente estirada... Y de soñar. ¿Sabes cuál es la diferencia entre un sueño y la acción? Alzó de nuevo la vista a la mujer, con una sonrisa ladeada. La voluntad. Bajó la vista una vez más para cortarse otro trozo, pero antes de llevárselo a la boca, añadió. Los sueños hay que hacerlos, Jane. Si no... Se nos pasa la vida y solo no quedan proyectos sin terminar. Ya sí se llevó el trozo a la boca.
Siguió escuchándola hablar sobre la comida en América y se le escapó una risita y otro de sus comentarios sinceros. Pues tu madre se equivocaba, porque estás estupenda. Vaya, William. Es decir... Que puedes seguir comiendo dulces sin preocuparte. No lo estás arreglando. Sacudió la cabeza, con la mirada puesta en el plato y una risilla nerviosa. Bueno emm... Que si no he engordado yo con lo mal que como, dudo que tú lo hagas por un puñado de dulces. Algo es algo.
Y entonces dijo esa especie de pacto. William la miró con los ojos ligeramente entrecerrados, la cabeza ladeada y mordiéndose un poco el labio. Hecho. Ni medio segundo se lo había pensado. Aunque entonces seré yo el que se ponga como un tonel, espero que no te importe. ¿¿¿Y por qué iba a importarle, William??? ¡Que no te conoce! ¿Cuál es tu favorito? Sí, mejor cambiar de tema. En Hogwarts ponían mucho tarta de zanahoria. No sabría decir si es mi favorito... Solo que era el que más me comía. Se encogió de hombros. Lo dicho, no le daba mucha importancia a la comida. Aunque esa lasaña... ¿Crees que esto será muy difícil de hacer? Pasó el tenedor por debajo de una de las láminas y la levantó, agachando un poco la cabeza como quien mira debajo de una alfombra. Creo que... No sé ni lo que lleva... Alzó la mirada, como si estuviera buscando al camarero. ¿Crees que me odiará por mi mal acento italiano? Podría preguntarle como se hace. Y de repente William quería aprender a hacer lasaña. Probablemente ni él supiera por qué.
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A flower in the desert Capítulo I Día 23 de febrero de 1983 a las 10:00 horas en MACUSA |
Se rió y no insistió más en el tema, poniendo los ojos en blanco. Debía estar demasiado acostumbrado a que la gente hiciera eso, lo de alejarse, de ella también lo hacían. Quizá tenía razón y eran dos locos solitarios. Ladeó la cabeza y entrecerró los ojos escuchándole.
-A ti tus padres no te han puesto muchos límites ¿no?- terminó con una risita, imaginándolo de niño, tan travieso y rubito- A mi me encantaría realizar mis sueños... Pero tampoco me gustaría darle otro motivo a mi madre para echarme de la familia, estaría encantada...- comentó poniendo los ojos en blanco y bebiendo agua- Pero puedo empezar por ir a un sitio que está lejísimos a hacer lo que más me gusta que es trabajar con plantitas... Y bien acompañada.
Puso una expresión de triunfo y se pudo la mano debajo de la barbilla como si posara para una foto- Se lo diré cuando la vea, Jane uno, señora Van Der Luyden cero- y soltó una carcajada. Sí, seguro que le iba a contar a su madre que un hombre mayor que ella, su superior, le había dicho que estaba "estupenda" en sus propias palabras. Pero William se le hacía muy gracioso y le gustaba seguirle las bromas, se sentía más... ella. Luego se paró a pensar en su postre favorito, dándose toquecitos con el tenedor en los labios- ¡Ay! No sé si podría yo elegir solo uno...- abrió mucho los ojos- ¡Ah, sí! La tarta de de cerezas. Ese seria sin duda mi favorito... Aunque el tiramisú que hacen aquí está buenísimo... Y las tortitas ¡Ay las tortita! En Ilvermony las desayunaba todos los días ¡Oh! Y la tarta de zanahoria también me gusta, y esa la sé hacer, me enseñó mi tía- Terminó de comer la lasaña y rebañó el plato- ¿Ves? Soy una glotona, pero a mucha honra.
Le dio otra carcajada fuerte cuando William se ofreció tan rápido a su trato de broma, y dijo que se pondría como un tonel- ¡No lo creo, la verdad! Te he observado, no paras quieto como yo. Nosotros lo quemamos todo- Hm, eso podía no sonar tan inocente como ella lo había dicho pero... ¿No llevaban ya un rato en ese plano? Y estaba muy augusto así. Negó con la cabeza y dijo- No, no creo que te odie... Pero a lo mejor podríamos empezar por algo más sencillito. Yo te puedo enseñar a hacer... Huevos fritos... Revueltos... Cocidos... Vamos, huevos- terminó con una risa.
-A ti tus padres no te han puesto muchos límites ¿no?- terminó con una risita, imaginándolo de niño, tan travieso y rubito- A mi me encantaría realizar mis sueños... Pero tampoco me gustaría darle otro motivo a mi madre para echarme de la familia, estaría encantada...- comentó poniendo los ojos en blanco y bebiendo agua- Pero puedo empezar por ir a un sitio que está lejísimos a hacer lo que más me gusta que es trabajar con plantitas... Y bien acompañada.
Puso una expresión de triunfo y se pudo la mano debajo de la barbilla como si posara para una foto- Se lo diré cuando la vea, Jane uno, señora Van Der Luyden cero- y soltó una carcajada. Sí, seguro que le iba a contar a su madre que un hombre mayor que ella, su superior, le había dicho que estaba "estupenda" en sus propias palabras. Pero William se le hacía muy gracioso y le gustaba seguirle las bromas, se sentía más... ella. Luego se paró a pensar en su postre favorito, dándose toquecitos con el tenedor en los labios- ¡Ay! No sé si podría yo elegir solo uno...- abrió mucho los ojos- ¡Ah, sí! La tarta de de cerezas. Ese seria sin duda mi favorito... Aunque el tiramisú que hacen aquí está buenísimo... Y las tortitas ¡Ay las tortita! En Ilvermony las desayunaba todos los días ¡Oh! Y la tarta de zanahoria también me gusta, y esa la sé hacer, me enseñó mi tía- Terminó de comer la lasaña y rebañó el plato- ¿Ves? Soy una glotona, pero a mucha honra.
Le dio otra carcajada fuerte cuando William se ofreció tan rápido a su trato de broma, y dijo que se pondría como un tonel- ¡No lo creo, la verdad! Te he observado, no paras quieto como yo. Nosotros lo quemamos todo- Hm, eso podía no sonar tan inocente como ella lo había dicho pero... ¿No llevaban ya un rato en ese plano? Y estaba muy augusto así. Negó con la cabeza y dijo- No, no creo que te odie... Pero a lo mejor podríamos empezar por algo más sencillito. Yo te puedo enseñar a hacer... Huevos fritos... Revueltos... Cocidos... Vamos, huevos- terminó con una risa.
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Soltó una carcajada ante ese comentario tan sincero y espontáneo. Si algo le gustaba a William era la espontaneidad. Al menos cuando se la encontraba de frente se sentía menos mal por ser así, se sentía en sintonía. Y, honestamente, con pocas personas en su vida había alcanzado esa sintonía que sentía con Jane. Menos aún a escasas horas de conocerse. ¿Y quien dice que no? Es solo que siempre fui mas curioso que obediente. Se excusó, con una expresión traviesa en el rostro muy a juego con lo que estaba diciendo. ¿Otro? Lo dicho, era muy espontáneo. Bajó la vista al plato, haciendo un gesto de excusarse con la mano. Perdón. Es que me resulta extraño que hayas podido darle un motivo a nadie para que te quiera echar de su casa. Osea, a tu madre, quiero decir. No es que él fuera especialmente hábil a la hora de la socialización según qué momentos, pero desde luego en esa comida se estaba coronando. No paraba de decir cosas fuera de lugar. Al menos a Jane no parecía importarle. A mí me parece un buen comienzo. Secundó con una risita triunfal y volviendo a llevarse un trozo a la boca. Espera, ¿acababa de secundar una rebelión de una hija hacia su madre? Bueno ya es que no sabía ni lo que estaba haciendo.
Rió ante el comentario victorioso de ella frente a su madre (sí, definitivamente estaba abriendo sin querer una fisura entre esa chica y su madre, ¿en qué momento había empezado a hacer eso?) y escuchó como hablaba de los postres mientras optaba por meterse más comida en la boca a ver si así al menos dejaba de ser tan bocazas.
Volvió a reír, tapándose la boca con una mano porque seguía masticando, y cuando tragó añadió. A mí más bien me pareces una persona con un amplio conocimiento de postres. Era una bonita forma de sustituir el término "glotona". Nunca he probado la tarta de cereza. ¿Crees que será un postre que aguante las temperaturas del desierto? Porque la excursión a Utah le parecía un momento tan bueno como cualquier otro para probarla. Aunque ya que "mi postre favorito" es la tarta de zanahoria y que sabes hacerla, me encantaría probarla. Eso, tú sigue haciendo planes. Como se enterasen los del MACUSA, ya tendría escándalo montado en el Ministerio. Otra vez.
Asintió riendo. Eso es verdad. No comía mucho y lo poco que comía lo quemaba, así que era normal que se mantuviera delgado. Hmm, huevos. Me parece buena idea. Y suena fácil. La miró y ladeó la cabeza. ¿Para cuándo la clase de cocina, entonces? Su sentido común había tirado ya la toalla con William, porque no paraba de advertirle que debería echar el freno y él seguía a lo suyo.
Pues tengo curiosidad por probar ese tiramisú. Aunque creo que si me lo como habré batido mi récord de comer más que en toda mi vida junta. Dijo echándose un poco hacia atrás, porque ya había terminado la lasaña y se notaba llenísimo. ¿Cómo se dice tiramisú en italiano? William demostrando que sus conocimientos de postres no eran ni la décima parte de avanzados como los de Jane. Aunque no sé si arriesgarme a cambiar de idioma otra vez. Dijo entre risas. Es el francés y lo hablo mal pronunciado y porque mis padres se empeñaron en que lo aprendiera, que si no. Rodó los ojos. Si algún día tengo hijos, juro solemnemente que no les obligaré a hablar francés si no quieren. Y siendo hijos míos, probablemente no quieran. Y volvió a reír, aunque fuera para aliviar ese momento de estar hablando de futura prole con una mujer atractiva a la que acababa de conocer.
Rió ante el comentario victorioso de ella frente a su madre (sí, definitivamente estaba abriendo sin querer una fisura entre esa chica y su madre, ¿en qué momento había empezado a hacer eso?) y escuchó como hablaba de los postres mientras optaba por meterse más comida en la boca a ver si así al menos dejaba de ser tan bocazas.
Volvió a reír, tapándose la boca con una mano porque seguía masticando, y cuando tragó añadió. A mí más bien me pareces una persona con un amplio conocimiento de postres. Era una bonita forma de sustituir el término "glotona". Nunca he probado la tarta de cereza. ¿Crees que será un postre que aguante las temperaturas del desierto? Porque la excursión a Utah le parecía un momento tan bueno como cualquier otro para probarla. Aunque ya que "mi postre favorito" es la tarta de zanahoria y que sabes hacerla, me encantaría probarla. Eso, tú sigue haciendo planes. Como se enterasen los del MACUSA, ya tendría escándalo montado en el Ministerio. Otra vez.
Asintió riendo. Eso es verdad. No comía mucho y lo poco que comía lo quemaba, así que era normal que se mantuviera delgado. Hmm, huevos. Me parece buena idea. Y suena fácil. La miró y ladeó la cabeza. ¿Para cuándo la clase de cocina, entonces? Su sentido común había tirado ya la toalla con William, porque no paraba de advertirle que debería echar el freno y él seguía a lo suyo.
Pues tengo curiosidad por probar ese tiramisú. Aunque creo que si me lo como habré batido mi récord de comer más que en toda mi vida junta. Dijo echándose un poco hacia atrás, porque ya había terminado la lasaña y se notaba llenísimo. ¿Cómo se dice tiramisú en italiano? William demostrando que sus conocimientos de postres no eran ni la décima parte de avanzados como los de Jane. Aunque no sé si arriesgarme a cambiar de idioma otra vez. Dijo entre risas. Es el francés y lo hablo mal pronunciado y porque mis padres se empeñaron en que lo aprendiera, que si no. Rodó los ojos. Si algún día tengo hijos, juro solemnemente que no les obligaré a hablar francés si no quieren. Y siendo hijos míos, probablemente no quieran. Y volvió a reír, aunque fuera para aliviar ese momento de estar hablando de futura prole con una mujer atractiva a la que acababa de conocer.
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No podía evitar ponerse muy tierna al imaginarse al pequeño William siendo desobediente y adorabilísimo. Vamos, un poco como era ahora, pero en chiquitito. Cuando el tema volvió a ella, bajó la mirada y ladeó la cabeza- Otro- confirmó suspirando- ¿Sabes todas las cosas bonitas que me has dicho hoy? Mi madre las piensa al contrario. Cree que soy dispersa, inútil y no lo suficientemente guapa. Y encima no sé cocinar y soy contestona- dijo enumerando con los dedos y encogiéndose de hombros- Así que está esperando a que meta la pata lo más mínimo para desheredarme- ya lo decía riéndose, total, vivir amargada además de atada por ello no tenía sentido.
Negó con la cabeza a lo de la tarta- No, yo no me la llevaría al desierto... Pero hay tantas cosas que no hubiera hecho hasta esta mañana... Que te prometo que si de aquí a mañana encuentro alguna tarta de cereza que me convenza, nos la llevamos- Luego rió fuertemente a lo del tiramisú, y tuvo que taparse la boca para contener las carcajadas- ¡Y me lo preguntas a mí como si yo supiera italiano!- justo en ese momento llegó el señor Martello- ¡Oh! ¡Signorina Brandeloren está muy contenta hoy! ¡Il signore turista tiene que venir más! ¿Eh? ¿Le traigo su tiramisú?- ella asintió con una gran sonrisa- Sí pero tráeme uno solo, que estoy dispuesta a compartirlo con él- dijo con un guiño de ojo a William. Empezaba a sentirse demasiado cómoda con aquel hombre, como no se había sentido con ninguna otra persona.- ¿Ves? Cada vez lo dice diferente- le dijo por lo bajo, con una sonrisa, confirmando lo que le había dicho antes
Le escuchó con una sonrisa hablar de cómo hablaba francés y de sus hijos... ¿Y por qué ese pensamiento la hizo sonreír aún más?- ¿Hablas francés? Pues me encantaría oírte hablarlo, aunque sea con mal acento, no es como que yo lo vaya a notar...- se quedó colgada en sus palabras, con aquella sonrisa tonta, y volvió a dejar la mano cerca de la suya en la mesa, pero sin llegar a tocarse- ¿Quieres tener hijos?- preguntó casi sin pensar. Para aliviar la gravedad de la pregunta deslizó la mirada hacia la ventana otra vez, sin quitar la sonrisa- ¿Y piensas llevártelos contigo cuando vayas al desierto?- luego soltó una carcajada. Lo cierto es que no veía a William con mucha madera de padre, teniendo que encargarse de otro humano y limitándose. Pero a la vez se le veía alegre y cariñoso, y ¿no era eso lo que ella siempre se había dicho que le daría a sus propios hijos?- Desde luego se divertirán más que yo y verán más mundo... Para que cuando crezcan y conozcan a personas interesantes no se sientan paletos. Y para eso también hay que saber idiomas, como sabes tú.
Justo entonces llegó el tiramisú y Jane cogió su cucharilla a penas el plato tocó la mesa y lo probó. Le gustaba tanto que hasta cerró los ojos cuando lo saboreaba. Luego miró a William riéndose- ¿Ves? Yo no podría vivir sin dulce, te lo digo en serio.
Negó con la cabeza a lo de la tarta- No, yo no me la llevaría al desierto... Pero hay tantas cosas que no hubiera hecho hasta esta mañana... Que te prometo que si de aquí a mañana encuentro alguna tarta de cereza que me convenza, nos la llevamos- Luego rió fuertemente a lo del tiramisú, y tuvo que taparse la boca para contener las carcajadas- ¡Y me lo preguntas a mí como si yo supiera italiano!- justo en ese momento llegó el señor Martello- ¡Oh! ¡Signorina Brandeloren está muy contenta hoy! ¡Il signore turista tiene que venir más! ¿Eh? ¿Le traigo su tiramisú?- ella asintió con una gran sonrisa- Sí pero tráeme uno solo, que estoy dispuesta a compartirlo con él- dijo con un guiño de ojo a William. Empezaba a sentirse demasiado cómoda con aquel hombre, como no se había sentido con ninguna otra persona.- ¿Ves? Cada vez lo dice diferente- le dijo por lo bajo, con una sonrisa, confirmando lo que le había dicho antes
Le escuchó con una sonrisa hablar de cómo hablaba francés y de sus hijos... ¿Y por qué ese pensamiento la hizo sonreír aún más?- ¿Hablas francés? Pues me encantaría oírte hablarlo, aunque sea con mal acento, no es como que yo lo vaya a notar...- se quedó colgada en sus palabras, con aquella sonrisa tonta, y volvió a dejar la mano cerca de la suya en la mesa, pero sin llegar a tocarse- ¿Quieres tener hijos?- preguntó casi sin pensar. Para aliviar la gravedad de la pregunta deslizó la mirada hacia la ventana otra vez, sin quitar la sonrisa- ¿Y piensas llevártelos contigo cuando vayas al desierto?- luego soltó una carcajada. Lo cierto es que no veía a William con mucha madera de padre, teniendo que encargarse de otro humano y limitándose. Pero a la vez se le veía alegre y cariñoso, y ¿no era eso lo que ella siempre se había dicho que le daría a sus propios hijos?- Desde luego se divertirán más que yo y verán más mundo... Para que cuando crezcan y conozcan a personas interesantes no se sientan paletos. Y para eso también hay que saber idiomas, como sabes tú.
Justo entonces llegó el tiramisú y Jane cogió su cucharilla a penas el plato tocó la mesa y lo probó. Le gustaba tanto que hasta cerró los ojos cuando lo saboreaba. Luego miró a William riéndose- ¿Ves? Yo no podría vivir sin dulce, te lo digo en serio.
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Sacudió la cabeza mirándola con claro desconcierto y el ceño fruncido. Pero si eres preciosa. Hala... Perdón. Se excusó con una sonrisilla tímida, bajando la vista de nuevo a la servilleta que ya se había ajustado treinta veces. Pues, sin ánimo de contradecir a tu madre... No es esa la Jane que yo conozco en absoluto. Claro, porque la conocía desde hacía la friolera de tres horas. Pero aun así, le resultaba totalmente incompatible con lo que veía. ¿Inútil? Para nada. ¿No lo suficientemente guapa? Pff, por favor. Si pensaba que era dispersa, era porque no le conocía a él. Y en cuanto a lo de contestona... No tenía suficientes datos para eso, pero le gustaba la gente que no se achantaba en general. Él era igual. ¿Y no acababa de decirle que sabía hacer tartas de zanahoria? Pues ya cocinaba bastante más que él.
Asintió a lo de una tarta factible de llevarse al desierto y movió los brazos con una teatral y muy falsa expresión de fastidio, sin dejar de reír. ¡Pues a ver cómo se lo pedimos al camarero! Había sido un acierto ir al restaurante italiano solo por el ratito de risa con el idioma. Y por la comida, claro. Lo dicho, William no echaba mucha cuenta a la comida. Pero entonces llegó el camarero con ese hablar cantarín y llamándola de una forma totalmente distinta y William solo pudo sonreír casi en un efecto espejo de la alegría de ese hombre. ¡Por mí encantado! Dijo alzando los brazos y mirando a la mujer como si acabara de darse cuenta de un error. Oh, Jane, perdona, yo que pensaba que tu apellido era Brandenloden. Llevo desde que te conocí pronunciándolo mal. Porque William no tenía nada mejor que almacenar en su cerebro que todas las variantes absurdas del apellido de Jane que había usado ese camarero.
No pudo evitar sonreír con picardía y mirarla con los ojos ligeramente entrecerrados, ladeando la cabeza, cuando dijo que compartiría su tiramisú con él y le guiñó un ojo. El italiano pasó a un segundo (o un quinto) plano, porque se había quedado en eso completamente. Aunque rió con suavidad, sin inmutar la expresión de su rostro, cuando le comentó que cada vez pronunciaba su apellido de forma diferente. A mí me sigue gustando más el original. Comentó como si nada, sin dejar de mirarla de esa forma y en un tono un poco menos cantarín.
La miró con una sonrisilla y una ceja arqueada. Créeme, no te gustaría. Contestó en francés, y luego dejó una risa escapar, negando con la cabeza. En serio, los idiomas no son lo mío. Aunque sepa pronunciar Brandeloren mejor que el Signor camarero. Bromeó. Y entonces le llegó la pregunta. Claro que William tampoco le vio ninguna intencionalidad extra, al fin y al cabo él había sacado el tema. Para tener hijos primero necesito una mujer que aguante mis locuras. Volvió a reír. Pero si la encuentro... Sí, por qué no. Me gustan los niños, son divertidos. Y puedo comprarlos con hechizos. William solía estar casi todo el tiempo riendo, pero con Jane directamente no paraba de hacerlo. Y sí, por supuesto que me los llevaría al desierto. ¿Conoces algún sitio que le guste más a un niño que un desierto? Y su no parar de bromitas absurdas...
Llegó el tiramisú y William simplemente se quedó mirando con una sonrisa a la chica, que no tardó ni medio segundo en tomar la cucharilla. Estaba totalmente embelesado, cada gesto que hacía le parecía encantador y atractivo. Rió un poco, sin emitir ruido ni moverse... Ni dejar de mirarla. Te entiendo. Yo no puedo vivir sin ver cosas bonitas. A qué había venido esa frase solo William lo sabía, pero como se le empezara a soltar la lengua con las indirectas al final sí que iba a tener un problema. Decidió hacer caso omiso a su propio comentario y bajó la mirada al dulce, tomando la cucharilla para probarlo. Oh, qué bueno, sabe a café. Dijo sorprendido, mirando el tiramisú como si hubiera descubierto un tesoro. Me encanta el sabor del café, pero no suelo tomarlo mucho porque... Bueno, yo ya soy nervioso y disperso de por sí, así que... Mi hermana me recomendó que no lo tomara. Y mis padres. Y mis amigos. Y medio mundo mágico. Se llevó otra cucharada a la boca. Mmm, pero esto me parece un buen sustituto. Lo dicho, se iba a poner como un tonel. Estoy aprendiendo mucho de ti hoy, Jane: sobre costumbres muggles, sobre América, sobre comida, sobre pronunciación italiana... Sobre ti. Voy a tener que esmerarme mucho en Utah para estar a la altura.
Asintió a lo de una tarta factible de llevarse al desierto y movió los brazos con una teatral y muy falsa expresión de fastidio, sin dejar de reír. ¡Pues a ver cómo se lo pedimos al camarero! Había sido un acierto ir al restaurante italiano solo por el ratito de risa con el idioma. Y por la comida, claro. Lo dicho, William no echaba mucha cuenta a la comida. Pero entonces llegó el camarero con ese hablar cantarín y llamándola de una forma totalmente distinta y William solo pudo sonreír casi en un efecto espejo de la alegría de ese hombre. ¡Por mí encantado! Dijo alzando los brazos y mirando a la mujer como si acabara de darse cuenta de un error. Oh, Jane, perdona, yo que pensaba que tu apellido era Brandenloden. Llevo desde que te conocí pronunciándolo mal. Porque William no tenía nada mejor que almacenar en su cerebro que todas las variantes absurdas del apellido de Jane que había usado ese camarero.
No pudo evitar sonreír con picardía y mirarla con los ojos ligeramente entrecerrados, ladeando la cabeza, cuando dijo que compartiría su tiramisú con él y le guiñó un ojo. El italiano pasó a un segundo (o un quinto) plano, porque se había quedado en eso completamente. Aunque rió con suavidad, sin inmutar la expresión de su rostro, cuando le comentó que cada vez pronunciaba su apellido de forma diferente. A mí me sigue gustando más el original. Comentó como si nada, sin dejar de mirarla de esa forma y en un tono un poco menos cantarín.
La miró con una sonrisilla y una ceja arqueada. Créeme, no te gustaría. Contestó en francés, y luego dejó una risa escapar, negando con la cabeza. En serio, los idiomas no son lo mío. Aunque sepa pronunciar Brandeloren mejor que el Signor camarero. Bromeó. Y entonces le llegó la pregunta. Claro que William tampoco le vio ninguna intencionalidad extra, al fin y al cabo él había sacado el tema. Para tener hijos primero necesito una mujer que aguante mis locuras. Volvió a reír. Pero si la encuentro... Sí, por qué no. Me gustan los niños, son divertidos. Y puedo comprarlos con hechizos. William solía estar casi todo el tiempo riendo, pero con Jane directamente no paraba de hacerlo. Y sí, por supuesto que me los llevaría al desierto. ¿Conoces algún sitio que le guste más a un niño que un desierto? Y su no parar de bromitas absurdas...
Llegó el tiramisú y William simplemente se quedó mirando con una sonrisa a la chica, que no tardó ni medio segundo en tomar la cucharilla. Estaba totalmente embelesado, cada gesto que hacía le parecía encantador y atractivo. Rió un poco, sin emitir ruido ni moverse... Ni dejar de mirarla. Te entiendo. Yo no puedo vivir sin ver cosas bonitas. A qué había venido esa frase solo William lo sabía, pero como se le empezara a soltar la lengua con las indirectas al final sí que iba a tener un problema. Decidió hacer caso omiso a su propio comentario y bajó la mirada al dulce, tomando la cucharilla para probarlo. Oh, qué bueno, sabe a café. Dijo sorprendido, mirando el tiramisú como si hubiera descubierto un tesoro. Me encanta el sabor del café, pero no suelo tomarlo mucho porque... Bueno, yo ya soy nervioso y disperso de por sí, así que... Mi hermana me recomendó que no lo tomara. Y mis padres. Y mis amigos. Y medio mundo mágico. Se llevó otra cucharada a la boca. Mmm, pero esto me parece un buen sustituto. Lo dicho, se iba a poner como un tonel. Estoy aprendiendo mucho de ti hoy, Jane: sobre costumbres muggles, sobre América, sobre comida, sobre pronunciación italiana... Sobre ti. Voy a tener que esmerarme mucho en Utah para estar a la altura.
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A flower in the desert Capítulo I Día 23 de febrero de 1983 a las 10:00 horas en MACUSA |
Por un momento sintió de verdad que que se quedaba sin aliento. Porque que ese hombre tan inteligente, tan gracioso y tan guapo le dijera que era preciosa era algo que no entraba en sus esquemas. Es que de hecho no supo hacer otra cosa más que sonreír y bajar la mirada, porque no sabía qué se respondía a eso.
Pero una vez más, Jane tuvo que contener la risa cuando dijo lo de su apellido. Nunca había conocido a nadie con tanta cuerda como William. Casi sintió como el brillaban los ojos al escucharle una simple frase en francés- Pues a mí me encanta, háblalo cuando quieras, si quieres practicar conmigo- y volvió a coger otra cucharada de tiramisú, para dejar de decir tonterías. Porque se le ocurría una buena ristra de tonterías que decir a lo de encontrar una mujer que le aguantara- La encontrarás. Y vais a ser un cuadro pintoresco cuanto menos. Tú, la señora Gallia y dos niños rubios sueltos por el desierto- se rió de sí misma- Sea como sea, no os llevéis tarta de cereza- Quizá todo aquello sonaba un poco raro, pero ya le daba igual. Él la había llamado preciosa ¿no? Los dos estaban diciendo tonterías sin importancia.
Ella se encogió de hombros y entornó los ojos- Nadie puede vivir sin cosas bonitas... Aunque algunos las leemos en los libros y otros os atrevéis a buscarlas- contestó con una risita. ¿Era aquello flirtear? ¿Pudiera ser? No lo sabía, no lo había hecho en la vida, pero había leído suficientes novelas románticas baratas como para imaginárselo. Se limitó a asentir con la cabeza- A mí me encanta el café, pero no le digas a tu hermana o... bueno a todo el mundo, que te he dado café- Se rió acordándose de su jefe aquella mañana- El señor Wren ha acertado sin saberlo, porque esta mañana estaba moviendo cielo y tierra para encontrar té porque eres inglés...- alzó las cejas y se rió mirando a la calle- Cree que solo tú puedes salvarnos de los ataques rusos... Que llevan veinte años diciendo que van a ocurrir y aquí seguimos esperando- No es que deseara una guerra ni nada de eso, pero estaba muy cansada de las insinuaciones constantes de los de arriba sobre que los rusos iban a caer sobre sus cabezas y allí seguían. De hecho dudaba mucho que para lo que mejor valiera William fuera para parar misiles ni nada de eso. El podía hacer cosas mucho más interesantes- Al final ha sido una suerte que nos quedáramos hablando... De lo poco que te conozco... Te habrías aburrido como un caracol con ellos.
Pero una vez más, Jane tuvo que contener la risa cuando dijo lo de su apellido. Nunca había conocido a nadie con tanta cuerda como William. Casi sintió como el brillaban los ojos al escucharle una simple frase en francés- Pues a mí me encanta, háblalo cuando quieras, si quieres practicar conmigo- y volvió a coger otra cucharada de tiramisú, para dejar de decir tonterías. Porque se le ocurría una buena ristra de tonterías que decir a lo de encontrar una mujer que le aguantara- La encontrarás. Y vais a ser un cuadro pintoresco cuanto menos. Tú, la señora Gallia y dos niños rubios sueltos por el desierto- se rió de sí misma- Sea como sea, no os llevéis tarta de cereza- Quizá todo aquello sonaba un poco raro, pero ya le daba igual. Él la había llamado preciosa ¿no? Los dos estaban diciendo tonterías sin importancia.
Ella se encogió de hombros y entornó los ojos- Nadie puede vivir sin cosas bonitas... Aunque algunos las leemos en los libros y otros os atrevéis a buscarlas- contestó con una risita. ¿Era aquello flirtear? ¿Pudiera ser? No lo sabía, no lo había hecho en la vida, pero había leído suficientes novelas románticas baratas como para imaginárselo. Se limitó a asentir con la cabeza- A mí me encanta el café, pero no le digas a tu hermana o... bueno a todo el mundo, que te he dado café- Se rió acordándose de su jefe aquella mañana- El señor Wren ha acertado sin saberlo, porque esta mañana estaba moviendo cielo y tierra para encontrar té porque eres inglés...- alzó las cejas y se rió mirando a la calle- Cree que solo tú puedes salvarnos de los ataques rusos... Que llevan veinte años diciendo que van a ocurrir y aquí seguimos esperando- No es que deseara una guerra ni nada de eso, pero estaba muy cansada de las insinuaciones constantes de los de arriba sobre que los rusos iban a caer sobre sus cabezas y allí seguían. De hecho dudaba mucho que para lo que mejor valiera William fuera para parar misiles ni nada de eso. El podía hacer cosas mucho más interesantes- Al final ha sido una suerte que nos quedáramos hablando... De lo poco que te conozco... Te habrías aburrido como un caracol con ellos.
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Hm. Dijo con la boca llena de tiramisú. Esperó a tragar para contestar. Quizás si lo practico contigo empiece a gustarme. Ya vale, William. Podría decir que el poco café que llevara eso se le estaba subiendo a la cabeza, pero no engañaba a nadie porque llevaba así ya bastante rato. Tomó otra cucharada de dulce y rió aún con esta en la boca, haciéndose el pensativo mirando hacia arriba con una expresión teatral. Hmm. ¿Ni siquiera si es la favorita de la Señora Gallia? Se mojó los labios y volvió a bajar la mirada al postre. Que ya suficiente a indirecta había sonado eso como para mirar a la chica. A ver, no era la primera vez que intentaba ligar con alguien, pero nunca al tan poco tiempo de conocerla. Ni era tan joven. Ni "su secretaria". En fin, que no era apropiado, y tampoco la quería incomodar ni cargarse aquello. Podría salir una bonita amistad de ahí... Aunque no sabía si iba a ser capaz de mirar como una simple amiga a un ser tan fascinante. Era como un occamy brillante, no lo podías tratar como a un perrito cualquiera... Ni tampoco era lo más idóneo del mundo comparar a las mujeres con criaturas, pero en fin.
Volvió a relamerse los labios, saboreando el dulce, mientras la miraba y soltaba uno de esos comentarios que decía sin pensar. Puedes venir a buscar cosas bonitas conmigo. Movió un poco la cabeza y la mano de la cucharilla como si quisiera aparentar que era un comentario sin importancia. Quiero decir... Como compañeros, puedes hacerlo. Me gusta más estar acompañado que solo en general, aunque irónicamente pase más tiempo solo que acompañado. El trabajo en equipo no se le daba muy bien que digamos, era demasiado disperso y se iba a su mundo con facilidad, lo cual sacaba de quicio a los demás. Tendían a pensar que les ignoraba, y no era que les ignorase... Simplemente que el resto de las cosas le parecían más importantes. ¿Eso era malo?
El estereotipo inglés. Rió cuando escuchó lo del señor Wren y el té. Frunció un poco el ceño con interés cuando la escuchó hablar con esa sinceridad sobre por qué le habían contratado. Sí, sabía que era por eso, pero... No conocía lo suficiente a esa mujer como para confesarse con ella, aunque por un momento sintió el impulso de hacerlo. Pero, honestamente, había tomado ese trabajo porque era una gran oportunidad, porque aprendería muchísimo y le mejoraría su currículum, porque le daba la oportunidad de conocer un ecosistema nuevo con su correspondiente flora, y porque (había que reconocerlo) sus padres habían insistido en que ni loco lo podía rechazar. Pero no porque creyera que fuera a ser un trabajo útil. Iba a estar allí unos meses, iba a mostrar su trabajo, iba a dejar a los americanos medio contentos y se iba a ir por donde había venido, poco más. Dudaba que los rusos les fueran a atacar, pero ellos querían sistemas de protección, ¿no? Pues él se los daría. Y más que vais a esperar. Confirmó con una leve sonrisa, encogiéndose de hombros. Yo soy un mandado, pero sinceramente, pienso como tú: dudo que os ataquen. Y, de hacerlo, también dudaba que sus hechizos con plantas pudieran protegerles. Pero bueno, por intentarlo que no quedase.
Rió de nuevo, tomando la última cucharada de tiramisú. Me has conocido bien, entonces. Hizo una mueca con la boca y abrió mucho los ojos antes de llevarse el dulce a la boca. Se me ha hecho larguísima la reunión. Y eso que casi solo había hablado él. Pero la chapa sobre lo malo que eran los rusos y la necesidad de protegerse de ellos casi le hace quedarse dormido. Menos mal que en lo que duraba se puso a divagar sobre otro proyecto que tenía en mente. Contigo me he divertido mucho, Jane. Dejó la cuchara sobre la mesa tras terminar y empujó un poco el platito del tiramisú. Para ti el resto, que siento que he comido tanto que no voy a ser capaz ni de aparecerme sin dejarme el estómago atrás. Rió. Has sido muy amable haciéndome de guía turística. Gracias. Sonrió de nuevo. Entonces... ¿Mañana Utah? Recordó jovial. Me comprometo a quedar contigo para llevarte directamente al sitio indicado en tu primera incursión al desierto, si tú prometes llevar un dulce. Nada de tarta de cerezas, entendido, el que tú quieras.
Volvió a relamerse los labios, saboreando el dulce, mientras la miraba y soltaba uno de esos comentarios que decía sin pensar. Puedes venir a buscar cosas bonitas conmigo. Movió un poco la cabeza y la mano de la cucharilla como si quisiera aparentar que era un comentario sin importancia. Quiero decir... Como compañeros, puedes hacerlo. Me gusta más estar acompañado que solo en general, aunque irónicamente pase más tiempo solo que acompañado. El trabajo en equipo no se le daba muy bien que digamos, era demasiado disperso y se iba a su mundo con facilidad, lo cual sacaba de quicio a los demás. Tendían a pensar que les ignoraba, y no era que les ignorase... Simplemente que el resto de las cosas le parecían más importantes. ¿Eso era malo?
El estereotipo inglés. Rió cuando escuchó lo del señor Wren y el té. Frunció un poco el ceño con interés cuando la escuchó hablar con esa sinceridad sobre por qué le habían contratado. Sí, sabía que era por eso, pero... No conocía lo suficiente a esa mujer como para confesarse con ella, aunque por un momento sintió el impulso de hacerlo. Pero, honestamente, había tomado ese trabajo porque era una gran oportunidad, porque aprendería muchísimo y le mejoraría su currículum, porque le daba la oportunidad de conocer un ecosistema nuevo con su correspondiente flora, y porque (había que reconocerlo) sus padres habían insistido en que ni loco lo podía rechazar. Pero no porque creyera que fuera a ser un trabajo útil. Iba a estar allí unos meses, iba a mostrar su trabajo, iba a dejar a los americanos medio contentos y se iba a ir por donde había venido, poco más. Dudaba que los rusos les fueran a atacar, pero ellos querían sistemas de protección, ¿no? Pues él se los daría. Y más que vais a esperar. Confirmó con una leve sonrisa, encogiéndose de hombros. Yo soy un mandado, pero sinceramente, pienso como tú: dudo que os ataquen. Y, de hacerlo, también dudaba que sus hechizos con plantas pudieran protegerles. Pero bueno, por intentarlo que no quedase.
Rió de nuevo, tomando la última cucharada de tiramisú. Me has conocido bien, entonces. Hizo una mueca con la boca y abrió mucho los ojos antes de llevarse el dulce a la boca. Se me ha hecho larguísima la reunión. Y eso que casi solo había hablado él. Pero la chapa sobre lo malo que eran los rusos y la necesidad de protegerse de ellos casi le hace quedarse dormido. Menos mal que en lo que duraba se puso a divagar sobre otro proyecto que tenía en mente. Contigo me he divertido mucho, Jane. Dejó la cuchara sobre la mesa tras terminar y empujó un poco el platito del tiramisú. Para ti el resto, que siento que he comido tanto que no voy a ser capaz ni de aparecerme sin dejarme el estómago atrás. Rió. Has sido muy amable haciéndome de guía turística. Gracias. Sonrió de nuevo. Entonces... ¿Mañana Utah? Recordó jovial. Me comprometo a quedar contigo para llevarte directamente al sitio indicado en tu primera incursión al desierto, si tú prometes llevar un dulce. Nada de tarta de cerezas, entendido, el que tú quieras.
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Casi se atraganta cuando dijo lo de la señora Gallia ¿Estaba diciendo lo que estaba diciendo? ¿Había hecho una analogía con...? ¿Se estaría montando una película como esas que William nunca había visto? Era posible, muy posible, porque en seguida volvió a cambiar de tema y especificó "compañeros".
-¡A mí también! Pero casi siempre me da vergüenza hablar delante de la gente. Mi hermana y sus amigos siempre hablaban de... Otras cosas. Y me miraban y decían "tú calla que eres muy pequeña". Vamos la gente siempre ha tenido una excusa para callarme. Soy muy joven, soy una chica, soy demasiado soñadora, soy una subordinada... En fin- ladeó la cabeza y le sonrió- Menos tú. Tú me dejas hablar sin parar, y eso que a ti te gusta mucho hablar y sabes mucho más que yo... Eso te lo agradezco de veras- Acogió el postre con una gran sonrisa y terminó de rebañarlo. Asintió con la cabeza y dijo- Mañana Utah. Y no hay de qué, me lo he pesado mejor que en no recuerdo cuanto tiempo.- A lo mejor no se lo había pasado tan bien en su vida entera, al menos estaba segura de que no había encontrado nunca a nadie que le cayera tan bien como William. O que fuera tan guapo. Asintió a lo de ir juntos a Utah, porque la verdad es que a ella le daba un poco de miedito hacer un viaje así sola.
Cuando el camarero le trajo la cuenta se apresuró a sacar la cartera, para no hacerle pasar a William por la explicación de por qué no llevaba dinero nomag. Aquel restaurante era tan barato que hasta ella podía invitarle. Sonrió pasándole los billetes a al camarero y miró a William haciéndole el gesto del dedos sobre los labios para que no dijera nada- Cuando estábamos en el MACUSA has dicho que apostabas "un galeón" y les pasa a todos los que vienen de fuera. Nosotros usamos dólares- Se levantó y se empezó a poner el abrigo- Pero no te preocupes, te dejo que me invites a comer en Monument Valley... O cuando vayamos a comer langosta- Y sin preguntar, volvió a engancharse de su brazo como había hecho al salir del metro, alegre y contenta, y despidiéndose con la mano del señor Martello.
-¡A mí también! Pero casi siempre me da vergüenza hablar delante de la gente. Mi hermana y sus amigos siempre hablaban de... Otras cosas. Y me miraban y decían "tú calla que eres muy pequeña". Vamos la gente siempre ha tenido una excusa para callarme. Soy muy joven, soy una chica, soy demasiado soñadora, soy una subordinada... En fin- ladeó la cabeza y le sonrió- Menos tú. Tú me dejas hablar sin parar, y eso que a ti te gusta mucho hablar y sabes mucho más que yo... Eso te lo agradezco de veras- Acogió el postre con una gran sonrisa y terminó de rebañarlo. Asintió con la cabeza y dijo- Mañana Utah. Y no hay de qué, me lo he pesado mejor que en no recuerdo cuanto tiempo.- A lo mejor no se lo había pasado tan bien en su vida entera, al menos estaba segura de que no había encontrado nunca a nadie que le cayera tan bien como William. O que fuera tan guapo. Asintió a lo de ir juntos a Utah, porque la verdad es que a ella le daba un poco de miedito hacer un viaje así sola.
Cuando el camarero le trajo la cuenta se apresuró a sacar la cartera, para no hacerle pasar a William por la explicación de por qué no llevaba dinero nomag. Aquel restaurante era tan barato que hasta ella podía invitarle. Sonrió pasándole los billetes a al camarero y miró a William haciéndole el gesto del dedos sobre los labios para que no dijera nada- Cuando estábamos en el MACUSA has dicho que apostabas "un galeón" y les pasa a todos los que vienen de fuera. Nosotros usamos dólares- Se levantó y se empezó a poner el abrigo- Pero no te preocupes, te dejo que me invites a comer en Monument Valley... O cuando vayamos a comer langosta- Y sin preguntar, volvió a engancharse de su brazo como había hecho al salir del metro, alegre y contenta, y despidiéndose con la mano del señor Martello.
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Sonrió ampliamente y se reclinó en el asiento, cruzándose de brazos. Pues yo estaría dispuesto a pasarme un día entero así. Descruzó uno de los brazos solo para hacerse un gesto de cremallera en la boca. Calladito, simplemente escuchándote. Hasta el momento, todo lo que has dicho me ha gustado, así que... Se encogió de hombros. ...No tengo nada que perder y puedo ganar mucho. Aún con los brazos cruzados, rió. Y total, Wennick ya piensa de mí que pierdo el tiempo. Solo sería un debate más sobre lo que yo considero fundamental y él no. Se puso una mano junto a los labios y se inclinó un poco sobre la mesa, como si quisiera contar un secreto. Y no se lo digas, pero yo tengo razón.
Abrió mucho los ojos mirando a Jane. Ah, no, de eso ni hablar. Pero ahí la mujer tuvo bastante más poder que él porque no le dejó pagar la cuenta, recordándole lo de los galeones (ante lo cuál él se quedó como si nada: pues claro que llevaba galeones, ¿qué iba a llevar?) y dejándole a cuadros. Cuando pudo reaccionar, frunció los labios y negó con la cabeza. Me pagas el metro, me traes aquí, me presentas un sucedáneo del café... Bromeó, señalando el platito ya vacío. Y encima me invitas... Te debo una muy grande, Jane. Sonrió y se colocó su abrigo, dejando que la mujer se enganchase de su brazo. Cuando la vio despedirse, alzó él también la mano en dirección al camarero. ¡Adioche, Signore Martello! Se estaba ya arriesgando mucho a que no le dejaran entrar más allí, pero así era él.
¿Hasta donde me lleva ahora, Señorita Van Der Luyden? Dijo mirando al brazo que ella enganchaba, con una sonrisa graciosa. No quería incomodarla, pero le hacía gracia que le llevase del brazo. Y por otro lado, le hacía sentir bastante bien. Ahora sí que me siento un señor importante, saliendo de un restaurante italiano en un barrio muggle americano con una mujer hermosa de mi brazo. Dijo irguiéndose y haciendo en un gesto burlón y bromista como si mirara a los demás por encima del hombro. Pero ya en serio... Muchas gracias por todo. Se encogió de hombros y esbozó una sonrisa, bajando un poco la cabeza. Creo que ya te he robado demasiado tiempo hoy, así que... Miró a su alrededor. Confieso que por un momento casi me aparezco desde aquí, luego he caído en que podría provocarle un infarto a un buen señor italiano de la zona y he dicho, mejor me voy andando. Rió un poco. Me conformo con que me indiques como llegar a mi casa, y... Con verte mañana a las nueve en punto en las puertas del MACUSA para emprender nuestra aventura desértica. Ladeó un poco la cabeza, con una sonrisa de labios cerrados y las cejas arqueadas. ¿Me lo concederías?
Abrió mucho los ojos mirando a Jane. Ah, no, de eso ni hablar. Pero ahí la mujer tuvo bastante más poder que él porque no le dejó pagar la cuenta, recordándole lo de los galeones (ante lo cuál él se quedó como si nada: pues claro que llevaba galeones, ¿qué iba a llevar?) y dejándole a cuadros. Cuando pudo reaccionar, frunció los labios y negó con la cabeza. Me pagas el metro, me traes aquí, me presentas un sucedáneo del café... Bromeó, señalando el platito ya vacío. Y encima me invitas... Te debo una muy grande, Jane. Sonrió y se colocó su abrigo, dejando que la mujer se enganchase de su brazo. Cuando la vio despedirse, alzó él también la mano en dirección al camarero. ¡Adioche, Signore Martello! Se estaba ya arriesgando mucho a que no le dejaran entrar más allí, pero así era él.
¿Hasta donde me lleva ahora, Señorita Van Der Luyden? Dijo mirando al brazo que ella enganchaba, con una sonrisa graciosa. No quería incomodarla, pero le hacía gracia que le llevase del brazo. Y por otro lado, le hacía sentir bastante bien. Ahora sí que me siento un señor importante, saliendo de un restaurante italiano en un barrio muggle americano con una mujer hermosa de mi brazo. Dijo irguiéndose y haciendo en un gesto burlón y bromista como si mirara a los demás por encima del hombro. Pero ya en serio... Muchas gracias por todo. Se encogió de hombros y esbozó una sonrisa, bajando un poco la cabeza. Creo que ya te he robado demasiado tiempo hoy, así que... Miró a su alrededor. Confieso que por un momento casi me aparezco desde aquí, luego he caído en que podría provocarle un infarto a un buen señor italiano de la zona y he dicho, mejor me voy andando. Rió un poco. Me conformo con que me indiques como llegar a mi casa, y... Con verte mañana a las nueve en punto en las puertas del MACUSA para emprender nuestra aventura desértica. Ladeó un poco la cabeza, con una sonrisa de labios cerrados y las cejas arqueadas. ¿Me lo concederías?
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Volvió a reír a todas las ocurrencias de William, porque no se le acababa el carrete y le hacía morirse de risa- Bueno eso no es muy exacto porque el metro no lo pagamos y me temo que el tiramisú lleva, realmente, café. Así que vamos a fingir que no he sido yo la causante de que desobedezcas a medio mundo mágico- terminó con una risa.
Hace dos horas se habría sonrojado ante la afirmación de que iba con una mujer preciosa del brazo, pero empezaba a pensar que simplemente era una cosa que William decía a menudo, así que simplemente sonrió y sacudió un poco la cabeza- Somos un par de afortunados entonces, porque yo voy con el afamado experto en seguridad William Gallia- dijo poniendo voz resabida. Luego paró de andar y se quedó mirándolo un momento- Gracias a ti por ver en mi más que una secretaria- Ya le daba igual como sonara, que él lo interpretara comoquiera, la verdad es que nadie que hubiera entrado en ese Ministerio la había tratado así, la había escuchado y dicho cosas tan bonitas. Luego volvió a ponerse a su lado y dijo- ¿Cómo que aparecerte?- soltó una carcajada sarcástica- Sí que eres disperso. Tú ahora vuelves al MACUSA conmigo y vas a convencer al señor Wren de por qué es primordial para la defensa anti soviética que la señorita Van Der Luyden te acompañe a Utah, o me lo descontará del sueldo, y entonces no te podré invitar a comer en Little Italy.
Con una risita se soltó de su brazo y resbaló su mano hasta tomar la mano del inglés y tiró de él hacia la boca de metro para coger el que salía ya hacia el centro. En el vagón fue un poco raro, porque estaban obligados a ir pegados, por el afluente de gente que se movía de vuelta a casa a esas horas, y simplemente ahí estaban mirándose como dos tontos. Y cogiéndose de la mano, que ninguno había soltado.
-Ahora recuerda. Tú señor Gallia, yo Jane, nos llamamos de usted. Entra tú primero- soltó su mano, pero con una última sonrisa dijo- Mañana, a las nueve, aquí mismo- Y esperó, con una sonrisa muy tonta y muy buen humor, a que William subiera las escaleras del ministerio. Cuando subió a recoger el carrito que antes haba dejado aparcado y ver si se le ofrecía algo a su jefe. Y le vio, le vio de reojo, tan alegre como llevaba todo el día, quizá un poquito más, le distinguía hablando de Monument Valley y ella pasó de largo con el carrito. Con esa sonrisa de idiota que no era capaz de quitarse, llegó a la mesa de su amiga d eHell's Kitchen, Nikki, y le dijo
-¿Tú sabes cómo tiene que vestirse una para ir al desierto?
Hace dos horas se habría sonrojado ante la afirmación de que iba con una mujer preciosa del brazo, pero empezaba a pensar que simplemente era una cosa que William decía a menudo, así que simplemente sonrió y sacudió un poco la cabeza- Somos un par de afortunados entonces, porque yo voy con el afamado experto en seguridad William Gallia- dijo poniendo voz resabida. Luego paró de andar y se quedó mirándolo un momento- Gracias a ti por ver en mi más que una secretaria- Ya le daba igual como sonara, que él lo interpretara comoquiera, la verdad es que nadie que hubiera entrado en ese Ministerio la había tratado así, la había escuchado y dicho cosas tan bonitas. Luego volvió a ponerse a su lado y dijo- ¿Cómo que aparecerte?- soltó una carcajada sarcástica- Sí que eres disperso. Tú ahora vuelves al MACUSA conmigo y vas a convencer al señor Wren de por qué es primordial para la defensa anti soviética que la señorita Van Der Luyden te acompañe a Utah, o me lo descontará del sueldo, y entonces no te podré invitar a comer en Little Italy.
Con una risita se soltó de su brazo y resbaló su mano hasta tomar la mano del inglés y tiró de él hacia la boca de metro para coger el que salía ya hacia el centro. En el vagón fue un poco raro, porque estaban obligados a ir pegados, por el afluente de gente que se movía de vuelta a casa a esas horas, y simplemente ahí estaban mirándose como dos tontos. Y cogiéndose de la mano, que ninguno había soltado.
-Ahora recuerda. Tú señor Gallia, yo Jane, nos llamamos de usted. Entra tú primero- soltó su mano, pero con una última sonrisa dijo- Mañana, a las nueve, aquí mismo- Y esperó, con una sonrisa muy tonta y muy buen humor, a que William subiera las escaleras del ministerio. Cuando subió a recoger el carrito que antes haba dejado aparcado y ver si se le ofrecía algo a su jefe. Y le vio, le vio de reojo, tan alegre como llevaba todo el día, quizá un poquito más, le distinguía hablando de Monument Valley y ella pasó de largo con el carrito. Con esa sonrisa de idiota que no era capaz de quitarse, llegó a la mesa de su amiga d eHell's Kitchen, Nikki, y le dijo
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A picture for the eternity Capítulo II Día 24 de febrero de 1983 a las 9:00 horas en MACUSA |
Ya había llegado tarde el primer día (o al menos así había quedado, aunque él seguía en sus trece de que lo que estaba era trabajando solo que en otro sitio, pero bueno) y no quería hacer quedar mal a la puntualidad inglesa, así que ahí estuvo como un clavo a las... ocho. Una hora antes. Porque así era William: o se pasaba de corto, o se pasaba de largo. Quizás no era simplemente quedar como un caballero inglés que se precie lo que le importaba. Quizás lo que quería era, simple, llana y directamente, quedar bien con Jane.
Así que allí se tiró una hora como una farola... Bueno, como una farola que se mueve mucho de un lado para otro. En las puertas del MACUSA, frente a las escaleras, mirando el reloj cada dos minutos como si no supiera que había llegado deliberadamente una hora antes y saludando a todos los que pasaban con una sonrisa de total normalidad, mientras ellos le devolvían una mirada de "¿y este qué hace aquí?". En fin, ni que fuera la primera vez que le miraban así.
Llevaba apenas una gabardina y una bufanda por encima de la fina camisa con la que pensaba afrontar el día de desierto, y un gorro que podía lo mismo ayudarle a resguardar su cabeza de las bajas temperaturas de allí como de las altas en Utah. Estaba acostumbrado a las temperaturas frías y húmedas de Londres así que el frío no le atacaba demasiado, pero claro, eran las ocho de la mañana en pleno febrero en Nueva York y se había ido un poco fresco. Eso diría cuando le preguntasen por qué daba tantas vueltas de un lado para otro, que era para espantar el frío.
En uno de sus paseos, ya algo más nervioso porque se aproximaba a la hora que había quedado, divisó a la mujer acercarse. Se aclaró la garganta, se recolocó la bufanda por hacer algo y esperó parado y con una sonrisa. Señorita Van Der Luyden. Se quitó el sombrero con un gestito caballeroso y se lo volvió a poner. Buenos días. Miró a los lados y se acercó a ella para susurrar de nuevo como si estuviera diciendo un secreto. ¿Seguimos en territorio MACUSA, no? Tengo que llam... ¡Buenos días, Wennick! Qué oportuno era siempre ese hombre, ¿no? Y un poco borde, porque vaya cara había puesto al pasar de largo. Esperó a que abandonara el plano con una sonrisa y, cuando lo hizo, miró a Jane con una mueca. Qué humor. Meh, mejor no pensar en él. Tendió su brazo para que ella se enganchara y amplió la sonrisa de nuevo. ¿Nos vamos?
Así que allí se tiró una hora como una farola... Bueno, como una farola que se mueve mucho de un lado para otro. En las puertas del MACUSA, frente a las escaleras, mirando el reloj cada dos minutos como si no supiera que había llegado deliberadamente una hora antes y saludando a todos los que pasaban con una sonrisa de total normalidad, mientras ellos le devolvían una mirada de "¿y este qué hace aquí?". En fin, ni que fuera la primera vez que le miraban así.
Llevaba apenas una gabardina y una bufanda por encima de la fina camisa con la que pensaba afrontar el día de desierto, y un gorro que podía lo mismo ayudarle a resguardar su cabeza de las bajas temperaturas de allí como de las altas en Utah. Estaba acostumbrado a las temperaturas frías y húmedas de Londres así que el frío no le atacaba demasiado, pero claro, eran las ocho de la mañana en pleno febrero en Nueva York y se había ido un poco fresco. Eso diría cuando le preguntasen por qué daba tantas vueltas de un lado para otro, que era para espantar el frío.
En uno de sus paseos, ya algo más nervioso porque se aproximaba a la hora que había quedado, divisó a la mujer acercarse. Se aclaró la garganta, se recolocó la bufanda por hacer algo y esperó parado y con una sonrisa. Señorita Van Der Luyden. Se quitó el sombrero con un gestito caballeroso y se lo volvió a poner. Buenos días. Miró a los lados y se acercó a ella para susurrar de nuevo como si estuviera diciendo un secreto. ¿Seguimos en territorio MACUSA, no? Tengo que llam... ¡Buenos días, Wennick! Qué oportuno era siempre ese hombre, ¿no? Y un poco borde, porque vaya cara había puesto al pasar de largo. Esperó a que abandonara el plano con una sonrisa y, cuando lo hizo, miró a Jane con una mueca. Qué humor. Meh, mejor no pensar en él. Tendió su brazo para que ella se enganchara y amplió la sonrisa de nuevo. ¿Nos vamos?
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A picture for the eternity Capítulo II Día 24 de febrero de 1983 a las 9:00 horas en MACUSA |
Era la tercera bandeja que sacaba quemada. Y era una pena porque la masa estaba buenísima, de hecho estaba chupando un poco de la cuchara mientras veía consternada otra bandeja quemada. Claro, el olor a quemado repetitivo hizo a su tía aparecer.
-¿Se puede saber qué haces, Janet?- ella se encogió de hombros y señaló la cocina -Intento hacer galletas con pepitas de chocolate pero... No sé qué estoy haciendo mal. Pero la masa está buenísima, estoy por llevármela así tal cual- Jane tenía la habilidad de hacer sonreír a su estirada tía Bethany, aunque ella se hiciera la dura. Se acercó y probó con una cucharilla de la masa -Sí, la masa está perfecta- se giró al horno- ¿A qué temperatura las estás haciendo?- la chica abrió mucho los ojos y sacudió la cabeza-¿Temperatura? ¿Pero eso se puede elegir?- su tía suspiró y dijo- Anda déjame a mí- ella dio un saltito de alegría y le dio un beso en la mejilla- Gracias, gracias, gracias, tengo que transcribir una sesión entera y mañana tengo un día larguísimo. ¡Por cierto! ¿Puedo tomar prestado tu bolso de extensión indetectable?- su tía suspiró mientras empezaba a poner cantidades bastante más grande para cada galleta que las que había usado ella- No voy ni a preguntar. Tráemelo intacto de vuelta.
***
Entre las galletas, transcribir la sesión de William y los nervios, no haba sido capaz de dormir casi nada. Se había comido la cabeza durante horas sobre cómo vestirse, y al final se había puesto uno de los vestidos blancos de algodón que llevaba en verano en Nueva Orleans, cuando el calor era insoportable y húmedo, pero con medias por debajo y la gabardina por encima. Llevaba el bolso de la tía con todo lo que necesitaba (creía) incluidas las galletas, que a ella le habían quedado del tamaño perfecto y doraditas.
Contra su plan, se quedó dormida en el tren y se pasó Grand Central Station, teniendo que coger el metro hasta Park Avenue. Llegó corriendo para no tardarse ni un minuto de más, y le dio tiempo de observar a William, dando vueltas, monísimo, como si estuviera nervioso ¿Lo estaría, como ella? Si él ya había estado allí... Se acercó, recuperando la respiración, como si no se hubiera planteado hace dos minutos afrontar una sanción del Ministerio por aparecerse en medio de Manhattan con tal de no llegar tarde a su cita con William. Que no era una cita, era trabajo, Jane, céntrate.
Se acercó a él y puso una amplia sonrisa agachando la cabeza al saludo tan señorial que le hacía y que era gracioso porque no le pegaba nada- Señor Gallia- luego asintió a lo que dijo y contestó en voz baja- Vámonos cuanto antes a Utah y volveremos a ser Will y Jane- Vaya, lo de Will se lo acababa de poner por la cara. Saludó a Wennick como si nada con una gran sonrisa y mientras llevaba a William a la parte de atrás del edificio dijo tocándose las mejillas- La sonrisa de secretaria. Cómo la odio ¿Crees que se puede sentir agujetas en las mejillas?- dijo resoplando.
Aquel callejón estaba "habilitado" entre muchas comillas para aparecerse cerca del MACUSA, aunque uno no podía fiarse porque en Nueva York todo el mundo se metía por todas partes. Cuando estuvieron allí miró a todos lados y dijo- Pues usted conoce el camino, señor Gallia- se aferró a su cintura con una sonrisa de niña traviesa y dijo- Lléveme.
-¿Se puede saber qué haces, Janet?- ella se encogió de hombros y señaló la cocina -Intento hacer galletas con pepitas de chocolate pero... No sé qué estoy haciendo mal. Pero la masa está buenísima, estoy por llevármela así tal cual- Jane tenía la habilidad de hacer sonreír a su estirada tía Bethany, aunque ella se hiciera la dura. Se acercó y probó con una cucharilla de la masa -Sí, la masa está perfecta- se giró al horno- ¿A qué temperatura las estás haciendo?- la chica abrió mucho los ojos y sacudió la cabeza-¿Temperatura? ¿Pero eso se puede elegir?- su tía suspiró y dijo- Anda déjame a mí- ella dio un saltito de alegría y le dio un beso en la mejilla- Gracias, gracias, gracias, tengo que transcribir una sesión entera y mañana tengo un día larguísimo. ¡Por cierto! ¿Puedo tomar prestado tu bolso de extensión indetectable?- su tía suspiró mientras empezaba a poner cantidades bastante más grande para cada galleta que las que había usado ella- No voy ni a preguntar. Tráemelo intacto de vuelta.
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Entre las galletas, transcribir la sesión de William y los nervios, no haba sido capaz de dormir casi nada. Se había comido la cabeza durante horas sobre cómo vestirse, y al final se había puesto uno de los vestidos blancos de algodón que llevaba en verano en Nueva Orleans, cuando el calor era insoportable y húmedo, pero con medias por debajo y la gabardina por encima. Llevaba el bolso de la tía con todo lo que necesitaba (creía) incluidas las galletas, que a ella le habían quedado del tamaño perfecto y doraditas.
Contra su plan, se quedó dormida en el tren y se pasó Grand Central Station, teniendo que coger el metro hasta Park Avenue. Llegó corriendo para no tardarse ni un minuto de más, y le dio tiempo de observar a William, dando vueltas, monísimo, como si estuviera nervioso ¿Lo estaría, como ella? Si él ya había estado allí... Se acercó, recuperando la respiración, como si no se hubiera planteado hace dos minutos afrontar una sanción del Ministerio por aparecerse en medio de Manhattan con tal de no llegar tarde a su cita con William. Que no era una cita, era trabajo, Jane, céntrate.
Se acercó a él y puso una amplia sonrisa agachando la cabeza al saludo tan señorial que le hacía y que era gracioso porque no le pegaba nada- Señor Gallia- luego asintió a lo que dijo y contestó en voz baja- Vámonos cuanto antes a Utah y volveremos a ser Will y Jane- Vaya, lo de Will se lo acababa de poner por la cara. Saludó a Wennick como si nada con una gran sonrisa y mientras llevaba a William a la parte de atrás del edificio dijo tocándose las mejillas- La sonrisa de secretaria. Cómo la odio ¿Crees que se puede sentir agujetas en las mejillas?- dijo resoplando.
Aquel callejón estaba "habilitado" entre muchas comillas para aparecerse cerca del MACUSA, aunque uno no podía fiarse porque en Nueva York todo el mundo se metía por todas partes. Cuando estuvieron allí miró a todos lados y dijo- Pues usted conoce el camino, señor Gallia- se aferró a su cintura con una sonrisa de niña traviesa y dijo- Lléveme.
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A picture for the eternity Capítulo II Día 24 de febrero de 1983 a las 9:00 horas en MACUSA |
Se mojó los labios con una sonrisa pilla y se acercó él también a la mujer para devolver el susurro. Sí por favor, ya lo echo de menos. Comentó con una sonrisa bromista. Volver a ser Will y Jane. Eso le gustaba mucho más que aquellas formalidades de cara a la galería. De verdad que podía suponerle un problema lo de llamarse de dos formas distintas porque con lo despistado que era, capaz y metía la pata en algún momento. Pero haría un esfuerzo.
Rió un poco. Sea de secretaria o no, es muy bonita. No empecemos, William, que el día es muy largo. Se aclaró la garganta. Oh, desde luego que lo creo. Yo las tengo a menudo. Aunque creo que mi cara ya se ha acostumbrado a que me ría así por que sí y ha tirado la toalla conmigo. Añadió con otra risilla. ¿Conmigo también usas las sonrisas de secretaria? Se llevó una teatral mano al pecho. Por favor no me digas eso. Lo dicho, fuera de secretaria o no... Era una sonrisa muy bonita.
Entraron por el mismo callejón por el que el día anterior se había aparecido allí con Wennick. Ah, esto me suena. Comentó cantarín sin que nadie, absolutamente nadie, le preguntara. Pero así era William, tenía que estar diciendo tonterías todo el tiempo, y empezaba a notarse peligrosamente en confianza con Jane como para poder hacerlo sin disimular... Como si él de normal disimulase mucho.
Lo que sí que le gustó, quizás también peligrosamente, fue esa forma en que la mujer se aferró a su cintura y le dijo con una sonrisa que le llevara. Se le había adelantado, porque él pensaba tomarla de la cintura con la excusa de "yo te llevo", y sinceramente... Eso le había sorprendido. Y si algo le gustaba a William Gallia era una grata sorpresa. Será un placer, Señorita Van Der Luyden. Se permitió acercarse un poco más y aferrarse él también a ella. Agárrese fuerte. Guiñó un ojo y, automáticamente tras esto, desaparecieron del callejón.
Primera parada. Anunció festivo nada más llegaron a la aduana mágica. Qué peñazo, la aduana. Eso sí... Su segundito de rigor con la excusa de "cuando uno se aparece tiene que darse tiempo antes de echar a andar" se lo había tomado antes de despegarse de la cintura de la mujer. Mmm, teniendo en cuenta que vine ayer... Dos veces... Y antes de ayer... Otras dos veces... ¿Cree que debería haber venido de incógnito? Bromeó, acercándose al control. Un mago muy serio (el mismo del día anterior), preguntó en tono monocorde si tenían algo que declarar. ¿Tarta de cereza? Preguntó en clave de broma y un tono jovial totalmente fuera de lugar. El hombre le miró con la expresión más inexpresiva que había visto en su vida, solo con una ceja arqueada y en un silencio que invitaba a que diera una respuesta real y no dijera más tonterías. William se aclaró la garganta y se puso serio. Es broma. No... Se pueden traer al... Desierto. Qué ridículo estaba haciendo. Delante de Jane, claro. Lo que pensara el guardia le daba exactamente igual.
Mostraron sus bolsas, respondieron a las tres o cuatro preguntas protocolarias y cruzaron la aduana. Bienvenida a... Un sitio exactamente igual que el anterior solo que libres de preguntas. Sonrió y se permitió la licencia de acercarse de nuevo a ella. ¿Lista para la próxima parada, Señorita Van Der Luyden? La agarró por la cintura y, sin media palabra más, mirándola con una sonrisa, desaparecieron una vez más de donde estaban. Y cuando volvieron a aparecer, en una zona bastante más calurosa de las que dejaban atrás y con una luz de sol mucho más radiante, miró a un lado, sin aún soltarla, y volviendo a girar la vista a ella dijo con una amplia sonrisa. Bueno, pues... Ahora sí, bienvenida a Monument Valley.
Rió un poco. Sea de secretaria o no, es muy bonita. No empecemos, William, que el día es muy largo. Se aclaró la garganta. Oh, desde luego que lo creo. Yo las tengo a menudo. Aunque creo que mi cara ya se ha acostumbrado a que me ría así por que sí y ha tirado la toalla conmigo. Añadió con otra risilla. ¿Conmigo también usas las sonrisas de secretaria? Se llevó una teatral mano al pecho. Por favor no me digas eso. Lo dicho, fuera de secretaria o no... Era una sonrisa muy bonita.
Entraron por el mismo callejón por el que el día anterior se había aparecido allí con Wennick. Ah, esto me suena. Comentó cantarín sin que nadie, absolutamente nadie, le preguntara. Pero así era William, tenía que estar diciendo tonterías todo el tiempo, y empezaba a notarse peligrosamente en confianza con Jane como para poder hacerlo sin disimular... Como si él de normal disimulase mucho.
Lo que sí que le gustó, quizás también peligrosamente, fue esa forma en que la mujer se aferró a su cintura y le dijo con una sonrisa que le llevara. Se le había adelantado, porque él pensaba tomarla de la cintura con la excusa de "yo te llevo", y sinceramente... Eso le había sorprendido. Y si algo le gustaba a William Gallia era una grata sorpresa. Será un placer, Señorita Van Der Luyden. Se permitió acercarse un poco más y aferrarse él también a ella. Agárrese fuerte. Guiñó un ojo y, automáticamente tras esto, desaparecieron del callejón.
Primera parada. Anunció festivo nada más llegaron a la aduana mágica. Qué peñazo, la aduana. Eso sí... Su segundito de rigor con la excusa de "cuando uno se aparece tiene que darse tiempo antes de echar a andar" se lo había tomado antes de despegarse de la cintura de la mujer. Mmm, teniendo en cuenta que vine ayer... Dos veces... Y antes de ayer... Otras dos veces... ¿Cree que debería haber venido de incógnito? Bromeó, acercándose al control. Un mago muy serio (el mismo del día anterior), preguntó en tono monocorde si tenían algo que declarar. ¿Tarta de cereza? Preguntó en clave de broma y un tono jovial totalmente fuera de lugar. El hombre le miró con la expresión más inexpresiva que había visto en su vida, solo con una ceja arqueada y en un silencio que invitaba a que diera una respuesta real y no dijera más tonterías. William se aclaró la garganta y se puso serio. Es broma. No... Se pueden traer al... Desierto. Qué ridículo estaba haciendo. Delante de Jane, claro. Lo que pensara el guardia le daba exactamente igual.
Mostraron sus bolsas, respondieron a las tres o cuatro preguntas protocolarias y cruzaron la aduana. Bienvenida a... Un sitio exactamente igual que el anterior solo que libres de preguntas. Sonrió y se permitió la licencia de acercarse de nuevo a ella. ¿Lista para la próxima parada, Señorita Van Der Luyden? La agarró por la cintura y, sin media palabra más, mirándola con una sonrisa, desaparecieron una vez más de donde estaban. Y cuando volvieron a aparecer, en una zona bastante más calurosa de las que dejaban atrás y con una luz de sol mucho más radiante, miró a un lado, sin aún soltarla, y volviendo a girar la vista a ella dijo con una amplia sonrisa. Bueno, pues... Ahora sí, bienvenida a Monument Valley.
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Sonrió y pestañeó un poco a lo de su sonrisa, y simplemente contestó- No, contigo no paro de reírme que es distinto- dijo con una pequeña carcajada al final.
Le gustaba que William la agarrara, se sentía fuerte y su cercanía era... En fin, ojalá aparecerse fuera como viajar en metro, que tienes que tirarte un ratito así. Aparecieron en una aduana, una que ella no conocía, porque para ir a Nueva Orleans y a Maine era distinta. Ya empezó a reírse cuando William empezó a decir que debería ponerse de incógnito y se acercó a su oreja para susurrarle- Pues con lo rubito que eres a lo mejor se piensan que eres el gentilicio que empieza por r...- por que no iba a ser tan tonta de decir "ruso" en una aduana, sobretodo cuando William ya estaba cabreando al funcionario. Pero seguro que era lo más estimulante que le había pasado en el día de hoy,
Cuando fue su turno el funcionario le preguntó por el bolso- ¿Es de extensión indetectable?- ella asintió con carita de ángel. El hombre gruñó- No se recomiendan para viajar, por cuestiones de seguridad nacional- ella pestañeó, con su mejor aire inocente- Pero no están prohibidos ¿verdad? Y no llevo nada malo dentro. Lo de la tarta de cereza es broma- dijo teniendo que aguantarse la risa. Al final pasó y se unió a William de nuevo y volvió a aferrarse a él con una gran sonrisa- Más lista que en toda mi vida- dijo mordiéndose el labio y notando esa sensación en el estómago cuando algo emocionante está a punto de pasar.
El sol la cegó. A pesar de que en Utah aún eran las siete de la mañana, en pleno febrero y amaneciendo, ya sentía el potente sol del desierto sobre ella. Cuando sus ojos se acostumbraron a la claridad, tuvo que separarse de William porque aún no daba crédito. Monument Valley era sobrecogedor y no sabía a qué lado mirar. Tomó aire y se quitó el abrigo y la bufanda para sentir el aire del desierto sobre la piel de los brazos, cerrando los ojos. Luego se volvió a William y le miró anonadada- Esto es increíble, es como un sueño- corrió hacia él sin pensarlo mucho y tirando el bolso el abrigo y todo al suelo le abrazó, poniéndose de puntillas y pasando los brazos al rededor de su cuello- Gracias, William, gracias por traerme- justo entonces se dio cuenta de lo que estaba haciendo y se separó un poco, colorada pero tan feliz que solo pudo mirarle con una sonrisa- Perdón, me he emocionado.
Le gustaba que William la agarrara, se sentía fuerte y su cercanía era... En fin, ojalá aparecerse fuera como viajar en metro, que tienes que tirarte un ratito así. Aparecieron en una aduana, una que ella no conocía, porque para ir a Nueva Orleans y a Maine era distinta. Ya empezó a reírse cuando William empezó a decir que debería ponerse de incógnito y se acercó a su oreja para susurrarle- Pues con lo rubito que eres a lo mejor se piensan que eres el gentilicio que empieza por r...- por que no iba a ser tan tonta de decir "ruso" en una aduana, sobretodo cuando William ya estaba cabreando al funcionario. Pero seguro que era lo más estimulante que le había pasado en el día de hoy,
Cuando fue su turno el funcionario le preguntó por el bolso- ¿Es de extensión indetectable?- ella asintió con carita de ángel. El hombre gruñó- No se recomiendan para viajar, por cuestiones de seguridad nacional- ella pestañeó, con su mejor aire inocente- Pero no están prohibidos ¿verdad? Y no llevo nada malo dentro. Lo de la tarta de cereza es broma- dijo teniendo que aguantarse la risa. Al final pasó y se unió a William de nuevo y volvió a aferrarse a él con una gran sonrisa- Más lista que en toda mi vida- dijo mordiéndose el labio y notando esa sensación en el estómago cuando algo emocionante está a punto de pasar.
El sol la cegó. A pesar de que en Utah aún eran las siete de la mañana, en pleno febrero y amaneciendo, ya sentía el potente sol del desierto sobre ella. Cuando sus ojos se acostumbraron a la claridad, tuvo que separarse de William porque aún no daba crédito. Monument Valley era sobrecogedor y no sabía a qué lado mirar. Tomó aire y se quitó el abrigo y la bufanda para sentir el aire del desierto sobre la piel de los brazos, cerrando los ojos. Luego se volvió a William y le miró anonadada- Esto es increíble, es como un sueño- corrió hacia él sin pensarlo mucho y tirando el bolso el abrigo y todo al suelo le abrazó, poniéndose de puntillas y pasando los brazos al rededor de su cuello- Gracias, William, gracias por traerme- justo entonces se dio cuenta de lo que estaba haciendo y se separó un poco, colorada pero tan feliz que solo pudo mirarle con una sonrisa- Perdón, me he emocionado.
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Se alegró de haber pasado antes que Jane en la aduana porque si no todo el mundo hubiera visto su cara de bobo mirándola pasar a ella. Bueno, le daba bastante igual que los demás la vieran, no quería que la descubriera la chica, realmente, ¿qué iba a pensar de él? No hacía ni veinticuatro horas que se conocían. Pero había tenido que taparse la boca con una mano porque esa forma de hacerse la inocente pero responder lo exactamente pertinente al malhumorado guarda de la aduana le hacían sentir una exquisita y perfectamente equilibrada mezcla entre adorabilidad y admiración. Desde luego que no dejaba de sorprenderle esa chica.
Y por supuesto no iba a dejar de resaltarlo nada más llegaron a Monument Valley, cuando ya sí se le escapó una risa. Eso ha estado genial. Se llevó una mano al pecho. A mí me has convencido. Él sería un pésimo guarda de aduanas, todo el mundo le convencería. Habría llevado ya a su país a la guerra quince veces. Mi más sincera admiración. Teatralizó, quitándose el gorro para llevárselo al pecho y hacer una reverencia. Al erguirse, cayó en algo. Oh, hablando de... Dijo mirando al gorro entre sus manos y acercándose un poco a ella para colocárselo en la cabeza, sonriendo justo después. Mucho mejor, así te proteges. Bajó las manos. Y te queda mejor que a mí. Rectifica, ¡¡rectifica!! Es decir... Hizo un gesto de quitarle importancia con la mano y una mueca de suficiencia con la cara. A mí no me hace falta, estoy acostumbrado. No lo estaba. Sí le hacía falta. A él nunca le daba el sol y era blanco como una pared. Se iba a quemar, se iba a achicharrar. Pero no le importaba, ya estaba hecho y a mucha honra. Si se veía muy apurado ya se inventaría algo, y si no... Seguía prefiriendo quemarse él, que no sería la primera vez que se lleva a su casa una consecuencia de alguno de sus viajecitos, a que se quemara la pobre Jane, que había ido allí por primera vez con intención de ayudarle.
A mí también me vendría bien un bolso de esos, pero pesan mucho. Siempre me voy con lo mínimo y... Bueno, luego me faltan cosas. Se sacó la varita del bolsillo y se la enseñó a Jane con ilusión. Pero nada que esto no pueda solucionar. William era de esos magos a los que le encantaba la magia en todas sus formas, no la hacía por hacerse la vida más fácil o porque era parte de él y tenía que controlarla. Disfrutaba haciendo magia... Y le salvaba la vida en más de una ocasión, eso también.
Pero mientras él hablaba sin parar (como siempre) vio como Jane simplemente disfrutaba del hecho de estar allí. Se quitó el abrigo y cerró los ojos para respirar... Y William estaba convencido de que aquella era una de las imágenes más bonitas que había visto en su vida. Se había quedado mirándola con la sonrisa de quien se queda absorto observando algo muy bello, sin siquiera darse cuenta de que se estaba cociendo debajo de su propia gabardina. Qué más daba cuando tenías delante algo... Así.
Tan absorto estaba que no se lo vio venir. Abrió mucho los ojos y casi dio un paso atrás, quedándose por unos instantes sin saber cómo reaccionar, cuando la chica se enganchó a su cuello. Eso que había notado en el pecho había sido su corazón pegando un salto. Fue a rodear su espalda para corresponder al abrazo pero ella seguidamente se apartó. No te preocupes. Dijo tímidamente, notándose ruborizado y llevándose una mano al sombrero... Que ya no tenía, por lo que si lo que quería era ocupar sus manos en algo para no evidenciar que se había puesto nervioso, le había salido bastante mal la jugada. Me gusta la gente que se emociona. No son muy comunes. Eso. Llámala bicho raro. Quiero decir que... Me gustan las cosas poco comunes. ¿¿William?? Vamos, que yo soy igual. Para. Se aclaró la garganta. Bueno eem... ¿Empezamos la aventura?
Y por supuesto no iba a dejar de resaltarlo nada más llegaron a Monument Valley, cuando ya sí se le escapó una risa. Eso ha estado genial. Se llevó una mano al pecho. A mí me has convencido. Él sería un pésimo guarda de aduanas, todo el mundo le convencería. Habría llevado ya a su país a la guerra quince veces. Mi más sincera admiración. Teatralizó, quitándose el gorro para llevárselo al pecho y hacer una reverencia. Al erguirse, cayó en algo. Oh, hablando de... Dijo mirando al gorro entre sus manos y acercándose un poco a ella para colocárselo en la cabeza, sonriendo justo después. Mucho mejor, así te proteges. Bajó las manos. Y te queda mejor que a mí. Rectifica, ¡¡rectifica!! Es decir... Hizo un gesto de quitarle importancia con la mano y una mueca de suficiencia con la cara. A mí no me hace falta, estoy acostumbrado. No lo estaba. Sí le hacía falta. A él nunca le daba el sol y era blanco como una pared. Se iba a quemar, se iba a achicharrar. Pero no le importaba, ya estaba hecho y a mucha honra. Si se veía muy apurado ya se inventaría algo, y si no... Seguía prefiriendo quemarse él, que no sería la primera vez que se lleva a su casa una consecuencia de alguno de sus viajecitos, a que se quemara la pobre Jane, que había ido allí por primera vez con intención de ayudarle.
A mí también me vendría bien un bolso de esos, pero pesan mucho. Siempre me voy con lo mínimo y... Bueno, luego me faltan cosas. Se sacó la varita del bolsillo y se la enseñó a Jane con ilusión. Pero nada que esto no pueda solucionar. William era de esos magos a los que le encantaba la magia en todas sus formas, no la hacía por hacerse la vida más fácil o porque era parte de él y tenía que controlarla. Disfrutaba haciendo magia... Y le salvaba la vida en más de una ocasión, eso también.
Pero mientras él hablaba sin parar (como siempre) vio como Jane simplemente disfrutaba del hecho de estar allí. Se quitó el abrigo y cerró los ojos para respirar... Y William estaba convencido de que aquella era una de las imágenes más bonitas que había visto en su vida. Se había quedado mirándola con la sonrisa de quien se queda absorto observando algo muy bello, sin siquiera darse cuenta de que se estaba cociendo debajo de su propia gabardina. Qué más daba cuando tenías delante algo... Así.
Tan absorto estaba que no se lo vio venir. Abrió mucho los ojos y casi dio un paso atrás, quedándose por unos instantes sin saber cómo reaccionar, cuando la chica se enganchó a su cuello. Eso que había notado en el pecho había sido su corazón pegando un salto. Fue a rodear su espalda para corresponder al abrazo pero ella seguidamente se apartó. No te preocupes. Dijo tímidamente, notándose ruborizado y llevándose una mano al sombrero... Que ya no tenía, por lo que si lo que quería era ocupar sus manos en algo para no evidenciar que se había puesto nervioso, le había salido bastante mal la jugada. Me gusta la gente que se emociona. No son muy comunes. Eso. Llámala bicho raro. Quiero decir que... Me gustan las cosas poco comunes. ¿¿William?? Vamos, que yo soy igual. Para. Se aclaró la garganta. Bueno eem... ¿Empezamos la aventura?
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Con William todo era rápido y confuso. Una nunca sabía exactamente en qué punto de la conversación se encontraba. Pero siempre era bueno, y alegre y maravilloso. Así que sin darse cuenta, acabó con el sombrero de William en su cabeza, y escuchando que le gustaba la gente que se emocionaba. Pues menos mal porque con ella iba a tener bastante de eso. El problema es que no le quedaba muy claro si se había excedido o no, porque él no le había devuelto el abrazo, pero no parecía enfadado... Buf, esto de socializar era más complicado de lo que creía.
Aun así, prefirió no darle importancia y se colocó el sombrero de tal manera que le dejara ver, llevándose la mano a la parte de atrás- ¿De veras me queda bien?- dijo con una risita cantarina- Te lo agradezco. Pero este sol... Te vas a quemar, señor Gallia- se alejó un poco de él sabiendo bien lo que buscaba y no tardó en encontrarlo. Buscó en el bolso, que claro, era un poco difícil de manejar, pero dio con una navajita de mango de mármol que solía usar para las plantas. Su padre se la había regalado para que la llevara siempre en Nueva York, pero ella prefería la varita y acabó usándola para las plantas, porque venía muy a mano. Se dirigió al aloe vera y le cortó una rama gorda y jugosa- Disculpe, señor aloe, pretendo que el de ahí no se queme- Para cuando llegó a la altura de William se dio cuenta de que le había hablado a la planta estando él delante. Maldita fuera. Se puso coloradísima mientras pelaba la planta para sacar el gel- Es que... A veces hablo con las plantas... Sé que es un poco raro pero es que son los seres vivos con los que paso más rato paso son las plantas- Cogió el gel con los dedos y lo puso sobre los pómulos y la nariz de William como si le pintara con una sonrisa- Ya está... El aloe vera protege del sol, que eres muy blanquito-Como si ella no. Pro se había echado crema antes de salir. Volvió a coger el bolso y sacó sus gafas de sol, poniéndoselas también- Y esto para tus ojos azules- dijo ampliando la sonrisa y bajó un poco el tono y se las puso- A veces los nomajs tienen cosas buenas como las gafas de sol.
Risueña, se acercó del nuevo al bolso y sacó su varita, levantándola al aire- Pues yo también tengo una de estas- como si no lo supiera. En fin, empezaba a gustarle decir tonterías- Así que empecemos a trabajar o no te dejaré probar las deliciosas galletas que he traído.
Aun así, prefirió no darle importancia y se colocó el sombrero de tal manera que le dejara ver, llevándose la mano a la parte de atrás- ¿De veras me queda bien?- dijo con una risita cantarina- Te lo agradezco. Pero este sol... Te vas a quemar, señor Gallia- se alejó un poco de él sabiendo bien lo que buscaba y no tardó en encontrarlo. Buscó en el bolso, que claro, era un poco difícil de manejar, pero dio con una navajita de mango de mármol que solía usar para las plantas. Su padre se la había regalado para que la llevara siempre en Nueva York, pero ella prefería la varita y acabó usándola para las plantas, porque venía muy a mano. Se dirigió al aloe vera y le cortó una rama gorda y jugosa- Disculpe, señor aloe, pretendo que el de ahí no se queme- Para cuando llegó a la altura de William se dio cuenta de que le había hablado a la planta estando él delante. Maldita fuera. Se puso coloradísima mientras pelaba la planta para sacar el gel- Es que... A veces hablo con las plantas... Sé que es un poco raro pero es que son los seres vivos con los que paso más rato paso son las plantas- Cogió el gel con los dedos y lo puso sobre los pómulos y la nariz de William como si le pintara con una sonrisa- Ya está... El aloe vera protege del sol, que eres muy blanquito-Como si ella no. Pro se había echado crema antes de salir. Volvió a coger el bolso y sacó sus gafas de sol, poniéndoselas también- Y esto para tus ojos azules- dijo ampliando la sonrisa y bajó un poco el tono y se las puso- A veces los nomajs tienen cosas buenas como las gafas de sol.
Risueña, se acercó del nuevo al bolso y sacó su varita, levantándola al aire- Pues yo también tengo una de estas- como si no lo supiera. En fin, empezaba a gustarle decir tonterías- Así que empecemos a trabajar o no te dejaré probar las deliciosas galletas que he traído.
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A picture for the eternity Capítulo II Día 24 de febrero de 1983 a las 9:00 horas en MACUSA |
Sonrió admirando esa risita cantarina y esa forma de agradecérselo, y negó con la cabeza cuando dijo que se iba a quemar. No lo creo. Algo me dice que estar contigo me da suerte, Señorita Van Der Luyden. Y si se quemaba, habría merecido la pena. Sin desdibujar la sonrisa, miró con curiosidad, ladeando un poco la cabeza, como la mujer rebuscaba algo del bolso y acababa sacando una navaja, dirigiéndose a un aloe cercano y... Oh, ¿acababa de hablarle al aloe? Abrió un poco los ojos y amplió su sonrisa, porque no lo pudo evitar: el corazón le acababa de dar un salto. Eso era lo más adorable que había visto en su vida... Otra vez.
Seguía mirándola como si fuera la criatura más exótica que hubiera visto jamás. Debía tener una cara de bobo importante, y estaba tan obnubilado por eso que ni se había percatado en que la mujer se había ruborizado. No tan raro como hablarle a los libros. Levantó una mano. Culpable. Rió un poco por su propia broma tonta. A mí me ha parecido un gesto muy bonito, y educado. Y vengo de Inglaterra, que con eso de la educación son un poquito estrictos. Volvió a reírse de su broma y de nuevo no estaba pendiente lo suficiente de lo que pasaba, porque de repente notó que la mujer extendía el gel del aloe sobre su rostro. Y otro salto de su corazón.
Se quedó tan bloqueado, con cara de bobo seguro, que incluso después de que le hubiera puesto esas gafas aún no había reaccionado. Cuando lo hizo, solo dijo un casi ido. Gracias. Tragó saliva, como si al escuchar su propia voz se hubiera dado cuenta de que formaba parte de una realidad. Se aclaró la garganta. Eres muy amable. Y nunca se me había ocurrido lo del aloe. Aunque... Esto... Se bajó un poco las gafas, poniéndose bizco para poder mirarlas apoyadas en su nariz. Es un poco raro, ¿no? Se ve todo muy oscuro. ¿De verdad protegen del sol? Alzó la mirada para enfocar a la chica y, sin dejar de mirarlas, se las volvió a poner. Y al verla a través de las gafas, efectivamente, le cambiaba el color. Creo que pref... Para. Se iba a exceder. Se iba a exceder otra vez. No puedes decirle a alguien que acabas de conocer que preferías quemarte los ojos a no verla tal y como era. Porque no.
Tocaba reconducir eso. Creo que prefiero la estética mágica. Rió. No sé cómo estoy. No quiero saber cómo estoy. Volvió a decir entre risas. Que no es que él tuviera un excesivo sentido del ridículo, pero tenía que tener unas pintas... Aunque a ella las gafas le sentaban bastante bien. Claro, qué tontería, qué no le sentaba bien a esa mujer... Si le sentaba bien hasta su gorro. Si le sentaba bien hasta hablarle a un aloe.
¡Anda! ¡Qué casualidad! Bromeó fingiendo estar impresionado mientras se reía. Vale, él había empezado con la tontería de la varita, ella había secundado su tontería y él había ampliado la tontería diciendo esa tontería. ¿Hasta dónde pensaba llegar con aquello? Claro, claro, por supuesto. Corroboró en seguida, quitándose la gabardina porque claro, todavía ni se había dado cuenta de que se estaba cociendo dentro. La enganchó entre las piernas mientras se remangaba la camisa y miraba al horizonte. ¿Ves aquella elevación del terreno? Los díctamos del desierto, por mucho que sean del desierto, necesitan cierta sombra para sobrevivir. Justo en la falda podremos encontrar algunos sueltos. Yo estuve ayer buscando cerca de aquella. Señaló otra. No me dio tiempo a llegar allí porque... En fin, Wennick. Agarró de nuevo la gabardina y se la enganchó en el brazo. Ahora no da mucha sombra, pero sí da bastante justo a las horas de más sol. Los díctamos son listos, saben donde crecer. La miró y sonrió. ¿Vamos?
Seguía mirándola como si fuera la criatura más exótica que hubiera visto jamás. Debía tener una cara de bobo importante, y estaba tan obnubilado por eso que ni se había percatado en que la mujer se había ruborizado. No tan raro como hablarle a los libros. Levantó una mano. Culpable. Rió un poco por su propia broma tonta. A mí me ha parecido un gesto muy bonito, y educado. Y vengo de Inglaterra, que con eso de la educación son un poquito estrictos. Volvió a reírse de su broma y de nuevo no estaba pendiente lo suficiente de lo que pasaba, porque de repente notó que la mujer extendía el gel del aloe sobre su rostro. Y otro salto de su corazón.
Se quedó tan bloqueado, con cara de bobo seguro, que incluso después de que le hubiera puesto esas gafas aún no había reaccionado. Cuando lo hizo, solo dijo un casi ido. Gracias. Tragó saliva, como si al escuchar su propia voz se hubiera dado cuenta de que formaba parte de una realidad. Se aclaró la garganta. Eres muy amable. Y nunca se me había ocurrido lo del aloe. Aunque... Esto... Se bajó un poco las gafas, poniéndose bizco para poder mirarlas apoyadas en su nariz. Es un poco raro, ¿no? Se ve todo muy oscuro. ¿De verdad protegen del sol? Alzó la mirada para enfocar a la chica y, sin dejar de mirarlas, se las volvió a poner. Y al verla a través de las gafas, efectivamente, le cambiaba el color. Creo que pref... Para. Se iba a exceder. Se iba a exceder otra vez. No puedes decirle a alguien que acabas de conocer que preferías quemarte los ojos a no verla tal y como era. Porque no.
Tocaba reconducir eso. Creo que prefiero la estética mágica. Rió. No sé cómo estoy. No quiero saber cómo estoy. Volvió a decir entre risas. Que no es que él tuviera un excesivo sentido del ridículo, pero tenía que tener unas pintas... Aunque a ella las gafas le sentaban bastante bien. Claro, qué tontería, qué no le sentaba bien a esa mujer... Si le sentaba bien hasta su gorro. Si le sentaba bien hasta hablarle a un aloe.
¡Anda! ¡Qué casualidad! Bromeó fingiendo estar impresionado mientras se reía. Vale, él había empezado con la tontería de la varita, ella había secundado su tontería y él había ampliado la tontería diciendo esa tontería. ¿Hasta dónde pensaba llegar con aquello? Claro, claro, por supuesto. Corroboró en seguida, quitándose la gabardina porque claro, todavía ni se había dado cuenta de que se estaba cociendo dentro. La enganchó entre las piernas mientras se remangaba la camisa y miraba al horizonte. ¿Ves aquella elevación del terreno? Los díctamos del desierto, por mucho que sean del desierto, necesitan cierta sombra para sobrevivir. Justo en la falda podremos encontrar algunos sueltos. Yo estuve ayer buscando cerca de aquella. Señaló otra. No me dio tiempo a llegar allí porque... En fin, Wennick. Agarró de nuevo la gabardina y se la enganchó en el brazo. Ahora no da mucha sombra, pero sí da bastante justo a las horas de más sol. Los díctamos son listos, saben donde crecer. La miró y sonrió. ¿Vamos?
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Daba igual el volumen de tonterías que dijera, que William siempre parecía estar dispuesto a reírse con ella o a decir algo en el mismo hilo para hacerla quedar bien. Amplió la sonrisa y dijo- Me gusta. Empezaré a hablarle a los libros yo también y así si voy a Inglaterra estaré muy bien integrada- ¿No le iba a gustar? Todo lo que hacía William le gustaba. ¿Y por qué había dicho eso de Inglaterra? Toda la vida prácticamente sin salir de su casa y de Nueva York y en una semana no solo se iba al medio del desierto si no que fantaseaba con ir a Inglaterra. Pero algo le decía que allí hasta encajaría mejor que con los escandalosos y ostentosos americanos.
Y otra vez le pasó lo de empezar una frase y cortarse. Parecía pasarle eso mucho a William, tenía la teoría de que es que pensaba más rápido de lo podía haber y por eso se quedaba a medias. Rio ante lo de la pinta y le miró ladeando la cabeza- ¿Pues como vas a estar? Eres el espía ruso más guapo que he visto nunca- se mordió el labio inferior mientras sonreía. Ya le daba igual decir esas cosas, al fin y al cabo, siempre estaban con las bromitas cuando estaban solos. Y sí, estaban solos de verdad por primera vez. Y en la inmensidad del desierto. Solo pensarlo le dieron cosquillas en el estómago y se sintió enrojecer.
Para espantar esos nervios absurdos que acababan de darle, cogió el bolso y y lo abrió, ofreciéndoselo- Puedo guardar tu gabardina aquí- y asintió con una sonrisa. Cuando la gabardina estuvo dentro, pasó el bolso a la mano izquierda y la derecha la aferró a la de William tirando de él a la colina que había señalado- Pues yo no soy Wennick así que ¡vamos!- dijo con una risita corriendo hacia allí. Cuando tuvo las flores ante si se agachó y las rozó con las manos, acariciando sus pétalos admirada- Míralas, así, bajo el cielo del desierto, donde tienen que estar... Quién iba a decir que son tan importantes para sanar a los enfermos cuando se las ve así. Por eso me gustan. No son las más bonitas pero son tan valiosas...- De nuevo giró su cabeza hacia William y le miró a los ojos. Qué ojos tan azules tenía, qué bonitos- Gracias otra vez por traerme aquí- Y se quedó mirándole, no pudiendo apartar los ojos de él, emocionada, divertida, agradecida y de todo, congelada en su rostro.
Y otra vez le pasó lo de empezar una frase y cortarse. Parecía pasarle eso mucho a William, tenía la teoría de que es que pensaba más rápido de lo podía haber y por eso se quedaba a medias. Rio ante lo de la pinta y le miró ladeando la cabeza- ¿Pues como vas a estar? Eres el espía ruso más guapo que he visto nunca- se mordió el labio inferior mientras sonreía. Ya le daba igual decir esas cosas, al fin y al cabo, siempre estaban con las bromitas cuando estaban solos. Y sí, estaban solos de verdad por primera vez. Y en la inmensidad del desierto. Solo pensarlo le dieron cosquillas en el estómago y se sintió enrojecer.
Para espantar esos nervios absurdos que acababan de darle, cogió el bolso y y lo abrió, ofreciéndoselo- Puedo guardar tu gabardina aquí- y asintió con una sonrisa. Cuando la gabardina estuvo dentro, pasó el bolso a la mano izquierda y la derecha la aferró a la de William tirando de él a la colina que había señalado- Pues yo no soy Wennick así que ¡vamos!- dijo con una risita corriendo hacia allí. Cuando tuvo las flores ante si se agachó y las rozó con las manos, acariciando sus pétalos admirada- Míralas, así, bajo el cielo del desierto, donde tienen que estar... Quién iba a decir que son tan importantes para sanar a los enfermos cuando se las ve así. Por eso me gustan. No son las más bonitas pero son tan valiosas...- De nuevo giró su cabeza hacia William y le miró a los ojos. Qué ojos tan azules tenía, qué bonitos- Gracias otra vez por traerme aquí- Y se quedó mirándole, no pudiendo apartar los ojos de él, emocionada, divertida, agradecida y de todo, congelada en su rostro.
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¡Genial! Y yo ya no seré el único loco del MACUSA. Dijo entre risas, celebrando la decisión de Jane de hablar con los libros. Y de paso había dicho genial a eso de que se viniera a Inglaterra y por un momento la había imaginado allí. ¿Pero qué? Sacudió un poco la cabeza para recentrarse. Aunque no podía irse de allí el pensamiento de que dudaba que existiera ningún sitio en el mundo en el que Jane no encajara. ¿Le gustaría la Provenza? Allí había muchas flores, y la comida era mejor que en Inglaterra. Espera, ¿qué hacía pensando eso? ¡Que te centres, William!
Y de verdad que estaba intentando centrarse, pero entonces Jane le dijo directamente que era guapo. Por fuerza se tuvo que poner colorado, lo cual en él, con lo blanco que era, iba a ser muy evidente. Miró un poco hacia abajo con una sonrisilla y alzó la mirada de nuevo hacia ella. Pues tú eres la paleta de Maine a la que mejor le sientan los sombreros ingleses y... Al mirarla vio que su frase no iba a tener sentido, así que abrió su maletín, sacó uno de los díctamos que había recogido el día anterior y se acercó para colocarlo entre su oreja y el gorro con suavidad. ...los díctamos del desierto en el pelo.
Hubo un instante de quedarse mirándola como un idiota que afortunadamente ella rompió pidiéndole que guardara la gabardina en su bolso. Sí, aún la llevaba entre las rodillas. Pensaba tirarla por ahí en la arena para hacer luego lo que hizo el día anterior, ir dejándolo todo perdido de arena y pasarse con picores en el cuerpo una semana. Oh, gracias, pero, ¿no va a pesar mucho? Daba igual porque ella parecía haber decidido ya por él, lo cual le hizo sonreír. Al final sí que le iba a venir bien una secretaria... O una Jane, más bien. Algo le decía que si se sentía bien, y sentía que esa mujer ponía su locura en orden, no era por ser su secretaria: era por ser ella.
La chica agarró su brazo y corrió hacia la colina mientras él se dejaba arrastrar y simplemente se quedaba mirándola, una vez más, como un idiota. Solo por esa escena que tenía ante sí había merecido la pena llevarla. Sonrió más ampliamente cuando le miró y le dio las gracias, tardando unos segundos en reaccionar. Gracias a ti por querer acompañar a este loco excéntrico. Se mojó los labios sin dejar de sonreír y se sentó en la arena, al lado de ella y frente a los díctamos. Estoy de acuerdo contigo, son tremendamente valiosas. Ladeó un poco la cabeza. Pero hay algo con lo que no estoy de acuerdo. Estoy bastante convencido de que son... Lo más bonito que he visto en mi vida. Ya para qué iba a decirse a sí mismo que frenara. Estaba disfrutando demasiado de aquello, estaban solos y le importaba un pimiento que fuera "su secretaria". Si tenía que pararle alguien los pies, que fuera la propia Jane. Y aunque lo hiciera, ya solo el recorrido habría merecido la pena.
Se giró un poco en el suelo para dar la espalda a la colina y mirar la inmensidad del desierto. Extendió el brazo y señaló. Desde aquí no se aprecia, pero siguiendo ese perímetro... Hizo un círculo imaginario con el dedo que les envolvía tanto a ellos como a un par de kilómetros a la redonda. Hay lo que parece un área natural que han formado los díctamos. No son tan abundantes como en la falda de la colina, están más desperdigados, pero si un conjuro los conecta crearían una cúpula perfecta. Miró a la mujer con cara de circunstancias y alzó las cejas. Y por eso estoy aquí, técnicamente. Se acercó a ella y, colocándose una mano a modo de pantalla al lado de los labios como si hubiera alguien más allí, susurró. En verdad no. En verdad solo he venido a ver flores bonitas y comer galletas. Se retiró con una risa bromista. Pero sobre el papel, he venido a esto. Aunque algo me dice que Wennick se decanta más por lo de que vengo aquí de excursión. Volvió a reír. Se movió una vez más en el suelo, flexionando una rodilla y apoyando el antebrazo en ella, frente por frente a la mujer. ¿Tú que piensas, Jane? ¿Crees que podría funcionar?
Y de verdad que estaba intentando centrarse, pero entonces Jane le dijo directamente que era guapo. Por fuerza se tuvo que poner colorado, lo cual en él, con lo blanco que era, iba a ser muy evidente. Miró un poco hacia abajo con una sonrisilla y alzó la mirada de nuevo hacia ella. Pues tú eres la paleta de Maine a la que mejor le sientan los sombreros ingleses y... Al mirarla vio que su frase no iba a tener sentido, así que abrió su maletín, sacó uno de los díctamos que había recogido el día anterior y se acercó para colocarlo entre su oreja y el gorro con suavidad. ...los díctamos del desierto en el pelo.
Hubo un instante de quedarse mirándola como un idiota que afortunadamente ella rompió pidiéndole que guardara la gabardina en su bolso. Sí, aún la llevaba entre las rodillas. Pensaba tirarla por ahí en la arena para hacer luego lo que hizo el día anterior, ir dejándolo todo perdido de arena y pasarse con picores en el cuerpo una semana. Oh, gracias, pero, ¿no va a pesar mucho? Daba igual porque ella parecía haber decidido ya por él, lo cual le hizo sonreír. Al final sí que le iba a venir bien una secretaria... O una Jane, más bien. Algo le decía que si se sentía bien, y sentía que esa mujer ponía su locura en orden, no era por ser su secretaria: era por ser ella.
La chica agarró su brazo y corrió hacia la colina mientras él se dejaba arrastrar y simplemente se quedaba mirándola, una vez más, como un idiota. Solo por esa escena que tenía ante sí había merecido la pena llevarla. Sonrió más ampliamente cuando le miró y le dio las gracias, tardando unos segundos en reaccionar. Gracias a ti por querer acompañar a este loco excéntrico. Se mojó los labios sin dejar de sonreír y se sentó en la arena, al lado de ella y frente a los díctamos. Estoy de acuerdo contigo, son tremendamente valiosas. Ladeó un poco la cabeza. Pero hay algo con lo que no estoy de acuerdo. Estoy bastante convencido de que son... Lo más bonito que he visto en mi vida. Ya para qué iba a decirse a sí mismo que frenara. Estaba disfrutando demasiado de aquello, estaban solos y le importaba un pimiento que fuera "su secretaria". Si tenía que pararle alguien los pies, que fuera la propia Jane. Y aunque lo hiciera, ya solo el recorrido habría merecido la pena.
Se giró un poco en el suelo para dar la espalda a la colina y mirar la inmensidad del desierto. Extendió el brazo y señaló. Desde aquí no se aprecia, pero siguiendo ese perímetro... Hizo un círculo imaginario con el dedo que les envolvía tanto a ellos como a un par de kilómetros a la redonda. Hay lo que parece un área natural que han formado los díctamos. No son tan abundantes como en la falda de la colina, están más desperdigados, pero si un conjuro los conecta crearían una cúpula perfecta. Miró a la mujer con cara de circunstancias y alzó las cejas. Y por eso estoy aquí, técnicamente. Se acercó a ella y, colocándose una mano a modo de pantalla al lado de los labios como si hubiera alguien más allí, susurró. En verdad no. En verdad solo he venido a ver flores bonitas y comer galletas. Se retiró con una risa bromista. Pero sobre el papel, he venido a esto. Aunque algo me dice que Wennick se decanta más por lo de que vengo aquí de excursión. Volvió a reír. Se movió una vez más en el suelo, flexionando una rodilla y apoyando el antebrazo en ella, frente por frente a la mujer. ¿Tú que piensas, Jane? ¿Crees que podría funcionar?
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Se tocó el sombrero otra vez hacia atrás con una sonrisa, siguiendo la broma, pero se quedó anonadada cuando William le puso el díctamos en el pelo. Sintió como las mejillas le enrojecían y dijo- Gracias...- en un susurro, sintiéndose tantísima porque no se le ocurría nada más. Sentirse halagada y... esa cercanía, de parte de alguien como William era sobrecogedor, pero le hacía sentir bien.
Apenas casi pudo alzar los ojos cuando alabó a las flores que estaban mirando. Se encogió de hombros y acarició de nuevo los pétalos- Al menos son de mi color favorito...- Puf, vaya comentario idiota, Jane Van Der Luyden. Pero prefería concentrarse en la cercanía de William, viéndole allí sentado, tan natural, como un niño que admira el desierto y lo disfruta, tal como estaba haciendo ella.
Escuchó lo que William le contaba sobre los díctamos como cuando era niña y escuchaba a los profesores en Ilvermony y miró a su al rededor- Es increíble lo inteligentes que pueden llegar a ser la plantas... Más que muchos humanos que conozco- Más que la mayoría del MACUSA con la tontería de los rusos. Se recostó de lado en la arena apoyada en su codo, con el cuerpo alargado, como si estuviera en la playa, para tener una buena panorámica del área que William describía y puso una sonrisa- A ninguno de los idiotas de los altos cargos se les ha ocurrido que se puede usar un díctamo para algo así, creen que solo es una flor que ni siquiera es bonita- dijo mirándole astutamente y sonriendo a la broma de su superior- Wennick el primero. Pero tú ves más allá- Sí, él siempre veía más allá, y eso era lo que le atraía irremediablemente hacia él, esa visión sin límites, ese cerebro que bullía y bullía sin parar. Se encogió un poco de hombros y bajó los párpados sin perder la sonrisa- Creo que tú sabes ver el potencial en las cosas que parecen simples y pueden ser cruciales. Lo que no sé es cómo pretendes aplicarlo a sitios como un edificio entero, o a la ciudad de Nueva York o... a lo que sea que te piden en el MACUSA.
Giró ligeramente el cuerpo hacia él con una sonrisa- Podemos probarlo, si quieres, aquí, y si funciona ya veremos cómo aplicarlo a lugares más grandes- Amplió la sonrisa- Y si sale bien, lo celebramos desayunando galletas. Y te he traído una cosa más- dijo alzando el índice- Café descafeinado. Para que tu hermana y toda la comunidad mágica británica no me persigan por haberte dado café, pero puedas disfrutar de ello- Luego se incorporó un poco de su propia postura y volvió a quedarse sentada, con la mirada baja- Y... llámame Janet, si quieres. Así me llama la gente que me quiere...- Arregla eso- Vamos la que es cercana a mí o a la que le caigo bien- Eso no había sido exactamente arreglarlo, pero bueno.
Apenas casi pudo alzar los ojos cuando alabó a las flores que estaban mirando. Se encogió de hombros y acarició de nuevo los pétalos- Al menos son de mi color favorito...- Puf, vaya comentario idiota, Jane Van Der Luyden. Pero prefería concentrarse en la cercanía de William, viéndole allí sentado, tan natural, como un niño que admira el desierto y lo disfruta, tal como estaba haciendo ella.
Escuchó lo que William le contaba sobre los díctamos como cuando era niña y escuchaba a los profesores en Ilvermony y miró a su al rededor- Es increíble lo inteligentes que pueden llegar a ser la plantas... Más que muchos humanos que conozco- Más que la mayoría del MACUSA con la tontería de los rusos. Se recostó de lado en la arena apoyada en su codo, con el cuerpo alargado, como si estuviera en la playa, para tener una buena panorámica del área que William describía y puso una sonrisa- A ninguno de los idiotas de los altos cargos se les ha ocurrido que se puede usar un díctamo para algo así, creen que solo es una flor que ni siquiera es bonita- dijo mirándole astutamente y sonriendo a la broma de su superior- Wennick el primero. Pero tú ves más allá- Sí, él siempre veía más allá, y eso era lo que le atraía irremediablemente hacia él, esa visión sin límites, ese cerebro que bullía y bullía sin parar. Se encogió un poco de hombros y bajó los párpados sin perder la sonrisa- Creo que tú sabes ver el potencial en las cosas que parecen simples y pueden ser cruciales. Lo que no sé es cómo pretendes aplicarlo a sitios como un edificio entero, o a la ciudad de Nueva York o... a lo que sea que te piden en el MACUSA.
Giró ligeramente el cuerpo hacia él con una sonrisa- Podemos probarlo, si quieres, aquí, y si funciona ya veremos cómo aplicarlo a lugares más grandes- Amplió la sonrisa- Y si sale bien, lo celebramos desayunando galletas. Y te he traído una cosa más- dijo alzando el índice- Café descafeinado. Para que tu hermana y toda la comunidad mágica británica no me persigan por haberte dado café, pero puedas disfrutar de ello- Luego se incorporó un poco de su propia postura y volvió a quedarse sentada, con la mirada baja- Y... llámame Janet, si quieres. Así me llama la gente que me quiere...- Arregla eso- Vamos la que es cercana a mí o a la que le caigo bien- Eso no había sido exactamente arreglarlo, pero bueno.
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Amplió la sonrisa. ¿Te gusta el morado? Toma nota, William: le gusta el morado. A mí también. Bueno, en realidad a mí me gustan todos los colores. Soy muy de colores. Rió un poco y se encogió de hombros como quien dice qué le vamos a hacer. Es la típica pregunta que te hacen de pequeño, que cuál es tu color favorito. Pero él cada día decía uno distinto hasta que los demás dejaron de preguntarle y él determinó que le gustaban todos. Porque sí, porque por qué no.
Lo siguiente que dijo le hizo soltar una carcajada y, cuando su risa se relajó un poco, la señaló balanceando un índice en el aire. Es usted una mujer sabia, Jane Van Der Luyden. De verdad que le había hecho mucha gracia el comentario. Tienes toda la razón. Hay algunos humanos a los que compararles con una planta sería insultar a la planta. Negó con la cabeza mientras pensaba en algún que otro ejemplo y seguía riendo entre dientes. Y mientras reía, la vio tumbarse. Debería dejar de caer obnubilado por esas imágenes que la chica le ofrecía porque a William lo de disimular no se le daba bien, y se iba a dar cuenta de que la miraba como un idiota y no avanzaba en el trabajo, que en teoría era para lo que habían ido. Se recentró para escuchar lo que decía, pero no podía evitar divagar, y una sonrisilla traviesa se dibujó en su rostro, sonrisa que trató de disimular un poco mordiéndose el labio inferior. Sí que son idiotas. Dejó caer los párpados encogiéndose de hombro. Puede ser, puede que yo vea más allá... Siempre he visto... Cosas que los demás no veían. La miró y ladeó la cabeza. Pero no creo que sea porque yo soy más listo que nadie, sino porque... Hay gente que no sabe apreciar lo que tiene delante. Miran sin ver. Volvió a ladear lentamente una sonrisa cálida, sin dejar ni de mirarla ni de llevarse a su terreno lo que para la mujer era una conversación sobre díctamos y, para él, una metáfora perfecta de Jane. Creo que esa flor tiene muy poco de simple, y mucho de bonita. Y yo tampoco sé qué voy a hacer exactamente con ella, pero... Voy a disfrutar mucho averiguándolo. Estaba convencido. Ya lo estaba haciendo.
Sacó la varita con una floritura y un gesto bastante cómico, como quien desenvaina una espada, mirando a la mujer con una expresión caballeresca pero sin perder la sonrisa. Eso está hecho, bella dama. Ya estaba diciendo y haciendo tonterías. En fin. Pero antes de, como ella lo había dicho, probar el hechizo con aquellos díctamos, se paró a escuchar como un niño curioso a quien le están dando pistas sobre su regalo de Navidad lo que la chica decía haber traído. Y cuando terminó rió, con los ojos iluminados. ¿De verdad? Eres fantástica, Jane. Sin filtros. Y como si no hubiera dicho nada, miró al cielo y se llevó una mano a los labios como si quisiera que alguien que estaba muy lejos escuchase. ¿Oyes eso, Violet? ¡Me ha traído café! Bajó la mirada a la mujer, riéndose de nuevo, pero haciendo un gesto con la mano que restaba importancia. En realidad mi hermana me lo daba a escondidas porque sabía que me gustaba y quería chinchar a mis padres, que me lo tenían prohibido. Hasta que un día por poco provoco que nos expulsen de Hogwarts a los dos y le dejó de hacer gracia. Se acercó un poco a ella, asintiendo lentamente con la cabeza en una expresión muy graciosa. Pasó miedo de verdad. Rió y se apartó de nuevo.
Mientras la mujer se incorporaba él aún tenía una risilla residual por recordar esa anécdota, pero sus pensamientos se interrumpieron (y el latido de su corazón también, por un leve instante) cuando le dijo que le llamara Janet. Lo mejor era el motivo: porque así la llamaba la gente que la quería. Dibujó una sonrisa amplia. Que honor estar entre esa gente. Dijo sin pensar, bajando la mirada, mojándose los labios y redirigiendo, una vez más, justo después. Volvió a mirarla sin dejar de sonreír. Me parece bastante correcto, porque a mí me caes muy bien... Le caía un poco mejor que bien, de hecho. ...Janet. Dijo con suavidad, sin dejar de mirarla, sin poder evitar una sonrisa boba. Tras unos segundos mirándola así, volvió a bajar la mirada aclarándose un poco la garganta e intentó devolver el estado a la normalidad más posible teniendo en cuenta que, estando él presente y "luchando" con plantas contra un supuesto ataque ruso en mitad del desierto estadounidense, la normalidad estaba un poco en tela de juicio. A mí puedes seguir llamándome William. Así me llama... Todo el mundo, creo. Hizo una mueca, mirando hacia arriba y moviendo la cabeza hacia los lados. Aunque creo que más de uno me llama "el tipo ese", o "el pirado de Ravenclaw", o "uf ahí viene Gallia". Rió de nuevo. En verdad puedes llamarme como quieras. El loco de los díctamos me gusta, por ejemplo. Mejor dejaba las bromitas tontas ya.
Hablando de díctamos, tenía la varita en ristre por algo. Ahm, mira, ayer conseguí esto. Se movió un poco por la arena y, a un grupito de díctamos que había cerca, lanzó el hechizo que había creado con un movimiento circular de la varita. Como si fueran gotas de rocío, poco a poco se fue creando una cúpula sobre ellos que los envolvía. Esta es la idea, aprovecha el agua que las propias plantas almacenan para proteger todo el entorno que envuelven con su misma esencia, así no se hacen daño. Hoy voy a intentar hacerlo sobre todo el perímetro. Se acercó a la cúpula y la señaló con el dedo. Pero si te fijas, tiene un cierto tono azulado. Tengo que conseguir que sea transparente, para que sea imperceptible. Alzó la mirada y esbozó una sonrisilla. Si lo llego a saber la hubiera hecho morada. Comentó, justo después de decirle que lo ideal es que fuera trasparente. Las cosas de William. Volvió a centrarse en el hechizo. Tengo otra variante. Es más eficaz como hechizo de defensa, pero más agresiva para las plantas, así que no la quiero utilizar. Rodó los ojos. Adivina cual de las dos opciones es la favorita del MACUSA. Soltó aire por la boca y volvió a sentarse como estaba antes. Si hago la segunda, en apenas un par de semanas mi trabajo aquí habrá terminado. Ellos tendrán lo que quieren, yo cobraré mi parte y volveré a casa. Hizo una mueca con los labios hacia un lado y se encogió de hombros, abrazando su rodilla flexionada con los antebrazos. Pero mis principios no me dejan, y no tengo prisa por volver... Claro que ellos sí tienen prisa porque no los ataquen. Y pocas ganas de pagarme por más tiempo aquí. Negó con la cabeza, con la mirada perdida en la cúpula mágica. No van a tardar en decir que me estoy aprovechando de la oportunidad, pero no es cierto. Solo quiero hacer un hechizo un poco mejor y que no haga tanto daño al medio ambiente... El problema es que es un poco utópico. ¿Pero para qué existen las utopías si nadie cree en ellas? Esbozó una sonrisa algo triste y miró a la mujer. ¿Estoy muy loco, Janet?
Lo siguiente que dijo le hizo soltar una carcajada y, cuando su risa se relajó un poco, la señaló balanceando un índice en el aire. Es usted una mujer sabia, Jane Van Der Luyden. De verdad que le había hecho mucha gracia el comentario. Tienes toda la razón. Hay algunos humanos a los que compararles con una planta sería insultar a la planta. Negó con la cabeza mientras pensaba en algún que otro ejemplo y seguía riendo entre dientes. Y mientras reía, la vio tumbarse. Debería dejar de caer obnubilado por esas imágenes que la chica le ofrecía porque a William lo de disimular no se le daba bien, y se iba a dar cuenta de que la miraba como un idiota y no avanzaba en el trabajo, que en teoría era para lo que habían ido. Se recentró para escuchar lo que decía, pero no podía evitar divagar, y una sonrisilla traviesa se dibujó en su rostro, sonrisa que trató de disimular un poco mordiéndose el labio inferior. Sí que son idiotas. Dejó caer los párpados encogiéndose de hombro. Puede ser, puede que yo vea más allá... Siempre he visto... Cosas que los demás no veían. La miró y ladeó la cabeza. Pero no creo que sea porque yo soy más listo que nadie, sino porque... Hay gente que no sabe apreciar lo que tiene delante. Miran sin ver. Volvió a ladear lentamente una sonrisa cálida, sin dejar ni de mirarla ni de llevarse a su terreno lo que para la mujer era una conversación sobre díctamos y, para él, una metáfora perfecta de Jane. Creo que esa flor tiene muy poco de simple, y mucho de bonita. Y yo tampoco sé qué voy a hacer exactamente con ella, pero... Voy a disfrutar mucho averiguándolo. Estaba convencido. Ya lo estaba haciendo.
Sacó la varita con una floritura y un gesto bastante cómico, como quien desenvaina una espada, mirando a la mujer con una expresión caballeresca pero sin perder la sonrisa. Eso está hecho, bella dama. Ya estaba diciendo y haciendo tonterías. En fin. Pero antes de, como ella lo había dicho, probar el hechizo con aquellos díctamos, se paró a escuchar como un niño curioso a quien le están dando pistas sobre su regalo de Navidad lo que la chica decía haber traído. Y cuando terminó rió, con los ojos iluminados. ¿De verdad? Eres fantástica, Jane. Sin filtros. Y como si no hubiera dicho nada, miró al cielo y se llevó una mano a los labios como si quisiera que alguien que estaba muy lejos escuchase. ¿Oyes eso, Violet? ¡Me ha traído café! Bajó la mirada a la mujer, riéndose de nuevo, pero haciendo un gesto con la mano que restaba importancia. En realidad mi hermana me lo daba a escondidas porque sabía que me gustaba y quería chinchar a mis padres, que me lo tenían prohibido. Hasta que un día por poco provoco que nos expulsen de Hogwarts a los dos y le dejó de hacer gracia. Se acercó un poco a ella, asintiendo lentamente con la cabeza en una expresión muy graciosa. Pasó miedo de verdad. Rió y se apartó de nuevo.
Mientras la mujer se incorporaba él aún tenía una risilla residual por recordar esa anécdota, pero sus pensamientos se interrumpieron (y el latido de su corazón también, por un leve instante) cuando le dijo que le llamara Janet. Lo mejor era el motivo: porque así la llamaba la gente que la quería. Dibujó una sonrisa amplia. Que honor estar entre esa gente. Dijo sin pensar, bajando la mirada, mojándose los labios y redirigiendo, una vez más, justo después. Volvió a mirarla sin dejar de sonreír. Me parece bastante correcto, porque a mí me caes muy bien... Le caía un poco mejor que bien, de hecho. ...Janet. Dijo con suavidad, sin dejar de mirarla, sin poder evitar una sonrisa boba. Tras unos segundos mirándola así, volvió a bajar la mirada aclarándose un poco la garganta e intentó devolver el estado a la normalidad más posible teniendo en cuenta que, estando él presente y "luchando" con plantas contra un supuesto ataque ruso en mitad del desierto estadounidense, la normalidad estaba un poco en tela de juicio. A mí puedes seguir llamándome William. Así me llama... Todo el mundo, creo. Hizo una mueca, mirando hacia arriba y moviendo la cabeza hacia los lados. Aunque creo que más de uno me llama "el tipo ese", o "el pirado de Ravenclaw", o "uf ahí viene Gallia". Rió de nuevo. En verdad puedes llamarme como quieras. El loco de los díctamos me gusta, por ejemplo. Mejor dejaba las bromitas tontas ya.
Hablando de díctamos, tenía la varita en ristre por algo. Ahm, mira, ayer conseguí esto. Se movió un poco por la arena y, a un grupito de díctamos que había cerca, lanzó el hechizo que había creado con un movimiento circular de la varita. Como si fueran gotas de rocío, poco a poco se fue creando una cúpula sobre ellos que los envolvía. Esta es la idea, aprovecha el agua que las propias plantas almacenan para proteger todo el entorno que envuelven con su misma esencia, así no se hacen daño. Hoy voy a intentar hacerlo sobre todo el perímetro. Se acercó a la cúpula y la señaló con el dedo. Pero si te fijas, tiene un cierto tono azulado. Tengo que conseguir que sea transparente, para que sea imperceptible. Alzó la mirada y esbozó una sonrisilla. Si lo llego a saber la hubiera hecho morada. Comentó, justo después de decirle que lo ideal es que fuera trasparente. Las cosas de William. Volvió a centrarse en el hechizo. Tengo otra variante. Es más eficaz como hechizo de defensa, pero más agresiva para las plantas, así que no la quiero utilizar. Rodó los ojos. Adivina cual de las dos opciones es la favorita del MACUSA. Soltó aire por la boca y volvió a sentarse como estaba antes. Si hago la segunda, en apenas un par de semanas mi trabajo aquí habrá terminado. Ellos tendrán lo que quieren, yo cobraré mi parte y volveré a casa. Hizo una mueca con los labios hacia un lado y se encogió de hombros, abrazando su rodilla flexionada con los antebrazos. Pero mis principios no me dejan, y no tengo prisa por volver... Claro que ellos sí tienen prisa porque no los ataquen. Y pocas ganas de pagarme por más tiempo aquí. Negó con la cabeza, con la mirada perdida en la cúpula mágica. No van a tardar en decir que me estoy aprovechando de la oportunidad, pero no es cierto. Solo quiero hacer un hechizo un poco mejor y que no haga tanto daño al medio ambiente... El problema es que es un poco utópico. ¿Pero para qué existen las utopías si nadie cree en ellas? Esbozó una sonrisa algo triste y miró a la mujer. ¿Estoy muy loco, Janet?
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A picture for the eternity Capítulo II Día 24 de febrero de 1983 a las 9:00 horas en MACUSA |
Para variar, William la hizo reír. Asintió con la cabeza y puso morritos, como si estuvieran tratando un tema muy importante. - Te pega mucho. Es como si tú fueras de colores. Como si nos hicieras ver a los demás las cosas de colores...- Y ya se estaba comportando como una paleta admiradora otra vez. Pero es que no podría evitarlo aunque quisiera. Se sonrojó y bajó la mirada cuando le dijo que era sabia. - No me halague, señor Gallia. Un mago, creador de hechizos, como tú, no puede llamar sabia a una niña como yo.
Y sí, es verdad que los demás miraban sin ver, pero Janet creía en lo que decía, que él veía más que ninguna otra persona, que por eso podía crear lo que le pedían. Y entonces, cuando habló de la flor de aquella manera, le hizo ladear la cabeza y observarle. Quizá, solo quizá, podía ser que no estuvieran hablando de díctamos. Y esa posibilidad le encantaba y a la vez la alteraba porque ¿Cómo se gestionaban esas cosas?- Creo que yo también. - Dijo simplemente, con una sonrisa embobada.
Se levantó con William cogiendo la varita y riéndose con ganas de la historia que le contaba y del hecho de que se pusiera a hablarle al aire como si hablara con su hermana. Se imaginaba a un William pequeño, con su hermana, traficando con el café y se moría de amor. - Suena mucho más interesante que mi grupo de amigas señoritingas aburridas de Ilvermorny. Me lo hubiera pasado pipa con amigos como vosotros. Te conozco de solo un día y ya me lo he pasado mejor que en mis diecinueve años... - Ah, maldita fuera su estampa ¿Por qué tenía que recordarle que era tan joven? Si es que no sabía gestionar estas cosas.
Sonrió y se movió de lado a lado, con las manos agarradas detrás cuando dijo lo del honor. Vale. Creía que podía decir sin temor a equivocarse que aquel guapísimo, inteligente e interesante mago inglés estaba ligando con ella. Y le encantaba. Ahora solo faltaba que supiera seguirle el juego. - ¿Y nadie decía el interesante mago, guapo y británico? - Se rio un poco y dijo. - No, me imagino que allí no os identifican como británicos. - Y dejó en el aire las otras dos. Bueno. No estaba mal para acabar de estrenarse. - Pero el loco de los díctamos me gusta. Mucho mejor que la paleta de Maine, en todo caso.
Pero paró la cháchara para escuchar a William hablar de los díctamos y su hechizo. Todo lo que estaba diciendo tenía todo el sentido del mundo y admiró a su al rededor. Le veía perfectamente capaz de lograrlo en todo el perímetro. Tenía que afilar el cómo mantener un hechizo parecido en en Nueva York, pero de momento, bastante era que había llegado a aquella conclusión. -Ya, ya lo sé. Recuerda que te transcribí ayer todo lo que dijiste. Y lo volví a copiar anoche, que por cierto, en mi bolso va esa copia, no se te olvide pedírmela. - Suspiró y se apoyó sobre sus caderas, mirando al rededor, mordiéndose un carrillo mientras pensaba. - Ya me di cuenta de lo que quieren. Pero es verdad que el otro es demasiado invasivo. Claro, que tú no sabes lo obsesionados que están con lo de los rusos. - Dijo rodando los ojos. Pero no paraba de darle a la cabeza, de maquinar. - Pero... Yo tampoco quiero que te vayas. - Vaya, eso había sido demasiado sincero. Y eso que era un pensamiento que la acosaba desde que le había conocido, el saber que se iría más temprano que tarde. - Quiero decir, sin haber conseguido lo que quieres conseguir. Y creo que puedo ayudarte a eso. Conozco a esos dinosaurios como la palma de mi mano. Solo tienes que enseñarme bien cómo funcionan los hechizos- dijo, dejando todo su entusiasmo y su filosofación salir a flote, mientras se daba con el índice en la boca y fruncí el ceño, maquinando, acercándose cada vez más a William- Si podemos demostrar que funciona sobre el edificio del MACUSA, que es lo que más les importa, se quedarán tan impresionados que te darán más tiempo y presupuesto. Porque ¿Para qué demonios queremos salvar nada de los misiles de los nomajs si cuando termine no queda lugar para la belleza y la vida, por pequeña que sea?- Levantó la mirada y puso las manos sobre su pecho y le miró con una sonrisa y los ojos chiribitas como una niña pequeña- Así que no, no creo que estés loco para nada. Es más. Eres un genio. Solo hay que hablar el idioma de ellos para que se den cuenta y vean lo que yo veo. - Y en ese momento se dio cuenta de que estaba prácticamente abrazada a William y que, primero, nunca se había acercado tanto a un hombre tantas veces como las que llevaba esa mañana, y, segundo, que podía ser demasiado y demasiado rápido - Perdón. Yo también me emociono con la magia.
Y sí, es verdad que los demás miraban sin ver, pero Janet creía en lo que decía, que él veía más que ninguna otra persona, que por eso podía crear lo que le pedían. Y entonces, cuando habló de la flor de aquella manera, le hizo ladear la cabeza y observarle. Quizá, solo quizá, podía ser que no estuvieran hablando de díctamos. Y esa posibilidad le encantaba y a la vez la alteraba porque ¿Cómo se gestionaban esas cosas?- Creo que yo también. - Dijo simplemente, con una sonrisa embobada.
Se levantó con William cogiendo la varita y riéndose con ganas de la historia que le contaba y del hecho de que se pusiera a hablarle al aire como si hablara con su hermana. Se imaginaba a un William pequeño, con su hermana, traficando con el café y se moría de amor. - Suena mucho más interesante que mi grupo de amigas señoritingas aburridas de Ilvermorny. Me lo hubiera pasado pipa con amigos como vosotros. Te conozco de solo un día y ya me lo he pasado mejor que en mis diecinueve años... - Ah, maldita fuera su estampa ¿Por qué tenía que recordarle que era tan joven? Si es que no sabía gestionar estas cosas.
Sonrió y se movió de lado a lado, con las manos agarradas detrás cuando dijo lo del honor. Vale. Creía que podía decir sin temor a equivocarse que aquel guapísimo, inteligente e interesante mago inglés estaba ligando con ella. Y le encantaba. Ahora solo faltaba que supiera seguirle el juego. - ¿Y nadie decía el interesante mago, guapo y británico? - Se rio un poco y dijo. - No, me imagino que allí no os identifican como británicos. - Y dejó en el aire las otras dos. Bueno. No estaba mal para acabar de estrenarse. - Pero el loco de los díctamos me gusta. Mucho mejor que la paleta de Maine, en todo caso.
Pero paró la cháchara para escuchar a William hablar de los díctamos y su hechizo. Todo lo que estaba diciendo tenía todo el sentido del mundo y admiró a su al rededor. Le veía perfectamente capaz de lograrlo en todo el perímetro. Tenía que afilar el cómo mantener un hechizo parecido en en Nueva York, pero de momento, bastante era que había llegado a aquella conclusión. -Ya, ya lo sé. Recuerda que te transcribí ayer todo lo que dijiste. Y lo volví a copiar anoche, que por cierto, en mi bolso va esa copia, no se te olvide pedírmela. - Suspiró y se apoyó sobre sus caderas, mirando al rededor, mordiéndose un carrillo mientras pensaba. - Ya me di cuenta de lo que quieren. Pero es verdad que el otro es demasiado invasivo. Claro, que tú no sabes lo obsesionados que están con lo de los rusos. - Dijo rodando los ojos. Pero no paraba de darle a la cabeza, de maquinar. - Pero... Yo tampoco quiero que te vayas. - Vaya, eso había sido demasiado sincero. Y eso que era un pensamiento que la acosaba desde que le había conocido, el saber que se iría más temprano que tarde. - Quiero decir, sin haber conseguido lo que quieres conseguir. Y creo que puedo ayudarte a eso. Conozco a esos dinosaurios como la palma de mi mano. Solo tienes que enseñarme bien cómo funcionan los hechizos- dijo, dejando todo su entusiasmo y su filosofación salir a flote, mientras se daba con el índice en la boca y fruncí el ceño, maquinando, acercándose cada vez más a William- Si podemos demostrar que funciona sobre el edificio del MACUSA, que es lo que más les importa, se quedarán tan impresionados que te darán más tiempo y presupuesto. Porque ¿Para qué demonios queremos salvar nada de los misiles de los nomajs si cuando termine no queda lugar para la belleza y la vida, por pequeña que sea?- Levantó la mirada y puso las manos sobre su pecho y le miró con una sonrisa y los ojos chiribitas como una niña pequeña- Así que no, no creo que estés loco para nada. Es más. Eres un genio. Solo hay que hablar el idioma de ellos para que se den cuenta y vean lo que yo veo. - Y en ese momento se dio cuenta de que estaba prácticamente abrazada a William y que, primero, nunca se había acercado tanto a un hombre tantas veces como las que llevaba esa mañana, y, segundo, que podía ser demasiado y demasiado rápido - Perdón. Yo también me emociono con la magia.
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A picture for the eternity Capítulo II Día 24 de febrero de 1983 a las 10:00 horas en Monument Valley |
La miró con el ceño fruncido y una sonrisita. ¿Cómo es eso, Señorita Van Der Luyden? Alzó las manos en señal de excusa. Lo siento, tú has empezado llamándome Señor Gallia. Bajó las manos riendo un poco y negó con la cabeza, mientras agachaba el rostro hacia los díctamos del suelo como si los analizara con lupa, pero sin lupa. La sabiduría no tiene edad. Hay gente sabia desde que nace, y gente que muere como si hubiera nacido ayer. Sin quitar su postura, alzó la mirada hacia ella cómicamente. Y luego estamos los que sabemos mucho pero solo de nuestra realidad paralela. Rio de su propia broma y volvió la mirada a los díctamos.
Se cruzó de brazos y se quedó mirándola, estirando el tronco en una pose graciosa y extrañada. Janet, eres literalmente la primera persona a la que después de contarle las locuras de Violet y William Gallia en el colegio dice que hubiera deseado estar presente. A ver si la loca vas a ser tú. Bromeó con una risita, y justo después quitó importancia con un gesto de la mano. En ese caso, es que tus amigas tenían puesto el listón muy bajo. Me cuesta creer que alguien con una sonrisa tan bonita no se haya reído más a menudo. Debería parar. Debería cortarse un poquito. Mejor miraba otra vez los díctamos.
Rio con una gran carcajada, pero se puso un poco colorado, ciertamente. ¿Quién es ese? Interesante y guapo. Vaya. Janet tampoco se cortaba. Y desde luego William no la iba a cortar. Se mojó los labios y ladeó la cabeza. Creo que "británico" es lo que más se me aplica de esa frase, o lo que más me aplicarían los demás, y con este apellido que tengo, algunos ni eso. Sacó su libreta y empezó a apuntar algunas cosas que se le habían ocurrido mirando a los díctamos. Pero ni mucho menos se había desvinculado de aquella conversación, solo tenía una gran habilidad para hacer dos cosas a la vez. A mí me gusta la paleta de Maine. Comentó con suavidad mientras escribía, pero nada más lanzarlo miró de soslayo a la mujer y ladeó una sonrisa, solo para volver a posar sus ojos en la libreta y seguir escribiendo.
Volvió a reír un poco. Es cierto. A este paso, te vas a aprender mi discurso mejor que yo... Que ni siquiera tengo discurso, solo hablo conforme se me ocurre. Frunció el ceño e inclinó un poco el tronco de lado hacia ella como si contara un secreto. Pero no digas que improvisé la reunión de ayer, que luego me llaman poco profesional. Volvió a su postura pero la miró cuando dijo que no quería que se fuera. Había reculado... Pero a él ya se le habían sonrojado las mejillas. Si estuviera Violet allí se estaría riendo en su cara con crueldad, con el historial que tenía. Pero es que Janet... Tenía algo diferente, en su sonrisa, en su mirada, en su forma de decir las cosas. Eso le gustaba. Piensa que lo bueno de que me vaya, es que siempre puedes venir conmigo. Más te vale recular tú también, William. Quiero decir, que ya tendrías un amigo británico al que visitar. Aunque desde ya te aviso que la comida local no es para tirar cohetes. Rio, pero la risa le había salido un poco nerviosa. Sentía que estaba haciendo un poco el tonto, y mira que era difícil. No que William hiciera el tonto, sino que lo percibiera.
Pero echó su tontería a un lado al escucharla. Eso... Eso es muy buena idea. Comentó concentrado cuando dijo que podría probar a echar el hechizo sobre el edificio entero del MACUSA. Estaba ceñudo, pensando, cuando de repente Janet puso las manos en su pecho y le sacó de golpe de su concentración. Se quedó mirándola, y por fuerza la mujer, aunque estuviera hablándole, debía estar notando que su corazón se había acelerado al contacto de sus manos. Se había acelerado como nunca, quizás, y no podía dejar de mirarla como si le hubiera hipnotizado. Le daba igual lo que pensaran los del MACUSA, le daba igual estar en mitad de un desierto y prácticamente había desechado todo lo que ocupaba su realidad en ese momento. Porque acababa de sentir que su realidad, la realidad que conocía, había cambiado para siempre.
Y entonces Janet se retiró, disculpándose. Conocía esa sensación, la de venirse arriba para luego verte obligado a disculparte por haberte excedido, le pasaba tanto... Que solo verlo en otra persona le dio un vuelco el corazón una vez más. Y eso le hizo perder su ya de por sí escasa capacidad para actuar con racionalidad. Volvió a dar un paso hacia ella y agarró sus manos, colocándolas en su pecho de nuevo, donde habían estado segundos antes. ¿Y qué idioma es ese? Preguntó, como si nada, dejando sus manos sobre las de ella en su pecho, sin dejar de mirarla. Trató de justificar como pudo esa situación. Lo siento, es que necesito que estemos así, porque así es como me has dado la idea, y si no me lo cuentas así, no me voy a enterar. Soy así de simple. Sonrió. Sí, démosle un toque cómico y absurdo a esto, era una idea tan buena como otra cualquiera para hacer menos raro aquello que a ella acababa de incomodarle y a él le gustaba mucho más de lo que sería esperable. Funciona, créeme. Insistió. Últimamente he estado estudiando mucho sobre magia sensorial. Hay cosas que solo funcionan cuando alguien las toca... Así que vas a tener que explicármelo así, si no, no va a funcionar. Estoy convencido. Se mojó los labios, bajando un poco la mirada, y luego volvió a subirla a los ojos de la chica. Y coincido contigo en lo del lugar para la belleza y la vida... Creo que este es uno de esos lugares, y que de pequeño no tiene nada. Se encogió de hombros con una muequecita inocente en la cara, pero no soltaba sus manos sobre las de ella, a su vez pegadas a su pecho. Lo sé, es una locura, pero ya avisé de que estaba loco.
Se cruzó de brazos y se quedó mirándola, estirando el tronco en una pose graciosa y extrañada. Janet, eres literalmente la primera persona a la que después de contarle las locuras de Violet y William Gallia en el colegio dice que hubiera deseado estar presente. A ver si la loca vas a ser tú. Bromeó con una risita, y justo después quitó importancia con un gesto de la mano. En ese caso, es que tus amigas tenían puesto el listón muy bajo. Me cuesta creer que alguien con una sonrisa tan bonita no se haya reído más a menudo. Debería parar. Debería cortarse un poquito. Mejor miraba otra vez los díctamos.
Rio con una gran carcajada, pero se puso un poco colorado, ciertamente. ¿Quién es ese? Interesante y guapo. Vaya. Janet tampoco se cortaba. Y desde luego William no la iba a cortar. Se mojó los labios y ladeó la cabeza. Creo que "británico" es lo que más se me aplica de esa frase, o lo que más me aplicarían los demás, y con este apellido que tengo, algunos ni eso. Sacó su libreta y empezó a apuntar algunas cosas que se le habían ocurrido mirando a los díctamos. Pero ni mucho menos se había desvinculado de aquella conversación, solo tenía una gran habilidad para hacer dos cosas a la vez. A mí me gusta la paleta de Maine. Comentó con suavidad mientras escribía, pero nada más lanzarlo miró de soslayo a la mujer y ladeó una sonrisa, solo para volver a posar sus ojos en la libreta y seguir escribiendo.
Volvió a reír un poco. Es cierto. A este paso, te vas a aprender mi discurso mejor que yo... Que ni siquiera tengo discurso, solo hablo conforme se me ocurre. Frunció el ceño e inclinó un poco el tronco de lado hacia ella como si contara un secreto. Pero no digas que improvisé la reunión de ayer, que luego me llaman poco profesional. Volvió a su postura pero la miró cuando dijo que no quería que se fuera. Había reculado... Pero a él ya se le habían sonrojado las mejillas. Si estuviera Violet allí se estaría riendo en su cara con crueldad, con el historial que tenía. Pero es que Janet... Tenía algo diferente, en su sonrisa, en su mirada, en su forma de decir las cosas. Eso le gustaba. Piensa que lo bueno de que me vaya, es que siempre puedes venir conmigo. Más te vale recular tú también, William. Quiero decir, que ya tendrías un amigo británico al que visitar. Aunque desde ya te aviso que la comida local no es para tirar cohetes. Rio, pero la risa le había salido un poco nerviosa. Sentía que estaba haciendo un poco el tonto, y mira que era difícil. No que William hiciera el tonto, sino que lo percibiera.
Pero echó su tontería a un lado al escucharla. Eso... Eso es muy buena idea. Comentó concentrado cuando dijo que podría probar a echar el hechizo sobre el edificio entero del MACUSA. Estaba ceñudo, pensando, cuando de repente Janet puso las manos en su pecho y le sacó de golpe de su concentración. Se quedó mirándola, y por fuerza la mujer, aunque estuviera hablándole, debía estar notando que su corazón se había acelerado al contacto de sus manos. Se había acelerado como nunca, quizás, y no podía dejar de mirarla como si le hubiera hipnotizado. Le daba igual lo que pensaran los del MACUSA, le daba igual estar en mitad de un desierto y prácticamente había desechado todo lo que ocupaba su realidad en ese momento. Porque acababa de sentir que su realidad, la realidad que conocía, había cambiado para siempre.
Y entonces Janet se retiró, disculpándose. Conocía esa sensación, la de venirse arriba para luego verte obligado a disculparte por haberte excedido, le pasaba tanto... Que solo verlo en otra persona le dio un vuelco el corazón una vez más. Y eso le hizo perder su ya de por sí escasa capacidad para actuar con racionalidad. Volvió a dar un paso hacia ella y agarró sus manos, colocándolas en su pecho de nuevo, donde habían estado segundos antes. ¿Y qué idioma es ese? Preguntó, como si nada, dejando sus manos sobre las de ella en su pecho, sin dejar de mirarla. Trató de justificar como pudo esa situación. Lo siento, es que necesito que estemos así, porque así es como me has dado la idea, y si no me lo cuentas así, no me voy a enterar. Soy así de simple. Sonrió. Sí, démosle un toque cómico y absurdo a esto, era una idea tan buena como otra cualquiera para hacer menos raro aquello que a ella acababa de incomodarle y a él le gustaba mucho más de lo que sería esperable. Funciona, créeme. Insistió. Últimamente he estado estudiando mucho sobre magia sensorial. Hay cosas que solo funcionan cuando alguien las toca... Así que vas a tener que explicármelo así, si no, no va a funcionar. Estoy convencido. Se mojó los labios, bajando un poco la mirada, y luego volvió a subirla a los ojos de la chica. Y coincido contigo en lo del lugar para la belleza y la vida... Creo que este es uno de esos lugares, y que de pequeño no tiene nada. Se encogió de hombros con una muequecita inocente en la cara, pero no soltaba sus manos sobre las de ella, a su vez pegadas a su pecho. Lo sé, es una locura, pero ya avisé de que estaba loco.
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A picture for the eternity Capítulo II Día 24 de febrero de 1983 a las 9:00 horas en MACUSA |
Hay gente que nace sabia, decía. – Lo sabes porque tú eres así. – ¿Era ella también así? Le costaba creerlo. – Pues a mí llevan toda la vida diciéndome que tengo demasiados pájaros en la cabeza. Pero es que no lo puedo evitar. A veces me paro durante horas a imaginar futuros posibles, viajes, posibilidades... – Levantó la mirada al sol, cada vez más ardiente de Utah, disfrutando del calorcito que daba, y luego bajó la mirada de vuelta a William, bajándose las gafas para poder mirarle directamente a los ojos. – Creo que por eso me gustas tanto. Porque, efectivamente, yo estoy loca, pero tú estás todavía más loco y me haces sentir que lo que deseo y lo que sueño no es tan imposible. – Estar en Monument Valley un día de trabajo, estudiando díctamos, sin ir más lejos. Los deseos de Janet no eran tan raros al lado de William. No más que el propio William, y también le deseaba a él. Sí, mejor ir admitiéndolo. Vaya cuelgue tenía con su superior extranjero. Quién le iba a decir a ella que después de toda la vida siendo "la rara" acabaría siendo un cliché.
Rio y negó con la cabeza, volviendo a enfocar la mirada al cielo, porque le daba un poco de vergüenza seguirle el tonteíto, pero quería hacerlo. – Pues si no te ponen esos calificativos es porque están tan acostumbrados a al arce japonés que ya no ven sus cualidades. Pero yo soy de fuera. Yo sí las veo. – Y bajó la mirada en el último momento. Sí, William, yo también pillo las comparaciones, pensó. Ojalá solo tuviera un poquito más de picardía para saber contestar mejor, más rápida, y sin sonrojarse como estaba haciendo en ese momento. Ladeó la cabeza y dijo. – Bueno, es que me gustan las aventuras. Me gusta la gente divertida y me gusta innovar, y parece que los hermanos Gallia sois expertos en eso. Seguro que tus amigos nunca se aburrían contigo. No como yo con las mías que, como bien has señalado, tenían el listón bastante bajo. – Le encantaba la sinceridad de ese hombre, y su forma de decir las cosas, y el acento británico con el que las decía... Ay Janet... ¿Qué estás haciendo?
Pues saltar sin red, eso estaba haciendo. Y William parecía más que dispuesto a recogerla. Porque tras su momento de acercamiento, él agarró sus manos y las devolvió a donde estaba. Se quedó mirándole, completamente colorada, sin habla, sintiéndose tan cerca de él, notando su corazón latir fuertemente bajo sus manos, tal como hacía el suyo. Es que... ¿A William le estaba pasando lo mismo? ¿Es que sentía ese tirón tan fuerte dentro de sí, como si ahora todo tuviera lógica o un propósito? Trató de modular su respiración y de decir algo que fuera medianamente lógico. – Ah, pues... Nos... Quedamos así, sí. – Sabía que le estaba pidiendo que desarrollara la idea, y que encima le estaba dando una explicación lógica y razonada para ello, pero Janet ya solo veía aquellos ojos tan azulísimos como el cielo de Utah, tan cerca de ella. – Pues... – Carraspeó y tomó aire, aunque, de verdad, le estaba costando hasta respirar. – El idioma que habla la gente le MACUSA es muchos números, le dan muchísima importancia. Todo tienen que ser cifras, y cifras grandes, además. – Soltó una risita nerviosa. – Aquí siempre tenemos que hacerlo todo más grande. Ciudades enormes, Monument Valley... Pero eso las personas que vemos los pequeños detalles nos contamos tanto. Ellos son de ese estilo. Si consigues convencerles de que tu escudo va a ser más grande y más ostentoso, con muchas cifras que lo respalden, los detalles serán lo de menos. – Se rio otro poco sacudiendo la cabeza. – Y ya si les dices que los británicos no se atreverían a hacerlo por ser demasiado caro e innovador, les tienes en el bote. – Enfocó sus ojos aunque fuera a través de las gafas. – Ese es su idioma. Cualquiera puede hablarlo, y más tú, con esa inventiva que tienes. Solo había que darte la clave. – Terminó con una sonrisa. Quería ver ese rostro, así, sonriente, iluminado por el sol, lo que le quedaba de vida. Quizá eso era lo que llevaba a sus amigas y a su hermana a buscar marido desesperadamente, pero nunca le había oído hablar de sus respectivos como hablaría ella de William. Se le ocurrían mil maneras de describir a aquel hombre, y todavía se estaría dejando cientos de aristas y colores que conformaban a aquella persona tan compleja y alegre.
Y sí, sus palabras se quedarían cortas en describir su alma, pero su parte corpórea sí que podía conservarla. Se soltó suavemente, aunque rozando sus dedos al hacerlo y se fue hacia su bolso, sacando la cámara dude fotos. – No será lo mismo que estar... Como estábamos hace un momento pero... La vista también es un sentido. – Se fue a su lado y tiró de él para que se agacharan junto al díctamo. Se quitó el sombrero y las gafas y alargó el brazo de la cámara. – Captemos el momento... – Se giró y ahora sí, le miró directamente a los ojos, pupila con pupila. – Y que dure para siempre el veinticuatro de febrero de 1983 y las ideas que se te ocurrieron este día. – Se giró hacia el objetivo y tomó dos fotos seguidas, que salieron al poco por debajo de la cámara. Las cogió y las agitó en el aire para que se revelara la imagen. Cuando empezaron a aparecer, en movimiento, con aquellas sonrisas luminosas y preciosas, le tendió una. – Quédatela. Para cuando vuelvas a Inglaterra, y necesites más ideas. Por si no puedo ir a verte. Al fin y al cabo, ya me has dicho que allí no tenéis secretarias. – Dijo, con una sonrisa un poco más triste. Sí, se había venido muy arriba en el momento, pero hasta ella sabía que para William era una cría, una cría lista pero que probablemente no tenía una posibilidad real de nada serio con él. Una niña que ni si quiera sabía lo que era algo serio, realmente. Pero le quedaría aquel veinticuatro de febrero, y aquella imagen para la eternidad.
Rio y negó con la cabeza, volviendo a enfocar la mirada al cielo, porque le daba un poco de vergüenza seguirle el tonteíto, pero quería hacerlo. – Pues si no te ponen esos calificativos es porque están tan acostumbrados a al arce japonés que ya no ven sus cualidades. Pero yo soy de fuera. Yo sí las veo. – Y bajó la mirada en el último momento. Sí, William, yo también pillo las comparaciones, pensó. Ojalá solo tuviera un poquito más de picardía para saber contestar mejor, más rápida, y sin sonrojarse como estaba haciendo en ese momento. Ladeó la cabeza y dijo. – Bueno, es que me gustan las aventuras. Me gusta la gente divertida y me gusta innovar, y parece que los hermanos Gallia sois expertos en eso. Seguro que tus amigos nunca se aburrían contigo. No como yo con las mías que, como bien has señalado, tenían el listón bastante bajo. – Le encantaba la sinceridad de ese hombre, y su forma de decir las cosas, y el acento británico con el que las decía... Ay Janet... ¿Qué estás haciendo?
Pues saltar sin red, eso estaba haciendo. Y William parecía más que dispuesto a recogerla. Porque tras su momento de acercamiento, él agarró sus manos y las devolvió a donde estaba. Se quedó mirándole, completamente colorada, sin habla, sintiéndose tan cerca de él, notando su corazón latir fuertemente bajo sus manos, tal como hacía el suyo. Es que... ¿A William le estaba pasando lo mismo? ¿Es que sentía ese tirón tan fuerte dentro de sí, como si ahora todo tuviera lógica o un propósito? Trató de modular su respiración y de decir algo que fuera medianamente lógico. – Ah, pues... Nos... Quedamos así, sí. – Sabía que le estaba pidiendo que desarrollara la idea, y que encima le estaba dando una explicación lógica y razonada para ello, pero Janet ya solo veía aquellos ojos tan azulísimos como el cielo de Utah, tan cerca de ella. – Pues... – Carraspeó y tomó aire, aunque, de verdad, le estaba costando hasta respirar. – El idioma que habla la gente le MACUSA es muchos números, le dan muchísima importancia. Todo tienen que ser cifras, y cifras grandes, además. – Soltó una risita nerviosa. – Aquí siempre tenemos que hacerlo todo más grande. Ciudades enormes, Monument Valley... Pero eso las personas que vemos los pequeños detalles nos contamos tanto. Ellos son de ese estilo. Si consigues convencerles de que tu escudo va a ser más grande y más ostentoso, con muchas cifras que lo respalden, los detalles serán lo de menos. – Se rio otro poco sacudiendo la cabeza. – Y ya si les dices que los británicos no se atreverían a hacerlo por ser demasiado caro e innovador, les tienes en el bote. – Enfocó sus ojos aunque fuera a través de las gafas. – Ese es su idioma. Cualquiera puede hablarlo, y más tú, con esa inventiva que tienes. Solo había que darte la clave. – Terminó con una sonrisa. Quería ver ese rostro, así, sonriente, iluminado por el sol, lo que le quedaba de vida. Quizá eso era lo que llevaba a sus amigas y a su hermana a buscar marido desesperadamente, pero nunca le había oído hablar de sus respectivos como hablaría ella de William. Se le ocurrían mil maneras de describir a aquel hombre, y todavía se estaría dejando cientos de aristas y colores que conformaban a aquella persona tan compleja y alegre.
Y sí, sus palabras se quedarían cortas en describir su alma, pero su parte corpórea sí que podía conservarla. Se soltó suavemente, aunque rozando sus dedos al hacerlo y se fue hacia su bolso, sacando la cámara dude fotos. – No será lo mismo que estar... Como estábamos hace un momento pero... La vista también es un sentido. – Se fue a su lado y tiró de él para que se agacharan junto al díctamo. Se quitó el sombrero y las gafas y alargó el brazo de la cámara. – Captemos el momento... – Se giró y ahora sí, le miró directamente a los ojos, pupila con pupila. – Y que dure para siempre el veinticuatro de febrero de 1983 y las ideas que se te ocurrieron este día. – Se giró hacia el objetivo y tomó dos fotos seguidas, que salieron al poco por debajo de la cámara. Las cogió y las agitó en el aire para que se revelara la imagen. Cuando empezaron a aparecer, en movimiento, con aquellas sonrisas luminosas y preciosas, le tendió una. – Quédatela. Para cuando vuelvas a Inglaterra, y necesites más ideas. Por si no puedo ir a verte. Al fin y al cabo, ya me has dicho que allí no tenéis secretarias. – Dijo, con una sonrisa un poco más triste. Sí, se había venido muy arriba en el momento, pero hasta ella sabía que para William era una cría, una cría lista pero que probablemente no tenía una posibilidad real de nada serio con él. Una niña que ni si quiera sabía lo que era algo serio, realmente. Pero le quedaría aquel veinticuatro de febrero, y aquella imagen para la eternidad.
TY
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Freyja
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A picture for the eternity Capítulo II Día 24 de febrero de 1983 a las 10:00 horas en Monument Valley |
Rio con sinceridad. Pues a mí me encantan los pájaros. Contestó. Y creo que tengo tantos en la cabeza que hasta se les oye piar. Se señaló cómicamente la sien y dijo. Mira, mira, acércate, yo creo que se les escucha. Bromeó, riendo de su propia tontería y volviendo a los díctamos. Se estaba riendo cuando la contestación de la chica casi le tira del culo al suelo (le hizo tambalearse en su posición, al menos). Se aclaró la garganta y se recolocó el gorro en un acto reflejo, con una sonrisilla mientras hacía que miraba los díctamos, disimulando (mal) que esa frase le había puesto un poquito nervioso. Me llegan mensajes contradictorios: que te gusto y que el motivo es porque estoy loco. Normalmente esas frases no suelo oírlas juntas. Rio y alzó la mirada. Fíjate... Mis deseos tampoco eran tan imposibles de cumplir. Dijo con quizás más profundidad de la pretendida. Tragó saliva y sonrió. Nadie debería hacernos creer que hay cosas imposibles. Algún día madurarás y te darás cuenta de que no todo es posible, decían las voces de demasiadas personas a lo largo de su vida. Acababa de encontrar a alguien que pensaba como él, por una vez.
Había hecho por volver a los díctamos, pero las palabras de Janet eran imposibles de desoír, como imposible era no sonreír ante las mismas. La miró de reojo con una sonrisilla traviesa, desde su postura. Veo que te ha gustado mi metáfora. Comentó. Y se la había devuelto, además. Eso le hizo reír sin saber ni por qué. ¿Qué le pasaba? A ver, no era la primera vez que una chica había entrado en el plano mientras estaba trabajando y le había desconcentrado, aunque fuera mínimamente. Igualmente, a William pocas cosas no le desconcentraban. Pero esto no era una simple desconcentración, como esa no era una simple chica. No recordaba haber tenido una conversación así con nadie, una conversación que, después de tantas palabras dichas y de dos días junto a la otra, aún no hubiera mostrado su extrañeza o desacuerdo con alguna de sus locuras, o él hubiera tenido que pensar "no digas esto, William, que la vas a espantar". Eso sí que desconcentraba.
Soltó una carcajada. ¿Te ratificas, entonces? No sabes lo que estás diciendo. Comentó divertido. Eso es verdad, nuestros amigos se divertían mucho con nosotros. También se llevaron algún que otro infarto de regalo, pero se divertían, sí. Añadió una vez más entre risas. Volvió a los díctamos y narró. Solemos veranear en la Provenza, y mi mejor amigo y su hermana venían mucho por allí cuando éramos pequeños. Eso era para verlos llegar: los dos de la mano de sus padres, perfectamente vestidos e impolutos como dos figuritas de porcelana pintadas. Y mi hermana y yo hechos un charco y encima de un árbol con el pelo lleno de ramas. Menudo cuadro. Se echó a reír. Se acomodó en su sitio, recordando. Y mi madre de fondo, "niños que vienen los O'Donnell vaya impresión más mala lo que tengo que aguantar qué vergüenza si lo sé los recibo en la casa de Londres van a pensar que os habéis criado en una jungla". Empezó a decir a toda velocidad con una impostadísima voz de madre irritada e irritante. Pero se ve que a mi madre le importaba más que a ellos, eso sí es verdad. Aunque una vez tiré a mi amigo al agua con ropa. Le quitó importancia con un gesto de la mano y una pedorreta. Tardaba mucho en desvestirse. La ropa no se dobla en la playa.
Le gustaba que Janet le hablara así, en esa posición, con las manos sobre su pecho... Pero lo había detectado. Aunque él no tuviera las manos en el suyo, en la cara podía verle que su corazón también iba a más velocidad de la normal, que esa cercanía la había puesto nerviosa. Eso le hizo sonreír con un toque tierno, y que solo por el pensamiento notara los latidos más rápido aún. Pero tenía que atender a lo que decía, o se le desmontaría la coartada. Soltó una carcajada y dijo. Creo que puedo fingir por unos días ser ostentoso e innovador. Sobre todo ostentoso. Fingir, digo. Innovador ya soy. Para demostrarlo, alzó ceremoniosamente la varita. Así que muchas cifras y cuanto más grandes, mejor. Arqueó las cejas, con su sonrisilla traviesa habitual, y dijo. Observa. Dio con la punta de su varita en una de las hojas del díctamo y, como si esta se hubiera pegado y tirara hacia arriba, volvió a subir la varita e hizo un círculo en el aire. En el aire empezaron a correr a toda velocidad una escala ascendente de números en color verde díctamo, hasta que esta se detuvo en el número 76.475.312. Señaló al número volador con ambas manos y dijo alegre. Voilá, que es francés. Los chistes malos de William. Esta es la cantidad de díctamos que hay en toda Utah. Aún tengo que perfeccionar un poco el hechizo porque solo sé aplicarlo a regiones enteras, y a mí me interesa saber cuántos hay solo en el desierto. Sería de mal gusto entrar en casa de una buena familia a robar los díctamos de su invernadero, ¿no? Bromeó, tras lo cual se encogió de hombros. Pero es una cifra grande y hemos quedado en que querían cifras grandes. Dudo que vayan a venir a contar los díctamos de aquí uno a uno. Se guardó la varita. No le digas a mi amigo que estoy usando este hechizo y encima mal, que no tengo ganas de aguantar su discurso de "por qué esto rompe el encanto de hacer las cuentas sobre el pergamino". Suspiró. Quizás debía darle más datos a Janet para que lo entendiese. Es aritmántico, de ahí que quiera desaprovechar un fabuloso hechizo que te calcula a gran escala. Efectivamente, no tiene ningún sentido. Él seguía erre que erre con su hechizo. Ni veces que habían discutido sobre el tema.
Nada más la chica se separó notó una extraña ausencia que le hizo respirar hondo. Parpadeó y decidió distraerse de aquel raro pensamiento. Ahora que caigo, tengo que reconocer que nunca había probado a hacer este hechizo para contar dinero. Eso le hizo reír y negar con la cabeza, lanzando un hondo y teatral suspiro después. No estoy hecho para el mundo empresarial, Señorita Van Der Luyden. Pero oye, tenemos una cifra. Dijo, señalando el número que seguía flotando en el aire. ¿Quién sabe lo que es eso? Solo tú y yo, que reconocemos el verde díctamo cuando lo vemos. La mujer parecía estar buscando algo en su bolso, y entonces dijo eso de la vista. Frunció el ceño, divertido, y comentó. Ahora eres tú la que dice cosas raras, Janet. Bromeó, hasta que vio la cámara de fotos. ¡Oh, qué divertido! Claro que sí, porque no eran un inventor de hechizos contratado por el gobierno y su secretaria trabajando en otro Estado, eran dos amigos echándose fotos. En la mente de William, la primera frase había empezado a aburrir tanto nada más empezar a pensarla que hasta se había perdido el final. Él estaba ya en lo de la foto.
Al mirarla, se encontró con sus ojos, mientras le decía esa frase. Sintió un fuerte latido en el pecho y sonrió. Que dure para siempre. Ojalá durara para siempre. Ojalá no limitarse a conservar aquello en una foto, sino... Hacerlo real. Ni siquiera supo como salió en la foto, pero estaba seguro de que en algún que otro momento la estaba mirando. La tomó entre las manos y dijo. Gracias. Se quedó con la foto en las manos, mirándola decir aquello. Entrecerró un poco los ojos y ladeó la sonrisa. Yo no he dicho que no tuviéramos secretarias... He dicho que yo prefería no tenerlas. Se mojó los labios. Pero a la vista está que me vienen muy bien, aunque sea para darme ideas aún más locas que las que yo tengo de base. Rio un poco y se acercó a ella. A lo mejor es que las secretarias de allí eran muy aburridas... Como los creadores de hechizos de aquí.
Había hecho por volver a los díctamos, pero las palabras de Janet eran imposibles de desoír, como imposible era no sonreír ante las mismas. La miró de reojo con una sonrisilla traviesa, desde su postura. Veo que te ha gustado mi metáfora. Comentó. Y se la había devuelto, además. Eso le hizo reír sin saber ni por qué. ¿Qué le pasaba? A ver, no era la primera vez que una chica había entrado en el plano mientras estaba trabajando y le había desconcentrado, aunque fuera mínimamente. Igualmente, a William pocas cosas no le desconcentraban. Pero esto no era una simple desconcentración, como esa no era una simple chica. No recordaba haber tenido una conversación así con nadie, una conversación que, después de tantas palabras dichas y de dos días junto a la otra, aún no hubiera mostrado su extrañeza o desacuerdo con alguna de sus locuras, o él hubiera tenido que pensar "no digas esto, William, que la vas a espantar". Eso sí que desconcentraba.
Soltó una carcajada. ¿Te ratificas, entonces? No sabes lo que estás diciendo. Comentó divertido. Eso es verdad, nuestros amigos se divertían mucho con nosotros. También se llevaron algún que otro infarto de regalo, pero se divertían, sí. Añadió una vez más entre risas. Volvió a los díctamos y narró. Solemos veranear en la Provenza, y mi mejor amigo y su hermana venían mucho por allí cuando éramos pequeños. Eso era para verlos llegar: los dos de la mano de sus padres, perfectamente vestidos e impolutos como dos figuritas de porcelana pintadas. Y mi hermana y yo hechos un charco y encima de un árbol con el pelo lleno de ramas. Menudo cuadro. Se echó a reír. Se acomodó en su sitio, recordando. Y mi madre de fondo, "niños que vienen los O'Donnell vaya impresión más mala lo que tengo que aguantar qué vergüenza si lo sé los recibo en la casa de Londres van a pensar que os habéis criado en una jungla". Empezó a decir a toda velocidad con una impostadísima voz de madre irritada e irritante. Pero se ve que a mi madre le importaba más que a ellos, eso sí es verdad. Aunque una vez tiré a mi amigo al agua con ropa. Le quitó importancia con un gesto de la mano y una pedorreta. Tardaba mucho en desvestirse. La ropa no se dobla en la playa.
Le gustaba que Janet le hablara así, en esa posición, con las manos sobre su pecho... Pero lo había detectado. Aunque él no tuviera las manos en el suyo, en la cara podía verle que su corazón también iba a más velocidad de la normal, que esa cercanía la había puesto nerviosa. Eso le hizo sonreír con un toque tierno, y que solo por el pensamiento notara los latidos más rápido aún. Pero tenía que atender a lo que decía, o se le desmontaría la coartada. Soltó una carcajada y dijo. Creo que puedo fingir por unos días ser ostentoso e innovador. Sobre todo ostentoso. Fingir, digo. Innovador ya soy. Para demostrarlo, alzó ceremoniosamente la varita. Así que muchas cifras y cuanto más grandes, mejor. Arqueó las cejas, con su sonrisilla traviesa habitual, y dijo. Observa. Dio con la punta de su varita en una de las hojas del díctamo y, como si esta se hubiera pegado y tirara hacia arriba, volvió a subir la varita e hizo un círculo en el aire. En el aire empezaron a correr a toda velocidad una escala ascendente de números en color verde díctamo, hasta que esta se detuvo en el número 76.475.312. Señaló al número volador con ambas manos y dijo alegre. Voilá, que es francés. Los chistes malos de William. Esta es la cantidad de díctamos que hay en toda Utah. Aún tengo que perfeccionar un poco el hechizo porque solo sé aplicarlo a regiones enteras, y a mí me interesa saber cuántos hay solo en el desierto. Sería de mal gusto entrar en casa de una buena familia a robar los díctamos de su invernadero, ¿no? Bromeó, tras lo cual se encogió de hombros. Pero es una cifra grande y hemos quedado en que querían cifras grandes. Dudo que vayan a venir a contar los díctamos de aquí uno a uno. Se guardó la varita. No le digas a mi amigo que estoy usando este hechizo y encima mal, que no tengo ganas de aguantar su discurso de "por qué esto rompe el encanto de hacer las cuentas sobre el pergamino". Suspiró. Quizás debía darle más datos a Janet para que lo entendiese. Es aritmántico, de ahí que quiera desaprovechar un fabuloso hechizo que te calcula a gran escala. Efectivamente, no tiene ningún sentido. Él seguía erre que erre con su hechizo. Ni veces que habían discutido sobre el tema.
Nada más la chica se separó notó una extraña ausencia que le hizo respirar hondo. Parpadeó y decidió distraerse de aquel raro pensamiento. Ahora que caigo, tengo que reconocer que nunca había probado a hacer este hechizo para contar dinero. Eso le hizo reír y negar con la cabeza, lanzando un hondo y teatral suspiro después. No estoy hecho para el mundo empresarial, Señorita Van Der Luyden. Pero oye, tenemos una cifra. Dijo, señalando el número que seguía flotando en el aire. ¿Quién sabe lo que es eso? Solo tú y yo, que reconocemos el verde díctamo cuando lo vemos. La mujer parecía estar buscando algo en su bolso, y entonces dijo eso de la vista. Frunció el ceño, divertido, y comentó. Ahora eres tú la que dice cosas raras, Janet. Bromeó, hasta que vio la cámara de fotos. ¡Oh, qué divertido! Claro que sí, porque no eran un inventor de hechizos contratado por el gobierno y su secretaria trabajando en otro Estado, eran dos amigos echándose fotos. En la mente de William, la primera frase había empezado a aburrir tanto nada más empezar a pensarla que hasta se había perdido el final. Él estaba ya en lo de la foto.
Al mirarla, se encontró con sus ojos, mientras le decía esa frase. Sintió un fuerte latido en el pecho y sonrió. Que dure para siempre. Ojalá durara para siempre. Ojalá no limitarse a conservar aquello en una foto, sino... Hacerlo real. Ni siquiera supo como salió en la foto, pero estaba seguro de que en algún que otro momento la estaba mirando. La tomó entre las manos y dijo. Gracias. Se quedó con la foto en las manos, mirándola decir aquello. Entrecerró un poco los ojos y ladeó la sonrisa. Yo no he dicho que no tuviéramos secretarias... He dicho que yo prefería no tenerlas. Se mojó los labios. Pero a la vista está que me vienen muy bien, aunque sea para darme ideas aún más locas que las que yo tengo de base. Rio un poco y se acercó a ella. A lo mejor es que las secretarias de allí eran muy aburridas... Como los creadores de hechizos de aquí.
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