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Freyja
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Recuerdo del primer mensaje :
El pájaro en el espino
Marcus & Alice | Continuación Golden Shields | Inspired - Libros (Harry Potter Universe)
Hogwarts ha terminado y la vida adulta ha comenzado. Antes de lo que esperaban que sería, Marcus y Alice han tenido que enfrentarse a los peligros de la vida adulta, a contratiempos inesperados y a algunos de sus mayores temores. Pero también han reafirmado, una vez más, como la familia y los amigos siempre luchan juntos. Y ahora comienzan una nueva etapa en la isla esmeralda: Irlanda les espera para ahondar en sus raíces.
Marcus es el primogénito adorado de la importante familia O’Donnell. Criado entre eruditos y con una familia unida, recto, prefecto durante tres cursos completos en Hogwarts, amante de las normas y con una inteligencia privilegiada. Nada haría augurar que acabaría entregando su corazón a Alice Gallia, otra mente brillante de Ravenclaw, pero proveniente de una familia con un pasado turbulento por parte de su madre en América, y mucho menos fan de las normas e inherente al caos. Pero ellos se adoran, las familias han recuperado el vínculo y se apoyan y la alianza O’Donnell-Gallia es un fuerte vínculo que va desde Irlanda a La Provenza.
Juntos fueron los mejores alumnos de Hogwarts, juntos quieren comerse el mundo y ser alquimistas. Ahora saben que se aman y que quieren estar juntos, pero no todo puede ser tan fácil. Les quedan mucho años de estudio y trabajo por delante para llegar a ser quienes quieren ser, las situaciones familiares no son las ideales y aún quedan temas sin resolver.
La historia de Marcus y Alice no podía acabarse al salir de Hogwarts, queda mucha alquimia, mundo que recorrer, momentos felices, dramas y mucha mucha alquimia y magia, que es para los que ambos nacieron. Además, aún no se han cumplido las dos profecías: queda una boda con mucho espino blanco y la creación de un nido… La última página está muy lejos de ser escrita, y esto es solo el principio.
Marcus es el primogénito adorado de la importante familia O’Donnell. Criado entre eruditos y con una familia unida, recto, prefecto durante tres cursos completos en Hogwarts, amante de las normas y con una inteligencia privilegiada. Nada haría augurar que acabaría entregando su corazón a Alice Gallia, otra mente brillante de Ravenclaw, pero proveniente de una familia con un pasado turbulento por parte de su madre en América, y mucho menos fan de las normas e inherente al caos. Pero ellos se adoran, las familias han recuperado el vínculo y se apoyan y la alianza O’Donnell-Gallia es un fuerte vínculo que va desde Irlanda a La Provenza.
Juntos fueron los mejores alumnos de Hogwarts, juntos quieren comerse el mundo y ser alquimistas. Ahora saben que se aman y que quieren estar juntos, pero no todo puede ser tan fácil. Les quedan mucho años de estudio y trabajo por delante para llegar a ser quienes quieren ser, las situaciones familiares no son las ideales y aún quedan temas sin resolver.
La historia de Marcus y Alice no podía acabarse al salir de Hogwarts, queda mucha alquimia, mundo que recorrer, momentos felices, dramas y mucha mucha alquimia y magia, que es para los que ambos nacieron. Además, aún no se han cumplido las dos profecías: queda una boda con mucho espino blanco y la creación de un nido… La última página está muy lejos de ser escrita, y esto es solo el principio.
AQUÍ COMIENZA ALQUIMIA DE VIDA: PIEDRA, PARTE 2
Índice de capítulos
1. Faílte
2. Westering home
3. We are blooming
4. En el corazón de Irlanda
5. Family and nature
6. Rinceoir
7. Interlude
8. Hijos de las estrellas
9. Eureka!
10. Bajo el muérdago
11. Welcome Mr. Lacey - O'Donnell
12. Ireland meets America
13. Bring the bells!
14. Ding, dong, merrily on high
15. An Irish carol
1. Faílte
2. Westering home
3. We are blooming
4. En el corazón de Irlanda
5. Family and nature
6. Rinceoir
7. Interlude
8. Hijos de las estrellas
9. Eureka!
10. Bajo el muérdago
11. Welcome Mr. Lacey - O'Donnell
12. Ireland meets America
13. Bring the bells!
14. Ding, dong, merrily on high
15. An Irish carol
Marcus O'Donnell Alquimista | Timotheé Chalamet | Freyja |
Alice Gallia Alquimista y enfermera | Kaya Scodelario | Ivanka |
- Post de rol:
- Código:
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We are blooming Con Alice | En Irlanda | 5 de noviembre de 2002 |
Asintió enérgicamente. - ¡Claro! Si estamos invitados... - Qué tontería, hijo. - Respondió Cillian entre risas. - La familia no necesita tal cosa como una invitación para aparecerse en una comida. Ni los amigos, de hecho, ni los conocidos. Aviso por si veis por casa gente que no conocéis de nada entrar y salir. - Y su madre intentaba aplacar los posibles ánimos excesivamente festivos, pero sin contradecir directa y públicamente a sus padres (Marcus se cortaría la lengua antes) pensó lo siento, tú te vas, nosotros nos quedamos y somos mayorcitos, sabemos organizarnos bien. Si en Hogwarts, con la cantidad de asignaturas de diversas dificultades que tenían y un horario mucho más estricto, sacaban tiempo para divertirse, allí mucho más.
Y definitivamente, el concepto de familia allí era MUY amplio, como para no considerarse invitados. Intercambió una mirada con Alice y se aguantó la risa, mientras Cillian se llevaba a Saoirse prácticamente a rastras. - ¡Adiós, primo! - Se despidió divertido de Seamus, y luego se inclinó hacia Alice para bromear. - Voy a tener que mentalizarme con la falta de privacidad, porque aquí las indirectas no funcionan muy bien en ese terreno. - O en otras palabras, que su estricto código de educación inglesa en Irlanda no casaba. Algo le decía que iba a tener que cambiarse delante de Seamus más de una vez, solo esperaba que fuera solo delante de Seamus.
Escuchó atentamente el plan de su abuela mientras remataba el desayuno. Abrió mucho los ojos. - ¡Sí! ¡La famosa biblioteca! - Qué emoción conocerla por fin, después de tanto oír hablar de ella. Rodó lánguidamente los ojos hacia su padre. Suspiró. - ¿No pretenderás que nos mantengamos con una sola compra? Somos muchos. - Lawrence rio por lo bajo. - Mi nieto se ha convertido en toda una señora irlandesa nada más llegar. - Ja, ja. - Dijo sarcástico. Lo que era tener fama de glotón, deberían de no comprar nada y, cuando alguien dijera que tenía hambre, responder "ah, pero ¿no era de sobra con lo que ya habíamos comprado?" En fin. Siguió escuchando a su abuela y, con la boca llena por la última tostada con queso y miel que quedaba, asintió. - ¡Eso! Que vaya abriendo boca para las Navidades, nunca mejor dicho. - No había tenido momento de escribir a Lex desde que llegaran, esas últimas veinticuatro horas habían sido un no parar, así que mandarle productos de allí le parecía una excusa fantástica para hacerlo.
Sonrió, aún terminando con la comida que tenía en la boca, cuando Alice le besó y se fue, apurando el café. - Marcus. Más despacio, hijo. - Advirtió Arnold, pero Molly le acarició la cara. - Deja a mi niño, que él disfruta así, y claramente le ha encantado el plan. - ¡Sep! - Respondió contento, con una gran sonrisa. - ¿Así voy bien para la biblioteca, abuela? - Así vas guapísimo, cariño. - Sonrió con orgullo infantil, mientras su abuelo y su padre intercambiaban miradas y risitas. Sí, sí, que se rieran, a él le encantaba ser el nieto perfecto para su abuela, y la mujer se lo merecía, que le había costado años llevar a su pueblo a la familia. Dio un saltito. - ¡Os ayudo a recoger! - Y, bien contento, empezó a hacer desfilar con elegancia pero también con un toque cantarín a los platos y vasos del desayuno, mientras su abuela le ponía por las nubes con todos los piropos posibles, los dos hombres suspiraban y Emma, comedidamente, se guardaba una sonrisa de cariño pero no condecía información verbal alguna.
- ¡Voy a por mis cosas y a ver si Alice está lista! - No quedaba mucho por recoger, al fin y al cabo, había quitado casi toda la mesa en un segundo y los mayores se habían ofrecido a terminar, así que se fue a saltitos escaleras arriba. Entró en la habitación diciendo. - ¿Está mi alquimista lista? ¡La biblioteca de Ballyknow nos espe...! - Pero no estaba. Frunció el ceño y miró a los lados. - ¿Alice? - A lo mejor había ido al baño. Fue a salir de nuevo de la habitación, por la rapidez que llevaba intrínseca, pero... ah, su pajarillo estaba detrás de la puerta, la sentía allí. ¿Qué hacía escondida? ¿Tenía ganas de juegos hoy? Pues por él genial, con lo contento que estaba. - ¿Se me ha escondido el pajarit-Oh, wow. - Lo de la ropa interior sí que había sido una sorpresa inesperada. Después del impacto inicial que debió notársele claramente en la cara, miró a la puerta y, discretamente, la encajó (para no cerrar y ser demasiado sospechoso) y bajó la voz. - ¿Vas a ir así a la biblioteca? Mira que en Irlanda hace bastante frío. - Bromeó, pero se acercó a ella y colocó las manos en su cintura, diciendo antes de besarla. - ¿Por qué motivo estoy recibiendo este premio? -
Y definitivamente, el concepto de familia allí era MUY amplio, como para no considerarse invitados. Intercambió una mirada con Alice y se aguantó la risa, mientras Cillian se llevaba a Saoirse prácticamente a rastras. - ¡Adiós, primo! - Se despidió divertido de Seamus, y luego se inclinó hacia Alice para bromear. - Voy a tener que mentalizarme con la falta de privacidad, porque aquí las indirectas no funcionan muy bien en ese terreno. - O en otras palabras, que su estricto código de educación inglesa en Irlanda no casaba. Algo le decía que iba a tener que cambiarse delante de Seamus más de una vez, solo esperaba que fuera solo delante de Seamus.
Escuchó atentamente el plan de su abuela mientras remataba el desayuno. Abrió mucho los ojos. - ¡Sí! ¡La famosa biblioteca! - Qué emoción conocerla por fin, después de tanto oír hablar de ella. Rodó lánguidamente los ojos hacia su padre. Suspiró. - ¿No pretenderás que nos mantengamos con una sola compra? Somos muchos. - Lawrence rio por lo bajo. - Mi nieto se ha convertido en toda una señora irlandesa nada más llegar. - Ja, ja. - Dijo sarcástico. Lo que era tener fama de glotón, deberían de no comprar nada y, cuando alguien dijera que tenía hambre, responder "ah, pero ¿no era de sobra con lo que ya habíamos comprado?" En fin. Siguió escuchando a su abuela y, con la boca llena por la última tostada con queso y miel que quedaba, asintió. - ¡Eso! Que vaya abriendo boca para las Navidades, nunca mejor dicho. - No había tenido momento de escribir a Lex desde que llegaran, esas últimas veinticuatro horas habían sido un no parar, así que mandarle productos de allí le parecía una excusa fantástica para hacerlo.
Sonrió, aún terminando con la comida que tenía en la boca, cuando Alice le besó y se fue, apurando el café. - Marcus. Más despacio, hijo. - Advirtió Arnold, pero Molly le acarició la cara. - Deja a mi niño, que él disfruta así, y claramente le ha encantado el plan. - ¡Sep! - Respondió contento, con una gran sonrisa. - ¿Así voy bien para la biblioteca, abuela? - Así vas guapísimo, cariño. - Sonrió con orgullo infantil, mientras su abuelo y su padre intercambiaban miradas y risitas. Sí, sí, que se rieran, a él le encantaba ser el nieto perfecto para su abuela, y la mujer se lo merecía, que le había costado años llevar a su pueblo a la familia. Dio un saltito. - ¡Os ayudo a recoger! - Y, bien contento, empezó a hacer desfilar con elegancia pero también con un toque cantarín a los platos y vasos del desayuno, mientras su abuela le ponía por las nubes con todos los piropos posibles, los dos hombres suspiraban y Emma, comedidamente, se guardaba una sonrisa de cariño pero no condecía información verbal alguna.
- ¡Voy a por mis cosas y a ver si Alice está lista! - No quedaba mucho por recoger, al fin y al cabo, había quitado casi toda la mesa en un segundo y los mayores se habían ofrecido a terminar, así que se fue a saltitos escaleras arriba. Entró en la habitación diciendo. - ¿Está mi alquimista lista? ¡La biblioteca de Ballyknow nos espe...! - Pero no estaba. Frunció el ceño y miró a los lados. - ¿Alice? - A lo mejor había ido al baño. Fue a salir de nuevo de la habitación, por la rapidez que llevaba intrínseca, pero... ah, su pajarillo estaba detrás de la puerta, la sentía allí. ¿Qué hacía escondida? ¿Tenía ganas de juegos hoy? Pues por él genial, con lo contento que estaba. - ¿Se me ha escondido el pajarit-Oh, wow. - Lo de la ropa interior sí que había sido una sorpresa inesperada. Después del impacto inicial que debió notársele claramente en la cara, miró a la puerta y, discretamente, la encajó (para no cerrar y ser demasiado sospechoso) y bajó la voz. - ¿Vas a ir así a la biblioteca? Mira que en Irlanda hace bastante frío. - Bromeó, pero se acercó a ella y colocó las manos en su cintura, diciendo antes de besarla. - ¿Por qué motivo estoy recibiendo este premio? -
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We are blooming CON Marcus| EN Casa O'Donnell | 5 de noviembre de 2002 |
Su novio estaba tan en su mundo y en su alegría que se había tardado en subir, y allá que entró todo dispuesto, luego como un perrillo desconcertado, se había quedado en medio de la habitación, hasta que empezó a entender por dónde iba el tema, aunque claramente no se imaginó verla así. Rio ante su reacción y tiró de él sobre ella en la pared, aunque no muy fuerte para no alertar a los muchos oídos que sabía que había puestos en aquella casa. — ¿Y yo qué hice para merecerme semejante beso ayer? Cuando ya no podía tenerme ni en pie… — Y se relió en el beso que sí se estaban dando ahora, pasando los brazos por su cuello y acariciando sus rizos como le encantaba hacer. — Quería probar lo que va a ser el mejor privilegio de mi vida, que es levantarme aquí contigo todos los días. — Rio entre besos y le rodeó con una pierna sugerentemente. — Y no, no voy a ir así, esto es un privilegio que te ha tocado a ti… Solo tú puedes verme así. —
Le dio otro beso apasionado, entregado, de los que sabía que ellos disfrutaban tantísimo, y se separó muy a su pesar tras unos segundos diciendo. — Es el último contador prefecta Horner que tengo en cuenta. — Le dijo, yéndose hacia el armario para empezar a vestirse. — Porque entre la abuela pensando en comprar, cocinar y saludar a medio pueblo y el abuelo queriendo esconderse… — Le miró con cara pilla. — Túúúú y yoooo vamos a tener muuuuuucho tiempo para nosotros. — Y terminó de vestirse entre risas. Mientras aún estaba subiéndose las botas y se acercaba para arreglarse el pelo, se miró en el espejo, y todo lo que veía era una Alice feliz, una que hacía mucho que no veía así. — ¿No te parece un sueño? — Se terminó de arreglar y se acercó con una sonrisa, cogiéndole de las manos. — Estás tú, hay plantitas, comida deliciosa, un montón de cosas que hacer… — Asintió. — Sí que debe ser un sueño. — ¡LAS BIBLIOTECARIAS DE BIEN MADRUGAN! — Oyó en la planta de abajo. — Oh, y ese es el contador Molly. Andando. — Y tiró de la mano de su novio.
— ¡AY, MIS NIÑOS, QUÉ GUAPOS, QUÉ BIEN LES SIENTA IRLANDA! — Sí, sí, pero hay que abrigarse bien, eh, que aquí es muy fácil coger frío… — Riñó Arnold, hechizando unas bufandas y unos guantes para que fueran a por ellos. — ¡Ay, Arnie! Que me ahoga… — Si es que para qué intentará hacer lo de su mujer… — Rumió Larry abrigándose también. Alice se rio fuertemente y se enganchó del brazo de Marcus para salir. Nada más pisar la calle sonrió. — ¡Eh! ¡Hace sol! ¡Qué bien! — No lo digas muy alto, tú dale tiempo. — Dijo Molly muy segura. Pero ella estaba más bien mirando el jardín, que estaba gritando ayuda. — Con la luz se ve mejor todo lo que tengo que hacer aquí. — ¡AY! ¡Ahora si quieres miramos en la biblioteca libros sobre flora irlandesa! — Alice asintió entusiasmada y se agarró más aún a Marcus. Hacía frío, pero el sol era agradable, y empezaba a gustarle esa costumbre de ir andando a todos lados. — Esto me recuerda un poco a Hogwarts en fin de semana. Levantarnos, ir a la biblioteca, tomar el solecito de invierno… — Y así, señalando tal o cual sitio donde vivía alguien que conocían, donde Arnie se había caído o Erin jugado, llegaron de nuevo a la placita.
— Bueno, ahora no tiene mucho que ver con cuando la abrí yo. En aquel momento era solo la planta baja de una casa, ahora es un edificio propiamente dicho. La chica que lo lleva se llama Edith es un encanto, me recuerda a mí con su edad… — Larry parpadeó. — No sé en que os parecéis Edith Hannigan y tú. — ¡Es entusiasta y encantadora! — Y un desastre… — Susurró Arnie. — Tiene su propio orden. Y un montón de hechizos creativos. — Algo le decía que la parte O’Donnell no lo veía así.
Entraron al edificio y los ojos de Alice se abrieron como los de una lechuza. La palabra para describir la biblioteca era “mágica”. El espacio era de todo menos recto, estaba lleno de hechizos funcionando solos, libros volando de acá para allá, luces indirectas y mil tipos de estantería distintos. — Madre mía, abuela… Qué cosa tan bonita… — No era enorme, pero tenía tres pisos, todos bien nutridos y con butacas y mesas de estudio. — Qué acogedor… — Eso fue lo que quise siempre. Pero según la abrí, acababa de pasar la guerra y prácticamente no había libros. Pasaron los años y pudimos ir construyendo algo un poco mejor, y cuando me fui… — ¿MOLLY O’DONNELL? ¡AY YO RECONOCERÍA ESA VOZ EN CUALQUIER PARTE! — Una mujer de pelo muy rizado, pelirrojo y despeinado, con un jersey verde con un estampado hechizado de libros que se ordenaban en montañitas y unas gafas muy curiosas sobre la nariz, apareció. — ¡LOS SIETE NOS BENDIGAN! ¡SI HAS TRAÍDO A LARRY! ¡OYOYOYOY! — ¡AY MI EDITH SIEMPRE TAN ALEGRE! — Y fue con pasitos cortos a abrazarse con la mujer. Alice miró a Larry y dijo. — Yo creo que sí se parecen en algo. — El abuelo suspiró, pero estaba sonriendo. — A la Molly de Ballyknow sí, desde luego. —
Le dio otro beso apasionado, entregado, de los que sabía que ellos disfrutaban tantísimo, y se separó muy a su pesar tras unos segundos diciendo. — Es el último contador prefecta Horner que tengo en cuenta. — Le dijo, yéndose hacia el armario para empezar a vestirse. — Porque entre la abuela pensando en comprar, cocinar y saludar a medio pueblo y el abuelo queriendo esconderse… — Le miró con cara pilla. — Túúúú y yoooo vamos a tener muuuuuucho tiempo para nosotros. — Y terminó de vestirse entre risas. Mientras aún estaba subiéndose las botas y se acercaba para arreglarse el pelo, se miró en el espejo, y todo lo que veía era una Alice feliz, una que hacía mucho que no veía así. — ¿No te parece un sueño? — Se terminó de arreglar y se acercó con una sonrisa, cogiéndole de las manos. — Estás tú, hay plantitas, comida deliciosa, un montón de cosas que hacer… — Asintió. — Sí que debe ser un sueño. — ¡LAS BIBLIOTECARIAS DE BIEN MADRUGAN! — Oyó en la planta de abajo. — Oh, y ese es el contador Molly. Andando. — Y tiró de la mano de su novio.
— ¡AY, MIS NIÑOS, QUÉ GUAPOS, QUÉ BIEN LES SIENTA IRLANDA! — Sí, sí, pero hay que abrigarse bien, eh, que aquí es muy fácil coger frío… — Riñó Arnold, hechizando unas bufandas y unos guantes para que fueran a por ellos. — ¡Ay, Arnie! Que me ahoga… — Si es que para qué intentará hacer lo de su mujer… — Rumió Larry abrigándose también. Alice se rio fuertemente y se enganchó del brazo de Marcus para salir. Nada más pisar la calle sonrió. — ¡Eh! ¡Hace sol! ¡Qué bien! — No lo digas muy alto, tú dale tiempo. — Dijo Molly muy segura. Pero ella estaba más bien mirando el jardín, que estaba gritando ayuda. — Con la luz se ve mejor todo lo que tengo que hacer aquí. — ¡AY! ¡Ahora si quieres miramos en la biblioteca libros sobre flora irlandesa! — Alice asintió entusiasmada y se agarró más aún a Marcus. Hacía frío, pero el sol era agradable, y empezaba a gustarle esa costumbre de ir andando a todos lados. — Esto me recuerda un poco a Hogwarts en fin de semana. Levantarnos, ir a la biblioteca, tomar el solecito de invierno… — Y así, señalando tal o cual sitio donde vivía alguien que conocían, donde Arnie se había caído o Erin jugado, llegaron de nuevo a la placita.
— Bueno, ahora no tiene mucho que ver con cuando la abrí yo. En aquel momento era solo la planta baja de una casa, ahora es un edificio propiamente dicho. La chica que lo lleva se llama Edith es un encanto, me recuerda a mí con su edad… — Larry parpadeó. — No sé en que os parecéis Edith Hannigan y tú. — ¡Es entusiasta y encantadora! — Y un desastre… — Susurró Arnie. — Tiene su propio orden. Y un montón de hechizos creativos. — Algo le decía que la parte O’Donnell no lo veía así.
Entraron al edificio y los ojos de Alice se abrieron como los de una lechuza. La palabra para describir la biblioteca era “mágica”. El espacio era de todo menos recto, estaba lleno de hechizos funcionando solos, libros volando de acá para allá, luces indirectas y mil tipos de estantería distintos. — Madre mía, abuela… Qué cosa tan bonita… — No era enorme, pero tenía tres pisos, todos bien nutridos y con butacas y mesas de estudio. — Qué acogedor… — Eso fue lo que quise siempre. Pero según la abrí, acababa de pasar la guerra y prácticamente no había libros. Pasaron los años y pudimos ir construyendo algo un poco mejor, y cuando me fui… — ¿MOLLY O’DONNELL? ¡AY YO RECONOCERÍA ESA VOZ EN CUALQUIER PARTE! — Una mujer de pelo muy rizado, pelirrojo y despeinado, con un jersey verde con un estampado hechizado de libros que se ordenaban en montañitas y unas gafas muy curiosas sobre la nariz, apareció. — ¡LOS SIETE NOS BENDIGAN! ¡SI HAS TRAÍDO A LARRY! ¡OYOYOYOY! — ¡AY MI EDITH SIEMPRE TAN ALEGRE! — Y fue con pasitos cortos a abrazarse con la mujer. Alice miró a Larry y dijo. — Yo creo que sí se parecen en algo. — El abuelo suspiró, pero estaba sonriendo. — A la Molly de Ballyknow sí, desde luego. —
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
- Golden Shields:
Alice Gallia
Cause' Alice does belong with Marcus
Ante todo, amigos
Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
[/center]
- Juntos, somos el Todo:
- 16 de enero de 2002:
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Freyja
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We are blooming Con Alice | En Irlanda | 5 de noviembre de 2002 |
Trastabilló torpemente cuando tiró de él, porque siempre se obnubilaba tanto que perdía los pocos reflejos que tenía. Sonrió como un bobo. - Ser la mejor novia del mundo, ¿te parece poco? - Se dedicó a corresponder sus besos, y a sonreír derretido a lo que le decía. Chistó cuando notó su pierna rodeándole. - Alice, que tengo que salir. - Rio azorado. Claro, como a ella no se le notaba por fuera la alegría pasional... - Me gustan los privilegios... Pero, como este, ninguno. - Pasó las manos por ese cuerpo que adoraba, besando sus labios, pero por supuesto tenía que acabar. Rio sarcástico. - No digas eso tan rápido... - No era tan fácil escapar del contador de su madre. Ni del de su abuela, para el caso, que ya mismo les estaba llamando. Arqueó una ceja y se acercó a ella de nuevo, meloso. - ¿Ah sí? - Sacó el labio inferior y asintió. - Me temo que voy a necesitar más datos para comprobar tu hipótesis, pero la acepto en primera instancia. -
Se guardó las manos en los bolsillos para disfrutar, con una sonrisita dibujada en la cara, del espectáculo de su novia vistiéndose. Amplió dicha sonrisa con sus palabras. - Lo es... Para mí es un sueño verte así de feliz. - Abrió cómicamente los ojos. - ¡Anda! ¿Los montones de comida forman parte de tus sueños? Qué bien, bienvenida a los O'Donnell, señorita Gallia. - Y no pudo añadir nada más, solo rodar los ojos, aunque sin perder la sonrisa, porque su abuela, tal y como había predicho, ya les estaba voceando desde el piso de abajo. Le tendió el brazo para que se enganchara a él y dijo. - Vamos, alquimista Gallia, futura hija predilecta de Irlanda. Conozcamos otra pieza de nuestros orígenes. - Y, entre risas, bajaron.
Se tuvo que soltar de Alice para protegerse del ataque de las bufandas. Chistó. - Puedo abrigarme solo desde los tres años. - Respondió con dignidad mientras se aflojaba la bufanda con tendencias estranguladoras y se la colocaba con un toque más formal y menos infantiloide. El sol era agradable, pero el frío no perdonaba. Miró a su familia, pletórico. - Ayer Allison dijo que Irlanda tiene todas las estaciones del año en un día. - Muy cierto. - Corroboró cantarina Molly, y juntos se encaminaron hacia la biblioteca. Cuando llegaron, la miró con los ojos brillantes, y a la descripción inicial de su abuela respondió. - Yo es como si pudiera ver la original. - Y lo decía en serio. La había imaginado tantas veces por los relatos de Molly, que tener el edificio delante la hacía visualizarla con mucha más nitidez, por muy cambiada que estuviera. Se aguantó la risa y compartió miradas cómplices con Alice ante los comentarios sobre la nueva bibliotecaria, encaminándose al interior del edificio.
Y por dentro era ESPECTACULAR. - Wow... - Suspiró, asombrado y con el corazón inflado. Habían dicho muchas veces lo de conocer su principio, pero estar allí... era especial. Miró a Lawrence. - No me extraña que te enamoraras de ella aquí, abuelo. - El hombre le miró conmovido. - Eso que dices es tan bonito, que me da pena matizarlo. - Marcus rio. - ¡Venga ya! Por mucho que te enfurruñara lo del Harmonices Mundi, un poquito sí que te gustó. - El hombre chistó y se encogió de hombros. - Es que era muy guapa, hijo... - Yaaa ya. Y contestataria, y lista... - Perfecta para mí, sí. - Molly estaba fingiendo no escuchar pero la veían inflada como un globo y con las mejillas sonrosadas de una adolescente. El hombre avanzó, pero Marcus se inclinó al oído de Alice y le dijo. - Pero yo soy más de enamorarme de la chica que entra en La Casa de los Gritos. - Y dejó un furtivo y casto besito en su mejilla, antes de avanzar con el resto.
En mitad de la narración de su abuela, se vieron arrollados por la actual bibliotecaria. Marcus primero abrió mucho los ojos, y luego los achicó. ¿Era cosa suya... o esa mujer le resultaba muy familiar? Entre que ese jersey tan guay que quería saber YA cómo estaba hecho (y su madre, por la mirada que tenía debajo del impacto por exceso de familiaridad irlandés, también, aunque solo fuera como inquietud profesional), y que no dejaba de intentar sacarle a la mujer de qué le sonaba tanto, no estaba escuchando la conversación entre su abuelo y Alice. Y menos mal que estaba con todos los sentidos puestos en la señora, porque esta se lanzó hacia él con tanta efusividad que, cuando se quiso dar cuenta, le estaba agarrando de las mejillas y hablándole muy alto y muy cerca. - ¿¿ESTE ES TU NIETO?? ¿¿ESTE ES TU MARCUS?? ¡¡PERO QUÉ MUCHACHO MÁS GUAPO, UN O'DONNELL DE PIES A CABEZA, POR FAVOR, PERO QUÉ MAYOR ESTÁS, SI CREÍA QUE AÚN ERAS UN BEBÉ!! - Y antes de poder articular respuesta, hizo lo mismo con Alice. - ¿¿Y TÚ ERES LA PEQUEÑA DE LOS O'DONNELL?? POR FAVOR, LOS MISMOS OJOS DE CILLIAN... - No, no, Edith. - Comentó Arnold entre risas, pero también con el miedo de ser él la siguiente víctima. - Mi hijo pequeño está en Hogwarts, ella es Al... - ¡¡PERO SI ES ARNOLD!! POR FAVOR SI ERAS UN NIÑO HACE NADA. - Y le achuchó con tanta fuerza que casi lo desmonta. Marcus miró de reojo a Alice, y trató de mandar dos mensajes mentales al mismo tiempo: esta mujer no parece saber lo que es una biblioteca, porque vaya forma de hablar a gritos, y reza por que no le haga lo mismo a mi madre. Pero Emma tenía tanta presencia que la mujer, al verla, se limitó a tomarla de la mano entre las dos suyas y estrechársela, eso sí, con mucha energía y efusividad, pero sin abrazos ni gritos de por medio.
- Ay, Molly, querida, qué ganas de verte... - Le dijo a su abuela con emoción, y ambas volvieron a abrazarse. Al separarse, Edith dijo. - Imagino que a mi hermana ya la habréis visto ¿no? - Esta misma mañana. - Aaaaaaaah. - Saltó Marcus. Todos le miraron, pero él movía el dedo, reflexivo, hacia la mujer. - ¡Usted es hermana de la prima Saoirse! - ¡Claro, cariño! ¡Gemelas, ni más ni menos! Pero tenemos un estilo tan distinto que cuesta reconocernos... - Comentó entre risas, mientras Arnold y Lawrence asentían con gravedad e idéntico gesto. Si sabía él que le recordaba muchísimo a alguien...
Se guardó las manos en los bolsillos para disfrutar, con una sonrisita dibujada en la cara, del espectáculo de su novia vistiéndose. Amplió dicha sonrisa con sus palabras. - Lo es... Para mí es un sueño verte así de feliz. - Abrió cómicamente los ojos. - ¡Anda! ¿Los montones de comida forman parte de tus sueños? Qué bien, bienvenida a los O'Donnell, señorita Gallia. - Y no pudo añadir nada más, solo rodar los ojos, aunque sin perder la sonrisa, porque su abuela, tal y como había predicho, ya les estaba voceando desde el piso de abajo. Le tendió el brazo para que se enganchara a él y dijo. - Vamos, alquimista Gallia, futura hija predilecta de Irlanda. Conozcamos otra pieza de nuestros orígenes. - Y, entre risas, bajaron.
Se tuvo que soltar de Alice para protegerse del ataque de las bufandas. Chistó. - Puedo abrigarme solo desde los tres años. - Respondió con dignidad mientras se aflojaba la bufanda con tendencias estranguladoras y se la colocaba con un toque más formal y menos infantiloide. El sol era agradable, pero el frío no perdonaba. Miró a su familia, pletórico. - Ayer Allison dijo que Irlanda tiene todas las estaciones del año en un día. - Muy cierto. - Corroboró cantarina Molly, y juntos se encaminaron hacia la biblioteca. Cuando llegaron, la miró con los ojos brillantes, y a la descripción inicial de su abuela respondió. - Yo es como si pudiera ver la original. - Y lo decía en serio. La había imaginado tantas veces por los relatos de Molly, que tener el edificio delante la hacía visualizarla con mucha más nitidez, por muy cambiada que estuviera. Se aguantó la risa y compartió miradas cómplices con Alice ante los comentarios sobre la nueva bibliotecaria, encaminándose al interior del edificio.
Y por dentro era ESPECTACULAR. - Wow... - Suspiró, asombrado y con el corazón inflado. Habían dicho muchas veces lo de conocer su principio, pero estar allí... era especial. Miró a Lawrence. - No me extraña que te enamoraras de ella aquí, abuelo. - El hombre le miró conmovido. - Eso que dices es tan bonito, que me da pena matizarlo. - Marcus rio. - ¡Venga ya! Por mucho que te enfurruñara lo del Harmonices Mundi, un poquito sí que te gustó. - El hombre chistó y se encogió de hombros. - Es que era muy guapa, hijo... - Yaaa ya. Y contestataria, y lista... - Perfecta para mí, sí. - Molly estaba fingiendo no escuchar pero la veían inflada como un globo y con las mejillas sonrosadas de una adolescente. El hombre avanzó, pero Marcus se inclinó al oído de Alice y le dijo. - Pero yo soy más de enamorarme de la chica que entra en La Casa de los Gritos. - Y dejó un furtivo y casto besito en su mejilla, antes de avanzar con el resto.
En mitad de la narración de su abuela, se vieron arrollados por la actual bibliotecaria. Marcus primero abrió mucho los ojos, y luego los achicó. ¿Era cosa suya... o esa mujer le resultaba muy familiar? Entre que ese jersey tan guay que quería saber YA cómo estaba hecho (y su madre, por la mirada que tenía debajo del impacto por exceso de familiaridad irlandés, también, aunque solo fuera como inquietud profesional), y que no dejaba de intentar sacarle a la mujer de qué le sonaba tanto, no estaba escuchando la conversación entre su abuelo y Alice. Y menos mal que estaba con todos los sentidos puestos en la señora, porque esta se lanzó hacia él con tanta efusividad que, cuando se quiso dar cuenta, le estaba agarrando de las mejillas y hablándole muy alto y muy cerca. - ¿¿ESTE ES TU NIETO?? ¿¿ESTE ES TU MARCUS?? ¡¡PERO QUÉ MUCHACHO MÁS GUAPO, UN O'DONNELL DE PIES A CABEZA, POR FAVOR, PERO QUÉ MAYOR ESTÁS, SI CREÍA QUE AÚN ERAS UN BEBÉ!! - Y antes de poder articular respuesta, hizo lo mismo con Alice. - ¿¿Y TÚ ERES LA PEQUEÑA DE LOS O'DONNELL?? POR FAVOR, LOS MISMOS OJOS DE CILLIAN... - No, no, Edith. - Comentó Arnold entre risas, pero también con el miedo de ser él la siguiente víctima. - Mi hijo pequeño está en Hogwarts, ella es Al... - ¡¡PERO SI ES ARNOLD!! POR FAVOR SI ERAS UN NIÑO HACE NADA. - Y le achuchó con tanta fuerza que casi lo desmonta. Marcus miró de reojo a Alice, y trató de mandar dos mensajes mentales al mismo tiempo: esta mujer no parece saber lo que es una biblioteca, porque vaya forma de hablar a gritos, y reza por que no le haga lo mismo a mi madre. Pero Emma tenía tanta presencia que la mujer, al verla, se limitó a tomarla de la mano entre las dos suyas y estrechársela, eso sí, con mucha energía y efusividad, pero sin abrazos ni gritos de por medio.
- Ay, Molly, querida, qué ganas de verte... - Le dijo a su abuela con emoción, y ambas volvieron a abrazarse. Al separarse, Edith dijo. - Imagino que a mi hermana ya la habréis visto ¿no? - Esta misma mañana. - Aaaaaaaah. - Saltó Marcus. Todos le miraron, pero él movía el dedo, reflexivo, hacia la mujer. - ¡Usted es hermana de la prima Saoirse! - ¡Claro, cariño! ¡Gemelas, ni más ni menos! Pero tenemos un estilo tan distinto que cuesta reconocernos... - Comentó entre risas, mientras Arnold y Lawrence asentían con gravedad e idéntico gesto. Si sabía él que le recordaba muchísimo a alguien...
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Ivanka
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We are blooming CON Marcus| EN Casa O'Donnell | 5 de noviembre de 2002 |
Se reía con ganas y se emocionaba cuando veía a Larry y Molly recordar aquellos tiempos (en este caso solo a Larry, porque Molly estaba a otras cosas con la bibliotecaria), pero cuando Marcus le susurró eso, le vino una oleada de mariposas al estómago indescriptible. Su novio seguía hablando con el abuelo, pero aquella frase… Ah, no, no iba a dejarla pasar. Quizás para cuando estuvieran solos, o si no solos… Menos rodeados de todo.
Edith estaba encantada con Marcus (sí, claro, para no estarlo) aunque tenía un poco de lío de familia (y de libros, y de tantas otras cosas) aunque le hizo gracia lo de los ojos de Cillian y pensaba decírselo en cuanto le viera. Ahora le tocaba su ración a Arnold, y ella aprovechó para recolocarle los rizos a su novio, quedándose mirándole a los ojos. — Me encanta hacer eso. — Confesó. Lo adoraba de veras. — Es que aquí en Irlanda el cariño es muy físico. — Se quejó Emma en voz baja recolocándole a Marcus el cuello del abrigo y la bufanda por detrás. Y entonces, ambas se giraron para mirar a la bibliotecaria cuando soltó lo de que era la gemela de Saoirse. — ¿Cómo? — Vocalizó Emma muy bajito y con los ojos muy abiertos, que claramente no estaba nada acostumbrada a que se le pasaran detalles. — Si me hacen jurarlo no lo hago, vaya. — Susurró Alice. Eso sí, en cuanto uno analizaba el comportamiento de las dos hermanas, lo veía claro. — Como ayer nos contó lo de cuando se fue de casa y eso… — Ah, sí, el bruto de nuestro padre es que ni me consideraba. Me mandó a casa de mis tíos según volví de Hogwarts, decía que no quería encargarse de mí, que era una carga, y a Saoirse se la quedó para que le cuidara a él. No era un buen hombre. — Fue explicando la mujer, sin ningún atisbo de pena en sus palabras, como quien habla del tiempo.
— ¡Bueno! Me han dicho que sois Ravenclaw ¡como yo! — Alice abrió mucho los ojos. — ¡Ah que tú también eres Ravenclaw! — ¡Digo! las bibliotecas son mi pasión y siempre estoy innovando en materia conservación y ordenación de libros. — Eso para que luego les encasillaran en un tipo de Ravenclaw. Molly sonreía con los ojos brillantes, siguiendo sin duda todas las ideas de Edith. — Mirad, venid conmigo. — Y se fueron hacia un pasillo, por donde, como por todas partes, había decenas de libros que se movían solos y trazos de magia allá donde uno mirara. — Ahora estoy patentando un sistema para encontrar libros, es muy curioso, estoy implantándolo en este ala de la biblioteca. El Accio es muy agresivo para los libros, incluso para los usuarios, porque si uno esta en la otra punta y no ve bien si hay alguien en medio, pues dependiendo del libro lo puede matar. Mira, ven, chica de ojos azules. — Alice se rio y se acercó a uno de los límites lisos de las estanterías, donde había como una trampillita excavada en la madera. — ¿Ves este agujerito? Susúrrale el título de libro que quieras. — Alice sonrió y miró a los abuelos. — Harmonices Mundi de Kepler. — MEEEEEC. — Se quejó algo que no sabía dónde estaba. — Uy, ese debe estar en el otro ala. Prueba otro. — No si el Harmonices aquí está maldito… — Dijo Larry. Molly le metió un codazo. — Calla cascarrabias, lo digo yo. Los cuentos de Beedle el Bardo. — Y con un sonido de madera sonando gravemente, por la trampilla apareció el libro, lo que hizo que Molly soltara un grito de felicidad y aplaudiera, mientras Emma y Arnold miraban alrededor. — ¡OY ME ENCANTA! ¡Si es que da gusto con ella! — Y estando todos tan entretenidos, Alice aprovechó y susurró. — El Cantar de los Cantares. — Esta vez el mecanismo no soltó el ruido de rechazo, pero hizo otro. — ¡Uy! ¿A ver repite, cariño? — El… Cantar de los Cantares. — ¿EL CANTAR DE LOS CANTARES? UY QUÉ BONITO, QUÉ ROMÁNTICO. — El mecanismo se puso en marcha otra vez y no solo trajo el que Alice había pedido sino un manual de literatura romántica. Edith carraspeó. — Bueno, sí, tengo que perfeccionarlo, pero ahí esta. — Alice cogió con cariño el libro. — ¿Me lo prestas Edith? — ¡Pues claro, princesa! Esto es una biblioteca, bueno estaría que no le prestara un libro a una Ravenclaw. —
Edith estaba encantada con Marcus (sí, claro, para no estarlo) aunque tenía un poco de lío de familia (y de libros, y de tantas otras cosas) aunque le hizo gracia lo de los ojos de Cillian y pensaba decírselo en cuanto le viera. Ahora le tocaba su ración a Arnold, y ella aprovechó para recolocarle los rizos a su novio, quedándose mirándole a los ojos. — Me encanta hacer eso. — Confesó. Lo adoraba de veras. — Es que aquí en Irlanda el cariño es muy físico. — Se quejó Emma en voz baja recolocándole a Marcus el cuello del abrigo y la bufanda por detrás. Y entonces, ambas se giraron para mirar a la bibliotecaria cuando soltó lo de que era la gemela de Saoirse. — ¿Cómo? — Vocalizó Emma muy bajito y con los ojos muy abiertos, que claramente no estaba nada acostumbrada a que se le pasaran detalles. — Si me hacen jurarlo no lo hago, vaya. — Susurró Alice. Eso sí, en cuanto uno analizaba el comportamiento de las dos hermanas, lo veía claro. — Como ayer nos contó lo de cuando se fue de casa y eso… — Ah, sí, el bruto de nuestro padre es que ni me consideraba. Me mandó a casa de mis tíos según volví de Hogwarts, decía que no quería encargarse de mí, que era una carga, y a Saoirse se la quedó para que le cuidara a él. No era un buen hombre. — Fue explicando la mujer, sin ningún atisbo de pena en sus palabras, como quien habla del tiempo.
— ¡Bueno! Me han dicho que sois Ravenclaw ¡como yo! — Alice abrió mucho los ojos. — ¡Ah que tú también eres Ravenclaw! — ¡Digo! las bibliotecas son mi pasión y siempre estoy innovando en materia conservación y ordenación de libros. — Eso para que luego les encasillaran en un tipo de Ravenclaw. Molly sonreía con los ojos brillantes, siguiendo sin duda todas las ideas de Edith. — Mirad, venid conmigo. — Y se fueron hacia un pasillo, por donde, como por todas partes, había decenas de libros que se movían solos y trazos de magia allá donde uno mirara. — Ahora estoy patentando un sistema para encontrar libros, es muy curioso, estoy implantándolo en este ala de la biblioteca. El Accio es muy agresivo para los libros, incluso para los usuarios, porque si uno esta en la otra punta y no ve bien si hay alguien en medio, pues dependiendo del libro lo puede matar. Mira, ven, chica de ojos azules. — Alice se rio y se acercó a uno de los límites lisos de las estanterías, donde había como una trampillita excavada en la madera. — ¿Ves este agujerito? Susúrrale el título de libro que quieras. — Alice sonrió y miró a los abuelos. — Harmonices Mundi de Kepler. — MEEEEEC. — Se quejó algo que no sabía dónde estaba. — Uy, ese debe estar en el otro ala. Prueba otro. — No si el Harmonices aquí está maldito… — Dijo Larry. Molly le metió un codazo. — Calla cascarrabias, lo digo yo. Los cuentos de Beedle el Bardo. — Y con un sonido de madera sonando gravemente, por la trampilla apareció el libro, lo que hizo que Molly soltara un grito de felicidad y aplaudiera, mientras Emma y Arnold miraban alrededor. — ¡OY ME ENCANTA! ¡Si es que da gusto con ella! — Y estando todos tan entretenidos, Alice aprovechó y susurró. — El Cantar de los Cantares. — Esta vez el mecanismo no soltó el ruido de rechazo, pero hizo otro. — ¡Uy! ¿A ver repite, cariño? — El… Cantar de los Cantares. — ¿EL CANTAR DE LOS CANTARES? UY QUÉ BONITO, QUÉ ROMÁNTICO. — El mecanismo se puso en marcha otra vez y no solo trajo el que Alice había pedido sino un manual de literatura romántica. Edith carraspeó. — Bueno, sí, tengo que perfeccionarlo, pero ahí esta. — Alice cogió con cariño el libro. — ¿Me lo prestas Edith? — ¡Pues claro, princesa! Esto es una biblioteca, bueno estaría que no le prestara un libro a una Ravenclaw. —
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Freyja
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We are blooming Con Alice | En Irlanda | 5 de noviembre de 2002 |
Se tuvo que reír (y azorarse un poquito) cuando su novia por un lado y su madre por otro empezaron a recomponerle del huracán Edith. - Bueno, pero es bonito. - Respondió con timidez y entre risas al comentario de Emma, mientras intentaba tomar él la posesión de su propio adecentamiento. Atendió a la mujer y al incómodo motivo por el que Saoirse había olvidado incluirla en su historia, probablemente porque el tema fuera tan natural para la familia de allí que habían dado por hecho que ellos lo sabían, pero no era el caso. Al menos no tardó en cambiar de tema, y Marcus puso la misma cara de ilusión que ponía siempre que se topaba con un Ravenclaw. Realmente, y viendo lo que tenía ante sus ojos, solo se le ocurrían dos opciones de casa para esa mujer: o una Hufflepuff muy estudiosa y trabajadora, o "ese tipo de Ravenclaw". Sí, existía "ese tipo de Ravenclaw", como William Gallia, sin ir más lejos. De hecho, tuvo el impulso de hacer a Alice alguna referencia en similitudes entre la mujer y su padre, pero se contuvo a lo justo. Que el tema seguía estando tenso.
Y Marcus, que siempre había pensado que tenía debilidad por los Hufflepuffs porque le acababan llevando siempre donde les daba la gana (y para ejemplo, su compañera Olympia), paradójicamente iba a resultar que por lo que tenía una extraña fascinación que nunca reconocería era por el caos: llevaba toda la vida venerando la genialidad de William y ahora le brillaban los ojos en aquella biblioteca, oyendo a la mujer hablar de hechizos. Tenía hasta la mandíbula descolgada. - ¿Patentando? ¿Los crea usted? ¿Es usted creadora de hechizos? - La mujer hizo un gesto de humildad. - Oh, cariño, por favor, tutéame, que somos familia... - Mi madre es creadora de hechizos. - Continuó él, señalando con un ceremonioso gesto de ambas manos a Emma, que no sabía si ofenderse ante la comparativa con un personaje tan excéntrico. Pero Marcus estaba ya hipnotizado. - Es muy difícil hacerlo. A mí me parece fascinante. - Atendió con todos sus sentidos y fue asintiendo a las explicaciones de la mujer, que le parecían perfectamente plausibles. Frunció los labios y la señaló, confirmador. - ¿Sabe que una vez me pasó eso? Sí, uno que andaba encima de la escoba y no quería bajarse, invocó un libro de Merlín sabe dónde, yo estaba en el camino y ¡zas! Fue un buen golpe, aquí justo, en la mejilla. - Puso su mano en la misma con dramatismo, mientras su abuela aspiraba una exclamación como si acabara de decir que le habían atravesado el estómago con una espada. - Y encima el susodicho se ofendió. Cualquier innovación en esa materia me parecerá bien. - Y siguió como quien estaba en una convención de magos decidiendo el destino de la humanidad.
Cruzado de brazos y el ceño fruncido, gesto habitual en él cuando estaba muy concentrado y asimilando conceptos a toda velocidad, se acercó tras Alice donde la mujer le indicaba para mirar atentamente. Estaba ya emocionadísimo por ver el resultado, cuando el libro elegido por Alice le hizo esbozar una sonrisilla y mirarla. Sin embargo, la reacción del sistema le hizo sobresaltarse en su sitio. ¿No estaba? Soltó una pedorreta espontánea, alzó los brazos y los dejó caer. - ¿Pero qué manía le tienen los magos a ese libro? - Se indignó, pero al parecer solo estaba en otra parte, y no iban a meter más el dedo en la llaga, que esa historia venía de lejos.
Con su abuela, que para algo había crecido prácticamente en aquella librería, funcionó, y a Marcus le brillaron los ojos y la sonrisa. - ¡Es impresionante! - Ya sí que se acercó sin disimular su curiosidad. Estaba tratando de averiguar cómo se había obrado esa magia cuando volvió a emitir un sonido, al parecer, porque Alice había pedido otro libro. Sin perder la sonrisa, la miró con curiosidad, esperando a que lo repitiera... y se le desvaneció la expresión en el acto, tan delator y poco disimulado como siempre, en cuanto dijo el nombre. ¿No había otro, Alice? Maldita sea, su madre le estaba mirando, luego no quería que dijeran que si era legeremante. Se aclaró mudamente la garganta y miró a otra parte, como si fuera la primera vez que oía a Alice mencionar el libro. Y encima con Edith vociferando... De verdad, si su novia no veía las similitudes con su padre, es que lo tenía más obviado mentalmente de lo que pensaba.
El mecanismo había arrojado dos libros. Volvió a aclararse la garganta, para recomponer su impecable sonrisa y adular. - A mí me parece de una inventiva y practicidad excelentes, Edith. - ¡OISH! Gracias, bonito. - Se mojó los labios y se acercó discretamente a Alice, pero guardando las distancias. - Qué bonito. - Dijo sin comprometerse, pero cuando miró de reojo a sus padres, Emma miraba dignamente a otra parte, y su padre le miraba con aburrimiento por encima de las gafas. Pues nada, tocaba la de la defensa digna. - Edith. - Empezó, tono pomposo ya incorporado y muy erguido. - ¿Cómo es eso que has dicho de los Ravenclaw y los libros? - ¡Que nos encantan! - Correcto. Y conocemos muchos. Y los disfrutamos y compartimos los unos con los otros. - Y lanzó una altanera mirada a su padre, a lo que este respondió con un sonoro suspiro y un negar de la cabeza. Luego se giró a Alice y la miró con intensidad, pero también con una sonrisita, susurrando. - Anda que... no habría libros que pedir. -
Y Marcus, que siempre había pensado que tenía debilidad por los Hufflepuffs porque le acababan llevando siempre donde les daba la gana (y para ejemplo, su compañera Olympia), paradójicamente iba a resultar que por lo que tenía una extraña fascinación que nunca reconocería era por el caos: llevaba toda la vida venerando la genialidad de William y ahora le brillaban los ojos en aquella biblioteca, oyendo a la mujer hablar de hechizos. Tenía hasta la mandíbula descolgada. - ¿Patentando? ¿Los crea usted? ¿Es usted creadora de hechizos? - La mujer hizo un gesto de humildad. - Oh, cariño, por favor, tutéame, que somos familia... - Mi madre es creadora de hechizos. - Continuó él, señalando con un ceremonioso gesto de ambas manos a Emma, que no sabía si ofenderse ante la comparativa con un personaje tan excéntrico. Pero Marcus estaba ya hipnotizado. - Es muy difícil hacerlo. A mí me parece fascinante. - Atendió con todos sus sentidos y fue asintiendo a las explicaciones de la mujer, que le parecían perfectamente plausibles. Frunció los labios y la señaló, confirmador. - ¿Sabe que una vez me pasó eso? Sí, uno que andaba encima de la escoba y no quería bajarse, invocó un libro de Merlín sabe dónde, yo estaba en el camino y ¡zas! Fue un buen golpe, aquí justo, en la mejilla. - Puso su mano en la misma con dramatismo, mientras su abuela aspiraba una exclamación como si acabara de decir que le habían atravesado el estómago con una espada. - Y encima el susodicho se ofendió. Cualquier innovación en esa materia me parecerá bien. - Y siguió como quien estaba en una convención de magos decidiendo el destino de la humanidad.
Cruzado de brazos y el ceño fruncido, gesto habitual en él cuando estaba muy concentrado y asimilando conceptos a toda velocidad, se acercó tras Alice donde la mujer le indicaba para mirar atentamente. Estaba ya emocionadísimo por ver el resultado, cuando el libro elegido por Alice le hizo esbozar una sonrisilla y mirarla. Sin embargo, la reacción del sistema le hizo sobresaltarse en su sitio. ¿No estaba? Soltó una pedorreta espontánea, alzó los brazos y los dejó caer. - ¿Pero qué manía le tienen los magos a ese libro? - Se indignó, pero al parecer solo estaba en otra parte, y no iban a meter más el dedo en la llaga, que esa historia venía de lejos.
Con su abuela, que para algo había crecido prácticamente en aquella librería, funcionó, y a Marcus le brillaron los ojos y la sonrisa. - ¡Es impresionante! - Ya sí que se acercó sin disimular su curiosidad. Estaba tratando de averiguar cómo se había obrado esa magia cuando volvió a emitir un sonido, al parecer, porque Alice había pedido otro libro. Sin perder la sonrisa, la miró con curiosidad, esperando a que lo repitiera... y se le desvaneció la expresión en el acto, tan delator y poco disimulado como siempre, en cuanto dijo el nombre. ¿No había otro, Alice? Maldita sea, su madre le estaba mirando, luego no quería que dijeran que si era legeremante. Se aclaró mudamente la garganta y miró a otra parte, como si fuera la primera vez que oía a Alice mencionar el libro. Y encima con Edith vociferando... De verdad, si su novia no veía las similitudes con su padre, es que lo tenía más obviado mentalmente de lo que pensaba.
El mecanismo había arrojado dos libros. Volvió a aclararse la garganta, para recomponer su impecable sonrisa y adular. - A mí me parece de una inventiva y practicidad excelentes, Edith. - ¡OISH! Gracias, bonito. - Se mojó los labios y se acercó discretamente a Alice, pero guardando las distancias. - Qué bonito. - Dijo sin comprometerse, pero cuando miró de reojo a sus padres, Emma miraba dignamente a otra parte, y su padre le miraba con aburrimiento por encima de las gafas. Pues nada, tocaba la de la defensa digna. - Edith. - Empezó, tono pomposo ya incorporado y muy erguido. - ¿Cómo es eso que has dicho de los Ravenclaw y los libros? - ¡Que nos encantan! - Correcto. Y conocemos muchos. Y los disfrutamos y compartimos los unos con los otros. - Y lanzó una altanera mirada a su padre, a lo que este respondió con un sonoro suspiro y un negar de la cabeza. Luego se giró a Alice y la miró con intensidad, pero también con una sonrisita, susurrando. - Anda que... no habría libros que pedir. -
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We are blooming CON Marcus| EN Casa O'Donnell | 5 de noviembre de 2002 |
Desde luego, no había nada como darle un científico loco a su Marcus, entraba de lleno, y más si había libros de por medio. De lo que no estaba tan segura era de que su suegra quisiera participar en esa euforia hechicera, aunque Molly estaba encantada, Larry encantado mirando a Molly tan feliz y a Arnold le brillaban los ojos. Y Alice tuvo un momento de debilidad, un momento de recordar que algún día, ese fue su padre, que una vez su casa se pareció a esa biblioteca, y de todo aquello no quedaba nada.
Pero Marcus la sacó pronto de sus pensamientos, porque obviamente su novio no podía no entrar al trapo a las miradas de sus suegros, y ya estaba defendiendo a capa y espada el correcto uso del libro. Y ante su susurro, alzó una ceja y puso una sonrisita traviesa. — Calla, tonto, que vas a agradecer que lo tenga. — Le susurró de vuelta, aunque con un subtono tentador muy sútil. Definitivamente, necesitaba tiempo a solas con su novio con locura.
Edith tenía otros planes, no obstante, y les llevó a un área con más mesas, situadas dentro de círculos pintados en el suelo. — Llevo años intentando crear salas de estudios inteligentes, a base de recrear el encantamiento de la sala de los menesteres, pero aplicado al entorno de estudio que mejor convenga a cada uno. Por ejemplo, si es alguien muy distraído, pues un área de silencio absoluto con paredes lisas y demás, pero puede haber gente que se concentra mejor con un ruidito de fondo y plantitas… — Esa sería yo. — Dijo Alice con una sonrisa. — Eso me relajaría un montón y sería superconfortable. — ¡PUES JUSTO ESO…! — Edith había seguido hablando, porque se veía sus labios moverse, pero no se había oído absolutamente nada. Ante las caras de asombro, se rio un poco vergonzosamente. — ¡Ups! Ha debido ser una de las burbujas de ruido, las tengo navegando por aquí. Es para cuando elevas el tono más de lo debido, acuden y te rodean, pero son muy discretas, para que no te asustes ni nada. — Alice asintió con aprobación y Emma admitió. — Parece una muy buena idea, la verdad. Debería aplicarse en más sitios. — Uy aquí imposible. Esto porque es una biblioteca, pero en Irlanda estarían todo el rato callándonos. — Comentó, alegre, Edith. — Pero de momento, como no he podido hacer las salas inteligentes, cada uno de estos círculos tiene un reloj de arena de incomodidad. — Efectivamente, había un pequeño relojito en cada esquina. — La arena cae más rápido si aumenta la incomodidad, entonces, si estás molestando, pues tienes una forma discreta y no invasiva de darte cuenta, y te levantas y te vas a otro lado, o dejas de hacer ruido o lo que sea. Es que me ponen muy nerviosa los “shhhh” en medio del silencio de la biblioteca. A veces algunos pensamos en alto. Yo, todo el tiempo, la verdad. —
Llegaron a una parte de la biblioteca que parecía más antigua y menos llena de hechizos, y Edith se puso delante de una puerta, apoyándose en el pomo. — Pero me dejé lo mejor para el final. — Giró el pomo y un despachito pequeño, con los muebles de madera, apareció. Había una mesa ordenadita pero con algunos papeles encima, y había una gran silla con cojines bordados anudados a ella. Estaba calentita, con luces indirectas y a Alice le pareció adorable. — ¡Abuela! ¿Este es tu despacho? — Pero Molly solo miraba todos con los ojos cristalosos y emoción, pero Edith contestó. — Lo conservo así, todos los días me aseguro de que está como siempre. Ahí esta el primer préstamo que hiciste, y ahí el último. La solicitud del Harmonices Mundi de Lawrence O’Donnell… Todo lo que te definía, todo lo que nos recuerda que esto está aquí porque tú lo empezaste. — Y Molly se emocionó y todos fueron a abrazarla. — Estos fueron… No sé si los mejores años, pero algunos de los días más felices de mi vida. — Y aquí se recordarán siempre. Eres muy importante para este pueblo, mamá. — Dijo Arnold con cariño. Alice miró a Marcus y susurró. — Sabíamos que íbamos a encontrar nuestras raíces, pero no adivinábamos que tantísimo. —
Pero Marcus la sacó pronto de sus pensamientos, porque obviamente su novio no podía no entrar al trapo a las miradas de sus suegros, y ya estaba defendiendo a capa y espada el correcto uso del libro. Y ante su susurro, alzó una ceja y puso una sonrisita traviesa. — Calla, tonto, que vas a agradecer que lo tenga. — Le susurró de vuelta, aunque con un subtono tentador muy sútil. Definitivamente, necesitaba tiempo a solas con su novio con locura.
Edith tenía otros planes, no obstante, y les llevó a un área con más mesas, situadas dentro de círculos pintados en el suelo. — Llevo años intentando crear salas de estudios inteligentes, a base de recrear el encantamiento de la sala de los menesteres, pero aplicado al entorno de estudio que mejor convenga a cada uno. Por ejemplo, si es alguien muy distraído, pues un área de silencio absoluto con paredes lisas y demás, pero puede haber gente que se concentra mejor con un ruidito de fondo y plantitas… — Esa sería yo. — Dijo Alice con una sonrisa. — Eso me relajaría un montón y sería superconfortable. — ¡PUES JUSTO ESO…! — Edith había seguido hablando, porque se veía sus labios moverse, pero no se había oído absolutamente nada. Ante las caras de asombro, se rio un poco vergonzosamente. — ¡Ups! Ha debido ser una de las burbujas de ruido, las tengo navegando por aquí. Es para cuando elevas el tono más de lo debido, acuden y te rodean, pero son muy discretas, para que no te asustes ni nada. — Alice asintió con aprobación y Emma admitió. — Parece una muy buena idea, la verdad. Debería aplicarse en más sitios. — Uy aquí imposible. Esto porque es una biblioteca, pero en Irlanda estarían todo el rato callándonos. — Comentó, alegre, Edith. — Pero de momento, como no he podido hacer las salas inteligentes, cada uno de estos círculos tiene un reloj de arena de incomodidad. — Efectivamente, había un pequeño relojito en cada esquina. — La arena cae más rápido si aumenta la incomodidad, entonces, si estás molestando, pues tienes una forma discreta y no invasiva de darte cuenta, y te levantas y te vas a otro lado, o dejas de hacer ruido o lo que sea. Es que me ponen muy nerviosa los “shhhh” en medio del silencio de la biblioteca. A veces algunos pensamos en alto. Yo, todo el tiempo, la verdad. —
Llegaron a una parte de la biblioteca que parecía más antigua y menos llena de hechizos, y Edith se puso delante de una puerta, apoyándose en el pomo. — Pero me dejé lo mejor para el final. — Giró el pomo y un despachito pequeño, con los muebles de madera, apareció. Había una mesa ordenadita pero con algunos papeles encima, y había una gran silla con cojines bordados anudados a ella. Estaba calentita, con luces indirectas y a Alice le pareció adorable. — ¡Abuela! ¿Este es tu despacho? — Pero Molly solo miraba todos con los ojos cristalosos y emoción, pero Edith contestó. — Lo conservo así, todos los días me aseguro de que está como siempre. Ahí esta el primer préstamo que hiciste, y ahí el último. La solicitud del Harmonices Mundi de Lawrence O’Donnell… Todo lo que te definía, todo lo que nos recuerda que esto está aquí porque tú lo empezaste. — Y Molly se emocionó y todos fueron a abrazarla. — Estos fueron… No sé si los mejores años, pero algunos de los días más felices de mi vida. — Y aquí se recordarán siempre. Eres muy importante para este pueblo, mamá. — Dijo Arnold con cariño. Alice miró a Marcus y susurró. — Sabíamos que íbamos a encontrar nuestras raíces, pero no adivinábamos que tantísimo. —
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We are blooming Con Alice | En Irlanda | 5 de noviembre de 2002 |
Miedo le daba esa respuesta de Alice, pero lo que hizo fue sonreír, tragarse la risilla y fantasear en silencio con lo que, seguro, le iba a gustar, conociendo a su novia como la conocía. Siguieron a Edith y no tardó dos segundos en obnubilarse por la nueva creación de la mujer. Estaba disfrutando como loco allí, atendiendo sin perder palabra... al menos hasta que ocurrió algo extraño. Frunció el ceño, viendo cómo la mujer movía la boca pero no salía sonido alguno de ella, y por las reacciones del resto de presentes no era que Marcus se hubiera quedado sordo. Probablemente fuera algún fallo en la creación, solía pasarle a los creadores, había mucho de ensayo y error en ello, y él ya estaba deseando saber qué estaba ocurriendo porque todo, absolutamente todo, lo perfecto y lo erróneo, le fascinaba.
Pero no era un error. Descolgó la mandíbula. - ¿¿Habla en serio?? - Dibujó una expresión cómicamente asombrada, y decidió hacer algo que nunca antes había hecho en la biblioteca. Y el efecto fue el mismo de cara al público: había movido los labios pero no había ocurrido nada. Eso le puso más cara de asombro todavía. - Menos mal que ha funcionado, hijo. - Comentó Arnold entre risas. Pues sí, porque de lo contrario, el HOLA a gritos que había pretendido lanzar se habría oído en la otra punta de Ballyknow. No lo había pensado bien, es que se dejaba conquistar con demasiada facilidad por los genios. Pero había funcionado, que era lo que le importaba. - ¿Son burbujas móviles? ¿Cómo lo hace para que actúen a tanta velocidad? - En mi caso, ya llevaba unos segundos hablando. Y en el tuyo, creo que has llenado tanto los pulmones para lanzar el grito que te han visto venir. - El comentario provocó una risita generalizada, incluyéndole a él. - No por ello me parece menos fascinante. - Magia en estado puro. Pocas cosas le gustaban más.
Lo del reloj de arena le hizo llevarse las manos a la cara y arrastrarse los mofletes con ella. - Es alucinante. Es tan práctico. - Nadie le ha dado un uso tan bonito a la palabra "práctico" como mi hijo. - Bromeó Arnold. - Pero sí que es una genialidad, Edith. Si consigues patentarlo, podrías hacerte famosa con ello. - ¡Uy! Para hacer entrevistas estoy yo. - Bromeó, pero Marcus ni atendía, porque se paseaba por entre los círculos y comprobaba los relojes e intentaba detectar las burbujas de ruido a ojo. Necesitaba ir a esa biblioteca más veces. Ya estaba incluso pensando qué usos desde la alquimia podían darse para esas mejoras.
Siguieron a la mujer (a duras penas para él, porque quería seguir investigando las salas de estudio, pero también ilusionado por saber más de esa biblioteca) hasta que llegaron a una puerta, y Marcus esperó expectante e ilusionado que era ese "lo mejor" que había detrás. El resultado le conmovió. - Oh, abuela. - La mujer, por supuesto, se emocionó, y mientras Marcus observaba aquel lugar y veía su reacción, no pudo evitar pensar si, algún día, calaría tanto en alguien o en algún lugar como para que quisieran conservar su lugar de trabajo tal y como él lo había dejado. Fue con los demás a abrazar a su abuela, asintiendo y confirmando las palabras de Arnold. Luego respondió a Alice. - El mejor viaje que vamos a hacer jamás. - Y, pletórico, se dirigió hacia la mesa, sin querer tocar mucho, como si fueran todo reliquias que tuviera miedo que romper. Pero necesitaba comprobar algo. - ¡Aquí está! Fíjate, está escrito con la caligrafía que usa la abuela cuando está enfadada. - Todos rieron y confirmaron, asomándose a ver la petición del Harmonices Mundi de Lawrence. El abuelo suspiró. - Qué recuerdos... Quién nos lo iba a decir, Margaret Lacey, que íbamos a estar en este mismo lugar, tantos años después, con la familia que hemos creado. - Al final le iban a hacer llorar, su padre ya estaba en ello, y su madre tenía cara de estar conteniéndose elegantemente. Edith había sacado un pañuelo para sonarse. - Ay, mi Larry... Cuantísimo te he querido siempre, hasta cuando más rabiar me has hecho. - Rieron, viendo a su abuela tan emocionada, y esa mirada de cariño infinito que se tenían.
- Bueno... Supongo que tengo que agradecerle toda mi existencia a este despacho. - Reflexionó su padre, entre emocionado y bromista, mirándolo todo. - Si un efecto tiene Irlanda y sus pueblos, es lo mucho que te hace reflexionar sobre el sentido de la vida. - Añadió Edith. Luego dio una palmada tan súbita que, en el ambiente emotivo en el que todos estaban, sobresaltó al total de los presentes. - ¡¡PERO BUENO, TAMPOCO HE TRAÍDO A ESTA FAMILIA A LLORAR A LA BIBLIOTECA!! Eso se lo dejamos a los que no estudian en condiciones, ¿verdad, compañeros Ravenclaw? - Marcus tuvo que reír a carcajadas, y se acercó a la mujer, con su mejor pose. - Dime, Edith. ¿Cómo se te ocurrieron estas innovaciones? Estoy ciertamente impresionado. - Oh, qué amable, pues verás... -
Pero no era un error. Descolgó la mandíbula. - ¿¿Habla en serio?? - Dibujó una expresión cómicamente asombrada, y decidió hacer algo que nunca antes había hecho en la biblioteca. Y el efecto fue el mismo de cara al público: había movido los labios pero no había ocurrido nada. Eso le puso más cara de asombro todavía. - Menos mal que ha funcionado, hijo. - Comentó Arnold entre risas. Pues sí, porque de lo contrario, el HOLA a gritos que había pretendido lanzar se habría oído en la otra punta de Ballyknow. No lo había pensado bien, es que se dejaba conquistar con demasiada facilidad por los genios. Pero había funcionado, que era lo que le importaba. - ¿Son burbujas móviles? ¿Cómo lo hace para que actúen a tanta velocidad? - En mi caso, ya llevaba unos segundos hablando. Y en el tuyo, creo que has llenado tanto los pulmones para lanzar el grito que te han visto venir. - El comentario provocó una risita generalizada, incluyéndole a él. - No por ello me parece menos fascinante. - Magia en estado puro. Pocas cosas le gustaban más.
Lo del reloj de arena le hizo llevarse las manos a la cara y arrastrarse los mofletes con ella. - Es alucinante. Es tan práctico. - Nadie le ha dado un uso tan bonito a la palabra "práctico" como mi hijo. - Bromeó Arnold. - Pero sí que es una genialidad, Edith. Si consigues patentarlo, podrías hacerte famosa con ello. - ¡Uy! Para hacer entrevistas estoy yo. - Bromeó, pero Marcus ni atendía, porque se paseaba por entre los círculos y comprobaba los relojes e intentaba detectar las burbujas de ruido a ojo. Necesitaba ir a esa biblioteca más veces. Ya estaba incluso pensando qué usos desde la alquimia podían darse para esas mejoras.
Siguieron a la mujer (a duras penas para él, porque quería seguir investigando las salas de estudio, pero también ilusionado por saber más de esa biblioteca) hasta que llegaron a una puerta, y Marcus esperó expectante e ilusionado que era ese "lo mejor" que había detrás. El resultado le conmovió. - Oh, abuela. - La mujer, por supuesto, se emocionó, y mientras Marcus observaba aquel lugar y veía su reacción, no pudo evitar pensar si, algún día, calaría tanto en alguien o en algún lugar como para que quisieran conservar su lugar de trabajo tal y como él lo había dejado. Fue con los demás a abrazar a su abuela, asintiendo y confirmando las palabras de Arnold. Luego respondió a Alice. - El mejor viaje que vamos a hacer jamás. - Y, pletórico, se dirigió hacia la mesa, sin querer tocar mucho, como si fueran todo reliquias que tuviera miedo que romper. Pero necesitaba comprobar algo. - ¡Aquí está! Fíjate, está escrito con la caligrafía que usa la abuela cuando está enfadada. - Todos rieron y confirmaron, asomándose a ver la petición del Harmonices Mundi de Lawrence. El abuelo suspiró. - Qué recuerdos... Quién nos lo iba a decir, Margaret Lacey, que íbamos a estar en este mismo lugar, tantos años después, con la familia que hemos creado. - Al final le iban a hacer llorar, su padre ya estaba en ello, y su madre tenía cara de estar conteniéndose elegantemente. Edith había sacado un pañuelo para sonarse. - Ay, mi Larry... Cuantísimo te he querido siempre, hasta cuando más rabiar me has hecho. - Rieron, viendo a su abuela tan emocionada, y esa mirada de cariño infinito que se tenían.
- Bueno... Supongo que tengo que agradecerle toda mi existencia a este despacho. - Reflexionó su padre, entre emocionado y bromista, mirándolo todo. - Si un efecto tiene Irlanda y sus pueblos, es lo mucho que te hace reflexionar sobre el sentido de la vida. - Añadió Edith. Luego dio una palmada tan súbita que, en el ambiente emotivo en el que todos estaban, sobresaltó al total de los presentes. - ¡¡PERO BUENO, TAMPOCO HE TRAÍDO A ESTA FAMILIA A LLORAR A LA BIBLIOTECA!! Eso se lo dejamos a los que no estudian en condiciones, ¿verdad, compañeros Ravenclaw? - Marcus tuvo que reír a carcajadas, y se acercó a la mujer, con su mejor pose. - Dime, Edith. ¿Cómo se te ocurrieron estas innovaciones? Estoy ciertamente impresionado. - Oh, qué amable, pues verás... -
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Rio fuertemente a lo de la caligrafía enfadada. — Pero hay que ver lo bien que nos ha venido a todos ese cabreo. — Miró a su novio. — Como dice tu padre, estamos aquí gracias a esto. — Y sonrió, pero Molly se había quedado mirando, con los ojos inundados, a una esquina. Edith y Marcus se alejaban alegres, y Larry parecía haber rejuvenecido al ver aquellos sitios de su juventud, así que Alice aprovechó y se acercó a Molly. — Abuela ¿estás bien? — Molly asintió y sonrió. — Sí, hija, sí… Es que he oído a mi Arnold decir eso, que él no estaría aquí… Y he recordado lo que era tener a mis bebés aquí, con una cunita al lado, vigilándoles… — Torció la boca en un gesto de pena. — Entonces pensé que no estaba siendo suficientemente madre… Y luego Larry dijo que nos fuéramos a Inglaterra, cerca de Hogwarts, que el laboratorio iría mejor… — Suspiró. — Y entonces me sentí poco bibliotecaria. — Miró alrededor. — Está claro que elegí bien, y Edith es magnífica… Es solo que es imposible no preguntarse… Si hice las cosas bien. — Alice se enganchó de su brazo y la apretó. — No, no las hiciste bien. Las hiciste genial. ¿Qué sería Ballyknow sin esto? Tú empezaste a recoger libros, fundaste lo que luego sería la escuela, con las clases a tus niños… — Le sonrió. — Lograste ser las dos. La bibliotecaria y la madre. Y en lo segundo sobresaliste también. — Molly sonrió y le dio un beso en el hombro. — Entre tú y yo, ser abuela mola más. — Y salieron riéndose bajito.
Edith, sin duda, tenía ganas de hablar y muchas cosas que enseñar, pero tuvieron que meterle prisa porque tenían que ir al mercado, y al final los dejó marchar entre consejos, cuatro o cinco libros más, y hablando al aire mientras se iban, porque la mujer no paraba. Y justo cuando salían, gran diluvio. Alice parpadeó, pero Molly y Lawrence, con toda tranquilidad, invocaron unos hechizos paraguas. — Pero… Hacía sol. — Pero ya no. — Dijo Arnold también con total tranquilidad, enganchándose del brazo de Emma, que ya había invocado su paraguas también. Ella miró a Marcus y le puso una sonrisita enamorada y ojos brillantes. — Oh, un caballero andante... ¿Me salvas de la lluvia, mi amado?— Y de su brazo, echaron a caminar, en dirección a la placita donde estaba el pub.
Justo llegando, vieron que el pub estaba abierto y asomaron la cabeza. Wendy estaba detrás de la barra, haciendo hechizos limpiadores, y había gente mayor desperdigada por algunas mesas. — ¡Hola, ingleses! Estamos terminando con el desayuno ¿qué hacéis por aquí? — ¡Vamos al mercado! — Dijo Arnie, muy contento, y alzando la voz bastante más de lo normal. — Le pasa como a la madre, es llegar a Irlanda… — Dijo Larry en voz baja. — Ah, pues el tío Arthur ha ido para allá también para hacernos la compra, os lo vais a encontrar. — ¡Muy bien, hija! Que tengáis buen día. — Deseó Molly, pero mientras se iban, Alice murmuró. — Esta se ha tomado una herbovitalizante, porque mírala, fresquísima, y estaba aquí para los desayunos. — Miró alrededor. — Aunque Ginny no está, igual Wendy se fue antes y la otra cerró.—
El mercado estaba en la misma plaza y tenía carteles de distintas comidas y reciìentes que se movían por el marco de la puerta y la fachada, era invitador. — Qué mono. — Dijo ella de corazón, y Emma sonrió y achicó los ojos. — A veces me gustaría ser capaz de ver la magia simplemente así, como… Cuqui. — Alice rio y miró a su suegra. Larry diría lo que quisiera, pero es que Irlanda les afectaba a todos. — Cuqui, efectivamente. — Acordó ella, y ya empezó a prestar atención al sitio. Había puestos a ambos lados, y claramente varias calles que confluían en el centro. — A ver, Alice y el abuelo, id a la calle Pharma para comprar recipientes e ingredientes para las pociones más comunes que vayamos a necesitar estos días. Arnie y Emma, id a por las cositas más festivas, lo típico que a lo mejor no se nos ocurre pero se nos puede apetecer, como unos bomboncitos o cositas para el postre, en la calle Sweety y mi Marcus y yo nos vamos a por los ingredientes básicos para la cocina irlandesa. — Ella sonrió y dejó un besito en la mejilla de Marcus. — Mi cocinero irlandés, me muero por ver todo lo que aprendes. Yo prometo traer cosas de pociones y plantitas. — Y se enganchó del brazo del abuelo dispuesta a que se fueran a esa calle “Pharma”.
Edith, sin duda, tenía ganas de hablar y muchas cosas que enseñar, pero tuvieron que meterle prisa porque tenían que ir al mercado, y al final los dejó marchar entre consejos, cuatro o cinco libros más, y hablando al aire mientras se iban, porque la mujer no paraba. Y justo cuando salían, gran diluvio. Alice parpadeó, pero Molly y Lawrence, con toda tranquilidad, invocaron unos hechizos paraguas. — Pero… Hacía sol. — Pero ya no. — Dijo Arnold también con total tranquilidad, enganchándose del brazo de Emma, que ya había invocado su paraguas también. Ella miró a Marcus y le puso una sonrisita enamorada y ojos brillantes. — Oh, un caballero andante... ¿Me salvas de la lluvia, mi amado?— Y de su brazo, echaron a caminar, en dirección a la placita donde estaba el pub.
Justo llegando, vieron que el pub estaba abierto y asomaron la cabeza. Wendy estaba detrás de la barra, haciendo hechizos limpiadores, y había gente mayor desperdigada por algunas mesas. — ¡Hola, ingleses! Estamos terminando con el desayuno ¿qué hacéis por aquí? — ¡Vamos al mercado! — Dijo Arnie, muy contento, y alzando la voz bastante más de lo normal. — Le pasa como a la madre, es llegar a Irlanda… — Dijo Larry en voz baja. — Ah, pues el tío Arthur ha ido para allá también para hacernos la compra, os lo vais a encontrar. — ¡Muy bien, hija! Que tengáis buen día. — Deseó Molly, pero mientras se iban, Alice murmuró. — Esta se ha tomado una herbovitalizante, porque mírala, fresquísima, y estaba aquí para los desayunos. — Miró alrededor. — Aunque Ginny no está, igual Wendy se fue antes y la otra cerró.—
El mercado estaba en la misma plaza y tenía carteles de distintas comidas y reciìentes que se movían por el marco de la puerta y la fachada, era invitador. — Qué mono. — Dijo ella de corazón, y Emma sonrió y achicó los ojos. — A veces me gustaría ser capaz de ver la magia simplemente así, como… Cuqui. — Alice rio y miró a su suegra. Larry diría lo que quisiera, pero es que Irlanda les afectaba a todos. — Cuqui, efectivamente. — Acordó ella, y ya empezó a prestar atención al sitio. Había puestos a ambos lados, y claramente varias calles que confluían en el centro. — A ver, Alice y el abuelo, id a la calle Pharma para comprar recipientes e ingredientes para las pociones más comunes que vayamos a necesitar estos días. Arnie y Emma, id a por las cositas más festivas, lo típico que a lo mejor no se nos ocurre pero se nos puede apetecer, como unos bomboncitos o cositas para el postre, en la calle Sweety y mi Marcus y yo nos vamos a por los ingredientes básicos para la cocina irlandesa. — Ella sonrió y dejó un besito en la mejilla de Marcus. — Mi cocinero irlandés, me muero por ver todo lo que aprendes. Yo prometo traer cosas de pociones y plantitas. — Y se enganchó del brazo del abuelo dispuesta a que se fueran a esa calle “Pharma”.
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Prácticamente tuvieron que separarle de Edith a rastras. Parecía que se iba y se volvía de nuevo, con otra idea, otro "recordatorio", otro "y puedes avisarme si". Nada como una mente creativa para darle cuerda a Marcus y que nunca quisiera parar. - Que digo yo... - Lo intentó una última vez, aún mirando hacia atrás, al interior de la biblioteca. - ...Que tampoco hacen falta seis personas para ir al mercado. Os puedo esperar aquí. - Arnold le miró por encima de las gafas. - Hijo. - Empezó, con tono condescendiente. - No empieces a poner en juego tus noches bajo techo tan pronto. - Vale, captado.
Estaba cayendo un chaparrón que, desde luego, no vieron venir antes de entrar. Le daban más motivos para querer quedarse. Alice, sin embargo, le dio uno muy bueno para animarle a ir con ellos (bueno, la amenaza de que su abuela le echara de la casa también había jugado buena parte) y, con una sonrisa de caballero radiante, se enganchó de su brazo e invocó un elegante paraguas con la varita. - Faltaría más, amada mía. - En el camino pasaron ante el pub, y saludó alegremente a Wendy, que ya estaba dentro. - ¡Hola, prima Wendy! - No había llegado a oír ni, por supuesto, a darse de rebote aludido en la causa genética irlandesa a la que hacía referencia su abuelo. A ver, es que había que hacerse oír por encima de la lluvia y de la distancia que les separaba de la chica. Rio levemente al comentario de Alice. - De ser eso último, igualmente se habría acostado bastante tarde. Hay que estar hecho de una pasta especial para trabajar en un pub. Yo pensaba que solo abrían de noche. - Pero claramente no, y sus primas tenían energías de sobra al parecer.
Le salió una risa espontánea al comentario sincero de su madre que fue bien recibida a medias, porque si bien no le fulminó con la mirada, sí que le miró de soslayo como si le perdonara la vida. A pesar de que le habían separado de Alice, le gustó la asignación de tareas. Recibió el besito de Alice y respondió con otro. - Y yo deseando ver qué plantitas me traes. Recuerda bien este día, Gallia, porque entro de lleno en la cocina O'Donnell, y eso ya es un camino de no retorno. - Celebró, venidísimo arriba, y fue con cara de nieto feliz junto a su abuela. - Quien parte y reparte se lleva la mejor parte, ¿eh, abuela? No te lo has pensado para meterme en tu equipo. - Lo que quiero es que no seas un inútil en la cocina y que aprendas cuanto antes. - Puso un mohín ofendido. - ¡Oye! ¿Tanto te cuesta decir algo así como "qué buena excusa para pasar un rato con mi querido nieto" o "vamos a ganar con creces"? - ¿A ganar qué, cariño? No estamos en una competición por equipos, estamos comprando la cena, céntrate. - Intensificó el mohín y la siguió.
Estaba cayendo un chaparrón que, desde luego, no vieron venir antes de entrar. Le daban más motivos para querer quedarse. Alice, sin embargo, le dio uno muy bueno para animarle a ir con ellos (bueno, la amenaza de que su abuela le echara de la casa también había jugado buena parte) y, con una sonrisa de caballero radiante, se enganchó de su brazo e invocó un elegante paraguas con la varita. - Faltaría más, amada mía. - En el camino pasaron ante el pub, y saludó alegremente a Wendy, que ya estaba dentro. - ¡Hola, prima Wendy! - No había llegado a oír ni, por supuesto, a darse de rebote aludido en la causa genética irlandesa a la que hacía referencia su abuelo. A ver, es que había que hacerse oír por encima de la lluvia y de la distancia que les separaba de la chica. Rio levemente al comentario de Alice. - De ser eso último, igualmente se habría acostado bastante tarde. Hay que estar hecho de una pasta especial para trabajar en un pub. Yo pensaba que solo abrían de noche. - Pero claramente no, y sus primas tenían energías de sobra al parecer.
Le salió una risa espontánea al comentario sincero de su madre que fue bien recibida a medias, porque si bien no le fulminó con la mirada, sí que le miró de soslayo como si le perdonara la vida. A pesar de que le habían separado de Alice, le gustó la asignación de tareas. Recibió el besito de Alice y respondió con otro. - Y yo deseando ver qué plantitas me traes. Recuerda bien este día, Gallia, porque entro de lleno en la cocina O'Donnell, y eso ya es un camino de no retorno. - Celebró, venidísimo arriba, y fue con cara de nieto feliz junto a su abuela. - Quien parte y reparte se lleva la mejor parte, ¿eh, abuela? No te lo has pensado para meterme en tu equipo. - Lo que quiero es que no seas un inútil en la cocina y que aprendas cuanto antes. - Puso un mohín ofendido. - ¡Oye! ¿Tanto te cuesta decir algo así como "qué buena excusa para pasar un rato con mi querido nieto" o "vamos a ganar con creces"? - ¿A ganar qué, cariño? No estamos en una competición por equipos, estamos comprando la cena, céntrate. - Intensificó el mohín y la siguió.
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Se fue riéndose con ganas de lo de la cocina, agarrada del brazo de Lawrence a buen paso. — ¿A dónde vas tan rápido, hija? — Ay, perdona, abuelo, es que estoy tan contenta que tengo ganas hasta de saltar, correr y trepar a los árboles, como cuando era pequeña… — El hombre sonrió, mientras ella desaceleraba un poco. — Es que hace… Dos semanas, esto me parecía imposible. — Giró la cabeza para mirar a Molly y Marcus a lo lejos, a sus espaldas. — Llegué a pensar que Marcus y yo, por mucho que mejoráramos, volviéramos a ser los mismos que antes de todo esto y… Mira. Vuestra Irlanda parece que sí que hace milagros. Ahí está, loco de contento con la abuela, ni rastro de esa mirada de angustia… — Supongo que algo tiene que ver contigo, Alice. Yo tampoco te reconozco. — Ella se giró y le miró extrañado. — No es una critica, hija, es absolutamente normal, pero es que justo antes del examen te veía casi igual de mal que cuando os fuisteis a América, como si las cosas no se hubieran solucionado. — Alice guardó silencio, mientras se acercaban a los puestos de hierbas y ungüentos.
Al principio, simplemente miró plantas y precios, pero al final dijo, con la mirada un poco ausente. — Es que no se había solucionado, no para mí. Ahora he demostrado que puedo ser alquimista, y que solo neceistaba el espacio que llevo tanto tiempo pidiendo… — Miró a Larry con los ojos un poco brillantes. — Quizás solo había que escuchar lo que necesitaba. — El abuelo puso una mano sobre la suya. — Razón no te falta, querida. Yo me alegro que este haya sido tu puerto seguro. Al menos ha sido uno que conocemos y podemos ofrecer. Y sabes que es tuyo también. Tú eres una O’Donnell, y más importante, eres mi aprendiz. — Larry miró al techo y sonrió. — Esto también fue mi hogar, aunque no haga tanta exaltación de ello como Molly. Algo recuerdo de cuando venía aquí con mi propia abuela, a comprar hierbas para transmutar. — Alice sonrió y señaló hacia el puesto. — ¿Alguna idea para hacer fermentaciones o coagulaciones, que, por cierto, todavía no tocan en esta licencia? — Larry puso una cara de exagerada ofensa. — Señorita Gallia, así no vamos a ningún lado, se lo aseguro, vaya. Por supuesto que tengo ideas, vamos ahora mismo. —
Cuando llegaron al puesto, el abuelo empezó a señalar varios tarros y cestos mientras explicaba. — La espagiria, la alquimia de las plantas, es una subdivisión de nuestra ciencia que siempre tiende a ignorarse cuando uno es joven, por considerarse… Dada por hecho, sencilla en exceso, poco ambiciosa… — Sonrió. — Y en cuanto empiezas a cumplir años y a avanzar en la alquimia… Te das cuenta de que es fundamental y que siempre hay que trabajarla. Pretendo que Marcus y tú destaquéis especialmente en esto para la licencia de hielo, porque demostrará cuán maduros sois. — Alice rio y se puso a remover entre las aquileas y las amapolas disecadas. — Dan para muchísimo, eso seguro. Pero tu nieto no se lleva muy bien con ellas. — No para criarlas, pero su abuelo le va a enseñar a hacer maravillas con ellas. Como decía Paracelso, solo hace falta mercurio, sal y ceniza. — El hombre la miró sonriendo. — Venga ¿cuál cogerías para empezar nuestra aventura espagírica? — Alice se mordió los labios y miró alrededor. — Igual es una trampa, abuelo, pero… — Señaló el romero. — Siempre me he sentido muy atraída por el romero. Es muy versátil, y tiene tantas propiedades que, haciendo buenas separaciones de esencias, una planta podría darnos cinco o seis transmutaciones, a bote pronto. — Larry sonrió y le acarició el pelo. — Y por eso, querida, a las alquimistas se os da mejor la espagiria que a los hombres. Siempre sabéis ver que a veces, en lo aparentemente simple… Está el mundo. — El hombre parecía pensativo, pero sonriente. — Yo he tardado en darme cuenta, desde luego. — Pero pareció despertarse de su propia reflexión y dio una palmada. — Me ha gustado eso del romero, pero ahora hay que buscar una planta de referencia para Marcus y unas cuantas cosas para pociones y destilaciones, así que manos a la obra. — Ah, pues mira, ahí hay un destilador. — Larry la miró de nuevo, ofendido. — Jovencita, has venido con una licencia de piedra a educarte con Lawrence O’Donnell. No vas a tocar un destilador hasta dentro de tres licencias por lo menos. Hay que practicar. —
Al principio, simplemente miró plantas y precios, pero al final dijo, con la mirada un poco ausente. — Es que no se había solucionado, no para mí. Ahora he demostrado que puedo ser alquimista, y que solo neceistaba el espacio que llevo tanto tiempo pidiendo… — Miró a Larry con los ojos un poco brillantes. — Quizás solo había que escuchar lo que necesitaba. — El abuelo puso una mano sobre la suya. — Razón no te falta, querida. Yo me alegro que este haya sido tu puerto seguro. Al menos ha sido uno que conocemos y podemos ofrecer. Y sabes que es tuyo también. Tú eres una O’Donnell, y más importante, eres mi aprendiz. — Larry miró al techo y sonrió. — Esto también fue mi hogar, aunque no haga tanta exaltación de ello como Molly. Algo recuerdo de cuando venía aquí con mi propia abuela, a comprar hierbas para transmutar. — Alice sonrió y señaló hacia el puesto. — ¿Alguna idea para hacer fermentaciones o coagulaciones, que, por cierto, todavía no tocan en esta licencia? — Larry puso una cara de exagerada ofensa. — Señorita Gallia, así no vamos a ningún lado, se lo aseguro, vaya. Por supuesto que tengo ideas, vamos ahora mismo. —
Cuando llegaron al puesto, el abuelo empezó a señalar varios tarros y cestos mientras explicaba. — La espagiria, la alquimia de las plantas, es una subdivisión de nuestra ciencia que siempre tiende a ignorarse cuando uno es joven, por considerarse… Dada por hecho, sencilla en exceso, poco ambiciosa… — Sonrió. — Y en cuanto empiezas a cumplir años y a avanzar en la alquimia… Te das cuenta de que es fundamental y que siempre hay que trabajarla. Pretendo que Marcus y tú destaquéis especialmente en esto para la licencia de hielo, porque demostrará cuán maduros sois. — Alice rio y se puso a remover entre las aquileas y las amapolas disecadas. — Dan para muchísimo, eso seguro. Pero tu nieto no se lleva muy bien con ellas. — No para criarlas, pero su abuelo le va a enseñar a hacer maravillas con ellas. Como decía Paracelso, solo hace falta mercurio, sal y ceniza. — El hombre la miró sonriendo. — Venga ¿cuál cogerías para empezar nuestra aventura espagírica? — Alice se mordió los labios y miró alrededor. — Igual es una trampa, abuelo, pero… — Señaló el romero. — Siempre me he sentido muy atraída por el romero. Es muy versátil, y tiene tantas propiedades que, haciendo buenas separaciones de esencias, una planta podría darnos cinco o seis transmutaciones, a bote pronto. — Larry sonrió y le acarició el pelo. — Y por eso, querida, a las alquimistas se os da mejor la espagiria que a los hombres. Siempre sabéis ver que a veces, en lo aparentemente simple… Está el mundo. — El hombre parecía pensativo, pero sonriente. — Yo he tardado en darme cuenta, desde luego. — Pero pareció despertarse de su propia reflexión y dio una palmada. — Me ha gustado eso del romero, pero ahora hay que buscar una planta de referencia para Marcus y unas cuantas cosas para pociones y destilaciones, así que manos a la obra. — Ah, pues mira, ahí hay un destilador. — Larry la miró de nuevo, ofendido. — Jovencita, has venido con una licencia de piedra a educarte con Lawrence O’Donnell. No vas a tocar un destilador hasta dentro de tres licencias por lo menos. Hay que practicar. —
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
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Alice Gallia
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We are blooming Con Alice | En Irlanda | 5 de noviembre de 2002 |
- ¡Bueno! - Clamó la mujer, dando una palmada alegre y frotándose las manos justo después, mirando a los lados. - A ver, una comida a la irlandesa, como los siete mandan, para que tus padres se vayan llenos de energía de vuelta a casa. - ¡Hecho! -Se unió él, mirando también a todas partes... pero lo cierto es que veía puestos con cantidades ingentes de comida, o mejor dicho, de ingredientes de comida. No sabía ni por donde empezar. - Mmmmm... - Pero claro, Marcus tendría que nacer de nuevo, después de haberse venido tan arriba, y tratándose de un tema que le gustaba tanto como comer, para decir abiertamente "no tengo ni idea, ve guiándome". Tenía que fingir que al menos algo controlaba. - ¿Qué te parece eso? - Señaló. - Tiene buena pinta. - Pero, al mirar a su abuela, esta le miraba con los ojos entornados hacia arriba y las cejas arqueadas. Vio que tomaba aire como pensándose cómo decirle lo que le iba a decir. - Cielo... - Marcus parpadeó, expectante. - Eso es una comadreja. - Volvió a mirar la pieza con los ojos desorbitados. Volvió a mirar a su abuela. - ¿Aquí se comen las comadrejas? - Es comida para animales, Marcus. - ¿¿Y por qué está mezclada con la de humanos?? - ¡No nos ha dado tiempo ni a entrar en el mercado! ¡Te has parado en el primer sitio que has visto! - Le cogió de la mano como a un niño pequeño y le arrastró al interior. - Venga, andando, que temo que tu siguiente adquisición sea cicuta. - Tampoco considero que deban vender aquí cicuta... - Masculló.
- Primera parada. - Molly le plantó violentamente ante un puesto. - Pescado. - Parpadeó. - No... es lo que más controlo. - Pues por eso estamos aquí. Porque es lo que peor controla casi todo el mundo, y es esencial para la dieta, y muy importante de identificarlo bien. - La mujer se irguió y señaló con la cabeza. - Dime, ¿qué te llevarías? - Marcus descolgó la mandíbula levemente y empezó a boquear, muy en sintonía con el entorno. - Pueees... eeemmm... - Tragó saliva. Miró. - Ese. Porque... es... grande, daría para todos. - Pensó. - Y... aquel. Y... un poco de esos. - ¿Cuánto es un poco? - Pues... eemmm... ¿Un kilo? - Molly tomó aire y lo soltó levemente. - El primero que han señalado es buena opción. Atún. Sería buena opción si nos lo dieran preparado, claro, ¿o pretendes llevarte el atún tal cual a casa? - Pues... - ¿Cómo se prepara? - Puso cara de espaventado. - ¡No sé! - Pues no puedes llevarte a casa un producto que no sabes preparar. - Creía que... tú sí... - Pues no. No sé hacerlo todo, y nunca he despiezado un atún. Pero vamos a hacer una prueba. ¡Chico! - Llamó al tendero, y Marcus estuvo por esconderse. - ¡Diga, señora! - Mi nieto quiere preguntarle algo. - La miró como si le hubiera vendido a su enemigo. Luego miró al tendero. - Aaamm... Emmm... ¿Podría prepararnos el atún? - ¡Claro! Aunque me llevará un ratito, pero bueno, ahora hay poca gente. ¿Cómo quieres que te lo prepare? - Se quedó parado. - ¿Para seis personas? - El hombre le miró, inexpresivo, y tras varios segundos, dijo. - Sí, y para dieciséis, es una buena pieza. Pero ¿cómo? ¿Te dejo las escamas? ¿Te lo limpio? ¿Te...? - Y empezó a soltar una cantidad de terminología que no había oído en la vida y que le tenía al borde del desmayo. - Gracias, chico, nos lo pensamos. - ¡A servir! - Menos mal que su abuela cortó aquello. Le miró con una ceja arqueada. - En cuanto a las otras dos cosas que has señalado: el segundo pescado no sé ni lo que es, pero de esta costa te garantizo que no. Mírale los ojos. - No sé si quiero. - Dijo con un poco de asco, comentario que su abuela ignoró. - Los tiene hundidos, cristalosos, grises. No brillan. Parecen de plástico. Ese pez no se acuerda ni de cuándo lo mataron. No compres eso, hijo, no es fresco. - Señaló a lo tercero con un gesto de la mano. - Y en cuando a aquello, con un kilo no tenemos ni para el aperitivo. - Se cruzó de brazos. - Una de las primeras cosas que hay que aprender en cocina es a medir las cantidades. Ese atún pesa más de cien kilos, y de salmonetes querías llevarte poco más de uno por persona. - Bueno pues bacalao, que eso sí sé lo que es. - ¿Y cómo lo vas a desalar? - ¿Y si compramos carne? - Preguntó un poco agresivamente. Se estaba sintiendo atacado con tanto cuestionamiento de pescado.
Y a su abuela le dio por reír con ternura, como cuando era pequeño. - Ay, cariño. No sé si es peor tu rama Slytherin ultrajada, o tu rama Ravenclaw con sus conocimientos puestos en cuestión. - Dijo mientras le acariciaba la mejilla. - ¿Sabes qué no tenía tu abuelo con tu edad que tú si tienes? - No se le ocurría nada, así que negó, un tanto confuso. - Ese brillo en los ojos cuando estás con tu familia. Tu abuelo siempre quiso a los suyos, pero sus miras estaban tan puestas en la alquimia, que no veía nada más. No es broma lo de que se hubiera muerto soltero, felizmente casado con la alquimia, y que ahora ninguno estaríamos aquí si no hubiera sido por obra de milagro. Pero tú nunca has sido así. Conozco a mi niño, y es listo, un genio, diría que más que tu abuelo. - Bueno... - Se azoró, con una risa tímida. - Y ambicioso. También más que tu abuelo. Y serás muy poderoso algún día. Pero tienes tanto cariño por tu familia, siempre has tenido claro que querías formar una el día de mañana, que junto con tus logros profesionales, serían el gran tesoro de tu vida. - Sonrió, conmovido. - Es verdad. -
Molly se enganchó de su brazo y paseó con él entre los puestos. - Por eso quiero que conozcas esto. - Le miró. - En primer lugar, porque los tiempos han cambiado: Alice no va a detener su carrera por ser madre y cuidar de ti y de la casa, tendréis que repartiros las tareas y los cuidados; en segundo, porque, independientemente de cómo os organicéis en vuestra vida, un hombre tan brillante como tú no puede ser un inútil, y comer hay que comer. De otras cosas podrás prescindir, pero de comer, no; y en tercero, porque te encanta la comida, y sé que vas a disfrutar haciendo la tuya propia... Y porque me hace ilusión verte poner en práctica mis recetas. - Rio, mirando a su abuela con cariño. - Pues me parece la mejor idea que has tenido. Y estoy de acuerdo. Y me hace muchísima ilusión. - Su abuela puso expresión pilla y se acercó a él para susurrarle. - Y sí que puede que estemos compitiendo un poquito. - Soltó una fuerte carcajada y la achuchó. - Si es que eres la mejor abuela del mundo. - ¡Venga, venga, zalamero! Vamos a las verduras. -
- Primera parada. - Molly le plantó violentamente ante un puesto. - Pescado. - Parpadeó. - No... es lo que más controlo. - Pues por eso estamos aquí. Porque es lo que peor controla casi todo el mundo, y es esencial para la dieta, y muy importante de identificarlo bien. - La mujer se irguió y señaló con la cabeza. - Dime, ¿qué te llevarías? - Marcus descolgó la mandíbula levemente y empezó a boquear, muy en sintonía con el entorno. - Pueees... eeemmm... - Tragó saliva. Miró. - Ese. Porque... es... grande, daría para todos. - Pensó. - Y... aquel. Y... un poco de esos. - ¿Cuánto es un poco? - Pues... eemmm... ¿Un kilo? - Molly tomó aire y lo soltó levemente. - El primero que han señalado es buena opción. Atún. Sería buena opción si nos lo dieran preparado, claro, ¿o pretendes llevarte el atún tal cual a casa? - Pues... - ¿Cómo se prepara? - Puso cara de espaventado. - ¡No sé! - Pues no puedes llevarte a casa un producto que no sabes preparar. - Creía que... tú sí... - Pues no. No sé hacerlo todo, y nunca he despiezado un atún. Pero vamos a hacer una prueba. ¡Chico! - Llamó al tendero, y Marcus estuvo por esconderse. - ¡Diga, señora! - Mi nieto quiere preguntarle algo. - La miró como si le hubiera vendido a su enemigo. Luego miró al tendero. - Aaamm... Emmm... ¿Podría prepararnos el atún? - ¡Claro! Aunque me llevará un ratito, pero bueno, ahora hay poca gente. ¿Cómo quieres que te lo prepare? - Se quedó parado. - ¿Para seis personas? - El hombre le miró, inexpresivo, y tras varios segundos, dijo. - Sí, y para dieciséis, es una buena pieza. Pero ¿cómo? ¿Te dejo las escamas? ¿Te lo limpio? ¿Te...? - Y empezó a soltar una cantidad de terminología que no había oído en la vida y que le tenía al borde del desmayo. - Gracias, chico, nos lo pensamos. - ¡A servir! - Menos mal que su abuela cortó aquello. Le miró con una ceja arqueada. - En cuanto a las otras dos cosas que has señalado: el segundo pescado no sé ni lo que es, pero de esta costa te garantizo que no. Mírale los ojos. - No sé si quiero. - Dijo con un poco de asco, comentario que su abuela ignoró. - Los tiene hundidos, cristalosos, grises. No brillan. Parecen de plástico. Ese pez no se acuerda ni de cuándo lo mataron. No compres eso, hijo, no es fresco. - Señaló a lo tercero con un gesto de la mano. - Y en cuando a aquello, con un kilo no tenemos ni para el aperitivo. - Se cruzó de brazos. - Una de las primeras cosas que hay que aprender en cocina es a medir las cantidades. Ese atún pesa más de cien kilos, y de salmonetes querías llevarte poco más de uno por persona. - Bueno pues bacalao, que eso sí sé lo que es. - ¿Y cómo lo vas a desalar? - ¿Y si compramos carne? - Preguntó un poco agresivamente. Se estaba sintiendo atacado con tanto cuestionamiento de pescado.
Y a su abuela le dio por reír con ternura, como cuando era pequeño. - Ay, cariño. No sé si es peor tu rama Slytherin ultrajada, o tu rama Ravenclaw con sus conocimientos puestos en cuestión. - Dijo mientras le acariciaba la mejilla. - ¿Sabes qué no tenía tu abuelo con tu edad que tú si tienes? - No se le ocurría nada, así que negó, un tanto confuso. - Ese brillo en los ojos cuando estás con tu familia. Tu abuelo siempre quiso a los suyos, pero sus miras estaban tan puestas en la alquimia, que no veía nada más. No es broma lo de que se hubiera muerto soltero, felizmente casado con la alquimia, y que ahora ninguno estaríamos aquí si no hubiera sido por obra de milagro. Pero tú nunca has sido así. Conozco a mi niño, y es listo, un genio, diría que más que tu abuelo. - Bueno... - Se azoró, con una risa tímida. - Y ambicioso. También más que tu abuelo. Y serás muy poderoso algún día. Pero tienes tanto cariño por tu familia, siempre has tenido claro que querías formar una el día de mañana, que junto con tus logros profesionales, serían el gran tesoro de tu vida. - Sonrió, conmovido. - Es verdad. -
Molly se enganchó de su brazo y paseó con él entre los puestos. - Por eso quiero que conozcas esto. - Le miró. - En primer lugar, porque los tiempos han cambiado: Alice no va a detener su carrera por ser madre y cuidar de ti y de la casa, tendréis que repartiros las tareas y los cuidados; en segundo, porque, independientemente de cómo os organicéis en vuestra vida, un hombre tan brillante como tú no puede ser un inútil, y comer hay que comer. De otras cosas podrás prescindir, pero de comer, no; y en tercero, porque te encanta la comida, y sé que vas a disfrutar haciendo la tuya propia... Y porque me hace ilusión verte poner en práctica mis recetas. - Rio, mirando a su abuela con cariño. - Pues me parece la mejor idea que has tenido. Y estoy de acuerdo. Y me hace muchísima ilusión. - Su abuela puso expresión pilla y se acercó a él para susurrarle. - Y sí que puede que estemos compitiendo un poquito. - Soltó una fuerte carcajada y la achuchó. - Si es que eres la mejor abuela del mundo. - ¡Venga, venga, zalamero! Vamos a las verduras. -
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We are blooming CON Marcus| EN Casa O'Donnell | 5 de noviembre de 2002 |
El momento había sido bonito, pero tenían que comprar bastantes cosas, sobre todo para suplir al taller, que después de tantos años necesitaba una auténtica intervención de instrumental y elementos orgánicos. El problema era que hacerlo con un señor de ochenta años se ponía complicado. Contuvo un suspiro y miró los frascos de cristal de distintos tamaños y formas que el chico de la tienda, muy amablemente, había puesto ante ellos. — ¿Y ahora qué? — Esto no es vidrio carbónico. — El chico te ha dicho que sí. — No, no y no. Soy alquimista Alice, y sé cuándo un recipiente es de vidrio transmutado con carbono o no. — El chico les miró con una sonrisa comprensiva, porque debía estar acostumbrado a estas peleas en su trabajo. — Le aseguro que lo es, señor. Setenta y cinco por ciento pasta de vidrio, veinticinco carbono, en forma de propiedad transmutada. — ¿A qué alquimista se lo han comprado? — El muchacho parpadeó, un poco confuso. — Pues… Realmente nosotros lo encargamos a un almacén de suministros de pociones de Dublín y ellos… — ¡Ah! O sea, que ni idea de quién ni cómo lo han transmutado. Vamos, que los porcentajes los da por darlos. — Abuelo ¿por qué te iban a mentir? — ¡Hija, porque eso lo veo yo! ¡Lo veo, que aquí no hay carbono transmutado, vaya! — Alice volvió a suspirar y apoyó una mano en la cadera. — ¿Te quedarás más tranquilo si los transmutamos nosotros? — ¡Pues sí, ciertamente! Vamos, que no puede ser tan difícil, digo yo. Y además así practicáis, el día de mañana será mejor si transmutáis vosotros vuestros propios recipientes para vuestro taller. — Ella asintió una sola vez y se armó de paciencia, rezando porque el chaval no les echara de la tienda con semejante actitud. — Pues dame pasta vítrea, y de carbono dame… — Checheche… ¿cómo que carbono? — ¿Pero no los querías con porcentaje de carbono? — Preguntó con un punto desesperado. — Sí, pero el carbono se transmuta del carbón normal y corriente, y de eso tenemos en casa. — Ah, eso también lo vamos a transmutar nosotros. — ¡Hombre! ¡Digo yo! ¿También el carbono lo pedís a Dublín? — Sí, señor. — Lawrence la miró con obviedad, levantando mucho las cejas y pareciéndose infinitamente a su nieto cuando quería señalar que tenía razón. — A saber de qué carbono estamos hablando. —
Volvió a tomar aire y se giró hacia el mostrador. — Pues nada. Pasta vítrea. Y dame dos soportes de doce tubitos y unos… veinte frascos de doscientos cincuenta, de los de sello… — ¿PERO NO HAS DICHO QUE LOS IBAS A TRANSMUTAR? — Cuenta hasta diez, Alice, es un maestro de la alquimia, solo es mayor, pensó antes de girarse al abuelo. — Sí, pero la abuela ha pedido cosas para pociones, y yo hago muchas, y necesito tubitos de ensayo con soporte y botellas con sello para conservarlas, y eso no lo voy a transmutar también, bastante tengo con lo otro… — El abuelo levantó las manos y puso cara de “yo no opino” y volvió a pasar la mirada por el puesto. — ¿Veinticuatro de soporte entonces? Y veinte de sello. — Eso. Y dame un par de botellas de litro por si acaso… — ¿Veinte solo? ¿No prefieres treinta y una? — Ya sí se giró bruscamente hacia Larry, conteniéndose muchísimo. — ¿Y para qué infiernos querría treinta y una? — Por si necesitas una para cada día del mes. — Se mordió los labios y se ahorró todo lo que se le pasaba. — Pues me transmuto las once que me falten. — Pues vas a necesitar más pasta vítrea… —
No sabía ni cómo había salido del puesto con lo que necesitaba (bueno, al menos con los materiales para transmutarlo) y quería dirigirse cuanto antes a por los ingredientes que les faltaban. — ¿Tenemos hornilla en el taller? — Preguntó, al pasar por un puesto que las vendía de distintos tamaños y materiales. — Podemos hacer una transmutación ígnea. — Sí, y encontrar la piedra filosofal, pero he venido a sacarme la licencia de hielo, no a aprender a sobrevivir con lo mínimo transmutando hasta el té, pensó. — Y con un Incendio, pero las hornillas son más cómodas y seguras. — Nada es más cómodo y seguro que una transmutación bien hecha. — Voy a comprar una. — Determinó. — Ve al puesto de las hierbas y echa un ojo a ver qué crees que necesitamos. — Y así de paso se serenaba, que no se quería estropear el día.
Ya más tranquila, llegó a la tienda y vio al abuelo realmente ocupado con una chica pelirroja, que iba a abriendo muchos cajones y dejándole ver y oler. — ¡Alice! ¡Mira! Tienen una aquilea de primerísima calidad. Tomillo, salvia, laurel… Todo esto he cogido ya. Pero ahora esta chica me está enseñando índigos y amapolas para hacer tinturas, mira, mira… — Vaya, con esta, que se parece un poco a la abuela de joven, se te mejora el humor, pensó, pero puso una sonrisilla. — A ver, enséñame. — Y dejó que le diera un discurso sobre las tinturas, mientras iba cogiendo otras plantas. — Y un buen tinte, incluso una tinta transmutada, dejaría al tribunal loco, hija, loco. Hay que ponerse con todo ello, porque es que es una gran idea. — Alice asintió y le dio el resto de hierbitas y ungüentos que había cogido a la chica. — ¿Y la planta para tu nieto? — El abuelo suspiró. — Es que no me he querido mojar, porque veo tantas perfectas para él… — Alice sonrió aún más. — ¿De verdad no se te ocurre? — El abuelo se encogió de hombros y la miró con cara de “venga, véngate, que me lo he merecido” — Tú sí la sabes ¿no? — Alice asintió. — Pero no se lo vamos a poner tan fácil ¿no crees? — Sabes que a los dos nos encanta un reto, especialmente si lo propones tú. — Se giró hacia la chica. — ¿Tienes semillas de espino blanco? — Esto es Irlanda, sería un crimen no tenerlas. — Contestó alegre. — Pero no nos da tiempo a que crezca un espino. — Replicó Lawrence. — ¿Y lo bien que va a quedar que use en el examen las flores de un espino que él mismo ha criado a base de fermentarlo? — Larry rio roncamente. — ¿Ves como tú también sabes usar la alquimia para lo que quieres? —
Volvió a tomar aire y se giró hacia el mostrador. — Pues nada. Pasta vítrea. Y dame dos soportes de doce tubitos y unos… veinte frascos de doscientos cincuenta, de los de sello… — ¿PERO NO HAS DICHO QUE LOS IBAS A TRANSMUTAR? — Cuenta hasta diez, Alice, es un maestro de la alquimia, solo es mayor, pensó antes de girarse al abuelo. — Sí, pero la abuela ha pedido cosas para pociones, y yo hago muchas, y necesito tubitos de ensayo con soporte y botellas con sello para conservarlas, y eso no lo voy a transmutar también, bastante tengo con lo otro… — El abuelo levantó las manos y puso cara de “yo no opino” y volvió a pasar la mirada por el puesto. — ¿Veinticuatro de soporte entonces? Y veinte de sello. — Eso. Y dame un par de botellas de litro por si acaso… — ¿Veinte solo? ¿No prefieres treinta y una? — Ya sí se giró bruscamente hacia Larry, conteniéndose muchísimo. — ¿Y para qué infiernos querría treinta y una? — Por si necesitas una para cada día del mes. — Se mordió los labios y se ahorró todo lo que se le pasaba. — Pues me transmuto las once que me falten. — Pues vas a necesitar más pasta vítrea… —
No sabía ni cómo había salido del puesto con lo que necesitaba (bueno, al menos con los materiales para transmutarlo) y quería dirigirse cuanto antes a por los ingredientes que les faltaban. — ¿Tenemos hornilla en el taller? — Preguntó, al pasar por un puesto que las vendía de distintos tamaños y materiales. — Podemos hacer una transmutación ígnea. — Sí, y encontrar la piedra filosofal, pero he venido a sacarme la licencia de hielo, no a aprender a sobrevivir con lo mínimo transmutando hasta el té, pensó. — Y con un Incendio, pero las hornillas son más cómodas y seguras. — Nada es más cómodo y seguro que una transmutación bien hecha. — Voy a comprar una. — Determinó. — Ve al puesto de las hierbas y echa un ojo a ver qué crees que necesitamos. — Y así de paso se serenaba, que no se quería estropear el día.
Ya más tranquila, llegó a la tienda y vio al abuelo realmente ocupado con una chica pelirroja, que iba a abriendo muchos cajones y dejándole ver y oler. — ¡Alice! ¡Mira! Tienen una aquilea de primerísima calidad. Tomillo, salvia, laurel… Todo esto he cogido ya. Pero ahora esta chica me está enseñando índigos y amapolas para hacer tinturas, mira, mira… — Vaya, con esta, que se parece un poco a la abuela de joven, se te mejora el humor, pensó, pero puso una sonrisilla. — A ver, enséñame. — Y dejó que le diera un discurso sobre las tinturas, mientras iba cogiendo otras plantas. — Y un buen tinte, incluso una tinta transmutada, dejaría al tribunal loco, hija, loco. Hay que ponerse con todo ello, porque es que es una gran idea. — Alice asintió y le dio el resto de hierbitas y ungüentos que había cogido a la chica. — ¿Y la planta para tu nieto? — El abuelo suspiró. — Es que no me he querido mojar, porque veo tantas perfectas para él… — Alice sonrió aún más. — ¿De verdad no se te ocurre? — El abuelo se encogió de hombros y la miró con cara de “venga, véngate, que me lo he merecido” — Tú sí la sabes ¿no? — Alice asintió. — Pero no se lo vamos a poner tan fácil ¿no crees? — Sabes que a los dos nos encanta un reto, especialmente si lo propones tú. — Se giró hacia la chica. — ¿Tienes semillas de espino blanco? — Esto es Irlanda, sería un crimen no tenerlas. — Contestó alegre. — Pero no nos da tiempo a que crezca un espino. — Replicó Lawrence. — ¿Y lo bien que va a quedar que use en el examen las flores de un espino que él mismo ha criado a base de fermentarlo? — Larry rio roncamente. — ¿Ves como tú también sabes usar la alquimia para lo que quieres? —
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We are blooming Con Alice | En Irlanda | 5 de noviembre de 2002 |
- Madre mía, todo lo que vamos a hacer con esto. - Dijo con ilusión, mientras miraba con ojos brillantes los dos enormes paquetes rebosantes de verduras que llevaba levitando por delante de sí. - ¿No se pondrá mala? Porque de aquí salen platos... ¡hasta Navidad por lo menos! - Su abuela le miró. - Hijo, con eso no tenemos ni para acabar la semana. - Se detuvo en seco, impactado. Estaba evaluando si realmente su abuela le estuviera gastando una broma. - ¿Pero cómo va a ser eso? Si aquí hay muchísimas cosas. ¡Mira! ¡Mira esto! No puedo ni ver lo que tengo delante, parece que me tapa un bosque. - ¡Uy! Ya te enseñaré a cocinar espinacas, ya. Eso se reduce a la décima parte en cuanto lo echas a la olla. - Pero todo esto da para ¿cuántos platos, por lo menos? Un montón ¿no? - Molly suspiró y se le acercó, rebuscando en la bolsa, y empezó a sacar y meter verdura mientras decía. - Esto y esto para un caldo, y luego con lo que sobre se hace puré, y el puré con tantos que somos da para dos almuerzos, poco más. Esto lo vas a querer tú para el desayuno, ¿verdad que sí? En tres días no queda nada. Y esto, dos cenas a lo sumo. Y esto se lo come tu abuelo en una tarde, hoy ya no hay. Y esto es para el guiso que voy a hacer hoy. Vamos, que el viernes estamos aquí otra vez. - ¿¿Pero TODO ESTO se va a gastar?? - ¿Me has escuchado, hijo? - ¡Pero es que es muchísimo! - Al menos era relativamente barato, pero es que llevaba dos bolsas hasta arriba. ¿Cuántas veces había que ir a comprar a la semana? Menos mal que podía llevarlo levitando, pero tampoco se veía apareciéndose con eso. ¿Cómo lo hacía su madre? No recordaba haberla visto cargar una bolsa en la vida.
- Venga, y ya así, a por la carne. - Soltó aire por la boca. A ver qué se encontraban en el puesto de la carne. Nada más entrar, señaló. - ¡Eso! ¡Eso sí sé lo que es y ese nos vamos a llevar! ¡Para una gran comida hoy! - Marcus, ¿dónde vamos con ese pavo tan enorme? - Molly miró la pieza con ojo analítico y con un punto despectivo. - Apuesto a que pesa casi lo mismo que tu novia. - Muy graciosa. - Respondió, sarcástico. - ¡El pavo es la comida estrella en todos los eventos! Y eso no me digas que no sabes hacerlo porque sé que sí. - Sí, sé hacerlo. - Pues ya está... - Como sé que tarda casi un día entero en prepararse. - Marcus se giró, con los hombros caídos, ya entre la derrota y el mosqueo. - ¿Cómo que un día entero? ¿Cómo va a tardar una comida en hacerse un día entero? Nunca te he visto pasarte un día entero cocinando. - Uy, tú lo has dicho, no me has visto. Y tampoco te pasas las veinticuatro horas delante de la hornilla. - No estaba entendiendo nada y empezaba a pensar que su abuela no paraba de quedarse con él.
Se cruzó de brazos. - Pues nada. Lo que diga la señora. - Molly rio. - Ay, hijo, no te enfades, no seas gruñón. Solo quiero enseñarte. - ¡No me estás enseñando! ¡Me estás dejando dar palos de ciego y diciéndome a todo que no! - Empezaba a sonar talmente como un niño pequeño enfadado. - De haber sabido que hoy iba a aprender algo tan importante, habría traído una libreta preparada para tales efectos. - Oh, Señor, estos O'Donnell, todo lo tienen que llevar en una libreta homologada. Hijo, mira a tu alrededor. - Su abuela abrió los brazos. - ¡Respira! ¿A qué hueles? - A un poco de todo, la verdad. - ¡Exacto! - Sobre todo al puesto de pescados. No se me quita de la nariz. - Gruñón como su abuelo. ¡Observa, hijo! ¿Tú no quieres ser un buen alquimista? ¡Pues tienes que sentir las cosas! No todo se aprende estudiando, ¡hay que estar vivo! Mirar, oler, tocar, saborear. - Metió la mano en la bolsa de verdura y arrancó una hojita aleatoria, tendiéndosela. - ¿Qué es? - Marcus la miró ceñudo, pero su abuela abrió los ojos, insistente. Suspiró. Tomó la hoja en la mano. A simple vista... podían ser mil cosas. La olió. - ¿Hierbabuena? - Molly negó. Nada, la iba a tener que probar. Se la llevó a la boca, y tras unos segundos, dijo. - Cilantro. - ¡Ese es mi niño! Y esa era de las difíciles, pero es que a mí me gusta mucho. - Se enganchó de nuevo de su brazo. - No quieras dar con la tecla a la primera. No quieras sabértelo todo de memoria. Intuición, observación. Menos miedo a equivocarte. Más humildad para preguntar lo que no sabes. Y si se te olvida, preguntas otra vez. Y si quemas algo, lo tiras y lo intentas de nuevo. O te lo comes quemado, para recordarte a la próxima que tienes que tener más cuidado. Y para tener una anécdota graciosa que contar. ¿No te ha contado tu padre el primer desayuno que tu tía Erin y él intentaron prepararnos por un aniversario? - Marcus sonrió. - Dijo que las tortitas estaban "mejorables en cuanto a forma y consistencia". - Estaban crudas. Y el café estaba frío. Y tu tía mezcló leche con zumo, y se lo tomó porque mi hija la pobre tiene el paladar roto, un día se me va a envenenar con todas las porquerías que se mete en el cuerpo y ni se da cuenta, y tu padre se lo tomó porque es tan educado que le daba pena romperle la ilusión a tu hermana, pero vaya diíta pasamos los cuatro de estómago revuelto entre una cosa y otra. - Ambos rieron. Su abuela le dio un par de palmaditas en el brazo. - Venga, te quiero más despierto y más relajado. Y ayudando. Que queda mucho que levitar. -
- ¡Madre mía, mamá! - Exclamó Arnold al verles llegar. Sus padres eran los primeros en el punto de encuentro. - Vaya peligro tenéis los dos comprando comida. ¿Cuántas toneladas hay ahí? - Qué exagerado, hijo. - Respondió Molly, pero Marcus la estaba mirando de reojo como diciendo "¿ves? Sabía que era mucho". - Hoy somos seis, y a partir de ahora seremos mínimo cuatro en casa, porque ya sabes que en el pueblo un día sí y otro también nos estamos intercambiando para comer en casas de unos y otros. Llevamos comida para la semana y seguro que falta. - Justo Alice y su abuelo se acercaban también, y este último, que había oído la conversación, rio. - De hecho, poco me parece. He visto a mi nieto partir con cara de estar buscando la carretilla más grande de Irlanda para cargar un pavo del tamaño de un erumpent. - Ja, ja. - Respondió sarcástico, mientras veía a todos reír por lo bajo. - Pues no porque no me han dejado, pero vamos, buena idea me parecía. Y he visto uno fabuloso. - Tenía pinta de seco. - ¡Y dale con las pintas! - ¡Nada! Que nada de lo que decía a su abuela le parecía bien. La escena pareció hacer mucha gracia a los presentes, pero Molly recondujo. - Volvamos a casa, familia, que tenemos mucha comida que preparar. -
- Venga, y ya así, a por la carne. - Soltó aire por la boca. A ver qué se encontraban en el puesto de la carne. Nada más entrar, señaló. - ¡Eso! ¡Eso sí sé lo que es y ese nos vamos a llevar! ¡Para una gran comida hoy! - Marcus, ¿dónde vamos con ese pavo tan enorme? - Molly miró la pieza con ojo analítico y con un punto despectivo. - Apuesto a que pesa casi lo mismo que tu novia. - Muy graciosa. - Respondió, sarcástico. - ¡El pavo es la comida estrella en todos los eventos! Y eso no me digas que no sabes hacerlo porque sé que sí. - Sí, sé hacerlo. - Pues ya está... - Como sé que tarda casi un día entero en prepararse. - Marcus se giró, con los hombros caídos, ya entre la derrota y el mosqueo. - ¿Cómo que un día entero? ¿Cómo va a tardar una comida en hacerse un día entero? Nunca te he visto pasarte un día entero cocinando. - Uy, tú lo has dicho, no me has visto. Y tampoco te pasas las veinticuatro horas delante de la hornilla. - No estaba entendiendo nada y empezaba a pensar que su abuela no paraba de quedarse con él.
Se cruzó de brazos. - Pues nada. Lo que diga la señora. - Molly rio. - Ay, hijo, no te enfades, no seas gruñón. Solo quiero enseñarte. - ¡No me estás enseñando! ¡Me estás dejando dar palos de ciego y diciéndome a todo que no! - Empezaba a sonar talmente como un niño pequeño enfadado. - De haber sabido que hoy iba a aprender algo tan importante, habría traído una libreta preparada para tales efectos. - Oh, Señor, estos O'Donnell, todo lo tienen que llevar en una libreta homologada. Hijo, mira a tu alrededor. - Su abuela abrió los brazos. - ¡Respira! ¿A qué hueles? - A un poco de todo, la verdad. - ¡Exacto! - Sobre todo al puesto de pescados. No se me quita de la nariz. - Gruñón como su abuelo. ¡Observa, hijo! ¿Tú no quieres ser un buen alquimista? ¡Pues tienes que sentir las cosas! No todo se aprende estudiando, ¡hay que estar vivo! Mirar, oler, tocar, saborear. - Metió la mano en la bolsa de verdura y arrancó una hojita aleatoria, tendiéndosela. - ¿Qué es? - Marcus la miró ceñudo, pero su abuela abrió los ojos, insistente. Suspiró. Tomó la hoja en la mano. A simple vista... podían ser mil cosas. La olió. - ¿Hierbabuena? - Molly negó. Nada, la iba a tener que probar. Se la llevó a la boca, y tras unos segundos, dijo. - Cilantro. - ¡Ese es mi niño! Y esa era de las difíciles, pero es que a mí me gusta mucho. - Se enganchó de nuevo de su brazo. - No quieras dar con la tecla a la primera. No quieras sabértelo todo de memoria. Intuición, observación. Menos miedo a equivocarte. Más humildad para preguntar lo que no sabes. Y si se te olvida, preguntas otra vez. Y si quemas algo, lo tiras y lo intentas de nuevo. O te lo comes quemado, para recordarte a la próxima que tienes que tener más cuidado. Y para tener una anécdota graciosa que contar. ¿No te ha contado tu padre el primer desayuno que tu tía Erin y él intentaron prepararnos por un aniversario? - Marcus sonrió. - Dijo que las tortitas estaban "mejorables en cuanto a forma y consistencia". - Estaban crudas. Y el café estaba frío. Y tu tía mezcló leche con zumo, y se lo tomó porque mi hija la pobre tiene el paladar roto, un día se me va a envenenar con todas las porquerías que se mete en el cuerpo y ni se da cuenta, y tu padre se lo tomó porque es tan educado que le daba pena romperle la ilusión a tu hermana, pero vaya diíta pasamos los cuatro de estómago revuelto entre una cosa y otra. - Ambos rieron. Su abuela le dio un par de palmaditas en el brazo. - Venga, te quiero más despierto y más relajado. Y ayudando. Que queda mucho que levitar. -
- ¡Madre mía, mamá! - Exclamó Arnold al verles llegar. Sus padres eran los primeros en el punto de encuentro. - Vaya peligro tenéis los dos comprando comida. ¿Cuántas toneladas hay ahí? - Qué exagerado, hijo. - Respondió Molly, pero Marcus la estaba mirando de reojo como diciendo "¿ves? Sabía que era mucho". - Hoy somos seis, y a partir de ahora seremos mínimo cuatro en casa, porque ya sabes que en el pueblo un día sí y otro también nos estamos intercambiando para comer en casas de unos y otros. Llevamos comida para la semana y seguro que falta. - Justo Alice y su abuelo se acercaban también, y este último, que había oído la conversación, rio. - De hecho, poco me parece. He visto a mi nieto partir con cara de estar buscando la carretilla más grande de Irlanda para cargar un pavo del tamaño de un erumpent. - Ja, ja. - Respondió sarcástico, mientras veía a todos reír por lo bajo. - Pues no porque no me han dejado, pero vamos, buena idea me parecía. Y he visto uno fabuloso. - Tenía pinta de seco. - ¡Y dale con las pintas! - ¡Nada! Que nada de lo que decía a su abuela le parecía bien. La escena pareció hacer mucha gracia a los presentes, pero Molly recondujo. - Volvamos a casa, familia, que tenemos mucha comida que preparar. -
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We are blooming CON Marcus| EN Casa O'Donnell | 5 de noviembre de 2002 |
— Mira, ese es el resultado de salir a comprar con mi mujer, dos toneladas de todo. — Qué exagerado e inexacto para ser un alquimista, abuelo. — Larry la miró con los ojos entornados. — ¿Te vas a comer tú todo eso? — Ella rio. — No, yo no, pero tu nieto y tu mujer, seguro. La comida hace felices a los irlandeses. — Eso hizo reír a Larry también. — Eres una ladrona y sabes cómo caer bien a todo el mundo aquí. — Alice negó con una sonrisa. — Tú te esfuerzas en ir a la contra, yo solo me dejo llevar. — Se juntaron con los demás justo a tiempo para oír a Molly y Marcus discutir sobre la pinta de las cosas. — Ya empezamos con las pintas, mujer. ¿Pinta en base a qué? — Entró Larry de lleno. — ¡A lo que tú nunca sabrás, O’Donnell, porque solo tocas la cocina para hacerle el desayuno a tu hija un día al año! — Bueeeeeno, llego en mal momento. — Dijo la profunda y calmada voz de Arthur, que aparecía por ahí. — Alice le miró sonriente. — Ya nos han dicho que estabas de compras por aquí. — Miró las cestas que llevaba levitando. — Me extraña que no lleves patatas ahí. — ¡Ah, no! Mi proveedora es Cerys, y de la mayoría de verduras y hortalizas, pero hay que comprar alcohol, especias, esas cosillas… — Pensé que ya estabas jubilado, primo. — Le dijo Arnie con media sonrisa, pero el hombre se encogió de hombros. — En el fondo, mi pub siempre me ha gustado, y sé que las chicas necesitan ayuda, así que sigo haciendo estas cosas, me dan tranquilidad. — Un hombre completo. — Señaló Molly. — ¿Tú has despiezado atún alguna vez, Arthur? — Él negó con la cabeza. — Qué va, qué va. Cuando poníamos guiso de atún en el pub yo lo compraba ya despiezado, si no, imagínate, veinte platos más o menos que salen de un atún… — Molly miró tan significativamente a su novio, que Alice se vio venir una ofensa en breves momentos, pero justo Arthur dijo. — Aunque por lo que veo ahí, alguien va a hacer guiso irlandés… — ¡Ay, calla ya, Mulligan! Que me arruinas la sorpresa. — Sí, señora. ¿Queréis una hogaza de estas? Mi prima me las ha dado de la panadería. — Ay, mira, pues sí. — Alice se enganchó al brazo de su novio y susurró. — Vaya peligro tiene para ti este pueblo. Aquí todo el mundo regala comida como si tal cosa. — Dejó un beso en su hombro. — Y si, como pretende tu abuela, vas a aprender a cocinarla, nos vamos a poner todos enormes. —
— Qué manía con cortar con cuchillo, niña. — Le afeaba el abuelo. Milagrosamente, todos estaban haciendo algo en la cocina y el comedor, bajo las instrucciones de Molly, pero Larry estaba bastante empeñado en criticarlo un poco todo. — Abuelo ¿para qué voy a usar un Diffindo, dime? Si es que voy mejor y más precisa así. — Granger, el de mi trabajo, el hermano de vuestra jefa de casa, está especializado en hechizos de cocina. — Contó Emma, mientras hechizaba varias cosas a la vez. — Y siempre está obsesionado en encontrar un buen hechizo cortador, e insiste en que ninguno iguala a un cuchillo. — Larry suspiró y negó con la cabeza. — Nada, hoy todo el mundo me lleva la contraria menos la chica de la tienda de hierbas. — Una pelirroja jovencita y risueña. No tendrá nada que ver, claro. — Le susurró Alice a Emma, y esta alzó las cejas y puso una sonrisa de superioridad. — Qué sencillez… Hasta los alquimistas… — Contestó también entre dientes.
— Yo creo que con poner algo de aperitivo ya tenemos bastante. Patatas a la duquesa, guiso irlandés y… Como no me quieren decir qué hay de postre… — Mamá, que te encantan las sorpresas. — Dijo Arnie, montando las patatas en la fuente. — ¡Pues no en la cocina! — ¡Un pista! — Pinchó ella. — Sorpresa y Gallia no casan, cariño, ya lo sabes. — Pues que se ponga O’Donnell. — Dijo Arnie sacándoles la lengua. — Bueno, todo el mundo fuera menos mi Marcus, os podéis sentar ahí y vernos preparar esto, que mi niño ha estado muy atento a todo. — Alice hechizó unos platos y dejó un beso en la mejilla de su novio. — ¿Está el cocinero en el menú? — Le susurró, antes de irse bien feliz a sentarse en la mesa y observar el espectáculo.
— Qué manía con cortar con cuchillo, niña. — Le afeaba el abuelo. Milagrosamente, todos estaban haciendo algo en la cocina y el comedor, bajo las instrucciones de Molly, pero Larry estaba bastante empeñado en criticarlo un poco todo. — Abuelo ¿para qué voy a usar un Diffindo, dime? Si es que voy mejor y más precisa así. — Granger, el de mi trabajo, el hermano de vuestra jefa de casa, está especializado en hechizos de cocina. — Contó Emma, mientras hechizaba varias cosas a la vez. — Y siempre está obsesionado en encontrar un buen hechizo cortador, e insiste en que ninguno iguala a un cuchillo. — Larry suspiró y negó con la cabeza. — Nada, hoy todo el mundo me lleva la contraria menos la chica de la tienda de hierbas. — Una pelirroja jovencita y risueña. No tendrá nada que ver, claro. — Le susurró Alice a Emma, y esta alzó las cejas y puso una sonrisa de superioridad. — Qué sencillez… Hasta los alquimistas… — Contestó también entre dientes.
— Yo creo que con poner algo de aperitivo ya tenemos bastante. Patatas a la duquesa, guiso irlandés y… Como no me quieren decir qué hay de postre… — Mamá, que te encantan las sorpresas. — Dijo Arnie, montando las patatas en la fuente. — ¡Pues no en la cocina! — ¡Un pista! — Pinchó ella. — Sorpresa y Gallia no casan, cariño, ya lo sabes. — Pues que se ponga O’Donnell. — Dijo Arnie sacándoles la lengua. — Bueno, todo el mundo fuera menos mi Marcus, os podéis sentar ahí y vernos preparar esto, que mi niño ha estado muy atento a todo. — Alice hechizó unos platos y dejó un beso en la mejilla de su novio. — ¿Está el cocinero en el menú? — Le susurró, antes de irse bien feliz a sentarse en la mesa y observar el espectáculo.
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
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Ante todo, amigos
Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
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We are blooming Con Alice | En Irlanda | 5 de noviembre de 2002 |
Justo cuando iban a irse apareció Arthur por allí, y Marcus esbozó una brillante sonrisa. Él era muy familiar, eso de estar paseando, o haciendo la compra, y encontrarse con alguien de su familia, se le antojaba un sueño. Al fin y al cabo así vivía en Hogwarts, yendo de un lado a otro y parándose cada dos pasos porque había algún compañero con el que hablar de algo. Después de toda la vida promulgando lo inglés que era, había resultado que Irlanda era bastante su estilo. Probablemente no fuera el de su hermano, que era mucho más de pasar desapercibido... pero también estaba seguro de que ambos compartían las muchísimas ganas de verse y que las Navidades iban a ser espectaculares allí.
Cruzado de brazos, asentía atentamente a las palabras del hombre, como si quisiera captar cada dato de irlandesidad que pudiera para poder ejecutarla debidamente llegado el momento. Pero conectó con la indignación absoluta con el comentario incisivo de su abuela, frunciendo el ceño y mirándola. Luego miró a Arthur. - Pero da para alimentar a veinte personas un atún, ¿verdad? - E incluso a más, lo que p... - Entonces. - Interrumpió, porque no era el conocimiento culinario el que le interesaba, sino establecer su punto. - Cuando a una persona joven, con ganas de aprender, recién llegada, que pisa por primera vez un mercado, le preguntan qué alimento sería adecuado para una gran comida, ¿es tan descabellado, primo Arthur, proponer el atún? - No, supongo que, no, aunque cl... - ¿Y no es herir los sentimientos del susodicho, no solo no alabar su buen ojo inicial, sino ponerle en evidencia de tal manera? - Su abuela ya estaba mascullando, y el hombre carraspeó tímidamente. - Algo me dice que se trata de un asunto privado. - Se trata. - Confirmó Emma con voz de suspiro. Arthur intentó desviar una vez más, y entre eso y el acercamiento de Alice, no tuvo de otra que claudicar, suspirar y dejar atrás el tema atún. - A mí me parece una costumbre magnífica. - Comentó, y añadió, mirando a su abuela de reojo. - Sí, si no se cuestiona cada una de mis decisiones, algún día lo lograré. - No era tan fácil para él dejar la ofensa atrás.
Se le acabó pasando en cuanto empezaron todos, en familia, a organizar la comida. Le gustaba ese ambiente y la sensación de estar aprendiendo y de controlar cada vez un poco más, por no hablar de lo de sentirse anfitrión y parte activa. Estaba... un poco torpe aún, y sentía que continuamente se tenía que apartar de donde estorbaba. Pero poco a poco. Como vio que la comida estaba bastante encaminada y que empezaba a no caber en la cocina, se fue a poner la mesa junto a su padre, bromeando sobre los milímetros entre servilleta y servilleta y la progresión aritmética que seguía la colocación de los cubiertos. - Qué ganas tenías de huir de tu abuela. - ¡Eh! - Dijo entre risas, señalando a su padre con un tenedor. - ¿Cuántas veces has tocado tú un fogón? - No se debe, te quemas. - ¡Festival del humor O'Donnell! Al menos yo lo intento, ¿y tú? - Un respeto a tu padre. - ¡Me he venido a poner la mesa, elegantemente como solo yo sé, y te has venido detrás mía! - Para ayudarte, hijo, ¿desde cuándo no aprecias mi ayuda? - Se echó a reír, y detrás, fue moviendo los platos que su padre colocaba para ponerlos en el milímetro exacto que le parecía bien a él. - ¡A ver, el señorito! ¿Sientes que necesitas tocarlos todos? - Si los pusieras bien... Y soy alquimista, papá, lo mío es usar las manos. - Menudo morro tienes. - Y entre risas, se enganchó de la cintura de su padre, como solía hacer de niño. Le había salido espontáneo. - Os voy a echar de menos hasta Navidad... ¿Prometéis que este año vendréis todo lo que podáis? - Arnold sonrió y le acarició la espalda. - Te lo prometo. - Le miró con una sonrisa esbozada, ancha y feliz. Arnold rio entre dientes. - Cuando estés tan rodeado de gente y empieces con tu taller, y con tu querida Alice, el tiempo se te va a pasar tan volando que ni te vas a acordar de nosotros. - Arnold lo había dicho medio en broma medio como consuelo, pero el fondo era triste, Marcus no era tonto. Sonrió con ternura y dijo con el corazón en la mano. - Eso nunca. - Había pasado siete años separado nueve meses de sus padres, y sí, en Hogwarts era feliz. Pero les echaba de menos todos los días. Eso no iba a cambiar.
Volvieron a la cocina a lo justo para oír a su abuela quejándose de no saber qué era el postre. Rio entre dientes mientras veía cuál era su siguiente cometido. Y como ya estaba todo listo, su abuela echó a los demás para quedarse solo con él, que como siempre, estaba deseando hacer su gesto épico. Al comentario de Alice la miró con la sonrisa ladeada. - Puede... - Arrastró, y ella ya iba saliendo, pero él la siguió con la mirada, añadiendo. - Si no temes que se agot... - ¡A la cocina! - Su abuela le había dado con el trapo, y él pegado un sobresalto. - ¡Abuela! - ¡"En el taller hay que estar en el taller ñiñiñi" pero luego todo el mundo se distrae en la cocina! Vamos a lo que estamos. - Puf, qué mal carácter se le ponía cuando quería. Fue a su puesto, atendió al repaso de las instrucciones. Ultimó los detalles y los platos (tuvo que guardar la varita porque su abuela quería que fuera todo a mano, pero vaya, la sacaría para la espectacularidad), y lo fueron sirviendo todos en la cantidad y orden correcto. - ¡Atención, atención! - Promulgó alegre Molly. - ¡Que vamos! - Y, ya sí, Marcus sacó la varita como quien desenvaina una espada, con la postura perfecta, e hizo desfilar cada plato ante su dueño, posándose estos en la mesa con un elegante giro, despidiendo un delicioso y humeante aroma a comida casera. - Y el toque personal de todo cocinero que se precie. - Dijo, guiñando un ojo a su abuela. Por supuesto que tenía un as en la manga, o mejor dicho, en el bolsillo. Metió la mano en él, cerrada en un puño para no desvelar la sorpresa y, tras una floritura con la varita, la abrió para dejar que seis trebolitos salieran volando hacia la mesa, se situaran flotando sobre cada plato de guiso y se abrieran como una nuez, dejando caer varios crutons de pan que se repartieron por la superficie. Molly soltó un chillidito entusiasmado, aplaudió y le agarró fuertemente la mejilla para acribillarle a besos. - ¡Si es que mi niño! ¡Si es que es lo más bonito! ¡Si es que va a ser el mejor en la cocina! ¡Un partido, un partido! - Reía mientras su abuela no le soltaba ni dejaba de dar besos, imposible de zafarse.
Cruzado de brazos, asentía atentamente a las palabras del hombre, como si quisiera captar cada dato de irlandesidad que pudiera para poder ejecutarla debidamente llegado el momento. Pero conectó con la indignación absoluta con el comentario incisivo de su abuela, frunciendo el ceño y mirándola. Luego miró a Arthur. - Pero da para alimentar a veinte personas un atún, ¿verdad? - E incluso a más, lo que p... - Entonces. - Interrumpió, porque no era el conocimiento culinario el que le interesaba, sino establecer su punto. - Cuando a una persona joven, con ganas de aprender, recién llegada, que pisa por primera vez un mercado, le preguntan qué alimento sería adecuado para una gran comida, ¿es tan descabellado, primo Arthur, proponer el atún? - No, supongo que, no, aunque cl... - ¿Y no es herir los sentimientos del susodicho, no solo no alabar su buen ojo inicial, sino ponerle en evidencia de tal manera? - Su abuela ya estaba mascullando, y el hombre carraspeó tímidamente. - Algo me dice que se trata de un asunto privado. - Se trata. - Confirmó Emma con voz de suspiro. Arthur intentó desviar una vez más, y entre eso y el acercamiento de Alice, no tuvo de otra que claudicar, suspirar y dejar atrás el tema atún. - A mí me parece una costumbre magnífica. - Comentó, y añadió, mirando a su abuela de reojo. - Sí, si no se cuestiona cada una de mis decisiones, algún día lo lograré. - No era tan fácil para él dejar la ofensa atrás.
Se le acabó pasando en cuanto empezaron todos, en familia, a organizar la comida. Le gustaba ese ambiente y la sensación de estar aprendiendo y de controlar cada vez un poco más, por no hablar de lo de sentirse anfitrión y parte activa. Estaba... un poco torpe aún, y sentía que continuamente se tenía que apartar de donde estorbaba. Pero poco a poco. Como vio que la comida estaba bastante encaminada y que empezaba a no caber en la cocina, se fue a poner la mesa junto a su padre, bromeando sobre los milímetros entre servilleta y servilleta y la progresión aritmética que seguía la colocación de los cubiertos. - Qué ganas tenías de huir de tu abuela. - ¡Eh! - Dijo entre risas, señalando a su padre con un tenedor. - ¿Cuántas veces has tocado tú un fogón? - No se debe, te quemas. - ¡Festival del humor O'Donnell! Al menos yo lo intento, ¿y tú? - Un respeto a tu padre. - ¡Me he venido a poner la mesa, elegantemente como solo yo sé, y te has venido detrás mía! - Para ayudarte, hijo, ¿desde cuándo no aprecias mi ayuda? - Se echó a reír, y detrás, fue moviendo los platos que su padre colocaba para ponerlos en el milímetro exacto que le parecía bien a él. - ¡A ver, el señorito! ¿Sientes que necesitas tocarlos todos? - Si los pusieras bien... Y soy alquimista, papá, lo mío es usar las manos. - Menudo morro tienes. - Y entre risas, se enganchó de la cintura de su padre, como solía hacer de niño. Le había salido espontáneo. - Os voy a echar de menos hasta Navidad... ¿Prometéis que este año vendréis todo lo que podáis? - Arnold sonrió y le acarició la espalda. - Te lo prometo. - Le miró con una sonrisa esbozada, ancha y feliz. Arnold rio entre dientes. - Cuando estés tan rodeado de gente y empieces con tu taller, y con tu querida Alice, el tiempo se te va a pasar tan volando que ni te vas a acordar de nosotros. - Arnold lo había dicho medio en broma medio como consuelo, pero el fondo era triste, Marcus no era tonto. Sonrió con ternura y dijo con el corazón en la mano. - Eso nunca. - Había pasado siete años separado nueve meses de sus padres, y sí, en Hogwarts era feliz. Pero les echaba de menos todos los días. Eso no iba a cambiar.
Volvieron a la cocina a lo justo para oír a su abuela quejándose de no saber qué era el postre. Rio entre dientes mientras veía cuál era su siguiente cometido. Y como ya estaba todo listo, su abuela echó a los demás para quedarse solo con él, que como siempre, estaba deseando hacer su gesto épico. Al comentario de Alice la miró con la sonrisa ladeada. - Puede... - Arrastró, y ella ya iba saliendo, pero él la siguió con la mirada, añadiendo. - Si no temes que se agot... - ¡A la cocina! - Su abuela le había dado con el trapo, y él pegado un sobresalto. - ¡Abuela! - ¡"En el taller hay que estar en el taller ñiñiñi" pero luego todo el mundo se distrae en la cocina! Vamos a lo que estamos. - Puf, qué mal carácter se le ponía cuando quería. Fue a su puesto, atendió al repaso de las instrucciones. Ultimó los detalles y los platos (tuvo que guardar la varita porque su abuela quería que fuera todo a mano, pero vaya, la sacaría para la espectacularidad), y lo fueron sirviendo todos en la cantidad y orden correcto. - ¡Atención, atención! - Promulgó alegre Molly. - ¡Que vamos! - Y, ya sí, Marcus sacó la varita como quien desenvaina una espada, con la postura perfecta, e hizo desfilar cada plato ante su dueño, posándose estos en la mesa con un elegante giro, despidiendo un delicioso y humeante aroma a comida casera. - Y el toque personal de todo cocinero que se precie. - Dijo, guiñando un ojo a su abuela. Por supuesto que tenía un as en la manga, o mejor dicho, en el bolsillo. Metió la mano en él, cerrada en un puño para no desvelar la sorpresa y, tras una floritura con la varita, la abrió para dejar que seis trebolitos salieran volando hacia la mesa, se situaran flotando sobre cada plato de guiso y se abrieran como una nuez, dejando caer varios crutons de pan que se repartieron por la superficie. Molly soltó un chillidito entusiasmado, aplaudió y le agarró fuertemente la mejilla para acribillarle a besos. - ¡Si es que mi niño! ¡Si es que es lo más bonito! ¡Si es que va a ser el mejor en la cocina! ¡Un partido, un partido! - Reía mientras su abuela no le soltaba ni dejaba de dar besos, imposible de zafarse.
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We are blooming CON Marcus| EN Casa O'Donnell | 5 de noviembre de 2002 |
Se agarraría a ese “puede” como una promesa de lo que podría pasar más tarde, pero ahora su cocinero estaba más preocupado por la reacción de su jefa, siendo esta su abuela, pero que se convertía en otra persona cuando estaba detrás de un fogón. Pero su novio no sería su novio si no pudiera un toque mágico, completamente extra, pero que tanto a ella como a la abuela les encantaba. Y bueno, su suegra, dentro de sus comedidas reacciones, estaba hinchada como un pavo. Admiró los trebolitos, y aplaudió cuando se convirtieron en los crutons del guiso. — ¡Ay, qué detallazo! Ahora voy a querer de esto todos los días. — Uy, hija, estás en Irlanda, aquí la magia está en el aire. — La verdad es que sí. Me ha gustado mucho el mercado, Molly. Con sitios así, iría a la compra más a menudo. — Dijo su suegra, mientras iba encantando el pan para repartirlo. — En vez de mandar al aritmántico. — Picó Arnold. — Querido, eres el único con paciencia suficiente para pelearte con todos los tenderos cuando les das cifras exactas y te contestan con esas cosas como “cuarto y mitad”. Además manejas ese vocabulario para referirte a partes de animales y demás. — Como mi madre, a ver si te crees que eres el primero al que se lleva a enseñar a “ser una persona de provecho”. — Y bien provechoso me has salido tú. No recibo muchas quejas al respecto. — Replicó Molly señalándole con un tenedor. — Venga, a comer todos, que se enfría. —
Y Alice obedeció, y de verdad que iba a empezar a comer, pero tuvo que detenerse un momento, dejó el cubierto y les miró a todos. — Sé que hay cosas de las que ninguno hablamos, por no mentar al diablo y arruinarlo todo. Pero lo voy a decir, porque os vais a ir y no quiero que os perdáis esta reflexión. — Dijo mirando a Emma y Arnold. — Cuando mi madre murió, en el fondo, perdí mi hogar. Intenté recuperarlo, reconstruirlo, pero en realidad no supe. Durante años estuve en un limbo, en el cual ni siquiera sabía lo que estaba buscando. Y sé que tampoco mentamos a mi padre, porque sé que, en el fondo, él fue el primer Gallia que tuvisteis, que le queréis, y nunca voy a criticar eso. Pero necesito que tengamos todo eso en cuenta para que entendáis lo importante que es lo que voy a deciros: esto es lo que yo echaba de menos. Cosas como estas. Cocinar todos juntos, el calor de un hogar que no es perfecto, ni está como un quirófano de limpio, y con todos felices y sonrientes. Hay pullitas, peleas, manchas en el mantel, pero es un lugar seguro, amoroso y cuidado. Gracias por ser mi hogar. — Le dio la mano a Marcus y sonrió. — Y ahora sí, vamos a comer, que si no mi Marcus se va a morir de hambre. — ¡Pero Alice! ¿Cómo vamos a comer después de esas palabras tan bonitas? — Dijo Arnold mirándole con los ojos brillantes. — Pues comiendo, hijo. — Contestó Molly con la voz tomada. — No vamos a quitarle justo ahora ese hogar a mi niña. Ella solo quería ser agradecida y lo ha sido. Nuestro papel es seguir cumpliendo para ella, para ellos. — Miró a Emma, que le devolvió una sonrisa, que podía parecer normal, pero Alice empezaba a distinguir. — Igual que ella lleva cumpliendo todos los días desde hace mucho tiempo. — Y sabía que esas palabras de su suegra eran un grandísimo halago. Para animar a los demás, tomó una cuchara y probó el guiso, entornando los ojos de gusto. — Mmmmm abuela, ya había probado esto, pero aquí te sale mejor. — ¿VES? — Bueno, ya has abierto la veda… — Murmuró cómicamente Arnold. — ¡OS TENGO DICHO QUE EN IRLANDA LAS COSAS ESTÁN MÁS RICAS! — Margaret, por el amor de Merlín, eso carece absolutamente de base científica… — Replicó el abuelo mientras se servía patatas, iniciando uno de sus ya confortables debates.
Empezaba a cogerles la medida a los platos irlandeses (y mira que era difícil), y consiguió llegar al postre sin reventar, porque estaba esperando esa revelación de Emma y Arnold a modo de despedida. — Tenemos un postre para cada uno. Pero tenéis que adivinar la palabra clave para que la caja se acerque a vosotros. — Molly suspiró. — No se juega con la comida… — Veeeeeenga, mamá, no seas quejiquilla. Papá ¿quieres empezar? — Lawrence ya estaba mirando con total interés la cajita. — Pero tendremos más pistas o algo ¿no? — Tenéis que decir vuestra palabra favorita. O la que Arnie y yo creemos que es. — Yo ya sé la mía. — Dijo Alice alzando las cejas muy segura. — A ver, os damos la pista de la primera letra. Papá, el tuyo empieza por Q. — ¿Por Q? Pero qué fácil. ¿Creéis que este viejo está chocho o qué? Quintaesencia. — Y la caja fue veloz hacia él con una simulación de pasitos muy graciosa ante las risitas de Larry. — ¡Oh! Pan de pasas y salsa de whiskey. — Aspiró. — Oh, cómo huele. Muy bien elegido. Pero hijo, mi palabra favorita es otra. — Arnie entornó los ojos. — A ver… — Mi palabra favorita es libro. Los libros me han acompañado, comprendido y enseñado sin pedir nada a cambio. Y los libros me llevaron a tu madre, y sin ellos, no estaríamos aquí hoy, ni tendría todo lo bueno de mi vida. Por eso me alegra tanto que Edith guarde mi registro tal como he visto hoy. — Alice les miró con cariño y luego miró a Marcus. ¿Cómo no creer en el amor con esos ejemplos? — ¡Ahora yo! La mía es… — Espérate a oír la letra. — Le advirtió Emma. — A ver… — La P. — ¿La P? — ¿Pero no iba a ser la M? De Marcus, estaba clarísimo. ¿La P…? — ¿Pajarito? — Y, a pesar del tono de pregunta, la cajita avanzó hacia ella. Levantó la mirada hacia su suegra y ella dijo. — No pienses en a quién se lo has oído más. Piensa en quién te lo puso. — Sonrió conmovida, recordando que fue la propia Emma cuando ella era un bebé. — Y piensa en quién lo reformuló para ti, como buen alquimista. — Se giró a Marcus y se apoyó en su hombro. — Es verdad. Es mi palabra. Aunque para Marcus y para mí siempre vaya a ser… Más. — Terminó guiñándole el ojo. — A ver qué tenemos por aquí. — Y al abrir la caja encontró unos macarons muy oscuros. — ¿Son macarons? — También están en Francia tus raíces. — Le recordó Arnold. — Pero están hechos de cerveza negra con crema irlandesa en medio. Para ir en temática. — Sonrió con cariño a su suegro y cogió uno, dándole un mordisco, pero al sonrisa se le quitó por la sorpresa. — ¡Esto está buenísimo! — Arnie negó. — Qué sorprendida suenas de que te conozcamos tan bien… —
Y Alice obedeció, y de verdad que iba a empezar a comer, pero tuvo que detenerse un momento, dejó el cubierto y les miró a todos. — Sé que hay cosas de las que ninguno hablamos, por no mentar al diablo y arruinarlo todo. Pero lo voy a decir, porque os vais a ir y no quiero que os perdáis esta reflexión. — Dijo mirando a Emma y Arnold. — Cuando mi madre murió, en el fondo, perdí mi hogar. Intenté recuperarlo, reconstruirlo, pero en realidad no supe. Durante años estuve en un limbo, en el cual ni siquiera sabía lo que estaba buscando. Y sé que tampoco mentamos a mi padre, porque sé que, en el fondo, él fue el primer Gallia que tuvisteis, que le queréis, y nunca voy a criticar eso. Pero necesito que tengamos todo eso en cuenta para que entendáis lo importante que es lo que voy a deciros: esto es lo que yo echaba de menos. Cosas como estas. Cocinar todos juntos, el calor de un hogar que no es perfecto, ni está como un quirófano de limpio, y con todos felices y sonrientes. Hay pullitas, peleas, manchas en el mantel, pero es un lugar seguro, amoroso y cuidado. Gracias por ser mi hogar. — Le dio la mano a Marcus y sonrió. — Y ahora sí, vamos a comer, que si no mi Marcus se va a morir de hambre. — ¡Pero Alice! ¿Cómo vamos a comer después de esas palabras tan bonitas? — Dijo Arnold mirándole con los ojos brillantes. — Pues comiendo, hijo. — Contestó Molly con la voz tomada. — No vamos a quitarle justo ahora ese hogar a mi niña. Ella solo quería ser agradecida y lo ha sido. Nuestro papel es seguir cumpliendo para ella, para ellos. — Miró a Emma, que le devolvió una sonrisa, que podía parecer normal, pero Alice empezaba a distinguir. — Igual que ella lleva cumpliendo todos los días desde hace mucho tiempo. — Y sabía que esas palabras de su suegra eran un grandísimo halago. Para animar a los demás, tomó una cuchara y probó el guiso, entornando los ojos de gusto. — Mmmmm abuela, ya había probado esto, pero aquí te sale mejor. — ¿VES? — Bueno, ya has abierto la veda… — Murmuró cómicamente Arnold. — ¡OS TENGO DICHO QUE EN IRLANDA LAS COSAS ESTÁN MÁS RICAS! — Margaret, por el amor de Merlín, eso carece absolutamente de base científica… — Replicó el abuelo mientras se servía patatas, iniciando uno de sus ya confortables debates.
Empezaba a cogerles la medida a los platos irlandeses (y mira que era difícil), y consiguió llegar al postre sin reventar, porque estaba esperando esa revelación de Emma y Arnold a modo de despedida. — Tenemos un postre para cada uno. Pero tenéis que adivinar la palabra clave para que la caja se acerque a vosotros. — Molly suspiró. — No se juega con la comida… — Veeeeeenga, mamá, no seas quejiquilla. Papá ¿quieres empezar? — Lawrence ya estaba mirando con total interés la cajita. — Pero tendremos más pistas o algo ¿no? — Tenéis que decir vuestra palabra favorita. O la que Arnie y yo creemos que es. — Yo ya sé la mía. — Dijo Alice alzando las cejas muy segura. — A ver, os damos la pista de la primera letra. Papá, el tuyo empieza por Q. — ¿Por Q? Pero qué fácil. ¿Creéis que este viejo está chocho o qué? Quintaesencia. — Y la caja fue veloz hacia él con una simulación de pasitos muy graciosa ante las risitas de Larry. — ¡Oh! Pan de pasas y salsa de whiskey. — Aspiró. — Oh, cómo huele. Muy bien elegido. Pero hijo, mi palabra favorita es otra. — Arnie entornó los ojos. — A ver… — Mi palabra favorita es libro. Los libros me han acompañado, comprendido y enseñado sin pedir nada a cambio. Y los libros me llevaron a tu madre, y sin ellos, no estaríamos aquí hoy, ni tendría todo lo bueno de mi vida. Por eso me alegra tanto que Edith guarde mi registro tal como he visto hoy. — Alice les miró con cariño y luego miró a Marcus. ¿Cómo no creer en el amor con esos ejemplos? — ¡Ahora yo! La mía es… — Espérate a oír la letra. — Le advirtió Emma. — A ver… — La P. — ¿La P? — ¿Pero no iba a ser la M? De Marcus, estaba clarísimo. ¿La P…? — ¿Pajarito? — Y, a pesar del tono de pregunta, la cajita avanzó hacia ella. Levantó la mirada hacia su suegra y ella dijo. — No pienses en a quién se lo has oído más. Piensa en quién te lo puso. — Sonrió conmovida, recordando que fue la propia Emma cuando ella era un bebé. — Y piensa en quién lo reformuló para ti, como buen alquimista. — Se giró a Marcus y se apoyó en su hombro. — Es verdad. Es mi palabra. Aunque para Marcus y para mí siempre vaya a ser… Más. — Terminó guiñándole el ojo. — A ver qué tenemos por aquí. — Y al abrir la caja encontró unos macarons muy oscuros. — ¿Son macarons? — También están en Francia tus raíces. — Le recordó Arnold. — Pero están hechos de cerveza negra con crema irlandesa en medio. Para ir en temática. — Sonrió con cariño a su suegro y cogió uno, dándole un mordisco, pero al sonrisa se le quitó por la sorpresa. — ¡Esto está buenísimo! — Arnie negó. — Qué sorprendida suenas de que te conozcamos tan bien… —
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
- Golden Shields:
Alice Gallia
Cause' Alice does belong with Marcus
Ante todo, amigos
Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
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- Juntos, somos el Todo:
- 16 de enero de 2002:
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Freyja
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We are blooming Con Alice | En Irlanda | 5 de noviembre de 2002 |
Hizo una reverencia por las felicitaciones a su ficcioncita y se sentó contento a la mesa, escuchando sonriente la conversación de sus padres. Demasiado que su madre pisaba el mercado teniendo en cuenta que un Horner no habría hecho eso en su vida, ninguno de ellos. Para eso, a pesar de lo que pudiera transmitir con su semblante o pudiera la gente pensar, Emma era MUCHÍSIMO más humilde... Que la gente prácticamente le hiciera paso en el mercado era otra cuestión que ella tampoco es que pudiera controlar (y que no le desagradaba, aunque no hiciera menciones al respecto y finja no darse cuenta).
Iba a empezar a comer (ya tenía la cuchara a mitad de camino de la boca de hecho) cuando Alice comenzó a hablar, y él bajó el cubierto sonriente, esperando un alegre discurso... pero era una reflexión que empezaba un poco amarga, así que relajó el semblante infantil. Sonrió emocionado a sus palabras y dejó un beso en su mano, riendo justo después. - Bueno, yo por escucharte, espero lo que haga falta. - Arnold soltó una risita de labios cerrados. - Tómalo como el piropo más bonito que vas a recibir. - Ja, ja. - Se burló. Obviamente no iban a ponerse tan tranquilos a comer después de esa reflexión tan bonita, y a más cosas devolvía su familia a Alice, más le emocionaban a él. Menos mal que tocaron el tema estrella de su abuela, haciéndole meterse de lleno en ese humor. - En realidad, abuelo, sí que tiene cierta base científica. - Con el codo en la mesa, alzó la cuchara para dar pomposidad a su discurso. - Se basa en una mejor materia prima. El cultivo, la agricultura, la herbología, tienen mucho de ciencia, en eso coincidimos todos los de esta mesa. - Molly asentía fervorosamente. - Si los cultivos de aquí son de mejor calidad, la comida por ende también. - ¡¡ES QUE ESTE HOMBRE TODO LO QUE NO SEA ALQUIMIA NO ES CIENTÍFICO!! - Lawrence suspiró hondamente, pero Molly seguía. - La manía que le tiene al pueblo... - Jamás pensé que a más edad tuvieras, te irías girando más hacia tu abuela, con lo parecido que has sido a mí siempre. - Marcus soltó una carcajada. - ¡Venga, abuelo, no hagas chantaje emocional! Sabes que soy la fusión perfecta de todos. La mejor de las transmutaciones. - Emma reía entre dientes. A nadie como a ella le gustaban sus sobradas.
El juego con el postre le hizo frotarse las manos, deseoso. Iba a estallar de tanta comida, porque Marcus no tenía medida. Lo peor es que iba dejando pedacitos en una servilleta porque "le daba pena que Elio se perdiera eso", con su padre regañándole al lado, como si fueran niños pequeños, y la servilleta estaba ya a rebosar, por lo que igual tenía que comedir cómo le daba la comida a su pájaro, que tenía la misma poca mesura que él. Atendió a los primeros que recibieron sus postres, con la cabeza a mil revoluciones pensando qué palabras habrían elegido sus padres para él, y emocionándose por la reflexión de su abuelo. - Yo me pido libro también. - No, ahora no intentes parecerte a mí a la fuerza. - Devolvió Lawrence, y todos rieron, justo antes de dar paso a la de Alice. Si con la de su abuelo estaba emocionado, más aún con la de Alice. Se pegó tiernamente a ella cuando se apoyó en él. - Siempre serás nuestro pajarito de colores. - Pero ya le tocaba el turno a él, y no sabía si estaba más nervioso por la adivinanza o por el postre en sí.
- Bueno... la letra de Marcus es... - Él ya tenía varias opciones en mente, pero se las tiraron al suelo cuando le dieron la letra. - La N. - Su primera reacción fue de descuadre, pero solo unos segundos. Luego sonrió con malicia, y cambió la mirada a Alice, volviéndola más tierna, justo antes de decir. - Nido. - Y, efectivamente, la cajita caminó hacia él. Antes de que pudiera abrirla, su padre le llamó. - Marcus. - Se cruzaron sus miradas en silencio unos segundos. - Recuerda que tu nido siempre va a estar donde tú quieras crearlo. Y que los nidos no son fijos ni permanentes, son cambiantes. Valora el nido que tienes y no te obsesiones con el que podrías tener. - Sonrió emocionado. Vale, llegaba el momento en el que no quería que sus padres se fueran... Probablemente le estuvieran viendo venir y de ahí parte del mensaje. - Gracias. Os quiero mucho. - Sus padres le miraron emocionados. Sí, mucho decirle a él que no se entristeciera por no estar juntos, pero no es como que a ellos les encantara tampoco la idea. Abrió la caja para ver el postre.
- ¡Cupcakes! - Exclamó, contento. Arnold rio. - Un homenaje a tu cuñado Darren. Son de caramelo y whiskey, así que cuidadito, no te vayas a emborrachar. - ¿Y eso último era un homenaje a mi hermano Lex? - Rieron, y se comió el primero casi de un solo bocado. Se dejó caer en la silla con exageración, y habló cuando la cantidad de masa en la boca se lo permitió. - Están de muerte. - Verle comer y disfrutar de la comida con tanta exageración era muy cómico, porque casi se cae de la silla con el teatro, por lo que estaba haciendo reír a todo el mundo. - ¡Bueno, que falta el mío! - ¿Cómo que solo el suyo, señora? - Respondió Arnold a Molly, cómico. - ¿Mi mujer y yo no tenemos derecho a postre? - Molly refunfuñó, pero Emma y Arnold sacaron su caja entre risas. - Venga, mamá. Tu palabra es... la F. - A Molly le brillaron los ojos. - Familia. - La caja caminó hacia ella, y la mujer soltó una risita. - Ya creía que me ibais a poner Irlanda o Ballyknow... - Al final, todos sabemos, mamá, que a ti nada te gusta más que la familia. Sí que se parece tu nieto a ti, solo que él es más poético. - Marcus se limitó a hacer un gesto con la mano como toda respuesta porque tenía la boca llena de cupcakes. De hecho, con gestos intentaba comunicarse con Alice, tanto para ofrecerle probar uno como para pedirle que le diera un macaron. - ¡Oh! ¿Y esto? - ¡Un surtido! La matriarca lo merece. - Crumble de manzana, tarta de Guinness, pan de soda, ¡oh! ¿Estos son trufas de whiskey? ¡¡ME ENCANTAN LAS TRUFAS DE QUÉ PUESTO SON VOY A IR A POR MÁS!! - La reacción de su abuela sí que era graciosa.
- A mi mujercita también le he hecho acertijo sin que se dé cuenta. - Emma suspiró y rodó los ojos, pero con una sonrisita en los labios, la que solo Arnold con sus cosas sacaba en ella. - Tu palabra empieza por... O. - Emma miró a su marido con cara de circunstancias y los ojos entornados. - Es que si ponía la H de hechizo me arriesgaba a que pensaras que era de Horner y me tiraras el postre a la cabeza. - Hasta la propia Emma, claramente a su pesar, se tuvo que reír con eso. Cuando acabó, suspiró y dio el veredicto. - O'Donnell. - La caja avanzó hacia ella. Arnold sonrió satisfecho. - Es que nos adoras... - Qué cosas tienes... - ¿Ves? A cualquier otro ya lo habría fulminado con la mirada. A mí me lo dice con cariño. - Sus padres eran muy graciosos cuando se ponían así. - Aunque la realidad es... que, para los O'Donnell, la favorita eres tú. - OOOOHHHH. - Sonó por la mesa, y ya estaban viendo a Emma incluso ruborizarse levemente, mientras abría la caja y evitaba mirar a su marido para no evidenciar públicamente más de la cuenta lo mucho que le gustaban sus tonterías. El interior mostraba unos pastelitos rectangulares, que parecían de bizcocho y caramelo con una fina base de chocolate. - Qué delicados. ¿Qué son? - Los he visto bajo el cartel de "pasteles del millonario" y he dicho, estos son los de mi mujer. - Emma volvió a mirarle con los ojos entornados. - Porque soy millonario en amor desde que te conocí. - OOOOOOOOOOOOOOOHHHH. - Repitieron, y Emma rio por lo bajo y susurró. - Calla, anda. - Molly, maliciosa, se giró a Marcus y dijo. - No estés triste porque tus padres se vuelvan a casa esta noche, hijo. Les va a venir divinamente. - ¡¡MAMÁ!! - ¡ABUELA! - Y, tras las dos exclamaciones, Emma soltó un suspiro. Molly se encogió de hombros y se llevó un trozo de dulce a la boca. - A ver si os vais a meter solo conmigo en esta casa. -
Iba a empezar a comer (ya tenía la cuchara a mitad de camino de la boca de hecho) cuando Alice comenzó a hablar, y él bajó el cubierto sonriente, esperando un alegre discurso... pero era una reflexión que empezaba un poco amarga, así que relajó el semblante infantil. Sonrió emocionado a sus palabras y dejó un beso en su mano, riendo justo después. - Bueno, yo por escucharte, espero lo que haga falta. - Arnold soltó una risita de labios cerrados. - Tómalo como el piropo más bonito que vas a recibir. - Ja, ja. - Se burló. Obviamente no iban a ponerse tan tranquilos a comer después de esa reflexión tan bonita, y a más cosas devolvía su familia a Alice, más le emocionaban a él. Menos mal que tocaron el tema estrella de su abuela, haciéndole meterse de lleno en ese humor. - En realidad, abuelo, sí que tiene cierta base científica. - Con el codo en la mesa, alzó la cuchara para dar pomposidad a su discurso. - Se basa en una mejor materia prima. El cultivo, la agricultura, la herbología, tienen mucho de ciencia, en eso coincidimos todos los de esta mesa. - Molly asentía fervorosamente. - Si los cultivos de aquí son de mejor calidad, la comida por ende también. - ¡¡ES QUE ESTE HOMBRE TODO LO QUE NO SEA ALQUIMIA NO ES CIENTÍFICO!! - Lawrence suspiró hondamente, pero Molly seguía. - La manía que le tiene al pueblo... - Jamás pensé que a más edad tuvieras, te irías girando más hacia tu abuela, con lo parecido que has sido a mí siempre. - Marcus soltó una carcajada. - ¡Venga, abuelo, no hagas chantaje emocional! Sabes que soy la fusión perfecta de todos. La mejor de las transmutaciones. - Emma reía entre dientes. A nadie como a ella le gustaban sus sobradas.
El juego con el postre le hizo frotarse las manos, deseoso. Iba a estallar de tanta comida, porque Marcus no tenía medida. Lo peor es que iba dejando pedacitos en una servilleta porque "le daba pena que Elio se perdiera eso", con su padre regañándole al lado, como si fueran niños pequeños, y la servilleta estaba ya a rebosar, por lo que igual tenía que comedir cómo le daba la comida a su pájaro, que tenía la misma poca mesura que él. Atendió a los primeros que recibieron sus postres, con la cabeza a mil revoluciones pensando qué palabras habrían elegido sus padres para él, y emocionándose por la reflexión de su abuelo. - Yo me pido libro también. - No, ahora no intentes parecerte a mí a la fuerza. - Devolvió Lawrence, y todos rieron, justo antes de dar paso a la de Alice. Si con la de su abuelo estaba emocionado, más aún con la de Alice. Se pegó tiernamente a ella cuando se apoyó en él. - Siempre serás nuestro pajarito de colores. - Pero ya le tocaba el turno a él, y no sabía si estaba más nervioso por la adivinanza o por el postre en sí.
- Bueno... la letra de Marcus es... - Él ya tenía varias opciones en mente, pero se las tiraron al suelo cuando le dieron la letra. - La N. - Su primera reacción fue de descuadre, pero solo unos segundos. Luego sonrió con malicia, y cambió la mirada a Alice, volviéndola más tierna, justo antes de decir. - Nido. - Y, efectivamente, la cajita caminó hacia él. Antes de que pudiera abrirla, su padre le llamó. - Marcus. - Se cruzaron sus miradas en silencio unos segundos. - Recuerda que tu nido siempre va a estar donde tú quieras crearlo. Y que los nidos no son fijos ni permanentes, son cambiantes. Valora el nido que tienes y no te obsesiones con el que podrías tener. - Sonrió emocionado. Vale, llegaba el momento en el que no quería que sus padres se fueran... Probablemente le estuvieran viendo venir y de ahí parte del mensaje. - Gracias. Os quiero mucho. - Sus padres le miraron emocionados. Sí, mucho decirle a él que no se entristeciera por no estar juntos, pero no es como que a ellos les encantara tampoco la idea. Abrió la caja para ver el postre.
- ¡Cupcakes! - Exclamó, contento. Arnold rio. - Un homenaje a tu cuñado Darren. Son de caramelo y whiskey, así que cuidadito, no te vayas a emborrachar. - ¿Y eso último era un homenaje a mi hermano Lex? - Rieron, y se comió el primero casi de un solo bocado. Se dejó caer en la silla con exageración, y habló cuando la cantidad de masa en la boca se lo permitió. - Están de muerte. - Verle comer y disfrutar de la comida con tanta exageración era muy cómico, porque casi se cae de la silla con el teatro, por lo que estaba haciendo reír a todo el mundo. - ¡Bueno, que falta el mío! - ¿Cómo que solo el suyo, señora? - Respondió Arnold a Molly, cómico. - ¿Mi mujer y yo no tenemos derecho a postre? - Molly refunfuñó, pero Emma y Arnold sacaron su caja entre risas. - Venga, mamá. Tu palabra es... la F. - A Molly le brillaron los ojos. - Familia. - La caja caminó hacia ella, y la mujer soltó una risita. - Ya creía que me ibais a poner Irlanda o Ballyknow... - Al final, todos sabemos, mamá, que a ti nada te gusta más que la familia. Sí que se parece tu nieto a ti, solo que él es más poético. - Marcus se limitó a hacer un gesto con la mano como toda respuesta porque tenía la boca llena de cupcakes. De hecho, con gestos intentaba comunicarse con Alice, tanto para ofrecerle probar uno como para pedirle que le diera un macaron. - ¡Oh! ¿Y esto? - ¡Un surtido! La matriarca lo merece. - Crumble de manzana, tarta de Guinness, pan de soda, ¡oh! ¿Estos son trufas de whiskey? ¡¡ME ENCANTAN LAS TRUFAS DE QUÉ PUESTO SON VOY A IR A POR MÁS!! - La reacción de su abuela sí que era graciosa.
- A mi mujercita también le he hecho acertijo sin que se dé cuenta. - Emma suspiró y rodó los ojos, pero con una sonrisita en los labios, la que solo Arnold con sus cosas sacaba en ella. - Tu palabra empieza por... O. - Emma miró a su marido con cara de circunstancias y los ojos entornados. - Es que si ponía la H de hechizo me arriesgaba a que pensaras que era de Horner y me tiraras el postre a la cabeza. - Hasta la propia Emma, claramente a su pesar, se tuvo que reír con eso. Cuando acabó, suspiró y dio el veredicto. - O'Donnell. - La caja avanzó hacia ella. Arnold sonrió satisfecho. - Es que nos adoras... - Qué cosas tienes... - ¿Ves? A cualquier otro ya lo habría fulminado con la mirada. A mí me lo dice con cariño. - Sus padres eran muy graciosos cuando se ponían así. - Aunque la realidad es... que, para los O'Donnell, la favorita eres tú. - OOOOHHHH. - Sonó por la mesa, y ya estaban viendo a Emma incluso ruborizarse levemente, mientras abría la caja y evitaba mirar a su marido para no evidenciar públicamente más de la cuenta lo mucho que le gustaban sus tonterías. El interior mostraba unos pastelitos rectangulares, que parecían de bizcocho y caramelo con una fina base de chocolate. - Qué delicados. ¿Qué son? - Los he visto bajo el cartel de "pasteles del millonario" y he dicho, estos son los de mi mujer. - Emma volvió a mirarle con los ojos entornados. - Porque soy millonario en amor desde que te conocí. - OOOOOOOOOOOOOOOHHHH. - Repitieron, y Emma rio por lo bajo y susurró. - Calla, anda. - Molly, maliciosa, se giró a Marcus y dijo. - No estés triste porque tus padres se vuelvan a casa esta noche, hijo. Les va a venir divinamente. - ¡¡MAMÁ!! - ¡ABUELA! - Y, tras las dos exclamaciones, Emma soltó un suspiro. Molly se encogió de hombros y se llevó un trozo de dulce a la boca. - A ver si os vais a meter solo conmigo en esta casa. -
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Ivanka
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We are blooming CON Marcus| EN Casa O'Donnell | 5 de noviembre de 2002 |
El abuelo y Marcus podían resultar extremadamente graciosos, si no se abusaba de ellos, porque temía que si se le ponían así en el taller no le iba a resultar tan divertido. Pero miro con ternura a Arnold y Emma. — Tienen razón. — Dijo estrechando la mano de su novio. — Hay muchos tipos de nidos, y ¿quién dice que un alquimista brillante no puede hacer también eso? — Y amplió su sonrisa.
Rio a las referencias de Darren y Lex y se dio cuenta de cuánto los echaba de menos. Aún les quedaba más de un mes para tenerlos por allí. — Haremos que adoren este sitio. Vamos a preparar unas navidades gigantes. — Emma lazó las cejas y tensó un poco la sonrisa, mirando al café que removía. — Ya lo creo… — Al final todos lo vamos a agradecer, pensó. Siempre había sospechado que Emma pudiera ser legeremante, y estaba segura de que no, pero, aunque no lo fuera, podía leer los ojos y las expresiones mejor que nadie que conociera, y quería transmitirle esa felicidad y entusiasmo de sus pensamientos. Molly interrumpió, no obstante, ese flujo de pensamiento, celebrando por todo lo alto (y no era para menos) sus postres. — Ya sabemos de dónde lo ha sacado Marcus… — Dejó caer, y Molly la señaló, mientras se comía un poquito del crumble. — Atención a lo que dices, señorita, que yo he vivido una posguerra de hambre. — Buenooooo ya ha sacado la posguerra, por ahí no vayas, Alice. — Advirtió Arnold, que tenía claramente el día gracioso. Y a él justamente le miró con los ojos muy abiertos cuando empezó a hablar del postre de Emma y su letra favorita. Fuera de bromas, Arnold solo estaba diciendo verdades, y unas que además compartían todos. Asintió al mirar los pasteles y dijo. — La verdad es que parecen lingotes de oro muy finitos. Muy Emma. — Su suegra hizo un gesto con la mano y exageró el tono. — Oh, tonterías, todo el mundo sabe que el oro blanco es mucho más fino. — Y entre las risas de aquello y de los hombres O’Donnell escandalizándose, simplemente se dejó caer sobre Marcus, admirando esa mesa sin recoger, disfrutando del fuego y de lo que podía llamarse un hogar con mayúsculas.
— No pretendía que se nos hiciera tan tarde. — Dijo Arnold con cara de disculpa. — Con sinceridad, no ha sido del todo culpa tuya esta vez. Hechizar todo lo que tu primo nos ha traído para que pase por la aduana ha sido una aventura. Sobre todo porque cada verdura tiene su recomendación… — Contestó Emma con un dardito lanzado hacia Molly al que esta respondió. — ¡Hija! Es que ibas a arruinar esa berza, y lo de la calabaza lo sabe todo el mundo, vamos, que no me invento yo nada. — Los suspiros de los hombres hizo que ellas mantuvieran la paz hasta llegar a la plaza, que era el lugar más seguro desde el que aparecerse. Alice se acercó a abrazar a Arnold para dejar a Marcus primero con su madre, porque sabía que con su padre se iban a emocionar, llorar y no querer separarse, así que simplemente dijo. — Gracias por todo, Arnie. Por mi Marcus, por Irlanda, por tus risas… — Se separó y le miró. — Yo también adoro a los O’Donnell. — Él la cogió de la mejilla. — Y los O’Donnell a ti. Cuídate, Alice. Aprovecha, aquí tienes a la naturaleza, la familia y Marcus para sanar. Piensa en esto como tu hospital del alma. — Notó que se le inundaban los ojos y asintió. — Qué habilidad, chico. Verás con tu hijo, esto va a ser un valle de lágrimas. —
Se pasó a Emma y la abrazó también. — Prometo cuidar de tu ajenjo. — Irlanda es buenísima para las plantas. Para todas, ya ves cómo crece todo aquí. — Se miraron con una sonrisa. — Pero sobretodo cuídate a ti. Eres alquimista, Alice, como siempre soñaste. No dejes de trabajar en ello ni un día. Estás aquí para poder ponerte de prioridad durante un tiempo sin tener que preocuparte de las consecuencias. Así que hazlo ¿de acuerdo? — Lo sé. Y me va a costar. Pero no os defraudaré. — Emma suspiró y entornó los ojos. — Qué mal empezamos ese intento. — Y entre risas, se dieron otro abrazo y dejó que Marcus se despidiera de sus padres.
Rio a las referencias de Darren y Lex y se dio cuenta de cuánto los echaba de menos. Aún les quedaba más de un mes para tenerlos por allí. — Haremos que adoren este sitio. Vamos a preparar unas navidades gigantes. — Emma lazó las cejas y tensó un poco la sonrisa, mirando al café que removía. — Ya lo creo… — Al final todos lo vamos a agradecer, pensó. Siempre había sospechado que Emma pudiera ser legeremante, y estaba segura de que no, pero, aunque no lo fuera, podía leer los ojos y las expresiones mejor que nadie que conociera, y quería transmitirle esa felicidad y entusiasmo de sus pensamientos. Molly interrumpió, no obstante, ese flujo de pensamiento, celebrando por todo lo alto (y no era para menos) sus postres. — Ya sabemos de dónde lo ha sacado Marcus… — Dejó caer, y Molly la señaló, mientras se comía un poquito del crumble. — Atención a lo que dices, señorita, que yo he vivido una posguerra de hambre. — Buenooooo ya ha sacado la posguerra, por ahí no vayas, Alice. — Advirtió Arnold, que tenía claramente el día gracioso. Y a él justamente le miró con los ojos muy abiertos cuando empezó a hablar del postre de Emma y su letra favorita. Fuera de bromas, Arnold solo estaba diciendo verdades, y unas que además compartían todos. Asintió al mirar los pasteles y dijo. — La verdad es que parecen lingotes de oro muy finitos. Muy Emma. — Su suegra hizo un gesto con la mano y exageró el tono. — Oh, tonterías, todo el mundo sabe que el oro blanco es mucho más fino. — Y entre las risas de aquello y de los hombres O’Donnell escandalizándose, simplemente se dejó caer sobre Marcus, admirando esa mesa sin recoger, disfrutando del fuego y de lo que podía llamarse un hogar con mayúsculas.
***
— No pretendía que se nos hiciera tan tarde. — Dijo Arnold con cara de disculpa. — Con sinceridad, no ha sido del todo culpa tuya esta vez. Hechizar todo lo que tu primo nos ha traído para que pase por la aduana ha sido una aventura. Sobre todo porque cada verdura tiene su recomendación… — Contestó Emma con un dardito lanzado hacia Molly al que esta respondió. — ¡Hija! Es que ibas a arruinar esa berza, y lo de la calabaza lo sabe todo el mundo, vamos, que no me invento yo nada. — Los suspiros de los hombres hizo que ellas mantuvieran la paz hasta llegar a la plaza, que era el lugar más seguro desde el que aparecerse. Alice se acercó a abrazar a Arnold para dejar a Marcus primero con su madre, porque sabía que con su padre se iban a emocionar, llorar y no querer separarse, así que simplemente dijo. — Gracias por todo, Arnie. Por mi Marcus, por Irlanda, por tus risas… — Se separó y le miró. — Yo también adoro a los O’Donnell. — Él la cogió de la mejilla. — Y los O’Donnell a ti. Cuídate, Alice. Aprovecha, aquí tienes a la naturaleza, la familia y Marcus para sanar. Piensa en esto como tu hospital del alma. — Notó que se le inundaban los ojos y asintió. — Qué habilidad, chico. Verás con tu hijo, esto va a ser un valle de lágrimas. —
Se pasó a Emma y la abrazó también. — Prometo cuidar de tu ajenjo. — Irlanda es buenísima para las plantas. Para todas, ya ves cómo crece todo aquí. — Se miraron con una sonrisa. — Pero sobretodo cuídate a ti. Eres alquimista, Alice, como siempre soñaste. No dejes de trabajar en ello ni un día. Estás aquí para poder ponerte de prioridad durante un tiempo sin tener que preocuparte de las consecuencias. Así que hazlo ¿de acuerdo? — Lo sé. Y me va a costar. Pero no os defraudaré. — Emma suspiró y entornó los ojos. — Qué mal empezamos ese intento. — Y entre risas, se dieron otro abrazo y dejó que Marcus se despidiera de sus padres.
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We are blooming Con Alice | En Irlanda | 5 de noviembre de 2002 |
Había estado muy bien todo el día, pero ahora que llegaban a la plaza en la que despedirían a sus padres se le estaba agarrando un nudo en la garganta. Él siempre se apenaba cuando se iba a Hogwarts, y también lo había pasado bastante mal cuando se fue a Nueva York. Esto... se sentía... diferente, por algún motivo. Tanto Hogwarts como Nueva York, en diferentes sentidos, los había percibido como su obligación. Allí estaba porque quería. Se alejaba de sus padres por voluntad propia. Bueno... no era exactamente así. La intención no era alejarse de sus padres, más quisiera él que sus padres estuvieran allí. Pero el hecho era el mismo: por voluntad propia, se había ido lejos, y no sería la última vez, porque al año siguiente tendría la estancia en el extranjero para la siguiente licencia. Y tendrían muchos eventos familiares en los que sus padres y su hermano no estarían. Eso le apenaba.
- ¿Puedo decir una tontería? - Susurró a su madre mientras se despedían, y ella le recolocaba el cuello del abrigo con cariño. No necesitaba ser recolocado, estaba bien puesto: era un gesto de ambos, de ella de hacerlo y de él dejarse, que significaba que necesitaban la cercanía el uno del otro. La sonrisa leve de Emma mirando su abrigo la interpretó como un sí. - ¿No podríais trabajar desde aquí? - La mujer levantó la mirada y enterneció el gesto. - O venir... no sé, igual no todos los días, pero varias veces a la semana. O los fines de semana. Ya sé que la aduana es un lío, pero hay gente que lo hace. Y total, solo es ¿cuánto? ¿Una hora y media en total? El día tiene veinticuatro. - La mujer seguía mirándole, en silencio, con la sonrisa suave. Tras unos segundos, acarició su rostro. - Nosotros siempre vamos a estar contigo, cariño. Nuestro nido es muy grande, y no se destruye porque estemos lejos. - Se le anegaron los ojos. Tragó saliva. - Ya, ya... Si era broma... - Emma rio entre dientes, dándole un abrazo tierno. - Aprovecha, cariño. Lo que vas a vivir aquí, estés el tiempo que estés, te va a durar toda la vida. Y en esto, voy a pedirte una cosa que nunca te he pedido. - Se separó de él y le miró a los ojos. - No seas como tu padre. Sé como yo. - Se extrañó, y debió notársele en el ceño fruncido. - ¿A qué te refieres? - Amas esto. Lo disfrutas y le sacas partido. Pero, como él te ha dicho, ya estás pensando en la parte que te falta, en tu hermano y en nosotros. Marcus, no te dejes arrastrar por la nostalgia. No temas lo que dejas atrás. Quédate con todo lo bueno que esto pueda darte. Juega las cartas a tu favor. Siempre has tenido, y seguirás teniendo, Inglaterra, tu casa. Donde tanto tú como yo sabemos que vivirás tu vida siempre. Ahora, también tienes Irlanda. Quédate con lo bueno que Irlanda pueda darte, y todos los lugares que visites, que serán muchos. Y vuelve a Inglaterra siendo un mago cada vez más y más grande. Sin miedo a mirar ni atrás ni adelante. - Sus ojos volvieron a emocionarse, pero esta vez lo controló mejor y sonrió. - Eso haré. -
Se fue hacia su padre y directamente se abrazó a él. - Os voy a echar de menos. - Le dijo en el abrazo, y su padre tardó en contestar. De hecho, no lo hizo hasta que no le soltó. - Venga, hijo, no me hagas llorar, que está feo. - Eso le hizo reír. - Que sepas que, desde que he venido, entiendo más a la abuela y sus quejas. - Arnold suspiró. - Si yo también la entiendo, hijo, pero... En fin. Al final, tenemos nuestra vida en Inglaterra. - Marcus encogió un hombro. - Podemos tenerla aquí también. Una hora y media de camino nos separa, yo creo que no es tanto. - Arnold rio entre dientes y le revolvió los rizos. - Siempre has sido más irlandés que yo... y no sabes cuánto me alegro. - Marcus chasqueó la lengua. - Venga, papá. Tú eres muy irlandés. Y yo no dejo de tener sangre Horner. - El hombre soltó una carcajada. - Tienes sangre Horner para lo que te interesa. - Como buen Horner. - Pero de los Horner buenos. - Que no hay muchos, y yo soy uno. - Su padre rio aún más fuerte. Marcus se abrazó de nuevo a él, pero esta vez rodeándole por la cintura, como hacía cuando era niño, aunque ahora fuese más incómodo debido a su altura. - Intentad venir a menudo, por favor. Ya sé lo del nido y eso... pero me gusta estar con vosotros. Esto mejora con vosotros aquí. - Arnold le acarició la espalda. - Lo haremos, hijo. -
Las despedías siempre le sabían a poco, así que hubo otro rato más de tira y afloja en la plaza (tanto que empezaba a ver a su madre tensarse). Les abrazó una vez más y, en un abrir y cerrar de ojos, y tras cruzar una última mirada y sonrisa con su padre, estos desaparecieron. Al hacerlo, se le fue la sonrisa de la cara, los hombros decayeron en un gesto desilusionado y los ojos se le llenaron de lágrimas. - Mi niño. - Dijo su abuela, achuchándole por el costado y dándole varios besos sonoros en la mejilla. - La misma carita que cuando le dejaban en nuestra casa para quedarse a dormir. Con lo que luchaba para venirse, y era irse su padre, y se le ponía carilla de pena. - Le tomó de las mejillas y le hizo mirarla. - Pero a los cinco minutos recordaba por qué había querido venir y lo bien que se lo pasaba con sus abuelos. - Sonrió. - Es verdad. - Buscó a Alice con la mirada y agarró su mano. - Y ahora tengo aún más compañía. -
- ¿Puedo decir una tontería? - Susurró a su madre mientras se despedían, y ella le recolocaba el cuello del abrigo con cariño. No necesitaba ser recolocado, estaba bien puesto: era un gesto de ambos, de ella de hacerlo y de él dejarse, que significaba que necesitaban la cercanía el uno del otro. La sonrisa leve de Emma mirando su abrigo la interpretó como un sí. - ¿No podríais trabajar desde aquí? - La mujer levantó la mirada y enterneció el gesto. - O venir... no sé, igual no todos los días, pero varias veces a la semana. O los fines de semana. Ya sé que la aduana es un lío, pero hay gente que lo hace. Y total, solo es ¿cuánto? ¿Una hora y media en total? El día tiene veinticuatro. - La mujer seguía mirándole, en silencio, con la sonrisa suave. Tras unos segundos, acarició su rostro. - Nosotros siempre vamos a estar contigo, cariño. Nuestro nido es muy grande, y no se destruye porque estemos lejos. - Se le anegaron los ojos. Tragó saliva. - Ya, ya... Si era broma... - Emma rio entre dientes, dándole un abrazo tierno. - Aprovecha, cariño. Lo que vas a vivir aquí, estés el tiempo que estés, te va a durar toda la vida. Y en esto, voy a pedirte una cosa que nunca te he pedido. - Se separó de él y le miró a los ojos. - No seas como tu padre. Sé como yo. - Se extrañó, y debió notársele en el ceño fruncido. - ¿A qué te refieres? - Amas esto. Lo disfrutas y le sacas partido. Pero, como él te ha dicho, ya estás pensando en la parte que te falta, en tu hermano y en nosotros. Marcus, no te dejes arrastrar por la nostalgia. No temas lo que dejas atrás. Quédate con todo lo bueno que esto pueda darte. Juega las cartas a tu favor. Siempre has tenido, y seguirás teniendo, Inglaterra, tu casa. Donde tanto tú como yo sabemos que vivirás tu vida siempre. Ahora, también tienes Irlanda. Quédate con lo bueno que Irlanda pueda darte, y todos los lugares que visites, que serán muchos. Y vuelve a Inglaterra siendo un mago cada vez más y más grande. Sin miedo a mirar ni atrás ni adelante. - Sus ojos volvieron a emocionarse, pero esta vez lo controló mejor y sonrió. - Eso haré. -
Se fue hacia su padre y directamente se abrazó a él. - Os voy a echar de menos. - Le dijo en el abrazo, y su padre tardó en contestar. De hecho, no lo hizo hasta que no le soltó. - Venga, hijo, no me hagas llorar, que está feo. - Eso le hizo reír. - Que sepas que, desde que he venido, entiendo más a la abuela y sus quejas. - Arnold suspiró. - Si yo también la entiendo, hijo, pero... En fin. Al final, tenemos nuestra vida en Inglaterra. - Marcus encogió un hombro. - Podemos tenerla aquí también. Una hora y media de camino nos separa, yo creo que no es tanto. - Arnold rio entre dientes y le revolvió los rizos. - Siempre has sido más irlandés que yo... y no sabes cuánto me alegro. - Marcus chasqueó la lengua. - Venga, papá. Tú eres muy irlandés. Y yo no dejo de tener sangre Horner. - El hombre soltó una carcajada. - Tienes sangre Horner para lo que te interesa. - Como buen Horner. - Pero de los Horner buenos. - Que no hay muchos, y yo soy uno. - Su padre rio aún más fuerte. Marcus se abrazó de nuevo a él, pero esta vez rodeándole por la cintura, como hacía cuando era niño, aunque ahora fuese más incómodo debido a su altura. - Intentad venir a menudo, por favor. Ya sé lo del nido y eso... pero me gusta estar con vosotros. Esto mejora con vosotros aquí. - Arnold le acarició la espalda. - Lo haremos, hijo. -
Las despedías siempre le sabían a poco, así que hubo otro rato más de tira y afloja en la plaza (tanto que empezaba a ver a su madre tensarse). Les abrazó una vez más y, en un abrir y cerrar de ojos, y tras cruzar una última mirada y sonrisa con su padre, estos desaparecieron. Al hacerlo, se le fue la sonrisa de la cara, los hombros decayeron en un gesto desilusionado y los ojos se le llenaron de lágrimas. - Mi niño. - Dijo su abuela, achuchándole por el costado y dándole varios besos sonoros en la mejilla. - La misma carita que cuando le dejaban en nuestra casa para quedarse a dormir. Con lo que luchaba para venirse, y era irse su padre, y se le ponía carilla de pena. - Le tomó de las mejillas y le hizo mirarla. - Pero a los cinco minutos recordaba por qué había querido venir y lo bien que se lo pasaba con sus abuelos. - Sonrió. - Es verdad. - Buscó a Alice con la mirada y agarró su mano. - Y ahora tengo aún más compañía. -
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We are blooming CON Marcus| EN Casa O'Donnell | 5 de noviembre de 2002 |
Sabía que su Marcus iba a estar reticente a separarse de sus padres, y ya estaba proponiendo todo tipo de soluciones para conjuntar Irlanda e Inglaterra y, la verdad, a priori no le parecía ni mala idea. Tendría que pasar más tiempo por allí pero… Cuando no necesitaran estar presencialmente en grandes talleres o bibliotecas, cuando solo tuvieran que trabajar en cuestiones de sus propias creaciones, leer, estudiar… Quizá les compensaba pensar en pasar ciertas épocas allí… Maldito fuera su novio y su labia, que ya estaba ella planteándoselo.
Molly ya había ido en su socorro, y Larry y ella hicieron lo mismo. — Oooooy, mi amor. Verás qué bien vamos a estar y la de cosas que le vas a poder contar a los dos cuando vuelvan. — Cuando era pequeño y se ponía así, su abuela le daba toda la comida que quería y yo le dejaba que entráramos juntos al taller y le enseñaba cositas de alquimia. Ahora, visto lo visto, se la puede servir él mismo, siempre que no sea atún. — Y todos se echaron a reír en referencia a la anécdota que habían contado antes. — Y la alquimia la va a hacer él mismo, sin permiso y muchas veces. — Se separaron del abrazo y Larry la señaló. — Y ahora tenemos un activo con el que no contábamos. — Amplió la sonrisa. — Quién hubiera tenido una Alice Gallia para él en aquella época. — Ella le miré como una boba y solo dijo. — Tiene una ahora. Y estamos juntos y en Irlanda. Es un nido fantástico. —
Habían estado contando historias del pueblo, comentando leyendas y mitos del pueblo, y ahora estaban los cuatro, cada uno con sus cosas, en el salón junto al fuego. Alice estaba mirando un libro sobre constelaciones y Marcus estaba en su regazo, como se ponían tantas veces en Hogwarts. Larry hacía ver que leía pero se le iba cayendo la cabeza de cuando en cuando y hasta roncaba. Molly tenía montones de álbumes y fotos que estaba colocando y el ambiente era calentito y de perfil bajo. Quería irse a la cama a exponerle a Marcus la idea que se le había ocurrido en la biblioteca, pero estaba tremendamente a gusto allí. Bajó la mano para acariciar a Marcus en la frente y los rizos y comentó en voz baja y melosa. — ¿Te acuerdas cuando leías aquel libro sobre nombres gaélicos? — Rio un poco. — Ese día empezó muy normal y terminó muy… — Suspiró y se movió un poco, diciendo en voz alta. — Creo que yo me voy a ir a la cama. — Larry se movió de golpe y se recolocó las gafas. — Sí, sí, gran idea, hija. Mañana empezamos de lleno con la licencia de hielo así que os quiero bien despiertos, eh... Que la alquimia no es una broma... — Molly entornó los ojos y negó con la cabeza. — ¿Quieres una infusioncita antes de dormir? — No, abuela, estoy tan cansada que me caigo de sueño. — Se puso a recoger el libro y los cojines y mantas del sofá, y en ese movimiento se inclinó hacia Marcus y dijo. — Te espero arriba… Como esta mañana… —
Tras dar las buenas noches, subió ligera hacia la habitación, y, según entró, cogió a Elio y lo movió a la habitación de Emma y Arnold. — Perdóname, monada, pero es que necesitamos intimidad para… Dormir. Eso. Y tú eres una lechuza. Y las lechuzas vivís de noche. Y nosotros tenemos que descansar, que mañana empezamos con la licencia de hielo. — Cogió también a la Condesa, que se quejó suavemente. — Te llevo a tu amiga, malo será que echéis la noche allí, supercontentos, juntos. — Y hecho eso, se quedó en ropa interior, avivó el fuego y se metió en la cama, tiritando un poco, de tal forma que, en cuanto Marcus entró le jaleó. — Ven aquí ahora mismo que estoy muerta de frío y uno de tus cometidos aquí es darme calor. —
Molly ya había ido en su socorro, y Larry y ella hicieron lo mismo. — Oooooy, mi amor. Verás qué bien vamos a estar y la de cosas que le vas a poder contar a los dos cuando vuelvan. — Cuando era pequeño y se ponía así, su abuela le daba toda la comida que quería y yo le dejaba que entráramos juntos al taller y le enseñaba cositas de alquimia. Ahora, visto lo visto, se la puede servir él mismo, siempre que no sea atún. — Y todos se echaron a reír en referencia a la anécdota que habían contado antes. — Y la alquimia la va a hacer él mismo, sin permiso y muchas veces. — Se separaron del abrazo y Larry la señaló. — Y ahora tenemos un activo con el que no contábamos. — Amplió la sonrisa. — Quién hubiera tenido una Alice Gallia para él en aquella época. — Ella le miré como una boba y solo dijo. — Tiene una ahora. Y estamos juntos y en Irlanda. Es un nido fantástico. —
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Habían estado contando historias del pueblo, comentando leyendas y mitos del pueblo, y ahora estaban los cuatro, cada uno con sus cosas, en el salón junto al fuego. Alice estaba mirando un libro sobre constelaciones y Marcus estaba en su regazo, como se ponían tantas veces en Hogwarts. Larry hacía ver que leía pero se le iba cayendo la cabeza de cuando en cuando y hasta roncaba. Molly tenía montones de álbumes y fotos que estaba colocando y el ambiente era calentito y de perfil bajo. Quería irse a la cama a exponerle a Marcus la idea que se le había ocurrido en la biblioteca, pero estaba tremendamente a gusto allí. Bajó la mano para acariciar a Marcus en la frente y los rizos y comentó en voz baja y melosa. — ¿Te acuerdas cuando leías aquel libro sobre nombres gaélicos? — Rio un poco. — Ese día empezó muy normal y terminó muy… — Suspiró y se movió un poco, diciendo en voz alta. — Creo que yo me voy a ir a la cama. — Larry se movió de golpe y se recolocó las gafas. — Sí, sí, gran idea, hija. Mañana empezamos de lleno con la licencia de hielo así que os quiero bien despiertos, eh... Que la alquimia no es una broma... — Molly entornó los ojos y negó con la cabeza. — ¿Quieres una infusioncita antes de dormir? — No, abuela, estoy tan cansada que me caigo de sueño. — Se puso a recoger el libro y los cojines y mantas del sofá, y en ese movimiento se inclinó hacia Marcus y dijo. — Te espero arriba… Como esta mañana… —
Tras dar las buenas noches, subió ligera hacia la habitación, y, según entró, cogió a Elio y lo movió a la habitación de Emma y Arnold. — Perdóname, monada, pero es que necesitamos intimidad para… Dormir. Eso. Y tú eres una lechuza. Y las lechuzas vivís de noche. Y nosotros tenemos que descansar, que mañana empezamos con la licencia de hielo. — Cogió también a la Condesa, que se quejó suavemente. — Te llevo a tu amiga, malo será que echéis la noche allí, supercontentos, juntos. — Y hecho eso, se quedó en ropa interior, avivó el fuego y se metió en la cama, tiritando un poco, de tal forma que, en cuanto Marcus entró le jaleó. — Ven aquí ahora mismo que estoy muerta de frío y uno de tus cometidos aquí es darme calor. —
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We are blooming Con Alice | En Irlanda | 5 de noviembre de 2002 |
La pena por la marcha de sus padres se había ido disipando a medida que avanzaba la noche, y ahora sentía que se encontraba poco menos que en el paraíso. Siempre había estado muy cómodo con sus abuelos, y ese ambiente calentito y acogedor, apoyado en el regazo de Alice, le recordaba a su añorada sala común. Se había armado de un diccionario de gaélico sin pretensión de estudio, solo por curiosear algunos nombres, y las caricias de su novia en sus rizos, junto con el calor de la chimenea y los ronquidos de fondo de su abuelo, le estaban poniendo peligrosamente al bordo de quedarse dormido. Y quería dejarse abrazar por ello, por un sueño plácido allí mismo, en aquel sofá, como cuando se dormía en el sofá de sus abuelos y luego le llevaban a la cama, solo que ahí no le importaría quedarse allí toda la noche (y tampoco es como que ninguno de los presentes pudiera cargar con él hasta el dormitorio).
La pregunta de Alice le sacó de la leve ensoñación, y dado que estaba con el diccionario de gaélico trató de entender a qué se refería en concreto... y no, Alice no hablaba de ese momento, sino de otro. De repente se le había quitado el sueño y las ganas de quedarse en el sofá. Se dejó caer cuando Alice se levantó para marcharse. - ¿Y tú, mi niño? - Redirigió Molly la pregunta a él, pero antes de que respondiera, soltó una risita tierna. - Oy, mira qué ojitos de sueño, yo creo que a ti falta no te hace. - Gracias, abuela, pero efectivamente, estoy que me caigo. Si no me he quedado dormido de milagro... - Sí, mejor disimulaba, porque lo que decía mentira no era, pero estaba bastante seguro de que no iba a irse directamente a dormir. La última maniobra de Alice se lo confirmó, y tuvo que disimular muy mucho la sonrisilla.
Como Lawrence estaba bastante adormilado y Molly se había cargado prácticamente toda la cocina, se ofreció a apagar el fuego él y dejar el salón recogido, así quedaba de nieto ideal, que eso le encantaba (y se espabilaba un poco, para no subir medio dormido al cuarto). Una vez terminado y ya con sus abuelos metidos en el dormitorio, se fue al suyo. Alice le reclamó nada más entrar. Disimuló la risa, cerró delicadamente la puerta y lanzó con mucha discreción los pertinentes hechizos. - ¿Frío? Yo veo la chimenea encendida, será de haberte movido del salón. Se estaba muy bien allí. - Bromeó, mientras se dirigía a la cama. - ¿Es que quieres que me meta aquí con la ropa de estar por casa? - Pero en lo que acababa la frase, estaba levantando las sábanas y viendo lo que había dentro. - Vale... Empiezo a entender el frío. - Ya se lo había imaginado por la insinuación, pero nada como verlo. Al final sí que se metió en la cama con la ropa que tenía. - ¿A quién se le ocurre, Gallia, con el frío que hace en Irlanda, ponerse tan ligera de ropa? Claro que tienes frío. - Se pegó a ella, pasando la mano por su cintura y rozando su nariz con la de ella. - Me gusta este postre. ¿Qué he hecho para merecérmelo? -
La pregunta de Alice le sacó de la leve ensoñación, y dado que estaba con el diccionario de gaélico trató de entender a qué se refería en concreto... y no, Alice no hablaba de ese momento, sino de otro. De repente se le había quitado el sueño y las ganas de quedarse en el sofá. Se dejó caer cuando Alice se levantó para marcharse. - ¿Y tú, mi niño? - Redirigió Molly la pregunta a él, pero antes de que respondiera, soltó una risita tierna. - Oy, mira qué ojitos de sueño, yo creo que a ti falta no te hace. - Gracias, abuela, pero efectivamente, estoy que me caigo. Si no me he quedado dormido de milagro... - Sí, mejor disimulaba, porque lo que decía mentira no era, pero estaba bastante seguro de que no iba a irse directamente a dormir. La última maniobra de Alice se lo confirmó, y tuvo que disimular muy mucho la sonrisilla.
Como Lawrence estaba bastante adormilado y Molly se había cargado prácticamente toda la cocina, se ofreció a apagar el fuego él y dejar el salón recogido, así quedaba de nieto ideal, que eso le encantaba (y se espabilaba un poco, para no subir medio dormido al cuarto). Una vez terminado y ya con sus abuelos metidos en el dormitorio, se fue al suyo. Alice le reclamó nada más entrar. Disimuló la risa, cerró delicadamente la puerta y lanzó con mucha discreción los pertinentes hechizos. - ¿Frío? Yo veo la chimenea encendida, será de haberte movido del salón. Se estaba muy bien allí. - Bromeó, mientras se dirigía a la cama. - ¿Es que quieres que me meta aquí con la ropa de estar por casa? - Pero en lo que acababa la frase, estaba levantando las sábanas y viendo lo que había dentro. - Vale... Empiezo a entender el frío. - Ya se lo había imaginado por la insinuación, pero nada como verlo. Al final sí que se metió en la cama con la ropa que tenía. - ¿A quién se le ocurre, Gallia, con el frío que hace en Irlanda, ponerse tan ligera de ropa? Claro que tienes frío. - Se pegó a ella, pasando la mano por su cintura y rozando su nariz con la de ella. - Me gusta este postre. ¿Qué he hecho para merecérmelo? -
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We are blooming CON Marcus| EN Casa O'Donnell | 5 de noviembre de 2002 |
Alzó las cejas y puso una sonrisilla traviesa, mirando con picardía a su novio. — No te he oído quejarte, ni te voy a oír quejarte en lo que resta de noche… — Dijo tentativa. Pero entornó los ojos cuando dijo lo de la ropa. — Nooooo no era mi intención en absoluto, la verdad. — Y el tono iba cada vez más picarón según Marcus iba viendo por dónde iba. Se rio un poco y dijo. — Es que planeaba pasar mucho calor… — Y se lanzó a besar y enroscarse con su novio. — Qué meses más locos han sido estos. Yo pensando que no iba a dejarte salir de la cama en cuanto saliéramos de un castillo lleno de gente y resulta que no paran de ponérmelo difícil. — Y durante unos segundos se limitó a besarse con él, a tocarle, a enredar las manos en sus rizos con deleite, porque había pocas cosas en el mundo que le gustaran más que esos momentos.
— Bueeeeeno bueno, gran alquimista muy irlandés O’Donnell… — Se separó y se puso de rodillas sobre la cama, con la varita en la mano. — Primero, precaución, que te necesito concentrado. — Agitó la varita y echó el hechizo de su padre y dos cerrojos sobre la puerta. Dejó la varita de nuevo en la mesa y dijo. — Vamos a poner a prueba a este cerebrito. Yyyyyy si eres tan genio como sé que eres… Te habrás merecido el postre. — Se puso sobre él y sacó su lazo azul amplificado como hiciera en el baño de prefectos. — Sé que mi lazo y tú sois viejos conocidos, así que no te vas a asustar. Lo vas a llevar un ratito. — Se lo ató y dejó un beso en el cuello. — Y ahora, vas a ganarte ese postre que tanto quieres. — Fue bajando las manos por la ropa de Marcus, deleitándose con la visión. — Si respondes bien a esta pregunta, te voy a quitar la primera capa de ropa, así que ya sabes. — Le dio en la nariz y dijo juguetona. — Si fallas nos vamos a dormir, así que me pondría muy triste, pero yo sé que te gusta… ganar. — Susurró aterciopeladamente a su oído. — Y yo no puedo esperar a ver una de las cosas que están más alto en mi lista… Por primera vez en Irlanda, en este lugar tan precioso… Al lado de una chimenea como nuestra primera vez. — Dijo con un poco más de ternura y dejando un besito en la frente de Marcus. — Así que contéstame para que podamos empezar… ¿Qué libros nos hemos llevado de la biblioteca esta mañana? —
— Bueeeeeno bueno, gran alquimista muy irlandés O’Donnell… — Se separó y se puso de rodillas sobre la cama, con la varita en la mano. — Primero, precaución, que te necesito concentrado. — Agitó la varita y echó el hechizo de su padre y dos cerrojos sobre la puerta. Dejó la varita de nuevo en la mesa y dijo. — Vamos a poner a prueba a este cerebrito. Yyyyyy si eres tan genio como sé que eres… Te habrás merecido el postre. — Se puso sobre él y sacó su lazo azul amplificado como hiciera en el baño de prefectos. — Sé que mi lazo y tú sois viejos conocidos, así que no te vas a asustar. Lo vas a llevar un ratito. — Se lo ató y dejó un beso en el cuello. — Y ahora, vas a ganarte ese postre que tanto quieres. — Fue bajando las manos por la ropa de Marcus, deleitándose con la visión. — Si respondes bien a esta pregunta, te voy a quitar la primera capa de ropa, así que ya sabes. — Le dio en la nariz y dijo juguetona. — Si fallas nos vamos a dormir, así que me pondría muy triste, pero yo sé que te gusta… ganar. — Susurró aterciopeladamente a su oído. — Y yo no puedo esperar a ver una de las cosas que están más alto en mi lista… Por primera vez en Irlanda, en este lugar tan precioso… Al lado de una chimenea como nuestra primera vez. — Dijo con un poco más de ternura y dejando un besito en la frente de Marcus. — Así que contéstame para que podamos empezar… ¿Qué libros nos hemos llevado de la biblioteca esta mañana? —
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Cause' Alice does belong with Marcus
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We are blooming Con Alice | En Irlanda | 5 de noviembre de 2002 |
Se dejó enredar en los besos de su novia, pero puso una sonrisilla astuta a su comentario. - Gallia... somo Ravenclaw. Si nos lo pusieran fácil, ¿qué gracia tendría? Lo nuestros son los retos... así... disfrutamos más el superarlos. - Tendrían que enfocarlo así, qué remedio, porque efectivamente se les complicaba la intimidad bastante una vez fuera del castillo (y eso que dentro también tenían que hacer malabares para tenerla, pero la vida adulta estaba resultando ser muchísimo más compleja y solo acababa de empezar). La parte buena era que, como había reseñado, el disfrute cuando lograban tener esos momentos a solas valía su precio en oro.
Embotado como estaba por el momento de besos y caricias, sin embargo, atinó perfectamente a poner una sonrisita orgullosa y alzar la barbilla cuando le llamó "gran alquimista muy irlandés". En boca de Alice, ese título sonaba a música celestial. Rio con los labios cerrados mientras la veía echar el hechizo, con sus ojos descaradamente posados en su cuerpo. - Cierto paisaje no favorece mi concentración, pero vale. - Eso sí, entornó los ojos a la puerta y rio de nuevo. - Wow, dos cerrojos. Sí que no te fías de mi abuela. - Ni de toda la familia que aparecía de la nada en cuanto te descuidases, ya puestos.
Al siguiente comentario arqueó graciosamente las cejas con expresión sorprendida. - Ah, que resultaba que cabía la posibilidad de que no me lo llevara. Eso no me lo habías advertido. - Solo la aparición del lazo ya le embobó la sonrisa y le provocó escalofríos en anticipación. Iba pintando bien aquello, pero mejor seguía escuchando. Si es que, fuera de bromas, lo de la concentración en esos momentos, Alice se podría poner como quisiera, pero no se lo favorecía nada... Bueno, un poco sí, Marcus ponía el cerebro a funcionar a conveniencia con la eficacia con la que un titiritero mueve su marioneta, pero le gustaba mucho quejarse. Dejó que se lo pusiera, con una sonrisilla dibujada, pero esta se le compuso en una mueca graciosamente asustada ante las consecuencias. - ¿En serio me mandarías a dormir si fallo? Qué cruel eres, y qué pocas oportunidades. - Chasqueó la lengua. - Menos mal que uno tiene un cerebro privilegiado... - Y más le valía que le funcionara para lo que fuera que iba Alice a plantearle.
- O sea, que el castigo sería también para ti... - Dijo para picarla, porque sí, si "se iban a dormir" (ninguno de los dos se creía que iba a pasar eso) él se perdía el postre, pero ella también, que como bien decía, tenía muchas ganas de una primera vez en aquel lugar tan especial. Tuvo que reír entre dientes, con un leve toque de superioridad muy pretendido, cuando le lanzó la preguntas. - Libros... ¿De verdad creías que iba a fallar esa? No me insultes, Gallia, que... aún... no te he hecho nada. - Incidió en el adverbio, provocador. Se mojó los labios, fingiendo que pensaba, y dijo. - "Lo último en hechizos", por Godfrey Baltimore. Porque tenía curiosidad por ver qué consideraban "lo último en hechizos" en 1877. - Ladeó una sonrisilla. - "La cura alquímica", por Isabella Harper. ALGUIEN me lo ha quitado de las manos. - Pinchó. - Y... había otro... Hmmm... Déjame pensar... - Se hizo el interesante. Chasqueó la lengua, prolongando innecesariamente aquello, pero él también sabía hacer jueguecitos. - Era uno... ¿De teatro? No, no, era... ¿Poesía, puede ser? Algo de una canción... No me suela haberlo visto nunca. - Se mordió el labio y ladeó la cabeza. - "El Cantar de los cantares". ¿Es corrector? ¿Me he ganado mi postre? -
Embotado como estaba por el momento de besos y caricias, sin embargo, atinó perfectamente a poner una sonrisita orgullosa y alzar la barbilla cuando le llamó "gran alquimista muy irlandés". En boca de Alice, ese título sonaba a música celestial. Rio con los labios cerrados mientras la veía echar el hechizo, con sus ojos descaradamente posados en su cuerpo. - Cierto paisaje no favorece mi concentración, pero vale. - Eso sí, entornó los ojos a la puerta y rio de nuevo. - Wow, dos cerrojos. Sí que no te fías de mi abuela. - Ni de toda la familia que aparecía de la nada en cuanto te descuidases, ya puestos.
Al siguiente comentario arqueó graciosamente las cejas con expresión sorprendida. - Ah, que resultaba que cabía la posibilidad de que no me lo llevara. Eso no me lo habías advertido. - Solo la aparición del lazo ya le embobó la sonrisa y le provocó escalofríos en anticipación. Iba pintando bien aquello, pero mejor seguía escuchando. Si es que, fuera de bromas, lo de la concentración en esos momentos, Alice se podría poner como quisiera, pero no se lo favorecía nada... Bueno, un poco sí, Marcus ponía el cerebro a funcionar a conveniencia con la eficacia con la que un titiritero mueve su marioneta, pero le gustaba mucho quejarse. Dejó que se lo pusiera, con una sonrisilla dibujada, pero esta se le compuso en una mueca graciosamente asustada ante las consecuencias. - ¿En serio me mandarías a dormir si fallo? Qué cruel eres, y qué pocas oportunidades. - Chasqueó la lengua. - Menos mal que uno tiene un cerebro privilegiado... - Y más le valía que le funcionara para lo que fuera que iba Alice a plantearle.
- O sea, que el castigo sería también para ti... - Dijo para picarla, porque sí, si "se iban a dormir" (ninguno de los dos se creía que iba a pasar eso) él se perdía el postre, pero ella también, que como bien decía, tenía muchas ganas de una primera vez en aquel lugar tan especial. Tuvo que reír entre dientes, con un leve toque de superioridad muy pretendido, cuando le lanzó la preguntas. - Libros... ¿De verdad creías que iba a fallar esa? No me insultes, Gallia, que... aún... no te he hecho nada. - Incidió en el adverbio, provocador. Se mojó los labios, fingiendo que pensaba, y dijo. - "Lo último en hechizos", por Godfrey Baltimore. Porque tenía curiosidad por ver qué consideraban "lo último en hechizos" en 1877. - Ladeó una sonrisilla. - "La cura alquímica", por Isabella Harper. ALGUIEN me lo ha quitado de las manos. - Pinchó. - Y... había otro... Hmmm... Déjame pensar... - Se hizo el interesante. Chasqueó la lengua, prolongando innecesariamente aquello, pero él también sabía hacer jueguecitos. - Era uno... ¿De teatro? No, no, era... ¿Poesía, puede ser? Algo de una canción... No me suela haberlo visto nunca. - Se mordió el labio y ladeó la cabeza. - "El Cantar de los cantares". ¿Es corrector? ¿Me he ganado mi postre? -
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We are blooming CON Marcus| EN Casa O'Donnell | 5 de noviembre de 2002 |
Le miró torciendo el gesto con incredulidad. — Ni la mía tenerte delante, y aquí estamos, que terminé Hogwarts con notas excelentes y me he sacado una licencia alquímica estudiando contigo. — Pasó las manos por debajo de su camiseta. — Sí yo he podido concentrarme, tú también puedes. — Y acarició la banda de los ojos, ahora que ya no podía verla. — A ver, he hecho una pregunta que sé casi seguro que vas a saber responder. No es una posibilidad real. — Y suspiró. — Efectivamente, el castigo sería para mí, y me enfadaría mucho… — Bajó el tono. — Porque lo deseo demasiado. —
Se mordió el labio y lo miró con deseo ante aquella sobrada, porque sabía cómo ponerla a cien el muy sibilino de él. Pero entornó los ojos a lo del libro de la cura alquímica. — ¿Quién te mandaría a ti intentar quitarme un libro de medicina alquímica? No puedes llevarte tú todos los libros del mundo por ser más alto y cogerlos antes que yo. No se vale. — Contestó con falsa indignación. Pero tuvo que reír entre dientes con aquel final. — Muuuuy bien, alquimista O’Donnell… — Y se acercó a su oído. — ¿Te acuerdas de la primera vez que leíste el Cantar de los cantares? No te podías contener… Pero no me dio tiempo ni a quitarte la ropa. — Mordió suavemente su oreja y fue bajando los besos por su cuello. — Qué pena que no nos dejaran terminar… Pero ahora has acertado… — Y se puso a quitarle poco a poco y con ardientes caricias toda la ropa hasta dejarle en ropa interior. — Mmmmmm cómo me gusta esta visión. Igual te dejo así, con los ojos tapados y solo yo disfrutando, no estaría nada mal. Pero aquella no fue nuestra primera vez al final. — Tiró de Marcus para que se levantara de la cama, tomándole de las manos y guiándole. — Confía en mi, mi sol, que no nos voy a arrastrar desnudos afuera. —
Efectivamente, solo le condujo a una esquina de la habitación, donde se cercó a sí misma con Marcus delante. — Casi tuvimos otra primera vez, ¿te acuerdas? — Tiró aún más de él sobre ella, sintiendo sus pieles rozándose. — En aquella estantería… Aunque yo diría que llevábamos más ropa… — Pasó los brazos entorno a su cuello y le besó con pasión enroscando una pierna en su cotado. — Y creo que no se nos llegó a ir tanto de las manos… — Susurró, antes de empezar a acariciarle por encima de la ropa interior mientras le volvía a besar.
Se mordió el labio y lo miró con deseo ante aquella sobrada, porque sabía cómo ponerla a cien el muy sibilino de él. Pero entornó los ojos a lo del libro de la cura alquímica. — ¿Quién te mandaría a ti intentar quitarme un libro de medicina alquímica? No puedes llevarte tú todos los libros del mundo por ser más alto y cogerlos antes que yo. No se vale. — Contestó con falsa indignación. Pero tuvo que reír entre dientes con aquel final. — Muuuuy bien, alquimista O’Donnell… — Y se acercó a su oído. — ¿Te acuerdas de la primera vez que leíste el Cantar de los cantares? No te podías contener… Pero no me dio tiempo ni a quitarte la ropa. — Mordió suavemente su oreja y fue bajando los besos por su cuello. — Qué pena que no nos dejaran terminar… Pero ahora has acertado… — Y se puso a quitarle poco a poco y con ardientes caricias toda la ropa hasta dejarle en ropa interior. — Mmmmmm cómo me gusta esta visión. Igual te dejo así, con los ojos tapados y solo yo disfrutando, no estaría nada mal. Pero aquella no fue nuestra primera vez al final. — Tiró de Marcus para que se levantara de la cama, tomándole de las manos y guiándole. — Confía en mi, mi sol, que no nos voy a arrastrar desnudos afuera. —
Efectivamente, solo le condujo a una esquina de la habitación, donde se cercó a sí misma con Marcus delante. — Casi tuvimos otra primera vez, ¿te acuerdas? — Tiró aún más de él sobre ella, sintiendo sus pieles rozándose. — En aquella estantería… Aunque yo diría que llevábamos más ropa… — Pasó los brazos entorno a su cuello y le besó con pasión enroscando una pierna en su cotado. — Y creo que no se nos llegó a ir tanto de las manos… — Susurró, antes de empezar a acariciarle por encima de la ropa interior mientras le volvía a besar.
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We are blooming (+18) Con Alice | En Irlanda | 5 de noviembre de 2002 |
Siseó, negando con la cabeza, en la semioscuridad que le confería la banda en los ojos. No necesitaba ver a Alice porque imaginaba perfectamente su expresión. - Es usted muy lista. Demasiado. A ver si va a resultar que juego con desventaja. - Bromeó con tono pícaro, porque ya habían entrado en ese modo y no podían salir. - Uh... No quisiera yo que te enfadaras... - Soltó una carcajada suave a lo del libro. - Y por ser prefecto, y el mejor expediente de mi promoción, no soy un cualquiera. Igualmente, solo lo estaba ojeando. Es que no me dejas ni pensar, Gallia... - Arrastraba las palabras al hablar, porque ese jueguecito, las caricias, la venda en los ojos y la anticipación a lo que iba a suceder empezaban a ponerle en un estado en el que no iba a saber lo que decía en breves.
De hecho, el susurro inesperado en su oído le provocó un agradable escalofrío y una sonrisa ladina automática. - Lo recuerdo... Aunque... creo que la camiseta, sí que me la quité. - Se mojó los labios. - Pero no me quejaré si ahora pierdo más prendas. Esa chimenea da mucho calor, ¿no crees? - La chimenea a esas alturas lo que le daba era olor a leña, porque el calor lo llevaba más que incorporado. Soltó poco a poco aire por la boca, disfrutando de los besos y dejando que calara en él cada palabra, disfrutando de la experiencia de que le desnudara poco a poco, no poniendo impedimento alguno.
Arqueó las cejas por debajo de la venda. - Eh, he acertado. No puedes ponerme semejante castigo. No está bien incumplir una palabra dada. - Siguió tentando. Se dejó guiar y casi se detiene en seco con esa frase. - No lo había valorado como una opción, ¿lo era? - Preguntó entre la broma y el miedo real. No, entre las locuras de Alice no iba a estar pasearle semidesnudo y con los ojos vendados por la casa en la que también dormían sus abuelos... quería pensar...
- Bastante más ropa. - Confirmó en un susurro, acercándose a ella todo lo que podía, piel con piel. - ¿Te estoy aplastando? Perdona, es que como no veo... no mido... - Provocó, después de corresponder el beso. - Y privado de un sentido... necesito los demás... El tacto, por ejemplo... O el oído, tendré que acercarme mucho para oírte bien. - Pero el tacto era, sobre todo, lo que le estaba dando más información, porque las caricias de Alice le estaban empezando a nublar el entendimiento. - ¿Irse de las manos? ¿A qué te refieres? - Susurró, ya con la voz entrecortada, pero sin cesar el juego. - Yo creo que esto... está perfectamente controlado aún por parte de ambos... - Se mordió el labio, mientras él también recorría el cuerpo de la chica con sus manos. - ¿Había más retos? ¿Tengo algo más que adivinar? Lo siento, es que... necesito permiso para... - Besó lentamente su cuello durante unos instantes, dejando la frase en el aire, hasta que respondió. - ...Quitarme la venda. -
De hecho, el susurro inesperado en su oído le provocó un agradable escalofrío y una sonrisa ladina automática. - Lo recuerdo... Aunque... creo que la camiseta, sí que me la quité. - Se mojó los labios. - Pero no me quejaré si ahora pierdo más prendas. Esa chimenea da mucho calor, ¿no crees? - La chimenea a esas alturas lo que le daba era olor a leña, porque el calor lo llevaba más que incorporado. Soltó poco a poco aire por la boca, disfrutando de los besos y dejando que calara en él cada palabra, disfrutando de la experiencia de que le desnudara poco a poco, no poniendo impedimento alguno.
Arqueó las cejas por debajo de la venda. - Eh, he acertado. No puedes ponerme semejante castigo. No está bien incumplir una palabra dada. - Siguió tentando. Se dejó guiar y casi se detiene en seco con esa frase. - No lo había valorado como una opción, ¿lo era? - Preguntó entre la broma y el miedo real. No, entre las locuras de Alice no iba a estar pasearle semidesnudo y con los ojos vendados por la casa en la que también dormían sus abuelos... quería pensar...
- Bastante más ropa. - Confirmó en un susurro, acercándose a ella todo lo que podía, piel con piel. - ¿Te estoy aplastando? Perdona, es que como no veo... no mido... - Provocó, después de corresponder el beso. - Y privado de un sentido... necesito los demás... El tacto, por ejemplo... O el oído, tendré que acercarme mucho para oírte bien. - Pero el tacto era, sobre todo, lo que le estaba dando más información, porque las caricias de Alice le estaban empezando a nublar el entendimiento. - ¿Irse de las manos? ¿A qué te refieres? - Susurró, ya con la voz entrecortada, pero sin cesar el juego. - Yo creo que esto... está perfectamente controlado aún por parte de ambos... - Se mordió el labio, mientras él también recorría el cuerpo de la chica con sus manos. - ¿Había más retos? ¿Tengo algo más que adivinar? Lo siento, es que... necesito permiso para... - Besó lentamente su cuello durante unos instantes, dejando la frase en el aire, hasta que respondió. - ...Quitarme la venda. -
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