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Recuerdo del primer mensaje :
El pájaro en el espino
Marcus & Alice | Continuación Golden Shields | Inspired - Libros (Harry Potter Universe)
Estaba escrito. Marcus O’Donnell y Alice Gallia estaban predestinados a estar juntos desde antes de nacer, aunque las vicisitudes de la vida y sus familias, les impidieron conocerse hasta llegar a Hogwarts. Desde el primer día, en las barcas, sintieron esa conexión única que acabaría desembocando en la más bella historia de amor, pero hicieron falta siete años de idas y venidas, de heridas tan dolorosas como la pérdida de una madre o la apertura de secretos familiares que podían traer un terremoto a la vida de todo el mundo, para que acabaran juntos y felices.
Marcus es el primogénito adorado de la importante familia O’Donnell. Criado entre eruditos y con una familia unida, recto, prefecto durante tres cursos completos en Hogwarts, amante de las normas y con una inteligencia privilegiada. Nada haría augurar que acabaría entregando su corazón a Alice Gallia, otra mente brillante de Ravenclaw, pero proveniente de una familia con un pasado turbulento por parte de su madre en América, y mucho menos fan de las normas e inherente al caos. Pero ellos se adoran, las familias han recuperado el vínculo y se apoyan y la alianza O’Donnell-Gallia es un fuerte vínculo que va desde Irlanda a La Provenza.
Juntos fueron los mejores alumnos de Hogwarts, juntos quieren comerse el mundo y ser alquimistas. Ahora saben que se aman y que quieren estar juntos, pero no todo puede ser tan fácil. Les quedan mucho años de estudio y trabajo por delante para llegar a ser quienes quieren ser, las situaciones familiares no son las ideales y aún quedan temas sin resolver.
La historia de Marcus y Alice no podía acabarse al salir de Hogwarts, queda mucha alquimia, mundo que recorrer, momentos felices, dramas y mucha mucha alquimia y magia, que es para los que ambos nacieron. Además, aún no se han cumplido las dos profecías: queda una boda con mucho espino blanco y la creación de un nido… La última página está muy lejos de ser escrita, y esto es solo la primera parte.
Marcus es el primogénito adorado de la importante familia O’Donnell. Criado entre eruditos y con una familia unida, recto, prefecto durante tres cursos completos en Hogwarts, amante de las normas y con una inteligencia privilegiada. Nada haría augurar que acabaría entregando su corazón a Alice Gallia, otra mente brillante de Ravenclaw, pero proveniente de una familia con un pasado turbulento por parte de su madre en América, y mucho menos fan de las normas e inherente al caos. Pero ellos se adoran, las familias han recuperado el vínculo y se apoyan y la alianza O’Donnell-Gallia es un fuerte vínculo que va desde Irlanda a La Provenza.
Juntos fueron los mejores alumnos de Hogwarts, juntos quieren comerse el mundo y ser alquimistas. Ahora saben que se aman y que quieren estar juntos, pero no todo puede ser tan fácil. Les quedan mucho años de estudio y trabajo por delante para llegar a ser quienes quieren ser, las situaciones familiares no son las ideales y aún quedan temas sin resolver.
La historia de Marcus y Alice no podía acabarse al salir de Hogwarts, queda mucha alquimia, mundo que recorrer, momentos felices, dramas y mucha mucha alquimia y magia, que es para los que ambos nacieron. Además, aún no se han cumplido las dos profecías: queda una boda con mucho espino blanco y la creación de un nido… La última página está muy lejos de ser escrita, y esto es solo la primera parte.
AQUÍ COMIENZA ALQUIMIA DE VIDA: PIEDRA, PARTE 1
Índice de capítulos
1. La eternidad es nuestra
2. The birthday boy
3. Juntos pero no revueltos
4. Rêve d'un matin d'été
5. Don't need to go any further
6. The ghost of the past are the fears of the future
7. Que alumbra y no quema
8. Where it's peaceful, where I'm happy, where I'm free
9. Could you never grow up?
10. El largo vuelo
11. Family fights together
12. The language of facts
13. El ejército
14. They made their way
15. De cara al pasado
16. Toda la carne en el asador
17. Con los pies en el suelo
18. The encounter
19. Titanium
20. La bandada
21. Turmoil
22. En el ojo del huracán
23. La mágica familia americana
24. Vientos de guerra
25. The hateful heirs
26. Damocles
27. Tierra sin ley, odio que ciega
28. Sueños de paz
29. Antes de despegar hay que aterrizar
30. Volar es un pensamiento que no se puede atrapar
31. El vuelo de las águilas
32. Como las piedras celtas
33. Are we out of the Woods?
34. Bad topic
35. The date
36. Furthermore
37. Sin miedo a la diversión
1. La eternidad es nuestra
2. The birthday boy
3. Juntos pero no revueltos
4. Rêve d'un matin d'été
5. Don't need to go any further
6. The ghost of the past are the fears of the future
7. Que alumbra y no quema
8. Where it's peaceful, where I'm happy, where I'm free
9. Could you never grow up?
10. El largo vuelo
11. Family fights together
12. The language of facts
13. El ejército
14. They made their way
15. De cara al pasado
16. Toda la carne en el asador
17. Con los pies en el suelo
18. The encounter
19. Titanium
20. La bandada
21. Turmoil
22. En el ojo del huracán
23. La mágica familia americana
24. Vientos de guerra
25. The hateful heirs
26. Damocles
27. Tierra sin ley, odio que ciega
28. Sueños de paz
29. Antes de despegar hay que aterrizar
30. Volar es un pensamiento que no se puede atrapar
31. El vuelo de las águilas
32. Como las piedras celtas
33. Are we out of the Woods?
34. Bad topic
35. The date
36. Furthermore
37. Sin miedo a la diversión
Marcus O'Donnell Alquimista | Timotheé Chalamet | Freyja |
Alice Gallia Alquimista y enfermera | Kaya Scodelario | Ivanka |
- Post de rol:
- Código:
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La mágica familia americana Con Marcus | En Long Island | el 28 de agosto de 2002 |
Cuando lo hubo soltado todo, respiró profundamente y soltó el aire, mirando al océano. — Qué bien me ha venido soltarlo todo. — Pero ahora la que estaba con el ceño fruncido era Sophia. Conocía esa expresión de pensar intensamente de un Ravenclaw, poniendo a trabajar el cerebro a toda velocidad. — A ver, Alice… Por tu tono he deducido que esa posibilidad no te hace gracia, pero… Lo de la herencia de tu madre… Tiene mucho sentido. — Alzó las cejas y perdió la mirada también, reflexionando en voz alta. Alice negó y suspiró, acercándose a la roca y tirando piedrecitas a ver cuantas veces rebotaban en el agua. — Pero… ¿Por qué, entonces? Quiero decir… ¿Por qué quedarse con Dylan? ¿Por qué no matarnos a los dos? Es que, puestos a ponernos a imaginar… — Quizá es una cláusula. Que si no es vuestra no es de nadie más. Legalmente a ti ya no podían quitártela, cuando se enteraron ya eras mayor de edad… Pero él… — Alice suspiró y miró al cielo, empezando a inquietarse otra vez, y lanzando la piedrecita después con tanta fuerza que se hundió en el acto.
— Alice… ¿Puedo hacerte una pregunta? — Ella miró a la chica y asintió. — Solo faltaba, te acabo de contar mi vida. — ¿Por qué te molesta tanto la perspectiva de ser una heredera millonaria? — Ella soltó aire por la boca y cerró los ojos. — Toda mi vida… He vivido con muy poco. He tenido que contar cada knut. No éramos pobres, había gente peor, pero siempre hemos vivido muy conscientes de cada moneda gastada, peleando cada galeón, no comprando esto, lo otro, arreglando nosotros mismos las cosas, dándole más vidas a las cosas y… — Se mordió los labios por dentro y las lágrimas acudieron a sus ojos. — Mi madre siempre insistió tanto en que el dinero no da la felicidad que…— Sorbió. — La sola perspectiva de que su niño esté sufriendo TANTO solo por el sucio dinero de esos maltratadores, de esas malas personas… — Se limpió las lágrimas y volvió a levantar la cabeza bien rápido. — No asimilo que eso sea una posibilidad. Eso es todo… —
Se creó un silencio entre ellas, pero Sophia se acercó a ella y le acarició el brazo. — Alice, escúchame. — Ella se giró. — No pareces una persona que no mire los problemas a la cara o que tenga miedo a enfrentar las verdades, alargar las cosas eternamente. Habéis estado doce días encerrados. Aprovecha que estás descansada y este rato de clarividencia que has tenido y… Afronta esto. — Le limpió las lágrimas. — Ve a ver a ese notario que te han encontrado donde la señora Levinson dejó el testamento. Si no tiene nada que ver, podrás, por fin, quitártelo de la cabeza, y si sí… — Se encogió de hombros. — Podrás, por fin trazar una estrategia. Estarás más cerca de tu hermano. Sea como sea. — Ella se pasó las manos por la cara y negó con la cabeza. — No sé qué voy a hacer si eso es así. — Sophia la tomó de los dos brazos. — Lo pensarás cuando llegues. De momento, confirma, afronta, y luego… Ya con toda la información, tomarás las medidas que correspondan. — Alice sonrió y tomó las manos de Sophia. — Qué bueno es debatir con otra Ravenclaw. ¿Te has planteado ser sanadora mental? — Sophia chistó. — ¿Yo? De curar maldiciones no pienso bajar, primita. — Apretó en sus manos. — Pero amiga, siempre que tú y mi primo queráis, he esperado demasiado tiempo para tener gente como vosotros en la familia. —
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La mágica familia americana Con Alice | En Nueva York | 28 de agosto de 2002 |
Fergus se encogió de hombros. - En esta familia los listos escaseamos. Nos tendremos que llevar bien. - Marcus le miró con una ceja arqueada. - ¿Por qué dices eso? - ¿Estuviste en la misma barbacoa que yo el otro día? - Dijo con hastío y desdén. Marcus entrecerró los ojos y ladeó una sonrisa. - Entiendo un poco de gente que refunfuña para esconder sus verdaderos sentimientos. Tu primo Lex también lo hace. - ¿Ese es tu hermano? - Correcto. - Dicen que se le da tope de bien el quidditch. Que está en la liga profesional y todo. - Vaya, las noticias vuelan. - Como las escobas. - Ya, muy gracioso. Aún no está en la liga porque le queda un curso de Hogwarts, pero sí, ha pasado las pruebas. ¿Cómo te has enterado? - A mi hermano Frankie le han salido símbolos de dólar en los ojos cuando se ha enterado. - ¿Le compran con dinero muggle en la tienda? - Vale, de galeones, señorito mago inglés. - Marcus rio a carcajadas. - Es divertido conversar contigo. - Lo dicho: los listos no abundamos. - Ladeó varias veces la cabeza. - No estoy de acuerdo. - Fergus puso sonrisilla de estar deseando escuchar su argumentación para poderle rebatir.
Y si lo que quería era argumentación, vaya si la iba a tener. Le dio un repaso uno a uno a todos los miembros de la familia como si llevara con ellos más tiempo que Fergus, lo cual no era el caso, loando todas las virtudes que les hacían personas inteligentes: la habilidad con los móviles y los contactos de Sandy, la picardía de Saoirse, el don para el espacio y el dibujo de Maeve, la visión para los negocios de George, la gran capacidad para entender las emociones de Shannon, y hasta la habilidad de Arnie para robarle una varita a un chico mayor de edad. Eso último hizo a Fergus soltar una carcajada. - Bueno, tampoco es como que tangar al primo de Alice sea la gran cosa. - Marcus se cruzó de brazos, sonrisa ladeada al punto. - ¿Es todo lo que tienes que decir a mi gran argumentación? - Has hablado demasiado, tío, me he perdido la mitad. - El chico hizo una caída de ojos. - Y no has dicho qué me hace inteligente a mí. Te dejo que hables durante otro rato. - Marcus hizo una mueca con los labios y dijo. - La verdad... me está costando más encontrarlo. - Eso hizo que el otro frunciera el ceño de inmediato. Le había salido demasiado espontánea la ofensa. - No me parece muy inteligente ensalzarte tú en base a tirar por tierra a los demás. - ¡Yo no hago eso! - Se quejó, y le salió tan infantil que el propio Fergus debió darse cuenta de que acababa de perder esa partida.
Se quedó de brazos cruzados, ceñudo y mirándose los pies. - Estoy harto de que todo el mundo me diga que soy borde y tengo mala idea. Lo que soy es listo. - ¿Y por qué les sigues dando motivos para que te lo digan? - No doy motivos. - Acabas de decirme por qué tú estás por encima de tu familia de tontos. - Se encogió de hombros. - No creo que sean poco inteligentes, pero aunque lo fueran... voy a estar en deuda con ellos toda la vida. Serán como sean, pero son lo suficientemente buenas personas como para habernos acogido aquí, sin conocernos, tratarnos como familia y aceptar todos los problemas que traemos con nosotros. - Pronunció la sonrisa. - Tú incluido. - El chico, sin mirarle, puso en la boca una muequecita que parecía arrepentida. - Ya, bueno, pero si eres demasiado bueno, a veces te toman por tonto. - ¿Y por qué te toman si eres malo? - Hizo un gesto señalando a la puerta. - Pregúntale a Aaron si prefiere a una familia de buenos o a una de malos. -
Tras unos segundos, Fergus suspiró. - En cuanto me vaya a Ilvermorny, menudo alivio voy a dejar aquí. - Y pronunció el cruce de brazos. Marcus abrió la boca. - Ooooh... así que es eso. - ¡Eh! Con la tía Shannon ya tengo bastante, como te me pongas en plan sanador mental, me voy. - ¡Merlín me libre! - Dijo, alzando las manos. Fergus soltó un bufido. - ¡Es que ahora solo va a estar Maeve! Mis hermanos no están, ni Sandy, y mis primas aún son pequeñas. Y Maeve es tan... Maeve. - ¿Qué quieres decir? - ¡Que te persigue, tío! Que me la encuentro por los pasillos y es como: "¡Hola, Fergy!" - Se rio a carcajadas y el otro frunció tanto el ceño que se le iba a juntar con la boca. - ¡No te rías! Cómo se nota que no es a ti a quien le pasa. - Te confundes de objetivo. Hubiera pagado por tener una prima que me idolatraba persiguiéndome por los pasillos. Pregúntale a Alice, si me pasaba el día rodeado de niños, su hermano... - Se paró, con la mirada perdida y la sonrisa aún residual, pero se paró. Tras unos segundos de pausa, soltó aire por la boca. - Bueno... es bonito que alguien quiera tanto estar contigo. - Ahora la expresión con la que Fergus le miraba era triste.
- Tú ganas. - Reconoció, aunque Marcus no sabía bien qué quería decir. - ¿En qué casa crees que va a entrar Dylan? - Marcus negó. - Dylan va a ir a Hogwarts... - Tío, quedan tres días para el inicio de curso. - Vio que Marcus no parecía ceder, así que alzó las manos. - Vale, vale, va a ir a Hogwarts, pero por hacer una suposición. ¿A qué casa crees que iría? - Se encogió de hombros y dijo sin dudar. - A Pukwudgie. - O sea, con Maeve. Y tiene un año menos ¿no? - Asintió. - Bueno, pues si viene a Ilvermorny, nosotros cuidaremos de él. Maeve no le va a dejar ni a sol ni a sombra, pero ella va a ser más de "qué cuqui eres, yo te ayudo, dime qué necesitas", y yo voy a ser más de, "eh, chaval, estos son mis amigos, ahora son tuyos también, si alguien te molesta, nos lo dices y le decimos unas cuantas palabritas". - No pudo evitar reír. - Agradezco el ofrecimiento. - El chico sonrió y se acercó un poco a él en la cama. - Y a cambio... quiero que hagamos algo para sentirnos los listos. Venga, va, seguro que algo se te ocurre. - Qué manía de querer sentirte más listo... - ¡Va! No me creo que a ti no te mole ese rollo. Venga, tienes una novia lista, y ahí abajo hay dos a los que podemos tomarle el pelo un rato. - Puso carilla maliciosa. - Te recuerdo que están de risitas y que se han intentado meter contigo y con Alice. Y además, tío, son dos Aves del trueno, son unos pesados de manual. - Eso es verdad. - No los aguanto. - A mí me ponen de los nervios. - Se miraron y entonces Marcus pronunció la sonrisa y entrecerró los ojos. - ¿Sabes jugar al backgammon? - Fergus iluminó los ojos y se levantó de la cama de un salto. - Vamos a darle una paliza a esos matados. -
Y si lo que quería era argumentación, vaya si la iba a tener. Le dio un repaso uno a uno a todos los miembros de la familia como si llevara con ellos más tiempo que Fergus, lo cual no era el caso, loando todas las virtudes que les hacían personas inteligentes: la habilidad con los móviles y los contactos de Sandy, la picardía de Saoirse, el don para el espacio y el dibujo de Maeve, la visión para los negocios de George, la gran capacidad para entender las emociones de Shannon, y hasta la habilidad de Arnie para robarle una varita a un chico mayor de edad. Eso último hizo a Fergus soltar una carcajada. - Bueno, tampoco es como que tangar al primo de Alice sea la gran cosa. - Marcus se cruzó de brazos, sonrisa ladeada al punto. - ¿Es todo lo que tienes que decir a mi gran argumentación? - Has hablado demasiado, tío, me he perdido la mitad. - El chico hizo una caída de ojos. - Y no has dicho qué me hace inteligente a mí. Te dejo que hables durante otro rato. - Marcus hizo una mueca con los labios y dijo. - La verdad... me está costando más encontrarlo. - Eso hizo que el otro frunciera el ceño de inmediato. Le había salido demasiado espontánea la ofensa. - No me parece muy inteligente ensalzarte tú en base a tirar por tierra a los demás. - ¡Yo no hago eso! - Se quejó, y le salió tan infantil que el propio Fergus debió darse cuenta de que acababa de perder esa partida.
Se quedó de brazos cruzados, ceñudo y mirándose los pies. - Estoy harto de que todo el mundo me diga que soy borde y tengo mala idea. Lo que soy es listo. - ¿Y por qué les sigues dando motivos para que te lo digan? - No doy motivos. - Acabas de decirme por qué tú estás por encima de tu familia de tontos. - Se encogió de hombros. - No creo que sean poco inteligentes, pero aunque lo fueran... voy a estar en deuda con ellos toda la vida. Serán como sean, pero son lo suficientemente buenas personas como para habernos acogido aquí, sin conocernos, tratarnos como familia y aceptar todos los problemas que traemos con nosotros. - Pronunció la sonrisa. - Tú incluido. - El chico, sin mirarle, puso en la boca una muequecita que parecía arrepentida. - Ya, bueno, pero si eres demasiado bueno, a veces te toman por tonto. - ¿Y por qué te toman si eres malo? - Hizo un gesto señalando a la puerta. - Pregúntale a Aaron si prefiere a una familia de buenos o a una de malos. -
Tras unos segundos, Fergus suspiró. - En cuanto me vaya a Ilvermorny, menudo alivio voy a dejar aquí. - Y pronunció el cruce de brazos. Marcus abrió la boca. - Ooooh... así que es eso. - ¡Eh! Con la tía Shannon ya tengo bastante, como te me pongas en plan sanador mental, me voy. - ¡Merlín me libre! - Dijo, alzando las manos. Fergus soltó un bufido. - ¡Es que ahora solo va a estar Maeve! Mis hermanos no están, ni Sandy, y mis primas aún son pequeñas. Y Maeve es tan... Maeve. - ¿Qué quieres decir? - ¡Que te persigue, tío! Que me la encuentro por los pasillos y es como: "¡Hola, Fergy!" - Se rio a carcajadas y el otro frunció tanto el ceño que se le iba a juntar con la boca. - ¡No te rías! Cómo se nota que no es a ti a quien le pasa. - Te confundes de objetivo. Hubiera pagado por tener una prima que me idolatraba persiguiéndome por los pasillos. Pregúntale a Alice, si me pasaba el día rodeado de niños, su hermano... - Se paró, con la mirada perdida y la sonrisa aún residual, pero se paró. Tras unos segundos de pausa, soltó aire por la boca. - Bueno... es bonito que alguien quiera tanto estar contigo. - Ahora la expresión con la que Fergus le miraba era triste.
- Tú ganas. - Reconoció, aunque Marcus no sabía bien qué quería decir. - ¿En qué casa crees que va a entrar Dylan? - Marcus negó. - Dylan va a ir a Hogwarts... - Tío, quedan tres días para el inicio de curso. - Vio que Marcus no parecía ceder, así que alzó las manos. - Vale, vale, va a ir a Hogwarts, pero por hacer una suposición. ¿A qué casa crees que iría? - Se encogió de hombros y dijo sin dudar. - A Pukwudgie. - O sea, con Maeve. Y tiene un año menos ¿no? - Asintió. - Bueno, pues si viene a Ilvermorny, nosotros cuidaremos de él. Maeve no le va a dejar ni a sol ni a sombra, pero ella va a ser más de "qué cuqui eres, yo te ayudo, dime qué necesitas", y yo voy a ser más de, "eh, chaval, estos son mis amigos, ahora son tuyos también, si alguien te molesta, nos lo dices y le decimos unas cuantas palabritas". - No pudo evitar reír. - Agradezco el ofrecimiento. - El chico sonrió y se acercó un poco a él en la cama. - Y a cambio... quiero que hagamos algo para sentirnos los listos. Venga, va, seguro que algo se te ocurre. - Qué manía de querer sentirte más listo... - ¡Va! No me creo que a ti no te mole ese rollo. Venga, tienes una novia lista, y ahí abajo hay dos a los que podemos tomarle el pelo un rato. - Puso carilla maliciosa. - Te recuerdo que están de risitas y que se han intentado meter contigo y con Alice. Y además, tío, son dos Aves del trueno, son unos pesados de manual. - Eso es verdad. - No los aguanto. - A mí me ponen de los nervios. - Se miraron y entonces Marcus pronunció la sonrisa y entrecerró los ojos. - ¿Sabes jugar al backgammon? - Fergus iluminó los ojos y se levantó de la cama de un salto. - Vamos a darle una paliza a esos matados. -
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La mágica familia americana Con Marcus | En Long Island | el 28 de agosto de 2002 |
Había estado desconectada toda velada, y le daba pena. Jason estaba feliz, Junior y Aaron como locos jugando con Fergus y Marcus, y los abuelos parecían felices de recuperar la normalidad. Pero Alice había hecho una llamada de teléfono por segunda vez en su vida, y ya solo podía pensar en en lo hablado. Había recibido una carta de cortesía de la notaría que le habían indicado, una de esas que se generaban solas con un hechizo, emplazándoles dentro de dos días, lo que le había dejado uno en medio para ver a Monica y Howard, así que no podía perder tiempo en cartas, y para eso el móvil era único. Monica ni se extrañó, y a Howard le dio tiempo a planificar una visita de Marcus al MACUSA para organizar lo de la auditoría, y eso por carta hubiera sido tremendamente más difícil. Y ahora no podía dejar de darle vueltas.
En un momento dado, Betty se puso junto a ella con Sophia. — Sabemos cuándo una serpientilla está dándole a la cabeza, ¿verdad? — Preguntó la mayor. La chica asintió y sonrió y Alice suspiró con otra sonrisa. — A veces no sabemos disimular… — Sophie me ha contado lo que te toca mañana y… Mira, voy a decirte una cosa. Si es lo que todo el mundo conjetura… Tu vida va a cambiar un montón. Y hay gente que no tiene tanto sobreaviso, y le pilla de sopetón, y eso, para la gente como nosotras, sería una bendición, porque no nos daría lugar a darle tantas vueltas a la vida, a todo lo que puede pasar, o significar… — Alice asintió. — Pues sí, a veces he deseado que eso fuera así, desde luego… — Betty le tomó de la mano. — Pero la realidad es que, por muy preparados que creamos estar gracias a ese cerebro del que tanto presume mi hijo pequeño, ni siquiera nosotros podemos saber cómo vamos a reaccionar, así que… Haz lo que tengas que hacer para distraer la mente hasta que llegue. — Y ambas miraron a Marcus, a lo que Alice negó con una sonrisa. — Está demasiado a gusto con el backgammon haciendo equipo con Fergus, dejémosle. — No, si no decíamos ahora… — Dijo Sophia con tonito inequívoco. Alice la miró y ambas rieron. — Hace mucho que entendí que los Lacey no se callan casi nada, y Shannon ha visto cosas… — Y habéis pasado una noche en el famoso piso. — Alice notó cómo se ponía rojísima y se rio, tapándose la cara. — Por favor, prometedme una cosa. — Yo creo que lo sabe hasta la abuela. — Replicó Sophia. — No, no… Que cuando vengáis a Irlanda… No diréis esas cosas delante de los O’Donnell, ¿vale? — Y las tres se echaron a reír, que falta les hacía.
Y no, no iba a hacer eso con Marcus, pero… Cuando ya se hubieron retirado cada uno a sus habitaciones y la casa estaba en silencio… El peso de dormir sola, en una habitación que no era la suya, teniendo a Marcus tan cerca… Suspiró y no lo pensó mucho más. Entró en la habitación de su novio y ni dio la luz, se tiró a su lado y le buscó en la oscuridad. — ¿Crees que tienes un momento para ver las estrellas conmigo, aunque sea con un hechizo en el techo? — A él se le daba divino ese hechizo, así que simplemente dejó que lo echara y esperó para poder verle a la luz de las estrellas para acariciar su rostro. — Si mañana y pasado… Cambian tanto las circunstancias, cambia mi vida, y por lo tanto la tuya… — Suspiró. — Acuérdate de que estaré muriéndome de miedo por dentro, que cuento con tu consejo y que… No voy a dejar de amarte. — Tomó una de sus manos y la besó. — Te amo. Vamos a averiguar qué pasa aquí, y lo vamos a averiguar de una vez por todas. Se acabaron los secretos y las conjeturas. Por mucho miedo que me dé. Si estoy contigo, puedo hacerlo todo. —
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Vientos de guerra Con Alice | En Nueva York | 29 de agosto de 2002 |
- ¿Cómo que nada? - Preguntó alucinado, mirando con la mandíbula levemente desencajada a Howard, mientras escuchaba a su novia al otro lado del teléfono. Ni que decir tenía lo raro que se le hacía eso, por no hablar de lo mucho que habían tenido que convencerle de que era lo más práctico, porque eso de hablar en mitad de la calle de un tema tan delicado no le hacía ninguna gracia. Afortunadamente para todos, una nube rezagada del huracán había tenido a bien posarse sobre el MACUSA, y con la excusa del ruido de la lluvia al menos se sentía más protegido. - Pero... ¿A George? ¿Ahora? - Siguió hablando con Alice, sin dejar de mirar a Howard, que le devolvía una mirada intrigada, cruzado de brazos. Ambos estaban a las puertas del edificio, bajo un hechizo de paraguas que les protegía de la lluvia.
- Vale... Vale, sí. Le llamo ahora. Ya... No, no, estoy con Howard. No, estamos fuera... Vale. Sí, ahora mismo. Adiós. Te quiero. - Y colgó, resoplando justo después. - Mi mujer haciendo de las suyas ¿eh? - Marcus chasqueó la lengua. - Y la mía obligándome a usar este trasto. - Se quejó, mientras pulsaba las teclas correctas para contactar con su primo George. - Dame un momento, por favor. - Porque si ya le costaba concentrarse para hablar con Alice, cuanto menos para hablar con un señor empresario que, por muy familia suya que fuese, solo le había visto una vez.
Se tomó la petición con una diligencia pasmosa, porque en menos de cinco minutos estaba allí, perfectamente trajeado y bajo un hechizo de paraguas tan preciso y elegante que le recordó a los de su madre. De hecho, George dejó escapar una casi muda risa con los labios cerrados, porque Marcus se había quedado mirando el encantamiento. - Demasiado sorprendido para ser el hijo de Emma O'Donnell, por lo que he oído y los libros que han caído en mis manos. - Marcus rio levemente. - Precisamente. No estoy acostumbrado a ver hechizos tan buenos que no sean de mi madre. - Se puso de canto y señaló a su compañero. - Este es... - Howard Graves, de diplomacia. - Completó George, esbozando una sonrisa correcta y extendiendo la mano. - Mucho gusto. George Lacey. - Un placer. - Se saludaron. Definitivamente, aquel mundo a Marcus se le escapaba bastante por el momento.
- ¿Entramos? Podemos charlar más tranquilamente en mi despacho. - Propuso Howard, y allá que fueron. Ya refugiados de la lluvia y en un ambiente que Marcus consideraba más seguro (porque Howard le había asegurado que tenía un encantamiento de aislamiento de sonido permanente), se sentaron los tres y expusieron los hechos. - Vale, estos son los aspectos legales a los que nos podemos acoger. Me refiero en términos de que no se nos acuse de ilegalidad por husmear donde no nos llaman. - Empezó Howard, y luego miró a George. - Deduzco que un hombre de negocios como Teddy Van Der Luyden tendrá muchos movimientos de dinero a la vista pública. - Pero no tantos como a la vista privada. - Afirmó su primo. - Pero sé por dónde vas: no es difícil ver en qué ha empleado el dinero. - Frunció levemente el ceño e hizo un gesto con la mano. - Es muy estratega, muy hombre de negocios, pero no es especialmente cauto con los gastos. Se le conoce por sus grandes dispendios, y se sospecha que su fortuna no es tan grande como parece. Si hubiera recibido una herencia de ese calibre... se habría notado. - Alzó un índice. - Repido: no he dicho "se sabría", he dicho "se habría notado". Él siempre se vende muy bien, y nadie confirma si las cantidades que dice recibir y poseer son ciertas o solo una manera como otra cualquiera de amedrentar en base a su poder e influencias. Lo que está claro es que no va a tener semejantes cantidades de dinero y no va a usarlas. Lo mismo con las propiedades. - Howard miró a Marcus y dijo. - Pues manos a la obra. -
- Vale... Vale, sí. Le llamo ahora. Ya... No, no, estoy con Howard. No, estamos fuera... Vale. Sí, ahora mismo. Adiós. Te quiero. - Y colgó, resoplando justo después. - Mi mujer haciendo de las suyas ¿eh? - Marcus chasqueó la lengua. - Y la mía obligándome a usar este trasto. - Se quejó, mientras pulsaba las teclas correctas para contactar con su primo George. - Dame un momento, por favor. - Porque si ya le costaba concentrarse para hablar con Alice, cuanto menos para hablar con un señor empresario que, por muy familia suya que fuese, solo le había visto una vez.
Se tomó la petición con una diligencia pasmosa, porque en menos de cinco minutos estaba allí, perfectamente trajeado y bajo un hechizo de paraguas tan preciso y elegante que le recordó a los de su madre. De hecho, George dejó escapar una casi muda risa con los labios cerrados, porque Marcus se había quedado mirando el encantamiento. - Demasiado sorprendido para ser el hijo de Emma O'Donnell, por lo que he oído y los libros que han caído en mis manos. - Marcus rio levemente. - Precisamente. No estoy acostumbrado a ver hechizos tan buenos que no sean de mi madre. - Se puso de canto y señaló a su compañero. - Este es... - Howard Graves, de diplomacia. - Completó George, esbozando una sonrisa correcta y extendiendo la mano. - Mucho gusto. George Lacey. - Un placer. - Se saludaron. Definitivamente, aquel mundo a Marcus se le escapaba bastante por el momento.
- ¿Entramos? Podemos charlar más tranquilamente en mi despacho. - Propuso Howard, y allá que fueron. Ya refugiados de la lluvia y en un ambiente que Marcus consideraba más seguro (porque Howard le había asegurado que tenía un encantamiento de aislamiento de sonido permanente), se sentaron los tres y expusieron los hechos. - Vale, estos son los aspectos legales a los que nos podemos acoger. Me refiero en términos de que no se nos acuse de ilegalidad por husmear donde no nos llaman. - Empezó Howard, y luego miró a George. - Deduzco que un hombre de negocios como Teddy Van Der Luyden tendrá muchos movimientos de dinero a la vista pública. - Pero no tantos como a la vista privada. - Afirmó su primo. - Pero sé por dónde vas: no es difícil ver en qué ha empleado el dinero. - Frunció levemente el ceño e hizo un gesto con la mano. - Es muy estratega, muy hombre de negocios, pero no es especialmente cauto con los gastos. Se le conoce por sus grandes dispendios, y se sospecha que su fortuna no es tan grande como parece. Si hubiera recibido una herencia de ese calibre... se habría notado. - Alzó un índice. - Repido: no he dicho "se sabría", he dicho "se habría notado". Él siempre se vende muy bien, y nadie confirma si las cantidades que dice recibir y poseer son ciertas o solo una manera como otra cualquiera de amedrentar en base a su poder e influencias. Lo que está claro es que no va a tener semejantes cantidades de dinero y no va a usarlas. Lo mismo con las propiedades. - Howard miró a Marcus y dijo. - Pues manos a la obra. -
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Vientos de guerra Con Marcus | En Nueva York | el 29 de agosto de 2002 |
Alice colgó el teléfono que su amiga le había prestado y suspiró. — Se ha enfadado. — Monica puso una sonrisa socarrona y echó la cabeza para atrás. — Naahhhh, ¿Minigraves enfadándose contigo? Lo dudo. — Alice soltó una risa entre dientes. — Lo hace más de lo que crees… — Miró la libreta que tenían sobre la mesita del café de Monica. — Entonces… ¿No los vas a investigar por tu cuenta? — La mujer se encogió de hombros. — Tú querías saber si viven en la casa de la señora Levinson y si usan el dinero… Y eso, Alice, ya lo vamos a saber… — Monica se quedó frente a ella. — ¿Había una posibilidad, por pequeña que fuera, de que quisieras alargar esto un poquito porque no quieras saber la verdad? — Ella suspiró y se miró los pies. — Es posible… Y ayer dije que lo enfrentaría, pero… Aquí estoy. — Monica la cogió por los hombros y le hizo mirarla. — Da un miedo que te cagas. Nadie dice que no deba darte miedo. — Ella le sonrió con tristeza y se sintió como la Alice de doce años. — Tú nunca tienes miedo. — La mujer abrió mucho los ojos. — ¿Que no? ¿Y qué crees que tengo cada vez que don Perfecto deja caer que deberíamos tener una casa más grande por lo que pueda pasar en un futuro? Mira, pánico me da. — Ambas rieron y Alice entornó los ojos. — Te entiendo tanto… A mi prefecto se le ha olvidado por un tiempo… Pero cuando esto pase… — Que pasará. — Le recordó Monica. — Entonces seguro que empezamos a darle vueltas al asunto. — Monica asintió con pesar. — Tía, ¿por qué son tan perfectos que nos hacen replanteárnoslo todo? Terrible me parece. — La cogió del brazo. — Pero lo primero es lo primero. ¿Echabas de menos el MACUSA? — Alice rio y negó con la cabeza. — Lo odio profundamente. — Demasiado ostentoso, ¿eh? — Alice rio. — ¿Cómo lo sabes? — Toooooodos los ingleses decimos lo mismo. —
Para haberse acabado el huracán, había que ver cómo seguía lloviendo. El paraguas de Monica no era TAN fuerte, y entre eso y la aparición un poco accidentada de un montón de magos intentando aparecerse a la vez en el mismo sitio de Nueva York, hizo que acabaran mojándose. Monica se apresuró al interior diciendo, mientras ponía perdidos de agua los pasillos. — ¡Soy la señora Graves! Mi marido nos espera en el departamento de Reino Unido, a mí y a la señorita Gallia que es esta, venga gracias. — Señora Graves… — Se acercó el de seguridad. — No, no, Kenny, por favor, que tengo prisa. Sabes perfectamente quien soy, y esta es más inglesa que la rosa de San Jorge, bombas no lleva, por favor, no me hagas perder el tiempo. Venga, gracias, guapo. — No daba lugar a réplica la tía. Muchas veces habría tenido que ir por ahí para moverse con tanta agilidad, porque, por aquellos enorme y laberínticos pasillos, acabó llevándola al despacho de Howard.
Al entrar se sintió un poco niña traviesa, porque aparecía por aquel despacho de grandes ventanas y maderas nobles de Howard, empapada como un perrillo callejero, y con la misma cara que uno. — Perdón, problemillas de aparición. — Le tendió la mano a George. — Señor Lacey, ¿no? Soy la mujer de aquel y transporte favorito de esta señorita. — Miró a la mesa. — Veo que ya estamos metidos en harina. Decidme, ¿tenemos algo? — Puso dos sillas para las dos como si aquel fuera su despacho, y Alice, que aún estaba demasiado embotada se sentó sin rechistar. — ¿Qué es todo esto? — Preguntó casi en un lamento.
George y Howard pasaron a explicar los papeles que estaban viendo, mientras Monica les pasaba el hechizo secador a ambas. Ella entre el ruido, el agobio y todo, no se estaba enterando y sentía un pitido en los oídos. — George, perdóname… Es que… Yo no entiendo nada de todo esto. — Él asintió y cogió uno de los papeles. — Esto son índices de participación en bolsa. La gente que cuenta con cierto dinero, suele invertirlo, para tener más… — Alice parpadeó y asintió. Vale, eso lo sabía. — Estas gráficas son las inversiones de Teddy en los últimos dos años… ¿Qué ves? — Afiló la vista en el papel y miró al hombre. — Que no hay mucha diferencia con los anteriores… Pero, ¿y si simplemente no hubiera querido invertir el dinero de la herencia? — Poco probable, pero aún menos probable… Que no intente rescatar las inversiones que sí tiene, pero que ahora mismo la están restando dinero… — Le enseñó otro papel. — ¿Y si le están restando por qué no las saca? — Porque sacarlas tiene penalización económica. Muy alta. — Pero si está perdiendo dinero más le valdría hacerlo, ¿por qué iba a mantenerlo? — Porque no tiene el capital necesario para la penalización. — Aclaró Howard, con las manos juntas bajo los labios, muy concentrado. — Ergo, seguro que millones no tiene. — La herencia de Bethany Levinson no ha sido para Teddy. — Confirmó George. — Y espérate a oír lo de la casa. —
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Vientos de guerra Con Alice | En Nueva York | 29 de agosto de 2002 |
La mesa se llenó de tantos papeles en tan poco tiempo que, para cuando Marcus pudo volver a parpadear, porque se le habían quedado los ojos abiertísimos, las explicaciones de sus dos compañeros iban ya por la mitad. Le daba bastante vergüenza pedir que por favor se lo repitieran todo desde el principio (y no estaba nada acostumbrado a tener que hacerlo), y afortunadamente no hubo necesidad de hacerlo, porque Alice y Monica entraron al despacho, la segunda como un torrente, la primera casi tan aturdida como él. No pudo evitar pasarle un poco la mano por el pelo y la ropa, porque venía empapada, pero Monica se le adelantó con el hechizo secador. Claramente, lo del hechizo de paraguas no había sido algo con lo que hubieran contado al aparecerse.
En la segunda explicación se enteró un poco mejor, algunas cosas sí que había oído aunque fuera de fondo, ahora la que estaba perdida era Alice. Con razón, porque aquel mundo les venía grande a ambos, mucho más a ella. Al fin y al cabo, Marcus estaba relativamente familiarizado con el lenguaje de herencias y dinero solo por proximidad a los Horner, si bien había hecho el caso justo y necesario, no es como que le interesara mucho. Probablemente fuera un mecanismo de defensa para ignorar a su tío Finneas cada vez que insinuaba que a su madre le había venido muy bien la herencia de su abuelo para sacar su tirada de libros. Envidioso. Le ponía de los nervios, y Marcus ignoraba diametralmente todo lo que no le parecía bien. Ahora hubiera agradecido estar más atento.
Tanto Howard, como George, como Monica por la cara que estaba poniendo, parecían tener muy claro que la herencia de Bethany no había sido para Teddy. Marcus miraba de hito en hito a todos, pero sobre todo miraba a Alice, evaluando su reacción. El dinero le daba exactamente igual, deseaba con todas sus fuerzas que aquello fuera cierto porque les daría POR FIN la clave del por qué de toda aquella situación, por qué querían a Dylan con ellos y por qué habían ignorado a Alice y estaban haciendo todo eso. A lo que no habían llegado aún era al tema de la casa, no lo habían tocado antes de que entraran Alice y Monica, y el corazón le iba a mil por hora en anticipación.
George sacó otros papeles. - Este es el registro de la propiedad. Es un documento que puede consultarse de manera pública, y aquí figura el propietario de una vivienda. - Lo extendió ante ellos y señaló una frase con el dedo. Antes de que a Marcus le diera tiempo a procesar, Monica estaba dando una palmada en el aire, no sabía si más satisfecha o indignada. - ¡Lo sabía! Es que lo sabía... - "En transición legal." - Leyó Marcus, mirando acto seguido a los presentes con el ceño fruncido. - ¿Qué significa eso? - Que el testamento está sin resolver. - Comunicó Howard. Marcus, que no había desfruncido el ceño, parpadeó, lo que hizo que George se explicara, entrelazando los dedos sobre la mesa. - Cuando una persona fallece, se lee su testamento y se legan los bienes a quien dicha persona haya decidido. Si Bethany hubiera nombrado heredero a Teddy, se hubiera leído el testamento, él lo hubiera aceptado y la casa ahora estaría a su nombre. Si no es así, es muy probable que el heredero no fuera él, porque dudo que hubiera rechazado una herencia semejante. - Sospechamos que la heredera podría haber sido la madre de Alice. - Explicó Howard a George. - Pero ella había fallecido antes de que lo hiciera Bethany. - George pensó. - Si no lo sabía, podría estar la herencia de la vivienda a nombre de tu madre, Alice... - Según Lucy McGrath, al no estar Janet para recibir la herencia, esta pasó a manos de Teddy. - Dijo Marcus, pero George, pensativo, frunció el ceño y negó. - No... eso claramente no ha sido así. - Marcus y Alice se miraron. No debería ser ninguna sorpresa que los McGrath les hubieran mentido. Y la conclusión empezaba a ser clara.
- Los Van Der Luyden tienen poder suficiente como para acogerse a, en caso de fallecimiento del heredero, que la herencia pase a otro de los hijos. Pueden alegar el desconocimiento de herederos de Janet, o incluso que esta en vida rechazó toda herencia... Todo esto podrían hacerlo, salvo que... - Lo dejó levemente en suspenso, mientras todos le miraban... y vieron como, mientras se pasaba los dedos por los labios en gesto distraído y pensativo, esbozaba una sonrisa. - ¿Qué? - Preguntó Marcus, desconcertado, esperando no estar sonando muy brusco. George le miró. - Ese testamento tenía una cláusula. No sabemos cual, pero claramente los Van Der Luyden buscan desesperadamente la manera de poder cumplirla, y todavía no lo han conseguido. - El hombre miró a Alice. - Hay muchas posibilidades, Alice, de que tu hermano y tú seáis los herederos de Bethany Levinson en ausencia de tu madre. - Y en lo que Marcus abría mucho los ojos y pasaba la mirada de George a su novia, Monica dio una fuerte carcajada. - Justicia poética. Estoy deseando ver eso. -
En la segunda explicación se enteró un poco mejor, algunas cosas sí que había oído aunque fuera de fondo, ahora la que estaba perdida era Alice. Con razón, porque aquel mundo les venía grande a ambos, mucho más a ella. Al fin y al cabo, Marcus estaba relativamente familiarizado con el lenguaje de herencias y dinero solo por proximidad a los Horner, si bien había hecho el caso justo y necesario, no es como que le interesara mucho. Probablemente fuera un mecanismo de defensa para ignorar a su tío Finneas cada vez que insinuaba que a su madre le había venido muy bien la herencia de su abuelo para sacar su tirada de libros. Envidioso. Le ponía de los nervios, y Marcus ignoraba diametralmente todo lo que no le parecía bien. Ahora hubiera agradecido estar más atento.
Tanto Howard, como George, como Monica por la cara que estaba poniendo, parecían tener muy claro que la herencia de Bethany no había sido para Teddy. Marcus miraba de hito en hito a todos, pero sobre todo miraba a Alice, evaluando su reacción. El dinero le daba exactamente igual, deseaba con todas sus fuerzas que aquello fuera cierto porque les daría POR FIN la clave del por qué de toda aquella situación, por qué querían a Dylan con ellos y por qué habían ignorado a Alice y estaban haciendo todo eso. A lo que no habían llegado aún era al tema de la casa, no lo habían tocado antes de que entraran Alice y Monica, y el corazón le iba a mil por hora en anticipación.
George sacó otros papeles. - Este es el registro de la propiedad. Es un documento que puede consultarse de manera pública, y aquí figura el propietario de una vivienda. - Lo extendió ante ellos y señaló una frase con el dedo. Antes de que a Marcus le diera tiempo a procesar, Monica estaba dando una palmada en el aire, no sabía si más satisfecha o indignada. - ¡Lo sabía! Es que lo sabía... - "En transición legal." - Leyó Marcus, mirando acto seguido a los presentes con el ceño fruncido. - ¿Qué significa eso? - Que el testamento está sin resolver. - Comunicó Howard. Marcus, que no había desfruncido el ceño, parpadeó, lo que hizo que George se explicara, entrelazando los dedos sobre la mesa. - Cuando una persona fallece, se lee su testamento y se legan los bienes a quien dicha persona haya decidido. Si Bethany hubiera nombrado heredero a Teddy, se hubiera leído el testamento, él lo hubiera aceptado y la casa ahora estaría a su nombre. Si no es así, es muy probable que el heredero no fuera él, porque dudo que hubiera rechazado una herencia semejante. - Sospechamos que la heredera podría haber sido la madre de Alice. - Explicó Howard a George. - Pero ella había fallecido antes de que lo hiciera Bethany. - George pensó. - Si no lo sabía, podría estar la herencia de la vivienda a nombre de tu madre, Alice... - Según Lucy McGrath, al no estar Janet para recibir la herencia, esta pasó a manos de Teddy. - Dijo Marcus, pero George, pensativo, frunció el ceño y negó. - No... eso claramente no ha sido así. - Marcus y Alice se miraron. No debería ser ninguna sorpresa que los McGrath les hubieran mentido. Y la conclusión empezaba a ser clara.
- Los Van Der Luyden tienen poder suficiente como para acogerse a, en caso de fallecimiento del heredero, que la herencia pase a otro de los hijos. Pueden alegar el desconocimiento de herederos de Janet, o incluso que esta en vida rechazó toda herencia... Todo esto podrían hacerlo, salvo que... - Lo dejó levemente en suspenso, mientras todos le miraban... y vieron como, mientras se pasaba los dedos por los labios en gesto distraído y pensativo, esbozaba una sonrisa. - ¿Qué? - Preguntó Marcus, desconcertado, esperando no estar sonando muy brusco. George le miró. - Ese testamento tenía una cláusula. No sabemos cual, pero claramente los Van Der Luyden buscan desesperadamente la manera de poder cumplirla, y todavía no lo han conseguido. - El hombre miró a Alice. - Hay muchas posibilidades, Alice, de que tu hermano y tú seáis los herederos de Bethany Levinson en ausencia de tu madre. - Y en lo que Marcus abría mucho los ojos y pasaba la mirada de George a su novia, Monica dio una fuerte carcajada. - Justicia poética. Estoy deseando ver eso. -
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Vientos de guerra Con Marcus | En Nueva York | el 29 de agosto de 2002 |
Sus ojos se fueron a aquellas palabras… Y, como todo lo demás, no le dijeron nada hasta que se lo explicaron. Y no pudo negarlo más, desde luego. Teddy no era el heredero de Bethany, eso estaba más que claro. Empezaba a tener calor, mucho calor, de ese que te sale de dentro y te marea. Inspiró fuertemente y se pasó las manos por la cara. No era nada Ravenclaw, ni nada Gallia, que su mente estuviera buscando mil formas por las cuales eso no tenía por qué indicar que la clave de todo aquello fuera el dichoso testamento. Se miró con Marcus y podía ver la luz de la ilusión en sus ojos. La ilusión de haber dado con la tecla, porque su siempre inteligente y práctico novio lo que quería era SABER que tenían la clave de la resolución. Pero a Alice le daban demasiado miedo las implicaciones.
George, como si le leyera la mente, se puso a enumerar lo que podría significar aquello de la casa, y qué podrían haber hecho los Van Der Luyden con aquella herencia que tanto deseaban, por lo visto, y entonces mencionó la cláusula desconocida, y puso palabras a los pensamientos de todos. Alice tragó saliva. — ¿Y no puede ser que los Levinson, la familia del marido, que también son superricos, hayan querido acceder o impugnar algo de esto? — Howard se inclinó hacia ella, con esa cara que se le ponía cuando era prefecto y quería decirte algo que sabía que no ibas a querer oír, pero te lo tenía que decir. — Alice… Si eso fuera de los Levinson ya se lo habrían quedado. Esta situación intermedia… No tiene sentido, a no ser que los herederos estuviera inalcanzables por algún motivo, y Dylan y tú lo estabais. — Ella volvió a inspirar esta vez con más dificultad, y Monica le pasó una mano por la espalda. — Gal, de verdad… He visto cosas peores que ser millonaria de repente. — Las lágrimas acudieron a sus ojos y negó con la cabeza. Tenía un nudo en la garganta y no podía responderle que no era ese el problema. Que ahora mismo pasaban demasiadas cosas por su cabeza y no podía asimilarlo todo a la vez.
En medio del agobio y de las miradas de los demás, solo le salió decir. — Y ahora hasta mañana no lo sabremos… — No se veía durmiendo esa noche ni un minuto. — Alice. — Dijo la profunda voz de George. — Si me das media hora, puedo conseguir que te reciba prácticamente cualquier notario de las familias de clase alta mágica de esta ciudad. El de los Levinson no es una excepción. — Miró a Marcus. Los Gallia no pedían favores como norma general, pero era más por una cuestión de sentir que nadie se los podía conceder. Ahora George se lo estaba ofreciendo directamente y… Lo vio en los ojos de su novio. No tenían el lujo del tiempo, así que soltó el aire por los labios y cerró los ojos. — Está bien. Hazlo, por favor, George. Acabemos con esto. Pero ven con nosotros, por favor, porque no creo que me entere de nada si voy sola. — Ahora mismo vuelvo. — Dijo, saliendo del despacho.
Monica y Howard la miraron. — Alice, escúchame. — Empezó Howard. — En cuanto lo sepas, nos avisas, y si es lo que creemos, tenemos caso contra los Van Der Luyden. Podremos demostrar que nunca han actuado por el bien de tu hermano, solo en el suyo propio, y que lo están utilizando… — Monica le apretó el hombro. — ¡Eso es! Tendremos caso, tía. Tienes que ser fuerte, y mantén la cabeza fría. De hecho, tú entra ahí al notario ese como si tuvieras millones, ¿vale? — Eso la hizo reír un poco, a pesar de la tensión. Le dio la mano a Marcus y asintió. — Vale. — Se mordió los labios por dentro. — Los Gallia siempre asumimos lo que nos toca, ¿no? — Asintió. — Y no estoy sola. — Que eso le sirviera para coger fuerzas al menos.
No dejaba de sorprenderla el hecho de poder ponerse en contacto con las personas adecuadas y que, en menos de una hora, estuvieran en otro edificio mágico importante de Nueva York, entrando por la puerta de un señor que no había visto en la vida, y que le tendiera la mano y le dijera. — Señorita Gallia, soy Louis Hagen, encantado de conocerla. Georgie. — Saludó tendiéndole la mano afectuosamente también. Increíble, vamos. — Usted debe ser el señor O’Donnell. — No, que ese señor lo sabía todo. — Pasen, por favor. — Y esta vez no pasaron a un despacho al uso. Este tenía una mesa redonda enorme, llena de sillas, donde todos tenían buena visión de los demás, aunque todo despedía el mismo aura que el MACUSA: ostentoso, todo demasiado caro, desde la madera de la mesa a los mármoles de las paredes y las plumas que parecían de oro en el centro de la mesa. No podía sentirse más fuera de lugar.
— Me ha costado mucho que llegue aquí, señorita Gallia. — Afirmó Hagen, sentándose y hechizando un montón de papeles que surgieron en el centro de la mesa. Ella le miró intrigada. — Y al final ha venido usted sola. — Dio unos golpecitos sobre las carpetas. — Este es el testamento de su tía abuela Bethany Adley Levinson. Y es un testamento que hasta ahora no ha podido leerse en su totalidad, por no estar usted presente. Dos años lleva aquí. — Alice parpadeó y sintió el corazón en las sienes. — Al no estar presentes los otros dos herederos, no puedo proceder a su lectura legal, pero sí puedo informarle de cuál es su parte en él y darle esto. — Le tendió un sobre en el que ponía “a los hijos de mi querida Janet”. Alice la cogió temblorosa y miró confusa a sus acompañantes. — Es una carta que la señora Levinson me dejó, cuando supo que su madre, la señora Gallia, había fallecido y vino a cambiar el testamento. — ¿Y para qué lo cambió? — Preguntó con voz ausente. — Para añadir una cláusula por la cual usted y su hermano Dylan son los herederos del capital de la señora Levinson a partes iguales, por ser descendientes directos de la heredera original, Jane Van Der Luyden, Gallia desde que se casó con su padre. Y que la herencia solo puede pasar a ustedes y solo a ustedes en vida. De no poder recibirla alguno de los dos por haber fallecido o rechazarla, pasaría a la beneficencia. — Notaba una mezcla tremenda de náuseas, nudo de garganta y mareo en la cabeza. — Ella me indicó que la carta debía ser entregada a los hijos de Jane cuando fueran mayores de edad. Ya que su hermano aún no lo es, es toda suya. — Se le pasaban muchas cosas por la cabeza, pero solo se le ocurrió preguntar una. — Ha dicho tres… Dylan y yo somos dos… ¿Quién es el tercero? — El notario suspiró. — Eso técnicamente no puedo decírselo, señorita, a no ser que la señora Levinson lo especifique en esa carta. — Miró a Marcus y, con dedos temblorosos, llevó las yemas de los dedos al lacre, sin saber qué iba a encontrarse allí, casi sin creer que era real.
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Vientos de guerra Con Alice | En Nueva York | 29 de agosto de 2002 |
Todo apuntaba, entonces, a que los herederos de Bethany eran Alice y Dylan. Eso explicarían por qué querían al niño: al ser menor de edad, se apoderarían de su herencia hasta que tuviera la mayoría, y de aquí a entonces a saber cómo la habrían empleado. No podían hacer lo mismo con Alice. Lo que aún no entendía era, ¿por qué no deshacerse de los herederos entonces? Sería tan fácil como... No, no lo podía pensar. Le recorría un escalofrío de miedo por todo el cuerpo. Habían accedido a la información de los Gallia, a llevarse a Dylan, con tanta facilidad, que de haber querido... Para, Marcus, no lo pienses, se dijo mientras se frotaba la cara y el pelo. Su familia no dejaba de decirles que los Van Der Luyden no dejaban muertos a sus espaldas. Pero de unas personas interesadas en las riquezas hasta semejante punto y desesperadas por una herencia no te podías fiar.
Ahora tocaba convencer de ello a Alice, porque su novia no dejaba de buscar subterfugios para negar lo que cada vez más resultaba una realidad evidente. Tal y como ella decía, ahora les quedaba un día entero hasta salir de la intriga. Se le iba a hacer eterno, y se estaba viendo toda la noche intentando tranquilizar a sí mismo y a su novia... Pero George tenía otros planes. Marcus le miró con los ojos muy abiertos y empezó a asentir. Sí, por favor, necesitaban ya salir de esa duda, no aguantaban más. - Gracias. - Le dijo a George de corazón antes de que saliera, y vio cómo Monica le daba un codazo a su marido. - Slytherins y sus contactos ¿eh? -
Le dio la mano de vuelta a su novia, tratando de sonreír, y se sumó a las palabras de los mayores. - Tenemos caso, Alice. Estamos muy cerca de resolver esto. Estamos más cerca de tu hermano cada día. - Era todo lo que podía ver e importarle en ese momento, resolver aquello, encontrar por fin una respuesta. Aunque necesitaba saber cuál era esa maldita cláusula para quedarse tranquilo de que Alice y Dylan estaban verdaderamente a salvo, tenía que haber algo, si no, iba a entenderlo todo menos todavía.
Llegar a ese edificio y que el notario recibiera a Alice como si la estuviera esperando desde hacía tiempo no sabía si le impactaba más, le alegraba o le ponía más nervioso si era posible. Le estrechó la mano cuando le saludó a él. - Un placer. - Respondió con educación y tratando de mostrarse lo más seguro posible en un edificio tan formal y opulento, y que no le temblara la voz como a un niño sobrepasado por sus circunstancias. Contuvo también sus reacciones con las primeras palabras del hombre, cuando ya estaban todos sentados a esa mesa. Definitivamente, la estaba esperando. Ese testamento no solo era muy importante, es que apuntaba directamente a Alice y Dylan, y ellos sin ser conscientes ni lo más mínimo. Y ni siquiera habían podido leerlo entero... Debía haberse vuelto loco de remate ante tanta tensión, pero casi le da por reír. O sea que esos tipos tan poderosos llevaban dos años intrigados con lo que pondría en ese testamento por no estar los hijos de Janet, la hija a la que repudiaron, presentes para leerlo, y sin poder tener acceso a nada. Merecido lo tenéis.
Dejaría sus fantasías vengativas para otro momento porque ahora más le convenía atender. Y entonces, lo dijo. La cláusula. Ahí sí que no pudo contener sus reacciones, porque abrió mucho los ojos y, acto seguido, se echó lentamente hacia atrás en el respaldo, cerrándolos y respirando con alivio. Eso, eso era lo que necesitaba. Necesitaba la seguridad de que no podían hacerle nada a Alice y Dylan y ya la tenía. Lo demás, honestamente, le daba igual. Marcus, en ese momento, solo veía tres cosas: Alice y Dylan estaban a salvo, matarles no serviría absolutamente de nada, porque igualmente la herencia no se la podían quedar, eso era lo primordial que necesitaba saber; en segundo lugar, ya sabían por qué tenían a Dylan, y ahora tenían muchísimas bazas a emplear en su favor, era cuestión de organizarse; y, como tercer punto... lo sentía pero no podía dejar de producirle un inmenso placer saber que esa gente se iba a dar de bruces contra una pared y que no iban a ver nada de esa herencia. No sabía quién era Bethany Levinson pero acababa de ascender puestos entre sus personas favoritas del mundo. Y pensando todo esto, en la cabeza de Marcus no estaba el imaginario de si la herencia era de un solo galeón o de mil millones. Le daba igual. Quería a Alice y a Dylan a salvo. Quería a su familia de vuelta. Y quería una restauración del honor de Janet y del daño producido. Y todo eso lo iba a tener, más tarde o más temprano. Se acababa de quitar un enorme peso de encima.
Tan tenso había estado y tan aliviado había quedado después, que se le había pasado un dato por alto: efectivamente, el notario había mencionado a tres herederos. Pensar que la señora Levinson había cometido la torpeza de pensar que Janet tenía tres hijos en lugar de dos le parecía improbable. Quizás el tercero era alguien de la familia de los Levinson. Claramente, no era uno de los Van Der Luyden que acechaban como fieras, y por lo tanto a Marcus le daba bastante igual quién fuese. Miró entonces a Alice. Tenía la carta en sus manos, y la veía tan nerviosa que no sabía si llegaría a entender lo que quiera que fuese que ponía. Quedó expectante a que ella la leyera, conteniendo la respiración y la euforia por saberse salvado de aquella situación. Esperaba que la carta no incluyera alguna sorpresa de última hora que le tirara la alegría por el suelo. En el silencio sepulcral de los presentes, Alice leyó la carta, pero efectivamente veía en sus ojos lo sobrepasada que estaba, y cómo, en cuanto terminó, se la tendió a él mismo para que la leyera. Miró al notario. - ¿Puedo? - Preguntó, no sabía hasta qué punto podía proceder con el testamento de una persona que no le tocaba absolutamente nada. El hombre dijo con normalidad. - Si la actual propietaria de la carta da su consentimiento... - Pues lo saba, obviamente, así que, tras intercambiar una fugaz mirada con los presentes, respiró hondo y se dispuso a leer.
A los herederos de mi querida Janet.
Vosotros no me conocéis, pero yo soy vuestra tía abuela Bethany. A estas alturas de la vida, estoy segura que pensaréis que toda vuestra familia americana está compuesta por monstruos, y no os faltaría razón. Yo, como todo el resto de personajes trágicos de esta historia, no soy un monstruo, pero sí una cobarde. Y una mentirosa, todo sea dicho, y mis mentiras han afectado al pobre Aaron, para el cual he reservado algo especial también en este testamento.
Desde que nací, tengo un don, o una maldición, que es la legeremancia. Mi madre lo supo desde que yo era pequeña, porque lo había heredado de ella, y me ayudó a ocultarlo y sobrellevarlo, con la esperanza de que mi padre y nuestro entorno no pudiera usarme como la habían usado a ella. Oculté mis poderes, sí, pero mi condena fue saber de qué clase de personas estaba rodeada. Tanto los Adley, mi familia de sangre, como los Levinson de mi marido, como los Van Der Luyden, de los que nunca pude desvincularme, pues todos formábamos parte de la misma burbuja de la altísima sociedad mágica americana, se revelaban ante mis poderes como las peores personas imaginables, dispuestas a todo por un trocito más de poder o un solo billete más en la cartera. Los pensamientos de los hombres eran grandilocuentes y repugnantes, y los de las mujeres, maquiavélicos y retorcidos, empapados de apariencias e insertos en una rueda en las que se las metía desde pequeñas y las enseñaba a ser amas de casa y grandes señoras, y las incitaba a hacerse daño entre ellas y sacar el mayor rendimiento posible a su marido. No es de extrañar que, cuando me casaron con Jonathan, yo no quisiera traer más niños a este sistema putrefacto, y menos si iban a heredar esta maldición, por lo que acudí a un médico nomaj que se asegurara de que nunca pudiera ser madre, aunque hice creer a todos que era un problema natural en mí. La supuesta vergüenza y lacra que me cayó por parte de nuestro enfermo sistema, nunca me importó lo más mínimo, tenía muy clara mi decisión.
Nunca quise formar parte de esa rueda, pero, al igual que mi sobrina Lucy, tampoco tuve nunca ni la valentía ni la bondad suficiente para huir, no hubiera sabido cómo, al fin y al cabo, no quería renunciar a la vida que llevaba. Fue Janet quien lo cambió todo. Desde pequeña, podía leer, día a día, cómo ella era diferente, cómo ella rompería la rueda. Su cabeza era el sistema más tierno y hermoso que jamás he podido escrutar, era la primera persona que conocía que había nacido en este nido de serpientes que no se había dejado contaminar, que tan solo miraba por la felicidad, volcada en los demás, ocultando su don, como había hecho yo. Solo que su don era la bondad. Ya entonces supe que ella era la razón por la que yo tenía aquel don, por la que yo aguanté, como tantas otras, mi matrimonio arreglado. Yo le daría a Janet lo que necesitara para ser libre y huir, como habría querido hacer yo, y ella lo merecería más que nadie.
Y entonces, todo se precipitó. Cuando me enteré, por sus pensamientos, de que Janet estaba enamorada de William, pensé: este no es el momento. El dinero para Janet debía ser cuando yo muriera, para que no tuviera represalias para ninguna de las dos: yo estaría muerta y ella huiría. Janet fue más rápida que mis designios y mi hermana también. Obligó a Janet a renunciar a su apellido, y por lo tanto a su conexión conmigo, y me ató las manos legalmente. Yo estaba sola y enferma, y cuando quise actuar ya era tarde. A todo he llegado tarde en la vida.
Nunca imaginé que viviría dos años más que mi pobre Janet, su muerte me atormenta día y noche. Pero puedo hacer una última cosa bien: dejaros a vosotros, sus hijos, lo que un día debió corresponderle a ella, asegurarme de que no os extorsionarán ni jugarán con vosotros. No, el dinero y el poder nos han atado incluso a los que teníamos más principios y moral, por el miedo a quedarnos sin nada. Porque ese es el activo más importante de estas familias: el miedo. Bien, vosotros, siendo hijos de Janet, no impondréis ese miedo, pero sí tendréis poder, al menos poder suficiente para enfrentarles. Yo me voy con mi Janet y espero que, en la próxima vida, sepa perdonar a esta vieja enferma, que no supo defenderla como debía.
Para Aaron, mi otro sobrino. Sé que apenas me conoces. He huido de ti desde que supe que eras legeremante, que tú también estabas maldito. Mi miedo a que me descubrieran era superior a la pena que me daba lo que tu abuela hacía contigo. Me aterrorizaba que pudiera hacerlo conmigo. Si aún tengo mano para arreglar esto: te lego mi casa. Quizá, por lo que he oído de ti estos años, no te sientas seguro o en tu hogar o en ningún lugar, pero es una buena casa, valdrá mucho dinero, y es lo mínimo que puedo hacer por otro pariente al que tuve demasiado miedo para poder ayudar.
Espero que todos los que leáis mis palabras aprendáis de mi historia: cuando no se toman decisiones valientes, siguiendo la conciencia de uno, te arrepientes. Para siempre. Solo espero poder arreglarlo mínimamente.
Bethany (Adley) Levinson.
Ahora tocaba convencer de ello a Alice, porque su novia no dejaba de buscar subterfugios para negar lo que cada vez más resultaba una realidad evidente. Tal y como ella decía, ahora les quedaba un día entero hasta salir de la intriga. Se le iba a hacer eterno, y se estaba viendo toda la noche intentando tranquilizar a sí mismo y a su novia... Pero George tenía otros planes. Marcus le miró con los ojos muy abiertos y empezó a asentir. Sí, por favor, necesitaban ya salir de esa duda, no aguantaban más. - Gracias. - Le dijo a George de corazón antes de que saliera, y vio cómo Monica le daba un codazo a su marido. - Slytherins y sus contactos ¿eh? -
Le dio la mano de vuelta a su novia, tratando de sonreír, y se sumó a las palabras de los mayores. - Tenemos caso, Alice. Estamos muy cerca de resolver esto. Estamos más cerca de tu hermano cada día. - Era todo lo que podía ver e importarle en ese momento, resolver aquello, encontrar por fin una respuesta. Aunque necesitaba saber cuál era esa maldita cláusula para quedarse tranquilo de que Alice y Dylan estaban verdaderamente a salvo, tenía que haber algo, si no, iba a entenderlo todo menos todavía.
Llegar a ese edificio y que el notario recibiera a Alice como si la estuviera esperando desde hacía tiempo no sabía si le impactaba más, le alegraba o le ponía más nervioso si era posible. Le estrechó la mano cuando le saludó a él. - Un placer. - Respondió con educación y tratando de mostrarse lo más seguro posible en un edificio tan formal y opulento, y que no le temblara la voz como a un niño sobrepasado por sus circunstancias. Contuvo también sus reacciones con las primeras palabras del hombre, cuando ya estaban todos sentados a esa mesa. Definitivamente, la estaba esperando. Ese testamento no solo era muy importante, es que apuntaba directamente a Alice y Dylan, y ellos sin ser conscientes ni lo más mínimo. Y ni siquiera habían podido leerlo entero... Debía haberse vuelto loco de remate ante tanta tensión, pero casi le da por reír. O sea que esos tipos tan poderosos llevaban dos años intrigados con lo que pondría en ese testamento por no estar los hijos de Janet, la hija a la que repudiaron, presentes para leerlo, y sin poder tener acceso a nada. Merecido lo tenéis.
Dejaría sus fantasías vengativas para otro momento porque ahora más le convenía atender. Y entonces, lo dijo. La cláusula. Ahí sí que no pudo contener sus reacciones, porque abrió mucho los ojos y, acto seguido, se echó lentamente hacia atrás en el respaldo, cerrándolos y respirando con alivio. Eso, eso era lo que necesitaba. Necesitaba la seguridad de que no podían hacerle nada a Alice y Dylan y ya la tenía. Lo demás, honestamente, le daba igual. Marcus, en ese momento, solo veía tres cosas: Alice y Dylan estaban a salvo, matarles no serviría absolutamente de nada, porque igualmente la herencia no se la podían quedar, eso era lo primordial que necesitaba saber; en segundo lugar, ya sabían por qué tenían a Dylan, y ahora tenían muchísimas bazas a emplear en su favor, era cuestión de organizarse; y, como tercer punto... lo sentía pero no podía dejar de producirle un inmenso placer saber que esa gente se iba a dar de bruces contra una pared y que no iban a ver nada de esa herencia. No sabía quién era Bethany Levinson pero acababa de ascender puestos entre sus personas favoritas del mundo. Y pensando todo esto, en la cabeza de Marcus no estaba el imaginario de si la herencia era de un solo galeón o de mil millones. Le daba igual. Quería a Alice y a Dylan a salvo. Quería a su familia de vuelta. Y quería una restauración del honor de Janet y del daño producido. Y todo eso lo iba a tener, más tarde o más temprano. Se acababa de quitar un enorme peso de encima.
Tan tenso había estado y tan aliviado había quedado después, que se le había pasado un dato por alto: efectivamente, el notario había mencionado a tres herederos. Pensar que la señora Levinson había cometido la torpeza de pensar que Janet tenía tres hijos en lugar de dos le parecía improbable. Quizás el tercero era alguien de la familia de los Levinson. Claramente, no era uno de los Van Der Luyden que acechaban como fieras, y por lo tanto a Marcus le daba bastante igual quién fuese. Miró entonces a Alice. Tenía la carta en sus manos, y la veía tan nerviosa que no sabía si llegaría a entender lo que quiera que fuese que ponía. Quedó expectante a que ella la leyera, conteniendo la respiración y la euforia por saberse salvado de aquella situación. Esperaba que la carta no incluyera alguna sorpresa de última hora que le tirara la alegría por el suelo. En el silencio sepulcral de los presentes, Alice leyó la carta, pero efectivamente veía en sus ojos lo sobrepasada que estaba, y cómo, en cuanto terminó, se la tendió a él mismo para que la leyera. Miró al notario. - ¿Puedo? - Preguntó, no sabía hasta qué punto podía proceder con el testamento de una persona que no le tocaba absolutamente nada. El hombre dijo con normalidad. - Si la actual propietaria de la carta da su consentimiento... - Pues lo saba, obviamente, así que, tras intercambiar una fugaz mirada con los presentes, respiró hondo y se dispuso a leer.
A los herederos de mi querida Janet.
Vosotros no me conocéis, pero yo soy vuestra tía abuela Bethany. A estas alturas de la vida, estoy segura que pensaréis que toda vuestra familia americana está compuesta por monstruos, y no os faltaría razón. Yo, como todo el resto de personajes trágicos de esta historia, no soy un monstruo, pero sí una cobarde. Y una mentirosa, todo sea dicho, y mis mentiras han afectado al pobre Aaron, para el cual he reservado algo especial también en este testamento.
Desde que nací, tengo un don, o una maldición, que es la legeremancia. Mi madre lo supo desde que yo era pequeña, porque lo había heredado de ella, y me ayudó a ocultarlo y sobrellevarlo, con la esperanza de que mi padre y nuestro entorno no pudiera usarme como la habían usado a ella. Oculté mis poderes, sí, pero mi condena fue saber de qué clase de personas estaba rodeada. Tanto los Adley, mi familia de sangre, como los Levinson de mi marido, como los Van Der Luyden, de los que nunca pude desvincularme, pues todos formábamos parte de la misma burbuja de la altísima sociedad mágica americana, se revelaban ante mis poderes como las peores personas imaginables, dispuestas a todo por un trocito más de poder o un solo billete más en la cartera. Los pensamientos de los hombres eran grandilocuentes y repugnantes, y los de las mujeres, maquiavélicos y retorcidos, empapados de apariencias e insertos en una rueda en las que se las metía desde pequeñas y las enseñaba a ser amas de casa y grandes señoras, y las incitaba a hacerse daño entre ellas y sacar el mayor rendimiento posible a su marido. No es de extrañar que, cuando me casaron con Jonathan, yo no quisiera traer más niños a este sistema putrefacto, y menos si iban a heredar esta maldición, por lo que acudí a un médico nomaj que se asegurara de que nunca pudiera ser madre, aunque hice creer a todos que era un problema natural en mí. La supuesta vergüenza y lacra que me cayó por parte de nuestro enfermo sistema, nunca me importó lo más mínimo, tenía muy clara mi decisión.
Nunca quise formar parte de esa rueda, pero, al igual que mi sobrina Lucy, tampoco tuve nunca ni la valentía ni la bondad suficiente para huir, no hubiera sabido cómo, al fin y al cabo, no quería renunciar a la vida que llevaba. Fue Janet quien lo cambió todo. Desde pequeña, podía leer, día a día, cómo ella era diferente, cómo ella rompería la rueda. Su cabeza era el sistema más tierno y hermoso que jamás he podido escrutar, era la primera persona que conocía que había nacido en este nido de serpientes que no se había dejado contaminar, que tan solo miraba por la felicidad, volcada en los demás, ocultando su don, como había hecho yo. Solo que su don era la bondad. Ya entonces supe que ella era la razón por la que yo tenía aquel don, por la que yo aguanté, como tantas otras, mi matrimonio arreglado. Yo le daría a Janet lo que necesitara para ser libre y huir, como habría querido hacer yo, y ella lo merecería más que nadie.
Y entonces, todo se precipitó. Cuando me enteré, por sus pensamientos, de que Janet estaba enamorada de William, pensé: este no es el momento. El dinero para Janet debía ser cuando yo muriera, para que no tuviera represalias para ninguna de las dos: yo estaría muerta y ella huiría. Janet fue más rápida que mis designios y mi hermana también. Obligó a Janet a renunciar a su apellido, y por lo tanto a su conexión conmigo, y me ató las manos legalmente. Yo estaba sola y enferma, y cuando quise actuar ya era tarde. A todo he llegado tarde en la vida.
Nunca imaginé que viviría dos años más que mi pobre Janet, su muerte me atormenta día y noche. Pero puedo hacer una última cosa bien: dejaros a vosotros, sus hijos, lo que un día debió corresponderle a ella, asegurarme de que no os extorsionarán ni jugarán con vosotros. No, el dinero y el poder nos han atado incluso a los que teníamos más principios y moral, por el miedo a quedarnos sin nada. Porque ese es el activo más importante de estas familias: el miedo. Bien, vosotros, siendo hijos de Janet, no impondréis ese miedo, pero sí tendréis poder, al menos poder suficiente para enfrentarles. Yo me voy con mi Janet y espero que, en la próxima vida, sepa perdonar a esta vieja enferma, que no supo defenderla como debía.
Para Aaron, mi otro sobrino. Sé que apenas me conoces. He huido de ti desde que supe que eras legeremante, que tú también estabas maldito. Mi miedo a que me descubrieran era superior a la pena que me daba lo que tu abuela hacía contigo. Me aterrorizaba que pudiera hacerlo conmigo. Si aún tengo mano para arreglar esto: te lego mi casa. Quizá, por lo que he oído de ti estos años, no te sientas seguro o en tu hogar o en ningún lugar, pero es una buena casa, valdrá mucho dinero, y es lo mínimo que puedo hacer por otro pariente al que tuve demasiado miedo para poder ayudar.
Espero que todos los que leáis mis palabras aprendáis de mi historia: cuando no se toman decisiones valientes, siguiendo la conciencia de uno, te arrepientes. Para siempre. Solo espero poder arreglarlo mínimamente.
Bethany (Adley) Levinson.
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Vientos de guerra Con Marcus | En Nueva York | el 29 de agosto de 2002 |
Las palabras leídas en la carta de su tía se fueron posando sobre su cerebro poco a poco, mientras Marcus leía la carta. Prácticamente había escogido ignorar el hecho de que la legeremancia era hereditaria, que muy pocas veces surgía porque sí, lo cual significaba que había una alta probabilidad de que en su familia hubiera legeremantes también… Simplemente no había contado con ello. Resopló y se pasó las manos por la cara.
Al menos, antes de morir, Bethany Levinson había sido sincera, pero antes de eso, había guardado silencio sobre el sufrimiento de su madre, sabiendo que era buena, sabiendo que estaba enamorada de su padre, sabiendo que su propia madre la odiaba y conspiraba contra ella… Bethany había sabido ser valiente en momentos muy concretos de su vida, pero, como ella misma había dicho, había sido una cobarde la mayor parte del tiempo. Y ahora tenía ahí la prueba de que todo ese dinero era suyo por… ¿Por qué? ¿Por mala conciencia? ¿Por mala suerte? ¿Solo por ese sucio dinero se habían llevado a su hermano? Los ojos se le llenaron de lágrimas, pero se contuvo, mirando al notario, solo para dejar las cosas claras. — ¿El tercer heredero es Aaron McGrath, con la casa? — Hagen pareció dudar, pero Alice señaló con la barbilla la carta. — Lo dice ahí. — El notario suspiró y asintió. — ¿Y por qué no le ha avisado? — Porque de él no dice nada en la cláusula y, a título personal, temía por su integridad mientras aún conviviera con los Van Der Luyden, o con sus padres para el caso. Quise buscarle después de que se fuera, pero resultó imposible. — Sí, ya, claro, como que se había estado escondiendo a conciencia. Alice suspiró muy fuerte y se echó para atrás en la silla.
— Perdone mi desconocimiento en estos temas, señor Hagen, ¿pero esto qué significa para mí? — Significa que es usted heredera de la mitad del capital de Bethany Levinson desde hace casi dos años y que, siendo mayor de edad, puede acceder a su parte tan pronto se lea el testamento. — Volvió a suspirar y parpadeó. — Lo de que se lea el testamento… Significa que tenemos que estar presentes las tres partes, ¿no? — Así es. — Resopló de nuevo, y ya Hagen debió entender que estaba agobiada y perdida. — Su hermano es el único menor de edad, así que tendría que estar presente su tutor legal, al cual se considera administrador de tal dinero hasta que el menor cumpla la mayoría de edad. Traté de entrar en contacto con su padre, pero no recibí respuesta. Pero tampoco podía darles por fallecidos a usted y su hermano, porque aparecen como ciudadanos británicos, solo que inalcanzables. No era fácil contactar con ustedes sin tener a su familia encima. — No son mi familia. — Dijo Alice en tono quebrado, con una mano sobre los ojos, tratando de calmar el tremendo dolor de cabeza que tenía. — Los Van Der Luyden ya han estado aquí, ¿verdad? — Hagen asintió, y con un tono un poco culpable dijo. — Son los tutores legales de su hermano ahora. — Cautelares. — Dijo George con su grave voz, hablando por primera vez en un rato. — No deberían poder tener acceso a la herencia al ser cautelares. — Hagen suspiró. — Solo tienen acceso a la herencia si los tres herederos se ponen de acuerdo en la repartición. Que sean cautelares o no, da igual, son los representantes de Dylan. — ¿No puedo renunciar a esto? — Preguntó, a la desesperada. George la miró y sabía que Marcus también estaría haciéndolo. — Por supuesto. La herencia es su derecho, señorita Gallia, puede tomarlo o dejarlo. Si renunciara a ella, la señora Levinson dejó escrito que se donara a la beneficencia. — Alice… — Empezó George, pero ella ya no pudo más y se echó a llorar. — Todo esto ha sido por el dinero. Por el cochino dinero que nunca hemos pedido. Me han separado de mi hermano, nos han hecho sufrir a todos, todo por el sucio dinero, ¿cómo voy a quererlo? Solo quiero recuperar a mi hermano. No me importa este dinero, no me importa la conciencia de Bethany Levinson, no le remordió tanto la conciencia cuando dejó que hicieran sufrir a mi madre, o cuando no vino a su funeral. No quiero nada de todo esto, solo quiero a mi hermano. — Y, durante unos segundos, la dejaron llorar, hasta que Hagen llamó su atención. — Señorita Gallia, escúcheme. — Ella levantó la vista. — Si cree que su familia se va a conformar… — ¡Que no son mi familia! — Contestó, más alto de lo que debería a un desconocido que además no estaba siendo desagradable con ella. — Me temo, señorita, que los considere usted o no, los Van Der Luyden son, a efectos legales, su familia. Y ellos no se van a conformar con quedarse la parte de Dylan y dejárselo a usted solo porque ya no tendrían acceso a su parte. Si usted renuncia a esta herencia y va a la beneficencia, como dispuso su tía, no van a devolverle a su hermano. — Volvió a dejar caer el rostro en las manos y lloró. — No puedo más. No sé qué más hacer. No quiero nada suyo, solo quiero volver a Inglaterra con mi hermano. — No es suyo, Alice. Es tuyo. Y de Dylan y Aaron. — Dijo George, poniéndole una mano en la espalda. — Que no se te olvide eso. Todo esto es vuestro. Tú puedes hacer lo que consideres con ello, pero es vuestro, no de los Van Der Luyden, y sé que estás cansada y sobrepasada. Pero todo esto, es vuestro. — Dijo dando con el dedo en la carpeta del testamento.
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
- Golden Shields:
Alice Gallia
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Ante todo, amigos
Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
[/center]
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Vientos de guerra Con Alice | En Nueva York | 29 de agosto de 2002 |
Sentía una mezcla de emociones tan extraña y tan intensa, y a la vez se sentía tan paralizado, con el cerebro a mil pero no pudiendo pensar nada concreto, que no sabía ni cómo reaccionar. Conforme leía la carta de Bethany se le iba descolgando la mandíbula poco a poco, y cuando la terminó miró a Alice. Era descorazonadora, sí, pero... para ellos, no podían ser mejores noticias. Se hacía por fin justicia con Aaron y con los Gallia, con la memoria de Janet, ¡y tenían las respuestas que querían! Tenían motivos y armas contra los Van Der Luyden. Sentía rabia por lo injusto y lo absurdo, y una sensación de angustia residual que dudaba que se le fuera hasta que se viera con Dylan en Inglaterra. Pero, sobre todo, sentía su alivio y su euforia creciendo por instantes.
Alice no estaba así, solo tuvo que verle la cara. Podía entenderlo, no obstante: demasiada información y demasiado impactante para ella, pero nada que no pudieran razonar debidamente cuando estuvieran más relajados. Era solo cuestión de dejar eso madurar y trazar su siguiente estrategia, y cuando quisieran darse cuenta, Dylan estaría de vuelta con ellos, y además ese dinero iba a venirle a los hermanos estupendo para sus estudios y sus proyectos de futuro. No podía creerse cuánto de bien iba a resultar salir todo aquello, si bien se podían haber ahorrado todo aquel sufrimiento.
Lo que dijo el notario sobre Aaron tenía sentido e hizo que Marcus cerrara los ojos y soltara aire por la nariz con rabia. Tener que vivir así... A nivel personal, no eran muy compatibles, pero ahora se arrepentía de sus reticencias con respecto a Aaron (justificadas, más de haber sabido cómo era esa familia realmente como lo sabía ahora), porque con el chico habían sido muy injustos y le estaban arruinando la vida. Si le aceptaba la opinión, le sugeriría que vendiera esa casa y se buscara la vida bien lejos de allí, y por lo que iba conociendo de Aaron veía muy probable que hiciera justo eso. El notario siguió explicando a Alice lo que significaba todo aquello, porque la pobre estaba tan sobrepasada que o no podía o no quería entender. La conocía lo suficiente como para intuir lo que estaba pensando... aunque no dejó de sorprenderle la reacción, y eso hizo que la mirara súbitamente ante la propuesta.
¿Cómo que renunciar? Bueno, entendía lo que el miedo podía hacerte pensar. De hecho, era perfectamente normal pensar "si digo que no a esto, se acabará y volveré a mi casa". Él mismo había querido pulsar ese botón muchas veces en todo ese mes, pero no existía tal cosa. Renunciar ahora, tal y como George explicaba, no serviría de nada. Los Van Der Luyden ya habían dado por hecho que no tendrían la parte de Alice, era la de Dylan la que importaba, y por culpa de la maldita medida cautelar que les hacía tutores, su hermana no tenía potestad para decidir sobre ello. Pero su novia estaba destrozada y empezó a llorar con desconsuelo, y Marcus a incomodarse. De hecho, miró a los dos hombres pidiendo con los ojos que la dejaran tranquila, y eso hicieron, aguardar en silencio a que se calmara para no agobiarla más. Pero conocía esa incansable mente de Alice que daba vueltas y vueltas, y no iba a dejar de hacerlo estando allí.
Estaba todo dicho, pero veía a su novia sobrepasada, por lo que decidió que era el momento de tomar el timón. - Esta carta ya es suya ¿no? Puede llevársela. - Así es. - Afirmó el notario. Marcus la tomó, la plegó y la guardó en uno de los bolsillos de su novia, con delicadeza pero con presteza, agarrando sus manos justo después y mirándola a los ojos, hablándole con voz suave. - Alice. Cariño, escúchame. - Buscó sus ojos con la mirada. - No tenemos por qué tomar la decisión ahora. Ya tenemos la información, era lo que queríamos y necesitábamos. Ya lo sabemos. Vámonos a casa. Hemos ganado un día, pensémoslo así, así que vamos a casa, relajémonos y, cuando estemos más calmados... pensamos, y valoramos. Pero hemos avanzado muchísimo. - Apretó sus manos y trató de sonreír. - Hemos avanzado muchísimo, créeme. - Alzó la mirada a George. - Muchísimas gracias. - No hay de qué. Os acompaño a casa. - Comentó, tan sereno como siempre, pero se le veía genuinamente preocupado por ellos. Miró al notario. - Gracias por recibirnos con tanta rapidez, señor Hagen. - Quedo a la espera de lo que necesiten. Cualquier cosa, ya saben dónde encontrarme. - Miró a Alice. - Es normal está sobrepasada, pero esto son buenas noticias para usted, señora Gallia, en cualquier caso. Valórelo bien. - Marcus asintió, conteniendo una sonrisa leve y mirando a Alice con la expresión más tranquilizadora que encontró.
No tardaron nada en aparecerse en casa, y Maeve salió rápidamente a recibirles, con Aaron pisándole los talones. - ¿Qué ha pasado? Ay, George, cielo. - Hola, Maeve. - Contadme. Mi niña, vienes llorando, ¿qué pasa? - Es largo de contar. Necesitan serenarse un momento, pero tenemos caso. - Dijo George, sereno, provocando un gritito de alivio en la mujer. Pero Marcus tenía la mirada clavada en Aaron, que ya les había alcanzado, y soltando un poco de aire por la boca, dijo. - Tenemos que hablar contigo. -
Alice no estaba así, solo tuvo que verle la cara. Podía entenderlo, no obstante: demasiada información y demasiado impactante para ella, pero nada que no pudieran razonar debidamente cuando estuvieran más relajados. Era solo cuestión de dejar eso madurar y trazar su siguiente estrategia, y cuando quisieran darse cuenta, Dylan estaría de vuelta con ellos, y además ese dinero iba a venirle a los hermanos estupendo para sus estudios y sus proyectos de futuro. No podía creerse cuánto de bien iba a resultar salir todo aquello, si bien se podían haber ahorrado todo aquel sufrimiento.
Lo que dijo el notario sobre Aaron tenía sentido e hizo que Marcus cerrara los ojos y soltara aire por la nariz con rabia. Tener que vivir así... A nivel personal, no eran muy compatibles, pero ahora se arrepentía de sus reticencias con respecto a Aaron (justificadas, más de haber sabido cómo era esa familia realmente como lo sabía ahora), porque con el chico habían sido muy injustos y le estaban arruinando la vida. Si le aceptaba la opinión, le sugeriría que vendiera esa casa y se buscara la vida bien lejos de allí, y por lo que iba conociendo de Aaron veía muy probable que hiciera justo eso. El notario siguió explicando a Alice lo que significaba todo aquello, porque la pobre estaba tan sobrepasada que o no podía o no quería entender. La conocía lo suficiente como para intuir lo que estaba pensando... aunque no dejó de sorprenderle la reacción, y eso hizo que la mirara súbitamente ante la propuesta.
¿Cómo que renunciar? Bueno, entendía lo que el miedo podía hacerte pensar. De hecho, era perfectamente normal pensar "si digo que no a esto, se acabará y volveré a mi casa". Él mismo había querido pulsar ese botón muchas veces en todo ese mes, pero no existía tal cosa. Renunciar ahora, tal y como George explicaba, no serviría de nada. Los Van Der Luyden ya habían dado por hecho que no tendrían la parte de Alice, era la de Dylan la que importaba, y por culpa de la maldita medida cautelar que les hacía tutores, su hermana no tenía potestad para decidir sobre ello. Pero su novia estaba destrozada y empezó a llorar con desconsuelo, y Marcus a incomodarse. De hecho, miró a los dos hombres pidiendo con los ojos que la dejaran tranquila, y eso hicieron, aguardar en silencio a que se calmara para no agobiarla más. Pero conocía esa incansable mente de Alice que daba vueltas y vueltas, y no iba a dejar de hacerlo estando allí.
Estaba todo dicho, pero veía a su novia sobrepasada, por lo que decidió que era el momento de tomar el timón. - Esta carta ya es suya ¿no? Puede llevársela. - Así es. - Afirmó el notario. Marcus la tomó, la plegó y la guardó en uno de los bolsillos de su novia, con delicadeza pero con presteza, agarrando sus manos justo después y mirándola a los ojos, hablándole con voz suave. - Alice. Cariño, escúchame. - Buscó sus ojos con la mirada. - No tenemos por qué tomar la decisión ahora. Ya tenemos la información, era lo que queríamos y necesitábamos. Ya lo sabemos. Vámonos a casa. Hemos ganado un día, pensémoslo así, así que vamos a casa, relajémonos y, cuando estemos más calmados... pensamos, y valoramos. Pero hemos avanzado muchísimo. - Apretó sus manos y trató de sonreír. - Hemos avanzado muchísimo, créeme. - Alzó la mirada a George. - Muchísimas gracias. - No hay de qué. Os acompaño a casa. - Comentó, tan sereno como siempre, pero se le veía genuinamente preocupado por ellos. Miró al notario. - Gracias por recibirnos con tanta rapidez, señor Hagen. - Quedo a la espera de lo que necesiten. Cualquier cosa, ya saben dónde encontrarme. - Miró a Alice. - Es normal está sobrepasada, pero esto son buenas noticias para usted, señora Gallia, en cualquier caso. Valórelo bien. - Marcus asintió, conteniendo una sonrisa leve y mirando a Alice con la expresión más tranquilizadora que encontró.
No tardaron nada en aparecerse en casa, y Maeve salió rápidamente a recibirles, con Aaron pisándole los talones. - ¿Qué ha pasado? Ay, George, cielo. - Hola, Maeve. - Contadme. Mi niña, vienes llorando, ¿qué pasa? - Es largo de contar. Necesitan serenarse un momento, pero tenemos caso. - Dijo George, sereno, provocando un gritito de alivio en la mujer. Pero Marcus tenía la mirada clavada en Aaron, que ya les había alcanzado, y soltando un poco de aire por la boca, dijo. - Tenemos que hablar contigo. -
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Cómo no, Marcus tenía razón y deberían irse, aunque no le apeteciera demasiado enfrentar esas decisiones de las que todo se empeñaban en hablar. George parecía dispuesto a acompañarles, y ella estaba dispuesta a dejarse llevar, pero el notario se dirigió hacia ella. ¿Buenas noticias? Bueno, aquel notario y ella tenían concepciones distintas de lo que eran buenas noticias, pero en fin, parecía que al menos estaba en contra de los Van Der Luyden, y eso le ponía de su lado, y era paciente y eficaz, así que solo asintió y le dio las gracias, porque no iba a ponerse a discutir en ese momento con alguien que no le había hecho nada.
Maeve y Aaron les estaban esperando, y solo entonces se dio cuenta de que seguía llorando, así que simplemente resopló y se limpió la cara. — Estoy bien, Maeve… Es… — Dejó salir otro sollozo y volvió a resoplar. — Estoy un poco agobiada porque mucha información y… — Sorbió y trató de regular la respiración. Maeve la hizo sentarse en las sillas del porche y le trajo agua, pero la atención de Alice se había centrado en Aaron que había aparecido por ahí, y Frankie, alertado de su presencia, también.
¿Cómo se decía eso? ¿Cómo le decía que hubo alguien en la familia que siempre supo de su sufrimiento y nunca hizo nada? ¿Qué era una casa comparada con eso? Su primo se sentó a su lado y la agarró de la mano que tenía libre. — Gal, ¿qué pasa, por Dios? — Ella tragó saliva y le tendió la carta. — Esto es… Una carta de Bethany Levinson. Hemos estado con el notario que lleva su testamento. — Inspiró y Aaron cogió la carta pero no la abrió. — ¿Eres la heredera? — No solo yo. Lee la carta, Aaron, fue una de sus últimas voluntades. — Se levantó y miró a la nada, abrazándose a sí misma, mientras esperaba la reacción, igual que los demás, pero intentando darle espacio. — ¿La tía Bethany era legeremante? — ¿Cómo? — Preguntó Frankie, alucinado. George, que tampoco había llegado a ese dato, porque no había leído la carta, abrió mucho los ojos. — ¿Me evitó toda la vida? — Preguntó, dolido como un niño. Alice se giró y asintió, mordiéndose los labios de rabia. Aaron parecía estar parecido a ella, sin terminar de asimilar. — Entonces… ¿los herederos de la señora Levinson sois vosotros? — Ella suspiró y se sentó junto a Aaron. — Mi hermano, Aaron y yo. — Confirmó ella. — Él de la casa de Long Island donde ahora vive Teddy, y Dylan y yo de la fortuna a medias. — Frankie dejó escapar un silbido y una inocente sonrisa. — Pero, Alice… Eso… ¿eso significa que sois millonarios? — Preguntó emocionado. — No exactamente, papá. — Se apresuró a matizar George. — Significa que Alice y Aaron son dueños de su herencia en cuanto se lea el testamento, pero Dylan es menor, así que su herencia es de sus tutores legales. — Entonces todos parecieron caer en lo que aquello significaba, y el peso de la información les dejó callados.
El silencio lo rompió Aaron. — Pero… ¿La casa es mía mía? ¿No de mis padres ni nada eso? — Maeve le puso las manos en los hombros. — Exactamente, cielo, tuya y de nadie más. Claramente, tu tía Bethany quiso compensar con esto lo que no hizo en vida. — Así es como hace esa gente las cosas. — Dijo Alice ausente, mirando a la nada. — Todo este sufrimiento… No se circunscribe solo a este mes, a estos dos años de persecución… Se remonta a ti, a toda tu vida. — Dijo mirando a Aaron. — Y a mi madre, maltratada por sus padres y dada de lado por la sociedad… Todo por no querer formar parte de la rueda. — De nuevo se hizo el silencio y ella se llevó las manos a la cara. — Todo esto ha sido por unos millones que jamás hemos pedido, que no queremos. Nosotros solo hemos querido estar juntos, ayudarnos como pudiéramos… No esto. Nunca esto. Odio a esa gente, odio su dinero, odio todo lo que representan… Odio que Bethany Levinson supiera que mi madre era un alma pura y creyera que dejándonos el dinero podía arreglar algo. — Bebió agua y volvió a suspirar. — No soy una Van Der Luyden, ni Adley, ni nada. No quiero nada de ellos. — Aaron seguía un poco en shock, y solo acertó a preguntar. — ¿Mi madre sabe esto? — Alice negó, con la mirada perdida. — Ni tus abuelos. La carta la he abierto yo. Nadie más que Bethany sabía lo que ponía. Bueno y Hagen, que ha leído el testamento. — De nuevo se tapó los ojos y dijo. — Necesito echarme en la cama porque no puedo con este dolor de cabeza. — Se levantó y miró a Marcus. — Habrá que contárselo a las familias… Pero ahora no sé ni cómo decírselo. — Miró a los demás. — Perdonadme, pero es que necesito estar sola y cerrar los ojos. — Y los dejó allí, con intención de oscurecer la habitación y encerrarse sola, con sus pensamientos y sus informaciones. Y, más presente que nunca, con el fantasma de su madre.
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Vientos de guerra Con Alice | En Nueva York | 29 de agosto de 2002 |
Dejó un beso en su pelo con delicadeza y salió de la habitación, cerrando lentamente la puerta. Al oscurecer el entorno y pasar tanto tiempo en la cama, después de todo lo vivido aquel día, Alice había acabado quedándose dormida. Quería hablar con sus padres, y quería hacerlo con ella, que al fin y al cabo era la protagonista de todo aquello... pero le daba pena despertarla, y conociéndola, casi que iba a agradecer no tener que revivir todo el momento y reescuchar una información a la que ya le estaría dando suficientes vueltas. Por esto, prefirió tener la conversación solo. Le pidió a Aaron que le dijera lo que estaba haciendo si se despertaba y que podía unirse si quería o no hacerlo si no le apetecía, lo dejaba en su mano. Tomó el espejo y se encerró en la habitación de Jason.
- Hola. - Casi suspiró, sin poder evitar una sonrisa aliviada. Solo eso puso a sus padres prácticamente en alerta. - ¿Cómo ha ido en el MACUSA? ¿Alguna novedad? - Preguntó Arnold, deseando saber. - ¿No está Alice contigo? - Fue la pregunta de Emma, que viendo el sospechoso alivio de su hijo y la aún más sospechosa ausencia de su nuera, tenía que preguntar. - Está descansando... Ha sido un día intenso y necesitaba dormir, y me ha dado pena despertarla. Pero tenía que hablar con vosotros... Sí, sí que ha habido novedades. - Y, con el mayor orden que pudo y tratando de no acelerarse al contarlo, por la propia euforia de verse tan cerca del final, narró todos los hechos.
Arnold estaba con la mano en la barbilla y la mirada perdida, negando con la cabeza, sin dar crédito. Pero Emma le miraba con ojos brillantes. Lo estaba viendo: estaba viendo la sonrisilla maliciosa asomando sus labios. Marcus compartió una mirada silenciosa con ella y soltó aire por la boca. - Tenemos caso, mamá... Solo quieren el dinero. Y no pueden acceder a él. - Notaba que Emma estaba aguantando las ganas de reír de propia venganza, pero se recompuso y preguntó, tranquilamente. - ¿Cuándo tenéis cita para la lectura del testamento? - Marcus perdió la sonrisa. Esa pregunta no se la sabía. - Bueno... Acabamos de enterarnos de que esto existe. No teníamos ni idea, y... evidentemente, no hemos hablado con los Van Der Luyden. - ¿Qué opina Alice de todo esto? - Preguntó su padre, como si tal cosa. Marcus ladeó varias veces la cabeza... y ahí vio la expresión de su madre cambiar. - ¿Cuál ha sido la reacción de Alice? - Insistió. - A ver... Estaba muy sobrepasada. Esto ha sido inesperado, es... mucho dinero de golpe, y mucha información sobre la familia de su madre. Ella no quería nada de ellos así que... Bueno, su primera reacción ha sido obviamente preguntar si podía renunciar. Y en ese caso se le daría a la beneficencia, que está muy bien. La cuestión es que... - No se puede hacer eso con la parte de Dylan. Ella dispone de su parte, no de la de él. - Dijo su madre. Marcus asintió. - Efectivamente. - La verdad es que... - Aportó Arnold, meditando mientras hablaba, con tono tranquilo. - ...Janet estaría muy orgullosa de esa decisión. Me parece muy bien que este dinero vaya a la beneficencia, después de tanto... - De ninguna manera. - Cortó Emma, mirando a su marido. Luego le miró a él. - Esa herencia era de Janet, y ahora es de Alice y Dylan. No tiene ningún motivo para renunciar a ella. - Emma... - Dijo Arnold, con un suspiro casi triste. - Es comprensible que la chica no quiera nada que venga de esa familia. - Esa familia repudió a su madre y le ha quitado a su hermano para tener más riquezas. - Precisamente. - Precisamente. - Repitió Emma, pero con tono mucho más cortante. - Pertenece a ellos dos. No les va a devolver a su madre, pero va a respetar su memoria y a reparar mínimamente el daño. ¿Crees que esa Bethany Levinson tenía ningún tipo de caridad benéfica? Lo que quería era golpear donde más dolía a los suyos. Ha dicho la beneficencia como podía haber dicho lanzar el dinero a una hoguera. Es casi irrespetuoso. Y a los Van Der Luyden les va a doler más que se lo queden los hijos de Janet. Es lo justo, Arnold. Por no hablar de que pienso informar de todo esto a Edward para que lo utilice como baza legal contra esa gente. No le han quitado la custodia a William porque no lo consideren apto, literalmente han raptado a un niño para manejar su dinero. -
Se generó un leve silencio. Durante el discurso de su madre, tajante y con la voz dura e imperturbable de siempre, su padre había permanecido con la mirada perdida y ligeramente agachada. Tras unos instantes, el hombre respiró hondo y dijo. - No lo sé, Emma... Conoces a Alice. Y a William. No van a utilizar ese dinero alegremente sabiendo de dónde viene. - Que lo guarden en una cámara de Gringotts y lo empleen en cosas útiles. Nadie está diciendo que se compren un barco con él. - No es eso, Emma. Es... - ¡Por favor, Arnold! No me vengas con melindres ni historias lacrimógenas. Seamos prácticos. - No quieres practicidad, Emma, quieres vengarte. - Por supuesto que quiero vengarme, y tú también deberías, y la hija de la repudiada y hermana del raptado, ni te cuento. Pero independientemente de eso, que al menos todo esto haya servido para algo de utilidad. Estoy cansada de escuchar a una chica con las inquietudes de Alice suspirar porque no tiene dinero para libros, por mucho que disimule. Y no me digas que no te has dado cuenta porque no me lo creo... - Hijo. - Su padre le miró, dándole paso, porque la verdad era que Marcus llevaba asistiendo al cruce de opiniones un buen rato sin aportar nada. Y dándole muchas vueltas a la cabeza. - Espero que tengas claro que esta decisión solo compete a Alice. - Por supuesto. - Tendremos que dejar que decida ella, y respetar lo que diga. ¿De acuerdo? - Pero Marcus, ante la pregunta de Arnold, intercambió una mirada con su madre. Tardó en responder... hasta que dijo. - Yo estoy con mamá. - Emma se irguió, sabiéndose ganadora, y Arnold pareció sorprendido por su respuesta. - No podemos permitir que ganen ellos. Quiero a Dylan de vuelta cuanto antes, pero también quiero lo que corresponde a Janet y a sus hijos por derecho. Cualquier otra cosa sería darles la razón. - Hijo... - Como bien has dicho, Arnold. - Interrumpió ella. - Que decida ella. Es la heredera y la primera interesada. Así que dejémosla descansar y madurar la situación con tranquilidad. No se toman decisiones tan difíciles como esta en caliente. Ni sin la orientación adecuada. -
- Hola. - Casi suspiró, sin poder evitar una sonrisa aliviada. Solo eso puso a sus padres prácticamente en alerta. - ¿Cómo ha ido en el MACUSA? ¿Alguna novedad? - Preguntó Arnold, deseando saber. - ¿No está Alice contigo? - Fue la pregunta de Emma, que viendo el sospechoso alivio de su hijo y la aún más sospechosa ausencia de su nuera, tenía que preguntar. - Está descansando... Ha sido un día intenso y necesitaba dormir, y me ha dado pena despertarla. Pero tenía que hablar con vosotros... Sí, sí que ha habido novedades. - Y, con el mayor orden que pudo y tratando de no acelerarse al contarlo, por la propia euforia de verse tan cerca del final, narró todos los hechos.
Arnold estaba con la mano en la barbilla y la mirada perdida, negando con la cabeza, sin dar crédito. Pero Emma le miraba con ojos brillantes. Lo estaba viendo: estaba viendo la sonrisilla maliciosa asomando sus labios. Marcus compartió una mirada silenciosa con ella y soltó aire por la boca. - Tenemos caso, mamá... Solo quieren el dinero. Y no pueden acceder a él. - Notaba que Emma estaba aguantando las ganas de reír de propia venganza, pero se recompuso y preguntó, tranquilamente. - ¿Cuándo tenéis cita para la lectura del testamento? - Marcus perdió la sonrisa. Esa pregunta no se la sabía. - Bueno... Acabamos de enterarnos de que esto existe. No teníamos ni idea, y... evidentemente, no hemos hablado con los Van Der Luyden. - ¿Qué opina Alice de todo esto? - Preguntó su padre, como si tal cosa. Marcus ladeó varias veces la cabeza... y ahí vio la expresión de su madre cambiar. - ¿Cuál ha sido la reacción de Alice? - Insistió. - A ver... Estaba muy sobrepasada. Esto ha sido inesperado, es... mucho dinero de golpe, y mucha información sobre la familia de su madre. Ella no quería nada de ellos así que... Bueno, su primera reacción ha sido obviamente preguntar si podía renunciar. Y en ese caso se le daría a la beneficencia, que está muy bien. La cuestión es que... - No se puede hacer eso con la parte de Dylan. Ella dispone de su parte, no de la de él. - Dijo su madre. Marcus asintió. - Efectivamente. - La verdad es que... - Aportó Arnold, meditando mientras hablaba, con tono tranquilo. - ...Janet estaría muy orgullosa de esa decisión. Me parece muy bien que este dinero vaya a la beneficencia, después de tanto... - De ninguna manera. - Cortó Emma, mirando a su marido. Luego le miró a él. - Esa herencia era de Janet, y ahora es de Alice y Dylan. No tiene ningún motivo para renunciar a ella. - Emma... - Dijo Arnold, con un suspiro casi triste. - Es comprensible que la chica no quiera nada que venga de esa familia. - Esa familia repudió a su madre y le ha quitado a su hermano para tener más riquezas. - Precisamente. - Precisamente. - Repitió Emma, pero con tono mucho más cortante. - Pertenece a ellos dos. No les va a devolver a su madre, pero va a respetar su memoria y a reparar mínimamente el daño. ¿Crees que esa Bethany Levinson tenía ningún tipo de caridad benéfica? Lo que quería era golpear donde más dolía a los suyos. Ha dicho la beneficencia como podía haber dicho lanzar el dinero a una hoguera. Es casi irrespetuoso. Y a los Van Der Luyden les va a doler más que se lo queden los hijos de Janet. Es lo justo, Arnold. Por no hablar de que pienso informar de todo esto a Edward para que lo utilice como baza legal contra esa gente. No le han quitado la custodia a William porque no lo consideren apto, literalmente han raptado a un niño para manejar su dinero. -
Se generó un leve silencio. Durante el discurso de su madre, tajante y con la voz dura e imperturbable de siempre, su padre había permanecido con la mirada perdida y ligeramente agachada. Tras unos instantes, el hombre respiró hondo y dijo. - No lo sé, Emma... Conoces a Alice. Y a William. No van a utilizar ese dinero alegremente sabiendo de dónde viene. - Que lo guarden en una cámara de Gringotts y lo empleen en cosas útiles. Nadie está diciendo que se compren un barco con él. - No es eso, Emma. Es... - ¡Por favor, Arnold! No me vengas con melindres ni historias lacrimógenas. Seamos prácticos. - No quieres practicidad, Emma, quieres vengarte. - Por supuesto que quiero vengarme, y tú también deberías, y la hija de la repudiada y hermana del raptado, ni te cuento. Pero independientemente de eso, que al menos todo esto haya servido para algo de utilidad. Estoy cansada de escuchar a una chica con las inquietudes de Alice suspirar porque no tiene dinero para libros, por mucho que disimule. Y no me digas que no te has dado cuenta porque no me lo creo... - Hijo. - Su padre le miró, dándole paso, porque la verdad era que Marcus llevaba asistiendo al cruce de opiniones un buen rato sin aportar nada. Y dándole muchas vueltas a la cabeza. - Espero que tengas claro que esta decisión solo compete a Alice. - Por supuesto. - Tendremos que dejar que decida ella, y respetar lo que diga. ¿De acuerdo? - Pero Marcus, ante la pregunta de Arnold, intercambió una mirada con su madre. Tardó en responder... hasta que dijo. - Yo estoy con mamá. - Emma se irguió, sabiéndose ganadora, y Arnold pareció sorprendido por su respuesta. - No podemos permitir que ganen ellos. Quiero a Dylan de vuelta cuanto antes, pero también quiero lo que corresponde a Janet y a sus hijos por derecho. Cualquier otra cosa sería darles la razón. - Hijo... - Como bien has dicho, Arnold. - Interrumpió ella. - Que decida ella. Es la heredera y la primera interesada. Así que dejémosla descansar y madurar la situación con tranquilidad. No se toman decisiones tan difíciles como esta en caliente. Ni sin la orientación adecuada. -
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The hateful heirs Con Marcus | En Long Island | el 2 de septiembre de 2002 |
Había estado prácticamente callada desde el día anterior. Solo había respondido por deferencia a la conversación un par de veces, pero estaba en otra parte. De hecho, se había salido al porche y ni siquiera había tocado las plantas, solo se había sentado al templado sol, agarrándose las rodillas, mirando al jardín, siempre en silencio. Alice no había pedido esto. Cuando era pequeña, había soñado con una casa como la de los O’Donnell, con una pluma de faisán, con más libros para poder investigar… Pero nunca esto. Alice despreciaba el dinero, como lo hacía su madre, lo quería solo para sobrevivir, y cuando soñaba con Marcus en ir a tal o cual sitio… No contaba con hacerlo montada en carros de dinero, precisamente. No había planeado su vida en torno a ello. Y desde luego, nunca había contado con que tener dinero supusiera, en ningún caso, perder a su hermano en manos de semejante gente.
Lo que necesitaba era pensar, reflexionar, por eso llevaba todo el día callada. Pero, realmente, había tomado una decisión, y contaba con que quizá a Marcus no le gustara, pero era su decisión, era su hermano, y si existía la posibilidad de llevárselo, la iba a coger. Así que, muy tranquila, se levantó y volvió dentro con su novio, que estaba leyendo en el salón, con Aaron allí también, y se sentó a su lado. — Marcus, voy a hacer una cosa que no te va a gustar. — Le dijo muy tranquila. — Pero ya he tomado la decisión, y prefiero que te enfades que no intentarlo. — Cogió aire. — Me voy a casa de los Van Der Luyden a decirles que lo sé todo. — Se giró a Aaron para hacer un apunte. — Lo tuyo no. Ellos no saben que existía esa carta, y no saben que Bethany era legeremante, nada puede darles una pista de que yo sé quién es el tercer heredero. Eso te dará libertad hasta que se lea el testamento, más tiempo para pensar. — Su primo no dijo ni mu, estaba quieto como una estatua. Volvió a dirigirse a Marcus. — Quiero que hablemos ahora que tengo toda la información y que pongamos todas las cartas sobre la mesa. Si hay una posibilidad de llevarme a Dylan hoy mismo, pienso ir a por ella de cabeza. — Tomó la mano de Marcus y le miró a los ojos. — Mi amor, no quiero que pienses que no cuento contigo. Es solo que no puedo más, si sigo estirando esto, tratando de planear y sufriendo giros de guion en esta trama, voy a volverme loca. Solo quiero a mi hermano y perder de vista a esa gente para siempre, enterrarlos en mi cabeza. — Sintió un nudo en la garganta y los ojos humedecerse. — Esto nos va a destruir si no hago algo ya. Yo no sé librar su guerra. Muevo las tropas y voy de cabeza, es todo lo que puedo hacer. Al menos sé que no van a hacerme nada, les jodería su plan con la herencia. — Dio un beso en la mano a su novio. — Puedes venir conmigo y va a hacerme sentir mucho mejor. Pero entiendo que te quieras quedar si no estás de acuerdo. — Suspiró y le miró con sinceridad, abriendo su corazón. — Y si te enfadas, perdóname, por favor. Es solo que no aguanto más. —
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The hateful heirs Con Alice | En Nueva York | 2 de septiembre de 2002 |
Llevaba sin sentir que leía a escondidas desde que de pequeño se escondía bajo las sábanas pasada su hora de acostarse para leer sin que sus padres le pillasen. No es como que estuviera muy escondido, estaba en el salón, pero teniendo en cuenta lo ausente que estaba Alice y que prefería encontrarse en el jardín... Le había pedido a George un libro sobre temas legales en cuestiones económicas, por familiarizarse un poco con un mundo que le era totalmente ajeno hasta hacía dos días. Aaron estaba junto a él. Se mantenían ambos en silencio. La casa entera estaba sumida en un extraño silencio.
- Viene. - Avisó el chico, y Marcus cerró el libro de golpe. Luego se dio cuenta de lo sospechosa que iba a ser su reacción y lo volvió a abrir, pero se lo apoyó en las piernas, de tal manera que disimulara un poco el título del mismo. Y si le preguntaba, alegaría... pues la verdad, que se quería familiarizar con un tema que era desconocido para él y en el que estaban todos metidos de lleno. ¿Desde cuando un Ravenclaw desdeñaba el aprendizaje?
Alice se sentó a su lado y el la recibió con una sonrisa tranquila, pero la perdió levemente con ese inicio de conversación. Intentaba en la medida de lo posible calmar los ánimos, pero era difícil. Él se sentía bastante aliviado por las connotaciones de lo último que habían descubierto, pero la situación era como para estar tensos: aquello aún estaba lejos de resolverse. Tragó saliva y asintió, escuchando con atención y sin querer interrumpir. Se ahorró reaccionar, aunque se le tensó levemente la mandíbula. Sabía que, más tarde o más temprano, su novia iba a decir que quería ponerse frente a frente con los Van Der Luyden. Y, de hecho, necesitaban volver a ver a Dylan. Si no habían ido antes había sido porque las circunstancias habían sido harto complicadas para ello, pero ya iba siendo hora de volver. Soltó aire por la nariz. - Lo entiendo. - Aseguró, sincero. No le hacía ni pizca de gracia volver, pero lo dicho, sabía que tarde o temprano iba a ocurrir.
Por supuesto, no iban a mencionar nada de lo de Aaron, faltaría más. Sería ponerle en la palestra tontamente, por no hablar de que Teddy estaba cometiendo una ilegalidad viviendo en una casa que no era suya, y eso sí que era una gran baza en su favor que no pensaban malgastar tontamente. Siguió atendiendo a su novia y asintió a lo de llevarse a Dylan. Ojalá, solo pensarlo hizo que se le acelerara el corazón. Con lo siguiente negó levemente, tranquilizándola. - No pienso eso, claro que no. - Sabía que las decisiones tenía que tomarlas ella, y sus padres también se lo habían dejado claro en su última conversación... Bueno, su padre lo había dejado claro. Su madre también había dicho que la última palabra era de Alice, pero que debían hacer todo lo posible para reconducirla hacia la opción más inteligente. Aún estaba esperando verla más serena, y desde luego, si se traían a Dylan, sí que iba a ganar mucho terreno con eso.
Eso sí, lo siguiente le hizo fruncir fuertemente el ceño, sin poder evitar la reacción de extrañeza absoluta. - No hablas en serio ¿verdad? - Dijo espontáneo. - Claro que voy a ir contigo, Alice. Ni loco te dejo ir sola a esa casa. Estamos en esto juntos, hemos venido juntos, y yo también quiero recuperar a Dylan. - ¿Enfadado? ¿No querer ir? No sabía a qué venía eso. Esperaba que su alivio o su petición de serenarse antes de tomar decisiones no se hubiera malinterpretado, pero él seguía tan metido en aquel plan como el primer día. Y estaba deseando ver la cara de los Van Der Luyden cuando vieran que iban ganando la partida. - Alice, no estoy enfadado. ¿Por qué iba a estarlo? - Preguntó con cierto desconcierto. Era como si su novia supiera algo que a él se le estaba escapando, pero mejor no le daba más vuelta. Soltó aire por la boca y se puso de pie. - Vayamos. Pongamos las carta sobre la mesa con esa gente. Ahora estamos más tranquilos y tenemos las de ganar. Con un poco de suerte, se sienten lo suficientemente presionados como para dejar que nos traigamos a Dylan. - No las tenía todas consigo con eso último, pero se le ocurrían muchos argumentos en su favor, por lo que no tenían nada que perder.
- Viene. - Avisó el chico, y Marcus cerró el libro de golpe. Luego se dio cuenta de lo sospechosa que iba a ser su reacción y lo volvió a abrir, pero se lo apoyó en las piernas, de tal manera que disimulara un poco el título del mismo. Y si le preguntaba, alegaría... pues la verdad, que se quería familiarizar con un tema que era desconocido para él y en el que estaban todos metidos de lleno. ¿Desde cuando un Ravenclaw desdeñaba el aprendizaje?
Alice se sentó a su lado y el la recibió con una sonrisa tranquila, pero la perdió levemente con ese inicio de conversación. Intentaba en la medida de lo posible calmar los ánimos, pero era difícil. Él se sentía bastante aliviado por las connotaciones de lo último que habían descubierto, pero la situación era como para estar tensos: aquello aún estaba lejos de resolverse. Tragó saliva y asintió, escuchando con atención y sin querer interrumpir. Se ahorró reaccionar, aunque se le tensó levemente la mandíbula. Sabía que, más tarde o más temprano, su novia iba a decir que quería ponerse frente a frente con los Van Der Luyden. Y, de hecho, necesitaban volver a ver a Dylan. Si no habían ido antes había sido porque las circunstancias habían sido harto complicadas para ello, pero ya iba siendo hora de volver. Soltó aire por la nariz. - Lo entiendo. - Aseguró, sincero. No le hacía ni pizca de gracia volver, pero lo dicho, sabía que tarde o temprano iba a ocurrir.
Por supuesto, no iban a mencionar nada de lo de Aaron, faltaría más. Sería ponerle en la palestra tontamente, por no hablar de que Teddy estaba cometiendo una ilegalidad viviendo en una casa que no era suya, y eso sí que era una gran baza en su favor que no pensaban malgastar tontamente. Siguió atendiendo a su novia y asintió a lo de llevarse a Dylan. Ojalá, solo pensarlo hizo que se le acelerara el corazón. Con lo siguiente negó levemente, tranquilizándola. - No pienso eso, claro que no. - Sabía que las decisiones tenía que tomarlas ella, y sus padres también se lo habían dejado claro en su última conversación... Bueno, su padre lo había dejado claro. Su madre también había dicho que la última palabra era de Alice, pero que debían hacer todo lo posible para reconducirla hacia la opción más inteligente. Aún estaba esperando verla más serena, y desde luego, si se traían a Dylan, sí que iba a ganar mucho terreno con eso.
Eso sí, lo siguiente le hizo fruncir fuertemente el ceño, sin poder evitar la reacción de extrañeza absoluta. - No hablas en serio ¿verdad? - Dijo espontáneo. - Claro que voy a ir contigo, Alice. Ni loco te dejo ir sola a esa casa. Estamos en esto juntos, hemos venido juntos, y yo también quiero recuperar a Dylan. - ¿Enfadado? ¿No querer ir? No sabía a qué venía eso. Esperaba que su alivio o su petición de serenarse antes de tomar decisiones no se hubiera malinterpretado, pero él seguía tan metido en aquel plan como el primer día. Y estaba deseando ver la cara de los Van Der Luyden cuando vieran que iban ganando la partida. - Alice, no estoy enfadado. ¿Por qué iba a estarlo? - Preguntó con cierto desconcierto. Era como si su novia supiera algo que a él se le estaba escapando, pero mejor no le daba más vuelta. Soltó aire por la boca y se puso de pie. - Vayamos. Pongamos las carta sobre la mesa con esa gente. Ahora estamos más tranquilos y tenemos las de ganar. Con un poco de suerte, se sienten lo suficientemente presionados como para dejar que nos traigamos a Dylan. - No las tenía todas consigo con eso último, pero se le ocurrían muchos argumentos en su favor, por lo que no tenían nada que perder.
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The hateful heirs Con Marcus | En Long Island | el 2 de septiembre de 2002 |
Abrió los ojos, genuinamente sorprendida, cuando Marcus le dijo que lo entendía. Realmente no parecía ni tan mala idea cuando su novio lo veía tan claro. Le miró con los ojos humedecidos de la emoción cuando le confirmó que no creía que no contara con él, y le quitó un peso enorme de encima. Aquello empezaba mejor de lo que esperaba. Sonrió y asintió a lo de que iría con ella y por dentro suspiró. No, ahora enfadado no estaba, pero Alice tenía muy claro que iba a hacer lo que fuera por llevarse a Dylan, y quizá era ese “lo que fuera” lo que podía enfadarle. Pero bueno, si no le había molestado ir de cara a los Van Der Luyden, quizá es que su novio estaba volviéndose también un poco cabeza loca Gallia. Se levantó junto a él y le dijo de corazón. — Gracias, mi amor. Sin ti solo tengo la mitad de mi fuerza. — Confesó de corazón. Le dio un beso en la mano y se mentalizó.
Se dio la vuelta y se dirigió a Aaron. — Ahora todos están ocupados con algo. Cuando se den cuenta de que no estamos diles a donde hemos ido, pero no alteremos a nadie, bastante lo hemos hecho ya. — ¿Seguro que no queréis que vaya? — Alice negó. — Sé que tienes ganas de enfrentarte a ellos, pero usemos nuestras bazas inteligentemente. Tú quédate aquí, y ya sabes: dos horas. Si no hemos vuelto, ven a por nosotros. — Le apretó el hombro y sonrió levemente. — Deséame suerte. — Aaron negó con la cabeza. — Suerte no, justicia. — Ella asintió y sonrió. — Qué Gryffindor eres. — Tomó la mano de Marcus y dijo. — Cojamos la cuchara antes de salir, por si tenemos que irnos corriendo, no es descabellado pensarlo. —
La casa de los Van Der Luyden se le antojaba gigantesca, y le daba dolor de estómago mirarla. Inspiró y llamó a la puerta, deseando llegar ya al momento de ver la carita de Dylan, poder abrazarle. La criada salió y abrió mucho los ojos en pánico. — Avise a la señora Van Der Luyden de que estamos aquí. — Dijo sin más. — La señora no va a querer… — Alice suspiró y se puso a gritar. — ¡Señora Van Der Luyden! ¡Salga! ¡No puedo darle tanto miedo! ¡Salga y míreme a la cara! — Su paciencia empezaba a agotarse peligrosamente y ni habían entrado. En seguida apareció en la puerta de la casa, aunque seguían sin abrirle la reja. — ¿Otra vez aquí? ¿No ha acabado el huracán contigo? — La mujer suspiró y entornó los ojos. — Qué pesadilla. — No se haga la loca conmigo. Sé que no me quiere muerta. Sé que más le vale tenerme vivita y coleando y sé muchas más cosas. ¿Está segura de que me quiere dejar aquí fuera? — Dijo con un tono helado y mirada fiera, y aunque Lucy no pareció variar mucho la expresión, al menos se quedó callada. Pasaron unos tensos segundos hasta que les abrió la valla, y Alice y Marcus recorrieron el camino hasta la casa.
Solo la entrada parecía la propia entrada del MACUSA, con doble escalera a ambos lados que subía en círculo al piso de arriba, y todo lleno de mármoles de suelo a techo. — No has estado en una casa así en tu vida. — Escupió la otra con una risa sarcástica. Alice la miró con desprecio. — A Dios gracias. Me da bastante asco. — Dijo sin más. Se cruzó de brazos y la miró con superioridad, porque aquella arpía no iba a volver a hacerla sentir miedo si en su mano estaba. — Vengo a llevarme a mi hermano. — Lucy volvió a reír entre dientes. — Eso lo dudo. — Yo no lo dudaría tanto si no quiere consecuencias a lo que ha hecho. — Alice arrugó el entrecejo, como si pensara. — Claro, que no serán tan graves como las que puede enfrentar su querido Teddy por llevar dos años viviendo en una casa que no es suya como si sí lo fuera. — Y ahí sí que le cambió la cara y se echó para delante, agresiva. — Tan buena te crees y serías capaz de echar a una familia de su casa. Tu madre nunca le habría hecho eso a su hermano — Eso hizo reír hirientemente a Alice. — No, señora Van Der Luyden, en esa frase está todo mal. — Ladeó la cabeza y afiló los ojos. — Mi madre habría cambiado bastante de opinión después de ver que su propio hermano dejaba que la echaran de su casa en medio de la noche. Además, ni la casa es suya, ni yo podría echar a nadie, porque mía tampoco es. Pero sé que no debería estar ahí. ¿Sabe lo que sí que es mío? — Dejó un par de segundos de tensión. — El dinero de su hermana. La razón por la que ha hecho todo esto. Y de verdad, solo espero que se le atraganten todas y cada una de las monedas que espera ganar con esto, porque usted y todos los Van Der Luyden no paran de demostrar cuán ruines pueden llegar a ser. —
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The hateful heirs Con Alice | En Nueva York | 2 de septiembre de 2002 |
Era mejor que Aaron se quedara en casa, pero no pudo evitar compartir con él una mirada difícil de descifrar. Mezclaba súplica, rabia, miedo... y necesidad de justicia, como decía él. Soltó aire por la nariz y asintió a lo de llevarse la cuchara, aunque hubiera preferido avisar a sus tíos en primera persona, por deferencia. No es como que les fueran a impedir ir, pero bueno... prefería no contradecir las decisiones de Alice. Solo esperaba que no les pasara nada y, encima, sus pobres tíos tuvieran que lidiar con la culpa. O que se enfadaran al volver por no haberles avisado cuando iban a meterse en la boca del lobo. Esperaban volver con Dylan, eso haría que todo mereciera la pena.
Solo de aparecerse ante la casa ya tuvo que apretar de nuevo los dientes, llevado por la rabia. La cara de miedo de la criada no lo mejoraba. - Aquí vive atemorizado todo el mundo. -La masculló a Alice, con tono despreciativo. No querría una vida así ni por todo el dinero del mundo. Por supuesto, al primer intento de negativa, Alice empezó a gritar. No tenían la paciencia para aguantar tonterías. Por un momento se planteó escudriñar la puerta en vistas de posibles hechizos que pudiera romper, aunque dudaba profundamente que gente como esa tuviera una seguridad endeble. Igualmente, lo último que quería era que pudieran acusarles de allanamiento de morada, así que mejor se limitaba a estarse quieto y esperar pacientemente en la puerta. La nota de exigencia, al fin y al cabo, ya la estaba poniendo Alice.
Cuando por fin se dignó en aparecer y abrir la valla, fueron hacia la puerta. - No desvelemos todas nuestras armas aún. - Le murmuró Marcus a su novia, casi sin mover los labios. - Recuerda que ellos no saben nada. Que se vuelvan locos preguntando. - Si querían saber, iban a tener que trabajárselo mucho, y por supuesto darles algo a cambio. No se lo iban a poner tan sencillo, pero sí iban a dejar claro que sabían lo que había. Se colocaron frente a ella, y Marcus siguió optando por no hablar. En su lugar, miraba a la mujer con una muy leve sonrisa de superioridad, y con mirada de no provocarle ninguna emoción más que desprecio. Se había enfurecido muchísimo en el anterior encuentro y no iba a darles el gusto de perder los papeles... aunque tuviera que hacer demasiada contención para ello. Por fortuna, y a diferencia de la vez anterior, ahora tenía menos miedo y más bazas en su favor. Eso ayudaba muchísimo.
Lanzar en primer lugar el órdago de Teddy era buena táctica, porque podrían descuadrarla abriendo un nuevo frente, sin dar toda la información pero dejando claro que sabían más de lo que pudiera parecer. Lo que le borró la sonrisa y le hizo apretar los dientes otra vez fue la respuesta de la mujer. - No mencione a Janet si le queda un mínimo de decencia. - La mujer le miró de arriba abajo, con desprecio. - No hablo con niñatos como tú. - Usted misma. Yo lo haría. - Dijo como si tal cosa, y el comentario sobrado le permitió recuperar la facha que tenía antes de escuchar la mención a Janet. Dejó que Alice lanzara su alegato, y la respuesta de la mujer fue tan altiva como siempre. Dio un paso hacia ella (poniendo a Marcus automáticamente en guardia) y le dijo, arrastrando las palabras. - ¿Y qué piensan hacer unos niños como vosotros ante una familia como nosotros? - La cuestión no es qué pensamos hacer nosotros, sino qué piensan hacer vosotros. - Contestó Marcus, haciendo que la mujer le mirara otra vez, con ojos entrecerrados. Se empeñaba en ignorar su presencia, se notaba a la perfección por cómo le miraba cada vez que hablaba. - Sabemos vuestros motivos para tener aquí a Dylan, y créame, pinta más a secuestro que a interés por el bienestar del menor. Permítanos que nos lo llevemos, y dejaremos el tema aquí. - La mujer soltó una carcajada despótica. - ¿Secuestro? La calaña como vosotros estará acostumbrada a esos términos. Nosotros tenemos una categoría. - Lo que tenéis es a un menor de edad separado de su familia para cumplir con vuestra avaricia. - Lucy volvió a tratar de ignorarle, y con una sonrisa amenazante, miró a Alice. - Gracias por decirme que eres la heredera de la herencia de mi hermana. Estás en mi casa, ¿qué me impide matarte ahora y decir que ha sido en defensa propia? - Yo. - Saltó Marcus. Luego hizo una caída de ojos. - Y la ley, pero bueno, supongo que eso le importa menos... Dígame, ¿qué gana matando a una joven de dieciocho años aparte de un posible juicio por asesinato? - Siseó. - No le conviene nada sumarlo al posible juicio por secuestro... - No consiento amenazas de nadie, ni en mi propia casa. - Lo que le he planteado no es una amenaza, señora Van Der Luyden, es un pacto. Nosotros nos llevamos a Dylan, hacemos como que aquí no ha ocurrido nada y todos contentos. Igualmente no se puede quedar con la herencia de él y lo sabe. - Pero la mujer, lejos de contradecirle, le miraba con una sonrisa que a Marcus no le vaticinaba nada bueno. Ni la sonrisa ni la pausa tan larga que hizo.
- ¿Queréis llevaros a Dylan, entonces? - Marcus se tensó. No era tan ingenuo, aquello tenía trampa. - Dos chicos tan listos y con tan buen expediente como se dice que sois... ¿queréis sacar del colegio a un niño cuando ya ha empezado el curso? - Primero frunció el ceño, pero acto seguido cayó en la cuenta, y se le debió notar en el rostro. ¿Qué día es hoy? Pensó, alarmado. No... estaban ya en septiembre... No podía ser. - ¿Dónde está Dylan? - Preguntó, a lo que la mujer se irguió. - En Ilvermorny. Cursando su segundo año. Porque en esta familia velamos por el bien del menor al que tutelamos. Quizás ese Gallia hubiera hecho que perdiera el tren... - Se notaba el corazón en la garganta. Se le estaba cayendo la fachada porque, maldita sea, había perdido la cuenta de los días y ahora no contaba con ello. Con la respiración agitada, y los dientes de nuevo apretados, dijo. - No puede disponer sobre aspectos fundamentales de la vida de un niño que no es vuestro. - Sí que lo es, así lo dicta la ley. - Cautelarmente. No ha habido juicio. Debió ir a Hogwarts, que es donde está matriculado. - Estaba. - La mujer rio entre dientes, sintiéndose ganadora, y dijo. - Vais muy por detrás de nosotros, niños. -
Solo de aparecerse ante la casa ya tuvo que apretar de nuevo los dientes, llevado por la rabia. La cara de miedo de la criada no lo mejoraba. - Aquí vive atemorizado todo el mundo. -La masculló a Alice, con tono despreciativo. No querría una vida así ni por todo el dinero del mundo. Por supuesto, al primer intento de negativa, Alice empezó a gritar. No tenían la paciencia para aguantar tonterías. Por un momento se planteó escudriñar la puerta en vistas de posibles hechizos que pudiera romper, aunque dudaba profundamente que gente como esa tuviera una seguridad endeble. Igualmente, lo último que quería era que pudieran acusarles de allanamiento de morada, así que mejor se limitaba a estarse quieto y esperar pacientemente en la puerta. La nota de exigencia, al fin y al cabo, ya la estaba poniendo Alice.
Cuando por fin se dignó en aparecer y abrir la valla, fueron hacia la puerta. - No desvelemos todas nuestras armas aún. - Le murmuró Marcus a su novia, casi sin mover los labios. - Recuerda que ellos no saben nada. Que se vuelvan locos preguntando. - Si querían saber, iban a tener que trabajárselo mucho, y por supuesto darles algo a cambio. No se lo iban a poner tan sencillo, pero sí iban a dejar claro que sabían lo que había. Se colocaron frente a ella, y Marcus siguió optando por no hablar. En su lugar, miraba a la mujer con una muy leve sonrisa de superioridad, y con mirada de no provocarle ninguna emoción más que desprecio. Se había enfurecido muchísimo en el anterior encuentro y no iba a darles el gusto de perder los papeles... aunque tuviera que hacer demasiada contención para ello. Por fortuna, y a diferencia de la vez anterior, ahora tenía menos miedo y más bazas en su favor. Eso ayudaba muchísimo.
Lanzar en primer lugar el órdago de Teddy era buena táctica, porque podrían descuadrarla abriendo un nuevo frente, sin dar toda la información pero dejando claro que sabían más de lo que pudiera parecer. Lo que le borró la sonrisa y le hizo apretar los dientes otra vez fue la respuesta de la mujer. - No mencione a Janet si le queda un mínimo de decencia. - La mujer le miró de arriba abajo, con desprecio. - No hablo con niñatos como tú. - Usted misma. Yo lo haría. - Dijo como si tal cosa, y el comentario sobrado le permitió recuperar la facha que tenía antes de escuchar la mención a Janet. Dejó que Alice lanzara su alegato, y la respuesta de la mujer fue tan altiva como siempre. Dio un paso hacia ella (poniendo a Marcus automáticamente en guardia) y le dijo, arrastrando las palabras. - ¿Y qué piensan hacer unos niños como vosotros ante una familia como nosotros? - La cuestión no es qué pensamos hacer nosotros, sino qué piensan hacer vosotros. - Contestó Marcus, haciendo que la mujer le mirara otra vez, con ojos entrecerrados. Se empeñaba en ignorar su presencia, se notaba a la perfección por cómo le miraba cada vez que hablaba. - Sabemos vuestros motivos para tener aquí a Dylan, y créame, pinta más a secuestro que a interés por el bienestar del menor. Permítanos que nos lo llevemos, y dejaremos el tema aquí. - La mujer soltó una carcajada despótica. - ¿Secuestro? La calaña como vosotros estará acostumbrada a esos términos. Nosotros tenemos una categoría. - Lo que tenéis es a un menor de edad separado de su familia para cumplir con vuestra avaricia. - Lucy volvió a tratar de ignorarle, y con una sonrisa amenazante, miró a Alice. - Gracias por decirme que eres la heredera de la herencia de mi hermana. Estás en mi casa, ¿qué me impide matarte ahora y decir que ha sido en defensa propia? - Yo. - Saltó Marcus. Luego hizo una caída de ojos. - Y la ley, pero bueno, supongo que eso le importa menos... Dígame, ¿qué gana matando a una joven de dieciocho años aparte de un posible juicio por asesinato? - Siseó. - No le conviene nada sumarlo al posible juicio por secuestro... - No consiento amenazas de nadie, ni en mi propia casa. - Lo que le he planteado no es una amenaza, señora Van Der Luyden, es un pacto. Nosotros nos llevamos a Dylan, hacemos como que aquí no ha ocurrido nada y todos contentos. Igualmente no se puede quedar con la herencia de él y lo sabe. - Pero la mujer, lejos de contradecirle, le miraba con una sonrisa que a Marcus no le vaticinaba nada bueno. Ni la sonrisa ni la pausa tan larga que hizo.
- ¿Queréis llevaros a Dylan, entonces? - Marcus se tensó. No era tan ingenuo, aquello tenía trampa. - Dos chicos tan listos y con tan buen expediente como se dice que sois... ¿queréis sacar del colegio a un niño cuando ya ha empezado el curso? - Primero frunció el ceño, pero acto seguido cayó en la cuenta, y se le debió notar en el rostro. ¿Qué día es hoy? Pensó, alarmado. No... estaban ya en septiembre... No podía ser. - ¿Dónde está Dylan? - Preguntó, a lo que la mujer se irguió. - En Ilvermorny. Cursando su segundo año. Porque en esta familia velamos por el bien del menor al que tutelamos. Quizás ese Gallia hubiera hecho que perdiera el tren... - Se notaba el corazón en la garganta. Se le estaba cayendo la fachada porque, maldita sea, había perdido la cuenta de los días y ahora no contaba con ello. Con la respiración agitada, y los dientes de nuevo apretados, dijo. - No puede disponer sobre aspectos fundamentales de la vida de un niño que no es vuestro. - Sí que lo es, así lo dicta la ley. - Cautelarmente. No ha habido juicio. Debió ir a Hogwarts, que es donde está matriculado. - Estaba. - La mujer rio entre dientes, sintiéndose ganadora, y dijo. - Vais muy por detrás de nosotros, niños. -
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Se le ponían todos los pelos del cuerpo de punta al oír a Marcus hablar así. Usted no sabe lo que es capaz de hacer por mí, dijo en su cabeza, porque no sabía si el tono al decirlo le saldría como una amenaza o como un miedo real. Al menos Marcus estaba sabiendo contestar a todos y cada uno de los intentos de Lucy de chulearles y mostrarse como la que manejaba la situación. Tuvo que morderse la lengua para responder a lo de qué le impedía matarla con un “evitar que todo tu amado dinero acabe en manos de quien lo necesita, la mejor motivación que puedes encontrar”. Pero Marcus había sido claro, ellos se llevaban a Dylan y ahí se acababa la discusión.
Pero no le gustaba nada el tono de victoria de aquella mujer. — ¿Dónde está? — Preguntó agresiva. Y entonces cayó. Maldita fuera. Dos días. Por dos días no había llegado a salvar a su hermano. Se maldijo a sí misma, al huracán y a todo lo que pudo internamente, y perdió un poco la compostura, llevándose las manos a la cabeza, dando vueltas de pura rabia, mientras Marcus intentaba hacer ver a esa mujer que no podían hacer aquello. Sí, sí que podían, para su desgracia, así era. Se giró y la miró con rabia. — Me da igual que esté en Ilvermony. — Dijo muy determinada. — Su casa es Inglaterra y su colegio Hogwarts, y si usted renuncia ahora a su custodia pasará a mí y yo me lo llevaré aunque tenga que ir a sacarlo del colegio. Esto no cambia nuestros planes. — Lucy rio, cruzada de brazos echando la cabeza para atrás. — ¿Por qué iba a hacer eso, vamos a ver? — Alice dejó salir un suspiro desesperado, a punto de echarse a llorar.
— ¿QUÉ ES LO QUE QUIERE? — Preguntó en un grito. — ¿Qué más? Mire su casa, mire sus influencias, ¿qué más? ¿Quiere el dinero de su hermana? ¿Es una niña pequeña que quiere todo lo que tiene su hermana o qué? Su hermana está muerta, mi madre también, solo usted sigue aquí, ¿no es suficiente ya? — Ahí la mujer la miró furibunda. — Solo una niña ignoraría el hecho de que ese dinero me pertenece. A mí y a mi hijo. — ¿POR QUÉ? — Preguntó ya desesperada. — ¿Porque usted lo dice? Admita su derrota y devuélvame a mi hermano. — Y entonces la mujer puso una sonrisa heladora. — Dame lo que quiero… Que no es a ese mocoso, por supuesto… Y te lo devuelvo. ¿Cuánto vale tu hermano, querida Alice? ¿Vale los millones que juntáis entre los dos de la herencia de Bethany… o no? — El estómago se le dio la vuelta, y sintió hasta náuseas. Achicó los ojos incrédula. — ¿Está poniéndole precio… a la custodia de mi hermano? — Lucy se encogió de hombros con un gesto de quitarle importancia. — Por favor, cómo me recuerdas a tu madre. Tan íntegra para algunas cosas y tan incapaz de mantener las rodillas juntas para otras… — Pero los insultos ya le daban igual, por fin aquella mujer había dicho lo que quería, y estaba en la mano de Alice dárselo.
— ¿Es el dinero lo que quiere? ¿Solo el dinero? — Solo. — La mujer volvió a reír. — Así te va como te va. — ¡CÁLLESE! Me tiene harta con su jueguecito de ser la mala del cuento. — Le dijo ya desesperada y avanzando hacia ella. — Si el dinero es suyo… ¿Dejará en paz a Dylan? — La mujer rio y levantó las manos. — ¿Para qué iba a quererlo si no? Ya tengo mis herederos, los de verdad, los de mi hijo. — Si se queda el dinero… ¿Nos dejará en paz para siempre? — Lucy suspiró. — ¿Para qué iba a quereros? Sois los bastardos de una golfa a la que nunca deseé tener. Por mí se hubiera muerto la primera vez, pero ese padre suyo tan sentimental y la idiota estéril de mi hermana se empeñaron en salvarla...— Y entonces, todo el odio acumulado en el pecho de Alice, brotó. — Solo espero que el dinero le amargue la vida, que no le sirva para salvarse de una muerte agónica como la que tuvo mi madre y mil veces peor. Espero que el fantasma de mi madre y su hermana se le aparezca a última hora solo para decirle que va a ir usted al infierno mismo y que toda su vida no ha significado nada más que una asquerosa montaña de dinero que ni siquiera ha enseñado a su amado heredero a utilizar. ¿Y sabe lo mejor? Que cuando mi madre murió hubo muchas, MUCHAS, y no sabe usted cómo de importantes, personas dispuestas a salvarla, a hacer lo que fuera por ella. Mientras que a usted… Su marido, sus hijas y cualquiera que conozca su nombre la dejarían hundirse si se estuviera ahogando. — Alice jamás le había deseado la muerte a nadie, y no sabía de dónde había sacado ese pensamiento, pero ya se sentiría mal más tarde. — Pero sí, tendrá su maldito dinero si eso hace que me devuelva a mi hermano. Pero tendrá que renunciar a la patria potestad. Legalmente, no seremos Van Der Luyden ni estaremos filiados a ustedes por nada. — Lucy, que parecía haberse quedado un poco impactada por las palabras de antes, volvió a poner la media sonrisa. — Su parte… Y la tuya. Si no, no hay trato. — ¿Es que la avaricia de esa gente no conocía final? ¿Iba a ser esa la única salida?
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The hateful heirs Con Alice | En Nueva York | 2 de septiembre de 2002 |
¿Cómo habían podido estar tan torpes de no contar con aquello? Sus propios primos se lo advirtieron, y además de que no lo quiso ver, se le había pasado la fecha. La de Dylan... y la de Lex. Habló con él la última noche que habló con sus padres, pero ahora sentía que no se había despedido debidamente. Maldita sea... Su rabia iba en aumento, y ahora en parte era también contra sí mismo. Por supuesto, la mujer tensó tanto la cuerda que Alice acabó perdiendo los nervios. Era un milagro que él no lo estuviera haciendo también.
Todas y cada una de las palabras de Alice eran verdad, y eso hacía que Marcus mirara a Lucy negando con la cabeza, emanando desprecio en su expresión. - Eso no es cierto. - Masculló. - No tiene más derechos que nadie por más que lo pretenda. - Masculló con los dientes apretados, porque Lucy seguía insistiendo en que la herencia era suya, pero el diálogo cruzado iba ya cuesta abajo y sin frenos. Pero lo siguiente le hizo mirarla alucinado, entrecerrando los ojos y despegando los labios. - ¿Era eso? ¿Ese ha sido el plan desde el principio? ¿Traernos hasta aquí para que Alice se lo dé todo? - No se lo podía creer. Cuando descubrieron lo de la herencia, pensó que lo que querían era manejar el dinero de Dylan... pero no. Habían lanzado un cebo sabiendo que iban a picar y a llegar hasta allí, para poder conseguir su verdadero propósito: disponer de la herencia al completo.
Y entonces vino el insulto a Janet. Otra vez. Y Marcus estuvo a punto de perder la templanza, notaba el enfado bullir y estaba apretando la varita en el interior de su bolsillo. - Eso. Atácame. Dame más argumentos a mi favor. - Le soltó la mujer. Tenía ganas de gritar y maldecir todo lo que se pusiera en su camino, pero se iba a contener. Tenéis las de ganar, Marcus, solo os está crispando, se dijo, porque lo dicho, ahora tenían una baza mucho mayor. Dejó que siguiera hablando y hablando, soltando su ponzoña por la boca, mirándola como si las miradas pudieran asesinar. Pero ya estaba viendo por dónde iba aquel derrotero. Alice despreciaba el dinero y la mujer se lo estaba dejando claro: la herencia de ambos a cambio de Dylan. Pero eso era darles la victoria que habían planeado desde el principio y que todo aquel sufrimiento, aquel verano tirado por la borda, no sirviera para nada. Y, al fin y al cabo, Dylan estaba ahora protegido en un colegio, no con esa gente. Les acababan de dar una baza estupenda, sin saberlo, para que ya no tuvieran tanta prisa. Para lo que sí que tenía prisa era para irse de allí, porque no iba a aguantar veneno ni un segundo más.
- Vámonos. - Sentenció, mirando a la mujer. - Aquí no hacemos nada ya. Hemos venido a ver a Dylan y a dejarle claro a esta gente que no tienen las de ganar. Ya hemos cumplido nuestro cometido. - Estupendo. Quedo a la espera de tu renuncia, Alice, si eres tan inteligente como dicen. - Alardeó con malicia, mirándola. Marcus sonrió con desprecio. - No van a ganar. Teddy está cometiendo una ilegalidad, todos lo sabéis, y usted ha alegado unos motivos para separar a un menor de su familia y entorno que no son ciertos. Y lo podemos demostrar. - Estoy deseando ver cómo lo hacéis. - Dijo con una superioridad que denotaba que no confiaba para nada en que pudieran hacerlo, pero ya lo harían. Le iban a dar con la ley en las narices. Jamás pensó que pudiera odiar tanto a alguien ni tener tantos deseos de vengarse. - Y ahora fuera de mi casa. - Con mucho gusto. - Escupió tras ella, y tomó la mano de Alice, girándose para marcharse de allí. - Escoria... - La oyó murmurar, y eso le detuvo en seco. Su educación y protocolo no le permitían hablar así... pero esa mujer no se merecía ni el aire que respiraba.
Se giró y la miró. - Lamento que tuviera usted a una hija que no deseaba y que le haya dado tantos problemas. - Agarró fuertemente la mano de Alice y remató. - Lo hubiera remediado si hubiera mantenido las rodillas juntas. - Y ya vio el conato de reacción colérica de la mujer, pero nada más, porque se desapareció con Alice de allí inmediatamente, sin dar tiempo a reacción.
Todas y cada una de las palabras de Alice eran verdad, y eso hacía que Marcus mirara a Lucy negando con la cabeza, emanando desprecio en su expresión. - Eso no es cierto. - Masculló. - No tiene más derechos que nadie por más que lo pretenda. - Masculló con los dientes apretados, porque Lucy seguía insistiendo en que la herencia era suya, pero el diálogo cruzado iba ya cuesta abajo y sin frenos. Pero lo siguiente le hizo mirarla alucinado, entrecerrando los ojos y despegando los labios. - ¿Era eso? ¿Ese ha sido el plan desde el principio? ¿Traernos hasta aquí para que Alice se lo dé todo? - No se lo podía creer. Cuando descubrieron lo de la herencia, pensó que lo que querían era manejar el dinero de Dylan... pero no. Habían lanzado un cebo sabiendo que iban a picar y a llegar hasta allí, para poder conseguir su verdadero propósito: disponer de la herencia al completo.
Y entonces vino el insulto a Janet. Otra vez. Y Marcus estuvo a punto de perder la templanza, notaba el enfado bullir y estaba apretando la varita en el interior de su bolsillo. - Eso. Atácame. Dame más argumentos a mi favor. - Le soltó la mujer. Tenía ganas de gritar y maldecir todo lo que se pusiera en su camino, pero se iba a contener. Tenéis las de ganar, Marcus, solo os está crispando, se dijo, porque lo dicho, ahora tenían una baza mucho mayor. Dejó que siguiera hablando y hablando, soltando su ponzoña por la boca, mirándola como si las miradas pudieran asesinar. Pero ya estaba viendo por dónde iba aquel derrotero. Alice despreciaba el dinero y la mujer se lo estaba dejando claro: la herencia de ambos a cambio de Dylan. Pero eso era darles la victoria que habían planeado desde el principio y que todo aquel sufrimiento, aquel verano tirado por la borda, no sirviera para nada. Y, al fin y al cabo, Dylan estaba ahora protegido en un colegio, no con esa gente. Les acababan de dar una baza estupenda, sin saberlo, para que ya no tuvieran tanta prisa. Para lo que sí que tenía prisa era para irse de allí, porque no iba a aguantar veneno ni un segundo más.
- Vámonos. - Sentenció, mirando a la mujer. - Aquí no hacemos nada ya. Hemos venido a ver a Dylan y a dejarle claro a esta gente que no tienen las de ganar. Ya hemos cumplido nuestro cometido. - Estupendo. Quedo a la espera de tu renuncia, Alice, si eres tan inteligente como dicen. - Alardeó con malicia, mirándola. Marcus sonrió con desprecio. - No van a ganar. Teddy está cometiendo una ilegalidad, todos lo sabéis, y usted ha alegado unos motivos para separar a un menor de su familia y entorno que no son ciertos. Y lo podemos demostrar. - Estoy deseando ver cómo lo hacéis. - Dijo con una superioridad que denotaba que no confiaba para nada en que pudieran hacerlo, pero ya lo harían. Le iban a dar con la ley en las narices. Jamás pensó que pudiera odiar tanto a alguien ni tener tantos deseos de vengarse. - Y ahora fuera de mi casa. - Con mucho gusto. - Escupió tras ella, y tomó la mano de Alice, girándose para marcharse de allí. - Escoria... - La oyó murmurar, y eso le detuvo en seco. Su educación y protocolo no le permitían hablar así... pero esa mujer no se merecía ni el aire que respiraba.
Se giró y la miró. - Lamento que tuviera usted a una hija que no deseaba y que le haya dado tantos problemas. - Agarró fuertemente la mano de Alice y remató. - Lo hubiera remediado si hubiera mantenido las rodillas juntas. - Y ya vio el conato de reacción colérica de la mujer, pero nada más, porque se desapareció con Alice de allí inmediatamente, sin dar tiempo a reacción.
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The hateful heirs Con Marcus | En Long Island | el 2 de septiembre de 2002 |
Se dejó arrastrar por Marcus, y aunque ella seguía poniendo la mirada de odio a su abuela, ahora mismo en su cabeza solo había una cosa: la forma de recuperar a Dylan. Ante sus ojos, bien clarita. ¿Qué era un dinero que ella nunca había tenido realmente? ¿Qué podría significar en su vida? No obstante, no iba a dejárselo ver a aquella arpía. Eso sí, abrió mucho los ojos cuando Marcus le dijo eso a la señora Van Der Luyden. No es que él no hablara en esos términos a gente más mayor, es que no hablaba en esos términos ni con ella, pero mucho tenía que haberle dolido lo oído. A Alice quizá le doliera en otro momento, ella ahora mismo solo veía una luz al final del túnel.
Aparecieron en el jardín de los Lacey, y los tíos y Aaron estaban, como de costumbre, esperándoles. — ¡Hijos! ¿Cómo ha ido? — Alice suspiró fuertemente y dijo. — No hemos podido traernos a Dylan. Se lo han llevado ya a Ilvermony. — ¿Y la tutela cautelar? — Preguntó Aaron. Ella se encogió de hombro con desesperación. — No sé, Aaron, no lo sé… Es que… — Se apartó el pelo de la cara. — Necesito hablar con Rylance ya mismo. — ¿Y eso? ¿Habéis encontrado algo contra ellos? — Preguntó Frankie esperanzado, ella avanzó hacia dentro y dijo. — Mejor, he encontrado lo que quieren. — Y se fue del tirón hacia el espejo.
No se podía mantener quieta delante del mismo, esperando que los O’Donnell contestaran. — Arnold. — Saludó ella en cuanto le vio. — Alice, ¿estás bien? — Necesito que llaméis a Rylance. No sé qué hora es, lo siento, pero no tengo tiempo que perder… — Emma apareció por detrás. — ¿Pasa algo? — Hemos ido a casa de los Van Der Luyden. Quería intentar llevarme a Dylan, pero se lo han llevado a Ilvermony. — Tragó saliva y se llevó las manos a la cara, desesperada por haber hecho una tontería así y no caer en algo tan básico. — ¿Marcus está contigo? — Está abajo, con los tíos. Escuchadme, necesito a Rylance. Lucy Van Der Luyden me ha dicho por fin qué es lo que quiere a cambio de Dylan. — ¿El qué? — Preguntó, apremiante, Arnold. — El dinero. La herencia de los dos. — Emma y Arnold se miraron y la mujer hizo un gesto con las manos. — A ver, a ver, Alice, un momento… ¿Ha dicho eso? ¿Con esas palabras? — No, con unas mejores. — Aseguró ella. — Que firmarían la renuncia a la patria potestad. No seríamos legalmente Van Der Luydens más. — Y ahí hasta Emma se echó hacia atrás y se quedó callada, justo cuando Marcus llegaba.
Pasaron unos segundos en silencio, asimilando el impacto, hasta que su suegra, muy compuesta, dijo. — Voy a mandar un patronus a Rylance ahora mismo. Vamos a analizar esto bien. — Marcus, hijo, ¿estás bien? — Preguntó Arnold, mientras Alice volvía a dar vueltas como un león enjaulado en la habitación. — Arnold, cerremos el espejo. Quedaos ahí, muy pendientes de todo. En cuanto tenga a Rylance, comunicamos de nuevo. — Y desaparecieron. Y ella se quedó en el silencio con Marcus, un silencio que sabía que bueno no era. — Marcus, por favor… Puedo acabar con esto en un día. Puedo ir a por Dylan y que esto se acabe de una vez y que tú vuelvas por fin a tu casa y con tu familia. — Cerró los ojos y dejó salir el aire por los labios. — Sabes que es lo mejor. —
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The hateful heirs Con Alice | En Nueva York | 2 de septiembre de 2002 |
Aterrizó en el jardín de sus tíos y, al igual que la otra vez, le dieron ganas de gritar y maldecir. Pero no lo hizo. Estaba tenso, con la respiración acelerada... y con el pálpito de que algo no iba bien. Siempre se sentía en sintonía con Alice, incluso en los peores momentos. Pero ahora... La conocía. Se conocía a sí mismo. No iban a estar de acuerdo en eso. Y Marcus estaba enfadado, muy enfadado, y con el orgullo suyo, de Alice, de la memoria de Janet, de Dylan y de media humanidad muy herido. Y Alice, muy obcecada. En cuanto a obcecación se refería, no sabía quién de los dos podía llegar a ser peor. Más les valía a ambos relajarse... pero Marcus no se sentía en disposición de relajarse, al revés, se le aceleraba la respiración, el corazón y el pensamiento más a cada segundo que pasaba. Y Alice estaba igual.
"Mejor. He encontrado lo que quieren". La miró, súbitamente y muy serio, y su novia salió corriendo de ahí. - Alice. - ¿Va a renunciar a la herencia? - Preguntó Aaron, espantado. El chico negó. - No hagáis eso. Es lo que buscan. Que no vean ni un galeón. - Hijo, ¿qué está pasando? - Eso no va a ocurrir. - Contestó con la respiración contenida, primero a Aaron. Luego miró a Maeve. - Solo quieren el dinero. Ha dicho que renunciarían a la patria potestad si Alice renuncia a toda herencia... - Negó muchas veces con la cabeza, alterado, echando el aire por la boca. - No la creo. No me los creo. No podemos hacer eso así... - Hijo, si eso os devuelve a Dylan... - ¡Ha sido todo una trampa! - Bramó, enfurecido, por supuesto no contra su tío, que era quien había intentado calmarle con esa baza. Sino contra los malditos Van Der Luyden. - ¡Nos han arrastrado hasta aquí como ratas usando a Dylan! - Negó. - No... de ninguna manera lo voy a consentir. - Pues date prisa impidiéndolo. - Dijo Aaron. - Porque ya está llamando a tus padres. - Abrió mucho los ojos y miró hacia la casa. No, Alice no podía estar siendo tan sumamente irracional, ¡no estaba dándoles siquiera un segundo para pensar! Y Marcus empezaba a hartarse de tanta espera y de que, de repente, todo tuviera que ser resuelto en un segundo. Así no se hacían las cosas. No iba a tirar tanto tiempo a la basura por precipitarse.
Cuando entró en la habitación, efectivamente, se encontró a Alice alteradísima y a sus padres al otro lado del espejo. Su padre le preguntó si estaba bien, pero la respuesta era "no", y todos los presentes la sabían. De ahí que su madre, viendo la situación que tenían, decidiera cerrar la comunicación. Y, una vez hecho esto, miró a Alice. Ni siquiera le salía qué decir, quería ordenar el discurso en su cabeza lo mejor posible, pero todo lo que le salía podía ser interpretado por su novia como un ataque o un intento de quitarle la razón... Razón que, desde su punto de vista, no tenía, y de ahí que le fuera tan difícil comunicarse sin que aquello se le fuera de las manos. Por supuesto, se le adelantó ella. La miraba con el ceño fruncido entre el enfado y el desconcierto. Y todos sus intentos por contenerse se fueron al traste. - ¿Podemos primero tranquilizarnos, por favor? - Fue lo que soltó, más irritado de lo que querría hablarle a su novia. Se arrepentiría de eso más adelante. Ya estaba harto de contener, no podía más.
- No, Alice, no. No creo que sea lo mejor. - Dijo con firmeza. - Creo que llevamos con esto dos meses y ahora quieres resolverlo en cinco minutos porque te has creído las palabras de esa tipa. ¿Quién te dice que te esté diciendo la verdad? ¿Qué garantías tenemos? No tenemos nada. - Hizo un gesto con el brazo hacia la puerta. - ¡Tu hermano está en Ilvermorny, Alice! ¿Eres consciente del papeleo que hay que hacer para sacar a un niño de un colegio? Esto no va a acabar ni hoy, ni mañana, ni pasado. ¡Y, por Dios! ¡Llevamos aquí más de un mes! ¿Después de todo este esfuerzo lo vamos a resolver en dos minutos? - Soltó aire por la boca. - No se toman buenas decisiones cuando se está tan alterado, Alice. Vamos a calmarnos primero, vamos a hablar con Rylance, vamos a valorar nuestras opciones. No lo tiremos todo por la borda a última hora. -
"Mejor. He encontrado lo que quieren". La miró, súbitamente y muy serio, y su novia salió corriendo de ahí. - Alice. - ¿Va a renunciar a la herencia? - Preguntó Aaron, espantado. El chico negó. - No hagáis eso. Es lo que buscan. Que no vean ni un galeón. - Hijo, ¿qué está pasando? - Eso no va a ocurrir. - Contestó con la respiración contenida, primero a Aaron. Luego miró a Maeve. - Solo quieren el dinero. Ha dicho que renunciarían a la patria potestad si Alice renuncia a toda herencia... - Negó muchas veces con la cabeza, alterado, echando el aire por la boca. - No la creo. No me los creo. No podemos hacer eso así... - Hijo, si eso os devuelve a Dylan... - ¡Ha sido todo una trampa! - Bramó, enfurecido, por supuesto no contra su tío, que era quien había intentado calmarle con esa baza. Sino contra los malditos Van Der Luyden. - ¡Nos han arrastrado hasta aquí como ratas usando a Dylan! - Negó. - No... de ninguna manera lo voy a consentir. - Pues date prisa impidiéndolo. - Dijo Aaron. - Porque ya está llamando a tus padres. - Abrió mucho los ojos y miró hacia la casa. No, Alice no podía estar siendo tan sumamente irracional, ¡no estaba dándoles siquiera un segundo para pensar! Y Marcus empezaba a hartarse de tanta espera y de que, de repente, todo tuviera que ser resuelto en un segundo. Así no se hacían las cosas. No iba a tirar tanto tiempo a la basura por precipitarse.
Cuando entró en la habitación, efectivamente, se encontró a Alice alteradísima y a sus padres al otro lado del espejo. Su padre le preguntó si estaba bien, pero la respuesta era "no", y todos los presentes la sabían. De ahí que su madre, viendo la situación que tenían, decidiera cerrar la comunicación. Y, una vez hecho esto, miró a Alice. Ni siquiera le salía qué decir, quería ordenar el discurso en su cabeza lo mejor posible, pero todo lo que le salía podía ser interpretado por su novia como un ataque o un intento de quitarle la razón... Razón que, desde su punto de vista, no tenía, y de ahí que le fuera tan difícil comunicarse sin que aquello se le fuera de las manos. Por supuesto, se le adelantó ella. La miraba con el ceño fruncido entre el enfado y el desconcierto. Y todos sus intentos por contenerse se fueron al traste. - ¿Podemos primero tranquilizarnos, por favor? - Fue lo que soltó, más irritado de lo que querría hablarle a su novia. Se arrepentiría de eso más adelante. Ya estaba harto de contener, no podía más.
- No, Alice, no. No creo que sea lo mejor. - Dijo con firmeza. - Creo que llevamos con esto dos meses y ahora quieres resolverlo en cinco minutos porque te has creído las palabras de esa tipa. ¿Quién te dice que te esté diciendo la verdad? ¿Qué garantías tenemos? No tenemos nada. - Hizo un gesto con el brazo hacia la puerta. - ¡Tu hermano está en Ilvermorny, Alice! ¿Eres consciente del papeleo que hay que hacer para sacar a un niño de un colegio? Esto no va a acabar ni hoy, ni mañana, ni pasado. ¡Y, por Dios! ¡Llevamos aquí más de un mes! ¿Después de todo este esfuerzo lo vamos a resolver en dos minutos? - Soltó aire por la boca. - No se toman buenas decisiones cuando se está tan alterado, Alice. Vamos a calmarnos primero, vamos a hablar con Rylance, vamos a valorar nuestras opciones. No lo tiremos todo por la borda a última hora. -
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Suspiró. Ya, si ya se imaginaba que él no iba a estar de acuerdo. Le miró directamente y suspiró. — ¡Es que lo puedo resolver ya! — Se pusiera él como se pusiera vaya. A lo de las garantías empezó a crecerse ella también, porque el tono de su novio no le gustaba nada. — Marcus, no voy a sacar el dinero de donde esté y a llevárselo en una bolsa esta tarde. ¿Por qué crees que he llamado a Rylance? — Se acercó a él y le tomó de los brazos suavemente para que le mirara. — Voy a hacerles firmar la renuncia a la patria potestad y no podrán hacer literalmente nada, ya no seremos familia, no podrán volver a acercarse a nosotros. Y, si Rylance lo consigue, algún acuerdo por el cual no puedan acercarse a nosotros. Puedo usar ese asqueroso dinero para mantenerles alejados de nosotros para siempre, para que nadie pueda volver a decirme jamás que soy una Van Der Luyden. —
Se separó de él cuando dijo lo de Ilvermony. — Si la custodia es mía yo puedo sacarlo de Ilvermony. Yo soy su tutora, yo decido. Y no creo que en Ilvermony puedan hacer nada si aparezco allí y firmo lo que haya que firmar para llevármelo. — Sus ojos se llenaron de lágrimas. — No puedo consentir esto más tiempo, Marcus, ya hemos sufrido bastante y tenemos la solución en la palma de la mano. — Negó con la cabeza y dijo. — No estoy tirando nada por la borda. — Y volvió a caminar cual animal enjaulado de un lado para otro.
Negaba con la cabeza mientras las lágrimas se le caían y trataba de regular su respiración. — Marcus, yo no quiero ese dinero, ¿lo entiendes? No lo quiero de todas maneras. — Su voz se oía entrecortada por el llanto, pero es que ahora no podía parar. — Echaron a mi madre de casa por esa maldita herencia, ¿crees que yo podría usarla? ¡Y mucho menos si es el motivo por el que han retenido a mi hermano todo este tiempo! Por primera vez el poder lo tengo yo, Marcus, el poder de llevármelo y acabar con esta historia de una vez para siempre. ¿Para qué quiero yo ese dinero si no tengo a Dylan conmigo? — Se acercó a él, mirándole. — Todo este dinero no hubiera salvado a mi madre, pero puede salvar a mi hermano. Puede acabar con nuestro sufrimiento aquí. — Le miró a los ojos, suplicante. — ¿Cuánto más vamos a aguantar así, Marcus? Lejos de casa, sin poder empezar nuestra vida, ¿cuánto aguantará tu paciencia y mi cabeza? — Negó con la cabeza. — Tirarlo todo por la borda es aguantar esto no sabemos por cuánto tiempo solo por una cuestión de dinero, por mucho que sea, y de todas las cuestiones éticas que se te ocurran. —
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
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Negó, haciendo acopio de paciencia y mirando a otra parte, con los brazos en jarra. - Ya sé que no vas a hacer eso, Alice, pero tú misma estás diciendo que quieres resolverlo ya. ¿Te crees que yo no? Pero las cosas no se hacen así y tú lo sabes, y tomar una decisión precipitada solo te va a hacer arrepentirte después. - Parecía mentira que estuvieran teniendo esa conversación. Alice había pasado de negar por completo la opción de la herencia a querer usarla, nunca mejor dicho, como la moneda de cambio ideal con Dylan. Y Marcus dudaba mucho que todo fuera a ser tan fácil, por no hablar de que había visto claro cuáles habían sido las intenciones de los Van Der Luyden desde el principio, y no, no iba a darles la victoria de esa forma.
- Alice, eso que planteas no es ni tan fácil ni tan inmediato de hacer. - Respondió, mirándola a los ojos e intentando rebajar el tono lo máximo posible. - Sé que quieres creer que es tan fácil como darles lo que quieren, pero ya hemos visto que esa gente no tiene límites. Podemos conseguir eso que tú pides perfectamente sin necesidad de que les des esa herencia. - Pero claro, hacer eso retrasaría el proceso. ¿Pero qué más daba ya? ¿Qué más daba un mes más, si era por hacer justicia? Al menos Dylan ya no estaba en sus zarpas sino protegido en un colegio.
Volvió a negar. Alice estaba obcecada en que aquello iba a solucionarse ya por la vía fácil, pero Marcus, en primer lugar, no lo veía tan claro, y en segundo, no le parecía en absoluto la mejor de las soluciones. - Alice, esta gente ha provocado esto. - Insistió. - Ya lo has oído, no querían a Dylan. Ha sido un cebo. Querían traernos aquí y querían que hicieras precisamente esto, darles el dinero. Si lo haces, todo este sufrimiento no habrá servido para nada. Habrán conseguido justo lo que querían. Nos han torturado para ganar más dinero y eso es justo lo que nos estamos planteando darles. Dylan va a volver con nosotros, tenemos a la ley de nuestra parte. No les des lo que quieren. - No podía dejar de insistir, porque Alice parecía creer que había llegado ella sola a la clave y solución del asunto y no era así: había sido el plan desde el principio, y estaba entrando de cabeza.
Pero su novia ya estaba llorando, y no podía contradecir sus palabras, ¡pero necesitaba hacerla entrar en razón! Él no paraba de enfadarse más y más, ya venía bastante enfadado de esa casa y la conversación no lo estaba arreglando. Por eso se frotó el pelo, resoplando agobiado. - ¡Dónalo! - Resolvió con obviedad. - ¿Te crees que yo sí que tengo algún interés en ese dinero? ¡Cóbralo y dáselo a la beneficencia sin mirarlo siquiera si es lo que quieres! ¡A una causa que te satisfaga a ti, que elija tu hermano, que haga a tu madre sentirse orgullosa! No seré yo quien defienda a nadie de esa familia, pero Bethany Levinson se tomó suficientes molestias para que su hermana no viera ni un galeón, para que ahora una estratagema de esa arpía, saltándose la memoria de su sobrina y torturando a sus hijos, haga que no sirva para nada. ¡No es una cuestión de que disfrutes tú de ese dinero, Alice, es de que no se lo queden ellos! ¡Es de que no ganen la partida! - Soltó aire, para serenarse después de lo dicho, porque lo había hecho muy rápido. - Tanto tú como yo odiamos la idea de que esté en Ilvermorny, pero ahora es cuando está a salvo de verdad. Ahora da igual que pasemos aquí dos día o dos meses más, está protegido. Está siendo educado y estará con mis primos. Y en cuanto resolvamos esto volverá a Hogwarts. Entendía la urgencia cuando estaba con los Van Der Luyden, ¿pero qué más da ya? - Aquello había salido rebosante de la frustración que sentía. Efectivamente, ¿qué más daba ya? No iban a ver a Dylan igualmente hasta Navidad, ni a Lex, y habían perdido el verano, y retrasado su entrada en el taller. Ya le daba igual perder más tiempo, lo que no quería era que le tomaran por imbécil y que aquel esfuerzo solo hubiera servido para que otros se salieran con la suya.
- Créeme que tengo paciencia de sobra. - Dijo, un tanto ácido, pero más le molestó lo siguiente, tanto que frunció el ceño, entre incrédulo y ofendido. - ¿Cuestiones éticas? - Se cruzó de brazos y asintió. - Pues sí, se me ocurren un millón de cuestiones éticas por las cuales no podemos ceder a su chantaje así como así. - Hizo una pausa. - Espero que no estés pensando que realmente lo que estoy priorizando es el dinero. - Porque eso le ofendería muchísimo. - Eres libre de no quererlo, pero sinceramente, que una rica le diga a otra rica que, para fastidiarla, lo va a donar a la beneficencia, me parece una falta de respeto hacia la gente que lo necesita. ¿No lo quieres tú? Fantástico, elige a quién donárselo, haz las cosas bien a diferencia de esta gente. Pero Alice, lo siento, pero voy a seguir pensando que es tirar todo nuestro esfuerzo por la borda ir a dárselo a ellos a la primera señal que te han dado de devolvernos a Dylan. Claramente era su juego. - Hizo un gesto con la mano. - Y por supuesto que la herencia es tuya y que es tu hermano, y que la última palabra la tienes tú. Pero creo que tengo derecho al menos a opinar. Y esto no me parece nada bien. - Aquello no le competía, pero le había estado competiendo todos esos meses. Ni podía ni quería callar.
- Alice, eso que planteas no es ni tan fácil ni tan inmediato de hacer. - Respondió, mirándola a los ojos e intentando rebajar el tono lo máximo posible. - Sé que quieres creer que es tan fácil como darles lo que quieren, pero ya hemos visto que esa gente no tiene límites. Podemos conseguir eso que tú pides perfectamente sin necesidad de que les des esa herencia. - Pero claro, hacer eso retrasaría el proceso. ¿Pero qué más daba ya? ¿Qué más daba un mes más, si era por hacer justicia? Al menos Dylan ya no estaba en sus zarpas sino protegido en un colegio.
Volvió a negar. Alice estaba obcecada en que aquello iba a solucionarse ya por la vía fácil, pero Marcus, en primer lugar, no lo veía tan claro, y en segundo, no le parecía en absoluto la mejor de las soluciones. - Alice, esta gente ha provocado esto. - Insistió. - Ya lo has oído, no querían a Dylan. Ha sido un cebo. Querían traernos aquí y querían que hicieras precisamente esto, darles el dinero. Si lo haces, todo este sufrimiento no habrá servido para nada. Habrán conseguido justo lo que querían. Nos han torturado para ganar más dinero y eso es justo lo que nos estamos planteando darles. Dylan va a volver con nosotros, tenemos a la ley de nuestra parte. No les des lo que quieren. - No podía dejar de insistir, porque Alice parecía creer que había llegado ella sola a la clave y solución del asunto y no era así: había sido el plan desde el principio, y estaba entrando de cabeza.
Pero su novia ya estaba llorando, y no podía contradecir sus palabras, ¡pero necesitaba hacerla entrar en razón! Él no paraba de enfadarse más y más, ya venía bastante enfadado de esa casa y la conversación no lo estaba arreglando. Por eso se frotó el pelo, resoplando agobiado. - ¡Dónalo! - Resolvió con obviedad. - ¿Te crees que yo sí que tengo algún interés en ese dinero? ¡Cóbralo y dáselo a la beneficencia sin mirarlo siquiera si es lo que quieres! ¡A una causa que te satisfaga a ti, que elija tu hermano, que haga a tu madre sentirse orgullosa! No seré yo quien defienda a nadie de esa familia, pero Bethany Levinson se tomó suficientes molestias para que su hermana no viera ni un galeón, para que ahora una estratagema de esa arpía, saltándose la memoria de su sobrina y torturando a sus hijos, haga que no sirva para nada. ¡No es una cuestión de que disfrutes tú de ese dinero, Alice, es de que no se lo queden ellos! ¡Es de que no ganen la partida! - Soltó aire, para serenarse después de lo dicho, porque lo había hecho muy rápido. - Tanto tú como yo odiamos la idea de que esté en Ilvermorny, pero ahora es cuando está a salvo de verdad. Ahora da igual que pasemos aquí dos día o dos meses más, está protegido. Está siendo educado y estará con mis primos. Y en cuanto resolvamos esto volverá a Hogwarts. Entendía la urgencia cuando estaba con los Van Der Luyden, ¿pero qué más da ya? - Aquello había salido rebosante de la frustración que sentía. Efectivamente, ¿qué más daba ya? No iban a ver a Dylan igualmente hasta Navidad, ni a Lex, y habían perdido el verano, y retrasado su entrada en el taller. Ya le daba igual perder más tiempo, lo que no quería era que le tomaran por imbécil y que aquel esfuerzo solo hubiera servido para que otros se salieran con la suya.
- Créeme que tengo paciencia de sobra. - Dijo, un tanto ácido, pero más le molestó lo siguiente, tanto que frunció el ceño, entre incrédulo y ofendido. - ¿Cuestiones éticas? - Se cruzó de brazos y asintió. - Pues sí, se me ocurren un millón de cuestiones éticas por las cuales no podemos ceder a su chantaje así como así. - Hizo una pausa. - Espero que no estés pensando que realmente lo que estoy priorizando es el dinero. - Porque eso le ofendería muchísimo. - Eres libre de no quererlo, pero sinceramente, que una rica le diga a otra rica que, para fastidiarla, lo va a donar a la beneficencia, me parece una falta de respeto hacia la gente que lo necesita. ¿No lo quieres tú? Fantástico, elige a quién donárselo, haz las cosas bien a diferencia de esta gente. Pero Alice, lo siento, pero voy a seguir pensando que es tirar todo nuestro esfuerzo por la borda ir a dárselo a ellos a la primera señal que te han dado de devolvernos a Dylan. Claramente era su juego. - Hizo un gesto con la mano. - Y por supuesto que la herencia es tuya y que es tu hermano, y que la última palabra la tienes tú. Pero creo que tengo derecho al menos a opinar. Y esto no me parece nada bien. - Aquello no le competía, pero le había estado competiendo todos esos meses. Ni podía ni quería callar.
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Alice empezaba a desesperarse, porque intentaba hacer entender su postura pero su novio no estaba por la labor de abrirse. — ¿Qué cosas, Marcus? ¿Cómo sabes esta vez que esto no se hace así? ¿Cuántas veces nos han quitado a Dylan gente poderosa con la que no tenemos ni idea de cómo liar? Porque lo que tú me estás diciendo es como quieres arreglar las cosas TÚ, y es tan válido e inválido como lo que yo planteo. — Estaba elevando el tono y no debería olvidar que los tíos y Aaron estaban abajo y no quería que todo el mundo oyera sus discusiones con Marcus, pero es que empezaba a desesperarse con tanta cerrazón.
— ¿Ah sí? ¿Cómo, Marcus? Porque antes de contar con la maldita herencia estábamos PERDIDOS. — Soltó una risa incrédula. — Llevamos un mes dando palos de ciego, la resolución es la que tooooodos anticipabais. Bien: pues aquí lo tenemos. Tan sencillo como renunciar a un dinero que nunca he tenido, con el que nunca he contado, NO PUEDE SER TAN DIFÍCIL. — Y otra vez levantando el tono, y de verdad, que le estaba doliendo la vida al discutir con Marcus, pero no podía entender que tuvieran la solución al alcance de sus dedos y no estuvieran de acuerdo.
Alice ya no pudo más y se echó a llorar cuando dijo lo de la ley. — ¿Qué dices, Marcus? ¿En qué momento hemos tenido la ley de nuestra parte? — Se acercó a él y susurró agresivamente. — ¡Tú sabes perfectamente que hay algo MUY gordo que estamos ocultando, Marcus! ¡Y lo sabes! — Se volvió a alejar, dando vueltas sobre sí misma. — Esta situación podría en cualquier momento darse la vuelta y yo volver a perder a mi hermano, porque un juicio, Marcus, no haría firmar a esa gente la patria potestad. — Negó con la cabeza mientras seguía llorando. — ¿Es que no estabas ahí la primera vez? Cuando nos dijo que esto podía convertirse en un juego eterno por el que nos lo lleváramos y nos lo quitaran una y otra vez. ¡No puedo más! Necesito saber que no van a venir más a por nosotros, y mientras tengamos ese dinero estamos en peligro. ¡Qué más me da darles lo que quieren si al final yo también voy a tener lo que quiero! —
Negó con la cabeza y se llevó las manos a los ojos. Tenía un dolor de cabeza que le iba a hacer estallar. — ¿Para qué quiero donarlo si no me devuelve a Dylan? — Pero oyendo su argumentación se cruzó de brazos. — Eso es lo que quieres. Ganar la partida. — Los soltó y le miró con sinceridad, casi gimiendo al decir. — No quiero ganar, Marcus. Quiero a mi hermano y lo demás no me importa. Mi madre está muerta, Bethany está muerta, nada va a poder reparar eso. Que esa gente tenga el dinero me es indiferente por completo, te lo aseguro. — Negó y soltó una carcajada sarcástica. — No, no es exactamente el dinero lo que te importa. Te importa darle una lección a esta gente, y a mi no me puede dar más igual si voy a lograr recuperar a mi hermano y que ellos renuncien a su patria potestad. — Negó de nuevo con la cabeza, lastimera ya, porque estaba cansada de discutir. — ¿Y a mí qué? Me importa una mierda su juego, quiero acabar ya. Y tú deberías. — Se sentó en la cama y dejó caer la cabeza en las manos. — Tú tendrás más paciencia, pero yo no. No puedo más, no quiero más. No tengo fuerzas para luchar, y si me llevo a mi hermano y esa gente deja de ser mi familia, nunca voy a sentir que pierdo. El dinero no puede darme más igual quién lo tenga. — Inspiró antes las palabras de su novio, y dejó los ojos cerrados. — Ya me ha quedado claro cual es tu opinión. Y no es la misma que la mía. A mi no me importa quién gane o pierda. Quiero terminar ya y cerrar este capítulo de mi vida. No siento que pierda nada. Excepto tu comprensión, visto lo visto. — Y sí, eso último lo había dicho dolida, porque Alice no quería hablar ni del dinero ni de hablar ni perder. Quería hablar de soluciones y acabar cuanto antes, y le dolía que Marcus no estuviera en ese barco.
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
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- ¡Estábamos perdidos porque pensábamos que alegaban que no estaba bien con vuestra familia! Y sabíamos que no era cierto, pero no teníamos cómo demostrarlo. ¡Ahora sí! - Dijo con obviedad. ¿Cómo podía no verlo? - ¡No es renunciar, ES DÁRSELO A ESA GENTE! - Al final estaba gritando él también, y Merlín sabía que era lo último que quería, pero ya no podía más. - ¡Después de todo lo que nos han hecho! ¿Qué es esto? ¿Un premio por buenos estrategas? - Es que de verdad, lo pensaba y se ponía malo.
Fue a replicar a lo de la ley, pero Alice se acercó a él para recordarle algo que Marcus se empeñaba en ocultar. Frunció los labios. - Eso no ha ocurrido. - Porque lo cierto era que no había llegado a ocurrir, de hecho, y no había absolutamente ninguna prueba de ello. No se puede lanzar al aire una acusación tan grave sin pruebas y a la ligera, menos aún contra una persona que, a ojos de todos, no tiene conocimientos sobre alquimia para llegar a algo así. Eso y nada era lo mismo, y un capítulo de sus vidas que debería estar ya más que enterrado. Al parecer, Alice lo seguía considerando el motivo por el que les habían quitado a Dylan, lo cual ya solo con estos argumentos no tenía sentido, pero menos aún lo tenía ante la evidencia que se les había plantado delante. - Esto es cuestión de aferrarnos a las pruebas que SÍ tenemos, Alice. Ellos han alegado conjeturas y pruebas falsas. Nosotros tenemos un testamento REAL y muchos testimonios. - Pero no iba a hacer a su novia entrar en razón estando como estaban los dos.
Y sí, Alice tenía una parte de razón: esa situación se les podía dar la vuelta si ellos jugaban bien sus cartas, y eso les pondría en serios problemas. Pero, en ese caso, renunciaría a la herencia y punto... aunque claro, habría que esperar mucho más tiempo para ello. El problema era que Marcus pensaba en darles una victoria tan sencilla, sabiendo ahora lo que sabía, y se le revolvía el estómago. Sin embargo sí que tenía algo que corregir en el discurso de Alice. - ¡Porque tú ya tenías lo que quería y ellos también antes de todo esto! ¡Y por una pataleta de ambición te han extorsionado para tener su caprichito cubierto! ¡¡No deberías estar mendigando tener a tu familia como la has tenido siempre porque TÚ MISMA has cuidado de ella!! - Se estaba poniendo histérico, ¡Alice más que nadie debería sentirse insultada y ultrajada! Y en lugar de eso, había cedido a la primera. Esa no era su Alice, estaba seguro, como lo estaba de que pensaría de otra forma cuando se relajase.
Por eso consideró parar la discusión ahí, porque no iban a avanzar nada y, lo dicho, sabía que Alice tarde o temprano entraría en razón. No le dio tiempo a hacerlo, por desgracia. Porque lo siguiente que escuchó le dolió muchísimo. Bajó los hombros y la miró con una mueca en los labios que parecía una sonrisa agria e incrédula, pero sobre todo, decepcionada. - Sí, eso es lo que quiero. Ganar la partida. Tu hermano no me importa nada en absoluto. - Respondió, de nuevo sarcástico, y con un evidente tono herido. - Me parece mentira que me digas esto. - Él se había metido en aquello de cabeza porque lo consideraba tan suyo como lo de cualquier Gallia, y había hecho los sacrificios que había hecho encantado... pero que se lo redujeran a una cuestión de orgullo personal... - ¡Me hablas como si fuera el prefecto de tu casa! ¡Y no como la familia que ha estado dispuesta a venirse aquí contigo! - Estalló. No había terminado la frase y ya sabía que se iba a arrepentir de lo dicho. - ¿¿Lección?? ¡En lo último que estoy pensando es en aleccionar a gente que me triplica la edad y que me parecen despreciables y con los que no tengo relación ninguna ni pienso volver a ver en mi vida en cuanto esto acabe, te lo puedo asegurar! - Bramó, con la respiración acelerada. - ¿¿Arreglar?? No, esto no va a traer a la vida a tu madre, créeme que lo sé, por desgracia lo sé. ¡PERO NO CONSIENTO QUE SE MANCHE SU MEMORIA DE ESTA FORMA! - Se le había vuelto a ir de las manos el tono de voz. - ¡¡Han SECUESTRADO a tu hermano, le han apartado de su hermana, de su padre, de toda su familia y de sus amigos del colegio!! ¡Han insultado a tu padre y acusado de no ser capaz de cuidar de su hijo! ¡Y NO DEJAN DE INSULTARTE Y TORTURARTE A TI, POR TODOS LOS DRAGONES! ¡Y todo esto ni siquiera es tan absolutamente despreciable como lo que hacen con tu madre cada vez que la mencionan, y lo que le hicieron en vida! - Volvió a señalar la puerta. - ¡Y baja esas escaleras y ponte delante de tu primo al que llevan toda la vida utilizando y torturando, que no sabe ni lo que es una familia y al que van a obligar a salir corriendo, y dile que tu solución fácil es darles más dinero! ¡Que la situación en la que él se encuentra ahora mismo tampoco es motivo suficiente para no consentirlo! ¿¿O quieres que te recuerde en qué condiciones le conocimos y por qué está ahora como está?? -
Y en ese momento, vio brillar el espejo. Genial. No estaba para una llamada ahora. Fue a decirle a Alice que por favor pidiera a su familia de hablar en otro momento, hasta que estuvieran más calmados, cuando su última sentencia le dejó mirándola. Sí que podía hacerle más daño... - Pues no, no tenemos la misma opinión. - Negó, frunciendo los labios. - Y no... al parecer, no te comprendo. - Y eso era medio sarcasmo medio verdad, porque había una parte de todo ese razonamiento que no entendía, pero que su novia le acusara de incomprensivo con ella... El espejo seguía parpadeando, y claramente Alice estaba deseando cogerlo y, como ella misma decía, zanjar ese tema de una vez. - Tienes razón. Tu hermano, tu herencia, tus decisiones. - Señaló con un ademán de la mano el espejo. - Todo tuyo. - Dio varios pasos hacia atrás y, antes de salir por la puerta, añadió. - Pero yo no lo comparto. Así que tampoco pienso participar de esto. - Se giró y abandonó la habitación, bajando a toda prisa las escaleras, enfurecido y directo a la puerta de la casa. Por la vista periférica le pareció ver a Maeve con rostro preocupado, queriendo acercarse a él pero conteniéndose al verle salir tan embravecido. El que sí dio varias zancadas para alcanzarle fue Aaron. - Marcus... - Ahora no puedo. Necesito aire. - Contestó, mientras abría la puerta de la casa y, de varias zancadas, atravesaba el jardín y desaparecía de allí.
Fue a replicar a lo de la ley, pero Alice se acercó a él para recordarle algo que Marcus se empeñaba en ocultar. Frunció los labios. - Eso no ha ocurrido. - Porque lo cierto era que no había llegado a ocurrir, de hecho, y no había absolutamente ninguna prueba de ello. No se puede lanzar al aire una acusación tan grave sin pruebas y a la ligera, menos aún contra una persona que, a ojos de todos, no tiene conocimientos sobre alquimia para llegar a algo así. Eso y nada era lo mismo, y un capítulo de sus vidas que debería estar ya más que enterrado. Al parecer, Alice lo seguía considerando el motivo por el que les habían quitado a Dylan, lo cual ya solo con estos argumentos no tenía sentido, pero menos aún lo tenía ante la evidencia que se les había plantado delante. - Esto es cuestión de aferrarnos a las pruebas que SÍ tenemos, Alice. Ellos han alegado conjeturas y pruebas falsas. Nosotros tenemos un testamento REAL y muchos testimonios. - Pero no iba a hacer a su novia entrar en razón estando como estaban los dos.
Y sí, Alice tenía una parte de razón: esa situación se les podía dar la vuelta si ellos jugaban bien sus cartas, y eso les pondría en serios problemas. Pero, en ese caso, renunciaría a la herencia y punto... aunque claro, habría que esperar mucho más tiempo para ello. El problema era que Marcus pensaba en darles una victoria tan sencilla, sabiendo ahora lo que sabía, y se le revolvía el estómago. Sin embargo sí que tenía algo que corregir en el discurso de Alice. - ¡Porque tú ya tenías lo que quería y ellos también antes de todo esto! ¡Y por una pataleta de ambición te han extorsionado para tener su caprichito cubierto! ¡¡No deberías estar mendigando tener a tu familia como la has tenido siempre porque TÚ MISMA has cuidado de ella!! - Se estaba poniendo histérico, ¡Alice más que nadie debería sentirse insultada y ultrajada! Y en lugar de eso, había cedido a la primera. Esa no era su Alice, estaba seguro, como lo estaba de que pensaría de otra forma cuando se relajase.
Por eso consideró parar la discusión ahí, porque no iban a avanzar nada y, lo dicho, sabía que Alice tarde o temprano entraría en razón. No le dio tiempo a hacerlo, por desgracia. Porque lo siguiente que escuchó le dolió muchísimo. Bajó los hombros y la miró con una mueca en los labios que parecía una sonrisa agria e incrédula, pero sobre todo, decepcionada. - Sí, eso es lo que quiero. Ganar la partida. Tu hermano no me importa nada en absoluto. - Respondió, de nuevo sarcástico, y con un evidente tono herido. - Me parece mentira que me digas esto. - Él se había metido en aquello de cabeza porque lo consideraba tan suyo como lo de cualquier Gallia, y había hecho los sacrificios que había hecho encantado... pero que se lo redujeran a una cuestión de orgullo personal... - ¡Me hablas como si fuera el prefecto de tu casa! ¡Y no como la familia que ha estado dispuesta a venirse aquí contigo! - Estalló. No había terminado la frase y ya sabía que se iba a arrepentir de lo dicho. - ¿¿Lección?? ¡En lo último que estoy pensando es en aleccionar a gente que me triplica la edad y que me parecen despreciables y con los que no tengo relación ninguna ni pienso volver a ver en mi vida en cuanto esto acabe, te lo puedo asegurar! - Bramó, con la respiración acelerada. - ¿¿Arreglar?? No, esto no va a traer a la vida a tu madre, créeme que lo sé, por desgracia lo sé. ¡PERO NO CONSIENTO QUE SE MANCHE SU MEMORIA DE ESTA FORMA! - Se le había vuelto a ir de las manos el tono de voz. - ¡¡Han SECUESTRADO a tu hermano, le han apartado de su hermana, de su padre, de toda su familia y de sus amigos del colegio!! ¡Han insultado a tu padre y acusado de no ser capaz de cuidar de su hijo! ¡Y NO DEJAN DE INSULTARTE Y TORTURARTE A TI, POR TODOS LOS DRAGONES! ¡Y todo esto ni siquiera es tan absolutamente despreciable como lo que hacen con tu madre cada vez que la mencionan, y lo que le hicieron en vida! - Volvió a señalar la puerta. - ¡Y baja esas escaleras y ponte delante de tu primo al que llevan toda la vida utilizando y torturando, que no sabe ni lo que es una familia y al que van a obligar a salir corriendo, y dile que tu solución fácil es darles más dinero! ¡Que la situación en la que él se encuentra ahora mismo tampoco es motivo suficiente para no consentirlo! ¿¿O quieres que te recuerde en qué condiciones le conocimos y por qué está ahora como está?? -
Y en ese momento, vio brillar el espejo. Genial. No estaba para una llamada ahora. Fue a decirle a Alice que por favor pidiera a su familia de hablar en otro momento, hasta que estuvieran más calmados, cuando su última sentencia le dejó mirándola. Sí que podía hacerle más daño... - Pues no, no tenemos la misma opinión. - Negó, frunciendo los labios. - Y no... al parecer, no te comprendo. - Y eso era medio sarcasmo medio verdad, porque había una parte de todo ese razonamiento que no entendía, pero que su novia le acusara de incomprensivo con ella... El espejo seguía parpadeando, y claramente Alice estaba deseando cogerlo y, como ella misma decía, zanjar ese tema de una vez. - Tienes razón. Tu hermano, tu herencia, tus decisiones. - Señaló con un ademán de la mano el espejo. - Todo tuyo. - Dio varios pasos hacia atrás y, antes de salir por la puerta, añadió. - Pero yo no lo comparto. Así que tampoco pienso participar de esto. - Se giró y abandonó la habitación, bajando a toda prisa las escaleras, enfurecido y directo a la puerta de la casa. Por la vista periférica le pareció ver a Maeve con rostro preocupado, queriendo acercarse a él pero conteniéndose al verle salir tan embravecido. El que sí dio varias zancadas para alcanzarle fue Aaron. - Marcus... - Ahora no puedo. Necesito aire. - Contestó, mientras abría la puerta de la casa y, de varias zancadas, atravesaba el jardín y desaparecía de allí.
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Ivanka
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The hateful heirs Con Marcus | En Long Island | el 2 de septiembre de 2002 |
No pudo evitar echarse un poco hacia atrás cuando Marcus le dijo eso. No estaba acostumbrada a que su novio le llevara la contraria de esa manera, con tanta vehemencia, y por un momento se quedó sin argumentos. Pero es que para ella no era un premio… No lo veía así, solo veía la recuperación de Dylan, y los medios, por primera vez, le daban exactamente igual. Pero no podía rebatir eso que decía Marcus, solo quedarse en su posición, sin saber qué decir, solo su mantra de “recuperar a Dylan”.
Pero negó con la cabeza y los ojos llenos de lágrimas cuando dijo lo de mendigar su familia. — No, Marcus. Yo no la he cuidado. Yo la he perdido, y por eso estamos así, y tengo que solucionarlo. — Y ojalá hubiera otra manera, pero si la había, ella no era capaz de verla después de tanto tiempo luchando sin cesar. Alguna vez los pájaros se cansan de volar, se dijo a sí misma.
Abrió la boca ofendida. — Yo no he dicho eso. Sé que Dylan es como tu hermano. Pero te importa DEMASIADO darle en la cara a los Van Der Luyden. Yo solo quiero mi vida, la vida que teníamos juntos, la que mi hermano tenía. ¡Nunca había tenido esta venganza y nunca la necesité! — Pero Marcus seguía con su discurso, y cuando dio aquella sucesión de gritos, se echó para atrás y se quedó mirándole. Aquella situación era demencial, Marcus y ella nunca había estado tan enfrentados en nada, solo cuando se pelearon antes de empezar, y era por falta de comunicación, y aquí ese no era ni de lejos el problema. Se tapó la boca y dejó salir las lágrimas cuando dijo lo de Aaron, y se giró, porque ahora mismo, mirarle solo le hacía ponerse peor, sentirse más confusa y no entender dónde estaba la línea entre lo que podía tolerar de esa gente y lo que no.
Entonces Marcus le dijo aquello, y se giró, mirando el espejo. — Marcus… — No puedo hacer esto sin ti, estuvo a punto de decirle, pero no lo hizo, porque sentía que, de todas formas, iba a tener que hacerlo sin él. Estaba llorando, desaforada, destruida y no tenía templanza para hablar con Rylance en ese momento. Pero no le quedaba de otra, así que se limpió las lágrimas y abrió el espejo. — ¡Alice! ¿Qué te pasa? ¿Y Marcus? — Ella suspiró y hundió la cabeza en las manos un momento. — Se ha ido. Hemos discutido. No estamos de acuerdo en esto. — Emma dejó caer los hombros y Arnold la miró con pena. Rylance también estaba allí, pero parecía con más aspecto de urgencia que de preocupación. — Pero vamos a hacer esto, por favor, porque necesito hablarlo y ponerlo sobre la mesa. Rylance, ¿te han explicado ya lo que hay? — Trató de reconducir.
El pecho le dolía, la garganta estaba agarrotada, pero había hecho cosas más difíciles en su vida, así que aguantó el interrogatorio del abogado y los O’Donnell, dando datos precisos, lo cual le ayudó a concentrarse en eso e ignorar las palabras que Marcus y ella se habían dicho. Cuando terminó, Rylance se quedó unos segundos mirando sus propias notas. — A ver… No me atrevería a dar un veredicto ahora mismo sobre si tenemos caso… Realmente, usar la custodia de un menor, utilizando extorsión y sobornos como sabemos que lo hicieron, es un delito. Podríamos conseguir una orden de alejamiento solo con eso. — Vio la cara de esperanza de los O’Donnell, y hasta ella misma se quedó mirándole con los labios entreabiertos. — Pero no quiero hacerles ilusiones. Necesito estudiar bien esto, y por mucho que lo estudie… Estamos hablando de cruzar la justicia de dos países. A nivel burocrático y judicial… Esto puede ser eterno. — El hombre miró a Alice. — Realmente, señorita Gallia, si lo que quiere es algo rápido y con seguridad de efectividad… Y si realmente podemos asegurar legalmente todo lo que dicen… Esa herencia podría ser la clave. — Total, que estaban igual. — Deme unos días. Ya me ha dado más de un mes, deme unos días más para que averigüe qué significaría e implicaría cada una de las opciones y… No haga nada sin consultármelo, por favor. Esto es muy importante. — Ella asintió con pesar. — Sí. — Alice… — Empezó su suegra. — Que sí, Emma. No he hecho aún nada sin preguntaros, no voy a empezar ahora. — En su vida se hubiera atrevido a hablarle así a esa mujer, pero es que realmente estaba molesta con todo, incluido con que le insistieran tanto en eso. No estaba desequilibrada, ni privada de su juicio, no iba a hacer nada sin las garantías. Por eso había llamado a los O’Donnell antes de nada, pero ni eso parecía suficiente para demostrar que solo estaba agotada y enfadada, no loca.
— Bueno, si me disculpan, yo voy a retirarme y a estudiar todo esto. En dos días nos reuniremos, ¿de acuerdo? — De acuerdo, Rylance. Muchas gracias. — Dijo, con un tono ya más derrotado que otra cosa. Se quedó sola con los padres de su novio, que acababa de salir por la puerta a Merlín sabía dónde, y ella lo que quería era llorar y maldecir todo aquello. — Alice… Todas las parejas discuten. Sea lo que sea, lo solucionaréis. Marcus adoraba a tu madre, y te adora a ti, y todo lo que estáis viviendo… Altera su comportamiento. — Dijo Arnold, comprensivo y dulce, como siempre. Ella se tapó la cara con las manos y se permitió sollozar. — Yo no quiero que piense que creo que no le importa Dylan. Es que a mi no me importa ese honor, Arnold. No me importa perder, porque para mí no sería perder… Solo quiero volver a mi casa… Solo quiero acabar esta pesadilla que ya vi venir el verano pasado y por eso me alejé, por eso intenté evitarlo, e indiscutiblemente me ha salido todo mal. — No, Alice. — Dijo Emma con su tono firme de siempre. — Estás enfocando esto en ti, y no va de ti. Va de unas personas que solo entienden el dinero, de otra persona que os ha usado para sus intereses y de un mundo que no conocéis. Por lo tanto lo que tú hagas, no es tan relevante. Quiero decir que tu heroico acto puede que se quede en nada, porque solo te hayan usado. No lo sé, no podemos dar nada por sentado todavía. Mírame. — Dijo la mujer, y ella levantó la mirada. — Es duro. Es horrible, pero podéis con ellos. Daos tiempo, daos espacio y… Hablad. Como dice Arnold, no siempre se puede estar de acuerdo en todo, pero no os hagáis más daño. — Mi niña… — Arnold, déjala. Vamos a dejarlo todos por hoy. Si me necesitas… Para hablar de mujer a mujer, ya sabes que estoy aquí. — Ella asintió, y en cuanto pudo, cerró el espejo y simplemente, oscureció el cuarto y se metió en la cama, con la intención de no salir.
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
- Golden Shields:
Alice Gallia
Cause' Alice does belong with Marcus
Ante todo, amigos
Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
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- Juntos, somos el Todo:
- 16 de enero de 2002:
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