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Freyja
Alchemist
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Recuerdo del primer mensaje :
El pájaro en el espino
Marcus & Alice | Continuación Golden Shields | Inspired - Libros (Harry Potter Universe)
Hogwarts ha terminado y la vida adulta ha comenzado. Antes de lo que esperaban que sería, Marcus y Alice han tenido que enfrentarse a los peligros de la vida adulta, a contratiempos inesperados y a algunos de sus mayores temores. Pero también han reafirmado, una vez más, como la familia y los amigos siempre luchan juntos. Y ahora comienzan una nueva etapa en la isla esmeralda: Irlanda les espera para ahondar en sus raíces.
Marcus es el primogénito adorado de la importante familia O’Donnell. Criado entre eruditos y con una familia unida, recto, prefecto durante tres cursos completos en Hogwarts, amante de las normas y con una inteligencia privilegiada. Nada haría augurar que acabaría entregando su corazón a Alice Gallia, otra mente brillante de Ravenclaw, pero proveniente de una familia con un pasado turbulento por parte de su madre en América, y mucho menos fan de las normas e inherente al caos. Pero ellos se adoran, las familias han recuperado el vínculo y se apoyan y la alianza O’Donnell-Gallia es un fuerte vínculo que va desde Irlanda a La Provenza.
Juntos fueron los mejores alumnos de Hogwarts, juntos quieren comerse el mundo y ser alquimistas. Ahora saben que se aman y que quieren estar juntos, pero no todo puede ser tan fácil. Les quedan mucho años de estudio y trabajo por delante para llegar a ser quienes quieren ser, las situaciones familiares no son las ideales y aún quedan temas sin resolver.
La historia de Marcus y Alice no podía acabarse al salir de Hogwarts, queda mucha alquimia, mundo que recorrer, momentos felices, dramas y mucha mucha alquimia y magia, que es para los que ambos nacieron. Además, aún no se han cumplido las dos profecías: queda una boda con mucho espino blanco y la creación de un nido… La última página está muy lejos de ser escrita, y esto es solo el principio.
Marcus es el primogénito adorado de la importante familia O’Donnell. Criado entre eruditos y con una familia unida, recto, prefecto durante tres cursos completos en Hogwarts, amante de las normas y con una inteligencia privilegiada. Nada haría augurar que acabaría entregando su corazón a Alice Gallia, otra mente brillante de Ravenclaw, pero proveniente de una familia con un pasado turbulento por parte de su madre en América, y mucho menos fan de las normas e inherente al caos. Pero ellos se adoran, las familias han recuperado el vínculo y se apoyan y la alianza O’Donnell-Gallia es un fuerte vínculo que va desde Irlanda a La Provenza.
Juntos fueron los mejores alumnos de Hogwarts, juntos quieren comerse el mundo y ser alquimistas. Ahora saben que se aman y que quieren estar juntos, pero no todo puede ser tan fácil. Les quedan mucho años de estudio y trabajo por delante para llegar a ser quienes quieren ser, las situaciones familiares no son las ideales y aún quedan temas sin resolver.
La historia de Marcus y Alice no podía acabarse al salir de Hogwarts, queda mucha alquimia, mundo que recorrer, momentos felices, dramas y mucha mucha alquimia y magia, que es para los que ambos nacieron. Además, aún no se han cumplido las dos profecías: queda una boda con mucho espino blanco y la creación de un nido… La última página está muy lejos de ser escrita, y esto es solo el principio.
AQUÍ COMIENZA ALQUIMIA DE VIDA: PIEDRA, PARTE 2
Índice de capítulos
1. Faílte
2. Westering home
3. We are blooming
4. En el corazón de Irlanda
5. Family and nature
6. Rinceoir
7. Interlude
8. Hijos de las estrellas
9. Eureka!
10. Bajo el muérdago
11. Welcome Mr. Lacey - O'Donnell
12. Ireland meets America
13. Bring the bells!
14. Ding, dong, merrily on high
15. An Irish carol
1. Faílte
2. Westering home
3. We are blooming
4. En el corazón de Irlanda
5. Family and nature
6. Rinceoir
7. Interlude
8. Hijos de las estrellas
9. Eureka!
10. Bajo el muérdago
11. Welcome Mr. Lacey - O'Donnell
12. Ireland meets America
13. Bring the bells!
14. Ding, dong, merrily on high
15. An Irish carol
Marcus O'Donnell Alquimista | Timotheé Chalamet | Freyja |
Alice Gallia Alquimista y enfermera | Kaya Scodelario | Ivanka |
- Post de rol:
- Código:
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We are
- La eternidad es nuestra:
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Ivanka
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Interlude Con Marcus | En Irlanda | 1 de diciembre de 2002 |
La reacción de Lawrence fue para preocuparse, y es que Marcus se había tirado muy en plancha con aquello de la alquimia. Pero la ocasión lo merecía, porque la verdad, estaba oyendo cosas muy absurdas en aquella reunión. Y encima la unanimidad con lo de Albus… Y mira, no controló demasiado cuando soltó. — Bueno, la etiqueta de loco es facilísimo ponerla. — Notó las miradas de los abuelos sobre ella, como sintiendo en el momento haber llegado a ese punto de la conversación. Pues sí, no deberían haber llegado ahí, pero es que ella estaba hablando de transmutaciones médicas y en un momento habían empezado a meterse de golpe con toda la investigación que llevaban los tres a cabo, pero sobre todo Nancy, que había consagrado su vida y su cerebro a eso, y un buen Ravenclaw sabía valorar mucho algo así.
Suspiró levemente al oír el tono de Nora. Si ya, si la mayor parte de sus amigos eran Hufflepuff, reconocería a un Hufflepuff en desacuerdo contigo en cualquier parte, pero eso no hacía que no compartiera para nada lo que allí se estaba diciendo, y que se sintiera un poco ofendida por que a Nancy no se la considerara como debía. Eillish parecía estar en su barco, si bien no al cien por cien, y expresó de mejor modo lo que Alice ya había pensado: que Larry también había sido esa persona, pero como le tenía tirria a la magia antigua, ahora se ponía de morros. Empezó oooootro tira y afloja entre Cletus y Larry para acabar en el mismo punto: Nancy se estaba equivocando. Marcus tuvo que salir en su defensa, y al menos Amelia pareció doblarse un poco. Alice tomó aire y se puso recta. Procedo a tirarme tierra encima. Nuada, espero que realmente escondieras esa maldita espada en Connacht y que fuera MUY bonita.
— No es una cuestión de confianza. — Todos la miraron. — Es de reconocer la genialidad y aceptar lo que viene con ella. Y saber admirar cuando un genio es además muchas más cosas. — Carraspeó. — Igual no estáis muy familiarizados con mi padre, pero sí conocéis a Arnold muy bien, y todo el mundo ha estado con mi suegra en la misma habitación. Pues os podéis imaginar lo que es para dos personas tan estudiadas y ordenadas convivir con un caos genial como es mi padre. De verdad os lo digo. Mi padre ha hecho encantamientos que ni imaginaríais, ni yo soy capaz de imaginarlos. Marcus es una de las personas más inteligentes que conozco, y le he visto asediar a mi padre por tal de que le contara cómo había hecho ciertos hechizos. Pues Emma y Arnold llevan toda la vida quejándose de tener que lidiar con el caos de mi padre, y yo también, y mi madre, que en paz descanse, la muy bendita de ella, no se quejaba ni una décima parte de lo que podría haberse quejado en vida de los disgustos que le causó la genialidad de mi padre, pero ninguno de nosotros seríamos tan tontos de negar su genialidad. Aunque tuvieran que renunciar a su orden y su paz por apoyar a mi padre, aunque se quejaran o nos quejáramos, de hacerlo. — Todos la estaban mirando en un silencio sepulcral. — La genialidad no siempre viene embotellada en O’Donnells brillantes y ordenados, como el abuelo, Eillish o Marcus. Y creedme, cuando se es un genio de verdad, es muy difícil controlar todo ese flujo incesante que pasa por la cabeza de uno. Yo no lo soy, pero he podido verlo de cerca. Y todos tienen sus cosas por las cuales llamarles locos. El abuelo ha perdido la noción de los días más de una vez, y he visto a Marcus frustrarse hasta el extremo porque las posibilidades terrenales de la alquimia se le quedan cortas para todo lo que su mente puede imaginar. — Levantó las palmas. — Así que no se trata de confianza, se trata del hecho objetivo de que la genialidad no se nos sirve en bandeja y de forma ordenada siempre, y aunque así lo parezca, siempre se va a desbordar por algún costado. Y aunque a algunos no se nos conceda esa genialidad, hay que saber identificarla y valorarla, y, aunque a veces no seamos capaces de llegar hasta ella, lo que está en nuestra mano es ayudar a los genios a que no se sientan solos. Porque, y en esto los tres que he nombrado me darán la razón, la genialidad es muy solitaria. Lo he tenido que vivir paso por paso. Cuando era pequeña, creía que a mi padre es que le encantaba estar solo horas enteras ideando, emborronando papeles o dejando rayones de carbón en la pared. Pero entonces no veía que mi madre estaba detrás de todos y cada uno de sus logros, y mi hermano y yo, anclándole a la tierra, también. Cuando mi madre murió, yo me fui a Hogwarts y mi hermano dejó de hablar, a mi padre se lo comió la soledad y perdió la genialidad. Y ahora no sabemos si alguna vez la recuperará. — Dejó su discurso asentarse en los presentes, aunque Nora y Siobhán ya estaban con los ojos llorosos.
— Nancy tiene de esa genialidad, y no está desperdiciando nada ahora mismo. Está inviertiendo en su genialidad, y no solo eso, es que vive con sus primas, ayudándolas a mantener el piso decentemente, da clases en la escuela de su madre para que el gaélico no se pierda y ayuda a su hermano con los gemelos cada vez que lo necesita. Es una buena hija, buena nieta, buena prima… — Se encogió de hombros y negó con la cabeza. — Mi padre no siempre ha sido un buen padre, y tampoco un buen marido, y ya no hablemos de buen hijo, porque es que en esa cabeza hay muy poco porcentaje del uso libre. Así que no, Nancy no está tirando nada por la borda. Y lo que necesita es que se la comprenda, y si tiene que hablar con un druida rarito para que la ayude con su investigación lo único necesita es que no la pongan en tela de juicio o estar esperando a meter la pata para que la gente a la que más quiere, caiga sobre ella. —
Suspiró levemente al oír el tono de Nora. Si ya, si la mayor parte de sus amigos eran Hufflepuff, reconocería a un Hufflepuff en desacuerdo contigo en cualquier parte, pero eso no hacía que no compartiera para nada lo que allí se estaba diciendo, y que se sintiera un poco ofendida por que a Nancy no se la considerara como debía. Eillish parecía estar en su barco, si bien no al cien por cien, y expresó de mejor modo lo que Alice ya había pensado: que Larry también había sido esa persona, pero como le tenía tirria a la magia antigua, ahora se ponía de morros. Empezó oooootro tira y afloja entre Cletus y Larry para acabar en el mismo punto: Nancy se estaba equivocando. Marcus tuvo que salir en su defensa, y al menos Amelia pareció doblarse un poco. Alice tomó aire y se puso recta. Procedo a tirarme tierra encima. Nuada, espero que realmente escondieras esa maldita espada en Connacht y que fuera MUY bonita.
— No es una cuestión de confianza. — Todos la miraron. — Es de reconocer la genialidad y aceptar lo que viene con ella. Y saber admirar cuando un genio es además muchas más cosas. — Carraspeó. — Igual no estáis muy familiarizados con mi padre, pero sí conocéis a Arnold muy bien, y todo el mundo ha estado con mi suegra en la misma habitación. Pues os podéis imaginar lo que es para dos personas tan estudiadas y ordenadas convivir con un caos genial como es mi padre. De verdad os lo digo. Mi padre ha hecho encantamientos que ni imaginaríais, ni yo soy capaz de imaginarlos. Marcus es una de las personas más inteligentes que conozco, y le he visto asediar a mi padre por tal de que le contara cómo había hecho ciertos hechizos. Pues Emma y Arnold llevan toda la vida quejándose de tener que lidiar con el caos de mi padre, y yo también, y mi madre, que en paz descanse, la muy bendita de ella, no se quejaba ni una décima parte de lo que podría haberse quejado en vida de los disgustos que le causó la genialidad de mi padre, pero ninguno de nosotros seríamos tan tontos de negar su genialidad. Aunque tuvieran que renunciar a su orden y su paz por apoyar a mi padre, aunque se quejaran o nos quejáramos, de hacerlo. — Todos la estaban mirando en un silencio sepulcral. — La genialidad no siempre viene embotellada en O’Donnells brillantes y ordenados, como el abuelo, Eillish o Marcus. Y creedme, cuando se es un genio de verdad, es muy difícil controlar todo ese flujo incesante que pasa por la cabeza de uno. Yo no lo soy, pero he podido verlo de cerca. Y todos tienen sus cosas por las cuales llamarles locos. El abuelo ha perdido la noción de los días más de una vez, y he visto a Marcus frustrarse hasta el extremo porque las posibilidades terrenales de la alquimia se le quedan cortas para todo lo que su mente puede imaginar. — Levantó las palmas. — Así que no se trata de confianza, se trata del hecho objetivo de que la genialidad no se nos sirve en bandeja y de forma ordenada siempre, y aunque así lo parezca, siempre se va a desbordar por algún costado. Y aunque a algunos no se nos conceda esa genialidad, hay que saber identificarla y valorarla, y, aunque a veces no seamos capaces de llegar hasta ella, lo que está en nuestra mano es ayudar a los genios a que no se sientan solos. Porque, y en esto los tres que he nombrado me darán la razón, la genialidad es muy solitaria. Lo he tenido que vivir paso por paso. Cuando era pequeña, creía que a mi padre es que le encantaba estar solo horas enteras ideando, emborronando papeles o dejando rayones de carbón en la pared. Pero entonces no veía que mi madre estaba detrás de todos y cada uno de sus logros, y mi hermano y yo, anclándole a la tierra, también. Cuando mi madre murió, yo me fui a Hogwarts y mi hermano dejó de hablar, a mi padre se lo comió la soledad y perdió la genialidad. Y ahora no sabemos si alguna vez la recuperará. — Dejó su discurso asentarse en los presentes, aunque Nora y Siobhán ya estaban con los ojos llorosos.
— Nancy tiene de esa genialidad, y no está desperdiciando nada ahora mismo. Está inviertiendo en su genialidad, y no solo eso, es que vive con sus primas, ayudándolas a mantener el piso decentemente, da clases en la escuela de su madre para que el gaélico no se pierda y ayuda a su hermano con los gemelos cada vez que lo necesita. Es una buena hija, buena nieta, buena prima… — Se encogió de hombros y negó con la cabeza. — Mi padre no siempre ha sido un buen padre, y tampoco un buen marido, y ya no hablemos de buen hijo, porque es que en esa cabeza hay muy poco porcentaje del uso libre. Así que no, Nancy no está tirando nada por la borda. Y lo que necesita es que se la comprenda, y si tiene que hablar con un druida rarito para que la ayude con su investigación lo único necesita es que no la pongan en tela de juicio o estar esperando a meter la pata para que la gente a la que más quiere, caiga sobre ella. —
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
- Golden Shields:
Alice Gallia
Cause' Alice does belong with Marcus
Ante todo, amigos
Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
[/center]
- Juntos, somos el Todo:
- 16 de enero de 2002:
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Freyja
Alchemist
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Interlude Con Alice | En Irlanda | 1 de diciembre de 2002 |
Sacar a relucir el término "loco" delante de Alice era... incómodo. Llevaban diciéndoselo a William mucho tiempo, y ella, con razón, acababa poniéndose a la defensiva. Marcus ya hacía rato que estaba en desacuerdo con el planteamiento de su familia, pero en su personalidad, algo muy grave tenía que ocurrir para ponerse en contra de ellos, así que optó por callar. Ya habló Alice por él, y lo que dijo dejó bien claro el punto de vista de ambos.
Sus palabras le emocionaron, todas ellas: desde el recorrido de William, hasta las menciones a él y, por supuesto, esos momentos que destacaba de Marcus persiguiendo al hombre como el gran mago que era para desentrañar sus misterios. Las imágenes de sí mismo en su despacho siendo niño, y las de no tan niño escuchándole sin cansancio hablar de hechizos, acudieron a su mente de repente y le apretaron un nudo en la garganta, que le obligó a tragar saliva para deshacerlo. Apretó su mano con fuerza y la miró con infinito cariño y orgullo, y también con los ojos brillantes. Se generó una pausa tras su monólogo, pero muy breve. Porque quien fue a hablar fue alguien que había estado callado hasta ese momento. - Al fin alguien lo ha dicho. - Comentó Arthur, reclinándose con tranquilidad en el asiento y mirándoles a todos. - Mi hija tiene un genio prodigioso, y no, no sabemos dónde le llevará la investigación. Quizás a ninguna parte. Pero es su vida, ella ha decidido dedicarla a eso... y yo la apoyo. Como dice Alice, es mucho más que una investigadora, es una niña buena. Y no es ninguna descerebrada. - No, cariño... - Afirmó rápidamente Nora con tono culpable. - En ningún momento hemos dicho eso. - Lo sé, cuñada, lo sé. Sé que la queréis muchísimo, y que la valoráis, y que lo que teméis es que se tropiece y se caiga. ¿Creéis que como padre yo no tengo el mismo o más miedo que vosotros? - Se encogió de hombros. - Pero es su vida. Y mi niña es lista, y sensata, como su madre. Aún no ha llegado el momento de estar peleándose con un imposible, por el momento está en el camino. Si llega y ella sola no lo ve, yo seré el primero en decírselo. -
Tras las palabras de Arthur, Cletus, que había estado escuchando con atención y las manos entrelazadas en el regazo en un gesto muy parecido al de su hermano Lawrence, llenó el pecho de aire y habló. - Los Ravenclaw siempre... voláis tan alto. - Dijo con voz profunda y pausada. - Seres tan apegadas a la tierra como... - Hizo un elegante gesto de la mano que señalaba a los presentes. - Los que componemos el resto de las casas, a veces os vemos volar y volar... y nos quedamos mirando desde abajo... - Ilustró la pausa subsiguiente con un gesto de mirar hacia arriba y suspiró. - Y pensamos... ¿se caerán algún día? ¿Qué pasará si el vuelo se les cansa? ¿Caerán en picado? ¿Se harán daño? ¿Podremos realmente estar ahí para recogerles? - Marcus miró a su abuelo. El hombre miraba a su hermano como si fuera la primera vez que le escuchaba reconocer algo así, una... preocupación real por ellos, en vez de ese tono mordaz y cómico de siempre. Parecía emocionado. La que no parecía nada sorprendida era Molly, que siempre había defendido el buen corazón de Cletus y lo mucho que quería a su hermano. - Y a veces pasa. Y tenéis que reconocerlo, Ravenclaws: a veces os pasa. A veces os estrelláis. Pero, tenéis razón... Otras, no. Y cuando voláis a lo más alto. - Soltó una carcajada emocionada. - Qué gran triunfo es ese. Para vosotros y para toda la humanidad. - Encogió los hombros. - Pero es deber de una buena familia sentir cierto miedo de que eso no pase. Miedo que puede confundirse con falta de apoyo a veces. - Señaló a Eillish con un gesto de la mano. - Yo es que tuve mucha suerte con la Ravenclaw que me salió. Era bien sosegada y tranquilita, muy sensata ella. - Oh, papá, acabas de decir que vuelo bajo. - Dijo la mujer, aunque con una sonrisa, y todos rieron. El ambiente empezaba a distenderse un poco, y terminó de hacerlo cuando Rosaline entró como si tal cosa por el salón y, con una enorme sonrisa, se sentó en el brazo del sofá, al lado de su suegra. - ¿Qué tal, chicos? ¿Qué me he perdido? - Cletus la miró con sonrisa traviesa y dijo. - Tu sobrina Nancy dice que, a partir de ahora, se va a dedicar a la ganadería. - La mujer puso expresión impactada y miró a los padres de la chica. - ¿¿De verdad?? ¿Y eso? ¿Pero y la investigación? - Cletus les miró y señaló a Rosaline con ambas manos. - Y esa, chicos, sería la verdadera reacción si algún día pasara eso. Si en el fondo nos encanta tal y como es. - Y Marcus rio y miró a Alice con complicidad, mientras todos reían y nadie se molestaba en sacar de la confusión a la pobre Rosaline.
El terremoto Seamus llegó y alborotó bastante el ambiente, y poco a poco se fueron haciendo de nuevo grupos pequeños en los que charlaban animadamente, e incluso ambos fueron preguntados por su opinión en la investigación de Nancy con un tono menos juzgador que el de antes. Marcus y Alice se miraban: ellos confiaban en su prima y en los hallazgos que podían hacer... esperaban no equivocarse. Querían descubrir y conocer, y también darle una alegría a la familia... Bueno, y demostrarles que la joven tenía razón. Era una familia unida y que se quería, pero había notado cómo la ponían en cuestión. Y el orgullo Slytherin que habitaba dentro de él, y el Ravenclaw seguro de los conocimientos, realmente querían demostrar que estaban equivocados.
Amelia no parecía dispuesta a dejarles marchar sin cenar, por lo que acabaron yéndose bien entrada la noche, y Ginny pasó por allí antes de abrir el bar "solo para saludar" e intentó arrastrarles con ellos, provocando un muy gracioso momento en el que el abuelo Larry temió ser seriamente secuestrado por el sector joven y "verse en un pub a estas alturas de la vida cuando no lo había hecho ni con veinte años". Cenaros y, poco a poco, todos se fueron marchando. Justo cuando Marcus iba a salir por la puerta, Siobhán puso una mano en su brazo para detenerle y, con tono preocupado y bajo, preguntó. - ¿Qué le pasa al padre de Alice? - Antes de que Marcus pudiera contestar, Nora se acercó a ellos y, poniendo una mano en el hombro de la chica y la otra sobre la que ella tenía en su brazo, dijo con tono comprensivo. - Mejor otro día, ¿verdad? - Marcus frunció una leve sonrisa y asintió, y Siobhán, aunque preocupada, también se quedó conforme.
- Eso que has dicho... ha sido muy bonito. - Y muy triste, pensó. Estaba ya abrazado a la espalda de Alice en la cama, porque prácticamente habían llegado para poco más que ponerse el pijama y acostarse. Susurró, mientras acariciaba distraídamente su brazo. - Yo creo en esto... y sé que tú también. - Llenó el pecho de aire y lo soltó por la nariz. - Y la familia... también. Ellos quieren creer. Solo tienen... miedo. - Se mordió el labio, pensativo, dejando unos segundos en el aire. - Y... puedo entenderlo. Es algo que lleva cientos de años oculto... las probabilidades juegan en su contra y... está muy perdida. Esto es demasiado... grande. - Hizo una pausa. - Solo espero que podamos ayudarla. - En ese momento, alguien tocó tímidamente en la puerta con los nudillos. Se sentaron en la cama de nuevo y se miraron confusos, y Marcus bromeó. - ¿Crees que mi abuela querrá traernos un vaso de leche por si nos desnutrimos? - Rio levemente y dijo. - Adelante. - La puerta se abrió pero, para sorpresa de ambos, el que entró fue Larry. Muy tímida y educadamente, se introdujo poco a poco en la estancia, cerrando tras él. Al acercarse a ellos, suspiró. - Yo con treinta años sudando tinta porque tu abuela me había agarrado de la mano sin una carabina presente. - Marcus chistó y se puso incómodamente sentado en el borde de la cama, pero su abuelo rio entre dientes. - Para, para, chico. No soy tu abuela pero tampoco soy tu padre. - Se sentó con un quejido en una silla ante ellos y les miró. - Mirad... yo tampoco soy muy... dado a las leyendas ni a las investigaciones... digamos, menos científicas. - Miró a Alice. - Pero eso que has dicho tenía mucha razón, hija. - Luego le miró a él. - Y me gusta que creáis. Me gusta que investiguéis, que aprendáis. Que siempre estéis dispuestos a darle la mano a una Ravenclaw que busca conocimiento, y salir a defenderla... y preocuparos por ella. - Ladeó varias veces la cabeza. - Y vuestra intervención me ha servido para que mi hermano a su manera reconozca que estaba preocupado por mí. No le digáis a la abuela que he dicho esto. Aún me cuesta creérmelo. - Rieron. El hombre acarició los rizos de Marcus y el hombro de Alice. - Volad tan alto como queráis... pero no os perdáis de la vista de esta águila vieja, por favor. Yo ya no puedo seguiros el ritmo. - Eso no va a pasar, abuelo. Te lo prometemos. Estamos aquí por la alquimia y por ti. - El hombre sonrió con ternura. - Quiero que estéis aquí por vosotros mismos, eso siempre, y sin caberos la menor duda. - Se levantó y se despidió de ellos. - Buenas noches. Descansad esas mentes. Al final del día, combaten mucho más y mejor que cualquier espada. -
Sus palabras le emocionaron, todas ellas: desde el recorrido de William, hasta las menciones a él y, por supuesto, esos momentos que destacaba de Marcus persiguiendo al hombre como el gran mago que era para desentrañar sus misterios. Las imágenes de sí mismo en su despacho siendo niño, y las de no tan niño escuchándole sin cansancio hablar de hechizos, acudieron a su mente de repente y le apretaron un nudo en la garganta, que le obligó a tragar saliva para deshacerlo. Apretó su mano con fuerza y la miró con infinito cariño y orgullo, y también con los ojos brillantes. Se generó una pausa tras su monólogo, pero muy breve. Porque quien fue a hablar fue alguien que había estado callado hasta ese momento. - Al fin alguien lo ha dicho. - Comentó Arthur, reclinándose con tranquilidad en el asiento y mirándoles a todos. - Mi hija tiene un genio prodigioso, y no, no sabemos dónde le llevará la investigación. Quizás a ninguna parte. Pero es su vida, ella ha decidido dedicarla a eso... y yo la apoyo. Como dice Alice, es mucho más que una investigadora, es una niña buena. Y no es ninguna descerebrada. - No, cariño... - Afirmó rápidamente Nora con tono culpable. - En ningún momento hemos dicho eso. - Lo sé, cuñada, lo sé. Sé que la queréis muchísimo, y que la valoráis, y que lo que teméis es que se tropiece y se caiga. ¿Creéis que como padre yo no tengo el mismo o más miedo que vosotros? - Se encogió de hombros. - Pero es su vida. Y mi niña es lista, y sensata, como su madre. Aún no ha llegado el momento de estar peleándose con un imposible, por el momento está en el camino. Si llega y ella sola no lo ve, yo seré el primero en decírselo. -
Tras las palabras de Arthur, Cletus, que había estado escuchando con atención y las manos entrelazadas en el regazo en un gesto muy parecido al de su hermano Lawrence, llenó el pecho de aire y habló. - Los Ravenclaw siempre... voláis tan alto. - Dijo con voz profunda y pausada. - Seres tan apegadas a la tierra como... - Hizo un elegante gesto de la mano que señalaba a los presentes. - Los que componemos el resto de las casas, a veces os vemos volar y volar... y nos quedamos mirando desde abajo... - Ilustró la pausa subsiguiente con un gesto de mirar hacia arriba y suspiró. - Y pensamos... ¿se caerán algún día? ¿Qué pasará si el vuelo se les cansa? ¿Caerán en picado? ¿Se harán daño? ¿Podremos realmente estar ahí para recogerles? - Marcus miró a su abuelo. El hombre miraba a su hermano como si fuera la primera vez que le escuchaba reconocer algo así, una... preocupación real por ellos, en vez de ese tono mordaz y cómico de siempre. Parecía emocionado. La que no parecía nada sorprendida era Molly, que siempre había defendido el buen corazón de Cletus y lo mucho que quería a su hermano. - Y a veces pasa. Y tenéis que reconocerlo, Ravenclaws: a veces os pasa. A veces os estrelláis. Pero, tenéis razón... Otras, no. Y cuando voláis a lo más alto. - Soltó una carcajada emocionada. - Qué gran triunfo es ese. Para vosotros y para toda la humanidad. - Encogió los hombros. - Pero es deber de una buena familia sentir cierto miedo de que eso no pase. Miedo que puede confundirse con falta de apoyo a veces. - Señaló a Eillish con un gesto de la mano. - Yo es que tuve mucha suerte con la Ravenclaw que me salió. Era bien sosegada y tranquilita, muy sensata ella. - Oh, papá, acabas de decir que vuelo bajo. - Dijo la mujer, aunque con una sonrisa, y todos rieron. El ambiente empezaba a distenderse un poco, y terminó de hacerlo cuando Rosaline entró como si tal cosa por el salón y, con una enorme sonrisa, se sentó en el brazo del sofá, al lado de su suegra. - ¿Qué tal, chicos? ¿Qué me he perdido? - Cletus la miró con sonrisa traviesa y dijo. - Tu sobrina Nancy dice que, a partir de ahora, se va a dedicar a la ganadería. - La mujer puso expresión impactada y miró a los padres de la chica. - ¿¿De verdad?? ¿Y eso? ¿Pero y la investigación? - Cletus les miró y señaló a Rosaline con ambas manos. - Y esa, chicos, sería la verdadera reacción si algún día pasara eso. Si en el fondo nos encanta tal y como es. - Y Marcus rio y miró a Alice con complicidad, mientras todos reían y nadie se molestaba en sacar de la confusión a la pobre Rosaline.
El terremoto Seamus llegó y alborotó bastante el ambiente, y poco a poco se fueron haciendo de nuevo grupos pequeños en los que charlaban animadamente, e incluso ambos fueron preguntados por su opinión en la investigación de Nancy con un tono menos juzgador que el de antes. Marcus y Alice se miraban: ellos confiaban en su prima y en los hallazgos que podían hacer... esperaban no equivocarse. Querían descubrir y conocer, y también darle una alegría a la familia... Bueno, y demostrarles que la joven tenía razón. Era una familia unida y que se quería, pero había notado cómo la ponían en cuestión. Y el orgullo Slytherin que habitaba dentro de él, y el Ravenclaw seguro de los conocimientos, realmente querían demostrar que estaban equivocados.
Amelia no parecía dispuesta a dejarles marchar sin cenar, por lo que acabaron yéndose bien entrada la noche, y Ginny pasó por allí antes de abrir el bar "solo para saludar" e intentó arrastrarles con ellos, provocando un muy gracioso momento en el que el abuelo Larry temió ser seriamente secuestrado por el sector joven y "verse en un pub a estas alturas de la vida cuando no lo había hecho ni con veinte años". Cenaros y, poco a poco, todos se fueron marchando. Justo cuando Marcus iba a salir por la puerta, Siobhán puso una mano en su brazo para detenerle y, con tono preocupado y bajo, preguntó. - ¿Qué le pasa al padre de Alice? - Antes de que Marcus pudiera contestar, Nora se acercó a ellos y, poniendo una mano en el hombro de la chica y la otra sobre la que ella tenía en su brazo, dijo con tono comprensivo. - Mejor otro día, ¿verdad? - Marcus frunció una leve sonrisa y asintió, y Siobhán, aunque preocupada, también se quedó conforme.
- Eso que has dicho... ha sido muy bonito. - Y muy triste, pensó. Estaba ya abrazado a la espalda de Alice en la cama, porque prácticamente habían llegado para poco más que ponerse el pijama y acostarse. Susurró, mientras acariciaba distraídamente su brazo. - Yo creo en esto... y sé que tú también. - Llenó el pecho de aire y lo soltó por la nariz. - Y la familia... también. Ellos quieren creer. Solo tienen... miedo. - Se mordió el labio, pensativo, dejando unos segundos en el aire. - Y... puedo entenderlo. Es algo que lleva cientos de años oculto... las probabilidades juegan en su contra y... está muy perdida. Esto es demasiado... grande. - Hizo una pausa. - Solo espero que podamos ayudarla. - En ese momento, alguien tocó tímidamente en la puerta con los nudillos. Se sentaron en la cama de nuevo y se miraron confusos, y Marcus bromeó. - ¿Crees que mi abuela querrá traernos un vaso de leche por si nos desnutrimos? - Rio levemente y dijo. - Adelante. - La puerta se abrió pero, para sorpresa de ambos, el que entró fue Larry. Muy tímida y educadamente, se introdujo poco a poco en la estancia, cerrando tras él. Al acercarse a ellos, suspiró. - Yo con treinta años sudando tinta porque tu abuela me había agarrado de la mano sin una carabina presente. - Marcus chistó y se puso incómodamente sentado en el borde de la cama, pero su abuelo rio entre dientes. - Para, para, chico. No soy tu abuela pero tampoco soy tu padre. - Se sentó con un quejido en una silla ante ellos y les miró. - Mirad... yo tampoco soy muy... dado a las leyendas ni a las investigaciones... digamos, menos científicas. - Miró a Alice. - Pero eso que has dicho tenía mucha razón, hija. - Luego le miró a él. - Y me gusta que creáis. Me gusta que investiguéis, que aprendáis. Que siempre estéis dispuestos a darle la mano a una Ravenclaw que busca conocimiento, y salir a defenderla... y preocuparos por ella. - Ladeó varias veces la cabeza. - Y vuestra intervención me ha servido para que mi hermano a su manera reconozca que estaba preocupado por mí. No le digáis a la abuela que he dicho esto. Aún me cuesta creérmelo. - Rieron. El hombre acarició los rizos de Marcus y el hombro de Alice. - Volad tan alto como queráis... pero no os perdáis de la vista de esta águila vieja, por favor. Yo ya no puedo seguiros el ritmo. - Eso no va a pasar, abuelo. Te lo prometemos. Estamos aquí por la alquimia y por ti. - El hombre sonrió con ternura. - Quiero que estéis aquí por vosotros mismos, eso siempre, y sin caberos la menor duda. - Se levantó y se despidió de ellos. - Buenas noches. Descansad esas mentes. Al final del día, combaten mucho más y mejor que cualquier espada. -
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Hijos de las estrellas Con Marcus | En Irlanda | 10 de diciembre de 2002 |
Connacht se parecía a los poblados mágicos que desde pequeña había conocido, porque era más grande que Ballyknow, pero al ser una ciudad mágica, no dejaba de ser un sitio recoleto y mucho menos bullicioso que Londres o Nueva York. Los muggles creían que Connacht ya no existía, y de ello solo quedaba el topónimo, que daba nombre a la provincia entera, de la que, por cierto, Galway y, por extensión, Ballyknow, formaba parte. La organización territorial irlandesa era materia de estudio para otra vida, porque como intentara enterarse, ya no se sacaba la licencia de Hielo. El hecho era que estaban en una pintoresca ciudad mágica, rodeada de cinco colinas de un verde maravilloso, rodeados de ríos que impulsaban ruedas de molinos y sonaban por todas partes. Qué gusto daba pasear por lugares así, aunque el día hubiera salido… Irlandés, en pocas palabras. Se permitió abrazar a Marcus y disfrutar de la música que emanaba de las tiendas, el olor del agua y el campo y la tranquilidad que el lugar emanaba. — Qué paz transmite este sitio. Realmente puedes vaciar la mente y disfrutar de la pura isla esmeralda, ¿no te parece? — Alice sentía que estab viviendo su mejor vida. A ella le encantaba estudiar, estar con Marcus, y los lugares con mucha magia y pocas multitudes. ¿Preferiría menos lluvia? Pues sí, pero es que venía con el sitio. Sentía el corazón mucho más ligero y la mente despejada por completo para enfrentarse a aquella búsqueda. Nancy igual no tanto, parecía que le quemaban los pies y le faltaba el aliento.
Fueron a registrarse a la preciosa posada donde se iban a quedar y se reunieron en la habitación de ellos dos, que era más grande, sentándose al lado de la chimenea y desplegando todos sus papeles: un mapa encantado, que marcaba los pasos que ya habían dado, con el objetivo de descartar poco a poco sitios (y Alice estaba segura de que tenía más utilidades que aún no había descubierto), los textos más importantes que habían encontrado sobre Nuada, Eire y sus reliquias, y una guía básica de interpretación de las runas. — Vale, aquí se mencionan varias veces a los duendes como admiradores de Eire, así que me he informado de en qué zonas pueden encontrarse comunidades de duendes, elfos o leprechauns, porque ya sabemos que las runas no suelen ser muy literales. — Levantó un grabado y se lo enseñó. — Nos interesa más esto. La forja celestial de Nuada. Esta leyenda narra que Nuada acudió a unos herreros que forjaron su espada en una colina, amparada por otras dos que les protegieron ya para siempre. Es probable que por eso fundara aquí su ciudad. — Señaló el mapa a una de las colinas. — Mi apuesta es esta, porque se llama Eolais, que es como se suele llamar a la estrella polar en gaélico. La leyenda es que Nuada encargó a unos caballeros de la guardia de Lugh que usaran sus conocimientos para construirle la espada, pero ellos supuestamente tenían que hacerle la reliquia a su maestro, así que de día se la hacían a él y de noche a Nuada, para lo cual construyeron una forja subterránea en la única colina desde la que podían ver la estrella polar, que era la luz que siempre guiaba su conocimiento. — Nancy suspiró y se abrazó las piernas. — No sé qué pueda significar todo eso, pero empezar por una colina que tiene ese nombre, me parece un buen comienzo. Y una vez allí, veremos si podemos sacar algo más. —
Fueron a registrarse a la preciosa posada donde se iban a quedar y se reunieron en la habitación de ellos dos, que era más grande, sentándose al lado de la chimenea y desplegando todos sus papeles: un mapa encantado, que marcaba los pasos que ya habían dado, con el objetivo de descartar poco a poco sitios (y Alice estaba segura de que tenía más utilidades que aún no había descubierto), los textos más importantes que habían encontrado sobre Nuada, Eire y sus reliquias, y una guía básica de interpretación de las runas. — Vale, aquí se mencionan varias veces a los duendes como admiradores de Eire, así que me he informado de en qué zonas pueden encontrarse comunidades de duendes, elfos o leprechauns, porque ya sabemos que las runas no suelen ser muy literales. — Levantó un grabado y se lo enseñó. — Nos interesa más esto. La forja celestial de Nuada. Esta leyenda narra que Nuada acudió a unos herreros que forjaron su espada en una colina, amparada por otras dos que les protegieron ya para siempre. Es probable que por eso fundara aquí su ciudad. — Señaló el mapa a una de las colinas. — Mi apuesta es esta, porque se llama Eolais, que es como se suele llamar a la estrella polar en gaélico. La leyenda es que Nuada encargó a unos caballeros de la guardia de Lugh que usaran sus conocimientos para construirle la espada, pero ellos supuestamente tenían que hacerle la reliquia a su maestro, así que de día se la hacían a él y de noche a Nuada, para lo cual construyeron una forja subterránea en la única colina desde la que podían ver la estrella polar, que era la luz que siempre guiaba su conocimiento. — Nancy suspiró y se abrazó las piernas. — No sé qué pueda significar todo eso, pero empezar por una colina que tiene ese nombre, me parece un buen comienzo. Y una vez allí, veremos si podemos sacar algo más. —
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Hijos de las estrellas Con Alice | En Irlanda | 10 de diciembre de 2002 |
Cuando siendo más mayor recordó lo que en sus fantasías pensó que era Irlanda, siempre creyó que se trataba de eso, de una fantasía infantil muy edulcorada. Resultaba que la realidad era más parecida a su fantasía infantil que a la adulta. Connacht era uno de esos pueblos puramente mágicos que los muggles simplemente creían que ya no existían (y que estaría protegido por mil hechizos, porque dudaba que no existiera ningún muggle lo suficientemente curioso como para no intentar comprobarlo). A más paseaba por Irlanda, más sensación tenía de que no había conocido la magia de verdad hasta que fue allí. Desde luego, cualquier parecido con el cosmopolita, caótico y mezclado mundo mágico de Nueva York era pura coincidencia.
- No tengo palabras. - Fue lo único que pudo responder al comentario de Alice, con una anchísima sonrisa y devolviendo el abrazo mientras miraba a todas partes a la vez. Pero un torbellino en forma de chica rubia y muy irlandesa, que bufaba como una cafetera, pasó por el lado de ambos, rompiendo un poco el ambiente tranquilo. Marcus, que seguía abrazado a Alice, hizo una mueca con la boca. Parecía que estuvieran en dos historias diferentes: mientras Marcus y Alice vivían en una bucólica novelita romántica de pueblecito irlandés, Nancy estaba poco menos que en un thriller persecutorio con cuenta atrás, relámpagos, truenos y todo en contra. Miró a Alice y trató de comunicarse solo con los ojos. A ver qué hacemos con esto, pensó. Espero que seamos más de ayuda que de estorbo, porque veía que la bucólica novelita romántica iba a acabar en trágico asesinato de los amantes como entorpecieran en demasía el trabajo de Nancy. Así que mejor se centraban.
Ayudaba bastante a la concentración toda la disposición que, en apenas segundos, tenían sobre la mesa de la habitación de esa posada tan bonita. Sin ánimo de defraudar a Rowena, pero entre las múltiples opciones de disfrute de esa pintoresca posada que se le habían pasado por la cabeza, estudiar no era ninguna de ellas. Estaba demasiado feliz, y el aroma que subía de las cocinas... y las vistas de esa habitación... la chimenea... En fin, mejor se centraba. Al fin y al cabo, la investigación también le interesaba muchísimo, y de poder elegir las condiciones, desde luego que esas eran inmejorables.
Ya sí puramente concentrado (afortunadamente, Marcus tenía esa habilidad innata) miró ceñudo los textos sobre Nuada, que ya se había estudiado como parte del trabajo distribuido que le diera Nancy en su día, pero en una versión mucho más ampliada y con anotaciones. Escuchó con atención antes de aportar sus hipótesis. - Los materiales de los elfos, ya sean hierro, joyas o cristales, siempre han sido muy apreciados. - Reflexionó. Ladeó varias veces la cabeza. - Pero... ¿eran ellos realmente quienes lo fabricaban? ¿O solo quienes lo poseían, o quienes le infundían la magia? - Chasqueó la lengua. - Que el material fuera de los elfos no quiere decir que la forja esté donde ellos residían. - Nancy le señaló. - Yo he pensado lo mismo. Pero ya sabes cómo son los elfos: si la espada la consideran su obra, es su obra, aunque se forjara en otra parte. ¿Dónde la guardarían? ¿En su reino, o en la forja? - Marcus respiró hondo. - Probablemente en su reino. - Había mucha mente Ravenclaw entre los elfos, pero era eminentemente una comunidad de Slytherins. No le costaba pensar como ellos. Atendió ceñudo al resto de la historia, asintiendo lentamente y con los brazos cruzados. - Así que a los guerreros de Lugh... muy astuto por su parte. - Arqueó y bajó las cejas. - Sobre todo porque nos complica la investigación. - Básicamente, su razonamiento anterior se había ido al traste si no entraban solo Nuada y los elfos en juego. Asintió. - A mí también. - Total, era la pista más firme que tenían, todo lo demás era hipotetizar. Dicho esto, lo recogieron todo y se pusieron manos a la obra.
Ignoró por completo la mirada circunstancial de Alice y la de querer matarle de Nancy, pero si el señor posadero, muy amable y familiar, les ofrecía un cuenco de guiso a sus nuevos huéspedes porque "si venían a explorar las colinas primero había que templar el cuerpo", porque además "así usarían mejor la mente y llegarían a mejores conclusiones" (bueno, puede que esas últimas palabras no fueran del posadero sino un adorno de Marcus) quién era él para rechazarlo. Durante al menos las tres calles siguientes al abandono de la posada fue injustamente condenado al ostracismo por parte de las dos mujeres solo por ser amable con el posadero. - ¡No me he quedado a comer! ¿Qué hemos perdido? ¿Un minuto? ¿Nos vamos sin saludar? ¿Así queréis empezar en Connacht? ¿Os parece bien? ¿Así se portan los verdaderos irlandeses? - Alzó los cuencos y las cucharas. - Y son de madera preparada, térmica, reciclable. Ligera. Esto es alquimia, estoy convencido, mira, hasta me va a venir bien para el estudio. - Siguió mientras los guardaba en su bolsa. - Y Emma O'Donnell hace unos magníficos hechizos ya no solo de extensión indetectable, sino de peso reducido, por lo tanto esto no me va a pesar ni ocupar en la bolsa más de lo que pesaría u ocuparía una pluma. Vaya dos Ravenclaw, que no quieren llevar una pluma de más. Me lo agradeceréis cuando estemos encima de esa colina fría y no podamos ni pensar. - Mejor se callaba. Total, le estaban ignorando igualmente, y él se había salido con la suya llevándose la comida al fin y al cabo.
Llegando allí, Nancy señaló el cielo. - Allí está la estrella polar. De noche se ve de maravilla. - Sacó un mapa estelar lleno de progresiones aritméticas que habría hecho alucinar a su padre. Lo colocó en el suelo, dio un par de vueltas, pensativa, y luego se detuvo dando un saltito con ambos pies juntos en un punto concreto. - Aquí. Esta es la progresión. Según las leyendas, el brillo de la estrella, el mejor punto desde el cual verla, es justo este. - Suspiró, mirando el suelo bajo sus pies. - Pero, como veis, esta todo tapado. No hay ninguna apertura. Si está hueco por dentro es fácil saberlo, hay hechizos de detección de ruido. La cuestión es cómo acceder. Y si estamos ante el lugar correcto o no. - Los tres miraron alrededor. Solo se escuchaba el rugir del viento y el lejano piar de los pájaros. Por lo demás, kilómetros de verde prado. No sabían ni por dónde empezar.
- No tengo palabras. - Fue lo único que pudo responder al comentario de Alice, con una anchísima sonrisa y devolviendo el abrazo mientras miraba a todas partes a la vez. Pero un torbellino en forma de chica rubia y muy irlandesa, que bufaba como una cafetera, pasó por el lado de ambos, rompiendo un poco el ambiente tranquilo. Marcus, que seguía abrazado a Alice, hizo una mueca con la boca. Parecía que estuvieran en dos historias diferentes: mientras Marcus y Alice vivían en una bucólica novelita romántica de pueblecito irlandés, Nancy estaba poco menos que en un thriller persecutorio con cuenta atrás, relámpagos, truenos y todo en contra. Miró a Alice y trató de comunicarse solo con los ojos. A ver qué hacemos con esto, pensó. Espero que seamos más de ayuda que de estorbo, porque veía que la bucólica novelita romántica iba a acabar en trágico asesinato de los amantes como entorpecieran en demasía el trabajo de Nancy. Así que mejor se centraban.
Ayudaba bastante a la concentración toda la disposición que, en apenas segundos, tenían sobre la mesa de la habitación de esa posada tan bonita. Sin ánimo de defraudar a Rowena, pero entre las múltiples opciones de disfrute de esa pintoresca posada que se le habían pasado por la cabeza, estudiar no era ninguna de ellas. Estaba demasiado feliz, y el aroma que subía de las cocinas... y las vistas de esa habitación... la chimenea... En fin, mejor se centraba. Al fin y al cabo, la investigación también le interesaba muchísimo, y de poder elegir las condiciones, desde luego que esas eran inmejorables.
Ya sí puramente concentrado (afortunadamente, Marcus tenía esa habilidad innata) miró ceñudo los textos sobre Nuada, que ya se había estudiado como parte del trabajo distribuido que le diera Nancy en su día, pero en una versión mucho más ampliada y con anotaciones. Escuchó con atención antes de aportar sus hipótesis. - Los materiales de los elfos, ya sean hierro, joyas o cristales, siempre han sido muy apreciados. - Reflexionó. Ladeó varias veces la cabeza. - Pero... ¿eran ellos realmente quienes lo fabricaban? ¿O solo quienes lo poseían, o quienes le infundían la magia? - Chasqueó la lengua. - Que el material fuera de los elfos no quiere decir que la forja esté donde ellos residían. - Nancy le señaló. - Yo he pensado lo mismo. Pero ya sabes cómo son los elfos: si la espada la consideran su obra, es su obra, aunque se forjara en otra parte. ¿Dónde la guardarían? ¿En su reino, o en la forja? - Marcus respiró hondo. - Probablemente en su reino. - Había mucha mente Ravenclaw entre los elfos, pero era eminentemente una comunidad de Slytherins. No le costaba pensar como ellos. Atendió ceñudo al resto de la historia, asintiendo lentamente y con los brazos cruzados. - Así que a los guerreros de Lugh... muy astuto por su parte. - Arqueó y bajó las cejas. - Sobre todo porque nos complica la investigación. - Básicamente, su razonamiento anterior se había ido al traste si no entraban solo Nuada y los elfos en juego. Asintió. - A mí también. - Total, era la pista más firme que tenían, todo lo demás era hipotetizar. Dicho esto, lo recogieron todo y se pusieron manos a la obra.
Ignoró por completo la mirada circunstancial de Alice y la de querer matarle de Nancy, pero si el señor posadero, muy amable y familiar, les ofrecía un cuenco de guiso a sus nuevos huéspedes porque "si venían a explorar las colinas primero había que templar el cuerpo", porque además "así usarían mejor la mente y llegarían a mejores conclusiones" (bueno, puede que esas últimas palabras no fueran del posadero sino un adorno de Marcus) quién era él para rechazarlo. Durante al menos las tres calles siguientes al abandono de la posada fue injustamente condenado al ostracismo por parte de las dos mujeres solo por ser amable con el posadero. - ¡No me he quedado a comer! ¿Qué hemos perdido? ¿Un minuto? ¿Nos vamos sin saludar? ¿Así queréis empezar en Connacht? ¿Os parece bien? ¿Así se portan los verdaderos irlandeses? - Alzó los cuencos y las cucharas. - Y son de madera preparada, térmica, reciclable. Ligera. Esto es alquimia, estoy convencido, mira, hasta me va a venir bien para el estudio. - Siguió mientras los guardaba en su bolsa. - Y Emma O'Donnell hace unos magníficos hechizos ya no solo de extensión indetectable, sino de peso reducido, por lo tanto esto no me va a pesar ni ocupar en la bolsa más de lo que pesaría u ocuparía una pluma. Vaya dos Ravenclaw, que no quieren llevar una pluma de más. Me lo agradeceréis cuando estemos encima de esa colina fría y no podamos ni pensar. - Mejor se callaba. Total, le estaban ignorando igualmente, y él se había salido con la suya llevándose la comida al fin y al cabo.
Llegando allí, Nancy señaló el cielo. - Allí está la estrella polar. De noche se ve de maravilla. - Sacó un mapa estelar lleno de progresiones aritméticas que habría hecho alucinar a su padre. Lo colocó en el suelo, dio un par de vueltas, pensativa, y luego se detuvo dando un saltito con ambos pies juntos en un punto concreto. - Aquí. Esta es la progresión. Según las leyendas, el brillo de la estrella, el mejor punto desde el cual verla, es justo este. - Suspiró, mirando el suelo bajo sus pies. - Pero, como veis, esta todo tapado. No hay ninguna apertura. Si está hueco por dentro es fácil saberlo, hay hechizos de detección de ruido. La cuestión es cómo acceder. Y si estamos ante el lugar correcto o no. - Los tres miraron alrededor. Solo se escuchaba el rugir del viento y el lejano piar de los pájaros. Por lo demás, kilómetros de verde prado. No sabían ni por dónde empezar.
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Hijos de las estrellas Con Marcus | En Irlanda | 10 de diciembre de 2002 |
No, si conocería ella lo que tenía en casa. Se cruzó de brazos y suspiró, mientras Nancy, prácticamente en la misma posición que Alice, se inclinaba hacia ella. — ¿Siempre es así? — ¿Zalamero, extremadamente protocolario y glotón? Es la definición secundaria de Marcus, si te cansas de la de “genio, ambicioso y romántico”. No se entiende la una sin la otra, te dejas una parte importante Marcus O’Donnell. — Uf, yo creía que es que en general quería caer bien a la familia. — Alice levantó el índice y dijo. — Y atenta, que ahora vendrá la ofensa. — Y como si lo conociera desde hacía ya más de siete años, ahí estaba: la ofensa. Nancy y ella se limitaron a andar un rato hasta que la mayor intervino. — A ver si es que te crees que Irlanda es Inglaterra. Aquí no tenemos ferreos códigos de conducta, y ya me conocen, saben que venimos A ESTUDIAR. — Ella por su parte se giró y miró a su novio. — Mi amor, admite que ha sido glotonería y que quizá no es la mejor idea llevarnos guisos a lo que a todas luces va a ser el interior de una montaña. — Sacó morritos. — Con lo correcto que eres tú para comer, ¿de verdad vas a comer un maravilloso guiso irlandés sin cucharas apropiadas, servilletas, sentados en el suelo…? Con lo apropiado que eres tu, ¿no crees que pega más el protocolo bocadillo-picnic allá donde vamos? — Se mordió los labios por dentro, intentando no reírse. — En verdad estoy deseando verlo. — Nancy sí se rio, y dijo por lo bajo. — Ya sabemos a quién ha salido Pod. Y son igualitos que el tío Larry… —
Afortunadamente, su atención volvió a dirigirse a la montaña y la misión que tenían entre manos y los ojos de Alice brillaron como las propias estrellas. Quería todos los mapas de Nancy, aquello despertaba a su yo más Ravenclaw que se pasaría la vida simplemente rodeada de papeles, estudiando todo lo que pudiera estudiar y conociendo todas y cada una de las partes del mundo y el universo que le diera tiempo. De momento, necesitaban encontrar la forja, y eso estaba complicado en campo abierto. Negó y miró alrededor. — No, unos elfos no dejarían algo tan a la vista, tan evidente… Esconder algo a plena vista está bien, pero no tanto. — Nancy asintió y empezó a pasear. — Hay que buscar algo fuera de lugar. —
“Fuera de lugar” era un término peliagudo en un valle verde con grandes montañas alrededor, pajarillos cantando y solo tres personas a la vista. Caminaron en direcciones distintas, sin alejarse mucho, y al final volvieron a donde se habían separado, sin resultados aparentes. — Es que sin pistas no sabemos ni qué buscamos. — No estamos sin pistas. — Dijo Nancy, cogiendo los papeles, ya un poco arrugados y sobados. — Es que aquí tiene que haber algo… — Alice suspiró y se frotó la cara. Ojalá supiera de geología y viera algo fuera de su sitio… Había que volver a repasar todo lo que habían dicho. Se giró hacia Marcus. — Tú dijiste que no ocultarían algo así en la propia forja sino en un poblado, y más tratándose de elfos que trabajaban para Lugh, no podían ser tontos… — Juntó las palmas de las manos y miró a su alrededor. — ¿Hay algo aquí que os recuerde a los poblados de los elfos? ¿Algo que…? — Y entonces vio una protuberancia en el terreno rodeada de unas piedras. — ¡ALGO ASÍ! — Y corrió hacia allá.
Ahora mismo debía parecer una loca redomada rodeando un montículo de piedras, pero se estaba dejando llevar. — Ehhhh ¿hola? ¿Hola? Mmmmm. — ¿Alice? — Dijo Nancy por su espalda. A ver, no podía intentar razonar con elfos así sin más. Igual ni elfos había, pero si los hubiera ¿qué hablarían?. ¿Cómo se decía? Ahrg… — ¿Maidin mhaith? — Qué forma de decir “buenos días”. Pero para su absoluta sorpresa, dos pares de ojillos amarillos brillantes salieron de debajo de una roca, susurrando entre ellos en lo que parecía gaélico (o podía ser otro idioma desconocido y a ella parecerle gaélico). — ¡Hola! ¡Dhuit! Ehhh… ¿Nancy? — Su gaélico no daba para más. Nancy estaba impactada, sin duda, acercándose a ella y agachándose lentamente. Los ojillos emergieron y pasaron a ser dos cabecillas de color rosáceo-morado con unas orejas muy alargadas. — Nancy diles algo en gaélico, por Nuada… — Ya se le había pegado esa expresión, pero lo mejor es que las dos cabecillas se volvieron a ella curiosas al decirlo, y ella aprovechó. — ¿Nuada? ¿Sí? ¿Es vuestro jefe? ¿O el de vuestros ancestros? — Alice, cállate. — Ordenó Nancy en un tono que nunca había empleado, por lo que Alice se levantó obedientemente y la dejó hablando en gaélico con los dos elfillos. Aprovechó para acercarse a Marcus lentamente, pero emocionada. — ¿Has visto eso? ¿Habías visto alguna vez un elfo en persona? Es como un sueño, es pura magia, esto solo puede pasar en Irlanda… — Dijo agarrándose a su brazo con una sonrisa alucinada y las manos temblando.
Esperaron a que Nancy terminara de hablar con ellos y acto seguido se escondieron. — Esto es… La próxima vez que alguien me diga que para qué sirve el gaélico… — ¿Qué han dicho? — Preguntó Alice con la energía de una niña chica. Nancy parpadeó. — Que… Que sirven al señor Nuada y a madre Eire… Así tal cual. Que estos son sus dominios. Le he preguntado si Nuada tenía casa aquí, por empezar por algún sitio, y me han contestado que tiene “mesa de trabajo” con esas palabras… El gaélico es un idioma antiguo, y le faltan ciertas palabras, pero me han dicho que esa mesa de trabajo está junto a un pozo que se ilumina con la estrella polar. — Suspiró. — Luego les he preguntado por madre Eire y me han dicho que vive allí, con ellos. Les he prometido que vamos a buscar la dichosa mesa y que luego volveríamos. — Se cruzó de brazos y rio incrédula, mirando a la nada. — Nadie nos va a creer cuando contemos esto. — Alice rio y se tapó la boca, incrédula. — Al final mi Marcus va a tener razón. Con "buenos días" se llega a todos lados. —
Afortunadamente, su atención volvió a dirigirse a la montaña y la misión que tenían entre manos y los ojos de Alice brillaron como las propias estrellas. Quería todos los mapas de Nancy, aquello despertaba a su yo más Ravenclaw que se pasaría la vida simplemente rodeada de papeles, estudiando todo lo que pudiera estudiar y conociendo todas y cada una de las partes del mundo y el universo que le diera tiempo. De momento, necesitaban encontrar la forja, y eso estaba complicado en campo abierto. Negó y miró alrededor. — No, unos elfos no dejarían algo tan a la vista, tan evidente… Esconder algo a plena vista está bien, pero no tanto. — Nancy asintió y empezó a pasear. — Hay que buscar algo fuera de lugar. —
“Fuera de lugar” era un término peliagudo en un valle verde con grandes montañas alrededor, pajarillos cantando y solo tres personas a la vista. Caminaron en direcciones distintas, sin alejarse mucho, y al final volvieron a donde se habían separado, sin resultados aparentes. — Es que sin pistas no sabemos ni qué buscamos. — No estamos sin pistas. — Dijo Nancy, cogiendo los papeles, ya un poco arrugados y sobados. — Es que aquí tiene que haber algo… — Alice suspiró y se frotó la cara. Ojalá supiera de geología y viera algo fuera de su sitio… Había que volver a repasar todo lo que habían dicho. Se giró hacia Marcus. — Tú dijiste que no ocultarían algo así en la propia forja sino en un poblado, y más tratándose de elfos que trabajaban para Lugh, no podían ser tontos… — Juntó las palmas de las manos y miró a su alrededor. — ¿Hay algo aquí que os recuerde a los poblados de los elfos? ¿Algo que…? — Y entonces vio una protuberancia en el terreno rodeada de unas piedras. — ¡ALGO ASÍ! — Y corrió hacia allá.
Ahora mismo debía parecer una loca redomada rodeando un montículo de piedras, pero se estaba dejando llevar. — Ehhhh ¿hola? ¿Hola? Mmmmm. — ¿Alice? — Dijo Nancy por su espalda. A ver, no podía intentar razonar con elfos así sin más. Igual ni elfos había, pero si los hubiera ¿qué hablarían?. ¿Cómo se decía? Ahrg… — ¿Maidin mhaith? — Qué forma de decir “buenos días”. Pero para su absoluta sorpresa, dos pares de ojillos amarillos brillantes salieron de debajo de una roca, susurrando entre ellos en lo que parecía gaélico (o podía ser otro idioma desconocido y a ella parecerle gaélico). — ¡Hola! ¡Dhuit! Ehhh… ¿Nancy? — Su gaélico no daba para más. Nancy estaba impactada, sin duda, acercándose a ella y agachándose lentamente. Los ojillos emergieron y pasaron a ser dos cabecillas de color rosáceo-morado con unas orejas muy alargadas. — Nancy diles algo en gaélico, por Nuada… — Ya se le había pegado esa expresión, pero lo mejor es que las dos cabecillas se volvieron a ella curiosas al decirlo, y ella aprovechó. — ¿Nuada? ¿Sí? ¿Es vuestro jefe? ¿O el de vuestros ancestros? — Alice, cállate. — Ordenó Nancy en un tono que nunca había empleado, por lo que Alice se levantó obedientemente y la dejó hablando en gaélico con los dos elfillos. Aprovechó para acercarse a Marcus lentamente, pero emocionada. — ¿Has visto eso? ¿Habías visto alguna vez un elfo en persona? Es como un sueño, es pura magia, esto solo puede pasar en Irlanda… — Dijo agarrándose a su brazo con una sonrisa alucinada y las manos temblando.
Esperaron a que Nancy terminara de hablar con ellos y acto seguido se escondieron. — Esto es… La próxima vez que alguien me diga que para qué sirve el gaélico… — ¿Qué han dicho? — Preguntó Alice con la energía de una niña chica. Nancy parpadeó. — Que… Que sirven al señor Nuada y a madre Eire… Así tal cual. Que estos son sus dominios. Le he preguntado si Nuada tenía casa aquí, por empezar por algún sitio, y me han contestado que tiene “mesa de trabajo” con esas palabras… El gaélico es un idioma antiguo, y le faltan ciertas palabras, pero me han dicho que esa mesa de trabajo está junto a un pozo que se ilumina con la estrella polar. — Suspiró. — Luego les he preguntado por madre Eire y me han dicho que vive allí, con ellos. Les he prometido que vamos a buscar la dichosa mesa y que luego volveríamos. — Se cruzó de brazos y rio incrédula, mirando a la nada. — Nadie nos va a creer cuando contemos esto. — Alice rio y se tapó la boca, incrédula. — Al final mi Marcus va a tener razón. Con "buenos días" se llega a todos lados. —
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
- Golden Shields:
Alice Gallia
Cause' Alice does belong with Marcus
Ante todo, amigos
Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
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Freyja
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Hijos de las estrellas Con Alice | En Irlanda | 10 de diciembre de 2002 |
Optó por centrarse en la investigación y dejar sin respuesta el hecho de si era mejor idea comerse un bocadillo que un guiso en la montaña (porque no pensaba reconocer que le había pillado con lo de apropiado pero que, al mismo tiempo, seguía pensando que un guiso calentito era más apetecible que un frío sándwich en las heladas colinas irlandesas en pleno anochecer de diciembre). En lo que sí estaba de acuerdo con las chicas es en que tenían que buscar algo fuera de lugar, por pequeño que fuera, porque en aquel entorno aparentemente homogéneo debía haber algo lo suficientemente discreto fuera de su sitio para quien supiera verlo.
Nada, no encontraban nada. Todo era prado y más prados, alguna que otra roca suelta y poco más. Soltó aire por la nariz y leyó por encima del hombro de su prima los papeles. - Eso intento buscar, signos de un poblado. Aunque sea restos de una hoguera, tierra removida, ruinas. Algo. - Y entonces, Alice sí que detectó algo, y ella corrió hacia allá con los otros dos tras sus pasos. Eso sí, iba a necesitar un poco de la genialidad marca William Gallia para entender qué había visto su novia ahí, aunque, haciendo un esfuerzo, podía llegar a entender la línea de pensamiento. Claro, porque es un círculo de piedras, que son celtas, e invocan al tiempo, como el tiempo que hace que... Esto no tiene sentido. Estaba pecando de demasiada mente racional y práctica y algo le decía que esas habilidades con las leyendas no eran muy útiles. Claramente era más útil la visión ampliada de Alice. Porque, para su asombro, encontró el sitio.
Puso los ojos como platos y miró a su novia cuando vio los elfos aparecer. ¿¿En serio?? ¿¿Elfos de verdad allí?? Pensó que estaban buscando una runa tallada, ¡no verdaderos elfos! No daba crédito. Y antes de poder reaccionar, su novia se estaba yendo de la lengua, así que en un instinto de protección (más del misterio de la investigación que de ella, para ser sinceros) puso suavemente una mano en su brazo como si quisiera que diera un paso atrás. No des tanta información sin filtro, pensó, que no quería que le escucharan los elfos, vaya que entendieran el inglés. Pero su novia estaba tan contenta y emocionada que no insistió, en lo que él seguía en shock mirando a las criaturas. - Aún no me lo puedo creer. - Susurró de vuelta.
Atendió con todos sus sentidos más despiertos que nunca al relato de Nancy sobre la conversación, aunque miraba de reojo la zona, si bien los elfos se habían escondido totalmente y no había ya ni rastro de ellos. Arqueó una ceja. Que Eire "vivía allí con ellos". Vamos, lo que le faltaba. Eso es que tienen la reliquia de Eire, pensó, pero se abstuvo de decirlo en voz alta, que ya no se fiaba de ser oído. La frase de Nancy hizo que la de Alice prácticamente no la oyera, porque se había quedado pensativo, mirando a la nada, y tras unos segundos de silencio, dijo. - Nos creerán. - La llevó y esbozó una sonrisa ladina. - Si llevamos pruebas. - Las reliquias, básicamente. Y no era tonto, sabía que no podían pasearlas como si fueran un circo. Pero algo harían. Iba a mostrar las pruebas de aquello como que se llamaba Marcus O'Donnell.
Dicho eso, esbozó su mejor sonrisa y dijo con tono cantarín. - An tábla oibre fíor! - Y empezó a caminar, añadiendo. - ¡No puedo esperar para verla! - Y se alejó de allí, hacia ningún punto concreto, solo quería alejarse. Notaba la extrañeza de las dos chicas mientras le seguían, y cuando se hubo alejado lo suficiente, miró hacia atrás para comprobar que los elfos no habían salido tras ellos (pero un par de ojillos se habían asomado a mirar tras su alegato, aunque volvieron a esconderse al marcharse) y habló. - Si vamos a trazar una estrategia para encontrar reliquias protegidas, casi que mejor que no nos oigan. - ¿Hablas gaélico? - Preguntó Nancy. La miró con una ceja arqueada. - ¿Conoces de algo a mi abuela? ¿Y a un niño Ravenclaw que nunca deja de preguntar? - Soltó una carcajada de obviedad. - No sé gaélico, es un idioma dificilísimo, pero sé muchas palabras. Y, repito, un niño Ravenclaw cuyo lugar favorito del mundo es el taller de su abuelo, y que iba señalando con el dedo todo lo que veía para que se lo tradujese, sabe decir "una verdadera mesa de trabajo". No es de los términos más difíciles. - Rodó los ojos mientras se hacía con el mapa de las estrellas, mascullando. - No como "destilador de esencias", que tan pronto lo escuché lo deseché de mi memoria. - Extendió el mapa y fue narrando. - Los elfos son suspicaces, celosos de lo suyo y muy vanidosos. ¿Me equivoco? - Para nada. - Aseguró Nancy. Asintió. - Si de lo que se trata es de regalarles muchísimo el oído para que nos den más pistas, dejádmelo a mí. Intentemos buscar esto por nuestra cuenta, pero en caso de necesitar hablar con ellos, podría convencerles. - Las miró y arqueó las cejas, inexpresivo. - Porque, a veces, ser innecesariamente zalamero resulta que sirve para algo. - Y volvió al mapa con mucha dignidad. Le tenían que matar para que no lanzara un tirito por haberse metido con él con lo del guiso.
- La estrella polar. - Señaló el mapa con un índice, y con la otra mano, sacó la varita. - Si se encuentra aquí... - Miró hacia arriba y pensó unos segundos. - Hmmm... - Volvió al mapa. Con la varita, apuntó a la estrella e, inmediatamente, unos números flotantes emergieron alrededor de ella. - ¿A qué hora suele anochecer aquí? - Nancy miró a su reloj. - A las cuatro y cuarto aproximadamente, a y veinte ya estará el sol totalmente escondido. Faltan... - Dos horas y media. - Resolvió Marcus, haciendo una pensativa mueca con la boca. Seguía mirando el mapa. - Estas coordenadas son de noche profunda. Medianoche. Hay demasiadas horas en medio. Por no hablar de que sería mejor hallar la piedra de día. - Alzó el cuello y miró a su alrededor. - ¿Habrá mucha diferencia en el brillo de la estrella con tantas horas de por medio? - Puede. Pero si nos acercamos a ese lugar, digo yo que estaremos tan cerca. - ¿Y sabes orientarte con estas coordenadas? - Nancy puso una sonrisilla. - Soy irlandesa. Para nosotros no es todo el campo igual, inglesitos. - Dijo burlona, pero Marcus miró a Alice divertido y, con una sonrisa, recogieron los mapas y siguieron a la chica.
Las coordenadas señalaban al otro lado de una de las laderas que no habían llegado aún a visitar, porque aquello tenía más colinas de lo que pudiera parecer a simple vista. Esa zona era un tanto más escarpadas, con más salientes y rocas, y los tres iban con mil ojos. Una mesa de trabajo... Por supuesto que no esperaba encontrar una mesa como tal, tendría que ser algo metafórico, pero ¿qué? Estaban mirando cada piedra, cada tronco y cada trozo de terreno con más o menos vegetación y ya habían consumido cuarenta y cinco minutos de las dos y media que tenían hasta que la noche les cayera encima sin tregua y hasta casi las nueve de la mañana del día siguiente. Irlanda y sus casi inexistentes horas de sol durante el invierno, y solo iría a peor hasta que llegara la primavera. Si no estaban encontrando nada a plena luz del día, dudaba que tuvieran mucho más éxito de noche.
Estaba ya más paseando que caminando eufórico por hallar algo, porque empezaba a intuir que en el caminar entusiasta de los tres estaban pasando de largo el sitio real. O eso, o no estaba allí, porque se habían recorrido la ladera de cabo a rabo varias veces sin encontrar nada. Y entonces se fijó: había un pequeño pedregal al que había que acceder descendiendo un par de metros por un terraplén, y que apenas parecía un conjunto de rocas aleatorias. Los tres habían pasado de largo de allí, mirándolo y dando por hecho que solo eran echo: un puñado de rocas dispuestas aleatoriamente. Pero no eran todas iguales. Agudizó la mirada y detectó unas en disposición sospechosa. Marcus no era nada hábil, no le apetecía descender ese terraplén, porque él no tenía nada de... Gryffindor. Pensó, viéndolo claro. Solo un Gryffindor pondría algo en mitad de un desorden y teniendo que acceder bajando un terraplén. Y lo bajó sin pensárselo, derrapando y tropezando un poco, pero con tanta fijación que llegó directo al lugar del que sus ojos no se despegaban. - ¡Está aquí! - Gritó, mirando las piedras, alucinado. Lo había encontrado. Se giró y gritó más fuertes, porque no sabía si las chicas iban a poder verle desde donde se encontraba. - ¡¡ESTÁ AQUÍ!! - Oyó los pasos que se acercaban y volvió a girarse al lugar. Dos toscas piedras soportaban una tercera plana y lisa, y bajo esta, un agujero circular cuyo fondo no alcanzaba a ver desde allí. La mesa de trabajo y el pozo. Tenían el sitio.
Nada, no encontraban nada. Todo era prado y más prados, alguna que otra roca suelta y poco más. Soltó aire por la nariz y leyó por encima del hombro de su prima los papeles. - Eso intento buscar, signos de un poblado. Aunque sea restos de una hoguera, tierra removida, ruinas. Algo. - Y entonces, Alice sí que detectó algo, y ella corrió hacia allá con los otros dos tras sus pasos. Eso sí, iba a necesitar un poco de la genialidad marca William Gallia para entender qué había visto su novia ahí, aunque, haciendo un esfuerzo, podía llegar a entender la línea de pensamiento. Claro, porque es un círculo de piedras, que son celtas, e invocan al tiempo, como el tiempo que hace que... Esto no tiene sentido. Estaba pecando de demasiada mente racional y práctica y algo le decía que esas habilidades con las leyendas no eran muy útiles. Claramente era más útil la visión ampliada de Alice. Porque, para su asombro, encontró el sitio.
Puso los ojos como platos y miró a su novia cuando vio los elfos aparecer. ¿¿En serio?? ¿¿Elfos de verdad allí?? Pensó que estaban buscando una runa tallada, ¡no verdaderos elfos! No daba crédito. Y antes de poder reaccionar, su novia se estaba yendo de la lengua, así que en un instinto de protección (más del misterio de la investigación que de ella, para ser sinceros) puso suavemente una mano en su brazo como si quisiera que diera un paso atrás. No des tanta información sin filtro, pensó, que no quería que le escucharan los elfos, vaya que entendieran el inglés. Pero su novia estaba tan contenta y emocionada que no insistió, en lo que él seguía en shock mirando a las criaturas. - Aún no me lo puedo creer. - Susurró de vuelta.
Atendió con todos sus sentidos más despiertos que nunca al relato de Nancy sobre la conversación, aunque miraba de reojo la zona, si bien los elfos se habían escondido totalmente y no había ya ni rastro de ellos. Arqueó una ceja. Que Eire "vivía allí con ellos". Vamos, lo que le faltaba. Eso es que tienen la reliquia de Eire, pensó, pero se abstuvo de decirlo en voz alta, que ya no se fiaba de ser oído. La frase de Nancy hizo que la de Alice prácticamente no la oyera, porque se había quedado pensativo, mirando a la nada, y tras unos segundos de silencio, dijo. - Nos creerán. - La llevó y esbozó una sonrisa ladina. - Si llevamos pruebas. - Las reliquias, básicamente. Y no era tonto, sabía que no podían pasearlas como si fueran un circo. Pero algo harían. Iba a mostrar las pruebas de aquello como que se llamaba Marcus O'Donnell.
Dicho eso, esbozó su mejor sonrisa y dijo con tono cantarín. - An tábla oibre fíor! - Y empezó a caminar, añadiendo. - ¡No puedo esperar para verla! - Y se alejó de allí, hacia ningún punto concreto, solo quería alejarse. Notaba la extrañeza de las dos chicas mientras le seguían, y cuando se hubo alejado lo suficiente, miró hacia atrás para comprobar que los elfos no habían salido tras ellos (pero un par de ojillos se habían asomado a mirar tras su alegato, aunque volvieron a esconderse al marcharse) y habló. - Si vamos a trazar una estrategia para encontrar reliquias protegidas, casi que mejor que no nos oigan. - ¿Hablas gaélico? - Preguntó Nancy. La miró con una ceja arqueada. - ¿Conoces de algo a mi abuela? ¿Y a un niño Ravenclaw que nunca deja de preguntar? - Soltó una carcajada de obviedad. - No sé gaélico, es un idioma dificilísimo, pero sé muchas palabras. Y, repito, un niño Ravenclaw cuyo lugar favorito del mundo es el taller de su abuelo, y que iba señalando con el dedo todo lo que veía para que se lo tradujese, sabe decir "una verdadera mesa de trabajo". No es de los términos más difíciles. - Rodó los ojos mientras se hacía con el mapa de las estrellas, mascullando. - No como "destilador de esencias", que tan pronto lo escuché lo deseché de mi memoria. - Extendió el mapa y fue narrando. - Los elfos son suspicaces, celosos de lo suyo y muy vanidosos. ¿Me equivoco? - Para nada. - Aseguró Nancy. Asintió. - Si de lo que se trata es de regalarles muchísimo el oído para que nos den más pistas, dejádmelo a mí. Intentemos buscar esto por nuestra cuenta, pero en caso de necesitar hablar con ellos, podría convencerles. - Las miró y arqueó las cejas, inexpresivo. - Porque, a veces, ser innecesariamente zalamero resulta que sirve para algo. - Y volvió al mapa con mucha dignidad. Le tenían que matar para que no lanzara un tirito por haberse metido con él con lo del guiso.
- La estrella polar. - Señaló el mapa con un índice, y con la otra mano, sacó la varita. - Si se encuentra aquí... - Miró hacia arriba y pensó unos segundos. - Hmmm... - Volvió al mapa. Con la varita, apuntó a la estrella e, inmediatamente, unos números flotantes emergieron alrededor de ella. - ¿A qué hora suele anochecer aquí? - Nancy miró a su reloj. - A las cuatro y cuarto aproximadamente, a y veinte ya estará el sol totalmente escondido. Faltan... - Dos horas y media. - Resolvió Marcus, haciendo una pensativa mueca con la boca. Seguía mirando el mapa. - Estas coordenadas son de noche profunda. Medianoche. Hay demasiadas horas en medio. Por no hablar de que sería mejor hallar la piedra de día. - Alzó el cuello y miró a su alrededor. - ¿Habrá mucha diferencia en el brillo de la estrella con tantas horas de por medio? - Puede. Pero si nos acercamos a ese lugar, digo yo que estaremos tan cerca. - ¿Y sabes orientarte con estas coordenadas? - Nancy puso una sonrisilla. - Soy irlandesa. Para nosotros no es todo el campo igual, inglesitos. - Dijo burlona, pero Marcus miró a Alice divertido y, con una sonrisa, recogieron los mapas y siguieron a la chica.
Las coordenadas señalaban al otro lado de una de las laderas que no habían llegado aún a visitar, porque aquello tenía más colinas de lo que pudiera parecer a simple vista. Esa zona era un tanto más escarpadas, con más salientes y rocas, y los tres iban con mil ojos. Una mesa de trabajo... Por supuesto que no esperaba encontrar una mesa como tal, tendría que ser algo metafórico, pero ¿qué? Estaban mirando cada piedra, cada tronco y cada trozo de terreno con más o menos vegetación y ya habían consumido cuarenta y cinco minutos de las dos y media que tenían hasta que la noche les cayera encima sin tregua y hasta casi las nueve de la mañana del día siguiente. Irlanda y sus casi inexistentes horas de sol durante el invierno, y solo iría a peor hasta que llegara la primavera. Si no estaban encontrando nada a plena luz del día, dudaba que tuvieran mucho más éxito de noche.
Estaba ya más paseando que caminando eufórico por hallar algo, porque empezaba a intuir que en el caminar entusiasta de los tres estaban pasando de largo el sitio real. O eso, o no estaba allí, porque se habían recorrido la ladera de cabo a rabo varias veces sin encontrar nada. Y entonces se fijó: había un pequeño pedregal al que había que acceder descendiendo un par de metros por un terraplén, y que apenas parecía un conjunto de rocas aleatorias. Los tres habían pasado de largo de allí, mirándolo y dando por hecho que solo eran echo: un puñado de rocas dispuestas aleatoriamente. Pero no eran todas iguales. Agudizó la mirada y detectó unas en disposición sospechosa. Marcus no era nada hábil, no le apetecía descender ese terraplén, porque él no tenía nada de... Gryffindor. Pensó, viéndolo claro. Solo un Gryffindor pondría algo en mitad de un desorden y teniendo que acceder bajando un terraplén. Y lo bajó sin pensárselo, derrapando y tropezando un poco, pero con tanta fijación que llegó directo al lugar del que sus ojos no se despegaban. - ¡Está aquí! - Gritó, mirando las piedras, alucinado. Lo había encontrado. Se giró y gritó más fuertes, porque no sabía si las chicas iban a poder verle desde donde se encontraba. - ¡¡ESTÁ AQUÍ!! - Oyó los pasos que se acercaban y volvió a girarse al lugar. Dos toscas piedras soportaban una tercera plana y lisa, y bajo esta, un agujero circular cuyo fondo no alcanzaba a ver desde allí. La mesa de trabajo y el pozo. Tenían el sitio.
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Ivanka
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Hijos de las estrellas Con Marcus | En Irlanda | 10 de diciembre de 2002 |
Tuvo que parpadear cuando su novio empezó a hablar en gaélico. No, que ahora resultaba que había sabido gaélico todo ese tiempo, aunque fuera cuatro cosas, y no lo había manifestado. Lo que no hiciera por convencer a aquellos elfos… Si es que por eso había que llevarle, porque ella ya se había lanzado a preguntar y probablemente a ofender a las pobres criaturas. Se tuvo que reír de lo del destilador, mirándole embobada. Nancy rio. — Solo tiene que demostrar inteligencia y soltar una adorabilidad para que te quedes colgada, eh. — Alice rio y asintió, mientras caminaban en dirección a las colinas de nuevo. — Bienvenida a la vida de mis amigos en Hogwarts. No lo puedo evitar, es superior a mí. — Nancy rio un poco por lo bajo. — Así debe ser, supongo… — Iba a preguntarle a qué se refería, pero no tenían tiempo que perder, había que concentrarse en encontrar la mesa antes de que oscureciera.
No obstante, iban a ciegas, porque sin la estrella polar, poco podían medir. — Quizá la prueba es encontrarlo a oscuras… — Reflexionó en voz baja mientras seguían revisando el terreno. Mucha coña con lo de que eran ingleses, pero es que a Alice se le empezaban a agotar los ojos de tantísimo verde, y la presión de la hora no le venía nada bien. Pero, cómo no, su Marcus logró encontrar algo. Se giró para buscarle pero no le vio, así que tuvo que seguir sus gritos. — ¡Mi amor! ¿Qué haces ahí? — Preguntó divertida, en cuanto vio que no se había caído en un accidente. Pero es que encima lo había encontrado. — ¡Es la mesa! — Agarró a Nancy que se iba para abajo sin pensar. — ¡Espera espera, Nancy! ¡Cuidado! — Nada, la mujer iba para allá como loca. Bajaron ambas por el terraplen y Nancy levantó los brazos. — Vale, a partir de aquí: cuidado. Podría haber trampas. — Ah, a partir de aquí, usted perdone, pensó sarcástica, aún sacudiéndose tierra.
Se acercaron los tres a la mesa, sin atreverse a tocar. A primera vista estaba lisa, pero en cuanto miraron por debajo, en la parte más cercana al pozo sí había algo escrito. — ¡No son runas! — Exclamó Alice. Aunque la alegría le duró un segundo, porque lo que había era gaélico, así que estaban en las mismas. Nancy se tumbó en el suelo a leer. Anda que te vas a tumbar tú en el suelo sin más si no fuera por leer esto, se encontró pensando. — ¿Qué pone? — Cuenta la historia de Nuada y la espada, lo de los elfos que os he contado y… Dadme papel, que la vuelapluma lo escriba y luego lo mirarmos bien, que nos vamos a quedar sin luz. — Una delgada y estilizada vuelapluma salió de la mochila de Nancy al ser convocada y se puso a escribir mientras la chica iba leyendo y traduciendo mentalmente. Cuando terminó, salió y dijo. — Dice que la espada está ahí para quien sea digno del clan Ui Néill… Para otros será solo una sombra. Podemos arriesgarnos con una sombra. — Y movió ligeramente la tapa del pozo.
Como si fueran tres lechuzas curiosas, se asomaron por la rendija, Lumos en ristre, pero cuál sería su sorpresa, que no hacía falta. El pozo estaba prácticamente cegado. Nancy empujó un poco más la tapa y el fondo se reveló a menos de medio metro de ellos. Y no solo el fondo. — No me lo puedo creer. — Susurró Alice. Podía sentirla, además de verla, porque aquella espada brillaba como si estuviera nueva, pero es que emanaba poder. — Marcus… Es una espada élfica de verdad… — No “una”. — Corrigió Nancy. — Mira esas runas hechas en rubí… Esa es la espada de Nuada. — Dijo quebrando la voz de la emoción al final. Obviamente, los tres se estaban preguntando dónde estaba la trampa de aquello, cautelosamente, pero al final Alice se lanzó y cogió una piedrecita, lanzándola sobre la espada. Hizo el ruidito al chocar y nada ocurrió. — Cojamos algo más grande, algo parecido a un brazo. — Sugirió Nancy. Cogieron un palo bastante largo y, apartándose como los tres asustones que eran, movieron el palo por dentro del pozo. La madera chocaba de forma efectiva contra la espada, se oía, pero esta no se movía, como si estuviera pegada a la tierra. En vista de que al palo no le pasaba nada, Nancy volvió a asomarse y metió la mano con prudencia. — Estáte preparada, enfermera, por si haces falta. — Alice estaba con la varita en ristre, pero Nancy solo dio un grito ahogado. — No… No puede ser. — Se giró hacia ellos. — No puedo tocarla. — Palpó efectivamente con la mano en lo que parecía la superficie de la espada. — No puedo agarrarla, es como si fuera un espejismo. — Alice se miró con Marcus y metió la mano, no pudiendo reprimir la misma reacción. Qué sensación tan tremendamente extraña.
Ahora sí que se quedaban sin ideas y sin luz. — ¿No has dicho algo de que hay que ser digno de algo? — Preguntó mientras ambas se alejaban del pozo por si acaso. Nancy cogió los papeles y leyó. — Sí, de los Ui Néill… Y salen por ahí también… ¡Aquí! Los Ui Néill fuimos los primeros reyes de Irlanda y así protegemos a nuestro señor Nuada. — Leyó Nancy. — Solo ante el símbolo de los Ui Néill la reliquia se revelará. — La mujer suspiró. — Los O’Neill, que diríamos hoy en día. ¿Vamos a tener que buscar a un O’Neill y traerlo o qué? Mal asunto. Son gente bruta y de temperamento corto, valen para la batalla pero muy poco para razonar. Por eso probablemente los seleccionaron para preparar la prueba de la espada de Nuada. — Alice arrugó el ceño. — Dice símbolo. Quizá con eso bastaría, seguro que tienen un escudo de clan que llevaban a la guerra como hacen los clanes celtas, ¿no? — Nancy la miró y rio un poco. — De verdad que no estoy acostumbrada a que la gente se lea tanto mis apuntes. — Alice sonrió y se encogió de hombros. — Se hace lo que se puede. ¿Cuál es el escudo de los O’Neill? — Una mano roja… O sea, ensangrentada… — Nancy se asomó de golpe por el pozo y alargó la mano, con el mismo resultado que antes. — ¡Eso es! ¡Alice! ¡Eso es! Hay que coger la espada con la mano ensangrentada. — Por un momento, se alegró, porque era una respuesta perfectísimamente válida… Hasta que se dio cuenta de que había que LLENARSE la mano de sangre… ¿Pero de qué? ¿De animal? ¿De uno mismo? Fuera como fuere iba a haber que conseguir una buena cantidad de sangre… Suspiró y miró a los primos. — Esto hay que pensarlo bien. — Se levantó y se sacudió las palmas de las manos, tendiéndoselas a ambos para hacer lo mismo. — Y lo de Eire. — Suspiró y miró al sol ocultándose. — Y los Ravenclaw pensamos mucho mejor en interiores y con mesa y papeles por delante. —
No obstante, iban a ciegas, porque sin la estrella polar, poco podían medir. — Quizá la prueba es encontrarlo a oscuras… — Reflexionó en voz baja mientras seguían revisando el terreno. Mucha coña con lo de que eran ingleses, pero es que a Alice se le empezaban a agotar los ojos de tantísimo verde, y la presión de la hora no le venía nada bien. Pero, cómo no, su Marcus logró encontrar algo. Se giró para buscarle pero no le vio, así que tuvo que seguir sus gritos. — ¡Mi amor! ¿Qué haces ahí? — Preguntó divertida, en cuanto vio que no se había caído en un accidente. Pero es que encima lo había encontrado. — ¡Es la mesa! — Agarró a Nancy que se iba para abajo sin pensar. — ¡Espera espera, Nancy! ¡Cuidado! — Nada, la mujer iba para allá como loca. Bajaron ambas por el terraplen y Nancy levantó los brazos. — Vale, a partir de aquí: cuidado. Podría haber trampas. — Ah, a partir de aquí, usted perdone, pensó sarcástica, aún sacudiéndose tierra.
Se acercaron los tres a la mesa, sin atreverse a tocar. A primera vista estaba lisa, pero en cuanto miraron por debajo, en la parte más cercana al pozo sí había algo escrito. — ¡No son runas! — Exclamó Alice. Aunque la alegría le duró un segundo, porque lo que había era gaélico, así que estaban en las mismas. Nancy se tumbó en el suelo a leer. Anda que te vas a tumbar tú en el suelo sin más si no fuera por leer esto, se encontró pensando. — ¿Qué pone? — Cuenta la historia de Nuada y la espada, lo de los elfos que os he contado y… Dadme papel, que la vuelapluma lo escriba y luego lo mirarmos bien, que nos vamos a quedar sin luz. — Una delgada y estilizada vuelapluma salió de la mochila de Nancy al ser convocada y se puso a escribir mientras la chica iba leyendo y traduciendo mentalmente. Cuando terminó, salió y dijo. — Dice que la espada está ahí para quien sea digno del clan Ui Néill… Para otros será solo una sombra. Podemos arriesgarnos con una sombra. — Y movió ligeramente la tapa del pozo.
Como si fueran tres lechuzas curiosas, se asomaron por la rendija, Lumos en ristre, pero cuál sería su sorpresa, que no hacía falta. El pozo estaba prácticamente cegado. Nancy empujó un poco más la tapa y el fondo se reveló a menos de medio metro de ellos. Y no solo el fondo. — No me lo puedo creer. — Susurró Alice. Podía sentirla, además de verla, porque aquella espada brillaba como si estuviera nueva, pero es que emanaba poder. — Marcus… Es una espada élfica de verdad… — No “una”. — Corrigió Nancy. — Mira esas runas hechas en rubí… Esa es la espada de Nuada. — Dijo quebrando la voz de la emoción al final. Obviamente, los tres se estaban preguntando dónde estaba la trampa de aquello, cautelosamente, pero al final Alice se lanzó y cogió una piedrecita, lanzándola sobre la espada. Hizo el ruidito al chocar y nada ocurrió. — Cojamos algo más grande, algo parecido a un brazo. — Sugirió Nancy. Cogieron un palo bastante largo y, apartándose como los tres asustones que eran, movieron el palo por dentro del pozo. La madera chocaba de forma efectiva contra la espada, se oía, pero esta no se movía, como si estuviera pegada a la tierra. En vista de que al palo no le pasaba nada, Nancy volvió a asomarse y metió la mano con prudencia. — Estáte preparada, enfermera, por si haces falta. — Alice estaba con la varita en ristre, pero Nancy solo dio un grito ahogado. — No… No puede ser. — Se giró hacia ellos. — No puedo tocarla. — Palpó efectivamente con la mano en lo que parecía la superficie de la espada. — No puedo agarrarla, es como si fuera un espejismo. — Alice se miró con Marcus y metió la mano, no pudiendo reprimir la misma reacción. Qué sensación tan tremendamente extraña.
Ahora sí que se quedaban sin ideas y sin luz. — ¿No has dicho algo de que hay que ser digno de algo? — Preguntó mientras ambas se alejaban del pozo por si acaso. Nancy cogió los papeles y leyó. — Sí, de los Ui Néill… Y salen por ahí también… ¡Aquí! Los Ui Néill fuimos los primeros reyes de Irlanda y así protegemos a nuestro señor Nuada. — Leyó Nancy. — Solo ante el símbolo de los Ui Néill la reliquia se revelará. — La mujer suspiró. — Los O’Neill, que diríamos hoy en día. ¿Vamos a tener que buscar a un O’Neill y traerlo o qué? Mal asunto. Son gente bruta y de temperamento corto, valen para la batalla pero muy poco para razonar. Por eso probablemente los seleccionaron para preparar la prueba de la espada de Nuada. — Alice arrugó el ceño. — Dice símbolo. Quizá con eso bastaría, seguro que tienen un escudo de clan que llevaban a la guerra como hacen los clanes celtas, ¿no? — Nancy la miró y rio un poco. — De verdad que no estoy acostumbrada a que la gente se lea tanto mis apuntes. — Alice sonrió y se encogió de hombros. — Se hace lo que se puede. ¿Cuál es el escudo de los O’Neill? — Una mano roja… O sea, ensangrentada… — Nancy se asomó de golpe por el pozo y alargó la mano, con el mismo resultado que antes. — ¡Eso es! ¡Alice! ¡Eso es! Hay que coger la espada con la mano ensangrentada. — Por un momento, se alegró, porque era una respuesta perfectísimamente válida… Hasta que se dio cuenta de que había que LLENARSE la mano de sangre… ¿Pero de qué? ¿De animal? ¿De uno mismo? Fuera como fuere iba a haber que conseguir una buena cantidad de sangre… Suspiró y miró a los primos. — Esto hay que pensarlo bien. — Se levantó y se sacudió las palmas de las manos, tendiéndoselas a ambos para hacer lo mismo. — Y lo de Eire. — Suspiró y miró al sol ocultándose. — Y los Ravenclaw pensamos mucho mejor en interiores y con mesa y papeles por delante. —
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La cara de felicidad de Marcus se desdibujó en el acto cuando Nancy dijo lo de las trampas. Podrías haber avisado antes, pensó, porque en fin, si llega a haber una trampa, cae en ella de cabeza. Comenzaron a observar la mesa con cautela hasta que hallaron unas inscripciones, pero nada de runas: gaélico puro y duro. Y eso no eran términos de cortesía o vocabulario que le hubiera enseñado su abuela, ahí sí que estaba perdido del todo. Afortunadamente estaba Nancy.
Atendió a lo que iba escribiendo la vuelapluma. Muchos de los datos estaban en los apuntes que Nancy le había prestado, pero otros tantos, no. Por ejemplo, lo del clan Ui Néill. La parte asustona de Marcus no veía muy bien eso de "arriesgarse", porque "sombra" también podía significar muchas cosas. De ahí que tuviera una distancia más que prudencial (y procurara que Alice la tuviera también, que no se fiaba nada de su instinto Gallia) cuando abrió la tapa. No tardaron mucho en descubrir, no obstante, que el pozo estaba cegado y sin ningún peligro aparente. Frunció los labios en una especie de mueca frustrada. Ahora tocaba pensar cuál era el siguiente paso, porque estaba convencido de que ese era el sitio. Y una de dos: o les faltaba algo por hacer, o lamentándolo mucho, habría que comunicarle a Nancy que no había tal cosa como unas reliquias que buscar.
Pero toda esta reflexión apenas duró los segundos que su prima tardó en descorrer la tapa. Antes de verla ya sentía algo diferente, algo que le llamaba. Un poder superior. Y segundos después, ahí estaba. No pudo ni hablar, solo abrir la boca y los ojos y quedarse mirando la espada, impactado. Concordaba con Nancy: no era una espada élfica cualquiera, era la espada de Nuada. - Pura magia ancestral. - Susurró. Ya no estaban solo ante una antigua ciencia, rescoldos de un pasado. Estaba ante la prueba física de que seguían existiendo objetos impregnados de magia ancestral. Lo más parecido que había visto a algo así era la llama blanca de los cátaros, y algo le decía que se quedaba bastante lejos.
Casi pega un grito cuando vio a Alice lanzar una piedrecita a la espada, pero su prima encima sugería darle con un palo. - ¿Podemos sopesar nuestras opciones primero? - Sugirió, alzando las palmas. No, no era una opción lo de sopesar opciones al parecer. Igualmente, nada parecía afectar a la espada. - No va a ser tan sencillo... - Susurró, y se tensó tremendamente al ver a su prima meter el brazo. Se frotó la cara, pero una vez más, no ocurrió nada. Salvo el hecho de que la espada no pudiera ser agarrada. - ¿Y si lo es? ¿Y si es un espejismo? - Hipotetizó, pensativo. - Estamos sintiendo su poder, pero puede ser una trampa, como tú has dicho. Algo puesto para engañar. Y que lo que estamos sintiendo sea... algo así como un canto de sirena. - Negó. - Yo no metería más la mano. - Propuso, quedando como advertencia de paso. Desde luego que si aquello iba de meter la mano en un pozo, sin duda estaba para Gryffindors.
Leyó junto a su prima la historia de los Ui Néill. Marcus chasqueó la lengua. - Dudo que sea tan fácil y tan específico como que venga un O'Neill a por ella. Ya lo habrían intentado. - Dudaba que un apellido entero tuviera semejante honor y ninguno se hubiera enterado. Miró a Alice y asintió, porque lo del escudo tenía sentido. Y antes de que pudiera responder a su pregunta (porque eso era parte de lo que él había leído en los apuntes de Nuada), lo hizo Nancy. Eso sí, la resolución de su prima le hizo fruncir el ceño. - ¿En serio? - Preguntó monocorde, y luego bufó. - No puede s... - Se detuvo. ¿Qué iba a decir? ¿Que no podía ser tan simple? ¿Una reliquia claramente de un Gryffindor que, a más señas, era una espada? ¿Una espada en el fondo de un pozo, bajo piedras que podrían triturarte el brazo si se te caen encima, bajo un terraplén escarpado, y símbolo del clan de los guerreros, no podía ser agarrada por una mano llena de sangre? Soltó aire por la nariz. - Definitivamente, es eso. - Debería sonar más alegre y orgulloso de su novia, si no fuera por lo decepcionante que le resultaba que la primera reliquia tuviera que obtenerse de una forma tan básica. Confiaría el ingenio en las de Lugh y Folda.
Pero Alice tenía razón, había que pensárselo. Se trasladaron de nuevo a donde se hospedaban, siendo recibidos por el mismo mesero amable, solo que ahora Marcus tenía tal mezcla de sensaciones contradictorias que no fue tan espléndido con la oratoria. Pero se llevó un cuenquito de guiso igualmente, para templar el cuerpo. En la habitación hacía bastante frío para no ser tan tarde, y tras ponerse cómodos y arrebujarse en diversas mantas, se hallaron una vez más concentrados ante los papeles. - No había ninguna especificación a de qué tipo debía ser la sangre ¿verdad? - Rodó los ojos. - Y, por favor, no me vayas a decir algo así como "del enemigo". - Nancy soltó una risita. Se la veía bastante contenta, exultante, diría. - De hecho, pone exactamente eso en los textos. ¿No hay nadie en Hogwarts a quien le tuvierais manía? - Marcus la miró con cara de circunstancias, lo que hizo que la chica riera más. - Vale, va en serio. Podemos valorar otras opciones, pero es altamente probable que la espada solo se muestre corpóreamente ante una mano ensangrentada. ¿Voluntarios? - ¿Para qué? ¿Para matar un animal del bosque o para sacarnos la sangre? - Bufó. - Mira, una solución bien sencilla: en el taller tenemos sangre de salamandra... - No voy a volverme a Ballyknow ahora, Marcus. Y menos a pedir ingredientes a tu abuelo para mis leyendas. - El chico la miró, parpadeando. - No tardamos nada en llegar mediante aparición. Y mi abuelo... - Preferiría no robar los recursos de nadie. - Detuvo Nancy, con un tono entre tenso y suplicante. Vale, Marcus veía por dónde iba. - También son mis recursos. - Arqueó una ceja y dijo, irónico. - Como mi sangre, dicho sea de paso, si es la que pretendes utilizar. - Hablo en serio, Marcus. Además, ¿cuánto tiempo lleva embotellada la sangre de tu taller? Lo ideal es que sea una sangre lo más... viva posible, por así decirlo. - Vamos, que uno de los tres iba a tener que dar la suya, y como para llenar una mano entera. No lo veía nada claro.
Atendió a lo que iba escribiendo la vuelapluma. Muchos de los datos estaban en los apuntes que Nancy le había prestado, pero otros tantos, no. Por ejemplo, lo del clan Ui Néill. La parte asustona de Marcus no veía muy bien eso de "arriesgarse", porque "sombra" también podía significar muchas cosas. De ahí que tuviera una distancia más que prudencial (y procurara que Alice la tuviera también, que no se fiaba nada de su instinto Gallia) cuando abrió la tapa. No tardaron mucho en descubrir, no obstante, que el pozo estaba cegado y sin ningún peligro aparente. Frunció los labios en una especie de mueca frustrada. Ahora tocaba pensar cuál era el siguiente paso, porque estaba convencido de que ese era el sitio. Y una de dos: o les faltaba algo por hacer, o lamentándolo mucho, habría que comunicarle a Nancy que no había tal cosa como unas reliquias que buscar.
Pero toda esta reflexión apenas duró los segundos que su prima tardó en descorrer la tapa. Antes de verla ya sentía algo diferente, algo que le llamaba. Un poder superior. Y segundos después, ahí estaba. No pudo ni hablar, solo abrir la boca y los ojos y quedarse mirando la espada, impactado. Concordaba con Nancy: no era una espada élfica cualquiera, era la espada de Nuada. - Pura magia ancestral. - Susurró. Ya no estaban solo ante una antigua ciencia, rescoldos de un pasado. Estaba ante la prueba física de que seguían existiendo objetos impregnados de magia ancestral. Lo más parecido que había visto a algo así era la llama blanca de los cátaros, y algo le decía que se quedaba bastante lejos.
Casi pega un grito cuando vio a Alice lanzar una piedrecita a la espada, pero su prima encima sugería darle con un palo. - ¿Podemos sopesar nuestras opciones primero? - Sugirió, alzando las palmas. No, no era una opción lo de sopesar opciones al parecer. Igualmente, nada parecía afectar a la espada. - No va a ser tan sencillo... - Susurró, y se tensó tremendamente al ver a su prima meter el brazo. Se frotó la cara, pero una vez más, no ocurrió nada. Salvo el hecho de que la espada no pudiera ser agarrada. - ¿Y si lo es? ¿Y si es un espejismo? - Hipotetizó, pensativo. - Estamos sintiendo su poder, pero puede ser una trampa, como tú has dicho. Algo puesto para engañar. Y que lo que estamos sintiendo sea... algo así como un canto de sirena. - Negó. - Yo no metería más la mano. - Propuso, quedando como advertencia de paso. Desde luego que si aquello iba de meter la mano en un pozo, sin duda estaba para Gryffindors.
Leyó junto a su prima la historia de los Ui Néill. Marcus chasqueó la lengua. - Dudo que sea tan fácil y tan específico como que venga un O'Neill a por ella. Ya lo habrían intentado. - Dudaba que un apellido entero tuviera semejante honor y ninguno se hubiera enterado. Miró a Alice y asintió, porque lo del escudo tenía sentido. Y antes de que pudiera responder a su pregunta (porque eso era parte de lo que él había leído en los apuntes de Nuada), lo hizo Nancy. Eso sí, la resolución de su prima le hizo fruncir el ceño. - ¿En serio? - Preguntó monocorde, y luego bufó. - No puede s... - Se detuvo. ¿Qué iba a decir? ¿Que no podía ser tan simple? ¿Una reliquia claramente de un Gryffindor que, a más señas, era una espada? ¿Una espada en el fondo de un pozo, bajo piedras que podrían triturarte el brazo si se te caen encima, bajo un terraplén escarpado, y símbolo del clan de los guerreros, no podía ser agarrada por una mano llena de sangre? Soltó aire por la nariz. - Definitivamente, es eso. - Debería sonar más alegre y orgulloso de su novia, si no fuera por lo decepcionante que le resultaba que la primera reliquia tuviera que obtenerse de una forma tan básica. Confiaría el ingenio en las de Lugh y Folda.
Pero Alice tenía razón, había que pensárselo. Se trasladaron de nuevo a donde se hospedaban, siendo recibidos por el mismo mesero amable, solo que ahora Marcus tenía tal mezcla de sensaciones contradictorias que no fue tan espléndido con la oratoria. Pero se llevó un cuenquito de guiso igualmente, para templar el cuerpo. En la habitación hacía bastante frío para no ser tan tarde, y tras ponerse cómodos y arrebujarse en diversas mantas, se hallaron una vez más concentrados ante los papeles. - No había ninguna especificación a de qué tipo debía ser la sangre ¿verdad? - Rodó los ojos. - Y, por favor, no me vayas a decir algo así como "del enemigo". - Nancy soltó una risita. Se la veía bastante contenta, exultante, diría. - De hecho, pone exactamente eso en los textos. ¿No hay nadie en Hogwarts a quien le tuvierais manía? - Marcus la miró con cara de circunstancias, lo que hizo que la chica riera más. - Vale, va en serio. Podemos valorar otras opciones, pero es altamente probable que la espada solo se muestre corpóreamente ante una mano ensangrentada. ¿Voluntarios? - ¿Para qué? ¿Para matar un animal del bosque o para sacarnos la sangre? - Bufó. - Mira, una solución bien sencilla: en el taller tenemos sangre de salamandra... - No voy a volverme a Ballyknow ahora, Marcus. Y menos a pedir ingredientes a tu abuelo para mis leyendas. - El chico la miró, parpadeando. - No tardamos nada en llegar mediante aparición. Y mi abuelo... - Preferiría no robar los recursos de nadie. - Detuvo Nancy, con un tono entre tenso y suplicante. Vale, Marcus veía por dónde iba. - También son mis recursos. - Arqueó una ceja y dijo, irónico. - Como mi sangre, dicho sea de paso, si es la que pretendes utilizar. - Hablo en serio, Marcus. Además, ¿cuánto tiempo lleva embotellada la sangre de tu taller? Lo ideal es que sea una sangre lo más... viva posible, por así decirlo. - Vamos, que uno de los tres iba a tener que dar la suya, y como para llenar una mano entera. No lo veía nada claro.
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No, a Marcus no le iba a gustar nada aquello. Ni aunque estuvieran en la posada de vuelta, abrigaditos y cenando iba a convencerle de lo que se le estaba ocurriendo. Y Nancy no tardó mucho en darse cuenta con el rifirrafe que trajo con Marcus, mientras ella miraba al fuego, intentando pensar. — Lo de los enemigos no valdría, igualmente. Un guerrero valiente no se caracteriza por la sangre que derrama de otro, sino por lo dispuesto que está a derramar la suya propia. — Los dos la miraron con circunstancias y ella puso cara de evidencia. — Pensamiento Gryffindor, ¿recordáis? — Se rodeó los brazos, mientras seguía pensando. — Pero nosotros siempre logramos superar las gryffindoradas pensando… Dándole otra vuelta. — Se llevó la mano a los labios mientras seguía reflexionando. — Nancy tiene razón, esa sangre de salamandra lleva de todo para estar conservada… —
Se levantó y empezó a andar por la habitación. — Por lo que sabemos hasta ahora, la magia ancestral funciona como la alquimia, así que reaccionará al detectar la esencia de la sangre. — Pero ¿cuál es la esencia de la sangre? — Preguntó Nancy. — ¿El hierro? ¿El sodio? La enfermera eres tú. — Alice suspiró y negó con la cabeza. — No sabría decirte… Si algo sé es que… Simplemente juntar elementos químicos no da lugar a la vida. — Y lo sé porque eso sería llegar a crear vida y ese es el tabú ancestral y no se puede romper, pensó, con un nudo en la boca del estómago. Y entonces separó la mano de sus labios y se miró los dedos, pensando. — Pero ¿y si…? — Estaba intentando darle sentido a lo que se le había ocurrido. — Una gota de sangre sí que contendría la esencia, ¿no? No estaríamos inventando nada. — Alice, no te vas a rajar la mano hasta ensangrentártela. — Dijo Nancy. — Noooo… — Resopló. — No, pero con una gota valdría. — Miró a Marcus. — ¿Podrías transmutar una gota de mi sangre en una jarra de agua? Estaría debilitada, pero si en vez de una disolución haces una conjunción de mi sangre con todo ese agua… Puedo mojarme la mano entera, y sería mi propia sangre, no estaría haciendo trampas. — Nancy estaba a punto de protestar, pero su expresión cambió. — Pues… Puede que funcione… Es… Oye, tiene hasta sentido. — Miró a Marcus y vio la mala cara. — Mi amor, sangro mucho más que un pinchacito mínimo una vez al mes. Y voy a ser enfermera, mal asunto si no fuera capaz de mancharme la mano entera con sangre. — Suspiró y dejó caer los brazos. — Soy la única que tiene un porcentaje Gryffindor de aquí, y confío más en tu habilidad que en la mía para transmutar líquidos. Si no funciona… Probamos otra cosa. — Nancy se giró a su primo. — Yo lo veo. No tenemos nada mejor. — Se mordió los labios. — ¿Y con Eire y los elfos qué hacemos? —
Se levantó y empezó a andar por la habitación. — Por lo que sabemos hasta ahora, la magia ancestral funciona como la alquimia, así que reaccionará al detectar la esencia de la sangre. — Pero ¿cuál es la esencia de la sangre? — Preguntó Nancy. — ¿El hierro? ¿El sodio? La enfermera eres tú. — Alice suspiró y negó con la cabeza. — No sabría decirte… Si algo sé es que… Simplemente juntar elementos químicos no da lugar a la vida. — Y lo sé porque eso sería llegar a crear vida y ese es el tabú ancestral y no se puede romper, pensó, con un nudo en la boca del estómago. Y entonces separó la mano de sus labios y se miró los dedos, pensando. — Pero ¿y si…? — Estaba intentando darle sentido a lo que se le había ocurrido. — Una gota de sangre sí que contendría la esencia, ¿no? No estaríamos inventando nada. — Alice, no te vas a rajar la mano hasta ensangrentártela. — Dijo Nancy. — Noooo… — Resopló. — No, pero con una gota valdría. — Miró a Marcus. — ¿Podrías transmutar una gota de mi sangre en una jarra de agua? Estaría debilitada, pero si en vez de una disolución haces una conjunción de mi sangre con todo ese agua… Puedo mojarme la mano entera, y sería mi propia sangre, no estaría haciendo trampas. — Nancy estaba a punto de protestar, pero su expresión cambió. — Pues… Puede que funcione… Es… Oye, tiene hasta sentido. — Miró a Marcus y vio la mala cara. — Mi amor, sangro mucho más que un pinchacito mínimo una vez al mes. Y voy a ser enfermera, mal asunto si no fuera capaz de mancharme la mano entera con sangre. — Suspiró y dejó caer los brazos. — Soy la única que tiene un porcentaje Gryffindor de aquí, y confío más en tu habilidad que en la mía para transmutar líquidos. Si no funciona… Probamos otra cosa. — Nancy se giró a su primo. — Yo lo veo. No tenemos nada mejor. — Se mordió los labios. — ¿Y con Eire y los elfos qué hacemos? —
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La cara de hastío con la que debió mirar a Alice cuando dijo lo de la sangre propia valió para que ella especificara lo del pensamiento Gryffindor, y lo peor es que tenía razón. Lo de la esencia de la sangre le gustó más, y ya estaba pensando a toda velocidad, porque dudaba que fuera tan sencillo engañar a la reliquia de un dios, y además y tal y como decía su novia, la vida no podía ser simulada solo por combinar ciertos elementos. Soltó aire por la nariz, pensando. Pero igual que sentía una fuerza diferente ante la presencia de las reliquias, también sentía cuando el cerebro de un Gallia acababa de iluminarse. Sobre todo, el cerebro de su Gallia.
La miró con las cejas arqueadas y se vio venir la propuesta antes de que ella la terminara. - No. - Dijo de inmediato, negando, como si eso fuera a servir de algo. Era no conocer a Alice de nada. De ninguna manera iba a permitir que su novia derramara su sangre, antes lo hacía él, y Nancy estaba de acuerdo. Y la cara que se le quedó ante la propuesta de su novia era un cuadro. - ¿Pretendes que sea YO quien transmute TU sangre? - Preguntó, con profunda confusión y la mano en el pecho. Parpadeó. - ¿En serio? - Soltó un jadeo. - De ninguna manera. Alice, por Dios, parece mentira que me pidas estas cosas. - Escalofríos le daban por todo el cuerpo.
Pero al parecer la decisión estaba tomadísima, para su gran indignación. Y los datos añadidos de Alice no ayudaban nada, solo aumentaban su cara de espanto. - ¡Gracias! ¡Eso me tranquiliza enormemente! - Dijo, sarcástico. - Pues si es un pinchacito de nada, puedo hacerlo también yo. - Nancy le miró con ternura. - No te ofendas, primo... - A ver lo que iba a decir. - Pero prefiero probar con la de ella. Es la reliquia de Nuada, y claramente Alice es más valiente que tú. - Se encogió de hombros. - Igual eso también lo detecta. - ¡Eso no tiene ninguna base científica! - Dijo indignado, alzando los brazos y con una cara de ofensa tal que verle daba más risa que miedo. Pero nada, ahí él ya ni pinchaba ni cortaba. Nunca mejor dicho, porque su labor no iba a ser ni pinchar ni cortar, más bien transmutar. Nunca pensó que le generaría tanto rechazo una transmutación.
Estaba él ahora como para pensar en la reliquia de Eire, cuando aún intentaba buscar soluciones alternativas a lo de la espada, pero lo cierto era que no encontraba muchas. Se pasaron un buen rato en espesos silencios y dando palos de ciego, hasta que Nancy suspiró. - Creo que... sería mejor descansar. Aún es temprano, pero bueno. Podemos cenar tranquilamente, despejarnos y acostarnos pronto, y así mañana, nada más amanezca, podemos empezar, bien descansados y con la cabeza despejada. - Pues sí, parecía la mejor opción.
Ya en su habitación con Alice, llevaba un buen rato con la mirada perdida en el fuego, demasiado pensativo hasta para ser él. - Alice... - Empezó. A ver cómo abordaba esa cuestión. - Tranquila, no voy a volver a insistir en lo de la espada. He dado esa batalla por perdida, nunca mejor dicho. - Tragó saliva. - Es... - Meditó, mojándose los labios. - ¿Qué sientes cuando...? Bueno ¿qué has sentido tú al estar... cerca de las reliquias? Hoy con la espada y el otro día cerca del trono. -
La miró con las cejas arqueadas y se vio venir la propuesta antes de que ella la terminara. - No. - Dijo de inmediato, negando, como si eso fuera a servir de algo. Era no conocer a Alice de nada. De ninguna manera iba a permitir que su novia derramara su sangre, antes lo hacía él, y Nancy estaba de acuerdo. Y la cara que se le quedó ante la propuesta de su novia era un cuadro. - ¿Pretendes que sea YO quien transmute TU sangre? - Preguntó, con profunda confusión y la mano en el pecho. Parpadeó. - ¿En serio? - Soltó un jadeo. - De ninguna manera. Alice, por Dios, parece mentira que me pidas estas cosas. - Escalofríos le daban por todo el cuerpo.
Pero al parecer la decisión estaba tomadísima, para su gran indignación. Y los datos añadidos de Alice no ayudaban nada, solo aumentaban su cara de espanto. - ¡Gracias! ¡Eso me tranquiliza enormemente! - Dijo, sarcástico. - Pues si es un pinchacito de nada, puedo hacerlo también yo. - Nancy le miró con ternura. - No te ofendas, primo... - A ver lo que iba a decir. - Pero prefiero probar con la de ella. Es la reliquia de Nuada, y claramente Alice es más valiente que tú. - Se encogió de hombros. - Igual eso también lo detecta. - ¡Eso no tiene ninguna base científica! - Dijo indignado, alzando los brazos y con una cara de ofensa tal que verle daba más risa que miedo. Pero nada, ahí él ya ni pinchaba ni cortaba. Nunca mejor dicho, porque su labor no iba a ser ni pinchar ni cortar, más bien transmutar. Nunca pensó que le generaría tanto rechazo una transmutación.
Estaba él ahora como para pensar en la reliquia de Eire, cuando aún intentaba buscar soluciones alternativas a lo de la espada, pero lo cierto era que no encontraba muchas. Se pasaron un buen rato en espesos silencios y dando palos de ciego, hasta que Nancy suspiró. - Creo que... sería mejor descansar. Aún es temprano, pero bueno. Podemos cenar tranquilamente, despejarnos y acostarnos pronto, y así mañana, nada más amanezca, podemos empezar, bien descansados y con la cabeza despejada. - Pues sí, parecía la mejor opción.
Ya en su habitación con Alice, llevaba un buen rato con la mirada perdida en el fuego, demasiado pensativo hasta para ser él. - Alice... - Empezó. A ver cómo abordaba esa cuestión. - Tranquila, no voy a volver a insistir en lo de la espada. He dado esa batalla por perdida, nunca mejor dicho. - Tragó saliva. - Es... - Meditó, mojándose los labios. - ¿Qué sientes cuando...? Bueno ¿qué has sentido tú al estar... cerca de las reliquias? Hoy con la espada y el otro día cerca del trono. -
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Ya se imaginaba que no le iba a hacer gracia, si le conocía de algo. Pero vamos, contaba con ello. Le dejo escandalizarse, se acercó tranquilamente y tomó su mano. — Mi amor, eres mucho mejor alquimista que yo. Una gota de mi sangre es, literalmente, nada para mí. Y puede significar que consigamos una reliquia ancestral de Irlanda… ¿De verdad te parece mucho pedir? — ¿Y tú quieres hacerme pasar por un parto o es que crees que el niño se aparece en la cuna sin hacer daño ni manchar nada? Pensó. Pero estaba intentando convencer a su novio, no iniciar una discusión innecesaria.
Pero discusión iniciaron igualmente, al menos una intelectual en la que no daban mano con quaffle con lo de la reliquia de Eire, y al final estaban entrando en uno de esos bucles de obcecación Ravenclaw que conocía demasiado bien. Cuando Nancy sugirió aquello, Alice se levantó con un suspiro y una sonrisa y se acercó a la chica. — Hemos avanzado muchísimo, Nancy. — La agarró del hombro y se inclinó con ternura. — Estamos ahí mismo. Mañana lo veremos más claro y… Es posible que tengamos una reliquia. — La chica estrechó su mano. — Descansad. Necesito esos cerebros y esas manos a mi servicio mañana temprano. — Asintió y se fueron a su cuarto.
Como todas las noches, se había duchado, puesto el pijama, lavado los dientes, dispuesto las cosas para el día siguiente, ordenado los papeles… Pero Marcus no había participado en nada de ello, y Alice juraría que él era todavía más rutinario que ella… Pero solo estaba mirando al fuego. — Marcus, mi amor, no te preocupes tanto por… — Pero el chico estaba pensando en otra cosa. Se sentó a su lado y escuchó. Uf, creí que era grave. — Pues he sentido… — Rio un poco. — Un poder mágico inmenso. Es como que sabes que está ahí, que no puedes ignorar el efecto que tiene sobre todo lo que la rodea… Es como… Si pudieras sentir el aire que toca. — Sonrió y se acercó más a él, apoyando la frente sobre la suya. — Sé que te encanta la magia. Eres uno de los magos más poderosos que conozco, así que dime, ¿qué has sentido tú? —
Pero discusión iniciaron igualmente, al menos una intelectual en la que no daban mano con quaffle con lo de la reliquia de Eire, y al final estaban entrando en uno de esos bucles de obcecación Ravenclaw que conocía demasiado bien. Cuando Nancy sugirió aquello, Alice se levantó con un suspiro y una sonrisa y se acercó a la chica. — Hemos avanzado muchísimo, Nancy. — La agarró del hombro y se inclinó con ternura. — Estamos ahí mismo. Mañana lo veremos más claro y… Es posible que tengamos una reliquia. — La chica estrechó su mano. — Descansad. Necesito esos cerebros y esas manos a mi servicio mañana temprano. — Asintió y se fueron a su cuarto.
Como todas las noches, se había duchado, puesto el pijama, lavado los dientes, dispuesto las cosas para el día siguiente, ordenado los papeles… Pero Marcus no había participado en nada de ello, y Alice juraría que él era todavía más rutinario que ella… Pero solo estaba mirando al fuego. — Marcus, mi amor, no te preocupes tanto por… — Pero el chico estaba pensando en otra cosa. Se sentó a su lado y escuchó. Uf, creí que era grave. — Pues he sentido… — Rio un poco. — Un poder mágico inmenso. Es como que sabes que está ahí, que no puedes ignorar el efecto que tiene sobre todo lo que la rodea… Es como… Si pudieras sentir el aire que toca. — Sonrió y se acercó más a él, apoyando la frente sobre la suya. — Sé que te encanta la magia. Eres uno de los magos más poderosos que conozco, así que dime, ¿qué has sentido tú? —
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Hijos de las estrellas Con Alice | En Irlanda | 10 de diciembre de 2002 |
La escuchó, pero tragó saliva. Buscaba la respuesta de Alice por tranquilizarse, pero... no había sido así. Sí, Marcus también había sentido un poder mágico inmenso, que se podía sentir, casi tocar. Pero... sus sensaciones no eran tan... ¿felices? Veía que Alice sonreía, y ese brillo en los ojos de la curiosidad y el nuevo descubrimiento. En él era algo más. E intuía de qué se trataba... pero prefería no dilucidarlo.
Por supuesto, la pregunta le vino de vuelta. Sonrió levemente. - Pues... eso mismo. - Respondió, y amplió la sonrisa, pero debía notársele tensa. Miró al fuego de nuevo y respiró hondo, soltando el aire lentamente. - Siento eso... Eso que dices. Pero... es... No es solo eso. Es algo más. - Se mordió el labio, dejando una pausa. - Es una magia... poderosa. Superior a mí, superior a nadie. Siento como si me... llamara. Y no es simplemente curiosidad o emoción, es... algo a lo que no sé ponerle nombre. - Tragó saliva. - Y me... gusta. Es decir, me gusta la sensación. - Pero me da miedo precisamente eso, que me guste. Porque sentía que era poder sin control. Porque su abuelo le había advertido de lo que la búsqueda de las reliquias podía provocar en la gente.
La miró, sonrió y negó con la cabeza. - No me hagas caso. - Se encogió de hombros. - Ya sabes cómo soy para los delirios de grandeza. Y para darle vueltas a la cabeza sin fin. - Rio levemente, tras lo cual dejó un breve beso en sus labios. - Voy a ponerme el pijama y... vamos a dormir. Mañana nos espera un día muy largo, y Nancy tiene razón: mejor tener la cabeza despejada. - Y, al menos, que él le diera pause a la suya. Aunque iba a ser complicado.
Por supuesto, la pregunta le vino de vuelta. Sonrió levemente. - Pues... eso mismo. - Respondió, y amplió la sonrisa, pero debía notársele tensa. Miró al fuego de nuevo y respiró hondo, soltando el aire lentamente. - Siento eso... Eso que dices. Pero... es... No es solo eso. Es algo más. - Se mordió el labio, dejando una pausa. - Es una magia... poderosa. Superior a mí, superior a nadie. Siento como si me... llamara. Y no es simplemente curiosidad o emoción, es... algo a lo que no sé ponerle nombre. - Tragó saliva. - Y me... gusta. Es decir, me gusta la sensación. - Pero me da miedo precisamente eso, que me guste. Porque sentía que era poder sin control. Porque su abuelo le había advertido de lo que la búsqueda de las reliquias podía provocar en la gente.
La miró, sonrió y negó con la cabeza. - No me hagas caso. - Se encogió de hombros. - Ya sabes cómo soy para los delirios de grandeza. Y para darle vueltas a la cabeza sin fin. - Rio levemente, tras lo cual dejó un breve beso en sus labios. - Voy a ponerme el pijama y... vamos a dormir. Mañana nos espera un día muy largo, y Nancy tiene razón: mejor tener la cabeza despejada. - Y, al menos, que él le diera pause a la suya. Aunque iba a ser complicado.
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Hijos de las estrellas Con Marcus | En Irlanda | 10 de diciembre de 2002 |
Llevaba un rato mirando a Marcus dormido, admirando más bien, a la luz de la luna y el fuego, acariciando sus rizos, admirando los rasgos de su cara… Pasó la mano por su frente con devoción. — No puedo aspirar a entender lo que tienes aquí... — Susurró con amor. — Solo tú sabes a lo que te refieres cuando piensas en tanto poder, en tanta sabiduría... — Se mordió el labio. — Pero a mí... Me da igual. Si cuando cae la noche y nadie nos ve, piel con piel, todo el poder del mundo somos tú y yo... — Se dedicó a mirar su cuerpo desnudo bajo las sábanas y se tiró así un rato, pero temió despertarle, porque era incapaz de parar y al final, por muy agotado que se hubiera quedado su novio, de tanto enredar, lo iba a inquietar. Así que, después de dejar un beso en su sien y dejarlo bien tapado, se levantó y se vistió, abrigándose bien, porque pretendía salir a disfrutar de esa luna tan maravillosa, y a ver si el frío la despejaba un poco de golpe, para encontrar ese cansancio que debería sentir, y volver a la cama.
Salió de la posada, al jardín de detrás y, en un banco, vio a Nancy, envuelta en una manta y con un cuaderno y la vuelapluma al lado. Sonrió y se acercó un poco, hablando bajito para no asustarla. — Tengo que aprender a usar una de esas. Mi hermano de doce años sabe y yo no. — Nancy se giró, un poco sobresaltada y sonrió de medio lado. — Perdona, no quería asustarte. Pero parece que hemos tenido la misma idea. — Nunca había visto a la chica con el pelo suelto, y así, tal como estaba allí, se le antojaba una compañera de Hogwarts. — Ya lo veo. Me sorprende. Pensé que las parejas aprovechabais estas horas para lo que no hacéis durante el día. — Alice se rio y enrojeció un poco, sentándose a su lado. — ¿Y tú para qué las usas? — Nancy se frotó la cara y suspiró. — Para pensar. Para observar y reflexionar, especialmente en días como hoy, que hemos investigado tanto. Son las horas que uso para poner todo en pie… Bueno, y para mirar la luna y las estrellas, que me encantan. —
Ella sonrió y se abrazó las rodillas. — A mí también. La torre de astronomía era de mis sitios favoritos en el mundo. Allí hace mucho viento y eso me encanta. — Le picó en el brazo y le dijo. — A ver si vas a acabar como la princesa Firínne, enamorada de la luna. — Eso hizo reír a Nancy. — ¿También conoces ese cuento? La tía Molly realmente sabe transmitir Irlanda… — Sí y no. Me lo contó Erin, en verdad. Y yo se lo conté a Marcus… Pensando que yo era Firínne y al final… Me iría con la luna, que esperaría hasta morirme a que viniera por mí… — Su prima hizo una pedorreta. — ¿En qué momento te planteaste tal cosa? — Alice rio y se frotó la cara. — No era tan obvio ¿vale? No para mí. Pensé que yo no… No podría, no debería amar a alguien como Marcus. — Alzó las cejas y desvió la vista. — Creía que le metería en demasiados líos, que yo solo traía problemas y… No iba tan desencaminada, le he traído muchos problemas. Y también pensaba que no se debía amar como amamos los Gallia, que a la larga era perjudicial… — Se encogió de hombros. — Eso supongo que lo veremos con el tiempo. — Nancy se había quedado escuchándola, con la mirada perdida y luego volvió a mirar a la luna un rato.
— Yo… También he pensado así a veces. No es como que traiga muchos problemas ni nada de eso… Pero no sé si… Puedo amar a alguien tanto como amo aprender, como amo mi trabajo. O sea, soy humana ¿vale? Y mis cosas he tenido… Pero son eso… Momentos, personas, te lo pasas bien, te levantas y al final… No te pareces a ninguna heroína. No le darías tu reliquia a ningún hombre, no caminarías hasta que te sangraran los pies… — Rio y miró a Alice. — No por otra persona. Supongo que eso me hace una caricatura Ravenclaw de las que dibujan los de las otras casas. — Alice frunció el ceño y negó con la cabeza. — No, para nada. Quiero decir, igual que hemos aprendido a aceptar parejas que no están casadas y no viven en una casa aparte, como tu primo Andrew y Alison, que no son heterosexuales, como Erin y mi tata, incluso las que no lo quieren llamar como tal como Martha y Cerys… Podemos aceptar que… Simplemente no quieres algo así. Lo malo sería quererlo y no alcanzarlo, como Wendy… — Y ambas rieron. — Pero tú… Tú me pareces feliz, Nancy. Mirando a la luna, leyendo, pensando… Es precioso también si lo piensas. Y si algún día aparece alguien que te apasione tanto, por quien estés dispuesta a caminar con los pies sangrantes o a quien entregar toda la magia que tienes, que es mucha… Pues genial. Y si no… No dudo de que lo dejarás todo escrito para las generaciones futuras. — Y ambas se echaron a reír mirando sus anotaciones.
Nancy parecía ahora más sonriente, y también se abrazó las piernas. — Como yo no sentía esas pasiones que describían en las historias, que tradicionalmente se nos atribuyen a las mujeres más que a los hombres, en las que alguien lo deja todo… Yo siempre pensaba… Pues yo no lo haría. Entonces… Modifiqué en mi cabeza mi propio cuento. — Alice se rio. — Yo lo hacía también. Mi… — Se le cogió un momento el pecho. — Bueno, mi padre siempre le gustaba contarme Alicia en el País de las Maravillas, pero Alicia era yo y bueno, lo cambiaba como quería. — Nancy asintió ampliando la sonrisa. — Esa era yo, pero con la hija de las estrellas. — Alice abrió mucho los ojos. — Esa no me la sé. — La chica se giró hacia ella, sentándose con las piernas cruzadas y ella la imitó. — Pues habla de una estrella llamada Íselyn que un día, desde el cielo, quiere conocer el mundo. Lo desea tanto, que el cielo, que es su padre, y la aurora que es su madre, la dejan bajar un día, lo suficiente para que se enamore de un humano y quiera pasar la eternidad con él. Pero al aceptar la vida en la tierra, ya nunca puede volver al firmamento, y sus padres la buscan y la lloran, y eso son las estrellas fugaces. — La chica puso una sonrisa astuta. — Obviamente, lo que yo me imaginaba era que el amor que sentía no era por un humano, sino por la humanidad, por la tierra… Como yo. Los antropólogos amamos a todos los humanos, amamos sus historias, sus conexiones, amamos incluso lo que comen, por qué lo comen… En verdad, se trata de amar y entender lo que nos rodea. — Alice la miró conmovida. — Sí que eres la hija de las estrellas… Me gusta más tu versión sin duda. Aunque espero que tus padres no tengan que buscarte entre llantos. — Eso la hizo reír. — No… Yo nunca me iría sin decir adiós, como hizo Íselyn. Solo… Me quedaré amando cosas que quizá los demás no puedan comprender. Y seremos yo, mis papeles… Y mis estrellas. — Alice cogió su mano y dijo. — Mañana, Marcus y yo te juro que haremos todo lo posible por que parte de tu esfuerzo se vea recompensado. — Nancy la miró con sonrisa ladeada. — ¿Aunque haya que usar unas gotitas de sangre tuya? — Ambas rieron. — Ya está convencido. — La mujer hizo una pedorreta. — Qué técnicas habrás utilizado... — Alice rio de vuelta. — Imagínatelo. — Nancy cerró los ojos y se llevó una mano a la cara. — Oh, por Lugh, Alice, mi primo pequeño, por favor... — Y así, riéndose, se quedaron mirando al firmamento. — Todos los Ravenclaws... Somos Íselyn. — Susurró Alice. — Hijos de las estrellas. Como las reliquias y la forja de los elfos. Los hijos del conocimiento, de las estrellas. —
Salió de la posada, al jardín de detrás y, en un banco, vio a Nancy, envuelta en una manta y con un cuaderno y la vuelapluma al lado. Sonrió y se acercó un poco, hablando bajito para no asustarla. — Tengo que aprender a usar una de esas. Mi hermano de doce años sabe y yo no. — Nancy se giró, un poco sobresaltada y sonrió de medio lado. — Perdona, no quería asustarte. Pero parece que hemos tenido la misma idea. — Nunca había visto a la chica con el pelo suelto, y así, tal como estaba allí, se le antojaba una compañera de Hogwarts. — Ya lo veo. Me sorprende. Pensé que las parejas aprovechabais estas horas para lo que no hacéis durante el día. — Alice se rio y enrojeció un poco, sentándose a su lado. — ¿Y tú para qué las usas? — Nancy se frotó la cara y suspiró. — Para pensar. Para observar y reflexionar, especialmente en días como hoy, que hemos investigado tanto. Son las horas que uso para poner todo en pie… Bueno, y para mirar la luna y las estrellas, que me encantan. —
Ella sonrió y se abrazó las rodillas. — A mí también. La torre de astronomía era de mis sitios favoritos en el mundo. Allí hace mucho viento y eso me encanta. — Le picó en el brazo y le dijo. — A ver si vas a acabar como la princesa Firínne, enamorada de la luna. — Eso hizo reír a Nancy. — ¿También conoces ese cuento? La tía Molly realmente sabe transmitir Irlanda… — Sí y no. Me lo contó Erin, en verdad. Y yo se lo conté a Marcus… Pensando que yo era Firínne y al final… Me iría con la luna, que esperaría hasta morirme a que viniera por mí… — Su prima hizo una pedorreta. — ¿En qué momento te planteaste tal cosa? — Alice rio y se frotó la cara. — No era tan obvio ¿vale? No para mí. Pensé que yo no… No podría, no debería amar a alguien como Marcus. — Alzó las cejas y desvió la vista. — Creía que le metería en demasiados líos, que yo solo traía problemas y… No iba tan desencaminada, le he traído muchos problemas. Y también pensaba que no se debía amar como amamos los Gallia, que a la larga era perjudicial… — Se encogió de hombros. — Eso supongo que lo veremos con el tiempo. — Nancy se había quedado escuchándola, con la mirada perdida y luego volvió a mirar a la luna un rato.
— Yo… También he pensado así a veces. No es como que traiga muchos problemas ni nada de eso… Pero no sé si… Puedo amar a alguien tanto como amo aprender, como amo mi trabajo. O sea, soy humana ¿vale? Y mis cosas he tenido… Pero son eso… Momentos, personas, te lo pasas bien, te levantas y al final… No te pareces a ninguna heroína. No le darías tu reliquia a ningún hombre, no caminarías hasta que te sangraran los pies… — Rio y miró a Alice. — No por otra persona. Supongo que eso me hace una caricatura Ravenclaw de las que dibujan los de las otras casas. — Alice frunció el ceño y negó con la cabeza. — No, para nada. Quiero decir, igual que hemos aprendido a aceptar parejas que no están casadas y no viven en una casa aparte, como tu primo Andrew y Alison, que no son heterosexuales, como Erin y mi tata, incluso las que no lo quieren llamar como tal como Martha y Cerys… Podemos aceptar que… Simplemente no quieres algo así. Lo malo sería quererlo y no alcanzarlo, como Wendy… — Y ambas rieron. — Pero tú… Tú me pareces feliz, Nancy. Mirando a la luna, leyendo, pensando… Es precioso también si lo piensas. Y si algún día aparece alguien que te apasione tanto, por quien estés dispuesta a caminar con los pies sangrantes o a quien entregar toda la magia que tienes, que es mucha… Pues genial. Y si no… No dudo de que lo dejarás todo escrito para las generaciones futuras. — Y ambas se echaron a reír mirando sus anotaciones.
Nancy parecía ahora más sonriente, y también se abrazó las piernas. — Como yo no sentía esas pasiones que describían en las historias, que tradicionalmente se nos atribuyen a las mujeres más que a los hombres, en las que alguien lo deja todo… Yo siempre pensaba… Pues yo no lo haría. Entonces… Modifiqué en mi cabeza mi propio cuento. — Alice se rio. — Yo lo hacía también. Mi… — Se le cogió un momento el pecho. — Bueno, mi padre siempre le gustaba contarme Alicia en el País de las Maravillas, pero Alicia era yo y bueno, lo cambiaba como quería. — Nancy asintió ampliando la sonrisa. — Esa era yo, pero con la hija de las estrellas. — Alice abrió mucho los ojos. — Esa no me la sé. — La chica se giró hacia ella, sentándose con las piernas cruzadas y ella la imitó. — Pues habla de una estrella llamada Íselyn que un día, desde el cielo, quiere conocer el mundo. Lo desea tanto, que el cielo, que es su padre, y la aurora que es su madre, la dejan bajar un día, lo suficiente para que se enamore de un humano y quiera pasar la eternidad con él. Pero al aceptar la vida en la tierra, ya nunca puede volver al firmamento, y sus padres la buscan y la lloran, y eso son las estrellas fugaces. — La chica puso una sonrisa astuta. — Obviamente, lo que yo me imaginaba era que el amor que sentía no era por un humano, sino por la humanidad, por la tierra… Como yo. Los antropólogos amamos a todos los humanos, amamos sus historias, sus conexiones, amamos incluso lo que comen, por qué lo comen… En verdad, se trata de amar y entender lo que nos rodea. — Alice la miró conmovida. — Sí que eres la hija de las estrellas… Me gusta más tu versión sin duda. Aunque espero que tus padres no tengan que buscarte entre llantos. — Eso la hizo reír. — No… Yo nunca me iría sin decir adiós, como hizo Íselyn. Solo… Me quedaré amando cosas que quizá los demás no puedan comprender. Y seremos yo, mis papeles… Y mis estrellas. — Alice cogió su mano y dijo. — Mañana, Marcus y yo te juro que haremos todo lo posible por que parte de tu esfuerzo se vea recompensado. — Nancy la miró con sonrisa ladeada. — ¿Aunque haya que usar unas gotitas de sangre tuya? — Ambas rieron. — Ya está convencido. — La mujer hizo una pedorreta. — Qué técnicas habrás utilizado... — Alice rio de vuelta. — Imagínatelo. — Nancy cerró los ojos y se llevó una mano a la cara. — Oh, por Lugh, Alice, mi primo pequeño, por favor... — Y así, riéndose, se quedaron mirando al firmamento. — Todos los Ravenclaws... Somos Íselyn. — Susurró Alice. — Hijos de las estrellas. Como las reliquias y la forja de los elfos. Los hijos del conocimiento, de las estrellas. —
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Hijos de las estrellas Con Alice | En Irlanda | 10 de diciembre de 2002 |
Si al anochecer hacía frío, lo de la amanecida era ya otro nivel. Marcus no era especialmente friolero y estaba temblando como una hoja, y veía a Alice más o menos como él. Nancy estaba tan tranquila, concentrada en sus papeles como si estuviera en mitad de la biblioteca. Encima no paraba de pensar en que, para hacer una transmutación, iba a necesitar descubrirse las manos, nada de guantes. Y entre las colinas rasas, donde seguro que hacía mucho más frío que por las calles donde estaba el hostal. Miró a Alice de reojo y volvió a frotarse las manos, echándose vaho en un vano intento de calentarse. Esperaba que no murieran de hipotermia.
- Con tanto frío no se hace uno un buen antropólogo ¿eh? - Comentó su prima, caminando y con una caída de ojos, sin dejar de mirar sus documentos. Antes de ser asesinada por uno de los dos, recondujo. - Tranquiiiiiilos. Llevo uno de los tapetes térmicos de la tía Nora para que podamos sentarnos sobre él. Eso es milagroso, ya veréis. - Les miró burlona y añadió. - Que mis inglesitos tengan el culito calentito. - Un té nos hubiera venido de maravilla en la mochila. - Dijo, ácido. Lo que recibió a cambio fue una risita musical. - Ingleses... Como diría Ginny, este frío no vale ni para refrigerar una pinta. - Marcus echó aire por la nariz como un toro mosqueado. Irlandeses...
Llegados al lugar, Nancy extendió la manta (sí que estaba calentita, sentía que se le había congelado el alma cuanto menos y ahora volvía a ser él), ordenó sus papeles y se frotó las manos. - Bueno... ¿empezamos? - Marcus parpadeó. - Ahora cuéntame también una historia truculenta sobre que los irlandeses convivís con la muerte y el sacrificio porque tenéis granjas. - Nancy suspiró y rio al mismo tiempo, y Marcus alzó las manos. - ¡Es que! Ni nos has dejado aterrizar y ya quieres ver sangre. - Ay, por favor, qué exageración. ¡Vale, señor alquimista! Prepárese usted mentalmente para su transmutación. - Por lo pronto voy a prepara los círculos. Y necesito entrar en calor primero, que esto requiere concentración. - En realidad y a pesar de las quejas la manta ayudaba bastante, así que en apenas un par de minutos ya tenía lo que necesitaba dibujado en la pizarra. Miró a Alice y suspiró con resignación. - Sigue sin gustarme la idea, mi amor... Pero sea por la investigación. -
- Con tanto frío no se hace uno un buen antropólogo ¿eh? - Comentó su prima, caminando y con una caída de ojos, sin dejar de mirar sus documentos. Antes de ser asesinada por uno de los dos, recondujo. - Tranquiiiiiilos. Llevo uno de los tapetes térmicos de la tía Nora para que podamos sentarnos sobre él. Eso es milagroso, ya veréis. - Les miró burlona y añadió. - Que mis inglesitos tengan el culito calentito. - Un té nos hubiera venido de maravilla en la mochila. - Dijo, ácido. Lo que recibió a cambio fue una risita musical. - Ingleses... Como diría Ginny, este frío no vale ni para refrigerar una pinta. - Marcus echó aire por la nariz como un toro mosqueado. Irlandeses...
Llegados al lugar, Nancy extendió la manta (sí que estaba calentita, sentía que se le había congelado el alma cuanto menos y ahora volvía a ser él), ordenó sus papeles y se frotó las manos. - Bueno... ¿empezamos? - Marcus parpadeó. - Ahora cuéntame también una historia truculenta sobre que los irlandeses convivís con la muerte y el sacrificio porque tenéis granjas. - Nancy suspiró y rio al mismo tiempo, y Marcus alzó las manos. - ¡Es que! Ni nos has dejado aterrizar y ya quieres ver sangre. - Ay, por favor, qué exageración. ¡Vale, señor alquimista! Prepárese usted mentalmente para su transmutación. - Por lo pronto voy a prepara los círculos. Y necesito entrar en calor primero, que esto requiere concentración. - En realidad y a pesar de las quejas la manta ayudaba bastante, así que en apenas un par de minutos ya tenía lo que necesitaba dibujado en la pizarra. Miró a Alice y suspiró con resignación. - Sigue sin gustarme la idea, mi amor... Pero sea por la investigación. -
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Hijos de las estrellas Con Marcus | En Irlanda | 10 de diciembre de 2002 |
Defintivamente, no podrían vivir en Irlanda. No, no con ese frío congelador nada más levantarse, si no podía casi ni despegar los ojos, le daban ganas de quedarse como un capullito. Lo sentía mucho por la reliquia, se podría buscar igual en verano, ¿no? Esto te pasa por quedarte hasta las tantas con tus dos placeres: Marcus y el aprendizaje infinito. Ya sonaba como el abuelo Larry cien por cien. Si es que no le funcionaba el cerebro con tanto frío. — ¡Alice! — Le ladró Nancy. — Te necesito despierta, que te recuerdo que te has ofrecido a hacer esto. — Ni fuerzas tenía para contestar. Bueno, estoy en el campo con este frío, ¿no? — Que mi linaje viene de La Provenza, allí se escriben poemas bonitos e historias de caballería al solecito, no hay clanes que claman sangre en mañanas heladas. — Nancy suspiró y se dedicó a picar a Marcus. Pues bien, porque ella, por su parte, estaba empezando a contemplar el caminar dormida.
Lo del tapete calentito le pareció que ayudó, y estaba a punto de pedirle a alguno de los dos O’Donnell un termo de café, pero algo le decía que su petición no iba a ser bien recibida, así que se limitó a sentarse con las piernas cruzadas y a agradecer que su novio tuviera tanto que pensar mientras ella seguía intentando espabilarse. Lo malo es que el pique incesante de los primos era casi como una dulce nana para ella. Identificó, por el tono, que Marcus se estaba dirigiendo a ella. Se giró y le miró con dulzura. — Ohhh, mi amor, de verdad, no le des tanta importancia. No sabes lo orgullosa que me va a hacer sentir que gracias a esto aprendas a transmutar algo tan difícil como la sangre. — Espabílate, Alice, si no quieres que uno de estos dos te pinche.
Se quitó el abrigo, a pesar del frío, pero es que no le daba movilidad, y sacó la varita. Se colocó cerca del círculo de la sangre y comprobó que todo estaba listo para transmutarse. — ¿De dónde has sacado un platito de plata? — Le preguntó a Nancy, cuando vio el objeto que habían mencionado en la conversación del día anterior, haciendo recapitulación de lo que necesitarían. — Nunca pongas en tela de juicio lo que una antropóloga puede conseguir en materia objetos de la vida diaria si eso la va a llevar a una resolución. — Alice sacó el labio inferior y asintió con admiración. — Pues vamos allá. — Se acercó a una de las corrientes cercanas y se lavó las manos en el agua helada y cristalina. Dicen que todo en esta tierra te pertenece y emana de ti, Eire, pensó. Ayúdanos, solo buscamos honrar tu tierra y entenderla. Volvió al círculo y se pinchó en índice izquierdo con la varita. Soltó una risita. — Qué buena enfermera voy a ser. Ni lo he sentido. — Puso el dedo sobre el platillo y se lo estrujó con la otra mano. A ver, no se iban a arriesgar con una gota. Lo quitó antes de que Marcus entrara en pánico y se hizo un Epiksey, que necesario no era, pero valoraba su relación. Suspiró y miró a la jarra al lado y luego a Marcus, con una dulce sonrisa. — Confío en ti, alquimista O’Donnell. Solo una mente tan privilegiada puede vencer a una bravuconada. —
Lo del tapete calentito le pareció que ayudó, y estaba a punto de pedirle a alguno de los dos O’Donnell un termo de café, pero algo le decía que su petición no iba a ser bien recibida, así que se limitó a sentarse con las piernas cruzadas y a agradecer que su novio tuviera tanto que pensar mientras ella seguía intentando espabilarse. Lo malo es que el pique incesante de los primos era casi como una dulce nana para ella. Identificó, por el tono, que Marcus se estaba dirigiendo a ella. Se giró y le miró con dulzura. — Ohhh, mi amor, de verdad, no le des tanta importancia. No sabes lo orgullosa que me va a hacer sentir que gracias a esto aprendas a transmutar algo tan difícil como la sangre. — Espabílate, Alice, si no quieres que uno de estos dos te pinche.
Se quitó el abrigo, a pesar del frío, pero es que no le daba movilidad, y sacó la varita. Se colocó cerca del círculo de la sangre y comprobó que todo estaba listo para transmutarse. — ¿De dónde has sacado un platito de plata? — Le preguntó a Nancy, cuando vio el objeto que habían mencionado en la conversación del día anterior, haciendo recapitulación de lo que necesitarían. — Nunca pongas en tela de juicio lo que una antropóloga puede conseguir en materia objetos de la vida diaria si eso la va a llevar a una resolución. — Alice sacó el labio inferior y asintió con admiración. — Pues vamos allá. — Se acercó a una de las corrientes cercanas y se lavó las manos en el agua helada y cristalina. Dicen que todo en esta tierra te pertenece y emana de ti, Eire, pensó. Ayúdanos, solo buscamos honrar tu tierra y entenderla. Volvió al círculo y se pinchó en índice izquierdo con la varita. Soltó una risita. — Qué buena enfermera voy a ser. Ni lo he sentido. — Puso el dedo sobre el platillo y se lo estrujó con la otra mano. A ver, no se iban a arriesgar con una gota. Lo quitó antes de que Marcus entrara en pánico y se hizo un Epiksey, que necesario no era, pero valoraba su relación. Suspiró y miró a la jarra al lado y luego a Marcus, con una dulce sonrisa. — Confío en ti, alquimista O’Donnell. Solo una mente tan privilegiada puede vencer a una bravuconada. —
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Miró a Alice con una mirada entornada de tremenda obviedad. Mejor despiértate, anda, a ver si te vas a rajar el dedo entero sin querer, pensó, porque vaya cara de dormida tenía su novia, y medio cerebro debía tenerlo dormido también si le decía que "iba a estar muy orgullosa de que transmutara sangre". Podía aprender a transmutar sangre sin ningún problema en el taller y sin usar la de ella, pero en fin.
Lo preparó todo y revisó varias veces: la alquimia era delicada, y una cosa era hacer un circulito en la tierra o en la nieve para impresionar a alguien en un momento puntual, y otra hacer en aquella colina, con aquel frío, y con objeto de alcanzar una reliquia milenaria, una transmutación de una de las esencias más complicadas con las que trabajar en el mundo y no generar ningún desastre en el proceso. - Mucho valiente y valeroso Gryffindor pero aquí está uno transmutando sangre. - Iba mascullando por lo bajo, para sí, pero debía ser de esas veces que el cerebro le gritaba tanto que el pensamiento le salía por la boca. - Para qué queremos a un Ravenclaw pudiendo matar a un conejo del campo, si total, vale lo mismo. - Siguió quejándose como un auténtico señor cascarrabias de no menos de ochenta años.
Cerró los ojos y soltó aire por la boca. Vale, ya estaba todo listo y él concentrado, y Alice acababa de volver de lavarse las manos. Cuando los abrió, ya pudo ver la gotita de sangre en su dedo. Al menos su profundo estado de concentración, en el que parecía estar solo con sus materiales, dejaba a un lado el dramatismo... pero le dedicó una mirada entornada a su novia con el comentario de la enfermera. Me alegro, pensó, pero no dijo nada por miedo a romper la delicada pompa de la concentración en la que se había metido. Cerró de nuevo los ojos para respirar hondo y proceder a la transmutación, y en la negrura le llegó el comentario de Alice. No abrió los ojos, pero esbozó una sonrisa ladina con estos cerrados. Ahora sí, se concentró fuertemente, usando la energía de sus manos, hasta que sintió como un torrente fluía por todo su cuerpo... ciertamente, más poderoso que en otras ocasiones. Y estaba seguro de que no era por la complicación de la transmutación, o porque la sangre fuera de su novia. Era la presencia de la reliquia. Tenía un poder sobre él, lo notaba.
- Waala. - Suspiró Nancy, con tono de niña de ocho años alucinada. Al abrir los ojos, vio a las dos chicas mirando alucinadas la jarra. Nancy, instintivamente, tomó el dedo de Alice, un dedo ya curado, y la miró a la cara. - Pero no has derramado tanta sangre ¿no? - Miró a los materiales, como si tratara de encontrar explicación. - Es decir... no has... no habrás... - Alice no era el precio, si es lo que te preguntas. Debería serlo para que yo pudiera extraer más sangre de la que ella ha vertido. - Dijo con la voz trémula de quien aún sale de su trance. - Es sangre transmutada usando el agua como... - Pero es que parece sangre de verdad. - Interrumpió su prima, y la expresión alucinada se iba oscureciendo cada vez más mientras miraba la jarra. Ahora parecía un poco espantada, y miró a Marcus con preocupación. - Parece... Ahora entiendo que... no te hiciera mucha gracia. - Marcus achicó los ojos y esbozó una sonrisa sarcástica. Pues no, no me hace gracia participar en llenar una jarra de lo que parece la sangre de la mujer de mi vida, pensó, ácido. Porque, a todas luces, aquello parecía una jarra de sangre llena hasta arriba.
Empezó a recoger mientras explicaba. - Alice ha tenido una buena idea, es solo que es... impactante. Y complejo, pero bueno, me ha salido. - Comentó como si el hecho no tuviera la menor importancia, pero si estuviera Lawrence allí estaría llamando al comité de alquimia para que le dieran la licencia de Hielo automática. - Está muy diluida en agua pero no es puramente sangre diluida en agua: eso era tan fácil como echar las gotas de sangre en un vaso de agua y ya está. El proceso es tal y como Alice lo explicó ayer, y si bien no sirve para... bueno, infundir vida a algo que no lo esté, a nivel sanitario es muy útil si alguien ha tenido una gran pérdida de sangre y no se dispone de más. Se lleva años investigando hacer esto mismo con sangre animal y que sea apta para transfusión en humanos, pero imaginarás que es complicadísimo. - Había terminado de recoger así que se detuvo y miró a su prima. - Y, por supuesto, al no estar ya en un organismo vivo, tiene un ciclo de vida muy corto, sobre todo después de haber sido alterada por la transmutación. - Miró a Alice. - Así que no hay tiempo que perder, mi amor. - Y puso los ojos sobre la desagradable estampa que mostraba la jarra. Iban a contrarreloj si la reliquia necesitaba sangre viva, así que cuanto antes terminasen, mejor.
Lo preparó todo y revisó varias veces: la alquimia era delicada, y una cosa era hacer un circulito en la tierra o en la nieve para impresionar a alguien en un momento puntual, y otra hacer en aquella colina, con aquel frío, y con objeto de alcanzar una reliquia milenaria, una transmutación de una de las esencias más complicadas con las que trabajar en el mundo y no generar ningún desastre en el proceso. - Mucho valiente y valeroso Gryffindor pero aquí está uno transmutando sangre. - Iba mascullando por lo bajo, para sí, pero debía ser de esas veces que el cerebro le gritaba tanto que el pensamiento le salía por la boca. - Para qué queremos a un Ravenclaw pudiendo matar a un conejo del campo, si total, vale lo mismo. - Siguió quejándose como un auténtico señor cascarrabias de no menos de ochenta años.
Cerró los ojos y soltó aire por la boca. Vale, ya estaba todo listo y él concentrado, y Alice acababa de volver de lavarse las manos. Cuando los abrió, ya pudo ver la gotita de sangre en su dedo. Al menos su profundo estado de concentración, en el que parecía estar solo con sus materiales, dejaba a un lado el dramatismo... pero le dedicó una mirada entornada a su novia con el comentario de la enfermera. Me alegro, pensó, pero no dijo nada por miedo a romper la delicada pompa de la concentración en la que se había metido. Cerró de nuevo los ojos para respirar hondo y proceder a la transmutación, y en la negrura le llegó el comentario de Alice. No abrió los ojos, pero esbozó una sonrisa ladina con estos cerrados. Ahora sí, se concentró fuertemente, usando la energía de sus manos, hasta que sintió como un torrente fluía por todo su cuerpo... ciertamente, más poderoso que en otras ocasiones. Y estaba seguro de que no era por la complicación de la transmutación, o porque la sangre fuera de su novia. Era la presencia de la reliquia. Tenía un poder sobre él, lo notaba.
- Waala. - Suspiró Nancy, con tono de niña de ocho años alucinada. Al abrir los ojos, vio a las dos chicas mirando alucinadas la jarra. Nancy, instintivamente, tomó el dedo de Alice, un dedo ya curado, y la miró a la cara. - Pero no has derramado tanta sangre ¿no? - Miró a los materiales, como si tratara de encontrar explicación. - Es decir... no has... no habrás... - Alice no era el precio, si es lo que te preguntas. Debería serlo para que yo pudiera extraer más sangre de la que ella ha vertido. - Dijo con la voz trémula de quien aún sale de su trance. - Es sangre transmutada usando el agua como... - Pero es que parece sangre de verdad. - Interrumpió su prima, y la expresión alucinada se iba oscureciendo cada vez más mientras miraba la jarra. Ahora parecía un poco espantada, y miró a Marcus con preocupación. - Parece... Ahora entiendo que... no te hiciera mucha gracia. - Marcus achicó los ojos y esbozó una sonrisa sarcástica. Pues no, no me hace gracia participar en llenar una jarra de lo que parece la sangre de la mujer de mi vida, pensó, ácido. Porque, a todas luces, aquello parecía una jarra de sangre llena hasta arriba.
Empezó a recoger mientras explicaba. - Alice ha tenido una buena idea, es solo que es... impactante. Y complejo, pero bueno, me ha salido. - Comentó como si el hecho no tuviera la menor importancia, pero si estuviera Lawrence allí estaría llamando al comité de alquimia para que le dieran la licencia de Hielo automática. - Está muy diluida en agua pero no es puramente sangre diluida en agua: eso era tan fácil como echar las gotas de sangre en un vaso de agua y ya está. El proceso es tal y como Alice lo explicó ayer, y si bien no sirve para... bueno, infundir vida a algo que no lo esté, a nivel sanitario es muy útil si alguien ha tenido una gran pérdida de sangre y no se dispone de más. Se lleva años investigando hacer esto mismo con sangre animal y que sea apta para transfusión en humanos, pero imaginarás que es complicadísimo. - Había terminado de recoger así que se detuvo y miró a su prima. - Y, por supuesto, al no estar ya en un organismo vivo, tiene un ciclo de vida muy corto, sobre todo después de haber sido alterada por la transmutación. - Miró a Alice. - Así que no hay tiempo que perder, mi amor. - Y puso los ojos sobre la desagradable estampa que mostraba la jarra. Iban a contrarreloj si la reliquia necesitaba sangre viva, así que cuanto antes terminasen, mejor.
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Hijos de las estrellas Con Marcus | En Irlanda | 10 de diciembre de 2002 |
Sabía que, por mucho que Marcus refunfuñara, tenía aún más ganas de encontrar la reliquia que ella, y estaba demasiado adormilada y con demasiado frío para mantener una conversación absurda. Si funcionaba, tenía que centrarse en coger la espada, y no terminaba de estar segura de qué consecuencias traería o de si simplemente podía cogerla y ya está. De momento, quería prestar atención a la transmutación, concentrarse y aprender. Y lo que vio la dejó sin palabras. Recordaba cuando ella transmutó el mercurio en el transmutador de líquidos, y le salió una auténtica mierdecilla, y el abuelo la felicitó por todo lo alto, porque había transmutado líquidos y la idea y no se qué… Y Marcus había llenado una jarra de sangre a partir de tres gotas ante sus ojos en… ¿Microsegundos? Había sido demasiado rápido y brusco, Marcus, para todo, tanto más para la alquimia, era ceremonioso y elegante, y eso había sido… Como una explosión, sin serlo, más como una implosión, algo contenido pero poderoso, y la había dejado sin habla.
El habla ya lo puso Nancy, que no daba crédito. Fue a tranquilizarla, pero ya lo hizo Marcus, y parecía que toda su seguridad había vuelto de forma aplastante y… En fin, esa forma casi mandona que a ella le encantaba. Y le seguía encantando, es más, le hacía hasta cosquillitas en el estómago, pero… Es que había sido como un interruptor… Rio. — Que le ha salido dice… — Se mordió el labio inferior. — Algún día nos acordaremos de este momento, Marcus. — Acarició sus mejillas. — Yo siempre sé que no hay prácticamente nada que no puedas conseguir. En realidad, tienes el camino ya recorrido a las licencias en esa cabecita tan brillante como el sol. — Dijo dejando un toquecito gracioso en su frente. — Vamos a ello, esto está hecho. — Dijo muy segura.
Se acercaron al pozo y Nancy abrió, como el día anterior, pero esta vez completamente. La espada seguía brillando al fondo. Se miraron entre los tres y Alice cogió la jarra para dejarla en la tierra y se remangó. No estaba tan caliente como debería estar la sangre, pero tampoco estaba fría, y no era tan espesa (gracias a Merlín, porque se le había revuelto el estómago de pensarlo). Metió hasta la muñeca y la sacó. Cuanto menos la miraran mejor. — Marcus mírame a mí. — Le dijo. No se le olvidaba el último boggart que vieron, y no quería que se obsesionara con la imagen. Despacio, fue metiendo la mano hacia el mango, las gotas cayeron y mancharon la espada. Eso debía ser buena señal, ¿no? Era corpórea. Y tanto que lo era. Nada más tocarla sintió una vibración, y un deseo de agarrarla que se adueñó de su mano e hizo que rodeara el mango fuertemente con los dedos. — ¡La he agarrado! — No terminaba de atreverse a moverla, pero tampoco iba a quedarse ahí, así que tiró de ella y la sacó de una del pozo. Antes de darse cuenta, estaba de pie, con la espada en la mano, ligeramente alzada. — ¿Está brillando…? — ¡Las runas! — Gritó Nancy, lanzándose a leerlas de rodillas. Las runas se dibujaban en color escarlata, al igual que la piedra de la empuñadura. — ¿Qué dice? — Nuada el Gallardo… Brazo de plata de los dioses… Mano de justos y… curanderos o hechiceros, o podría ser algo así como sanadores. Escudo de… — Nancy se trabó y los ojos le brillaron. Alice miró. — Esa runa se repite, ¿no? — Esa runa significa rey, pero no sé por qué está dos veces. — Quería saber qué ponía, pero no le importaba tanto como otro tema. Levantó la mirada hacia Marcus y preguntó. — ¿Y ahora qué hago con esto? ¿Si la dejo volveré a no poder cogerla? Me dejo la mano ensangrentada? — Había sido muy buena idea, pero ahora se había quedado en blanco y… Sentía como si le vibrara el brazo entero.
El habla ya lo puso Nancy, que no daba crédito. Fue a tranquilizarla, pero ya lo hizo Marcus, y parecía que toda su seguridad había vuelto de forma aplastante y… En fin, esa forma casi mandona que a ella le encantaba. Y le seguía encantando, es más, le hacía hasta cosquillitas en el estómago, pero… Es que había sido como un interruptor… Rio. — Que le ha salido dice… — Se mordió el labio inferior. — Algún día nos acordaremos de este momento, Marcus. — Acarició sus mejillas. — Yo siempre sé que no hay prácticamente nada que no puedas conseguir. En realidad, tienes el camino ya recorrido a las licencias en esa cabecita tan brillante como el sol. — Dijo dejando un toquecito gracioso en su frente. — Vamos a ello, esto está hecho. — Dijo muy segura.
Se acercaron al pozo y Nancy abrió, como el día anterior, pero esta vez completamente. La espada seguía brillando al fondo. Se miraron entre los tres y Alice cogió la jarra para dejarla en la tierra y se remangó. No estaba tan caliente como debería estar la sangre, pero tampoco estaba fría, y no era tan espesa (gracias a Merlín, porque se le había revuelto el estómago de pensarlo). Metió hasta la muñeca y la sacó. Cuanto menos la miraran mejor. — Marcus mírame a mí. — Le dijo. No se le olvidaba el último boggart que vieron, y no quería que se obsesionara con la imagen. Despacio, fue metiendo la mano hacia el mango, las gotas cayeron y mancharon la espada. Eso debía ser buena señal, ¿no? Era corpórea. Y tanto que lo era. Nada más tocarla sintió una vibración, y un deseo de agarrarla que se adueñó de su mano e hizo que rodeara el mango fuertemente con los dedos. — ¡La he agarrado! — No terminaba de atreverse a moverla, pero tampoco iba a quedarse ahí, así que tiró de ella y la sacó de una del pozo. Antes de darse cuenta, estaba de pie, con la espada en la mano, ligeramente alzada. — ¿Está brillando…? — ¡Las runas! — Gritó Nancy, lanzándose a leerlas de rodillas. Las runas se dibujaban en color escarlata, al igual que la piedra de la empuñadura. — ¿Qué dice? — Nuada el Gallardo… Brazo de plata de los dioses… Mano de justos y… curanderos o hechiceros, o podría ser algo así como sanadores. Escudo de… — Nancy se trabó y los ojos le brillaron. Alice miró. — Esa runa se repite, ¿no? — Esa runa significa rey, pero no sé por qué está dos veces. — Quería saber qué ponía, pero no le importaba tanto como otro tema. Levantó la mirada hacia Marcus y preguntó. — ¿Y ahora qué hago con esto? ¿Si la dejo volveré a no poder cogerla? Me dejo la mano ensangrentada? — Había sido muy buena idea, pero ahora se había quedado en blanco y… Sentía como si le vibrara el brazo entero.
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Hijos de las estrellas Con Alice | En Irlanda | 10 de diciembre de 2002 |
Las palabras de Alice le sacaron una sonrisa tierna y una mirada de cariño, pero seguía... intranquilo. Tenía una sensación de inquietud, de algo muy fuerte que se escapaba de sus manos, en su interior. Era como si no estuviera viviendo aquello realmente, como si lo viera desde fuera... como si él mismo fuera... diferente. Pero las chicas se pusieron en marcha, así que parpadeó con fuerza, sacudió la cabeza y se acercó al pozo.
Y las sensaciones fueron a peor. Notaba una neblina mental que quiso atribuir a la concentración y la tensión de hacer una transmutación tan complicada, casi en mitad de la nada, con escasa preparación previa para ello, tan temprano, con tanto frío, con implicación emocional... No, no era nada de eso. Porque la sensación crecía a medida que Nancy abría la trampilla del pozo y una especie de instinto sensato dentro de él empezaba a decirle que se alejara de allí, como si hubiera un peligro. En cambio, no trató de impedir que Alice tomara la espada. Porque no veía el peligro para ella. Tampoco era como que lo viera para él. No sabría explicarlo.
Alice le habló y le sacó de su embotamiento. Qué cara debía tener, probablemente su novia pensaba que estaba traumatizado por su visión con la mano llena de sangre, y la preocupante verdad era que ni se había dado cuenta. Estaba... pensando... no sabía bien el qué, pero no estaba centrado. Cuando quiso darse cuenta, Alice tenía la espada en la mano, y esta estaba fuera del pozo. Dio un paso hacia atrás, impactado. Estaba sin habla. La tenían, tenían una reliquia. Apenas en un día... la habían encontrado... y la tenían. Él había hallado el pozo, él había hecho la transmutación para que Alice pudiera tomarla. Estaba sobrecogido, el corazón le iba a toda velocidad. ¿Era eso lo que sentía? ¿Sobrecogimiento?
Vuelta brusca a la realidad por el grito de Nancy, que le hizo parpadear una vez más y observar su entorno como si acabara de aterrizar allí. Céntrate, Marcus, ¿qué te pasa? Se acercó junto a Nancy a la espada tratando de obviar que estaba ante una reliquia milenaria, como quien lee un texto en la asignatura de Runas, pero era complicado. Y el viento no paraba de rugir en sus oídos y sentía que se le metía en el cerebro, le desconcentraba. Demasiado ruido. Como si... - ¿Marcus? - Volvió a la realidad otra vez. El ruido había cesado. - ¿Qué haces? ¿Tanto frío tienes? - ¿Qué hacía? Tomó conciencia de sí mismo. Se estaba tapando los oídos. Le molestaba el rugido del viento, pero ahora que se los había destapado de nuevo... no oía nada. - Un poco. Es... ha sido al salirme de la manta. - Concéntrate.
Notó que le miraban. Tenía pinta de que se había perdido una conversación. - ¿Tú qué piensas? - Preguntó Nancy, al parecer en referencia a algo que Alice había preguntado previamente. En vistas de que Marcus tardaba en contestar, ella miró a su novia. - No estoy segura. No tengo... información sobre eso. Pero yo diría que, una vez demuestras ser digno de la reliquia, es tuya. No tienes que seguir ganándotela. - Nancy se mordió el labio. - Podrías probar a... dejarla en el suelo, a ver qué pasa. - Pero en lo que Nancy hipotetizaba, Marcus había empezado a leer las runas. Movía los labios sin emitir sonido alguno. - Brazo de plata de los dioses… - Susurraba apenas audible, perceptible apenas para quien le estuviera viendo mover los labios. - Mano de justos y sanadores. Escudo del rey. Del rey de reyes. - Y ya no había más, pero a pesar de que las chicas parecían no estar prestándole atención, notó que Nancy se giraba súbitamente hacia él. - ¿Qué has dicho? - Marcus la miró, un tanto sobresaltado. Seguía en una especie de estado de confusión que le tenía muy aletargado, y a la vez muy... concentrado en la reliquia, como si supiera perfectamente lo que narraba. - He leído... lo que ponía. - Lo sé. Digo eso último. Lo último que has dicho. - Como le veía irritantemente confuso, señaló con el dedo la runa aparentemente repetida. - ¿Qué pone aquí? - Marcus bajó la mirada, y volvió a subirla a Nancy. - Rey de reyes. -
Nancy se había quedado con la mandíbula descolgada. Marcus se sentó en la tierra y comenzó a narrar. - Una runa repetida es una redundancia. Reiterar lo ya dicho. Pero no solo eso. - Fue recorriendo con el índice lentamente el texto. - "Brazo de plata de los dioses". A Nuada le cercenaron el brazo en una batalla, y los dioses le otorgaron un brazo de plata. "Mano de justos y sanadores", porque siempre luchó por la justicia, y porque, una vez acabadas las guerras, los reyes convirtieron dicho brazo de plata en un brazo real de nuevo, un brazo sano, un milagro de la curación en honor a su sacrificio. "Escudo del rey", por su defensa al reino". Y... rey de reyes. - Se mojó los labios. - Nuada llevaba una cuerva consigo en cada batalla. Graznaba para confundir a sus enemigos. Gritaba... cosas... Les enloquecía. - Tragó saliva. - Quizás dijera algo así. Quizás gritara... Nuada rey de reyes. - Nada de "quizás", Marcus no se movía en hipótesis con cosas tan importantes. Tenía otra alternativa con más peso que el graznido de una cuerva legendaria... pero prefería no decirla. No hasta que no estuviera seguro. No hasta que... no tuviera sus sensaciones más clarificadas. - Alice. - Dijo entonces, mirándola, como si acabara de recabar en su presencia. Posó la vista en el suelo. - Suelta la espada. - No quería que sonara a orden. Pero no quería esa reliquia en manos de ninguno de los tres por el momento.
Y las sensaciones fueron a peor. Notaba una neblina mental que quiso atribuir a la concentración y la tensión de hacer una transmutación tan complicada, casi en mitad de la nada, con escasa preparación previa para ello, tan temprano, con tanto frío, con implicación emocional... No, no era nada de eso. Porque la sensación crecía a medida que Nancy abría la trampilla del pozo y una especie de instinto sensato dentro de él empezaba a decirle que se alejara de allí, como si hubiera un peligro. En cambio, no trató de impedir que Alice tomara la espada. Porque no veía el peligro para ella. Tampoco era como que lo viera para él. No sabría explicarlo.
Alice le habló y le sacó de su embotamiento. Qué cara debía tener, probablemente su novia pensaba que estaba traumatizado por su visión con la mano llena de sangre, y la preocupante verdad era que ni se había dado cuenta. Estaba... pensando... no sabía bien el qué, pero no estaba centrado. Cuando quiso darse cuenta, Alice tenía la espada en la mano, y esta estaba fuera del pozo. Dio un paso hacia atrás, impactado. Estaba sin habla. La tenían, tenían una reliquia. Apenas en un día... la habían encontrado... y la tenían. Él había hallado el pozo, él había hecho la transmutación para que Alice pudiera tomarla. Estaba sobrecogido, el corazón le iba a toda velocidad. ¿Era eso lo que sentía? ¿Sobrecogimiento?
Vuelta brusca a la realidad por el grito de Nancy, que le hizo parpadear una vez más y observar su entorno como si acabara de aterrizar allí. Céntrate, Marcus, ¿qué te pasa? Se acercó junto a Nancy a la espada tratando de obviar que estaba ante una reliquia milenaria, como quien lee un texto en la asignatura de Runas, pero era complicado. Y el viento no paraba de rugir en sus oídos y sentía que se le metía en el cerebro, le desconcentraba. Demasiado ruido. Como si... - ¿Marcus? - Volvió a la realidad otra vez. El ruido había cesado. - ¿Qué haces? ¿Tanto frío tienes? - ¿Qué hacía? Tomó conciencia de sí mismo. Se estaba tapando los oídos. Le molestaba el rugido del viento, pero ahora que se los había destapado de nuevo... no oía nada. - Un poco. Es... ha sido al salirme de la manta. - Concéntrate.
Notó que le miraban. Tenía pinta de que se había perdido una conversación. - ¿Tú qué piensas? - Preguntó Nancy, al parecer en referencia a algo que Alice había preguntado previamente. En vistas de que Marcus tardaba en contestar, ella miró a su novia. - No estoy segura. No tengo... información sobre eso. Pero yo diría que, una vez demuestras ser digno de la reliquia, es tuya. No tienes que seguir ganándotela. - Nancy se mordió el labio. - Podrías probar a... dejarla en el suelo, a ver qué pasa. - Pero en lo que Nancy hipotetizaba, Marcus había empezado a leer las runas. Movía los labios sin emitir sonido alguno. - Brazo de plata de los dioses… - Susurraba apenas audible, perceptible apenas para quien le estuviera viendo mover los labios. - Mano de justos y sanadores. Escudo del rey. Del rey de reyes. - Y ya no había más, pero a pesar de que las chicas parecían no estar prestándole atención, notó que Nancy se giraba súbitamente hacia él. - ¿Qué has dicho? - Marcus la miró, un tanto sobresaltado. Seguía en una especie de estado de confusión que le tenía muy aletargado, y a la vez muy... concentrado en la reliquia, como si supiera perfectamente lo que narraba. - He leído... lo que ponía. - Lo sé. Digo eso último. Lo último que has dicho. - Como le veía irritantemente confuso, señaló con el dedo la runa aparentemente repetida. - ¿Qué pone aquí? - Marcus bajó la mirada, y volvió a subirla a Nancy. - Rey de reyes. -
Nancy se había quedado con la mandíbula descolgada. Marcus se sentó en la tierra y comenzó a narrar. - Una runa repetida es una redundancia. Reiterar lo ya dicho. Pero no solo eso. - Fue recorriendo con el índice lentamente el texto. - "Brazo de plata de los dioses". A Nuada le cercenaron el brazo en una batalla, y los dioses le otorgaron un brazo de plata. "Mano de justos y sanadores", porque siempre luchó por la justicia, y porque, una vez acabadas las guerras, los reyes convirtieron dicho brazo de plata en un brazo real de nuevo, un brazo sano, un milagro de la curación en honor a su sacrificio. "Escudo del rey", por su defensa al reino". Y... rey de reyes. - Se mojó los labios. - Nuada llevaba una cuerva consigo en cada batalla. Graznaba para confundir a sus enemigos. Gritaba... cosas... Les enloquecía. - Tragó saliva. - Quizás dijera algo así. Quizás gritara... Nuada rey de reyes. - Nada de "quizás", Marcus no se movía en hipótesis con cosas tan importantes. Tenía otra alternativa con más peso que el graznido de una cuerva legendaria... pero prefería no decirla. No hasta que no estuviera seguro. No hasta que... no tuviera sus sensaciones más clarificadas. - Alice. - Dijo entonces, mirándola, como si acabara de recabar en su presencia. Posó la vista en el suelo. - Suelta la espada. - No quería que sonara a orden. Pero no quería esa reliquia en manos de ninguno de los tres por el momento.
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Hijos de las estrellas Con Marcus | En Irlanda | 10 de diciembre de 2002 |
Fue un escalofrío, como una advertencia de que algo no iba bien, lo que le hizo mirar de golpe a su novio. — Marcus… ¿Qué pasa? — ¿Se estaba tapando los oídos? ¿Qué…? Y ahora se ponía del tirón a leer las runas, y Nancy lo mismo y… ¿Ninguno iba a parar y hablar de lo que estaba pasando? Quería tirar la espada y coger las manos de Marcus, que le mirara, pero no se atrevía, a ver si ahora todo lo que habían hecho no servía para nada. Pero volvió a enfocar a Nancy, con un nudo en el estómago. — ¿Mía? ¿Cómo que mía? No, no… En todo caso es de… De los seguidores de los dioses, de los creyentes… De los druidas, vaya. — Nancy rio secamente. — ¿Qué más necesitas para creer? — Alice se encogió de un hombro, un poco titubeante. — No es cosa de creer, es… Una transmutación, un hechizo sensorial hecho con magia ancestral que puede romperse con magia ancestral también, y esa magia la ha hecho Marcus… — Y Marcus precisamente las acalló, terminando de leer las runas. Alice no podía dejar de mirarle. No cuando dijo “rey de reyes” así. ¿Por qué le provocaba ese abismo en el estómago? ¿Y por qué le vibraba el brazo? La maldita espada…
Entonces Marcus empezó a relatar la historia y Alice cerró los ojos, como para concentrarse más en escucharla, y… Fue como si lo viera. Al cerrar los ojos podía ver a Nuada, un guerrero de larguísimo pelo rojo, trenzado, y la espada en la mano. Vio cómo perdía el brazo y cómo miles de manos le colocaban uno de plata, que poco a poco volvía a transformarse en uno de verdad… — ¿Cómo hicieron eso? — Preguntó, en voz baja, desde su corazón de enfermera, sin abrir los ojos, como si los de la visión pudieran escucharla. ¿Era acaso una transmutación? ¿Podía hacerse eso con la magia ancestral? Y entonces su visión se vio interrumpida por aquel sonido angustioso: REY DE REYES. La maldita cuerva… No le dejaba pensar.
“Alice, suelta la espada”. Esa frase llegó en el mejor momento, porque en medio de aquella locura, le hizo abrir los ojos y le llevó a soltar la espada, sin pensarlo. Sintió como podía respirar de nuevo y podía volver a mirar a su alrededor. Marcus tampoco parecía en muy buen estado mental, y Nancy más bien parecía en pánico de verles a los dos. Alice hizo un gesto de calma con las manos. — Es… Estoy bien. Es que es magia muy poderosa. Cuesta MUCHO controlar todo lo que emite… — Miró a Marcus y le tomó de la mano con la que no tenía manchada. — Es solo eso. Estamos confusos por esa fuente de magia tan antigua. — Se acercó a él arrastrándose por la tierra. — Pero estamos aquí, lo hemos conseguido. — Tomó aire profundamente. — Sé que no te gustan las cosas incontrolables, pero esto literalmente perteneció a un dios, y si no queremos ponernos divinos, a un mago y guerrero poderosísimo… Es normal. — ¿Qué estabas viendo? — Preguntó Nancy, que no se le quitaba la cara de preocupación. — Lo que Marcus narraba… Era como si pudiera ver a Nuada… Quizá era un recuerdo asociado al objeto, pasa bastante… Un hechizo psicométrico. — Tragó saliva. — Por eso es mejor que no la toquemos. — Miró alrededor. — Y que no nos quedemos aquí. A ver… Nancy… — Le tendió su chaquetón. — Intenta coger la espada envuelta en eso. — La chica obedeció y la espada se dejó. — Perfecto. — Alice asintió. — Bien pues vamos… Vamos a ir a la posada, ¿sí? Calentitos y con un café delante vamos a pensar mejor. Voy a lavarme las manos. — Y se acercó al arroyo. Aunque el agua estaba helada, se la echó en la cara también, porque necesitaba centrarse, y tener tranquilidad para con Marcus. Se acercó de nuevo a él y tomó su mano para levantarle. — Vamos, vamos, mi amor. En el hotel pensamos mejor. ¿Lo tienes, Nance? — La chica asintió. Parecía que simplemente llevaba el abrigo bajo la axila. Tanto poder y se puede esconder así… Suspiró y apartó ese pensamiento. Tenían que salir de allí, y ya ni siquiera sabía por qué, pero necesitaba serenarse.
Entonces Marcus empezó a relatar la historia y Alice cerró los ojos, como para concentrarse más en escucharla, y… Fue como si lo viera. Al cerrar los ojos podía ver a Nuada, un guerrero de larguísimo pelo rojo, trenzado, y la espada en la mano. Vio cómo perdía el brazo y cómo miles de manos le colocaban uno de plata, que poco a poco volvía a transformarse en uno de verdad… — ¿Cómo hicieron eso? — Preguntó, en voz baja, desde su corazón de enfermera, sin abrir los ojos, como si los de la visión pudieran escucharla. ¿Era acaso una transmutación? ¿Podía hacerse eso con la magia ancestral? Y entonces su visión se vio interrumpida por aquel sonido angustioso: REY DE REYES. La maldita cuerva… No le dejaba pensar.
“Alice, suelta la espada”. Esa frase llegó en el mejor momento, porque en medio de aquella locura, le hizo abrir los ojos y le llevó a soltar la espada, sin pensarlo. Sintió como podía respirar de nuevo y podía volver a mirar a su alrededor. Marcus tampoco parecía en muy buen estado mental, y Nancy más bien parecía en pánico de verles a los dos. Alice hizo un gesto de calma con las manos. — Es… Estoy bien. Es que es magia muy poderosa. Cuesta MUCHO controlar todo lo que emite… — Miró a Marcus y le tomó de la mano con la que no tenía manchada. — Es solo eso. Estamos confusos por esa fuente de magia tan antigua. — Se acercó a él arrastrándose por la tierra. — Pero estamos aquí, lo hemos conseguido. — Tomó aire profundamente. — Sé que no te gustan las cosas incontrolables, pero esto literalmente perteneció a un dios, y si no queremos ponernos divinos, a un mago y guerrero poderosísimo… Es normal. — ¿Qué estabas viendo? — Preguntó Nancy, que no se le quitaba la cara de preocupación. — Lo que Marcus narraba… Era como si pudiera ver a Nuada… Quizá era un recuerdo asociado al objeto, pasa bastante… Un hechizo psicométrico. — Tragó saliva. — Por eso es mejor que no la toquemos. — Miró alrededor. — Y que no nos quedemos aquí. A ver… Nancy… — Le tendió su chaquetón. — Intenta coger la espada envuelta en eso. — La chica obedeció y la espada se dejó. — Perfecto. — Alice asintió. — Bien pues vamos… Vamos a ir a la posada, ¿sí? Calentitos y con un café delante vamos a pensar mejor. Voy a lavarme las manos. — Y se acercó al arroyo. Aunque el agua estaba helada, se la echó en la cara también, porque necesitaba centrarse, y tener tranquilidad para con Marcus. Se acercó de nuevo a él y tomó su mano para levantarle. — Vamos, vamos, mi amor. En el hotel pensamos mejor. ¿Lo tienes, Nance? — La chica asintió. Parecía que simplemente llevaba el abrigo bajo la axila. Tanto poder y se puede esconder así… Suspiró y apartó ese pensamiento. Tenían que salir de allí, y ya ni siquiera sabía por qué, pero necesitaba serenarse.
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Hijos de las estrellas Con Alice | En Irlanda | 10 de diciembre de 2002 |
Estaban en su habitación, se habían abrigado, habían tomado café... pero no había entrado en calor, y no se le terminaba de quitar el embotamiento. Este más bien se estaba transformando en una especie de fijación: no es que no pudiera pensar, es que solo podía pensar en una cosa. Y esa cosa era la espada y la manera de conseguir la siguiente reliquia. Lo segundo creía que ya lo tenía, solo necesitaba el beneplácito de las chicas, y su colaboración. En cuanto a la espada...
No había dejado de mirarla de reojo, bajo el brazo de Nancy, en todo el camino, y seguía así en la habitación. Participaba de la conversación lo justo para que no le preguntaran en qué estaba pensando, porque lo que estaba pensando era que quería tocarla. Necesitaba tocarla. ¿Un hechizo psicométrico? ¿Ver al propio Nuada, un dios de Irlanda, en el momento en que portaba la reliquia y lo convirtió en lo que era? Eso era pura magia ancestral y necesitaba sentirla en su propia piel, ver que podía manejarla. Conocerla desde dentro. A Marcus no le gustaba nada hablar de las cosas sin saber de ellas, y quería poder hablar de la magia ancestral con conocimiento de causa. Estaba en Irlanda, estaba estudiando sobre ello, era alquimista. Debería poder tener autoridad para hablar sobre magia ancestral. Pero no iba a hacerlo si era tan cobarde de no atreverse a tocar una simple espada.
Pero las chicas parecían un tanto asustadas y cautas al respecto, y Nancy no había destapado la reliquia con su chaqueta. La tenía a buen recaudo en una esquina de la habitación. Solo la habían destapado un momento para releer la runa y que Nancy la transcribiera en sus apuntes, hecho lo cual la habían vuelto a guardar, pero a Marcus le había latido el pecho como si se le fuera a romper solo con la visión, como si no la hubiera visto antes. La sangre transmutada la habían tirado (Marcus ya ni se acordaba de ella). Se sorprendió a sí mismo trazando mentalmente la estrategia que necesitaría para que las chicas se fueran y pudiera quedarse de una vez a solas con la espada, verla y tocarla, probar ese hechizo, releer las runas, descubrir a qué se refería exactamente ese "rey de reyes". Pero, como si la cuerva le hubiera graznado en el interior de la cabeza, sintió un aviso de peligro. Y lo único que supo hacer fue irse al baño, echarse agua en la cara y repetirse una y otra vez "solo es una investigación, esto es una investigación, eres Marcus O'Donnell, estás con tu familia, esto es solo una investigación". Ya más relajado, volvió a salir.
Se sentó con ellas y trató de adoptar un tono lo más normal posible, obviando la presencia de la espada. - Tengo una idea de cómo conseguir la manta. - Se reacondicionó en su sitio. - Si nuestra hipótesis es cierta, probablemente esté custodiada por los elfos. Dijeron que "la diosa Eire vivía allí con ellos", pero sabemos que eso no es posible. Y dudo que tengan su cuerpo allí. - No sabía por qué lo dudaba realmente, porque bien podría. - Se referirán a la manta. Eire era la diosa del hogar... En primer lugar, tendríamos que entrar, y para eso, nos tienen que dejar entrar. Y... ¿formar un hogar con ellos? No lo veo claro. Y dudo que tenga un escudo que seguir como Nuada. - ¿Y cómo vamos a hacer que los elfos nos dejen entrar? No son tan confiados. - Alabándoles mucho. - No soy yo muy de alabar porque sí. - Dijo Nancy con sarcasmo. Ahí, Marcus ladeó una sonrisa. - Pero yo sí. - Encogió un hombro. - Y no es porque sí. Es por el bien de tu investigación. - Eso es conveniencia. Y no sabes suficiente gaélico, ¿pretendes ponerte a estudiarlo esta tarde? - Ladeó la sonrisa aún más. - Querida prima, parece que no conoces el maravilloso y lleno de posibilidades mundo de la magia. - Nancy suspiró. - Los elfos no son tontos, Marcus. Detectan la poción idiomática. - No estaba pensando en poción idiomática porque, efectivamente, no pretendo insultar la inteligencia de los elfos. Voy a comunicarme con ellos en gaélico pero con sinceridad. - Nancy arqueó una ceja. Se explicó. - Supongo que habrá tienda de plumas en Connatch ¿no? - Hizo un gesto con la mano. - Voy a comprarme una vuelapluma. - O podrías ir tú por mí, que conoces mejor este sitio, y así... No. No iba a mandar a Nancy a la tienda y esperar a que Alice se despistara, otra vez hablaba la espada por él. Se puso de pie directamente para evitar dicha tentación. - Solo necesito que me deis unas horas. Creedme, puedo entrenar una vuelapluma en unas horas. - Vio que Nancy boqueaba como si quisiera contradecirle, pero se calló. Me has visto transmutar sangre viva en un segundo, creo que puedo con una pluma de juguete. - Mi vuelapluma escribirá el discurso que quiero darles a los elfos en inglés, y la tuya lo traducirá al gaélico delante de mí para que pueda decirlo en esa lengua. - Nancy arqueó las cejas, sorprendida. No les dio tiempo a decirles nada. - Ahora vengo. - Y se fue. Y, cuando volviera, se encerraría en un cuarto con la pluma hasta que la tuviera dominada. Y lejos de la espada.
No había dejado de mirarla de reojo, bajo el brazo de Nancy, en todo el camino, y seguía así en la habitación. Participaba de la conversación lo justo para que no le preguntaran en qué estaba pensando, porque lo que estaba pensando era que quería tocarla. Necesitaba tocarla. ¿Un hechizo psicométrico? ¿Ver al propio Nuada, un dios de Irlanda, en el momento en que portaba la reliquia y lo convirtió en lo que era? Eso era pura magia ancestral y necesitaba sentirla en su propia piel, ver que podía manejarla. Conocerla desde dentro. A Marcus no le gustaba nada hablar de las cosas sin saber de ellas, y quería poder hablar de la magia ancestral con conocimiento de causa. Estaba en Irlanda, estaba estudiando sobre ello, era alquimista. Debería poder tener autoridad para hablar sobre magia ancestral. Pero no iba a hacerlo si era tan cobarde de no atreverse a tocar una simple espada.
Pero las chicas parecían un tanto asustadas y cautas al respecto, y Nancy no había destapado la reliquia con su chaqueta. La tenía a buen recaudo en una esquina de la habitación. Solo la habían destapado un momento para releer la runa y que Nancy la transcribiera en sus apuntes, hecho lo cual la habían vuelto a guardar, pero a Marcus le había latido el pecho como si se le fuera a romper solo con la visión, como si no la hubiera visto antes. La sangre transmutada la habían tirado (Marcus ya ni se acordaba de ella). Se sorprendió a sí mismo trazando mentalmente la estrategia que necesitaría para que las chicas se fueran y pudiera quedarse de una vez a solas con la espada, verla y tocarla, probar ese hechizo, releer las runas, descubrir a qué se refería exactamente ese "rey de reyes". Pero, como si la cuerva le hubiera graznado en el interior de la cabeza, sintió un aviso de peligro. Y lo único que supo hacer fue irse al baño, echarse agua en la cara y repetirse una y otra vez "solo es una investigación, esto es una investigación, eres Marcus O'Donnell, estás con tu familia, esto es solo una investigación". Ya más relajado, volvió a salir.
Se sentó con ellas y trató de adoptar un tono lo más normal posible, obviando la presencia de la espada. - Tengo una idea de cómo conseguir la manta. - Se reacondicionó en su sitio. - Si nuestra hipótesis es cierta, probablemente esté custodiada por los elfos. Dijeron que "la diosa Eire vivía allí con ellos", pero sabemos que eso no es posible. Y dudo que tengan su cuerpo allí. - No sabía por qué lo dudaba realmente, porque bien podría. - Se referirán a la manta. Eire era la diosa del hogar... En primer lugar, tendríamos que entrar, y para eso, nos tienen que dejar entrar. Y... ¿formar un hogar con ellos? No lo veo claro. Y dudo que tenga un escudo que seguir como Nuada. - ¿Y cómo vamos a hacer que los elfos nos dejen entrar? No son tan confiados. - Alabándoles mucho. - No soy yo muy de alabar porque sí. - Dijo Nancy con sarcasmo. Ahí, Marcus ladeó una sonrisa. - Pero yo sí. - Encogió un hombro. - Y no es porque sí. Es por el bien de tu investigación. - Eso es conveniencia. Y no sabes suficiente gaélico, ¿pretendes ponerte a estudiarlo esta tarde? - Ladeó la sonrisa aún más. - Querida prima, parece que no conoces el maravilloso y lleno de posibilidades mundo de la magia. - Nancy suspiró. - Los elfos no son tontos, Marcus. Detectan la poción idiomática. - No estaba pensando en poción idiomática porque, efectivamente, no pretendo insultar la inteligencia de los elfos. Voy a comunicarme con ellos en gaélico pero con sinceridad. - Nancy arqueó una ceja. Se explicó. - Supongo que habrá tienda de plumas en Connatch ¿no? - Hizo un gesto con la mano. - Voy a comprarme una vuelapluma. - O podrías ir tú por mí, que conoces mejor este sitio, y así... No. No iba a mandar a Nancy a la tienda y esperar a que Alice se despistara, otra vez hablaba la espada por él. Se puso de pie directamente para evitar dicha tentación. - Solo necesito que me deis unas horas. Creedme, puedo entrenar una vuelapluma en unas horas. - Vio que Nancy boqueaba como si quisiera contradecirle, pero se calló. Me has visto transmutar sangre viva en un segundo, creo que puedo con una pluma de juguete. - Mi vuelapluma escribirá el discurso que quiero darles a los elfos en inglés, y la tuya lo traducirá al gaélico delante de mí para que pueda decirlo en esa lengua. - Nancy arqueó las cejas, sorprendida. No les dio tiempo a decirles nada. - Ahora vengo. - Y se fue. Y, cuando volviera, se encerraría en un cuarto con la pluma hasta que la tuviera dominada. Y lejos de la espada.
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Hijos de las estrellas Con Marcus | En Irlanda | 10 de diciembre de 2002 |
Una vez en la habitación estaban indudablemente más a gusto… Pero eso le hizo darse cuenta de que las cosas estaban raras. No para Nancy, claro, Nancy estaba muy arriba con el hecho de haber encontrado lo que tanto tiempo llevaba buscando, pero Marcus estaba… Alice se había pasado los últimos siete años de su vida escudriñando ese rostro, y sabía que algo estaba fuera de su sitio. Y ella tendía a echarse las culpas de las cosas, pero sinceramente, era incapaz de entender qué podía haber hecho en… ¿Dos? ¿Tres? Horas, para haber generado algo que a Marcus no le dejara descansar. Porque ese era su aspecto, el de alguien que no había sido capaz de pegar ojo porque algo no le deja parar de pensar… Y sí, habían hecho un descubrimiento muy fuerte, muy grande, y del que no estaban seguros de cómo manejar, pero…
Daba igual, Nancy estaba de cabeza a todo lo que fuera recuperar la manta de Eire, y Marcus se había subido a aquel barco y, ciertamente, tenían la segunda reliquia al alcance de los dedos, así que… Tomó aire y trató de centrarse en lo que decían. — Desde luego, si alguien puede usar la labia con unos elfos Gryffindor, eres tú. Lo que temo es ofenderles yo si no quiero comer lo que ofrecen… — Intentó hacer la gracia, pero claramente no había lugar para eso en ese momento. Concentración. Se dedicó a asistir al partido de quidditch entre los primos, aunque no se lanzaban pelotas si no opciones. Eso sí, parpadeó cuando Marcus dijo aquello de la vuelapluma. A ver, su novio era perfectamente capaz de aprender a usar una vuelapluma en un corto espacio de tiempo, pero tal como le veía de… Perdido en su mente… Como no le saliera y se frustrara… Daba igual, claramente ese día Marcus no necesitaba de su opinión o consejo para nada.
Removía preocupada las patatas guisadas que se estaba comiendo con Nancy en el comedor de la posada, o más bien no comiendo. Se le había cerrado el estómago cuando fue a tocar a la puerta de su habitación para avisar a Marcus de que bajaban a comer y él le había pedido que le llevaran la comida para comer allí dentro. — ¿Qué te pasa? — Preguntó Nancy. Ella levantó la vista y se encogió de hombros. — No sé… Marcus y yo… Siempre estudiamos las cosas juntos. Cuando éramos pequeños, prometimos que siempre caminaríamos de la mano, uno al lado del otro, y alguna vez, en cuestiones personales o sentimentales lo hemos incumplido, pero en investigaciones y estudios, nunca. — Dejó salir el aire, mirando cómo los dueños de la posada empezaban a colocar los adornos de Navidad. — Ya es casi Navidad, y en circunstancias normales, llevaríamos todo este mes preparándolo todo. Marcus se moría de ganas por que viniera la familia de América y, sobre todo, Lex. — Tragó saliva e intentó centrarse. — Sé que es absurdo pero es como si… Desde que vimos las runas de aquella cueva, no, desde que fuimos a la roca de Fáil, algo hubiera hecho clic en él, y haya puesto todo lo demás en un segundo plano… Y su reacción con la espada… — Negó con la cabeza. — No lo sé explicar, Nancy, de verdad, pero algo le pasa. — La chica terminó de masticar, pero sin dejar de mirarla. Claramente, una irlandesa no dejaba de comer por filosofar. — La verdad es que yo lo he entendido como que la magia ancestral le interesa mucho para su investigación para la licencia, es normal. Encima tiene una sombra muy alargada con el tío Lawrence… — Bueno yo también. — Replicó Alice. — Yo también soy alquimista y soy la aprendiz de Lawrence. — Es distinto y lo sabes. El tío Larry te admira y le encanta tener dos aprendices en vez de uno, pero a Marcus lleva preparándole para esto desde que aprendió a hablar y a señalar objetos alquímicos en gaélico. Y Marcus siente mucha presión a ese respecto. Tú serás enfermera y usarás la alquimia, para él será toda su vida. — Se cruzó de brazos involuntariamente. — Bueno, técnicamente existimos más cosas en su vida. — Sacó un pucherito un poco involuntario. — Si no puedo seguirle a nivel intelectual… ¿Simplemente se va a aislar en la habitación a investigar y dejarme a mí fuera de la ecuación? — Nancy se encogió de hombros, rebañando su plato. — ¿No es lo que querías? Dejarle a él la investigación más… Puramente alquímica y tú centrarte en la sanitaria. — Dejó salir un poco el aire. — Pues sí… Pero no a costa de sentir que está en otra parte y que yo no llego, la verdad. — Ella siempre había disfrutado cuando veía a Marcus lograr nuevos horizontes de su inteligencia y su poder, pero… Nunca había sentido que eso le alejara de ella y ahora… — Alice. — Le llamó Nancy. — Sinceramente, creo que su sangre Slytherin se ha tirado un triple por el aro central y se le ha ocurrido lo de la vuelapluma y ahora, si no lo consigue, su orgullo sufrirá terribles tormentos. — Eso le hizo reír un poco. — Deja que haga lo de la vuelapluma, recuperamos la reliquia de Eire y volvemos a casa. En Ballyknow verás todo mucho más claro. — Y eso esperaba ella al menos. Solo quería encontrar la dichosa manta y sentarse con Marcus a solas, intentar llegar al fondo de aquello.
Daba igual, Nancy estaba de cabeza a todo lo que fuera recuperar la manta de Eire, y Marcus se había subido a aquel barco y, ciertamente, tenían la segunda reliquia al alcance de los dedos, así que… Tomó aire y trató de centrarse en lo que decían. — Desde luego, si alguien puede usar la labia con unos elfos Gryffindor, eres tú. Lo que temo es ofenderles yo si no quiero comer lo que ofrecen… — Intentó hacer la gracia, pero claramente no había lugar para eso en ese momento. Concentración. Se dedicó a asistir al partido de quidditch entre los primos, aunque no se lanzaban pelotas si no opciones. Eso sí, parpadeó cuando Marcus dijo aquello de la vuelapluma. A ver, su novio era perfectamente capaz de aprender a usar una vuelapluma en un corto espacio de tiempo, pero tal como le veía de… Perdido en su mente… Como no le saliera y se frustrara… Daba igual, claramente ese día Marcus no necesitaba de su opinión o consejo para nada.
Removía preocupada las patatas guisadas que se estaba comiendo con Nancy en el comedor de la posada, o más bien no comiendo. Se le había cerrado el estómago cuando fue a tocar a la puerta de su habitación para avisar a Marcus de que bajaban a comer y él le había pedido que le llevaran la comida para comer allí dentro. — ¿Qué te pasa? — Preguntó Nancy. Ella levantó la vista y se encogió de hombros. — No sé… Marcus y yo… Siempre estudiamos las cosas juntos. Cuando éramos pequeños, prometimos que siempre caminaríamos de la mano, uno al lado del otro, y alguna vez, en cuestiones personales o sentimentales lo hemos incumplido, pero en investigaciones y estudios, nunca. — Dejó salir el aire, mirando cómo los dueños de la posada empezaban a colocar los adornos de Navidad. — Ya es casi Navidad, y en circunstancias normales, llevaríamos todo este mes preparándolo todo. Marcus se moría de ganas por que viniera la familia de América y, sobre todo, Lex. — Tragó saliva e intentó centrarse. — Sé que es absurdo pero es como si… Desde que vimos las runas de aquella cueva, no, desde que fuimos a la roca de Fáil, algo hubiera hecho clic en él, y haya puesto todo lo demás en un segundo plano… Y su reacción con la espada… — Negó con la cabeza. — No lo sé explicar, Nancy, de verdad, pero algo le pasa. — La chica terminó de masticar, pero sin dejar de mirarla. Claramente, una irlandesa no dejaba de comer por filosofar. — La verdad es que yo lo he entendido como que la magia ancestral le interesa mucho para su investigación para la licencia, es normal. Encima tiene una sombra muy alargada con el tío Lawrence… — Bueno yo también. — Replicó Alice. — Yo también soy alquimista y soy la aprendiz de Lawrence. — Es distinto y lo sabes. El tío Larry te admira y le encanta tener dos aprendices en vez de uno, pero a Marcus lleva preparándole para esto desde que aprendió a hablar y a señalar objetos alquímicos en gaélico. Y Marcus siente mucha presión a ese respecto. Tú serás enfermera y usarás la alquimia, para él será toda su vida. — Se cruzó de brazos involuntariamente. — Bueno, técnicamente existimos más cosas en su vida. — Sacó un pucherito un poco involuntario. — Si no puedo seguirle a nivel intelectual… ¿Simplemente se va a aislar en la habitación a investigar y dejarme a mí fuera de la ecuación? — Nancy se encogió de hombros, rebañando su plato. — ¿No es lo que querías? Dejarle a él la investigación más… Puramente alquímica y tú centrarte en la sanitaria. — Dejó salir un poco el aire. — Pues sí… Pero no a costa de sentir que está en otra parte y que yo no llego, la verdad. — Ella siempre había disfrutado cuando veía a Marcus lograr nuevos horizontes de su inteligencia y su poder, pero… Nunca había sentido que eso le alejara de ella y ahora… — Alice. — Le llamó Nancy. — Sinceramente, creo que su sangre Slytherin se ha tirado un triple por el aro central y se le ha ocurrido lo de la vuelapluma y ahora, si no lo consigue, su orgullo sufrirá terribles tormentos. — Eso le hizo reír un poco. — Deja que haga lo de la vuelapluma, recuperamos la reliquia de Eire y volvemos a casa. En Ballyknow verás todo mucho más claro. — Y eso esperaba ella al menos. Solo quería encontrar la dichosa manta y sentarse con Marcus a solas, intentar llegar al fondo de aquello.
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No tardó en encontrar una tienda de plumas y poner los ojos en la que sería su vuelapluma. Marcus nunca había sido amigo de las vuelaplumas: sentía que tendría que estar todo el tiempo vigilando si lo que escribían estaba bien, y para eso le resultaba más práctico, directamente, escribir él. Pero sabía que más tarde o más temprano tendría tanto trabajo que le haría falta. El momento había llegado antes de lo que esperaba y por motivos que no había contemplado. Pero siempre era bien recibido aprender una nueva habilidad, y ya la tendría al fin y al cabo.
Se encerró en su habitación y decidió no salir hasta que hubiera terminado. Anochecía a las cuatro y veinte y quería hacer eso antes de que se hiciera de noche, porque tratar de introducirse en una cueva llena de elfos en la oscuridad y en mitad de la nada no le parecía la mejor de las ideas, y no veía a su hiperexcitado cerebro muy por la labor de esperar al día siguiente. Afortunadamente, apenas pasadas las dos de la tarde, había conseguido tener la vuelapluma dominada, su trabajo le había costado. Salió de la habitación limpiándose distraídamente el sudor de la frente, sin darse cuenta, focalizado, y entró en la de su prima sin llamar, sabiendo que las encontraría a ambas allí. - Listo. - Nancy dio un saltito, poniéndose de pie. - ¡Genial! Voy a por nuestros abrigos. - Al quedarse a solas con Alice, la miró y soltó un leve jadeo. Parecía que venía de una carrera. - Necesitaba poner todas mis energías en eso. - Y seguía en ello, en esa pompa de concentración, porque ahora repasaba en su cabeza una y otra vez los derroteros que podía tomar la conversación con los elfos. Sentía que, todo lo que hablara fuera de esa línea, le arriesgaba a perder datos, y no quería. Así que iba a estar parco en palabras hasta que hubieran terminado su misión.
- Mmmm a ver, Marcus, tu opinión. Nosotras hemos estado debatiendo un rato. ¿Ves bien...? - La espada se queda aquí. - Se lo estaba viendo venir, y la respuesta era un no rotundo. Su discurso con los elfos ya estaba de por sí cimentado en la base de no mostrarles la espada. Nancy y Alice se miraron, y su prima trató de buscar las palabras, con una sonrisilla. - Bueno, es que claro. Dejarla por aquí... Es que es eso. - Rio, nerviosa. - Muy buena la idea de cogerla pero, ¿y ahora quién la custodia? Pero claro, tampoco pasearla por ahí... - No te preocupes. - Dijo, y las instó con un gesto a salir de la habitación, sacando la varita. - No es tan fácil romper un hechizo mío. De mi madre. - Puntualizó. - Si alguien intenta robar, le pillaremos intentando romperlo cuando ya estemos de vuelta. - Marcus siempre había estado seguro de sí mismo, pero ahora se sentía imbuido de una seguridad inusitada. Esperó a que salieran y echó varios hechizos a la puerta. No, eso no iba a ser tan fácil de romper, estaba convencido. Y dudaba que hubiera ladrones profesionales por allí esperando. Ya estaban preparados para marcharse.
Se encerró en su habitación y decidió no salir hasta que hubiera terminado. Anochecía a las cuatro y veinte y quería hacer eso antes de que se hiciera de noche, porque tratar de introducirse en una cueva llena de elfos en la oscuridad y en mitad de la nada no le parecía la mejor de las ideas, y no veía a su hiperexcitado cerebro muy por la labor de esperar al día siguiente. Afortunadamente, apenas pasadas las dos de la tarde, había conseguido tener la vuelapluma dominada, su trabajo le había costado. Salió de la habitación limpiándose distraídamente el sudor de la frente, sin darse cuenta, focalizado, y entró en la de su prima sin llamar, sabiendo que las encontraría a ambas allí. - Listo. - Nancy dio un saltito, poniéndose de pie. - ¡Genial! Voy a por nuestros abrigos. - Al quedarse a solas con Alice, la miró y soltó un leve jadeo. Parecía que venía de una carrera. - Necesitaba poner todas mis energías en eso. - Y seguía en ello, en esa pompa de concentración, porque ahora repasaba en su cabeza una y otra vez los derroteros que podía tomar la conversación con los elfos. Sentía que, todo lo que hablara fuera de esa línea, le arriesgaba a perder datos, y no quería. Así que iba a estar parco en palabras hasta que hubieran terminado su misión.
- Mmmm a ver, Marcus, tu opinión. Nosotras hemos estado debatiendo un rato. ¿Ves bien...? - La espada se queda aquí. - Se lo estaba viendo venir, y la respuesta era un no rotundo. Su discurso con los elfos ya estaba de por sí cimentado en la base de no mostrarles la espada. Nancy y Alice se miraron, y su prima trató de buscar las palabras, con una sonrisilla. - Bueno, es que claro. Dejarla por aquí... Es que es eso. - Rio, nerviosa. - Muy buena la idea de cogerla pero, ¿y ahora quién la custodia? Pero claro, tampoco pasearla por ahí... - No te preocupes. - Dijo, y las instó con un gesto a salir de la habitación, sacando la varita. - No es tan fácil romper un hechizo mío. De mi madre. - Puntualizó. - Si alguien intenta robar, le pillaremos intentando romperlo cuando ya estemos de vuelta. - Marcus siempre había estado seguro de sí mismo, pero ahora se sentía imbuido de una seguridad inusitada. Esperó a que salieran y echó varios hechizos a la puerta. No, eso no iba a ser tan fácil de romper, estaba convencido. Y dudaba que hubiera ladrones profesionales por allí esperando. Ya estaban preparados para marcharse.
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No sabía si la hora desde que habían terminado de comer, hasta que Marcus salió del cuarto, se le había hecho corta o larga. Se había quedado releyendo los papeles, traducciones, leyendas, palabras en gaélico… Pero tampoco era capaz de concentrarse y solo podía pensar en la cara de Marcus allí arriba, donde la espada y… En la maldita cuerva graznando… Sea como fuere, cuando le vio aparecer, pudo hacer una respiración profunda y sonrió al verle más activo. Fue un poquito taxativo de más en lo de no llevarse la espada, pero bueno, compartía su punto de vista, así que simplemente asintió. Sí, ella tampoco tenía mucha ilusión de llevar la espada por ahí, el hechizo psicométrico la había dejado tocadita.
Alzó una ceja y rio. — Alguien se siente especialmente poderoso hoy, ¿eh? Primero una vuelapluma y ahora un hechizo de Emma O’Donnell ni más ni menos. — Y estaba intentando darle comicidad al asunto, pero seguía espinada por todo aquello. Solo quería volver a Ballyknow, pero, a ser posible, con la reliquia, porque veía venir que como no la consiguieran, no iba a haber quien aguantara a los primos O’Donnell. Miró por la ventana y se agarró del brazo de Marcus. — Venga, estoy deseando ver cómo te camelas a esos elfos. — E iba a añadir que a Molly le encantaría oírlo, pero, realmente, no tenía ni idea de qué podían contar y qué no. Aquello era complicado.
Deseaba tener un momentito con Marcus, darle la mano, hablar de qué hacer con las reliquias, pero no había tiempo que perder. Se había levantado un viento bastante desagradable y negrísimas nubes oscurecían aún más la tarde. — Alice, ¿tú te acuerdas de qué montículo era el de los elfos? — Demandó Nancy. Sí, supongo que la reflexión será en otro momento. De hecho, iba a acercarse y sacar su corazón más Hufflepuff, pero claramente no era eso lo que se requería en aquel momento, así que simplemente miró a Marcus y dijo. — Es aquel de allí. — Invocó un Luíos flojito, que no quería incomodar a los elfos, y señaló el lugar. — Tú me dices que necesitas de mí y qué hago a continuación. — Al final iba a ser la mejor y más rápida manera de ayudar y que pudieran volver a Ballyknow a descansar, pensar y digerir, ponerse a las órdenes de Marcus, que al menos tenía un plan, no como ella que, a cada minuto que pasaba, sentía que se liaba más en la cabeza.
Alzó una ceja y rio. — Alguien se siente especialmente poderoso hoy, ¿eh? Primero una vuelapluma y ahora un hechizo de Emma O’Donnell ni más ni menos. — Y estaba intentando darle comicidad al asunto, pero seguía espinada por todo aquello. Solo quería volver a Ballyknow, pero, a ser posible, con la reliquia, porque veía venir que como no la consiguieran, no iba a haber quien aguantara a los primos O’Donnell. Miró por la ventana y se agarró del brazo de Marcus. — Venga, estoy deseando ver cómo te camelas a esos elfos. — E iba a añadir que a Molly le encantaría oírlo, pero, realmente, no tenía ni idea de qué podían contar y qué no. Aquello era complicado.
Deseaba tener un momentito con Marcus, darle la mano, hablar de qué hacer con las reliquias, pero no había tiempo que perder. Se había levantado un viento bastante desagradable y negrísimas nubes oscurecían aún más la tarde. — Alice, ¿tú te acuerdas de qué montículo era el de los elfos? — Demandó Nancy. Sí, supongo que la reflexión será en otro momento. De hecho, iba a acercarse y sacar su corazón más Hufflepuff, pero claramente no era eso lo que se requería en aquel momento, así que simplemente miró a Marcus y dijo. — Es aquel de allí. — Invocó un Luíos flojito, que no quería incomodar a los elfos, y señaló el lugar. — Tú me dices que necesitas de mí y qué hago a continuación. — Al final iba a ser la mejor y más rápida manera de ayudar y que pudieran volver a Ballyknow a descansar, pensar y digerir, ponerse a las órdenes de Marcus, que al menos tenía un plan, no como ella que, a cada minuto que pasaba, sentía que se liaba más en la cabeza.
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Estaba viendo los intentos de acercamiento de Alice y de destensar el ambiente, pero es que él ni estaba distante ni estaba tenso: solo estaba concentrado. Esto era lo más importante y trascendente a lo que se habían enfrentado hasta ahora a nivel de conocimientos y de posibilidad de hacer historia, y no quería ni medio paso en falso. Se limitó a sonreír a su novia y a guiñarle un ojo, para que viera que todo seguía normal. La cuestión era si realmente, en la cabeza de Marcus, estaba todo normal.
Faltaba poco menos de dos horas para la anochecida, por lo que contaban con mucho menos tiempo del que le gustaría, pero no iba a aguantar con esta tensión veinticuatro horas más. Esperaba no estar precipitándose. Se acercaron a la montaña, en con su concentración, pero antes de ponerse en un punto en el que pudieran ser oídos por los elfos, se dirigió a las chicas, sacando el material que iba a necesitar: a saber, papel de sobra y su nueva vuelapluma. - Lo hacemos así: mi vuelapluma ya está entrenada. Estará delante de ti, Nancy, mientras que el papel con tu vuelapluma estarán delante de mí. - ¿Y si los elfos lo ven? - Lo van a ver. Pienso ir con la verdad por delante, creo que va a ser mejor... Más honorable. Recordemos que estamos jugando con Gryffindors. - Nancy asintió. - Mi vuelapluma irá escribiéndote el discurso que quiero dar en inglés, y necesito que tú mandes a la tuya a traducirlo al gaélico. Eso será lo que yo vaya diciéndole a los elfos. - Miró a Alice. - Los dos vamos a estar muy concentrados, así que necesito que tengas los sentidos más despiertos que nunca a todo lo que no sea puramente la conversación: un elfo traicionero que se acerque a nosotros sin que lo veamos; gente que se acerque, sean muggles o magos, o algún animal; una borrasca que pueda descargar una lluvia que nos empape los papeles, porque de eso depende toda esta estrategia; luz si ves que se oscurece el entorno y no puedo leer bien. Cualquier cosa que creas que nos puede entorpecer. - Sinceramente, esperaba que no hiciera falta la intervención de Alice, sería señal de que todo iba marchando bien.
Dicho eso, se dispusieron en sus posiciones y se acercaron al lugar. Se agachó, apoyando una rodilla en el suelo, y cambiando por completo la expresión de su cara a una mucho más dócil. Los ojos escrutadores no tardaron en emerger del suelo, pero su vuelapluma había empezado a funcionar, y segundos más tardes, la de Nancy, también. Se concentró lo máximo que podía y deseó con todo su corazón tener una pronunciación de gaélico lo más adecuada posible, y en ese idioma, comenzó a hablar. - Disculpad nuestra intromisión. Ayer pasamos por aquí, y sabiendo que se encuentra aquí la diosa Eire, no éramos capaces de volver a nuestras casas sin saber un poco más de ella. - Salieron poco a poco tres cabezas. Dos de ellos se mostraban curiosos, pero un tercero aparecía mucho más suspicaz. Escupió una frase brusca, que la vuelapluma de su prima no tardó en traducir ante él. - "No hablas gaélico. Te lo está traduciendo aquella chica". - Marcus asintió. - Es cierto, no pretendo engañaros. Mis nociones de gaélico no son suficientes. Supongo que no soy digno de los dioses... no aún, al menos. - "Quiere las reliquias". - Espetó el elfo enfadado. - "No es más que otro vanidoso humano que busca robarnos lo que es nuestro". - La vanidad es el mayor defecto que tenemos los humanos, tenéis razón. - No como los elfos, que sois todo humildad, pensó con acidez, y luego se arrepintió, vaya que la vuelapluma lo escribiera. Pero bueno, dudaba que Nancy fuera a traducirle eso.
- Soy de sangre irlandesa, pero como a tantos irlandeses, mis abuelos y mi padre tuvieron que abandonar su pueblo. - Los dos elfos que estaban callados se miraron de reojo, pero el otro seguía escrutándole, nada convencido. - He venido porque quiero, necesito, conocer mis raíces. Saber de dónde vengo, conocer mi historia. Siento que conozco a estos dioses de toda la vida sin haber venido aquí, y eso es porque mi corazón les llama. Solo quiero vuestra ayuda. No creo que nadie como vosotros, como la diosa Eire, pueda hablar más desde el corazón de Irlanda. - El escéptico empezaba a variar la mirada, y los otros dos cuchicheaban entre sí. Apareció un texto de la vuelapluma de Nancy en inglés: "no llego a oírles desde aquí, pero parece que les estás convenciendo, sigue así". Sí, Marcus también lo creía. Pero no iba a decir nada más por ahora, les tocaba hablar a ellos.
- "¿Cómo sabemos que no intentas engañarnos?" - Preguntó uno de los dos elfos más tranquilos. - Mi nombre es Marcus O'Donnell. ¿Puedo saber los vuestros? - Preguntó con humildad, y con tranquilidad respondió quien acababa de hablarle. - "Fingolfin". - Respondió, y a Marcus se le esbozó una sonrisa de vencedor en la cara. De todos los nombres de elfos JUSTO había ido a llamarse así su interlocutor. Era de los pocos cuyo significados que sabía. - Fingolfin. No sabes lo que me honra hablar con un sabio. Rowena Ravenclaw es mi guía, en su casa he estudiado. - El otro parpadeó, como si temiera estar cayendo en las garras de un humano, pero valorando seriamente la posibilidad. - "Yo soy Círdan. Carpintero de los mares". - Respondió el otro elfo, que hasta ahora se había mantenido callado. Marcus asintió con un gesto respetuoso de la cabeza. El escéptico no contestó. - "Dinos, Marcus O'Donnell: ¿acabáis de llegar a Irlanda y ya vais buscando las reliquias?" - Preguntó Círdan. - Irlanda es mi hogar. El hogar no es el lugar donde resides, sino donde está tu corazón. Eire dio un hogar a los irlandeses, y necesito encontrar su significado. - "Entonces, ¿por qué habéis ido a buscar en primer lugar la espada de Nuada?" - Preguntó el elfo escéptico. Marcus respondió. - Porque necesitaba su valor para hablar con vosotros. - Tras una pausa, añadió. - Sabéis que digo la verdad, sé que en el fondo lo sabéis. - "¿Y qué pasa con ellas?" - Señaló el elfo a las dos chicas. Tras eso, confesó. - "Mi nombre es Angrod, héroe de hierro. Yo ayudé a forjar la espada de Nuada. Yo protejo esta casa con mano dura. No dejaré pasar a cualquiera". - Si forjasteis esa espada, sabréis el poder que posee. - "Un poder incalculable". - ¿Y vais a negar la entrada al hogar de Eire a quienes han sido dignos de tomar la espada de su esposo? - Tal y como esperaba, la pregunta generó un impacto inmediato en los tres elfos, que abrieron mucho los ojos, murmuraron entre sí y se agitaron. Angrod se envaró. - "¿Tenéis la espada? ¿Qué habéis hecho con ella?" - Está a buen recaudo. Protegida. - Le miró con intensidad. - Angrod, ¿qué prefieres reconocer? ¿Que no somos dignos y que, por tanto, si tenemos la espada, es porque vuestra defensa de ella no era suficiente, o que sí lo somos pero no estás confiando en nosotros? - El elfo titubeó, aunque con mala cara, y Círdan se giró hacia él con agitación, hablándole a tanta velocidad que Nancy no estaba siendo capaz de traducir.
- Somos tres irlandeses de corazón que solo queremos conocer nuestro origen, que somos dignos de alguien de corazón tan valeroso como Nuada, y que nos mostramos humildes ante vosotros y ante la diosa Eire. Os ruego que nos permitáis ser acogidos en un lugar que nos sobrecoge y que marcará nuestra existencia. - "Solo si nos garantizas que la espada estará verdaderamente a salvo, ¿qué magia usarás para protegerla?" - Preguntó el sabio. - Magia ancestral. No hay otra que pueda. - Los tres elfos se miraron, y Angrod dijo. - "Los humanos no sabéis usar la magia ancestral. Y menos un humano tan joven". - Sí los alquimistas. Dos de nosotros somos alquimistas. Y sí, somos jóvenes, pero por eso queremos empezar cuanto antes a conocer la magia verdadera. - Y ahí pareció dar con la clave, reconociendo la magia ancestral como "la magia verdadera". Tras compartir un espeso silencio y una mirada entre los tres, Angrod y Círdan descendieron (el primero mirándole, de nuevo, con suspicacia) y Fingolfin dijo. - "Podéis adentraros en la casa de Eire. Y veremos si realmente sois dignos de ella". -
Faltaba poco menos de dos horas para la anochecida, por lo que contaban con mucho menos tiempo del que le gustaría, pero no iba a aguantar con esta tensión veinticuatro horas más. Esperaba no estar precipitándose. Se acercaron a la montaña, en con su concentración, pero antes de ponerse en un punto en el que pudieran ser oídos por los elfos, se dirigió a las chicas, sacando el material que iba a necesitar: a saber, papel de sobra y su nueva vuelapluma. - Lo hacemos así: mi vuelapluma ya está entrenada. Estará delante de ti, Nancy, mientras que el papel con tu vuelapluma estarán delante de mí. - ¿Y si los elfos lo ven? - Lo van a ver. Pienso ir con la verdad por delante, creo que va a ser mejor... Más honorable. Recordemos que estamos jugando con Gryffindors. - Nancy asintió. - Mi vuelapluma irá escribiéndote el discurso que quiero dar en inglés, y necesito que tú mandes a la tuya a traducirlo al gaélico. Eso será lo que yo vaya diciéndole a los elfos. - Miró a Alice. - Los dos vamos a estar muy concentrados, así que necesito que tengas los sentidos más despiertos que nunca a todo lo que no sea puramente la conversación: un elfo traicionero que se acerque a nosotros sin que lo veamos; gente que se acerque, sean muggles o magos, o algún animal; una borrasca que pueda descargar una lluvia que nos empape los papeles, porque de eso depende toda esta estrategia; luz si ves que se oscurece el entorno y no puedo leer bien. Cualquier cosa que creas que nos puede entorpecer. - Sinceramente, esperaba que no hiciera falta la intervención de Alice, sería señal de que todo iba marchando bien.
Dicho eso, se dispusieron en sus posiciones y se acercaron al lugar. Se agachó, apoyando una rodilla en el suelo, y cambiando por completo la expresión de su cara a una mucho más dócil. Los ojos escrutadores no tardaron en emerger del suelo, pero su vuelapluma había empezado a funcionar, y segundos más tardes, la de Nancy, también. Se concentró lo máximo que podía y deseó con todo su corazón tener una pronunciación de gaélico lo más adecuada posible, y en ese idioma, comenzó a hablar. - Disculpad nuestra intromisión. Ayer pasamos por aquí, y sabiendo que se encuentra aquí la diosa Eire, no éramos capaces de volver a nuestras casas sin saber un poco más de ella. - Salieron poco a poco tres cabezas. Dos de ellos se mostraban curiosos, pero un tercero aparecía mucho más suspicaz. Escupió una frase brusca, que la vuelapluma de su prima no tardó en traducir ante él. - "No hablas gaélico. Te lo está traduciendo aquella chica". - Marcus asintió. - Es cierto, no pretendo engañaros. Mis nociones de gaélico no son suficientes. Supongo que no soy digno de los dioses... no aún, al menos. - "Quiere las reliquias". - Espetó el elfo enfadado. - "No es más que otro vanidoso humano que busca robarnos lo que es nuestro". - La vanidad es el mayor defecto que tenemos los humanos, tenéis razón. - No como los elfos, que sois todo humildad, pensó con acidez, y luego se arrepintió, vaya que la vuelapluma lo escribiera. Pero bueno, dudaba que Nancy fuera a traducirle eso.
- Soy de sangre irlandesa, pero como a tantos irlandeses, mis abuelos y mi padre tuvieron que abandonar su pueblo. - Los dos elfos que estaban callados se miraron de reojo, pero el otro seguía escrutándole, nada convencido. - He venido porque quiero, necesito, conocer mis raíces. Saber de dónde vengo, conocer mi historia. Siento que conozco a estos dioses de toda la vida sin haber venido aquí, y eso es porque mi corazón les llama. Solo quiero vuestra ayuda. No creo que nadie como vosotros, como la diosa Eire, pueda hablar más desde el corazón de Irlanda. - El escéptico empezaba a variar la mirada, y los otros dos cuchicheaban entre sí. Apareció un texto de la vuelapluma de Nancy en inglés: "no llego a oírles desde aquí, pero parece que les estás convenciendo, sigue así". Sí, Marcus también lo creía. Pero no iba a decir nada más por ahora, les tocaba hablar a ellos.
- "¿Cómo sabemos que no intentas engañarnos?" - Preguntó uno de los dos elfos más tranquilos. - Mi nombre es Marcus O'Donnell. ¿Puedo saber los vuestros? - Preguntó con humildad, y con tranquilidad respondió quien acababa de hablarle. - "Fingolfin". - Respondió, y a Marcus se le esbozó una sonrisa de vencedor en la cara. De todos los nombres de elfos JUSTO había ido a llamarse así su interlocutor. Era de los pocos cuyo significados que sabía. - Fingolfin. No sabes lo que me honra hablar con un sabio. Rowena Ravenclaw es mi guía, en su casa he estudiado. - El otro parpadeó, como si temiera estar cayendo en las garras de un humano, pero valorando seriamente la posibilidad. - "Yo soy Círdan. Carpintero de los mares". - Respondió el otro elfo, que hasta ahora se había mantenido callado. Marcus asintió con un gesto respetuoso de la cabeza. El escéptico no contestó. - "Dinos, Marcus O'Donnell: ¿acabáis de llegar a Irlanda y ya vais buscando las reliquias?" - Preguntó Círdan. - Irlanda es mi hogar. El hogar no es el lugar donde resides, sino donde está tu corazón. Eire dio un hogar a los irlandeses, y necesito encontrar su significado. - "Entonces, ¿por qué habéis ido a buscar en primer lugar la espada de Nuada?" - Preguntó el elfo escéptico. Marcus respondió. - Porque necesitaba su valor para hablar con vosotros. - Tras una pausa, añadió. - Sabéis que digo la verdad, sé que en el fondo lo sabéis. - "¿Y qué pasa con ellas?" - Señaló el elfo a las dos chicas. Tras eso, confesó. - "Mi nombre es Angrod, héroe de hierro. Yo ayudé a forjar la espada de Nuada. Yo protejo esta casa con mano dura. No dejaré pasar a cualquiera". - Si forjasteis esa espada, sabréis el poder que posee. - "Un poder incalculable". - ¿Y vais a negar la entrada al hogar de Eire a quienes han sido dignos de tomar la espada de su esposo? - Tal y como esperaba, la pregunta generó un impacto inmediato en los tres elfos, que abrieron mucho los ojos, murmuraron entre sí y se agitaron. Angrod se envaró. - "¿Tenéis la espada? ¿Qué habéis hecho con ella?" - Está a buen recaudo. Protegida. - Le miró con intensidad. - Angrod, ¿qué prefieres reconocer? ¿Que no somos dignos y que, por tanto, si tenemos la espada, es porque vuestra defensa de ella no era suficiente, o que sí lo somos pero no estás confiando en nosotros? - El elfo titubeó, aunque con mala cara, y Círdan se giró hacia él con agitación, hablándole a tanta velocidad que Nancy no estaba siendo capaz de traducir.
- Somos tres irlandeses de corazón que solo queremos conocer nuestro origen, que somos dignos de alguien de corazón tan valeroso como Nuada, y que nos mostramos humildes ante vosotros y ante la diosa Eire. Os ruego que nos permitáis ser acogidos en un lugar que nos sobrecoge y que marcará nuestra existencia. - "Solo si nos garantizas que la espada estará verdaderamente a salvo, ¿qué magia usarás para protegerla?" - Preguntó el sabio. - Magia ancestral. No hay otra que pueda. - Los tres elfos se miraron, y Angrod dijo. - "Los humanos no sabéis usar la magia ancestral. Y menos un humano tan joven". - Sí los alquimistas. Dos de nosotros somos alquimistas. Y sí, somos jóvenes, pero por eso queremos empezar cuanto antes a conocer la magia verdadera. - Y ahí pareció dar con la clave, reconociendo la magia ancestral como "la magia verdadera". Tras compartir un espeso silencio y una mirada entre los tres, Angrod y Círdan descendieron (el primero mirándole, de nuevo, con suspicacia) y Fingolfin dijo. - "Podéis adentraros en la casa de Eire. Y veremos si realmente sois dignos de ella". -
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Ivanka
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Hijos de las estrellas Con Marcus | En Irlanda | 10 de diciembre de 2002 |
El plan, desde luego, estaba pulido, no pudo más que escuchar y asentir. Su papel era, justamente, proteger ese plan como una burbuja. No iba a ser tarea fácil tampoco, porque el tiempo estaba revuelto, el territorio podía ser hostil, y Alice aún estaba… Inquieta. No obstante, asintió y sacó la varita. — Al lío. — Dijo como toda confirmación. En el fondo, estaba deseando ver cómo salía todo aquello.
Aún no controlaba tanto de la raza élfica como para reconocerlos y saber si eran los del día anterior. Todos parecía tener ese color entre rosa y amoratado, los ojos ambarinos y la forma de la cara ovalada. No ayudaba que no quisieran acercarse mucho. Enseguida se dio cuenta de que esta vez venían tres, pero no se dio cuenta de mucho más, porque no entendía nada, y no podía pararse a leer sin dejar de prestar atención al entorno, así que simplemente fue parando corrientes de vientos y observando las nubes acercarse, deseando que los elfos se decidieran. Entendió los nombres “Fingolfin” “Círan” y diría que “Angrod” también lo era, pero prácticamente apenas distinguía “Irlanda” y un par de cosas más entre lo que decían. Un frase de su novio impactó a los elfos, y había entendido “esposo” así que era posible que estuvieran hablando de la espada de Nuada. Por favor, que esto no dure mucho más, temo que la lluvia no nos va a dar tregua, pensó, impaciente. Pudo distinguir “alquimista” y “joven” y, poco después, cuando ya empezaba a oler a lluvia y se veía venir el desastre, porque invocar un paraguas tan grande iba a estar complicado, les dejaron pasar.
Temerosos y cautos, avanzaron a la franja abierta en la roca, y eso le permitió darse cuenta del tamaño real de los elfos. Le llegaban un poco por debajo del cuello, y parecían machos, así que las hembras y los pequeños serían aún más bajitos. Nada más entrar, le golpeó el olor a humedad, aunque no era desagradable, solo espeso. Durante unos segundos, sus ojos no se acostumbraban a la oscuridad, pero, de repente, oyó una corriente de agua cercana y, como si eso activara lo demás, empezó a visualizar luces. Eran pequeñas luces en el techo. — Wow… Qué bonito. — Dijo con voz queda. Ante sus ojos, empezó a visualizar una aldea pequeñita, con sus casitas, un arroyo que la surcaba con sus puentecitos, plantas y árboles que no sabía reconocer, y todo dentro de la roca de la montaña. Uno de ellos habló. — Círan dice que cuando cayó la dinastía de los reyes de Irlanda y los druidas cedieron el terreno a los sinluz… O sea, a los muggles, ellos se escondieron aquí. Que esas luces que te han gustado imitan el cielo nocturno que los que no salen de aquí no pueden ver. — Tradujo Nancy. — ¿No salen de aquí? — Preguntó Alice, preocupada. Círan negó y le contestó en gaélico. — Por lo visto solo lo que él ha llamado “cillians”, es decir, guardianes, salen al exterior, aunque todos hacen vigilancias en la entrada. —
Llegaron a una especie de edificio central, mientras atravesaban las calles donde familias enteras de elfos les miraban curiosos. El edificio era como una gran sala sin paredes, circular, y había más elfos allí, sentados, probablemente avisados de que llegaban. Uno que estaba en el medio les señaló tres alfombrillas circulares que estaban en el centro de la sala. El elfo que parecía que manejaba el asunto dijo “fáilte” y eso sí lo entendió. Agachó la cabeza instintivamente, y tan solo contestó “gracias”, antes de que Nancy se pusiera a traducir, y ella, esta vez sí, pudo leer lo que ponía en los pergaminos, que dispuso rápidamente levitando ante Marcus y su prima, con el bote de tinta en la mano, porque eso iba para largo. — “Sed bienvenidos a Daingean, la aldea de los elfos guardianes de Irlanda y el valor” — Eso debía referirse a Eire y Nuada. — “Hace más de mil años, nuestro dios Nuada y nuestra diosa Eire, magos como vosotros, nos encomendaron la tarea de guardar este pedazo del corazón de Irlanda. Como magos que sois, y descendientes de ellos, os consideramos acogidos bajo la ley de Oigidecht.” — El elfo calló y Alice y Marcus miraron con cara de auxilio a Nancy. — Oigidecht es la ley de la hospitalidad irlandesa. Señala que ellos tienen que compartir su comida y acomodo con nosotros, y nosotros, antes de irnos, debemos proveer de entretenimiento. — ¿Cómo? — Preguntó Alice. — Sí, alguna canción, cuento lo que sea. No hablemos más en inglés que se van a mosquear. — Ella suspiró y simplemente miró al frente. Esto se le iba a hacer largo, pero confiaba al cien por cien en Marcus. Las vuelaplumas volvieron. — “La ley dicta que ninguno debemos usar nuestras armas, así que dejad vuestros báculos mágicos en el suelo” — Se mordió los labios y predicó con el ejemplo, dejándola frente a sí. Habrá que ver qué tiene todo el mundo en Irlanda contra las varitas, se dijo a sí misma, expectante a todo lo que estaba ocurriendo. — "¿Cuáles son vuestros nombres? Los de las mujeres." — Nancy. — ¿Nansha? — Preguntaron extrañados los elfos. Claramente ese nombre no les hacía gracia. — Nancy Mullighan. — ¡Ah! ¡Moligan! ¡Moligan! — Eso les había caído mejor. Todos la miraron a ella. — Alice. — Los ceños fruncidos no fueron sorpresa, pero entonces se le ocurrió algo. Trató de sacar su mejor conocimiento de gaélico y dijo. — En mi idioma, Alice es Firínne. — ¡Ah! ¡Firínne! ¡Firínne! — JAlearon contentos mientras la señalaba. Nancy sonrió y la miró. — Eso les ha gustado. — Ella respondió con otra sonrisa y una nueva inclinación de cabeza, cediéndole el terreno a Marcus.
Aún no controlaba tanto de la raza élfica como para reconocerlos y saber si eran los del día anterior. Todos parecía tener ese color entre rosa y amoratado, los ojos ambarinos y la forma de la cara ovalada. No ayudaba que no quisieran acercarse mucho. Enseguida se dio cuenta de que esta vez venían tres, pero no se dio cuenta de mucho más, porque no entendía nada, y no podía pararse a leer sin dejar de prestar atención al entorno, así que simplemente fue parando corrientes de vientos y observando las nubes acercarse, deseando que los elfos se decidieran. Entendió los nombres “Fingolfin” “Círan” y diría que “Angrod” también lo era, pero prácticamente apenas distinguía “Irlanda” y un par de cosas más entre lo que decían. Un frase de su novio impactó a los elfos, y había entendido “esposo” así que era posible que estuvieran hablando de la espada de Nuada. Por favor, que esto no dure mucho más, temo que la lluvia no nos va a dar tregua, pensó, impaciente. Pudo distinguir “alquimista” y “joven” y, poco después, cuando ya empezaba a oler a lluvia y se veía venir el desastre, porque invocar un paraguas tan grande iba a estar complicado, les dejaron pasar.
Temerosos y cautos, avanzaron a la franja abierta en la roca, y eso le permitió darse cuenta del tamaño real de los elfos. Le llegaban un poco por debajo del cuello, y parecían machos, así que las hembras y los pequeños serían aún más bajitos. Nada más entrar, le golpeó el olor a humedad, aunque no era desagradable, solo espeso. Durante unos segundos, sus ojos no se acostumbraban a la oscuridad, pero, de repente, oyó una corriente de agua cercana y, como si eso activara lo demás, empezó a visualizar luces. Eran pequeñas luces en el techo. — Wow… Qué bonito. — Dijo con voz queda. Ante sus ojos, empezó a visualizar una aldea pequeñita, con sus casitas, un arroyo que la surcaba con sus puentecitos, plantas y árboles que no sabía reconocer, y todo dentro de la roca de la montaña. Uno de ellos habló. — Círan dice que cuando cayó la dinastía de los reyes de Irlanda y los druidas cedieron el terreno a los sinluz… O sea, a los muggles, ellos se escondieron aquí. Que esas luces que te han gustado imitan el cielo nocturno que los que no salen de aquí no pueden ver. — Tradujo Nancy. — ¿No salen de aquí? — Preguntó Alice, preocupada. Círan negó y le contestó en gaélico. — Por lo visto solo lo que él ha llamado “cillians”, es decir, guardianes, salen al exterior, aunque todos hacen vigilancias en la entrada. —
Llegaron a una especie de edificio central, mientras atravesaban las calles donde familias enteras de elfos les miraban curiosos. El edificio era como una gran sala sin paredes, circular, y había más elfos allí, sentados, probablemente avisados de que llegaban. Uno que estaba en el medio les señaló tres alfombrillas circulares que estaban en el centro de la sala. El elfo que parecía que manejaba el asunto dijo “fáilte” y eso sí lo entendió. Agachó la cabeza instintivamente, y tan solo contestó “gracias”, antes de que Nancy se pusiera a traducir, y ella, esta vez sí, pudo leer lo que ponía en los pergaminos, que dispuso rápidamente levitando ante Marcus y su prima, con el bote de tinta en la mano, porque eso iba para largo. — “Sed bienvenidos a Daingean, la aldea de los elfos guardianes de Irlanda y el valor” — Eso debía referirse a Eire y Nuada. — “Hace más de mil años, nuestro dios Nuada y nuestra diosa Eire, magos como vosotros, nos encomendaron la tarea de guardar este pedazo del corazón de Irlanda. Como magos que sois, y descendientes de ellos, os consideramos acogidos bajo la ley de Oigidecht.” — El elfo calló y Alice y Marcus miraron con cara de auxilio a Nancy. — Oigidecht es la ley de la hospitalidad irlandesa. Señala que ellos tienen que compartir su comida y acomodo con nosotros, y nosotros, antes de irnos, debemos proveer de entretenimiento. — ¿Cómo? — Preguntó Alice. — Sí, alguna canción, cuento lo que sea. No hablemos más en inglés que se van a mosquear. — Ella suspiró y simplemente miró al frente. Esto se le iba a hacer largo, pero confiaba al cien por cien en Marcus. Las vuelaplumas volvieron. — “La ley dicta que ninguno debemos usar nuestras armas, así que dejad vuestros báculos mágicos en el suelo” — Se mordió los labios y predicó con el ejemplo, dejándola frente a sí. Habrá que ver qué tiene todo el mundo en Irlanda contra las varitas, se dijo a sí misma, expectante a todo lo que estaba ocurriendo. — "¿Cuáles son vuestros nombres? Los de las mujeres." — Nancy. — ¿Nansha? — Preguntaron extrañados los elfos. Claramente ese nombre no les hacía gracia. — Nancy Mullighan. — ¡Ah! ¡Moligan! ¡Moligan! — Eso les había caído mejor. Todos la miraron a ella. — Alice. — Los ceños fruncidos no fueron sorpresa, pero entonces se le ocurrió algo. Trató de sacar su mejor conocimiento de gaélico y dijo. — En mi idioma, Alice es Firínne. — ¡Ah! ¡Firínne! ¡Firínne! — JAlearon contentos mientras la señalaba. Nancy sonrió y la miró. — Eso les ha gustado. — Ella respondió con otra sonrisa y una nueva inclinación de cabeza, cediéndole el terreno a Marcus.
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
- Golden Shields:
Alice Gallia
Cause' Alice does belong with Marcus
Ante todo, amigos
Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
[/center]
- Juntos, somos el Todo:
- 16 de enero de 2002:
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