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El pájaro en el espino
Marcus & Alice | Continuación Golden Shields | Inspired - Libros (Harry Potter Universe)
Estaba escrito. Marcus O’Donnell y Alice Gallia estaban predestinados a estar juntos desde antes de nacer, aunque las vicisitudes de la vida y sus familias, les impidieron conocerse hasta llegar a Hogwarts. Desde el primer día, en las barcas, sintieron esa conexión única que acabaría desembocando en la más bella historia de amor, pero hicieron falta siete años de idas y venidas, de heridas tan dolorosas como la pérdida de una madre o la apertura de secretos familiares que podían traer un terremoto a la vida de todo el mundo, para que acabaran juntos y felices.
Marcus es el primogénito adorado de la importante familia O’Donnell. Criado entre eruditos y con una familia unida, recto, prefecto durante tres cursos completos en Hogwarts, amante de las normas y con una inteligencia privilegiada. Nada haría augurar que acabaría entregando su corazón a Alice Gallia, otra mente brillante de Ravenclaw, pero proveniente de una familia con un pasado turbulento por parte de su madre en América, y mucho menos fan de las normas e inherente al caos. Pero ellos se adoran, las familias han recuperado el vínculo y se apoyan y la alianza O’Donnell-Gallia es un fuerte vínculo que va desde Irlanda a La Provenza.
Juntos fueron los mejores alumnos de Hogwarts, juntos quieren comerse el mundo y ser alquimistas. Ahora saben que se aman y que quieren estar juntos, pero no todo puede ser tan fácil. Les quedan mucho años de estudio y trabajo por delante para llegar a ser quienes quieren ser, las situaciones familiares no son las ideales y aún quedan temas sin resolver.
La historia de Marcus y Alice no podía acabarse al salir de Hogwarts, queda mucha alquimia, mundo que recorrer, momentos felices, dramas y mucha mucha alquimia y magia, que es para los que ambos nacieron. Además, aún no se han cumplido las dos profecías: queda una boda con mucho espino blanco y la creación de un nido… La última página está muy lejos de ser escrita, y esto es solo la primera parte.
Marcus es el primogénito adorado de la importante familia O’Donnell. Criado entre eruditos y con una familia unida, recto, prefecto durante tres cursos completos en Hogwarts, amante de las normas y con una inteligencia privilegiada. Nada haría augurar que acabaría entregando su corazón a Alice Gallia, otra mente brillante de Ravenclaw, pero proveniente de una familia con un pasado turbulento por parte de su madre en América, y mucho menos fan de las normas e inherente al caos. Pero ellos se adoran, las familias han recuperado el vínculo y se apoyan y la alianza O’Donnell-Gallia es un fuerte vínculo que va desde Irlanda a La Provenza.
Juntos fueron los mejores alumnos de Hogwarts, juntos quieren comerse el mundo y ser alquimistas. Ahora saben que se aman y que quieren estar juntos, pero no todo puede ser tan fácil. Les quedan mucho años de estudio y trabajo por delante para llegar a ser quienes quieren ser, las situaciones familiares no son las ideales y aún quedan temas sin resolver.
La historia de Marcus y Alice no podía acabarse al salir de Hogwarts, queda mucha alquimia, mundo que recorrer, momentos felices, dramas y mucha mucha alquimia y magia, que es para los que ambos nacieron. Además, aún no se han cumplido las dos profecías: queda una boda con mucho espino blanco y la creación de un nido… La última página está muy lejos de ser escrita, y esto es solo la primera parte.
AQUÍ COMIENZA ALQUIMIA DE VIDA: PIEDRA, PARTE 1
Índice de capítulos
1. La eternidad es nuestra
2. The birthday boy
3. Juntos pero no revueltos
4. Rêve d'un matin d'été
5. Don't need to go any further
6. The ghost of the past are the fears of the future
7. Que alumbra y no quema
8. Where it's peaceful, where I'm happy, where I'm free
9. Could you never grow up?
10. El largo vuelo
11. Family fights together
12. The language of facts
13. El ejército
14. They made their way
15. De cara al pasado
16. Toda la carne en el asador
17. Con los pies en el suelo
18. The encounter
19. Titanium
20. La bandada
21. Turmoil
22. En el ojo del huracán
23. La mágica familia americana
24. Vientos de guerra
25. The hateful heirs
26. Damocles
27. Tierra sin ley, odio que ciega
28. Sueños de paz
29. Antes de despegar hay que aterrizar
30. Volar es un pensamiento que no se puede atrapar
31. El vuelo de las águilas
32. Como las piedras celtas
33. Are we out of the Woods?
34. Bad topic
35. The date
36. Furthermore
37. Sin miedo a la diversión
1. La eternidad es nuestra
2. The birthday boy
3. Juntos pero no revueltos
4. Rêve d'un matin d'été
5. Don't need to go any further
6. The ghost of the past are the fears of the future
7. Que alumbra y no quema
8. Where it's peaceful, where I'm happy, where I'm free
9. Could you never grow up?
10. El largo vuelo
11. Family fights together
12. The language of facts
13. El ejército
14. They made their way
15. De cara al pasado
16. Toda la carne en el asador
17. Con los pies en el suelo
18. The encounter
19. Titanium
20. La bandada
21. Turmoil
22. En el ojo del huracán
23. La mágica familia americana
24. Vientos de guerra
25. The hateful heirs
26. Damocles
27. Tierra sin ley, odio que ciega
28. Sueños de paz
29. Antes de despegar hay que aterrizar
30. Volar es un pensamiento que no se puede atrapar
31. El vuelo de las águilas
32. Como las piedras celtas
33. Are we out of the Woods?
34. Bad topic
35. The date
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37. Sin miedo a la diversión
Marcus O'Donnell Alquimista | Timotheé Chalamet | Freyja |
Alice Gallia Alquimista y enfermera | Kaya Scodelario | Ivanka |
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Rêve d'un matin d'été {+18} Con Marcus y toda la tropa| En Saint-Tropez| 22 de junio de 2002 |
Se rio, porque tenía ganas de reír, francamente, aunque sabía que su novio estaba siendo un poquito cruel con Sean. A decir verdad, solo quería besarle, sentirle junto a ella, disfrutar de que por fin estaban solos de verdad. Se dedicó a dejar besos en sus labios y por sus mejillas, poniéndose de puntillas para llegarle más cerca. — ¿Cómo te pongo O’Donnell? — Rio y susurró en su oído. — Me gusta que me lo digas. —
Iba a contestar de forma más elaborada a lo del hechizo, pero los besos de Marcus por su cuello la hicieron cerrar los ojos y entreabrir los labios, mientras subía la mano a sus rizos, como si le rogase que se quedase ahí, que quería simplemente disfrutar de aquella sensación. Cuánto echaba de menos su lengua y sus manos, era una agonía verlo todo el tiempo y no poder estar así, la verdad. Nunca había valorado tantos los momentos de pasión transitoria en Hogwarts hasta que tuvo que verlo todo el rato en presencia de las familias.
Juntó su frente con la de él mientras notaba cómo la empujaba hacia la cama y ella se dedicaba a desnudar su torso, porque quería sentirle piel con piel. — ¿Qué idea? Tengo muchas ideas, O’Donnell, soy Ravenclaw. — Y volvió a atacar sus labios, al principio estrechándole entre sus brazos, y luego bajando las manos por su torso hasta llegar a su pantalón. — ¿Te refieres a la idea de provocarte estando en el mar para dejarte con la miel en los labios? — De hecho, pasó su lengua por ellos con deleite. — Si así fuera te la quitaría gustosa. — Susurró juguetona, mientras desabrochaba el pantalón. — ¿O te refieres a preguntarte en que sitios te gusta más que te bese y te toque para ahora poder usarlo? — Y bajó la mano por su ropa interior mientras le besaba con ansia. — Ahora volvemos a estar el sol y la luna, encerrados en nuestro cielo particular. Podemos tocarnos y besarnos cuanto queramos. —
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
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Rêve d'un matin d'été {+18} Con Alice y toda la tropa| En Saint-Tropez | 22 de junio de 2002 |
Ladeó una sonrisa, mirándola mientras le tentaba, mientras cogía su pregunta y se la alargaba, como hacía siempre. Y él se hacía el "tensado" (bueno, ya ni eso, ya simplemente se hacía de rogar), pero se las ponía en bandeja y lo sabía. - ¿Que cómo me pones? - Besó su cuello, cerca de su oreja, susurrando. - Ya sabes cómo me pones. - Siguió dejando leves besos. - ¿Prefieres que te lo diga... o que te lo demuestre? - Ella podía retorcerle las preguntas, pero él también sabía hacer eso. - Me pones... - Y lo dejó en el aire a sabiendas, sustituyendo cualquier palabra que pudiera decir por más besos, más caricias, y cada vez menos sutiles.
Dejó que Alice empezara a desnudarle, mientras él no se despegaba de ella, todo lo contrario, se acercaba más a su cuerpo y a la cama al mismo tiempo. Ya solo el tacto de sus manos por su torso le aceleraba y le anticipaba. Rio brevemente, aunque sin dejar de admirarla, de mirar su cuerpo como si fuera la primera vez que lo veía, como si fuera lo más hermoso del mundo (lo era para él), pasando las manos por su cintura. - No eres Ravenclaw. Eres la reina de Ravenclaw. - Se estrecharon el uno al otro, besándose con necesidad, y ya estaba a punto de dejarse vencer para que ambos perdieran el equilibrio sobre la cama cuando Alice habló de nuevo. Volvió a reír de nuevo. - A una mezcla de todo eso. - Arqueó las cejas, mirándola a los ojos, tratando de contenerse después de que lamiera sus labios y sintiendo ya sus manos acercarse a su pantalón. - A venir, en primera instancia. A esa excusa tuya tan elaborada de traernos aquí a nuestros amigos... para tener bula para quedarnos solos con una habitación de matrimonio, sin nuestras familias presentes. - Se acercó a su oído y susurró con intensidad. - Eres muy muy lista. - Dejó un leve mordisco en su lóbulo. - Listo es aquel que utiliza su inteligencia para los mejores fines posibles. Y tú eres muy lista, Gallia... Y yo también, por aliarme contigo. - Y si Alice le encendía con una rapidez pasmosa, su novia seduciéndole a la vez que su orgullo engordaba le ponía a unos niveles estratosféricos.
- El sol y la luna. - Susurró con ella, entre besos, resbalando sus manos por debajo de su blusa, subiendo desde su cintura para poder quitarle la prenda. - Ahora pueden besarse y tocarse donde quieran y como quieran. - Se desprendió de la parte de arriba de la vestimenta de su novia y bajó los besos hasta su pecho, pasando las manos por su espalda, estrechándola contra él. - Se me ocurre una idea. - Susurró sobre su piel. - Besémonos por todas partes. Toquémonos por todas partes. Y cuando acabemos... Decidimos cual nos gusta más. - Desabrochó el sujetador de ella, descubriendo su pecho, y le dijo con voz seductora. - Empiezo yo. - Y, ya sí, se empujó a sí mismo y a ella sobre la cama, quedando encima de su cuerpo y bajando hacia su pecho, deleitándose en besarlos y acariciarlos con sus manos, encajándose con Alice y notando como el calor empezaba a subir entre ellos.
Dejó que Alice empezara a desnudarle, mientras él no se despegaba de ella, todo lo contrario, se acercaba más a su cuerpo y a la cama al mismo tiempo. Ya solo el tacto de sus manos por su torso le aceleraba y le anticipaba. Rio brevemente, aunque sin dejar de admirarla, de mirar su cuerpo como si fuera la primera vez que lo veía, como si fuera lo más hermoso del mundo (lo era para él), pasando las manos por su cintura. - No eres Ravenclaw. Eres la reina de Ravenclaw. - Se estrecharon el uno al otro, besándose con necesidad, y ya estaba a punto de dejarse vencer para que ambos perdieran el equilibrio sobre la cama cuando Alice habló de nuevo. Volvió a reír de nuevo. - A una mezcla de todo eso. - Arqueó las cejas, mirándola a los ojos, tratando de contenerse después de que lamiera sus labios y sintiendo ya sus manos acercarse a su pantalón. - A venir, en primera instancia. A esa excusa tuya tan elaborada de traernos aquí a nuestros amigos... para tener bula para quedarnos solos con una habitación de matrimonio, sin nuestras familias presentes. - Se acercó a su oído y susurró con intensidad. - Eres muy muy lista. - Dejó un leve mordisco en su lóbulo. - Listo es aquel que utiliza su inteligencia para los mejores fines posibles. Y tú eres muy lista, Gallia... Y yo también, por aliarme contigo. - Y si Alice le encendía con una rapidez pasmosa, su novia seduciéndole a la vez que su orgullo engordaba le ponía a unos niveles estratosféricos.
- El sol y la luna. - Susurró con ella, entre besos, resbalando sus manos por debajo de su blusa, subiendo desde su cintura para poder quitarle la prenda. - Ahora pueden besarse y tocarse donde quieran y como quieran. - Se desprendió de la parte de arriba de la vestimenta de su novia y bajó los besos hasta su pecho, pasando las manos por su espalda, estrechándola contra él. - Se me ocurre una idea. - Susurró sobre su piel. - Besémonos por todas partes. Toquémonos por todas partes. Y cuando acabemos... Decidimos cual nos gusta más. - Desabrochó el sujetador de ella, descubriendo su pecho, y le dijo con voz seductora. - Empiezo yo. - Y, ya sí, se empujó a sí mismo y a ella sobre la cama, quedando encima de su cuerpo y bajando hacia su pecho, deleitándose en besarlos y acariciarlos con sus manos, encajándose con Alice y notando como el calor empezaba a subir entre ellos.
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Rêve d'un matin d'été {+18} Con Marcus y toda la tropa| En Saint-Tropez| 22 de junio de 2002 |
Le ponía donde más le gustaba, sin duda, besándola y acariciándola tan desenfrenado. El calor húmedo de La Provenza, la semioscuridad que tenían en la habitación, solo iluminados por la luz de la luna por la ventana, el champán que había bebido y el olor de la colonia que Marcus siempre llegaban la tenían embriagada, entregada solo a esas sensaciones, haciendo que todo se le amplificara. — Me encanta ponerte así. — Dijo con una risita mientras sentía los labios de Marcus deslizarse por su piel.
Por un momento, dejó los besos y las caricias para levantar la vista y clavar sus ojos sobre los de su novio. — Cómo sabes cómo robarme el corazón cada vez que usas esa labia tuya. — Dijo jadeando antes de buscar sus labios con ansia. — Cuando me dices esas cosas me vuelves loca, no tienes ni idea de todo lo que me haces sentir. — Dijo entre besos, pasando las manos por su espalda para pegarle aún más a su cuerpo y sentirse piel con piel. Ante aquel susurró y el mordisco tuvo que reírse, aunque al final le salió un jadeo porque todo lo que le iba diciendo la tenía nublada. — Sí que soy lista entonces. — Dijo despojándole por fin del pantalón. — Porque usaría toda mi inteligencia únicamente para hacerte feliz y disfrutar contigo, todos los días, en todas nuestras facetas. — Dijo besando su mandíbula y su cuello, cerrando la mano entorno a sus rizos. — Somos Ravenclaw. Somos muy listos hasta para esto, o quizá especialmente para esto. — Susurró sobre su piel con una risita traviesa.
Contuvo un suspiro al notar cómo la acariciaba por debajo de la blusa, deshaciéndose rápidamente de ella y sonriendo extasiada a lo del sol y la luna. Le encantaba que tuvieran su propio idioma, su propia forma de decirse aquellas cosas que eran solo de ellos. Pero cuando empezó a descender hacia sus pechos ya no pudo contener más un suave gemido. — Me parece la mejor idea que has podido tener. — Dijo, pegándose a él, mientras dejaba que le desabrochara el sujetador, ys olo de esa voz que puso al decir “empiezo yo”, le arrancó otro gemido, que fue el primero de lo que se venía al tenerle encima en la cama, donde cerró los ojos y se entregó a aquella sensación, mientras arqueaba el tronco, de puro placer, con Marcus entre sus piernas.
Y estaba gozándolo de lo lindo, pero ella también quería dejar claro que estaba allí. — Y sigo yo. — Dijo, traviesilla, apartándose, muy a su pesar, de la boca de Marcus, para darle la vuelta sobre la cama, poniéndose a su lado de rodillas. — A veces me parece que acariciarte es lo más precioso y maravilloso que puedo hacer. — Susurró, aterciopelada, mientras iba acariciando desde sus rizos hacia abajo, entreteniéndose en su cuello. — Porque tienes un cuerpo alucinante… — Continuó, pasando la mano por su pecho hasta su abdomen. — Y porque, la verdad, me encanta ver tu cara cuando sé que te estoy dando placer. — Dijo llegando a su entrepierna y acariciándole. — Mírame. — Le pidió en un susurro demandante, mientras con la otra mano acariciaba sus labios. — Esto me encanta… — Se inclinó sobre él, besando su cuello con deleite. — Pero también quiero besarte, ¿sabes? Porque cuando creo que esto es lo más excitante que puedo hacer… Pruebo tu piel… — Dijo bajando los labios a hacia su pecho sin dejar de estimularle, resbalando su lengua allá por donde pasaba.
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Rêve d'un matin d'été {+18} Con Alice y toda la tropa| En Saint-Tropez | 22 de junio de 2002 |
Descubrir esa parte del cuerpo de Alice, tocarla y besarla, era una de sus cosas favoritas en la vida, no en balde la había metido en esa lista no apta para todos los públicos que se habían fabricado no hacía ni un año. Pero su novia, ella en sí, era ya lo favorito de su vida. Y entre las características de su novia, se incluía ese "yo más" y sus ganas de hacer cosas. De ahí que, mientras él estaba ya en su nube placentera disfrutando de ella, le recondujera para "continuar ella", poniéndole en la cama y dejándole mirándola con una expresión entre el deseo y la sorpresa.
Ladeó la sonrisa. - A mí no me lo parece. Yo estoy convencido. Siempre. - Respondió, pasando los dedos suavemente por su torso y su cintura mientras seguía con la mirada el recorrido, admirándola. Se mordió el labio y cambió el foco de la mirada a los ojos de ella. Ya estaba anticipando lo que estaba por venir y sintiendo el placer con adelanto, porque conocía muy bien esas palabras, esos gestos y esa sonrisilla y lo que anunciaba. - A mí también... ¿Me dejarás disfrutar de la experiencia? - Preguntó con falso tono inocente. Sí, ver lo que provocaba en Alice era casi tan maravilloso como dejar que Alice le hiciera cosas a él. Era lo mejor de estar con ella. Era lo que hacía de esa experiencia algo impresionante. Y que siempre quisiera más.
Llenó el pecho de aire y contuvo un jadeo, porque estaba mirando donde se estaba colocando, y estaba aún con el aire retenido cuando ella le ordenó que le mirara, y se quedó ahí, mirándola y sin respirar siquiera. Cerró lentamente los párpados cuando acarició sus labios y su cuello, sin responder, sin pensar y, probablemente, aún sin respirar, o no conscientemente al menos. La consciencia la tenía ya más que perdida. Notaba lo que hacía su mano y dicha respiración, la que era ya totalmente independiente de sus órdenes, se estaba acelerando. Y lo de abrir los ojos empezaba a ser una tarea complicada.
Los abrió, no obstante, pesadamente, y la miró. - Esto... Me va a hacer complicada la elección. - Sus caricias, sus besos por su piel... Demasiados estímulos como para pensar con claridad. Disfrutó de aquello un poco más, porque era demasiado placentero como para decidir pararlo, hasta que alzó un poco el tronco y, poniendo con suavidad la mano en la barbilla de ella, hizo que la mirara. - Mi turno ha durado menos que el tuyo, me parece. - Besó sus labios con deseo, entreteniéndose en ellos, en buscar su lengua con avidez, pegada a su cuerpo. Mientras la besaba, deslizó su mano por sus piernas. - Yo también quiero... ir probando. - Bajó los besos por su cuello mientras decía. - Y ver lo que provoco con... mis pruebas. - Llegó a su entrepierna, acariciándola, mientras su boca buscaba su pecho una vez más.
Ladeó la sonrisa. - A mí no me lo parece. Yo estoy convencido. Siempre. - Respondió, pasando los dedos suavemente por su torso y su cintura mientras seguía con la mirada el recorrido, admirándola. Se mordió el labio y cambió el foco de la mirada a los ojos de ella. Ya estaba anticipando lo que estaba por venir y sintiendo el placer con adelanto, porque conocía muy bien esas palabras, esos gestos y esa sonrisilla y lo que anunciaba. - A mí también... ¿Me dejarás disfrutar de la experiencia? - Preguntó con falso tono inocente. Sí, ver lo que provocaba en Alice era casi tan maravilloso como dejar que Alice le hiciera cosas a él. Era lo mejor de estar con ella. Era lo que hacía de esa experiencia algo impresionante. Y que siempre quisiera más.
Llenó el pecho de aire y contuvo un jadeo, porque estaba mirando donde se estaba colocando, y estaba aún con el aire retenido cuando ella le ordenó que le mirara, y se quedó ahí, mirándola y sin respirar siquiera. Cerró lentamente los párpados cuando acarició sus labios y su cuello, sin responder, sin pensar y, probablemente, aún sin respirar, o no conscientemente al menos. La consciencia la tenía ya más que perdida. Notaba lo que hacía su mano y dicha respiración, la que era ya totalmente independiente de sus órdenes, se estaba acelerando. Y lo de abrir los ojos empezaba a ser una tarea complicada.
Los abrió, no obstante, pesadamente, y la miró. - Esto... Me va a hacer complicada la elección. - Sus caricias, sus besos por su piel... Demasiados estímulos como para pensar con claridad. Disfrutó de aquello un poco más, porque era demasiado placentero como para decidir pararlo, hasta que alzó un poco el tronco y, poniendo con suavidad la mano en la barbilla de ella, hizo que la mirara. - Mi turno ha durado menos que el tuyo, me parece. - Besó sus labios con deseo, entreteniéndose en ellos, en buscar su lengua con avidez, pegada a su cuerpo. Mientras la besaba, deslizó su mano por sus piernas. - Yo también quiero... ir probando. - Bajó los besos por su cuello mientras decía. - Y ver lo que provoco con... mis pruebas. - Llegó a su entrepierna, acariciándola, mientras su boca buscaba su pecho una vez más.
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Rêve d'un matin d'été {+18} Con Marcus y toda la tropa| En Saint-Tropez| 22 de junio de 2002 |
Qué zorro, cómo sabía que solo el hecho de ponerse chulo hacía que Alice se pusiera a mil, aunque fuera solo escuchando su tono de voz. Sonrió ante la “queja” de su novio, sin despegar la piel de sus labios. — Te dejaré… Pero respete su turno, prefecto O’Donnell, tenga un poquito de educación, que aún no ha llegado su segundo asalto. — Contestó juguetona mientras seguía paseando la lengua por su piel y no dejaba de utilizar su mano. Aquellos suspiros, notar en la propia piel cómo respiraba más rápido, cómo se tensaba, la hacía suspirar a ella deseando más y más y alzando la vista solo para contemplar el espectáculo que era Marcus O’Donnell a su merced.
Iba a llevar su lengua a un camino más interesante aún, cuando notó que se incorporaba y levantó la mirada hacia él. Por muy encendida que estuviera, cuando Marcus era tierno con ella, solo sabía deshacerse, así que, por unos segundos, simplemente dejó que le levantara la barbilla y se miraran con aquel profundo amor que sentían. Y que les encantaba demostrarse de distintas maneras. Rio un poco. — Y más largo pretendía que fuera… Pero… Alguien es muy impaciente. — Pero se enredó en su beso y no dijo nada más, abandonándose a la pasión de aquellos labios.
Pero claro, Marcus no la había parado para besarla nada más, o no solo ahí al menos. Un jadeo brotó de su garganta en cuanto notó su mano, cerrando los ojos, casi abandonándose solo a ese placer, al menos hasta que volvió a sentir a Marcus en su pecho. — Tienes un arma muy peligrosa tú en esa zona. — Dijo casi sin aire, pero Marcus seguía, arrancándole profundos gemidos y haciéndola solo pensar en aquella lengua y aquellos dedos, y casi sin darse cuenta susurró, arrebatada. — Sigue… No pares… Sigue… — Mientras se aferraba a sus rizos, apretándole contra ella como si así se asegurara de que no iban a separarse en mucho tiempo, como si solo existieran ellos haciéndolo.
Y aunque el placer era indecible, y se hubiera dejado gustosa seguir, ella se había dejado un caminito a medias. Tomó la cara de su novio entre sus manos y le miró. — ¿Vale como respuesta quedarse con la combinación de caricias y besos si se hace así? — Preguntó con voz aterciopelada antes de besarle. — Te dejaría toda la noche ahí, una y otra vez. — Le tumbó de nuevo en la cama y sonrió. — Pero aún no he probado a besarte por otras partes… No puedes tomar una decisión sin tener toda la información. — Y esta vez se fue derecha entre sus piernas, sin dejar de mirarle mientras le rodeaba con su boca lentamente sintiendo aquella sensación que la hacía volar de ver los efectos del placer que provocaba.
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Y tanto que pensaba seguir, no pararía ni porque la casa se viniera abajo en ese momento. Oírla y sentirla así le aceleraba aún más, le encendía aún más, y le hacía incrementar sus besos y sus caricias y pegarse más a ella. Se detuvo cuando ella puso las manos en su rostro y le hizo mirarla, pero su comentario le hizo ladear una sonrisilla. - Me parece una respuesta excelente. - Y que, además, le ponía la suya en respuesta. Al final la había dicho Alice, tal y como pretendía desde el principio, porque él no podría decantarse por una sola cosa ni a punta de varita. - Perfecta. Como tú. - Añadió, pero no con el tono tierno y amoroso que usaba habitualmente, sino con un tono ardiente y deseoso. Porque no iba a parar y se notaba demasiado parado para su gusto en esos momentos, no veía la hora de retomar.
Alice volvió a tumbarle en la cama, pero él no podía dejar el comentario pasar. - ¿Y qué te lo impide? - Ladeó la cabeza, mirándola. - Yo estoy muy dispuesto. Soy todo tuyo, para lo que quieras que haga. - Siguió azuzando, a ver despertaba de nuevo lo que acababa de ver y le dejaba volver a su posición. Pero no, Alice había tomado ya un rumbo... Y qué maravilloso rumbo, no sería él quien se quejara ni muchísimo menos.
- Eso es verdad. - Susurró, con un hilo de voz, porque la iba siguiendo con la mirada y Alice se estaba acercando mucho a una zona que le iba a hacer nublarse en cuanto le tocara. De hecho, justo eso ocurrió, porque ya no pudo añadir nada más. Fue notar sus labios y cerró los ojos, dejándose llevar, saliendo un profundo gemido de su interior que le hizo arquearse lentamente antes de rendirse a lo que ella le quisiera hacer. Enredó los dedos en su pelo y la dejó, sintiendo cada roce en todos los poros de su piel, abandonándose a esa sensación tan extremadamente placentera. Llevaba mucho deseando a Alice, la última vez que estuvieron juntos fue demasiado rápida. Y si ella quería darle placer tanto como él a ella, pensaba dejarse. Porque aquello era demasiado bueno para pararlo.
Pero también era demasiado bueno para no pararlo a tiempo. Lo había disfrutado todo lo que había podido y, de hecho, más relajado que nunca, porque tenían toda la noche por delante y no se estaban escondiendo de nadie. Pero si no se retiraba, aquello iba a finalizar ya, y tampoco quería eso. Se apartó un poco y, al hacerlo, sintió el desenfreno y la necesidad de tener aún más de ella... Pero no sin antes hacerla sentir lo mismo. - Me toca. - Susurró, girándola para dejarla en la cama, ladeando una sonrisa pícara. Mientras bajaba por su cuerpo, clavando la mirada en la suya, añadió. - Espero que no se queje, o quiera recortarme mi turno... señorita Gallia. - Ladeó un poco más la sonrisa, totalmente intencionada, y descendió hasta colocarse entre sus piernas, besando su vientre y bajando poco a poco hasta esa zona en la que podía llevarla al mismo punto en el que estaba él hacía apenas segundos.
Alice volvió a tumbarle en la cama, pero él no podía dejar el comentario pasar. - ¿Y qué te lo impide? - Ladeó la cabeza, mirándola. - Yo estoy muy dispuesto. Soy todo tuyo, para lo que quieras que haga. - Siguió azuzando, a ver despertaba de nuevo lo que acababa de ver y le dejaba volver a su posición. Pero no, Alice había tomado ya un rumbo... Y qué maravilloso rumbo, no sería él quien se quejara ni muchísimo menos.
- Eso es verdad. - Susurró, con un hilo de voz, porque la iba siguiendo con la mirada y Alice se estaba acercando mucho a una zona que le iba a hacer nublarse en cuanto le tocara. De hecho, justo eso ocurrió, porque ya no pudo añadir nada más. Fue notar sus labios y cerró los ojos, dejándose llevar, saliendo un profundo gemido de su interior que le hizo arquearse lentamente antes de rendirse a lo que ella le quisiera hacer. Enredó los dedos en su pelo y la dejó, sintiendo cada roce en todos los poros de su piel, abandonándose a esa sensación tan extremadamente placentera. Llevaba mucho deseando a Alice, la última vez que estuvieron juntos fue demasiado rápida. Y si ella quería darle placer tanto como él a ella, pensaba dejarse. Porque aquello era demasiado bueno para pararlo.
Pero también era demasiado bueno para no pararlo a tiempo. Lo había disfrutado todo lo que había podido y, de hecho, más relajado que nunca, porque tenían toda la noche por delante y no se estaban escondiendo de nadie. Pero si no se retiraba, aquello iba a finalizar ya, y tampoco quería eso. Se apartó un poco y, al hacerlo, sintió el desenfreno y la necesidad de tener aún más de ella... Pero no sin antes hacerla sentir lo mismo. - Me toca. - Susurró, girándola para dejarla en la cama, ladeando una sonrisa pícara. Mientras bajaba por su cuerpo, clavando la mirada en la suya, añadió. - Espero que no se queje, o quiera recortarme mi turno... señorita Gallia. - Ladeó un poco más la sonrisa, totalmente intencionada, y descendió hasta colocarse entre sus piernas, besando su vientre y bajando poco a poco hasta esa zona en la que podía llevarla al mismo punto en el que estaba él hacía apenas segundos.
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Rêve d'un matin d'été {+18} Con Marcus y toda la tropa| En Saint-Tropez| 22 de junio de 2002 |
Como buena Ravenclaw, se sentía satisfecha de haber encontrado la respuesta correcta. — Sabía yo… — Dejó caer entre risas. Pero nada más satisfactorio que ver el efecto que provocaba en Marcus, siendo, como él mismo había dicho, perfecta, perfecta para él.
En cuanto empezó su recorrido con la lengua, sintió cómo conducía a Marcus a ese lugar que le encantaba, y empezaba a entender cómo le gustaba tanto a su novio que le agarrara del pelo, porque cuando lo hacía él, le bajaba un escalofrío por toda la columna vertebral que le ponía todos los pelos del cuerpo de punta del puro gusto, mientras no reducía el ritmo.
Inspiró profundamente cuando se separó de ella. — ¿Algún día me dejarás tener la experiencia completa o qué? — Se quejó. Pero no se quejó mucho más. No, porque conocía a su novio y sabía que bastaba con que ella hiciera algo para que él quisiera replicarlo, y no iba a poner ninguna pega a eso. De hecho, simplemente se dejó tirar en la cama con una sonrisa, mirándole tentadora. — Algo me dice que no me voy a quejar precisamente. — Y le sostuvo la mirada mientras le veía bajar entre sus piernas y besar su piel.
Marcus había resultado ser condenadamente bueno en eso (bueno es que era Marcus, era condenadamente bueno en todo, porque a todo tenía que ponerle el mismo empeño) y ya no pudo pensar mucho más porque la lengua de Marcus le hizo perder cualquier hilo que no fuera el puro placer que sentía. — Igual me quedo con los besos… — Murmuró, mientras volvía a meter los dedos en su pelo. Se debatía entre cerrar los ojos y concentrarse en seguir respirando y abrirlos para verle ahí. De hecho, cuando lo hizo, la sensación fue tan fuerte que sus piernas se tensaron y temblaron, mientras un latido de placer le avisaba de hacia donde se dirigía. — Marcus… Me tienes al límite. — Avisó con un gemido, arqueándose justo después. Se agarró fuertemente a su brazo y tiró de él hacia arriba. — Ya no puedo esperar más. — Le dijo completamente entregada. — Te quiero dentro de mí y lo quiero ahora. — Tiró de él para sentarlo contra el cabecero de la cama. — Tú y yo haciendo el amor siempre en lo más alto de nuestra lista. — Le murmuró besándole brevemente, mientras se ponía sobre su regazo y ella misma le guiaba hacia su interior. — Quédate muy muy cerca de mí, mi alquimista… — Y, siguiendo sus propias instrucciones, empezó a moverse sobre él, gimiendo nada más empezar, porque la verdad es que estaba bastante estimulada, y algo le decía que Marcus iba a lograr eso que tanto le gustaba de verla llegar primero bien pronto.
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Rêve d'un matin d'été {+18} Con Alice y toda la tropa| En Saint-Tropez | 22 de junio de 2002 |
Sabía que la tenía al límite, como había estado él hacía muy poco, y le encantaba tenerla así. Le encantaba saber que podía provocar eso en ella, le encendía aún más. Ojalá pudiera decir que el detener lo que Alice le había estado haciendo retrasaría lo que quería retrasar, pero solo ver cómo reaccionaba, oírla, sentir los dedos en su pelo y como se tensaban sus músculos... No es como que le bajara la excitación precisamente.
Se moría por fundirse con ella, por entrar en ella, pero a ambos les estaba gustando demasiado lo que estaba haciendo. No obstante, ella le detuvo, claramente con las mismas ganas que él de llevar aquello al paso siguiente. Soltó un jadeo cuando tiró de él, acercándose tanto a sus labios que parecía que fuera a devorarla. Ganas no le faltaban. - ¿Eso quieres? - Susurró, con un hilo de voz seductora y acelerada, mientras ella le sentaba. - No se hable más. - Aunque no es como que él tuviera mucha decisión allí porque Alice se había hecho con las riendas, y Marcus, una vez más, no pensaba oponerse lo más mínimo.
La frase de ella le sacó una sonrisa sincera. - Alice Gallia. Desnuda. Lo mejor de mi lista. - Respondió su beso. - Tú y yo haciendo el amor. Siempre en lo más alto. - Repitió, extasiado, tanto de placer como de felicidad. Se sentía el hombre más dichoso del mundo en ese momento, el más afortunado. Cuando soñaba despierto y ansiaba la grandeza, no se imaginó que la grandeza era justo eso: estar así con alguien como Alice, a quien amaba tanto y que le amaba igual. Rodeó su cintura con sus brazos y devolvió el susurro. - No me iría a ninguna parte. No pienso despegarme de ti. - Besó sus labios y susurró sobre estos, con los ojos cerrados, esperando a los movimientos precisos de Alice que conseguirían lo que ambos tanto anhelaban. - No hay fuerza en el mundo que pudiera separarme de ti ahora. - De verdad que no la había.
Sintió que podía llegar al culmen solo con el primer movimiento de Alice, y la sensación le hizo cerrar los ojos y echar la cabeza hacia atrás, suspirando y respirando con fuerza para contenerse. Se mojó los labios y la miró, sintiendo ese movimiento, como este se incrementaba y aumentaba más el placer de ambos. - Eres preciosa. - Y tanto que lo era. Alice llevaba siendo preciosa a sus ojos desde que la conoció, pero en momentos como ese, en ese preciso instante que se movía sobre él... era indescriptible como la veía. Llevó los dedos al centro de su pecho, donde podía ver como reposaba, ahora a la altura de sus ojos gracias a esa posición, el colgante que le había regalado la última vez que estuvieron allí. - Mi pajarito libre... - Susurró. Alzó la mirada hacia ella y volvió a sonreír extasiado. - Mi corazón... -
Se moría por fundirse con ella, por entrar en ella, pero a ambos les estaba gustando demasiado lo que estaba haciendo. No obstante, ella le detuvo, claramente con las mismas ganas que él de llevar aquello al paso siguiente. Soltó un jadeo cuando tiró de él, acercándose tanto a sus labios que parecía que fuera a devorarla. Ganas no le faltaban. - ¿Eso quieres? - Susurró, con un hilo de voz seductora y acelerada, mientras ella le sentaba. - No se hable más. - Aunque no es como que él tuviera mucha decisión allí porque Alice se había hecho con las riendas, y Marcus, una vez más, no pensaba oponerse lo más mínimo.
La frase de ella le sacó una sonrisa sincera. - Alice Gallia. Desnuda. Lo mejor de mi lista. - Respondió su beso. - Tú y yo haciendo el amor. Siempre en lo más alto. - Repitió, extasiado, tanto de placer como de felicidad. Se sentía el hombre más dichoso del mundo en ese momento, el más afortunado. Cuando soñaba despierto y ansiaba la grandeza, no se imaginó que la grandeza era justo eso: estar así con alguien como Alice, a quien amaba tanto y que le amaba igual. Rodeó su cintura con sus brazos y devolvió el susurro. - No me iría a ninguna parte. No pienso despegarme de ti. - Besó sus labios y susurró sobre estos, con los ojos cerrados, esperando a los movimientos precisos de Alice que conseguirían lo que ambos tanto anhelaban. - No hay fuerza en el mundo que pudiera separarme de ti ahora. - De verdad que no la había.
Sintió que podía llegar al culmen solo con el primer movimiento de Alice, y la sensación le hizo cerrar los ojos y echar la cabeza hacia atrás, suspirando y respirando con fuerza para contenerse. Se mojó los labios y la miró, sintiendo ese movimiento, como este se incrementaba y aumentaba más el placer de ambos. - Eres preciosa. - Y tanto que lo era. Alice llevaba siendo preciosa a sus ojos desde que la conoció, pero en momentos como ese, en ese preciso instante que se movía sobre él... era indescriptible como la veía. Llevó los dedos al centro de su pecho, donde podía ver como reposaba, ahora a la altura de sus ojos gracias a esa posición, el colgante que le había regalado la última vez que estuvieron allí. - Mi pajarito libre... - Susurró. Alzó la mirada hacia ella y volvió a sonreír extasiado. - Mi corazón... -
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— Marcus O’Donnell… Dentro de mí. — Susurró sobre los labios de su novio, aunque tuvo que reírse un poco después sin dejar de moverse. — ¿Quieres que te diga quién esta muy cerca de lo más alto? — Además de verdad que lo estaba, especialmente si su novio le susurraba así. Cerró los ojos y se dejó recoger por el brazo de Marcus mientras seguía moviéndose sobre él. — No, nada puede separarnos. Es una buena conjunción, dos esencias… fundidas en una sola. — Dijo entre jadeos, porque sí, esos eran Marcus y Alice, capaces de hablar de alquimia hasta en ese estado.
Claro que ver a Marcus inclinar hacia atrás la cabeza de esa forma, con aquella fuerza con la que lo sentía dentro de sí, no ayudaba nada a su autocontrol, y solo se movía más rápido y más fuerte. Y ya cuando el dijo aquello, un rayo de placer la surcó entera, en previo aviso. Y como siguiera mirando esos ojos, no iba a tardar mucho en llegar al clímax. — Tú eres perfecto. Eres lo más hermoso que han visto estos ojos de Ravenclaw. — Aseguró casi sin respiración.
Pero cuando acarició de aquella forma el colgante y le llamó pajarito, se quedó con lso labios entreabiertos, con tantas emociones a flor de piel que hubiera llorado. — Mi espino florecido… — Dijo en un susurro lleno de amor. Y paró un momento el ritmo par atirar del colgante de Marcus para encajarlo con el suyo. — Nuestro corazón. — Corrigió, volviendo a moverse, ahora sin separarse casi de Marcus, agarrándose al cabecero. — Ahora sí que no puedes separarte de mí. — Y aumentó el ritmo para ponerse como antes, pero notando como sus pechos se rozaban con Marcus, cómo sus cuerpos se rozaban enteros, nublando su visión. — Marcus… Marcus, mi amor… Me haces volar. — Ya se lo había dicho allí mismo una vez, y no podía ser más acertado. Y es que en ese mismo momento estalló de placer, notando cómo le fallaban las piernas, dejándose caer de espaldas y tirando de él sobre su cuerpo. — No pares, mi amor, no te separes, quiero verte… Quiero sentirlo… — Dijo con la voz aún tomada por el gemido final que le había salido, pero reteniendo a Marcus entre sus piernas para no perder ni un centímetro de distancia.
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Solo fue capaz de sonreír con chulería cuando le dijo que estaba en lo más alto, pero poco más. Porque él también estaba muy arriba y su novia solo consiguió subirle más aún. - Alice Gallia desnuda hablando de alquimia. - Susurró, después de tratar de regular la voz, porque esa frase y esos movimientos habían acelerado más su respiración y descontrolado sus gemidos.
Su mente se estaba ya nublando, y Alice, tras su gesto con el colgante, agarró también el suyo y lo unió al de ella. Movió la mano hasta la de ella, aferrándola, agarrando los dos ambos colgantes, y mirándola a los ojos mientras su otro brazo la estrechaba contra él. - Somos uno. Somos el Todo. - Susurró de vuelta, besando sus labios con amor pero con deseo, y muy brevemente, porque aquello empezaba a descontrolarse y necesitaba la boca para respirar, o para que el aire entrara y saliera solo al menos, porque él estaba a otras cosas. - Alice... - Suspiró, prácticamente ido, porque estaba notando el punto en el que ella estaba, la oía y la sentía, y él iba ya cuesta abajo y sin frenos también. Cuando ella incrementaba el ritmo, la estrechez y el sonido, él lo hacía a su mismo compás. Y cuando sintió que ella llegaba a lo más alto, fue a dejarse llevar, a sentirlo él también, pero su novia tiró de su cuerpo para ponerle encima. Eso le excitaba, vaya que sí, iba a rebasar límites que no sabía ni que tenía. Pero también le daba una brevísima oportunidad de alargar eso aunque fuera los instantes que el movimiento le había concedido para espabilar.
Puso una mano en su mejilla y la otra agarró una de sus piernas, mirándola con intensidad, sintiendo como ella se agarraba a él. - Siempre estaremos aquí. - Susurró, rozando sus labios al hablar, con la voz en un hilo pero hablando absolutamente con el corazón. - Siempre estaremos así... Aunque no estemos... estaremos... - La besó intensamente, acariciando su lengua, sin parar el movimiento, aunque ralentizándolo un poco para no verse interrumpido por sí mismo en lo que quería decir. - Estemos donde estemos... Tú y yo... somos esto... -La miró a los ojos y, ya sí, justo antes de intensificar el ritmo de nuevo, añadió. - Nuestra mente es libre. Y en ella, nunca vamos a parar. -Porque podrían estar donde estuvieran, en cualquier momento de su vida, y aunque se tuvieran el uno al otro para siempre, en todo momento podrían cerrar los ojos y volver allí. Marcus sabía que podría cerrar los ojos y volver a muchísimos momentos con ella, y los que le quedaban.
Y con ese pensamiento, sus cuerpos tan cerca y el ritmo desenfrenado, sintió esa oleada de placer que le hizo suspirar su nombre una última vez antes de quedarse rendido en sus brazos, respirando acelerado, piel con piel. Cuando se recuperó un poco, alzó levemente la vista y sonrió al verla, como si agradeciera a Merlín y a todos los dioses existentes que estuviera allí. - Eres la mejor. - Conclusión sencilla, pero absolutamente certera.
Su mente se estaba ya nublando, y Alice, tras su gesto con el colgante, agarró también el suyo y lo unió al de ella. Movió la mano hasta la de ella, aferrándola, agarrando los dos ambos colgantes, y mirándola a los ojos mientras su otro brazo la estrechaba contra él. - Somos uno. Somos el Todo. - Susurró de vuelta, besando sus labios con amor pero con deseo, y muy brevemente, porque aquello empezaba a descontrolarse y necesitaba la boca para respirar, o para que el aire entrara y saliera solo al menos, porque él estaba a otras cosas. - Alice... - Suspiró, prácticamente ido, porque estaba notando el punto en el que ella estaba, la oía y la sentía, y él iba ya cuesta abajo y sin frenos también. Cuando ella incrementaba el ritmo, la estrechez y el sonido, él lo hacía a su mismo compás. Y cuando sintió que ella llegaba a lo más alto, fue a dejarse llevar, a sentirlo él también, pero su novia tiró de su cuerpo para ponerle encima. Eso le excitaba, vaya que sí, iba a rebasar límites que no sabía ni que tenía. Pero también le daba una brevísima oportunidad de alargar eso aunque fuera los instantes que el movimiento le había concedido para espabilar.
Puso una mano en su mejilla y la otra agarró una de sus piernas, mirándola con intensidad, sintiendo como ella se agarraba a él. - Siempre estaremos aquí. - Susurró, rozando sus labios al hablar, con la voz en un hilo pero hablando absolutamente con el corazón. - Siempre estaremos así... Aunque no estemos... estaremos... - La besó intensamente, acariciando su lengua, sin parar el movimiento, aunque ralentizándolo un poco para no verse interrumpido por sí mismo en lo que quería decir. - Estemos donde estemos... Tú y yo... somos esto... -La miró a los ojos y, ya sí, justo antes de intensificar el ritmo de nuevo, añadió. - Nuestra mente es libre. Y en ella, nunca vamos a parar. -Porque podrían estar donde estuvieran, en cualquier momento de su vida, y aunque se tuvieran el uno al otro para siempre, en todo momento podrían cerrar los ojos y volver allí. Marcus sabía que podría cerrar los ojos y volver a muchísimos momentos con ella, y los que le quedaban.
Y con ese pensamiento, sus cuerpos tan cerca y el ritmo desenfrenado, sintió esa oleada de placer que le hizo suspirar su nombre una última vez antes de quedarse rendido en sus brazos, respirando acelerado, piel con piel. Cuando se recuperó un poco, alzó levemente la vista y sonrió al verla, como si agradeciera a Merlín y a todos los dioses existentes que estuviera allí. - Eres la mejor. - Conclusión sencilla, pero absolutamente certera.
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Cuando veía a Marcus, en toda su belleza y su altura sobre ella, con aquella mano en la mejilla, mirándose tan de cerca, solo podía abrir los ojos y clavarlos en él, mientras recibía sus besos extasiada y lo admiraba como si fuera lo más hermoso que había visto en la vida, porque así era. — Lo somos. Mi Todo. — Le dijo en un susurro mientras aún se notaba contraerse del gusto al sentir a Marcus moverse sobre ella con las últimas oleadas de su placer.
Y sí, tenía razón, siempre estarían ahí. — Júramelo, Marcus. Que siempre sabremos hacer que el resto del mundo no exista y amarnos así. — Le reclamó, aprovechando la reducción del ritmo y sellándolo con aquellos besos lentos en los que se transmitían todo lo que necesitaban. Y entre aquellos besos se rio un poquito cuando dijo que en su mente nunca pararían. Y el que claramente no quería parar era su novio, que repentinamente retomó el ritmo, haciéndola estremecerse y gemir de nuevo, porque todo el placer que Marcus quisiera darle era bienvenido en su cuerpo, apretándose contra él, queriendo sentirle hasta el último momento, recibiéndole con un suspiro y acariciando su nuca y sus rizos.
Hizo que apoyara la cabeza en su pecho, recuperando ella también la respiración sin dejar de acariciar su pelo y sonrió. — Somos los mejores en esto y lo sabemos. — Dijo con una risita. Pasó otra mano a acariciar su espalda sin querer moverse ni un milímetro, disfrutando de aquellos segundos. — Mira que me gusta cuando estamos en el tema… Pero estos momentos, justo después, como si no pudiéramos despegarnos… Simplemente sintiéndonos y pudiendo respirar y relajarnos… Es lo mejor. — Ladeó la cabeza para mirarle. — El verano pasado, en esos momentos tan malos que pasé, recordaba la sala de los menesteres. Y a veces recordaba lo obvio… Pero, otras veces, lo que recordaba era ese momento en el que te dormiste sobre mí en el sofá, porque sabía que me había sentido plenamente feliz así, y cada vez que hemos podido dormir juntos lo adoro, que te apoyes así en mi pecho, y yo pueda acariciarte el pelo… — Y se dedicó a hacerlo durante unos minutos, en silencio, con el amor de su vida junto a ella.
Cuando se dio cuenta de que estaban tumbado al revés en la cama y de que no habían ni abierto las sábanas de la cama, se removió hacia arriba y se tumbó apropiadamente y tiró de Marcus con ella, tapándoles a los dos con la sábana, como si fueran dos niños jugando a las cabañas. Se rio, de hecho, como una niña y se estiró al lado del cuerpo de Marcus, rodeándole con el brazo la cintura y acercando sus rostros. — ¿Te imaginas poder hacer esto y estar aislados de todo, de cualquier cosa que no fuéramos nosotros, hasta que levantáramos la sábana otra vez? — Besó sus labios con cariño y susurró. — Eres mi paraíso, mi amor. — Y entonces se acordó de algo que había dicho antes, y paseó los dedos por su costado, juguetona. — Oye… ¿Es verdad que en tu mente hay una parcelita aunque sea donde siempre lo estamos haciendo? — Preguntó con una risita traviesa, mordiéndose el labio después.
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Ya con la respiración un poco más recuperada, el cerebro le permitió pensar con más claridad, y que le fueran llegando las palabras que parecían haberse quedado por ahí flotando. La miró, acarició su mejilla y dijo. - Te lo juro. - Sonrió, relajado y feliz, mirándola con amor. - Ahora mismo, para mí no existe nada más en el mundo, salvo tú. - Alice brillaba con una luz especial, tanto cuando estaba presente como cuando no, y estaba siempre en su pensamiento, ocupando gran parte del mismo. Pretender que solo existía ella era una tarea que no le costaba demasiado realizar.
Volvió a apoyarse en su pecho, relajado y con los ojos cerrados. Aquel día habían viajado hasta allí, habían estado en la playa y jugando luego en el desván, charlando y sin parar de reír, y era bastante tarde y acababa de hacer un ejercicio considerable. Si Alice no le hablaba en los próximos treinta segundos, había muchas probabilidades de que se quedara dormido. Como ella decía, sin embargo, le encantaban demasiado esos momentos como para prescindir de ellos con tanta facilidad. Por eso rio levemente, sin abrir los ojos ni moverse de su lugar, cuando ella lo comentó. - Lo es... Eres muy cómoda, ¿lo sabías? - Dijo gracioso, acariciando su mejilla contra su pecho y apretándola un poco más, como si fuera su peluche para dormir. La miró de nuevo con lo siguiente que dijo, sonriendo levemente. - Yo... fui bastante idiota el verano pasado, la verdad. - Dijo, riendo un poco. - Me negué a recordarlo... Como si fuera posible. Estabas en mi cabeza día y noche. Pero... - Frunció los labios y acarició su mejilla de nuevo. - Temía haberte perdido. Y recordarlo... era demasiado doloroso. - Tanto que había recibido una punzada en el pecho de acordarse, y eso que ahora tenía la certeza de que ese universo ni siquiera existía. Se alzó levemente para acercarse un poco más a su rostro y dijo. - Aunque digas "no me creo que Marcus O'Donnell diga algo así"... No sabes cuánto me alegro de haber sido un idiota que estaba totalmente equivocado. - Se acercó a sus labios, con una sonrisa, y dijo antes de dejar un breve beso en estos. - Ahora no concibo la vida sin ti, ni sin estar así contigo. -
Volvió a tumbarse y se dejó acariciar por Alice, relajado, tan plácidamente que... puede que se hubiera dormido un poquito. No exactamente dormido, solo desconectado el cerebro puntualmente. Volvió a sí al notar que su novia se movía, apenas había sido un ligero duermevela (que, de no haber sido por el movimiento, claramente se habría convertido en sueño profundo en poco tiempo). La siguió y rio solo de verla reír. - ¿Qué haces ahora, pajarito? - Preguntó divertido, porque tenía esa carita traviesa de la que se había enamorado hacía muchos años, y estaba moviendo las sábanas arriba y abajo (puede que estuviera un poco enlentecido a esas horas y no sabía qué estaba haciendo). Se resguardó con ella bajo estas y Alice les tapó la cabeza a ambos, haciéndole reír y que agarrara su cintura con ambas manos, con cariño, pegándose a ella. - ¿Me imagino? - Preguntó, alzando una ceja. Se pegó a ella mucho más, con una sonrisilla. - Yo creo que es exactamente lo que está pasando. - Rozó su nariz con la de ella y, juguetón, continuó. - ¿Tú sabes lo que hay ahí fuera? Porque yo no. - Rio y la estrujó un poco más, y Alice le besó y él correspondió con cariño. - Tú eres mi todo. - Susurró de vuelta. Tenía sueño, sí, pero ah, qué bien se estaba allí, podía pasarse haciendo moñerías con Alice toda la vida. Aquello sí que era felicidad.
La pregunta de ella le sacó una breve carcajada, pero en seguida se removió y jugó él también con los dedos en su piel, como hacía ella, con una sonrisa amplísima y divertida. - ¿Y si te digo que sí? ¿Qué pasaría? - Se acercó a ella de nuevo, mimoso, ronroneando un poquito y agarrando su cintura. - Me gustas. Me gusta tu cuerpo. Me gusta lo que nos hacemos... Y yo soy muy pesado y repetitivo, parece que no me conoces. - Pasó un dedo por su mejilla y su barbilla, dibujando su perfil. - Tú siempre estás en mi cabeza, cariño. Siempre siempre... Y puede... - Rio un poco. - Que sí, que haya una parcelita en la que siempre... Estamos en lo más alto de nuestras respectivas listas. - Dejó un beso en su mejilla, otro en su nariz y otro en sus labios. - Bueno, siempre siempre no. Procuro no usar esa parcela cuando está Lex cerca. - Se echó a reír y, entre estas risas, añadió. - La cierro con llave. - Siguió riendo, de pura felicidad, y se llevó la mano al colgante de su cuello, alzándolo un poco. - Y guardo la llave aquí. - Alzó la barbilla, orgulloso como cuando era un niño. - Tú no puedes verla porque es solo mía. - Encogió un hombro, en su posición tumbada y mirándola. - Pero es una parcela muy bien cuidada... Y tú eres quien la disfruta cuando decido sacarla a la realidad. ¿Qué te parece? -
Volvió a apoyarse en su pecho, relajado y con los ojos cerrados. Aquel día habían viajado hasta allí, habían estado en la playa y jugando luego en el desván, charlando y sin parar de reír, y era bastante tarde y acababa de hacer un ejercicio considerable. Si Alice no le hablaba en los próximos treinta segundos, había muchas probabilidades de que se quedara dormido. Como ella decía, sin embargo, le encantaban demasiado esos momentos como para prescindir de ellos con tanta facilidad. Por eso rio levemente, sin abrir los ojos ni moverse de su lugar, cuando ella lo comentó. - Lo es... Eres muy cómoda, ¿lo sabías? - Dijo gracioso, acariciando su mejilla contra su pecho y apretándola un poco más, como si fuera su peluche para dormir. La miró de nuevo con lo siguiente que dijo, sonriendo levemente. - Yo... fui bastante idiota el verano pasado, la verdad. - Dijo, riendo un poco. - Me negué a recordarlo... Como si fuera posible. Estabas en mi cabeza día y noche. Pero... - Frunció los labios y acarició su mejilla de nuevo. - Temía haberte perdido. Y recordarlo... era demasiado doloroso. - Tanto que había recibido una punzada en el pecho de acordarse, y eso que ahora tenía la certeza de que ese universo ni siquiera existía. Se alzó levemente para acercarse un poco más a su rostro y dijo. - Aunque digas "no me creo que Marcus O'Donnell diga algo así"... No sabes cuánto me alegro de haber sido un idiota que estaba totalmente equivocado. - Se acercó a sus labios, con una sonrisa, y dijo antes de dejar un breve beso en estos. - Ahora no concibo la vida sin ti, ni sin estar así contigo. -
Volvió a tumbarse y se dejó acariciar por Alice, relajado, tan plácidamente que... puede que se hubiera dormido un poquito. No exactamente dormido, solo desconectado el cerebro puntualmente. Volvió a sí al notar que su novia se movía, apenas había sido un ligero duermevela (que, de no haber sido por el movimiento, claramente se habría convertido en sueño profundo en poco tiempo). La siguió y rio solo de verla reír. - ¿Qué haces ahora, pajarito? - Preguntó divertido, porque tenía esa carita traviesa de la que se había enamorado hacía muchos años, y estaba moviendo las sábanas arriba y abajo (puede que estuviera un poco enlentecido a esas horas y no sabía qué estaba haciendo). Se resguardó con ella bajo estas y Alice les tapó la cabeza a ambos, haciéndole reír y que agarrara su cintura con ambas manos, con cariño, pegándose a ella. - ¿Me imagino? - Preguntó, alzando una ceja. Se pegó a ella mucho más, con una sonrisilla. - Yo creo que es exactamente lo que está pasando. - Rozó su nariz con la de ella y, juguetón, continuó. - ¿Tú sabes lo que hay ahí fuera? Porque yo no. - Rio y la estrujó un poco más, y Alice le besó y él correspondió con cariño. - Tú eres mi todo. - Susurró de vuelta. Tenía sueño, sí, pero ah, qué bien se estaba allí, podía pasarse haciendo moñerías con Alice toda la vida. Aquello sí que era felicidad.
La pregunta de ella le sacó una breve carcajada, pero en seguida se removió y jugó él también con los dedos en su piel, como hacía ella, con una sonrisa amplísima y divertida. - ¿Y si te digo que sí? ¿Qué pasaría? - Se acercó a ella de nuevo, mimoso, ronroneando un poquito y agarrando su cintura. - Me gustas. Me gusta tu cuerpo. Me gusta lo que nos hacemos... Y yo soy muy pesado y repetitivo, parece que no me conoces. - Pasó un dedo por su mejilla y su barbilla, dibujando su perfil. - Tú siempre estás en mi cabeza, cariño. Siempre siempre... Y puede... - Rio un poco. - Que sí, que haya una parcelita en la que siempre... Estamos en lo más alto de nuestras respectivas listas. - Dejó un beso en su mejilla, otro en su nariz y otro en sus labios. - Bueno, siempre siempre no. Procuro no usar esa parcela cuando está Lex cerca. - Se echó a reír y, entre estas risas, añadió. - La cierro con llave. - Siguió riendo, de pura felicidad, y se llevó la mano al colgante de su cuello, alzándolo un poco. - Y guardo la llave aquí. - Alzó la barbilla, orgulloso como cuando era un niño. - Tú no puedes verla porque es solo mía. - Encogió un hombro, en su posición tumbada y mirándola. - Pero es una parcela muy bien cuidada... Y tú eres quien la disfruta cuando decido sacarla a la realidad. ¿Qué te parece? -
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Rêve d'un matin d'été {+18} Con Marcus y toda la tropa| En Saint-Tropez| 22 de junio de 2002 |
Se tuvo que reír a lo de ser cómoda, acariciando con más cariño aún sus rizos. — Mira, me alegro por ello. — Pero entornó los ojos. Sí, habían sido un par de idiotas, pero solo pensar que le había causado aquel dolor a Marcus… Le miró cuando dijo lo siguiente y sonrió, acariciando sus mejillas y mirándole con ojos brillantes. — A veces equivocarse está bien. Mira dónde estamos. Mira lo que somos. No podría estar más orgullosa. — Le besó brevemente y aseguró. — No hace falta que nos imaginemos tal cosa. La eternidad es nuestra. — Le recordó, acurrucándose contra él.
Y sabía ella que a su novio le iba a gustar la ideíta de la sábana, haciéndola reír. — Construir nuestro nido, pío pío. — Contestó con una risita, dándole un piquito. Negó con la cabeza a lo de fuera. — Nada. Solo veo un Marcus O’Donnell desnudo y muy cariñoso por aquí. — No podía dejar de darle besitos y hacerle cosquillas y caricias con los dedos.
Abrió mucho los ojos y puso una sonrisilla traviesa cuando le confirmó lo de la parcelita en su mente. — ¿De verdad? Te voy a imitar. — Le miró de arriba abajo mordiéndose el labio mientras se dejaba agarrar y se pegaba a él. — Tú me encantas, y lo que hacemos es… Indescriptible. De verdad, si lo intento no me sale. — Aseguró con una risita, mientras cerraba los ojos al tacto de Marcus por su cara, sintiendo cómo se le erizaban todos los vellos del cuerpo del gustito. — La verdad es que me halaga más de lo que esperaba que pienses en esto… La verdad es que, a veces, cuando estoy sola o intentando concentrarme, apareces tú en mi pensamiento, desnudo, tocándome, o con esa mirada y esa cara que se te pone cuando lo hacemos… Y me causa problemas, la verdad. — Se rio y abrió los ojos, girándose hacia su novio y abrazándole. — Conclusión: me gustas demasiado, O’Donnell. — Y le dio un tierno beso, notando, al cerrar los ojos, cómo el sueño y el cansancio la invadía poco a poco. — Me parece ideal y me parece que quiero disfrutarla muuuuucho más. — Dejó otro besito. — Cuando haya dormido una noche del tirón porque no puedo más conmigo misma. — Aunque antes tenía algo que hacer. Levantó la sábana lo justo para taparles pero dejar las cabezas fuera y se descolgó por el lado de la cama para llegar al baúl y sacar una de las contraceptivas y bebérsela del tirón (guardando luego carrito vacío, que no era su prima Jackie precisamente). En cuanto terminó, volvió a su posición y se acurrucó contra el pecho de Marcus, pegada con la mejilla al calorcito que emanaba su piel. — No me sueltes, mi amor. Nunca. — Le abrazó, ya con los ojos cerrados y la voz pesada. — Quiero que me cuides y me abraces toda la vida, Marcus O’Donnell. — Su sueño mientras estaba despierta, su espino, su agua y su tierra. Su Todo era él, y sobre él, sabía que siempre podría dormir tranquila.
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Don't need to go any farther Con Alice y toda la tropa| En Saint-Tropez | 23 de junio de 2002 |
Despertar con Alice era maravilloso, un autentico sueño. Le despertó un ruido en el pasillo y, al abrir los ojos, era de día. Alice seguía dormida y podía sentir a Simone trasteando en la cocina, por lo que despertó a su novia con besitos y arrumacos, y volvieron al mismo modo de agapornis felices en el que se habían quedado dormidos la noche anterior. Se escondieron bajo las sábanas, rieron, se besaron y se abrazaron, y de verdad que se sentía en el auténtico paraíso. Aquello probablemente hubiera llegado a algo más si no fuera porque estaba escuchando a Simone pasear por el pasillo con ese tono de "va siendo la hora del desayuno y creo que todos los presentes preferís que no abra ninguna puerta así que mejor salid por vuestro propio pie". Era hijo de Emma O'Donnell, sabía reconocer una intencionalidad en unos pasos.
Se vistieron y bajaron a desayunar, no sin antes dedicarse ambos a pavonearse y lanzar comentarios haciéndose los tontos como si no supieran que había habido cambio de habitaciones la noche anterior, a ver si alguno de aquellos cuatro cantaba y dejaba traslucir en su cara lo que había hecho. Tras el copioso desayuno (para él sobre todo, que no perdía oportunidad de ponerse hasta arriba), subieron a ponerse sus trajes de fiesta. Hillary estaba encantada con vestir con el traje de provenzal cedido por Violet, pero Sean ni estaba escuchando: se había quedado cortocircuitando ante la perspectiva de llevar un traje regional. Theo había adoptado la postura abnegada al respecto, pero el otro insistía en saber si le estaban gastando otra broma.
- Yo no me veo con esto, tío. - Que te queda bien, Sean, hazme caso. - Que no, que no. Que parezco un espantapájaros. - Que noooo. - Que tú me ves con muy buenos ojos, hombres. - Pues digo yo que Hillary te verá con ojos mejores. - Marcus había ido a cambiarse a su cuarto con Alice, pero no quería perderse aquel espectáculo, y solo acercándose a la puerta de la habitación de Sean y Theo ya les escuchó hablar. En lo que se dejaba ver por la puerta abierta, oyó a Sean chistar ante el espejo. - Si es que esto me queda grandísimo. - Theo suspiró y, al detectarle, le miró y le dijo. - Marcus, dile que le queda bien. - Pero su amigo, en cuanto se giró, protestó con un sonoro bufido, alzando los brazos y dejándolos caer. - ¡¡Venga ya!! ¿Por qué a ti te queda tan bien? - Porque soy el sumun de la elegancia. - El sumun de lo idiota, eres. El prefecto de pacotilla este. ¿¿Por qué tienes un traje a medida, vamos a ver?? - ¡Me lo hizo Jackie en Pascua! - Mi li hizi Jicki in Piski. - Se burló su amigo, girándose de nuevo hacia el espejo y mirándose con desaprobación. - Me queda como si me lo hubieran lanzado desde una escoba. - Es que es de William. - ¡Eso! ¡Démosle a Sean el traje del tío más corpulento de la familia! - ¡Tú eres el más alto del grupo! ¿A quién se lo van a dar? - Marcus señaló al otro. - Mira, Theo no se queja tanto a pesar de llevar el traje de su suegro. - El Hufflepuff le miró con cara de circunstancias y Marcus se tuvo que tapar la boca con las manos. Es que eso era demasiado gracioso.
Y todavía podía mejorar. - Bueno bueno, ¿cómo van mis inglesitos? - Fue anunciando André, y en cuanto se dejó ver por la habitación, Sean volvió a protestar. - ¡Hala! Otro al que le queda de miedo el traje. - Pero el francés ni le escuchó, porque nada más entrar abrió los brazos hacia Marcus. - ¡Pero míralo, el tío! Si parece nacido en un campo de lavandas. ¡Pero qué porte! ¡Qué elegancia! Un vrai monsieur! - Os vais a ir a la porra uno detrás del otro. - Dijo Sean con muy malas pulgas, pasando inmisericordemente por el momento orgullo hinchado y flotante de Marcus. André se giró hacia él. - El tío William rellena más el traje, es cierto. Pero mi hermana puede tomarte medidas. Ella no va a tener impedimentos, tú eres el que tiene que dar consentimiento, inglesito número tres. - Sean dejó los hombros caer. - ¿Por qué soy el tres? - Porque este está ya en la familia metido. Si hasta lleva el traje del suegro. - Ahora Theo, en lugar de poner cara de circunstancias, se ruborizó entero y agachó la cabeza. Marcus seguía observándolo todo con la boca tapada con una mano, pero la risa era cada vez más difícil de disimular.
Consiguieron que Sean dejara de lamentarse por lo grande que le quedaba el traje y salieron de la habitación. Las chicas estaban aún en la de Jackie y Hillary, pero en cuanto les oyeron, la francesa salió con la cabeza bien alta y una sonrisa radiante, abriendo los brazos en un gesto prácticamente idéntico al de su hermano. - ¡Pero mira qué messieurs tan hermosos y guapísimos! - Gracias, bella dama. Te sienta el vestido como si hubieras nacido para él. - Aduló Marcus, a lo que Jackie respondió con una risita. - Anda, para, que eres tú muy listo y sabes cómo echarme dos piropos en uno. - Es que, aparte de la impecable percha, eres la mejor modista del país. Eso lo saben ya hasta en Londres. - La chica volvió a reír. - Mi amigo anda un poco agobiado. - ¿Sí, Sean? - Dijo ella en tono meloso, mirando al chico. - Si necesitas que te tome medidas, solo tienes que darme tu consentimiento. - ¿Os hacéis un guion entre todos para decir lo mismo? - Respondió el otro, provocando que tanto Marcus como André se murieran de risa, y que Jackie siguiera provocándole a base de miraditas.
- Oh, la lá! Mejor no te vayas muy lejos, inglesito quejica. - Dijo André, mirando a la puerta de las chicas. Sean bufó y empezó a quejarse. - Ya ni el tres, ya directamente el quejic... - Pero se detuvo en seco cuando vio a Hillary aparecer. - Oh. - Fue lo único que articuló a decir, mientras la otra le miraba con una sonrisa que Marcus no le había visto nunca. Se había generado un silencio muy gracioso, en el que todos se miraban con sonrisillas mientras Hillary sonreía a Sean y Sean, por la pose y la cara que tenía, parecía que se iba a romper en añicos si en ese momento le tocaba alguien, de tan de piedra que se había quedado. Marcus le dio un leve codazo y le susurró. - Si quieres, te dejo mi guion. -
Se vistieron y bajaron a desayunar, no sin antes dedicarse ambos a pavonearse y lanzar comentarios haciéndose los tontos como si no supieran que había habido cambio de habitaciones la noche anterior, a ver si alguno de aquellos cuatro cantaba y dejaba traslucir en su cara lo que había hecho. Tras el copioso desayuno (para él sobre todo, que no perdía oportunidad de ponerse hasta arriba), subieron a ponerse sus trajes de fiesta. Hillary estaba encantada con vestir con el traje de provenzal cedido por Violet, pero Sean ni estaba escuchando: se había quedado cortocircuitando ante la perspectiva de llevar un traje regional. Theo había adoptado la postura abnegada al respecto, pero el otro insistía en saber si le estaban gastando otra broma.
- Yo no me veo con esto, tío. - Que te queda bien, Sean, hazme caso. - Que no, que no. Que parezco un espantapájaros. - Que noooo. - Que tú me ves con muy buenos ojos, hombres. - Pues digo yo que Hillary te verá con ojos mejores. - Marcus había ido a cambiarse a su cuarto con Alice, pero no quería perderse aquel espectáculo, y solo acercándose a la puerta de la habitación de Sean y Theo ya les escuchó hablar. En lo que se dejaba ver por la puerta abierta, oyó a Sean chistar ante el espejo. - Si es que esto me queda grandísimo. - Theo suspiró y, al detectarle, le miró y le dijo. - Marcus, dile que le queda bien. - Pero su amigo, en cuanto se giró, protestó con un sonoro bufido, alzando los brazos y dejándolos caer. - ¡¡Venga ya!! ¿Por qué a ti te queda tan bien? - Porque soy el sumun de la elegancia. - El sumun de lo idiota, eres. El prefecto de pacotilla este. ¿¿Por qué tienes un traje a medida, vamos a ver?? - ¡Me lo hizo Jackie en Pascua! - Mi li hizi Jicki in Piski. - Se burló su amigo, girándose de nuevo hacia el espejo y mirándose con desaprobación. - Me queda como si me lo hubieran lanzado desde una escoba. - Es que es de William. - ¡Eso! ¡Démosle a Sean el traje del tío más corpulento de la familia! - ¡Tú eres el más alto del grupo! ¿A quién se lo van a dar? - Marcus señaló al otro. - Mira, Theo no se queja tanto a pesar de llevar el traje de su suegro. - El Hufflepuff le miró con cara de circunstancias y Marcus se tuvo que tapar la boca con las manos. Es que eso era demasiado gracioso.
Y todavía podía mejorar. - Bueno bueno, ¿cómo van mis inglesitos? - Fue anunciando André, y en cuanto se dejó ver por la habitación, Sean volvió a protestar. - ¡Hala! Otro al que le queda de miedo el traje. - Pero el francés ni le escuchó, porque nada más entrar abrió los brazos hacia Marcus. - ¡Pero míralo, el tío! Si parece nacido en un campo de lavandas. ¡Pero qué porte! ¡Qué elegancia! Un vrai monsieur! - Os vais a ir a la porra uno detrás del otro. - Dijo Sean con muy malas pulgas, pasando inmisericordemente por el momento orgullo hinchado y flotante de Marcus. André se giró hacia él. - El tío William rellena más el traje, es cierto. Pero mi hermana puede tomarte medidas. Ella no va a tener impedimentos, tú eres el que tiene que dar consentimiento, inglesito número tres. - Sean dejó los hombros caer. - ¿Por qué soy el tres? - Porque este está ya en la familia metido. Si hasta lleva el traje del suegro. - Ahora Theo, en lugar de poner cara de circunstancias, se ruborizó entero y agachó la cabeza. Marcus seguía observándolo todo con la boca tapada con una mano, pero la risa era cada vez más difícil de disimular.
Consiguieron que Sean dejara de lamentarse por lo grande que le quedaba el traje y salieron de la habitación. Las chicas estaban aún en la de Jackie y Hillary, pero en cuanto les oyeron, la francesa salió con la cabeza bien alta y una sonrisa radiante, abriendo los brazos en un gesto prácticamente idéntico al de su hermano. - ¡Pero mira qué messieurs tan hermosos y guapísimos! - Gracias, bella dama. Te sienta el vestido como si hubieras nacido para él. - Aduló Marcus, a lo que Jackie respondió con una risita. - Anda, para, que eres tú muy listo y sabes cómo echarme dos piropos en uno. - Es que, aparte de la impecable percha, eres la mejor modista del país. Eso lo saben ya hasta en Londres. - La chica volvió a reír. - Mi amigo anda un poco agobiado. - ¿Sí, Sean? - Dijo ella en tono meloso, mirando al chico. - Si necesitas que te tome medidas, solo tienes que darme tu consentimiento. - ¿Os hacéis un guion entre todos para decir lo mismo? - Respondió el otro, provocando que tanto Marcus como André se murieran de risa, y que Jackie siguiera provocándole a base de miraditas.
- Oh, la lá! Mejor no te vayas muy lejos, inglesito quejica. - Dijo André, mirando a la puerta de las chicas. Sean bufó y empezó a quejarse. - Ya ni el tres, ya directamente el quejic... - Pero se detuvo en seco cuando vio a Hillary aparecer. - Oh. - Fue lo único que articuló a decir, mientras la otra le miraba con una sonrisa que Marcus no le había visto nunca. Se había generado un silencio muy gracioso, en el que todos se miraban con sonrisillas mientras Hillary sonreía a Sean y Sean, por la pose y la cara que tenía, parecía que se iba a romper en añicos si en ese momento le tocaba alguien, de tan de piedra que se había quedado. Marcus le dio un leve codazo y le susurró. - Si quieres, te dejo mi guion. -
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Don't need to go any further Con Marcus y toda la tropa| En Saint-Tropez| 23 de junio de 2002 |
Algún día… algún día no habría nadie esperando al pie de las escaleras, haciendo un ruido de cacharrería con todos los elementos de la cocina llamando su atención, y podría terminar aquella sesión de besito y caricias en su nido de forma muy interesante… No era ese momento todavía, claramente.
La parte buena era que sus amigos estaban allí, era el festival de la lavanda de La Provenza, y la mañana estaba empezando divinamente con aquello de sacar los trajes para vestirlos a todos, hasta la tía Simone estaba de buen humor, sería aquello de tener gente joven en casa. Y para no perder tiempo de feria, se habían metido en la que fuera su habitación, a ayudarse las unas a las otras los vestidos, que tenían su miga. — Cuando te vi en las fotos no parecía que tuviera tantas cosas. — Dijo Hills metiéndose en el cancán. — Y ya verás, el de la tata tiene un efecto que los demás no. — ¿Ah sí? — Preguntó su amiga parpadeando. — Abróchate el corpiño. — Y cuando lo hizo, abrió mucho los ojos. — ¿Qué acaba de pasar aquí? — Preguntó señalándose el pecho. — Pensé que tú lo sabrías. — Aseguró Alice. — La tata dice que hay unos sujetadores muggles que lo hacen, y Jackie le metió un hechizo para que hiciera el efecto. — Hillary la miró con los ojos muy abiertos y asintió. — No sé yo si me voy a atrever a salir con esto. — Jackie rio, saliendo por la puerta y simplemente dijo. — Ya… Tu bomboncito se va a volver loco, querida… — Y se fue derechita a vacilar a los chicos.
Con una risa, Alice terminó de colocarse la falda y se acercó a Hillary para abrocharle la lazada del corpiño por detrás y el delantal. — ¿Estás contenta? — Le preguntó. Y a modo de contestación, su amiga se giró y la abrazó. — No sabes cuánto, además. — Ella le devolvió el abrazo y sonrió. — Nos merecíamos algo así. Nada de pensar en madres, abuelas, problemas diversos, futuro… Disfruta de la época más bonita de La Provenza y de tu amor, ¿estamos? — Hills asintió sonriendo. — ¿Te abrocho yo a ti? — Pero Alice negó con la cabeza, cogiendo su delantal. — Cosas de tradiciones. — Dijo saliendo al pasillo en dirección a su novio.
Llegó en una parte interesante de la conversación en la que se estaban metiendo con los inglesitos nuevos y recordando la broma que le gastaron a Marcus, al cual se dirigió, poniendo el delantal en su mano y ofreciéndole la espalda para que también terminara de atarle el corpiño. — Nos gustan los inglesitos cobardes. Son inteligentes también. — Sobre todo si están con francesitas como nosotras. — Dijo Jackie moviendo las caderas con chulería. Y justo entonces, salió Hillary, y Alice tuvo que contenerse mucho la risa, porque Sean se iba a desmayar. — ¿Te gusta? — Preguntó ilusionada. — Que… q… yo… Guau. — ¡Eso es todo un Ravenclaw! ¿Quieres intentar dejar el pabellón de Hufflepuff un poco más alto, cuñado? — Interpeló André a Theo. El chico se tocó el pelo y miró a Jackie de arriba abajo. — Eres lo más increíble que un Hufflepuff nonmagique desgraciado como yo ha visto tan de cerca. — Oh la la! Oui monsieur! Qué labia… — Alabó Jackie con una sonrisa pícara y los ojos brillantes, y se inclinó a darle un piquito. Era la primera vez que les veía besarse y no le podía parecer más bonito. Aunque vio que su prima le tiraba un poco de la hombrera de la chaqueta. — Pero hay que arreglarte un traje cuanto antes porque mi padre y tú no os parecéis en nada… — Theo puso cara de perrillo apaleado. — Pues a mí me parecía que me quedaba guay… — Y el timbre sonó. — ¡Menos mal! — Exclamó André. — Empezaba a sentirme solo. Y solo llevaba cuatro horas… — Alice frunció el ceño. — ¿Como que cuatr…? — Pero su primo ya había bajado. Se hicieron unos segundo de silencio hasta que Jackie exclamó. — ¡Marine! — Y salió corriendo a la habitación del balconcillo.
Tres segundos tardaron en ir los seis en ir al mismo sitio y agolparse. — ¡Hola, Marine! ¿Cómo estás, querida? — Saludó su tía Simone, que se había adelantado. — Estupendamente, madame Gallia, ¡cuánto tiempo! — Sí, querida, a ver si… — ¡Memé! Ya estoy yo aquí para recibirla. — Saltó André, y su tía lo entendió como lo que era “aire, que no quiero que parezca que es mi novia”. Ese primo suyo… Eso sí, ni corto ni perezoso, le dio un beso para saludarla. — Mucho con que no es su novia, pero bien que le ha metido un besazo nada más verla. — Señaló Hillary. Jackie hizo una pedorreta. — Mi hermano se saludaría así hasta con un besugo que comprara en el mercado, menudo es… — Entonces Marine reparó en ellos y levantó la mano con una sonrisa. — ¡HOLA MARINE! — Contestaron al unísono y con grandes sonrisas, supernatural. — Hola, Gallias y buena compañía. — Señaló a Marcus y sonrió más. — De ti me acuegdo. Egues el chico que seguía a Alice a todas pagtes con cara de... — Cagado es la palabra que buscas. — Completó André,y Marine se rio. — ¡No! Era cara de… — Hizo un corazoncito con las manos. Eso la hizo reír. La pobre Marine lo hablaba muy allá inglés, pero se hacía entender. — ¡Qué bien que has venido! André te estaba esperando. — Dejó ella caer. — No tanto como mi memé, claramente, no es así de maja con nadie… — Añadió Jackie. André se giró hacia Marine. — No sé de qué están hablando, el elenco del guiñol no me representa. — Marine rio con ganas y le miró con deleite. Pues su novia no sería, pero ella ahí veía cosas. — Bajad de una vez, que ese balcón no está pensado para seis personas, y no es de buena educación hacer esperar a una dama. — Y bajaron entre risas, todas las parejas de la mano. Se sentía como de niña, disfrutando del verano y las bromas, pero con la seguridad de llevar al amor de su vida con ella.
Paseando entre risas y piques, se fueron acercando a la feria, y ahí Alice les detuvo a todos. — Vale, todos los no-provenzales, tapaos los ojos, quiero que os llevéis la sorpresa. — Ella iba guiando a Marcus, Jackie a Theo y Marine y André a Hillary y Sean. — ¡Dios! ¿Eso que huele tantísimo son las lavandas! — Preguntó su amiga. — Sip, es una experiencia total para los sentidos, pero no abráis los ojos todavía. — Y cuando por fin estuvieron al principio de la cuesta que llevaba a los campos de lavanda donde estaba montada la romería y los puestos, dijo. — Ahora sí. — Y se abrazó al costado de su novio para poder ver su reacción.
Estaba segura de que Marcus nunca había visto los campos tan morados, porque junio era el mes en el que más lavandas florecidas había, prácticamente solo se veía morado, con los puestos de madera con sus tejados de tela blanca y todos vestidos de provenzales. Era una de las estampas más bonitas que había de La Provenza, y solo acababan de empezar el día. — Cuando tengamos el taller, podremos venir todos los años, amor mío. — Susurró, dejando un besito en su mejilla. — Hay, de hecho, un puesto de alquimia, ahora mismo bajamos. —
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Don't need to go any farther Con Alice y toda la tropa| En Saint-Tropez | 23 de junio de 2002 |
- Estás espectacular, rubia. - Dijo él, ya que su amigo estaba teniendo dificultades para reaccionar, a ver si al menos así le daba pie. No caería esa breva. Le dio espacio a Sean para su reacción centrándose en su novia, porque por supuesto, por muy guapas que fueran Jacqueline o Hillary, como su Alice no había nadie ni en esa casa ni en el mundo entero. Con una sonrisa galante, agarró el delantal que ella le tendía y esperó a que le diera la espalda, acercándose diligentemente para terminar de cerrar el corpiño. - La reina de La Provenza. - Le susurró al oído mientras lo hacía, dejando un leve beso en su mejilla justo después y aprovechando que todos estaban demasiado centrados en el show de Sean y Hillary para hacerles caso, y en la posterior puesta en evidencia de Theo. Se tuvo que reír con todos los comentarios, pero sin quitar la mirada de su novia. Porque ahí era donde toda la atención de Marcus podía irse, por muy entretenido que fuera el entorno.
Eso sí, no contaba él con un foco de distracción tan grandísimo. - ¿Marine Youcernal? - Preguntó, mirando a Jackie con los ojos muy abiertos y una sonrisilla, y sonando talmente como si tuviera once años otra vez. De hecho, salió en tropel junto con toda la masa de curiosos para mirar con ojos de lechuza curiosa la entrada de Marine en la casa, boquiabierto y sin palabras, infantilmente sonriente. Si ahora mismo fusionaran al Marcus de once años y a su Elio, saldría él, solo que vestido de provenzal. - ¿Pero cómo que no es su novia? ¡Si la acaba de besar! - Susurró casi en una exclamación, y automáticamente se dio cuenta de cómo había sonado. De hecho, Jackie le estaba mirando con cara de circunstancias y él tuvo que intentar reparar su orgullo aunque fuera un poquito. - Sí, me he oído. - Se defendió con retintín. Se refería a que la estaba besando como saludo y delante de su abuela, el día que habían quedado para la fiesta... que parecía como muy formal... ¡Meh, que él se entendía y no tenía por qué dar explicaciones a nadie!
- ¡HOLA, MARINE! - Respondió automáticamente como una oveja idiota, a coro del resto de ovejas idiotas que estaban allí haciendo exactamente lo mismo. Pero la chica le miró a él directamente, y Marcus se puso como un tomate y le salió la sonrisa más infantil de su vida, ya es que no parecía ni que tuviera once años, directamente tenía menos. - Sí, ese era yo. - Dijo como un idiota. Hillary soltó una aguda risilla de garganta y, cruzada de brazos, soltó. - Vaya, al menos ya lo reconoce. - Pero él estaba tan metido en su regresión a la infancia que ni hizo caso a ese comentario ni al de André, se limitó a ser otra vez un niñito tímido del que la no-novia del primo mayor se acordaba. Ya se pondría en modo Marcus Horner el resto del día, ahora le había pillado demasiado por sorpresa. Y estar así también era bonito.
Terminado el momento recibimiento y primer contacto con Marine, bajaron todos y pasearon juntos. Se presentó debidamente (y con mucha pompa, ya recobrando un poco su edad natural) y fue con Alice de la mano por el pueblo, bien feliz. Hasta que ella les detuvo. Marcus la miró con una sonrisilla y expresión interrogante. - ¿Yo cuento como provenzal o como no provenzal? - Casi cuela, inglesito cobarde. Pero no. - Respondió André entre risas. Se tapó los ojos y se dejó guiar por su novia mientras bromeaba con los demás y tanteaba muy bien el suelo, que no era el momento de caerse ahora y hacer el ridículo, por Merlín. El olor a lavanda le inundaba y le hacía sonreír, y le traía preciosos recuerdos. No podía esperar para disfrutar de todo lo que les tenía deparado esa feria. Por eso no tardó ni un segundo en abrir los ojos cuando Alice lo anunció.
Se quedó boquiabierto y sin palabras unos segundos. - Menuda pasada. - Dijo al fin, después de pasear la mirada por ese enorme campo más morado de lo que nunca lo había visto. El susurró de Alice hizo que la mirara con una amplísima sonrisa y rodeara su cintura con los brazos. - Va a ser perfecto. - Le devolvió el beso en la mejilla, lleno de cariño. - Quiero ver todas las estaciones del año aquí contigo. Que no dejemos de enseñarnos cosas nunca, jamás. - Rozó su nariz con la mejilla de ella con ternura. - Tú nunca dejas de sorprenderme. - Oy, qué bonito, cuanto amor hay aquí. - Apuntó Marine, y al echar Marcus una visual, se dio cuenta de que las tres parejitas estaban muy acarameladas y diciéndose moñerías ente la vista de los campo. André y Marine iban a lo suyo, por supuesto. El chico suspiró. - Sí, esto es lo que nos queda, pasteleo todo el día. El puesto de dulces nos lo podemos ahorrar. - ¿Puesto de dulces? - Saltó Marcus, como un perrillo que oye abrirse un tarro de galletas. Hillary soltó una fuerte carcajada. - Vaya, Marcus, a ver qué eliges ahora: alquimia o dulces. Qué dos fuertes distracciones para ti. - Yo sé de otro que también está debatiéndose entre dos fuertes distracciones. - Apuntó André, señalando con un gesto de la cabeza a Sean, que automáticamente quedó en el foco de las miradas. Y con la suya delatoramente puesta en el pecho de Hillary, que Marcus no era ciego y también se había dado cuenta de que, sería el vestido o a saber qué, pero ahí se había producido una mejora desde el desayuno hasta que la vieron aparecer vestida de provenzal. - ¿Eh? - Dijo el otro, sabiéndose pillado, y rápidamente intentó excusarse. - No, yo, precioso el campo, muy bonito. Estaba pensando... - Pero nada, ni se le escuchaba, porque las carcajadas de los demás estaban pasando por encima de sus balbuceos.
Eso sí, no contaba él con un foco de distracción tan grandísimo. - ¿Marine Youcernal? - Preguntó, mirando a Jackie con los ojos muy abiertos y una sonrisilla, y sonando talmente como si tuviera once años otra vez. De hecho, salió en tropel junto con toda la masa de curiosos para mirar con ojos de lechuza curiosa la entrada de Marine en la casa, boquiabierto y sin palabras, infantilmente sonriente. Si ahora mismo fusionaran al Marcus de once años y a su Elio, saldría él, solo que vestido de provenzal. - ¿Pero cómo que no es su novia? ¡Si la acaba de besar! - Susurró casi en una exclamación, y automáticamente se dio cuenta de cómo había sonado. De hecho, Jackie le estaba mirando con cara de circunstancias y él tuvo que intentar reparar su orgullo aunque fuera un poquito. - Sí, me he oído. - Se defendió con retintín. Se refería a que la estaba besando como saludo y delante de su abuela, el día que habían quedado para la fiesta... que parecía como muy formal... ¡Meh, que él se entendía y no tenía por qué dar explicaciones a nadie!
- ¡HOLA, MARINE! - Respondió automáticamente como una oveja idiota, a coro del resto de ovejas idiotas que estaban allí haciendo exactamente lo mismo. Pero la chica le miró a él directamente, y Marcus se puso como un tomate y le salió la sonrisa más infantil de su vida, ya es que no parecía ni que tuviera once años, directamente tenía menos. - Sí, ese era yo. - Dijo como un idiota. Hillary soltó una aguda risilla de garganta y, cruzada de brazos, soltó. - Vaya, al menos ya lo reconoce. - Pero él estaba tan metido en su regresión a la infancia que ni hizo caso a ese comentario ni al de André, se limitó a ser otra vez un niñito tímido del que la no-novia del primo mayor se acordaba. Ya se pondría en modo Marcus Horner el resto del día, ahora le había pillado demasiado por sorpresa. Y estar así también era bonito.
Terminado el momento recibimiento y primer contacto con Marine, bajaron todos y pasearon juntos. Se presentó debidamente (y con mucha pompa, ya recobrando un poco su edad natural) y fue con Alice de la mano por el pueblo, bien feliz. Hasta que ella les detuvo. Marcus la miró con una sonrisilla y expresión interrogante. - ¿Yo cuento como provenzal o como no provenzal? - Casi cuela, inglesito cobarde. Pero no. - Respondió André entre risas. Se tapó los ojos y se dejó guiar por su novia mientras bromeaba con los demás y tanteaba muy bien el suelo, que no era el momento de caerse ahora y hacer el ridículo, por Merlín. El olor a lavanda le inundaba y le hacía sonreír, y le traía preciosos recuerdos. No podía esperar para disfrutar de todo lo que les tenía deparado esa feria. Por eso no tardó ni un segundo en abrir los ojos cuando Alice lo anunció.
Se quedó boquiabierto y sin palabras unos segundos. - Menuda pasada. - Dijo al fin, después de pasear la mirada por ese enorme campo más morado de lo que nunca lo había visto. El susurró de Alice hizo que la mirara con una amplísima sonrisa y rodeara su cintura con los brazos. - Va a ser perfecto. - Le devolvió el beso en la mejilla, lleno de cariño. - Quiero ver todas las estaciones del año aquí contigo. Que no dejemos de enseñarnos cosas nunca, jamás. - Rozó su nariz con la mejilla de ella con ternura. - Tú nunca dejas de sorprenderme. - Oy, qué bonito, cuanto amor hay aquí. - Apuntó Marine, y al echar Marcus una visual, se dio cuenta de que las tres parejitas estaban muy acarameladas y diciéndose moñerías ente la vista de los campo. André y Marine iban a lo suyo, por supuesto. El chico suspiró. - Sí, esto es lo que nos queda, pasteleo todo el día. El puesto de dulces nos lo podemos ahorrar. - ¿Puesto de dulces? - Saltó Marcus, como un perrillo que oye abrirse un tarro de galletas. Hillary soltó una fuerte carcajada. - Vaya, Marcus, a ver qué eliges ahora: alquimia o dulces. Qué dos fuertes distracciones para ti. - Yo sé de otro que también está debatiéndose entre dos fuertes distracciones. - Apuntó André, señalando con un gesto de la cabeza a Sean, que automáticamente quedó en el foco de las miradas. Y con la suya delatoramente puesta en el pecho de Hillary, que Marcus no era ciego y también se había dado cuenta de que, sería el vestido o a saber qué, pero ahí se había producido una mejora desde el desayuno hasta que la vieron aparecer vestida de provenzal. - ¿Eh? - Dijo el otro, sabiéndose pillado, y rápidamente intentó excusarse. - No, yo, precioso el campo, muy bonito. Estaba pensando... - Pero nada, ni se le escuchaba, porque las carcajadas de los demás estaban pasando por encima de sus balbuceos.
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Don't need to go any further Con Marcus y toda la tropa| En Saint-Tropez| 23 de junio de 2002 |
Todas las estaciones en La Provenza con él, con su sol. ¿Podía pedir algo mejor? Simplemente acurrucó su cabeza en su hombro y sonrió. Casi podía ver su futuro dibujándose en el horizonte. Rio un poco a lo de Marine y dijo. — Cuidado que es contagioso. Desde que estamos juntos nosotros no paran de salir parejas a nuestro alrededor… — Dejó caer como quien no quería la cosa, pero André la estaba ignorando convenientemente.
Y cómo no, fue mencionar los dulces y ya sabía que había perdido a su novio. — Si mi príncipe quiere dulces, dulces va a tener, empecemos por ahí. — Dijo tirando de él por la cuesta hacia abajo. Cuando pasaron por al lado del lavadero sonrió y le miró. — Siempre acabamos por aquí y siempre acabamos siendo muy felices. — Dijo apretando su mano. Avanzaron hacia el puesto de dulces. — Hay lavandas por todas partes, qué locura. — Decía Hills, mirándolo todo anonadada, mientras Sean, por supuesto, la miraba a ella, y Jackie y Theo se reían bajito entre ellos. Si André y Marine no salían por lo menos novios de aquella semana, ya no sabía qué más se podía hacer para atar a su primo.
Llegaron al puesto de dulces y empezó a enseñar cosas. — Eso es tarta tropezienne, que ya la conoces, tartaletas de lavanda… ¡Oh! Calissons, esto no lo has probado. — Cogió uno y dejó una monedita en el mostrador, para darle uno de los dulces a Marcus directamente en la boca. — Pues yo me pido las tartaletas de lavanda. — Dijo Theo con ojos golosos. — ¡Eh! Quietos todos inglesitos. — Tarde porque Marcus ya tenía el calisson en la boca, y ella había aprovechado un poquito para acariciar esos labios preciosos, ahora llenos de azúcar glas y almendra molida. — No os llenéis de dulces, porque si hacemos los Juegos de Eleanore, pero cada prueba toca un dulce diferente. — ¿Qué son esos juegos? — Preguntó Sean. — Supuestamente, la reina Eleanor D’Aquitaine organizó un juego de seis pruebas para sus pretendientes, y quien completara las doce, conseguiría un dulce, el más maravilloso, de su mano, y por supuesto, casarse con ella. — Relató Marine, y Alice añadió. — Es que decían que era bruja y puso pruebas que lo suyo era cumplir con magia. — Actualmente ya no hay reina, pero nos quedan las pruebas de pedida y luego los Juegos de Eleanore en junio. Por cada prueba, nos regalan un dulce, y al final ganamos el más rico de todos. — ¡YO QUIERO! — Saltó Hillary. — Ya empezamos… — Murmuró Sean mirándose los pies. Ella por su parte cogió las manos de Marcus. — Los juegos empiezan después de comer, si quieres podremos apuntarnos. — ¿Y cuál es el dulce final? — Preguntó Theo. — Ehmmm… — Marine pareció pensárselo y le dijo algo a André que se rio y miró bastante embobado a la chica. — Ah claro, eso no sabes decirlo en inglés. Luego te voy a dar unas lecciones de recuerdo, que te veo perdidilla… — Pezones de Venus. — Dijo una voz a las espaldas de todos, pero André puso media sonrisilla. — Sutil. —
Se giraron y se encontraron con una chica morena y muy alta, con un chico muy francés al lado. ¿Serían conocidos? — Hola, Michelle. — Dijo Jackie un poco apurada, mirando muy mal a André. — No sabía que ibas a venir por aquí… — ¡Ah bueno! Es uno de los días grandes de La Provenza, la pena sería perdérmelo. Salut, ma petite. — Salut, ma belle. — Y la tal Michelle y Marine se saludaron con dos besos ante la atónita mirada de su prima, y Alice empezaba a entender por dónde iban los tiros. — Vosotros seréis la familia inglesa… Benvenue a la fête. — Señaló a André con la barbilla. — He oído que vais a apuntaros a los juegos. — Miró al chico que la acompañaba y dijo. — Habrá que ganarles, ¿no crees? — Hillary chistó y se cruzó de brazos, apoyando el peso en una pierna. — No, no lo creo. — Eso digo yo. — Dijo Jackie imitándola. Marine les señaló abriendo los brazos. — Tenemos un equipo muy dispuesto y hábil. — Y yo creo que Marcus, teniendo dulces de recompensa nos va a dejar el pabellón bien alto. — Terminó André. Michelle se rio. — Ya lo veremos, ya… A bientôt… — Cuando se hubo alejado, Alice miró a su primo sacando el labio inferior. — Dime que no es con la que habías quedado. — Él asintió y le pasó el brazo por los hombros a Marine. — Pues sí, pero ya ves que todo bien, ¿a que sí, Marine? — Ya lo creo, si yo estuve con Antoine… — Alice suspiró y se apoyó en su novio. — No sé para que quieren juegos ni pruebas ni nada, si esto es Sodoma y Gomorra. — ¡Eh! Habla por ellos… — Saltó Jackie, mirando de reojo a Theo. — Yo si quiero mis pruebas y mi príncipe… Como la reina Eleanore. — Y ella se acercó al oído de su novio para susurrar melosa. — Lo que queremos todas las Gallia, por lo visto… Es nuestra historia de cuento. — Y dejó un besito en su mejilla con alegría.
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
- Golden Shields:
Alice Gallia
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Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
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Don't need to go any farther Con Alice y toda la tropa| En Saint-Tropez | 23 de junio de 2002 |
Se dejó guiar por Alice, mirándola con una sonrisa. - Todos los dulces que mi princesa quiera darme. Total, ya estoy gordito de felicidad, me puedo poner un poco más gordito. Espero que me quieras igual. - Sí, estaba muy pasteloso, como decía André. Pero es que estaba en una nube de felicidad y Alice tenía un halo de luz alrededor que le hipnotizaba como si fuera una polilla que no puede evitar seguirla. Es que cada vez que ella reía, él se derretía entero. La forma en la que se quedó dormido y en la que se despertó aún hacía cosquillas en su pecho, y esa sensación no se le iba a ir en días y días. Cuanto menos horas después de haberla vivido.
- Yo contigo soy feliz en cualquier parte, pero sí, este lugar es especial. - Rozó su mejilla con la nariz, cariñoso. - Vendremos antes de irnos ¿no? Aunque sea a dar un paseíto. - Marcus era muy social, le encantaba estar con gente, pero también echaba mucho de menos estar a solas con Alice, y era algo que nunca le sobraba. El puesto de dulces olía de maravilla, tanto que casi pasaba por encima de las lavandas... Bueno, no, pero Marcus ponía una atención demasiado especial a la comida. Alice llamó su atención al hablar de un pastelito con forma de hoja muy mono y que él ciertamente no sabía lo que era, pero sonrió como un niño y abrió la boca para que su novia se lo diera. - ¡Hmm! - Reaccionó enseguida, aún masticando, mirando a la chica feliz y degustando el pastelito con gusto, sonriéndole cuando rozó sus labios, como si estuvieran solos en el mundo, cuando André interrumpió. Un poco tarde, él ya estaba comiendo. Pero si el problema era que se le iba a quitar el hambre para más dulces, en su caso no tenía de qué preocuparse.
La historia de los juegos le gustó, y sonrió a su novia con complicidad y ese puntito chulesco que sabía que le gustaba cuando sugirió jugar. - Yo me apunto. - Alzó la barbilla con una caída de ojos, mirando al resto con superioridad. - Y suerte ganándome con las pruebas. - Ya estaba recibiendo abucheos, pero señaló a todos los presentes con un índice. - El único que tiene experiencia pasando pruebas provenzales aquí soy yo, que lo sepáis. - Eh, que a estas pruebas hemos jugado los de aquí también, marido del año. - Se burló Jackie. Qué fácil era meterla en el pique. Eso sí, el nombre del dulce... No era muy protocolario, pero sonaba a que estaba rico. Se habría detenido más en eso si no fuera por la persona que había desvelado el nombre del dicho dulce.
No sabía quién era, pero al parecer, era conocida al menos por los hermanos, por sus reacciones. Lo que le extrañó fue la naturalidad de André y Marine, frente a la incomodidad de Jackie. Marcus se quedó observando como si fuera un partido de quidditch: básicamente, con la misma cara de confusión que se le ponía en un partido de quidditch. Se inclinó ligeramente hacia Alice como un junco doblado y le susurró. - ¿Tú estás entendiendo algo? - Pero la chica les dio la bienvenida como si supiera quienes eran, y Marcus sonrió e hizo un gesto cortés con la cabeza, añadiendo. - Enchanté. - Notó que Sean le miraba mal de inmediato, pero él, sin embargo, había mirado a su novia y le había guiñado un ojo con un gestito de orgullo infantil. - ¿Qué tal? Voy aprendiendo poco a poco. - Le dijo bajito, solo para ella, bien contento. Que Alice le alabara aunque fuera una palabrita en francés le ponía muy contento.
Al parecer, estaban en un equipo todos juntos. Asintió a su mención, pero antes necesitaba aclarar algo. - Pero, un momento, ¿las pruebas son individuales o colectivas? - Alzó las palmas. - No, lo digo, por saber, me refiero, si somos un equipo, ¿hay un representante? ¿O bien se da un premio a cada uno? - Vamos, que no piensa compartir los dulces. - Dijo Sean, sacando las risas de todos. Marcus chistó. - Solo intento organizar una estrategia adecuada. - Eso y que quería ganarse los dulces, a quién quería engañar.
La chica y su acompañante se fueron y Alice lanzó lo que todos se preguntaban. Marcus miró a André con los ojos muy abiertos. Espera, espera... Porque a él le había parecido entender... que iba a pasar la noche... es decir... o quizás él tenía la mente un poco nublada por lo que él mismo había hecho... y claro, siendo André... pero ahora estaba... ¿Se había acostado con una chica la noche anterior y ahora había quedado con otra y ella con otro y habían coincidido allí los cuatro y todos estaban tan normales? Definitivamente, no era una vida para él. De hecho, miró a su novia y dio un pasito hacia al lado como los cangrejos, pegándose a ella, como si temiera que aquel ambiente de pseudobacanal se le pegara y tuviera la grandiosa idea de hacer lo mismo. Como si ese estilo de vida fuese contagioso. Él no se pensaba ir con otra, vamos. Le daban ganas de llorar del agobio de pensarlo.
Menos mal que Alice no parecía estar en esas, y cuando se apoyó en él, Marcus la recogió entre sus brazos, mirándola con cariño (y de soslayo a los demás). - Nosotros vamos a ganar estas pruebas en equipo como la pareja feliz y perfecta que somos. - De hecho, ella le susurró que quería a su príncipe y le dio un beso. Se le olvidaron todos los males. Lo dicho, Alice y su luz, que cegaba todo lo demás y le hacía sonreír como un idiota. - Por ti debería pugnar, reina de mi corazón, solo para que me concedieras de nuevo el honor de ser tuyo. - André dio un sonoro suspiro y miró a Marine, que había soltado una risita, mirándole con confusión, y se giró a André para preguntarle algo en francés, a lo que André respondió en inglés. - Ha dicho que son los dos igual de idiotas y que piensan pasarse el día dándose piquitos como dos pajaritos. - Habla la envidia por ti. - Dijo él, muy subido, aunque Marine se estaba riendo entre dientes de la respuesta de André. - Sabes de sobra lo dignísimo que soy del amor de esta Gallia. - Lo peor es que el tío pasó unas pruebas y todo. ¿Cuántas más quieres pasar? - Todas las que haga falta. Me pasaría la vida pasando pruebas si es por ella. - Recibió un manotazo de Sean, que se había puesto a su lado sin que lo viera. - Tío, ya, córtate. Que pones el listón por las nubes. - Hastings, has estado siete años estudiando conmigo. Eso no es novedad. - Buf, de verdad, cuando se pone así de idiota... - Yo quiero ver qué más hay. - Apuntó Theo, sonriente y con las manos en los bolsillos, mientras estiraba el cuello para mirar. Se giró a Jackie y dijo. - ¿Me enseñas la feria? - Eh, inglesito suavón, que somos un equipo. - Cortó André, tras lo cual soltó una carcajada y dijo. - Mira, ya tengo un mote para cada uno. -
- Yo contigo soy feliz en cualquier parte, pero sí, este lugar es especial. - Rozó su mejilla con la nariz, cariñoso. - Vendremos antes de irnos ¿no? Aunque sea a dar un paseíto. - Marcus era muy social, le encantaba estar con gente, pero también echaba mucho de menos estar a solas con Alice, y era algo que nunca le sobraba. El puesto de dulces olía de maravilla, tanto que casi pasaba por encima de las lavandas... Bueno, no, pero Marcus ponía una atención demasiado especial a la comida. Alice llamó su atención al hablar de un pastelito con forma de hoja muy mono y que él ciertamente no sabía lo que era, pero sonrió como un niño y abrió la boca para que su novia se lo diera. - ¡Hmm! - Reaccionó enseguida, aún masticando, mirando a la chica feliz y degustando el pastelito con gusto, sonriéndole cuando rozó sus labios, como si estuvieran solos en el mundo, cuando André interrumpió. Un poco tarde, él ya estaba comiendo. Pero si el problema era que se le iba a quitar el hambre para más dulces, en su caso no tenía de qué preocuparse.
La historia de los juegos le gustó, y sonrió a su novia con complicidad y ese puntito chulesco que sabía que le gustaba cuando sugirió jugar. - Yo me apunto. - Alzó la barbilla con una caída de ojos, mirando al resto con superioridad. - Y suerte ganándome con las pruebas. - Ya estaba recibiendo abucheos, pero señaló a todos los presentes con un índice. - El único que tiene experiencia pasando pruebas provenzales aquí soy yo, que lo sepáis. - Eh, que a estas pruebas hemos jugado los de aquí también, marido del año. - Se burló Jackie. Qué fácil era meterla en el pique. Eso sí, el nombre del dulce... No era muy protocolario, pero sonaba a que estaba rico. Se habría detenido más en eso si no fuera por la persona que había desvelado el nombre del dicho dulce.
No sabía quién era, pero al parecer, era conocida al menos por los hermanos, por sus reacciones. Lo que le extrañó fue la naturalidad de André y Marine, frente a la incomodidad de Jackie. Marcus se quedó observando como si fuera un partido de quidditch: básicamente, con la misma cara de confusión que se le ponía en un partido de quidditch. Se inclinó ligeramente hacia Alice como un junco doblado y le susurró. - ¿Tú estás entendiendo algo? - Pero la chica les dio la bienvenida como si supiera quienes eran, y Marcus sonrió e hizo un gesto cortés con la cabeza, añadiendo. - Enchanté. - Notó que Sean le miraba mal de inmediato, pero él, sin embargo, había mirado a su novia y le había guiñado un ojo con un gestito de orgullo infantil. - ¿Qué tal? Voy aprendiendo poco a poco. - Le dijo bajito, solo para ella, bien contento. Que Alice le alabara aunque fuera una palabrita en francés le ponía muy contento.
Al parecer, estaban en un equipo todos juntos. Asintió a su mención, pero antes necesitaba aclarar algo. - Pero, un momento, ¿las pruebas son individuales o colectivas? - Alzó las palmas. - No, lo digo, por saber, me refiero, si somos un equipo, ¿hay un representante? ¿O bien se da un premio a cada uno? - Vamos, que no piensa compartir los dulces. - Dijo Sean, sacando las risas de todos. Marcus chistó. - Solo intento organizar una estrategia adecuada. - Eso y que quería ganarse los dulces, a quién quería engañar.
La chica y su acompañante se fueron y Alice lanzó lo que todos se preguntaban. Marcus miró a André con los ojos muy abiertos. Espera, espera... Porque a él le había parecido entender... que iba a pasar la noche... es decir... o quizás él tenía la mente un poco nublada por lo que él mismo había hecho... y claro, siendo André... pero ahora estaba... ¿Se había acostado con una chica la noche anterior y ahora había quedado con otra y ella con otro y habían coincidido allí los cuatro y todos estaban tan normales? Definitivamente, no era una vida para él. De hecho, miró a su novia y dio un pasito hacia al lado como los cangrejos, pegándose a ella, como si temiera que aquel ambiente de pseudobacanal se le pegara y tuviera la grandiosa idea de hacer lo mismo. Como si ese estilo de vida fuese contagioso. Él no se pensaba ir con otra, vamos. Le daban ganas de llorar del agobio de pensarlo.
Menos mal que Alice no parecía estar en esas, y cuando se apoyó en él, Marcus la recogió entre sus brazos, mirándola con cariño (y de soslayo a los demás). - Nosotros vamos a ganar estas pruebas en equipo como la pareja feliz y perfecta que somos. - De hecho, ella le susurró que quería a su príncipe y le dio un beso. Se le olvidaron todos los males. Lo dicho, Alice y su luz, que cegaba todo lo demás y le hacía sonreír como un idiota. - Por ti debería pugnar, reina de mi corazón, solo para que me concedieras de nuevo el honor de ser tuyo. - André dio un sonoro suspiro y miró a Marine, que había soltado una risita, mirándole con confusión, y se giró a André para preguntarle algo en francés, a lo que André respondió en inglés. - Ha dicho que son los dos igual de idiotas y que piensan pasarse el día dándose piquitos como dos pajaritos. - Habla la envidia por ti. - Dijo él, muy subido, aunque Marine se estaba riendo entre dientes de la respuesta de André. - Sabes de sobra lo dignísimo que soy del amor de esta Gallia. - Lo peor es que el tío pasó unas pruebas y todo. ¿Cuántas más quieres pasar? - Todas las que haga falta. Me pasaría la vida pasando pruebas si es por ella. - Recibió un manotazo de Sean, que se había puesto a su lado sin que lo viera. - Tío, ya, córtate. Que pones el listón por las nubes. - Hastings, has estado siete años estudiando conmigo. Eso no es novedad. - Buf, de verdad, cuando se pone así de idiota... - Yo quiero ver qué más hay. - Apuntó Theo, sonriente y con las manos en los bolsillos, mientras estiraba el cuello para mirar. Se giró a Jackie y dijo. - ¿Me enseñas la feria? - Eh, inglesito suavón, que somos un equipo. - Cortó André, tras lo cual soltó una carcajada y dijo. - Mira, ya tengo un mote para cada uno. -
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Don't need to go any further Con Marcus y toda la tropa| En Saint-Tropez| 23 de junio de 2002 |
Se tuvo que reír con la tontería de su novio. — Gordito de felicidad… Y de amor. — Ay, por favor, sois demasiado ya, eh. — Se quejó Hillary y André entornó los ojos. — Hay dos que van por ese mismo camino. — Dijo mirando a Jackie corriendo alrededor de Theo manchándole la cara con la melaza de lavanda. — Ohhhhh tu hermana se ve muy feliz con ese inglés. Mejor que el tonto de Noel… — Si no crees que esta chica es tu alma gemela, André es que eres más tonto de lo que pensaba, se dijo Alice en su cabeza. De verdad, el empecinado de su primo, teniendo una chica así al lado y seguía diciendo que él no se ataba.
Sonrió ampliamente a su novio y dejó caer los ojos de pura felicidad. — Me hace mucha ilusión que estemos aquí. — Aseguró y se recreó en la caricia de su novio. — Pues claro que vendremos. — Susurró. — ¿No sabes que yo soy experta en escaparme con mi príncipe cuando nadie mira? — Vaya que si lo iba a hacer, si ya estaba diseñando la estrategia para tener un momento campo de lavandas con su novio. Podría convertirse en una tradición de las suyas, la verdad.
Desde luego, si a Jackie y ella les había escandalizado el sistema raro que traían aquellos cuatro, Marcus tenía que estar recogiendo todavía cachitos de su estallido mental. De hecho, se agarró a ella como si se le fuera a escapar o algo y Alcie se limitó a acariciar sus brazos con cariño, para que viera que no se iba a ninguna parte, y aprovechó para lanzarle un piropo. — Oye, mi amor, muy bien esa presentación en francés. — Echó la cabeza hacia atrás y dejó un besito en su mejilla. — Mon prince… Je t’aime. —
Afortunadamente, la conversación pasó de nuevo a las pruebas y a meterse con ellos, por supuesto. — Solo oigo envidias, y esta vez bilingües en inglés y francés, hay que ver cómo os reinventais. — Dijo en tono de broma también, antes de volverse a su novio para mirarle con cara embobada cómo decía que pasaría todas las pruebas por ella. Marine carraspeó. — Bueno, recuperando el tema de si son en equipo, sí, y el equipo elige quien o quiénes, dependiendo de la prueba, lo hará mejor. — Mi hermana la mejor siempre, por si no lo sabías. — Dijo André con el cachondeíto. — Eres tonto. — Aportó Jackie, cruzándose de brazos. — Pero sí, Hillary y yo podemos hacerlas todas, ¿a que sí, ma cherie? — Hillary se le enganchó del brazo y echaron las dos a andar hacia los puestos. — Mais oui. — Contestó su amiga, y mientras se alejaban, Sean dejó caer los brazos con derrotismo. — Tío, no se cómo lo hacéis, pero vosotros las cabreais y el que se queda solo soy yo. — Theo se acercó a él y se enganchó de su brazo. — Venga, venga, Hastings, que yo no te abandono, tío. — Y André y Marine salieron también riéndose detrás de ellos.
En el mercado había un poco de todo, y todo imbuido del color y el olor de las lavandas. Pasaron varios puestos de jabones y cosas del baño que Alice miró con ojos golosos y señaló. — Cuando tengamos una casa y tengamos sueldo de alquimistas licenciados, vamos a venir aquí y nos vamos a llevar un montón de esos para el baño… — Bajó la voz y susurró con una sonrisilla. — Como en la Sala de los Menesteres. — Llegaron a un puesto de velas aromáticas, donde Jackie y Hillary se habían parado, examinando los productos y ella señaló. — Deberíamos llevarnos una, para encenderla y sentirnos en La Provenza. — Y ya le parecía ver a su novio alargar la mano para pagar, así que le agarró. — Cuando nos vayamos a ir, volvemos por aquí y ya nos llevamos todo, que si no, hay que cargar con ello todo el día. — Y entonces su vista se volvió al puesto de alquimia, que era de los que se podía entrar y recorrer. — Bueno, ya ha visto mi prima el puesto de alquimia, ya la hemos perdido. — Dijo André socarrón.
Alice no había estado mucho en la feria de las lavandas, sobre todo de pequeña, antes de Hogwarts, y en aquel entonces ni entendía de lo que iba el puesto, y no había tenido oportunidad de volver con los conocimientos necesarios para disfrutar a tope de aquel lugar. Así que con una gran sonrisa tiró de su novio, como cuando eran pequeños y le arrastraba a algún lado, al interior de la tienda. — ¡No hagáis guarrerías, que os vigilamos en la distancia! — Dijo Jackie riéndose. — ¡Nos vamos a los puestos de flores y hierbas, tú sabrás, Alice! — Añadió Hillary, a lo que ella se giró un momento solo para sacarle la lengua.
El puesto tenía un hechizo de cielo echado en la lona parecido al que Alice le hizo a Marcus, pero con un cielo irreal pues mostraba todas juntas las constelaciones que más influían en las transmutaciones alquímicas, así como los planetas asociados a los estados. — Mira qué preciosidad. — Dijo mirando aquel cielo. — Algún día aprenderé a hacer esto mismo y lo tendremos en nuestro taller. — Y empezó a caminar entre los utensilios y los elementos tales como piedras, arena, cristales y demás cosas que eran buenos precios de transmutación. — De hecho, te voy a decir más, hay que asegurarse de que nuestro taller de aquí esté terminado para junio, así podremos venir aquí y llevarnos todo lo que nos haga falta, ¿verdad? — Preguntó ilusionada. Justo señaló unos tarritos de cristal muy alargados que terminaban en un grifo. — ¡Oh mira! Dispensadores, para poder coger la dosis exacta, qué genial. — Y caminando, alucinándose con cada cosa que veía, llegó a una gran tabla que parecía laminada en oro. — ¡Oh! ¿qué será esto? No lo tengo controlado. — Leyó el cartelito de al lado y, por un momento, se quedó sin habla. — Es… Un coagulador… — Frunció el ceño. — Creo que puede sintentar… imbuir de vida colocando objetos más grandes aquí. — Señaló el hueco. — Con el precio aquí y… — Se acordó de sí misma preguntando si Lawrence podría curar a su madre… Y de su padre hablando de la sangre viable… Igual estaba flipando un poco, así que parpadeó y sonrió. — Quizá algún día aprenderemos a usarlo, ¿no? —
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
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Don't need to go any farther Con Alice y toda la tropa| En Saint-Tropez | 23 de junio de 2002 |
Se tuvo que aguantar la risa y mirar a André con las cejas arqueadas cuando Marine dijo con tanta naturalidad su opinión sobre Noel. Y Marcus que, cuando llegó en Pascua, estaba preocupado por si era al único al que le caía mal ese chico... Al parecer, lo difícil era encontrar en La Provenza alguien a quien le cayera bien. Volvió a centrar su atención en Alice, sin dejar de rodearla ni acariciarla, ni de mirarla con una sonrisa radiante. - Eres experta en muchas cosas... pero en ser un pajarito travieso que va volando por ahí, la que más. - Le dijo divertido, dándole en la nariz. - Y siempre me arrastras. Me voy detrás tuya colgando de una patita. - Dijo entre risas. Si algo había allí dulce no eran los pastelitos, eran ellos dos en su nube de felicidad y de decirse pasteladas. Pero podría pasarse así toda la vida, por mucho que a su alrededor se metieran con ellos. Envidia pura. - Me escapo contigo donde tú me digas. - Le dijo en un susurro que intentaba ser seductor, pero que le salió demasiado tierno y enamorado. Tal y como estaba, vamos.
Más arriba aún se subió cuando alabó su francés, alzando la barbilla y poniendo una sonrisa enorme, con la misma carita de niño orgulloso que se le ponía cuando le felicitaba un profesor, pero aliñada con la adoración que sentía por Alice. - ¿Te ha gustado? - Quiso comprobar una vez más, respondiendo después a la frase que le dijo (de la que solo podía replicar una parte). - Je t'aime... princesa. - Encogió un hombro con una risita. - Me falta vocabulario en sustantivos. Y en adverbios. - En general, básicamente. Si le dijeran ahora que podían ponerse a dar clases de francés para hablar a la perfección el idioma antes de que acabara el día, se pondría a ello sin pensárselo.
Efectivamente, había que elegir un portavoz. Marcus seguía teniendo dudas. - ¿Y el premio es solo para el portavoz, o hay uno para cada miembro del equipo? - ¿Te gustan los pezones, eh O'Donnell? - Se burló Hillary en tono ácido, levantando risillas en los demás, y Marcus se irguió para responder... pero se limitó a abrir la boca, cerrarla de nuevo y retirar la mirada con dignidad. Porque, no, no iba a dignificar semejante infantilada con una respuesta... Por eso y porque decir lo que iba a decir, que a él solo le gustaban unos en concreto, solo le iba a echar más tierra encima, así que mejor se callaba. Menos mal que Hillary estaba demasiado ocupada en hacer tándem con Jackie, cosa que claramente no hacía mucha gracia a Sean. - Tío, está más feliz que en toda su vida. No te quejes más. - Todos siguieron caminando y Marcus suspiró y miró a Alice. - Es que no hay ninguna pareja como la nuestra, ¿a que no, mi amor? - Dijo con un impostado tono de resignación. Se le reforzaba su teoría de la superioridad hasta en el amor a cada minuto que pasaba.
Miró con los ojos brillantes todo lo que había. Era precioso y tenía un olor que le traía mil recuerdos y le ponía de buen humor inmediato, sobre todo si a eso le unía ver a Alice tan feliz. - Cuando tengamos nuestra casa, nos llevaremos de aquí todo lo que tú quieras. Y para nuestro taller, también. - Afirmó. La vela de La Provenza sí que le pareció una idea magnífica, y estaba esperando a que Alice se diera la vuelta para iniciar la maniobra de pagar sin que le viera y darle la sorpresa, pero su novia le conocía demasiado bien y le pilló. Chistó. - Vaaaale. Pero te voy a tener que pedir que me quites el ojo de encima aunque sea un par de minutitos, Gallia. Que si no, no puedo ser tu amado príncipe caballeroso que te compra alguna cosita con mucho amor. ¿Podrás? - Le dijo con una sonrisilla traviesa y tono tierno. Pero ambos habían recabado ya en el puesto de alquimia, y ahí sí que se les iba a ir toda la atención.
Salió sin pensarlo de la mano de Alice, con la misma ilusión que cuando recorrían juntos La Provenza de pequeños, o cualquier lugar nuevo del castillo, y se fueron flechados al interior del puesto de alquimia. - ¡Buah! Mi abuelo aquí fliparía. - El que estaba flipando era él, que ya recorría con los ojos a toda velocidad todo lo que había por allí. Pasó los brazos por alrededor de los de su novia, mirando al cielo embobado. - Así lo tendremos... y será el mejor taller del mundo. - Dijo con la voz cargada de emoción, antes de empezar a caminar junto a ella entre los pasillos. Rio un poco con su propuesta, sin despegar los ojos de todos los objetos espectaculares que allí había. - Una propuesta ambiciosa, me parece. Pero no hay nada que tú no puedas conseguir, Gallia, así que ¡trato hecho! - La miró, casi conteniendo la respiración. - De aquí a junio... No me puedo creer que vayamos a tenerlo en tan poco tiempo. Pero no puedo esperar. - Dijo emocionado. Se sentía talmente como cuando planeaban cosas con doce años, solo que ahora se veía con muchas más posibilidades a su alcance y sus sueños estaban más cerca de ser cumplidos.
- Esto es muy útil. - Dijo concentrado, mirando los dispensadores. - Imagina todo lo que podríamos hacer al principio de nuestras carreras con estas cosas. Entre el peso de esencias y esto para los líquidos... ¿Sabes que uno de los colegas de mi abuelo estaba intentando crear algo como esto pero que funcione también para sólidos? - Comenzó a hablar, pero Alice se había fijado en otra cosa, así que Marcus soltó el dispensador y se dirigió junto a ella hacia el otro objeto. Tragó saliva, sintiendo un leve vuelco en el pecho, y miró a su novia de reojo. - Lo es. - Dijo en voz baja. Sabía que ese objeto existía porque lo había investigado hacía bastante tiempo, justo para... saber si podrían usarlo para salvar a gente como Janet. Pero la medicina alquímica no era su fuerte, y cuando lo miró aún no tenía capacidad para comprender ciertas cosas. - Si alguien puede usarlo... esa sin duda serías tú. - La miró y acarició su cara. - ¿Recuerdas lo que te decía de pequeños? Este alquimista idiota, muy erudito y muchas ganas de salvar el mundo, pero lo que más ansiaba era hacer cosas bonitas para ti. - Dijo con una sonrisa leve y lleno de cariño. - Pero tú... Tú vas a ayudar a mucha gente. - Se encogió de hombros. - Y quizás no es algo que puedas plantearte de aquí a junio, pero... ¿Te imaginas lo que podrías conseguir, cuando tengas la suficiente pericia y conocimientos, con un objeto así? - Se llevó sus manos a los labios y las besó, mirándola a los ojos. - Algún día, tendremos todos los jabones y velitas que queramos. Tendremos dispensadores, y se habrán inventado objetos que midan los sólidos con exactitud... Y algún día, tú, Alice Gallia, usarás un coagulador y le darás la vida a mucha gente. Y yo estaré ahí para verlo. - Amplió la sonrisa. - Estoy convencido. -
Más arriba aún se subió cuando alabó su francés, alzando la barbilla y poniendo una sonrisa enorme, con la misma carita de niño orgulloso que se le ponía cuando le felicitaba un profesor, pero aliñada con la adoración que sentía por Alice. - ¿Te ha gustado? - Quiso comprobar una vez más, respondiendo después a la frase que le dijo (de la que solo podía replicar una parte). - Je t'aime... princesa. - Encogió un hombro con una risita. - Me falta vocabulario en sustantivos. Y en adverbios. - En general, básicamente. Si le dijeran ahora que podían ponerse a dar clases de francés para hablar a la perfección el idioma antes de que acabara el día, se pondría a ello sin pensárselo.
Efectivamente, había que elegir un portavoz. Marcus seguía teniendo dudas. - ¿Y el premio es solo para el portavoz, o hay uno para cada miembro del equipo? - ¿Te gustan los pezones, eh O'Donnell? - Se burló Hillary en tono ácido, levantando risillas en los demás, y Marcus se irguió para responder... pero se limitó a abrir la boca, cerrarla de nuevo y retirar la mirada con dignidad. Porque, no, no iba a dignificar semejante infantilada con una respuesta... Por eso y porque decir lo que iba a decir, que a él solo le gustaban unos en concreto, solo le iba a echar más tierra encima, así que mejor se callaba. Menos mal que Hillary estaba demasiado ocupada en hacer tándem con Jackie, cosa que claramente no hacía mucha gracia a Sean. - Tío, está más feliz que en toda su vida. No te quejes más. - Todos siguieron caminando y Marcus suspiró y miró a Alice. - Es que no hay ninguna pareja como la nuestra, ¿a que no, mi amor? - Dijo con un impostado tono de resignación. Se le reforzaba su teoría de la superioridad hasta en el amor a cada minuto que pasaba.
Miró con los ojos brillantes todo lo que había. Era precioso y tenía un olor que le traía mil recuerdos y le ponía de buen humor inmediato, sobre todo si a eso le unía ver a Alice tan feliz. - Cuando tengamos nuestra casa, nos llevaremos de aquí todo lo que tú quieras. Y para nuestro taller, también. - Afirmó. La vela de La Provenza sí que le pareció una idea magnífica, y estaba esperando a que Alice se diera la vuelta para iniciar la maniobra de pagar sin que le viera y darle la sorpresa, pero su novia le conocía demasiado bien y le pilló. Chistó. - Vaaaale. Pero te voy a tener que pedir que me quites el ojo de encima aunque sea un par de minutitos, Gallia. Que si no, no puedo ser tu amado príncipe caballeroso que te compra alguna cosita con mucho amor. ¿Podrás? - Le dijo con una sonrisilla traviesa y tono tierno. Pero ambos habían recabado ya en el puesto de alquimia, y ahí sí que se les iba a ir toda la atención.
Salió sin pensarlo de la mano de Alice, con la misma ilusión que cuando recorrían juntos La Provenza de pequeños, o cualquier lugar nuevo del castillo, y se fueron flechados al interior del puesto de alquimia. - ¡Buah! Mi abuelo aquí fliparía. - El que estaba flipando era él, que ya recorría con los ojos a toda velocidad todo lo que había por allí. Pasó los brazos por alrededor de los de su novia, mirando al cielo embobado. - Así lo tendremos... y será el mejor taller del mundo. - Dijo con la voz cargada de emoción, antes de empezar a caminar junto a ella entre los pasillos. Rio un poco con su propuesta, sin despegar los ojos de todos los objetos espectaculares que allí había. - Una propuesta ambiciosa, me parece. Pero no hay nada que tú no puedas conseguir, Gallia, así que ¡trato hecho! - La miró, casi conteniendo la respiración. - De aquí a junio... No me puedo creer que vayamos a tenerlo en tan poco tiempo. Pero no puedo esperar. - Dijo emocionado. Se sentía talmente como cuando planeaban cosas con doce años, solo que ahora se veía con muchas más posibilidades a su alcance y sus sueños estaban más cerca de ser cumplidos.
- Esto es muy útil. - Dijo concentrado, mirando los dispensadores. - Imagina todo lo que podríamos hacer al principio de nuestras carreras con estas cosas. Entre el peso de esencias y esto para los líquidos... ¿Sabes que uno de los colegas de mi abuelo estaba intentando crear algo como esto pero que funcione también para sólidos? - Comenzó a hablar, pero Alice se había fijado en otra cosa, así que Marcus soltó el dispensador y se dirigió junto a ella hacia el otro objeto. Tragó saliva, sintiendo un leve vuelco en el pecho, y miró a su novia de reojo. - Lo es. - Dijo en voz baja. Sabía que ese objeto existía porque lo había investigado hacía bastante tiempo, justo para... saber si podrían usarlo para salvar a gente como Janet. Pero la medicina alquímica no era su fuerte, y cuando lo miró aún no tenía capacidad para comprender ciertas cosas. - Si alguien puede usarlo... esa sin duda serías tú. - La miró y acarició su cara. - ¿Recuerdas lo que te decía de pequeños? Este alquimista idiota, muy erudito y muchas ganas de salvar el mundo, pero lo que más ansiaba era hacer cosas bonitas para ti. - Dijo con una sonrisa leve y lleno de cariño. - Pero tú... Tú vas a ayudar a mucha gente. - Se encogió de hombros. - Y quizás no es algo que puedas plantearte de aquí a junio, pero... ¿Te imaginas lo que podrías conseguir, cuando tengas la suficiente pericia y conocimientos, con un objeto así? - Se llevó sus manos a los labios y las besó, mirándola a los ojos. - Algún día, tendremos todos los jabones y velitas que queramos. Tendremos dispensadores, y se habrán inventado objetos que midan los sólidos con exactitud... Y algún día, tú, Alice Gallia, usarás un coagulador y le darás la vida a mucha gente. Y yo estaré ahí para verlo. - Amplió la sonrisa. - Estoy convencido. -
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No podía negar que, en parte, disfrutaba de la megalomanía de Marcus. Esa actitud de comprar todo lo que quisieran, soñar con todo lo que quisieran, y simplemente esperar que pudiera hacerse realidad… Aunque no aún, por lo que se giró y le dio con el índice en la nariz a su novio. — No seas manirroto, mi príncipe, eh… Que nos conocemos. — Le gustaba la megalomanía de Marcus pero tampoco había que darle carta blanca que se volvía loco. — Pero me encantan tus ganas de consentirme. Algún día, cuando tengamos ese taller, y nuestra casa y todo… Simplemente me dejaré caer en tus brazos y te diré: ahora sí, consiénteme todo lo que quieras. — Y se rio. Marcus hacia la vida más feliz, más fácil de reírse.
Sonrió a lo de propuesta ambiciosa y se acercó a él, rodeándole con el brazo. — Pero son las propuestas ambiciosas las que te gustan, mi amor, yo lo sé. — Ojalá… Quizá si se aplicaban en las licencias, conseguían algo de dinero y usaban sus conocimientos alquímicos para crear las cosas… El padre de Poppy podría hacerles los planos… Era difícil pero no descabellado. Y sí, Marcus llenaría su taller de todas aquellas cosas.
Y de hecho, se había quedado pillada mirando el coagulador que, por supuesto, Marcus ya conocía. Le faltaba mucho que aprender si quería presentarse con Marcus a los exámenes de los rangos. Se giró cuando dijo que ella podría usarlo. — ¿Tú crees? — Hinchó el pecho de aire. — Sería… Tan complicado… — Si ni siquiera había reconocido el instrumento… Como para saber utilizarlo. Se rio cuando habló de sí mismo de pequeño. — Era un alquimista adorable y lo sigue siendo. — Dijo apoyando la espalda sobre su pecho, para que la abrazara, pero sin dejar de mirar el instrumento. — No sé si alguna vez llegaré a ese conocimiento, la verdad. No sé si puedo usar algo tan poderoso… — Se rio un poco con la enumeración y preguntó. — ¿Todo eso vamos a tener? — Pero sus ojos se inundaron en lágrimas cuando dijo que algún día le daría vida a mucha gente. — Nadie cree en mí como tú. Yo misma no creo en mí como tú. — Inspiró, controlando el llanto y dándose la vuelta para mirarle, apoyando la mano en su pecho. — Pero si algo tengo claro, es que quiero que estés ahí para verlo. Todo lo demás… Ya vendrá o no, pero mientras estés tú, será perfecto. — Si Marcus creía así en ella… Quizá era hora de empezar a plantearse que sí lo podía conseguir.
— ¡Eh, tortolitos! — Llamó André desde fuera. — ¡Venid que tenemos una cosa para todos! — Tomó la mano de su novio, le dio un beso y dijo. — Vamos, que tenemos muchos sueños por cumplir, pero hoy creo que nos vamos a limitar a ganar esos juego de la reina Eleanore. — Y tiró de su novio de nuevo hacia afuera. Cuando llegaron a la altura de su primo, le preguntó inmediatamente. — ¿Has llorado? — Ella sonrió. — Pero de emoción. Cosas de alquimistas. — Y su primo soltó una carcajada. — ¡Hay que fastidiarse con la llorona! Que no me entere yo eh… — Dijo mirando a Marcus, socarrón. Pero ella sabía que André entendía, y Marcus también, y en algún lugar su madre también había entendido, y aprobado, el por qué de esas lágrimas de emoción.
Llegaron a donde esperaban los demás, y los ojos de Alice se abrieron como platos y una gran sonrisa apareció en su cara. — Sabía yo que la traía al lugar adecuado. — Fanfarroneó su primo. — No hacía falta ser un lince. — Dijo Hillary, un poco picada. — Es un puesto de flores, verás. — No, no es UN puesto de flores. — Recalcó ella. — Es EL puesto de flores. — El puesto de flores más bonito que hubieras visto en la vida, a rebosar, con pasillos enteros de flores de Francia si, pero también de todos los lugares del mundo. Había microclimas, variedades, plantas mágicas, destiladas, falsas, semillas… DE TODO. Adoraba ese puesto. — Antes de soltarte como un perrillo de caza por aquí, nos hemos tomado la libertad de comprar una cosita de equipo de cara a los juegos. — Señaló su primo. Con una sonrisa, Marine sacó de detrás de la espalda unas diademas hechas por lavandas y anémonas francesas, una para cada chica. — Pero esto… ¿Es para todas? — Y para los chicos tenemos esto. — Un arreglito con las mismas flores en una pequeña pinza para ponérselo en la camisa o la camiseta. Alice cogió ambos con una sonrisa y le tendió la diadema a Marcus. — ¿Te lo pongo y me lo pones? — Y se dispuso a prender el ramito de la solapa de la chaqueta provenzal, y vio como su amiga y su prima la imitaban con sus chicos (André no, porque así era él). — ¡Vamos! Quiero ver todo el puesto por dentro. —
Y por el enorme puesto andaba corriendo, esta vez rodeada de todos también, parándose en esto y aquello, cuando Jackie llamó su atención. — ¡Mira, Gal! ¿Te acuerdas de esto? — Y señaló una campanula. Era una campanula de cristal, falsa, y por las noches, podías encenderla, y al abrirse, salía la luz y un hechizo espectro de un hada que flotaba frente a ella. — Nos encantaba de pequeñas… — Aseguró a Jackie. — Siempre decíamos que de mayores nos la compraríamos. — Aseguró Alice. — Pero luego nos dijeron que era para bebés… Ni que no pudiéramos disfrutarlo nosotras. — Se quejó su prima. alice rio un poquito y le dio un pequeño abismo en el estómago, que trató de paliar girándose hacia su sol, su luz de guía que siempre la hacía sentir mejor. — ¿Te gusta? Algún día también podremos ponerla en nuestra casa si queremos… —
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
- Golden Shields:
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Cause' Alice does belong with Marcus
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- Oooooh. - Gritó mezclado con una risa, echándose muy teatralmente hacia atrás mientras la recogía en sus brazos. - Algún día me dejará consentirla y comprarle todo lo que yo quiera. ¡Ahora sí que no puedo esperar! - Volvió a su posición para mirarla, acercándose a ella y diciéndole. - No soy manirroto, es que estoy loquito por ti, y algún día, te voy a llenar de cosas. Montañas de cosas. Y vas a tener que decir "Marcus, sácame de aquí, que me entierras en cosas, y soy un pajarito pequeñito y me pierdo", como cuando te saqué del tarro. - Mientras le decía eso le iba dando besitos en la mejilla y en el cuello, divertido, haciéndole leves cosquillas. Quién le iba a decir a él, erudito desde el nacimiento, que iba a estar con una chica haciendo el tonto de esa forma en un puesto de alquimia rodeado de los mejores útiles que había visto en su vida. Claro, pero es que no era "una chica", era su Alice. Era su vida entera.
Rio levemente, con normalidad. - Claro que lo tendrás, mi amor. ¿Hay algo que Alice Gallia se proponga y no consiga? - Puso expresión chulesca y añadió. - Y tampoco hay nada que un O'Donnell se proponga y no consiga, y algún día serás Alice O'Donnell, por lo que vas a tener lo mejor de ambas familias. - Y, mientras acababa la frase, la miró. Y le vio los ojos. Y se le pasaron las ganas de decir tonterías. - ¡Eh! No, mi amor. ¿Qué he dicho? No llores. - Ya iba a llorar él solo de verla, lo cual no iba a ayudar en absoluto. - Era broma lo de Alice O'Donnell. - Tiró a la desesperada. Maldita sea, no quería arruinarle el día a Alice, quería verla feliz y contenta como estaba hacía un minuto. ¿Dónde estaba ese puesto de flores? Se lo compraba entero si hacía falta. Pero, en mitad de su pánico marca Marcus, ella habló, y se dio cuenta de que solo estaba emocionada y agradecida por sus palabras. Soltó aire por la boca. - Pues claro que creo en ti, mi amor. Y creo en el equipo que hacemos. No hay nada en lo que crea más que en eso. - Sonrió y acarició su mejilla. - Estaré. Estaré todo lo que tú quieras que esté, no hay mejor sitio en el que pueda estar que a tu lado. - La achuchó un poco y le dijo, divertido, tratando de relajar el ambiente. - No vas a tener manera de despegarme de ti, Gallia. Te vas a arrepentir de lo que has dicho. -
André les llamó y salieron de la mano, aunque antes dejó un beso tierno en la de Alice, mirándola con adoración mientras salía... bueno, justo al salir se le fue la mirada a un libro muy guay que no conocía y que estaba en uno de los estantes junto a la puerta. Vale, se había quedado con el título en la cabeza por si acaso no volvían después, ya se lo pediría a su abuelo. O a su abuela. O a su madre. Tenía contactos a quien pedirle los libros. Le sacó del ensimismamiento el tirito de André, al que inmediatamente alzó las manos en señal de desarme. - Que yo solo le digo cosas bonitas. ¡Y quería hacerle un regalo pero no me ha dejado! - Menos mal que el otro estaba de broma.
Lo bueno es que fueron al antes mentado puesto de flores, y era impresionante. Casi con total seguridad era el puesto más bonito de la feria, y ya tenía que ser guay para que Marcus lo pusiera por delante del de alquimia o de cualquier puesto de comida. - ¡Mira! Tiene microclimas. -Señaló, y luego la miró con cariño y una sonrisita infantil. - ¿Te acuerdas de cuando lo imaginamos en la Sala de los Menesteres? Era espectacular. - Ladeó un poco la cabeza, con una sonrisilla infantil. - En ese momento quise tener una casa solo para construir un invernadero así para ti. - Lo peor es que era verdad y ni por esas se había dado cuenta de lo colgado que estaba de Alice ya en segundo, desde el primer día para ser exactos. Entonces Marine sacó las diademas y los prendidos para ellos. - ¡Pero como mola! ¿Lo has hecho tú? -Le dijo a la chica. - Eres una artista, madame Youcernal. - La chica soltó una risita cantarina y André le miró con cara de circunstancias. Marcus le devolvió otra de obviedad. A ver, si no le echas los piropos tú, alguien se los tendrá que echar. Encima se quejaría.
- Por supuesto. - Dijo caballeroso, tomando la diadema y acercándose a Alice, poniéndosela con delicadeza en el pelo mientras decía. - La reina de las flores. Mi reina de Ravenclaw. Reina de mi corazón entero. - Escuchó a Marine hacer un sonidito de adorabilidad, acompañado de una risita como si estuviera viendo a dos gatitos dándose mimos, y diciéndole a André algo en francés que seguramente fuera algo así como "son la pareja perfecta, en mi vida había visto algo así"... Marcus no entendía el suficiente francés por lo que había optado por decidir él lo que decía la gente según su conveniencia. Dejó que Alice pusiera el prendido en su solapa y la miró con la cabeza bien alta y una sonrisa llena de orgullo, enganchándose de su brazo para adentrarse en el puesto.
El ir del brazo duró poco, porque su activa novia tenía que ir corriendo a todas partes, pero a él le hacía feliz verla así. Cuando Jackie llamó a Alice, él se acercó también, con curiosidad por ver qué era eso que tanto les gustaba de pequeñas. Y casi sufre un desmayo con el derrotero que siguió la conversación. La vena de Marcus que se activaba ante los planes megalómanos de futuro estaba a punto de reventar de tanta estimulación que estaba recibiendo esa mañana. - Tendremos todas las que tú quieras. - Dijo, con la voz cargada de emoción, mirándola con los ojos más abiertos de lo normal y una sonrisa tontísima. Demasiado obvio, Marcus. - Para ti, las que tú quieras, porque te gustan, o sea, que si te gustan, para ti todas. - ¿Por qué, por Merlín, con la labia que él tenía, se trababa de esa manera en el momento en el que se mencionaban las palabras "bebé", "hijo" o cualquier similitud? - Me encanta. - Se limitó a decir al final, porque sí, quizás contestar a la pregunta literal que Alice le había hecho le podría hacer reconducir un poco mejor. - Y quiero. Sí sí, claro que quiero. Las que quieras tú. - Para. Se aclaró la garganta y sonrió con normalidad. - Son muy bonitas. - Concluyó al fin. Sí, políticamente correcto, como buen hijo de Emma Horner que era... Le estaba viendo la cara a Emma Horner si le hubiera visto balbucear de esa forma.
- Bueno... He traído esto. - Apuntó tímidamente Theo, que aprovechando el descuido de Jackie se había perdido por el puesto y ahora traía un enorme ramo de flores variadas, las cuales empezó a repartir, en primer lugar, entre las damas, dando una extensa explicación sobre la personalidad de cada una. Las chicas estaban ya todas derretidas, sobre todo Jackie, aunque el sentir general fue un coreado "ay Theo, qué adorable eres, es preciosa, muchas gracias". A Marcus le encantaban esos gestos, por lo que miró a Theo con aprobación, si bien se maldijo por no haber estado lo suficientemente rápido como para quedar él así de bien. Pero Sean ya andaba mascullando con André, el cual aprovechó para recalcar su opinión sobre los inglesitos cobardes, suavones y conquistadores. Se acercó a ellos. - ¿Sabéis qué podéis hacer en vez de quejaros? - Ya viene el otro. No queremos tu opinión, prefecto. - Le dijo Sean, burlón. - Pues quizás deberíais. Tú, estás en un maldito puesto de flores. ¿Quieres que te recuerde el efecto que tuvo la última flor que le regalaste a Hillary? ¿La de San Valentin? - Eso dejó callado a Sean, pero no a André, que empezó a emitir burlitas con voz socarrona. Marcus también tenía para él. - Y tú. - El otro abrió mucho los ojos, como si de repente su padre le hubiera pillado haciendo alguna trastada. - Vale, no es tu novia y te traes unos rollos raros que de verdad que no quiero saber qué son, ¿pero te vas a morir por ponerle una corona que ELLA ha hecho y decirle una galantería? - ¿Te refieres a decirle "eres la reina de mi corazón y mis entrañas y..."? - ¡No tiene por qué! Pero no te vas a morir por decir algo bonito. Sé que sabes hacerlo, te he visto hacérselo a la no-novia de este. - ¡Eh! ¿Cóm... No es mi... Qué le has dicho a Hillary? - André estaba con un mohín en lo que Sean cortocircuitaba, pero Marcus siguió. - A ver si puede parecer que no sois dos críos que no saben relacionarse con mujeres. - Eemm... También traigo flores para vosotros. - Dijo la voz de Theo tras ellos. Todos le miraron, y André soltó un bufido divertido. - ¿Comprando al cuñado? - O siendo una persona detallista y ya está. - Corrigió Marcus, y acto seguido se giró para ver qué traía Theo para ellos.
Rio levemente, con normalidad. - Claro que lo tendrás, mi amor. ¿Hay algo que Alice Gallia se proponga y no consiga? - Puso expresión chulesca y añadió. - Y tampoco hay nada que un O'Donnell se proponga y no consiga, y algún día serás Alice O'Donnell, por lo que vas a tener lo mejor de ambas familias. - Y, mientras acababa la frase, la miró. Y le vio los ojos. Y se le pasaron las ganas de decir tonterías. - ¡Eh! No, mi amor. ¿Qué he dicho? No llores. - Ya iba a llorar él solo de verla, lo cual no iba a ayudar en absoluto. - Era broma lo de Alice O'Donnell. - Tiró a la desesperada. Maldita sea, no quería arruinarle el día a Alice, quería verla feliz y contenta como estaba hacía un minuto. ¿Dónde estaba ese puesto de flores? Se lo compraba entero si hacía falta. Pero, en mitad de su pánico marca Marcus, ella habló, y se dio cuenta de que solo estaba emocionada y agradecida por sus palabras. Soltó aire por la boca. - Pues claro que creo en ti, mi amor. Y creo en el equipo que hacemos. No hay nada en lo que crea más que en eso. - Sonrió y acarició su mejilla. - Estaré. Estaré todo lo que tú quieras que esté, no hay mejor sitio en el que pueda estar que a tu lado. - La achuchó un poco y le dijo, divertido, tratando de relajar el ambiente. - No vas a tener manera de despegarme de ti, Gallia. Te vas a arrepentir de lo que has dicho. -
André les llamó y salieron de la mano, aunque antes dejó un beso tierno en la de Alice, mirándola con adoración mientras salía... bueno, justo al salir se le fue la mirada a un libro muy guay que no conocía y que estaba en uno de los estantes junto a la puerta. Vale, se había quedado con el título en la cabeza por si acaso no volvían después, ya se lo pediría a su abuelo. O a su abuela. O a su madre. Tenía contactos a quien pedirle los libros. Le sacó del ensimismamiento el tirito de André, al que inmediatamente alzó las manos en señal de desarme. - Que yo solo le digo cosas bonitas. ¡Y quería hacerle un regalo pero no me ha dejado! - Menos mal que el otro estaba de broma.
Lo bueno es que fueron al antes mentado puesto de flores, y era impresionante. Casi con total seguridad era el puesto más bonito de la feria, y ya tenía que ser guay para que Marcus lo pusiera por delante del de alquimia o de cualquier puesto de comida. - ¡Mira! Tiene microclimas. -Señaló, y luego la miró con cariño y una sonrisita infantil. - ¿Te acuerdas de cuando lo imaginamos en la Sala de los Menesteres? Era espectacular. - Ladeó un poco la cabeza, con una sonrisilla infantil. - En ese momento quise tener una casa solo para construir un invernadero así para ti. - Lo peor es que era verdad y ni por esas se había dado cuenta de lo colgado que estaba de Alice ya en segundo, desde el primer día para ser exactos. Entonces Marine sacó las diademas y los prendidos para ellos. - ¡Pero como mola! ¿Lo has hecho tú? -Le dijo a la chica. - Eres una artista, madame Youcernal. - La chica soltó una risita cantarina y André le miró con cara de circunstancias. Marcus le devolvió otra de obviedad. A ver, si no le echas los piropos tú, alguien se los tendrá que echar. Encima se quejaría.
- Por supuesto. - Dijo caballeroso, tomando la diadema y acercándose a Alice, poniéndosela con delicadeza en el pelo mientras decía. - La reina de las flores. Mi reina de Ravenclaw. Reina de mi corazón entero. - Escuchó a Marine hacer un sonidito de adorabilidad, acompañado de una risita como si estuviera viendo a dos gatitos dándose mimos, y diciéndole a André algo en francés que seguramente fuera algo así como "son la pareja perfecta, en mi vida había visto algo así"... Marcus no entendía el suficiente francés por lo que había optado por decidir él lo que decía la gente según su conveniencia. Dejó que Alice pusiera el prendido en su solapa y la miró con la cabeza bien alta y una sonrisa llena de orgullo, enganchándose de su brazo para adentrarse en el puesto.
El ir del brazo duró poco, porque su activa novia tenía que ir corriendo a todas partes, pero a él le hacía feliz verla así. Cuando Jackie llamó a Alice, él se acercó también, con curiosidad por ver qué era eso que tanto les gustaba de pequeñas. Y casi sufre un desmayo con el derrotero que siguió la conversación. La vena de Marcus que se activaba ante los planes megalómanos de futuro estaba a punto de reventar de tanta estimulación que estaba recibiendo esa mañana. - Tendremos todas las que tú quieras. - Dijo, con la voz cargada de emoción, mirándola con los ojos más abiertos de lo normal y una sonrisa tontísima. Demasiado obvio, Marcus. - Para ti, las que tú quieras, porque te gustan, o sea, que si te gustan, para ti todas. - ¿Por qué, por Merlín, con la labia que él tenía, se trababa de esa manera en el momento en el que se mencionaban las palabras "bebé", "hijo" o cualquier similitud? - Me encanta. - Se limitó a decir al final, porque sí, quizás contestar a la pregunta literal que Alice le había hecho le podría hacer reconducir un poco mejor. - Y quiero. Sí sí, claro que quiero. Las que quieras tú. - Para. Se aclaró la garganta y sonrió con normalidad. - Son muy bonitas. - Concluyó al fin. Sí, políticamente correcto, como buen hijo de Emma Horner que era... Le estaba viendo la cara a Emma Horner si le hubiera visto balbucear de esa forma.
- Bueno... He traído esto. - Apuntó tímidamente Theo, que aprovechando el descuido de Jackie se había perdido por el puesto y ahora traía un enorme ramo de flores variadas, las cuales empezó a repartir, en primer lugar, entre las damas, dando una extensa explicación sobre la personalidad de cada una. Las chicas estaban ya todas derretidas, sobre todo Jackie, aunque el sentir general fue un coreado "ay Theo, qué adorable eres, es preciosa, muchas gracias". A Marcus le encantaban esos gestos, por lo que miró a Theo con aprobación, si bien se maldijo por no haber estado lo suficientemente rápido como para quedar él así de bien. Pero Sean ya andaba mascullando con André, el cual aprovechó para recalcar su opinión sobre los inglesitos cobardes, suavones y conquistadores. Se acercó a ellos. - ¿Sabéis qué podéis hacer en vez de quejaros? - Ya viene el otro. No queremos tu opinión, prefecto. - Le dijo Sean, burlón. - Pues quizás deberíais. Tú, estás en un maldito puesto de flores. ¿Quieres que te recuerde el efecto que tuvo la última flor que le regalaste a Hillary? ¿La de San Valentin? - Eso dejó callado a Sean, pero no a André, que empezó a emitir burlitas con voz socarrona. Marcus también tenía para él. - Y tú. - El otro abrió mucho los ojos, como si de repente su padre le hubiera pillado haciendo alguna trastada. - Vale, no es tu novia y te traes unos rollos raros que de verdad que no quiero saber qué son, ¿pero te vas a morir por ponerle una corona que ELLA ha hecho y decirle una galantería? - ¿Te refieres a decirle "eres la reina de mi corazón y mis entrañas y..."? - ¡No tiene por qué! Pero no te vas a morir por decir algo bonito. Sé que sabes hacerlo, te he visto hacérselo a la no-novia de este. - ¡Eh! ¿Cóm... No es mi... Qué le has dicho a Hillary? - André estaba con un mohín en lo que Sean cortocircuitaba, pero Marcus siguió. - A ver si puede parecer que no sois dos críos que no saben relacionarse con mujeres. - Eemm... También traigo flores para vosotros. - Dijo la voz de Theo tras ellos. Todos le miraron, y André soltó un bufido divertido. - ¿Comprando al cuñado? - O siendo una persona detallista y ya está. - Corrigió Marcus, y acto seguido se giró para ver qué traía Theo para ellos.
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Don't need to go any further Con Marcus y toda la tropa| En Saint-Tropez| 23 de junio de 2002 |
Dejarse mimar y decirse cosas bonitas por Marcus la ponía de demasiado buen humor, y se había dejado una cosa sin aclarar… Pero, para variar, estaban con gente, y tendría que ingeniárselas para quitárselos de encima y darle a su novio el cariñito que se merecía por ser tan extremadamente adorable.
De momento, a su novio pareció gustarle lo suficiente la lámpara como, para variar, prometerle todas las que quisiera en la casa, aunque trabándose un poco al decirlo, demasiados estímulos. — Tú siempre a lo grande, eh… — Dijo Jackie con una sonrisilla maliciosa, pero ella se limitó a engancharse del brazo de su novio y estrujarlo. — Él quería construirme una casa con invernadero de microclimas, comprarme una lámpara no es pensar en grande para él… — Se separó y le miró a los ojos. — Ni te imaginas todo lo que puede conseguir. — Le encantaba soñar así, le daba energía, le insuflaba vida.
Y en ese momento de nube amorosa estaban, cuando el adorable Theo llegó con las flores. Ella ya sabía cuál le tocaba, estaba seguro. — Anémona francesa, con un poquito de romero. La flor del viento, rodeada de la planta más fuerte y versátil que pueda existir. — Ella le sonrió y le guiñó un ojo. — Siempre en el clavo, chico guapo. — En esa jugabas con ventaja, eh. — Añadió Hills. Theo se giró hacia ella y le tendió un tulipán amarillo de hojas perfectas. — La flor impecable, sin fallos, perfectamente diseñada, en definitiva… La que cumple absolutamente todas las normas, para la abogada. — Su amiga le sonrió y le guiñó un ojo. — Eres otro zalamero tú. — Para Marine… No te conozco mucho. — Dijo, poniéndose colorado, como le pasaba siempre. — Margarita, la flor de la alegría, porque siempre estás con esa sonrisa y es una alegría estar contigo. — ¡Ohhhh! Merci, Theo… Es adorable. — Contestó la chica cogiendo la sanísima y preciosa. — Y para Jackie… Lo mejor para el final. — Oh sí, a nadie le cabía duda de que ahí había una favorita, desde luego. — El iris, la flor de la elegancia y el estilo. — Dijo con una sonrisa de galán que juraría no haberle visto nunca, que se le cayó enseguida para decir. — Porque… Eres… La chica más estilosa y elegante que he conocido en la vida. — Y Jackie, con la sonrisa más boba y enamorada que le había visto nunca, le dio un beso. — A alguien le ha salido bien la jugada. — Comentó Hillary. Y de fondo oyó cómo su Marcus regañaba a los sosos de los otros dos.
Y, obviamente, Theo, siendo un buen Hufflepuff, había traído para todos y se dirigió a los chicos. — La de Marcus es, obviamente, un espino blanco. — Dijo tendiéndole la ramita. — Por cuando la adivinación no se equivoca, a veces pasa. — Theo alzó la ceja y les miró. — Y sé de alguien que iba a tener espino blanco en su boda. — Alice le sonrió y volvió a unirse con su novio, enternecida, juntando ambas flores en un ramito. — Para Sean una orquídea, la flor de los detallistas y cuidadosos. — Le sonrió. — Ya tienes otra cosa que seguro que se te da bien, cuidar de la orquídea. — Su amigo se había quedado sonriendo sin palabras, y por último, se dirigió a André. — Y para ese cuñado que quiere que me lo gane… — Estoy oyendo que me estás llamando cuñado sin tartamudear y sin ponerte como un tomate, me gusta por dónde va esto, inglesito. — Theo le tendió una flor superllamativa, y aunque tardó en reconocerla, casi arruina el momento gritando el nombre en voz alta. — El ave del paraíso. Hermosa y siempre libre, dispuesta a volar. — Se inclinó a Marcus y susurró. — Lo sabía. Me encantaba esa flor… Es un pajarito, al fin y al cabo. — Miró el ramito que habían formado y sonrió. — Aunque me gusta más este. — Me ha llamado hermoso, cómo sabe ganarme. — André estaba riendo, pero se le notaba emocionado. — Le pega muchísimo. — Confirmó Marine. — Y es superbonita. — La verdad es que sí, ¿de dónde es? — Aportó Sean, mirándola con curiosidad. Y aprovechando que estaban todos mirando la flor, Alice tiró sigilosamente de Marcus y se perdieron por los pasillos llenos de plantas.
Al poco, dio con un recoveco, rodeados de de plantas de interior de hojas muy grandes y verdes, y se metió tras ellas. Cuando Marcus se puso a su altura le miró a los ojos, con una sonrisilla. — Tú no eres consciente, ¿verdad? — Y se lanzó a sus labios a besarle, separándose poco después. — Tú no te das cuenta de lo feliz que me haces cuando hablas así de nuestro futuro, cuando te veo tan seguro de lo que puedo conseguir… — Volvió a besarle con cariño, rodeándole con los brazos. — Eres un sueño hecho realidad, Marcus. — Abrió los ojos y los clavó en los de él. — ¿De verdad crees que no siento mil mariposas volar en el estómago cuando me llamas Alice O’Donnell? —
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Don't need to go any farther Con Alice y toda la tropa| En Saint-Tropez | 23 de junio de 2002 |
Miró a Theo, recogiendo su espino, y rio levemente. - Muchas gracias, tío. A pesar del argumento no-científico. - Bromeó, pero luego miró a Alice con cariño y dijo. - Pero a esa profecía me acojo encantado. - Y se llevó el espino a la nariz para aspirar su aroma, acercándose luego a su novia. - La flor del viento y la más versátil. Perfecta combinación para ti. Como perfecta eres tú. - Es que no pensaba dejar de adularla. Theo había dado también en el clavo con las flores que le había dado al resto de las chicas, y a Sean también le encantó la suya. Aunque la que se llevaba la palma era la de André. - Eh, te pega un montón. - Comentó divertido. Theo era muy buen chico. Había tardado en conocerle, y su inicio había sido un tanto accidentado, pero se alegraba mucho de tenerle en su vida.
Marcus estaba mirando sonriente a todos hablando sobre sus flores, disfrutando él mismo de su espino, cuando Alice tiró de él. Con los años había aprendido a contener las exclamaciones de sorpresa en voz alta, aunque no dejara de sorprenderse (de hecho trastabilló un poco y tuvo que esforzarse por mantener el equilibrio). - ¿Dónde me llevas volando, pajarito? Luego dirás que no voy colgado de una pata tuya donde tú quieras. - Bromeó entre risas, hablando más bajo, como si temiera ser descubierto en una travesura. Porque, sí, esa manera de salir corriendo los dos tenía todos los visos de una travesura de su novia.
Alice acabó encontrando el hueco que al parecer buscaba y, tras meterle en él, le miró a los ojos y le lanzó una pregunta que le hizo sacudir la cabeza, con una sonrisa confusa. Antes de poder responder, ella matizó, no sin antes lanzarse a sus labios. - Ah. - Dijo dejando escapar una leve risa que sonó aliviada. - Tan feliz como a mí decirlo. Me hace feliz solo pensarlo, sueño con ello todos los días. Dormido y despierto. -La rodeó con sus brazos. - Estoy segurísimo de que conseguirás todo lo que te propongas. - Se besaron, se abrazaron y se miraron después a los ojos. - Tú eres mi sueño, Alice Gallia. Todo lo que tocas lo haces realidad. - Y entonces dijo lo de Alice O'Donnell. Bajó la mirada tímidamente, con una risa casi muda, y volvió a subirla para enfocar sus ojos. - Para mí serás siempre mi Gallia... pero... pensar en ello... y saber que te hace esa ilusión... - Volvió a escapársele una risa, con el corazón tan hinchado de felicidad que sentía que se le salía del pecho. - Cuantísimo te quiero, Alice. No te lo digo lo suficiente para lo mucho que lo siento. - Ni aunque se lo dijera a cada segundo podría ella hacerse una idea. Por eso la volvió a abrazar mientras la besaba, y allí podría quedarse perdido eternamente si les dejaran. Cosa que, en mitad de una tienda en una feria y tan acompañados como iban, obviamente no iba a ocurrir. Pero lo que durara, lo pensaba aprovechar. Cada segundo que pasaba con Alice era un tesoro para él.
Marcus estaba mirando sonriente a todos hablando sobre sus flores, disfrutando él mismo de su espino, cuando Alice tiró de él. Con los años había aprendido a contener las exclamaciones de sorpresa en voz alta, aunque no dejara de sorprenderse (de hecho trastabilló un poco y tuvo que esforzarse por mantener el equilibrio). - ¿Dónde me llevas volando, pajarito? Luego dirás que no voy colgado de una pata tuya donde tú quieras. - Bromeó entre risas, hablando más bajo, como si temiera ser descubierto en una travesura. Porque, sí, esa manera de salir corriendo los dos tenía todos los visos de una travesura de su novia.
Alice acabó encontrando el hueco que al parecer buscaba y, tras meterle en él, le miró a los ojos y le lanzó una pregunta que le hizo sacudir la cabeza, con una sonrisa confusa. Antes de poder responder, ella matizó, no sin antes lanzarse a sus labios. - Ah. - Dijo dejando escapar una leve risa que sonó aliviada. - Tan feliz como a mí decirlo. Me hace feliz solo pensarlo, sueño con ello todos los días. Dormido y despierto. -La rodeó con sus brazos. - Estoy segurísimo de que conseguirás todo lo que te propongas. - Se besaron, se abrazaron y se miraron después a los ojos. - Tú eres mi sueño, Alice Gallia. Todo lo que tocas lo haces realidad. - Y entonces dijo lo de Alice O'Donnell. Bajó la mirada tímidamente, con una risa casi muda, y volvió a subirla para enfocar sus ojos. - Para mí serás siempre mi Gallia... pero... pensar en ello... y saber que te hace esa ilusión... - Volvió a escapársele una risa, con el corazón tan hinchado de felicidad que sentía que se le salía del pecho. - Cuantísimo te quiero, Alice. No te lo digo lo suficiente para lo mucho que lo siento. - Ni aunque se lo dijera a cada segundo podría ella hacerse una idea. Por eso la volvió a abrazar mientras la besaba, y allí podría quedarse perdido eternamente si les dejaran. Cosa que, en mitad de una tienda en una feria y tan acompañados como iban, obviamente no iba a ocurrir. Pero lo que durara, lo pensaba aprovechar. Cada segundo que pasaba con Alice era un tesoro para él.
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Don't need to go any further Con Marcus y toda la tropa| En Saint-Tropez| 23 de junio de 2002 |
Las mesas que se ponían para las comidas populares eran siempre las mismas, aunque los puestos de comida cambiaran, y el estar sentada allí, con aquellas mesas, le traía tan buenos recuerdos… Desde la última pascua, a aquella feria de San Lorenzo que lo cambió todo, y lo feliz que era de pequeña cuando había aquellos eventos durante sus vacaciones. Ahora tenía la inmensa suerte de estar allí con sus amigos, todos comiendo y riendo, y al amor de su vida, a su Marcus, esa persona que la hacía buscar hasta el recoveco más absurdo con tal abandonarse a su brazos y a sus labios, allí, a su lado.
— ¡Venga, Theo, que te retiro el título de cuñado como no lo adivines! — A ver, que no soy Marcus, la comida no es mi especialidad. — Advirtió el chico, con los ojos vendados por una servilleta que Jackie le había puesto ahí. — Por eso no se lo hacemos a él. Por eso y porque las pruebas ya las ha pasado, tú aún tienes que ganarte ese derecho. — ¡A ver silencio que me tengo que concentrar! — Exigió Hillary, de la misma guisa, y con un Sean embelesado mirándola, riéndose de la situación. Delante tenían una tabla llena de quesos franceses y estaban jugando a adivinar el tipo. Un juego que, si Marcus jugara, habría terminado en lo que hubiera tardado en comer un cachito de cada. Por eso aprovechó, y dio un último trago a su limonada de lavanda, tan fresquita y aromática y le tendió la mano a su novio. — Mientras Hills y Theo encuentran su francesidad, ¿vamos a apuntarnos como equipo a los juegos? — Pero que sea eso de verdad y no como antes que os habéis perdido misteriosamente. — Dijo André con malicia, a lo que ella le sacó la lengua.
Efectivamente, en parte solo quería ir un poquito de la mano con su novio a hacer algo juntos, y allí fueron a inscribirse. Se hacía sobre un gran libro con miniaturas medievales que se movían y una vuelapluma a la que le decías los integrantes del equipo y te los inscribía con letra medieval. — Me encantan estas cosas, y nunca he jugado a estos juegos, solo en la versión infantil… — Y el discurso se le cortó porque vio algo que le llamó la atención.
Era un puesto de adivinación, nada poco habitual en aquellas ferias y eventos, pero el nombre… — Vamos un momento ahí… — Pidió, llevando a Marcus de la mano hacia el extravagante puesto. Tras una mesa llena de trastos, había una señora de la edad de su padre más o menos muy pelirroja, con unas ropas de vivos colores muy llamativas. Le recordaba un poco a la señora Hawkins ¿era un requisito para ser adivina? — Bonsoir… — Saludó al entrar. No sabía bien qué le había cogido para acercarse a aquella mujer, pero… Tenía curiosidad. — ¿Usted es… Marianne? Me llamo Alice Gallia… — Y la señora se levantó de golpe, con una gran sonrisa y dando una palmada. — ¡LA HIJA DE WILLIAM! ¡AY PERO QUE NIÑA MÁS GUAPA! ¿Y tú quién eres muchachote, su hijo? — No, no… Es mi novio, Marcus O’Donnell… — Marianne salió detrás de la mesa y les dio dos sonoros besos en las mejillas a cada uno. — Mira que no esperaba yo ver a tu padre ni a su estirpe cerca de mi puesto, y eso que tu madre, que en paz descanses, era muy fan de la adivinación… — Alice abrió mucho los ojos. — ¿Conocía a mi madre? — ¡Pues claro! Si era una mujer encantadora, y vino varias veces al puesto con tu abuela y tu tía Simone… — Ah, o sea que alguien se le había adelantado en la curiosidad. — Lo cierto es que no soy yo muy de adivinación, pero… Me ha dado curiosidad conocer a una… Amiga de mi padre, de cuando tenía mi edad. — ¡Oy oy oy! ¡Qué alegría me das! A ver, venid que aunque sea unas cartitas os voy a echar. — Alice miró a Marcus con cara de circunstancias. — No hace falta, Marianne… — ¡Sí, sí! Y tanto que hace falta. La hija de William y su yerno, yo tengo que ver cuanto menos a ver cuándo os casáis. — Se mordió el labio inferior y miró a Marcus con cara de “lo siento”.
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