2 participantes
Página 3 de 4. • 1, 2, 3, 4
Ivanka
Alchemist
Link del mensaje
Recuerdo del primer mensaje :
This is a wizard tale
1x1 ৹ Inspired ৹ Libros ৹ Spin off El pájaro en el espino (HP Universe)
Ya sabemos cómo acaba esta historia. Quizá no tiene un final exactamente feliz, o quizá simplemente fue el final de su propio cuento. Un cuento que no es de hadas, si no de magos y brujas, de hechizos y del encantamiento más potente de todos: el amor.
Año 1983, William Gallia, es un joven creador de hechizos de veintiocho años. Estudiante de la casa Ravenclaw, conocido por su creatividad y su inacabable ingenio, por perjudicial que fuera a veces para sí mismo. Apreciado por sus jefes, ha sido enviado a América para trabajar en un proyecto secreto con el Ministerio de Magia estadounidense. Él encantado, huyendo de la presión de una familia que considera que ya debería ir haciendo aunque sea un matrimonio de conveniencia, preferiblemente con una maga rica.
Por su parte, la joven Jane Van Der Luyden, hija de una rica e influyente familia de sangre pura de Maine, ha conseguido que su familia la deje trabajar en el Ministerio de Magia como secretaria de un amigo influyente de su padre, encargado de un proyecto secreto de defensa mediante hechizos. Su condición para permitirle esa pequeña libertad es que viva con una tía solterona de Long Island y que en menos de dos años haya encontrado marido, aunque ella espera ascender a un puesto más importante y demostrarles a sus padres que vale para algo más que para estar casado.
Dos personas que no esperaban encontrar a nadie, casadas con sus trabajos y huyendo de la presión de familias demasiado tradicionales en un mundo que no les entiende. Dos personas que no podían hacer otra cosa que encontrarse.
Año 1983, William Gallia, es un joven creador de hechizos de veintiocho años. Estudiante de la casa Ravenclaw, conocido por su creatividad y su inacabable ingenio, por perjudicial que fuera a veces para sí mismo. Apreciado por sus jefes, ha sido enviado a América para trabajar en un proyecto secreto con el Ministerio de Magia estadounidense. Él encantado, huyendo de la presión de una familia que considera que ya debería ir haciendo aunque sea un matrimonio de conveniencia, preferiblemente con una maga rica.
Por su parte, la joven Jane Van Der Luyden, hija de una rica e influyente familia de sangre pura de Maine, ha conseguido que su familia la deje trabajar en el Ministerio de Magia como secretaria de un amigo influyente de su padre, encargado de un proyecto secreto de defensa mediante hechizos. Su condición para permitirle esa pequeña libertad es que viva con una tía solterona de Long Island y que en menos de dos años haya encontrado marido, aunque ella espera ascender a un puesto más importante y demostrarles a sus padres que vale para algo más que para estar casado.
Dos personas que no esperaban encontrar a nadie, casadas con sus trabajos y huyendo de la presión de familias demasiado tradicionales en un mundo que no les entiende. Dos personas que no podían hacer otra cosa que encontrarse.
ÍNDICE DE CAPÍTULOS
Capítulo 1: A flower in the desert
Capítulo 2: A Picture for the eternity
Capítulo 3: The nearest place to heaven
Capítulo 4: Hidding was never my kind of thing
Capítulo 1: A flower in the desert
Capítulo 2: A Picture for the eternity
Capítulo 3: The nearest place to heaven
Capítulo 4: Hidding was never my kind of thing
William Gallia 28 años ৹ Paul Bettany ৹ Freyja El chico de oro de Ravenclaw, amable, divertido, con una curiosidad y mundo interior sin límites, todos pensaban que estaría casado con cualquier jovencita de sangre pura. Pero no, William se dedicó a ir a las bodas de sus amigos, a ser el amigo soltero al que invitan para que alegre la fiesta, y sobretodo, a su trabajo. Le apasiona crear hechizos, por eso su jefe le seleccionó para el programa de defensa con hechizos del Ministerio de Magia Americano, lo cual le da la oportunidad de salir del entorno que siempre a conocido y lo que más le gusta: descubrir cosas nuevas y ponerse retos. |
Jane Van Der Luyden 19 años ৹ Katie McGrath ৹ Ivanka Siempre discreta y callada, Jane pasaba desparecibida en su familia. Se dedicaba a hacer el bien, a escribir a vivir una vida solitaria pero feliz, aislada de los demás. Cuando se acercó la edad de dejar Ilvermony, sus padres empezaron a presionarla con que encontrara marido de entre sus varios pretendientes, siempre pasando por su aprobación. Pero Jane quería seguir viviendo al margen de esa sociedad que nunca le ha gustado. Por eso pidió a su padre que la dejara trabajar como secretaria en el Ministerio de Magia y adora trabjar, adora tener que estar dos horas en el tren desde casa de su tía en Long Island hasta el centro de Nueva York y adora enterarse de todo por estar en contacto con los papeles del amigo de su padre. Sabe que no puede pasar mucho más tiempo antes de que su madre se canse de que trabaje y la haga volver a Maine, así que quiere ascender en el ministerio pronto |
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
- Golden Shields:
Alice Gallia
Cause' Alice does belong with Marcus
Ante todo, amigos
Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
[/center]
- Juntos, somos el Todo:
- 16 de enero de 2002:
3069Mensajes :
20Honra :
Ivanka
Alchemist
Link del mensaje
A picture for the eternity Capítulo II Día 24 de febrero de 1983 a las 10:00 horas en Monument Valley |
No podía parar de reír. Lo de los pájaros, lo de los mensajes contradictorios... Y luego la obnubilaba con aquellas cosas que decía, que nadie debería hacernos creer que hay cosas imposibles. Ella se rio y se encogió de un hombro. — Pues eso es lo que yo llevo oyendo toda la vida. "Quiero ser herbóloga" Eso es imposible, Janet. "Quiero trabajar por mi cuenta y ganar mi dinero" Eso es imposible, Janet. "Quiero hacer fotos y vivir sola en Nueva York"... — Alzó los ojos al cielo azulísimo de Utah. — Quiero encontrar a alguien a quien quiera de verdad y casarme por amor, no porque es lo que tenga que hacer... — Puso una sonrisa amarga. — Ya sabes lo que me responden. — Carraspeó un poco y miró de nuevo a William. — Perdona, pensarás "problemas de niña rica americana". Y sí, eso son. El problema es que, cuando se es una niña rica americana de importante familia mágica, prácticamente todo lo que quieras pensar por tu cuenta es imposible. — Le miró a los ojos. — ¿Cómo no iba a gustarme alguien que cree que nada debería serlo? —
Asintió varias veces seguidas con una sonrisa. — ¡Sí, claro que me ratifico! Además, siempre quise ser de esos niños, que iban hechos un desastre, y por eso mismo no tenían que preocuparse por los lazos, ni por los volantes del vestido... — Rio con las regañinas que William relataba de su madre. Las de la suya hubieran sido mucho peores, y como no le hicieras caso, te lanzaba hechizos de lo más retorcido. Ya le salían carcajadas descontroladas al imaginar a William tirando al agua a su amigo por pararse a doblar la ropa. — ¡Me apunto que no se dobla la ropa en la playa! — Dijo ella levantando las manos en son de paz. — Por si quieres venir a verme a Long Island. Vivo muy cerca de una. Y prometo no pararme a doblar nada. — Entornó los ojos con una sonrisa. — O me arriesgo a las consecuencias de que me tires al agua vestida. — ¿Pero de qué infiernos estaba hablando? Primero: no sabía si William seguiría en América para cuando se pudiera ir a la playa; segundo: debía haberse vuelto loca ella, porque en Long Island vivía CON SU TÍA, no podía aparecer sin más con William por allí e irse alegremente a la playa. Pero es que era lo que le apetecía, y eso era lo que William provocaba en ella, que viera posible hacer lo que le apeteciera, y si eso era ir a la playa juntos, pues mismamente. En realidad, lo que le apetecía era estar con él, hacer cosas con él, fuera la playa o fuera darse una vuelta al rededor del MACUSA.
Sonrió a lo de que podía fingir, aunque notó que se trababa un poco. Quizá le había abrumado con las perspectivas. — Yo puedo ayudarte a ser ostentoso. Llevo rodeada de señores ostentosos desde que nací, y ahora trabajo para ellos. — Soltó una risita y le dio con el dedo índice en el ala del sombrero. — Te va a costar un poquito, porque eres de lo más espontáneo y amable que he conocido, y ellos son grises y pomposos, porque sus vidas no son felices, en verdad. Creen que el dinero y el poder lo son todo. Y luego son incapaces de ser felices. — Cuadró la espalda, aguantándose la risa. — Así que solo tienes que cuadrar la espalda, mirar con la barbilla bien alta a todo el mundo, usar palabras muy rimbombantes y complicas y la clave de todo... — Se desinfló un poco, pero trató de mantener la sonrisa. — Actuar como si siempre existiera algo que te mueres por alcanzar y no puedes... — Y eso le había quedado demasiado sincero y demasiado desde el corazón. Demasiado como se sentía respecto a él. — Porque los hombres ostentosos... Siempre son muy ambiciosos. — Trató de agregar para disimular.
Pero entonces William dio uno de eso giros argumentales que, por lo que iba observando, eran su seña de identidad, e hizo un hechizo que no había visto nunca. Sus ojos se abrieron y las comisuras de su boca se levantaron, alucinada. — ¿Eso...? ¿De verdad acabas de calcular cuántos díctamos hay en Utah? ¿Así sin más? — Simplemente no se lo podía creer. Solo se explicaba con que estuviera ante un auténtico genio. Soltó una risa entre dientes, sin salir de su asombro. — Hombre, no me extraña nada que a tu amigo no le haga gracia, esto prácticamente anula el trabajo de todos los aritmánticos de mi departamento del MACUSA. — Seguía mirando el número alucinada. Ladeó la cabeza y achicó los ojos. — ¡Oh! — Justo entonces, William decía que no estaba hecho para los negocios. — ¡Para nada! ¡Estás mucho más hecho para ello de lo que te crees! En un momento voy a sacarle rendimiento a esa cifra y mañana mismo puedes presentarles un proyecto preeliminar a los peces gordos. — Se tiró al suelo y empezó a hurgar en el bolso, prácticamente metiéndose en del cosmo si fuera una madriguera. Salió por fin con una libreta y un boli y se puso a apuntar. — Ese es el total, ¿no? — Dijo señalando el número y anotándolo, con la cabeza funcionando a toda velocidad. — ¿Puede ese hechizo tuyo calcular una regla de tres? Porque nos vendría divinamente. — Miró a su al rededor. — Probamos el hechizo protector aquí, con los díctamos de esta colina, y hacemos una regla de tres de cuántos harían falta para proteger el MACUSA y si solo con los de Utah tenemos suficiente. — Rio un poco entre dientes. — Primero porque esta feo asaltar casas, y segundo porque habrá que dejar unos cuantos para que puedan seguir siendo especie autóctona. — Señaló a William con el boli. — Pero eso ya son cifras, es un proyecto en firme, y más si puedes demostrar que crea una barrera protectora. Te darán dinero, te darán personal para probar la eficacia de la barrera, y gente en general para lo que puedas necesitar... — Rio y puso cara orgullosa. — ¿A que ahora te gustaría tener una secretaria divertida, que habla el lenguaje de los negocios, en Inglaterra? Me ofrecería, si Wren estuviera dispuesto a prescindir de mí, o mis padres a que me fuera al otro lado del océano. — Vale, eso había sido un tiro muy directo, y con la tontería, no se había dado cuenta de que William se había vuelto a acercar. Y es que Janet era muy nueva (más bien recién llegada) a eso de la cercanía con el sexo opuesto, máxime cuando el sujeto en cuestión le gustaba... Y William le gustaba mucho, y se había quedado colgada en aquellos ojos azules... Y lo cierto es que no sabía cómo salir de aquel embrollo. Ojalá tuviera algo más de práctica. Aunque, justo entonces, William parecía más interesado en su mano. — ¿Qué? ¿Tampoco tenéis bolis en Inglaterra? — Por la cara del hombre, no, no tenían. Rio un poco y rebuscó en el bolso para buscar la transcripción del día anterior de la reunión de William. — Ayer dijiste en algún momento... Que podías aplicar el Protego... — Dijo mientras pasaba las páginas a toda velocidad, buscando aquella parte del discurso. La encontró y se la señaló. — Yo puedo ayudarte, saldrá más potente entre los dos, y podemos probarlo aquí mismo, ya que estamos aquí... — Pero seguían a la misma distancia, por mucho que intentara distraerse. — Es... Es... — Suspiró. Ya se había quedado colgada en aquellos ojos otra vez y notaba cómo le costaba respirar. — Se me ha olvidado lo que te iba a decir. — Confesó. Era patética, oficial. Pero como para no olvidarlo, mirando aquellos ojos.
Asintió varias veces seguidas con una sonrisa. — ¡Sí, claro que me ratifico! Además, siempre quise ser de esos niños, que iban hechos un desastre, y por eso mismo no tenían que preocuparse por los lazos, ni por los volantes del vestido... — Rio con las regañinas que William relataba de su madre. Las de la suya hubieran sido mucho peores, y como no le hicieras caso, te lanzaba hechizos de lo más retorcido. Ya le salían carcajadas descontroladas al imaginar a William tirando al agua a su amigo por pararse a doblar la ropa. — ¡Me apunto que no se dobla la ropa en la playa! — Dijo ella levantando las manos en son de paz. — Por si quieres venir a verme a Long Island. Vivo muy cerca de una. Y prometo no pararme a doblar nada. — Entornó los ojos con una sonrisa. — O me arriesgo a las consecuencias de que me tires al agua vestida. — ¿Pero de qué infiernos estaba hablando? Primero: no sabía si William seguiría en América para cuando se pudiera ir a la playa; segundo: debía haberse vuelto loca ella, porque en Long Island vivía CON SU TÍA, no podía aparecer sin más con William por allí e irse alegremente a la playa. Pero es que era lo que le apetecía, y eso era lo que William provocaba en ella, que viera posible hacer lo que le apeteciera, y si eso era ir a la playa juntos, pues mismamente. En realidad, lo que le apetecía era estar con él, hacer cosas con él, fuera la playa o fuera darse una vuelta al rededor del MACUSA.
Sonrió a lo de que podía fingir, aunque notó que se trababa un poco. Quizá le había abrumado con las perspectivas. — Yo puedo ayudarte a ser ostentoso. Llevo rodeada de señores ostentosos desde que nací, y ahora trabajo para ellos. — Soltó una risita y le dio con el dedo índice en el ala del sombrero. — Te va a costar un poquito, porque eres de lo más espontáneo y amable que he conocido, y ellos son grises y pomposos, porque sus vidas no son felices, en verdad. Creen que el dinero y el poder lo son todo. Y luego son incapaces de ser felices. — Cuadró la espalda, aguantándose la risa. — Así que solo tienes que cuadrar la espalda, mirar con la barbilla bien alta a todo el mundo, usar palabras muy rimbombantes y complicas y la clave de todo... — Se desinfló un poco, pero trató de mantener la sonrisa. — Actuar como si siempre existiera algo que te mueres por alcanzar y no puedes... — Y eso le había quedado demasiado sincero y demasiado desde el corazón. Demasiado como se sentía respecto a él. — Porque los hombres ostentosos... Siempre son muy ambiciosos. — Trató de agregar para disimular.
Pero entonces William dio uno de eso giros argumentales que, por lo que iba observando, eran su seña de identidad, e hizo un hechizo que no había visto nunca. Sus ojos se abrieron y las comisuras de su boca se levantaron, alucinada. — ¿Eso...? ¿De verdad acabas de calcular cuántos díctamos hay en Utah? ¿Así sin más? — Simplemente no se lo podía creer. Solo se explicaba con que estuviera ante un auténtico genio. Soltó una risa entre dientes, sin salir de su asombro. — Hombre, no me extraña nada que a tu amigo no le haga gracia, esto prácticamente anula el trabajo de todos los aritmánticos de mi departamento del MACUSA. — Seguía mirando el número alucinada. Ladeó la cabeza y achicó los ojos. — ¡Oh! — Justo entonces, William decía que no estaba hecho para los negocios. — ¡Para nada! ¡Estás mucho más hecho para ello de lo que te crees! En un momento voy a sacarle rendimiento a esa cifra y mañana mismo puedes presentarles un proyecto preeliminar a los peces gordos. — Se tiró al suelo y empezó a hurgar en el bolso, prácticamente metiéndose en del cosmo si fuera una madriguera. Salió por fin con una libreta y un boli y se puso a apuntar. — Ese es el total, ¿no? — Dijo señalando el número y anotándolo, con la cabeza funcionando a toda velocidad. — ¿Puede ese hechizo tuyo calcular una regla de tres? Porque nos vendría divinamente. — Miró a su al rededor. — Probamos el hechizo protector aquí, con los díctamos de esta colina, y hacemos una regla de tres de cuántos harían falta para proteger el MACUSA y si solo con los de Utah tenemos suficiente. — Rio un poco entre dientes. — Primero porque esta feo asaltar casas, y segundo porque habrá que dejar unos cuantos para que puedan seguir siendo especie autóctona. — Señaló a William con el boli. — Pero eso ya son cifras, es un proyecto en firme, y más si puedes demostrar que crea una barrera protectora. Te darán dinero, te darán personal para probar la eficacia de la barrera, y gente en general para lo que puedas necesitar... — Rio y puso cara orgullosa. — ¿A que ahora te gustaría tener una secretaria divertida, que habla el lenguaje de los negocios, en Inglaterra? Me ofrecería, si Wren estuviera dispuesto a prescindir de mí, o mis padres a que me fuera al otro lado del océano. — Vale, eso había sido un tiro muy directo, y con la tontería, no se había dado cuenta de que William se había vuelto a acercar. Y es que Janet era muy nueva (más bien recién llegada) a eso de la cercanía con el sexo opuesto, máxime cuando el sujeto en cuestión le gustaba... Y William le gustaba mucho, y se había quedado colgada en aquellos ojos azules... Y lo cierto es que no sabía cómo salir de aquel embrollo. Ojalá tuviera algo más de práctica. Aunque, justo entonces, William parecía más interesado en su mano. — ¿Qué? ¿Tampoco tenéis bolis en Inglaterra? — Por la cara del hombre, no, no tenían. Rio un poco y rebuscó en el bolso para buscar la transcripción del día anterior de la reunión de William. — Ayer dijiste en algún momento... Que podías aplicar el Protego... — Dijo mientras pasaba las páginas a toda velocidad, buscando aquella parte del discurso. La encontró y se la señaló. — Yo puedo ayudarte, saldrá más potente entre los dos, y podemos probarlo aquí mismo, ya que estamos aquí... — Pero seguían a la misma distancia, por mucho que intentara distraerse. — Es... Es... — Suspiró. Ya se había quedado colgada en aquellos ojos otra vez y notaba cómo le costaba respirar. — Se me ha olvidado lo que te iba a decir. — Confesó. Era patética, oficial. Pero como para no olvidarlo, mirando aquellos ojos.
TY
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
- Golden Shields:
Alice Gallia
Cause' Alice does belong with Marcus
Ante todo, amigos
Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
[/center]
- Juntos, somos el Todo:
- 16 de enero de 2002:
3069Mensajes :
20Honra :
Freyja
Alchemist
Link del mensaje
A picture for the eternity Capítulo II Día 24 de febrero de 1983 a las 10:00 horas en Monument Valley |
Solo con la primera frase ya puso una exagerada expresión entre sorprendida e indignada. ¡¿Cómo que no puedes ser herbóloga?! ¿Quién ha dicho eso? Desde luego, alguien que no ha visto la rapidez con la que identificas los díctamos. Todavía que le dijeran a él que no podía hacer las locuras que hacía podía llegar a tener hasta sentido, pero decirle a una persona a la que se le daban tan bien las plantas que no podía ser herbóloga... Eso sí que era de locos. Se había metido en su propia divagación sobre por qué era imposible que Janet era herbóloga, hasta que la frase sobre casarse por amor le hizo volver a tierra. Se quedó mirándola. Eso es la mayor locura que he oído en mi vida... Pensar que es imposible, me refiero. Arqueó una ceja. Y yo entiendo mucho de locuras, créeme. Dijo con una risa, a ver si con ello conseguía quitarle un poco de gravedad al tono serio con el que había dicho su frase anterior. Al menos no le había soltado un "pues yo me casaría contigo" o una barrabasadas de esas que soltaba William sin pensar... Pero tenía claro que Janet debería poder casarse con quien ella quisiera. Y esa persona sería la más afortunada del mundo, seguro.
Rio un poco. Esa lógica no tiene ningún sentido. Te la compro. Comentó jovial, aunque después suspiró. No pienso eso. Sé que las familias son complicadas, más complicadas aún a más estatus tengan. O peor: a más estatus quieran tener. Rodó los ojos. Creo que te llevarías bien con mi hermana Vivi. Hizo un gesto con la mano. Yo paso de mi madre, pero a ella la tiene muy agobiada... A ver, no me entiendas mal, que yo quiero mucho a mi madre. Pero a veces se pone un poco pesada también con el tema de los matrimonios y las familias y la sangre y el estatus y el apellido Gallia... Que yo pienso, pero a ver, mamá, ¡si tú no naciste Gallia! ¡Qué obsesión! Dijo entre risas, suspirando de nuevo y poniendo otra vez la vista en las plantas. En fin. Nada mejor que un desierto para que lloremos nuestras penas familiares, ¿verdad? Total, ¿quién se va a chivar de nosotros? ¿Esta plantita de aquí? Bromeó señalando a un díctamo y riendo después, acercándose para susurrarle mientras le apuntaba con un cómico índice amenazador. Que no me entere yo, ¿eh? Que te dejo fuera de la cúpula. A William no se le podía dar cuerda con las tonterías, porque no tenía fin. Y la risa de Janet estaba resultando ser un muy buen aliciente para no querer parar.
Se echó a reír con ella. ¡No! ¡Nada de doblar ropa en la playa o te tiro al agua! Bromeó entre carcajadas. Espera, ¿estaba dando por hecho que iban a ir juntos a la playa en algún momento? Cualquier otro diría que eso era muy raro, que se habían conocido hacía veinticuatro horas, que tenía nueve años menos que él, que él estaba allí por trabajo y solo de paso y que ella era su secretaria. William no se fijaba en nada de eso, porque era demasiado bonito ver y oír a esa chica reír como para querer pararlo. ¡Hecho! Afirmó a lo de Long Island. Lo dicho, él no se paraba a pensar esas cosas, pero a la vista estaba que ella tampoco, así que... De hecho, a su frase sobre las consecuencias, se encogió de hombros con una graciosa caída de ojos. Tú misma. Bromeó con una sonrisa. Es que era demasiado bonito y divertido imaginarlo, ¿por qué no iba a hacerlo? ¿Qué podría tener de malo? Él no encontraba absolutamente ningún motivo en contra, desde luego.
El toque en el sombrero le hizo sonreír genuinamente y parpadear mientras la miraba. Janet era muy guapa, tenía una sonrisa preciosa y una dulzura especial al hablar, y... Creía en él. Ni siquiera se había planteado la posibilidad de que solo le estuviera haciendo la pelota porque era su jefe. No, eso no podía ser fingido, lo veía en sus ojos. Esa chica creía en él, pero no como su hermana o como Arnold, que siempre estaban diciéndole "ya, si no dudo de que puedas hacerlo, pero...". Creía en él de verdad, sin peros ni trabas, sin precauciones ni miedos. Le hizo mucha gracia su teatrillo, y ya se dispuso él a seguirle el juego. ¿Cómo? ¿Así? Dijo cuadrándose él también, cómicamente, con la barbilla alta y expresión de señor enfadado y gris, como ella decía, aunque disimulando una sonrisilla. Oh, palabras rimbombantes, espera, que eso se me da bien, mmm... ¡Excelsísimo! ¡Supremacioso! ¡Impecabilástico! Rio e hizo un gesto de la mano. Vale, vale, ahora palabras que existan. Eemmm, ¡gran superávit de especies autóctonas e impecable ejecución mágica! ¿Suena a algo con sentido? Se echó de nuevo a reír. Pues ese es el problema, Janet, tú misma lo has dicho: todos tenemos algo que queremos alcanzar. Pero está ahí, solo hay que... Hizo un gesto para imitar sus palabras. ¡Estirar el brazo y cogerlo! Y a veces, estará más accesible, y otras tendrás que decir, ¡vaya! Mi brazo no llega, ¡voy a por una escalera! Pero puede que no tengas escalera. Y entonces tendrás que decir, ¡pues me invento mi propia escalera! Y ahí es donde te dirán, "¡eso es imposible!" Y tú eliges si creértelo y convertirte en uno de esos hombres grises y aburridos, o no creértelo... Y que te llamen loco. Se encogió de hombros con una sonrisa infantil. Algo le decía que Janet era de las suyas, que le iba a entender.
Lo que vino después sí que le dejó descuadrado. Espera, ¿rendimiento? Pero Janet se había tirado al suelo bajo su atónita mirada y parecía estar preparando algo, mientras él seguía mirándola con cara de aturdimiento y una enorme cifra voladora al lado de su cabeza. Frunció el ceño pensativo. Pues... Supongo. ¿Una regla de tres? Sí, por qué no, era cuestión de cambiar un par de cosas, podía intentarlo. Siempre existía un leve margen de error, pero dudaba que nadie se diera cuenta. Escuchó atentamente lo que decía y abrió mucho los ojos. ¡Es verdad! Eso... Eso tiene mucho sentido. Él también se lanzó a la arena, sacando su propia libreta y empezando a pensar y apuntar a toda velocidad. Ni siquiera se había planteado todo eso, él solo iba a explorar los díctamos y pensaba echar el hechizo a lo loco e ir perfeccionando sobre la marcha. ¡Pero aquello era mucho mejor, dónde iba a parar! En lo que apuntaba, Janet le hizo una pregunta que le soltó una carcajada. ¡Desde luego que me gustaría! ¿Cuándo dices que te vienes conmigo? Bromeó, y hasta él se dio cuenta de que había sonado raro... ¿Seguro? ¿Tan raro sería? Es decir... Janet era brillante, y aquí parecía estar bastante desaprovechada. Podría ir con él, quizás en la oficina la dejaran trabajar de... Algo. Compañera. Por ejemplo. Si ya con que le ordenara los papeles iba a generar mucho más beneficios no solo para él y su trabajo, sino para todo el departamento de creación...
Bajó la mirada algo avergonzado, aunque sin dejar de pensar a toda velocidad, y entonces lo vio. Él había sacado una pluma, pero ella había sacado otra cosa. Frunció el ceño y se quedó mirando el artefacto con tan descarado interés, que la chica le preguntó. Eso le hizo sacudir la cabeza avergonzado de nuevo, aunque ella contestó con mucha naturalidad. Lo cierto es que no lo había visto nunca. Te diría que me lo prestaras para analizarlo, pero... No puedo prometer que no te lo vaya a romper. Dijo entre risas. Porque eso sí, William todo lo que tocaba, lo abría. Se había acercado mucho a ella, y más que se acercó para ver como pasaba las páginas, alucinado. ¿De verdad ahí está escrito todo lo que he dicho? Pero si la gente a duras penas me escucha, como para transcribirlo todo. No salía de su asombro, tanto que, mientras Janet hablaba, la miró a ella sin perder un atisbo de su admiración, en lugar de mirar sus papeles. Lo de que se le había olvidado lo que iba a decir le hizo sonreír con dulzura. Ya has dicho más de lo que creí que iba a escuchar hoy. Dijo con un tono cargado de emoción. Se mojó los labios y le tendió la mano. ¡Vamos a ello! Anunció decidido, poniéndose de pie y tirando de su mano para levantarla. Estoy de acuerdo, entre los dos saldrá más potente. Sin soltar su mano, se colocó en el punto exacto y dijo. Tienes que... Ponerte aquí. La tomó por los hombros con cuidado y la puso delante de él, en el lugar concreto. Esperaba que no le perturbara demasiado su cercanía... Había dicho que echarían el hechizo juntos, ¿no? Pues él no conocía otra manera. O sí, pero no le interesaba usarla. Vas a pronunciarlo tú. Con mi varita, pero... Vas a hacerlo tú. La miró desde su posición. Estaban mucho más cerca de lo que otros considerarían adecuado. Otros. Él no. La idea ha sido tuya. Todo esto... Está saliendo de aquí. Le dio un toquecito en la sien con el índice, con una sonrisa. Yo pongo el poder mágico, y tú... La idea. Aferró la varita y, con la otra mano, puso con delicadeza la mano de Janet en la suya. Levantó el brazo hacia el cielo y susurró. Ahora. Lanza el hechizo.
Rio un poco. Esa lógica no tiene ningún sentido. Te la compro. Comentó jovial, aunque después suspiró. No pienso eso. Sé que las familias son complicadas, más complicadas aún a más estatus tengan. O peor: a más estatus quieran tener. Rodó los ojos. Creo que te llevarías bien con mi hermana Vivi. Hizo un gesto con la mano. Yo paso de mi madre, pero a ella la tiene muy agobiada... A ver, no me entiendas mal, que yo quiero mucho a mi madre. Pero a veces se pone un poco pesada también con el tema de los matrimonios y las familias y la sangre y el estatus y el apellido Gallia... Que yo pienso, pero a ver, mamá, ¡si tú no naciste Gallia! ¡Qué obsesión! Dijo entre risas, suspirando de nuevo y poniendo otra vez la vista en las plantas. En fin. Nada mejor que un desierto para que lloremos nuestras penas familiares, ¿verdad? Total, ¿quién se va a chivar de nosotros? ¿Esta plantita de aquí? Bromeó señalando a un díctamo y riendo después, acercándose para susurrarle mientras le apuntaba con un cómico índice amenazador. Que no me entere yo, ¿eh? Que te dejo fuera de la cúpula. A William no se le podía dar cuerda con las tonterías, porque no tenía fin. Y la risa de Janet estaba resultando ser un muy buen aliciente para no querer parar.
Se echó a reír con ella. ¡No! ¡Nada de doblar ropa en la playa o te tiro al agua! Bromeó entre carcajadas. Espera, ¿estaba dando por hecho que iban a ir juntos a la playa en algún momento? Cualquier otro diría que eso era muy raro, que se habían conocido hacía veinticuatro horas, que tenía nueve años menos que él, que él estaba allí por trabajo y solo de paso y que ella era su secretaria. William no se fijaba en nada de eso, porque era demasiado bonito ver y oír a esa chica reír como para querer pararlo. ¡Hecho! Afirmó a lo de Long Island. Lo dicho, él no se paraba a pensar esas cosas, pero a la vista estaba que ella tampoco, así que... De hecho, a su frase sobre las consecuencias, se encogió de hombros con una graciosa caída de ojos. Tú misma. Bromeó con una sonrisa. Es que era demasiado bonito y divertido imaginarlo, ¿por qué no iba a hacerlo? ¿Qué podría tener de malo? Él no encontraba absolutamente ningún motivo en contra, desde luego.
El toque en el sombrero le hizo sonreír genuinamente y parpadear mientras la miraba. Janet era muy guapa, tenía una sonrisa preciosa y una dulzura especial al hablar, y... Creía en él. Ni siquiera se había planteado la posibilidad de que solo le estuviera haciendo la pelota porque era su jefe. No, eso no podía ser fingido, lo veía en sus ojos. Esa chica creía en él, pero no como su hermana o como Arnold, que siempre estaban diciéndole "ya, si no dudo de que puedas hacerlo, pero...". Creía en él de verdad, sin peros ni trabas, sin precauciones ni miedos. Le hizo mucha gracia su teatrillo, y ya se dispuso él a seguirle el juego. ¿Cómo? ¿Así? Dijo cuadrándose él también, cómicamente, con la barbilla alta y expresión de señor enfadado y gris, como ella decía, aunque disimulando una sonrisilla. Oh, palabras rimbombantes, espera, que eso se me da bien, mmm... ¡Excelsísimo! ¡Supremacioso! ¡Impecabilástico! Rio e hizo un gesto de la mano. Vale, vale, ahora palabras que existan. Eemmm, ¡gran superávit de especies autóctonas e impecable ejecución mágica! ¿Suena a algo con sentido? Se echó de nuevo a reír. Pues ese es el problema, Janet, tú misma lo has dicho: todos tenemos algo que queremos alcanzar. Pero está ahí, solo hay que... Hizo un gesto para imitar sus palabras. ¡Estirar el brazo y cogerlo! Y a veces, estará más accesible, y otras tendrás que decir, ¡vaya! Mi brazo no llega, ¡voy a por una escalera! Pero puede que no tengas escalera. Y entonces tendrás que decir, ¡pues me invento mi propia escalera! Y ahí es donde te dirán, "¡eso es imposible!" Y tú eliges si creértelo y convertirte en uno de esos hombres grises y aburridos, o no creértelo... Y que te llamen loco. Se encogió de hombros con una sonrisa infantil. Algo le decía que Janet era de las suyas, que le iba a entender.
Lo que vino después sí que le dejó descuadrado. Espera, ¿rendimiento? Pero Janet se había tirado al suelo bajo su atónita mirada y parecía estar preparando algo, mientras él seguía mirándola con cara de aturdimiento y una enorme cifra voladora al lado de su cabeza. Frunció el ceño pensativo. Pues... Supongo. ¿Una regla de tres? Sí, por qué no, era cuestión de cambiar un par de cosas, podía intentarlo. Siempre existía un leve margen de error, pero dudaba que nadie se diera cuenta. Escuchó atentamente lo que decía y abrió mucho los ojos. ¡Es verdad! Eso... Eso tiene mucho sentido. Él también se lanzó a la arena, sacando su propia libreta y empezando a pensar y apuntar a toda velocidad. Ni siquiera se había planteado todo eso, él solo iba a explorar los díctamos y pensaba echar el hechizo a lo loco e ir perfeccionando sobre la marcha. ¡Pero aquello era mucho mejor, dónde iba a parar! En lo que apuntaba, Janet le hizo una pregunta que le soltó una carcajada. ¡Desde luego que me gustaría! ¿Cuándo dices que te vienes conmigo? Bromeó, y hasta él se dio cuenta de que había sonado raro... ¿Seguro? ¿Tan raro sería? Es decir... Janet era brillante, y aquí parecía estar bastante desaprovechada. Podría ir con él, quizás en la oficina la dejaran trabajar de... Algo. Compañera. Por ejemplo. Si ya con que le ordenara los papeles iba a generar mucho más beneficios no solo para él y su trabajo, sino para todo el departamento de creación...
Bajó la mirada algo avergonzado, aunque sin dejar de pensar a toda velocidad, y entonces lo vio. Él había sacado una pluma, pero ella había sacado otra cosa. Frunció el ceño y se quedó mirando el artefacto con tan descarado interés, que la chica le preguntó. Eso le hizo sacudir la cabeza avergonzado de nuevo, aunque ella contestó con mucha naturalidad. Lo cierto es que no lo había visto nunca. Te diría que me lo prestaras para analizarlo, pero... No puedo prometer que no te lo vaya a romper. Dijo entre risas. Porque eso sí, William todo lo que tocaba, lo abría. Se había acercado mucho a ella, y más que se acercó para ver como pasaba las páginas, alucinado. ¿De verdad ahí está escrito todo lo que he dicho? Pero si la gente a duras penas me escucha, como para transcribirlo todo. No salía de su asombro, tanto que, mientras Janet hablaba, la miró a ella sin perder un atisbo de su admiración, en lugar de mirar sus papeles. Lo de que se le había olvidado lo que iba a decir le hizo sonreír con dulzura. Ya has dicho más de lo que creí que iba a escuchar hoy. Dijo con un tono cargado de emoción. Se mojó los labios y le tendió la mano. ¡Vamos a ello! Anunció decidido, poniéndose de pie y tirando de su mano para levantarla. Estoy de acuerdo, entre los dos saldrá más potente. Sin soltar su mano, se colocó en el punto exacto y dijo. Tienes que... Ponerte aquí. La tomó por los hombros con cuidado y la puso delante de él, en el lugar concreto. Esperaba que no le perturbara demasiado su cercanía... Había dicho que echarían el hechizo juntos, ¿no? Pues él no conocía otra manera. O sí, pero no le interesaba usarla. Vas a pronunciarlo tú. Con mi varita, pero... Vas a hacerlo tú. La miró desde su posición. Estaban mucho más cerca de lo que otros considerarían adecuado. Otros. Él no. La idea ha sido tuya. Todo esto... Está saliendo de aquí. Le dio un toquecito en la sien con el índice, con una sonrisa. Yo pongo el poder mágico, y tú... La idea. Aferró la varita y, con la otra mano, puso con delicadeza la mano de Janet en la suya. Levantó el brazo hacia el cielo y susurró. Ahora. Lanza el hechizo.
TY
We are
- La eternidad es nuestra:
5490Mensajes :
178Honra :
Ivanka
Alchemist
Link del mensaje
A picture for the eternity Capítulo II Día 24 de febrero de 1983 a las 9:00 horas en MACUSA |
Para William todo era posible. Negó con la cabeza y dijo. — Digamos que no es lo que tienen planeado para mí. No lo consideran… Apropiado para una Van Der Luyden. — Y mejor no daba más datos de lo que eso significaba. Bueno, aunque William no parecía asustarse por casi nada, a todo le daba la vuelta para que fuera divertido y mágico. Tuvo que soltar una carcajada. — Para ti nada es imposible, señor Gallia. — Dijo cruzándose de brazos y achicando los ojos. — Desde proteger el edificio entero del MACUSA a prueba de bombas nucleares, a que yo sea herbóloga solo porque tengo buen ojo para los díctamos. —
Rio a lo de su hermana. Aquel apuesto hombre podía parecer atolondrado, pero entendía de todo, incluido, claramente, de temas familiares. Solo había que organizar su discurso y salía algo… Brillante y único. Como él. Tenía más magia que todo el MACUSA solo en él. Y la tenía hechizada a ella. Oh, por todos los dragones, ¿era eso de lo que hablaban la pelis muggles y los libros de amor baratos? Porque empezaba a bajar por esa cuesta sin frenos. Reconectó mientras hablaba de su madre y la hizo contenerse la risa, porque no quería reírse abiertamente de la madre de William, porque… Bueno, por nada en especial, ¿no? Era una señora que probablemente nunca conociera, pero en fin… Ladeó la cabeza con una sonrisilla y dijo. — Sí, sí, el discurso me suena, pero si yo le hablara así a mi madre… No volvería a ver la luz del día. — Alzó los ojos al sol de Utah con las gafas, y aun así tuvo que ponerse la mano frente a ellos. — Y sería una pena total, porque mira qué día más precioso y qué aventura tan gratificante. — Soltó una carcajada con lo de la planta y asintió. — Ahora le echamos un Silentium por si las moscas. — Le gustaba seguirle las bromas, porque era gracioso y ocurrente, y entonces dijo lo de la cúpula, y Janet tuvo hasta que quitarse las lágrimas de los ojos de la risa que le estaba provocando.
Y lo mejor es que ella le soltaba burradas que no habría soltado en la vida a un superior casi desconocido, pero él se las seguía como si fuera lo más normal del mundo, como hacía ahora con la playa, dando por hecho que irían. Y lo peor es que Janet debía estar descarrilando también, porque ahora solo podía pensar que, si William decidía que podían ir a la playa en Long Island, pues es que podían, claro. — No si te tiro yo antes. — Hala, venga, y ahí seguía ella alimentando ese sueño. Y ya pensaría cómo lo cuadraba.
Sonrió ampliamente y asintió cuando William se puso a hacer el tonto con la postura. — Y te aseguro que, cuanto más ridículo te parezca a ti, más de macho alfa les parecerá a ellos. — Ya estaba riéndose de sus palabras inventadas cuando paró de golpe y le señaló con los ojos muy abiertos. — ¡Eh, eh, eh! Repite eso del superávit, eso les va a encantar. — Cogió la libreta y se puso a apuntar a toda prisa, para que no se les olvidaran esas cosas. Pero entonces siguió escribiendo lo que dijo del brazo y la escalera… Y se quedó mirándole, cogida en un pensamiento. Era el pensamiento de que, de haber sido como William… Podría haberse planteado otra vida… No una muy espectacular… Una sencilla… Con alguien que quisiera de verdad, haciendo algo que le apasionara. — Sí, bueno… Yo ni me había planteado utilizar una escalera. — Dijo con una sonrisa triste, siguiendo su metáfora. — Quizá… Podría pedirle a alguien que no crea que es imposible que me enseñe a hacer una o me ayude a conseguirla… — Y a lo mejor se había perdido demasiado en la metáfora, pero es que, por un momento, lo había visto tan claro… Con un suspiro volvió a la libreta a apuntar, y soltó una risita sarcástica, cuando dijo lo de que cuándo se iba. — Qué más me gustaría… — Pero lo dejó en el aire, mientras seguía apuntando todos los datos que William le daba. Lo dicho. No sabía hacerse escaleras.
Amplió la sonrisa respecto al boli, mientras terminaba de apuntar y sin levantar la vista del papel. — Cuando volvamos a Nueva York te doy los que quieras. — Se encogió de hombros. — Se los robamos a los nomaj de la parte no mágica de nuestro edificio, ni se enteran, tienen miles. — Qué gracia le hacía su curiosidad… Claro, por eso era tan listo. Dio la vuelta satisfecha a la libreta ante su pregunta. — Pues claro. Lo que dices es muy importante, William, y no porque yo crea que ningún ruso nos vaya a atacar, pero eres un genio. Podría ser importante para otras cosas. — Dijo de corazón. Pero con aquel hombre nada duraba demasiado tiempo, y ya fue a moverla. Ella se dejó, porque seguía un poco embotada en sus pensamientos, sus emociones y todo lo que estaba aprendiendo aquel día. Su cercanía la pilló por sorpresa, le aceleró el ritmo cardíaco. — ¿Yo qué? No, no, espera, William, yo era malísima en Encantamientos… — Al menos en los complicados, no en los tontos como el Reparo o el Silentium. Pero nada paraba aquella mente, y aquel roce con su sien, su cercanía… Inspiró y trató de concentrarse. — No le has puesto nombre. — Señaló, sin moverse un milímetro, con su mano sobre la de él. — Pero bueno, con estas cosas mejor ser conservador. — Cerró los ojos y volvió a hacer una profunda respiración, concentrándose. — Protego máximo. — Pronunció, y sintió como un latigazo en la mano. Con un grito ahogado, vio como un haz de luz azulada salía hacia el cielo y, un poco más de un metro de sus cabezas, caía a los lados. Miró, anonadada, la cúpula que habían creado y luego le miró a él. — ¡No me lo puedo creer! ¡William! ¡Lo has conseguido! ¡Mira esto! — No pudo evitarlo y se lanzó a sus brazos, a abrazarlo y estrecharle contra sí. Por favor, qué bien se sentía. De hecho, se separó lentamente, pero no quería dejar de mirarle ni alejarse demasiado, así que se quedó con las manos resbalando de sus hombros a su pecho. — Eres… Eres un genio absoluto. Te lo he dicho. — Dijo, mirándole, completamente hechizadas por su talento y aquellos ojos tan azules.
Rio a lo de su hermana. Aquel apuesto hombre podía parecer atolondrado, pero entendía de todo, incluido, claramente, de temas familiares. Solo había que organizar su discurso y salía algo… Brillante y único. Como él. Tenía más magia que todo el MACUSA solo en él. Y la tenía hechizada a ella. Oh, por todos los dragones, ¿era eso de lo que hablaban la pelis muggles y los libros de amor baratos? Porque empezaba a bajar por esa cuesta sin frenos. Reconectó mientras hablaba de su madre y la hizo contenerse la risa, porque no quería reírse abiertamente de la madre de William, porque… Bueno, por nada en especial, ¿no? Era una señora que probablemente nunca conociera, pero en fin… Ladeó la cabeza con una sonrisilla y dijo. — Sí, sí, el discurso me suena, pero si yo le hablara así a mi madre… No volvería a ver la luz del día. — Alzó los ojos al sol de Utah con las gafas, y aun así tuvo que ponerse la mano frente a ellos. — Y sería una pena total, porque mira qué día más precioso y qué aventura tan gratificante. — Soltó una carcajada con lo de la planta y asintió. — Ahora le echamos un Silentium por si las moscas. — Le gustaba seguirle las bromas, porque era gracioso y ocurrente, y entonces dijo lo de la cúpula, y Janet tuvo hasta que quitarse las lágrimas de los ojos de la risa que le estaba provocando.
Y lo mejor es que ella le soltaba burradas que no habría soltado en la vida a un superior casi desconocido, pero él se las seguía como si fuera lo más normal del mundo, como hacía ahora con la playa, dando por hecho que irían. Y lo peor es que Janet debía estar descarrilando también, porque ahora solo podía pensar que, si William decidía que podían ir a la playa en Long Island, pues es que podían, claro. — No si te tiro yo antes. — Hala, venga, y ahí seguía ella alimentando ese sueño. Y ya pensaría cómo lo cuadraba.
Sonrió ampliamente y asintió cuando William se puso a hacer el tonto con la postura. — Y te aseguro que, cuanto más ridículo te parezca a ti, más de macho alfa les parecerá a ellos. — Ya estaba riéndose de sus palabras inventadas cuando paró de golpe y le señaló con los ojos muy abiertos. — ¡Eh, eh, eh! Repite eso del superávit, eso les va a encantar. — Cogió la libreta y se puso a apuntar a toda prisa, para que no se les olvidaran esas cosas. Pero entonces siguió escribiendo lo que dijo del brazo y la escalera… Y se quedó mirándole, cogida en un pensamiento. Era el pensamiento de que, de haber sido como William… Podría haberse planteado otra vida… No una muy espectacular… Una sencilla… Con alguien que quisiera de verdad, haciendo algo que le apasionara. — Sí, bueno… Yo ni me había planteado utilizar una escalera. — Dijo con una sonrisa triste, siguiendo su metáfora. — Quizá… Podría pedirle a alguien que no crea que es imposible que me enseñe a hacer una o me ayude a conseguirla… — Y a lo mejor se había perdido demasiado en la metáfora, pero es que, por un momento, lo había visto tan claro… Con un suspiro volvió a la libreta a apuntar, y soltó una risita sarcástica, cuando dijo lo de que cuándo se iba. — Qué más me gustaría… — Pero lo dejó en el aire, mientras seguía apuntando todos los datos que William le daba. Lo dicho. No sabía hacerse escaleras.
Amplió la sonrisa respecto al boli, mientras terminaba de apuntar y sin levantar la vista del papel. — Cuando volvamos a Nueva York te doy los que quieras. — Se encogió de hombros. — Se los robamos a los nomaj de la parte no mágica de nuestro edificio, ni se enteran, tienen miles. — Qué gracia le hacía su curiosidad… Claro, por eso era tan listo. Dio la vuelta satisfecha a la libreta ante su pregunta. — Pues claro. Lo que dices es muy importante, William, y no porque yo crea que ningún ruso nos vaya a atacar, pero eres un genio. Podría ser importante para otras cosas. — Dijo de corazón. Pero con aquel hombre nada duraba demasiado tiempo, y ya fue a moverla. Ella se dejó, porque seguía un poco embotada en sus pensamientos, sus emociones y todo lo que estaba aprendiendo aquel día. Su cercanía la pilló por sorpresa, le aceleró el ritmo cardíaco. — ¿Yo qué? No, no, espera, William, yo era malísima en Encantamientos… — Al menos en los complicados, no en los tontos como el Reparo o el Silentium. Pero nada paraba aquella mente, y aquel roce con su sien, su cercanía… Inspiró y trató de concentrarse. — No le has puesto nombre. — Señaló, sin moverse un milímetro, con su mano sobre la de él. — Pero bueno, con estas cosas mejor ser conservador. — Cerró los ojos y volvió a hacer una profunda respiración, concentrándose. — Protego máximo. — Pronunció, y sintió como un latigazo en la mano. Con un grito ahogado, vio como un haz de luz azulada salía hacia el cielo y, un poco más de un metro de sus cabezas, caía a los lados. Miró, anonadada, la cúpula que habían creado y luego le miró a él. — ¡No me lo puedo creer! ¡William! ¡Lo has conseguido! ¡Mira esto! — No pudo evitarlo y se lanzó a sus brazos, a abrazarlo y estrecharle contra sí. Por favor, qué bien se sentía. De hecho, se separó lentamente, pero no quería dejar de mirarle ni alejarse demasiado, así que se quedó con las manos resbalando de sus hombros a su pecho. — Eres… Eres un genio absoluto. Te lo he dicho. — Dijo, mirándole, completamente hechizadas por su talento y aquellos ojos tan azules.
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
- Golden Shields:
Alice Gallia
Cause' Alice does belong with Marcus
Ante todo, amigos
Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
[/center]
- Juntos, somos el Todo:
- 16 de enero de 2002:
3069Mensajes :
20Honra :
Freyja
Alchemist
Link del mensaje
A picture for the eternity Capítulo II Día 24 de febrero de 1983 a las 10:00 horas en Monument Valley |
Soltó una carcajada. - ¡Eso sí que es una amenaza! - Dijo entre risas. Echarle un Silentium a un díctamo, qué cosas. Sabía él que Janet iba a seguirle el juego, además no paraba de reír. Tenía una risa preciosa, podría pasarse horas escuchándola, días... Mejor se centraba. Se estaba riendo mucho con ella, sobre todo con eso de la pose del macho alfa, cuando no pudo evitar parar y sorprenderse ante su comentario. - ¿Que lo repita? ¡No sé ni qué he dicho! Creo que nadie me había pedido jamás que repitiera algo, solo quieren que me calle. - Dijo entre risas. Señaló la libreta en la que apuntaba. - Sí, sí, mejor toma nota, te juro que no me acuerdo. - Comentó, sin dejar de reír. Pues bromas a parte, le vendría de miedo una Janet que apuntara todas las tonterías que iba diciendo, si al final resultaba que realmente servían para algo.
Al parecer, su metáfora de la escalera también le gustó. Sonrió. - Hazlo. Seguro que esa persona estaría encantada de ayudarte, o incluso de crear una escalera solo para ti. - Él, por ejemplo... Ya estaba divagando otra vez. Se recentró a lo justo para poner una enorme sonrisa. - Me pienso llevar un cargamento y voy a torturar a todos mis conocidos que no usan nada no-mágico con él hasta que adivinen para qué sirve. - Comentó con malicia, soñando despierto como un niño malo. Soltó una carcajada. - Y encima son robados. Te doy todo mi dinero por ellos. - Bromeó. El siguiente comentario le hizo parpadear, mirándola. - ¿Le parecen importantes mis cosas? Empiezo a temer que le haya dado demasiado el sol. - Quería decirlo en tono bromista, pero se había quedado colgado mirándola. Esa chica lo decía en serio. Es decir, todavía podía haber en el mundo alguien más loco que él, alguien que creyera que sus locuras tenían sentido. Estaba acostumbrado a ir por la vida arroyando con ellas, o a que tuvieran que darle la razón solo porque había demostrado que funcionaban, aunque siempre bajo el manto de la incredulidad, de no entender como había sacado rendimiento a lo que parecía demencial. Que alguien categorizara como "importante" algo que él decía... Vale, sí, en el MACUSA le habían contratado, pero es que William sabía venderse muy bien, y los tipos que le contrataron no le conocían en persona. Esto era nuevo para él.
Janet se resistió un poquito por pura humildad, a lo que él no hizo ni caso. - Hasta el momento solo he visto dos males en ti, Janet. - Comentó mientras la terminaba de colocar. - Tu juventud y tu inseguridad. Lo primero se cura con el tiempo, y lo segundo... Viendo como alguien a quien llamas "genio" y que ha llegado hasta el Ministerio de Magia de otro país aparecer por un despacho liándola y cubierto de arena y, aun así, gana dinero por ello. - Ahí sí rio. Se concentró junto a ella y se perdió en mirarla, en vez de estar a lo que estaba, pero bueno, tampoco era novedad que William estuviera en otra cosa. Pero es que esa visión de la chica, respirando hondo y cerrando los ojos para concentrarse... Le hacía sonreír inconscientemente. Era tan bonita, tan dulce y tan inteligente... ¿Y de verdad la habían hecho sentir menos que nadie? Pensaba cambiar eso. Janet tenía mucho que aportar. De hecho, el hechizo salió con tanta fuerza que aferró su mano con fuerza y dejó la otra en su brazo con suavidad pero sin perder la firmeza, para evitar que perdiera el equilibrio. Y el resultado fue espectacular.
Sonrió ampliamente, encantado, y entonces ella empezó a bramar de emoción y se lanzó a sus brazos. La estrechó, riendo, emocionado él también, porque pocas cosas emocionaban más a William que un hechizo luminoso y bien lanzado... Aunque era probable que hubiera algo que le emocionara aún más, alguien más bien. Alguien que estaba enganchado a su cuello en esos momentos. - Hemos. Ha salido así porque lo hemos hecho los dos. - Ella se separó lentamente y se quedaron mirándose. - Al parecer... Se nos da bien crear cosas bonitas juntos. - Amplió la sonrisa, y por un momento se quedó simplemente allí, mirándola, notando el corazón palpitar. ¿Qué estaba haciendo? ¿Acaso se estaba... Enamorando de esa chica? Eso era una locura hasta para él. Es decir, William había tenido muchas "amigas" siempre, ninguna novia porque no tenía capacidad para tener tanta estabilidad, no duraba con la misma chica de seguido ni una semana entera. Y no es que quisiera... No es que estuviera pensando en... A ver, era muy guapa, tenía ojos en la cara. Pero no era eso, era... Distinto. Era una sensación distinta, como si algo les conectara de una forma con la que no había conectado con nadie. Y empezaba a plantearse que llevaba demasiado tiempo callado, solo mirándola y muy cerca de ella. Demasiado, sobre todo tratándose de él.
- Eemm... - Empezó, agachando la cabeza un tanto avergonzado, con una sonrisilla, y tomando un poco de distancia. - Pues... Este es el hechizo. ¿Cómo lo ves? ¿Crees que es lo que buscan? - Se rascó el pelo. - Ah, quizás debería... Apuntar esto... Que no se me olvide... - Empezó a rebuscarse los bolsillos. Maldita sea, no llevaba pergaminos. Parecía que estaba escuchando la irritante vocecilla de un Arnold de doce años diciéndole hay que llevar siempre pergaminos, William. - ¿Podrías...? - Señaló dubitativo la libreta de ella. Pues sí que le hacía falta una secretaria, al parecer, ¿cómo no se había dado cuenta hasta ahora? Carraspeó un poco y sonrió. - Oye... Creo recordar que habías traído unas galletas que me muero por probar. - Dijo con una sonrisa, y se sentó con las piernas cruzadas en el suelo. - Podrías... Podemos... ¿Me ayudas a tomar nota de lo que hemos hecho? Sé ejecutarlo, pero explicarlo... Y en teoría me van a pedir que lo exponga en el MACUSA. Y mientras, comemos galletas. No sé a ti, pero a mí me parece un planazo. - ¿Por qué se sentía avergonzado como un quinceañero de repente? Cuando Janet se sentó, la miró con una leve sonrisa en los labios y añadió. - Pienso decir que ha sido trabajo de los dos. Lo sabes, ¿verdad? -
Al parecer, su metáfora de la escalera también le gustó. Sonrió. - Hazlo. Seguro que esa persona estaría encantada de ayudarte, o incluso de crear una escalera solo para ti. - Él, por ejemplo... Ya estaba divagando otra vez. Se recentró a lo justo para poner una enorme sonrisa. - Me pienso llevar un cargamento y voy a torturar a todos mis conocidos que no usan nada no-mágico con él hasta que adivinen para qué sirve. - Comentó con malicia, soñando despierto como un niño malo. Soltó una carcajada. - Y encima son robados. Te doy todo mi dinero por ellos. - Bromeó. El siguiente comentario le hizo parpadear, mirándola. - ¿Le parecen importantes mis cosas? Empiezo a temer que le haya dado demasiado el sol. - Quería decirlo en tono bromista, pero se había quedado colgado mirándola. Esa chica lo decía en serio. Es decir, todavía podía haber en el mundo alguien más loco que él, alguien que creyera que sus locuras tenían sentido. Estaba acostumbrado a ir por la vida arroyando con ellas, o a que tuvieran que darle la razón solo porque había demostrado que funcionaban, aunque siempre bajo el manto de la incredulidad, de no entender como había sacado rendimiento a lo que parecía demencial. Que alguien categorizara como "importante" algo que él decía... Vale, sí, en el MACUSA le habían contratado, pero es que William sabía venderse muy bien, y los tipos que le contrataron no le conocían en persona. Esto era nuevo para él.
Janet se resistió un poquito por pura humildad, a lo que él no hizo ni caso. - Hasta el momento solo he visto dos males en ti, Janet. - Comentó mientras la terminaba de colocar. - Tu juventud y tu inseguridad. Lo primero se cura con el tiempo, y lo segundo... Viendo como alguien a quien llamas "genio" y que ha llegado hasta el Ministerio de Magia de otro país aparecer por un despacho liándola y cubierto de arena y, aun así, gana dinero por ello. - Ahí sí rio. Se concentró junto a ella y se perdió en mirarla, en vez de estar a lo que estaba, pero bueno, tampoco era novedad que William estuviera en otra cosa. Pero es que esa visión de la chica, respirando hondo y cerrando los ojos para concentrarse... Le hacía sonreír inconscientemente. Era tan bonita, tan dulce y tan inteligente... ¿Y de verdad la habían hecho sentir menos que nadie? Pensaba cambiar eso. Janet tenía mucho que aportar. De hecho, el hechizo salió con tanta fuerza que aferró su mano con fuerza y dejó la otra en su brazo con suavidad pero sin perder la firmeza, para evitar que perdiera el equilibrio. Y el resultado fue espectacular.
Sonrió ampliamente, encantado, y entonces ella empezó a bramar de emoción y se lanzó a sus brazos. La estrechó, riendo, emocionado él también, porque pocas cosas emocionaban más a William que un hechizo luminoso y bien lanzado... Aunque era probable que hubiera algo que le emocionara aún más, alguien más bien. Alguien que estaba enganchado a su cuello en esos momentos. - Hemos. Ha salido así porque lo hemos hecho los dos. - Ella se separó lentamente y se quedaron mirándose. - Al parecer... Se nos da bien crear cosas bonitas juntos. - Amplió la sonrisa, y por un momento se quedó simplemente allí, mirándola, notando el corazón palpitar. ¿Qué estaba haciendo? ¿Acaso se estaba... Enamorando de esa chica? Eso era una locura hasta para él. Es decir, William había tenido muchas "amigas" siempre, ninguna novia porque no tenía capacidad para tener tanta estabilidad, no duraba con la misma chica de seguido ni una semana entera. Y no es que quisiera... No es que estuviera pensando en... A ver, era muy guapa, tenía ojos en la cara. Pero no era eso, era... Distinto. Era una sensación distinta, como si algo les conectara de una forma con la que no había conectado con nadie. Y empezaba a plantearse que llevaba demasiado tiempo callado, solo mirándola y muy cerca de ella. Demasiado, sobre todo tratándose de él.
- Eemm... - Empezó, agachando la cabeza un tanto avergonzado, con una sonrisilla, y tomando un poco de distancia. - Pues... Este es el hechizo. ¿Cómo lo ves? ¿Crees que es lo que buscan? - Se rascó el pelo. - Ah, quizás debería... Apuntar esto... Que no se me olvide... - Empezó a rebuscarse los bolsillos. Maldita sea, no llevaba pergaminos. Parecía que estaba escuchando la irritante vocecilla de un Arnold de doce años diciéndole hay que llevar siempre pergaminos, William. - ¿Podrías...? - Señaló dubitativo la libreta de ella. Pues sí que le hacía falta una secretaria, al parecer, ¿cómo no se había dado cuenta hasta ahora? Carraspeó un poco y sonrió. - Oye... Creo recordar que habías traído unas galletas que me muero por probar. - Dijo con una sonrisa, y se sentó con las piernas cruzadas en el suelo. - Podrías... Podemos... ¿Me ayudas a tomar nota de lo que hemos hecho? Sé ejecutarlo, pero explicarlo... Y en teoría me van a pedir que lo exponga en el MACUSA. Y mientras, comemos galletas. No sé a ti, pero a mí me parece un planazo. - ¿Por qué se sentía avergonzado como un quinceañero de repente? Cuando Janet se sentó, la miró con una leve sonrisa en los labios y añadió. - Pienso decir que ha sido trabajo de los dos. Lo sabes, ¿verdad? -
We are
- La eternidad es nuestra:
5490Mensajes :
178Honra :
Ivanka
Alchemist
Link del mensaje
A picture for the eternity Capítulo II Día 24 de febrero de 1983 a las 9:00 horas en MACUSA |
Rio a lo de los bolis y negó con la cabeza, mientras terminaba de apuntar. Pero alzó la vista prudentemente cuando dijo que una de sus cosas malas era su juventud. Sí, se le olvidaba que William le sacaba casi diez años. No era ninguna tontería. Solo que… Cada vez que estaban juntos, hablando un rato… Se le olvidaba, esa era la verdad. — Ya… A veces se me olvida un poco. — Intentó salvar, un poco cortada. Pero frunció el ceño a lo de la inseguridad. — No soy tan insegura. — Entiendo cómo funciona el mundo aquí, pensó. Igual en Inglaterra era distinto, y eso solo el daba más motivos para desear, algún día, irse allí. Rio y negó otra vez. — No solo has hecho eso. Es cierto que no eres muy ortodoxo… — Entornó los ojos. — Pero dentro de ese… Desorden, todo lo que dices, son las palabras de un genio. — Le miró directamente y suspiró. — Y lo creo de veras. Sea por mi edad o por lo que sea. — Y siguió apuntando.
El abrazo fue de lo más bonito que había vivido. No solía recibir abrazos, su familia no era así. Y se estaba tan bien en los brazos de William, era tan alto y tan fuerte… Se separó y le miró. — Al final va a ser verdad que podemos crear cosas preciosas entre los dos. — Y dijo eso poseída por su corazón al completo. Sí, William hacía que su corazón se volviera absolutamente loco y no podía explicar por qué, pero él hacía que todo le pareciera posible. La diferencia de edad, de rango, de educación… De país incluso. Todo le parecía salvable. Salvable, ¿para qué? ¿Qué quería de William? No podía precisarlo ahora mismo, quizá simplemente… Que se quedara cerca de ella, diciendo genialidades enredadas en un discurso de pura locura… Y ayudarle a sacarlas de esa jungla que era su cabeza y darles forma. Eso era bonito, era un propósito, algo que, siendo sinceros, no había tenido.
William la sacó de sus ideas locas y le propuso ponerse a trabajar en el hechizo y la presentación del mismo. Se sentó en la arena y dejó su bolso en medio de los dos. — ¡Claro! ¿Ves como solo tienes buenas ideas? — Metió el brazo en el bolso de extensión indetectable y sacó la lata de galletas, poniéndolas en medio. Alzó una ceja y negó con la cabeza. — No lo dirás en serio… — Le enfocó con la mirada y se rio. — William, nunca te tomarán en serio si dices que has sacado este trabajo con la ayuda de una secretaria de diecinueve años. — Rio otro poco y alargó la mano, poniéndola sobre la suya. — No necesito que me des crédito. Yo sé que formo parte de ti… — Ups, no quería decir eso. O sí, pero no debería. — De esto, quiero decir. De tu hechizo. Es suficiente para mí. No pongas en riesgo algo tan importante. — Dijo mirando a la cúpula que les protegía, mientras se asentaba para seguir escribiendo.
Pasaron un buen rato debatiendo sobre las palabras que usar, el tratamiento de las mismas, asegurándose de que William entendía qué cosas podía decir y qué cosas no, mientras comían las galletas y bebían café descafeinado. De cuando en cuando, levantaba los ojillos para mirarle, para asegurarse de que seguía allí, con esa cara tan bonita y su expresión soñadora. En un momento dado, mientras escribía, estaba tan concentrada en esas cosas que se le escapó. — Ojalá no tuviéramos que volver a Nueva York… — Frunció el ceño y tragó saliva, levantando la mirada. — Quiero decir… Que… Me gusta trabajar así, contigo, sin miedo a que alguien me mire y piense algo malo de mí y… En fin. — Se encogió de hombros. — Me gusta estar contigo. Sin miedo. — A que Wren, o Wennick o alguien que conozca a mi familia empiece a hacer demasiadas preguntas o difundir demasiada información.
El abrazo fue de lo más bonito que había vivido. No solía recibir abrazos, su familia no era así. Y se estaba tan bien en los brazos de William, era tan alto y tan fuerte… Se separó y le miró. — Al final va a ser verdad que podemos crear cosas preciosas entre los dos. — Y dijo eso poseída por su corazón al completo. Sí, William hacía que su corazón se volviera absolutamente loco y no podía explicar por qué, pero él hacía que todo le pareciera posible. La diferencia de edad, de rango, de educación… De país incluso. Todo le parecía salvable. Salvable, ¿para qué? ¿Qué quería de William? No podía precisarlo ahora mismo, quizá simplemente… Que se quedara cerca de ella, diciendo genialidades enredadas en un discurso de pura locura… Y ayudarle a sacarlas de esa jungla que era su cabeza y darles forma. Eso era bonito, era un propósito, algo que, siendo sinceros, no había tenido.
William la sacó de sus ideas locas y le propuso ponerse a trabajar en el hechizo y la presentación del mismo. Se sentó en la arena y dejó su bolso en medio de los dos. — ¡Claro! ¿Ves como solo tienes buenas ideas? — Metió el brazo en el bolso de extensión indetectable y sacó la lata de galletas, poniéndolas en medio. Alzó una ceja y negó con la cabeza. — No lo dirás en serio… — Le enfocó con la mirada y se rio. — William, nunca te tomarán en serio si dices que has sacado este trabajo con la ayuda de una secretaria de diecinueve años. — Rio otro poco y alargó la mano, poniéndola sobre la suya. — No necesito que me des crédito. Yo sé que formo parte de ti… — Ups, no quería decir eso. O sí, pero no debería. — De esto, quiero decir. De tu hechizo. Es suficiente para mí. No pongas en riesgo algo tan importante. — Dijo mirando a la cúpula que les protegía, mientras se asentaba para seguir escribiendo.
Pasaron un buen rato debatiendo sobre las palabras que usar, el tratamiento de las mismas, asegurándose de que William entendía qué cosas podía decir y qué cosas no, mientras comían las galletas y bebían café descafeinado. De cuando en cuando, levantaba los ojillos para mirarle, para asegurarse de que seguía allí, con esa cara tan bonita y su expresión soñadora. En un momento dado, mientras escribía, estaba tan concentrada en esas cosas que se le escapó. — Ojalá no tuviéramos que volver a Nueva York… — Frunció el ceño y tragó saliva, levantando la mirada. — Quiero decir… Que… Me gusta trabajar así, contigo, sin miedo a que alguien me mire y piense algo malo de mí y… En fin. — Se encogió de hombros. — Me gusta estar contigo. Sin miedo. — A que Wren, o Wennick o alguien que conozca a mi familia empiece a hacer demasiadas preguntas o difundir demasiada información.
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
- Golden Shields:
Alice Gallia
Cause' Alice does belong with Marcus
Ante todo, amigos
Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
[/center]
- Juntos, somos el Todo:
- 16 de enero de 2002:
3069Mensajes :
20Honra :
Freyja
Alchemist
Link del mensaje
A picture for the eternity Capítulo II Día 24 de febrero de 1983 a las 10:00 horas en Monument Valley |
Soltó una carcajada escandalosa y alzó los brazos. - ¡Llevo tres horas tonteando en el desierto pero digo de trabajar, que es para lo que estoy aquí, y he tenido una buena idea! - Soltó, con esa carencia de filtros que tenía. Suspiró. - ¿Ves como necesito una Jane Van Der Luyden en mi vida? Dice que mis locuras son genialidades y, las pocas veces que uso el sentido común, que he tenido una buena idea. Seguro que si su jefe estuviera aquí, ante esta frase mía, habría dicho algo así como... - Puso una mueca y una voz muy exagerada y burlonas. - "Ya era hora, señor Gallia, ni que estuviera aquí para trabajar precisamente". - Y volvió a reír... Y después de reír, se escuchó a sí mismo, el eco de sus propias palabras, y se dio cuenta de que había dicho "tonteando". Se quedó pensativo, mirando hacia arriba, con los ojos entrecerrados, durante unos segundos. - Hamm... - Dijo simplemente, sin añadir ninguna explicación más, lo que le daba un aspecto de verdadero lunático. Desde luego que si Janet no salía corriendo era un milagro.
Volvió a tierra cuando ella, muy seria, le dijo que no le tomarían en serio. Rio levemente, cogiendo una galleta. - Pues bienvenida a mi mundo. - Le dio un pequeño mordisco. - A mí no me suelen tomar en serio, Jane. - Se encogió de hombros. - Lo que pasa es que soy muy bueno en mi trabajo. La gente me escucha como ruido de fondo, pero cuando ven mis hechizos hacen... "Wow, esto es bueno de verdad", y entonces deciden escucharme un poquito, un poquito solo, lo justo para enterarse de lo que es. Y como yo lo de concretar no lo llevo bien y enseguida me pongo a divagar, pues... - Hizo un gesto con la mano. - Me dicen "que sí, que sí, tú hazlo y ya está", y me dan el trabajo y me vuelven a dejar como ruido de fondo. Pero eh, al menos me dan el trabajo. - Rio, y ya sí la miró, sin perder la sonrisa pero un poco más serio. - ¿Qué más da si no me toman en serio? Estoy más que acostumbrado. Vivo con ello. He tomado la decisión de hacer lo que me dé la gana, y quien realmente tenga interés en mí, me escuchará, y quien no... Él o ella se lo pierde. Hago lo que quiero, lo que me nace del corazón, y lo que considero justo... Y si considero justo decir que este trabajo lo hemos hecho entre los dos, porque así lo siento, y no me toman en serio... - Ladeó la sonrisa y, con una ceja arqueada, se inclinó hacia ella para decir en tono obvio. - ¿Crees que me tomarían en serio si digo "hay un indeterminado número de díctamos en los Estados Unidos que pertenecen a jardines de señoras con los que no podemos contar para este hechizo"? - Se encogió de hombros. - Pues eso. Otra frase para el saco de las cosas que no se van a tomar en serio. -
Ella puso la mano sobre la suya y él la miró, y luego alzó la mirada. Se mordió los labios. - Estoy de acuerdo. No puedo poner en riesgo algo tan importante. - Y esbozó una sonrisa pilla. Tan importante como que tú te sientas tan parte de esto como yo. No sabía si su mirada le estaba diciendo a Jane, a esa chica a la que conoció hacía apenas veinticuatro horas, lo que estaba pensando, pero esperaba que lo hubiera pillado... Y que se fuera acostumbrando a que William hacía lo que le daba la gana sin acogerse a normas morales o protocolos absurdos, sobre todo si había sentimientos de por medio... Fueran estos cuales fueran.
Se rascó la frente y rio un poco. - Y yo pensando que no necesitaba secretaria. Lo que necesitaba era una Jane, si no, estaría perdido. - Comentó entre risas. Llevaban un buen rato con la pobre chica redirigiéndole y explicándole qué podía decir y qué no, y William seguía saliéndose por las tangentes. Pero al menos había comprendido bastantes cosas sobre como hacer su exposición. - ¿Ves lo que te digo de que no tengo remedio? El protocolo no es lo mío. Yo hago hechizos y, cuanto más calladito me quede, mejor... - Miró una de las galletas. - Espero que no lleven café de verdad, porque si no... Ya sí que me vuelvo un monstruo hablador imparable. - Un tonto es lo que eres, pensó. ¿Se podían decir más sandeces seguidas? Mejor mojaba la galleta en café descafeinado y se callaba un rato.
Estaba terminando de masticar la última galleta cuando a la chica se le escapó ese comentario, porque algo tan suspirado y sincero solo se decía si se te escapaba, claramente. Se quedó mirándola, solo atinando a parpadear. - Otra que no piensa lo que dice. - Dijo, como una sonrisa, porque claro, a William también se le escapaban las cosas, pero su sinceridad era mucho más tajante. Se acercó a ella en la tierra y, bajando la voz, le dijo. - No tenemos por qué irnos. - Se encogió de hombros. - Hasta que anochezca, quiero decir. He oído que en los desiertos de noche hace muchísimo frío, y uno está mal acostumbrado al buen clima de La Provenza, aunque no haya quien le entienda en francés. - Bromeó, con una risa, pero mirando directamente sus ojos, mucho más cerca ahora. Tras unos segundos de silencio, se mojó los labios y dijo. - A mí me gusta que estés conmigo. Sin miedo. - Esbozó una sonrisa leve. - Yo hace tiempo que perdí el miedo a lo que dijeran de mí... Te lo recomiendo, da buenos resultados. O eso creo, como ya no me importa lo que piensan de mí. - Volvió a bromear con una breve risa, pero retomó el modo de hablar en serio (todo lo en serio que William era capaz de hablar). - Me gusta como trabajas... Me gusta que trabajes conmigo. - Se irguió, con una sonrisa graciosa. Lo dicho, el modo serio no le duraba mucho. - Y al que ose decir lo contrario, mándamelo, tendrá que vérselas conmigo. - Rio, sarcástico. - ¡A ver, Janet! En apenas dos días has taquigrafiado tooooda mi reunión, que ni yo mismo sé lo que dije, me has hecho viajar gratis en metro, me has enseñado un restaurante buenísimo, y lo más importante, ¡el tiramisú y el café descafeinado! - Celebro, exageradamente. - Haces unas galletas espectaculares, ¡tienes esas cosas que escriben sin tener que mojarlas en un tintero y las usas así, con total normalidad! Me has echado crema en la cara para que no me queme, me has hablado de economía y me has dicho que decirle al ministro que pruebe una raíz de díctamo para comprobar que no pierden su jugosidad quizás no sea una buena idea. - Rio. - ¿Y aún crees que no trabajas bien? ¿Aún crees que alguien podría considerar mal tu trabajo, o a ti? ¿Aún piensas que esto hubiera salido adelante de no ser por ti? - Soltó una carcajada sarcástica, la miró a los ojos y, con total naturalidad, soltó. - Lo que yo no sé es cómo he sobrevivido sin ti todos estos años. - Y al decirlo, se dio cuenta de lo que había dicho. Era mucho menor que él, era su secretaria y, sobre todo, se conocieron ayer. Se estaba empezando a exceder con ella, hasta él se daba cuenta. ¿Por qué, William Gallia, no puedes no liarla aunque sea un día de tu vida, eh? - Perdón. - Dijo con una risa avergonzada, rascándose la nuca y mirando a la tierra. - Creo que también vas a tener que enseñarme a no pasarme de la raya. -
Volvió a tierra cuando ella, muy seria, le dijo que no le tomarían en serio. Rio levemente, cogiendo una galleta. - Pues bienvenida a mi mundo. - Le dio un pequeño mordisco. - A mí no me suelen tomar en serio, Jane. - Se encogió de hombros. - Lo que pasa es que soy muy bueno en mi trabajo. La gente me escucha como ruido de fondo, pero cuando ven mis hechizos hacen... "Wow, esto es bueno de verdad", y entonces deciden escucharme un poquito, un poquito solo, lo justo para enterarse de lo que es. Y como yo lo de concretar no lo llevo bien y enseguida me pongo a divagar, pues... - Hizo un gesto con la mano. - Me dicen "que sí, que sí, tú hazlo y ya está", y me dan el trabajo y me vuelven a dejar como ruido de fondo. Pero eh, al menos me dan el trabajo. - Rio, y ya sí la miró, sin perder la sonrisa pero un poco más serio. - ¿Qué más da si no me toman en serio? Estoy más que acostumbrado. Vivo con ello. He tomado la decisión de hacer lo que me dé la gana, y quien realmente tenga interés en mí, me escuchará, y quien no... Él o ella se lo pierde. Hago lo que quiero, lo que me nace del corazón, y lo que considero justo... Y si considero justo decir que este trabajo lo hemos hecho entre los dos, porque así lo siento, y no me toman en serio... - Ladeó la sonrisa y, con una ceja arqueada, se inclinó hacia ella para decir en tono obvio. - ¿Crees que me tomarían en serio si digo "hay un indeterminado número de díctamos en los Estados Unidos que pertenecen a jardines de señoras con los que no podemos contar para este hechizo"? - Se encogió de hombros. - Pues eso. Otra frase para el saco de las cosas que no se van a tomar en serio. -
Ella puso la mano sobre la suya y él la miró, y luego alzó la mirada. Se mordió los labios. - Estoy de acuerdo. No puedo poner en riesgo algo tan importante. - Y esbozó una sonrisa pilla. Tan importante como que tú te sientas tan parte de esto como yo. No sabía si su mirada le estaba diciendo a Jane, a esa chica a la que conoció hacía apenas veinticuatro horas, lo que estaba pensando, pero esperaba que lo hubiera pillado... Y que se fuera acostumbrando a que William hacía lo que le daba la gana sin acogerse a normas morales o protocolos absurdos, sobre todo si había sentimientos de por medio... Fueran estos cuales fueran.
Se rascó la frente y rio un poco. - Y yo pensando que no necesitaba secretaria. Lo que necesitaba era una Jane, si no, estaría perdido. - Comentó entre risas. Llevaban un buen rato con la pobre chica redirigiéndole y explicándole qué podía decir y qué no, y William seguía saliéndose por las tangentes. Pero al menos había comprendido bastantes cosas sobre como hacer su exposición. - ¿Ves lo que te digo de que no tengo remedio? El protocolo no es lo mío. Yo hago hechizos y, cuanto más calladito me quede, mejor... - Miró una de las galletas. - Espero que no lleven café de verdad, porque si no... Ya sí que me vuelvo un monstruo hablador imparable. - Un tonto es lo que eres, pensó. ¿Se podían decir más sandeces seguidas? Mejor mojaba la galleta en café descafeinado y se callaba un rato.
Estaba terminando de masticar la última galleta cuando a la chica se le escapó ese comentario, porque algo tan suspirado y sincero solo se decía si se te escapaba, claramente. Se quedó mirándola, solo atinando a parpadear. - Otra que no piensa lo que dice. - Dijo, como una sonrisa, porque claro, a William también se le escapaban las cosas, pero su sinceridad era mucho más tajante. Se acercó a ella en la tierra y, bajando la voz, le dijo. - No tenemos por qué irnos. - Se encogió de hombros. - Hasta que anochezca, quiero decir. He oído que en los desiertos de noche hace muchísimo frío, y uno está mal acostumbrado al buen clima de La Provenza, aunque no haya quien le entienda en francés. - Bromeó, con una risa, pero mirando directamente sus ojos, mucho más cerca ahora. Tras unos segundos de silencio, se mojó los labios y dijo. - A mí me gusta que estés conmigo. Sin miedo. - Esbozó una sonrisa leve. - Yo hace tiempo que perdí el miedo a lo que dijeran de mí... Te lo recomiendo, da buenos resultados. O eso creo, como ya no me importa lo que piensan de mí. - Volvió a bromear con una breve risa, pero retomó el modo de hablar en serio (todo lo en serio que William era capaz de hablar). - Me gusta como trabajas... Me gusta que trabajes conmigo. - Se irguió, con una sonrisa graciosa. Lo dicho, el modo serio no le duraba mucho. - Y al que ose decir lo contrario, mándamelo, tendrá que vérselas conmigo. - Rio, sarcástico. - ¡A ver, Janet! En apenas dos días has taquigrafiado tooooda mi reunión, que ni yo mismo sé lo que dije, me has hecho viajar gratis en metro, me has enseñado un restaurante buenísimo, y lo más importante, ¡el tiramisú y el café descafeinado! - Celebro, exageradamente. - Haces unas galletas espectaculares, ¡tienes esas cosas que escriben sin tener que mojarlas en un tintero y las usas así, con total normalidad! Me has echado crema en la cara para que no me queme, me has hablado de economía y me has dicho que decirle al ministro que pruebe una raíz de díctamo para comprobar que no pierden su jugosidad quizás no sea una buena idea. - Rio. - ¿Y aún crees que no trabajas bien? ¿Aún crees que alguien podría considerar mal tu trabajo, o a ti? ¿Aún piensas que esto hubiera salido adelante de no ser por ti? - Soltó una carcajada sarcástica, la miró a los ojos y, con total naturalidad, soltó. - Lo que yo no sé es cómo he sobrevivido sin ti todos estos años. - Y al decirlo, se dio cuenta de lo que había dicho. Era mucho menor que él, era su secretaria y, sobre todo, se conocieron ayer. Se estaba empezando a exceder con ella, hasta él se daba cuenta. ¿Por qué, William Gallia, no puedes no liarla aunque sea un día de tu vida, eh? - Perdón. - Dijo con una risa avergonzada, rascándose la nuca y mirando a la tierra. - Creo que también vas a tener que enseñarme a no pasarme de la raya. -
We are
- La eternidad es nuestra:
5490Mensajes :
178Honra :
Ivanka
Alchemist
Link del mensaje
A picture for the eternity Capítulo II Día 24 de febrero de 1983 a las 9:00 horas en MACUSA |
Entornó los ojos con una risa, tratando de no tomarse muy en serio lo de “tontear” ni lo de que necesitaba una Jane Van Der Luyden. — Pues que suerte que ahora sea tu secretaria. — Dijo guiñándole un ojo. Sí, mejor iban a tomarse todo como una gran broma y ya está, porque si no, empezaría a hacerse muchas preguntas a sí misma y… No veía una forma lógica de responder. Rio a la imitación de Wennick y negó con la cabeza. — Tiene una vida muy amarga y quiere amargar a los demás… — Pensó en su padre y soltó una risita con un punto de tristeza. — Creo que es que hay que ser así si quieres triunfar en este mundo. — Le miró con admiración. — Por eso se mueren de envidia al ver alguien más brillante que ellos y alegre como tú. — Le dijo de corazón.
Negó con la cabeza y rio por cómo describía su trabajo y cómo le escuchaban. — Yo no te escucho así. Me quedo con todo, porque no es que se pueda salvar una parte de tu discurso, es que todo tu discurso es brillante, solo hay que saber escucharlo y analizarlo en el momento preciso y saberlo aplicar. El único problema es que tú no distingues. — Se interrumpió por una carcajada e hizo gestos con sus manos como si fuera una fuente. — Tú solo hablas y hablas y hablas… Sin preocuparte de ningún orden, pero para eso necesitas a alguien que te escuche con detenimiento y lo organice todo, cosa que los hombre importantes — dijo poniendo una voz ridícula —, no tienen ni tiempo ni paciencia para hacer. — Ladeó la sonrisa y se agarró las rodillas. Sabía que todo aquello iba dirigido a darle crédito a ella, pero seguía sin verlo claro. Aun así, William conseguía hacerla reír con lo de los díctamos. — Ojo, pues ellos siempre se jactan mucho de honrar a sus madre y sus esposas, así con mucha pompa, así que les parecerá genial que no entres en casas de buenas señoras a robarles díctamos. — Ladeó la cabeza a ambos lados. — Aunque siempre están diciendo que todos tenemos que arrimar el hombro a la causa contra los rusos así que… Quién sabe. Igual entran a los invernaderos varita en mano en plan ¡POR LA CAUSA, SEÑORA! y les roban las plantitas. — Dijo, haciendo el payaso entre risas.
Y otra vez le dijo que la necesitaba, y esta vez no pudo evitar mirarle a los ojos. Ojalá y poder decirle “pues si tanto me necesitas me voy allá a donde tu te vayas a ayudarte”, pero… Solo le conocía de dos días, y quizá William tenía razón y el simplemente hablaba y hablaba sin parar sin pensar mucho lo que decía y ella le estaba dando vueltas a todo demasiado… Y mira que lo que decía era bonito, y quería creerlo, pero suspiró cuando dijo que no le importaba lo que dijeran de él. — Me alegro de que tengas ese privilegio, William. Pero mi armonía familiar y mi vida tranquila dependen de lo que digan de mí. — Se tumbó en la arena suspirando y cerrando los ojos, dejando caer la cabeza en su dirección. — Ojalá el mundo fuera diferente. — Pero él tenía su propia agenda y se puso a alabar su trabajo, lo cual la hizo reír de nuevo. — Bolis, se llaman bolis. — Dijo entre risas. — Y no los he inventado yo, ya te he dicho que se los robamos a los muggles, los hacen en masa. — Pero no podía dejar de reírse, llorando ya con lo de la raíz de díctamo y el ministro.
Incorporó el tronco, y se dio cuenta de que se había quedado muy cerca de William con la tontería. Rio un poco ante aquella afirmación tan contundente y dejó caer la cabeza. — Me gustan esas cosas que dices. — Admitió. — No voy a instarte a dejar de decirlas, William. — Dijo con un suspiro y una sonrisa. Se inclinó un poco más hacia él y susurró. — Solamente no las digas delante de mis jefes, y estará bien. — Rio un poco y volvió a coger la libreta y el boli. — Venga, vamos a preparar esa reunión como se debe, y en dos días tendremos financiación y permiso para hacer todo lo que se te pasa por esta cabecita. — Le dijo dándole en la frente.
Llevaba tanto rato haciéndole preguntas sin parar a William para organizar el discurso, que tenía miedo que el hombre se durmiera y la mandara a paseo. Pero tendría que cansar muuuucho más a William para que se durmiera, desde luego. Después de casi rellenar una libreta entera le dio por mirar el reloj. — Uf, las tres de la tarde, menos mal que nos quedan… — Un momento. Se levantó de golpe y empezó a hechizar todas las cosas para meterlas en el bolso. — ¡William! ¡Que en Utah son dos horas menos que en Nueva York! O mando esto antes de las seis o los jefes NOS MATAN. — Seguía dentro de la cúpula, así que agarró la mano de William para que la ayudara a deshacerla. — Resistente es, desde luego. — Dijo con una risita. — Venga, que hay que pasar por las aduanas. —
En media hora estaba dejando el informe en el despacho del señor Wren, agradeciendo el poco jaleo que había a esa hora en el MACUSA. Volvió al lado de William recogiendo a toda prisa. — Tengo que volver corriendo a mi casa, o mi tía empezará a llamar a la caballería pesada. — Le sonrió y apretó su mano. — Lo vamos a lograr, William. Ya verás. Vas a hacer cosas brillantes aquí. — Y con la emoción del momento, se puso de puntillas y dejó un beso en su mejilla. — Gracias, gracias de verdad. Ha sido el día más alucinante de mi vida. — Se rio un poquito y apretó su mano. — Y solo podía ser contigo. — Dijo antes de salir corriendo, con una gran sonrisa en la cara y unas mariposas que volaban libres por su estómago.
Negó con la cabeza y rio por cómo describía su trabajo y cómo le escuchaban. — Yo no te escucho así. Me quedo con todo, porque no es que se pueda salvar una parte de tu discurso, es que todo tu discurso es brillante, solo hay que saber escucharlo y analizarlo en el momento preciso y saberlo aplicar. El único problema es que tú no distingues. — Se interrumpió por una carcajada e hizo gestos con sus manos como si fuera una fuente. — Tú solo hablas y hablas y hablas… Sin preocuparte de ningún orden, pero para eso necesitas a alguien que te escuche con detenimiento y lo organice todo, cosa que los hombre importantes — dijo poniendo una voz ridícula —, no tienen ni tiempo ni paciencia para hacer. — Ladeó la sonrisa y se agarró las rodillas. Sabía que todo aquello iba dirigido a darle crédito a ella, pero seguía sin verlo claro. Aun así, William conseguía hacerla reír con lo de los díctamos. — Ojo, pues ellos siempre se jactan mucho de honrar a sus madre y sus esposas, así con mucha pompa, así que les parecerá genial que no entres en casas de buenas señoras a robarles díctamos. — Ladeó la cabeza a ambos lados. — Aunque siempre están diciendo que todos tenemos que arrimar el hombro a la causa contra los rusos así que… Quién sabe. Igual entran a los invernaderos varita en mano en plan ¡POR LA CAUSA, SEÑORA! y les roban las plantitas. — Dijo, haciendo el payaso entre risas.
Y otra vez le dijo que la necesitaba, y esta vez no pudo evitar mirarle a los ojos. Ojalá y poder decirle “pues si tanto me necesitas me voy allá a donde tu te vayas a ayudarte”, pero… Solo le conocía de dos días, y quizá William tenía razón y el simplemente hablaba y hablaba sin parar sin pensar mucho lo que decía y ella le estaba dando vueltas a todo demasiado… Y mira que lo que decía era bonito, y quería creerlo, pero suspiró cuando dijo que no le importaba lo que dijeran de él. — Me alegro de que tengas ese privilegio, William. Pero mi armonía familiar y mi vida tranquila dependen de lo que digan de mí. — Se tumbó en la arena suspirando y cerrando los ojos, dejando caer la cabeza en su dirección. — Ojalá el mundo fuera diferente. — Pero él tenía su propia agenda y se puso a alabar su trabajo, lo cual la hizo reír de nuevo. — Bolis, se llaman bolis. — Dijo entre risas. — Y no los he inventado yo, ya te he dicho que se los robamos a los muggles, los hacen en masa. — Pero no podía dejar de reírse, llorando ya con lo de la raíz de díctamo y el ministro.
Incorporó el tronco, y se dio cuenta de que se había quedado muy cerca de William con la tontería. Rio un poco ante aquella afirmación tan contundente y dejó caer la cabeza. — Me gustan esas cosas que dices. — Admitió. — No voy a instarte a dejar de decirlas, William. — Dijo con un suspiro y una sonrisa. Se inclinó un poco más hacia él y susurró. — Solamente no las digas delante de mis jefes, y estará bien. — Rio un poco y volvió a coger la libreta y el boli. — Venga, vamos a preparar esa reunión como se debe, y en dos días tendremos financiación y permiso para hacer todo lo que se te pasa por esta cabecita. — Le dijo dándole en la frente.
Llevaba tanto rato haciéndole preguntas sin parar a William para organizar el discurso, que tenía miedo que el hombre se durmiera y la mandara a paseo. Pero tendría que cansar muuuucho más a William para que se durmiera, desde luego. Después de casi rellenar una libreta entera le dio por mirar el reloj. — Uf, las tres de la tarde, menos mal que nos quedan… — Un momento. Se levantó de golpe y empezó a hechizar todas las cosas para meterlas en el bolso. — ¡William! ¡Que en Utah son dos horas menos que en Nueva York! O mando esto antes de las seis o los jefes NOS MATAN. — Seguía dentro de la cúpula, así que agarró la mano de William para que la ayudara a deshacerla. — Resistente es, desde luego. — Dijo con una risita. — Venga, que hay que pasar por las aduanas. —
En media hora estaba dejando el informe en el despacho del señor Wren, agradeciendo el poco jaleo que había a esa hora en el MACUSA. Volvió al lado de William recogiendo a toda prisa. — Tengo que volver corriendo a mi casa, o mi tía empezará a llamar a la caballería pesada. — Le sonrió y apretó su mano. — Lo vamos a lograr, William. Ya verás. Vas a hacer cosas brillantes aquí. — Y con la emoción del momento, se puso de puntillas y dejó un beso en su mejilla. — Gracias, gracias de verdad. Ha sido el día más alucinante de mi vida. — Se rio un poquito y apretó su mano. — Y solo podía ser contigo. — Dijo antes de salir corriendo, con una gran sonrisa en la cara y unas mariposas que volaban libres por su estómago.
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
- Golden Shields:
Alice Gallia
Cause' Alice does belong with Marcus
Ante todo, amigos
Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
[/center]
- Juntos, somos el Todo:
- 16 de enero de 2002:
3069Mensajes :
20Honra :
Freyja
Alchemist
Link del mensaje
A picture for the eternity Capítulo II Día 24 de febrero de 1983 a las 10:00 horas en Monument Valley |
Su manera de explicar las cosas le gustaba, hacían que se quedara mirándola absorto en sus palabras, y sus gestos le hacían reír. Esa forma en la que dijo que hablaba y hablaba le sacó una carcajada. - Sí, definitivamente ese soy yo. - Pero también había dicho que merecía la pena ser escuchado, que todo su discurso era brillante y solo había que saber escucharlo. Así lo sentía él, él no pensaba que dijera tonterías. Podía hacer tonterías en un momento determinado, pero cuando hablaba, hablaba de lo que pensaba de verdad, hablaba en serio. Solo que le habían dicho tantas veces que solo decía locuras... Que había hecho de ello su propio escudo. Así que, igualmente y como decía Janet, hablaba y hablaba y se quedaba tranquilo con su propio diálogo, y que la gente cogiera lo que le interesara y ya estaba. Él transformaría su propio discurso en algo productivo si podía hacerlo.
- Apuntado: no entrar en casas de señoras que se parezcan a las madres y las esposas de los trabajadores del MACUSA. - Volvió a reír, aunque la carcajada fuerte la sacó con la siguiente intervención. - "¡En nombre de la ley mágica, deme esos valiosos díctamos!" - Añadió él, y ambos rieron durante un rato entre tonterías. Janet ordenaba su discurso, lo atendía, pero también era capaz de seguirle en las payasadas, y eso... Estaba muy bien.
Vio como se tumbaba y sonrió, aunque lo que decía le borró un poco la sonrisa. Era triste vivir... Enjaulado. Sin ser libre ni siquiera de poder decir lo que quieres decir. Echó un poco de aire por la nariz, pensativo, pero lo de los bolis le hizo reír de nuevo. Era fácil romper la pompa de reflexión de William en favor de la risa. - Entonces, robar díctamos está mal visto, pero robar bolis es normal. - Comentó jocoso, y él también se dejó caer en la arena, boca arriba, a su lado. - Los muggles y sus convivientes sois gente complicada. - Bromeó entre risas. Se incorporó un poco. - ¿Crees que debería hacerme otro bloc de notas con cosas correctas e incorrectas? ¡Eh, no te rías, lo digo en serio! Me trae más problemas de lo que parece. - Sí que lo decía en serio, pero claro, era tan locura, y él se estaba riendo también mientras lo decía, que no lo parecía. Y entonces ella se incorporó también, y al mirarla, se dio cuenta de lo cerca que estaban. "Me gustan esas cosas que dices", afirmó ella, y él se quedó mirando sus labios mientras hablaba. Vale, podía confirmar que le gustaba esa chica casi tanto como se podía confirmar que aquello iba a derivar en un problema. Ojalá fuera la primera compañera de trabajo "que le gusta", aunque Janet... Puede que le gustara un poco más. Puede que le gustara de verdad. Puede que no fuera solo una chica que le atraía, con la que se divertía o que le tonteaba y se le insinuaba. Puede, de hecho... Que eso fuera lo último en lo que estuviera pensando. Que le gustara su risa y la forma en la que hablaba, sus gestos y el interés genuino que mostraba en él, como le brillaban los ojos cuando decía esas cosas que todo el mundo tachaba de tonterías. El brillo no se podía fingir, el brillo era sincero y delator. Y, sospechaba, y a él empezaba también a delatarle el brillo en sus ojos.
Sacudió un poco la cabeza cuando Janet dijo que se pusieran a preparar la reunión e intentó centrarse, todo lo que él era capaz de centrarse, al menos. Estaba en una nube desértica maravillosa viendo como su caótico discurso y sus estrafalarias ideas se convertían en letra de Janet en algo que merecía la pena ser oído e incluso alabado cuando esta se levantó de golpe, dando un grito que le hizo sobresaltarse en su sitio. Miró hacia arriba, calculando. - Bueno, eso nos deja aún una hora de margen. - Dijo con toda la tranquilidad del mundo, pero Janet parecía un poco más agobiada. Sí que iban justillos de tiempo. Se levantó de un salto y se sacudió la arena. - ¡No se preocupe, buena señora que no tiene díctamos en su jardín! ¡Yo la traslado en un tris! - Iba a agotar el bote de tonterías esa mañana.
Si fuera cualquier otro, estaría haciendo aspavientos y gritando gloriosamente los motivos por los que no merecía la pena exagerar porque al final hasta les había sobrado media hora. No iba a hacerlo con Janet, porque sabía que la chica estaba acostumbrada a hacer sus trabajos con más tiempo y se había quedado expresamente por su locura, y la verdad era... Que se lo habían pasado muy bien, tanto que no se quería ir. Rio un poco a sus comentarios y dijo. - Me debe media hora de desierto, señorita Van Der Luyden, ha quedado demostrado que aún podíamos haber apurado un poco más. - Bueno, al final sí que lo había dicho, pero no había sido a gritos escandalosos, sino con un toque de ternura graciosa. Apretó su mano y asintió, con una radiante sonrisa, pero antes de contestarle, la chica se acercó y besó su mejilla. ¿Era posible que se hubiera puesto colorado como un crío? Ni que no le hubieran dado nunca un beso, vamos, pero no... Así. No con esa ternura, lo dicho, cuando una chica y él "se interesaban", no había lugar para besitos en la mejilla. Janet no era así, no lo era en absoluto. - Gracias a ti. Por... Ser un bonito arce japonés. - ¿¿Qué demonios, William?? Si es que debería ponerle una correa a su propia lengua a veces. Pero, milagrosamente, a todo lo que él decía, Janet sonreía, reía y le miraba con ese brillo imposible de fingir, y provocaba que él la imitara automáticamente. ¿Sería ese fuerte latido en su corazón una imitación también? ¿Lo estaría sintiendo ella? Quién sabía. Lo que sí tuvo seguro, pensó mientras veía a la chica alejarse hacia el metro, es que Jane Van Der Luyden solo había habido una en su vida. Y dudaba que hubiera ninguna más.
- Apuntado: no entrar en casas de señoras que se parezcan a las madres y las esposas de los trabajadores del MACUSA. - Volvió a reír, aunque la carcajada fuerte la sacó con la siguiente intervención. - "¡En nombre de la ley mágica, deme esos valiosos díctamos!" - Añadió él, y ambos rieron durante un rato entre tonterías. Janet ordenaba su discurso, lo atendía, pero también era capaz de seguirle en las payasadas, y eso... Estaba muy bien.
Vio como se tumbaba y sonrió, aunque lo que decía le borró un poco la sonrisa. Era triste vivir... Enjaulado. Sin ser libre ni siquiera de poder decir lo que quieres decir. Echó un poco de aire por la nariz, pensativo, pero lo de los bolis le hizo reír de nuevo. Era fácil romper la pompa de reflexión de William en favor de la risa. - Entonces, robar díctamos está mal visto, pero robar bolis es normal. - Comentó jocoso, y él también se dejó caer en la arena, boca arriba, a su lado. - Los muggles y sus convivientes sois gente complicada. - Bromeó entre risas. Se incorporó un poco. - ¿Crees que debería hacerme otro bloc de notas con cosas correctas e incorrectas? ¡Eh, no te rías, lo digo en serio! Me trae más problemas de lo que parece. - Sí que lo decía en serio, pero claro, era tan locura, y él se estaba riendo también mientras lo decía, que no lo parecía. Y entonces ella se incorporó también, y al mirarla, se dio cuenta de lo cerca que estaban. "Me gustan esas cosas que dices", afirmó ella, y él se quedó mirando sus labios mientras hablaba. Vale, podía confirmar que le gustaba esa chica casi tanto como se podía confirmar que aquello iba a derivar en un problema. Ojalá fuera la primera compañera de trabajo "que le gusta", aunque Janet... Puede que le gustara un poco más. Puede que le gustara de verdad. Puede que no fuera solo una chica que le atraía, con la que se divertía o que le tonteaba y se le insinuaba. Puede, de hecho... Que eso fuera lo último en lo que estuviera pensando. Que le gustara su risa y la forma en la que hablaba, sus gestos y el interés genuino que mostraba en él, como le brillaban los ojos cuando decía esas cosas que todo el mundo tachaba de tonterías. El brillo no se podía fingir, el brillo era sincero y delator. Y, sospechaba, y a él empezaba también a delatarle el brillo en sus ojos.
Sacudió un poco la cabeza cuando Janet dijo que se pusieran a preparar la reunión e intentó centrarse, todo lo que él era capaz de centrarse, al menos. Estaba en una nube desértica maravillosa viendo como su caótico discurso y sus estrafalarias ideas se convertían en letra de Janet en algo que merecía la pena ser oído e incluso alabado cuando esta se levantó de golpe, dando un grito que le hizo sobresaltarse en su sitio. Miró hacia arriba, calculando. - Bueno, eso nos deja aún una hora de margen. - Dijo con toda la tranquilidad del mundo, pero Janet parecía un poco más agobiada. Sí que iban justillos de tiempo. Se levantó de un salto y se sacudió la arena. - ¡No se preocupe, buena señora que no tiene díctamos en su jardín! ¡Yo la traslado en un tris! - Iba a agotar el bote de tonterías esa mañana.
Si fuera cualquier otro, estaría haciendo aspavientos y gritando gloriosamente los motivos por los que no merecía la pena exagerar porque al final hasta les había sobrado media hora. No iba a hacerlo con Janet, porque sabía que la chica estaba acostumbrada a hacer sus trabajos con más tiempo y se había quedado expresamente por su locura, y la verdad era... Que se lo habían pasado muy bien, tanto que no se quería ir. Rio un poco a sus comentarios y dijo. - Me debe media hora de desierto, señorita Van Der Luyden, ha quedado demostrado que aún podíamos haber apurado un poco más. - Bueno, al final sí que lo había dicho, pero no había sido a gritos escandalosos, sino con un toque de ternura graciosa. Apretó su mano y asintió, con una radiante sonrisa, pero antes de contestarle, la chica se acercó y besó su mejilla. ¿Era posible que se hubiera puesto colorado como un crío? Ni que no le hubieran dado nunca un beso, vamos, pero no... Así. No con esa ternura, lo dicho, cuando una chica y él "se interesaban", no había lugar para besitos en la mejilla. Janet no era así, no lo era en absoluto. - Gracias a ti. Por... Ser un bonito arce japonés. - ¿¿Qué demonios, William?? Si es que debería ponerle una correa a su propia lengua a veces. Pero, milagrosamente, a todo lo que él decía, Janet sonreía, reía y le miraba con ese brillo imposible de fingir, y provocaba que él la imitara automáticamente. ¿Sería ese fuerte latido en su corazón una imitación también? ¿Lo estaría sintiendo ella? Quién sabía. Lo que sí tuvo seguro, pensó mientras veía a la chica alejarse hacia el metro, es que Jane Van Der Luyden solo había habido una en su vida. Y dudaba que hubiera ninguna más.
We are
- La eternidad es nuestra:
5490Mensajes :
178Honra :
Ivanka
Alchemist
Link del mensaje
The nearest place to heaven Capítulo III Día 27 de febrero de 1983 a las 20:00 horas en Quinta avenida, Nueva York |
Se levantó tranquilamente, agachando la cabeza brevemente a cada miembro que iba saliendo, con una leve sonrisa, y de hecho, estaba recibiendo más miradas en esa reunión y consideración que las que podía contar en un año y pico en el MACUSA. Wennick se fue refunfuñando y farfullando. — No sé hasta qué punto nos compensa esto Christopher… — Wren, su jefe directo (no como el idiota de Wennick, que simplemente se sentía por encima de ella porque sí), le puso la mano sobre el hombro y dijo. — Wennick… Todo sea por proteger nuestro ministerio y a nuestros magos… — Le dirigió la mirada a ella y sonrió brevemente. — Gallia es un genio y Janet… Es la mejor para ayudarle. — Le dedicó una sonrisa discreta a su jefe. Podía ser que entre ellos existiera una brecha jerárquica que no podía superar, pero Wren era un buen hombre, y no solo eso, es que estaba garantizándole trabajo allí, atrasando el momento de enfrentarse a lo que su familia quería para ella, cosa que le ponía un nudo en la garganta. Pero no era día para pensar en cosas así. Era día para celebrar que William había conseguido luz verde para el proyecto de los díctamos y ella iba a formar parte integral de él. Eso era permiso oficial para pasar con él todas las horas que quisieran. No es que tuviera mariposas en el estómago, es que por sus venas era como si corriera una emoción superior que no podía explicar.
Esperó, paciente y reposadamente a que salieran todos los altos cargos, recogiendo, como hacía siempre, y conteniéndose mucho de mirar a William, y cuando, por fin, todos salieron, y él se quedó rezagado, pasó por su lado, llevando el carrito y las carpetas bajo el brazo y susurró. — Te veo a las ocho en el callejón de las apariciones del MACUSA y vamos a celebrar esto como Dios manda. — Y siguió su camino como si nada, pero podría haberlo hecho saltando y gritando. Ahora solo tenía que aguantar la jornada laboral entera y escaparse de su casa sin que la tía Bethany se diera cuenta.
— ¡Buenas noches, tía! — ¿Seguro que estás bien, Jane? — Dijo su tía desde abajo de las escaleras. — Sí sí, de verdad, si es que mañana empieza el proyecto y quiero salir temprano. De hecho, desayunaré allí directamente, así que ni te levantes… — Eso le daba más margen todavía para llegar a casa. Cerró la puerta de su cuarto y empezó a cambiarse. Nunca se había hecho una coleta tan alta, ni maquillado tanto para salir, solo por juguetear con su hermana, ni en su vida se habría puesto una chaqueta de cuero roja ni aquellos pantalones tan pegados si fuera a verla alguien de su familia, pero… Acababa de conseguir lo inimaginable… Y como decía William, si podía soñarlo… Podía intentar hacerlo realidad. Y su sueño era salir esa noche con William como la chica de diecinueve años que era, y pasarlo a lo grande.
Se apareció en el callejón y casi que abrió un ojo con cuidado. Jane Van Der Luyden, la niña que no había roto ni una sola regla en su vida, las estaba rompiendo todas de golpe. Pero no había ningún nomaj allí, no, solo William. Y de perdidos al río, según le vio, salió corriendo hacia él y se lanzó a abrazarle. — ¡No me puedo creer que lo hayas conseguido! — Se separó y le miró con los ojos brillantes. — Ni que yo me haya escapado de casa, pero es que me da igual. — Dijo ya gritando y dando saltitos. — ¡Somos jóvenes! ¡Estamos en Nueva York! ¡La noche es nuestra! — Saltó un poco más y agarró sus manos. — Sé que dices que no hay inimaginable, pero no sabes la de cosas alucinantes que hay en esta ciudad y por fin voy a poder descubrirlas con alguien. — William había traído, no solo el prestigio profesional y un poco más de libertad a su vida, si no luz, pura luz, y ganas de descubrirlo todo.
Esperó, paciente y reposadamente a que salieran todos los altos cargos, recogiendo, como hacía siempre, y conteniéndose mucho de mirar a William, y cuando, por fin, todos salieron, y él se quedó rezagado, pasó por su lado, llevando el carrito y las carpetas bajo el brazo y susurró. — Te veo a las ocho en el callejón de las apariciones del MACUSA y vamos a celebrar esto como Dios manda. — Y siguió su camino como si nada, pero podría haberlo hecho saltando y gritando. Ahora solo tenía que aguantar la jornada laboral entera y escaparse de su casa sin que la tía Bethany se diera cuenta.
— ¡Buenas noches, tía! — ¿Seguro que estás bien, Jane? — Dijo su tía desde abajo de las escaleras. — Sí sí, de verdad, si es que mañana empieza el proyecto y quiero salir temprano. De hecho, desayunaré allí directamente, así que ni te levantes… — Eso le daba más margen todavía para llegar a casa. Cerró la puerta de su cuarto y empezó a cambiarse. Nunca se había hecho una coleta tan alta, ni maquillado tanto para salir, solo por juguetear con su hermana, ni en su vida se habría puesto una chaqueta de cuero roja ni aquellos pantalones tan pegados si fuera a verla alguien de su familia, pero… Acababa de conseguir lo inimaginable… Y como decía William, si podía soñarlo… Podía intentar hacerlo realidad. Y su sueño era salir esa noche con William como la chica de diecinueve años que era, y pasarlo a lo grande.
Se apareció en el callejón y casi que abrió un ojo con cuidado. Jane Van Der Luyden, la niña que no había roto ni una sola regla en su vida, las estaba rompiendo todas de golpe. Pero no había ningún nomaj allí, no, solo William. Y de perdidos al río, según le vio, salió corriendo hacia él y se lanzó a abrazarle. — ¡No me puedo creer que lo hayas conseguido! — Se separó y le miró con los ojos brillantes. — Ni que yo me haya escapado de casa, pero es que me da igual. — Dijo ya gritando y dando saltitos. — ¡Somos jóvenes! ¡Estamos en Nueva York! ¡La noche es nuestra! — Saltó un poco más y agarró sus manos. — Sé que dices que no hay inimaginable, pero no sabes la de cosas alucinantes que hay en esta ciudad y por fin voy a poder descubrirlas con alguien. — William había traído, no solo el prestigio profesional y un poco más de libertad a su vida, si no luz, pura luz, y ganas de descubrirlo todo.
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
- Golden Shields:
Alice Gallia
Cause' Alice does belong with Marcus
Ante todo, amigos
Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
[/center]
- Juntos, somos el Todo:
- 16 de enero de 2002:
3069Mensajes :
20Honra :
Freyja
Alchemist
Link del mensaje
The nearest place to heaven Capítulo III Día 27 de febrero de 1983 a las 20:00 horas en Quinta avenida, Nueva York |
La reunión había sido un éxito... Creía. A ver, para él siempre estaban bien: él llegaba, exponía su locura, se quedaba bien contento y se iba. Muchas veces (la mayoría) los presentes le miraban con cara de "¿qué locura acaba de decir este tipo?", pero como también en la inmensa mayoría de los casos su locura funcionaba, al final le dejaban hacer lo que quería. Había tenido un poco de esas caras entre los presentes, aunque menos, ¿y por qué? Porque Janet le había pulido mucho, muchísimo, su discurso. Mientras lo exponía no podía evitar mirarla y sonreír, a veces un tanto descaradamente, porque de hecho más de un miembro de la reunión siguió extrañado el recorrido de su mirada, preguntándose qué hacía mirando tanto a su secretaria. Probablemente esos tiburones pensasen que solo estaba ligoteando de una forma bastante inapropiada, pero no era así... Bueno, no del todo, a ver, tampoco sería la primera vez que William se perdía en esas cosas. Pero no era el caso con Janet. Janet era... Especial, era diferente a cualquier mujer que hubiera conocido. Cuando sonreír, él sonreía de vuelta automáticamente. Se reía con todas sus tonterías y parecía genuinamente convencida de su brillantez, a la cual le daba más orden y sentido que en el caso que él dejaba salir por la boca. Y era preciosa, encima. Ah, y llevaba casi una semana poniéndose hasta arriba de galletas suyas, con lo poco de comer que era él, pero es que estaban buenísimas. Y William estaba en una nube de tontería demasiado grande de la que debería bajarse si no quería que el MACUSA le mandara de una patada de vuelta a Inglaterra.
Escondió la sonrisilla. Se estaba dando cuenta de que Janet desbordaba felicidad pero que estaba haciendo un esfuerzo por no mirarle. Él era experto en forzar la mirada hacia donde la tenía que tener en lugar de donde le gustaría tenerla y no siempre le salía, sabía detectar cuando otro lo hacía. Sobre todo cuando eran personas naturales y genuinas como Janet, y no tanta otra gente estirada y metida en mil apariencias que había conocido a lo largo de su vida. Por eso se quedó rezagado (bueno y porque tenía que recoger todo lo que había ido regando por la mesa), y, efectivamente, no se equivocó, porque la chica pasó por su lado para susurrarle algo que le sacó una sonrisa inmediata, con ese punto travieso que William llevaba tan interiorizado. - Correcto, señorita Van Der Luyden. - Contestó, sin mirarla, aguantándose la sonrisa y tratando de emular el tono pomposo y neutral de los señores importantes que poblaban el MACUSA y entre los que él, a pesar de lo que todos pretendían, no se encontraba.
Todo lo que había recogido en el MACUSA entró por las puertas de la habitación de su motel rodando y por los suelos, de lo atropellado que iba. Tan atropellado que no las tenía todas consigo de no haberse aparecido en presencia de algún muggle, esperaba que no, no quería problemas. Se tropezó con sus propias cosas, porque esa maleta que tan mal y a la prisa había cerrado por encima de sus posibilidades se le había abierto cruelmente y desparramado de todo por el suelo, apoyándose cómicamente en los muebles que iba encontrando a su paso para no dar de bruces con el suelo mientras, al mismo tiempo, se desvestía y buscaba otra ropa más festiva. Sí, su madre se había empeñado en que llevara "la ropa de las reuniones" y, aparte, lo que le diera la gana a él mientras que "no fuera al MACUSA vestido como un excéntrico". No había especificado si debía llevarlo a más sitios o solo al MACUSA y de ahí que ahora tuviera el traje de la reunión del primer día lleno de arena del desierto de Utah. La cuestión era que quería vestirse como él se vestiría para salir de fiesta, por lo que se cambió de ropa a trompicones, se echó colonia, se despeinó (sí, había ido demasiado repeinado a esa reunión, estaba feísimo) y salió por la puerta tan accidentadamente como había entrado y sin recoger todo lo que había tirado por ahí, así que esperaba que Janet no lo viera... Un momento, ¿¿¿pero en qué estás pensando William de verdad vas a traerte a tu habitación del motel a tu secretaria pero es que ya estamos así o qué??? Si es que no tenía remedio.
Llegó antes que ella, menos mal, porque con el acelere que iba, demasiado que se había aparecido de una pieza y no se había dejado un brazo o el hígado perdido por algún lugar de Nueva York. Aprovechó para respirar hondo y rebajarse, porque parecía que se había tomado nueve cafés, y así iba a asustar a la pobre Janet. Y no, no quería asustarla, si no se había asustado ya podía tener bastantes posibilidades de que no se asustara nunca... De nuevo, no sabía por qué había pensado eso. No es que pudiera darle muchas más vueltas al asunto, porque allí apareció la chica, y tan pronto lo hizo, se le dibujó una sonrisa radiante en la cara, como si no la hubiera visto hacía apenas unas horas, y el corazón le dio un fuerte latido. Ella se lanzó a abrazarle y él rio. - Yo sí. - Confesó, y cuando se separó, se encogió de hombros con expresión de niño pequeño. - He conseguido locuras mayores y habiéndolas explicado peor, y aquí estaba todo muy bien ordenadito cortesía de mi gran secretaria. Claro que lo íbamos a conseguir. - Íbamos, en plural. Porque, sí, él estaba convencido de que esa victoria era conjunta, de que eran un equipo. De que habría trabajado mejor en equipo en su vida si esos equipos los hubiera formado con Janet.
Soltó una fuerte carcajada cuando dijo que se había escapado de casa, y con ese entusiasmo desmedido que vino a continuación. - Cuidado, Jane Van der Luyden. No me des alas que he llegado a quemar edificios en fiestas desmadradas. No es una metáfora. - Y quizás no deberías ir por ahí contando semejantes pasajes de tu vida a chicas de diecinueve años que no están acostumbradas a hacer esas cosas. - Tienes razón, no las sé. Y eso que tengo una imaginación muy poderosa. - Rio, dándose un toquecito en la sien. Sonrió ampliamente y se enganchó de su brazo. - Pues llévame entonces, Janet Van der Luyden. Hagamos real lo inimaginable. Ya has hecho la locura de escaparte de casa, ya no puedes parar. Tú conoces la ciudad y yo soy experto en locuras. Somos el equipo perfecto. -
Escondió la sonrisilla. Se estaba dando cuenta de que Janet desbordaba felicidad pero que estaba haciendo un esfuerzo por no mirarle. Él era experto en forzar la mirada hacia donde la tenía que tener en lugar de donde le gustaría tenerla y no siempre le salía, sabía detectar cuando otro lo hacía. Sobre todo cuando eran personas naturales y genuinas como Janet, y no tanta otra gente estirada y metida en mil apariencias que había conocido a lo largo de su vida. Por eso se quedó rezagado (bueno y porque tenía que recoger todo lo que había ido regando por la mesa), y, efectivamente, no se equivocó, porque la chica pasó por su lado para susurrarle algo que le sacó una sonrisa inmediata, con ese punto travieso que William llevaba tan interiorizado. - Correcto, señorita Van Der Luyden. - Contestó, sin mirarla, aguantándose la sonrisa y tratando de emular el tono pomposo y neutral de los señores importantes que poblaban el MACUSA y entre los que él, a pesar de lo que todos pretendían, no se encontraba.
Todo lo que había recogido en el MACUSA entró por las puertas de la habitación de su motel rodando y por los suelos, de lo atropellado que iba. Tan atropellado que no las tenía todas consigo de no haberse aparecido en presencia de algún muggle, esperaba que no, no quería problemas. Se tropezó con sus propias cosas, porque esa maleta que tan mal y a la prisa había cerrado por encima de sus posibilidades se le había abierto cruelmente y desparramado de todo por el suelo, apoyándose cómicamente en los muebles que iba encontrando a su paso para no dar de bruces con el suelo mientras, al mismo tiempo, se desvestía y buscaba otra ropa más festiva. Sí, su madre se había empeñado en que llevara "la ropa de las reuniones" y, aparte, lo que le diera la gana a él mientras que "no fuera al MACUSA vestido como un excéntrico". No había especificado si debía llevarlo a más sitios o solo al MACUSA y de ahí que ahora tuviera el traje de la reunión del primer día lleno de arena del desierto de Utah. La cuestión era que quería vestirse como él se vestiría para salir de fiesta, por lo que se cambió de ropa a trompicones, se echó colonia, se despeinó (sí, había ido demasiado repeinado a esa reunión, estaba feísimo) y salió por la puerta tan accidentadamente como había entrado y sin recoger todo lo que había tirado por ahí, así que esperaba que Janet no lo viera... Un momento, ¿¿¿pero en qué estás pensando William de verdad vas a traerte a tu habitación del motel a tu secretaria pero es que ya estamos así o qué??? Si es que no tenía remedio.
Llegó antes que ella, menos mal, porque con el acelere que iba, demasiado que se había aparecido de una pieza y no se había dejado un brazo o el hígado perdido por algún lugar de Nueva York. Aprovechó para respirar hondo y rebajarse, porque parecía que se había tomado nueve cafés, y así iba a asustar a la pobre Janet. Y no, no quería asustarla, si no se había asustado ya podía tener bastantes posibilidades de que no se asustara nunca... De nuevo, no sabía por qué había pensado eso. No es que pudiera darle muchas más vueltas al asunto, porque allí apareció la chica, y tan pronto lo hizo, se le dibujó una sonrisa radiante en la cara, como si no la hubiera visto hacía apenas unas horas, y el corazón le dio un fuerte latido. Ella se lanzó a abrazarle y él rio. - Yo sí. - Confesó, y cuando se separó, se encogió de hombros con expresión de niño pequeño. - He conseguido locuras mayores y habiéndolas explicado peor, y aquí estaba todo muy bien ordenadito cortesía de mi gran secretaria. Claro que lo íbamos a conseguir. - Íbamos, en plural. Porque, sí, él estaba convencido de que esa victoria era conjunta, de que eran un equipo. De que habría trabajado mejor en equipo en su vida si esos equipos los hubiera formado con Janet.
Soltó una fuerte carcajada cuando dijo que se había escapado de casa, y con ese entusiasmo desmedido que vino a continuación. - Cuidado, Jane Van der Luyden. No me des alas que he llegado a quemar edificios en fiestas desmadradas. No es una metáfora. - Y quizás no deberías ir por ahí contando semejantes pasajes de tu vida a chicas de diecinueve años que no están acostumbradas a hacer esas cosas. - Tienes razón, no las sé. Y eso que tengo una imaginación muy poderosa. - Rio, dándose un toquecito en la sien. Sonrió ampliamente y se enganchó de su brazo. - Pues llévame entonces, Janet Van der Luyden. Hagamos real lo inimaginable. Ya has hecho la locura de escaparte de casa, ya no puedes parar. Tú conoces la ciudad y yo soy experto en locuras. Somos el equipo perfecto. -
We are
- La eternidad es nuestra:
5490Mensajes :
178Honra :
Ivanka
Alchemist
Link del mensaje
The nearest place to heaven Capítulo III Día 27 de febrero de 1983 a las 20:00 horas en Quinta avenida, Nueva York |
Se echó a reír fuertemente con lo de quemar edificios. — Seguro que había un buen motivo para ello. — Levantó la varita. — Y yo tengo el Aguamenti muy aprendido. — Asintió con la cabeza y se encogió de hombros. — Cuando eres la mediana hay que aprender a defenderse de las guerras internas entre la privilegiada primogénita y el privilegiado pequeño al que se le consiente todo. — Luego se echó a reír otra vez. Es que tenía muchas ganas de reír aquella noche, todo le estaba sonriendo, por fin sentía que vivía una vida.
Amplió la sonrisa y dio un saltito en su sitio. — Y yo me estoy muriendo por ver todo esto con alguien. ¡Y de noche! ¡Y más contigo! Tú todo lo haces más interesante. — Ya estaba yéndose de la lengua otra vez, pero es que ahora le daba igual. Habían convencido a la cúpula del MACUSA, el proyecto saldría adelante, y William tendría su prestigio, Janet un reconocimiento que nunca le habían dado, y eso le haría quedarse a William unos cuantos meses en América. Y luego ya verían, ¿no era lo que hacía él siempre?
Asintió con la cabeza, mordiéndose el labio inferior. — Nunca me hubiera imaginado que me atrevería a escaparme de mi casa, así que sí, contigo todo es una locura, ¡pero me encanta! Así que sí, eres capaz de hacer real lo inimaginable. — Volvió a soltar una carcajada, entre nerviosa y emocionada, y se paró, sin perder la sonrisa, estirándose. — Estimado señor Gallia. — Dijo muy puesta, ofreciéndole la mano. — ¿Quiere usted tener una cita con su secretaria la señorita Van Der Luyden? — Y de nuevo la atacó la risa, haciendo una pedorreta. — Esto contraviene algo así como TODAS las normas que me han enseñado toda la vida. — Enumeró con los dedos. — Para empezar, una empleada no debe romper la barrera jerárquica con su superior, en todo caso, al contrario. Luego, son los chicos los que piden una cita a las chicas, y por último pero no menos importante… — Se acercó a William con una sonrisa, lentamente, y subió la mano para revolverle el pelo. — No te fíes de los que tienen pinta de rusos pero dicen que no lo son. — Se echó a reír y cogió a William de la mano, corriendo por la calle.
Manhattan siempre era una locura de coches, ruidos, bocinas, gritos de la gente, humos… Pero ese caos y esa locura casaban tan bien con William, y le salía tan natural tirar de él por aquellas calles, a los pies de los rascacielos, que aquel ruido le parecía algo así como la banda sonora de ese momento. Se paró a los pies del Rockefeller Plaza y lo señaló. — ¿Ves todo esto? ¡Pues los construyen sin magia! ¿Te lo puedes creer? Tienen grúas gigantes, y las mueven como con cosas… — Señaló un coche. — Como con eso. Es un volante, y por lo visto tienen volantes que también mueven las grúas. Es una pasada, yo lo he visto en Maine. — Tiró de él hacia el centro de la plaza frente al edificio y le cogió de las manos. — Cierra los ojos. — Le dijo con una sonrisa. — ¿Lo oyes? ¿Todo esto? Es la ciudad perfecta para un genio como tú, una ciudad que nunca está en silencio, nunca descansa, como tu cabeza. — Dijo dándole en la frente. Esa noche estaba con unas confianzas que no se reconocía a ella misma. — Y para mí, que me gusta ser un arce que no llama la atención. En esta ciudad solo tienes que cerrar la boca y retirarte… Y puedes observarlo todo sin que nadie repare en ti, y simplemente no ser… Nadie. — Sin presiones familiares, expectativas… Solo ser uno mismo. Quizá eso era exactamente lo que estaba haciendo.
Se giró sobre sí misma, observándolo todo y reparó en algo. — ¿Sabes? Ese es mi sitio favorito. — Dijo señalando el edificio. — El mirador del Empire State. Desde allí todo se ve pequeño y relativo, y tú te sientes grande y a la vez mínimo. Desde allí se ve un poco de la vida de todo el mundo, y a la vez estás fuera de todos los dramas y angustias… — Suspiró y sonrió. — Es el sitio más cercano al cielo que tenemos en Nueva York. — Rio y volvió a agarrar las manos de William. — Lo dicen en una peli que me encanta. Recuerda que te lleve también al cine. — Muchas citas se estaba Janet prometiendo sola. — ¿Te gusta esto? — Preguntó ya más como la niña que era, entusiasmada de que por fin alguien le siga el rollo, pero sin querer espantarlo.
Amplió la sonrisa y dio un saltito en su sitio. — Y yo me estoy muriendo por ver todo esto con alguien. ¡Y de noche! ¡Y más contigo! Tú todo lo haces más interesante. — Ya estaba yéndose de la lengua otra vez, pero es que ahora le daba igual. Habían convencido a la cúpula del MACUSA, el proyecto saldría adelante, y William tendría su prestigio, Janet un reconocimiento que nunca le habían dado, y eso le haría quedarse a William unos cuantos meses en América. Y luego ya verían, ¿no era lo que hacía él siempre?
Asintió con la cabeza, mordiéndose el labio inferior. — Nunca me hubiera imaginado que me atrevería a escaparme de mi casa, así que sí, contigo todo es una locura, ¡pero me encanta! Así que sí, eres capaz de hacer real lo inimaginable. — Volvió a soltar una carcajada, entre nerviosa y emocionada, y se paró, sin perder la sonrisa, estirándose. — Estimado señor Gallia. — Dijo muy puesta, ofreciéndole la mano. — ¿Quiere usted tener una cita con su secretaria la señorita Van Der Luyden? — Y de nuevo la atacó la risa, haciendo una pedorreta. — Esto contraviene algo así como TODAS las normas que me han enseñado toda la vida. — Enumeró con los dedos. — Para empezar, una empleada no debe romper la barrera jerárquica con su superior, en todo caso, al contrario. Luego, son los chicos los que piden una cita a las chicas, y por último pero no menos importante… — Se acercó a William con una sonrisa, lentamente, y subió la mano para revolverle el pelo. — No te fíes de los que tienen pinta de rusos pero dicen que no lo son. — Se echó a reír y cogió a William de la mano, corriendo por la calle.
Manhattan siempre era una locura de coches, ruidos, bocinas, gritos de la gente, humos… Pero ese caos y esa locura casaban tan bien con William, y le salía tan natural tirar de él por aquellas calles, a los pies de los rascacielos, que aquel ruido le parecía algo así como la banda sonora de ese momento. Se paró a los pies del Rockefeller Plaza y lo señaló. — ¿Ves todo esto? ¡Pues los construyen sin magia! ¿Te lo puedes creer? Tienen grúas gigantes, y las mueven como con cosas… — Señaló un coche. — Como con eso. Es un volante, y por lo visto tienen volantes que también mueven las grúas. Es una pasada, yo lo he visto en Maine. — Tiró de él hacia el centro de la plaza frente al edificio y le cogió de las manos. — Cierra los ojos. — Le dijo con una sonrisa. — ¿Lo oyes? ¿Todo esto? Es la ciudad perfecta para un genio como tú, una ciudad que nunca está en silencio, nunca descansa, como tu cabeza. — Dijo dándole en la frente. Esa noche estaba con unas confianzas que no se reconocía a ella misma. — Y para mí, que me gusta ser un arce que no llama la atención. En esta ciudad solo tienes que cerrar la boca y retirarte… Y puedes observarlo todo sin que nadie repare en ti, y simplemente no ser… Nadie. — Sin presiones familiares, expectativas… Solo ser uno mismo. Quizá eso era exactamente lo que estaba haciendo.
Se giró sobre sí misma, observándolo todo y reparó en algo. — ¿Sabes? Ese es mi sitio favorito. — Dijo señalando el edificio. — El mirador del Empire State. Desde allí todo se ve pequeño y relativo, y tú te sientes grande y a la vez mínimo. Desde allí se ve un poco de la vida de todo el mundo, y a la vez estás fuera de todos los dramas y angustias… — Suspiró y sonrió. — Es el sitio más cercano al cielo que tenemos en Nueva York. — Rio y volvió a agarrar las manos de William. — Lo dicen en una peli que me encanta. Recuerda que te lleve también al cine. — Muchas citas se estaba Janet prometiendo sola. — ¿Te gusta esto? — Preguntó ya más como la niña que era, entusiasmada de que por fin alguien le siga el rollo, pero sin querer espantarlo.
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
- Golden Shields:
Alice Gallia
Cause' Alice does belong with Marcus
Ante todo, amigos
Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
[/center]
- Juntos, somos el Todo:
- 16 de enero de 2002:
3069Mensajes :
20Honra :
Freyja
Alchemist
Link del mensaje
The nearest place to heaven Capítulo III Día 27 de febrero de 1983 a las 20:00 horas en Quinta avenida, Nueva York |
Abrió mucho los ojos y la señaló. - ¡Sí que lo había! Que era Nochevieja. ¿Ves? Si no era tan difícil de entender. Necesito más personas como tú en mi vida. - Se echó a reír. Estaba viéndole la cara a esa antipática mujer que se había ido a echar su mejor amigo Arnold si escuchara a Janet decir eso y más gracia aún le hacía. Puso una graciosa mueca reflexiva y dijo. - Sinceramente, si hubiera habido un tercer Gallia, dudo que mi hermana Vivi hubiera sido la responsable que apagara nuestros fuegos. Solo hubiera habido una tercera persona liándola aún más y ya está. - Volvió a reír. Esta Janet, cómo le gustaba quitarse méritos... Y a él le encantaba ponérselos. No dejaba de fascinarle esa chica a medida que hablara, aunque fuera para decir que le salían muy bien los Aguamentis.
Sonrió ampliamente, con sinceridad, desde el corazón, pero acto seguido tuvo que ponerse a hacer el tonto otra vez, claro. Se señaló, apuntándose a sí mismo con un índice en el pecho. - ¿Yo soy ese alguien? Espera, ¿yo lo hago todo interesante? - Soltó una única carcajada tan fuerte que dobló la espalda hacia atrás, casi se da la vuelta sobre sí mismo. - ¿¡Oyes eso, Emma Horner!? ¡Yo lo hago todo más interesante! - Hizo un gesto con las manos. - Cosas mías. - Lo que le añadió después le volvió a sacar una risa sincera, con un punto avergonzado esta vez. - ¿Seguro que no tendría que sentirme mal por haber provocado que te escapes de tu casa? - De nuevo, puso expresión pensativa, con un toque muy gracioso, perdiendo la mirada. - Me pregunto cuántas cosas he provocado que hagan otras personas... Y si será eso lo que me hace tan interesante... O lo que me hace un loco... - Alzó las palmas. - Pero, eh, ¿quién es más loco? ¿El que dice la locura o el que la sigue? - Se dio un par de golpecitos en la sien con el índice. - Piénsalo, Janet Van der Luyden. Al final va a estar todo esto lleno de locos sueltos, pero claro, es muy fácil echarle la culpa siempre al mismo. - Y volvió a reír. Esa chica le daba demasiada rienda suelta a sus tonterías... Y eso le hacía tremendamente feliz. Como nunca había imaginado, en realidad.
Y lo que sí que no imaginaba era esa forma de seguirle el rollo, de verdad que no dejaba de sorprenderle. Se quedó unos segundos parado, solo con una sonrisa de labios entreabiertos por la leve sorpresa, mirándola ofrecerle su mano con ese gesto tan... Tonto. Como él. Era un gesto tonto perfectamente acorde a sus tonterías. - Con una condición: que me confirmes que no estoy soñando. - Dijo en voz alta, comentario que claramente debió quedarse solo en su pensamiento. Rio levemente, más fuerte cuando ella explicó lo de las normas. - Ah, señorita Van der Luyden, por favor. Ya me tenía usted ganado, no hacía falta que me lo vendiera aún mejor diciéndome que contraviene todas las normas. ¡Sabe que contravenir normas es lo mío! - Rio más y agarró su mano, después de encogerse como un colegial cuando le revolvió el pelo y ponerse colorado... Pues eso, como un colegial. Vaya idiota estaba hecho, pero oye... A William nunca le había importado lo que los demás pensaran de él, y de hecho, si Janet pensaba que estaba comportándose como un idiota... Tanto mejor. Si a pesar de eso seguía adelante con su "cita" (¿en serio estaba teniendo una cita apenas días después de llegar? Y sin tener que currárselo siquiera), iba a ser una muy buena, buenísima señal.
La siguió por aquel caos que le hacía mirarlo todos con ojos de niño emocionado, como era él siempre, y se detuvo en seco cuando ella se paró para señalarle. Abrió mucho más los ojos. - ¿¿¿En serio??? - Dijo, emocionado. - ¿Sabes lo que dicen que está construido sin magia también? Las pirámides de Guiza. Pero yo no me lo creo, es decir, es imposible que eso esté hecho sin magia. Las vi hace mucho. Mi tío Martin y mi tía Simone nos llevaron a mi primo Marc, a mi hermana y a mí de pequeños. Bueno, no hace falta que te diga que se arrepintieron. - Se echó a reír. - Cambiamos un par de cosas de sitio. Sin querer. Bueno, jugando. Le causamos más de un quebradero de cabeza a los arqueólogos muggles. Pero, ¡eh! Estaban allí los pobres aburridos, creían que habían descubierto algo. - Hizo una mueca. - Puede que se liara un poco a nivel... Noticias internacionales y eso. Hubo que llamar a los obliviadores. - Hizo un gesto con la mano. - Bah, tonterías infantiles. - El despliegue del Ministerio de Magia egipcio y que casi acusen de delito de negligencia a sus tíos era para William "tonterías infantiles". Él no le vio la gravedad al asunto en su momento y, claramente, seguía sin vérsela.
Se dejó guiar por ella y se le dibujó una sonrisilla cuando le cerró los ojos, junto con un escalofrío. Oyó, tal y como le pedía, y... - Buah... Es impresionante. - Murmuró, de corazón, lleno de emoción. Se giró hacia ella, de nuevo con la sonrisa ladeada y levemente impresionada, y dijo. - En medio de semejante caos... Quien no vea un arce tan bello como tú, es que es un completo idiota. - Encogió un hombro. - Y no es Ravenclaw, eso seguro. - Soltó una carcajada. - Mi madre se pone nerviosa cuando digo estas cosas... - Comentó como si nada, mientras seguía mirando el entorno. Miró donde la chica le señalaba, levantando mucho la cabeza porque estaba altísimo. Rio un poco. - Me apunto lo de la peli. ¿Cómo se llama? ¿Y cómo se ve? - Que ya sabía que los muggles lo de las fotos móviles... Como que no. Así que tenía lagunas sobre eso de las películas. Sonrió ampliamente. - ¿Que si me gusta? - Miró a su alrededor, entre risas. - Me encanta. Es totalmente mi estilo, es increíble, me conoces mejor que yo. Mejor que gente de mi propia familia, eso te lo puedo asegurar. ¿Te he dicho que mi madre me preguntó antes de venir que cuántos trajes traía? - Soltó una carcajada. - Trajes... - Es que, de verdad, era no conocerle. Volvió a mirar al enorme edificio. - Pues si es el lugar más cercano al cielo... Quiero subir. - Dibujó una sonrisa pilla y miró de nuevo a Janet. - Yo soy como Ícaro. Hasta que no me acerque al sol, no ceso de intentarlo. Y ese sitio parece bastante seguro para no quemarse... Sobre todo si voy bien acompañado. - Ladeó la sonrisa y añadió. - Al fin y al cabo, mi secretaria aún no ha consentido que me queme desde que llegué aquí. -
Sonrió ampliamente, con sinceridad, desde el corazón, pero acto seguido tuvo que ponerse a hacer el tonto otra vez, claro. Se señaló, apuntándose a sí mismo con un índice en el pecho. - ¿Yo soy ese alguien? Espera, ¿yo lo hago todo interesante? - Soltó una única carcajada tan fuerte que dobló la espalda hacia atrás, casi se da la vuelta sobre sí mismo. - ¿¡Oyes eso, Emma Horner!? ¡Yo lo hago todo más interesante! - Hizo un gesto con las manos. - Cosas mías. - Lo que le añadió después le volvió a sacar una risa sincera, con un punto avergonzado esta vez. - ¿Seguro que no tendría que sentirme mal por haber provocado que te escapes de tu casa? - De nuevo, puso expresión pensativa, con un toque muy gracioso, perdiendo la mirada. - Me pregunto cuántas cosas he provocado que hagan otras personas... Y si será eso lo que me hace tan interesante... O lo que me hace un loco... - Alzó las palmas. - Pero, eh, ¿quién es más loco? ¿El que dice la locura o el que la sigue? - Se dio un par de golpecitos en la sien con el índice. - Piénsalo, Janet Van der Luyden. Al final va a estar todo esto lleno de locos sueltos, pero claro, es muy fácil echarle la culpa siempre al mismo. - Y volvió a reír. Esa chica le daba demasiada rienda suelta a sus tonterías... Y eso le hacía tremendamente feliz. Como nunca había imaginado, en realidad.
Y lo que sí que no imaginaba era esa forma de seguirle el rollo, de verdad que no dejaba de sorprenderle. Se quedó unos segundos parado, solo con una sonrisa de labios entreabiertos por la leve sorpresa, mirándola ofrecerle su mano con ese gesto tan... Tonto. Como él. Era un gesto tonto perfectamente acorde a sus tonterías. - Con una condición: que me confirmes que no estoy soñando. - Dijo en voz alta, comentario que claramente debió quedarse solo en su pensamiento. Rio levemente, más fuerte cuando ella explicó lo de las normas. - Ah, señorita Van der Luyden, por favor. Ya me tenía usted ganado, no hacía falta que me lo vendiera aún mejor diciéndome que contraviene todas las normas. ¡Sabe que contravenir normas es lo mío! - Rio más y agarró su mano, después de encogerse como un colegial cuando le revolvió el pelo y ponerse colorado... Pues eso, como un colegial. Vaya idiota estaba hecho, pero oye... A William nunca le había importado lo que los demás pensaran de él, y de hecho, si Janet pensaba que estaba comportándose como un idiota... Tanto mejor. Si a pesar de eso seguía adelante con su "cita" (¿en serio estaba teniendo una cita apenas días después de llegar? Y sin tener que currárselo siquiera), iba a ser una muy buena, buenísima señal.
La siguió por aquel caos que le hacía mirarlo todos con ojos de niño emocionado, como era él siempre, y se detuvo en seco cuando ella se paró para señalarle. Abrió mucho más los ojos. - ¿¿¿En serio??? - Dijo, emocionado. - ¿Sabes lo que dicen que está construido sin magia también? Las pirámides de Guiza. Pero yo no me lo creo, es decir, es imposible que eso esté hecho sin magia. Las vi hace mucho. Mi tío Martin y mi tía Simone nos llevaron a mi primo Marc, a mi hermana y a mí de pequeños. Bueno, no hace falta que te diga que se arrepintieron. - Se echó a reír. - Cambiamos un par de cosas de sitio. Sin querer. Bueno, jugando. Le causamos más de un quebradero de cabeza a los arqueólogos muggles. Pero, ¡eh! Estaban allí los pobres aburridos, creían que habían descubierto algo. - Hizo una mueca. - Puede que se liara un poco a nivel... Noticias internacionales y eso. Hubo que llamar a los obliviadores. - Hizo un gesto con la mano. - Bah, tonterías infantiles. - El despliegue del Ministerio de Magia egipcio y que casi acusen de delito de negligencia a sus tíos era para William "tonterías infantiles". Él no le vio la gravedad al asunto en su momento y, claramente, seguía sin vérsela.
Se dejó guiar por ella y se le dibujó una sonrisilla cuando le cerró los ojos, junto con un escalofrío. Oyó, tal y como le pedía, y... - Buah... Es impresionante. - Murmuró, de corazón, lleno de emoción. Se giró hacia ella, de nuevo con la sonrisa ladeada y levemente impresionada, y dijo. - En medio de semejante caos... Quien no vea un arce tan bello como tú, es que es un completo idiota. - Encogió un hombro. - Y no es Ravenclaw, eso seguro. - Soltó una carcajada. - Mi madre se pone nerviosa cuando digo estas cosas... - Comentó como si nada, mientras seguía mirando el entorno. Miró donde la chica le señalaba, levantando mucho la cabeza porque estaba altísimo. Rio un poco. - Me apunto lo de la peli. ¿Cómo se llama? ¿Y cómo se ve? - Que ya sabía que los muggles lo de las fotos móviles... Como que no. Así que tenía lagunas sobre eso de las películas. Sonrió ampliamente. - ¿Que si me gusta? - Miró a su alrededor, entre risas. - Me encanta. Es totalmente mi estilo, es increíble, me conoces mejor que yo. Mejor que gente de mi propia familia, eso te lo puedo asegurar. ¿Te he dicho que mi madre me preguntó antes de venir que cuántos trajes traía? - Soltó una carcajada. - Trajes... - Es que, de verdad, era no conocerle. Volvió a mirar al enorme edificio. - Pues si es el lugar más cercano al cielo... Quiero subir. - Dibujó una sonrisa pilla y miró de nuevo a Janet. - Yo soy como Ícaro. Hasta que no me acerque al sol, no ceso de intentarlo. Y ese sitio parece bastante seguro para no quemarse... Sobre todo si voy bien acompañado. - Ladeó la sonrisa y añadió. - Al fin y al cabo, mi secretaria aún no ha consentido que me queme desde que llegué aquí. -
We are
- La eternidad es nuestra:
5490Mensajes :
178Honra :
Ivanka
Alchemist
Link del mensaje
The nearest place to heaven Capítulo III Día 27 de febrero de 1983 a las 20:00 horas en Quinta avenida, Nueva York |
No podía evitar reírse con todo lo que William decía, es que soltaba burradas así sin más, sin pensárselas siquiera, y la cosa es que se las creía. Esperaba que se creyera también eso de que necesitaba más como ella en su vida. Porque quería estarlo, con una necesidad irracional, quería estarlo. Y la cosa es que no parecía darse cuenta (o se estaba quedando con ella, que también podía ser). Le dio la risa floja y se apoyó en el pecho de William, cuando se puso a gritarle a una tal Emma Horner hacia el cielo de Nueva York. — Estás loquísimo. Yo creo que eso es lo que más me gusta de ti. — Aseguró. Luego se mordió el labio inferior. Anda, Jane Van Der Luyden, tremenda afirmación.
Frunció el ceño y negó con la cabeza a lo de sentirse mal. — Pues claro que no… Quiero decir… Me moría por hacerlo, ¿sabes? Me muero por hacer un montón de cosas, pero mi mundo es tan… Pequeño. — No tenía amigos de verdad, al menos ninguno con el que pudiera simplemente salir sin miedo a que sus padres censuraran la amistad, o de que se fuer a chivar de todas y cada una de las cosas que hicieran, entre ellas, subir a edificios nomaj, por el mero placer de hacerlo. Dio un par de saltitos en su sitio de pura felicidad y dijo. — ¡Estamos locos todos! Y ya era hora de que por fin empezara a hacer lo que quiero hacer. ¿Qué más da quién de los dos está más loco? — Tiró de William y siguieron corriendo por la plaza. — No estás soñando. — Dijo agarrándose del brazo de William e inclinándose, para dar vueltas apoyándose en él, levantando el otro brazo. — Y esta noche ya me he saltado las normas más graves del mundo, así que… ¿Qué tal si simplemente no hay normas y ya está? — Preguntó con una risita. Si con lo otro le tenía ganado, con esto le haría feliz, y eso era lo que quería, felicidad absoluta aquella noche.
Se lo llevó hacia un food truck, mientras escuchaba lo que le contaba de las pirámides. — ¿De verdad has estado en Egipto? — Había que fastidiarse, William había visto medio mundo. Mientras él le relataba cuánto la había liado con su hermana, ella compró un poco de todo, para tener una buena muestra de comida neoyorkina que enseñarle. — ¿Cómo que cambiar un par de cosas de sitio? ¿De las pirámides? ¿Y tus tíos que os hicieron? — Abrió mucho los ojos y se tapó la boca. — ¿OBLIVIADORES? — Se tuvo que reír. — Ahora sí empieza a darme miedo ese mini William. Y bueno, yo llego a hacer esas cosas y me matan. — Literalmente, que es lo peor, pensó para sí, pero no quería espantar a William tan pronto.
Se llevó a William a un banco y puso la comida entre los dos, mientras le escuchaba seguir hablando, podría hacer aquello toda la vida, la verdad. — ¿Tu madre no es Ravenclaw? Yo creo que no lo sería tampoco… No soy inteligente, soy maja y buena persona… Eso es lo que siempre he querido que me defina. En oposición a ciertas personas. — Dejó caer. Al final iba a decir más cosas de su familia de las que quería. Para cambiar un poco de tema, señaló la comida entre ellos. — Bueno, como ves, los americanos no comemos muy bien, pero como aquí todo el mundo vive muy deprisa, lo que más comemos es food truck, no puede haber nada más clásico de Nueva York. — Empezó a señalar. — Eso es un sandwich Philadelphia, hamburguesa con queso y bacon, patatas cuatro salsas y perrito caliente con ketchup, mostaza y cebolla frita. — Luego señaló la bebida. — Y esto es coca-cola, lo más importante que han inventado los nomajs americanos, pruébala, verás. — Incitó con una sonrisilla.
Cruzó las piernas y miró el Empire State con ojos soñadores desde allí, mientras se comía una patata. — Algo para recordar, así se llama la peli. Es de dos que se conocen en un barco llegando a Nueva York, con la Estatua de la Libertad justo al lado… Y deciden poner en orden sus vidas y encontrarse encima del Empire State, porque es el sitio más cercano al cielo, a sus sueños… — Ladeó una sonrisa. Mucho tendría ella que poner en orden en su vida para poder irse con quien quisiera. Y la peli era muy dramática a partir de ahí y, de nuevo, no quería asustar a William. Demasiadas cosas para asustar a William, en general, ¿no? — Se ven en el cine. Es una sala, con una pantalla gigante donde sale la historia. Como un teatro, pero la gente solo ha actuado una vez, cuando se hizo la peli, y la ponen una y otra vez. Esa es un poco antigua ya, pero hay cines especializados en ellas. En la próxima cita te llevo. — Bueno, acababa de deducir que estaban de cita y que iba a haber una próxima. — Quiero decir… Si… Quieres tú, claro… ¿Has visto los aros de cebolla? — Dijo cogiendo la caja con ellos, que se había quedado un poco oculta entre los demás. Menos mal que William era fácil de distraer que si no… Se giró para volver a mirar el edificio y sonrió. — Solo llevas aquí cinco días… Espérate que a lo mejor nos quemamos los dos. — Dijo en tono de broma. Pero acercarse demasiado a ella era peligroso, y Janet lo sabía lo estaba permitiendo… No es como que pudiera evitarlo, no con William. — Pero me encanta esa metáfora, esa historia. Y sí, te pareces mucho a Ícaro. — Sonrió a lo de que quería subir. — Sí, otro día, a la hora de comer en el MACUSA salimos al edificio. Ahora es que está cerrado, y con un Alohomora bastaría, y un Confundus a los guardias, pero es que está todo apagado por dentro, no podríamos usar los ascensores. — Rio y negó con la cabeza. — Y no quiero hacerte subir andando hasta ahí. — Terminó, señalando lo más alto.
Frunció el ceño y negó con la cabeza a lo de sentirse mal. — Pues claro que no… Quiero decir… Me moría por hacerlo, ¿sabes? Me muero por hacer un montón de cosas, pero mi mundo es tan… Pequeño. — No tenía amigos de verdad, al menos ninguno con el que pudiera simplemente salir sin miedo a que sus padres censuraran la amistad, o de que se fuer a chivar de todas y cada una de las cosas que hicieran, entre ellas, subir a edificios nomaj, por el mero placer de hacerlo. Dio un par de saltitos en su sitio de pura felicidad y dijo. — ¡Estamos locos todos! Y ya era hora de que por fin empezara a hacer lo que quiero hacer. ¿Qué más da quién de los dos está más loco? — Tiró de William y siguieron corriendo por la plaza. — No estás soñando. — Dijo agarrándose del brazo de William e inclinándose, para dar vueltas apoyándose en él, levantando el otro brazo. — Y esta noche ya me he saltado las normas más graves del mundo, así que… ¿Qué tal si simplemente no hay normas y ya está? — Preguntó con una risita. Si con lo otro le tenía ganado, con esto le haría feliz, y eso era lo que quería, felicidad absoluta aquella noche.
Se lo llevó hacia un food truck, mientras escuchaba lo que le contaba de las pirámides. — ¿De verdad has estado en Egipto? — Había que fastidiarse, William había visto medio mundo. Mientras él le relataba cuánto la había liado con su hermana, ella compró un poco de todo, para tener una buena muestra de comida neoyorkina que enseñarle. — ¿Cómo que cambiar un par de cosas de sitio? ¿De las pirámides? ¿Y tus tíos que os hicieron? — Abrió mucho los ojos y se tapó la boca. — ¿OBLIVIADORES? — Se tuvo que reír. — Ahora sí empieza a darme miedo ese mini William. Y bueno, yo llego a hacer esas cosas y me matan. — Literalmente, que es lo peor, pensó para sí, pero no quería espantar a William tan pronto.
Se llevó a William a un banco y puso la comida entre los dos, mientras le escuchaba seguir hablando, podría hacer aquello toda la vida, la verdad. — ¿Tu madre no es Ravenclaw? Yo creo que no lo sería tampoco… No soy inteligente, soy maja y buena persona… Eso es lo que siempre he querido que me defina. En oposición a ciertas personas. — Dejó caer. Al final iba a decir más cosas de su familia de las que quería. Para cambiar un poco de tema, señaló la comida entre ellos. — Bueno, como ves, los americanos no comemos muy bien, pero como aquí todo el mundo vive muy deprisa, lo que más comemos es food truck, no puede haber nada más clásico de Nueva York. — Empezó a señalar. — Eso es un sandwich Philadelphia, hamburguesa con queso y bacon, patatas cuatro salsas y perrito caliente con ketchup, mostaza y cebolla frita. — Luego señaló la bebida. — Y esto es coca-cola, lo más importante que han inventado los nomajs americanos, pruébala, verás. — Incitó con una sonrisilla.
Cruzó las piernas y miró el Empire State con ojos soñadores desde allí, mientras se comía una patata. — Algo para recordar, así se llama la peli. Es de dos que se conocen en un barco llegando a Nueva York, con la Estatua de la Libertad justo al lado… Y deciden poner en orden sus vidas y encontrarse encima del Empire State, porque es el sitio más cercano al cielo, a sus sueños… — Ladeó una sonrisa. Mucho tendría ella que poner en orden en su vida para poder irse con quien quisiera. Y la peli era muy dramática a partir de ahí y, de nuevo, no quería asustar a William. Demasiadas cosas para asustar a William, en general, ¿no? — Se ven en el cine. Es una sala, con una pantalla gigante donde sale la historia. Como un teatro, pero la gente solo ha actuado una vez, cuando se hizo la peli, y la ponen una y otra vez. Esa es un poco antigua ya, pero hay cines especializados en ellas. En la próxima cita te llevo. — Bueno, acababa de deducir que estaban de cita y que iba a haber una próxima. — Quiero decir… Si… Quieres tú, claro… ¿Has visto los aros de cebolla? — Dijo cogiendo la caja con ellos, que se había quedado un poco oculta entre los demás. Menos mal que William era fácil de distraer que si no… Se giró para volver a mirar el edificio y sonrió. — Solo llevas aquí cinco días… Espérate que a lo mejor nos quemamos los dos. — Dijo en tono de broma. Pero acercarse demasiado a ella era peligroso, y Janet lo sabía lo estaba permitiendo… No es como que pudiera evitarlo, no con William. — Pero me encanta esa metáfora, esa historia. Y sí, te pareces mucho a Ícaro. — Sonrió a lo de que quería subir. — Sí, otro día, a la hora de comer en el MACUSA salimos al edificio. Ahora es que está cerrado, y con un Alohomora bastaría, y un Confundus a los guardias, pero es que está todo apagado por dentro, no podríamos usar los ascensores. — Rio y negó con la cabeza. — Y no quiero hacerte subir andando hasta ahí. — Terminó, señalando lo más alto.
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
- Golden Shields:
Alice Gallia
Cause' Alice does belong with Marcus
Ante todo, amigos
Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
[/center]
- Juntos, somos el Todo:
- 16 de enero de 2002:
3069Mensajes :
20Honra :
Freyja
Alchemist
Link del mensaje
The nearest place to heaven Capítulo III Día 27 de febrero de 1983 a las 20:00 horas en Quinta avenida, Nueva York |
La miró con un punto de sorpresa y mucha dosis de cariño, apenas un par de segundos, y después soltó una única carcajada. - Jane Van Der Luyden... eso es lo más loco que he oído. - Y empezaba a gustarle mucho, demasiado. Como muchísimo. Que una chica dijera que su locura era lo que más le gustaba de él era la primera vez que lo escuchaba, y había estado con muchas. Le habían dicho "me gustas a pesar de lo loco que estás", y eso no era para nada lo mismo. No era lo mismo en absoluto. Esa chica veía más en él de lo que hubiera visto nunca antes otra gente.
Miró hacia arriba, reflexionando sobre las palabras de la mujer. Quizás debería estar atendiendo y siendo comprensivo, pero así era William: ante todo lo que escuchaba, divagaba. - El mío es enorme. - Reflexionó en voz alta. - Pero porque lo tengo aquí. - Dijo ya mirándola y tocándose con un índice en la sien. - Tu mente es lo único que nunca se puede enjaular, señorita Van Der Luyden. Tu mente es libre, y es como... una casa a la que señalar con la varita y hacer, ¡Engorgio!, en cada una de las habitaciones. ¡Mobile!, a las paredes. Y todo se hace más y más grande. - Ladeó varias veces la cabeza, pensando otra vez. - Pero no seas como yo y acumules más basurilla de la cuenta, que luego da mucha pereza limpiarla. - Se echó a reír. - Alguien debería inventar algo así como un elfo doméstico que pudieras meter en tu cabeza y dar un repasito de vez en cuando, a ver qué sobra. Aunque, siendo yo, seguro que me tira algo que estoy usando y a lo que solo yo le encontraría utilidad. - A ver si iba a pasarse de locuras dichas y Janet iba a salir huyendo en dirección contraria.
Pero, lejos de ello, la chica saltó en su sitio y celebró lo locos que estaban los dos, lo cual le hizo reír a carcajadas. - Empiezo a preocuparme, Janet, de cómo de loca tienes que estar para plantearte que estés peor que yo. - Y entonces ella tiró de él, corriendo por la plaza y girando agarrada de su brazo, y William solo podía mirarla, dejarse arrastrar, reír y sonreírle, mientras la miraba con ojos alucinados y emocionados. - ¡Hoy no hay normas! Te digo más, ¡que no haya nunca normas! ¡Al cuerno las normas! - Rio. - Janet Van Der Luyden, cuando estemos juntos sin nadie más, ¡no hay normas! Y, para hacer la locura más grande y adentrarnos en el maravilloso mundo de las paradojas, diré que: ¡esto es una norma, impuesta ahora mismo por tu superior! - Volvió a reír a carcajadas. Es que solo de pensar que él pudiera ser el superior de alguien ya le daba la risa, no se lo tomaba ni un poquito en serio. Y con Janet podía permitirse el lujo de que fuera todo aún más divertido.
Movió la mano, restándole importancia, mientras tomaba la comida que la mujer le ofrecía, mirándola con curiosidad. - Ah, bueno, mientras que el que te de miedo sea el mini William y no el súper William que tienes delante ahora... ¿Qué es esto, por cierto? - Lo dicho, ni un poquito de importancia, estaba más pendiente de la comida. Y eso que él no era especialmente comilón, pero todo lo que fuera nuevo llamaba su atención. - Mmm... Sabe como a tomate, pero más dulce. Y tiene color de tomate, de hecho. Pero no son así las patatas con tomate que se comen en mi país... ¡Oh, ya me acuerdo! ¿Es kétchup, verdad? - Rio. - Aquí oigo hablar de él por todas partes, pero aún no lo había probado. Los magos ingleses tienen solo cuatro comidas y este condimento no está incluido en ninguna de ellas. - Dijo entre risas, y se sentó junto a Janet en un banco para ponerse a picotear de lo que había traído.
Rio otra vez. - No, mi madre no es Ravenclaw. Es Slytherin, pura y dura además, le faltan las escamas. - Se llevó otra patata a la boca. - Permíteme que dude de que no eres inteligente. No muy avispada discriminando los grados de la locura, puede. - Bromeó, entre risas. - Pero eres muy lista, y ordenada, y sobre todo muy trabajadora. Y muy maja. Y risueña. - La señaló y puso voz de sombrero seleccionador, diciendo. - ¡Hufflepuff! - Rio, y luego se dio cuenta de la tontería que había hecho, porque a lo mejor no tenían sombrero seleccionador en Ilvermorny y acababa de hacer el tonto. Otra vez. - Mi padre también es Hufflepuff. Es la casa de los bondadosos de corazón, los sociables, los majos en general. Y de la fiesta, ¡ah! Las fiestas de Hufflepuff. Qué buena sala común... Ni veces que me ha sacado mi prefecto de allí de las orejas. Todos mis prefectos. Mi mejor amigo incluido. Bueno, no, mandó a la novia, la prefecta de Slytherin, que esa no tenía problema en entrar en cada zona del castillo como si fuera suya, porque a él le iba a salir una urticaria si pisaba la sala común de otros. - Rio, comiéndose otra patata.
- ¿Cuatro salsas? Y yo que solo había detectado el kétchup, y eso que ya está ahí más separado que en las patatas. - Dijo señalando la salchicha en un pan a la que Janet había denominado perrito caliente. - Un inglés no es el más indicado para hablar de buena comida, aunque mi madre la no-Ravenclaw-pero-sí-muy-Slytherin empezaría a quejarse en comparación con Francia. Como si ella fuera de allí. Aunque se ve todo bastante grasiento, me vas a tener que levitar hasta la cima del edificio ese tan alto, Janet. Que no voy a poder llevarme a mí mismo. - Dijo entre risas, pero luego probó la hamburguesa. - ¡Hmm! Oye, pero esto está muy bueno. - Dijo casi con la boca llena aún. Debía estar quedando divinamente, entre hablar con la boca llena y no parar de decir tonterías... Fue entonces a probar la bebida y, de primer sorbo, tosió un poco, pero lo intentó de nuevo. - ¡¡Wow!! ¿Qué hechizo lleva esto? Ah, claro, me has dicho que es muggle. ¡Pero cuántas burbujitas! Me gustan las cosas que burbujean. ¡Voy a mirar qué lleva! - Se puso a mirar la etiqueta del recipiente, ceñudo y concentrado. Durante diez segundos, al menos. - ¡Eh! ¿Cómo que receta secreta? Eso no puede ser, eso lo averiguo yo. - Siguió leyendo, hasta que llegó a ese ingrediente que le hizo estallar en una carcajada. - ¡Cafeína! ¡Janet, me has dado cafeína! - Siguió riendo a voces. - Voy a llevarme cien de estas y a volver locos a mi familia y amigos. "¿¿Pero qué le pasa?? ¡¡No le hemos dado café!!" - Rio de nuevo. En serio, William con una bebida de esas podía ser un peligro.
Escuchó a Janet con atención mientras él comía y ella narraba de qué iba la película y dónde podían verla. Cuando dijo que "en la próxima cita le llevaría", sonrió ampliamente. - Me gusta que haya... cines especializados en películas antiguas. - Lo que le gustaba que hubiera era una siguiente cita con Janet, pero estaba jugando a dejar el mensaje en el aire, sin perder la sonrisilla traviesa que le caracterizaba. - ¿Aros de cebolla? Suena deliciosamente sencillo. - Bromeó jovial, comiéndose uno. - Hm, me gustan... Otra cosa que me gusta. Cuántas cosas que me gustan últimamente. - Desde luego que era el rey de las indirectas, le faltaba poner una pancarta con luces encima de su cabeza.
- Oh ¿crees que me parezco a Ícaro? - Se frotó el pelo con expresión graciosa. - ¿Es por lo imprudente o por lo rubio? - Rio. - Y si me quemo, no me importará. Habrá merecido la pena, seguro. Tendré una aventura que contar al respecto. Solo espero no estrellarme en una gran caída, pero perfeccionando lo suficiente los métodos para volar... Las vistas serán espectaculares, y la anécdota, la mejor de mi vida. - La miró sonriendo, pero chistó con fingido fastidio. - Vaya, ha sido pedirte que me subas tú, y ya te has echado atrás. - Bromeó. - Así que bastaría con un Alohomora y un Confundus... A priori parece fácil. - Para nada, pero en la mente de William, por supuesto que sí. - ¿Ascensores? ¡Quién necesita electricidad! Los del Ministerio funcionan con magia. - Se reajustó en el asiento, mirando a Janet con una sonrisilla astuta y los ojos entornados, y le dijo, acercándose la hamburguesa a la boca, justo antes de darle un bocado. - ¿Tú quieres subir, Jane Van Der Luyden? En ese caso, déjame a mí. No sería un buen Ícaro si no fuese capaz de alcanzar las alturas, por imprudente que parezca a simple vista. El mundo es de los soñadores. Y de los locos. No lo olvides. -
Miró hacia arriba, reflexionando sobre las palabras de la mujer. Quizás debería estar atendiendo y siendo comprensivo, pero así era William: ante todo lo que escuchaba, divagaba. - El mío es enorme. - Reflexionó en voz alta. - Pero porque lo tengo aquí. - Dijo ya mirándola y tocándose con un índice en la sien. - Tu mente es lo único que nunca se puede enjaular, señorita Van Der Luyden. Tu mente es libre, y es como... una casa a la que señalar con la varita y hacer, ¡Engorgio!, en cada una de las habitaciones. ¡Mobile!, a las paredes. Y todo se hace más y más grande. - Ladeó varias veces la cabeza, pensando otra vez. - Pero no seas como yo y acumules más basurilla de la cuenta, que luego da mucha pereza limpiarla. - Se echó a reír. - Alguien debería inventar algo así como un elfo doméstico que pudieras meter en tu cabeza y dar un repasito de vez en cuando, a ver qué sobra. Aunque, siendo yo, seguro que me tira algo que estoy usando y a lo que solo yo le encontraría utilidad. - A ver si iba a pasarse de locuras dichas y Janet iba a salir huyendo en dirección contraria.
Pero, lejos de ello, la chica saltó en su sitio y celebró lo locos que estaban los dos, lo cual le hizo reír a carcajadas. - Empiezo a preocuparme, Janet, de cómo de loca tienes que estar para plantearte que estés peor que yo. - Y entonces ella tiró de él, corriendo por la plaza y girando agarrada de su brazo, y William solo podía mirarla, dejarse arrastrar, reír y sonreírle, mientras la miraba con ojos alucinados y emocionados. - ¡Hoy no hay normas! Te digo más, ¡que no haya nunca normas! ¡Al cuerno las normas! - Rio. - Janet Van Der Luyden, cuando estemos juntos sin nadie más, ¡no hay normas! Y, para hacer la locura más grande y adentrarnos en el maravilloso mundo de las paradojas, diré que: ¡esto es una norma, impuesta ahora mismo por tu superior! - Volvió a reír a carcajadas. Es que solo de pensar que él pudiera ser el superior de alguien ya le daba la risa, no se lo tomaba ni un poquito en serio. Y con Janet podía permitirse el lujo de que fuera todo aún más divertido.
Movió la mano, restándole importancia, mientras tomaba la comida que la mujer le ofrecía, mirándola con curiosidad. - Ah, bueno, mientras que el que te de miedo sea el mini William y no el súper William que tienes delante ahora... ¿Qué es esto, por cierto? - Lo dicho, ni un poquito de importancia, estaba más pendiente de la comida. Y eso que él no era especialmente comilón, pero todo lo que fuera nuevo llamaba su atención. - Mmm... Sabe como a tomate, pero más dulce. Y tiene color de tomate, de hecho. Pero no son así las patatas con tomate que se comen en mi país... ¡Oh, ya me acuerdo! ¿Es kétchup, verdad? - Rio. - Aquí oigo hablar de él por todas partes, pero aún no lo había probado. Los magos ingleses tienen solo cuatro comidas y este condimento no está incluido en ninguna de ellas. - Dijo entre risas, y se sentó junto a Janet en un banco para ponerse a picotear de lo que había traído.
Rio otra vez. - No, mi madre no es Ravenclaw. Es Slytherin, pura y dura además, le faltan las escamas. - Se llevó otra patata a la boca. - Permíteme que dude de que no eres inteligente. No muy avispada discriminando los grados de la locura, puede. - Bromeó, entre risas. - Pero eres muy lista, y ordenada, y sobre todo muy trabajadora. Y muy maja. Y risueña. - La señaló y puso voz de sombrero seleccionador, diciendo. - ¡Hufflepuff! - Rio, y luego se dio cuenta de la tontería que había hecho, porque a lo mejor no tenían sombrero seleccionador en Ilvermorny y acababa de hacer el tonto. Otra vez. - Mi padre también es Hufflepuff. Es la casa de los bondadosos de corazón, los sociables, los majos en general. Y de la fiesta, ¡ah! Las fiestas de Hufflepuff. Qué buena sala común... Ni veces que me ha sacado mi prefecto de allí de las orejas. Todos mis prefectos. Mi mejor amigo incluido. Bueno, no, mandó a la novia, la prefecta de Slytherin, que esa no tenía problema en entrar en cada zona del castillo como si fuera suya, porque a él le iba a salir una urticaria si pisaba la sala común de otros. - Rio, comiéndose otra patata.
- ¿Cuatro salsas? Y yo que solo había detectado el kétchup, y eso que ya está ahí más separado que en las patatas. - Dijo señalando la salchicha en un pan a la que Janet había denominado perrito caliente. - Un inglés no es el más indicado para hablar de buena comida, aunque mi madre la no-Ravenclaw-pero-sí-muy-Slytherin empezaría a quejarse en comparación con Francia. Como si ella fuera de allí. Aunque se ve todo bastante grasiento, me vas a tener que levitar hasta la cima del edificio ese tan alto, Janet. Que no voy a poder llevarme a mí mismo. - Dijo entre risas, pero luego probó la hamburguesa. - ¡Hmm! Oye, pero esto está muy bueno. - Dijo casi con la boca llena aún. Debía estar quedando divinamente, entre hablar con la boca llena y no parar de decir tonterías... Fue entonces a probar la bebida y, de primer sorbo, tosió un poco, pero lo intentó de nuevo. - ¡¡Wow!! ¿Qué hechizo lleva esto? Ah, claro, me has dicho que es muggle. ¡Pero cuántas burbujitas! Me gustan las cosas que burbujean. ¡Voy a mirar qué lleva! - Se puso a mirar la etiqueta del recipiente, ceñudo y concentrado. Durante diez segundos, al menos. - ¡Eh! ¿Cómo que receta secreta? Eso no puede ser, eso lo averiguo yo. - Siguió leyendo, hasta que llegó a ese ingrediente que le hizo estallar en una carcajada. - ¡Cafeína! ¡Janet, me has dado cafeína! - Siguió riendo a voces. - Voy a llevarme cien de estas y a volver locos a mi familia y amigos. "¿¿Pero qué le pasa?? ¡¡No le hemos dado café!!" - Rio de nuevo. En serio, William con una bebida de esas podía ser un peligro.
Escuchó a Janet con atención mientras él comía y ella narraba de qué iba la película y dónde podían verla. Cuando dijo que "en la próxima cita le llevaría", sonrió ampliamente. - Me gusta que haya... cines especializados en películas antiguas. - Lo que le gustaba que hubiera era una siguiente cita con Janet, pero estaba jugando a dejar el mensaje en el aire, sin perder la sonrisilla traviesa que le caracterizaba. - ¿Aros de cebolla? Suena deliciosamente sencillo. - Bromeó jovial, comiéndose uno. - Hm, me gustan... Otra cosa que me gusta. Cuántas cosas que me gustan últimamente. - Desde luego que era el rey de las indirectas, le faltaba poner una pancarta con luces encima de su cabeza.
- Oh ¿crees que me parezco a Ícaro? - Se frotó el pelo con expresión graciosa. - ¿Es por lo imprudente o por lo rubio? - Rio. - Y si me quemo, no me importará. Habrá merecido la pena, seguro. Tendré una aventura que contar al respecto. Solo espero no estrellarme en una gran caída, pero perfeccionando lo suficiente los métodos para volar... Las vistas serán espectaculares, y la anécdota, la mejor de mi vida. - La miró sonriendo, pero chistó con fingido fastidio. - Vaya, ha sido pedirte que me subas tú, y ya te has echado atrás. - Bromeó. - Así que bastaría con un Alohomora y un Confundus... A priori parece fácil. - Para nada, pero en la mente de William, por supuesto que sí. - ¿Ascensores? ¡Quién necesita electricidad! Los del Ministerio funcionan con magia. - Se reajustó en el asiento, mirando a Janet con una sonrisilla astuta y los ojos entornados, y le dijo, acercándose la hamburguesa a la boca, justo antes de darle un bocado. - ¿Tú quieres subir, Jane Van Der Luyden? En ese caso, déjame a mí. No sería un buen Ícaro si no fuese capaz de alcanzar las alturas, por imprudente que parezca a simple vista. El mundo es de los soñadores. Y de los locos. No lo olvides. -
We are
- La eternidad es nuestra:
5490Mensajes :
178Honra :
Ivanka
Alchemist
Link del mensaje
The nearest place to heaven Capítulo III Día 27 de febrero de 1983 a las 20:00 horas en Quinta avenida, Nueva York |
Escuchaba deleitada las palabras de William, y no quería ni imaginarse la cara de boba que debía lucir. — Es increíble oír a un genio hablar así de cómo funciona su cerebro. — Si llega a tener algo en la boca, se le cae de lo embelesada que la tenía. Por suerte, había dejado de comer, solo quería escucharle sin parar. Se rio a lo del elfo, eso sí. — Yo creo que… Con que tuvieras alguien que te conociera… Que supiera todo lo que puedes hacer con tus ideas… No lo tiraría, simplemente lo pondría en pie. — Se encogió de hombros y paseó la mirada por la plaza Rockefeller como quien no quería la cosa, comiéndose distraídamente una patata.
Volvió a la tierra para reírse de lo de que estaba loca. — Supongo que lo estoy… O estaría dispuesta a hacer locuras… Si encontrara un buen motivo. — Le miró y sonrió. — En mis pocos años de vida, no es que no se me hayan ocurrido locuras, es que no he encontrado un buen motivo para hacerlas. — Apretó los labios. — No merecían la pena las consecuencias. Hasta que sí lo hicieron. Mereció la pena pedirle a mi padre que me dejara trabajar, y gané estos años de libertad… Aunque luego quizá sea peor. No sé, prefiero no pensarlo. — Y de hecho, ya hizo William que se riera otra vez con lo de las normas. — Me encanta cuando dices cosas que no tienen sentido, pero al decirlas tú si lo tienen, no puedo explicarlo. — Aseguró entre risas. — Ojalá todos los superiores fueran como tú, desde luego. —
William dejó pasar bastante el tema de Egipto y preguntó por la comida. — Efectivamente, es ketchup, ¿no lo usáis de verdad en Inglaterra? — Entornó los ojos y sonrió. — No creo que ningún americano sepa cocinar sin ketchup. — Arrugó un poco el gesto y ladeó la cabeza. — Sí, la comida de aquí no es lo mejor que te puedas encontrar, garantizado. La italiana es mucho mejor, a efectos de caer pesada al estómago, desde luego. —
Se rio al oírle decir aquello de su madre, y se limitó a mirarle, con la mirada más atenta y la sonrisa más dulce que podía poner, mientras un hombre como aquel la describía a ella, a Janet, de esa forma… — Creo que nadie, en mi vida, me ha… Visto, tanto como me ves tú. — Sonrió mucho y dijo, soñadora. — Ojalá hubiera sido Hufflepuff de verdad… Hubiera ido a un cole lleno de gente como tú y lejos de mi familia… — Sí, empezaba a pensar que ese había sido todo el problema de su vida, haber tenido a su familia y el miedo que le provocaban siempre sobre ella. — Me gusta Hufflepuff, definitivamente, y no suena tan distinta a Pukwudgie. ¿Crees que cogerán en Hogwarts a alumnas de diecinueve casi veinte años? — Preguntó con una risa. No, en serio, ojalá pudiera, ni se lo pensaba, vaya. Sobre todo para vivir historias como las que relataba William de salas comunes, y amigos que se mosqueaban unos a otros sin mayor consecuencia que… Ese ratito.
Volvió a centrar la atención en la comida (así era William, un partido de quidditch permanente en cuanto a la atención a los temas) y no pudo más que darle la razón. — Sí, no es ningún manjar, pero es extrañamente adictiva, eh. Claro, que no tendría nada que hacer contra la francesa obviamente… Nunca he probado comida francesa, eso sí… — Dejó caer, no supo muy bien por qué. Bueno sí, en su fuero interno sí lo sabía, porque quería que William le dijera “yo te llevo a mi casa de Francia a probarla” así sin más. Eso sí, la clara ganadora era la coca-cola. — Dicen que la receta de la coca-cola es nuestra mejor arma contra los rusos, estaría gracioso que lo descubrieras tú, precisamente… — Y se echó a reír. Aunque se le cortó la risa bien rápido con lo de la cafeína. — ¡No había caído para nada! — Le miró cautelosa, pero al final puso media sonrisilla. — Pero alguien me había dicho que sin normas, ¿no? Y ese alguien es mi superior… Debería predicar con el ejemplo. — Se caía mejor a sí misma hablando con William. Era más natural y divertida, y se reía mucho con las cosas del hombre, como aquello de volver locos a su familia y amigos.
Sonrió con dulzura y asintió a la pregunta sobre Ícaro. — Mucho. — Y alzó las cejas, como confirmando su teoría, al oír la respuesta. — Pues creo que te has contestado tú solo. — Rio y le apartó el pelo de la frente, peinándolo con los dedos. — Pero sí que eres muy rubito. — No sabía ni qué le había llevado a hacer eso, no se reconocía. Pero es que William le invitaba a ser… Así, impulsiva. No obstante, sí que se arrepintió un poco de haberse venido tanto arriba y se apoyó sobre su propio brazo, mirando a la nada, sobre el banco. — Tu mente es maravillosa, William, pero… Quizá… No siempre merecen la pena las vistas. Supongo que… Especialmente para los que te están esperando abajo. — Y no es que quisiera autoinvitarse a ser de los de abajo, pero… Mucho se temía que eso estaba empezando a ser.
Rio incrédula a William. — Claro que quiero subir, es mi sitio… — Pero no la dejó terminar, le sacó otra risa, esta vez alucinada. — ¿Lo dices… En serio? — Volvió a reírse y miró a lo alto del Empire State, mordiéndose el labio inferior. ¿Lo estaba diciendo en serio? A ver, William parecía siempre que, dentro de su locura, hablaba bastante en serio… ¿En qué estaba pensando? Le tendió la mano y la agarró, como si fuera a lanzarse al abismo con él. — Quiero subir. Súbeme tú, señor Ícaro. — Le guiñó un ojo y se levantó, tirando de él en dirección a la puerta del edificio. Se situó en uno de los arbustos de los grandes parterres de la acera y señaló a los de seguridad. — Mira, a esos es a los que hay que hacer el Confundus… La puerta ya ves que es de cristal, muy sencilla… La cosa es que dentro, probablemente, haya otro u otros haciendo ronda alrededor, pero con estar atentos bastaría… — Miró al hombre con cara pillina. — ¿Crees que podemos hacerlo? ¿Y seguro que podrás hacer funcionar el ascensor? —
Volvió a la tierra para reírse de lo de que estaba loca. — Supongo que lo estoy… O estaría dispuesta a hacer locuras… Si encontrara un buen motivo. — Le miró y sonrió. — En mis pocos años de vida, no es que no se me hayan ocurrido locuras, es que no he encontrado un buen motivo para hacerlas. — Apretó los labios. — No merecían la pena las consecuencias. Hasta que sí lo hicieron. Mereció la pena pedirle a mi padre que me dejara trabajar, y gané estos años de libertad… Aunque luego quizá sea peor. No sé, prefiero no pensarlo. — Y de hecho, ya hizo William que se riera otra vez con lo de las normas. — Me encanta cuando dices cosas que no tienen sentido, pero al decirlas tú si lo tienen, no puedo explicarlo. — Aseguró entre risas. — Ojalá todos los superiores fueran como tú, desde luego. —
William dejó pasar bastante el tema de Egipto y preguntó por la comida. — Efectivamente, es ketchup, ¿no lo usáis de verdad en Inglaterra? — Entornó los ojos y sonrió. — No creo que ningún americano sepa cocinar sin ketchup. — Arrugó un poco el gesto y ladeó la cabeza. — Sí, la comida de aquí no es lo mejor que te puedas encontrar, garantizado. La italiana es mucho mejor, a efectos de caer pesada al estómago, desde luego. —
Se rio al oírle decir aquello de su madre, y se limitó a mirarle, con la mirada más atenta y la sonrisa más dulce que podía poner, mientras un hombre como aquel la describía a ella, a Janet, de esa forma… — Creo que nadie, en mi vida, me ha… Visto, tanto como me ves tú. — Sonrió mucho y dijo, soñadora. — Ojalá hubiera sido Hufflepuff de verdad… Hubiera ido a un cole lleno de gente como tú y lejos de mi familia… — Sí, empezaba a pensar que ese había sido todo el problema de su vida, haber tenido a su familia y el miedo que le provocaban siempre sobre ella. — Me gusta Hufflepuff, definitivamente, y no suena tan distinta a Pukwudgie. ¿Crees que cogerán en Hogwarts a alumnas de diecinueve casi veinte años? — Preguntó con una risa. No, en serio, ojalá pudiera, ni se lo pensaba, vaya. Sobre todo para vivir historias como las que relataba William de salas comunes, y amigos que se mosqueaban unos a otros sin mayor consecuencia que… Ese ratito.
Volvió a centrar la atención en la comida (así era William, un partido de quidditch permanente en cuanto a la atención a los temas) y no pudo más que darle la razón. — Sí, no es ningún manjar, pero es extrañamente adictiva, eh. Claro, que no tendría nada que hacer contra la francesa obviamente… Nunca he probado comida francesa, eso sí… — Dejó caer, no supo muy bien por qué. Bueno sí, en su fuero interno sí lo sabía, porque quería que William le dijera “yo te llevo a mi casa de Francia a probarla” así sin más. Eso sí, la clara ganadora era la coca-cola. — Dicen que la receta de la coca-cola es nuestra mejor arma contra los rusos, estaría gracioso que lo descubrieras tú, precisamente… — Y se echó a reír. Aunque se le cortó la risa bien rápido con lo de la cafeína. — ¡No había caído para nada! — Le miró cautelosa, pero al final puso media sonrisilla. — Pero alguien me había dicho que sin normas, ¿no? Y ese alguien es mi superior… Debería predicar con el ejemplo. — Se caía mejor a sí misma hablando con William. Era más natural y divertida, y se reía mucho con las cosas del hombre, como aquello de volver locos a su familia y amigos.
Sonrió con dulzura y asintió a la pregunta sobre Ícaro. — Mucho. — Y alzó las cejas, como confirmando su teoría, al oír la respuesta. — Pues creo que te has contestado tú solo. — Rio y le apartó el pelo de la frente, peinándolo con los dedos. — Pero sí que eres muy rubito. — No sabía ni qué le había llevado a hacer eso, no se reconocía. Pero es que William le invitaba a ser… Así, impulsiva. No obstante, sí que se arrepintió un poco de haberse venido tanto arriba y se apoyó sobre su propio brazo, mirando a la nada, sobre el banco. — Tu mente es maravillosa, William, pero… Quizá… No siempre merecen la pena las vistas. Supongo que… Especialmente para los que te están esperando abajo. — Y no es que quisiera autoinvitarse a ser de los de abajo, pero… Mucho se temía que eso estaba empezando a ser.
Rio incrédula a William. — Claro que quiero subir, es mi sitio… — Pero no la dejó terminar, le sacó otra risa, esta vez alucinada. — ¿Lo dices… En serio? — Volvió a reírse y miró a lo alto del Empire State, mordiéndose el labio inferior. ¿Lo estaba diciendo en serio? A ver, William parecía siempre que, dentro de su locura, hablaba bastante en serio… ¿En qué estaba pensando? Le tendió la mano y la agarró, como si fuera a lanzarse al abismo con él. — Quiero subir. Súbeme tú, señor Ícaro. — Le guiñó un ojo y se levantó, tirando de él en dirección a la puerta del edificio. Se situó en uno de los arbustos de los grandes parterres de la acera y señaló a los de seguridad. — Mira, a esos es a los que hay que hacer el Confundus… La puerta ya ves que es de cristal, muy sencilla… La cosa es que dentro, probablemente, haya otro u otros haciendo ronda alrededor, pero con estar atentos bastaría… — Miró al hombre con cara pillina. — ¿Crees que podemos hacerlo? ¿Y seguro que podrás hacer funcionar el ascensor? —
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
- Golden Shields:
Alice Gallia
Cause' Alice does belong with Marcus
Ante todo, amigos
Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
[/center]
- Juntos, somos el Todo:
- 16 de enero de 2002:
3069Mensajes :
20Honra :
Freyja
Alchemist
Link del mensaje
The nearest place to heaven Capítulo III Día 27 de febrero de 1983 a las 20:00 horas en Quinta avenida, Nueva York |
Se quedó pensativo, sopesando sus palabras. Todo el tiempo que William podía estar en silencio sopesando, que no era demasiado. - Una aclaración de concepto, Janet. - Se giró y la miró, fingiendo una seriedad que no se creía ni él, y alzando el índice como quien va a hacer una proclama. - Si hay que buscar un buen motivo para hacerla, entonces no es una locura. ¡Esa es la gracia de las locuras! ¡Que se hacen porque sí! - Eso último lo coronó con una risa de satisfacción con su propio argumento. Pero Janet estaba hablando en serio, así que mejor dejaba de decir tonterías y escuchaba (por Merlín, cuántas veces se habría dicho a sí mismo eso). La diferencia entre Janet y todos los demás... es que, con ella, era capaz de hacerlo. Centrarse. Escuchar. Quedarse calladito atendiendo y no divagar por ahí. Tenía algo que le anclaba a sus palabras y a mirarla, y dudaba que fuera simplemente su belleza. Janet era bonita, sí... pero no solo por fuera. Sus palabras la hacían más bonita todavía.
Lástima que fuera una belleza que sonaba tan triste. Pero como William era, en esencia, William, no tardó en engancharse al cambio de rumbo y romper a reír. - O sea que, según tú, lo que yo digo no tiene ningún sentido pero, por el hecho de decirlo yo, tiene sentido... Interesante. Y sin ningún sentido. Me gusta. Pienso ir diciéndolo por ahí. - Y se llevó una patata a la boca abriéndola mucho, con ojos soñadores que miraban al cielo como si ya pudiera fantasear con toda la gente que iba a ponerle cara de desconcierto cuando le oyera decir eso.
Que nunca nadie la había visto como ella. Sonrió tristemente, se acercó un poco y dijo en un susurro de tono cómico, porque William siempre sonaba cómico. - Pues eso es porque los americanos, a parte de no saber cocinar sin kétchup, tampoco saben ver. Como los japoneses con los arces... El mundo está lleno de ciegos, Janet. - Volvió a su sitio y le dio otro bocado a la hamburguesa, pero la risa casi le hace atragantarse. De hecho, de bruto que era riendo, apenas estaba emitiendo unos sonidos muy poco propios de un "superior", mientras ni masticaba ni dejaba de reír. Al final se iba a acabar ahogando. - ¡Lleno de gente como yo! ¿Pero de verdad piensas que Hogwarts sería tan ancestral de estar lleno de gente como yo? Te resumo yo la historia de Hogwarts de haber estado llena de gente como yo. - Soltó la hamburguesa, perdió la mirada e hizo un cartel con la mano, diciendo con solemnidad. - Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería. Fundado en el año 957, y vigente como escuela de magia hasta el año 958. - Bajó las manos y rio. - En serio, lo habríamos llevado a la destrucción. - Fue a llevarse la hamburguesa a la boca pero se detuvo para mirar a Janet y precisar. - Me he inventado las fechas, por cierto. - Que ya se estaba viendo a más de un compañero de casa apareciéndose allí solo para pegarle con un libro.
Rio entre dientes, de nuevo masticando. - En Hogwarts no sé, pero en Inglaterra te acogemos encantados. - ¡Hala, otra vez! Desde luego lo suyo no era cortarse. Pero total, como que no le había insinuado (más bien dicho directamente) a Janet ya mil veces que se fuera con él aunque fuera de viaje, si no se había espantado ya, dudaba que lo fuera a hacer. Y, por si con su sugerencia para ir a Inglaterra no hubiera sido suficiente, en cuanto pudo tragar, añadió al siguiente comentario de la mujer. - Si vienes a La Provenza te aseguro que mi tía Simone te tendrá preparado un banquete. - Más invitaciones. Se relamió los labios antes del siguiente bocado, y sobre todo, antes de reconducir sus tremendas tonterías, mirando aún a la hamburguesa. - O también puedo traerte un muestrario la próxima vez que venga, si no quieres pegarte la paliza de un viaje tan largo, claro... - Que al final la iba a espantar de verdad.
Soltó una fuerte carcajada y alzó los brazos (con la hamburguesa en una de las manos, lo que hizo que una hoja de lechuga saliera volando). - ¡Pero haberlo dicho antes, mujer! Yo gastando díctamos tontamente cuando podemos ganar a los rusos tirándoles coca-colas. - Volvió a reír. Lo siguiente que dijo sí que le gustó, oh, y tanto que le gustó. Torció una sonrisa y la miró de reojo. - Y yo que pensaba que lo de ser superior no se me iba a dar bien... Me gusta tu estilo anormativo, Jane Van Der Luyden. - Y eso sí, y muy deliberadamente, había sido una estrategia de tonteo. Y no lo pensaba ocultar, la verdad. Le gustaba esa muchacha. Le gustaba que, a pesar de su timidez y aparente candidez, entrara tan al trapo de las bromas. Le gustaba su sonrisa y sus ojos. Y, oh, qué peligro, que justo mientras pensaba eso, la chica se había acercado a él para apartarle el pelo de la frente. Y ahí estaba William, mirándola como un idiota. Come, anda, que al final sí que vas a decir lo que no debes. Porque había sentido un fuerte impulso repentino de irse con Janet a un lugar más privado que donde estaban. ¡Es decir, no para... No! No... aún, al menos. O sea... Que solo quería... Le apetecía charlar y... Bueno, él se estaba entendiendo. Él solo, como era habitual.
Volvió a sonreír, con un punto de ternura. - Si los que me esperan abajo me conocen de algo, sabrán que de nada sirve tenerme anclado al suelo si no puedo volar. Viviría sin vivir. Mejor el riesgo, si realmente quieren mi felicidad ¿no? - Se encogió de hombros. - Supongo. - Si ni sabía lo que decía a veces, de verdad, cuántas tonterías era capaz de soltar. Ahora temía que Janet le dijera que eso sí que no tenía ya no solo sentido, ni siquiera gracia. Dio otro bocado a su hamburguesa. Al menos habían empezado a hablar del Empire State. La miró con fingida ofensa. - ¡Señorita secretaria de un superior! ¿No estará poniendo en duda mi capacidad para hablar en serio? - Bromeó. - Pero sí, sí que hablo en serio. Al menos esta vez. - Miró hacia arriba, torciendo mucho el cuello para enfocar el edificio. - Realmente me da mucha curiosidad verlo. Y eh, que a mí la gente no me molesta, pero ¿quién es el idiota que rechaza un pase privado? Y más aún teniendo... - Se llevó una mano al bolsillo y balanceó cómica (y negligentemente, porque aquello estaba lleno de muggles) su varita. - Esto. - La volvió a guardar, como quien se guarda un pañuelo en el bolsillo.
Y no le dio tiempo a pensar más. Aún estaba rematando la hamburguesa cuando la chica se puso de pie y tiró de su mano. - ¡Ah! ¿Pero ya? - Y él tragando aún. Terminó. - ¡Vayamos, pues! - Se iba sin pensárselo, vamos. Se dejó arrastrar con su sonrisita clásica de las travesuras hasta que Janet le escondió en un arbusto y señaló a los de seguridad. - ¡Ah! Pero que ibas en serio. - Dijo, sin gritar pero sin bajar el tono tampoco. Y, con toda la tranquilidad, la chica a la que él acababa de seleccionar a Hufflepuff le había dicho que echara un Confundus a los de seguridad. Eso sí que le arrancó una fuerte carcajada que casi los alerta. La miró de reojo. - Tsss ¡por favor! Señorita secretaria, no insulte a su superior. ¡Pues claro que puedo hacer un absoluto desastre! - Sacó la varita de nuevo, esta vez con una floritura. - Lo bueno de no esperar nunca que las cosas me salgan bien, es que, si me salen, eso que me llevo. Y si no, nos reímos en el proceso. - Sonrió ampliamente y, antes de lanzar hechizo alguno, salió del arbusto varita en ristre.
- Monsieur! S'il vous plait! - Los hombres le miraron, y uno de ello fue a llevarse la mano al cinto, pero William había movido su varita a lo justo. Los guardias le miraron levemente confusos, pero ya no en guardia. William empezó entonces a hablar en un espantoso francés mezclado con inglés, en el que dijo (o lo intentó) que se habían perdido y empezó a contar una historia rocambolesca sobre cómo se había traído a su amada subida a hombros desde el mismo centro de París, porque había jurado bajarla de la Torre Eiffell y subirla al Empire State, y que no molestarían ni harían ningún ruido, porque entrarían por las puertas pero luego saldrían por las ventanas. Los hombres asintieron, mirándose y muy conformes, encontrando ciertamente coherente y comprensible la historia, y les dejaron pasar. William miró a Janet y soltó una carcajada, mientras se adentraba. - ¡Te lo puedes creer! Se han creído que hablo francés de verdad. - Con un suspiro de satisfacción, como quien acaba de llegar a la cima de una montaña, sonrió con las manos en las caderas. - ¡En fin! He cumplido parte de mi trato, la de colarnos aquí. Haré funcionar el ascensor, peeeero. - La miró y le arqueó las cejas. - No se haga la buena conmigo, señorita Van Der Luyden, que esto ha sido idea suya. Así que quiero ver cómo se desenvuelve con ese supuesto guardia del interior que nos podríamos encontrar. Y, si superamos la prueba, yo hago volar ese ascensor. ¡Directo a la cima del Empire State desde la Torre Eiffel! -
Lástima que fuera una belleza que sonaba tan triste. Pero como William era, en esencia, William, no tardó en engancharse al cambio de rumbo y romper a reír. - O sea que, según tú, lo que yo digo no tiene ningún sentido pero, por el hecho de decirlo yo, tiene sentido... Interesante. Y sin ningún sentido. Me gusta. Pienso ir diciéndolo por ahí. - Y se llevó una patata a la boca abriéndola mucho, con ojos soñadores que miraban al cielo como si ya pudiera fantasear con toda la gente que iba a ponerle cara de desconcierto cuando le oyera decir eso.
Que nunca nadie la había visto como ella. Sonrió tristemente, se acercó un poco y dijo en un susurro de tono cómico, porque William siempre sonaba cómico. - Pues eso es porque los americanos, a parte de no saber cocinar sin kétchup, tampoco saben ver. Como los japoneses con los arces... El mundo está lleno de ciegos, Janet. - Volvió a su sitio y le dio otro bocado a la hamburguesa, pero la risa casi le hace atragantarse. De hecho, de bruto que era riendo, apenas estaba emitiendo unos sonidos muy poco propios de un "superior", mientras ni masticaba ni dejaba de reír. Al final se iba a acabar ahogando. - ¡Lleno de gente como yo! ¿Pero de verdad piensas que Hogwarts sería tan ancestral de estar lleno de gente como yo? Te resumo yo la historia de Hogwarts de haber estado llena de gente como yo. - Soltó la hamburguesa, perdió la mirada e hizo un cartel con la mano, diciendo con solemnidad. - Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería. Fundado en el año 957, y vigente como escuela de magia hasta el año 958. - Bajó las manos y rio. - En serio, lo habríamos llevado a la destrucción. - Fue a llevarse la hamburguesa a la boca pero se detuvo para mirar a Janet y precisar. - Me he inventado las fechas, por cierto. - Que ya se estaba viendo a más de un compañero de casa apareciéndose allí solo para pegarle con un libro.
Rio entre dientes, de nuevo masticando. - En Hogwarts no sé, pero en Inglaterra te acogemos encantados. - ¡Hala, otra vez! Desde luego lo suyo no era cortarse. Pero total, como que no le había insinuado (más bien dicho directamente) a Janet ya mil veces que se fuera con él aunque fuera de viaje, si no se había espantado ya, dudaba que lo fuera a hacer. Y, por si con su sugerencia para ir a Inglaterra no hubiera sido suficiente, en cuanto pudo tragar, añadió al siguiente comentario de la mujer. - Si vienes a La Provenza te aseguro que mi tía Simone te tendrá preparado un banquete. - Más invitaciones. Se relamió los labios antes del siguiente bocado, y sobre todo, antes de reconducir sus tremendas tonterías, mirando aún a la hamburguesa. - O también puedo traerte un muestrario la próxima vez que venga, si no quieres pegarte la paliza de un viaje tan largo, claro... - Que al final la iba a espantar de verdad.
Soltó una fuerte carcajada y alzó los brazos (con la hamburguesa en una de las manos, lo que hizo que una hoja de lechuga saliera volando). - ¡Pero haberlo dicho antes, mujer! Yo gastando díctamos tontamente cuando podemos ganar a los rusos tirándoles coca-colas. - Volvió a reír. Lo siguiente que dijo sí que le gustó, oh, y tanto que le gustó. Torció una sonrisa y la miró de reojo. - Y yo que pensaba que lo de ser superior no se me iba a dar bien... Me gusta tu estilo anormativo, Jane Van Der Luyden. - Y eso sí, y muy deliberadamente, había sido una estrategia de tonteo. Y no lo pensaba ocultar, la verdad. Le gustaba esa muchacha. Le gustaba que, a pesar de su timidez y aparente candidez, entrara tan al trapo de las bromas. Le gustaba su sonrisa y sus ojos. Y, oh, qué peligro, que justo mientras pensaba eso, la chica se había acercado a él para apartarle el pelo de la frente. Y ahí estaba William, mirándola como un idiota. Come, anda, que al final sí que vas a decir lo que no debes. Porque había sentido un fuerte impulso repentino de irse con Janet a un lugar más privado que donde estaban. ¡Es decir, no para... No! No... aún, al menos. O sea... Que solo quería... Le apetecía charlar y... Bueno, él se estaba entendiendo. Él solo, como era habitual.
Volvió a sonreír, con un punto de ternura. - Si los que me esperan abajo me conocen de algo, sabrán que de nada sirve tenerme anclado al suelo si no puedo volar. Viviría sin vivir. Mejor el riesgo, si realmente quieren mi felicidad ¿no? - Se encogió de hombros. - Supongo. - Si ni sabía lo que decía a veces, de verdad, cuántas tonterías era capaz de soltar. Ahora temía que Janet le dijera que eso sí que no tenía ya no solo sentido, ni siquiera gracia. Dio otro bocado a su hamburguesa. Al menos habían empezado a hablar del Empire State. La miró con fingida ofensa. - ¡Señorita secretaria de un superior! ¿No estará poniendo en duda mi capacidad para hablar en serio? - Bromeó. - Pero sí, sí que hablo en serio. Al menos esta vez. - Miró hacia arriba, torciendo mucho el cuello para enfocar el edificio. - Realmente me da mucha curiosidad verlo. Y eh, que a mí la gente no me molesta, pero ¿quién es el idiota que rechaza un pase privado? Y más aún teniendo... - Se llevó una mano al bolsillo y balanceó cómica (y negligentemente, porque aquello estaba lleno de muggles) su varita. - Esto. - La volvió a guardar, como quien se guarda un pañuelo en el bolsillo.
Y no le dio tiempo a pensar más. Aún estaba rematando la hamburguesa cuando la chica se puso de pie y tiró de su mano. - ¡Ah! ¿Pero ya? - Y él tragando aún. Terminó. - ¡Vayamos, pues! - Se iba sin pensárselo, vamos. Se dejó arrastrar con su sonrisita clásica de las travesuras hasta que Janet le escondió en un arbusto y señaló a los de seguridad. - ¡Ah! Pero que ibas en serio. - Dijo, sin gritar pero sin bajar el tono tampoco. Y, con toda la tranquilidad, la chica a la que él acababa de seleccionar a Hufflepuff le había dicho que echara un Confundus a los de seguridad. Eso sí que le arrancó una fuerte carcajada que casi los alerta. La miró de reojo. - Tsss ¡por favor! Señorita secretaria, no insulte a su superior. ¡Pues claro que puedo hacer un absoluto desastre! - Sacó la varita de nuevo, esta vez con una floritura. - Lo bueno de no esperar nunca que las cosas me salgan bien, es que, si me salen, eso que me llevo. Y si no, nos reímos en el proceso. - Sonrió ampliamente y, antes de lanzar hechizo alguno, salió del arbusto varita en ristre.
- Monsieur! S'il vous plait! - Los hombres le miraron, y uno de ello fue a llevarse la mano al cinto, pero William había movido su varita a lo justo. Los guardias le miraron levemente confusos, pero ya no en guardia. William empezó entonces a hablar en un espantoso francés mezclado con inglés, en el que dijo (o lo intentó) que se habían perdido y empezó a contar una historia rocambolesca sobre cómo se había traído a su amada subida a hombros desde el mismo centro de París, porque había jurado bajarla de la Torre Eiffell y subirla al Empire State, y que no molestarían ni harían ningún ruido, porque entrarían por las puertas pero luego saldrían por las ventanas. Los hombres asintieron, mirándose y muy conformes, encontrando ciertamente coherente y comprensible la historia, y les dejaron pasar. William miró a Janet y soltó una carcajada, mientras se adentraba. - ¡Te lo puedes creer! Se han creído que hablo francés de verdad. - Con un suspiro de satisfacción, como quien acaba de llegar a la cima de una montaña, sonrió con las manos en las caderas. - ¡En fin! He cumplido parte de mi trato, la de colarnos aquí. Haré funcionar el ascensor, peeeero. - La miró y le arqueó las cejas. - No se haga la buena conmigo, señorita Van Der Luyden, que esto ha sido idea suya. Así que quiero ver cómo se desenvuelve con ese supuesto guardia del interior que nos podríamos encontrar. Y, si superamos la prueba, yo hago volar ese ascensor. ¡Directo a la cima del Empire State desde la Torre Eiffel! -
We are
- La eternidad es nuestra:
5490Mensajes :
178Honra :
Ivanka
Alchemist
Link del mensaje
The nearest place to heaven Capítulo III Día 27 de febrero de 1983 a las 20:00 horas en Quinta avenida, Nueva York |
William decía que no había que buscar un buen motivo para hacer las locuras, y se alegraba de que lo viera así, pero Janet estaba cometiendo una locura escapándose de casa para quedar con su superior en medio de Nueva York y el motivo lo tenía nítido. El motivo era poder oírle hablar de todas aquellas cosas, con ese entusiasmo y alegría, mientras observaba aquel aspecto de ángel que la tenía conquistada. Sonrió ante su deducción. — Los Ravenclaw debéis ser como los Serpiente Cornuda, bueno con la deducción, pero a veces que deciros las cosas en la cara. — Dijo con una risa de fingida superioridad. Pero otra vez se veía desarmada por las tonterías de William sobre Hogwarts, su duración y sus fechas y no podría parar de reír. Es que ni comer quería, solo escucharle hasta la saciedad y partirse de risa.
La risa se convirtió en sonrisa soñadora cuando habló de Inglaterra y La Provenza, y hablando de su familia como si… Bueno, fueran genet normal, a quien el traes alguien de fuera y no preguntan por su pureza o su dinero, simplemente “mira, aquí está mi amiga de América”. — Me encantaría. Seguro que en La Provenza hay muchísimas flores, te liarías con todas ellas, y se pondrían malas antes de que llegaras. — Dijo, tratando de reconducir a irse ella a Europa y no que William se fuera. Aunque esa promesa tan ligeramente soltada de volver… Le había gustado mucho más de lo que estaba dispuesta a reconocer.
La reacción con lo de la coca cola le hizo reír de nuevo como una loca. — ¡Eres imposible, señor Gallia! — Dijo recogiendo la lechuga y limpiándole la chaqueta con la varita. — Mira que he visto hombres caóticos, pero en esto eres único. — Perdió un poco la mirada en la mancha y la tela. — Eres único en muchas cosas, sin duda. — Alzó los ojos a lo del estilo anormativo y se encogió de un hombro con una sonrisita interesante. — También eres único gustándote cosas de mí que no gustan a nadie más. — Y alzó una ceja, como quien no quería la cosa. Si él se ponía tontorrón… Ella tambien podía, ¿no?
Y el estómago se le encogió cuando William habló de volar, y solo pudo mirarle a los ojos y decir. — Pues tienes razón. Pero bueno, también puedes enseñar a volar a alguien para que pueda hacerlo contigo. — El corazón le latía desbocado. ¿Cómo había llegado a decirle eso a aquel hombre como si nada? Estaba más loca que él, sin duda. Tan loca que se iría volando con él, que no le importaría si las alas se les deshicieran bajo el sol. Y allá fueron, jugando con fuego, a colarse en el Empire State. Definitivamente habían perdido el juicio, pero le daba igual.
Tuvo que contenerse muy fuertemente la risa al ver a William fingir hablar francés y contarles aquella historia que no tenía ni pies ni cabeza, pero la puso tan contenta que la califcara de novia, por la cara, aunque fuera de mentirijillas, que le dio fuerzas más que de sobra para ir corriendo a por el guardia que faltaba, aceptando el reto del hombre. — ¡Señor! ¡Señor guardia! ¡Ayuda!— ¿Señorita? ¿Qué hace aquí? Esto está cerra… — ¡Domitus! — Lanzó casi con voz de arrepentimiento, aunque vio cómo el buen hombre cayó dormido pacíficamente, como un bebé. — Perdón. Pero de esto se recupera uno descansadísimo, se lo juro. — Susurró, y se llevó las manos a la boca. Se giró para mirar a William y dijo con una sonrisa nerviosa. — Más vale que hagas volar ese ascensor de verdad, quiero que merezca la pena haberme portado así. — Rio entre traviesa y nerviosa. — No me había saltado así las normas jamás. — Se había sonrojado y le brillaban los ojos de la emoción. — Hagamos lo más parecido a volar que se puede hacer aquí. —
La risa se convirtió en sonrisa soñadora cuando habló de Inglaterra y La Provenza, y hablando de su familia como si… Bueno, fueran genet normal, a quien el traes alguien de fuera y no preguntan por su pureza o su dinero, simplemente “mira, aquí está mi amiga de América”. — Me encantaría. Seguro que en La Provenza hay muchísimas flores, te liarías con todas ellas, y se pondrían malas antes de que llegaras. — Dijo, tratando de reconducir a irse ella a Europa y no que William se fuera. Aunque esa promesa tan ligeramente soltada de volver… Le había gustado mucho más de lo que estaba dispuesta a reconocer.
La reacción con lo de la coca cola le hizo reír de nuevo como una loca. — ¡Eres imposible, señor Gallia! — Dijo recogiendo la lechuga y limpiándole la chaqueta con la varita. — Mira que he visto hombres caóticos, pero en esto eres único. — Perdió un poco la mirada en la mancha y la tela. — Eres único en muchas cosas, sin duda. — Alzó los ojos a lo del estilo anormativo y se encogió de un hombro con una sonrisita interesante. — También eres único gustándote cosas de mí que no gustan a nadie más. — Y alzó una ceja, como quien no quería la cosa. Si él se ponía tontorrón… Ella tambien podía, ¿no?
Y el estómago se le encogió cuando William habló de volar, y solo pudo mirarle a los ojos y decir. — Pues tienes razón. Pero bueno, también puedes enseñar a volar a alguien para que pueda hacerlo contigo. — El corazón le latía desbocado. ¿Cómo había llegado a decirle eso a aquel hombre como si nada? Estaba más loca que él, sin duda. Tan loca que se iría volando con él, que no le importaría si las alas se les deshicieran bajo el sol. Y allá fueron, jugando con fuego, a colarse en el Empire State. Definitivamente habían perdido el juicio, pero le daba igual.
Tuvo que contenerse muy fuertemente la risa al ver a William fingir hablar francés y contarles aquella historia que no tenía ni pies ni cabeza, pero la puso tan contenta que la califcara de novia, por la cara, aunque fuera de mentirijillas, que le dio fuerzas más que de sobra para ir corriendo a por el guardia que faltaba, aceptando el reto del hombre. — ¡Señor! ¡Señor guardia! ¡Ayuda!— ¿Señorita? ¿Qué hace aquí? Esto está cerra… — ¡Domitus! — Lanzó casi con voz de arrepentimiento, aunque vio cómo el buen hombre cayó dormido pacíficamente, como un bebé. — Perdón. Pero de esto se recupera uno descansadísimo, se lo juro. — Susurró, y se llevó las manos a la boca. Se giró para mirar a William y dijo con una sonrisa nerviosa. — Más vale que hagas volar ese ascensor de verdad, quiero que merezca la pena haberme portado así. — Rio entre traviesa y nerviosa. — No me había saltado así las normas jamás. — Se había sonrojado y le brillaban los ojos de la emoción. — Hagamos lo más parecido a volar que se puede hacer aquí. —
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
- Golden Shields:
Alice Gallia
Cause' Alice does belong with Marcus
Ante todo, amigos
Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
[/center]
- Juntos, somos el Todo:
- 16 de enero de 2002:
3069Mensajes :
20Honra :
Freyja
Alchemist
Link del mensaje
The nearest place to heaven Capítulo III Día 27 de febrero de 1983 a las 20:00 horas en Quinta avenida, Nueva York |
Y, ni corta ni perezosa, Janet salió corriendo, ante su asombro, y fue gritando al guardia. Casi la detiene, incluso, de la propia impresión de no recibir ni respuesta, sino verla lanzarse al abismo sin pensárselo. ¿¿Pero qué hace?? ¡¡Está loca!! Pensó, mirándola con ojos brillantes y sonriendo como un idiota. Nunca había pensado eso de una chica... y le parecía una buenísima señal. ¿Alguien casi tan loca como él? ¿Dónde tenía que firmar para no perderla de vista, ni de su lado, toda su vida si hiciera falta?
Soltó una carcajada tan fuerte que podría haber despertado al recién dormido, al ver cómo le lanzaba el hechizo sin pensárselo. Él también estaba con las manos en la boca y los ojos muy abiertos, como un niño travieso, mirándola. - ¡Señorita Van Der Luyden! ¡Eso no ha estado nada bien! - Dijo, pero muerto de risa mientras lo pronunciaba, lo que no hacía nada creíble su frase. Su carcajada fue aún más fuerte y genuina ante el susurro al pobre guardia. - Vaya, le lanza un hechizo, pero uno que le vaya a dejar muy descansado. Sin duda es usted una Hufflepuff. - Bromeó, sin poder dejar de reír.
Puso una carcajada muy artificial en su garganta, girando sobre sí mismo. - ¡Vaya! Ahora voy a tener que compensar todo esto, qué sorpresa. William teniendo que compensar las trastadas. - Rio fuertemente otra vez. - Ya te digo que va a merecer la pena. ¿Acaso no la está mereciendo ya? Esto está escalando posiciones peligrosamente en mi ranking de noches más divertidas de mi vida. Y una Nochevieja quemé un edificio. - Hizo un gesto despreocupado con la mano. - Fue solo un pequeño incendio. - Con la mano, hizo un gesto ascendente. - Pero esta noche suuuuube en diversión, así que nosotros vamos a subiiiiir en ese ascensor. - Arqueó varias veces las cejas, rápidamente.
Se dirigió al ascensor, con una sonrisa amplia y pillina, mirándola. - Déjelo en mis manos, mi querida secretaria. - Lo ojeó por encima. Beh, aquel cacharro no tenía ninguna ciencia para él. Con un movimiento de varita, abrió las compuertas. Puso una expresión gratamente sorprendida. - Oh, se ve la ciudad. Eso facilita las cosas. - La pared frontal era de cristal transparente, por lo que se veían las luces de Nueva York al otro lado. Entró primero solo, mirando a los lados, haciendo comprobaciones. Botó un poco. Vale, parecía bastante estable. Dio a un botón con la varita, soltando un chispazo. Igual no era buena táctica. Pero... - Hmm... - ¿Eso eran unas cuerdas? Con eso podía hacer cosas. Volvió a salir y, con su sonrisita de vuelta, tendió la mano a la mujer. - Si quiere volar... venga conmigo, señorita Van Der Luyden. Si realmente confía en mí. - Tomó su mano y, sin dejar de mirarla ni sonreír, entró con ella. Era... una chica preciosa, ciertamente, y le gustaba esa sonrisa. Le reavivaba su instinto de querer hacer más y más travesuras, no creía ni que fuera posible esto, pero así era. Una vez dentro, cerró las compuertas a punta de varita y, poniendo las manos en los hombros de la mujer, la colocó para que mirara hacia el cristal. - Antes de volar... hay que mentalizarse. Podría ser peligroso. Así que... cierra los ojos, respira hondo, y... - Lo dejó unos instantes en suspenso, tras lo cual, movió la varita, y el ascensor comenzó a subir, a más velocidad de la que probablemente fuera la suya normal. Pero a quién le importaba. - Ábrelos, Janet. - Con una sonrisa radiante, aunque tras ella, señaló. - Mira, mira la ciudad. La dejamos bajo nuestros pies. Dime que esto no es lo más parecido a volar. -
Soltó una carcajada tan fuerte que podría haber despertado al recién dormido, al ver cómo le lanzaba el hechizo sin pensárselo. Él también estaba con las manos en la boca y los ojos muy abiertos, como un niño travieso, mirándola. - ¡Señorita Van Der Luyden! ¡Eso no ha estado nada bien! - Dijo, pero muerto de risa mientras lo pronunciaba, lo que no hacía nada creíble su frase. Su carcajada fue aún más fuerte y genuina ante el susurro al pobre guardia. - Vaya, le lanza un hechizo, pero uno que le vaya a dejar muy descansado. Sin duda es usted una Hufflepuff. - Bromeó, sin poder dejar de reír.
Puso una carcajada muy artificial en su garganta, girando sobre sí mismo. - ¡Vaya! Ahora voy a tener que compensar todo esto, qué sorpresa. William teniendo que compensar las trastadas. - Rio fuertemente otra vez. - Ya te digo que va a merecer la pena. ¿Acaso no la está mereciendo ya? Esto está escalando posiciones peligrosamente en mi ranking de noches más divertidas de mi vida. Y una Nochevieja quemé un edificio. - Hizo un gesto despreocupado con la mano. - Fue solo un pequeño incendio. - Con la mano, hizo un gesto ascendente. - Pero esta noche suuuuube en diversión, así que nosotros vamos a subiiiiir en ese ascensor. - Arqueó varias veces las cejas, rápidamente.
Se dirigió al ascensor, con una sonrisa amplia y pillina, mirándola. - Déjelo en mis manos, mi querida secretaria. - Lo ojeó por encima. Beh, aquel cacharro no tenía ninguna ciencia para él. Con un movimiento de varita, abrió las compuertas. Puso una expresión gratamente sorprendida. - Oh, se ve la ciudad. Eso facilita las cosas. - La pared frontal era de cristal transparente, por lo que se veían las luces de Nueva York al otro lado. Entró primero solo, mirando a los lados, haciendo comprobaciones. Botó un poco. Vale, parecía bastante estable. Dio a un botón con la varita, soltando un chispazo. Igual no era buena táctica. Pero... - Hmm... - ¿Eso eran unas cuerdas? Con eso podía hacer cosas. Volvió a salir y, con su sonrisita de vuelta, tendió la mano a la mujer. - Si quiere volar... venga conmigo, señorita Van Der Luyden. Si realmente confía en mí. - Tomó su mano y, sin dejar de mirarla ni sonreír, entró con ella. Era... una chica preciosa, ciertamente, y le gustaba esa sonrisa. Le reavivaba su instinto de querer hacer más y más travesuras, no creía ni que fuera posible esto, pero así era. Una vez dentro, cerró las compuertas a punta de varita y, poniendo las manos en los hombros de la mujer, la colocó para que mirara hacia el cristal. - Antes de volar... hay que mentalizarse. Podría ser peligroso. Así que... cierra los ojos, respira hondo, y... - Lo dejó unos instantes en suspenso, tras lo cual, movió la varita, y el ascensor comenzó a subir, a más velocidad de la que probablemente fuera la suya normal. Pero a quién le importaba. - Ábrelos, Janet. - Con una sonrisa radiante, aunque tras ella, señaló. - Mira, mira la ciudad. La dejamos bajo nuestros pies. Dime que esto no es lo más parecido a volar. -
We are
- La eternidad es nuestra:
5490Mensajes :
178Honra :
Ivanka
Alchemist
Link del mensaje
The nearest place to heaven Capítulo III Día 27 de febrero de 1983 a las 20:00 horas en Quinta avenida, Nueva York |
Se llevó las manos a la boca para taparse la risita a lo de que lo que había hecho estaba muy mal. — Lo sé, lo sé… No sé qué me pasa… — Sentía cómo le brillaban los ojos y le ardían las mejillas. Le dio un toquecito en el hombro a William. — Es usted, señor Gallia, así se lo digo. Yo nunca hago estas cosas… — Y siguió riéndose, con nerviosismo, sí, pero… Con libertad. Le miró con los ojos muy abiertos a lo de que casi quemó un edificio, pero solo añadió. — Bueno, con que no me quemes este, que me encanta, y quiero enseñarte las vistas… — Se mordió el labio mientras corrían al ascensor, y tuvo que preguntarse varias veces si no estaba en un sueño.
Hizo una reverencia ante el ascensor y lo señaló con el brazo. — Todo suyo, señor Gallia. — ¿qué estaba haciendo? ¿Colándose en uno de los edificios más famosos del mundo, en plena noche, con su jefe? ¿Y por qué se sentía más viva y a la vez más mareada y fuera de su cuerpo que nunca? Pues ahí estaba, cogiendo su mano y diciendo. — La verdad es que… Siempre he querido hacerlo, pero he pensado que no podía. — Sin soltar su mano, se quedó muy cerca de él y dijo. — Hay tantas cosas que creía que no podía hacer y… Sí que puedo. — Tantas como besar a su jefe, bastante más mayor que ella, en un ascensor… Se le escapaba el aire de los pulmones si lo pensaba demasiado. Pero simplemente hizo como el resto de la noche, se dejó llevar por William y cerró los ojos.
Y a pesar de la velocidad, no sintió miedo, lo que sintió fue emoción absoluta al abrir los ojos. — Sí que es como volar… — Pero ni siquiera se refería a la altura y la velocidad. Se refería a lo que estaba sintiendo, que era más fuerte que nada que sus ojos pudieran ver. Se giró hacia el hombre y dijo. — William… En tu experta opinión de Ícaro… — Bajó la voz, porque no se creía que estuviera diciendo aquello de verdad. — ¿Cuánto más cerca del sol crees que puedo volar antes de… Quemarme y darme un golpe de realidad? — Estaban muy cerca, mirándose a los ojos, y no podía pensar más que… En el ascensor parándose muy aparatosamente porque acababan de llegar al final. Las puertas se abrieron, y se dejó llevar por la emoción de sentir el aire en la cara. Cogió las manos de William y tiró de él hacia fuera. — ¡No me puedo creer que estemos aquí solos y por la noche! — Gritó encantada.
Condujo a William hasta la barandilla desde donde se veía la Estatua de la Libertad. — ¡Mírala! Más altos que ella… Por encima de la libertad… — Le miró con una sonrisa. — Algún día, escúchame, la miraré y le diré… Adiós… — Hizo el gesto con la mano. — Ahora sí que soy libre… — Volvió a enfocar sus ojos. — Claramente, empiezo hoy. Esto es lo más alucinante que he hecho en mi vida, y ha sido gracias a ti. — Le dijo con… Con amor. El tono que le salía era de profundo amor.
Hizo una reverencia ante el ascensor y lo señaló con el brazo. — Todo suyo, señor Gallia. — ¿qué estaba haciendo? ¿Colándose en uno de los edificios más famosos del mundo, en plena noche, con su jefe? ¿Y por qué se sentía más viva y a la vez más mareada y fuera de su cuerpo que nunca? Pues ahí estaba, cogiendo su mano y diciendo. — La verdad es que… Siempre he querido hacerlo, pero he pensado que no podía. — Sin soltar su mano, se quedó muy cerca de él y dijo. — Hay tantas cosas que creía que no podía hacer y… Sí que puedo. — Tantas como besar a su jefe, bastante más mayor que ella, en un ascensor… Se le escapaba el aire de los pulmones si lo pensaba demasiado. Pero simplemente hizo como el resto de la noche, se dejó llevar por William y cerró los ojos.
Y a pesar de la velocidad, no sintió miedo, lo que sintió fue emoción absoluta al abrir los ojos. — Sí que es como volar… — Pero ni siquiera se refería a la altura y la velocidad. Se refería a lo que estaba sintiendo, que era más fuerte que nada que sus ojos pudieran ver. Se giró hacia el hombre y dijo. — William… En tu experta opinión de Ícaro… — Bajó la voz, porque no se creía que estuviera diciendo aquello de verdad. — ¿Cuánto más cerca del sol crees que puedo volar antes de… Quemarme y darme un golpe de realidad? — Estaban muy cerca, mirándose a los ojos, y no podía pensar más que… En el ascensor parándose muy aparatosamente porque acababan de llegar al final. Las puertas se abrieron, y se dejó llevar por la emoción de sentir el aire en la cara. Cogió las manos de William y tiró de él hacia fuera. — ¡No me puedo creer que estemos aquí solos y por la noche! — Gritó encantada.
Condujo a William hasta la barandilla desde donde se veía la Estatua de la Libertad. — ¡Mírala! Más altos que ella… Por encima de la libertad… — Le miró con una sonrisa. — Algún día, escúchame, la miraré y le diré… Adiós… — Hizo el gesto con la mano. — Ahora sí que soy libre… — Volvió a enfocar sus ojos. — Claramente, empiezo hoy. Esto es lo más alucinante que he hecho en mi vida, y ha sido gracias a ti. — Le dijo con… Con amor. El tono que le salía era de profundo amor.
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
- Golden Shields:
Alice Gallia
Cause' Alice does belong with Marcus
Ante todo, amigos
Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
[/center]
- Juntos, somos el Todo:
- 16 de enero de 2002:
3069Mensajes :
20Honra :
Freyja
Alchemist
Link del mensaje
The nearest place to heaven Capítulo III Día 27 de febrero de 1983 a las 20:00 horas en Quinta avenida, Nueva York |
Janet era divertida, buena, trabajadora, capaz y preciosa. Si pudieran meterse en una coctelera características que harían a una mujer perfecta, se batiera muy bien y se formara una, estaba convencido de que el resultado, si no cien por cien ella, se parecería a ella muchísimo. Eso que acabas de pensar es una locura hasta para ti, William. O una bobada. Se sentía más bobo que nunca... Se había encaprichado y sentido cosas por otras chicas antes, por supuesto. Pero solía ser, o bien atracción, o bien gran afecto más cercano a la amistad que a otra cosa. Con Janet... ¿sería el cambio de aires? No, era ella. A Janet la veía diferente, se sentía diferente. Y William, que nunca se había caracterizado por ser un romántico empedernido ni mucho menos, sí que había tenido siempre la teoría de que de repente llegaría una chica que ¡PUM! Le conquistara. ¿Sería esa? ¿Habría llegado ya esa chica? ¿Sería esa chica Jane Van Der Luyden?
Sin embargo, a pesar de las muchas virtudes que él le veía, o bien era el único (bueno, qué novedad, que él fuera el único en ver ciertas cosas), a Janet le costaba un poco creérselo. Se limitó a observarla, a ayudarla a volar mentalmente en ese ascensor, y mientras subían, susurró por encima de su hombro. - Entonces... ¿Al final has podido? - Con ese toque risueño y casi cómico que solía usar, pero con el corazón en la mano. Dio un toquecito en su sien con el índice. - Para volar no siempre se necesitan alas. Volar está aquí. Tu mente es libre, siempre será libre. Puedes pensar lo que quieras. Ahí sí que no va a mandar nunca nadie. - Se encogió de hombros, mirando la ciudad que dejaban cada vez más lejos de sus pies. - Y si a alguien no le gusta lo que piensas, o no lo entiende... prueba con otra persona. - En el mundo de William, hasta lo más complicado era supersencillo.
Pero la chica tenía una reflexión para él. Se quedó mirándola a los ojos, tan perdido que tardó unos segundos en contestar... Y claro, en ellos, el ascensor se detuvo tan de golpe que necesitó hacer un esfuerzo por mantener el equilibrio. Corrió de su mano, y lo cierto es que las vistas eran absolutamente impresionantes. - Guau... - Murmuró, mirando todo el paisaje. La frase de Janet le hizo mirarla, sin perder la sonrisa. - Me gusta esa reflexión. - Cambió la vista al horizonte de nuevo, sintiendo la brisa. - Por encima de la libertad... - Pero añadió algo que le hizo mirarla de nuevo. - ¿Querrías irte? - Preguntó. Esa forma de hablar de cómo la valoraban, de su papel en el mundo... Quizás pensaba que aquel no era su lugar. Podía entenderlo. A veces, se había llegado a plantear si él tenía un lugar para sí, pero siempre llegaba a la misma conclusión: era demasiado alocado para que un lugar se le complementase. Tendría que hacer de su mente su propio hogar y adaptarlo a su entorno en la medida de lo posible. Alguien como Janet... quizás no tenía tanto mundo interior, y el de fuera la estaba aplastando.
- Con respecto... A lo que me has preguntado antes... - Dijo con una voz más musitada y menos parecida a su cantarín tono de siempre, si bien arqueó las cejas. - En mi opinión de Ícaro profesional. - Bromeó, antes de volver a suavizar el tono. - No tengo ni idea. - Movió levemente la cabeza, en una especie de negación, pero no dejó de mirarla a los ojos. - Siento si mi respuesta te defrauda, Janet... No vivo calculando cuándo me quemaré con el sol. Soy un absoluto negligente. Vivo... viviendo. Intentando vivir, hacer lo que creo que me pide... mi corazón, o mi cabeza... o un gnomo que en algún momento se ha instalado a vivir en mi cerebro y no consigo echarlo. ¿Sabes? Conocí a una familia que convivía con un gnomo en el jardín y un ghoul en el desván. Igual soy un poco como esa familia. - Rio levemente, agachando la cabeza y negando. - Perdona, solo digo tonterías. - Alzó la mirada de nuevo. - No sabemos... si algún día nos quemaremos con el sol por tanto volar, o cuándo será. Quizás ya nos hayamos quemado y aún no lo sepamos, o quizás nos quememos mañana. O nos quememos con noventa años. O nunca. - Se encogió de hombros. - Pero quiero intentarlo. Soy de las personas... que lo quieren intentar todo. Para que, el día que llegue a quemarme, mire atrás y diga... no me arrepiento de lo que he descubierto por el camino. - Sonrió. - Nada que tengan que tener dos personas que están por encima de la libertad. - Esperaba que fuera la respuesta deseada y que no fuese ese justo el momento en el que Janet salía corriendo.
Sin embargo, a pesar de las muchas virtudes que él le veía, o bien era el único (bueno, qué novedad, que él fuera el único en ver ciertas cosas), a Janet le costaba un poco creérselo. Se limitó a observarla, a ayudarla a volar mentalmente en ese ascensor, y mientras subían, susurró por encima de su hombro. - Entonces... ¿Al final has podido? - Con ese toque risueño y casi cómico que solía usar, pero con el corazón en la mano. Dio un toquecito en su sien con el índice. - Para volar no siempre se necesitan alas. Volar está aquí. Tu mente es libre, siempre será libre. Puedes pensar lo que quieras. Ahí sí que no va a mandar nunca nadie. - Se encogió de hombros, mirando la ciudad que dejaban cada vez más lejos de sus pies. - Y si a alguien no le gusta lo que piensas, o no lo entiende... prueba con otra persona. - En el mundo de William, hasta lo más complicado era supersencillo.
Pero la chica tenía una reflexión para él. Se quedó mirándola a los ojos, tan perdido que tardó unos segundos en contestar... Y claro, en ellos, el ascensor se detuvo tan de golpe que necesitó hacer un esfuerzo por mantener el equilibrio. Corrió de su mano, y lo cierto es que las vistas eran absolutamente impresionantes. - Guau... - Murmuró, mirando todo el paisaje. La frase de Janet le hizo mirarla, sin perder la sonrisa. - Me gusta esa reflexión. - Cambió la vista al horizonte de nuevo, sintiendo la brisa. - Por encima de la libertad... - Pero añadió algo que le hizo mirarla de nuevo. - ¿Querrías irte? - Preguntó. Esa forma de hablar de cómo la valoraban, de su papel en el mundo... Quizás pensaba que aquel no era su lugar. Podía entenderlo. A veces, se había llegado a plantear si él tenía un lugar para sí, pero siempre llegaba a la misma conclusión: era demasiado alocado para que un lugar se le complementase. Tendría que hacer de su mente su propio hogar y adaptarlo a su entorno en la medida de lo posible. Alguien como Janet... quizás no tenía tanto mundo interior, y el de fuera la estaba aplastando.
- Con respecto... A lo que me has preguntado antes... - Dijo con una voz más musitada y menos parecida a su cantarín tono de siempre, si bien arqueó las cejas. - En mi opinión de Ícaro profesional. - Bromeó, antes de volver a suavizar el tono. - No tengo ni idea. - Movió levemente la cabeza, en una especie de negación, pero no dejó de mirarla a los ojos. - Siento si mi respuesta te defrauda, Janet... No vivo calculando cuándo me quemaré con el sol. Soy un absoluto negligente. Vivo... viviendo. Intentando vivir, hacer lo que creo que me pide... mi corazón, o mi cabeza... o un gnomo que en algún momento se ha instalado a vivir en mi cerebro y no consigo echarlo. ¿Sabes? Conocí a una familia que convivía con un gnomo en el jardín y un ghoul en el desván. Igual soy un poco como esa familia. - Rio levemente, agachando la cabeza y negando. - Perdona, solo digo tonterías. - Alzó la mirada de nuevo. - No sabemos... si algún día nos quemaremos con el sol por tanto volar, o cuándo será. Quizás ya nos hayamos quemado y aún no lo sepamos, o quizás nos quememos mañana. O nos quememos con noventa años. O nunca. - Se encogió de hombros. - Pero quiero intentarlo. Soy de las personas... que lo quieren intentar todo. Para que, el día que llegue a quemarme, mire atrás y diga... no me arrepiento de lo que he descubierto por el camino. - Sonrió. - Nada que tengan que tener dos personas que están por encima de la libertad. - Esperaba que fuera la respuesta deseada y que no fuese ese justo el momento en el que Janet salía corriendo.
We are
- La eternidad es nuestra:
5490Mensajes :
178Honra :
Ivanka
Alchemist
Link del mensaje
The nearest place to heaven Capítulo III Día 27 de febrero de 1983 a las 20:00 horas en Quinta avenida, Nueva York |
Todo en William la hipnotizaba. Ese toquecito en su sien, ese descaro, esas cosas que decía… — Dices cosas que no se me habían ocurrido en la vida… — Dijo pasando por su lado pero sin dejar de mirar a sus ojos. Estaba hipnotizada con él, pero también estaba metida hasta arriba en el jueguecito. Eso sí, de vez en cuando, tenía esas reacciones, le veía abstraerse, como cuando reflexionó sobre sus palabras, y eso la dejaba mirándole, solo concentrada en admirarle, pero entonces soltaba preguntas como aquella y la dejaba absolutamente impactada. — ¿Irme? — Los Van Der Luyden no “se iban”. No era algo que hubiera entrado nunca en su cabeza. — ¿Fuera de Nueva York o… De América? — Preguntó, aún un poco desconcertada e inexplicablemente nerviosa. Rio y se apoyó en la barandilla. — No sé qué hay más allá de… Ellis Island… — Tragó saliva. — Soy, de verdad, una paleta de Maine, William. No sé cómo… Se vive. — Negó y rio un poco. — Siempre he hecho lo que me han dicho… Y nadie me ha dicho que pudiera irme… No había pensado que pudiera irme… No sé cómo simplemente uno se va… — ¿Era acaso posible eso? William diría que sí. La experiencia de Janet que, obviamente, no. Quizá en el punto medio estaba la virtud.
Se giró, apoyada en su propia mano sobre la barandilla, para mirarle hablando de Ícaro. — Tú no puedes defraudarme. — Y eso le había salido del corazón. De hecho, si William quería divertirse con ella, si lo que quería era que salieran por Nueva York y tontearan y luego se iba y la olvidaba… Habrían sido los mejores días imaginables de su vida y los recordaría siempre. Así se lo iba a tomar, desde luego.
Le dio la risa con lo del ghoul y el gnomo y se acercó a él, poniéndose frente a frente. — Tú nunca dices tonterías, señor Gallia. — Parpadeó, como pensando lo que iba a decir a continuación, y alzó la mirada para encontrarse con la de él. — Solo hay que saber… Qué estás queriendo decir con lo que dices. Casi nunca es tan simple como un ghoul y un gnomo… Siempre tiene algo más, y ahí… — Alzó el dedo y le dio en la sien, como había hecho él. — Ahí está la genialidad. — Escuchó el final de su discurso y asintió. — Qué bonito es vivir así. Me gustan tus alas, Ícaro, porque eso que dices es de lo que están hechas tus alas… — Se acercó un poco más y pasó las manos por detrás de su espalda, como si dibujara las alas en el aire. — Y aquí estás, más alto que la libertad. — Ladeó la cabeza, sin deshacer la cercanía, porque ya que se había lanzado hasta ahí, no se iba a arrepentir ahora. — Pero, ahora que lo dices… No me arrepiento de estar aquí arriba. De haber volado con la mente. — Rio un poco. — No me arrepiento de haber ido al desierto de Utah y dejarte mi sombrero… No me arrepiento de nada de lo que he hecho desde que te conocí. — Y lo que tenía que hacer era aplicárselo. ¿No decía que le daba todo igual? Dudaba que estuviera malinterpretando lo que William le hacía sentir y lo que sentía él. Había algo que les unía, había una química que estallaba entre ellos. — Nunca había salido del estado sin mi familia. Nunca había ayudado a inventar un hechizo, y mucho menos me había colado en el Empire State en plena noche. Pero contigo, cuando creo que ya he alcanzado el límite de fronteras que cruzar en un solo día… Aparece algo nuevo. — El corazón le iba a mil por hora, y se sentía temblar, pero lo dijo. — ¿Sabes otra cosa que no he hecho nunca? — Se mordió los labios por dentro y se lanzó (al menos a decirlo) — Besar a alguien. — Y ya que se diera contra la pared o saliera volando, por fin, desde lo alto del Empire State, que se quemara si tenía que hacerlo. La vista merecería la pena.
Se giró, apoyada en su propia mano sobre la barandilla, para mirarle hablando de Ícaro. — Tú no puedes defraudarme. — Y eso le había salido del corazón. De hecho, si William quería divertirse con ella, si lo que quería era que salieran por Nueva York y tontearan y luego se iba y la olvidaba… Habrían sido los mejores días imaginables de su vida y los recordaría siempre. Así se lo iba a tomar, desde luego.
Le dio la risa con lo del ghoul y el gnomo y se acercó a él, poniéndose frente a frente. — Tú nunca dices tonterías, señor Gallia. — Parpadeó, como pensando lo que iba a decir a continuación, y alzó la mirada para encontrarse con la de él. — Solo hay que saber… Qué estás queriendo decir con lo que dices. Casi nunca es tan simple como un ghoul y un gnomo… Siempre tiene algo más, y ahí… — Alzó el dedo y le dio en la sien, como había hecho él. — Ahí está la genialidad. — Escuchó el final de su discurso y asintió. — Qué bonito es vivir así. Me gustan tus alas, Ícaro, porque eso que dices es de lo que están hechas tus alas… — Se acercó un poco más y pasó las manos por detrás de su espalda, como si dibujara las alas en el aire. — Y aquí estás, más alto que la libertad. — Ladeó la cabeza, sin deshacer la cercanía, porque ya que se había lanzado hasta ahí, no se iba a arrepentir ahora. — Pero, ahora que lo dices… No me arrepiento de estar aquí arriba. De haber volado con la mente. — Rio un poco. — No me arrepiento de haber ido al desierto de Utah y dejarte mi sombrero… No me arrepiento de nada de lo que he hecho desde que te conocí. — Y lo que tenía que hacer era aplicárselo. ¿No decía que le daba todo igual? Dudaba que estuviera malinterpretando lo que William le hacía sentir y lo que sentía él. Había algo que les unía, había una química que estallaba entre ellos. — Nunca había salido del estado sin mi familia. Nunca había ayudado a inventar un hechizo, y mucho menos me había colado en el Empire State en plena noche. Pero contigo, cuando creo que ya he alcanzado el límite de fronteras que cruzar en un solo día… Aparece algo nuevo. — El corazón le iba a mil por hora, y se sentía temblar, pero lo dijo. — ¿Sabes otra cosa que no he hecho nunca? — Se mordió los labios por dentro y se lanzó (al menos a decirlo) — Besar a alguien. — Y ya que se diera contra la pared o saliera volando, por fin, desde lo alto del Empire State, que se quemara si tenía que hacerlo. La vista merecería la pena.
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
- Golden Shields:
Alice Gallia
Cause' Alice does belong with Marcus
Ante todo, amigos
Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
[/center]
- Juntos, somos el Todo:
- 16 de enero de 2002:
3069Mensajes :
20Honra :
Freyja
Alchemist
Link del mensaje
The nearest place to heaven Capítulo III Día 27 de febrero de 1983 a las 20:00 horas en Quinta avenida, Nueva York |
Entre risas, contestó a lo de que no se le habrían ocurrido esas cosas en la vida. - Eso es buena señal. - William y su humor de llamarse loco a sí mismo. Pero llevaba toda la vida oyéndolo, así que tenía dos opciones: o pelear contra ello, o llevarlo por bandera. Le parecía más divertida la segunda. Y menos cansada, mucho menos cansada. A su pregunta, encogió los hombros. - Donde quieras. - Alzó la mirada, soñador y reflexivo a partes iguales. - Para algunas personas, mudarse a la calle de enfrente es un gran cambio en sus vidas; otras, en cambio, se van a la otra punta del globo y se siguen sintiendo encerradas. - Sonrió levemente, mirándola con los ojos entornados. - Irte es irte. Cerca o lejos es lo de menos. Es irte donde creas que puedes ser más feliz que donde estás. Nadie que es feliz donde está se plantea irse. Creo. Bueno, yo me muevo mucho, pero no por infelicidad, sino por afán exploratorio. O porque me obligan. O porque me echan. - Ladeó la cabeza. - Empiezo a plantearme que estoy aquí porque me querían bien lejos de la oficina. - Bromeó (bueno, podía ir en serio en realidad), riendo justo después... Se había desviado un poco del tema.
Su respuesta le hizo volver a tierra. La miró apenas dos segundos con repentina pena, pero la cambió por un gesto de extrañeza. - ¿Bromeas? ¡Acabas de confundir a un guardia! - Exclamó, entre cómico y genuinamente desconcertado. Bufó levemente y perdió la mirada. - ¿Sabes? A mí me hubiera ido mejor más de una vez si hubiera hecho un poco de caso a lo que me decían. - Ladeó la cabeza varias veces. - Quizás haya que... saber cuándo es bueno ser obediente, y cuando es mejor no serlo. - La miró con una sonrisilla. - Yo acabo de decírtelo. ¿Podrías...? - Para. Se iba a extralimitar otra vez, y no sabía... por qué le daba tanto pudor con esa chica en concreto, si él siempre había sido un bocazas. Bajó la mirada, con una sonrisa tímida. - No me hagas caso... - Negó. Reconduce. - En lo de... hacerme caso. O sea, quiero decir... Claro que puedes... Me refería... - Suspiró. - Déjalo. He entrado en un bucle absurdo. Tendré que darme un martillazo en la cabeza para salir o algo. - Y rio, porque en fin, a ver qué otra cosa podía hacer después de haber dicho semejante tontería.
Había oído eso. Había oído esa frase, y no había podido evitar mirarla, repentinamente menos... bromista, y un poco más sentimental. - He defraudado a mucha gente. - Dijo, de corazón, ni siquiera supo de dónde salía esa voz. Sonrió levemente y perdió la mirada en el horizonte. ¿Cuánto tardaría Janet en darse cuenta de que solo era un genio disperso que decía muchas tonterías? Poco, probablemente. No podía perder de vista que era joven y que, por lo que contaba, tenía poca experiencia en la vida. William era un montón de luces de colores, y claramente la chica se había encandilado de eso. Pero no tardaría en aburrirse. Y él... ¿qué hacía de mientras? ¿Disfrutar, ya que podía, y que el tiempo hablara, como había hecho siempre? Pero es que Janet no era "las de siempre", y no quería dañarla. No podía ser... un simple juego. Todo esto estaba muy bien razonado, pero si se conocía de algo, iba a tardar en mandarlo al traste muy poco.
Entre otras cosas porque nadie le había hablado como ella le hablaba, y traducido su mensaje como ella lo traducía. - Tú también tienes tu genialidad, Janet. - Le dijo, después de quedarse embobado oyéndola hablar, y de sentir mil escalofríos y perderse en sus ojos cuando había trazado esas alas en su espalda. - Hay que ser muy genial para entenderme, créeme. - Dijo entre risas, pero totalmente en serio. Lo siguiente sí que le hizo quedarse colgado de sus palabras, y probablemente la sonrisa cómica se había desvanecido. Eso empezaba a sonar peligrosamente a William dándole a Ícaro todos sus flamantes y estudiados argumentos para que se los llevara volando bien lejos de allí. - Júramelo. - Susurró. - Júrame que no te arrepientes de nada de esto... Y que no has cubierto el límite de sus locuras. - Porque sabía lo que le estaba pidiendo, porque se lo había dicho bien claro, y porque él se moría de ganas. Lo único que le frenaba era pensar que ella pudiera arrepentirse, y él ser artífice de un dolor que no quería provocar... Pero las señales parecían indicar lo contrario. Y no se lo iba a pensar más, porque cuando se sobrepensaba, al final, no se hacía.
Se acercó a ella, despacio, y se quedó a muy poca distancia, prácticamente rozando su frente y su nariz con la de ella. - Volar conmigo... podría hacer que te estrellaras. - Susurró, e hizo una pausa leve. Sentía su respiración más pesada que nunca. - ¿Eres consciente... del peligro... de hacer locuras con un loco como yo? - Tragó saliva y la miró a los ojos. - Lo siento... Soy un hombre impaciente. - O quizás no quería esperar a oír las respuestas, porque antes de que ella dijera nada, besó sus labios, en aquel lugar que tan cerca les dejaba del cielo.
Su respuesta le hizo volver a tierra. La miró apenas dos segundos con repentina pena, pero la cambió por un gesto de extrañeza. - ¿Bromeas? ¡Acabas de confundir a un guardia! - Exclamó, entre cómico y genuinamente desconcertado. Bufó levemente y perdió la mirada. - ¿Sabes? A mí me hubiera ido mejor más de una vez si hubiera hecho un poco de caso a lo que me decían. - Ladeó la cabeza varias veces. - Quizás haya que... saber cuándo es bueno ser obediente, y cuando es mejor no serlo. - La miró con una sonrisilla. - Yo acabo de decírtelo. ¿Podrías...? - Para. Se iba a extralimitar otra vez, y no sabía... por qué le daba tanto pudor con esa chica en concreto, si él siempre había sido un bocazas. Bajó la mirada, con una sonrisa tímida. - No me hagas caso... - Negó. Reconduce. - En lo de... hacerme caso. O sea, quiero decir... Claro que puedes... Me refería... - Suspiró. - Déjalo. He entrado en un bucle absurdo. Tendré que darme un martillazo en la cabeza para salir o algo. - Y rio, porque en fin, a ver qué otra cosa podía hacer después de haber dicho semejante tontería.
Había oído eso. Había oído esa frase, y no había podido evitar mirarla, repentinamente menos... bromista, y un poco más sentimental. - He defraudado a mucha gente. - Dijo, de corazón, ni siquiera supo de dónde salía esa voz. Sonrió levemente y perdió la mirada en el horizonte. ¿Cuánto tardaría Janet en darse cuenta de que solo era un genio disperso que decía muchas tonterías? Poco, probablemente. No podía perder de vista que era joven y que, por lo que contaba, tenía poca experiencia en la vida. William era un montón de luces de colores, y claramente la chica se había encandilado de eso. Pero no tardaría en aburrirse. Y él... ¿qué hacía de mientras? ¿Disfrutar, ya que podía, y que el tiempo hablara, como había hecho siempre? Pero es que Janet no era "las de siempre", y no quería dañarla. No podía ser... un simple juego. Todo esto estaba muy bien razonado, pero si se conocía de algo, iba a tardar en mandarlo al traste muy poco.
Entre otras cosas porque nadie le había hablado como ella le hablaba, y traducido su mensaje como ella lo traducía. - Tú también tienes tu genialidad, Janet. - Le dijo, después de quedarse embobado oyéndola hablar, y de sentir mil escalofríos y perderse en sus ojos cuando había trazado esas alas en su espalda. - Hay que ser muy genial para entenderme, créeme. - Dijo entre risas, pero totalmente en serio. Lo siguiente sí que le hizo quedarse colgado de sus palabras, y probablemente la sonrisa cómica se había desvanecido. Eso empezaba a sonar peligrosamente a William dándole a Ícaro todos sus flamantes y estudiados argumentos para que se los llevara volando bien lejos de allí. - Júramelo. - Susurró. - Júrame que no te arrepientes de nada de esto... Y que no has cubierto el límite de sus locuras. - Porque sabía lo que le estaba pidiendo, porque se lo había dicho bien claro, y porque él se moría de ganas. Lo único que le frenaba era pensar que ella pudiera arrepentirse, y él ser artífice de un dolor que no quería provocar... Pero las señales parecían indicar lo contrario. Y no se lo iba a pensar más, porque cuando se sobrepensaba, al final, no se hacía.
Se acercó a ella, despacio, y se quedó a muy poca distancia, prácticamente rozando su frente y su nariz con la de ella. - Volar conmigo... podría hacer que te estrellaras. - Susurró, e hizo una pausa leve. Sentía su respiración más pesada que nunca. - ¿Eres consciente... del peligro... de hacer locuras con un loco como yo? - Tragó saliva y la miró a los ojos. - Lo siento... Soy un hombre impaciente. - O quizás no quería esperar a oír las respuestas, porque antes de que ella dijera nada, besó sus labios, en aquel lugar que tan cerca les dejaba del cielo.
We are
- La eternidad es nuestra:
5490Mensajes :
178Honra :
Ivanka
Alchemist
Link del mensaje
The nearest place to heaven Capítulo III Día 27 de febrero de 1983 a las 20:00 horas en Quinta avenida, Nueva York |
Atendió a lo que decía sobre irse y… Sonrió. — ¿Ves como las cosas que dices tienen más sentido del que crees? Es… Es verdad. — Rio y parpadeó. — ¿Por qué vivir en Long Island? Podría vivir en Little Italy con Nicole… Es más, ¿por qué Nueva York? ¿Y si me voy a…? — Rio más. — A Utah. A Washington, a Nueva Orleans… — Se apartó el pelo de la cara y miró hacia el océano. — ¿Y si sigo la luz y la mirada de la libertad y me voy… A Inglaterra? — Hala, ¿por qué no? Vamos, Jane, qué más da ya. — Y si tuvieras que quedarte en un solo sitio, ¿cuál sería? — Porque es el sitio al que se iría ella de cabeza, eso seguro.
Se rio con ganas cuando le dijo lo del guardia, pero alzó la ceja a eso de que tenía que haber hecho caso más veces. — ¿Eso lo has dicho de verdad o solo para vacilarme? Porque… No te veo siguiendo los designios de nadie, William Gallia, es que no sigues ni los tuyos propios a veces, ¿sabes? Lo veo con estos… Embrollos en los que te metes. — Acabó riéndose. Pero frunció el ceño, mientras veía prácticamente el humo, las letras y los números salir del cerebro de William. — ¿Qué dices ahora? O sea… No sé, siempre hay gente que se puede decepcionar y… Pero… — Se encogió de hombros y negó con la cabeza. — Supongo que ellos se lo pierden, y no creo que a mi me decepcionaras nunca. — Y esa era la verdad. Si ahora le dijera que estaba casado en verdad o que era un agente secreto y que ella era un medio para llegar a Wren… Seguiría sin decepcionarla todo lo que había vivido hasta el momento.
Entornó los ojos y negó respecto a lo de su genialidad, pero los abrió mucho cuando le hizo aquella pregunta de forma tan intensa y le miró confusa. — ¿Lo dudas? — Separó los labios y dejó salir el aire entre ellos. — Te lo juro, William. He cometido tan pocas locuras, que, sinceramente, tengo un cupo muy grande. — Dijo desde el corazón.
Dejó que se acercara más aún, notando cómo el corazón se le aceleraba y se sentía hasta mareada. — Quiero ver las vistas. — Contestó sin más, ansiando que tomara la iniciativa. — Lo sé. — Dijo en un susurro, pero ya daba igual, lo único que veía era a William acercándose hacia ella y, en última instancia, sobre sus labios. Y lo que sintió fue lo más intenso que había sentido en su vida. Rozó sus labios con los de él y se dejó llevar por instinto, pero, para cuando quiso darse cuenta, estaba agarrada sus brazos, entregada sus besos, dándoselo absolutamente todo.
Cuando se separó estaba jadeando, pero no se soltó de sus brazos. — Oh, William… — Suspiró. — Me has gustado desde que te vi. No he podido dejar de pensar en si… si alguien como tú, podría fijarse en una secretaria que para él es una niña y… — Se estaba atragantando tanto con sus propias palabras que simplemente volvió a recorrer la distancia y besarle, más breve, pero más intensamente. — Sé… Que tienes que volver a Inglaterra y que tienes una vida, pero… Quería vivir, no solo esto, besarnos, lo que sea… Lo que quiero es vivir, y vivir contigo mientras estés aquí. Cometer locuras, todo esto, y si te tienes que ir al final pues… — Rio y negó con la cabeza. — Pues será un precioso recuerdo. —
Se rio con ganas cuando le dijo lo del guardia, pero alzó la ceja a eso de que tenía que haber hecho caso más veces. — ¿Eso lo has dicho de verdad o solo para vacilarme? Porque… No te veo siguiendo los designios de nadie, William Gallia, es que no sigues ni los tuyos propios a veces, ¿sabes? Lo veo con estos… Embrollos en los que te metes. — Acabó riéndose. Pero frunció el ceño, mientras veía prácticamente el humo, las letras y los números salir del cerebro de William. — ¿Qué dices ahora? O sea… No sé, siempre hay gente que se puede decepcionar y… Pero… — Se encogió de hombros y negó con la cabeza. — Supongo que ellos se lo pierden, y no creo que a mi me decepcionaras nunca. — Y esa era la verdad. Si ahora le dijera que estaba casado en verdad o que era un agente secreto y que ella era un medio para llegar a Wren… Seguiría sin decepcionarla todo lo que había vivido hasta el momento.
Entornó los ojos y negó respecto a lo de su genialidad, pero los abrió mucho cuando le hizo aquella pregunta de forma tan intensa y le miró confusa. — ¿Lo dudas? — Separó los labios y dejó salir el aire entre ellos. — Te lo juro, William. He cometido tan pocas locuras, que, sinceramente, tengo un cupo muy grande. — Dijo desde el corazón.
Dejó que se acercara más aún, notando cómo el corazón se le aceleraba y se sentía hasta mareada. — Quiero ver las vistas. — Contestó sin más, ansiando que tomara la iniciativa. — Lo sé. — Dijo en un susurro, pero ya daba igual, lo único que veía era a William acercándose hacia ella y, en última instancia, sobre sus labios. Y lo que sintió fue lo más intenso que había sentido en su vida. Rozó sus labios con los de él y se dejó llevar por instinto, pero, para cuando quiso darse cuenta, estaba agarrada sus brazos, entregada sus besos, dándoselo absolutamente todo.
Cuando se separó estaba jadeando, pero no se soltó de sus brazos. — Oh, William… — Suspiró. — Me has gustado desde que te vi. No he podido dejar de pensar en si… si alguien como tú, podría fijarse en una secretaria que para él es una niña y… — Se estaba atragantando tanto con sus propias palabras que simplemente volvió a recorrer la distancia y besarle, más breve, pero más intensamente. — Sé… Que tienes que volver a Inglaterra y que tienes una vida, pero… Quería vivir, no solo esto, besarnos, lo que sea… Lo que quiero es vivir, y vivir contigo mientras estés aquí. Cometer locuras, todo esto, y si te tienes que ir al final pues… — Rio y negó con la cabeza. — Pues será un precioso recuerdo. —
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
- Golden Shields:
Alice Gallia
Cause' Alice does belong with Marcus
Ante todo, amigos
Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
[/center]
- Juntos, somos el Todo:
- 16 de enero de 2002:
3069Mensajes :
20Honra :
Freyja
Alchemist
Link del mensaje
The nearest place to heaven Capítulo III Día 27 de febrero de 1983 a las 20:00 horas en Quinta avenida, Nueva York |
Ese no había sido un beso cualquiera. Podía ser alocado, podía vivir en las nubes y parecer que era un puro despiste. Pero no era ningún tonto, y entendía de sentimientos, y eso no se había sentido igual a ningún otro beso que hubiera dado en su vida. La miró a los ojos al separarse, y temió haber metido la pata, haber iniciado un proyecto peligrosísimo que acabara dañando a Janet. Y eso también era nuevo: él no había sido nunca tan temeroso, más bien un absoluto negligente. Si temía tanto dañarla, dañar aquello... era porque de verdad le importaba. Era porque de verdad veía que podía ser algo más, y no un simple experimento.
Arqueó las cejas con un punto triste, y sin embargo se le dibujó una sonrisa entre tierna e incrédula en el rostro. - Nunca te vi como a una niña. - Afirmó, con una leve risa aliviada. ¿Así que era eso? ¿Ella estaba tan llena de temores como él? Solo que de otros distintos. Al final todo acababa teniendo sentido, hasta lo más loco. Él lo decía constantemente. - Ni como a una secretaria. Te recuerdo que no sabía ni lo que eran las secretarias cuando llegué aquí. - Bromeó. Muy buen momento para bromas tontas, William. Se centró en seguir escuchando, un poco más serio, pero lo que se encontró fue otro beso de vuelta. Lo correspondió con gusto, pero abrió mucho los ojos cuando se separó. - Todo esto está siendo una locura muy propia de mí pero muy impropia de una niña secretaria paleta de Maine. - Arqueó una ceja. - A ver si no lo vas a ser... - Y sonrió. No, Janet no era nada de eso, Janet era lo más parecido a la mujer perfecta que había conocido. Lo tenía más claro, reunía más argumentos para ello, a cada segundo que pasaba a su lado. Y como se subiera a ese carro ya no iba a haber quien le bajara.
Lo que dijo después provocó que el corazón se le acelerara. Se quedó mirándola en silencio, y cuando acabó, tras quedarse en bloqueo unos segundos, se giró levemente para mirar al horizonte, a la inmensa ciudad de Nueva York y el cielo negro que se extendía ante ellos, pero sin soltarla. - Hace un frío tremendo... Luego tenemos la mala fama en Inglaterra. - Bromeó como si nada, e hizo otra pausa. Tenía que... pensar muy bien lo que decir... O quizás no. No, qué va. Él siempre improvisaba. No sabía elaborar un discurso preparado y ordenado, él... hablaba desde el corazón con lo que su cabeza le iba mandando. - Janet... Todo esto, esta ciudad inmensa... Esto se te queda pequeño. Y paradójicamente, tú... serías más grande... en un lugar mucho más pequeño que este. El que tú elijas, por supuesto, pero... a ti... te pegan... los jardines con florecitas. Las costas pequeñas, los ríos tranquilos. Las familias alocadas en las que hace falta que alguien ordene las cosas a punta de varita y de sentido a todas las tonterías que se dicen. - Tragó saliva. No la estaba mirando, miraba a la nada. - No tiene por qué ser... nada mío. Quiero decir... - Se estaba liando, así que tomó aire y la miró. - Tú también me gustas. Muchísimo. Vaya... acabo de sonar talmente como un quinceañero. A ver quién es el niño ahora. - Rio. Nada, no sabía hablar en serio ni dos palabras seguidas. - Pero... creía que me verías como a un viejo, fíjate. Los dos hemos pensado lo mismo pero al revés. ¿Tiene sentido? ¿Que algo sea lo mismo pero al revés? Como lo de... ser grande en un sitio pequeño. - Se encogió de hombros, con la cabeza gacha. - Lo que sé es que... desde que te he conocido, siento que todas mis tonterías sin sentido tienen más sentido cuando tú las oyes, sonríes y dices que tienen sentido. Porque te brillan los ojos, y no se te pone esa expresión de... - Le puso un índice en las cejas y le bajó el entrecejo graciosamente, lo que le hizo reír. - No, el modo gruñona confusa no te pega nada. Y eso es lo que me gusta. - Tragó saliva. - Me preguntabas antes dónde iría yo... Yo iría donde me sintiera yo mismo. Donde pudiera ser feliz. Si me dices... dónde irías tú... probablemente sería un sitio al que querría ir yo. - Ladeó una sonrisa. - No sé si te vale como respuesta. -
Arqueó las cejas con un punto triste, y sin embargo se le dibujó una sonrisa entre tierna e incrédula en el rostro. - Nunca te vi como a una niña. - Afirmó, con una leve risa aliviada. ¿Así que era eso? ¿Ella estaba tan llena de temores como él? Solo que de otros distintos. Al final todo acababa teniendo sentido, hasta lo más loco. Él lo decía constantemente. - Ni como a una secretaria. Te recuerdo que no sabía ni lo que eran las secretarias cuando llegué aquí. - Bromeó. Muy buen momento para bromas tontas, William. Se centró en seguir escuchando, un poco más serio, pero lo que se encontró fue otro beso de vuelta. Lo correspondió con gusto, pero abrió mucho los ojos cuando se separó. - Todo esto está siendo una locura muy propia de mí pero muy impropia de una niña secretaria paleta de Maine. - Arqueó una ceja. - A ver si no lo vas a ser... - Y sonrió. No, Janet no era nada de eso, Janet era lo más parecido a la mujer perfecta que había conocido. Lo tenía más claro, reunía más argumentos para ello, a cada segundo que pasaba a su lado. Y como se subiera a ese carro ya no iba a haber quien le bajara.
Lo que dijo después provocó que el corazón se le acelerara. Se quedó mirándola en silencio, y cuando acabó, tras quedarse en bloqueo unos segundos, se giró levemente para mirar al horizonte, a la inmensa ciudad de Nueva York y el cielo negro que se extendía ante ellos, pero sin soltarla. - Hace un frío tremendo... Luego tenemos la mala fama en Inglaterra. - Bromeó como si nada, e hizo otra pausa. Tenía que... pensar muy bien lo que decir... O quizás no. No, qué va. Él siempre improvisaba. No sabía elaborar un discurso preparado y ordenado, él... hablaba desde el corazón con lo que su cabeza le iba mandando. - Janet... Todo esto, esta ciudad inmensa... Esto se te queda pequeño. Y paradójicamente, tú... serías más grande... en un lugar mucho más pequeño que este. El que tú elijas, por supuesto, pero... a ti... te pegan... los jardines con florecitas. Las costas pequeñas, los ríos tranquilos. Las familias alocadas en las que hace falta que alguien ordene las cosas a punta de varita y de sentido a todas las tonterías que se dicen. - Tragó saliva. No la estaba mirando, miraba a la nada. - No tiene por qué ser... nada mío. Quiero decir... - Se estaba liando, así que tomó aire y la miró. - Tú también me gustas. Muchísimo. Vaya... acabo de sonar talmente como un quinceañero. A ver quién es el niño ahora. - Rio. Nada, no sabía hablar en serio ni dos palabras seguidas. - Pero... creía que me verías como a un viejo, fíjate. Los dos hemos pensado lo mismo pero al revés. ¿Tiene sentido? ¿Que algo sea lo mismo pero al revés? Como lo de... ser grande en un sitio pequeño. - Se encogió de hombros, con la cabeza gacha. - Lo que sé es que... desde que te he conocido, siento que todas mis tonterías sin sentido tienen más sentido cuando tú las oyes, sonríes y dices que tienen sentido. Porque te brillan los ojos, y no se te pone esa expresión de... - Le puso un índice en las cejas y le bajó el entrecejo graciosamente, lo que le hizo reír. - No, el modo gruñona confusa no te pega nada. Y eso es lo que me gusta. - Tragó saliva. - Me preguntabas antes dónde iría yo... Yo iría donde me sintiera yo mismo. Donde pudiera ser feliz. Si me dices... dónde irías tú... probablemente sería un sitio al que querría ir yo. - Ladeó una sonrisa. - No sé si te vale como respuesta. -
We are
- La eternidad es nuestra:
5490Mensajes :
178Honra :
Ivanka
Alchemist
Link del mensaje
The nearest place to heaven Capítulo III Día 27 de febrero de 1983 a las 20:00 horas en Quinta avenida, Nueva York |
A cada frase de William, el corazón le daba un violento latido. No la veía como a una niña, como a una secretaria, como a una paleta de Maine… La veía por lo que era, eso era lo que le había parecido a ella desde que se vieron por primera vez. Rio y negó con la cabeza. — Tienes razón, ¿cómo no? — Bajó las manos y agarró las suyas. — Yo no soy una niña ni una secretaria paleta… Yo soy Jane Van Der Luyden y… Solo William Gallia sabe verme de verdad. — Le dijo de corazón, porque ahora todo cobraba sentido en su cabeza.
Cuando William intentaba hablar de corrido solía perderse, que se lo dijeran a ella con la máquina de escribir, por eso hizo como hacía siempre que le transcribía, atender y desgranar lo que había detrás del galimatías de palabras. Sonrió con amor, y las mariposas que vivían ya por todo su cuerpo revolotearon como locas. — Me encantaría mi jardín con florecitas a las que pudiera cuidar. — Le salió una carcajada de pura ternura. — Y… vivir al lado de un río pequeñito, lleno de truchas de esas que viajan a contracorriente… Y abrir los ojos en una playa así todas las mañanas del verano… — Se mordió el labio inferior. — ¿Conoces a alguna familia alocada que quiera todo eso de alguien como yo? — Dime que los Gallia, por favor, no pediré nada nunca más, pero dime que los Gallia querrían algo así, que no es un sueño, que me estás pidiendo completar tu vida, pensó, anhelante. — Si es contigo lo quiero. — Aseguró simplemente. — William tú… Desde que tú llegaste… Has sabido valorar la persona que hay detrás de esta sonrisa que le pongo a todo el mundo, eres el primero que se ha preocupado por saber de mí… Tú sí que has sabido descifrarme a mí. —
Entornó los ojos y rio. — Pues claro que tiene sentido, tiene todo el sentido del mundo, como todo lo que dices. — Volvió a reírse y se frotó la frente. — Es de locos… Cómo todo tiene sentido al final. — Soltó una carcajada cuando le movió el entrecejo. — ¿No me pega nada de nada dices? Tendré que sonreírte siempre, entonces. — Y, de nuevo, el abismo en el estómago ante aquella afirmación. ¿Estaba William lanzándose a la misma velocidad que ella al vacío? Inspiró el helado aire de la noche neoyorquina. — Lejos de mi familia. — Dijo sin dudarlo demasiado. — Lejos de… Ese ambiente. Son como una hiedra que te aprisiona… Te agarra y te contamina, y no dejan crecer nada más… Y cuando hay una hiedra invasiva, la única forma de hacerla parar es… Cortar, y llevarte las plantitas que quieras salvar a otro lado. — Dio un paso hacia él, ya disfrutando de la cercanía de sus rostros. — Solo quiero poder ser una florecita libre y feliz, como tú me haces ser. Lejos de todo lo que me ha ahogado tanto tiempo, y ahora gracias a ti, sé que puedo. — ¿Y por qué no? Volvió a buscar sus labios con suavidad, con el corazón latiendo a tope y las mariposas saliendo como locas por todo su cuerpo.
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
- Golden Shields:
Alice Gallia
Cause' Alice does belong with Marcus
Ante todo, amigos
Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
[/center]
- Juntos, somos el Todo:
- 16 de enero de 2002:
3069Mensajes :
20Honra :
Página 3 de 4. • 1, 2, 3, 4