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    Alchemist
    Freyja
    Alchemist
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    Sáb Abr 23, 2022 4:25 am
    Recuerdo del primer mensaje :




    El pájaro en el espino
    Marcus & Alice | Continuación Golden Shields | Inspired - Libros (Harry Potter Universe)
    Estaba escrito. Marcus O’Donnell y Alice Gallia estaban predestinados a estar juntos desde antes de nacer, aunque las vicisitudes de la vida y sus familias, les impidieron conocerse hasta llegar a Hogwarts. Desde el primer día, en las barcas, sintieron esa conexión única que acabaría desembocando en la más bella historia de amor, pero hicieron falta siete años de idas y venidas, de heridas tan dolorosas como la pérdida de una madre o la apertura de secretos familiares que podían traer un terremoto a la vida de todo el mundo, para que acabaran juntos y felices.

    Marcus es el primogénito adorado de la importante familia O’Donnell. Criado entre eruditos y con una familia unida, recto, prefecto durante tres cursos completos en Hogwarts, amante de las normas y con una inteligencia privilegiada. Nada haría augurar que acabaría entregando su corazón a Alice Gallia, otra mente brillante de Ravenclaw, pero proveniente de una familia con un pasado turbulento por parte de su madre en América, y mucho menos fan de las normas e inherente al caos. Pero ellos se adoran, las familias han recuperado el vínculo y se apoyan y la alianza O’Donnell-Gallia es un fuerte vínculo que va desde Irlanda a La Provenza.

    Juntos fueron los mejores alumnos de Hogwarts, juntos quieren comerse el mundo y ser alquimistas. Ahora saben que se aman y que quieren estar juntos, pero no todo puede ser tan fácil. Les quedan mucho años de estudio y trabajo por delante para llegar a ser quienes quieren ser, las situaciones familiares no son las ideales y aún quedan temas sin resolver.

    La historia de Marcus y Alice no podía acabarse al salir de Hogwarts, queda mucha alquimia, mundo que recorrer, momentos felices, dramas y mucha mucha alquimia y magia, que es para los que ambos nacieron. Además, aún no se han cumplido las dos profecías: queda una boda con mucho espino blanco y la creación de un nido… La última página está muy lejos de ser escrita, y esto es solo la primera parte.

    AQUÍ COMIENZA ALQUIMIA DE VIDA: PIEDRA, PARTE 1


    Índice de capítulos

    1. La eternidad es nuestra
    2. The birthday boy
    3. Juntos pero no revueltos
    4. Rêve d'un matin d'été
    5. Don't need to go any further
    6. The ghost of the past are the fears of the future
    7. Que alumbra y no quema
    8. Where it's peaceful, where I'm happy, where I'm free
    9. Could you never grow up?
    10. El largo vuelo
    11. Family fights together
    12. The language of facts
    13. El ejército
    14. They made their way
    15. De cara al pasado
    16. Toda la carne en el asador
    17. Con los pies en el suelo
    18. The encounter
    19. Titanium
    20. La bandada
    21. Turmoil
    22. En el ojo del huracán
    23. La mágica familia americana
    24. Vientos de guerra
    25. The hateful heirs
    26. Damocles
    27. Tierra sin ley, odio que ciega
    28. Sueños de paz
    29. Antes de despegar hay que aterrizar
    30. Volar es un pensamiento que no se puede atrapar
    31. El vuelo de las águilas
    32. Como las piedras celtas
    33. Are we out of the Woods?
    34. Bad topic
    35. The date
    36. Furthermore
    37. Sin miedo a la diversión
    Marcus O'Donnell
    Alquimista | Timotheé Chalamet | Freyja
    Alice Gallia
    Alquimista y enfermera | Kaya Scodelario | Ivanka




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    Alquimia de vida - Piedra, parte 1 - Página 6 Firma110

    La eternidad es nuestra:
    Freyja
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    Alchemist
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    Jue Ago 04, 2022 9:51 am


    Juntos pero no revueltos
    Con Marcus| En Primrose Hill | 12 de junio de 2002
    Congelaría ese instante. Ahí en esa manta, diciéndose esas cosas y riéndose con las cosquillas, hablando de Irlanda y Molly, de la casa con jardín y el taller de La Provenza. Se mordió el labio inferior y acarició con delicadeza la cara de su novio. — ¿Ves como piensas todo demasiado? — Negó con la cabeza. — Cuando tu estás cerca de mí, sobre todo al despertar, y tenemos cosas como un maravilloso verano por delante yo no puedo planificar más allá de empezar cuanto antes el día para que disfrutemos de cada minuto juntos. — Dijo de corazón. Pero entornó los ojos. — Claro, que si me dejas diseñar contigo un taller que pretendes que usemos los dos… Pues mejor que mejor. — Pero seguía riéndose bajo sus manos y sus juegos, aumentado las carcajadas por oírle a él. Definitivamente, lo que había necesitado con todo su ser era eso.

    Suspiró exageradamente. — No he aprendido todavía y ya estás cortándome las alas, bueno, perdón, las aletas, porque pienso ser un pececillo en cuanto aprenda, no me vas a sacar del agua, O’Donnell. — Y soltó una carcajada sarcástica cuando le oyó decir aquella frase. — Qué payaso sabes ser. — Pero se puso a darle besitos por toda la cara porque le encantaba que la hiciera reír así. — Te van a llamar monsieur alchemiste cramoisie, que viene a ser alquimista carmesí. — Lp creía de veras. Y no llegaría a alquimista de vida porque ese tenía que ser Flamel, que si no, si le conocía de algo, no pararía hasta conseguirlo.

    Asintió, con los labios hacia fuera a lo del amplio espectro. — Y con todo y con eso, siempre acabas en la comida. — Alzó la ceja y le miró. — A no ser que te pongas picarón y con ganas de probar en otros aspectos, que también se te dan bien… — Dijo con tono y mirada picarones, moviendo los hombros. Le encantaba poner nerviosito a su novio, no lo podía evitar. Asintió con cara de niña buena a lo del permiso, ya en esa burbuja un poco más picante que a veces también les llevaba de calle (y cuántos problemas les había dado aquella burbuja en su día) y se dejó llevar por aquellos besos eternos que le hacían olvidar todo.

    Somos el Todo. Juntos. Si no, no tiene sentido, mi querido alquimista. — Le recordó, y tuvo que sonreír a lo de las flores. — Es que siempre has sabido que se me dan muy bien las plantitas, desde aquella vainilla de viento a los pies de Rowena. — Y se rio, de nuevo picarona, cuando menciono el fuego y volvió a besarla. Igual se le estaba yendo un pelín de las manos para estar en público, era una posibilidad pero, sinceramente, no iba a pararlo, ya lo había hecho muchas veces antes. Cuando se separó de ella, se quedó mirándole, de lado también, embelesada con lo preciosa que era aquella cara. Ya cuando mencionó a su padre alzó las cejas. — Ya empezamos bien… — Dijo con recelo pero sin perder la sonrisa. Negó con la cabeza. — Mi padre también… ¿Para qué se va a callar? Si es que es una saeta sin conductor, o peor, con un negligente al mando. — Pero tuvo que reconocer que era gracioso. — Uy, ahí hay muchas cosas que no me cuadran. Especialmente que te dejaras sin quejarte. — Se echó un poco encima de él, ahora siendo ella la que hacía las cosquillas. — Toda la vida oyendo “¡Alice, mis rizos! ¡Alice, la arena! ¡Mis gafas de sol!” — dijo poniendo voz ridículamente infantil. — ¿Y resulta que te muerdo y no dices nada? — Chasqueó la lengua muchas veces seguidas. — No te creo, no. — Y se echó a reír. — ¡Ay! Sería muy bonito verlos. Aunque fueran solo tuyos. Me gusta mucho el Marcus bebé y niño resabiado y precioso, siempre tan formalito, es que te como. — Y se tiró a su cuello, mordiéndole muy suave. — Esta vez a sabiendas. — Le miró, ya con una sonrisa. — Mira, ahí tienes otra quedada. Para ver tus recuerdos de bebé. Le preguntaré a papá, y me llevo alguno mío, aunque con lo poco ortodoxo que es mi padre, miedo me da lo que enseñe de mí.

    Pasaron un rato más así, alternando los mimos con la comida y las risas, pero a Alice no se le escapaba que la tarde empezaba a caer, y su novio había insistido en que quería pastelería, así que pastelería tendría. — Tenemos que ir recogiendo, que se nos hace tarde si queremos pasar por la pastelería. Y yo quiero que mi novio tenga su ración de dulces. — Dijo dándole con el dedo en la nariz. Miró alrededor y vio demasiados muggles, así que tuvo que conformarse con recoger a la vieja usanza, pero cuando lo tuvieron todo en la cestita, se sintió dichosa de compartir pequeñas cosas como aquella y poder avanzar por el parque cogidos de la mano.

    Para cuando llegaron a la pastelería quedaba poca gente, y eso les daba, además, la tranquilidad de poder mirar a gusto los pasteles, siendo orientados por el señor mago. — ¿Estaban buenas las tartaletas?Estaban deliciosas, señor Hargrove, parecen hechas en la misma Provenza. — Y el hombre reía y hacía un gesto de humildad con la mano. — Ah, nada de eso querida, pero no hay lugar donde una buena receta no pueda llevarte, es cuestión de proporciones y un poco de amor. — Señaló una tarta que tenía en la parte de atrás, preparándose. — Ahora se ha puesto de moda poner fotos en las tartas entre los muggles, ¿sabéis? Me piden la cara de sus bebés o de gente famosa, hasta sus mascotas… No sé por qué querrían comérselos. Mira, os la enseño. — Y en lo que se iba, Alice le susurró a su novio. — Igual le pido una con tu foto y te como lleno de chocolate y de verdad… — Entornó los ojos. — Aunque… Con echarte chocolate ya puedo hacerlo en directo. — Dijo bajito, entornando los ojos como si reflexionara, sabiendo el efecto que tendría. Al menos hasta que vio la dicha tarta y arrugó el gesto. Salía una bebé muy mona, como de un año, pero… — No me parece apetitoso y además me resulta un poco raro comerte una cara, la verdad. — El señor Hargrove se rio fuertemente. — Totalmente. A ver, chico, dime tú, ¿qué puedo ofrecerle a tu novia que sí quiera comerse? Porque, en lo que recuerdo, no come casi nada, y hasta la fecha, no ha pedido nada para sí misma.







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    Alchemist
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    Dom Ago 07, 2022 3:35 pm


    Juntos pero no revueltos
    Con Alice| En casa Gallia | 10 de junio de 2002
    La miró con fingida ofensa. - ¿Ahora eres un pececillo? Tú lo que eres es un peligro, pero eso no es ninguna novedad. - Dejó una caída de párpados. - Y recuerda que yo soy la tierra, y también soy el agua. - Dejó una caricia en su mejilla, ya en un tono menos chulesco y más cariñoso. - Y que jamás te cortaría las alas... Ni las aletas, pececilla. - Recibió todos sus besos, riendo como un niño pequeño al que le hacen cosquillas, incluso ruborizado. Estaba tontísimo. Tontísimo como buen enamorado que era. - Eso me gusta como suena. Practicaré la pronunciación, me va a hacer falta. - Dijo con seguridad.

    Aún quedaba comida por la cesta, por lo que aprovechó para seguir comiendo. Y hablando de comida, Alice acababa de decirle... algo... que no había terminado de pillar... creía. Hasta que lo pilló. Y casi se atraganta. De hecho, tosió un poco, disimuladamente, hacia un lado, dándose de paso tiempo a sí mismo para ponerse un poco digno al menos. - Yo soy un experimentador nato, Gallia. Es estudiando las opciones, y por supuesto probándolas, como se llega a la perfección. - A saber qué clase de fantasía se estaba montando ahora su novia en la cabeza, pero después de siete años ya había aprendido a que, dejarse llevar por las innovaciones de Alice, solía dar buenos resultados.

    Soltó una carcajada, poniendo los brazos en jarra justo después para mirarla divertido. - ¿Cómo que no te cuadra? Será que yo me quejo mucho de tus cosas. - Llevaba quejándose desde que la conocía, pero no pensaba reconocer eso. - Según él, era tu forma de expresarme tu cariño, y yo siempre he sido muy inteligente y sociable. Claramente, así fue como lo entendí. - Respondió, bien seguro, a pesar de que era evidente que no recordaba nada de aquello. Pero en lo que fardaba falsamente, Alice se le lanzó encima, tirando por los suelos su defensa de que él no se quejaba nunca, porque tan pronto la sintió sobre él soltó una especie de grito de socorro, aunque entre risas. - ¡Es que me despeinas! ¡Un diablo, es lo que eres, rompiendo mi imagen impoluta! Envidia, segur-para, para, por favor. - Que ya le iba a dar algo de reírse por las cosquillas, se le estaban saltando las lágrimas. Consiguió zafarse de ella, aunque seguía jadeando por las risas. - Y yo no he hablado así jamás. La mía ha sido siempre la voz de un futuro alquimista carmesí. - No se lo creía ni él. Aún se estaba recuperando cuando le dio ese mordisco en el cuello, del que apenas soltó una queja-no-queja mientras la miraba pícaro. - ¿Ves como me muerdes a conciencia? Mejor para ti si lo interpreto como una muestra de cariño. - Susurró travieso. Rio, asintiendo. - Me parece muy buen plan. - Y tanto, buenísimo plan. Verles de pequeños, juntos, y de paso... Sí, que Alice viera lo mono que podía ser un bebé como él. Menos mal que iba a dejar el tema estar.

    Empezó a hacerse el lastimero, agarrado a su novia y tirado en la manta, cuando insinuó que debían recoger, porque no quería irse. Llevaban una velada estupenda y volver a casa se le antojaba echarla de menos demasiado. Aunque la propuesta de la pastelería, desde luego, le gustaba. Le dio un tierno besito en la mejilla y empezaron a recoger. Menos mal que vio a Alice haciéndolo con sus propias manos, porque él ya estaba sacando la varita, y muy disimuladamente la volvió a guardar. Llegaron a la pastelería y Marcus ya estaba más que perdido mirándolo todo. La voz del pastelero, en cambio, le hizo reaccionar, sonriendo. - Estaban deliciosas, se lo aseguro. - Confirmó también. Miró donde señalaba, con el ceño fruncido. - ¿En serio? - Preguntó, torciendo el gesto, aunque rio levemente. - Le puedo asegurar, señor, que hay poca gente que disfrute más de la comida que yo. Pero no sé si me atrevería a comerme la foto de alguien, encima conocido. - Aseguró entre risas. Eso sí, su novia tenía un comentario que aportar en lo que el hombre se iba. La miró, mojándose los labios lentamente. - Para hacer eso me parece que la pastelería no la necesitas... - Encogió un hombro. - Pero tú misma. - Definitivamente, ya sí que sabía por dónde iban los tiros.

    Cuando la tarta llegó, él también arrugó el gesto, al igual que su novia, cruzándose de brazos. - No me parece muy buena idea. - Miró al hombre. - Es decir, por parte de los clientes. Seguro que sus tartas están deliciosas. - El hombre rio y luego le preguntó qué podía ofrecer a Alice. Marcus rio. - Lo siento, señor Hargrove. Lo que más le gusta del mundo son mis torres infinitas de tortitas, llenas de nata, siropes varios y muchísima fruta. No sé si usted podrá ofrecérselo. - Comentó alzando las palmas y haciendo al hombre reír con ganas. Porque, evidentemente, eso no se lo creía nadie. Hablando ya en serio, respondió. - Lo que más le gusta a Alice son los arándanos, con diferencia. Aunque también la he visto comer tarta tropeziene bastante contenta, quizás tenga usted, ya que tiene tartaletas. ¡Ah! Y los melocotones. Como verá, le gusta la fruta. - Comentó entre risas. El hombre alzó las manos y dijo. - ¡No se hable más! - Y, muy alegremente, entró en su almacén, perdiéndose de su vista.

    Aún de brazos cruzados, Marcus se giró hacia Alice con una sonrisilla. - Así que... pretendes seguir mordiéndome... Con tanta alevosía que hasta quieres echarme chocolate. - Miró de reojo a los lados. Ni había clientela entrando, ni el hombre parecía estar por volver, por lo que se acercó a ella y susurró. - No me des ideas, Gallia. Si no quieres que el día de mañana encuentre comida por todas las habitaciones de nuestra casa... por si en algún momento te entra hambre. - El hombre volvió, así que él retomó su lugar y le miró, mientras este dejaba en el mostrador una bandejita con varios dulces. - Tartaletas de frutas con crema pastelera. Estas en concreto llevan arándanos, fresas, melocotón y kiwi. - Miró a Marcus. - Doble ración, porque por lo que has dicho, me da que a ti también te gusta la fruta. - El hombre se inclinó y le susurró. - Pero llevas también un par de chocolate. Sé reconocer a un hombre goloso cuando lo veo, ya son muchos años. - Marcus rio. - Me ha calado usted bien. Muchísimas gracias. - Ah, y esto, un detallito de la casa. - Añadió, poniendo junto a la bandeja una bolsita. - Harina especial para tortitas, directa de Canadá. Para que ya sí que sean insuperables. -




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    Alchemist
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    Lun Ago 08, 2022 7:45 am


    Juntos pero no revueltos
    Con Marcus| En Primrose Hill | 12 de junio de 2002
    Por mucho que su novio se quejara, bien sabía ella que el estímulo de la pastelería sería ideal. A Marcus, la comida le ponía de especial buen humor, y eso le hacía ser especialmente graciosa, haciéndola reírse de lo de comerse las fotos, con esa risa descontrolada que sale ante las situaciones ridículas, tanto que temió que el señor Hargrove se sintiera ofendido. Pero, siguiendo su teoría de que aquel señor fue Hufflepuff algún día, él siguió con su misión de mostrarles las dichas tartas, mientras ella se dejaba caer sobre el hombro de su novio. — A veces me has reírme demasiado, condenado. Eres de lo que no hay. — Eso era otra de las cosas que entre ellos no cambiaba y que echaba de menos en cuanto se separaban, cuánto se hacían reír el uno al otro.

    Una de las cosas que más le gustaban de Marcus era esa mezcla explosiva de ser siempre muy correcto y redicho, y a la vez, sin avisar ni nada, ponerse picarón. Ya habían estado tensando la cuerda con los mordiscos, hablando de cuando eran pequeños, que si ataques por aquí, que si mordisquito por allá… Y ahora, con su voz, esperando a que les enseñaran aquella dichosa tarta y en presencia del pobre señor Hargrove, a Alice le subió un escalofrío por el espinazo que era muy muy difícil de controlar. Puso una sonrisita tentativa de medio lado y le miró, traviesa. — Idea apuntada, O’Donnell. Comerte sin pastelería de por medio. Me lo pondré de objetivo para La Provenza.

    Le volvió a dar la risa según describía las torres de tortitas, pero el tono le volvió a cambiar. — Puedo comerte con todas las cosas que se te ocurran, mi querido prefecto, porque mi comida favorita eres tú, nada de tortitas. — Dijo alzando la ceja. Que le gustaba ese jueguecito. Misteriosamente, el pastelero pilló bastante bien cuáles eran sus gustos y salió con unas tartaletas de fruta que tenían un aspecto maravilloso (y para su novio las de chocolate, eso era tomarse en serio un negocio, desde luego). De verdad, lo de su novio… Ya tenía que comprarle algo, algo de comer, para más señas. Pero le miró enternecida y negando con la cabeza. — Eres de lo que no hay. — Y se rio un poquito a lo de la harina de tortitas. — Estoy deseando ver la cara de tu madre cuando vea el paquete. — Ah sí, algo que manchaba y molestaba tanto como la harina. Lo favorito de Emma O’Donnell, sin duda.

    Se despidieron del señor Hargrove y pasaron a la salita donde tenía el traslador. Miró con pena a Marcus y se agarró a él. — Me da penita irme, con este día tan ideal… Pero he tenido una idea, te la cuento ya en tu casa. — Y se agarró a Marcus y se aparecieron en el jardín de los O’Donnell. Siempre le había encantado esa casa y esa calle. Respiró profundamente, con una sonrisa tranquila y cerrando los ojos, abrazándose a Marcus. — Siempre me ha encantado tu casa. Me siento muy bien aquí. — Alzó la mirada. — Pero ahora mismo mi casa es más practicable para las reuniones, y Sean y Hillary nunca han estado. ¿Qué te parece si les invitamos a casa Gallia para debatir y preparar ese viaje tan maravilloso? — Le dio un ligero beso y le acarició. — Tu padre está mirando por la ventana. Atento, que le voy a saludar, verás la reacción. — Susurró con una sonrisa. Levantó la mano, saludando exageradamente, y Arnold fingió estar mirando a otro lado y tardar en percatarse de que estaban allí, devolviendo finalmente el saludo. — Nos vemos el miércoles en mi casa para planear ese viaje. Tú avisas a Sean y yo a Hills. — Dejó un beso en sus labios y cogió una de las tartaletas. — Llévate esto a la quedada. — Dio un mordisco a su dulce, y mientras iba camino de aparecerse le dijo con la boca llena. — Te amo. — Porque sabía que si tardaba más en despedirse, Marcus no la dejaría ir nunca.






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    Lun Ago 08, 2022 3:03 pm


    Juntos pero no revueltos
    Con Alice| En casa Gallia | 10 de junio de 2002
    Su cita estaba llegando a su fin, y Marcus ya estaba planteándose qué excusa buscar para anclarse a esa pastelería, o para volver al parque. Todo por no soltar a su novia y volver a casa, donde estaría solo, melancólico y echándola de menos. Aunque también estaría bastante en una nube por todo lo vivido y los planes que tenían en mente, la verdad. Antes de poder decirle "y a mí", su novia le hizo arquear las cejas con una sonrisita. - Uh, una idea. ¿Es para que tenga ganas de volver a casa? Porque ahora mismo no tengo ninguna. - De verdad ¿no podían quedarse allí un par de horitas más?

    Abrazó a Alice, cerrando los ojos y sonriendo, después de aparecerse en su casa. - Esta casa es mucho más bonita cuando estás tú. - Dijo de corazón. Oh, cuando tuvieran la suya propia... Qué felices iban a ser. Sonrió a su propuesta. - Me parece muy bien. Aunque voy a tener que buscarme una compensación para mi colega, le vamos a poner los dientes largos. - Rio y apretó sus manos un poco más. - No veo la hora de que nos vayamos a La Provenza, te lo aseguro. - Y recibió su beso, más que feliz.

    Estuvo a punto de delatar a Alice porque, cuando le dijo que su padre estaba en la ventana, frunció el ceño y se dispuso a mirara para comprobarlo, pero se contuvo a tiempo. Eso sí, lo que no contuvo fue la gracia que le hizo la escena. - Eres de lo que no hay. - Dijo entre risas, aunque su tono sonó a la más pura adoración, mirándola con cariño. Devolvió su beso, el cual le hubiera gustado prolongar, pero como acababan de dejar patente, su padre estaba mirando. - Te veo el miércoles. Ya estoy contando las horas. - Aunque con lo siguiente arqueó las cejas. - ¡Eh! ¿Y ese castigo? No pensaba que llegaran al miércoles, la verdad. - Afirmó sobre las tartaletas, pero sí, obvio que se las iba a llevar, si eran para los dos... De verdad que esperaba que llegaran vivas a entonces. Alice se marchó, y de camino, le lanzó un "te amo" con la boca llena que le hizo reír... y derretirse de amor. De hecho, se llevó una mano al pecho. - No creo que te haya amado más en ningún momento de nuestra historia que ahora mismo. - Exageró, pero es que ver a Alice tan feliz... le llenaba el corazón como no lo hacía nada en el mundo.

    Tras lanzarle varios besos en el aire, Alice desapareció y él se quedó con el corazón latiendo con fuerza, chillando, tan loco de contento y de amor como llorando amargamente porque su amada se había ido. Al menos, primaba más lo bueno. Entró casi a saltitos en la casa, muy seguro y erguido y con una sonrisa de oreja a oreja. - Bueeeeenas tardeeeees. - Canturreó. Su madre, mirándole entrar, se aguantó una risa. - ¿Y eso que traes? - ¡Dulces! Buenísimos. Podéis probarlos, aunque he prometido llevarlos el miércoles a su casa, que tenemos quedada con Sean y Hills. - Los dejó a un lado. Lex acababa de salir también para recibirle, cruzándose de brazos mientras le miraba con una sonrisilla fruncida. Debía ser muy gracioso verle así, porque los dos tenían una expresión parecida. - Y esto ni siquiera es lo mejor. Traigo aquí... ¡Tachán! - Anunció, alzando la bolsa de harina. - Especial para tortitas, directa de Canadá. ¡Una delicia! - Lex arqueó las cejas, pero Emma apenas parpadeó. La mujer se mantuvo con su sonrisa imperturbable, pero Marcus pudo ver cómo tomaba y echaba lentamente aire por la nariz, hinchando muy sutilmente el pecho en el proceso. Igualmente, la ignoró y fue hacia su hermano, pasando un brazo por encima de sus hombros. - Mañana tenías entrenamiento con Bradley ¿no? - Correcto, agenda personal. - Estupendo. Pues voy a usar esta harina para hacerte las mejores tortitas que has probado en tu vida. ¿Qué te parece? - Lex arqueó las cejas aún más, pero con una sonrisa natural. Marcus estaba tan exultante que pensaba agasajar a todo el mundo hasta con lo que no tenía si era necesario. - Siempre que no vaya yo más gordo que la quaffle... Me parece perfecto. - ¿He oído tortitas? - Preguntó su padre, quien había esperado un minuto para bajar para que no pareciera demasiado obvio que les espiaba en el jardín. - ¡Sí, eso mismo he dicho! ¡Invita a los abuelos! ¡Mañana el desayuno corre a cargo de Marcus O'Donnell! - Emma lanzó un hondo suspiro, pero estaba sonriendo. Sí, estaba feliz. Todos le veían feliz, y eran felices de verle feliz. Tal y como llevaba pensando siete años, no había nada que Alice Gallia no pudiera lograr. Incluido llenarles a todos de felicidad aun no estando presente.




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    Mar Ago 09, 2022 4:56 am


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    Con Marcus y toda la tropa| En Saint-Tropez| 22 de junio de 2002
    Ah, si es que lo sabía, como odiaba esa mesa. — ¿HA HABIDO ALGUNA DESPARTICIÓN? — Resopló. — Por Merlín, Sean, qué dramático eres. Es solo una mesa que me como sistemáticamente cuando me aparezco en esta aduana. Es que está mal puesta… ¿Y nuestro equipaje? ¿Crees que Marcus podrá aparecer bien a Hills? ¿Por qué los has dejado solos? Sabes que se pelean un montón, y eso tensa mucho antes de hacer una aparición. — Alice suspiró y le tendió la mano a Theo, que era el que peor había salido del estrépito.

    El día que quedaron todos para planificar el viaje, habían decidido que, aunque Alice era la que mejor conocía el lugar, no controlaba aún tanto de aparición como para aparecerlos a los cinco, así que Marcus llevaría a una y ella a dos. No sabía por qué se había pedido a Sean, la verdad, había sido una cuestión de repartir rápido y como había recibido una oleada de “me da igual” “yo lo que túq quieras” se había quedado con Sean y Theo. Mala elección sin duda. — Pero no estamos en tu casa. — Dijo Theo, que aún no se hacía mucho con las apariciones mágicas. — No, esto es la aduana de Calais. Te intercepta si quieres aparecerte desde cualquier sitio de fuera de Francia. — El chico parecía aturdido pero simplemente asintió. — ¿Y NUESTRO EQUIPAJE? Ay, Sean, baja la voz. — Ya se estaba arrepintiendo de llevárselo a La Provenza, solo esperaba que el Mediterráneo relajase un poquito aunque fuera. — Con el hechizo de Emma llegan solos a donde sea que los mandes, como en Hogwarts. — Él negó con la cabeza. — No me fío yo de eso. Yo no desconfiaría de Emma O’Donnell, tío. — Le dijo Theo, atusándose un poco el pelo.

    Bonjour. — Saludó Alice al señor de la aduana. Le tendió la varita sobre el lector y vio cómo Theo abría mucho los ojos. — ¿No hace falta pasaporte? — Ella le miró. — Está en la varita. Los ministerios las tienen controladas, saben de quién es cada cual, simplemente la pones ahí y ya saben que entras en Francia. Bienvenue a la France, madmoiselle Gallia. — Dijo, impertérrito el funcionario. — Merci. Venga, pasad. — Theo parecía aún un poco confuso, pero le tendió la varita, sin salir de su asombro. — Yo no entro a Francia sin Hillary. Pues nada, quédate ahí. — Dijo Alice pasando por el arco detector. — ¿Os vais a Francia sin mí? — Preguntó Sean ofendido. — Usted está ya en Fgancia, monsieur. — Dijo con tono un poco cortante el funcionario. Ella se giró, con los brazos cruzados, apoyándose en la pared. — Es que no nos vamos a ninguna parte, Sean, solo hemos pasado por aligerar. — Theo se puso a su lado. — ¿Entonces avisaste a Jackie y a tu tía que llegábamos a esta hora? — Ella asintió y le apretó el hombro. — No estés tan tenso, Matthews, que te va a dar algo. Ni que fuera la primera vez que vas. ¿Entonces entro? — Alice suspiró y miró a Sean con cara de circunstancias. — Tú sabrás, aún puedes volver a Liverpool. — Qué absurda conversación. Solo esperaba que los O’Donnell no hubieran entretenido mucho a Marcus y Hillary, porque vaya panorama. — Monsieur, ¿a dónde se diguige? — Preguntó el de la aduana cuando por fin la varita. — ¡Alice! ¿Por qué me pregunta a mí? Simple gutina, monsieur. ¿Rutina? ¿Cómo rutina? A mis amigos no les ha preguntado. Sus amigos no han pagado la fila dugante cinco minutos. Alice…¡Por Dios! Dile que vas a Saint-Tropez, Sean, de verdad. — El chico se giró al funcionario y dijo. — Voy a Saint-Tropez. — El funcionario asintió y le devolvió al varita. — Disfgute de la estancia, monsieur Hastings.






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    Mar Ago 09, 2022 2:30 pm


    Rêve d'un matin d'été
    Con Alice y toda la tropa| En Saint-Tropez | 22 de junio de 2002
    Había quedado con Hillary en casa de ella, donde Marcus iría a recogerla, y fue verle aparecer y se le lanzó al cuello con más alegría que en toda su vida. - ¡Ay, O'Donnell, qué feliz me haces! - Vaya, toda la vida deseando oír eso. Me vas a poner en un compromiso con mi novia. - Idiota. Anda, vámonos ya. - Qué ganas de perderme de vista... - Comentó Lindsay, aunque con una sonrisilla, acercándose a su hija. - Marcus, qué guapo estás. Hace tanto que no te veo... - Marcus era muy familiar, muy cortés y recordaba a la perfección la primera vez que compartió tiempo con la madre de Hillary, en su propio cumpleaños ni más ni menos. Se quedó unos minutos charlando animadamente con ella (al fin y al cabo, para no variar en él, se había ido con tiempo de sobra), ignorando los tamborileos de Hillary con el pie en el suelo, hasta que se despidió bajo la promesa de cuidar estupendamente de su hija y se desaparecieron de allí.

    - Ay, qué emoción. Ay, es que no puedo esperar. Ay, ¿cómo es la prima de Alice? ¿Y André? Porque André está ¿no? ¡Ay, es que me muero por conocerlos, de verdad! ¿Y la casa como es? ¡Oh! ¿Y la playa? ¡Buah, cómo voy a tomar el sol! ¿Y la fiesta cuando era? ¡¡Llevo un vestido, que no lo sabes tú bien!! Y... - Así estuvo Hillary todo el tiempo que duró la cola de la aduana. Marcus se limitaba a oír, asentir y sonreír. Hillary estaba aquí arriba de la alegría y no iba a ser él quien la parara. - Ay, O'Donnell. -Suspiró, con la mayor sonrisa que le había visto en su vida, enganchándose a su brazo. Marcus ya empezaba a plantearse si se había tomado alguna de las plantitas de Olympia, porque no era normal tanta alegría. - Un viaje juntos, después de tantos años. ¿No te apetece? - Mucho. - Es que es genial, ¿a que sí? - Ya sí se le escapó una risa que intentó taparse con la mano. Hillary le miró. - ¿Ahora no te gusta que quiera viajar contigo? - Claro, porque estás tan contenta porque viajas concretamente conmigo. - Pues contigo estoy. - Te lo recordaré en La Provenza. - Idiota. Todo el día buscando halagos y ahora que te los doy, te metes conmigo. - No dudo que haya un porcentaje de tu alegría que sea por mi presencia, pero dudo que este sea el mayor. - Te pones insoportable a veces. - Y, a pesar de estar picándose como siempre, la sonrisa no la quitaba.

    - Te veo muy contenta. - Le dijo con una sonrisilla. Hillary suspiró, soñadora. - Ay, es que me apetecía tanto, TANTO, un viaje así. Estar con vosotros, disfrutar de mi independencia. Ver lugares nuevos que... - El desván es un buen sitio para estar solos. - Oh, gracias a Dios. - Afirmó Hillary, soltando aire por la boca como si llevaba meses conteniéndolo. - No puedo más, te lo aseguro. Necesito un poco de intimidad aunque sea. - Ya, nos lo imaginábamos. - Dijo él entre risas. Se encogió de hombros. - No te preocupes, vamos los tres un poco igual. Buscaremos nuestros momentos. - Hillary bufó, negando. - Esto está siendo terrible, no lo sabes tú bien. Es prácticamente imposible pasar ni un minuto a solas. Tú no sabes lo que es esto, de verdad que no. - Bueno, que nosotros... - Vosotros nada. Tenéis mucha suerte de tener a las dos familias jaja jiji, todos de vuestra parte y diciéndoos lo monos que sois y la buena pareja que hacéis. Lo nuestro es un suplicio. - Menos quejas, que me traes a Sean por la calle de la amargura. - ¿¿¿Yo??? - Preguntó con gran interrogante Hillary, echando el tronco hacia atrás con una mano en el pecho y los ojos muy abiertos. - Tú no has visto a tu amigo pasando ya no digo por mi casa, por mi distrito. Peor que 007. - ¿Qué? - Nada, cosas mías. - Pero Marcus se había quedado pensando. - ¿Qué significa ese número? A mi padre le podría interesar. - No es un... déjalo, te cuento cuando tengamos más tiempo. - Pues sí, mejor, porque de hecho, ya estaban llegando a la ventanilla de la aduana de Calais.

    Hillary había quedado ciertamente impresionada con el proceso de reconocimiento por medio de la varita. Mientras la miraba, comentó. - Esto es muy útil. La verdad es que te ahorra papel-AH. - Chilló, provocando un amago de infarto en Marcus y que diera un bote en su sitio. No fue la única. - ¡¡MI HILLS!! - ¡¡QUE NO ME LO CREO!! - ¡¡QUÉ GANAS TENÍA DE VERTE!! - Y sus dos amigos se fundieron en un morreo por el que perfectamente les podían haber echado de allí por escándalo público. La cara de Marcus era un poema. Cuando atinó a hablar (y seguían morreándose) dijo. - Mi porcentaje acaba de bajar de las dos cifras. - No se despegaban, parecían dos caracoles pegados. Suspiró y miró hacia delante. - ¡Theo! ¿Qué pasa, tío? - ¡Ey, Marcus! Menos mal que habéis llegado. A Romeo le iba a dar algo. - Marcus soltó una carcajada. - ¿Llamas Romeo a este? - Con pose de galán, avanzó unos pasos y se dirigió muy erguido hacia Alice, tomando su mano y, con una florida reverencia, besándola. - Mi princesa. Solo alguien de su categoría podría lucir tan preciosa en una aduana. - Oyó a Theo suspirar a su lado, mientras se guardaba las manos en los bolsillos. - Bueno. Bastante alto el listón entre unos y otros. Menos mal que no lo está presenciando Jackie. -




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    Con Marcus y toda la tropa| En Saint-Tropez| 22 de junio de 2002
    Están tardando mucho, ¿no? Bueno tío, es que es verdad que la has liado un poco con la cola, igual están ahí al final y no les vemos. — Sean suspiró y se cruzó de brazos, dando vueltas como un animal enjaulado. — Es que está siendo un suplicio no poder vernos. Cuéntame más. — Dijo Alice. — No, no, de verdad, es que tengo que hacer malabares para estar con ella. de verdad, es un sufrimiento. La mía vive en Francia, en la casa que se estaba haciendo con el tío que se iba a casar hace dos meses. — Sean se paró y miró a Theo intensamente. — Bueno, macho, no es una competición, ¿vale?

    Y, de repente, se oyó un grito femenino de la nada, y antes de poder darse cuenta, su amiga Hillary estaba encima de Sean y el funcionario de la aduana con una mano en el pecho, arrepintiéndose de estar echando la mañana en aquella aduana. Afortunadamente, si Hillary estaba allí, su novio también, así que no tardó en sonreírle. Qué guapo venía, todo veraniego. Sonrió ante la chulería y le devolvió el beso sin quitar la sonrisa. — El Romeo original siempre serás tú, mi amor. — Theo rio y entornó los ojos. — Eso no es muy apropiado que lo haga yo al llegar a Saint-Tropez, ¿no? — Alice se separó riéndose. — Eso depende. Si mi tía Simone está ahí, no te lo recomiendo, pero si no… — Se encogió de hombros y ladeó la sonrisa. — No creo que Jackie…¡GAL! — Se vio interrumpida por su amiga, que se tiró sobre ella y se puso a darle muchos besos en la mejilla. — Si es que eres la mejor amiga del mundo, tienes casa en la playa y encima nos invitas. — Volvió a los besos. — No sabes las ganas que tengo de llegar. Pues no se hable más, vamos andando. — Volvió a acercarse a su novio y susurró. — Iba a decirte que si cambiábamos de acompañantes, pero veo que da igual. — Se giró a la parejita. — A ver tortolitos, una aparición más y podréis estar todo lo solitos que queráis. — Dijo alzando las cejas y ladeando una sonrisa. — Nos vemos en Saint-Tropez, mi amor.

    Efectivamente, como ella había predicho, su tía Simone y su prima Jackie estaban esperando en la puerta de la casa. El tiempo era delicioso y soleado, con una brisa marina que a Alice la llenaba de energía. — ¡Primiiii! ¡Priiiii! — Se saludaron, como si tuviera diez años, corriendo la una a los brazos de la otra para estrecharse. — Ay, menos mal que habéis llegado, esto empezaba a hacérseme eterno. Claro, claro, seguro que era por eso, pensó Alice. Se fue a saludar a la tía Simone y miró de reojo a Jackie y Theo, que se daban el abrazo que más ha sabido a beso en la vida. — Tú debes de ser Sean, ¿verdad? — Dijo su prima saludándole con dos besos. — ¡Hala! Hablas inglés. Claro, tío, ¿cómo te creías que habíamos hablado ella y yo si no? — Dijo Theo, y al tonto de su amigo se le había escapado la carcajada más neandertal de la historia.

    Llegaron Marcus y Hillary e hicieron las presentaciones pertinentes, entrando al jardín justo después, donde su equipaje esperaba. — Tu madre hace ese hechizo impecable, Marcus. — Dijo la tía Simone, con un brillo de admiración en la mirada que se guardaba para muy poca gente. — Y ha hecho bien en dejar las maletas en el jardín, porque hay reestructuración de habitaciones. — Jackie resopló, caminando sospechosamente al lado de Theo. — Qué ganas de tener mi casa ya y acabar con los problemas de espacio, de verdad os lo digo. — Hillary miró hacia arriba por la fachada de la casa. — ¿Hay problemas de espacio en esta casa? — Alice asintió. — Los Gallia crecen, y si encima traemos a más gente, cada vez más apiñados. — Llegaron al salón y la tía se puso a disponer. — Theodore y vuestro amigo en la habitación de André y Jacqueline; las chicas en la habitación de Alice y Vivi, y Marcus y tú en la de tu padre. — Alice abrió mucho los ojos. — ¿En serio? ¿Nos has dejado esa habitación para nosotros? — Su tía entornó los ojos con una sonrisa. — Bueno, ya qué más nos da. Si Vivi se ha pedido el desván para dormir con su novia de por vida… Probablemente hagamos cambios en tu cuarto y os pondremos una cama allí, pero de momento, está como la última vez que lo dejasteis.Ya, como a los otros les has colocado por sexos… — Su tía se encogió de hombros. — Es que sois la única pareja aquí, ¿no? Sí. — Contestaron todos a la vez. Nada sospechoso. Se venía el intercambio de habitaciones entre los otros cuatro en cuanto cayera la noche, todo lo tuviera ella tan claro. — Bueno, subid las maletas que tengo la comida esperando. — Ven, Hillary, que te enseño el cuarto. Es de los mejores porque tiene vistas al mar… — Y su prima y Hills desaparecieron escaleras arriba por delante de Marcus y ella. Señaló a Theo y Sean sus habitaciones y se dirigió a la de su padre.

    No había querido decírselo a la tía Simone, porque bastante que les había puesto juntos, pero… Aquella era la habitación de sus padres. Donde ella se metía entre ellos en la cama cuando tenía miedo, donde dormía su madre… Miró alrededor y se acercó a su novio, que llegaba detrás de ella. — Me encanta poder dormir contigo, la verdad, pero… — Suspiró. — Se me hace un poco raro que sea aquí. Y que mi cuarto vaya a dejar de ser como era… No lo pensé bien en Pascua y eché a la tata del cuarto la que podría haber sido nuestra última noche juntas, después de toda la vida… — Tragó saliva. — Será que me he puesto nostálgica de repente.





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    Miér Ago 10, 2022 12:44 pm


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    Con Alice y toda la tropa| En Saint-Tropez | 22 de junio de 2002
    Otro grito de Hillary, que casi hace que se le salga una vez más el corazón por la boca, anunció que su amiga iba a meterse por medio, entre Alice y él, para saludarla con toda esa efusividad que traía hoy consigo. No era la única, porque de repente le cayó encima Sean en forma de fuerte abrazo. - Gracias por traérmela sana y salva, tío. - ¿De nada? - Se extrañó Marcus, siendo aún estrujado por Sean. Sí que estaban mal. Su amigo se separó y le miró directamente, aún con las manos en sus hombros. - Os debo una, de verdad que sí. Y bien grande. - Ya, ya. Ya me ha puesto tu novia al d... - ¡¡¡¡¡SSSSSHHHH!!! - Marcus abrió los ojos como platos, pero Sean se retractó en seguida. - Perdona, tío, es la costumbre. - Yyyyya... En fin, os van a venir bien estas vacaciones. - A los que no sabía si iba a venirles tan bien era a los demás, porque esos dos les iban a volver locos.

    Sonrió y apretó la mano de su novia. - Nos vemos en Saint-Tropez. - Le dijo de vuelta, con tono cariñoso, y acto seguido miró a Hillary. - Vamos, letrada. - Se agarraron del brazo y se aparecieron en el porche de la casa de La Provenza. Jackie y Simone ya les estaban esperando, y al parecer ya habían empezado todos a saludarse. - Pero si es mi inglesito favorito. - Y más vale que lo siga siendo, que vienen muchos conmigo y no quiero perder mi título. - Jackie soltó una carcajada, tras lo cual le dio un abrazo. - Qué ganas de veros. - Ya. Otra que le metía en el saco cuando todos sabían que su objetivo era otro. Pero no se pensaba quejar: él mismo estaba deseando hacer ese viaje, y sí, lo de sus amigos estaba muy bien, pero Alice eclipsaba absolutamente todo.

    El halago de Simone al hechizo de su madre le hizo hinchar el pecho con orgullo. - Muchas gracias, señora Gallia. Mi madre es impecable con los hechizos, se lo diré de su parte. - Dijo muy puesto. Pero acto seguido, la mujer comentó algo de una reestructuración de las habitaciones. No le pilló demasiado desprevenido, al fin y al cabo él solía dormir con Dylan y no estaba. Lo que bajo ningún concepto esperaba fue el combo que se había originado. De hecho, había abierto mucho los ojos, sin poderlo disimular, aunque intentó pasar a una expresión más normal inmediatamente para que no se le leyera en la cara lo que estaba pensando. ¿De verdad iba a dormir con Alice toda la noche? Notó un cosquilleo en el pecho. Eso era... un sueño. Lo deseaba con todas sus fuerzas. Pero, por otro lado, Marcus era tan sumamente protocolario que... bueno, no es como que fuera la primera vez que lo hacían con familia en casa, pero... No tan abiertamente. Le había atacado un poco la vergüenza de inicio.

    Se mojó los labios y quitó la mirada, disimulando, con el comentario sobre sus tías. Ya... Era de esperarse que no iba a ser aceptado con tanta facilidad, aunque, a decir verdad, la familia lo había acogido bastante bien en líneas generales. Claro, visto así, en comparación con la perspectiva de que dos mujeres que siempre han sido amigas solteras hayan resultado ser amantes y posteriores novias oficiales, que ellos durmieran juntos no era ni tan descabellado. De su divagar le sacó ese "sí" tan rotundo de los otros cuatros a la pregunta de si ellos eran la única pareja. Se ahorró rodar los ojos. Le hubiera gustado que Simone hubiese visto el numerito de la aduana...

    Subieron todos a las habitaciones y, una vez perdido al resto de vista, no pudo evitar una sonrisa. Tenía una expresión muy boba en la cara, y estaba deseando entrar en el dormitorio para abrazar y besar a su novia, celebrando la buenísima suerte que habían tenido. Pero esta tenía cara rara. La conocía demasiad, algo estaba turbando su mente en esos momentos, así que borró la sonrisa y simplemente esperó a que ella sola lo dijera. No tardó mucho. - Oh. - Bajó un tanto la mirada, con las manos en los bolsillos. Claro, qué idiota. Miró de reojo la cama y sintió un pellizco en el pecho. La cama de Janet... Debía ser difícil para Alice. Frunció los labios. - Quizás... estemos a tiempo de reestructurar de nuevo las habitaciones. - Comentó. Él deseaba con todas sus fuerzas dormir con Alice, pero si ella no iba a estar cómoda, no tenía sentido. Aunque sí podía intentar hacerla sentir mejor en base a desmentir una de sus afirmaciones. - Eh, pajarito. - Le dijo con cariño y una sonrisa comprensiva, acercándose a ella y agarrando sus manos. Le buscó la mirada y habló con tono suave. - En Pascua... la situación era complicada. Parece que estoy oyendo la voz de tu tía Vivi diciendo "sí de verdad te crees que te has librado de mí..." - Rio levemente, y luego negó. - Seguro que tenéis más opciones de dormir juntas, y si no, ya compartiréis otros momentos. - Arqueó una ceja, divertido. - ¿O me vas a decir que alguna de las dos tiene problemas con su nuevo compañero de dormitorio? Mira que con esa afirmación insultarías a dos O'Donnell de una misma tacada. - Volvió a reír, acercándose a ella y dejándole un leve besito en sus labios, con ternura. - Mi amor... lo entiendo. Para mí es... un sueño dormir contigo, pero si no estás cómoda, podemos buscar otra cosa. ¿Vale? - Acarició su mejilla. - Yo solo quiero que mi pajarito y futuro pececillo sea feliz. -




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    Con Marcus y toda la tropa| En Saint-Tropez| 22 de junio de 2002
    ¿Qué había hecho ella para merecer un novio tan maravilloso, que la conocía perfectamente y siempre intentaba hacerla feliz? Se giró con una sonrisa cuando la llamó pajarito, y se apoyó en su pecho. — Nadie me conoce como tú, mi espino lleno de flores. — Y él sabía que era verdad. Negó con la cabeza. — Perdona, mi amor. No quería que pensaras que no me hace ilusión. — Se encogió de hombros. — La última vez que vinimos fue… Intensa. Y la última antes de esa la vida era muy distinta. Supongo que eso también es crecer, darte cuenta de que las cosas cambian… — Le rodeó con los brazos. — Pero muchas son para mejor. — Se acercó a su novio y le besó con suavidad y deleite, entreteniéndose en sus labios. — Mejor para pasar la noche juntos que esa penúltima vez. — Rio entre besos. — La tata y yo somos muy felices con nuestra situación, de hecho, nos hemos hecho compañía todos estos años porque creíamos que no podríamos tener a nuestro lado a quien queríamos… — Acarició su nuca con cariño. — Y ahora tenemos dos O’Donnells… A los que ninguna de las dos quiere ofender. — Y tiró lentamente de su novio hacia la cama dejándose caer.

    Ya tumbados, miró hacia el techo y se rio. — Qué recuerdos… ¿Sabes que aquí hice mi lista? La de mis cosas favoritas, una noche de tormenta. Parecida a aquella en la viniste a rescatarme a la despensa. Y esa noche fallida en el desván aparecí por esa misma ventana. — Dijo señalándola con una risa. — Mi plan infalible era aparecer en mi cuarto y hacerme la buena, pero bueno, mi padre me salvó bastante el pellejo. — Se rio con ganas y se acercó a Marcus por el colchón besándole y rodeándole con el brazo. — Ahora tengo mi lugar seguro y mi salvador… Ya no voy a tener miedo más. — Dijo con mucho amor. — Y ya nos estoy imaginando pasando los veranos aquí y despertándonos para ir al taller que va a estar justo ahí abajo. — Señaló en dirección a la playa y volvió a besar a Marcus. — No cambiaría dormir a tu lado por nada del mundo. — Ya estaba ella poniéndose mimosa (y algo más) en brazos de su novio cuando oyó. — ¡Jóvenes! ¡Esta abuela de Vantard no espera! ¡Me lo como todo! — Rio un poco y acarició la cara de su novio. — ¿Hacemos una apuesta de cuánto va a tardar en haber escarceos de habitación en habitación esta noche? — Alzó las cejas con una sonrisa pícara. — Y lo mejor es que tienen que pasar por delante de esta puerta. — Y se echó a reír. Antes de salir, volvió a acariciar su rostro. — Eres el novio más bueno y comprensivo del mundo. Algunas cosas cambiarán, pero… Tú y yo estaremos para siempre en ellas. Juntos. Amándonos. — Y bajaron hacia el comedor.

    Su tía, a decir verdad, se había puesto espléndida con todo el pescado, los huevos rellenos, los tipos de quesos… — ¿Y si Theo y yo dormimos en su cuarto, dónde va a dormir André cuando venga? — Preguntó Sean. Su tía, mirando el plato que se estaba terminando dijo. — Hijo, hace mucho que no pregunto dónde duerme mi nieto. Al final acaba apareciendo siempre para desayunar croissants de crema, mientras tenga eso y café, él está contento. — Las Gallia rieron y Sean y Theo se sonrojaron automáticamente. — Luego podemos ir a mi casa, antes de bajarnos a la playa, así veis donde os vamos a poner a trabajar. ¿Cómo? — Preguntó Sean. — Claro, ¿cómo esperabais compensar a mi tía y a Jackie por la estancia aquí? — Dijo Alice muy seria. Los chicos se miraron anonadados. Es que no lo podía evitar, se juntaba con su prima y le salía solo lo de gastar bromas, y su tía, con ese punto de mala leche de los Sorel, bien calladita estaba. — Yo ya le he dicho a Jackie que le voy a echar una mano en el taller por las mañanas, para aportar. — Ah sí, su fichaje estrella para esas cosas iba a ser Hillary, sin duda. Miró de reojo a su novio y pensó: venga O’Donnell, no me falles ahora que nos podemos reír pero bien.





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    Jue Ago 11, 2022 5:11 am


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    Con Alice y toda la tropa| En Saint-Tropez | 22 de junio de 2002
    Negó, con una sonrisa, acariciando su mejilla. - Sé que te hace ilusión. - Como para no saberlo, después de que ella fuera la que planificara todo eso, de su día de picnic, y de las ganas con las que se cogieron cuando se vieron en su casa. Claro que lo sabía, la había entendido perfectamente. Él, en su situación... no sabía si dormiría en la cama de su madre. Sonrió cuando dijo que las cosas cambiaban para mejor y recibió su beso, riendo y suspirando mudamente con el siguiente comentario. - Por Merlín... Parece otra vida distinta. - Comentó entre risas. Amplió la sonrisa. - Eso me parece bien. - Ningún O'Donnell ofendido. Como si su tía o él pudieran ofenderse con esas dos Gallia a las que querían tanto.

    Se tumbó junto a Alice en la cama, boca arriba él también, aunque la miró con las cejas arqueadas. - ¿En serio? Eso es muy bonito. - Se giró de costado y acarició su mejilla. - Puedo encargarme de continuar con eso entonces. De que tu lista siempre esté ahí para cuando la necesites. - De que fuera siempre feliz, como había pactado con las estrellas que haría, justo allí, en Saint-Tropez, hacía unos años. Con lo siguiente rodó los ojos. - Anda que... Vaya tino. - Miró a la ventana y rio. - ¿Crees que a nosotros nos aparecerá alguien? Por favor, si ese alguien es Sean, tenemos que ponernos en modo padres indignados. Aunque algo me dice que es más probable que sea Hillary. Tu prima Jackie saldrá por la puerta como si nada, y Theo probablemente se muera antes de salir, sea por donde sea. - Bromeó.

    La besó y abrazó, y alzó la mirada con cara soñadora. - Ooh... Desde aquella vez que lo soñé, en esta misma casa, no he dejado de soñar despierto con ello. Me haces soñar despierto y querer conseguir todas esas cosas, a ser posible ya. - Sonrió y volvió a besarla, pero los besos se interrumpieron por la llamada de la señora de la casa. - ¡Uh! Te quiero mucho, mi amor, pero si no como me desvanezco. Y ninguno de los dos quiere eso. - Dijo entre risas, levantándose de la cama, aumentando la carcajada por lo de la apuesta. - Si bien he dicho que la más proclive a aparecer por la ventana es Hillary, yo creo que los primeros que se van a escapar de sus dormitorios son Jackie y Theo. Me explico: Jackie entrará al dormitorio de los chicos, echará a Sean a patadas y, después de girar varias veces como un trompo y con cara de pánico por el pasillo, Sean entrará al dormitorio de Hills. - Hizo un gesto de sentencia con la mano. - Lo dejo por escrito si quieres. - Es que estaba segurísimo de que iba a pasar justamente así.

    Sonrió, recibió su caricia y sus palabras y besó sus labios. - Por toda la eternidad. Siempre seremos Marcus y Alice. - Y, juntos y compartiendo miradas cargadas del amor que se tenían, bajaron a la cocina. Le iba llegando el olor a comida, pero casi se desmaya cuando vio el banquete que había en la mesa. - Señora Gallia, esto es... - La mujer rio. - Te conozco desde que eras un glotoncillo de once años, y ahora eres un glotoncillo de dieciocho. No has cambiado tanto, ¿a que no? - Ni un poquito. - Corroboró él, sentándose a la mesa y haciendo a la mujer reír. Había empezado a comer de todo y con mucha alegría cuando la pregunta de Sean casi le hace atragantarse. Buen intento, pensó, y no fue el único, porque la abuela del susodicho desvió rápidamente el tema. Eso sí, con lo que tuvo que contener fuertemente el atragantamiento fue con el comentario de Jackie, automáticamente secundado por Alice. Las miró a ambas de reojo, carraspeó un poco y, limpiándose la boca con la servilleta con un gesto interesante, corroboró. - Oh, por supuesto. De hecho, Jacqueline, te iba a preguntar. ¿Qué hicísteis al final con la viga del techo? La que reforzó William. - Es que encima se había sumado Hillary. La broma estaba servida y las caras de Theo y Sean daban buena cuenta de ello. - Mi tío es que es un as con los encantamientos. No se ha movido ni un pelo desde que la colocó. Bueno... - Ladeó varias veces la cabeza, mirando hacia arriba. - La verdad es que se puso un poco bailona al segundo día, creo que fue una broma que intentaba gastarle a tu padre y que llegó con retraso. Pero ya se quedó bien. - Lo peor es que ahí había sonado sincera.

    - Yo... pensaba que... estaba avanzada, la obra, y eso. - Preguntó tímidamente Theo. Hillary hizo un gesto con la mano. - ¡Uf! Pero no sabes tú lo que es una obra. No sé cómo la llevas a nivel de construcción, Jackie, pero espero que tengas en cuenta todo el papeleo que hay que hacer después: licencias, permisos... - Sí, sí, ¡de cabeza me trae! ¿Has traído lo que te pedí? - ¡Claro! Pensaba echar mañana todo el día con ello. - ¿Eh? - Se le escapó a Sean, con cara y voz de besugo confuso. - Mañ... Tod... ¿Y vosotras... hablabais de antes? - No, bueno, se lo pedí a través de Alice. Ya sabes, mi prima la pobre me ha escuchado quejaaaaarme y quejaaaaarme... Y me dijo que a su mejor amiga se le daban muy bien estás cosas. - Jackie puso una mano sobre la de Hillary. - Y ella, muy amablemente, me va a ayudar. - ¡Pues claro, mujer! Qué menos. Mientras los chicos trabajan, nosotras miramos papeles. - ¿Marcus? - Preguntó Sean, mirándole a él, con una voz temblona que desde luego hacía que te dieran ganas de gastarle bromas. Marcus, que había reanudado el comer mientras disfrutaba del espectáculo, se limpió apresuradamente con la servilleta una vez más. - Ah, sí, perdón. Justo traigo aquí los planos, de hecho. - Sacó del bolsillo los pergaminos que siempre llevaba, pero uno de ellos, de hecho, era un plano de la casa de Jackie. Las chicas casi se delatan, porque claramente no esperaban ese movimiento y abrieron mucho los ojos, en lo que Marcus acercaba a la Gallia el plano. - Esta pared necesita un refuerzo. - Ay ¿otra vez con lo mismo? - Dijo Jackie tratando de ocultar una risilla divertida, mirándole traviesa. Marcus alzó las manos. - ¡Es que es un tabique de soporte! La otra vez estuve callado porque... - ¡Ja! Callado, dice. - ¿Callado, tú? Tendría que ver yo eso. - Dijeron Jackie y Hillary respectivamente. Vaya combo. Sabía él que a esa combinación había que temerla. Se irguió, muy digno. - Pues sí, callado por respeto a mi suegro, Don William Gallia, que no lo consideraba necesario. Pero yo lo he estado valorando personalmente y sigo pensando que hace falta. -Miró de reojo a los dos chicos. Ellos se miraban entre sí. Iba a tardar muy poco en explotar de la risa.




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    Con Marcus y toda la tropa| En Saint-Tropez| 22 de junio de 2002
    Le estaba costando contener la risa lo que nadie sabía. Comió un poco de pan de queso para controlar una carcajada, porque es que la cara de los otros dos era un poema. Y su novio, que no era nada dado a las bromas (aún le debían quedar dudas de aquella que le gastaron a Sean en cuarto), metido de lleno en la representación, hacía que ella se viniera más arriba. Y por fin pudo reírse a gusto cuando dijo lo de su padre, porque es que se imaginó con total claridad a la viga bailando. — Típico de papá, la verdad.¿Tu padre hace bailar vigas? — Preguntó Theo abriendo mucho los ojos. — Vigas y lo que se le ponga por delante, hijo. Desde que le dieron una varita a mi sobrino lo que más ha hecho es usarla para alborotar él y que las cosas alboroten también. — Dijo su tía con un suspiro, haciéndola reír con ganas. Qué bien le estaba viniendo.

    La intervención de Hillary fue, una vez más, brillante. Alice asintió y dijo. — Y cuando acabemos con la obra de Jackie, hay que empezar la del taller de alquimia, a ver quién le va a transmutar los muebles si no. — Su prima la señaló y dijo. — Lo de la cama con forma de corazón va en serio. — Alice entornó los ojos y negó con la cabeza. — Ya veremos. — Sean y Theo seguían en pánico absoluto, viéndose ya de peones de obra y, finalmente, recurriendo a Marcus. Pero en algún momento de su relación, había acabado pegándole a su novio el gusto por las vaciladas y, en un movimiento maestro que claramente nadie se esperaba, sacó el plano de casa de Jackie y se lo tendió. Y ahí estuvo a punto de romper la ficción porque casi se pone a aplaudirle. Sin embargo, se recompuso y sonrió. — ¿Has visto qué novio más detallista tengo? No se le escapa una. — Eso sí, la maestra en esas lides era Jackie, que inició un debate con él como si aquello estuviera habladísimo. — Bueno, voy a traer postre a estos chicos tan dispuestos, os va a hacer falta para la obra. — Sentenció su tía, dándoles el toque de gracia a los otros dos.

    En cuanto Simone se fue a la cocina, Sean se inclinó sobre la mesa. — Ehhhh Marcus, Alice… A ver cómo digo esto… Sin querer ofender, Jackie, de verdad, pero es que a nosotros nadie nos dijo… O sea, estamos muy agradecidos, ¿verdad, Theo? Verdad. — Coreó el chico, con cara de susto y rojo como un tomate. — Pero… Es que no hemos tocado una obra mágica en la vida… Si… Hubiera otra forma de recompensaros por vuestra hospitalidad… — Hillary chasqueó la lengua. — Oh, vamos, Sean, que no es para tanto. A ver, Hills… Que es que… — Jackie levantó una mano. — No, no, por favor, sin compromiso ninguno. — Se levantó y se puso a la espalda de Theo y Sean, rodeando a cada uno con un brazo. — Si no podéis trabajar en la obra siempre podéis hacerme de maniquíes para el taller. — Theo tragó saliva y la miró. — ¿Y qué hay que hacer?Naaaaada es muy fácil, pregúntale a Marcus, simplemente tenéis que estaros muy quietos y yo… — Fue bajando las manos por el pecho de ambos lentamente mientras cambiaba el tono. — Os tomo medidas y os pruebo cositas… — Y ahí, el propio Theo se giró y la miró. — Estás de coña, ¿verdad? Lleváis de coña todo el tiempo. — Alice y Hillary cometieron el error de mirarse y ya todos estallaron a reírse, justo cuando Simone volvía con una bandeja llena de creme brulés individuales. — Hijo, sois un poquito crédulos. Anda, tómate una de estas, que te has quedado un poco blanco. — Alice no podría comer ni aunque lo intentara muy fuerte. — Pero… ¿Usted ha estado en el ajo todo el tiempo, señora Gallia? — Preguntó Sean parpadeando y su tía se encogió de hombros, atacando al postre con la cuchara. — En esta familia, y en la mía, los Sorel, llevamos siendo así toda la vida. Nos gustan las bromas. Ya, ya veo de dónde lo ha sacado su sobrina… — ¿Fue a ti a quien hicieron la broma esa del cuadro? Alice se lo contó a quien quiso oírla aquel año, yo creo que si vas por Saint-Tropez y dices “soy el que cayó en lo del cuadro” te reconocen. — Y más se reía ella, era imposible evitarlo. — ¿Hasta tú, tío? — Insistió mirando a Marcus. — ¿Lo teníais tan planeado que llevabas los planos ahí? — Jackie estaba llorando de la risa. — Lo mejor es que eso ha sido improvisado por mi inglesito favorito. Enorme, primito.

    Alice, he pasado bastante del jardín porque sabía que venías, así que cuando quieras, todo tuyo. — Le dijo su tía, retirándose a la habitación. — Yo me voy a echar un ratito, vosotros jóvenes id a la playa y aprovechad el buen tiempo. — Y cuando desapareció por la puerta del pasillo, Jackie bajó la voz y puso una sonrisa pilla. — Es mentira, en verdad se tira dos o tres horas leyendo unos libros muggles superromanticones de una señora que viaja en el tiempo y se enamora de un escocés de las Tierras Altas del siglo XVIII. Outlander. — Dijo Theo muy seguro, llevándose las miradas de todos. — Mi madre y todas mis tías están enganchadísimas. — Y a todos les dio la risa otra vez. — Bueno, yo me voy al jardín, que me han propuesto una misión. — Dijo Alice, dejando un beso en la coronilla de Marcus. — ¡Eso! Vosotros recoged e id a por las cosas de la playa, tú ya sabes donde están Marcus. — Jackie se enganchó del brazo de Hillary y la siguió al jardín. — ¡Portaos bien! — Ella se rio y se dirigió a coger las herramientas de jardín y la manguera, asumiendo que su amiga y su prima no iban a participar mucho en las labores, como mucho de peones sujeta herramientas. — No sabéis la falta que me hacía hablar con alguien menor de setenta años y hacer algo que no fuera jugar a las cartas con las tías Sorel. ¿No tienes amigos aquí en Saint-Tropez? — Preguntó Hillary, y es que Alice había estado a punto de hacerlo, pero se olía que había algo más detrás. — Es que… Desde que lo dejé con Noel… La gente me mira muy mal, y esto es un pueblo, y la verdad es que estando con él me había olvidado un poco de mis amigas de Beauxbatons.





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    Con Alice y toda la tropa| En Saint-Tropez | 22 de junio de 2002
    Menos mal que estaba comiendo, porque lo de la cama con forma de corazón transmutada con alquimia casi hace que le estalle la risa. En su lugar, solo agachó aún más la cabeza, haciendo que el pelo le tapara la cara, y siguió masticando. Claro que su amigo no iba a tardar mucho en reclamarle. Menos mal que tenía los planos en el bolsillo, bendita coincidencia. Le guiñó a Alice un ojo seductor cuando le llamó detallista, pero retiró la mirada muy rápido, de lo contrario se echaría a reír. Cuando Simone se levantó, se frotó las manos. - Es usted una anfitriona de lujo, señora Gallia. - La mujer soltó una risita nada modesta que casi sonó a "este punto me lo he llevado yo, Helena", antes de irse a por los postres. Otra cosa no, pero Marcus sabía muy bien cómo adular a un Slytherin. O a un Vantard, que para el caso era más o menos lo mismo.

    Se estaba terminando uno de los panecillos de queso que tenía en la mano cuando Sean empezó a buscar con dificultad las palabras para abordar aquella circunstancia. Estaba dándole vueltas a la miga en la boca porque, como tragara, se atragantaba, pues estaba a un repique de explotar de la risa. Respiró hondo y se pasó los dedos por los labios, en un gesto interesante que solía utilizar cuando quería controlar la risa, mirando como Jackie se levantaba y se dirigía a los otros. Empezaban a lagrimearle los ojos de tanto aguantarse, y mirar a Alice y a Hillary no era una opción si realmente se quería contener. Por alusiones, simplemente asintió, porque lo dicho, no podía hablar. Pero ya fueron las dos chicas la que abrieron el tarro de las risas, y él no pudo contenerse más. - ¡Es que lo sabía! - Se indignó su amigo. - Y tú eres el peor de todos. - ¿¿Yo?? - Aseguró con mucha sorpresa, aunque sin dejar de reírse. - ¿Te crees que es mentira lo de que me usó de maniquí? - No me líes, O'Donnell, a ver si vas a acabar trabajando en la obra a pleno sol y tú solo. - Tú no tienes potestad en eso. - Y él no podía dejar de reírse.

    Y, para rematar, lo de la broma del cuadro. Ya sí que estaba llorando directamente, con la cabeza y los brazos apoyados en la mesa. Sean se empeñaba en entender por qué Marcus era tan cruel con él en sus bromas, pero él no atinaba ni a contestar, solo a secarse las lágrimas. Negó, tratando y dijo casi sin aire. - No, no. - Respiró un poco para calmar la risa. - Eso ha sido totalmente fortuito. Se lo había traído a Jackie por si quería guardarlo de recuerdo, apareció entre mis cosas cuando volví a Hogwarts. - Miró a la chica y respondió. - Todo por la familia, primita francesa. - Eres insoportable. - Bufó Sean, y él se volvió a reír.

    Le costó tanto calmar la risa que aún aparecía por momentos cuando ya se había acabado el postre y Simone se disponía a retirarse para descansar. Rio con lo de esa novela muggle y apuntó. - Le preguntaré a mi abuela Molly si la conoce, entonces. Ella lee de todo, y le encantan las cosas románticas y con cierto misterio. Me lo apunto como regalo de Navidad. - Alice y las chicas se fueron al jardín y les encargaron estar pendientes de las cosas de la playa, por lo que Marcus, muy dispuesto, se levantó y les guio hacia el piso de arriba. - Le encantan las plantas, seguro que la señora Gallia le ha dejado arreglar el jardín porque sabe que lo disfruta. - Iba comentando mientras subía las escaleras, con tono tierno y una sonrisa. - Va a dejar el jardín precioso, ya lo veréis. Cuando va cayendo la noche se está de miedo en el porche, y a Alice le encanta. Se conoce todas y cada una de las flores que hay en el jardín. - O'Donnell, no es bueno ir lanzando babas por las escaleras, que nos podemos caer los que vamos detrás tuya. - Comentó ácido Sean, haciendo que Theo se tapara una risilla. Marcus le miró irónico. - Perdona ¿puedes hablar? Creía que seguías con la boca pegada a tu no-novia, que no me extrañaría por como os habéis cogido en la aduana. - Luego miró a Theo. Él ya estaba casi arriba de las escaleras, y los otros, al detenerse Marcus, habían quedado parados unos peldaños más abajo. - Aunque todos aspiramos a superar el nivel de efusividad de ese abrazo. Menos mal que no estaba Dylan, no apto para ciertas edades. - Sé que estás siendo sarcástico. - Entre esto y pillar la broma, estás hecho un lince hoy, Matthews. - ¿Cómo dices que fueron todos tus años con Alice aquí en La Provenza? - Rebatió el otro, cruzándose de brazos con lo que pretendía ser una sonrisa de ganador de batalla. Sean soltó una media risa aguda y le miró. - Ahí te ha pillado. - Marcus rodó los ojos y, sin añadir comentarios (porque no lo pensaba reconocer, pero sí, le había pillado) se giró y dijo. - Venga, a por las cosas de la playa. -




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    Con Marcus y toda la tropa| En Saint-Tropez| 22 de junio de 2002
    Alice cortó un par de hierbajos y miró de medio lado a su prima. — Lo que hicieras cuando estabas con Noel ya da igual. Sé una Gallia, pide perdón, asume tu error y ya está. No tienes por qué recluirte en este pueblo para siempre porque te equivocaras durante cinco años. — Jackie se sentó a su lado en el césped, y Hills lo hizo enfrente de su prima. — Tampoco es que pueda decir que mis amigas me dijeran “te estás alejando” o algo así. Es decir, Noel era como el chico más guapo de Vantard junto con Jean… Espera, espera… ¿Ese Jean? — Preguntó su amiga. Alice asintió, pero apenas se dio la vuelta porque seguía con las plantas. — Pero el chico más guapo de Vantard era mi primo André. — Dijo ella muy puesta. Jackie chistó y entornó los ojos. — Total, que tampoco me dijeron nada, el único que me avisó abiertamente fue mi hermano. — En eso no le faltaba razón. No conocía mucho a las amigas de Jackie pero, por lo que recordaba de alguna vez que habían estado por allí, eran bastante superficiales y estúpidas. — Pues si solo las echas de menos por estar con gente joven, igual tienes que buscarte amigas nuevas. — Dijo Hillary, siempre tan taxativa. — Ya, pero volvemos a lo de antes, aquí en el pueblo ya soy la que dio el espectáculo con Noel…Pues vete de aquí. — Alice se sacudió las manos y empezó a regar el arriate que acaba de arreglar.

    Olvídate de la casa, Jackie, sabes que uso le vamos a dar, esta familia cada vez es más grande, traemos gente, vamos y venimos… Los Gallia nunca vamos a irnos de La Provenza. El primer Gallia que se fue a Inglaterra se fue en el siglo XVII y aquí estamos nosotras, volviendo. No pasa nada si te vas a París. ¡Sí, tía, París! — Dijo Hillary toda emocionada. — París para la moda es lo máximo. — Su prima apretó los labios. — Ya… Pero bueno, tendría que vivir en un piso sola y…Pues sola también se está bien… — Su prima la miró con cara de corderito degollado que la ha liado y Alice entornó los ojos. — Que síííí… Que ya sé que estás hasta las trancas por Theo, y que os habéis estado hablando un montón estos meses, y te aseguro que el pobre está igual… Pero piensa por una vez en ti, solo en Jacqueline, sin complementos. — Se pasó al arriate de al lado y las chicas se movieron como si las llevara con una correa. — Si lo que sentís es tan fuerte, podréis mantenerlo a distancia un tiempo, hasta que te hayas forjado de nuevo una vida propia. — Negó con la cabeza. — No vuelvas a depender de una pareja, prima. — Hillary asintió. — Los hombres son un asco. — Jackie la miró con media sonrisa y señaló su espalda con el pulgar. — ¿El de ahí dentro, que no es ni el mío ni el de mi prima, también? — Su amiga se puso muy colorada y desvió la mirada. — Pues está todavía a medio camino de convencerse de que no. — Dijo Alice con tono incriminador.

    ¡Oye tú! Has tardado siete años en decidirte y ahora te crees doctora Amor. — Le saltó su amiga.  Alice se encogió de un hombro mientras echaba poción antifúngica en unas hojas. — Desde la experiencia te hablo. Pues no, porque vuestras familias estaban muy de acuerdo con lo vuestro.Bueeeeno bueno… Emma y yo ahora estamos en buenos términos, pero te aseguro que ha tenido más que reservas conmigo. — Hillary resopló. — Es que, de verdad, las madres… — Jackie le puso una mano en el hombro. — Yo sé lo que es que tu familia no apruebe tu relación. Pero es que al mío lo conocían metido en un saco, vaya, desde que nació. Y sabían que no era bueno para mí, no creo que sea tu caso. No, si mi madre no sabe nada… Y apenas conoce a Sean. Aunque empieza a olérselo. — Alice se rio. — Hombre, porque Lindsay tonta no es, verás. Y tu novio no es que sea lo más discreto del mundo. — Hillary se rodeó las rodillas. — La verdad es que estoy bastante segura de que quiero estar con él… Pero no tengo ni idea de cómo se lo va a tomar mi madre.¿Por qué? — Preguntó Jackie. — Mi madre es muggle, y mi padre, o el señor con el que me tuvo en su día, vamos, era mago, casado, con familia mágica importante, y la abandonó cuando yo tenía dos años. — Jackie abrió mucho los ojos. — ¡Qué dices, tía! ¿Y no sabes quién es? Yo me presentaba delante de toda la familia y le montaba un drama que flipas, le dejaría fatal. — Hillary negó con la cabeza. — Nah, me da igual, la verdad. Si la mujer lo sabía, y fue ella la que le dijo que dejara a mi madre… Fue a mi casa a montarle un espectáculo y todo, cuando yo era un bebé. Por lo visto, después de que aquella señora fuera por allí, fue cuando mis abuelos se enteraron de que mi padre estaba casado y mi abuelo le retiró la palabra a mi madre, por seguir defendiéndole. — Alice se giró, sorprendido. — Aaaaamiga, esa parte de la historia tu madre no me la contó. — Así que, como ves, el historial con los magos, en mi casa, está turbulento. — Jackie se encogió de hombros. — Bueno, tía, pero este estamos seguros de que casado casado no está. Ya, pero luego está el trauma de mi madre de que por tenerme a mí le costó un montón terminar de estudiar y todo eso… — Ahí las tres se quedaron en silencio, y Alice se giró hacia ellas, cruzándose de brazos. — Mira, te voy a decir cómo lo veo yo. Hablar de estas cosas con los padres es una mierda, sin más. — Levantó las palmas de las manos. — Pero creo que no te queda de otra más que ir y decir “mamá, estoy con Sean, vamos en serio, y te aseguro que no tengo ninguna intención de quedarme embarazada mientras me preparo para el examen de abogacía mágica, y sé cuidarme”. — Hillary se puso rojísima de inmediato. — Puf, no sé yo. — Dicho una vez, listo se queda, tía, piénsalo así. —

    Se había hecho un silencio en el que claramente cada una de las interesadas estaba dándole vueltas a la cabeza, y Alice pensaba en qué estaría haciendo el amor de su vida ahí arriba, cuando Jackie irrumpió en sus divagaciones. — Entonces… ¿Creéis que la familia de Theo tendrá problemas con que yo sea una bruja? — Alice sacó el labio inferior. — Pues no sé… No les conozco, pero con lo cuqui que es él… No creo que te pongan muchos problemas. — Su prima se rascó la cabeza. — No sé qué hago pensando en estas cosas, si en verdad estoy rayadísima con si dar el paso o no. ¿Qué paso? Pues ya sabes… Besarle, y… Lo que surja. — Alice abrió mucho los ojos. — ¿Pero aún no os habéis besado? — ¡Eso! Yo pensé que eso ya había pasado, a juzgar por el cuelgue de Theo estos meses. — Aportó Hillary. Jackie se rio enternecida. — No, no… Si Theo fue un caballero… — Jackie, te lo llevaste al campo de lavandas. — Ya, ya… Pero… Bueno yo lo acababa de dejar con Noel y… Pues nada, paseamos y hablamos muchísimo, y me abrazó mucho y… — Alice y Hillary se miraron aguantando la risa. — ¡Oye! ¿Qué? Nada, nada… — Alice levantó las palmas. — Pues, chica, no sé a qué esperas… — Jackie se mordió la uña del pulgar. — No quiero echarle para atrás… Como es así tan tierno. — Alice y se rio y negó con la cabeza. — Te aseguro que está mucho más espabilado de lo que crees. — Su prima la miró casi ofendida. — ¡Tía! Me dijiste que tú y él no…Ah, no, no, no lo digo por mí. Pero él me contó que ya había estado con una chica de Hufflepuff. Con una… — Dijo Hillary socarrona. — Y este año pasado con más de una. Ya sabes cómo son en esa sala común… Lo de la sintonía de los cuerpos y las almas que dice la prefecta. — Y las tres se echaron a reír como tres niñas cotillas. — Pero él sabe distinguir muy claramente entre rollo y cuelgue de verdad. Te aseguro Jackie, que no le he visto así como está ahora ni con tu prima.Pues ya sabes, primita, al lío… — Y justo oyeron a los chicos que iban saliendo al jardín.






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    Jue Ago 18, 2022 8:53 am


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    Con Alice y toda la tropa| En Saint-Tropez | 22 de junio de 2002
    Entró bien contento por su dormitorio, con los otros tras él... Demasiado tras él. De hecho, miró a los lados casi confuso hasta que les detectó casi escondidos tras el quicio de la puerta. - Podéis entrar. - Dijo con obviedad, y los otros iniciaron un atropellado balbuceo conjunto sobre el respeto a la intimidad de su dormitorio y el necesitar permiso para pasar. Marcus rodó los ojos. Ya veremos esta noche si os pensáis tanto colaros en los cuartos. - Os recuerdo que yo también estoy de prestado aquí. De hecho, juraría que esta es la segunda vez que entro en esta habitación. - ¿Y cuál fue la primera? - Antes de comer. - Respondió con normalidad a Sean mientras estos se decidían por fin por entrar y él sacaba de su baúl las cosas de la playa.

    - Antes me llevaba bañador de repuesto, pero en realidad estamos al lado, podemos venir a cambiarnos. Y podéis bajar en chanclas, no hace falta cambiarse los zapatos allí. Ah, la crema solar, indispensable. Y toalla. Allí hay sombrilla, pero si queréis gorra... - No me he traído gorra. - Yo te dejo una. - ¿Tendrías otra para mí? - Tengo otra para ti. - ¿Cuántas gorras traes? - Pues al parecer una para cada cabeza que no ha pensado en traerse gorra. - Contestó con tonito a Sean. Encima que los dos le pedían gorras se iba a meter con él por previsor. Después de un discurso elaborado sobre lo necesario e indispensable para el correcto disfrute de la playa, se dirigieron a la habitación de los chicos para coger las cosas de ellos.

    Había un silencio pastoso entre los tres, como si ninguno se atreviera a romper el hielo por miedo a hacer un comentario inadecuado. Como el que estaba a punto de hacer Sean. - ¿Creéis que Hillary llevará bañador o bikini? - Marcus y Theo se pararon en seco, mirándole inexpresivos. El otro casi se asustó. - Por preguntar. - Tío. - Suspiró Marcus, cerrando los ojos para aunar paciencia y buscando las palabras adecuadas para responder. - ¿Puedes al menos intentar ser un poquito menos pervertido? - ¿¿Perdón?? ¡¿Cómo que pervertido?! - Eso. Yo iba a decir mojigato. - Ahora miraron los dos a Theo. Se quedaron más de cinco segundos en incómodo silencio, hasta que Sean alzó los brazos y los dejó caer con indignación. - Genial. Ya tengo las dos gamas de insulto encima. Muchas gracias. - A ver, hippiepuff. Casi que prefiero... Mira, no os digo más nada. - Suspiró Marcus, girando sobre sí mismo para dejarles recoger. Theo se encogió de hombros y se dispuso a ello, pero Sean seguía... Seguía en modo Sean. - Ahora no sé si me preocupa más ser un pervertido o un mojigato. - Marcus rodó exageradamente los ojos, pero antes de poderle contestar, Sean se defendió. - Vale, señor casado. En vez de juzgarnos a los dos por no llegar a los estándares de perfección de tu reina de Ravenclaw y tú, podrías ayudar un poquito. - ¿Ayudar? - Hombre, creo que es bastante obvio que estamos muy liados. - Apuntó Theo. Sean se cruzó de brazos, irónico, y le dijo al Hufflepuff con malicia. - Déjalo. Está demasiado ocupado bromeando a nuestra costa y creyéndose un ser superior. - ¡Y dale con el ser superior! Estoy harto de que me digáis eso, no es mi culpa que tengáis tanto complejo. ¡Y la idea de la broma no ha sido mía! -

    Se cruzó de brazos. - ¿Qué os pasa? - Cuestionó, y antes de que se le lanzaran al cuello, mostró las manos en señal de desarme. - No, no soy el doctor amor ni me creo mejor que vosotros. Pero cuando yo venía con Alice a La Provenza en calidad de amigo, que es como supuestamente venís vosotros, no estaba tan histérico. Venía a pasármelo bien y ya está. Y os recuerdo que yo venía con mi padre y con el suyo. La madre de Hills se ha quedado en Gales y, créeme Theo, después de lidiar con Noel, los padres de Jackie no podrían decirte nada ni aunque te pillaran en la cama con ella. - Soltó aire por la boca. - Entiendo las dudas, ¿pero podéis simplemente aprovechar que estáis aquí y divertiros un poco? - Ahora fue Sean quien alzó las palmas, muy digno. - No sé a qué te crees que he venido aquí, pero... - Desde la puerta de mi cuarto se ven todas las demás, por si no os habéis dado cuenta el rato que os habéis pasado pegados al marco. - Cortó. Miró hacia el exterior de la habitación, se acercó a la puerta y, comprobando que no había nadie por el pasillo, cerró. Tocaba hablar en serio.

    - Como esta noche no vea movimientos de cuarto de uno a otro lado, mañana dormís en la cueva de las medusas. - Theo tragó saliva, pero Sean se cruzó de brazos, ceñudo. - ¿Desde cuándo te importa tanto nuestra vida sexual? - No me importa lo más mínimo, me importa que no hagáis el idiota como lo hice yo, o que aprovechéis una oportunidad que yo no tuve. Porque, a pesar de lo muchísimo que me lo pensé y del pánico absurdo que me entró... - ¿Hay un pasaje que no nos has contado, O'Donnell? - Ni os lo voy a contar. No me interrumpas. Como decía, a pesar de mi pánico absurdo, llegué a intentarlo en una casa atestada de gente. - Se removió un poco, apartando la mirada. No le gustaba hablar tan directamente de esas cosas, pero si era de ayuda... - Lo hice, de hecho, en Pascua. - Se puso digno. - Si yo pude en semejantes circunstancias, no veo por qué vosotros no. - No quiero espantar a Jackie. - Confesó Theo. A Marcus se le escapó una fuerte carcajada. - ¿A la que casi os mete mano a los dos a la vez en el comedor delante de su abuela, dices? - ¡Pero eso era de broma! Es solo la segunda vez que nos vemos, y no quiero que piense que estoy aprovechándome de lo mal que le fue con Noel y de lo vulnerable que está para acostarme con ella e irme. - Sean miró a Theo. - Tío, nadie en su sano juicio pensaría eso de ti. - El otro se tocó el pelo, como hacía siempre, mirándose los pies. - Me gusta de verdad... Pero... Ella está aquí, y yo en Inglaterra... - Podrías venirte aquí a trabajar. Locos hay en todas partes. - Marcus y Theo miraron a Sean. Se volvió a asustar. - ¿¿Qué?? Quiero decir, a ver, ¿tú no ibas a ser sanador mental? Pues eso, que eso lo necesita la gente de todo el mundo. - Cámbiate primero de habitación y ya vamos viendo si te quieres cambiar de país. - Concluyó Marcus con una risilla.

    - ¿Y tú? Por como os habéis saludado en la aduana, no creo que tengas dudas. - Le preguntó Theo a Sean. Este frunció los labios. - No... No son dudas, al menos ya no tanto. En peores nos hemos visto con las dudas... Es solo que... - Soltó aire por la nariz y miró a Marcus. - ¿Tú cómo estás ahora con Alice? - Marcus parpadeó. - Pues, muy bien, ¿cómo voy a estar? Mejor que en toda mi vida. Es decir, la echo de menos porque ya no estamos todos los días juntos, pero intentamos vernos y eso. Quedamos en su casa, o en la mía, y salimos y tal. Y nos queremos. - Genial. Pues eso es lo que yo quiero para mí. - ¿Y dónde está el problema? - Repasa lo que tú mismo has dicho, Marcus. Quedáis en vuestras casas, con vuestras familias, salís cuando os apetece sin tener que ocultaros. Hillary sigue escondiéndome de su madre. - Oh, venga, tío. - Suspiró Marcus. - No seas exagerado. Si Lindsay es un encanto, si he estado hablando con ella antes. Me ha dado saludos para ti, de hecho. - ¿En calidad de qué? ¿De yerno, o de ese chico tan gracioso al que conoció en tu cumpleaños? - Marcus frunció los labios e intercambió una mirada con Theo. Sean suspiró. - Claro que quiero disfrutar de esto, claro que quiero dejarme llevar. Pero si yo vivo ahora cuatro días en un noviazgo con Hills, saliendo con ella, viéndola a diario, riéndonos juntos, comiendo juntos, durmiendo en la misma cama... No sé cómo voy a llevar la vuelta a Liverpool. Va a ser un martirio. No puedo volver a lo de antes. No quiero volver sin ella. - Silencio otra vez. Lo peor... Es que ambos tenían razón.

    - Vale, vamos a hacer una cosa. - Suspiró Marcus, tras pensar unos instantes. - Para empezar, que no os vean tan rayados, o se van a preocupar ellas también y así vamos a ir fatal. Y ya llevamos más rato aquí arriba del que se tarde en coger unas toallas. - Y el bañador, y la crema, y las gafas, y la gorra, y un libro por si acaso, y el protector antimedusas... - Creo que se me ha entendido. - Cortó a Sean, ácido, ignorando la sonrisilla que Theo se estaba guardando. - Conozco lo suficiente a las dos chicas como para saber que no les gusta sentirse presionadas, que quieren estar... simplemente tranquilas. Tampoco es como que pidan tanto, digo yo. Así que... - Se encogió de hombros. - Vamos a ir dejando que transcurran estos días y se irá viendo. - ¿El prefecto O'Donnell improvisando? - Comentó Theo cómicamente. - No es improvisar, es que rayarse con lo que pueda pensar la otra persona o lo que pasará la semana que viene ya os digo yo, por experiencia, y vosotros habéis sido los que me habéis preguntado, que no sirve de nada. Así que vamos a bajar, y vais a estar con ellas como os apetezca estar. - Miró a Theo. - Si Jackie no quiere ir más allá contigo, te parará los pies. - Miró a Sean. - Y tú, joder, disfruta de la vida por una vez. Quién sabe, a lo mejor este entorno relajado hace que Hills vea las cosas de otra manera y que a la vuelta tampoco quiera estar sin ti. Pero no andes agobiando. Muéstrale eso que tanto le gusta de ti y ya está. - Pero en privado, a ser posible. - Soltó Theo, y en mitad de la tensión del momento, Marcus se echó a reír. Sean miró al Hufflepuff con odio. - Jackie no sé, pero yo te voy a parar ya los pies con las confianzas. - Reconoce que ha tenido gracia. - Dijo Marcus, limpiándose las lágrimas. Ya por fin, bajaron al jardín.

    - ¡Pero cuantísima belleza de la naturaleza junta! - Lanzó al aire, con los brazos en cruz, dirigiéndose a las chicas. - Y flores también, mi amor. Te han quedado muy bonitas. - Hillary rodó los ojos por el piropo obvio, pero Jackie soltó una risita. - Anda, inglesito, no seas tan zalamero. Déjaselo a tu novia si realmente intentas evitar que contemos intimidades del Marcus bebé delante de tus amigos. - Perdona, pero el Marcus pre-alquimista de once años, que no bebé, porque no has tenido la inmensa suerte de conocerme de bebé... - Jackie ya estaba haciendo pedorretas, pero él siguió. - ...Era casi tan maravilloso como el Marcus actual. Digo casi porque mejoro con los años, como el buen vino. - Dios mío, dime que tu modo vacaciones no es aún peor que el modo colegio. - Dijo Hillary, pero la sonrisilla no se le iba. Marcus alzó las palmas, dirigiéndose a Alice para engancharse de su brazo mientras decía. - Todos mis modos son excelentes, pero no os quiero intoxicar. Os dejo que dosifiquéis con los demás. - Theo y Sean ya le estaban abucheando, pero él miró a su novia con una sonrisa radiante y dijo. - ¿Nos vamos a la playa, mi amor? -




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    Con Marcus y toda la tropa| En Saint-Tropez| 22 de junio de 2002
    Su novio entró por todo lo alto elogiándolas a ellas y a las flores. — ¿Qué habrán estado hablando? — Cuando Marcus se ponía grandilocuente, por algo era, algo intentaba esconder o resaltar más que otra cosa. Y a juzgar por la cara de Sean, se lo podía imaginar. Menos mal que su prima siempre estaba muy dispuesta a distender el ambiente y Hillary, mientras fuera meterse con Marcus, siempre tenía una palabra en la boca. — Marcus pre-alquimista ya vislumbró un taller ahí. — Dijo levantándose y abrazando a su novio, apoyándose sobre él, mientras señalaba el campo vacío junto al jardín de la casa. — Y lo tendrás. — Luego miró a las otras. — Y el Marcus bebé era precioso, adorable y un angelito al que una Alice bebé loca le mordía la nariz. — Hillary resopló. — Mira, que grima dais. Ya hablando de propiedades y niños. — Alice abrió mucho los ojos y levantó las palmas de las manos. — ¿Pero quién ha hablado de niños? — Negó con la cabeza y tiró de su novio. — Venga, no me seais carcas, vamos a la playa.

    La playa de Saint-Tropez le daba vida, definitivamente. Para ella, no empezaba el verano hasta que no ponía un pie en aquella arena dorada y vislumbraba el Mediterráneo. Entrelazó la mano de Marcus con la suya y sonrió. — Otra vez aquí. Juntos. — Giró la cabeza para besarle. — No sabes cuánto necesitaba volver. — Y se dirigieron a donde tenían casi de forma permanente la sombrilla, dejando las cosas y quedándose en bikini. — ¿Nos bañamos? — Sugirió Hillary, quitándose también el vestido, lo cual le mereció el reconocimiento menos discreto de la historia por parte de Sean. — A Gal no la dejan bañarse. — Dijo su prima para pinchar. — No es verdad. Ya no tengo doce años. Y siempre me han dejado bañarme si estaba Marcus por aquí. — Dijo sacándole la lengua y luego yendo a rodear a su novio. — ¿A que sí, mi amor? — Su prima puso los ojos en blanco y empezó a hacerle burla, pero Theo la cortó. — ¿Esa es tu casa, Jackie? — Alice se giró y le miró, conteniendo una sonrisa. Vaya, qué discreto, hijo de Helga Hufflepuff, pensó, tratando de aguantarse. — ¡Sí! ¿No te la he enseñado aún? — Él negó con la cabeza. — Pues vamos en un momento. — Sugirió ella, muy dispuesta. — ¡Ah vale! Vamos ahí primero y ahora nos bañamos. — Aquella intervención de Sean se mereció un hondo suspiro por parte de todos. — Sean… Ven, vamos bañándonos y luego ya nos pasamos por ahí. — Sugirió Hillary, acercándose y agarrándole el brazo. Argumento suficiente para Sean, claro. — Ah… Vale, vale… — Y le hizo una seña con el pulgar a Theo, que acabó suspirando. — Vosotros… Id y ya os avisaremos… De lo que sea. — Dijo Alice mirando significativamente a su prima.

    Cuando se habían alejado un poco, su amigo se giró. — Joder, avisadme de estas cosas. Sean, cariño, no podía estar más claro. ¿Y yo qué sé? Si esa una casa en obras. No hay cama ni nada, no… — Alice entornó los ojos. — Qué normativo eres, Sean. ¿Yo? ¿Normativo yo? — Dijo señalándose, ofendido. — ¿Y tu novio?¡Uy! Si yo te contara. — Contestó ella muy alegremente mientras le echaba crema en la espalda a Marcus. — Y hablando de estar solos, ¿no queréis iros a dar una vueltecita? — Hillary se sonrió. — Bueno… ¿Hay algo bonito que ver? A ver si nos vamos a perder. — Aportó, brillantemente, Sean. — Hoy estás espesito, amigo. — Le tuvo que decir. — Dime ¿hacia dónde le tiro? — Preguntó Hillary, y aprovechó para apartarla un momentillo. — Oye, el paseo está bien, pero viendo la disposición de mi amigo, a lo mejor os viene bien el desván esta noche. ¿Esta noche? — Alice asintió. — Amiga, algo me dice que al desván le quedan máximo veinte minutos, y muy largo te lo estoy fiando, para estar ocupado. — Se giró y miró a Sean. — Además, creo que le va a venir bien pasar tiempo a solas y relajarse. Hazme caso. Si te lo llevas ahora a la cama, igual cortocircuita. — Su amiga asintió con una risa. — Solo estad de vuelta para la cena, que no tenga que poner excusas malas, que mi tía Simone lo caza todo al vuelo. — Y le hizo un gesto a Sean para que se acercara, y se intercambió por él, llegando a la altura de su novio. — Hola, profesor O’Donnell. ¿Vas a querer enseñar a nadar a esta alumna díscola?






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    Sáb Ago 20, 2022 9:22 am


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    Con Alice y toda la tropa| En Saint-Tropez | 22 de junio de 2002
    Rio y achuchó a su novia cuando dijo cómo eran ellos de bebé, y alzó la barbilla con altanería hacia Hillary. Puede que hubiera mirado un poco de reojillo la reacción de Alice a eso de "propiedades y niños", pero simplemente mantuvo su dignidad ante su amiga y no añadió nada más. Se dejó arrastrar hacia la playa y sonrió ampliamente, llevándose la mano de Alice a los labios y besándola con cariño. - Otra vez aquí. Juntos. - Repitió sus palabras. Sí, habían vuelto a esa playa. Ya habían estado en Pascua, pero querían volver en verano, resarcirse del anterior. Parecía que había pasado toda una vida. Una vida que había mejorado considerablemente.

    Se colocaron en la sombrilla, entre risas y sonrisas, y Marcus estaba dejando sus cosas bien colocadas cuando Hillary sugirió bañarse, quitándose el vestido. Hasta ahí todo normal para él, pero le dio por mirar a Sean... Y vaya cara tenía puesta. Rio con el comentario de Jackie, contestó a su novia que por supuestísimo que sí y, aprovechando que se había iniciado una conversación en otra dirección, miró con intensidad a su amigo. Disimula, tío. Parecía decirle con los ojos, y Sean medio lo captó, porque retiró la mirada y empezó él también a colocar sus cosas y a quitarse la camiseta. Marcus negó con la cabeza. De verdad... esperaba no tener que pasarse todas las vacaciones así.

    Claro que, cuando Sean se desvió del foco Hillary, entró perdido a la conversación siguiente. Marcus se rascó la frente. Menos mal que fue ahora Hillary la que se lo llevó al agua. Ahógalo de mi parte, pensó, pero en su lugar miró a Alice, contuvo una sonrisilla y negó con la cabeza. Este Sean... Se dirigieron al agua y el chico empezó a defenderse. - Tío, creía que habías entrado en Ravenclaw por tu ojo para el detalle. Ha sido salir del colegio y perderlo. - Ja, ja. Estaba distraído. - ¿Sí? ¿Con qué? - Cállate ya. - Marcus rio entre dientes. Por supuesto, ya arremetió contra él, lo cual hizo a Marcus soltar una carcajada. Inocente de él que no esperaba que Alice contestara con tanta obviedad, lo cual le hizo toser. - Bueno, vamos a estar pendientes de lo que estamos y eso. Que luego me quemo. - Trató de desviar, un poco colorado, aludiendo a que su novia debería fijarse más en echarle crema y menos en dar detalles de su vida sexual al aire. Al final le daban el viajecito entre todos.

    Lo bueno es que siempre podía confiar en su novia para buscar estrategias para quedarse solos, y esta no había sido la más discreta del mundo, pero sinceramente, sabiendo ya todos lo que había y por qué estaban allí, le daba un poco igual mientras consiguiera su objetivo. Se aguantó la risilla y le dijo a Sean con un puntito irónico. - No te preocupes, que si te pierdes yo voy a buscarte. - Miró de reojo a Alice, que aún estaba a su espalda echándole crema, y murmuró. - Me apareceré lejos por si acaso. - Aludiendo a aquella vez que André casi les pilla, y teniendo que aguantarse la risa para que los otros no le pillaran. Alice terminó de echarle crema y se alejó con Hillary. Marcus miró a las chicas de reojo y, cuando las vio lo suficientemente distraídas, se acercó a Sean y le dio un tortazo en el brazo que le hizo dar un respingo y quejarse. - ¿Tú estás tonto o estás tonto? - ¡Joder, Marcus! - Susurró el otro con un punto de agobio. - Me vais a volver loco entre todos hoy. ¿No os dais cuenta de que no estoy en lo que estoy? - Nos damos cuenta, créeme. Hillary no tiene demasiada tolerancia a las estupideces y es de todo menos tonta, así que espabila. - Bueno, aguantó a Holbein casi seis meses... - Dios... - Se frotó la cara con desesperación. - Definitivamente, no estás en lo que estás. Vete con ella, anda. - Sean achicó los ojos. - Tú lo que quieres es quedarte a solas con Alice. - ¡Bravo, genio! ¡Es lo que queremos las tres parejas que hemos venido aquí! Así que deja de balbucear y haz lo que tienes que hacer de una vez. - Oh, perdón, maestro del impresionar a la chica que te gusta. ¿Tienes algún toro de repuesto que prestarme? - Tú eres idiota, de verdad te lo digo. - Pero Alice ya estaba llamando a Sean así que casi lo empujó para que se fuera.

    Sonrió a su novia con ese puntito chulito que a él le salía tan bien. - Hola, señorita Gallia. ¿Cómo de díscola es usted? Preferiría no tener ciertos problemas en el agua. - Miró de reojo a sus amigos, comprobando que estaban ya bien lejos, y se acercó a ella, dándole un toque con el índice en la nariz y bajando la voz para decirle. - Como también preferiría que no dijeras lo normativo o no normativo que soy en ciertos ámbitos delante de la gente, graciosilla. - Soltó aire por la boca, poniéndose colorado otra vez. - Por Dios, Alice. Que parece que no me conoces. - Con lo que le gustaba a él fanfarronear, pero cuando la realidad se hacía muy evidente en el plano íntimo, ya se ponía tímido. Se cruzó de brazos y se irguió. - Que sepas que, como profesor, sí que pienso ser muy normativo. ¿Crees que estás preparada para ello? - Se descruzó de brazos y alzó un índice. - Lección número uno: si no sabes nadar, no puedes entrar en zonas en las que no hagas pies sin la protección adecuada, a saber, un elemento que te sujete y/o impida que te hundas. Por lo tanto... - Se acercó a ella y, pasando un brazo por su cintura y el otro bajo sus piernas, la subió en brazos. - Flotador O'Donnell a su servicio hasta nueva orden. - Dijo con una sonrisa, riendo después y dirigiéndose al agua. - Y, por llamarme no normativo delante de los demás... - Echó a correr, con ella en brazos y se lanzó sin piedad al agua, cayendo estrepitosamente los dos en esta y levantando la marea. Eso sí, no la soltó. Salieron ambos del agua y, antes de decir nada, le robó un beso, riendo después. Iba a hacer una bromita de las suyas, pero... Alice tenía los ojos tan azules en el mar, que inmediatamente se perdía. - Espero poder concentrarme... Eres una alumna demasiado guapa para este recién iniciado profesor. -




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    Con Marcus y toda la tropa| En Saint-Tropez| 22 de junio de 2002
    Con una amplia sonrisa, se puso a acariciar el pecho de su novio. — Creo que mi maestro acuático sabe perfectamente cuán díscola puedo llegar a ser. — Le encantaba ponerle nervioso. — Creo que puedo causarte problemas en el agua, pero nada que no puedas solucionar poniéndote un poquito firme como le gusta a esta alumna. — Y se mordió el labio. Si es que jugaría con su novio eternamente y a lo que él le quisiera seguir el rollo, cualquier situación era propicia. Eso sí, entornó los ojos a la petición de su novio. — Oh, vamos, no he dicho casi nada. Déjame presumir un poquito de novio intrépido… — Bajó el dedo desde su cuello al centro de su pecho, acercándose más él. — Delante de algunos que solo conciben hacerlo en una cama… — Le dejó un beso ardiente en la mejilla. — Y tú y yo somos más imaginativos que eso… Y bien que lo sabemos aprovechar. — Se separó mirándole a los ojos con su sonrisilla pilla y el sonrojo que se le ponía al pensar en esas cosas. Lo dicho, le gustaba demasiado. Sacó los morritos y asintió muy de seguido con la cabeza a lo de ser muy normativo. — Por supuesto que sí, amor mío. Tú sé todo lo normativo que quieras. Yo me encargo de la parte Gallia. — Y se echó a reír.

    Sin parar las carcajadas, se dejó coger en brazos por su novio y se agarró fuerte a su cuello. — Me gusta cuando me coges así. No pienso soltarme de mi flotador O’Donnell por nada del mundo. — Aseguró. Y a ver, era verdad, ella se agarraba a Marcus muy pero que muy gustosa. De hecho, solo dio un gritito cuando se tiraron al agua, pero fue uno divertido, de disfrutar de la sensación, porque el agua del Mediterráneo, a dos ingleses como ellos, se les hacía el paraíso. Se quedó mirándole mientras él se fijaba claramente en sus ojos. Ella asintió con la cabeza y se deslizó dentro de su abrazo a más cerca de su rostro. — No te desconcentres, mi sol, que no queremos que me hunda. — Rozó una de sus piernas con el costado de él y susurró. — Tú enséñame lo básico de nadar… — Dio un besito en sus labios, en respuesta al que antes le había dado él. — Y luego… Podemos… Probar lecciones menos ortodoxas en el agua, aprovechando que no tenemos pececillos cotillas… — Se rio al pensar en las otras dos parejas. — Están ocupados. Y eso nos da cancha a ti y a mí para hacer lo que queramos… — Abandonó el tonito sugerente y se separó, agarrándose fuerte a las manos de Marcus. — Pero ahora… Enséñeme, profesor O’Donnell.





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    Con Alice y toda la tropa| En Saint-Tropez | 22 de junio de 2002
    Sonrió, totalmente embobado, aunque trató de recuperar el tonito chulito, si bien no iba a juego con la cara de bobo con la que la estaba mirando. - ¿Que no me desconcentre? - Chasqueó la lengua, mirando sus labios y sus ojos. - Tú no te has visto, Gallia... Estás preciosa. - Arqueó una ceja. - Y acabas de decirme que puedes causarme muchos problemas en el agua. ¿Cómo no me voy a desconcentrar? - Rozó él también su nariz con la de ella. - Cada día estoy más seguro de que naciste para el propósito de ponerme nervioso. - Y cómo le gustaba a él que le pusiera nervioso. Cuantísimo la quería, y como se divertía con ella, no se divertía con nadie.

    Recibió su besito y asintió. - Lo básico, sí. Paso a paso. Hoy vamos a aprender a no morirnos si nuestro novio no nos sujeta en el agua. - Bromeó. No soltó sus manos pero dejó que pusiera los pies en el suelo, ladeando la cabeza para mirarla con cara de circunstancias, aunque con un punto pícaro. - Y luego no quieres que me desconcentre. - Miró de reojo a la arena. Efectivamente, por allí no había nadie curioseando. Sonrió y se acercó a su oído para susurrar. - Tú aprende a nadar... Y así tendrás más libertad para las cosas poco ortodoxas. - Dejó un beso en su cuello, un poco por debajo de su oreja, y se separó para mirarla. - Y no te creas que he perdido de mi mente que dormimos juntos esta noche. Solo estoy intentando contener las ganas de dar saltos de alegría. - Rio levemente. Lo peor es que era verdad.

    - Vale, a ver. Empecemos. - Se aclaró la garganta. - Lo primero que vamos a hacer es aprender a flotar. No podemos nadar si no sabemos, como mínimo, flotar. Te hago una prueba. No te asustes, no voy a soltarte, no me sueltes tú a mí, solo voy a demostrarte una cosa. Afianza bien los pies en el suelo. - Cuando se aseguró de que lo había hecho, despegó él los suyos de la arena, pero sin soltar sus manos. Encogió las rodillas y se quedó flotando como una bolla, en una postura un tanto ridícula pero que ilustraba lo que quería enseñar. - Flotamos por defecto. Ya sabes: proporciones de sal. Por poca que tenga, flotar es fácil en el agua, flotas casi por defecto. Ejemplo desagradable: los muertos flotan. - Puso los pies en la arena y ladeó varias veces la cabeza. - Sí, influyen otras cosas, pero tú me has entendido. Si te pones a patalear, probablemente te hundas, pero si simplemente te dejas llevar hasta la superficie del agua, puedes flotar bastante bien. Te ayudo a hacerlo. - Se acercó a ella y, poco a poco, soltó sus manos pero agarró su cintura. - Ahora tienes que hacerte la muñeca de trapo. - Dijo entre risas. - Confía en mí. - Volvió a agarrar a la chica, levantándola del suelo, pero tumbándola poco a poco en el agua. - Vale, tienes que ir tumbándote, como si quisieras ponerte tumbada en el suelo. Piernas estiradas. Yo te sujeto, mira, tengo los brazos en tu espalda, ¿los notas? No los voy a quitar. Simplemente, ponte recta y relaja el cuerpo, que yo estoy aquí. - Esperó a que Alice se pusiera lo más horizontal posible, y para relajarla, la miró a los ojos y sonrió. - Hola, guapa. - Mejor no la hacía reír o se hundiría de verdad. - ¿Qué? ¿Cómoda? Sigo teniendo los brazos en tu espalda. Los iré retirando poquito a poco para que veas que no te hundes, pero primero tienes que estar relajada. -




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    Se rio desde la garganta y entornó los ojos. — No, te he visto a ti, mi querido profesor. — Pasó el índice por sus labios, lo bajó por la barbilla y luego a su pecho. — Y te puedo asegurar que me desconcentras y mucho. — Rio con el roce de la nariz, y dejó caer los párpados al sentirle más cerca. — Es muy posible que naciera justo y exactamente para eso, amor mío. — Admitió.

    Se comportó y puso los pies en el suelo, aunque el agua le cubría bastante más que a Marcus, hasta el cuello concretamente. Amplió la sonrisa y asintió cual niña buena ante el susurro. — Ajá… Eso mismo haré, profesor. — Cerró los ojos y suspiró ante ese beso, sonriendo después. — Claro, mi amor, si esto es solo el aperitivo. Porque yo sé que no te gusta perderte ninguna comida. — Le susurró en aquel tono que ella sabía ponerle.

    Pero a ver, había que aprender a nadar, había que concentrarse que, por mucho que no le gustara reconocerlo, le daba un poco de miedo. Asintió y clavó los pies en el suelo, pero agarrando bien las manos de Marcus. Eso sí, la visión de su novio hecho una bolita en el agua, con la cabeza fuera, se le antojó graciosa. — Estás monísimo así. — Ah sí, esos ricitos pegados a la frente, y sus ojillos verdes y sus pecas… Por Merlín, sí que era difícil concentrarse. Asintió también a lo de la sala, y empezó a sentirse un poco más segura. Si había una explicación lógica, lo iba a agradecer, le gustaba tener esa tranquilidad que daban los hechos objetivos. Aunque fueran poco agradables como lo de los cadáveres. — No, pero es muy buen ejemplo, porque nada se mueve menos que un cadáver, desde luego. — Eso sí, sacó un pucherito a lo de patalear. — Es que eso me sale solo, supongo que es instinto, pero vale, me relajo. — Concedió.

    Se rio a lo de la muñeca de trapo y se dio cuenta de lo que su novio intentaba. Sí, cuando era pequeña, su padre la ponía así en el agua y la arrastraba por allí de los tobillos, la hacía reír como loca. — Confío totalmente en ti. — Le dijo mirándole a los ojos. Luego los cerró y respiró, tranquilizándose a pesar de que sentía esa advertencia en el estómago del miedo advirtiéndole de que estaba haciendo algo peligroso para ella. Pero Marcus estaba allí, hablándole en aquel tono tan suave y adorable, solo podía sentirse segura. Cuando puso la postura que Marcus decía, abrió los ojos, y tuvo que reírse con el saludo de su novio. — Hola, guapo. No me disgusta esta posición, ¿sabes? Pero sí, no estoy mal. — Dijo, tratando de destensarse un poco. Asintió a lo de los brazos y respiró profundamente mientras notaba que los retiraba. Y de repente, solo notó agua a su alrededor pero, efectivamente, estaba flotando. Rio suavemente y casi que no quiso ni mover un músculo. — ¡Mira! ¡Funciona! ¡Estoy flotando! Tenías razón como siempre. — Sonrió girándose hacia su novio, mientras notaba como el trasero le tiraba un poco hacia abajo, pero se podía estabilizar sola. — ¿Y ya está? ¿De aquí derechita a nadar? — Preguntó entusiasmada. Ahora que había comprobado que podía flotar se sentía en todo lo alto.





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    Con Alice y toda la tropa| En Saint-Tropez | 22 de junio de 2002
    Lo de que se iba a relajar tenía que verlo él para creérselo, pero partiría de la base de que su novia estaba dispuesta a aprender y ser obediente. La parte buena, que con Alice no solía ser frecuente, era que, efectivamente, el agua le daba inseguridad e incluso miedo. No es que le gustara que su novia lo pasara mal, pero una Alice asustada era una Alice menos temeraria y más dispuesta a seguir directrices. Y eso, indudablemente, a él le venía bien.

    Aunque, a decir verdad, ver a su Alice teniendo que hacer un esfuerzo por relajarse tampoco era lo que más le gustaba del mundo. Sabía que los resultados iban a ser buenos, pero... Ah, maldita sea. ¿Quién te entiende, Marcus O'Donnell? ¿Cómo podía estar permanentemente quejándose de que la lagartija de su novia no parara quieta y no midiera los riesgos y, al verla así, estar deseando decirle "no, vuelve a ser tú, salta, corre, no pasa nada"? Si es que no se entendía ni él. A quién pretendería engañar: la Alice temeraria despertaba él todas las emociones que pudiera sacar una persona a relucir. Y eso le encantaba.

    Lo bueno era que ella confiaba en él y que, al parecer, tenía poder para relajarla, lo cual le hacía sentir seguro y ampliar la sonrisa. - Eso es bueno. - Dijo en tono bajo, para favorecer que siguiera relajada, y poco a poco fue retirando los brazos, bajándolos en el agua, sin que ella prácticamente lo notara, hasta que pudo echar él un paso atrás y comprobar, satisfecho, como Alice estaba flotando sola. No dijo nada, pero ella no tardó en darse cuenta. Rio. - Sí, ya lo veo. - Respondió riendo con ternura. - Así me gusta, dándome la razón como siempre. - Dijo chulesco, aunque sin perder la risa tierna. Lo que le sacó una fuerte carcajada (con un puntito de miedo, porque mucho estaba durando el modo prudente de su novia) fue su siguiente propuesta. - Uy, sí, lecciones finalizadas. Ya de aquí puedes aparecerte en cualquier superficie acuática. - Suspiró sonoramente. - Esto es solo flotar, proyecto de pececillo. No quieras correr tanto. -

    Como Alice seguía flotando, hizo él lo mismo y se puso al lado de ella. - Hola. - Rio levemente y miró hacia arriba, al sol que les calentaba. - Así se está bien. - Rozó su mano, pero no quería tocarla mucho para que ella no sintiera que se desestabilizara. Solo que cogiera confianza estando ahí tumbada sobre la superficie del agua. Pasaron unos instantes en silencio y calma... Solo unos instantes, porque ya le estaban llegando las vibraciones de su novia queriendo saber cuál era el siguiente paso. - Entonces ¿seguimos? - Puso los pies en el suelo y esperó a que ella hiciera lo mismo, ayudándola. - Vale, no es difícil ponerse de pie, ¿a que no? - Agarró sus manos. - Te sujeto fuerte de las manos. Ahora, tienes que intentar levantar los pies del suelo, tumbarte pero esta vez boca abajo. Como estoy agarrando tus manos, la cabeza se te va a quedar fuera, pero quiero que intentes ponerte en horizontal lo máximo posible. - Esperó a que lo hiciera y sonrió. - Ahora, mueve las piernas. Como si estuvieras andando pero en el agua, no hace falta correr, sigue el ritmo conmigo. - Y, entre risas, empezó. - Uno, dos, uno, dos, uno, dos... -




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    Con Marcus y toda la tropa| En Saint-Tropez| 22 de junio de 2002

    Se sentía a gustito y contenta, así que ¿por qué no dorarle un poco la píldora a su novio? — Yo siempre que puedo te doy la razón, mi amor, porque se te pone muy buena cara, te pones más guapo aún. — Aseguró. Sí, hacer bromas estaba bien, se sentía mejor así. Y, de hecho, volvió a reírse con la exageración de su novio. — Sabes que en cuanto tengo una nueva habilidad quiero utilizarla lo antes posible, no me culpes, es otro tipo de espíritu Ravenclaw, mezclado con temeridad Gallia, rebajada por cortesía de Janet Gallia.

    Cuando se tumbó a su lado y la saludó volvió a reírse. — ¿Por qué eres tan mono? No conocía yo profesores que fueran tan cuquis. — Dijo correspondiendo a sus roces. Pero obviamente había que hacer más cosas. Ponerse de pie le daba un poco más de respeto, pero ya lo de darse la vuelta es que no terminaba de verlo para nada. Pero no iba a quedar una Gallia de cagada tampoco. Al hacerlo, estaba titubeando tanto que lo de la cabeza fuera no terminó de verlo, y chapoteó dando cabezazos un par de veces hasta que se estabilizó, escupiendo un poco de agua. — Me he puesto nerviosa. — Admitió, un poco avergonzada. A ver, que la teoría se la sabía, había visto nadar a los demás, sabía que, generalmente, se hacía tripa abajo, y ella iba a aprender a nadar porque sí, porque se lo había propuesto.

    Lo de mover las piernas como si caminara, tampoco terminaba de captarlo, y dio con los pies en la arena un par de veces, de fuerte que daba las zancadas, y de hecho solo conseguía ponerse más vertical, menos mal que Marcus la estaba agarrando, porque casi se pone a tragar agua otra vez. Pero cuando logró prestar atención al marcaje de los pasos, poco a poco, notó cómo volvía a flotar otra vez. — ¡Eh! ¡Que lo logro! — Tragó otro poco de agua, que escupió enseguida. — ¡Mira, mi amor! Ya más o menos lo hago como los que nadáis. — Apretó más fuerte sus manos. — Pero nos quedamos así, ¿vale? Y tú no me sueltas. — Sugirió, sin perder el entusiasmo, pero dándose cuenta de que para nadadora profesional no iba, desde luego.





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    Soltó una carcajada sarcástica... pero le gustó lo que le dijo. Era lo suficientemente Ravenclaw como para captar que eso era una estrategia de peloteo de su novia, pero también lo suficientemente Slytherin como para que le encantara que le adularan. - Tendrás que hacerlo más a menudo entonces. - Dijo con una caída de ojos. Y sí, sabía que su novia quería empezar a utilizar cualquier habilidad adquirida a la voz de ya, pero algo le decía que no iba a ser el caso de la natación. Alice estaba sorprendentemente insegura en el agua para lo que ella era.

    Volvió a reír. - Ya te lo he dicho, tengo una alumna muy guapa a la que enseñar. Qué menos que ser un profesor adorable. - Contestó. Lo cierto es que la labor de enseñar y tutorizar la tenía bastante practicada, se había pasado los tres últimos años de Hogwarts rodeado de niños (y bastante perseguido por Colin). Aunque no recordaba haber enseñado natación nunca a nadie, pero bueno, no dejaba de ser una actividad fácil de desgranar en pasos. Y Alice era buena alumna.

    Pero tenía bastante miedo, lo dicho, el agua no era su elemento. De hecho, al pensar esto, se guardó una risilla. - Fuego teniendo dificultades con el agua. - Rio un poco de garganta y luego dijo. - Perdón. - Mientras agarraba con fuerza las manos de Alice. A ver, estaban en una zona en la que podía ponerse de pie sin problemas y él la estaba agarrando y bastante pendiente. Marcus era asustón y aprensivo, pero hasta él sabía que no le iba a pasar nada por tragar un poco de agua, por lo que la visión de Alice escupiendo chorritos de tanto en tanto se le antojaba graciosa. Pero mejor no se reía más, a ver si iba a dejarle allí plantado con su clase. - No te preocupes, mi amor. Es el primer día, y recuerda que yo no te suelto. - Que se había puesto nerviosa. Si es que la tenía que querer, ¿cómo podía resultarle adorable en todas sus facetas?

    Poco a poco fue poniéndose horizontal y Marcus la recibió con sonrisas y vítores. - ¡¡Muy bien!! Sigue así, uno, dos, uno, dos... - Siguió marcando para que Alice se afianzara en el movimiento un rato más, hasta que sintiera que le salía natural. Aunque lo de "los que nadáis" le hizo reír. - Igualita, ya mismo me echas una carrera. - Se quedaron así un rato más, pero ya vio que Alice empezaba a cansarse. - Vale, paramos, poquito a poco. Los pies a la arena, como estabas antes. No te suelto. - Y, cuando ya estuvo de pie, se abrazó a ella con fuerza. - Mi pececillo azulito. ¿Qué voy a hacer yo ahora sin poder cazarte tampoco en el agua? Te me vas a escurrir ya sí que sí por todas partes. - Dijo, sin parar de reír, dando un fuerte beso en su pelo y añadiendo. - Al menos ya tengo práctica para cuan... do me surja enseñar a más gente. - Nada, que no lo podía evitar. ¿Dejaría algún día de decir "para cuando tengamos hijos" y derivados? Ya habían hablado muchas veces del tema y habían decidido dejarlo en standby, y se habían prometido cosas. Ah, pero es que no lo podía evitar. No lo hacía por querer llevar la razón ni nada, era solo que... Saldría un hijo tan bonito, tan listo y tan divertido de la mezcla de Alice y él. Ya estaba, ya estaba en sus sueños despiertos otra vez. A ver si iba a ser él el que iba a tener que poner los pies en la arena.

    - Como primera lección no ha estado mal ¿no? - Dijo, aflojando un poco el abrazo para mirarla. - Podemos simplemente quedarnos por aquí flotando... tranquilitos... Ahora que están todas las no-parejas por ahí. - Rio levemente, dejando un besito en sus labios. Verano en La Provenza, por fin... Aquel sí que iba a ser un gran verano.




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    Con Marcus y toda la tropa| En Saint-Tropez| 22 de junio de 2002

    Iba a sacarle la lengua a la gracieta del fuego y el agua, pero no le parecía tan buena idea en el estado en el que estaba. Además, luego le dijo que recordara que él no la soltaba, y ella se derretía fácilmente con cosas como esa, así que solo pudo seguir haciendo lo que su novio le decía.

    Como buena Ravenclaw, le gustó que le dijera que iba muy bien, aunque ambos sabían que de ahí a nadar de verdad había un camino largo cuanto menos. Fue parando, tal y como le decía su novio, y no pudo evitar sentir alivio al posar los pies en la arena. El miedo podía llegar a ser agotador, y encontrarse segura de verdad otra vez, era de agradecer. Y el abrazo de Marcus lo remató todo. Daba igual cuántas veces se hubieran abrazado (y más que abrazado a esas alturas), siempre hacía que le saltara el estómago, y más estando así, piel con piel debajo del agua. Rodeó su cuello con los brazos y se dejó colgando de él. — No tienes que cazar algo que no quiere escaparse. — Dijo rozando su nariz con la de su novio con una sonrisa. — No voy a escurrirme a ningún lado, quiero quedarme aquí contigo… — Y aprovechó la firmeza de la posición de su novio y su postura para rodearle el tronco con las piernas y sentirse ya segura del todo.

    Entornó los ojos con una sonrisa cuando dijo lo de enseñar a alguien a nadar. — Dylan ya sabe, privilegios de ser el pequeño, vaya. — Ladeó la cabeza y le miró a los ojos. — Igual podemos enseñar a Miranda y Lucas. — Pero sabía en qué había pensado su novio, o se lo imaginaba, vamos, por la forma de cortarse. Pero ahí estaba la clave, se había cortado, por lo que ella no ahondaría en el tema. A él le había quedado claro que ella necesitaba tiempo, enfrentar el miedo… Como a nadar. Y ella le había prometido que, cuando venciera ese miedo, tendrían una familia. De hecho… — Gracias por ayudarme a superar ese miedo que me da el agua. — Dejó un suave beso en sus labios. — Se te da bien ayudarme con los miedos. Y a mí batallarlos. — Era una respuesta velada, lo sabía, pero lo que quería decir era “mira, he superado esto. ¿Qué no podré superar si tú estás a mi lado, ayudándome a ello?”.

    Sonrió a la sugerencia de su novio de quedarse flotando por allí. — Y que no hay Dylans con ganas de jugar a los tiburones. — Dijo con una risita entre dientes. — Este va a ser nuestro verano. — Le aseguró. Y sí, lo iba a ser. Por fin estaban juntos y disfrutando como pareja de todo aquello, sin miedos ni inseguridades absurdas. Subió la mano a sus rizos y los peinó con los dedos, despejando aquella cara tan preciosa. — ¿Sabes qué me encantaba de bañarme contigo? — Se acercó a su rostro. — Tener una excusa para tocarte todo lo que quisiera. — Bajó la mano por su cuello y suspiró. — No he podido tenerte todo lo que querría estas semanas. — Se acercó a sus labios y le besó, mientras pegaba su cuerpo al de él. — Estaba ansiando el momento de meterme al agua y poder… Tocarte todo lo que quisiera. — Se pegó a él, abrazándole fuertemente, sintiendo su cuerpo pegándose. — Y, ahora que puedo, besarte todo lo que quiera. — Dijo besándole justo después con intensidad, buscando su lengua como si le diera aire. Se separó y le acarició la mejilla con el índice. — Dime, mi sol, ¿qué te gusta más? ¿Que te toque o que te bese?





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    Se derretía cuando su novia le decía que quería quedarse con él, que no se escaparía a ninguna parte. Ya había perdido el miedo a que eso ocurriera, Alice le había más que demostrado lo mucho que le quería y tenía plena confianza en la vida que les esperaba juntos. Aun así, nunca estaba de más escucharlo, y cuando lo hizo la achuchó con más fuerza, haciendo ruiditos cariñosos, como un niño que abraza a su peluche porque le parece absolutamente adorable.

    O Alice no había captado su casi patinazo con lo que iba a decir, o sí lo había hecho pero le estaba siguiendo el rollo, por lo que sonrió. - Mira, me parece una gran idea. Sobre todo a Lucas, porque insisto, ese niño va a ser Ravenclaw. - A él no lo bajaban de esa escoba con tanta facilidad. - Miranda puede que sea un poco menos agradable en las lecciones. - Dijo entre risas. Ya se estaba imaginando la vocecilla chillona de su prima quejándose porque se iba a ahogar, porque ahí no hacía pie, porque eso era mucho esfuerzo, porque le estaba haciendo daño en los brazos, porque... Todo lo que se le pudiera ocurrir.

    Sonrió, notando su corazón ensancharse, y después de recibir su beso, respondió. - Porque eres la persona más valiente que conozco. - Acarició su mejilla. - Y hace años que nos prometimos batallar nuestros miedos juntos y ayudarnos el uno al otro. - Qué tiempos en los que un boggart infantil eran el mayor de sus problemas, y aun así, en su momento lo vivieron con horror. Y, si a una conclusión pudieron llegar, era que lo mejor que podían hacer era batallarlo juntos. Prefería no pensar... en el último boggart al que tuvieron que enfrentarse. Así que tragó saliva, amplió la sonrisa y dejó un besito tierno en su nariz. - Alguien tiene que vigilar que no te caigas por el precipicio, pajarillo inquieto. - Dijo con una risita de adoración. Sí, él se desviviría por ella si hiciera falta, y la ayudaría con cualquier miedo que quisiera superar... cualquiera.

    Rio y rodó los ojos. - Me da que Dylan ya mismo tiene personas mejores con las que jugar a los tiburones... - Dejó caer, sonando cien por cien como su padre cuando él mismo estaba alcanzando esa edad en la que prefería estar con Alice a estar con él. Ladeó la cabeza, con una sonrisa, esperando a que Alice respondiera a su propia pregunta. Dicha respuesta le hizo reír levemente entre dientes. - Vaya... señorita Gallia, qué callado se lo tenía. - Hizo una floritura casi medieval, mirando hacia arriba, pomposo. - Yo es que siempre fui más romántico. Y lo que más me gustaba de bañarme contigo... - Bajó la mirada y la clavó en la de ella. - Es lo preciosos que se ven esos ojos de Ravenclaw al lado del agua. No pensé que pudieran ser más azules hasta que te vi aquí. - Se mojó los labios con una sonrisilla pícara y añadió. - Bueno, lo de que no puedas nadar y así escaparte a hacer alguna locura de las tuyas, siempre fue otro punto a favor. - Bromeo, riendo.

    Ah, pero su novia estaba acariciándole y eso le cortaba bastante las bromitas y le hacía acercarse más a ella. - Ah... ¿Solo puedes tocarme en el agua? - Preguntó con voz suave, acercándose a ella y chasqueando casi mudo la lengua. - No voy a poder salir de aquí entonces. - A cada beso que se daban más se buscaban, más se pegaban y menos espacio quedaba entre ellos. Bajó las manos por su espalda, acariciándola. El tacto de su piel mojada era una experiencia diferente, otro nivel diferente, y le encantaba. Ahora entendía muchas cosas. Ahora entendía a qué se refería su padre con "los jueguecitos en el agua". Oh, sí. Cómo había buscado tocarla en el agua toda la vida, sin reconocer lo muchísimo que eso le gustaba. - Hmm... - Fingió pensar a la pregunta que le hizo, mojándose los labios y mirando los de ella, rozando su nariz con la de la chica. - Esa pregunta es difícil y malintencionada, mi luna. - Besó sus labios una vez más, acariciándolos con su lengua, y al separarse añadió, sin perder el tono susurrado. - Qué te parece... ¿depende? - Dejó un par de besos en su mentón. - Si nos mira el sol... Bésame. Me gusta que me beses. - Dejó otro beso en sus labios. - Y si nos mira la luna... - Acarició sus brazos ligeramente con los dedos hasta llegar a sus manos, permitiendo que estas le tocaran y mirándola a los ojos. - ¿No dices que te encanta tocarme? - Ladeó una sonrisa. - Entonces, tócame. Tú eres la luna. Puedes hacer lo que quieras. -




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    Con Marcus y toda la tropa| En Saint-Tropez| 22 de junio de 2002

    Tuvo que reírse a lo de que Lucas iba a ser Ravenclaw. Como al final no fuera, no iba a haber quien lo aguantara, vaya. — Tendrán que aprender de cualquier modo, que luego no se vean como la prima Alice, dieciocho años y tiene que agarrarse a su profesor de natación como si le fuera la vida en ello. — Pero sí, no veía a Miranda poniendo siquiera un pie en la playa, la verdad. Dudaba que tuviera un código de etiqueta para dicha situación, aunque todo era cuestión de preguntarle a su abuela Helena, seguro que algo se le ocurría. Menudo dúo, se le ponían los pelos de punta.

    Sonrió con ternura a lo que decía su novio. — Siempre dices que soy valiente yo, y te olvidas de ti. Somos valientes juntos, amor mío, como todo, lo hacemos mejor juntos. — Y respondió a ese besito. Podría estar todo el día así. — Yo ya no camino al borde del precipicio, Marcus. Yo ya solo camino de tu mano y me da igual lo de alrededor. — El precipicio de Alice siempre había sido admitir sus sentimientos y perder el miedo al desamor y la pérdida a la libertad. Una vez superado eso, se había dado cuenta de que no había tal precipicio.

    Se tuvo que reír a lo de Dylan. — ¿Crees que tú y yo nos veíamos así? — Preguntó divertida. — Ahora que lo recuerdo… — Pasó de nuevo los dedos por sus rizos. — Cuando te quitaba la arena de los rizos… Y me agarraba bien fuerte a ti y pensaba… Wow… Que cerca estamos. — Dijo acercándose, para terminar en sus labios de nuevo. — Y yo sin darme cuenta de nada. De hecho ese día pensé “igual ya no quiere ser mi amigo más” porque las hormonas me habían traicionado y fastidiado el día. — Se rio y le abrazó con cariño. Habían compartido prácticamente todo en sus vidas, y ahora podían dedicarse simplemente a vivirlo sin miedos. La vida podía ser agradecida también.

    Alzó la ceja y le miró. — Callado sí, pero era bastante evidente con todo mi lenguaje corporal que eso era exactamente lo que quería. — Sonrió más a lo de los ojos y se dejó colgar del cuello de su novio hacia atrás. — Así que los ojos, eh… — Volvió a enfocarle, clavándole la mirada directamente. — Qué cosas me dices, mi amor… — Posó la frente sobre la suya y ladeó una sonrisa. — Pero creo yo que… Estando como estábamos de alterados en el verano de quinto… — Apretó un poco más sus piernas entorno a él. — Y pudiendo tenerme casi casi desnuda al lado… Tú también pensabas en cosas que no eran mis ojos. — Y buscó sus labios sin perder la sonrisa, deleitándose con su lengua.

    Negó con la cabeza a lo de no salir de ahí y chasqueó la lengua. — No, no te voy a dejar. Ahora que te tengo aquí y puedo tocarte todo lo que quiera… — Contestó en tono sugerente sin perder la sonrisa. Alzó las cejas y asintió a lo de la pregunta difícil. — Pero el alumno más brillante de Hogwarts podrá contestar a una pregunta de planteamiento tan simple, ¿no? — Frunció los labios y movió la cabeza a los lados con el “depende”. — Bueno, tendré que dártela por buena, pero no te creas que me hace mucha gracia. — Levantó los ojos y dijo. — Oh, pues mira, nos está mirando. — Y respondió a aquel beso, que ya no tenía nada de besito inocente, y que respondía a la pasión que ambos notaban fluir entre ellos. Dejó que entrelazara sus manos, sin dejar de mirarle a los ojos hipnotizada. — Ah, claro, si la luna soy yo. Puedo tocarte también. Y como estamos los dos… Puedo hacer las dos cosas. — Y buscó sus labios mientras bajaba las manos con deleite por el cuello, y seguía bajándolas por el tronco. — Ah, pero yo siempre tengo más preguntas, mi sol. — Pero antes volvió a sus labios, con rapìdez, con ansia, devorándole por todas esas veces que no habían podido estar así en los últimos días. — Dime… ¿Qué te gusta más… Besarme o tocarme? — Bajó los besos por su cuello, mientras seguía recorriendo su tronco y sus brazos con caricias anhelantes. — ¿Y dónde? Porque yo tengo preferencias.






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