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    Alchemist
    Freyja
    Alchemist
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    Sáb Abr 23, 2022 1:25 pm
    Recuerdo del primer mensaje :




    El pájaro en el espino
    Marcus & Alice | Continuación Golden Shields | Inspired - Libros (Harry Potter Universe)
    Estaba escrito. Marcus O’Donnell y Alice Gallia estaban predestinados a estar juntos desde antes de nacer, aunque las vicisitudes de la vida y sus familias, les impidieron conocerse hasta llegar a Hogwarts. Desde el primer día, en las barcas, sintieron esa conexión única que acabaría desembocando en la más bella historia de amor, pero hicieron falta siete años de idas y venidas, de heridas tan dolorosas como la pérdida de una madre o la apertura de secretos familiares que podían traer un terremoto a la vida de todo el mundo, para que acabaran juntos y felices.

    Marcus es el primogénito adorado de la importante familia O’Donnell. Criado entre eruditos y con una familia unida, recto, prefecto durante tres cursos completos en Hogwarts, amante de las normas y con una inteligencia privilegiada. Nada haría augurar que acabaría entregando su corazón a Alice Gallia, otra mente brillante de Ravenclaw, pero proveniente de una familia con un pasado turbulento por parte de su madre en América, y mucho menos fan de las normas e inherente al caos. Pero ellos se adoran, las familias han recuperado el vínculo y se apoyan y la alianza O’Donnell-Gallia es un fuerte vínculo que va desde Irlanda a La Provenza.

    Juntos fueron los mejores alumnos de Hogwarts, juntos quieren comerse el mundo y ser alquimistas. Ahora saben que se aman y que quieren estar juntos, pero no todo puede ser tan fácil. Les quedan mucho años de estudio y trabajo por delante para llegar a ser quienes quieren ser, las situaciones familiares no son las ideales y aún quedan temas sin resolver.

    La historia de Marcus y Alice no podía acabarse al salir de Hogwarts, queda mucha alquimia, mundo que recorrer, momentos felices, dramas y mucha mucha alquimia y magia, que es para los que ambos nacieron. Además, aún no se han cumplido las dos profecías: queda una boda con mucho espino blanco y la creación de un nido… La última página está muy lejos de ser escrita, y esto es solo la primera parte.

    AQUÍ COMIENZA ALQUIMIA DE VIDA: PIEDRA, PARTE 1


    Índice de capítulos

    1. La eternidad es nuestra
    2. The birthday boy
    3. Juntos pero no revueltos
    4. Rêve d'un matin d'été
    5. Don't need to go any further
    6. The ghost of the past are the fears of the future
    7. Que alumbra y no quema
    8. Where it's peaceful, where I'm happy, where I'm free
    9. Could you never grow up?
    10. El largo vuelo
    11. Family fights together
    12. The language of facts
    13. El ejército
    14. They made their way
    15. De cara al pasado
    16. Toda la carne en el asador
    17. Con los pies en el suelo
    18. The encounter
    19. Titanium
    20. La bandada
    21. Turmoil
    22. En el ojo del huracán
    23. La mágica familia americana
    24. Vientos de guerra
    25. The hateful heirs
    26. Damocles
    27. Tierra sin ley, odio que ciega
    28. Sueños de paz
    29. Antes de despegar hay que aterrizar
    30. Volar es un pensamiento que no se puede atrapar
    31. El vuelo de las águilas
    32. Como las piedras celtas
    33. Are we out of the Woods?
    34. Bad topic
    35. The date
    36. Furthermore
    37. Sin miedo a la diversión
    Marcus O'Donnell
    Alquimista | Timotheé Chalamet | Freyja
    Alice Gallia
    Alquimista y enfermera | Kaya Scodelario | Ivanka




    Post de rol:


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    La eternidad es nuestra:
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    Alchemist
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    Mar Oct 18, 2022 2:24 pm


    Where it's peaceful, where I'm happy, where I'm free [+18]
    Con Marcus | En Saint-Tropez | 27 de junio de 2002
    Ojalá… — Susurró en respuesta a su pregunta de si podían quedarse allí, sin dejar de acariciar sus rizos y mirarle como hechizada. Dejó otro beso sobre su pelo cuando se acurrucó contra su pecho y sonrió. Era paz, era felicidad, ese momento era lo que siempre había pedido, simple y llanamente. Bajó los ojos ante su pregunta y se rio un poco. — ¿Que si me ha gustado? Creo que has podido notar y ver — dijo recalcando la palabra — cuánto me ha gustado. — Deslizó el dedo por su mejilla y se volvió a reír con aquella frase. — Te voy a decir una cosa… Ahora mismo porque estoy agotada, pero la próxima vez que quieras llevarme al huerto… — Dejó un besito en su nariz. — Tú repite esa frase. — Terminó con tonillo sugerente.

    Le dio la risa con su novio flipando. — ¿Pero es que no te acuerdas del día de la huelga? Madre mía, Marcus, te perseguí calentándote hasta que conseguí que me pusieras contra la estantería y me besaras. Y te aseguro que me dejaste con muchísimas ganas de más. Pero, claro, como no pasaron cosas ese día… — Parecía muy lejano, pero hacía poco más de un año, y ahora mismo el chico que se le había declarado aquella fatídica tarde estaría en una circunstancia muy parecida a la suya, pero con su prima en la habitación de enfrente.

    Se dejó besar entre risas cuando dijo que eso era lo que le gustaba. Qué picarón, anda que no sabía lo que le gustaba oír aquel también. Por eso les iba tan bien en ese ámbito, los dos sabían perfectamente qué decir o hacer. Asintió a lo de que vivía en él. — En una parcela que me han dicho que ahí permanentemente ahí… — Dijo dejando el índice sobre su frente con un toquecito. Le miró embobada hablar de aquel siempre correcto prefecto O’Donnell que no quería tener aquellos pensamientos sobre ella, y se rio. — Cuánto hemos hecho el tonto, porque anda que no nos podríamso haber disfrutado veces tal y como nos imaginábamos el uno al otro… — Le besó lentamente, disfrutando de sus labios. — Va a haber que recuperar mucho tiempo invertido en sueños y visiones, ¿no te parece? — Dijo tentativa. — Yo también te quiero, mi perfecto prefecto. Eres ideal para esta alumna que se cuela en todas partes. — Y encima ahora se sentía especialmente traviesilla… Le iba a hacer ejercer de perfecto prefecto un poquito más.

    Se rio y besó un poco más la mano de Marcus. — Ya sabía yo que mi glotoncillo iba a querer comer. — Se giró un poco para mirarle. — No hace falta que pongas en práctica eso… — Señaló la luz tenue que entraba por la ventana y dijo. — Es tempranísimo. Podemos bajar un momentito, comer algo para no desmayarse como una que conozco yo… — Se rio de sí misma. — Y subimos. Nadie nos va a ver porque todos están dormidos… — Se incorporó y buscó su ropa interior y se puso el camisón. — Con bajar así… Tenemos suficiente. — Tiró de las manos de Marcus y dejó besito por toda su cara. — Venga, mi amor, dime que no quieres unas galletitas de esas de canela, ¡oh! O de las de los cachitos de chocolate… Y que yo me pueda tomar un café… — Se mordió el labio inferior. — Y luego volvemos sin hacer ningún ruidito y podemos estar aquí hasta muuuucho más tarde. — Se acercó a la puerta, cogiendo disimuladamente la varita, y le miró desde el marco. — No me digas que no te gusta seguirme, y más viéndome con este camisón… — Y salió con pasos suaves hacia la escalera, dispuesta a ir sacando cosas para comer, que iban a ser su principal distracción para lo que pretendía.






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    Alchemist
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    Mar Oct 18, 2022 11:27 pm


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    Con Alice | En Saint-Tropez | 27 de junio de 2002
    Se tuvo que reír, con una risa aún un tanto jadeada y cansada, con el comentario de su novia. - Está bien, está bien, tomo nota. - Dijo riendo. Que le había gustado su frase... Se la pensaba apuntar. Eso sí, lo que dijo de la huelga hizo que la mirara con la boca y los ojos muy abiertos, pasando la mirada a un punto indefinido mientras ella acababa de narrar, como si de repente los engranajes de su cabeza estuvieran haciendo que un puzle no resuelto durante años cobrara sentido. - Es verdad. - Murmuró. Se le escapó una carcajada alucinada. - O sea, yo sufriendo el peor atentado contra mi puesto de mi carrera, ¿y tú pensando en guarradas? - Se tuvo que volver a reír, porque de haberle pillado en Hogwarts ahora la estaría pregonando por la ocurrencia, u ocultándose de la vergüenza. Pero estaba tan, tan feliz, y tan en sintonía con ella, tan seguro de lo que se daban el uno al otro, que aquello solo aumentaba su felicidad. - Eres incorregible, Alice Gallia. No puede ser, no se puede ser así. - Iba diciéndole mientras le picaba las costillas, haciéndole cosquillas, riendo mientras la veía retorcerse por estas, porque su risa se le contagiaba y la adoraba. - Ya me vengaré... ya te pondré otra vez... - Contra la estantería o contra lo que me pidas, pensó, pero en su lugar, mientras seguía haciéndole cosquillas, dejó una pausita deliberada para acabar diciendo. - ...Las cosas claras. - No era un mal eufemismo.

    Aunque a lo siguiente no pudo más que asentir efusivamente. - Oh, sí. Tengo mucho tiempo que recuperar contigo, pajarillo travieso. - Volvió a acurrucarse con ella, mirándola sonriente. - Pero tengo toda la eternidad para ello... podemos tomárnoslo con caaaaalma. - Rio un poco, estirándose perezosamente mientras decía la última frase. Definitivamente, La Provenza sacaba la mejor versión del Marcus relajado. Eso sí, en cuanto empezó a sugerir bajar, volvió a los gruñidos de queja. - Noooo noooo. - Dijo infantilmente, enganchándose a ella. - He dicho que no quiero moverme de aquí, Alice. No, no te vayas, ¿por qué eres así? - Rio, haciendo el tonto, abrazándola como un koala a un árbol y contando con que su novia se arremolinaría de nuevo con él y allí se quedarían... pero no. Parecía bastante dispuesta a bajar.

    Soltó otro sonidito de queja cuando se despegó de él y empezó a vestirse, arrastrando la cabeza por la cama con cara de pena. No estaba colando. Encima pretendía que bajaran en pijama. Estaba torcido como una alcayata en la cama, y con esa postura, arqueó las cejas. - No termino de ver yo eso... - Pero Alice sí, y de hecho empezó a tirar de sus manos para levantarle, lo que le hizo quejarse aún más. Su novia, para llevarle a su terreno, empezó a hablarle de posibles manjares del desayuno... y claro, a él se le fueron quitando progresivamente las ganas de quejarse y su estómago empezó a rugir. Chistó. Si al fin y al cabo lo más difícil era despegarse el uno del otro y levantarse de la cama, y eso ya lo tenían prácticamente hecho. - Vaaaaaaaale. - Concedió, como si le estuviera haciendo un favor y en realidad no estuviera deseando probar esas galletas. Mientras se levantaba, dijo. - Pero déjame que me ponga otra ropa, por si acaso, vaya que alguien... - Ah, por supuesto que eso no iba a pasar. Su novia tenía ya la hoja de ruta y en su rapidez habitual le hizo tener que ponerse el pijama de nuevo porque era lo que tenía a mano. - Alice, jolín, que me... que estoy... el pijama... - Se aturrulló, pero nada, se tuvo que poner el pantalón y la camiseta a toda prisa. Cuando ella le tentó, arqueó una ceja y se dirigió hacia ella diciendo. - Te sigo, te seguiría hasta el infierno. Cómo lo sabes y cómo te aprovechas... - Le lanzó una mirada nada discreta y rozó su cintura. - Y cómo te queda este camisón... - Y ya se le estaba escurriendo, rumbo escaleras abajo, con una risita. - Eres lo peor. - Le murmuró si alzar apenas la voz para que no se les oyera, y por supuesto sin perder la sonrisa. Y allá que fue, tras ella. Esperaban ser rápidos y discretos, y volver a la cama cuanto antes. Galletas en la cama con Alice... Ah, aún podía mejorar su sueño.




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    Miér Oct 19, 2022 12:14 am


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    Con Marcus | En Saint-Tropez | 27 de junio de 2002
    A pesar de sus quejas, sabía que le seguiría. Mientras Marcus llegaba a la cocina, ella hechizó la cafetera de su abuela, que era muy inteligente, para que se pusiera a hacer y servir café, y cuando pro fin vislumbró a su novio tras ella,  le miró desde la encimera con sonrisilla traviesa y le hizo una señal para que se acercara. — Yo también tengo parcelas mentales, ¿sabes? Y sieeeeeeempre estoy pensando guarradas, como tú dices. — Abrió despacito la lata de galletas y sacó una moviéndola en el aire. Acto seguido, se sentó de un salto en la encimera y amplió la sonrisa. — Ven aquí… Y te doy cositas. — Tentó. Necesitaba a un Marcus juguetón para hacer lo que se proponía en su cabeza. Igual al principio no le hacía gracia pero acabaría gustándole. — Puedes empezar por ponerme contra la encimera del desayuno. — Al estar susurrando no podía poner un tono muy sugerente, pero estaba segura de que su cara lo decía todo.

    Se llevó la galleta a la boca y se comió la mitad, dándole a Marcus en la boca la otra mitad. — Me alegro de que te guste este camisón. — Bajó un dedo por su camiseta. — Te prefería sin esto… Y estamos casi solos… Pero bueno, viviré con ello. — Aseguró con una risita. La taza de café vino sola a ella y cogió una galleta de chocolate. — Esta para mi niño por ser bueno y atrevida y seguir a su novia. — Le atrajo hacia la encimera rodeándole con una de sus piernas. — Y una para Alice por tener buenísimas ideas tan temprano. — Masticó la galleta sin perder la sonrisa, escuchando las quejas de su novio. — Me sigues porque sabes que siempre tiene buen resultado. — Bebió un poco de café y le tendió un vaso de zumo a su novio. — Soy lo mejor. Somos lo mejor. — Replicó dejado un besito en su barbilla y tendiéndole otra galleta. — ¿Sabes que pega? Ciruelas del jardín. Me encantan. — Dijo como si se hubiera quedado pensativa. Saltó de la encimera y tiró de él, lanzando un hechizo recogedor por si acaso tras de sí, porque se veía venir que iban a tardar en volver.

    Lo arrastró hasta el jardín y salió corriendo hasta la zona donde sabía que se podían aparecer, que, gracias a Merlín, estaba al lado del ciruelo. — ¿Ya no quieres atraparme, O’Donnell? — Le preguntó, poniéndose en el lado donde el sol iluminaba al ir saliendo. — Mira que me voy con el sol… — Dijo poniendo cara de niña buena y agarrándose las manos, lista y preparada para lo que pensaba hacer según se acercara.






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    Alchemist
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    Miér Oct 19, 2022 10:46 pm


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    Con Alice | En Saint-Tropez | 27 de junio de 2002
    Bajó lo más discretamente que pudo, tratando de no hacer ruido. Había salido tan corriendo tras Alice y queriendo ser tan sigiloso que estaba andando descalzo (y no le estaba viniendo nada más el frescor del suelo, que seguía con bastante calor y había tenido que vestirse sin querer hacerlo), así que estaba pidiendo con todas sus fuerzas a Merlín que no hiciera que nadie se despertara justo en ese momento. En pijama, descalzo y con el pelo aún mojado de sudor tenía que tener unas pintas desde luego nada dignas del exprefecto de Ravenclaw y futuro alquimista carmesí. Este capítulo no quedaría nada bien en mis memorias. Como tantas y tantas veces había pensado a lo largo de su vida junto a Alice y las que le quedaban, menudo erudito estaba hecho...

    Cuando llegó a la cocina, su novia ya estaba hechizando el café y otras cosas del desayuno. Rio con lo de las parcelas. - Tengo que reconocer que me alegro de que al menos lo tengas parcelado. - Le dio un par de toquecitos cómicos con el índice en la cabeza y dijo. - Temía que esas cosas anduvieran dando vueltas sin control por esta cabecita. - Fue a coger la galleta que ella sostenía, pero la chica se retiró, sentándose de un salto en la encimera. Se mordió el labio y miró hacia atrás, a la puerta de la cocina por donde esperaba que ningún otro habitante de la casa hubiera decidido bajar con el mismo sigilo que ellos y sorprenderles. Se acercó lentamente a ella, y Alice siguió tentándole, dejando más evidente aún lo que podía hacer. De reojo, volvió a comprobar que no había nadie por allí, y se coló entre sus piernas, colocando las manos en ellas con sutileza pero en una posición inequívoca. - ¿Esto tengo que hacer para ganarme el desayuno? - Se acercó más, sugerente, tirando levemente de las piernas de ella para acercarla. - Yo creía que ya me lo había ganado... - Y sí, la posición era muy pero que muy inequívoca, y demasiado buena como para no querer quedarse, así que antes de que se le fuera la cabeza mejor se apartaba.

    Se comió la galleta que su novia le daba y, con la boca llena, rio levemente, hablando cuando pudo tragar. - No te quejes, princesa. - Arqueó una ceja de advertencia. - Que demasiado que estoy aquí jugándome mi honor de primo y sobrino político perfecto por seguir tus locuras. - La miró de arriba abajo descaradamente y dijo. - Te queda de muerte. - Estaba impresionante con ese camisón, otra cosa que pensaba que también había demostrado hacía apenas unos minutos.

    Cuando le entregó la galleta de chocolate puso una sonrisita infantil. - Gracias. - Ya se la estaba llevando a la boca cuando su novia volvió a atraerle hacia ella. - Gallia... - Advirtió, medio con una risa, mirando de nuevo de reojo a la puerta. Volvió la vista a ella y susurró, acercándose a su oído. - Que me pones en un aprieto... - Si no fuera porque aún seguía agotado por lo que acababan de hacer, se estaría nublando. Bueno, y porque estaban en plena cocina de una casa de una familiar de Alice, llena de gente. Por Dios, Marcus, estás cada día peor. Tomó el vaso de zumo y rio con los comentarios de su novia. - Es verdad. - Si es que no podía decir otra cosa. Ella era la mejor, y ellos eran los mejores. Él, aún intentaba dilucidar si era lo mejor por seguirla o un idiota supremo. Un idiota enamorado hasta las trancas al que le cegaba el deseo por esa mujer.

    Dio un bocado a la galleta y, mientras masticaba, rodó los ojos. - Claro, por supuesto, vamos al jardín. ¿Qué te parece si nuestra próxima parada es el dormitorio de tu tía Simone? - Suspiró. - Alice, por Dios, ¿nos vamos a recorrer la casa en pijama? - Tomó su mano. - Va, vamos de vuelta a la cama... Se estaba muy bien... - Pero nada, su chica ya estaba tirando de él al jardín. Por supuesto fue todo el camino refunfuñando, aunque casi sin sonido para no ser oído. En un momento determinado, le soltó y salió corriendo. Rio entre dientes. - Te voy a atrapar y te voy a secuestrar y a llevar de vuelta a la cama de la que no deberíamos haber salido, pajarillo travieso. Que vas a acabar conmigo. -Dijo con cariño, entre risas, a pesar de intentar fingir el tono de queja. Abrió la boca con falsa sorpresa. - Ah, ¿prefieres a ese sol? - Puso una mueca con la boca y se acercó para susurrarle. - No decías eso arriba... - La tomó por la cintura y dijo. - ¿Vienes conmigo, o te secuestro de verdad? MIra que tengo muchas, muchas ganas de estar tumbadito contigo otra vez... -




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    Alchemist
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    Jue Oct 20, 2022 12:08 am


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    Con Marcus | En Saint-Tropez | 27 de junio de 2002
    Algún día, insistía en pensar, harían esas mismas cosas en la cocina de su propia casa y tendrían un final mucho más feliz que el que se le prometía ahora, con Marcus adquiriendo unas habilidades impresionantes para cambiar el foco de atención de la puerta a sus piernas que ponían en peligro la integridad de su cuello. Todo eso la hacía reír muy bajito, porque en el fondo formaba parte de esa felicidad tan particular que ellos sabían crear. — A ti también te queda muy bien el look pijama. Es muy tentador… — Se mordió el labio inferior y pasó el dedo por la camiseta fugazmente. — Pero sin esto… mejor. Sexy. — Le lanzó en voz baja antes de volver a salir corriendo.

    Entornó los ojos y amplió su sonrisa con sus quejas, aunque con lo del dormitorio casi se le escapa una gustosa carcajada. — No me vayas a hacer reír que nos delato. — Advirtió señalándole. — No te quejes tanto y disfruta… Somos jóvenes, es verano, estamos libres sin colegio ni exámenes… ¿Qué más te da salir en pijama al jardín? — Le tentó en voz baja pero con expresión divertida. — Cuando éramos pequeños me seguías por todo Saint-Tropez y no te iba tan mal.

    Sabía que lo del sol le iba a picar aunque fuer aun poquito, y lo más importante: le iba a atraer. Pensaba engancharse a él, pero ya se enganchó él solito. Rio y asintió con la cabeza. — No habrás oído ni una leve queja hacia mi sol ahí arriba ahí arriba. — Alzó las cejas. — No eran quejas y no eran leves precisamente, de hecho. — Ese hombre hacía cosas en su cabeza, porque ya se estaba nublando otra vez, y necesitaba concentración. Dejó un beso en sus labios y sonrió. — Agárrame fuerte, Marcus. Ni se te ocurra soltarme. — Y agitó la varita a su espalda.

    Cuando aparecieron en el campo de lavandas, a la luz completamente dorada del sol subiendo e iluminando los campos, lo primero que hizo fue mirar que ambos estaban enteros, y una vez comprobado, se soltó y saltó un poquito por la hierba. — ¡Lo he conseguido! ¡Estamos aquí! — Se echó a reír y le echó los brazos por el cuello a Marcus. — No te enfades. ¿A que no estás enfadado? — Dejó muchos besitos en su mejilla. — Quería que viniéramos solos, sin tener que dar explicaciones, improvisado… Como cuando éramos niños. — Hizo fuerza y logró hacer caer a su novio entre las lavandas, con ella encima, poniendo las piernas a ambos lados de su cuerpo. — Como decía el Cantar de los Cantares… Escaparnos al campo a ver si había florecido la viña. — Se inclinó y le volvió a besar. — Dime que esto no es el paraíso. — Dijo girando el rostro hacia el sol y luego volviendo a mirarle. — Mira qué silencio… Y qué olor. — Aspiró. — Y ahora hay lavandas por todas partes, no como cuando vinimos en Pascua… — Se inclinó un poquito y cogió una ramita con muchas flores y empezó a pasarla por la cara y el cuello de su novio. — Ya han florecido… Más hermosas que todas las demás… — No se olvidaba de su promesa hecha allí. Y, sinceramente, no es que se lo hubiera planteado mucho desde entonces, pero en momentos de felicidad como aquel sentía que… Sí, ¿por qué no? ¿Por qué ellos no podrían tener una familia con la que compartir todo aquello?






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    Alchemist
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    Jue Oct 20, 2022 9:31 pm


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    Con Alice | En Saint-Tropez | 27 de junio de 2002
    Puso una exagerada expresión de sorpresa ofendida cuando Alice dijo que iban a delatarse porque él la hacía reír. Seguían siendo los mismos que con once años para esas cosas, porque a pesar del balonazo fuera de Alice y de la ofensa que nadie se creía de Marcus, ahí iba, detrás de ella. La argumentación que dio después era para verla, y por supuesto que él no iba a dejar de responder. - Te juro que estoy haciendo un esfuerzo grandísimo por entender qué tiene que ver todo eso con pasearnos en pijama, pero me está costando. - Marcus tenía un estricto código de vestuario por el cual los pijamas no debían salir del dormitorio salvo que estuvieras solo en casa o en compañía de familiares muy directos, e igualmente le duraría puesto como mucho hasta después del desayuno. Arqueó una ceja. - ¿Cuando éramos pequeños? ¿Y qué se supone que estoy haciendo ahora? - Le dijo con una sonrisita tierna. Porque no lo podía evitar, porque su Alice era su Alice, aunque a veces le pusiera el cerebro del revés.

    Puso una sonrisilla orgullosa, alzando la barbilla, muy alimentado en su ego y contestando, por supuesto, como buen Slytherin encubierto que los dos sabían que podía ser a veces. - Eso me imaginaba. - Efectivamente, ni se había quejado ni había sido leve, bien contentos que estaban los dos con el resultado. Recibió su beso y, cuando le dijo que la agarrara fuerte, apretó su cintura, acercándose a ella, sonriendo. - Nunca voy a soltarte. Te lo he dich... - Pero no pudo terminar la frase que había empezado, totalmente inocente, porque lo que ocurrió a continuación no se lo vio venir de ninguna de las maneras.

    Cuando aterrizó estaba absolutamente aturdido y, por un momento, asustado, porque en ese microsegundo se le habían pasado todo tipo de ideas por la cabeza y ninguna buena, sentía que le habían secuestrado súbitamente, o que había perdido la conciencia. Pero no, solo era su novia haciendo de las suyas. De hecho, nada más tocar sus pies el suelo, dado que no sabía que iban a aparecerse y por tanto no calculó su aterrizaje, trastabilló y cayó sentado en la hierba. - ¡¡Alice!! - Miró a su alrededor. Probablemente tuviera la cara de sorpresa más grande que hubiera tenido en su vida en nada de lo que la chica hubiera hecho. - ¡¡Que estamos en él... cómo... por Dios, que estoy en pij... que estás en camisón!! - Que él tenía unas pintas cuestionables, pero Alice tenía el cuerpo muy poco cubierto para estar en mitad de la calle. Pero claro, su novia ahora estaba en modo cervatillo feliz, mientras él seguía con el corazón a punto de salírsele del pecho e intentando procesar qué hacían allí. No atinaba ni a ponerse de pie.

    - ¿Enfad... cóm...? Est... - Si es que no podía ni hilar una frase, y su novia hablando a toda velocidad y dándole besitos tampoco es como que lo favoreciera. De hecho, le tumbó en el campo y él seguía como atontado, aún no dando crédito de que estuvieran allí. Cuando ya sí tomó conciencia, porque tampoco es como que le quedara de otra, la miró. Estaba tan feliz, hablando sin parar... Soltó aire por la boca. - Alice... Tú... - Negó. - Vas a acabar conmigo un día. - Y al decir eso se había echado a reír, mirándola. Le brillaban los ojos y seguía absolutamente preciosa. Si es que era su debilidad. - ¿Me puedes explicar a qué clase de cabeza se le ocurre esta idea? - Miró a su alrededor, para lo cual tenía que arrastrar los rizos por la hierba, para poder verlo bien todo. Se frotó la cara y dijo entre los dedos. - Por Merlín... que estoy en pijama en un campo... - Se destapó la cara y la miró. - ¿Tú eres consciente de... tu...? - La señaló un poco. Se mordió el labio y, ocultando una sonrisa, tiró de ella contra sí para decirle más bajo. - Ese camisón tan sexy te tapa muy muy poco, princesa. Creía que verlo era un privilegio solo mío. - No es como que allí hubiera más gente, pero podría haberla en cualquier momento. Acarició su pelo y le dijo. - Anda... recítame ese poema que tanto te gusta en este sitio. Que aún no se me ha pasado el susto. -




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    Con Marcus | En Saint-Tropez | 27 de junio de 2002
    No le había regañado ni una cuarta parte de lo que se esperaba, más bien veía a su novio en fallo multifuncional, lo cual no era muy habitual, porque su cerebro siempre estaba a punto. No pudo evitar reírse a que la mayor objeción de su novio fuera estar en pijama y camisón y no en haber efectuado una aparición en circunstancias de seguridad cuestionables. Pero mejor, porque lo de la ropa de dormir era más fácil de justificar. Y nada, el pobre seguía sin poder terminar ninguna frase, pero ella estaba demasiado feliz y sonriente como para simplemente no disfrutar de aquella luz dorada y la fragancia de las lavandas al amanecer.

    Negó con la cabeza sin quitar su sonrisita de niña traviesa. — No. Yo le doy flores a tu espino, mi amor. Esto tú no lo hubieras hecho ni en mil años, pero no hacemos daño a nadie con ello. — Apoyó las manos en su pecho. — Es solo nuestro. — Se echó a reír con la pregunta, eso sí, a reírse bien fuerte. — Pues a una Gallia. Pensé que eso era lo que te había enamorado de mí. — Dijo entre las risas. — Y me he moderado mucho con los años, O’Donnell. Pero me sigue gustando arrastrarte a los sitios. — Asintió con una risa a la reflexión de que estaba en pijama y se dejó caer en el pecho de su novio. — Sííí… Soy consciente. — Giró la cabeza y rozó su nariz con la de él. — Pero el privilegio sigue siendo tuyo, mi amor. Y lo he sumado al privilegio de estar en este sitio precioso, solos, dándonos todo el amor del mundo… En un sitio que significa tanto para los dos, Marcus. — Se incorporó un poco para poder mirarle bien. — Cuando éramos dos niños veníamos aquí a hacer carreras, a jugar a identificar las plantas… Cuando crecimos un poco más… Veníamos experimentar lo que no nos atrevíamos a experimentar en otros sitios… — Dijo con una voz cargada de intencionalidad. — Y la última vez, vinimos a reafirmar nuestro amor y hacernos promesas. — Se inclinó sobre sus labios y los besó con suavidad. — Quería venir una vez a simplemente ser nosotros. Nosotros sin ambages, sin nada… Nada más que Marcus y Alice, estando solos en el mundo como nos gusta estar… — Acarició desde sus rizos a su rostro. — Dime que no es precioso, cariño. — Le susurró con dulzura.

    Le miró con cariño y sonrió. — Lo que mi príncipe me pida… — Dijo, acariciando la mano de él con su mejilla, mientras disfrutaba del tacto en su pelo. — Mi amado es mío, y yo suya / Él apacienta entre lirios / Hasta que apunte el día, y huyan las sombras /Vuélvete, amado mío; sé semejante al corzo, o como el cervatillo… — Recitó con voz dulce, como si le contara un cuento. — Yo soy de mi amado, Y conmigo tiene su contentamiento. /Ven, oh amado mío, salgamos al campo, Moremos en las aldeas. /Levantémonos de mañana a las viñas / Veamos si brotan las vides, si están en cierne / Si han florecido los granados / Allí te entregaré mi amor… — Se rio y le miró. — Entre medias, y eso no te lo leí aquel día, porque me hubiera muerto de vergüenza, hay una descripción bastante explícita de las piernas y los pechos de la amada, sospecho que ahora te gustaría bastante. — Cogió sus manos y las entrelazó con las de ella, sin dejar de mirarle. — Y la amada también dice que mirar los cabellos de su amado es como mirar al sol… — Le estaba mirando hipnotizada porque era tan guapo… Especialmente en aquel entornó, así, debajo de ella. — Y casi al final dice una cosa que se me quedó grabado y ahora entiendo por qué. — Entornó los ojos para recordar las palabras exactas. — Ponme como un sello sobre tu corazón /como una marca sobre tu brazo; /Porque fuerte es como la muerte el amor. — Volvió a tenderse sobre el pecho de Marcus, pero mirándole. — No hay nada más fuerte que nuestro amor. Nadie puede escapar de la muerte, pero creo que, con nosotros y con nuestras tías, ha quedado demostrado que tampoco puede escaparse del amor de verdad. — Le miró más seria a los ojos. — Nada en el mundo podría separarme de ti, Marcus O’Donnell.




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    Con Alice | En Saint-Tropez | 27 de junio de 2002
    Asintió una sola vez pero con energía, mientras decía. - Estoy totalmente de acuerdo contigo, puedes tener por seguro que esto yo no lo hubiera hecho. - Aparecerse en mitad de un campo en pijama... ¡No! Aparecerse sin el consentimiento del otro, en un campo, en pijama. Porque ahora estaba tomando conciencia de que, si llega a soltarse por lo que sea, podían haber tenido una despartición. Mejor no pensaba en eso si no quería volverse a agobiar... - Ríete, ríete... - Suspiró, aunque él tampoco podía evitar reír. Porque estaba demasiado feliz y porque La Provenza siempre había sacado al Marcus relajado. Aunque su novia le pusiera cada vez más al límite.

    Chasqueó la lengua cuando dijo que eso era lo que le había enamorado de ella, porque lo peor es que era verdad, pero la miró con los ojos muy abiertos, de nuevo con esa expresión de teatralizada sorpresa. - Ah, que te has moderado con los años. ¡Perdone su majestad! El hecho de que me hayas hecho aparecerme súbitamente aquí estando los dos con ropas que no deberían salir del dormitorio ha debido confundirme. - Y encima le había dicho en la cocina que le sobraba la camiseta. Menos mal que no se la había llegado a quitar, si no, se veía medio desnudo en el campo. Fue a quejarse otra vez con eso de que el privilegio era solo para él, porque estando en mitad de la calle, técnicamente, podía ser para cualquiera que pasara por allí. Pero Alice estaba diciendo algo muy bonito y él, obviamente y como siempre, se quedó mirándola y oyéndola hablar embobado. Recibió su beso y rio levemente, suspirando con fingida resignación, cuando le dijo que todo eso era precioso. Sí que lo era, claro que lo era. - Gallia, Gallia... qué habilidad tienes para liarme. - Apretó su cintura y tiró de ella, apoyándose más en la hierba y acercando su rostro al suyo para susurrarle con cariño. - Preciosa eres tú. - Le dio un beso fugaz. - Y llevo desde los once años entregado a lo que quieras hacer conmigo, en este campo o en cualquier parte. Y aquí me tienes... - Rio con los labios cerrados y negó con la cabeza, mirándola con amor. - Me tienes absolutamente hechizado, no tengo duda alguna. Y lo peor es que... me encanta estarlo. - Concluyó, acariciando su pelo, dejando un mechón tras su oreja con delicadeza.

    Fue entonces cuando ella empezó a recitar el poema y él se quedó escuchándola, y así podría pasarse la vida entera. Debía tener una cara de tonto importante, pero le daba exactamente igual. - No me canso de oírlo. - Susurró cuando terminó, pero la confesión de las censuras hechas aquel día le arrancó una carcajada. - ¿Qué te crees? ¿Que no lo sabía? - Le hizo un poco de cosquillas en la cintura. - Yo leo todo lo que me ponen por delante, Gallia. Busqué el poema, porque no podía ser que tú supieras algo que yo no. Y cuando lo leí, ya de vuelta en mi casa... ¡Oh! - Se echó a reír. Sí, ahora le hacía gracia, pero en su momento soltó el libro como si tuviera encima una bomba a punto de explotar. - Entre lo que nos habíamos quedado a punto de hacer, las conversaciones con mi padre y el poemita, menudo verano eché. - Siguió riendo. - ¿Sabes lo que me gusta bastante? - Se acercó y le susurró. - Los tuyos... tus pechos, tus muslos... - Arqueó una ceja. - Y como en aquella época ya lo sabía pero no lo quería reconocer tan a viva voz, de ahí los malos ratos. - Rio.

    Ladeó la cabeza, mirándole embelesado mientras acariciaba su pelo y le decía que era como mirar al sol, en esa alegoría que a ellos tanto les gustaba. Lo siguiente hizo que volviera a abrazarla, rodeándola por completo con sus brazos. - Mi amada. - La besó. - Mi dulce, inteligente, preciosa e incorregible amada. - Le dijo con cariño, volviendo a besarla. - No lo hay. No hay nada más fuerte que nuestro amor, que nosotros mismos. Tu madre lo dijo: somos imparables. Siempre lo seremos. - La besó con deleite, lentamente, disfrutando de aquello. Pues sí, le había hecho aparecerse sin permiso, con los riesgos que eso suponía, y estaban en condiciones "poco visibles" para sus estrictos códigos en mitad de un campo por el que podía pasar cualquiera, mago o muggle. Pero... estaba encantado. Estaba enamorado y estaba feliz, y estaban besándose, tumbados entre las flores. Y sentía que no podía pedirle absolutamente nada más a la vida.

    - Que sepas... - Empezó a decir, tras el beso, sin dejar de abrazarla ni mirarla. - ...Que no he comido lo suficiente ni para... - Empezó a enumerar con los dedos hasta hacer los tres puntos que quería remarcar. - ...Las energías que he gastado nada más despertar, que me compense el susto y esta travesura en sí, y las horas que llevaba sin meter comida en mi cuerpo desde la cena. - Suavemente, la fue moviendo hasta quitarla de encima de él y reposarla en la hierba, mientras decía. - Peeeero, para no tener que aguantar, encima de verme donde me veo, que me taches de novio aburrido, gruñón y poco atrevido, voy a ir, como buen caballero que soy, a buscar comida para ambos. Ciñéndome a tus gustos. Porque tampoco es como que por aquí haya mucha variedad así que me tendré que conformar. - Como que él no se comía una piedra si hacía falta si tenía hambre. Se puso de pie y alzó un índice, muy puesto. - ¡Y sin magia! Y no porque no lleve mi varita, aunque podría teniendo en cuenta las prisas con las que me has hecho vestirme, pero antes pierdo la mano que desprenderme de ella. No usaré la magia por decisión personal. Para que veas que yo también se usar mis habilidades motrices, y con más prudencia que tú, porque no está reñido. - Y después de su innecesariamente larga perorata, se dirigió al melocotonero más cercano.

    - Observa cómo tu caballero te consigue un buen manjar, princesa. - Dijo pomposo. Había un melocotón pequeñito y precioso bastante cerca, de un color rosado que le confería un aspecto que daban ganas de tocarlo y, por supuesto, de hincarle el diente. No iba a tener que hacer demasiados esfuerzos para cogerlo, apenas poner el pie en una de las rocas cercanas y estirarse un poco, era lo suficientemente algo como para llegar sin trepar. - Sigo pensando que, siendo magos, un simple hechizo levitador bastaría. - Fue calculando dónde poner el pie. - ¡No obstante! - Siguió, porque claro, él no se podía callar. Mientras hablaba, calculaba su movimiento, alternando la vista entre Alice y el melocotón, con una sonrisa de superioridad y muy bien puesto. - Si algo he aprendido de un deportista de élite como mi hermano, es que el cuerpo debe estar siempre activo. Que hemos de tener recursos para poder llevar a cabo cualq-AH, HOSTIA. - Dio un salto hacia atrás, trastabillando. Si llega a estar en una rama, se cae de la misma, porque menudo susto. Resultaba que lo que en teoría era un melocotón, no era un melocotón. Era un pájaro, y a la cercanía de su mano había salido volando, en su dirección además, como si quisiera echarle en cara que hubiera intentado comérselo.

    Se llevó la mano al pecho, porque tenía el corazón a mil con el susto, y se quedó mirando con cara de idiota la trayectoria del animal, que ya estaba bien lejos de allí. - ¿¿¿Lo has visto??? - Dijo con los ojos muy abiertos, mirando a su novia. Ah, por supuesto, ahí estaba muerta de risa. - ¡¡Era un pájaro!! Er... ¡Alice! ¡Joder, que era un pájaro, te lo juro! ¡Que parecía un melocotón! ¡Alice! ¡No te rías! Por Dios, qué susto. - Bufó. - Me tenéis contento los pajaritos hoy... -




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    Con Marcus | En Saint-Tropez | 27 de junio de 2002
    Ella seguía muerta de risa ante las quejas de su novio, aunque sabía que razón lo le faltaba. — ¡Claro que me he moderado! Podría habértela liado más. — Aseguró mirándole. — Pero no quería hacer una travesura, solo estar solos, sin tener que dar explicaciones y como si solo existiéramos nosotros en el mundo, y así hemos acabado. — Dijo como si fuera el proceso más fácil de comprender de la historia. Se dejó inclinar sobre él y recibió su beso encantada, porque sabía que ya le había rendido. — Yo también estoy entregada a ti. Lo hago por los dos, por hacernos felices, por disfrutar… — Le miró y acarició su mejilla. — Te amo. — Dijo casi en un suspiro, porque era muy difícil no dejarse llevar por la ola de sentimientos que le provocaba, estaba demasiado tierna aquella mañana.

    Se echó a reír cuando contó lo de que había buscado el poema por su cuenta y se mordió el labio. — Debí haberlo sabido. — Y se echó a reír solo de imaginar la cara de Marcus en el momento en el que leyera todo lo demás. — Fue un verano complicadito para todos, querido. Creo que ahora te puedes imaginar con más nitidez los niveles de grafismo de las explicaciones de mi tata. Y yo pensando “no sé cómo voy a hacer todo eso”. Luego sale solo, he de admitir. — [b]Marcus podía dar fe por sí mismo. Sonrió de medio lado a sus halagos y dijo, pasando las manos por su pecho. —[b] A mí también me gusta todo lo que forma parte de ti… — Rio. — Pues eran sentimientos perfectamente correspondidos. Y yo tenía unas ganas irracionales de desabrocharte la camisa que aparecían sin avisar en aquellos tiempos, así que nada de mala conciencia. Estábamos exactamente igual.

    Y para sentimientos, los que le provocó oír ese “mi amada” de sus labios. Se le escapó otro suspiro, sin dejar de mirarle como si fuera lo más hermoso que existía. — Mi amado… Mi sol… — Se besaron y susurró sobre sus labios. — Mi tierra, de la que no querría jamás separarme. — Y pasó las manos por sus rizos con devoción. Si sabía ella que era buena idea ir allí, aquel sitio sacaba lo mejor de ellos. — Mi madre lo dijo, sí… Mi madre siempre sabía lo que decía. No es que creyera en la adivinación, es que ella sabía cosas que iban a pasar y las aseguraba con la seguridad de alguien que ve lo que los demás no. — Y parecía que se estaba viendo con su madre en aquel campo “eres una hermana mayor genial, y algún día serás una gran madre…” Sí, esa era la habilidad de su madre. — Qué feliz sería de vernos aquí.

    Escuchó a su novio hablar de comida, entre risas, porque ya estaban en ese estado en el que se reían de todo. Se dejó tumbar sobre la hierba suavemente con una sonrisa mientras asentía a todo lo que le iba diciendo. — Ohhhhh mi caballero va a ir a por comida para mí, más medieval esto que el Cantar de los Cantares. — Y se giró sobre sí misma en la hierba para verle avanzar hacia el melocotonero. Ni contestó a sus acusaciones. — Ajá, estoy deseando ver cómo se cogen melocotones de forma prudente y prefectil.

    Y entonces, algo que no entendió bien, pasó. Su novio estaba haciendo uno de sus discursos ideales y pomposos y poniéndose un poco en precario equilibrio para ir descalzo y con el pijama, y entonces, el melocotón a por el que iba, salió volando. Literalmente. Y claro, le dio un susto brutal. Pero Alice, que cuando algo le interesaba hacía que su cerebro fuera a toda velocidad, detectó lo que era y se levantó de un salto. — ¡Mira Marcus! ¡Es un pajarito que parece un melocotón! ¿CÓMO PUEDE SER TAN ROSITA Y TAN MONO? — Dijo con tono agudillo, persiguiendo al pajarito cuanto pudo antes de que el pobre animalito, entre el grito del uno y la persecución de la otra, decidiera irse probablemente para no volver. Claro, cuando volvió a mirar a su novio, no pudo evitar deshacerse de la risa. Su novio había saltado como si aquel pajarín melocotón fuera un basilisco cambiaformas. Se acercó a trotecitos a él y dijo. — ¡Ay mi amor! ¿Te ha asustado el pajarito? — Dijo como quien consuela a un niño pequeñito y le dio muchos besos seguido en la mejilla, pero cuando insistió en el hecho de que los pajaritos le estaban dando la mañana, le volvió a dar la risa floja. — Vale, vale, tú túmbate ahí, tranquilito, y yo nos consigo unos melocotones para compensar el daño que el mundo aviar te ha hecho esta mañana. — Y se retrepó un poco en el tronco (no mucho, que no llevaba el mejor conjunto para ello) y cogió dos melocotones gorditos con pinta de muy jugosos, volviendo al suelo y sentándose directamente en el regazo de su novio. — Ya está… — Dejó un beso en su frente. — Hay pajaritos muy malos que asustan… Y pajaritos que nos gusta dar amor. — Dijo con dulzura. Con los dedos, logró abrir el melocotón y coger un trozo para ponerlo en los labios de su novio, aunque se le cayó gran parte del jugo por la barbilla de él y su propia mano, así que lo lamió. — Mmmmm me encantan los melocotones, pero nunca se me había ocurrido probarlos con Marcus O’Donnell. — Llegó a los labios de su novio y los lamió también. — Definitivamente buenísimo. — Luego se llevó el melocotón a la boca y lo mordió. Qué recuerdos de aquella tarde de julio que tanto se les fue de las manos. — Antes me encantaban los melocotones, pero ahora cada vez que los pruebo, solo puedo pensar en aquella tarde… — Y se relamió.



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    Con Alice | En Saint-Tropez | 27 de junio de 2002
    Todavía estaba con la mano en el pecho intentando que no se le saliera el corazón por la boca, pero su novia estaba loca de contenta de haber recabado en la existencia de un pájaro que parecía un melocotón. La miró con mala cara, regulando aún su respiración. - Sí. Precioso. - Contestó sarcástico. Anda que menudo susto le había dado. Y ahí seguía Alice, muerta de risa. Cuando se le acercó con burlitas solo siguió mirándola con una cara que debía ser muy parecida a la que Lex tenía por defecto y, al igual que su hermano, contestar con un gruñido. Claro que Alice empezó a darle besitos en la mejilla, y eso le hizo chistar, rodar los ojos y soltar aire entre los labios, resignado. Porque era su debilidad, si no, no se le pasaría tan rápido el mosqueo.

    - Pensaba que era un melocotón. - Se justificó, muy serio, totalmente convencido de que estaba dando el argumento definitivo para hacerse entender. - Imagínate que vas a coger un melocotón y, de repente, despliega las alas y vuela hacia ti. ¿Qué pasaría? ¿Eh? Te llevarías un susto. - Estaba describiendo poco menos que a un dragón en lugar de a un pajarillo diminuto, pero la clave no estaba en el tamaño o la peligrosidad sino en lo imprevisto. Daba igual cuánto se explicaba, su novia la valiente pensaba ahora que era un crío asustadizo. Hasta ahí su teatrillo de caballero medieval. Ya solo le quedaba sentarse enfurruñado en la hierba... en pijama. Dios, ¿¿qué hacía en mitad del campo en pijama, vamos a ver?? Si es que, todo mal con ese planteamiento.

    Bueno, todo todo, no. Alice conseguía hacer maravillosa la más estresante de las situaciones, por eso indudablemente era que estaba allí. Aun así, como ella seguía con bromitas, volvió a suspirar y, tal y como le había pedido, se sentó, aunque no dejó de quejarse en el proceso. - Eso, tú ríete, pero sabes que tengo razón. - Ya se había sentado, y ahí frunció los labios con disgusto. - Anda que... yo quería ser un caballero medieval... menudo estoy hecho... Esto pasa por traerme a traición y en pijama. - Se dejó caer en la hierba y dijo con voz penosa. - Con lo bien que se estaba en la cama... - Pero claro, consigue tú que un pajarito se esté quieto en un mismo sitio mucho tiempo seguido. Mejor se iba acostumbrando.

    Incorporó de nuevo el tronco con un suspiro resignado al tiempo que Alice volvía y se sentaba en su regazo. Estaría mejor en la cama, pero su novia en camisón sentada en sus piernas con un paisaje tan idílico alrededor y ofreciéndole melocotones recién cogidos del árbol... debía reconocer que, si se quejaba, era porque quería. Ladeó una sonrisilla pillina. - ¿Tú no eres de los que asustan? - Bajó los párpados, mirando cómo partía el melocotón. - Mala sé que no eres... pero sustillos... Alguno que otro me has dado. ¿O me he aparecido yo aquí por voluntad propia? Venga, confiesa. - Mordió el trozo que le ofrecía y, en lo que lo degustaba, notó la lengua de Alice por su piel. La miró, con un sonidito de gusto, que bien podía ser por el sabor de la fruta o por la caricia. - ¿Ah sí? Hmm... yo también quiero probarlo así. - Mientras ella masticaba el bocado que había dado al melocotón, también pasó levemente la lengua por sus labios. - Tienes razón... así está más bueno. - Ladeó la cabeza. - Melocotones con sabor a riesgo de vida o muerte. No pierden su esencia. - El solo recuerdo de aquella tarde, en la que le había dicho lo mismo, le hizo reír.

    Quedaron tumbados en la hierba, sonriéndose, besándose, acariciándose y diciéndose tonterías, mientras se comían los melocotones. Lo cierto era, tenía que reconocerlo a pesar de todas sus quejas, que estaba en lo más parecido al paraíso que podía pedir. Estaban hablando un poco de todo, de su amor por supuesto, de los días que habían pasado allí, de lo rápidos que se habían pasado. Se reían abiertamente de las idas y venidas de Sean y Hillary, pusieron por las nubes a Marine porque a los dos les había encantado e hicieron sus conjeturas sobre Theo y Jackie. Y Marcus, por supuesto, acabó reconduciendo el tema a lo que lo reconducía siempre. - Buf, la comida de ayer... estaba todo... - Echó la cabeza hacia atrás con una exclamación desde lo más profundo de su ser. - ¡Qué bueno, por Merlín! - Volvió la vista a su novia. - ¡No me mires así! Tenía todo que ver con lo que estábamos hablando. ¿No estábamos en que tus tíos parecían encantados con Theo? ¿Y cuándo vimos a tus tíos? Ayer. ¿Y qué hicimos? Comer. ¿Ves? Perfectamente conectado. - Se removió en la hierba y empezó a esbozar esa sonrisita que ponía cuando quería picar a Alice. - Por cierto... - Ladeó la cabeza. - El sitio era muy bonito... como para... una boda ¿no? - Amplió su mejor sonrisa de "te he pillado" y agarró su cintura. - Sí, escuché el comentario de Jackie, y sí, escuché lo rápido que reaccionaste. - Dio con el índice en su nariz. - Y vi esos ojillos que pusiste y que ya identifico demasiado bien. - Rio un poco y se apoyó con el codo en la hierba, más cerca de ella, mirándola. - Nuestra boda va a estar llena de flores... y va a ser la más preciosa del mundo... aunque el sitio va a dar igual, porque todo el mundo va a estar mirándote a ti. -




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    Sáb Oct 22, 2022 9:29 pm


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    Con Marcus | En Saint-Tropez | 27 de junio de 2002
    Volvió a asentir ante la multitud de quejas y la vuelta al relato de lo ocurrido que ahora salía de su novio, como si ella no hubiera estado ahí para verlo. — Pero mira, hemos descubierto: uno, que puedes desenvolverte sin varita — empezó a enumerar con los dedos —; dos, que existen pajarito con forma y color de melocotón, no sé si eras consciente de cuán feliz me hace eso; y tres… — Dejó otro trozo de melocotón en sus labios y los besó. — Que los melocotones saben mejor cuando nos los comemos directamente de nuestros labios… — Dijo pasando el dedo sugerentemente. — Y nuestra piel… — Se rio y dejó un piquito en sus labios antes de comerse otro trozo. Ah, no había nada como los melocotones de La Provenza ni estar en brazos de Marcus, y ahora los tenía a los dos. Rio como una niña pequeña a lo de los sustos. — Pero muy pocos. No me gusta que pases miedo, creo que lo demostré en tercero con el boggart. — Luego ladeó la sonrisa. — Prueba prueba… — Le tentó, y siguió a su lengua para encontrarse en un beso, aunque se estaban pringando un poco con los melocotones. Daba igual, le encantaba, luego un tergeo y todos listos.

    Y, como ella ya había visualizado en su mente, tumbarse en el campo, decirse cositas y hacerse moñerías, era ideal. Había logrado que su novio se relajara y se olvidara un poco del pijama, tanto tanto, que ya había empezado a hablar de comida y eso era una buena señal, aunque, como siempre, había buscado las vueltas para encontrar el tema. — Mira, ni mal traído está, porque ayer el pobre Theo estaba rojo como un tomate, apuradísimo y no paraba de mirarnos. Y yo, todavía, ayudaba en la conversación, pero es que cariño, probaste absolutamente todo, y no parabas, y claro, no se puede hablar y comer al mismo tiempo, y Theo se quedaba sin aliados, porque su cuñado en potencia, aliado, lo que se dice aliado, no es. — Y volvió a reírse, porque ahí siempre tenía ganas de reír. — Perfectamente conectado, alquimista, una conjunción de primera. — Dijo inclinándose sobre su pecho para dejar un beso sobre él. —

    Y cuando volvió a dejarse caer en la hierba, escuchó ese tono de su novio y puso media sonrisa… A ver con qué le salía ahora. Ah, se había dado cuenta. Arrugó el gesto cuando le dio en la nariz y se apoyó en su propia mano para mirarle. — Sí… Es precioso. — Se sonrojó un poquito al verse descubierta en sus fantasías. — Aix es la ciudad más bonita de La Provenza… ¿Has visto esas casas? Con sus contraventanas azulitas y llenas de macetas, y esos patios llenos de flores y enredaderas… — Se mordió el labio, mirando con ojos soñadores al cielo. — Con este sol… Y este cielo… — Bajó la mirada y la clavó en los ojos de Marcus. — Es perfecto para una boda, sí. — Se acercó a él y rozó su nariz con la suya. — ¿Se parecen esos ojitos a estos que se me han puesto ahora mismo? — Rio y tiró de Marcus sobre ella. — Miles de flores. Flores con significado, bien criadas, olorosas y preciosas… — Volvió a reírse y le acarició las mejillas. — ¿A mí? A los dos. Porque no hay nada que le quede mejor a un alquimista de ojos preciosos como tú y tan alto, que un traje. Impecable como siempre. — Le atrajó para besarle y luego dijo. — ¿Y sabes que más habrá? Comida. Mucha mucha comida elegida por el glotón más glotón que conozco que eres tú, O’Donnell. — Y se puso a hacerle cosquillas, mientras echaba mano de otra ramita de lavanda y la pasaba por sus labios y por su cara. — Lavandas. Quiero que haya muuuuuchas lavandas. Por nuestro campo, simbolizando nuestro amor, porque el morado era el color favorito de mamá, y porque tardan mucho en florecer… — Con la mano libre le acarició y le clavó los ojos bajando el tono. — Pero, cuando lo hacen, son bellas, las más hermosas de todas. — Y lo selló con un beso. Ella se había entendido.

    Muy a su pesar, se incorporó y tiró de Marcus con ella. — Amor mío, voy a ser muy magnánima. — Dijo muy puesta. — A pesar de que me quedaría aquí muuuuchas más horas, y de que yo no tengo ningún problema con estar en pijama en ninguna parte, voy a instarte a volver a casa antes de que nadie se despierte, podemos volver a la cama y pasar unos minutillos más en nuestra última mañana aquí. — Se inclinó y le besó suavemente, con deleite. — Pero solo si prometemos volver otra vez, solos, al amanecer… A este sitio. — Volvió a besarle acariciándole con la lengua. — ¿Me lo prometes, Marcus O’Donnell?






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    Con Alice | En Saint-Tropez | 27 de junio de 2002
    Alzó las manos en señal de autodefensa. - ¡Eh! Le defendí bastante, dije varias veces que era un caballero y que tenía un gran corazón, y que iba a ser el mejor sanador mental de nuestra generación. - Él mismo podía dar cuenta de la conversación que habían tenido horas antes, pero no venía al caso sacarla en público. Quedaba entre ellos dos. - ¡Pero tenía que comer! Cada uno que se busque sus propias defensas. A mí no me defendía nadie. - Como si lo necesitara, pero tenía que hacer una de sus clásicas huidas hacia delante. Lo que dijo su novia de la conjunción perfecta, en cambio, le hizo sonreír con satisfacción y hacer un asentimiento con la cabeza, bien orgulloso de sí mismo, disfrutando de todo aquello y de su victoria imaginaria. Ah, así, sí.

    Le encantaba oír hablar a Alice de su futura boda, por todas las veces en las que temió que ese momento no llegara nunca. Celebrarlo así, con ese sol y las flores que ella tanto amaba y que seguro que escogería con mucho mimo, se antojaba todo un sueño. - Se parecen. - Confirmó, mirándola con ternura. Entre risas, dejó que ella le colocara sobre su cuerpo, donde siguió mirándola y oyéndola embelesado. - Voy a llevar el mejor traje de mi vida, para conmemorar la mejor decisión de mi vida. Puedes tenerlo seguro. - La besó, pero lo siguiente que dijo le hizo soltar una carcajada, y luego seguir la broma haciendo un gestito de victoria. - ¡Sí! Menú marca O'Donnell. No habrá otro mejor, los invitados van a salir encantados. Y con varios kilos de más. - Dijo entre risas.

    Cerró los ojos y sonrió a las caricias de las ramitas de lavanda en su piel. - Muchas lavandas. Todas las que quieras. - Confirmó. Abrió los ojos para mirarla. - Aún conservo la lavanda seca de la noche de San Lorenzo. Conservo miles de recuerdos contigo... y los que me quedan por crear. - Sonrió. - Hmm... las más hermosas de todas... - Acarició su mejilla y bajó el rostro, acercándolo al suyo. - No serás una lavanda ¿no? - Con una amplia sonrisa volvió a besarla, correspondiendo su beso y entreteniéndose en él. Ojalá aquello no acabara nunca.

    Pero sí que iba a acabar por el momento. Esa misma tarde volvían a Londres y solo de pensarlo se le encogería el pecho. Esa noche estaría durmiendo de nuevo en su cama, solo... Suspiró. - No voy a poder superarlo. - Dijo, melodramático, sin conectar con su pensamiento, por lo que Alice ni sabría de lo que hablaba. Frunció los labios y negó. - Dormir sin ti... me voy a morir de frío y de pena. - Acarició su camisón con expresión apenada. - Sin poder tocar nada así de suave... sin abrir los ojos y verte... - Puso un puchero en los labios. - Me voy a echar a llorar. - La verdad es que empezaban a entrarle ganas. De ahí que respondiera con un gruñido de disgusto ante la perspectiva de volver a casa. - Gallia, me traes aquí contra mi voluntad, y ahora quieres que volvamos... juegas con mi pobre corazón. - Suspiró. - Qué remedio. - Sí, lo de volver a la cama le convencía, aunque sumaría otra penosa despedida a esa mañana, que ya llevaban dos. Pero le apetecía muchísimo estar allí, tanto que de verdad se planteaba fingirse los dormidos y amanecer más tarde. Total, ya por hambre no tenía prisa, ya había desayunado entre una cosa y otra.

    Sonrió y acarició su nariz con la de ella. - Te lo prometo. Por supuesto que te lo prometo. Todas mis promesas son tuyas y solo tuyas. - Besó sus labios pero, al terminar, la miró con cierta advertencia. - Aunque si pudieras ponerme sobreaviso la próxima vez que vengamos, te lo agradecería. - Rio un poco, la besó fugazmente de nuevo y se puso de pie, tendiéndole la mano para ayudarla a levantarse. - Vamos, princesa. Nuestra alcoba nos espera para unos últimos minutos de amor. - No podía dejar de ser pomposo, le encantaban las reacciones de su novia, tan diferentes a las de todos los demás, que habitualmente rodaban los ojos. - Sujétame fuerte. No me sueltes. - Le dijo con una sonrisita pilla, tal y como ella había hecho antes, y ahora fue él quien les apareció a ambos en el porche. Rio un poco, aún agarrado a su cintura, y volvió a besarla brevemente. - Cómo me lías en tus travesuras... - Dijo. Se mojó los labios y agarró su mano, sonriente, dispuesto a subir a la habitación... Pero apenas se hubo acercado a la puerta y se detuvo en seco, con los ojos muy abiertos. Había ruido de platos y vasos dentro, y de voces, que venían de la cocina. Se quedó de una pieza, hasta que instantes después pudo reaccionar. - Alice... - Ya estaban abajo. Todos. Joder, ¿¿y ahora cómo entraban?? Miró a su novia en pánico y murmuró con urgencia. - ¿¿Ahora qué hacemos?? -




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    Con Marcus | En Saint-Tropez | 27 de junio de 2002
    Negó con la cabeza sin dejar de acariciar los rizos de su novio. — Nadie te defiende a ti, no. — Dijo sarcásticamente como con tono de pena. — Tú nunca has necesitado que te defiendan, tú eres el niño bonito de todos. — Y le dio un besito entre risas.

    Pero hablar de su futura boda le gustaba mucho más y le ponía una sonrisa de ilusión y una luz en los ojos que era incomparable. — No me cabía duda. — Dijo aludiendo a lo del traje y el menú. — ¿Cómo iba a ser una boda de Marcus y Alice si no hay grandes cantidades de comida y lavandas y trajes ideales? — Rio y siguió acariciando su cara porque era lo más bonito del mundo. Sacó el labio inferior con adorabilidad. — Yo también. En mi caja de música de las cosas importantes tengo la lavanda… — Entornó los ojos y sonrió, mirando al cielo. — Un imperdible que me regaló otra O’Donnell… — Le dio en la nariz y puso una sonrisa enternecida. — Qué lejos hemos llegado, amor mío. Y lo que nos queda.

    Ya sabía que Marcus iba a ponerse mimosón por irse y ella puso carita de pena. — A mí también me da pena irme, mi amor… Creo que comprobamos hace muchos años que, como duermo contigo, no duermo nunca, mi amor. — Se rio al recordar el momento en casa de lso O’Donnell en aquel cumpleaños de Erin. — ¿Te acuerdas de ese Marcus de doce añitos recién cumplidos que creía muy indecoroso quedarse dormido al lado de su mejor amiga? — Le pasó los brazos por el cuello y le besó. — Eras taaaaaan adorable. — Le besó otra vez. — Y antes de que lo preguntes: sigues siendo adorable. Pero ahora tienes más picardía, así que es otro tipo de adorabilidad. — Se levantó. — Como la de poner cara de pena porque nos vamos, aunque nos tengamos que ir.

    Dejó un beso en sus labio y asintió. — Pues si me dejas esa promesa hecha, yo ya no necesito nada más. — Rio un poco y asintió. — Ahora que ya sabes cuál es mi idea, te he convencido que venir aquí al amanecer es muy buena idea y no hace falta arrastrarte a traición. — Dijo con tono traviesillo y cara de mala. Se agarró a su novio y asintió mirándole. — No me soltaría de vos, alteza. — Dijo con una risilla, dispuesta a aparecerse en casa de vuelta y lanzarse a la habitación otra vez… A lo que surgiera. Al aparecerse, le siguió el beso, enredándose un poco en sus rizos y en sus caricias… Vale, arriba, ya. Pero ya le hubiera gustado a ella haber podido realizar su propio pensamiento.

    La cara de pánico de su novio no le dejó lugar a dudas de que lo que le había parecido oír era cierto: se les había ido la hora y todo el mundo estaba despierto. Se mordió el labio y miró a su novio con cara de disculpa. — Es que el tiempo contigo se me pasa volando… — Apretó su mano y le miró. — Que no cunda el pánico. Todavía esta por llegar el día en que esta casa no ofrezca una solución a lo Gallia. — Tiró de su mano al lateral de la casa contrario a la cocina. — Afortunadamente, la cocina no tiene ventana al jardín de atrás, así que no nos han visto y… — Se asomó discretamente por una ventana. — Genial, no hay nadie en el baño, hubiera sido un poco violento. — Lanzó un hechizo a la ventana. — Alohomora. — Dijo bajito, y la ventana se abrió. — Súbeme. — Le pidió, para que le levantara hasta el alféizar. Luego ella le ayudó a subir, y le hizo un gesto para que no hiciera ruido. — La salida de este baño no se ve desde la cocina-comedor, así que podemos subir, cambiarnos y… — La puerta del baño se abrió y André se apoyó sobre el marco de la puerta. — Buah, me encanta. — Alice le miró con mala cara, pero su primo siguió con su discurso. — Sí, sí, me imaginaba que me podría encontrar algo mucho peor, pero eso os pondría mucho más incómodos a vosotros que a mí, así que, la verdad, no me importaba. Por segunda vez. — Dijo ladeando aún más la sonrisa. — También puedo girarme ahora mismo y decir “EH, mirad lo que me acabo de encontrar”. — Alice suspiró. — A ver, ¿qué nos vas a pedir? — André se dio con el índice en los labios. — A ver… Puedo fingir que os he visto bajar por las escaleras cuando entraba por la puerta, pero… A cambio… — Señaló a Marcus. — El inglesito cobarde tiene que pasar por el terrible trago de ir al desayuno en pijama. Solo pido eso. Ah, y un noche de farra la próxima vez que vaya a Londres, eso también. Y ya sí que nada más.¿André, eres tú? — Gritó su tía Simone desde la cocina, porque debía haber oído la puerta. — Vosotros diréis… — Alice miró a Marcus con cara de "venga pro favor que no es para tanto que no em tenga que inventar más excusas esta mañana".





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    Con Alice | En Saint-Tropez | 27 de junio de 2002
    Si es que lo sabía, si es que sabía que aquello no podía ser buena idea. Lo habría aportado entre los pormenores de aparecerse en mitad del campo de lavandas en pijama después de haber salido a hurtadillas de la casa si no fuera porque su novia no había tenido a bien preguntarle su opinión antes de llevarle. Maldito fuera él y maldito el encanto Gallia en el que caía siempre. Frunció los labios mirando a Alice con cara de padre disgustado, pero claro, su novia le estaba poniendo ojitos de cordero degollado y venían de echar momentos muy felices. Pues lo dicho, que le compraba muy rápido y así le iba... que no era mal, pero Marcus no podía dejar pasar la oportunidad de quejarse.

    Se dejó conducir y soltó aire por los labios, alzando los brazos y dejándolos caer. - ¡Genial! Ahora somos ladrones de casas que nos colamos por ventanas. Lo incluiremos en nuestro currículum como alquimistas. - Otro dato que definitivamente no pensaba incluir en sus memorias, qué vergüenza. Alice, una vez más que se sumaba a los cientos de veces que lo llevaba haciendo mínimo desde los once años, que era desde cuando él estaba presente y mirando, no era consciente de la ropa que llevaba a la hora de trepar (o de pedirle que la ayudara a trepar, en este caso). Cuando ella ya hubo saltado dentro, se frotó la cara. Menos mal que no había nadie más allí y que él ya había visto todo lo que tenía que ver. - Esto no está bien... - Murmuró, como buen señor quejica que era, pero allá que fue siguiendo las indicaciones de la chica.

    Le había costado, porque él no tenía ni la habilidad ni el tamaño de Alice para colarse por la ventanita de un baño. Menos mal que no le había dado por pensar cómo hubiera acabado esa situación de haberse quedado atascado en ella. Ya dentro, volvió a soltar aire por la boca, oyendo las instrucciones en silencio... hasta que se abrió la puerta, haciéndole dar un violento respingo. Fue verle y bajó la cabeza, frunciendo los labios con resignación y echando aire por la nariz. Después de Simone Gallia, o de su madre apareciéndose misteriosamente allí desde Londres, probablemente André fuera la peor persona para pillarle en esas circunstancias. Le miró con cara de circunstancias y los ojos entornados mientras hacía el paripé del secuestrador y Alice trataba de negociar su propio rescate.

    La petición le hizo abrir los ojos como platos, alzando la cabeza para mirarle como un animalillo sorprendido. - ¿Cómo? - Miró a los lados, un tanto desencajado. - ¿Pero por qué yo? - Eres tú el que está en pijama. - Dijo el otro con normalidad, encogiéndose de hombros sin perder la sonrisilla. Aquello era una pesadilla. Su novia, lejos de defenderle, le estaba mirando con cara de que cediera. Esto es lo que me quedaba, vamos. No, si sabía él que los platos rotos los acababa pagando Marcus O'Donnell...

    - ¿André? - Volvió a llamar Simone. Iban contrarreloj. - Vale, a ver. Comprado lo de la farra, compradísimo. Tengo ya la ruta pensada. - Deseando estoy de que me lleves. - Dijo el otro, muy seguro y altanero. - Pero el trato incluía dos partes. - Lo sé. Contraoferta: ya que vienes... - No, no. Nada de contraoferta. - Cortó André. - La cláusula está muy clara. - Y, de repente, algo dentro de él activó la vena Horner. El instinto de supervivencia, probablemente. Arqueó una ceja, deteniendo inmediatamente el modo pánico, lo que le hacía mutar de Arnold a Emma en apenas un segundo. - ¿De verdad quieres que corra por Londres el rumor de que andas chantajeando al hijo de uno de sus aritmánticos más importantes? - André se quedó unos instantes con la boca entreabierta, y Marcus le sostuvo la mirada. Dejó escapar una aspirada y muda carcajada. - Vaya con el inglesito. Nos ha salido mafiosillo... - Velo por mis intereses. - Eso es frase de mafioso cien por cien. - André se mojó los labios, cruzado de brazos, pensando. - No harías eso. - Ponme a prueba. Rumores de chantaje o rumores de que viene un gran aritmántico de Francia, tú eliges. - Lo de gran aritmántico es una reputación que puedo labrarme yo solito, no necesito tus favores. - Muy bien. - Concluyó Marcus, encogiéndose bruscamente de hombros. Sonrió helado y agarró la mano de Alice, pero sin dejar de mirar a André. - Vamos, mi amor. Con la cabeza bien alta a desayunar, porque pijamas, al fin y al cabo, usan todos los humanos. El chantaje... solo unos pocos. - ¡Vale! Dios, menudo peligro tienes. - André estiró el cuello, comprobando que Simone no venía, y dijo. - Va, corred. Si subís rápido las escaleras os da tiempo a cambiaros. - Eres el mejor, primo. - Dijo Marcus con tonito, recibiendo una burlita a cambio, y pasando corriendo por su lado. Había conseguido convencer a André.

    O no. - Vaaaaaaaya vaya, ¿no teníais suficiente con la cama de matrimonio? ¿Teníais que montároslo en el baño? - Dijo la voz juguetona de Jackie, cruzada de brazos en mitad del pasillo, en una voz tan alta que alertó a los demás. De hecho, Sean no tardó en salir, mirarles y soltar una carcajada, señalando a Alice. - Estos no han estado en el baño, estos vienen de fuera. Don prefecto tiene el pelo lleno de hojas. - Marcus cogió aire y frunció los labios, girando la cabeza para mirar con odio a André. El otro se encogió de hombros y alzó las palmas. - Yo he cumplido mi parte del trato. He dicho que no se lo diría a mi abuela... no tengo la culpa de que estos os hayan encontrado solos. -




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    Con Marcus | En Saint-Tropez | 27 de junio de 2002
    Sin comerlo ni beberlo, su primo y su novio se habían metido en un tira y afloja que era para verlo. Parpadeó y decidió quedarse al margen, lo cual le dio para embelesarse un poco con ese Marcus Horner que tuvo a bien de aparecer a negociar con André. Nota mental: provocar a Marcus con una negociación más a menudo, porque esa faceta la estaba poniendo en un serio aprieto. Y de hecho, logró deshacerse de André, no sabía ni cómo, porque había desconectado, pero se dejó guiar por él hacia fuera. — ¿En serio has conseguido…? — Empezó a preguntar.

    Y sí, se había deshecho de André sacando al Marcus Slytherin que vivía en él y que hace un rato estaba usando sus habilidades para otras cosas, pero no habían contado con el resto del ejército. — Jackie no me fastidies… — Empezó, porque no tenía ganas de lidiar con más Gallias buscadores del caos. Ah no, pero Sean siempre tenía que señalar lo que su maldito ojo para los detalles apreciaba. Su prima reaccionó inmediatamente claro. — Jojojo, ramitas, ¿eh? entonces yo sé dónde han estado… ¿Quién ha dormido en sus habitaciones esta noche? — Cortó de repente Alice. Había sacado el coraje de algún sitio que no sabía, porque la verdad es que estaba un poco embotada, pero eran demasiados años picándose entre Gallias, le salía como defensa natural. Sean puso cara de pánico. — Yo. — Dijo su prima muy segura. — ¿Y Theo? — Preguntó ella, cruzándose de brazos también, replicando la postura de su prima. — Si lo dices, hundes también a tu amiga Hillary. Y a mi amigo Sean que tiene muchas ganas de hacernos un reconocimiento completo a todos. Destrucción absoluta de todos los sectores. Yo no. — Apostilló André. — Yo me lo estoy pasando en grande. — Su prima soltó una carcajada sarcástica. — No serás capaz de…¿Pero qué hacéis todos ahí? — Preguntó su tía Simone, llegando. — Ya sabía yo que eras tú, hijo. — Dijo mirando a André, y luego cambió el foco a Marcus y ella. — Anda, ya era hora de que os levantaseis, venga, que está el pobre Theo solo ayudándome con el desayuno. — Alice entornó los ojos a su prima, como si dijera “¿de verdad quieres acabar con el buen rollo de tu abuela y tu novio así por una tontería?” y su prima resopló. Salieron todos detrás de Simone y fueron hacia el comedor. Al final, había evitado el juicio de su tía, al menos, aunque el pobre Marcus se viera abocado al paseillo en pijama.

    Alice, tu abuela me ha dicho que este año quieren celebrar el cumpleaños de Dylan en Inglaterra y que vayamos. — Informó su tía, mientras se sentaban en la mesa. Ahora a desayunar otra vez, con las ganas que tenía ella siempre de comer de más. Pero claro, a ver cómo explicaban si no por qué no desayunaban. — ¡Sí! Es que Dylan tiene una amiguita que quiere invitar y eso… Y bueno también para que vengan los O’Donnell y podamos celebrar algo en casa, que para eso estamos arreglándola con el jardín y todo… — Sus primos la estaban mirando a ver si comía… Que cabritos podían llegar a ser. Encima de todo, Alice todavía tenía que tomarse la poción… Cogió la taza del café y le dio un sorbito. Bueno, café sí podía beber. — Ah, pues entonces nos vemos pronto, si es que mis nietos tienen intención de aparecerme… ¡Buenos días! — Ah sus tíos, sí, los que faltaban por allí. — Alice, ¿qué hacíais por la ventana del baño? — Hala, la primera en la frente. Se giró mirando a su tía con actitud suplicante. — Es que estábamos en la obra y os hemos visto desde ahí, ¿por qué no habéis entrado por la puerta? — Simone y todo el mundo estaba mirándoles y ella suspiró y se frotó los ojos. Si es que negarlo siempre era peor. — Pues es que queríamos pasear al amanecer a modo de despedida y he arrastrado un poco a Marcus en pijama y a él le da vergüenza que le vea todo el mundo en pijama y pretendía volver a la habitación sin que le vieran para vestirse. — Hubo un segundo de silencio que se vio roto por una carcajada de Hillary. — ¡Ya decía yo que en siete años de Hogwarts no había visto a O’Donnell en pijama jamás! — Y seguidos de Hillary, se echaron todos los Gallia y los amigos a reír. — ¡Pero Marcus cariño! ¿Tú nos has visto? Aquí vamos todos en pijama cuando no peor, por la casa. — Dijo su tía Susanne con ternura. — Por no hablar de que el tío William es su suegro, un día cualquiera le aparece desnudo por ahí y se niega a elaborar un por qué. — Aportó André entre risas. Y, como si nada, se pusieron a contar anécdotas de circunstancias vergonzosas en las que los Gallia habían sido pillados y a reírse bien a gusto. Ella aprovechó y se inclinó sobre su novio para susurrar. — ¿Sigues amándome a pesar de ser una Gallia caótica rodeada de Gallinas caóticos?





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    Con Alice | En Saint-Tropez | 27 de junio de 2002
    Se frotó el puente de la nariz con un suspiro. Mira, ya daba igual. ¿Por qué no llamamos también a los Sorel y que se unan a esta fiesta? Pensó irónico, porque a este paso le iba a ver media Francia en pijama. Que no es como que fuera desnudo por ahí, llevaba una camiseta de mangas cortas que bien podría ser una de las que usaba para ir a la playa y un pantalón largo, ¡pero es que era un pijama! ¡No era ropa de pasearse por todas partes! De verdad... luego que si era dramático, pero era cierto que nadie parecía entenderle.

    El siguiente debate se inició entre Jackie y su novia pero él había tirado la toalla ya de tal manera que apenas estaba con los hombros caídos y una mirada aburrida puesta en ninguna parte esperando que todo aquello terminara para poder ir a cambiarse de ropa. - Ya tienes que considerarte con la batalla perdida para estar así. - Se burló Sean, entre risas, mirándole. Marcus movió los ojos hacia su amigo con la misma cara de cansancio pero no dijo nada. Te estás jugando que este sea tu último día en La Provenza, amigo. Hastings y su maldito ojo para el detalle que solo lo usaba cuando le convenía. Pero claro, en algún momento tenía que llegar Simone donde estaban ellos, y ahí Marcus se recompuso, carraspeando disimuladamente, apurado por su nada protocolaria apariencia pero intentando simular ser la persona más educada posible dentro de las circunstancias. - Señora Gallia. - Las hojitas. - Le murmuró Sean. Rápida y lo más discretamente que pudo, se sacudió los rizos de la parte de atrás de la cabeza, haciendo caer efectivamente un par de ramitas que esperaba que la mujer no hubiera percibido. Retomó. - Señora Gallia, lamento mucho mi indumentaria. He... necesitado bajar al baño de la planta baja, con intención de volver a subir a cambiarme, pero es cierto que se me ha echado la hora encima y... - Nadie estaba escuchando su justificación, porque la mujer estaba apremiando por desayunar y prácticamente empujándoles a la cocina. Al final su modo Slytherin con André no había servido de nada. Pues nada, a pasearse en pijama por la casa.

    Al menos el desayuno olía divinamente. Se sentó a la mesa con un suspiro resignado y sin querer mirar a nadie, aunque se estaba notando la mirada de Hillary encima. Ni una palabra, pensó, mirándola fugazmente de reojo, y afortunadamente se mantuvo callada... unos minutos. Porque, para empeorar toda aquella situación, escuchó a los tíos de Alice entrando. - No puede ser. - Murmuró por lo bajo, rodando los ojos y frotándose la cara y el pelo (y arrastrando otra hoja entre los rizos que echó a un lado con mala idea), lo justo para recomponerse, levantarse y decir con la máxima educación posible. - Buenos días, señores Gallia. Ruego que disculpen mi atuendo, he bajado un tanto precipitadamente... - Nada, ni caso otra vez, porque había algo más interesante que preguntar, al parecer, y que hizo que Marcus se sentara de nuevo en la silla discretamente a falta de que se lo tragara la tierra. Les habían pillado entrando por la ventana del baño. Llega a saber todo eso y entra por la puerta, al menos habría hecho el ridículo un poco menos (que difícil no era, dicho fuera de paso).

    A su novia parecían habérsele acabado también los recursos para disimular porque lo soltó todo de golpe. Marcus, con la mirada en un punto indefinido de la mesa, se limitó a tener el codo apoyado en esta y, con esa mano, acariciarse la cara, la barbilla, y la boca a falta de poder taparse del todo con ella y desaparecer. Solo puso los ojos en Hillary con una mirada asesina, dejando de tocarse y parando la mano a la altura de su boca para apoyar la cabeza, cuando hizo ese comentario. Sabía que algo tenía que soltar tarde o temprano. Suspiró y se dirigió a Susanne, que al menos estaba haciendo intentos por hacerle sentir bien. - Muchas gracias por sus palabras, señora Gallia. Es muy comprensivo por su parte. - Y diciendo esto último miró con inquina a todos los demás, que no dejaban de reírse de su desgracia. El foco de atención se desvió a anécdotas varias de cuestionable moralidad de los Gallia y a Marcus no le quedó de otra que relajarse, en vistas de que allí era el único que parecía darle importancia a la circunstancia. Cuando su novia le susurró, la miró con cara de circunstancia y los ojos entornados. - Me lo voy a pensar. - Devolvió en un susurro, aunque con una sonrisilla. Tenía que vengarse aunque fuera un poquito. - Ya eras así cuando me enamoré de ti, Gallia. La culpa en el fondo es mía. - Pasó la mirada al resto y, en vista de que estaban distraídos, le dio un toque con el índice en su nariz y bajó el susurro para decir. - Pero ya me las pagarás. Un prefecto no olvida, alumna díscola. -




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    Con Gallia y O'Donnells | En casa Gallia | 9 de julio de 2002
    Según oyó la puerta, su hermano se lanzó escaleras abajo como un loco, dejándose la camisa abierta. — ¡Dylan, pero espera! Que es Marcus. ¡Ya lo sé! Pero el colega es tope elegante, él seguro que me aconseja mejor. — Y bajó al trote las escaleras. Alice suspiró y se cruzó de brazos. Gracias por la parte que me toca, pensó. Alice sabía lo que era pasar por la fase de “esto me quedará bien para que me vea x persona” y por la de querer que la casa pareciera un lugar precioso maravilloso y perfecto para celebrar lo que fuera, así que estaba armándose de paciencia con Dylan, que, con lo complaciente y tranquilo que solía ser, estaba sacando todo lo Gallia que había en él. Sus tíos y sus primos se estaban quedando, por primera vez todos juntos, en su casa en vez de en la de sus abuelos, aprovechando el lavadito de cara que le estaban haciendo y que por fin tenían de forma oficial una habitación libre. Pero aquella mañana estaban todos gestionando cosas fuera de la casa y se habían quedado solo su padre, Dylan y ella. De hecho, por ahí apareció su padre. — Ah sí… Recuerdo esa edad contigo. No parabas de pegarme portazos… — Ella se giró y rio. — Dylan no me ha pegado portazos. — Su padre rio. — Al tiempo… — Ella frunció el ceño. — ¿Qué haces aquí arriba? ¿No deberías estar montando las cosas abajo? Somos un porrón. Más que aquella Navidad que celebramos todos aquí. — Su padre señaló la caja de ferretería que llevaba y le dio unos golpecitos con la varita. — Repararle la cama turca a tu prima Jackie y asegurarme que tu antigua cama se tiene en pie. Ah sí, después del sustito de por la noche qué menos, pensó. La cama de Jackie se había puesto a bailar sin más, porque era un hechizo despertador que la tata le tenía puesto y del que nadie se acordaba. — Pero ya dejo el taller y me bajo al jardín. Que no es un taller aún… — Habían cogido la tremenda manía de llamar “taller” a la antigua habitación de sus padres que ahora tenía un uso un tanto indefinido, donde Alice empezaba a meter sus libros y sus cosas de alquimia, pero que, definitivamente, no era un taller de alquimia ni de lejos. De momento, en ella estaban durmiendo Jackie y ella, en la cama turca de la tata y su cama de niña, aquella que Marcus y ella partieron en Navidad, respectivamente, mientras que en su cuarto estaban los tíos, en la cama de matrimonio.

    Oyó abajo a su novio y Dylan. Le había pedido que viniera antes de tiempo para que les ayudara a prepararlo todo, porque sabía que esas cosas le encantaban, y porque, sinceramente, necesitaba ayuda. Con un padre desastroso y un Hufflepuff entrando en plena adolescencia, no era suficiente. Bajó con una sonrisa y saludó a su perfecto novio con un beso. Hacía poco más de una semana que habían vuelto de La Provenza y se le hacía cuesta arriba cada segundo que no podían disfrutar como cuando estaban allí, pero lo iba llevando con más dignidad y se veían con asiduidad (lo de estar solos ya había asumido que era una batalla perdida). — Hola, mi… Hermana, por favor, no le entretengas, subo con él a que vea las opciones de ropa… — Alice rompió el agarre de su hermano a su novio. — Bueno, sube tú y vete vistiéndote. No hay prisa, Dylan, hay tiempo. ¡Pero no os enrolléis como siempre, por favor! Que hay que hacer las galletas, y colocar las chuches y… — Vale, Dylan, respira. Todo va a salir bien. Pero no nos hables así. Sube y ponte el primer conjunto, ahora sube Marcus. — Y resopló mientras oía los pisotones de su hermano escaleras arriba. — Adolescentes…

    Se dejó caer en los brazos de su novio y le besó de nuevo. — Espero que en tu casa estén más tranquilos que aquí. Si de normal Gallia significa caos, no te puedes imaginar la que hay montada. Estos días ha estado diciendo que se acuerda de cuando cumpliste doce años y que fue la más mejor fiesta del mundo mundial y claro, aquí esta hermana Alice para organizarlo todo y tratar que esto se parezca a una fiesta O’Donnell cuando nosotros no somos O’Donnells para nada. — Suspiró y le miró con una sonrisilla. — No todos, al menos. — Susurró. Dejó otro beso en sus labios. — ¡MAAAAAARCUS! — Llamó Dylan desde arriba y ella suspiró de nuevo. — Qué bien que ya habla, ¿eh? Encantada estoy. — Se separó de Marcus y señaló arriba. — Ya sé que tu protocolo te impide no saludar a mi padre, pero, por favor, por deferencia a mí y a mi salud mental, sube con ese niño antes de que nos provoque una embolia a todos, y ahora cuando hayáis decidido qué se pone, bajáis a ayudarme con las galletas y ya saludas y lo que quieras. — Se giró y sonrió. — Que no se note que viene Olive, madre mía… — Y salió al jardín a comprobar qué estaba haciendo su padre.






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    - ¡Nos vemos ahora! - Dijo jovial, bajando al trote las escaleras. - ¡Espera espera! - Le dijo Lex, alcanzándole. - ¿Voy contigo? - Marcus miró a su hermano, extrañado. Tan extrañado que por un momento miró a los lados como si esperara encontrar la respuesta alrededor, aunque sabía que eso no iba a pasar. - ¿Sin tu novio? - Lex echó aire por la nariz. - No. - Marcus arqueó una ceja. - Eem... ¿Entooonces? - Lex bajó la cabeza y Marcus suspiró, rodando los ojos. De verdad, había quedado en llegar antes, no tenía tiempo para su hermano poniéndose críptico. - ¿Qué? ¿Qué te pasa? Por favor, si me lo vas a contar, no demos tantos rodeos. - Gracias por la paciencia, capullo. - Adiós. - ¡Espera! Joder, con las prisas, siempre estás igual. - ¡Es que yo calculo mi tiempo con precisión y no para que ahora me...! - ¡¡Vale!! Dios, si es que solo se me ocurre a mí. - Lex se frotó la cara. Al menos parecía que ya iba a decir lo que le pasaba.

    - Darren se ha ofrecido a traer a Theo. - Ya, Marcus ya sabía eso. Seguía sin ver el problema. - Van a quedar los dos en... bueno, en un sitio muggle al que van en transporte muggle, y luego se aparecen aquí. - Marcus se mojó los labios y se cruzó de brazos. Iba a decirle a Lex que por favor abreviara la historia porque eso ya se lo sabía, pero al parecer su hermano necesitaba contextualizar. - Voy con papá y mamá. Y Darren y Theo. A casa de los Gallia. - Bien, hemos llegado al punto de la conclusión. ¿Puedo saber ya dónde está el problema? - Lex le miraba intensamente. - Voy con papá. Y MAMÁ. - Acentuó eso. - Y con DOS HIJOS DE MUGGLES, uno de ellos MI NOVIO. - Vale, empezaba a ver por donde iban los tiros. - A casa de LOS GALLIA. Con MUCHA GENTE. - Que por qué no me estoy comiendo yo ese marrón si es mi familia política, es lo que quieres decir. - Hombre, hubiera sido un detalle que no te escaquearas y me dejaras solo con este percal. - ¡Por Dios, qué dramático! Y no me estoy escaqueando, mi cuñado me ha pedido ayuda y es el cumpleañero. Debo cumplir. - Ahora pones a tu cuñado por encima de tu hermano. - Oooooh. - Dijo Marcus con adorabilidad, y poniendo en grave riesgo su integridad física, se acercó y pellizcó un moflete de un muy ceñudo Lex. - Mi hermanito está celoso y me quiere con él... - Gilipollas. - Le apartó la mano, pero Marcus siguió riéndose. - Quédate. - ¡Nos vemos allí, Lex! - ¡Tío! Joder, no me hagas esto. - ¿Qué paaaaaasa? - Intervino Arnold, que ya estaba escuchando la discusión y acudía con voz de padre de adolescente cansado. Marcus estaba ya en la puerta, pero desde allí, dijo. - Tu hijo, que considera un gran drama ir con su novio a una fiesta de cumpleaños. - Vete a la mierda. - Me voy. Siiiiin tiiiii. - ¿A que no voy? - ¡Hasta ahora! - Y cerró la puerta, con una risilla malvada y recorriendo los pasos necesarios hasta llegar al punto del jardín desde el que podía aparecerse.

    Se había puesto una camisa blanca que le favorecía mucho e iba tan perfumado como siempre, bien contento y seguro como el novio ideal que sabía que era, a ayudar como el mejor cuñado del mundo a Dylan y a quedar divinamente delante de su novia y su suegro, y de todos los Gallia, siendo el novio, yerno, cuñado, primo político, y todos los títulos que pudiera tener más ideal posible. Pocas cosas que pusieran a Marcus más arriba que la posibilidad de quedar bien ante el resto de la gente. Llamó con dicha seguridad al timbre y, por la rapidez de los pasos, solo podían ser dos personas: o la Alice de once años, o Dylan. Se aguantó la risa, aunque casi pierde su propia misión cuando vio al chico en la puerta con la camisa abierta. - ¡Colega! ¡Felicidades! - Tengo una emergencia de vestuario. No sé qué ponerme. Gracias. Necesito ayuda. - Dylan atropellándose al hablar era extremadamente gracioso. - ¡Pero si estás hecho un galán! Solo te falta cerrarte la camisa. - Le revolvió los rizos. - Y peinarte. - Dylan chasqueó la lengua y se miró a sí mismo. - ¿Tú crees? No estoy nada seguro. - Va, vamos arriba y miramos lo que tienes. Pero yo te veo bastante bien. Y mira lo que tengo. - Se sacó un tarrito del bolsillo y el chico aspiró una exclamación. - ¿¿¿Tu colonia??? ¿¿Me vas a prestar?? ¡Gracias! - Y, con esa premisa, le dejó pasar de la puerta, que seguían en el marco.

    Nada más entrar vio a Alice, a la que le regaló una radiante sonrisa de corazón. - Pero si es la hermana del cumpleañero. - Se acercó a ella y devolvió el saludo con un beso tierno. - Estás guapísima. - Dylan tenía prisa, indudablemente, porque apenas les había dado opción de saludarse, ya estaba tirando de él. Aguantó la risa mientras Alice le mandaba a su cuarto, pero miró a su novia con carita de pena cuando el niño se fue. - Cuánto te echo de menos. - Menudo martirio de semana, él lo sabía, que la vuelta de La Provenza iba a ser terrible... para su familia. Si hablaba Marcus, lo describiría como el último círculo del infierno, pero claramente los O'Donnell que convivían con él eran los primeros damnificados de su dolor de amor.

    Recogió a su novia en sus brazos, besándola y soltando un bufido a su comentario, arqueando las cejas. - No te creas. Tenemos los dos a los hermanos en crisis. Bueno, el mío es que entra en crisis a la primera que tiene que hacer algo que no es... quidditch. - Pero la narrativa de Alice le hizo reír, echando la cabeza hacia atrás. - ¿¿En serio?? Ese niño... - Se le había notado la adoración en la voz al decir eso, mientras miraba hacia arriba de las escaleras como si le viera desde allí. Adoraba a Dylan, y le encantaba que le tuviera en tan alta estima. Pero Alice también estaba un poco acelerada y agobiada, así que acarició su pelo y su mejilla y le dijo con tono bajo y una sonrisa tranquilizadora. - Tranquíla, mi amor. Va a ser genial y lo va a recordar toda la vida, como yo el mío. Entre todos vamos a hacer que sea impresionante. - Dejó un beso en su frente. - Y no te preocupes, que vuestro caballero andante O'Donnell ya ha llegado en vuestro rescate. - Rio de su propia fanfarronada. Fue a decirle más cosas, pero el bramido de Dylan interrumpió. - ¡De camino que voy! - Le devolvió, y luego miró a Alice con expresión divertida. - Nuestros deseos se cumplieron. - Bromeó sobre lo de hablar, riendo después y achuchando a su novia. - ¡Ah! Detecto agobio al más puro estilo Gallia, con lo tranquilo y contento que yo estoy. ¿Sabes las pocas veces que se da la circunstancia de que tú estés más agobiada que yo? Déjame disfrutar del momento. No me malinterpretes, solo quiero que mi amor esté feliz, pero el poder ser una esponjita de agobios de Alice... tampoco está mal como función para hoy. -

    Esperaba haber distendido un poco el ambiente y relajado a su novia antes de que cada uno se fuera a sus cometidos. Suspiró resignado, alzando los brazos y dejándolos caer. - Tranquila, empiezo a comprender que mis protocolos no tienen jurisprudencia alguna en esta casa. -Asintió a lo que le pedía. - ¿Te cuento un secreto? - Se acercó a ella y susurró divertido, como si fuera un secreto de verdad. - En aquel cumple de doce años... también tenía loco a todo el mundo para que todo fuera perfecto. Y en gran parte... o en casi toda... era porque venías tú. - Se separó y añadió. - Y, eh, no me ha ido mal. - Le guiñó un ojo. - Deja al chico, sabe con quien se asocia. - Estaba muy arriba ese día porque le encantaban los cumpleaños. Pero, sobre todo, le encantaba ser referente. Así que ya estaba tardando en subir a cumplir con su cometido.




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    Con Gallia y O'Donnells | En casa Gallia | 9 de julio de 2002
    Su novio, todo espléndido, tan guapísimo con su camisa impecable, oliendo divinamente y sus rizos perfectos y ella con un vestido de los de playa, sin peinar ni maquillar… Y encima diciéndole que estaba guapa y teniendo esa tranquilidad y paciencia infinitas. — Tú sí que estás guapo. — Se tuvo que reír a lo de los hermanos. — Pero eso, en base a lo que veo con Erin, al tuyo no se le va a quitar con la adolescencia. Este requiere más paciencia pero es un estado transitorio. — Dijo mirando escaleras arriba. Inspiró fuertemente y asintió, cerrando los ojos cuando dijo lo de agobio Gallia. — Se agradece de cuando en cuando cambiar de posición, pero te la devuelvo cuando quieras. — Alargó la mano para tomar la suya y dejó un beso en ella. — Gracias por tomar las riendas conmigo. Hoy soy absolutamente una doncella en apuros.

    Escuchó las palabras sobre aquel cumpleaños y le arrancó una risa. — Era información clasificada esa. — Y le miró con adorabilidad. — Fue precioso. Solo quiero que este sea igual. Aunque a juzgar por lo que has dicho, con que llegue Olive lo tendremos todo hecho. — Dirigió la mirada hacia arriba y le dejó marchar con Dylan y ella se dirigió al jardín con miedo. Pero, en cuanto salió, se dio cuenta de que no podía estar más equivocada.

    Guau, papá, esto está… Precioso. — Había una enorme mesa de madera blanca con sus sillas a juego, que prácticamente ocupaba el jardín a lo ancho, pero había globos de color amarillito claro por todas partes, y había una vajilla de esos mismo tonos poniéndose sola. El jardín estaba en muy buena forma respecto a las flores y todo tenía un aura muy especial. — Esto grita Dylan. — Su padre, que estaba terminando una guirnalda al otro extremo del jardín, se giró hacia ella. — Voy a intentar no ofenderme por tu tono de sorpresa al ver que esto está bonito y que conozco a mi hijo. — Los hombros se le cayeron un poco porque, efectivamente, había asumido que su padre iba a causar algún desastre. — Me he… dado cuenta de que, cuando tengo una idea, lo suyo es rebajarla y ahí es cuando suele gustar. — Le dijo, llegando a su altura. Ahí se hundió más todavía, y acarició el brazo de su padre. — No es eso. Tú eres un genio. — Su padre rio y se subió las gafas, con la cabeza gacha, como un niño vergonzoso. — Hacía mucho que no me decías eso. — Ella asintió. — Es verdad. — William la miró sorprendido. — Guau. Dándome la razón sin más. — Bueno, ya vale de autoindulgencia. — Suspiró. — Es verdad que hemos pasado una racha mala y turbulenta, y que igual no me he parado a deciros cosas bonitas a Dylan y a ti. — Le quitó las gafas y se las limpió con el dobladillo del vestido. — Tú nos conoces muy bien, haces cosas muy bonitas y, más importante, eres un genio, eso sí que es indiscutible. — Se las recolocó en los ojos y sonrió. — No es que tengas que cambiar tus ideas, papá. Es solo que hay que ver en qué situaciones y cómo se pueden aplicar. La idea de la vajilla es preciosa y viene estupendamente para el cumpleaños. La idea de las bebidas voladoras en aquella Navidad, era inviable por la cantidad de gente que había, pero para ti, solo en casa, y no muy lejos de la máquina, pues es muy cómoda. — William asintió y, sin venir a cuento, la abrazó. Ella era muy cariñosa, pero aquel gesto la había pillado descolocada, aunque enseguida se lo devolvió. — Papi…Qué sabio se ha vuelto mi pajarito. — Ella lo estrechó un poco y se separó con una sonrisa. — Estamos aprendiendo juntos, para eso somos Ravenclaw. — Él se rascó la cabeza. — Entonces hemos quedado que lo de las bebidas no… — Alice rio un poco y negó con la cabeza. — No, la verdad es que no. Vale, pues voy a  gestionar un par de cosillas. Pero antes, he tenido una idea que creo que es buena… — Lanzó un hechizo al columpio y le crecieron, en las cuerdas, enredaderas de flores. — ¡Hala! ¡Pero qué bonito! — Exclamó abriendo mucho los ojos. Su padre sonrió. — Esa es mi niña. — Alice corrió al columpio y se montó con una sonrisa. — ¡Marcus! Mira tu princesa O’Donnell volviendo a la infancia. — Le gritó su padre desde el jardín, claramente para que se asomara. Ella se rio y miró a su hermano y su novio desde allí. — Te estarás preguntando cómo sé que estás en mi casa. Pues verás, querido O’Donnell junior, yo me entero de todo, pero ya he llegado un punto en el que he entendido en el que, si no se me llama, es mejor no comparecer, pero a hora te saludo cuando bajes. — Eso le hizo reír a ella también. — Venga, todos para abajo, que tenemos unas galletas que hacer y quiero ver lo elegantísimo que ha quedado mi patito. — Dijo alegre, dirigiéndose a la cocina.






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    Con Gallia y O'Donnells | En Casa Gallia | 9 de julio de 2002
    - A ver qué tenemos por aq... Vaya. - Dylan tenía prácticamente todo su armario fuera, lo que había hecho que Marcus se quedara con las cejas arqueadas en una expresión de sutil sorpresa, pero parado en la puerta. El otro le miró con preocupación. - ¿Son pocas? - ¿Eh? ¡No! No, qué va. - A ver, no eran muchas, si lo sorprendente no era el número, era que estuviera TODO fuera. Hasta los cinturones. Tu hermana no ha visto esto ¿verdad? Definitivamente, Marcus no quería estar presente cuando Alice detectara semejante estropicio. - Son las suficientes para crear a un cumpleañero guapísimo. Para empezar vamos a... - Entró sigilosamente y, con una sonrisita cordial, fue cerrando la puerta. - Cerrar aquí, porque un buen caballero se acicala en la intimidad. - En serio, no quiero presenciar el momento de tu hermana viendo esto.

    - ¿Qué le pasa a la que llevas? Aparte de seguir desabrochada. - Bromeó. Dylan se miró al espejo, nada conforme. - Estoy raro. - Estás muy elegante. - Es que no suelo estar tan elegante. ¿Y si es demasiado? - Marcus soltó una carcajada. Se había permitido el lujo de sentarse en el escaso centímetro de cama que quedaba vacío. Vamos, que estaba prácticamente sentado en el aire. - Regla número uno: nunca se está demasiado elegante. Si la has elegido será por algo. - Va con esto. - Dijo el niño, alzando en su mano una pajarita enorme. Marcus siseó un poco. - Ya, igual esto sí es demasiado. - Alzó las palmas. - ¡O no! ¡Es tu cumple, colega, tú eliges cómo quieres presentarte a los demás! - ¡¡Es que no sé!! - Vale, algo le decía que iba a ganar más relajando al niño que eligiéndole ropa. Estaba un poquito nervioso.

    Mejor elegía un conjunto cualquiera con la seguridad que le caracterizaba y así avanzaban más rápido, luego entrarían en conversaciones. Pero Dylan no se convencía tan fácilmente. - Creo que he invitado a demasiada gente. Y todos son muy distintos. Y quiero que estén cómodos. ¿Pero cómo hago para que la señora O'Donnell y la tata estén cómodas a la vez? ¡Si son superdistintas! - Marcus soltó una carcajada, pero de repente tuvo una idea. - ¡Ya lo tengo! - Dylan abrió mucho los ojos. Marcus se inclinó hacia él. - A ver, contéstame a esta pregunta: ¿quién eres tú? - El niño frunció el ceño, totalmente extrañado por lo que le acababa de preguntar. - Eemm... ¿Dylan? - Error. Prueba otra vez. - El niño parpadeó. - ¿Dylan Gallia? - No pareces muy seguro. - ¡Que sí! Soy Dylan Gallia. - ¿Y qué más? - Pues... soy de Hufflepuff. - Bien, bien. Vamos afinando. - Y... mmm... soy... - Le dio unos segundos. Finalmente, el niño dijo. - ¿Un niño? - ¡Eres el cumpleañero! - ¡¡Aaahh!! - ¡¡Dylan!! ¡Con decisión, con determinación! Eres el cumpleañero, hoy las normas las pones tú. Lo que tú quieras que esté bien, estará bien. Pero, además, eres algo más. - Le puso las manos en los hombros. - Eres hijo de Janet y de William Gallia. ¡Eso te define, tío! - Dylan le puso ojitos brillantes y él continuó. - ¿Tenemos a Janet? Que yo sepa, quieres que todo el mundo esté contento y feliz, y has organizado que haya toneladas de galletas, y le vas a dar el toque Hufflepuff a esta celebración. Oficialmente, ¡tenemos a Janet! - Dylan soltó una risita con un punto emocionado. - Pero ¿y William? ¿Dónde está? - Si le ha hecho caso a mi hermana, abajo, en el jardín. - ¡Error! No es ese el enfoque que le estamos dando, y tú lo sabes. - No quería ponerse sentimental ni poner así al niño, pero creía que se estaba entendiendo por dónde iba. Le dio con el índice en el pecho, donde estaba su corazón, y añadió. - William Gallia está aquí. ¿Y qué define a William Gallia? - ¡Un encantamiento chulo! - ¡¡Exacto!! Y yo me sé un hechizo que seguro que tú también te sabes, pero a diferencia de ti, cumpleañero aún con insuficientes años, yo puedo hacer magia fuera de la escuela. - Apuntó con la varita a su camisa y pronunció el hechizo. Con una sonrisa, preguntó. - ¿De qué color es tu camisa? - Dylan se miró al espejo. - ¡Wow! Qué moradita. A mamá le encantaría. - ¿Seguro? Yo la veo azul. - Dylan le miró con los ojos brillantes. Marcus se acercó a su oído y susurró. - Y sé de cierta Gryffindor que seguro que la ve de su color favorito también. - Dylan se puso colorado y Marcus le dio una palmada en el hombro. - ¡Conseguido! El cumpleañero vistiendo del color favorito de todos los invitados y todos contentos. -

    Le ayudó a escoger unos pantalones y le echó tanta colonia al niño que le hizo toser, pero le dijo que menos quejas, que un caballero tenía que oler bien. Ya se había peinado y le estaba arreglando el cuello de la camisa cuando le preguntó. - ¿Cuál es la regla número dos? - Marcus le miró confuso y el chico precisó. - Antes has dicho regla número uno. Tiene que haber como mínimo dos, entonces. - Ah, no. Es regla absoluta. Con esa te vale para todo. - Que no se notara que estaba improvisando, aunque todavía podía hacerlo un poco más. - Aunque, si necesitas una regla universal: sé quien quieras ser, Dylan. Todos los que estamos aquí te queremos por ser tú. Y es lo que queremos ver en tu cumple. - El niño le sonrió. - Gracias, Marcus. - No me las des todavía. Nos falta el toque final. - Pero, justo cuando se disponía a cogerlos, una voz le llamó.

    Por un momento, el oír "tu princesa O'Donnell" le lanzó de inmediato contra la ventana, con los ojos brillantes dispuesto a verla... hasta que empezó a escuchar el resto del discurso y se fue poniendo progresivamente colorado. - ¡Discúlpeme, señor Gall... William! - Nada, se ponía nervioso y la empezaba a liar. - Teníamos una emergencia de vestuario aquí arriba. - Escuchó a Dylan reírse como un diablillo a su lado y le dio un suave empujoncito en el hombro. - ¡Eh! No tengas cara, que esto me ha pasado por venir a ayudarte. - Es que te sigue poniendo nervioso mi padre. Es gracioso. - Marcus le hizo burlas. Tomó de nuevo los calcetines en su mano. - ¡William! ¿Podemos pedirle un favor? - ¡Claro! ¡Me alegra verte gritando desde una ventana, hijo de Arnold! Casi pareces hijo mío. - Mierda. ¿¿Qué hacía gritando como un frutero por la ventana de casa de su novia?? De verdad, los Gallia le ponían la cabeza del revés. - ¿Podría poner unos patitos en estos calcetines? - ¡Pero que no se muevan! - Advirtió Dylan. Marcus trasladó el mensaje. - Patitos inmóviles. - ¿Un encantamiento de tejido? ¡Algo me dice que intentas comprarme, yerno, pero vale! - Marcus rio levemente e hizo descender levitando los calcetines hasta las manos de su suegro. Luego miró a su novia y le lanzó un beso desde allí, haciendo gestos de paciencia a la petición de que bajaran.

    - ¡Patitos van! - Clamó William, elevando de nuevo los calcetines negros, ahora con patitos amarillos estampados, hasta la ventana de Dylan. Marcus se los dio al niño y este se los puso, junto con los zapatos, y ambos bajaron a la cocina, aunque por supuesto lanzó un hechizo para recoger todo aquello antes de hacerlo. Benditos hechizos domésticos y bendita su abuela por enseñárselos. - ¡Te presento! - Dijo ceremonioso, asomándose al marco, con Dylan aún escondido para hacer su entrada triunfal ante su hermana. - ¡A nuestro elegantísimo e ilustre cumpleañero! - Con un gesto reverencial, se apartó y Dylan entró radiante, luciendo conjunto y sonrisa impecable, deseando ver la reacción de su hermana. Definitivamente le merecía la pena irse para la casa de los Gallia mucho antes que los demás.




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    Mar Oct 25, 2022 12:09 am


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    Con Gallia y O'Donnells | En casa Gallia | 9 de julio de 2002
    Nada más ver a su hermano asomarse por la ventana, sonrió ampliamente por verle tan contento. Sabía ella que la presencia de Marcus ayudaría enormemente a recuperar a su patito. La verdad es que no era para menos que reírse, porque su novio muchos decía que había entendido que los protocolos no tenían cabida allí, y había vuelto al “usted” con su padre. No obstante, seguía siendo el niño favorito de William Gallia por algo, y le pidió un hechizo, sabiendo que no había nada mejor que se le pudiera pedir a su padre. Se le escapó una carcajada cuando su hermano los pidió sin movimiento, porque ahí se apreciaba que uno veía a William Gallia de vez en cuando hacer hechizos chulos y el otro estaba más que escarmentado que cuánto se le podía ir la mano si no se le especificaba. Pero no podía más que sonreír viendo aquella escena, su padre haciendo lo que más le gustaba, su hermano feliz y Marcus tirándole un beso. Definitivamente, si algo daba serenidad y confianza, era la felicidad, te hacía bajar la guardia hasta peligrosamente. Pero ese día lo haría gustosa.

    Cuando vio que por fin bajaban, se dirigió a la cocina, donde empezó a disponer y medir las cosas para hacer las galletas. Cuando oyó a su novio se cuadró muy puesta y aplaudió un poquito. — ¡Ay qué nervios! — Pero cuando vio a Dylan, se desarmó entera. Cruzó las manos y le miró con dulzura infinita, ¿cuándo se había hecho su patito un chico tan guapo y con tan buen porte? ¿Y por qué seguía teniendo esa carita tan preciosa y adorable? Se mordió los labios por dentro y negó con la cabeza. — No estaba preparada para verte tan guapísimo, Dylan, de verdad que no. — Se acercó y lo abrazó estrechándolo. — ¿Te gusta, hermana? — Ella agachó la cabeza para mirarle. — En parte sí y en parte no. Sí porque está guapísimo y perfecto y vas a causar sensación. Y en parte no… Porque tú eras mi patito pequeño y ahora eres… Dylan Gallia. — Su hermano miró inmediatamente a Marcus y ambos se sonrieron. Vale, algo ahí no había entendido, pero estaban felices y eso era suficiente para ella. — Bueno, ¿quién quiere hacer galletas? Poneos esos delantales y vamos a ello.

    Dylan se acercó diligente a la encimera y dijo. — El colega seguro que lo que quiere es comérselas. — Alice rio. — Eso por descontado, pero voy a dejar a un auténtico hijo de Janet Gallia enseñarle cómo se hacen las galletas en esta casa, porque si algo le gusta más a tu colega que la comida eso son los cuentos. — Dijo señalándole con la mano, y la cara de su hermano se iluminó más si cabía. — Vale, pero tú ve haciendo la magia a la vez por detrás. — Ella asintió. — Como hacía mamá.Primero hay que invocar a la Navidad haciendo nevar, porque en Navidad siempre se comen los mejores dulces… — Empezó Dylan, imitando el y tono que ponía siempre su madre, y Alice hechizó la harina para que echara la harina y el bicarbonato y las dejó mezclando solas en un bol. — Luego, como en toda buena aventura, uno tiene que estar dispuesto a embarrarse para conseguir lo mejor. — Y Alice hechizó los huevos, haciéndolos caer en otro bol. — Hay que encontrar algo que haga correr más rápido a nuestro cocinero, ayudándole a atravesar el pantano. — Y añadió la mantequilla. — Y una muy buena recompensa por tanto esfuerzo, ¿y qué mejor recompensa que el azúcar? — Cómo se nota que la que se inventó este cuento era mamá. — Dijo ella añadiendo el azúcar a la mezcla. — Y como has sido un viajero muy valiente, tienen que ser dos azúcares: blanco y moreno. — Ella miró su novio y no pudo evitar reírse, porque se sentía muy feliz en ese momento. — Y ahora hay que hacer encontrarse a la aventura y la Navidad… ¿Y que te queda entonces? Un Gallia. — Respondió Alice, porque era lo que le respondían ellos siempre de pequeños a su madre, pero alguien más respondió. Era su padre, cruzado de brazos desde el marco de la puerta. Estaba sonriendo y suspiró. — Ni ella lo hubiera contado mejor, patito. — Su hermano se acercó a su padre y dijo. — Pues ahora toca tu parte, papi. — Ella alzó las cejas asintiendo. — Es verdad. — William se acercó a Marcus y dijo. — Señor alquimista, ¿me ayuda? — Se acercó al saco de pepitas de chocolate y dijo. — De pequeño a Dylan le decíamos que esto eran chispas de magia, así que yo cogía un puñado así como a escondidas y luego hacía así… — Y las repartió en círculos por la masa ya toda junta. — Guau, patito ahora las chispas te las echa un alquimista, eso sí que es una mejora considerable. — Ella no paraba de reír, y entonces sus dos Gallias la miraron. — A la señorita le dejábamos echar el último toque de magia, porque ya sabes que ella siempre más. El toque que hacía diferentes a las galletas. — Ella sonrió y suspiró con una sonrisa un poco triste. — Siempre me lo echaba mamá en la mano.Bueno, ahora el toque de magia puede dártelo otra persona. Además, también es algo muy alquímico. — Ella miró a Marcus con una sonrisa emocionada y señaló el tarro de sal. — Lo que hace únicas a las galletas de mamá es que llevaban una pizca de sal, y ella siempre la cogía del tarro y me lo echaba aquí. — Extendió la palma y se encogió de un hombro. — ¿Haces los honores, señor O’Donnell? Así sin medir ni nada. — Terminó con una risita, porque no podía imaginar una forma mejor que sentirse en familia, y sentir a Marcus dentro de los Gallia, que aquella.






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    Con Gallia y O'Donnells | En Casa Gallia | 9 de julio de 2002
    Veía que Alice les estaba siguiendo el rollo tremendamente, pero lo que vio después, esa expresión cuando vio entrar a su hermano en la cocina, eso no era en absoluto fingido. Le guiñó un ojo a Dylan cuando su hermana le llamó por su nombre y apellidos, viniendo al dedillo para la alegoría que le había puesto arriba, y siguió observando la escena. Miró a Alice con un toque emocionado y otro cómplice, como si quisiera decirle "efectivamente, se está haciendo mayor". Parecían sus padres... Vale, eso le había recordado a la carta que el chico le escribió precisamente por su cumpleaños y ahora le estaban entrando ganas de llorar, así que se recompuso y se dedicó a disfrutar del momento, sonriendo orgulloso y alabando el conjunto del chico como si estuviera haciendo un pase de modelos.

    - ¡Marchando esas galletas! - Dijo muy dispuesto, dando una palmada en el aire y cogiendo el delantal para ponérselo. El comentario de Dylan le detuvo en el sitio con una ceja arqueada y, cuando el niño le miró con cara de diablillo provocador, le pinchó en las costillas, haciéndole dar un bote en su sitio. - Ravenclaw no paga a traidores. Te lo he dicho ya varias veces. - El otro rio. Le señaló de arriba abajo. - Tú procura tener cuidado con no mancharte, porque este que está aquí, no te va a limpiar. - Nooooo que era broma. - Dijo el niño entre risas, haciéndole reír a él también. La vida era mucho más luminosa desde que Dylan hablaba, se le veía mucho más feliz así.

    Ya con el delantal puesto, se colocó en su sitio mirando a Dylan con interés, esperando que cumpliera la orden de su hermana de darle indicaciones. Pero no se esperaba para nada ese relato, y conforme lo escuchaba se le llenaban los ojos de un brillo especial, y alternaba la mirada entre el chico y Alice con una sonrisa sutil. ¿Y eso? ¿Y ese cuento tan bonito para hacer galletas? Con lo glotón que era y la de veces que había visto a su abuela Molly cocinar, ¿cómo es que nunca lo había oído? Ahí estaba la respuesta: era invención de Janet. Se le encogió un poco el corazón pero no dejó de sonreír. Le hubiera gustado tanto compartir más tiempo con ella... Su pérdida le dolió enormemente en el momento, pero a más tiempo pasaba y conocía de ella, más lamentaba no tenerla en el presente. Algo le decía que le pasaría toda la vida.

    Rio con lo del azúcar, sin perder ni un segundo de atención a esa historia, lo cual se podía notar en su cara de ilusión y en los enormes ojos con los que miraba la receta hacerse y escuchaba a Dylan hablar. Estaba totalmente metido en ello, casi intrigado por cuál sería la respuesta a esa pregunta, cuando Alice respondió a la vez que otra voz. Se giró y vio a William en la puerta, y cerró los labios que tenía entreabiertos en una sonrisa, con el corazón un tanto encogido. Aquello era precioso, pero... ¿lo percibiría el hombre igual? Porque él... no querría verse en su situación. No soportaría esa situación, viviría en una tiniebla absoluta... Uf, sus peores miedos atacando otra vez, como si tuviera cerca un boggart amenazante. No era el momento para los miedos, estaban en un día feliz.

    Pensaba seguir atendiendo, porque los dos hermanos incluyeron a su padre en el plan, pero para su sorpresa, William le miró a él. Quedó desconcertado apenas un par de segundos, hasta que sacudió la cabeza, mirando fugazmente a Alice, y recompuso una sonrisa un tanto nerviosa. - Sí, claro, claro. - Dijo, con un toque emocionado en su voz. ¿Le estaban incluyendo en esa dinámica? Pues por él... encantadísimo. Era todo un honor participar, ya se sentía honrado solo por estar presenciándolo. Escuchó lo que Dylan le decía y, con una sonrisa, dijo. - A ver si soy capaz de darle el toque de magia, pues... - Cogió un puñado de chispas de chocolate y las lanzó formando un círculo, y ante la exclamación de William, le miró con ilusión. - He aprendido del mejor. - Y lo decía totalmente en serio.

    Pero su participación no acababa ahí. Seguía alternando la mirada entre todos los que hablaban, con esos ojos que se le abrían ilusionados ante algo nuevo como cuando era pequeño, hasta que le pidieron que, la función que solía tener Janet con Alice, la hiciera ahora él. Tragó saliva y sonrió. Le recorrió un cosquilleo de ilusión la propuesta de Alice, y dio un paso decidido hacia delante, aunque por dentro estuviera temblando como un niño pequeño. - Faltaría más, majestad. - William y Dylan rieron entre dientes como si tuvieran la misma edad. Bueno, el propio William había dicho "tu princesa" hacía un rato, así que no es como que nadie allí fuera a escandalizarse ante el comentario. - A ver... advierto que para la comida tengo las medidas un poco por encima de la media humana, pero lo intentaré. - Bromeó, haciendo reír a los demás e intentando calcular la sal idónea, que eran unas galletas, a ver si iban a quedar saladas y menuda gracia. Se las echó a Alice en la palma, mirándola a los ojos, feliz. - El último toque. Todo tuyo. - Le dijo con voz suave, y miró a Alice mientras echaba la sal. Se había generado un clima especial que flotaba en el ambiente, y unos pequeños instantes de silencio.

    - ¿Nos vamos? - Bromeó William, haciendo reír a Dylan y sacándole tan bruscamente de la pompa que, cuando tomó conciencia de lo que debía haber parecido desde fuera para que el hombre dijera eso, se puso rojo como un tomate. Obviamente que Alice no tardó en reñir a su padre por poner a su novio incómodo... otra vez. Quería mucho a William, pero algo le decía que le esperaba toda una vida de esas cositas, así que más le valía irse acostumbrando. - A ver, ya en serio. - Dijo Dylan cuando dejó de reír, muy firme, lo que hizo que todos le miraran con una ceja arqueada y un tanto sorprendidos. - Los invitados van a llegar en... ¡¡AHH, QUEDAN QUINCE MINUTOS!! - Vale, colega, no te preocupes, todo está controlado. ¿Qué tenemos que tener en cuenta? Lo repasamos en un ratito. - Pero Dylan inició una perorata extensísima sobre las miles de cosas que había que saber que hizo que todos le miraran con cara de estar cayendo en picado en una escoba a toda velocidad. - ¿Pero todo eso cabe en esta casa? ¿Tú estás seguro? - Preguntó William, medio en broma medio dejando traslucir que la mitad de las cosas que su hijo enumeraba no las tenía localizadas. Marcus subió las manos. - Vale, nos distribuimos el trabajo. Somos tres Ravenclaw, si de algo sabemos nosotros es de planificación. - William soltó una carcajada tan fuerte que Marcus y Alice le miraron con cara de "no estás ayudando", lo cual el hombre pilló y tosió un poco para disimular, aunque seguía con una sonrisilla. Aquello no podía entrar en descontrol, así que miró a Alice y, con mucha seguridad y una gran sonrisa, dijo. - Vamos, princesa Gallia. Distribución de funciones y manos a la obra, que esto está a punto de empezar. -




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    Miér Oct 26, 2022 7:48 pm


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    Con Gallia y O'Donnells | En casa Gallia | 9 de julio de 2002
    Sabía que era buena idea sacar el cuento de su madre a la palestra, no solo porque a Dylan le iba a encantar y le iba a alegrar recordar aquello, sino porque Marcus se merecía ese cachito de Janet. Ella se había sentido una O’Donnell muchas veces en aquel año, se había sentido querida, protegida e integrada por sus suegros y su cuñado, se había sentido una O’Donnell. Pero Marcus no había tenido esa oportunidad, porque tanto su hermano como su padre habían requerido más ser cuidados y vigilados que simplemente buenos ratos. Ahora, creía, empezaba el momento de poder disfrutar y que Marcus pudiera sentirse un Gallia también.

    Vio cómo echaba las chispitas de chocolate junto a su padre con una sonrisa, pero no pudo evitar reírse cuando dijo lo de las medidas. — Yo corrijo sobre la marcha si lo veo necesario, señor alquimista. — Dijo con cariño. Y cuando le dio por fin la sal el momento fue… Algo que no sabía explicar. Como sentirse en casa otra vez después de mucho tiempo. Sonrió enternecida y lo añadió a la mezcla que la cuchara encantada no dejaba de remover. Por supuesto, marca Gallia, ya tuvo que meterse su padre con ellos. — Que no tenga yo que arrepentirme de tenerte por aquí, papá. — Sí sí, perdón, Dios me libre de bromear con libertad en mi propia casa. — Pero su hermano intervino, al borde del pánico de nuevo después de aquellos momentos de risas y calma. Eso eran los Gallia también.

    Y, claramente, Marcus todavía necesitaba pasar más tiempo entre ellos si creía que en un momentito iban a tener listo todo lo que hacía falta. No tenían tanta planificación. Ella dio una palmada en el aire y dijo. — Vale, venga, id a comprobar que está todo listo en el jardín, la comida la traen los tíos y la tarta… — Pues memé, que para eso mi nietecito cumple ya doce añazos. — Sonrió y miró hacia la puerta. Sus abuelos estaban allí, riendo y con varios paquetes en las manos. — Ve a arreglarte, hija, yo vigilo las galletas. — Bueno, su abuela no sería su abuela si no señalara que no estaba arreglada, pero veía la buena intención. — ¡Hermana! ¿Y si vienen los invitados qué hago? — Ella se rio, ya en las escaleras. — Dylan, son los O’Donnell y nuestra familia, los conoces desde siempre, recíbelos como eres tú, si están aquí por ti… — Su hermano la miró significativamente. — Me refiero a OTRO TIPO de invitados. — Su abuela, aunque estaba ante el horno, ya estaba mirando de reojillo. Alice sonrió, porque entendió que le estaba diciendo “por favor, recibe tú a los señores Clearwater”. — Me alegro en un santiamén.

    A Alice no le gustaba peinarse y maquillarse con hechizos, porque no siempre acababa saliendo bien, pero era eso o un Dylan histérico. Se puso el vestido amarillito y una zapatos de tela que tenían girasoles, que le parecía muy apropiado para su patito querido, aunque quiso ponerse un toque que sabía que le gustaría a su novio que fue el lacito amarillo a modo de diadema en la cabeza, porque le gustaban mucho los lacitos. Mientras terminaba de arreglarse a toda prisa, detectó que su familia estaba de vuelta y le pareció oír a sus suegros. En otra ocasión querría estar como una niña buena para recibirles, pero ahora tenía un cometido más importante.

    Por la ventana vio a una familia aparecerse y bajó corriendo, vislumbrando una adorable Olive vestida claramente para la ocasión y con un lazo, como ella, en el pelo. Dylan estaba en la puerta, inquieto no, inquietísimo. — ¿Listo? — No. — Ya, conozco la sensación. Vamos. — Le puso las manos en los hombros y lo condujo fuera. — ¡Hola, señores Clearwater! — Saludó ella. — Pero qué guapísima viene mi Olive. — Dijo a modo de saludo, antes de recibirla en un abrazo y darle un beso en la coronilla. — Hola, señores Clearwater. Esta es mi hermana Olive. Perdón, Alice. Bueno, la conocen ya. Hola, Al… Olive. — Dylan suspiró, claramente exasperado consigo mismo. Ellos sonrieron y la madre dijo. — Felicidades, Dylan, me alegro mucho de oírte hablar. — Aún me trabo, no se crea. Ahora desearía la vuelapluma. — Admitió, rojo como un tomate, pero luego miró a Olive. — ¿Quieres pasar? — La niña sonrió y asintió, con su paquete de regalo en las manos. — Claro, me muero de ganas, estoy deseándolo desde que me invitaste.— Alice sonrió y miró a los señores Clearwater. — Gracias por traerla. — Dijo ella. — ¿Seguro que no se quieren quedar un rato? Hay comida de sobra, si están los abuelos O’Donnell por aquí. — La mujer sonrió y negó. — La tienda es lo que tiene. Pero cuando cerremos venimos un ratito y así conocemos también a tu padre y vemos a Marcus. — El padre de Olive miró a través de la puerta hacia el jardín de atrás, todo lleno de cositas amarillas y mucha gente. — Todo está precioso, Alice. — Ella les miró agradecida. — Gracias, y les tomo la palabra para después. Traigan a Rose también si quieren. — Ellos asintieron y se fueron de nuevo y ella se dirigió al jardín de nuevo. Efectivamente, ya estaba todo el mundo allí, pero ella se acercó a su novio y le agarró de la mano. — Primera prueba de suegros superada. Me han dicho que luego vienen un rato. — Dicho eso se separó de él y se dejó rodear por Arnold. — ¿Elegantemente tarde, señorita Gallia? — Ella rio. — Pronto me parece, para todo lo que ha habido que organizar. — Me gusta. — Dijo Emma, con su habitual elocuente parquedad en palabras. — Muy buen trabajo, Alice… Todo destila… Janet. — Dijo, y ella detectó que era en el buen sentido. — Eso hemos intentado… Él es tan como ella… Pero ha sido una esfuerzo conjunto, de papá, mío y Marcus — Y sonrió viendo como Dylan explicaba a la abuela Molly quién era Olive, por qué le gustaban las plantas y todo… — ¡A ver, familia! Vamos sentándonos todos, que hay mucha comida y mucho que hacer. — Y mucho jaleo también. Pero eso eran los Gallia en esencia.







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    Jue Oct 27, 2022 12:01 pm


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    Con Gallia y O'Donnells | En Casa Gallia | 9 de julio de 2002
    Justo cuando Alice disponía las tareas, aparecieron Helena y Robert, a quienes Marcus fue a saludar con la cortesía y cariño habituales en él cuando les veía. - Cómo os hemos echado de menos estos días en La Provenza. - Ay, hijo. - Suspiró Helena, mirándole con una sonrisilla y un toque malicioso. - ¿No te han enseñado tantos años con tu madre que no es buena idea mentir a una Slytherin? - Marcus rio, pero se acercó a ella confidencial y le dijo. - También me han enseñado las palabras adecuadas para complacerla. - Eso hizo a la mujer reír y darle un afectuoso toque en la mejilla. Otra cosa no, pero Marcus con Slytherins sabía tratar.

    Miró a Alice cuando su abuela la mandó a arreglarse con una sonrisa. - Yo te veo preciosa. - No iba a dejar de decirlo, además, sabía que la relación de Alice y su abuela era... tensa, y le había visto la cara a la chica. No podían empezar el cumpleaños torcidos. En cuanto Alice se fue, sintió que quedaba él al mando de la organización... que no era mucho suponer, teniendo en cuenta que Helena estaba con las galletas, Robert mirándola, Dylan en pánico y William con las manos en los bolsillos mirando el entorno, al parecer esperando instrucciones precisas. -  ¡Repaso general al jardín! - ¡Voy volando! - Vaya, eso parecía haber activado al padre de los Gallia. William salió al jardín y Marcus le pidió a Dylan que le recitara todas las cosas que tenían que estar dispuestas para comprobarlas, pero si Marcus estaba histérico el día de su cumpleaños, lo de Dylan era otro nivel. - ¿Tú por qué estás tan tranquilo? - Le espetó en una de esas, ofendido, lo que hizo a Marcus sobresaltarse ligeramente. Sin embargo, rio y le puso una mano en el hombro. - Porque ya he pasado por esto. ¿Y cómo recuerdas tú mi cumpleaños de los doce años? - ¡Impresionante! - Pues estaba tan nervioso como tú, así que... relájate. Este va a serlo también, ¡si no más aún, porque somos más personas! - Bueno, esa última conclusión quizás no era exacta, pero haría parecer que sí.

    Los invitados habían ido apareciendo poco a poco y William ya les estaba recibiendo, pero fue la aparición de los señores Clearwater la que hizo a Dylan envararse y, de hecho, correr hacia el interior de la casa. - ¡Dylan! - Le llamó con un susurro urgente. El niño estaba escondido detrás de la puerta. - Mira... - Le dijo cuando llegó a su altura. - Merlín me libre de lanzarte ahora un discursito sobre la valentía al más puro estilo Gryffindor, pero esa que está ahí fuera y que tanto te preocupa no querrá verte escondido detrás de una puerta. - No tengo la suficiente experiencia hablando. Voy a por mi libreta. - ¡No! Ni hablar. Quieres quedar bien así que nada de libretas. - Le puso las manos en los hombros y le miró a los ojos. - Eres Dylan Gallia. Este cumpleaños es obra tuya, ella está aquí por ti. - Miró hacia la chica que acababa de aparecerse en el jardín y Dylan hizo lo mismo. - Y mira qué guapa... - ¡Para! Me estás poniendo más nervioso. - ¡Vale, vale! Escucha, Dylan, esto va en serio: todos te adoramos tal y como eres, Olive también, y los señores Clearwater tienen que tener muy buena imagen de ti si han traído a su hija a tu cumple. - Qué presión... - ¡Presión ninguna! Sal con la cabeza bien alta y muéstrate como eres. Les vas a encantar, como nos encantas a todos. Tienes muchísimo que mostrar y hoy todos lo vamos a ver. - El niño asintió y Marcus le miró con orgullo... pero entonces bajó Alice y confesó que no estaba preparado. Le miró con cara de circunstancias y los hombros caídos, viéndole alejarse con expresión de "para esto me curro los discursos". - Y, señores, con ustedes por si no lo conocíais, mi hermano. Ahora sabéis lo que he tenido que aguantar. - Después de sobresaltarse por la aparición, Marcus miró con mala cara tanto a Lex como a sus dos escoltas, Theo y Darren, que ahora reían por lo bajo. - Tú no me has dejado darte ni medio discurso de estos, listo. - A la vista está que no sirven. - A ver, me vais a contestar los tres una pregunta a la de tres. - Dijo, muy chulito, girándose hacia ellos. - ¿De qué color era la camisa de Dylan? Una, dos y tres. - Amarilla. - Verde. - Blanca. - Contestaron los tres a la vez, y tan pronto recabaron en las tres respuestas se miraron entre sí extrañados. Marcus alzó la barbilla, orgulloso. - Vaya... al parecer este hermano mayor ha conseguido que el cumpleañero complazca y confunda a partes iguales a todos los invitados. - Pasó por entre ellos y, dándole un par de palmadas a Lex en el hombro, se fue diciendo. - Clase, lo llaman. - Y, mientras se iba, escuchó a Darren preguntarle a Theo. - ¿Tu color favorito es el blanco? - Es que siempre lo asocian a los locos, y a mí me parece puro, la verdad. Es triste y bonito al mismo tiempo. - ¡Oh! Que cuqui. -

    - ¿¿ESA ES MI FUTURA NUER...?? - William. - Parapetó Marcus, porque el hombre iba ya con la sonrisa de oreja a oreja y los ojos brillantes, a grandes zancadas en dirección a Dylan y Olive, que tras saludar a los señores Clearwater iba a enseñarle la casa a la chica. - No sé si es buena idea entrar así. Está... un poquito nervioso. - ¿Mi hijo? Bueno, su madre también estaba un poco nerviosa cuando me conoció y se vino al desierto conmigo el segundo día. - Su madre tenía diecinueve años. Este tiene doce y está delante de un montón de gente ahora mismo, pensó, pero se limitó a soltar aire por la boca mientras se rascaba la frente. - Yo... creo que un poco de intimidad le va a venir bien. Para relajarse. Yo lo hubiera agradecido en su moment... - Y se dio cuenta de que el hombre le miraba con una ceja arqueada, cruzándose levemente de brazos con expresión de "continúa, por favor, estoy deseando saber qué hubieras agradecido tener con mi hija en tu doce cumpleaños", y cambiando el peso de una pierna a la otra. Marcus le miró unos instantes, parado, tragó saliva y dijo. - Voy a seguir recibiendo invitados. - Y se quitó de en medio con una sonrisilla nerviosa. Lo siento, Dylan, a partir de ahora te las ingenias tú. A ver si iba a dinamitarse él por proteger al otro.

    En mitad de su camino hacia el resto de invitados, Alice se agarró de su mano. La miró con los ojos muy abiertos e ilusionados. - Te había visto de lejos, pero... guau. - Dio unos pasos hacia atrás, estirando su brazo para poder verla bien de arriba abajo, y volvió a acercarse. - Eres como un girasol enorme y precioso. O más bien... una abejita. - Le hizo un par de cosquillas cariñosas en la cintura. - De las que no paran quietas, hacen mucho ruido y dan picotacitos. - Dijo entre risas, y luego dejó un beso en su mejilla. - Eres la mejor hermana del mundo. -Y antes de seguir avanzando hacia los invitados, dio un par de toquecitos con el índice en el lacito de la cabeza y dijo. - Me encanta. - Marcus y los lazos, sobre todo si eran del color de la casa de la persona a la que querían homenajear, como era el caso. Sus padres ya estaban por allí, y él les saludó con un toque bromista. - Hola, amados progenitores. - Alice, por favor, no le des más ínfulas a este, que luego le tenemos que aguantar nosotros. - Dijo Arnold, pero Marcus rio y dejó a Alice con sus padres, no sin antes comprobar que estaban ciertamente encantados, para avanzar hacia otros invitados.

    William estaba a buen recaudo, pues había sido interceptado por alguien que parecía no quitarle ojo de encima. De hecho, fue separarse de sus padres y clamó su presencia. - ¡Pero si es mi inglesito favorito y el primo del año! - William ya se estaba riendo a carcajadas mientras Marcus se acercaba suspirando. - Sobrino, hasta yo he captado lo que intentas hacer. - ¡Yo no intento nada! ¿A que no, primo Marcus? Nos hemos unido mucho más este verano, esto es inquebrantable, tío William, es... - Sí, André, tendrás oportunidad de hablar con mi padre. En realidad sabía que venías y está deseando hacerlo, no es como que mucha gente le siga el rollo con la aritmancia. - Gracias, primito, cómo te quiero. - Le dijo el otro, pasándole un brazo por encima del hombro y achuchándole bruscamente, lo que hizo a Marcus quejarse entre risas. En esa pose estaban cuando los ojos de André detectaron al cumpleañero. Esbozó una sonrisilla muy Gallia y muy Slytherin al mismo tiempo. - Vaya, vaya... así que esa es la chiquilla por la que suspira mi primo Dylan. Es muy mona. Y más espabilada que él, me parece a mí. - William volvió a carcajear. - Es una mujer, André. Siempre son más espabiladas que nosotros, más aún se nota con esas edades. Tú deberías saberlo. - Es verdad. - Confirmó el otro entre risas. Soltó a Marcus y le dio un leve codazo a su tío. - ¿Qué? ¿Vamos a ponerle en evidencia un poquito? - No, por favor. - Intentó paliar Marcus. - Está muy nervioso. Esto es muy importante para él y... - Pero suerte con eso. Entre risillas maliciosas, William y André ya iban camino de donde Dylan y Olive hablaban con su abuela.

    - ¡Oy, mi niño! ¡Y mi otro niño, pero este es más grande! - Qué bien me quieres, Molly. - Dijo William, con tono tierno. Su abuela miró entonces a André e hizo un sonidito entre la adorabilidad y la sorpresa, juntando las manos. - ¡Oy! ¡Pero mírate! ¡Qué guapísimo estas, hijo! Cuánto tiempo sin verte. - Señora O'Donnell. - André le besó la mano, lo que hizo a su abuela soltar una risita de quinceañera. Marcus rodó los ojos. Mi padre no está delante, pero vale, pensó, como si André no hiciera eso por defecto con todas las mujeres. - ¡Usted está igual! Más guapa, me atrevería a decir. Desprende ese aura que solo las mujeres Gryffindor sabéis aportar a la vida. - ¡Yo también soy Gryffindor! - Clamó Olive, feliz. André, haciéndose el sorprendido y con una cara de depredador bromista que hasta a Marcus le dio miedo, dijo. - ¡No me digas! Debía haberlo supuesto, se te ve una gran mujer. - Agarró la mano de Olive e hizo una pequeña reverencia. - André Gallia, primo de tu amigo Dylan y francés de nacimiento, mademoiselle. Para servirla. - Olive dejó escapar una risita, con las mejillas ruborizadas. Dylan estaba mirando a su primo como si temiera de verdad que le robara a una potencial novia, si pudiera matarlo con la mirada ya lo habría hecho. William, en un alarde de no tener ni idea de cómo ser discreto, fingió muy mal la sorpresa y dijo. - ¡Anda! ¡Así que tú eres Olive, la famos...! - ...sa chica a la que se le dan tan bien las plantas. - Rescató Marcus, interrumpiendo el discurso de su suegro. Olive estaba un poco confusa, pero no dejaba de sonreír. El que parecía que iba a darle algo era Dylan. - Es que en esta casa a todos le encantan las plantas. ¿Verdad, Dylan? Tu madre era una gran gran fan de la herbología, así que... - Señaló a William, tendiendo un puente a su torpeza. - ¡Por eso eres famosa aquí! Porque todo el mundo sabe que, junto con Alice, sois las dos mejores herbólogas de Hogwarts, y ahora que ella se ha ido, el puesto no hay quien te lo quite. - Eso volvió a hacer a la niña ruborizarse, bajando un poquito la mirada. - Bueno, hago lo que puedo. - ¡Eh, Dylan! ¿Por qué no le enseñas a Olive el invernadero? - Eso, tío, enséñale el invernadero. A una mujer con tanto amor por las plantas, le va a encantar. - Volvió a intervenir André. Por favor, intento que el niño no se muera de vergüenza, pensó Marcus, pero Dylan aprovechó la baza y se llevó a Olive hacia donde le habían sugerido. William y André se quedaron tapándose la boca con risillas mientras Marcus les miraba mal, cruzado de brazos. - Ya os vale. - Su abuela era otra que se estaba riendo, lo que le hizo mirarla con indignación. - ¡Ay, hijo, es que los amores a esa edad son muy divertidos! - Marcus rodó los ojos, bufó y dijo. - Voy a seguir recibiendo invitados. - Al menos que por él no quedara que el cumpleaños se desastrase.




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    Could you never grow up?
    Con Gallia y O'Donnells | En casa Gallia | 9 de julio de 2002
    Sabía que aquellos detallitos como lo del lazo o los girasoles, siempre eran apreciados por su novio, y eso la hacía sonreír especialmente. — Así que una abeja eh… — Se acercó a su oído y susurró. — Yo también te doy miel. — Tendría que nacer de nuevo para no dejar esos tiritos en su oído. André apareció por allí convenientemente teniendo en cuenta que Arnold estaba por allí, y ella aprovechó para ir a repasar que toda la comida estaba lista y siendo supervisada por sus tíos.

    De repente, notó un tirón del brazo y se fijó en que su prima Jackie, que parecía que iba vestida para un baile de gala de Nochevieja. — Tía, qué suerte tienes de que Marcus aprecie tus cosas… Theo apenas si me ha saludado y está allí pegado al chico risueño y tu cuñado todo el rato. — Alice rio. — Es que Darren ha sido su amigo durante siete años, muy cercano además. — La miró y dijo. — ¿Qué quieres que haga? — ¡Pues no sé! Es que parece que ha puesto una distancia que no entiendo. — Jackie, está literalmente toda tu familia aquí, y no son discretos. Además, ¿habéis oficializado algo y no me he enterado? — Su prima suspiró. — No, pero… — Pero nada, Jackie, ¿qué quieres que haga si no le pones las cosas en claro? — Chasqueó la lengua y vio que su hermano estaba en buenas manos con Marcus, y que su padre estaba haciendo las presentaciones con Olive, así que tiró de su prima. — A ver, ven aquí… — Y la condujo hacia los chicos.

    — Darren, cuñadito, esta es mi prima Jackie. — ¡Ay, hola! Encantado. — Y la saludó con dos besos. — ¿Le prestas a tu Theo personal un momentín? Y dejamos que os escabulláis discretamente PARA HABLAR. — Recalcó. Theo se puso rojísimo, pero asintió y le tendió la mano a Jackie. Lex se quedó mirándola. — ¿Eso va en serio? — Alice asintió. — Eso espero, o al menos esa es la idea, por lo que les he mandado a hablar a solas. — Su cuñado arrugó el gesto. — Es raro tela, tía. — Ella le miró con la ceja alzada. — Ay, pues a mi me parece una rueda de amor preciosa, la verdad, al final han acabado todos con sus amores correspondientes. — Lex entornó los ojos y resopló. — Oye, ¿qué te pasa? ¿Por qué tan gruñón? — El chico se encogió de hombros. — No me gusta la gente… — Alice asintió. — Ya, ya me han dicho que estabas un poquito estresado. Lo siento, no sabemos celebrar las cosas sin hacerlo a lo grande. — Lex se encogió de hombros. — ¿Es solo eso? — Insistió Alice. — No sé, es que nunca había venido… Con novio… A algo así. — Ella sacó el labio inferior. — Pero toda esta gente prácticamente ya conocía a Darren, solo faltaba mi familia de Francia, y ellos tan campantes. — Darren sonrió y acarició el pelo de Lex. — Es difícil dejar de tener miedo al rechazo. — Alice les miró a los dos, enternecida. — ¿Pues sabes qué? Mi primo ya había deducido que eras legeremante después de aquellas navidades. — Lex rio un poco. — Oye, pues es bueno ocultando cosas, porque no se lo había leído. — ¿André Gallia? No lo sabes tú bien. Ha ocultado chicas, notas, trastadas, lo que quieras, a todos los efectos es un armario evanescente de secretos. — Apretó la mano de Lex y sonrió. — Mira, si algo no somos los Gallia es juzgadores. Es lo bueno de ser un desastre. Y somos muuuuuuuy amorosos, creemos en el amor verdadero por encima de todo, y eso es lo que tenéis vosotros. Además… — ¡BUENO, FAMILIA, HA LLEGADO LA REINA DE LA FIESTA! — Se giró y vio a su tía Violet con un vestido amarillo chillón y una diadema con dos patitos en la cabeza, entrando moviendo los hombros y las caderas, con Erin mirando al suelo y con una diadema también, aunque la suya era de dragoncitos. — Iba a decirte que, si lidian con mi tata, pueden lidiar con cualquier cosa, pero no te lo cuento, puedes verlo con tus propios ojos… — Dijo señalando a las mujeres. Lex se rio y dijo. — Cómo entiendo a mi tía Erin. — Darren asintió y siguió un poco el bailecito de Vivi. — Oye, tu tata me gusta, tiene mucha energía. — Alice sonrió a los dos con cariño. Sí que funciona esta combinación, sí, por extraña que parezca.

    Justo después, vio aparecer de vuelta a Jackie y Theo, y al parecer, Dylan y Olive, que habían ido… ¿Al invernadero? Vaya, vaya… Así que aprovechó para ir sentando a todo el mundo. — ¡A ver, familia, escuchadme! ¡Vamos sentándonos en… — ¡Espera, pajarito, un segundo! — Llamó William. Todos le miraron y él agitó la varita, haciendo que más de uno se encogiera un poco, no sabiendo qué esperar. Pero lo que apareció fueron unos espectros de patitos que corrieron por la mesa, poniéndose delante de cada plato y transformándose en el nombre de cada invitado. Ella sonrió y le miró. Sí, ese era su padre sin duda. — Gracias, papi. — Nada, William Gallia siempre a mandar. — William, ¿me has sentado en la otra punta de la mesa y te has sentado tú con mi marido? — Preguntó Emma alzando las cejas. Alice suspiró. No, si es que… No se le podía dejar sin vigilancia. William se encogió de hombros. — Pero te he sentado con mis primos para que habléis de varitas, y al lado de mi sobrino, que es… — Madame O’Donnell, yo encantado de hacerle compañía durante la comida. — Saltó ipso facto su primo. Sí, ya, no era para nada consciente de la influencia que podía llegar a tener Emma en Arnold, o de los contactos de los Horner… En fin, entre Slytherins-Vantard se entendían.

    Retomó su discurso y se puso detrás de Dylan y Olive, que estaban en el centro de la mesa. — ¡A ver, escuchadme un momento! Como somos tantos, voy a dar la información así resumidita ahora que me estáis atendiendo. — Puso las manos sobre los hombros de Olive. — Esta es Olive Clearwater y es muy amiga de Dylan y nuestra, así que vamos a demostrarle que somos buena gente y la vamos a tratar como la reina de la Herbología que es. — Dijo con una sonrisa. Luego señaló a Darren. — Para mi parte de la familia que aún no le conoce, aquel es Darren Milestone, amigo nuestro de Hufflepuff y novio de Lex. — Los Gallia franceses miraron y saludaron sonriendo como si nada, así como su abuelo Robert, encantado de tener un Hufflepuff por allí, y solo su abuela y su tía Simone miraron así como de lado sin mucha efusividad, pero con una correcta sonrisa. — Y aquel, por si no os acordáis es Theo Matthews… Mi novio. — Soltó Jackie poniéndose a su lado y levantando cierto murmullo entre el sector Gallia. — Sip. — Dijo Theo con una sonrisa y más seguro de sí mismo de lo que lo hubiera visto nunca. Alice sonrió y levantó las manos. — Pues mira, ya se ha presentado él solo. Prima, ya me has regalado un primo, y encima uno de mi casa, tu ya hoy estás eximida de regalo. — Dijo Dylan. No, si es que seguía siendo su patito adorable. Alice sonrió y señaló la mesa. Vale, ¿preparados todos? La abuela Helena es la que se ha encargado de la comida, así que estoy segura de que nos esperan hechizos y cosas ricas… Yo me sentaría atendería. — Y dejó la palabra a su abuela mientras iba a sentarse junto a su novio, cerca de Lawrence y Molly. Resopló un poco al caer junto a Marcus y susurró. — Controlado, ¿no? — Dejó un beso en la mejilla de su novio. — Gracias por ayudarme con todo esto y atender a los invitados y… — Señaló con la barbilla a Dylan y Olive todo contentos señalando lo que se iba generando en los platos según la explicación de su abuela. — Por eso. Merece la pena absolutamente. — Luego señaló a Lex, Darren, Jackie y Theo charlando muy a gusto también. — Y por eso también. Al final siempre nos salen cosas bonitas. ¡Bueno! Todo el mundo a degustar el entrante: queso brie al horno con miel. Un plato medio francés medio pura dulzura, como mi Dylan. — Terminó su abuela. Ah sí, por Dylan era capaz de montar cosas así de chulas.






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