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El pájaro en el espino
Marcus & Alice | Continuación Golden Shields | Inspired - Libros (Harry Potter Universe)
Estaba escrito. Marcus O’Donnell y Alice Gallia estaban predestinados a estar juntos desde antes de nacer, aunque las vicisitudes de la vida y sus familias, les impidieron conocerse hasta llegar a Hogwarts. Desde el primer día, en las barcas, sintieron esa conexión única que acabaría desembocando en la más bella historia de amor, pero hicieron falta siete años de idas y venidas, de heridas tan dolorosas como la pérdida de una madre o la apertura de secretos familiares que podían traer un terremoto a la vida de todo el mundo, para que acabaran juntos y felices.
Marcus es el primogénito adorado de la importante familia O’Donnell. Criado entre eruditos y con una familia unida, recto, prefecto durante tres cursos completos en Hogwarts, amante de las normas y con una inteligencia privilegiada. Nada haría augurar que acabaría entregando su corazón a Alice Gallia, otra mente brillante de Ravenclaw, pero proveniente de una familia con un pasado turbulento por parte de su madre en América, y mucho menos fan de las normas e inherente al caos. Pero ellos se adoran, las familias han recuperado el vínculo y se apoyan y la alianza O’Donnell-Gallia es un fuerte vínculo que va desde Irlanda a La Provenza.
Juntos fueron los mejores alumnos de Hogwarts, juntos quieren comerse el mundo y ser alquimistas. Ahora saben que se aman y que quieren estar juntos, pero no todo puede ser tan fácil. Les quedan mucho años de estudio y trabajo por delante para llegar a ser quienes quieren ser, las situaciones familiares no son las ideales y aún quedan temas sin resolver.
La historia de Marcus y Alice no podía acabarse al salir de Hogwarts, queda mucha alquimia, mundo que recorrer, momentos felices, dramas y mucha mucha alquimia y magia, que es para los que ambos nacieron. Además, aún no se han cumplido las dos profecías: queda una boda con mucho espino blanco y la creación de un nido… La última página está muy lejos de ser escrita, y esto es solo la primera parte.
Marcus es el primogénito adorado de la importante familia O’Donnell. Criado entre eruditos y con una familia unida, recto, prefecto durante tres cursos completos en Hogwarts, amante de las normas y con una inteligencia privilegiada. Nada haría augurar que acabaría entregando su corazón a Alice Gallia, otra mente brillante de Ravenclaw, pero proveniente de una familia con un pasado turbulento por parte de su madre en América, y mucho menos fan de las normas e inherente al caos. Pero ellos se adoran, las familias han recuperado el vínculo y se apoyan y la alianza O’Donnell-Gallia es un fuerte vínculo que va desde Irlanda a La Provenza.
Juntos fueron los mejores alumnos de Hogwarts, juntos quieren comerse el mundo y ser alquimistas. Ahora saben que se aman y que quieren estar juntos, pero no todo puede ser tan fácil. Les quedan mucho años de estudio y trabajo por delante para llegar a ser quienes quieren ser, las situaciones familiares no son las ideales y aún quedan temas sin resolver.
La historia de Marcus y Alice no podía acabarse al salir de Hogwarts, queda mucha alquimia, mundo que recorrer, momentos felices, dramas y mucha mucha alquimia y magia, que es para los que ambos nacieron. Además, aún no se han cumplido las dos profecías: queda una boda con mucho espino blanco y la creación de un nido… La última página está muy lejos de ser escrita, y esto es solo la primera parte.
AQUÍ COMIENZA ALQUIMIA DE VIDA: PIEDRA, PARTE 1
Índice de capítulos
1. La eternidad es nuestra
2. The birthday boy
3. Juntos pero no revueltos
4. Rêve d'un matin d'été
5. Don't need to go any further
6. The ghost of the past are the fears of the future
7. Que alumbra y no quema
8. Where it's peaceful, where I'm happy, where I'm free
9. Could you never grow up?
10. El largo vuelo
11. Family fights together
12. The language of facts
13. El ejército
14. They made their way
15. De cara al pasado
16. Toda la carne en el asador
17. Con los pies en el suelo
18. The encounter
19. Titanium
20. La bandada
21. Turmoil
22. En el ojo del huracán
23. La mágica familia americana
24. Vientos de guerra
25. The hateful heirs
26. Damocles
27. Tierra sin ley, odio que ciega
28. Sueños de paz
29. Antes de despegar hay que aterrizar
30. Volar es un pensamiento que no se puede atrapar
31. El vuelo de las águilas
32. Como las piedras celtas
33. Are we out of the Woods?
34. Bad topic
35. The date
36. Furthermore
37. Sin miedo a la diversión
1. La eternidad es nuestra
2. The birthday boy
3. Juntos pero no revueltos
4. Rêve d'un matin d'été
5. Don't need to go any further
6. The ghost of the past are the fears of the future
7. Que alumbra y no quema
8. Where it's peaceful, where I'm happy, where I'm free
9. Could you never grow up?
10. El largo vuelo
11. Family fights together
12. The language of facts
13. El ejército
14. They made their way
15. De cara al pasado
16. Toda la carne en el asador
17. Con los pies en el suelo
18. The encounter
19. Titanium
20. La bandada
21. Turmoil
22. En el ojo del huracán
23. La mágica familia americana
24. Vientos de guerra
25. The hateful heirs
26. Damocles
27. Tierra sin ley, odio que ciega
28. Sueños de paz
29. Antes de despegar hay que aterrizar
30. Volar es un pensamiento que no se puede atrapar
31. El vuelo de las águilas
32. Como las piedras celtas
33. Are we out of the Woods?
34. Bad topic
35. The date
36. Furthermore
37. Sin miedo a la diversión
Marcus O'Donnell Alquimista | Timotheé Chalamet | Freyja |
Alice Gallia Alquimista y enfermera | Kaya Scodelario | Ivanka |
- Post de rol:
- Código:
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The hateful heirs Con Alice | En Nueva York | 2 de septiembre de 2002 |
Estaba muy enfadado. Y además… estaba agotado. Estaba exhausto, destruido. Ya no aguantaba más aquello, quería zanjar ese tema, quería irse a su casa. Se había perdido el cumpleaños de su hermano, sus pruebas para el equipo, su entrada a Hogwarts en su último año. Llevaba un mes sin ver a sus padres, a sus abuelos, a su tía. Alice seguía negándose a hablar con William y él tampoco podía hacerlo. Y Dylan seguía a disposición de esa gente, pero ahora la baza que Alice quería usar para tenerle de vuelta… No. No, no y no. No estaba de acuerdo, y estaba actuando como un cabezota obstinado contra su novia, actitud que, después de todo lo sufrido, no le pegaba nada. Pero había llegado a su límite. No quería pasar por ahí, sentía algo en su pecho que se lo impedía y que le hacía estallar de rabia solo de pensarlo. No quería consentir que Alice hiciera eso después de tanta lucha, y ahora estaba enfadado con ella solo de pensar que tiraba la toalla tan pronto, con lo que les había costado llegar hasta ahí. Así estaba. Con la sensación de que su vaso se había colmado y de que ya no podía más.
Y como la discusión solo había ido a más, no se estaban entendiendo y ninguno parecía inclinado a cambiar de parecer, se fue. Necesitaba salir de la casa y dejar de hablar con Alice porque todo era dar vueltas y vueltas sobre lo mismo una y otra vez. No sabía ni a dónde ir, porque estaba en un maldito país que no era el suyo y que tenía muggles y coches por todas partes, que le parecían irritantemente ruidosos, muy peligrosos y, encima, asquerosos, porque soltaban muchísimo humo. Necesitaba respirar aire, no alquitrán. ¿Dónde se iba? ¿Al MACUSA? Claro, para toparse con un Van Der Luyden. ¿Y con quién iba a hablar? No quería hacer partícipe a ningún Lacey de una discusión de pareja, que les acababan de conocer, y ya tenía suficiente con que le hubieran escuchado sus tíos y Aaron. Y no tenía nadie con quién desahogarse. Pero se sentía mal, muy mal, y solo había una persona con la que querría hablar… aunque no le fuera a responder.
Se fue al mirador desde el que se veía a lo lejos la Estatua de la Libertad, y allí se quedó, apoyado en la baranda junto a decenas, centenas de personas más, que iban y venían y que se hacían fotos. Se quedó mirando al monumento, con las manos temblorosas de la rabia y apretando los labios, hasta que espontáneamente empezaron a caérsele las lágrimas. — No sé ni qué estoy haciendo aquí ahora mismo… ni si se supone que estoy hablando contigo o… — El viento le agitaba fuertemente los rizos. Negó. — Pero… no puedo hablar contigo directamente, Janet, ya no, y no puedo ir a tu tumba ahora porque estoy muy lejos y… — Una familia de turistas acababa de pasar por su lado y quedársele mirando. Se limpió una lágrima con enfado y chistó. — Genial, ahora soy el loco del muelle. — Iba todo a mejor ese día.
Entrecruzó los dedos de las manos, con los antebrazos en el mirador, y bajó la cabeza, intentando que su pelo le ayudara a disimular. Igualmente, el viento no ayudaba demasiado. — Dime que no me estoy equivocando. — Sollozó y levantó la cabeza al cielo, casi con enfado. — ¿Tú no eras la que creía en estas cosas? En el destino, en la adivinación, en las señales… ¡Mándame una! — ¿Qué estaba haciendo? ¿Estaba pidiéndole cuentas a su suegra? No, a su suegra muerta, para hacerlo todo más demente todavía. Volvió a sollozar. Ya le daba bastante igual si alguien le estaba mirando. Aquel sitio no le gustaba. — ¡Esto también lo hago por ti! ¿Ahora soy un desalmado? ¿Un avaricioso? — Dio una patada en el suelo, mientras seguía dirigiendo su discurso al cielo. — ¡¡El dinero no me importa lo más mínimo!! ¿¡Por qué es tan difícil hacéroslo entender!? — Ah, ahora le estaba atribuyendo a Janet las palabras de Alice. Iba mejorando por momentos. — ¿¿Qué le hago yo si me he dado cuenta demasiado tarde de lo que te hicieron?? ¡Ni siquiera había nacido! ¡Y por Merlín, cómo me hubiera gustado impedirlo! — Sollozó otra vez. — ¡Pero esto es lo más cerca que estoy de impedir que manchen tu memoria aún más! ¡Y sé que ya no importa, y ya sé lo que me vas a decir! — Alzó las palmas. — “Lo importante es que la familia esté unida, que seáis felices”. ¡Yo no puedo ser feliz sabiendo que se nos ha parado! — Señaló al cielo. — ¡Tú nos dijiste que éramos imparables y nos estamos dejando vencer! ¡Ese no era tu concepto de libertad! ¡Tú te f…! — Se levantó una ráfaga de viento muy fuerte que provocó grititos y risas en los allí presentes, pero que levantó un montón de hojarasca de los árboles cercanos, que había empezado a caer en los primeros coletazos del otoño. El viento arrastró algunas de estas hojas y flores y Marcus notó cómo algo le daba en la cara… y cuando fue a quitárselo, lo vio.
Se quedó unos segundos simplemente mirando el díctamo en sus manos, conmocionado, y fue lo que necesitaba para echarse a llorar. Se dejó resbalar hasta sentarse en el suelo, con la espalda apoyada en el mirador y la estatua tras él, llorando con la cara entre sus manos. La gente pasaba por delante suya como si ni le viera, o peor, le miraban y continuaban su camino. Cuando pudo calmar su respiración, habló. — Perdóname. — Sollozó. — Mi padre dice que cuando me enfado, no hay quien pare mi retahíla… Perdóname, Janet. — Lloró otro poco, limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano, sin soltar el díctamo entre los dedos.
Se quedó unos instantes pensativo, en silencio, con el rostro mojado pero habiendo ya parado de llorar. Apoyó la cabeza en la pared. — Esta ciudad… No te veo aquí. En ninguna parte. — Tragó saliva. — Finjo que sí, y le digo a Alice que intente verte y sentirte… pero esta ciudad y tú no os parecéis en nada. — Negó. — Es una ciudad desalmada. Tú jamás habrías visto a alguien llorando en mitad de la calle y habrías pasado de largo. — Alzó los ojos hacia el cielo. — Estamos empeñados en llevarnos todos los pedazos de ti que encontremos por aquí… cuando tú siempre estuviste donde estábamos nosotros. — Se mojó los labios, con la mirada triste y perdida. — Me he empeñado en no irme de aquí sin limpiar tu memoria, no solo recuperar a Dylan, sino recuperar vuestra dignidad... Que se haga justicia. Y quizás… — Dibujó una sonrisa triste. — Tú siempre hayas sido la más inteligente de este grupo. Quizás, la justicia y la libertad, sean lo que tú quieras que sean. Lo que tú elijas. — Se puso de pie y se giró para volver a mirarla: la Estatua de la Libertad. Sonrió de lado. — Es curioso que empezaras a ser libre en cuanto la perdiste de vista. — Miró al díctamo entre sus dedos. — Supongo… que tienes razón. — Esbozó una sonrisa triste, miró al cielo una última vez y, guardándose la flor en el bolsillo, se dio media vuelta y se marchó.
Y como la discusión solo había ido a más, no se estaban entendiendo y ninguno parecía inclinado a cambiar de parecer, se fue. Necesitaba salir de la casa y dejar de hablar con Alice porque todo era dar vueltas y vueltas sobre lo mismo una y otra vez. No sabía ni a dónde ir, porque estaba en un maldito país que no era el suyo y que tenía muggles y coches por todas partes, que le parecían irritantemente ruidosos, muy peligrosos y, encima, asquerosos, porque soltaban muchísimo humo. Necesitaba respirar aire, no alquitrán. ¿Dónde se iba? ¿Al MACUSA? Claro, para toparse con un Van Der Luyden. ¿Y con quién iba a hablar? No quería hacer partícipe a ningún Lacey de una discusión de pareja, que les acababan de conocer, y ya tenía suficiente con que le hubieran escuchado sus tíos y Aaron. Y no tenía nadie con quién desahogarse. Pero se sentía mal, muy mal, y solo había una persona con la que querría hablar… aunque no le fuera a responder.
Se fue al mirador desde el que se veía a lo lejos la Estatua de la Libertad, y allí se quedó, apoyado en la baranda junto a decenas, centenas de personas más, que iban y venían y que se hacían fotos. Se quedó mirando al monumento, con las manos temblorosas de la rabia y apretando los labios, hasta que espontáneamente empezaron a caérsele las lágrimas. — No sé ni qué estoy haciendo aquí ahora mismo… ni si se supone que estoy hablando contigo o… — El viento le agitaba fuertemente los rizos. Negó. — Pero… no puedo hablar contigo directamente, Janet, ya no, y no puedo ir a tu tumba ahora porque estoy muy lejos y… — Una familia de turistas acababa de pasar por su lado y quedársele mirando. Se limpió una lágrima con enfado y chistó. — Genial, ahora soy el loco del muelle. — Iba todo a mejor ese día.
Entrecruzó los dedos de las manos, con los antebrazos en el mirador, y bajó la cabeza, intentando que su pelo le ayudara a disimular. Igualmente, el viento no ayudaba demasiado. — Dime que no me estoy equivocando. — Sollozó y levantó la cabeza al cielo, casi con enfado. — ¿Tú no eras la que creía en estas cosas? En el destino, en la adivinación, en las señales… ¡Mándame una! — ¿Qué estaba haciendo? ¿Estaba pidiéndole cuentas a su suegra? No, a su suegra muerta, para hacerlo todo más demente todavía. Volvió a sollozar. Ya le daba bastante igual si alguien le estaba mirando. Aquel sitio no le gustaba. — ¡Esto también lo hago por ti! ¿Ahora soy un desalmado? ¿Un avaricioso? — Dio una patada en el suelo, mientras seguía dirigiendo su discurso al cielo. — ¡¡El dinero no me importa lo más mínimo!! ¿¡Por qué es tan difícil hacéroslo entender!? — Ah, ahora le estaba atribuyendo a Janet las palabras de Alice. Iba mejorando por momentos. — ¿¿Qué le hago yo si me he dado cuenta demasiado tarde de lo que te hicieron?? ¡Ni siquiera había nacido! ¡Y por Merlín, cómo me hubiera gustado impedirlo! — Sollozó otra vez. — ¡Pero esto es lo más cerca que estoy de impedir que manchen tu memoria aún más! ¡Y sé que ya no importa, y ya sé lo que me vas a decir! — Alzó las palmas. — “Lo importante es que la familia esté unida, que seáis felices”. ¡Yo no puedo ser feliz sabiendo que se nos ha parado! — Señaló al cielo. — ¡Tú nos dijiste que éramos imparables y nos estamos dejando vencer! ¡Ese no era tu concepto de libertad! ¡Tú te f…! — Se levantó una ráfaga de viento muy fuerte que provocó grititos y risas en los allí presentes, pero que levantó un montón de hojarasca de los árboles cercanos, que había empezado a caer en los primeros coletazos del otoño. El viento arrastró algunas de estas hojas y flores y Marcus notó cómo algo le daba en la cara… y cuando fue a quitárselo, lo vio.
Se quedó unos segundos simplemente mirando el díctamo en sus manos, conmocionado, y fue lo que necesitaba para echarse a llorar. Se dejó resbalar hasta sentarse en el suelo, con la espalda apoyada en el mirador y la estatua tras él, llorando con la cara entre sus manos. La gente pasaba por delante suya como si ni le viera, o peor, le miraban y continuaban su camino. Cuando pudo calmar su respiración, habló. — Perdóname. — Sollozó. — Mi padre dice que cuando me enfado, no hay quien pare mi retahíla… Perdóname, Janet. — Lloró otro poco, limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano, sin soltar el díctamo entre los dedos.
Se quedó unos instantes pensativo, en silencio, con el rostro mojado pero habiendo ya parado de llorar. Apoyó la cabeza en la pared. — Esta ciudad… No te veo aquí. En ninguna parte. — Tragó saliva. — Finjo que sí, y le digo a Alice que intente verte y sentirte… pero esta ciudad y tú no os parecéis en nada. — Negó. — Es una ciudad desalmada. Tú jamás habrías visto a alguien llorando en mitad de la calle y habrías pasado de largo. — Alzó los ojos hacia el cielo. — Estamos empeñados en llevarnos todos los pedazos de ti que encontremos por aquí… cuando tú siempre estuviste donde estábamos nosotros. — Se mojó los labios, con la mirada triste y perdida. — Me he empeñado en no irme de aquí sin limpiar tu memoria, no solo recuperar a Dylan, sino recuperar vuestra dignidad... Que se haga justicia. Y quizás… — Dibujó una sonrisa triste. — Tú siempre hayas sido la más inteligente de este grupo. Quizás, la justicia y la libertad, sean lo que tú quieras que sean. Lo que tú elijas. — Se puso de pie y se giró para volver a mirarla: la Estatua de la Libertad. Sonrió de lado. — Es curioso que empezaras a ser libre en cuanto la perdiste de vista. — Miró al díctamo entre sus dedos. — Supongo… que tienes razón. — Esbozó una sonrisa triste, miró al cielo una última vez y, guardándose la flor en el bolsillo, se dio media vuelta y se marchó.
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The hateful heirs Con Marcus | En Long Island | el 2 de septiembre de 2002 |
No sabía cuánto tiempo llevaba en la cama. Los gritos debían haberse escuchado, y habían visto salir a Marcus, así que todos sabían que se habían peleado. En algún punto, alguien había llamado a su puerta, pero ante la falta de respuesta, se había ido, y por la forma de andar y la ligereza al subir las escaleras, creía que era Aaron, porque Marcus estaba bastante segura que no había vuelto. Después de ese episodio, había silenciado la habitación y se había quedado mucho más tranquila.
Desde la muerte de su madre, Alice había entendido que, a veces, la única forma de calmar a esa cabeza suya que nunca paraba de chillar, era meterse en una habitación oscura y silenciosa, y obligarse a tumbarse, como si el hecho de que el entorno se apagara entero, e incluso su propio cuerpo, le hiciera entrar en razón. Y ahí, en el silencio, la oscuridad y el reposo, lograba bajar el ritmo y el volumen, lograba encontrar los pensamientos y ponerlos en orden, entre todo el ruido de gritos, llantos y culpabilidad que a veces se le agolpaban dentro. Y en esa calma, al final, solo quedó el dolor de pecho y las lágrimas por su cara. No tenía nada claro, solo que quería recuperar a Dylan. Rylance solo le había liado las cosas todavía más, y las palabras de Marcus se le clavaban como puñales, como si, en vez de haber dos opciones, hubiera un millón delante de ella, tantas, con tan pequeñas sutiles diferencias, que se aturullara al mirarlas, mientras el tiempo que tenía para ayudar a su hermano era un reloj de arena gigante en el que los granos se derramaban aún más rápido.
Lo que claramente se le había olvidado era que el espejo no se afectaba del hechizo silenciador. Al principio lo vio brillar, pero lo ignoró. No tenía ganas de hablar con nadie y menos con nadie de Inglaterra, así que simplemente se dio la vuelta en su sitio. Pero al ratito se giró, a ver si habían desistido y no, ahí seguía brillando. ¿Y si era una emergencia? En Inglaterra debía ser tarde. Se levantó y entornó el espejo, descubriendo la cara de Emma, efectivamente, en bata, lo cual no era muy buena señal. — ¿Alice? ¿Marcus? ¿Estáis ahí? — Claro, ella lo tenía todo a oscuras. Encendió la luz de la mesilla y se sentó en la cama con el espejo. — Solo estoy yo. — Dijo con la voz rasposa de no haber hablado en mucho rato. — ¿Marcus aún no ha vuelto? — Alice negó y se agarró de las piernas. — Pero tranquila, aún no es de noche, es que yo tenía todo cerrado. — Emma suspiró levemente y mantuvo el silencio unos segundos. — Bueno, quería hablar con los dos, pero principalmente contigo, y, cuando se discute, muchas veces, la distancia es recomendable. — Alice tragó saliva e hizo un gesto con la cabeza. — ¿Te has salido de la cama? ¿Pasa algo? — Emma cruzó los brazos, sin dejar de fruncir el ceño. — No podía dormir y necesitaba hablar contigo, hasta que no lo dijera no me iba a quedar tranquila. — Alice hizo un gesto de derrota con la mano y probablemente también con la cara. — Pues tú dirás. —
Se hizo un silencio de unos segundos. Emma jugaba muy bien con los silencios, pero, en este caso, Alice no es que estuviera jugando (de hecho, no sabía hacerlo), simplemente no tenía ganas de hablar, y se le hacía más fácil quedarse callada. — Ni Marcus, ni los O’Donnell, ni yo, ni siquiera tu propia familia, se han visto en una situación como la que estás tú. Lo que te recomendemos, es simplemente lo que haríamos nosotros. Pero, de nuevo, es una opinión que nunca va a ser tan válida como la tuya. — Alice seguía callada. — El problema es que nosotros estamos en nuestras casas, preocupados, sí, pero sin vivir esto día tras día. Marcus no. Marcus está mucho más implicado en esto que otra persona, y sé qué es lo que siente en estos momentos, porque es lo que sentiría yo. — Ella se mordió los labios y se apartó el pelo de la cara, reuniendo paciencia. — Me ha dejado muy claro lo que piensa, y yo a él. Ya sé que creéis que me estoy dejando vencer. — Las lágrimas acudieron a sus ojos. — Pero no podéis seguir pidiéndome que aguante más. No son estos dos meses. He vivido con esta amenaza y este miedo desde hace un año, no tengo cuerpo para más. Si ellos ganan, que ganen. Si creéis que soy una cobarde, lo siento pero me da igual. — Emma se quedó en silencio también, hasta que dijo. — Nadie podría llamarte cobarde jamás. Eres joven, estás agotada y triste, eso es todo. Lo que te pedimos es que presentes la última batalla. — Alice se tapó el rostro y sollozó, y sin destapárselo, dijo. — ¿Cuántas veces más va a ser la última? — Ya no confiaba en su suerte, en el devenir de su familia, por no confiar, no confiaba ni en su propio criterio. — Alice, mírame. — Ella levantó el rostro. — ¿Crees que yo doy mi palabra en vano? — Tragó saliva y negó con la cabeza. — Para nada. — Pues tienes mi palabra de que si, en unos días, veo que no hay caso y que la única forma de recuperar a Dylan con certeza es darles el dinero, te apoyaré y te facilitaré hacerlo. —
Y ahí estaba. Brillando entre todas las demás, entre los millones de hilos brillantes que seguir: la opción buena, la menos mala. — ¿Y Marcus? — Hay dos mujeres en el mundo que conocen a mi ajenjo mejor que ninguna otra, ¿no? — Eso la hizo sonreír mínimamente y asintió. — Las dos están aquí. Las dos podrán hacerle entender cualquier cosa que decidan. — Se le debió escapar un gesto de incredulidad. — En el amor, Alice, ya lo irás viendo, hay veces que no se puede estar de acuerdo y hay que aprender a vivir con ello. — Miró con tristeza a la nada y dejó escapar el aire por los labios. — ¿Y si no soy lo que él esperaba por actuar así? ¿Y si él creía que yo era más valiente y en parte por eso me quería? — Ahí a Emma se le escapó una risa. — Alice, por favor, parece que no conoces a mi hijo. Él solo tiene un orgullo y un sentido de la venganza y la justicia mucho más elevado y engordado por sí mismo que el tuyo. Y os adora a ti, a tu madre y a tu hermano. Haría lo que fuera por ver justicia con vosotros y vuestra circunstancia. Si por él fuera, se obsesionaría con el tema y no pararía hasta agotar todos los cartuchos, aunque eso le costara años. Es el cubo de rubik otra vez, pero con un problema de verdad. ¿Quién ha sido capaz, una y otra vez de sacarle de sus esquemas? — Puso una sonrisa triste. — Yo. Si el problema es que, en parte, sé que tiene razón, pero no puedo dársela, no quiero dársela, no quiero afrontar esa solución. — Emma cruzó las manos y suspiró. — Eso son las discusiones de adultos. No hay un sí y un no definidos. No va de buenos y malos, o cobardes y valientes. Va de dos personas que se quieren, que están luchando por una misma cosa, y que están sufriendo demasiado para ser elegantes y cabales. Ni yo puedo serlo siempre, aquí estoy, en bata y sin poder dormir, barajando cómo de difícil sería aparecerme allí ahora mismo. — Los ojos de Alice se inundaron y pensó ojalá lo hicieras. Estoy cansada de ser yo la que libra esta batalla. — Se solucionará, Alice. Y, sea cual sea el proceso, termina con Dylan volviendo a tu lado, te lo prometo. — Se limpió las lágrimas y asintió. — Descansa y sigue apartada de todo. Te lo has merecido después de todo. Mañana verás las cosas de otra forma. Y, de nuevo, si me necesitas, me llevo el espejo a todas partes. — Volvió a asentir y dijo. — Emma… Mi padre… — No sabe nada. Ninguno de los Gallia. Se lo contaremos mañana y… No te preocupes por eso. Para algo de lo que nos podemos ocupar nosotros, déjalo de nuestra cuenta. — Sintió un peso más caer del pecho. — Gracias. No quiero hacer esto sin vosotros, Emma. — No lo harás. Ni sin Marcus tampoco. Descansa, Alice, de verdad, mañana afrontaremos todos las cosas mucho mejor. — No le quedaría de otra, desde luego. Pero antes de cerrar el espejo, se vio en la obligación de decir. — Gracias. — Sabes que no tienes que darlas. Todos queremos que vuelva Dylan. — No, no por eso… Gracias por enseñarme todo lo que ella no ha podido. — Y solo con mirarse, a pesar del espejo, las dos entendieron de lo que estaban hablando.
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
- Golden Shields:
Alice Gallia
Cause' Alice does belong with Marcus
Ante todo, amigos
Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
[/center]
- Juntos, somos el Todo:
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The hateful heirs Con Alice | En Nueva York | 2 de septiembre de 2002 |
No se hallaba, en absoluto. Había dejado de repetirse mentalmente lo mucho que odiaba Nueva York... de manera consciente. Ahora, iba vagando por las calles, sin rumbo, con el mantra de fondo de lo mucho que odiaba todo lo que suponía aquella ciudad, pero caminando por allí igualmente porque no le quedaba de otra. No se sentía aún bien para volver a casa, para enfrentarse a Alice, o a sus tíos y Aaron, que habían oído toda la discusión. Tampoco para entrar directamente y subirse al dormitorio sin hablar con nadie, no era su estilo y le iba a hacer sentir aún peor. Pero la noche había caído hacía rato, y aparte de que no le daba confianza andar solo por esa ciudad, no quería asustar con su ausencia a los demás.
Al aparecerse en el jardín, vio alguien que se levantaba del escalón del porche. Se acercó a la casa, considerablemente más rebajado en sus humos, aunque cabizbajo. Aaron le miraba acercarse, y Marcus... se detuvo ante la puerta. De verdad que le incomodaba entrar. - ¿Quieres cenar aquí fuera? - Le preguntó el chico, y Marcus le miró. - Maeve te ha guardado un poco de cena. Puedes cenar aquí y entrar directamente a tu habitación, nadie te diría nada. ¿Te la traigo? - Parpadeó. No es que estuviera en guerra con Aaron, pero no esperaba tantísima amabilidad, menos después de la que había liado. No sabía que decir, pero su oferta le iba a venir muy bien. Asintió levemente, y el chico se giró y entró en la casa.
Se sentó en una de las mesas del jardín, con las manos entre las rodillas. La temperatura era más baja cada día que pasaba, aunque seguía sin hacer demasiado frío. Aaron llegó en apenas unos minutos y puso la comida en la mesa. - Gracias. - No hay de qué. - El chico tragó saliva y dijo, tras unos segundos de pausa. - Si quieres estar solo, lo dicho, te dejo aquí y cuando cenes subes a tu cuarto y ya. Si no... puedo hacerte compañía. No voy a leerte la mente, y no tenemos por qué hablar si no quieres. Te lo prometo. - Marcus le estaba escuchando con la mirada en ninguna parte, y tras unos segundos, asintió y le señaló la silla ante él. Aaron se sentó.
Solo se escuchaba el ruido de los cubiertos y Marcus al comer, y el leve mecer de las hojas de los árboles al viento. Por lo demás, estuvieron más de cinco minutos en absoluto silencio. - Marcus. - Dijo Aaron, con voz musitada, tras ese tiempo. - No queríamos oíros, de verdad que no... - Estábamos gritando. Es normal. - Dijo con voz taciturna. Aaron asintió levemente y siguió. - He escuchado lo que has dicho de mí. - Marcus siguió masticando, más aire que comida, con la mirada perdida y triste. Aaron había intentado mirarle a los ojos sin mucho éxito. - Estoy contigo. Creo que tienes razón. - Eso le hizo entornar la mirada hacia arriba, como si esperara el pero. - Son... malvados. Son crueles. Me han arruinado la vida, a mí, a Janet, a Alice, a Dylan, a William... a Bethany, por lo que vi en la carta, y a saber a cuánta gente más. No deberían ver ni un knut. - Marcus bajó la mirada otra vez. Estaba mucho más relajado, pero seguía pensando lo mismo. Le complacía ver que no era el único.
- Has... dicho muchos motivos por los que no deberían salirse con la suya. - Continuó el chico, mientras Marcus seguía en silencio, comiendo lentamente lo poco que quedaba en su plato. - Muchas personas por las que renunciar no es una buena idea... - Aaron tragó saliva. - Pero creo, y me incluyo en esto porque pienso como tú, que se nos está olvidando que son esas personas quienes deberían no querer esto. Decidir. - Se mojó los labios y continuó. - Alice es una de ellas, y ya ha dado su palabra: le da igual, prefiere renunciar al dinero. A Janet no le podemos preguntar... pero creo que, con lo que hizo, dejó claro que renunciaba a todo. No abría las cartas, dejó dicho a su marido que no quería nada de ellos, que se quedaran el dinero... Creo que su postura está clara. En cuanto a William, cuando le llegó la carta de Bethany la rechazó. Me lo ha contado Alice. No quiso ese dinero porque Janet no lo quería, y él tampoco. Y en cuanto a Dylan... no sabe nada de esto ni le hemos preguntado su opinión, pero creo que no es difícil intuir que le daría bastante igual que se quedaran con el dinero por tal de volver con su hermana y a su colegio cuanto antes. - Bajó la mirada, jugando con los dedos de sus manos. - Solo falta una persona por opinar. - Le miró. - Yo opino como tú, Marcus, ya te lo he dicho. Yo no les daría el dinero, no les dejaría ganar. - Soltó aire por la nariz, cerrando los ojos lentamente y volviéndolos a abrir. - Pero también estoy cansado. Muy cansado. - Eso sí hizo a Marcus mirarle, con ojos tristes.
- Toda mi vida ha sido esto. Me han maltratado y utilizado de mil formas, y la última de ella ha sido precisamente por este dinero. ¿Quiero que, encima, se lo lleven, después de lo que me han hecho? Claro que no. Pero... he tenido que venirme aquí con vosotros para enterarme de lo que es una familia de verdad. Y, sinceramente, lo que quiero es perderles de vista. Que dejen de hacerme daño a mí, y que dejen de hacerle daño a todos los que me rodean. - Le miró con arrepentimiento. - Lo siento muchísimo, Marcus. Siento cada día que os he arrastrado hasta aquí, a sufrir lo indecible, y vosotros a cambio me habéis dado una familia, aunque puede que cuando esto acabe no les vuelva a ver, pero ya sé lo que es ser feliz de verdad, ya sé qué quiero en mi casa el día de mañana. Si tengo que tragarme mi orgullo, mi honor y todas esas cosas para poder irme lo más lejos posible y, sobre todo, para que vosotros dejéis de sufrir y hagáis vuestra vida de una vez por todas... - Hizo un gesto con la cabeza, bajando la mirada y arqueando las cejas. - Lo siento. Han ganado, Marcus. Tenemos que parar. No podemos seguir sufriendo de esta forma. No podemos más. Y con esto... ya tienes la opinión de todos los implicados al respecto. Y me temo que hay unanimidad. - Marcus tragó saliva y bajó la mirada al plato de nuevo. Volvieron a quedarse en silencio unos minutos.
- ¿Qué vas a hacer? Cuando todo esto acabe. - Preguntó Marcus, con voz trémula, sin alzar la mirada. Aaron soltó aire por la nariz. - No lo sé... - Hizo una pausa. - Quiero... irme lo más lejos posible de todo lo que me recuerde a mi vida antes de esto. Empezar de cero en todos los sentidos. Quiero a Ethan y le echo de menos, jamás podré agradecer a tu familia lo acogedores que han sido conmigo, y me va a doler no verles más... Igual que a vosotros. Mucho, de verdad. - Negó. - Pero quiero irme lejos. Muy lejos. A un país que no guarde ningún tipo de relación con nadie que conozca a ser posible. - Soltó aire por la nariz. - No tengo un propósito, Marcus, no sé qué hacer. Mi vida ha sido una mera supervivencia, y ahora que por fin me siento a salvo... tengo que empezar a construir. No sé por dónde hacerlo, pero supongo que ya se me irá ocurriendo. Todo va a ser mucho mejor que quedarme en EEUU. - Marcus asintió lentamente. - Me parece un buen plan. - Dijo, comprensivo. Le miró. - No puedo... ignorar ciertas cosas. - Lo sé. - He tenido una vida fácil, y desde fuera se ven las cosas más sencillas, supongo. - ¿Fuera? Marcus, tú estás tan metido en esto como nosotros. - Yo no he vivido lo que habéis vivido vosotros, ni de lejos. No siento en propia piel ese cansancio del que habláis. Y estoy agotado, y harto de estar aquí, y de que parezca que solo existe esto. Pero soy consciente de que no es lo mismo. - Alzó las cejas y las dejó caer de nuevo, frustrado. - Creía que eso me daba un carácter de objetividad que ayudaba... Ahora no lo tengo tan claro. - Hubo otra pausa. Tras esta, Aaron señaló su plato con la cabeza. - ¿Has terminado? - Marcus asintió, y el otro se levantó. - Pues cierra el día por hoy. Intenta no pensarlo más, Alice está en su cuarto descansando. Mañana... seguro que podéis hablar las cosas más tranquilos. - Marcus volvió a asentir, y entró tras él en la casa. - Gracias. - Le dijo, y Aaron le miró, con una sonrisa triste. - Es lo menos que puedo hacer. -
Al aparecerse en el jardín, vio alguien que se levantaba del escalón del porche. Se acercó a la casa, considerablemente más rebajado en sus humos, aunque cabizbajo. Aaron le miraba acercarse, y Marcus... se detuvo ante la puerta. De verdad que le incomodaba entrar. - ¿Quieres cenar aquí fuera? - Le preguntó el chico, y Marcus le miró. - Maeve te ha guardado un poco de cena. Puedes cenar aquí y entrar directamente a tu habitación, nadie te diría nada. ¿Te la traigo? - Parpadeó. No es que estuviera en guerra con Aaron, pero no esperaba tantísima amabilidad, menos después de la que había liado. No sabía que decir, pero su oferta le iba a venir muy bien. Asintió levemente, y el chico se giró y entró en la casa.
Se sentó en una de las mesas del jardín, con las manos entre las rodillas. La temperatura era más baja cada día que pasaba, aunque seguía sin hacer demasiado frío. Aaron llegó en apenas unos minutos y puso la comida en la mesa. - Gracias. - No hay de qué. - El chico tragó saliva y dijo, tras unos segundos de pausa. - Si quieres estar solo, lo dicho, te dejo aquí y cuando cenes subes a tu cuarto y ya. Si no... puedo hacerte compañía. No voy a leerte la mente, y no tenemos por qué hablar si no quieres. Te lo prometo. - Marcus le estaba escuchando con la mirada en ninguna parte, y tras unos segundos, asintió y le señaló la silla ante él. Aaron se sentó.
Solo se escuchaba el ruido de los cubiertos y Marcus al comer, y el leve mecer de las hojas de los árboles al viento. Por lo demás, estuvieron más de cinco minutos en absoluto silencio. - Marcus. - Dijo Aaron, con voz musitada, tras ese tiempo. - No queríamos oíros, de verdad que no... - Estábamos gritando. Es normal. - Dijo con voz taciturna. Aaron asintió levemente y siguió. - He escuchado lo que has dicho de mí. - Marcus siguió masticando, más aire que comida, con la mirada perdida y triste. Aaron había intentado mirarle a los ojos sin mucho éxito. - Estoy contigo. Creo que tienes razón. - Eso le hizo entornar la mirada hacia arriba, como si esperara el pero. - Son... malvados. Son crueles. Me han arruinado la vida, a mí, a Janet, a Alice, a Dylan, a William... a Bethany, por lo que vi en la carta, y a saber a cuánta gente más. No deberían ver ni un knut. - Marcus bajó la mirada otra vez. Estaba mucho más relajado, pero seguía pensando lo mismo. Le complacía ver que no era el único.
- Has... dicho muchos motivos por los que no deberían salirse con la suya. - Continuó el chico, mientras Marcus seguía en silencio, comiendo lentamente lo poco que quedaba en su plato. - Muchas personas por las que renunciar no es una buena idea... - Aaron tragó saliva. - Pero creo, y me incluyo en esto porque pienso como tú, que se nos está olvidando que son esas personas quienes deberían no querer esto. Decidir. - Se mojó los labios y continuó. - Alice es una de ellas, y ya ha dado su palabra: le da igual, prefiere renunciar al dinero. A Janet no le podemos preguntar... pero creo que, con lo que hizo, dejó claro que renunciaba a todo. No abría las cartas, dejó dicho a su marido que no quería nada de ellos, que se quedaran el dinero... Creo que su postura está clara. En cuanto a William, cuando le llegó la carta de Bethany la rechazó. Me lo ha contado Alice. No quiso ese dinero porque Janet no lo quería, y él tampoco. Y en cuanto a Dylan... no sabe nada de esto ni le hemos preguntado su opinión, pero creo que no es difícil intuir que le daría bastante igual que se quedaran con el dinero por tal de volver con su hermana y a su colegio cuanto antes. - Bajó la mirada, jugando con los dedos de sus manos. - Solo falta una persona por opinar. - Le miró. - Yo opino como tú, Marcus, ya te lo he dicho. Yo no les daría el dinero, no les dejaría ganar. - Soltó aire por la nariz, cerrando los ojos lentamente y volviéndolos a abrir. - Pero también estoy cansado. Muy cansado. - Eso sí hizo a Marcus mirarle, con ojos tristes.
- Toda mi vida ha sido esto. Me han maltratado y utilizado de mil formas, y la última de ella ha sido precisamente por este dinero. ¿Quiero que, encima, se lo lleven, después de lo que me han hecho? Claro que no. Pero... he tenido que venirme aquí con vosotros para enterarme de lo que es una familia de verdad. Y, sinceramente, lo que quiero es perderles de vista. Que dejen de hacerme daño a mí, y que dejen de hacerle daño a todos los que me rodean. - Le miró con arrepentimiento. - Lo siento muchísimo, Marcus. Siento cada día que os he arrastrado hasta aquí, a sufrir lo indecible, y vosotros a cambio me habéis dado una familia, aunque puede que cuando esto acabe no les vuelva a ver, pero ya sé lo que es ser feliz de verdad, ya sé qué quiero en mi casa el día de mañana. Si tengo que tragarme mi orgullo, mi honor y todas esas cosas para poder irme lo más lejos posible y, sobre todo, para que vosotros dejéis de sufrir y hagáis vuestra vida de una vez por todas... - Hizo un gesto con la cabeza, bajando la mirada y arqueando las cejas. - Lo siento. Han ganado, Marcus. Tenemos que parar. No podemos seguir sufriendo de esta forma. No podemos más. Y con esto... ya tienes la opinión de todos los implicados al respecto. Y me temo que hay unanimidad. - Marcus tragó saliva y bajó la mirada al plato de nuevo. Volvieron a quedarse en silencio unos minutos.
- ¿Qué vas a hacer? Cuando todo esto acabe. - Preguntó Marcus, con voz trémula, sin alzar la mirada. Aaron soltó aire por la nariz. - No lo sé... - Hizo una pausa. - Quiero... irme lo más lejos posible de todo lo que me recuerde a mi vida antes de esto. Empezar de cero en todos los sentidos. Quiero a Ethan y le echo de menos, jamás podré agradecer a tu familia lo acogedores que han sido conmigo, y me va a doler no verles más... Igual que a vosotros. Mucho, de verdad. - Negó. - Pero quiero irme lejos. Muy lejos. A un país que no guarde ningún tipo de relación con nadie que conozca a ser posible. - Soltó aire por la nariz. - No tengo un propósito, Marcus, no sé qué hacer. Mi vida ha sido una mera supervivencia, y ahora que por fin me siento a salvo... tengo que empezar a construir. No sé por dónde hacerlo, pero supongo que ya se me irá ocurriendo. Todo va a ser mucho mejor que quedarme en EEUU. - Marcus asintió lentamente. - Me parece un buen plan. - Dijo, comprensivo. Le miró. - No puedo... ignorar ciertas cosas. - Lo sé. - He tenido una vida fácil, y desde fuera se ven las cosas más sencillas, supongo. - ¿Fuera? Marcus, tú estás tan metido en esto como nosotros. - Yo no he vivido lo que habéis vivido vosotros, ni de lejos. No siento en propia piel ese cansancio del que habláis. Y estoy agotado, y harto de estar aquí, y de que parezca que solo existe esto. Pero soy consciente de que no es lo mismo. - Alzó las cejas y las dejó caer de nuevo, frustrado. - Creía que eso me daba un carácter de objetividad que ayudaba... Ahora no lo tengo tan claro. - Hubo otra pausa. Tras esta, Aaron señaló su plato con la cabeza. - ¿Has terminado? - Marcus asintió, y el otro se levantó. - Pues cierra el día por hoy. Intenta no pensarlo más, Alice está en su cuarto descansando. Mañana... seguro que podéis hablar las cosas más tranquilos. - Marcus volvió a asentir, y entró tras él en la casa. - Gracias. - Le dijo, y Aaron le miró, con una sonrisa triste. - Es lo menos que puedo hacer. -
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The hateful heirs Con Marcus | En Long Island | el 2 de septiembre de 2002 |
En verdad llevaba un buen rato despierta, pero era consciente de que era temprano, así que se había quedado en la cama, simplemente existiendo. Cuando por fin se animó a levantarse, abrió las ventanas y canceló el Silentium. Solo lo había cancelado un momento ayer para asegurarse de que Marcus había vuelto, y le oyó en el porche, a lo lejos. Pero ahora era un nuevo día y tenía que mentalizarse. Inspiró el aire limpio y húmedo que entraba por la ventana de la mañana temprana, cercana al amanecer.
Odiaba estar enfadada con Marcus, odiaba esa situación, y odiaba no saber bien qué iba a decir a su novio. “No quiero seguir luchando, pero no quiero que te enfades conmigo” expresaba bastante bien su sentir, pero no le parecía la mejor manera de expresar lo que quería, la verdad. Pensando, se fijó en aquellos juguetes de Shannon que había en su cuarto, y se acercó a ellos, con los maletines de enfermera de juguete al lado. Sonrió un poco de medio lado al abrirlos y mirarlos. Ella nunca había tenido de esas cosas, aunque de tan pequeña no sabía aún que quería ser, aparte de un pajarito que pudiera volar siempre. Suspiró. ¿No querría ella una vida mejor? Una diferente a la que habían vivido hasta ahora, arreglar la casa, no tener que preocuparse de que su padre volviera a trabajar, comprarle a Dylan lo que quisiera, lo que necesitara… Pero ahí estaba la clave, en Dylan. ¿Podía asegurar ella que tendrían a Dylan si se quedaban el dinero? ¿Cuánto tiempo? ¿Cuánto más se iba a ver afectada la vida de su hermano? Suspiró. Quizá debería dejar de preguntarse esas cosas a solas y preguntárselas, sin gritos a ser posible, con su novio.
Salió muy despacito porque no quería despertar a nadie más, y según entró en la habitación de Marcus, echó un Silentium. Echaba de menos despertarse allí, oyendo la lluvia y el viento, sí, pero con Arnie entre Marcus y ella, sintiéndose un poco más arropada. Se paró un momento a ver a su novio dormido, que era un espectáculo, la verdad. Odiaba esa sensación de no saber cómo acercarse a él sin empezar una pelea otra vez, y sin echarse todo en cara de golpe, porque lo que le salía natural era meterse en la cama con él y darle mimos, besos, caricias, hasta que se despertara y quedarse allí, simplemente estando juntos. No poder hacerlo le daba una rabia terrible.
Se sentó en el borde de la cama y le pasó la mano por el costado suavemente, luego por el brazo, y al final, le apartó los rizos de la cara, para despertarle. — Marcus. — Le llamó suavecito. Puso una mano tranquilizadora en su brazo. — No pasa nada, es muy temprano, pero necesitaba hablar contigo. — Tragó saliva, mientras su novio se despertaba y ella seguía acariciando levemente su brazo. — No me gusta estar así. Odio estar así. — Bajó la mano hasta dársela a él, y dijo con pesar. — Nunca quise decir que Dylan no te importa. Lo siento por haberlo transmitido así. Para Dylan eres su segundo padre, yo nunca pensaría algo así. — Apretó su mano. — Yo tampoco tengo las cosas al cien por cien claras, Marcus. Pero necesito pensar que hay algo de toda esta situación que realmente está en mi mano. Que si veo que no podemos más, que esto se complica, tengo esa opción. — Suspiró y dijo. — Ayer hablé con tu madre, después de Rylance y todo lo demás… Le dije que puedo esperar unos días hasta encontrar otra solución, y lo haré. — Le aseguró. Que al menos supiera que estaba dispuesta a mirar otras opciones.
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The hateful heirs Con Alice | En Nueva York | 3 de septiembre de 2002 |
Tal y como predijo, subir al piso de arriba y ver la habitación de Alice cerrada y silenciada (a esas alturas de su vida sabía reconocer bien un Silentium cuando se echaba) hizo que el pecho le escociera. Igualmente, se metió en la suya, se puso el pijama y, al cabo de un rato, se durmió. Durante la noche sintió que se había despertado mil veces, pero al menos la última hora y media la había dormido del tirón, hasta que sintió una caricia y se percató de que el colchón estaba levemente hundido. Habría considerado más probable, dadas las circunstancias, que hubiera venido Maeve a llamarle porque se había pasado durmiendo (durante la noche había dormido poquísimo, al fin y al cabo), que el que fuese Alice. Pero era ella. Reconocía esa forma de acariciarle y de apartarle el pelo, su olor y su presencia aunque tuviera los ojos cerrados. Era lo que aspiraba tener junto a él cada mañana de su vida, como para no reconocerlo.
Igualmente, estaba tan dormido que era como si su presencia se le hubiera metido en el sueño, y no pudo evitar inquietarse levemente cuando la vio allí. Así vivían en los últimos meses: cualquier cosa les ponía alerta. Pero no pasaba nada, confirmado por su novia, solo quería hablar con él. Se incorporó ligeramente, dándose la vuelta para dejar de estar boca abajo y ponerse más a la altura de ella, frotándose la cara. Agachó la cabeza. - Yo también. - Aseguró. Estaba convencido de que su mal dormir estaba más relacionado con saberse peleado con Alice que con cualquier otra cosa.
Le dio la mano a su novia y no levantó la mirada cuando dijo esas palabras. Eso le había dolido, sí, pero también sabía que Alice no lo pensaba, que había sido fruto del momento y de lo enfadados que ambos estaban. La dejó hablar, y ante lo último sí la miró. Tragó saliva y volvió a bajar la mirada. ¿Qué decía ahora? ¿Que se alegraba de que hubiera tomado esa decisión? La parte de él que se alegraba era la de saber que aún podían no dejarles ganar la batalla, pero tenía clarísimo que eso era alargar un sufrimiento que Alice no quería alargar. No podía alegrarse de eso.
Tragó saliva una vez más antes de hablar. - Siento haberte gritado. Lo siento muchísimo. - Dijo de corazón. Negó con la cabeza, aún con la mirada agachada. - Ayer estaba muy enfadado, pero no quiero que pienses que era contigo. Era con ellos y con esta situación, y en medio de mi enfado... vi... Cada vez que oigo a esa mujer decir ciertas cosas, me hierve la sangre. Lo tenía demasiado reciente, lo había oído hacía apenas minutos, y cuando estuvimos en el notario, de repente vi claro lo que había, sentí que ya no podían haceros daño gracias a esa cláusula y eso me dio un alivio que no he sentido en todos estos meses. Me enfadó enormemente ver que tu hermano no estaba, pero por otro lado... cuando lo supe, pensé: entonces ya no hay prisa. - Ahora sí, la miró. - Lo siento. Yo también odio estar aquí, odio verte sufrir de esta forma. Pero... me he centrado en tres objetivos: recuperar a tu hermano, saber el por qué de esta situación y... asegurarme de que no ganaban ellos. No es una cuestión de venganza, Alice, aunque reconozco que me encantaría vengarme y todos tendríamos motivos sobrados para hacerlo. - Se mojó los labios y retiró de nuevo la mirada. - Es una cuestión de que sabía que todo esto no era ni por Dylan ni por cuestionaros a tu padre y a ti, era por otra cosa, y quería que se demostrara ante la ley y que el peso de esta les cayera. Lo vi todo muy claro con la lectura del testamento y... me esperancé en ello. Mi urgencia era que tu hermano no pasara ni un segundo más con esa mujer. Y aunque me irrite saber que no está en Hogwarts, saber que está protegido en un colegio me deja más tranquilo. Por eso... pensé, ya no tenemos tanta prisa. Tenemos hasta Navidad, que volvería a salir, para resolver esto, y estaba convencido de que no íbamos a tardar tanto. - Se encogió de hombros. - En todo este procesamiento... no he contado con lo que tú querías, y lo siento muchísimo. Ayer llegué aquí muy enfadado y, cuando te vi tan determinada a zanjarlo ya, ahora que yo sentía que teníamos una baza y menos prisa, no di crédito. Y supongo que... eso mismo que hice de no contar mentalmente con tu opinión, era lo que sentía que hacías tú conmigo. De ahí que mi enfado fuera a más. - La miró de nuevo a los ojos y aferró su mano. - Pero yo no podría enfadarme contigo, Alice, y menos por este motivo. Por decir que la herencia te da igual y que quieres a tu hermano. No eres tú quien me enfada, es... esta maldita situación. Y mentiría si te dijera que no me pongo malo cada vez que lo pienso. - Hizo una pausa, con la mirada perdida, y finalmente asintió, aunque con pesadumbre. - Me parece una buena determinación. Cuenta conmigo. -
Igualmente, estaba tan dormido que era como si su presencia se le hubiera metido en el sueño, y no pudo evitar inquietarse levemente cuando la vio allí. Así vivían en los últimos meses: cualquier cosa les ponía alerta. Pero no pasaba nada, confirmado por su novia, solo quería hablar con él. Se incorporó ligeramente, dándose la vuelta para dejar de estar boca abajo y ponerse más a la altura de ella, frotándose la cara. Agachó la cabeza. - Yo también. - Aseguró. Estaba convencido de que su mal dormir estaba más relacionado con saberse peleado con Alice que con cualquier otra cosa.
Le dio la mano a su novia y no levantó la mirada cuando dijo esas palabras. Eso le había dolido, sí, pero también sabía que Alice no lo pensaba, que había sido fruto del momento y de lo enfadados que ambos estaban. La dejó hablar, y ante lo último sí la miró. Tragó saliva y volvió a bajar la mirada. ¿Qué decía ahora? ¿Que se alegraba de que hubiera tomado esa decisión? La parte de él que se alegraba era la de saber que aún podían no dejarles ganar la batalla, pero tenía clarísimo que eso era alargar un sufrimiento que Alice no quería alargar. No podía alegrarse de eso.
Tragó saliva una vez más antes de hablar. - Siento haberte gritado. Lo siento muchísimo. - Dijo de corazón. Negó con la cabeza, aún con la mirada agachada. - Ayer estaba muy enfadado, pero no quiero que pienses que era contigo. Era con ellos y con esta situación, y en medio de mi enfado... vi... Cada vez que oigo a esa mujer decir ciertas cosas, me hierve la sangre. Lo tenía demasiado reciente, lo había oído hacía apenas minutos, y cuando estuvimos en el notario, de repente vi claro lo que había, sentí que ya no podían haceros daño gracias a esa cláusula y eso me dio un alivio que no he sentido en todos estos meses. Me enfadó enormemente ver que tu hermano no estaba, pero por otro lado... cuando lo supe, pensé: entonces ya no hay prisa. - Ahora sí, la miró. - Lo siento. Yo también odio estar aquí, odio verte sufrir de esta forma. Pero... me he centrado en tres objetivos: recuperar a tu hermano, saber el por qué de esta situación y... asegurarme de que no ganaban ellos. No es una cuestión de venganza, Alice, aunque reconozco que me encantaría vengarme y todos tendríamos motivos sobrados para hacerlo. - Se mojó los labios y retiró de nuevo la mirada. - Es una cuestión de que sabía que todo esto no era ni por Dylan ni por cuestionaros a tu padre y a ti, era por otra cosa, y quería que se demostrara ante la ley y que el peso de esta les cayera. Lo vi todo muy claro con la lectura del testamento y... me esperancé en ello. Mi urgencia era que tu hermano no pasara ni un segundo más con esa mujer. Y aunque me irrite saber que no está en Hogwarts, saber que está protegido en un colegio me deja más tranquilo. Por eso... pensé, ya no tenemos tanta prisa. Tenemos hasta Navidad, que volvería a salir, para resolver esto, y estaba convencido de que no íbamos a tardar tanto. - Se encogió de hombros. - En todo este procesamiento... no he contado con lo que tú querías, y lo siento muchísimo. Ayer llegué aquí muy enfadado y, cuando te vi tan determinada a zanjarlo ya, ahora que yo sentía que teníamos una baza y menos prisa, no di crédito. Y supongo que... eso mismo que hice de no contar mentalmente con tu opinión, era lo que sentía que hacías tú conmigo. De ahí que mi enfado fuera a más. - La miró de nuevo a los ojos y aferró su mano. - Pero yo no podría enfadarme contigo, Alice, y menos por este motivo. Por decir que la herencia te da igual y que quieres a tu hermano. No eres tú quien me enfada, es... esta maldita situación. Y mentiría si te dijera que no me pongo malo cada vez que lo pienso. - Hizo una pausa, con la mirada perdida, y finalmente asintió, aunque con pesadumbre. - Me parece una buena determinación. Cuenta conmigo. -
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The hateful heirs Con Marcus | En Long Island | el 2 de septiembre de 2002 |
Negó con la cabeza a su disculpa. — Los dos gritamos. Esto es… Difícil. — Dijo con un suspiro. No podían pretender estar siempre por encima de la situación. Asintió cuando dijo que era contra las circunstancias. — Lo sé. Es que ayer no… No podía ver nada claro, ¿sabes? Vi una salida y quería cogerla, a pesar de todo. Y solo veía que tú y yo nunca hemos estado tan en desacuerdo en nada y… Duele tanto todo esto y no ver los dos el mismo final… — Se le ponía un nudo en la garganta solo de recordarlo, y tenía que tragar saliva y regular la respiración para no echarse a llorar otra vez.
Escuchó lo del peso de la ley y se encogió de hombros con tristeza. — Lo sé. Si lo peor es que lo sé, lo entiendo… — Se tapó la cara con la mano libre. — Es que siento como si, cada vez que lo enfoco, apareciera la otra opción diciédome, ¿qué es tener todo ese dinero a cambio de tener a Dylan aquí y ahora? Y les olvido, a todos. A Lucy Van Der Luyden, a Bethany… — Se mordió los labios. — Me he olvidado hasta de ti. Tú no contaste con mi opinión y yo tampoco con la tuya, porque estamos tan acostumbrados a tener la misma, que simplemente nos lanzamos a ello, con la misma seguridad que hacemos todo y… Bueno, para todo hay una primera vez. —
Subió las piernas al colchón y se arrastró para poder acercarse hacia él y rodear su tronco con un brazo, mirándole de más cerca. — Yo tampoco podría enfadarme contigo por querer justicia para mi madre. Por querer condenar a esa gente y por querer que Dylan y yo queramos una vida mejor. Es solo que no lo veo posible, y no quiero seguir gastando energías en cosas que parecen imposibles cuando conozco una forma de zanjarlo. — Suspiró y acarició su mejilla. — Pero sé que solo quieres lo mejor para nosotros. Para Dylan, para ti y para mí… Para nuestra familia, porque eso somos los O’Donnell y los Gallia. — Los ojos se le humedecieron. — Ayer tu madre me dijo que el amor adulto también es no estar siempre de acuerdo. Que no por eso nos íbamos a querer menos y… Para variar tiene razón. — Rio un poco. — No te quiero hoy ni un poquito menos de lo que te quería ayer. Siempre un poquito más, porque veo qué es lo que quieres, lo que buscas para mí y nuestra familia… — Inspiró. — Por eso he accedido a lo que proponen Rylance y tu madre. Pero voy a serte sincera, mi amor. — Clavó sus ojos en los de él. — Si la propuesta me parece demasiado complicada o larga, usaré el dinero para que me devuelvan a Dylan y firmen la renuncia. — Le dio un beso en la mano. — Sé que no lo compartirás… Pero al menos ahora sé que lo aceptarás. Y que no me querrás menos por ello.— Suspiró y tiró de él hacia la cama. — Es muy pronto… Nadie sabe que estamos despiertos, y apuesto lo que quieras a que has dormido tan mal como yo. — Se abrazó a su torso y se apoyó en su pecho. — ¿Podemos dormir aunque sea un ratito? Así… que es como mejor dormimos. — Y, aunque fuera por un par de horas, sentir que eran solamente ellos, en una cama, remoloneando como les gustaba, antes de enfrentarse a todo lo demás.
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Damocles Con Alice | En Nueva York | 7 de septiembre de 2002 |
Había asegurado con mucho convencimiento que tenía paciencia de sobra para aguantar lo que hubiera que aguantar hasta dar con la solución y traer a Dylan de vuelta por los medios legales (que consideraba más que en su favor) y sin tener que hacer renuncias de por medio. No había pasado ni una semana desde que tuviera su desencuentro con Alice y acabaran acordando que intentarían buscar dicha vía pero que, si veían que se eternizaban, optarían por el camino rápido y hasta aquí llegarían sus intentos. Lo dicho, Marcus había afirmado tener paciencia más que de sobra, tenacidad y persistencia para encontrarlo... pero lo cierto es que solo estaban encontrando trabas. Pensó que aquello les llevaría semanas o incluso meses y que su mayor escollo sería lograr que Alice estuviera dispuesta a aguantar tanto. Pero, a más descubrían del tema, más complicado se planteaba. Se estaba irritando no por el tiempo de espera o por verse inmerso en un monotema que no acababa nunca, con eso contaba; se estaba irritando porque, con lo que no contaba, era con que la ley no les diera la razón sin ningún atisbo de duda. Con que todo fuera tan complicado y retorcido, y que las cosas más obvias del mundo "no se pudieran demostar así como así" o "no fueran tan fáciles". De verdad que no daba crédito. Y esa carencia de lógica jugaba bastante en contra de su capacidad de aguante.
Habían vuelto a hablar con Nicole y con Howard, pero no sacaban nada en claro. Aaron había decidido no ir al notario hasta que Alice no tomara una resolución sobre su propio tema, quería apoyar y no tenía ninguna prisa (total, estaba convencidísimo de vender la casa y largarse con lo que sacara por ella, y no iba a irse hasta que no se fueran ellos). Tocaba volver a hablar con su madre y con Rylance a través del espejo... y algo le decía que iba a tener que empezar a Claudicar. Esperó junto a Alice, en silencio, los dos serios y con la mirada perdida, a que el espejo indicara que sus interlocutores estaban al otro lado. No se sacaba de la cabeza que los Van Der Luyden iban a salir victoriosos con todo aquello... y no lo podía llevar peor. Pero quería apoyar a Alice, y había hecho un trato con ella: lo iban a intentar pero, si no funcionaba, renunciaría. ¡Pero es que apenas habían pasado cinco días! Era muy pronto y quería aferrarse a la idea de que aún podían hacerse más cosas. Al parecer, era el único.
- Buenas tardes. - Oyó la voz de su madre, que le hizo salir de su divagación, descruzarse de brazos y acercarse al espejo. - Hola, mamá. - La mujer le esbozó una sonrisa sutil a él y otra a Alice. - Hola, Rylance. - Hola, Marcus y Alice. - Ya no le estaba gustando el tono del abogado. Ese hombre no era precisamente la alegría de la fiesta, pero cuando hablaba como quien suspira, no era buena señal. De hecho, eso hizo acto seguido, suspirar. - Mirad... me he estado informando día y noche sobre todas las bazas que tenemos, tanto a nuestro favor, como en nuestra contra, como... volubles, por así decirlo. Aquellas que dependen de quien las mire y utilice. - Marcus estaba verdaderamente intrigado por conocer qué exactamente podía no estar en el grupo de bazas en su favor, porque no lo veía. - Podemos seguir mirando y mirando, pero... - Miró a Alice. - Ya hemos hablado de cómo puede eternizarse este proceso, y honestamente... veo cada vez menos garantías de que el resultado cambie sustancialmente por echarle más tiempo. ¿Podríamos llegar a una victoria absoluta? - Hizo una pausa. - Quizás. Con muchísima suerte, con muchísima influencia pero sobre todo con muchísimo tiempo. Y ni siquiera puedo asegurarlo al cien por cien, de ahí que haya dicho quizás. Pero tampoco quiero desesperanzaros al respecto. - El hombre soltó levemente aire por la nariz. - Toca tomar decisiones. Yo puedo seguir investigando todo el tiempo que me lo pidais. Pero quiero ser honesto ante todo con vosotros. -
Habían vuelto a hablar con Nicole y con Howard, pero no sacaban nada en claro. Aaron había decidido no ir al notario hasta que Alice no tomara una resolución sobre su propio tema, quería apoyar y no tenía ninguna prisa (total, estaba convencidísimo de vender la casa y largarse con lo que sacara por ella, y no iba a irse hasta que no se fueran ellos). Tocaba volver a hablar con su madre y con Rylance a través del espejo... y algo le decía que iba a tener que empezar a Claudicar. Esperó junto a Alice, en silencio, los dos serios y con la mirada perdida, a que el espejo indicara que sus interlocutores estaban al otro lado. No se sacaba de la cabeza que los Van Der Luyden iban a salir victoriosos con todo aquello... y no lo podía llevar peor. Pero quería apoyar a Alice, y había hecho un trato con ella: lo iban a intentar pero, si no funcionaba, renunciaría. ¡Pero es que apenas habían pasado cinco días! Era muy pronto y quería aferrarse a la idea de que aún podían hacerse más cosas. Al parecer, era el único.
- Buenas tardes. - Oyó la voz de su madre, que le hizo salir de su divagación, descruzarse de brazos y acercarse al espejo. - Hola, mamá. - La mujer le esbozó una sonrisa sutil a él y otra a Alice. - Hola, Rylance. - Hola, Marcus y Alice. - Ya no le estaba gustando el tono del abogado. Ese hombre no era precisamente la alegría de la fiesta, pero cuando hablaba como quien suspira, no era buena señal. De hecho, eso hizo acto seguido, suspirar. - Mirad... me he estado informando día y noche sobre todas las bazas que tenemos, tanto a nuestro favor, como en nuestra contra, como... volubles, por así decirlo. Aquellas que dependen de quien las mire y utilice. - Marcus estaba verdaderamente intrigado por conocer qué exactamente podía no estar en el grupo de bazas en su favor, porque no lo veía. - Podemos seguir mirando y mirando, pero... - Miró a Alice. - Ya hemos hablado de cómo puede eternizarse este proceso, y honestamente... veo cada vez menos garantías de que el resultado cambie sustancialmente por echarle más tiempo. ¿Podríamos llegar a una victoria absoluta? - Hizo una pausa. - Quizás. Con muchísima suerte, con muchísima influencia pero sobre todo con muchísimo tiempo. Y ni siquiera puedo asegurarlo al cien por cien, de ahí que haya dicho quizás. Pero tampoco quiero desesperanzaros al respecto. - El hombre soltó levemente aire por la nariz. - Toca tomar decisiones. Yo puedo seguir investigando todo el tiempo que me lo pidais. Pero quiero ser honesto ante todo con vosotros. -
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Damocles Con Marcus | En Nueva York | 7 de septiembre de 2002 |
No quería decirlo, pero le quemaba en los labios: lo sabía. Lo sabía, y aun así, había elegido creer que había otra opción, porque no quería volver a Inglaterra y decir “hola, familia, hemos perdido varios millones, os dije que era buena idea mandarme a América”. A la luz de su discusión con Marcus, y la posterior conversación con Emma, había empezado a desarrollar una esperanza de… Bueno, de no tener que rendirlo todo a los pies de los Van Der Luyden. Marcus siempre supo ponerle ideas más grandes que las que ella pudiera concebir en la cabeza. Pero, al final, su primer pensamiento había sido más acertado. Quizá estaba más acostumbrada a perder que su novio, pero, por un momento, había querido creer que sí, que había una posibilidad de que ellos ganaran al cien por cien. Dylan y el dinero, todo junto. Estaba claro que no.
Pero todo esto no lo decía, porque bastante estaban ya sufriendo, y si encima le decía a su novio que había llegado a albergar esperanzas, peor se lo iba a tomar para consigo mismo, que ya le estaba costando tragarse esa píldora, así que se quedaba callada, dándole la mano y esperando a ver qué decían Emma y Rylance.
Los tonos, de inicio, no eran muy halagüeños. Suspiró y escuchó lo que decía el abogado y se limitó a asentir lentamente. Pues si esas eran sus palabras, todo lo que podía decir ella era que hasta ahí había llegado la lucha. El dinero era suyo para controlarlo, el tiempo no, así que no había más que hablar. — Pues ya sabéis qué es lo que decido. — Dijo tranquila, sin querer alargarlo más. — No voy a esperar para no tener claro que lo vamos a conseguir. — Miró a Marcus y con los ojos quiso decirle: perdón, mi amor. No puedo seguir luchando. Rylance asintió y miró a Emma, que se adelantó un poco y se sentó junto a él. — Vale, Alice. Es comprensible y… Viendo lo que hemos visto estos días… Lo comparto. — Eso la hizo parpadear. No es que se sorprendiera, Emma se lo había prometido, pero no era una persona que se rindiera con tanta facilidad, así que muy mal lo debía estar viendo. — Pero hay que discutir los términos en los que nos vamos a rendir. Hay que hacerles creer que esto no es una rendición, eso para empezar. — Ella suspiró un poco, porque esas cosas no se le daban nada bien. — Y para seguir… ¿Puedo convencerte de que no renuncies al dinero de Dylan? — Ella frunció el ceño. — ¿Cómo? — Rylance asintió. — Sí. Parece que lo que sus parientes quieren es el dinero en su totalidad, su parte y la de su hermano, pero usted, ahora mismo solo puede disponer de su propia parte. Es con la que puede negociar. Y en el momento en que la custodia sea suya, el dinero de Dylan también lo será. — Iba entendiendo, pero se llevó una mano a los labios, pensando. — Pero los Van Der Luyden no se van a conformar con una parte, ya la tienen de hecho. — No hasta que tú y Aaron os pongáis de acuerdo con el testamento en la lectura. Hay que hacerles entender que es tu parte solo o nada. — Dijo Emma, con ese tono entre sibilino y frío como el hielo que ella no sabía poner. Miró a Marcus y suspiró. — ¿Crees que podemos convencerles? ¿Convencernos nosotros mismos? — No tendrán que hacerlo solos. — Dijo Rylance, y los dos se volvieron a mirarle.
Pero todo esto no lo decía, porque bastante estaban ya sufriendo, y si encima le decía a su novio que había llegado a albergar esperanzas, peor se lo iba a tomar para consigo mismo, que ya le estaba costando tragarse esa píldora, así que se quedaba callada, dándole la mano y esperando a ver qué decían Emma y Rylance.
Los tonos, de inicio, no eran muy halagüeños. Suspiró y escuchó lo que decía el abogado y se limitó a asentir lentamente. Pues si esas eran sus palabras, todo lo que podía decir ella era que hasta ahí había llegado la lucha. El dinero era suyo para controlarlo, el tiempo no, así que no había más que hablar. — Pues ya sabéis qué es lo que decido. — Dijo tranquila, sin querer alargarlo más. — No voy a esperar para no tener claro que lo vamos a conseguir. — Miró a Marcus y con los ojos quiso decirle: perdón, mi amor. No puedo seguir luchando. Rylance asintió y miró a Emma, que se adelantó un poco y se sentó junto a él. — Vale, Alice. Es comprensible y… Viendo lo que hemos visto estos días… Lo comparto. — Eso la hizo parpadear. No es que se sorprendiera, Emma se lo había prometido, pero no era una persona que se rindiera con tanta facilidad, así que muy mal lo debía estar viendo. — Pero hay que discutir los términos en los que nos vamos a rendir. Hay que hacerles creer que esto no es una rendición, eso para empezar. — Ella suspiró un poco, porque esas cosas no se le daban nada bien. — Y para seguir… ¿Puedo convencerte de que no renuncies al dinero de Dylan? — Ella frunció el ceño. — ¿Cómo? — Rylance asintió. — Sí. Parece que lo que sus parientes quieren es el dinero en su totalidad, su parte y la de su hermano, pero usted, ahora mismo solo puede disponer de su propia parte. Es con la que puede negociar. Y en el momento en que la custodia sea suya, el dinero de Dylan también lo será. — Iba entendiendo, pero se llevó una mano a los labios, pensando. — Pero los Van Der Luyden no se van a conformar con una parte, ya la tienen de hecho. — No hasta que tú y Aaron os pongáis de acuerdo con el testamento en la lectura. Hay que hacerles entender que es tu parte solo o nada. — Dijo Emma, con ese tono entre sibilino y frío como el hielo que ella no sabía poner. Miró a Marcus y suspiró. — ¿Crees que podemos convencerles? ¿Convencernos nosotros mismos? — No tendrán que hacerlo solos. — Dijo Rylance, y los dos se volvieron a mirarle.
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Damocles Con Alice | En Nueva York | 7 de septiembre de 2002 |
Tragó saliva y trató de disimular tan pronto escuchó a Alice. Él había dado su palabra de apoyarla en su decisión, y ciertamente Rylance no se estaba mostrando muy positivo con sus alternativas... pero es que lo seguía viendo demasiado pronto. Para Marcus, nunca iba a ser buen momento de tomar la decisión de claudicar. Prefería seguir escuchando lo que el abogado tenía que decir, por su hubiera algo a lo que se pudieran agarrar, aunque a Alice le hubiera faltado tiempo para determinar que ahí acababan los intentos.
Devolvió una sonrisa tranquilizadora (aunque un poco artificial) y un apretón a la mano de su novia cuando le miró con disculpa. De verdad que la quería apoyar, y lo hacía... Su obstinación por querer continuar aunque fuera un poco más no era por él, sino por ella. No sabía cómo transmitir que era por ella, por Dylan, por Janet, por todos en general, y no por una cabezonería personal. Pero hasta él era consciente de que estaba encabezonado en el asunto, como para transmitir lo contrario. Tampoco iba a hacer falta porque esa parte ya iba a ponerla su madre, que le superaba mil veces en inteligencia estratega, en madurez y en temple, así que asintió en silencio a lo que tenía que decir.
Había empezado diciendo que lo compartía, pero ese "lo comparto" a Marcus le había sonado a llevar un pero detrás. Conocía a su madre, y solo con mirarla sabía que estaba en el mismo barco que él. Pero, lo dicho: más inteligente para esas cosas, muchísimo más templada. Tenía un as en la manga seguro y estaba deseando oírlo. Solo con eso de hacerles creer que no se estaban rindiendo sintió que empezaba a venirse arriba. Lo dicho, no quería darles su victoria tan fácilmente, la iban a tener que suplicar. Que se diera la vuelta la situación y el poder lo tuvieran ellos, porque Dylan ahora estaba protegido en un colegio. Si alguien tenía ahora lo que el otro quería, eran ellos. Y eso no era todo, porque ahí estaba el as en la manga de su madre.
Efectivamente, Alice podía disponer sobre su propio dinero, pero no sobre el de Dylan, menos aún sin ser su tutora legal. No podría hacerlo hasta que le hubieran devuelto la custodia, y con eso podían negociar: o la mitad o nada. Se le estaba escapando la leve sonrisa ladeada. No lo podía evitar: sí que quería sentirse ganador de aquel duelo. Aunque había algo que se le escapaba, por lo que frunció el ceño, pensando unos instantes. - La cuestión es que, como dice Alice, ellos ya tienen esa mitad. Si no aceptan porque ya tienen la parte de Dylan, estaríamos en las mismas. - Ahí es donde podemos sacar todos los testimonios e informaciones que tenemos. Además de que habría que proceder a la lectura del testamento de todas las partes ante el notario y quedará constancia de para qué quieren la custodia de Dylan. - Dijo Rylance. Marcus parpadeó. - Amenazarles con sus ilegalidades. - Se encogió de hombros. - ¿Por qué no directamente desde la posición en la que estamos? Si sentimos que tenemos las de ganar... - Pero no lo suficiente. - Aseveró Emma. - Si Alice renuncia a su parte y ellos a la custodia de Dylan, se firmará una especie de pacto de no agresión en el que todos se llevarán la parte que quieren. Si nos negamos a ello y luchamos con todo, como hemos dicho, esto se podría eternizar. Y si quienes se niegan son ellos, podéis utilizar un montón de armas legales para no dejarles disfrutar de su ansiado dinero tranquilos, por no hablar de que se tendrían que hacer cargo del menor y estarían muy vigilados de que esté en condiciones. No les compensa, creedme. - Eso último lo dijo con tono despreciativo.
Y entonces, Alice y él se miraron. ¿Convencerles? Lo podían intentar, pero hasta el propio Marcus veía lagunas, tendría que enterarse muy bien de cómo iba la cosa. Por unos instantes creyeron que tendrían que enfrentarse a eso solos... pero no iba a ser así. Marcus parpadeó unos instantes, el tiempo para reaccionar a sus palabras. - ¿Vienes aquí? - Miró a su madre y, con una voz esperanzada casi infantil, dijo. - ¿Vais a venir? - Irá Edward. - Se apresuró a matizar Emma, aunque mirándole con ternura. - Ojalá estar allí con vosotros, hijo, pero... - No, no, no te preocupes, entiendo. - Aseguró rápidamente, aunque por un segundo había esperado volver a ver a su madre y puede que se hubiera llevado un leve chasco. Igualmente, era una gran noticia que el abogado viniera, así que volvió a mirarle. - ¿Vas a venir a ayudarnos? - Soy vuestro abogado y nos enfrentamos a un asunto muy delicado. Es mi deber. - Respondió el hombre, con toda la calidez que podía usar. No era serio ni brusco en su hablar, en absoluto, solo... era como si no practicara mucho eso de hablar con gente. El abogado miró a Alice y dijo. - No tendrá por que ir sola a enfrentarse legalmente a esa gente. No tendrá por qué decir una palabra si no quiere. Yo iré con usted a hacer esa lectura ante notario. Vamos a intentar que este asunto llegue a su final lo antes posible. -
Devolvió una sonrisa tranquilizadora (aunque un poco artificial) y un apretón a la mano de su novia cuando le miró con disculpa. De verdad que la quería apoyar, y lo hacía... Su obstinación por querer continuar aunque fuera un poco más no era por él, sino por ella. No sabía cómo transmitir que era por ella, por Dylan, por Janet, por todos en general, y no por una cabezonería personal. Pero hasta él era consciente de que estaba encabezonado en el asunto, como para transmitir lo contrario. Tampoco iba a hacer falta porque esa parte ya iba a ponerla su madre, que le superaba mil veces en inteligencia estratega, en madurez y en temple, así que asintió en silencio a lo que tenía que decir.
Había empezado diciendo que lo compartía, pero ese "lo comparto" a Marcus le había sonado a llevar un pero detrás. Conocía a su madre, y solo con mirarla sabía que estaba en el mismo barco que él. Pero, lo dicho: más inteligente para esas cosas, muchísimo más templada. Tenía un as en la manga seguro y estaba deseando oírlo. Solo con eso de hacerles creer que no se estaban rindiendo sintió que empezaba a venirse arriba. Lo dicho, no quería darles su victoria tan fácilmente, la iban a tener que suplicar. Que se diera la vuelta la situación y el poder lo tuvieran ellos, porque Dylan ahora estaba protegido en un colegio. Si alguien tenía ahora lo que el otro quería, eran ellos. Y eso no era todo, porque ahí estaba el as en la manga de su madre.
Efectivamente, Alice podía disponer sobre su propio dinero, pero no sobre el de Dylan, menos aún sin ser su tutora legal. No podría hacerlo hasta que le hubieran devuelto la custodia, y con eso podían negociar: o la mitad o nada. Se le estaba escapando la leve sonrisa ladeada. No lo podía evitar: sí que quería sentirse ganador de aquel duelo. Aunque había algo que se le escapaba, por lo que frunció el ceño, pensando unos instantes. - La cuestión es que, como dice Alice, ellos ya tienen esa mitad. Si no aceptan porque ya tienen la parte de Dylan, estaríamos en las mismas. - Ahí es donde podemos sacar todos los testimonios e informaciones que tenemos. Además de que habría que proceder a la lectura del testamento de todas las partes ante el notario y quedará constancia de para qué quieren la custodia de Dylan. - Dijo Rylance. Marcus parpadeó. - Amenazarles con sus ilegalidades. - Se encogió de hombros. - ¿Por qué no directamente desde la posición en la que estamos? Si sentimos que tenemos las de ganar... - Pero no lo suficiente. - Aseveró Emma. - Si Alice renuncia a su parte y ellos a la custodia de Dylan, se firmará una especie de pacto de no agresión en el que todos se llevarán la parte que quieren. Si nos negamos a ello y luchamos con todo, como hemos dicho, esto se podría eternizar. Y si quienes se niegan son ellos, podéis utilizar un montón de armas legales para no dejarles disfrutar de su ansiado dinero tranquilos, por no hablar de que se tendrían que hacer cargo del menor y estarían muy vigilados de que esté en condiciones. No les compensa, creedme. - Eso último lo dijo con tono despreciativo.
Y entonces, Alice y él se miraron. ¿Convencerles? Lo podían intentar, pero hasta el propio Marcus veía lagunas, tendría que enterarse muy bien de cómo iba la cosa. Por unos instantes creyeron que tendrían que enfrentarse a eso solos... pero no iba a ser así. Marcus parpadeó unos instantes, el tiempo para reaccionar a sus palabras. - ¿Vienes aquí? - Miró a su madre y, con una voz esperanzada casi infantil, dijo. - ¿Vais a venir? - Irá Edward. - Se apresuró a matizar Emma, aunque mirándole con ternura. - Ojalá estar allí con vosotros, hijo, pero... - No, no, no te preocupes, entiendo. - Aseguró rápidamente, aunque por un segundo había esperado volver a ver a su madre y puede que se hubiera llevado un leve chasco. Igualmente, era una gran noticia que el abogado viniera, así que volvió a mirarle. - ¿Vas a venir a ayudarnos? - Soy vuestro abogado y nos enfrentamos a un asunto muy delicado. Es mi deber. - Respondió el hombre, con toda la calidez que podía usar. No era serio ni brusco en su hablar, en absoluto, solo... era como si no practicara mucho eso de hablar con gente. El abogado miró a Alice y dijo. - No tendrá por que ir sola a enfrentarse legalmente a esa gente. No tendrá por qué decir una palabra si no quiere. Yo iré con usted a hacer esa lectura ante notario. Vamos a intentar que este asunto llegue a su final lo antes posible. -
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Damocles Con Marcus | En Nueva York | 9 de septiembre de 2002 |
Cuatro días. Era lo que tenían que esperar para tener a Rylance allí y empezar a ver el final de toda aquella situación. Recordando cuánto le costó a ella, sabía que tres días lectivos (porque el domingo estaba en medio) era poquísimo tiempo para arreglar todos los papeles y preparar un viaje como aquel, pero no podía evitar pensar que se le iban a hacer eternos. Lo bueno es que tenía a media tropa Lacey allí para distraerla, y como no había habido barbacoa el sábado, estaba habiendo brunch el lunes. Así eran los Lacey, si te saltabas una comida familiar, encontraban otra con igual de fundamento rápidamente.
El brunch le parecía a Alice un invento americano a más no poder, y que temía que fuera la única costumbre que su novio aceptaría traerse a su isla, porque era una especie de desayuno comida quejuntaba lo mejor de los dos mundos con cantidades ingentes de comida, en la que estaba permitida desde una tortilla, al café, los gofres, champán y brochetas de pollo. Al ser lunes, solo estaban Jason (¿cómo hacía para escaquearse tanto del trabajo?) Sophia, Frankie Jr y las niñas, que se las habían traído para darle un poco de tranquilidad a Shannon. Hacía un día tibio pero bonito, y todos estaban muy contentos, y aunque no habían dado muchas pistas, todos sabían que se venían cosas importantes porque, por supuesto, no había evento que esperaran más los Lacey que la venida del afamado abogado, al que ya tenían mínimo entronizado como santo.
Pero Alice tenía algo rondándole la cabeza… Y es que hasta los Lacey tenían más datos que su propia familia sobre lo que estaba pasando y lo que estaba a punto de ocurrir, y estaba a apenas minutos de entrar en contacto con los Gallia reunidos en casa de sus abuelos, porque Arnold iba a llevarles el espejo. Quería ser ella la que contara la historia, y aguantar tener que hablar con su padre y la posible reacción de su abuela. Pero había acordado con Marcus estar sola, y sabía que su novio estaba desesperado por apoyarla y demostrarle amor esos días, pero bastante difícil le iba a ser, no quería implicarle en un momento tenso más. Lo mejor es que, tras el no tan pequeño desencuentro sobre cómo proceder con los Van Der Luyden, parecía que ahí se habían acabado sus desencuentros, y en todo parecían estar de acuerdo, y no había hecho ni falta que se lo pidiera. Pero si conocía de algo a su novio, si no llega a tener una distracción acorde, hubiera estado dando vueltas por el salón estresado, esperando a reparar el daño que le pudieran causar. Pero no era así, y las niñas estaban haciendo de las suyas, y todos bastante contentos, así que, ¿para qué quería más?
— ¡Yo me pido ser la ayudante del domador de dragones! — Saltó Saorsie, sacándola de sus pensamientos. — ¡Jo yo quería! — Se quejó Ada. — Pero puedo ser la médico de todos y tú mi ayudante. — Ofreció Sophia. — ¿Y el primo Frankie? — Contestó Ada quemando su último cartucho. — Yo tengo que entrar al turno en media hora, princesa, no me puedo quedar. — ¿Por qué no quieres ser la ayudante del médico? — Preguntaba ofendida Sophia. — Yo soy lo que me pidáis, puedo hacer de dragón mismamente si queréis. — Aportó Jason. — Yo creo que todos podemos hacer un poquito de todo. — Trataba de poner paz Aaron. Odiaba dejar esa armonía familiar, pero faltaban minutos para su cita, así que se levantó y puso la mejor sonrisa que pudo. — Yo tengo que subir a hablar por el espejo, pero procurad no dejar muy malherido al dragón eh. — Y se despidió, manteniendo la sonrisa, con un beso en la coronilla de su novio que quería decir “todo está bien, estoy lista”. No lo estaba, pero cuanto menos se lo repitiera, mejor.
Después de echar los hechizos para que nadie la molestara, inspiró, se puso delante del espejo y lo giró. Su familia parecía el peor retrato jamás hecho por un pintor. Su abuelo estaba consumido, delgadísimo y con unas ojeras tremendas; su abuela, con aquella cara de señor Slytherin que está lista para lo que el eches, hasta que perdiera los nervios claro; su padre con esa cara de pena y tristeza que, tal y como estaban las cosas, solo le cabreaba más, y su tía, al lado de Erin, con cara de tener que desactivar una bomba en cualquier momento. Suspiró. Aquello iba a ser complicado.
El brunch le parecía a Alice un invento americano a más no poder, y que temía que fuera la única costumbre que su novio aceptaría traerse a su isla, porque era una especie de desayuno comida quejuntaba lo mejor de los dos mundos con cantidades ingentes de comida, en la que estaba permitida desde una tortilla, al café, los gofres, champán y brochetas de pollo. Al ser lunes, solo estaban Jason (¿cómo hacía para escaquearse tanto del trabajo?) Sophia, Frankie Jr y las niñas, que se las habían traído para darle un poco de tranquilidad a Shannon. Hacía un día tibio pero bonito, y todos estaban muy contentos, y aunque no habían dado muchas pistas, todos sabían que se venían cosas importantes porque, por supuesto, no había evento que esperaran más los Lacey que la venida del afamado abogado, al que ya tenían mínimo entronizado como santo.
Pero Alice tenía algo rondándole la cabeza… Y es que hasta los Lacey tenían más datos que su propia familia sobre lo que estaba pasando y lo que estaba a punto de ocurrir, y estaba a apenas minutos de entrar en contacto con los Gallia reunidos en casa de sus abuelos, porque Arnold iba a llevarles el espejo. Quería ser ella la que contara la historia, y aguantar tener que hablar con su padre y la posible reacción de su abuela. Pero había acordado con Marcus estar sola, y sabía que su novio estaba desesperado por apoyarla y demostrarle amor esos días, pero bastante difícil le iba a ser, no quería implicarle en un momento tenso más. Lo mejor es que, tras el no tan pequeño desencuentro sobre cómo proceder con los Van Der Luyden, parecía que ahí se habían acabado sus desencuentros, y en todo parecían estar de acuerdo, y no había hecho ni falta que se lo pidiera. Pero si conocía de algo a su novio, si no llega a tener una distracción acorde, hubiera estado dando vueltas por el salón estresado, esperando a reparar el daño que le pudieran causar. Pero no era así, y las niñas estaban haciendo de las suyas, y todos bastante contentos, así que, ¿para qué quería más?
— ¡Yo me pido ser la ayudante del domador de dragones! — Saltó Saorsie, sacándola de sus pensamientos. — ¡Jo yo quería! — Se quejó Ada. — Pero puedo ser la médico de todos y tú mi ayudante. — Ofreció Sophia. — ¿Y el primo Frankie? — Contestó Ada quemando su último cartucho. — Yo tengo que entrar al turno en media hora, princesa, no me puedo quedar. — ¿Por qué no quieres ser la ayudante del médico? — Preguntaba ofendida Sophia. — Yo soy lo que me pidáis, puedo hacer de dragón mismamente si queréis. — Aportó Jason. — Yo creo que todos podemos hacer un poquito de todo. — Trataba de poner paz Aaron. Odiaba dejar esa armonía familiar, pero faltaban minutos para su cita, así que se levantó y puso la mejor sonrisa que pudo. — Yo tengo que subir a hablar por el espejo, pero procurad no dejar muy malherido al dragón eh. — Y se despidió, manteniendo la sonrisa, con un beso en la coronilla de su novio que quería decir “todo está bien, estoy lista”. No lo estaba, pero cuanto menos se lo repitiera, mejor.
Después de echar los hechizos para que nadie la molestara, inspiró, se puso delante del espejo y lo giró. Su familia parecía el peor retrato jamás hecho por un pintor. Su abuelo estaba consumido, delgadísimo y con unas ojeras tremendas; su abuela, con aquella cara de señor Slytherin que está lista para lo que el eches, hasta que perdiera los nervios claro; su padre con esa cara de pena y tristeza que, tal y como estaban las cosas, solo le cabreaba más, y su tía, al lado de Erin, con cara de tener que desactivar una bomba en cualquier momento. Suspiró. Aquello iba a ser complicado.
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El brunch era el mejor invento que se hubiera hecho en américa, definitivamente. Se estaba poniendo hasta arriba, y eso que él perdía un poco de hambre cuando estaba nervioso, triste o alterado... Solo un poco, que siendo Marcus no era mucho. Y claro, los Lacey habían detectado que él era de buen comer y no paraban de darle más y más comida. Le había venido bien que fueran sus primos, sobre todo las niñas pequeñas, porque le tenían entretenido. Pero sabía que Alice tenía una conversación difícil con los Gallia pendiente y eso le tenía con la cabeza en otra parte.
Miraba a todos con una sonrisa tenue mientras discutían sobre los roles. Su primo Frankie, que pareció detectar que estaba un poco ausente, habló bien alto para llamar su atención. - Mira, el señor alquimista no necesita ayudantes al parecer, ni siquiera se ofrece. - En mi taller tiene cabida todo el mundo con sed de aprendizaje. - Trató de salvar, siguiendo la broma, pero se había incorporado un poco tarde y el juego iba siguiendo su curso sin él. De lo que no perdió pie fue de los movimientos de Alice, y cuando la vio levantarse fue a hacerlo tras ella, a acompañarla a la habitación como si se fuera a perder o algo, pero su novia simplemente le dio un beso y, con una mirada tranquilizadora, fue a cumplir su deber. Algún día llegaría a la mitad del nivel de valentía que tenía ella... En ocasiones como esa se sentía hecho de flan por dentro.
Suspiró y bajó la vista al plato, donde apenas quedaban un par de nueces que movió perezosamente con el tenedor. Notó un par de toques en la cabeza que le hicieron parpadear, y al mirar vio que era su primo mayor con la varita. - ¿Sabes que no es muy seguro usar la varita para darle toquecitos en la cabeza a la gente? - ¿Siempre eres tan gruñón cuando estás preocupado, don alquimista príncipe encantador? - Bromeó el otro, sentándose a su lado. - Venga, solo va a hablar con su familia. - Marcus volvió a suspirar. - ¡Frankie! Hijo, no vayas a llegar tarde. - Yaaaa mamá, ¿cuándo he llegado tarde yo a mi trabajo? - Respondió, y luego se giró a él y le dio en el brazo. - ¡Oye! ¿Tú no decías que querías mirarle algo a tu hermano de mi tienda? No te creas que se me ha olvidado. - Hizo un gesto con la cabeza. - ¿Por qué no aprovechas que Alice está ocupada y te vienes? A esta hora la tienda está bastante tranquila, y siendo lunes estará todo el reparto recién llegado. Te vienes, te despejas y le pillas algo a tu hermano, seguro que eso te pone más contento. Además, os queda poco por aquí, no dejes las compras para última hora que no puedo garantizar no vender todo el género. - Eso le hizo reír levemente. Antes de responder, miró de reojo hacia la casa. No era mala idea, ¿pero y si...? - No se va a morir si sale y no te ve, te lo garantizo. - Dijo la voz de Sophia a su otro lado, con una sonrisa comprensiva. - Va, vete con él. Que si no el muy pesado no te va a dejar hasta que no lo hagas. - Yo también te quiero, hermanita. - Y yo le digo a Alice que has ido a dar una vuelta. Te va a venir bien, y no creo que ella quiera tenerte aquí amargado, ¿a que no? -Sonrió y asintió. - Tenéis razón. Me va a venir bien. -
- Es una presión permanente. - Comentó con voz hastiada, mientras recorría cabizbajo junto a su primo el corto tramo de calle desde donde se aparecieron hasta la puerta de la tienda. - Es como vivir con una espada de Damocles sobre nuestras cabezas. No sabemos cuándo vamos a dar un paso en falso que lo va a tirar todo por tierra, o si de repente aparecerá algo que lo cambiará todo, o si sencillamente todo esto no está sirviendo de nada... - En lo que resoplaba, Frankie le miró comprensivo, poniéndole una mano en el hombro. - Mira, tío: os lo estáis currando muchísimo. Dylan va a volver seguro, es verdad que no sabemos cuando, pero va a volver. Y a esa gente le espera un karma de los malos. Quien sabe, a lo mejor le llega un día una plaga de doxies y los mata a todos. - Marcus negó con la cabeza, con una leve risa resignada por el intento de broma. - Además. - Continuó el chico, ya llegando a la puerta del negocio. - Entre Maeve y mi hermano lo tienen entre algodones. - Eso hizo que Frankie le miraba. - ¿Te han dicho algo? - ¿Cómo no habían caído en preguntar a los familiares si sabían algo de Dylan en Ilvermorny? Estaban con la cabeza en otra parte, de verdad que sí... - ¡Claro! Fergus se ha autoproclamado su defensor particular, cualquiera le toca. Dice que en Pukwudgie le están cebando a galletas, nada que no sepamos de esa casa, y que se pasa el día con Maeve y cuidando animalitos en los terrenos, y que no le quita ojo de encima. Y que se le ve bastante majo. Eso en el idioma Fergus es que le quiere. - Marcus sonrió con ternura y la mirada baja. - Sí, ese es Dylan. - Frankie le miró tiernamente también, unos instantes, y finalmente dijo. - Venga. Vamos a mirar cosas molonas para tu hermano. -
Miraba a todos con una sonrisa tenue mientras discutían sobre los roles. Su primo Frankie, que pareció detectar que estaba un poco ausente, habló bien alto para llamar su atención. - Mira, el señor alquimista no necesita ayudantes al parecer, ni siquiera se ofrece. - En mi taller tiene cabida todo el mundo con sed de aprendizaje. - Trató de salvar, siguiendo la broma, pero se había incorporado un poco tarde y el juego iba siguiendo su curso sin él. De lo que no perdió pie fue de los movimientos de Alice, y cuando la vio levantarse fue a hacerlo tras ella, a acompañarla a la habitación como si se fuera a perder o algo, pero su novia simplemente le dio un beso y, con una mirada tranquilizadora, fue a cumplir su deber. Algún día llegaría a la mitad del nivel de valentía que tenía ella... En ocasiones como esa se sentía hecho de flan por dentro.
Suspiró y bajó la vista al plato, donde apenas quedaban un par de nueces que movió perezosamente con el tenedor. Notó un par de toques en la cabeza que le hicieron parpadear, y al mirar vio que era su primo mayor con la varita. - ¿Sabes que no es muy seguro usar la varita para darle toquecitos en la cabeza a la gente? - ¿Siempre eres tan gruñón cuando estás preocupado, don alquimista príncipe encantador? - Bromeó el otro, sentándose a su lado. - Venga, solo va a hablar con su familia. - Marcus volvió a suspirar. - ¡Frankie! Hijo, no vayas a llegar tarde. - Yaaaa mamá, ¿cuándo he llegado tarde yo a mi trabajo? - Respondió, y luego se giró a él y le dio en el brazo. - ¡Oye! ¿Tú no decías que querías mirarle algo a tu hermano de mi tienda? No te creas que se me ha olvidado. - Hizo un gesto con la cabeza. - ¿Por qué no aprovechas que Alice está ocupada y te vienes? A esta hora la tienda está bastante tranquila, y siendo lunes estará todo el reparto recién llegado. Te vienes, te despejas y le pillas algo a tu hermano, seguro que eso te pone más contento. Además, os queda poco por aquí, no dejes las compras para última hora que no puedo garantizar no vender todo el género. - Eso le hizo reír levemente. Antes de responder, miró de reojo hacia la casa. No era mala idea, ¿pero y si...? - No se va a morir si sale y no te ve, te lo garantizo. - Dijo la voz de Sophia a su otro lado, con una sonrisa comprensiva. - Va, vete con él. Que si no el muy pesado no te va a dejar hasta que no lo hagas. - Yo también te quiero, hermanita. - Y yo le digo a Alice que has ido a dar una vuelta. Te va a venir bien, y no creo que ella quiera tenerte aquí amargado, ¿a que no? -Sonrió y asintió. - Tenéis razón. Me va a venir bien. -
- Es una presión permanente. - Comentó con voz hastiada, mientras recorría cabizbajo junto a su primo el corto tramo de calle desde donde se aparecieron hasta la puerta de la tienda. - Es como vivir con una espada de Damocles sobre nuestras cabezas. No sabemos cuándo vamos a dar un paso en falso que lo va a tirar todo por tierra, o si de repente aparecerá algo que lo cambiará todo, o si sencillamente todo esto no está sirviendo de nada... - En lo que resoplaba, Frankie le miró comprensivo, poniéndole una mano en el hombro. - Mira, tío: os lo estáis currando muchísimo. Dylan va a volver seguro, es verdad que no sabemos cuando, pero va a volver. Y a esa gente le espera un karma de los malos. Quien sabe, a lo mejor le llega un día una plaga de doxies y los mata a todos. - Marcus negó con la cabeza, con una leve risa resignada por el intento de broma. - Además. - Continuó el chico, ya llegando a la puerta del negocio. - Entre Maeve y mi hermano lo tienen entre algodones. - Eso hizo que Frankie le miraba. - ¿Te han dicho algo? - ¿Cómo no habían caído en preguntar a los familiares si sabían algo de Dylan en Ilvermorny? Estaban con la cabeza en otra parte, de verdad que sí... - ¡Claro! Fergus se ha autoproclamado su defensor particular, cualquiera le toca. Dice que en Pukwudgie le están cebando a galletas, nada que no sepamos de esa casa, y que se pasa el día con Maeve y cuidando animalitos en los terrenos, y que no le quita ojo de encima. Y que se le ve bastante majo. Eso en el idioma Fergus es que le quiere. - Marcus sonrió con ternura y la mirada baja. - Sí, ese es Dylan. - Frankie le miró tiernamente también, unos instantes, y finalmente dijo. - Venga. Vamos a mirar cosas molonas para tu hermano. -
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Damocles Con Marcus | En Nueva York | 9 de septiembre de 2002 |
— ¡Hija! ¿Cómo estás? — Se lanzó a preguntar su abuelo y notó una punzada en el pecho. — Muy bien, abuelo. De verdad. — Es que como no podemos hablar contigo… — Pronto empezaba su abuela. — Ya pensábamos que pasaba algo. — Ella mantuvo la sonrisa por su abuelo. — Todo está bien, os lo prometo. Mucho trabajo, más que otra cosa, y con el desfase horario y todo es difícil parar para hablar con vosotros. — ¿Es verdad que viste a Dylan? — Gracias, abuela, por dejar claro lo que importa. Asintió. — Le vi. Estaba bien, físicamente quiero decir. Estaba triste. Por lo primero que preguntó fue por ti, abuelo. — Le dijo con cariño, pero la reacción en Robert fue desbordarse en lágrimas de inmediato. — Mi patito… — Me preguntó por todos, fue prácticamente todo lo que hizo. — Y suplicarme que me lo llevara, pero eso no lo iba a decir, que bastante frágil veía a su abuelo. Su padre y su tía ya estaban llorando también. — Y ahora está en Ilvermony, ya no hay que preocuparse por esa gente, os lo juro. — Tragó saliva y se sentó con las piernas cruzadas en el suelo. Lo que venía ahora era fuerte.
— ¿Y cómo va el caso? ¿Hay posibilidades de traérnoslo pronto? — Preguntó su tata. Miró a su padre por primera vez directamente, porque él algo sabía de todo aquello, pero claramente no se le estaba pasando eso por la cabeza. — Puede que hayamos encontrado… La auténtica razón por la que se llevaron a Dylan. — Todos abrieron mucho los ojos y se inclinaron adelante a la vez, como un nido de lechucitas a por la comida. Suspiró. — Es… Difícil de entender todo esto pero… Básicamente… Mamá era la heredera de su tía, la hermana de Lucy Van Der Luyden. Era una mujer muy MUY rica. Lo suficiente como para que esos buitres se lanzaran sobre su herencia como locos. Pero mamá siempre fue su favorita y… — ¡WILLIAM! — Su abuela había mantenido la paz lo que había tardado en conectar los puntos. — Mamá… — ¡NO! ¡Ni mamá ni mamó! Esa es la mujer que quiso pagar el funeral de Janet, ¿verdad? — Era, abuela. Y sí, era ella. Falleció hace más de un año, cuando yo recibí la primera carta en Hogwarts… — ¡ES QUE LO SABÍA! — Abuela. — Dijo más firme, pero sin levantar la voz. — Si no te callas, no lo sigo contando. — Helena la miró inspirando muy profundamente y, al final, con un digno gesto de la mano, se dejó caer en la silla y dejarla continuar. — Mi madre nunca quiso nada de ellos. — ¡Pero es vuestro! Desde que murió tu madre, ¿no? Vuestro, tuyo y de Dylan. — Señaló su tía, también venida arriba. — No hasta que se lea el testamento con todos los herederos presentes. El tercer heredero es Aaron, el dueño de la casa. — ¿Y QUÉ PASA? — Volvió a mirar a su abuela con cara de “tú sigue”, y volvió resoplar. — Pasa que lo que esa gente quiere es solo el dinero. Si tienen el dinero, no quieren a Dylan. — Y dejó un silencio para que todos fueran asimilando. Todos menos su padre, que la miraba con una sonrisa triste y la mirada perdida. — Es lo que Janet hubiera hecho. Qué orgullosa estaría de ti. — Violet le miró a él y luego a ella. — Alice. Alice, escúchame. No vas a renunciar a ese dinero. — Por supuesto que no, y no solo es suyo ES DE MI NIETO TAMBIÉN. — Ella se pasó las manos por la cara y se armó de paciencia. Paciencia, cariño, la paciencia lo logra todo, ¿no has aprendido tú tantas cosas a veces de paciencia y esfuerzo? Resonó la voz de su madre dentro de su cabeza. Sí, mamá, pero tú tenías demasiada con todo el mundo, le contestó también mentalmente.
— ¿Y cómo va el caso? ¿Hay posibilidades de traérnoslo pronto? — Preguntó su tata. Miró a su padre por primera vez directamente, porque él algo sabía de todo aquello, pero claramente no se le estaba pasando eso por la cabeza. — Puede que hayamos encontrado… La auténtica razón por la que se llevaron a Dylan. — Todos abrieron mucho los ojos y se inclinaron adelante a la vez, como un nido de lechucitas a por la comida. Suspiró. — Es… Difícil de entender todo esto pero… Básicamente… Mamá era la heredera de su tía, la hermana de Lucy Van Der Luyden. Era una mujer muy MUY rica. Lo suficiente como para que esos buitres se lanzaran sobre su herencia como locos. Pero mamá siempre fue su favorita y… — ¡WILLIAM! — Su abuela había mantenido la paz lo que había tardado en conectar los puntos. — Mamá… — ¡NO! ¡Ni mamá ni mamó! Esa es la mujer que quiso pagar el funeral de Janet, ¿verdad? — Era, abuela. Y sí, era ella. Falleció hace más de un año, cuando yo recibí la primera carta en Hogwarts… — ¡ES QUE LO SABÍA! — Abuela. — Dijo más firme, pero sin levantar la voz. — Si no te callas, no lo sigo contando. — Helena la miró inspirando muy profundamente y, al final, con un digno gesto de la mano, se dejó caer en la silla y dejarla continuar. — Mi madre nunca quiso nada de ellos. — ¡Pero es vuestro! Desde que murió tu madre, ¿no? Vuestro, tuyo y de Dylan. — Señaló su tía, también venida arriba. — No hasta que se lea el testamento con todos los herederos presentes. El tercer heredero es Aaron, el dueño de la casa. — ¿Y QUÉ PASA? — Volvió a mirar a su abuela con cara de “tú sigue”, y volvió resoplar. — Pasa que lo que esa gente quiere es solo el dinero. Si tienen el dinero, no quieren a Dylan. — Y dejó un silencio para que todos fueran asimilando. Todos menos su padre, que la miraba con una sonrisa triste y la mirada perdida. — Es lo que Janet hubiera hecho. Qué orgullosa estaría de ti. — Violet le miró a él y luego a ella. — Alice. Alice, escúchame. No vas a renunciar a ese dinero. — Por supuesto que no, y no solo es suyo ES DE MI NIETO TAMBIÉN. — Ella se pasó las manos por la cara y se armó de paciencia. Paciencia, cariño, la paciencia lo logra todo, ¿no has aprendido tú tantas cosas a veces de paciencia y esfuerzo? Resonó la voz de su madre dentro de su cabeza. Sí, mamá, pero tú tenías demasiada con todo el mundo, le contestó también mentalmente.
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Damocles Con Alice | En Nueva York | 7 de septiembre de 2002 |
- Esto te lo regalo. - Coronó Frankie, después de hacerle una prueba práctica de cómo funcionaba el líquido de limpieza muggle sobre las escobas. - Mira, con todas estas cosas le puedes hacer un buen pack. Lo pones en una cestita mona, mi abuela tiene un montón, y quedas como un rey. Un regalo práctico, lleno de cosas necesarias y muy aparente, ideal para un jugador de quidditch profesional. Lo mejor que puedes regalar a alguien que acaba de pasar una prueba tan importante. - Marcus asintió, convencido. - Me gusta. Y creo que a él también le va a gustar. - ¡Claro que sí! - ¿Aquello que es? - ¿Lo de esa vitrina? Guantes de golpeador. Si es cazador, no te los recomiendo. Pero mira, ¿ves eso que parecen como espuelas? Se las llevan como caramelos. - ¿En serio? - Ayudan al agarre a la escoba un montón, ten en cuenta que necesitan las manos lo más libres posibles. Échales un vistazo mientras te preparo todo esto. - Lo cierto es que la tienda tenía un montón de cosas, y Frankie como vendedor no tenía igual. Entre la labia de su primo, y lo arriba que se venía Marcus con los regalos, además de las ganas que tenía de obsequiar a su hermano y de hacer algo satisfactorio entre tanto mal sabor de boca, aquello era un peligro. Debía haber ido Alice con él para atarle en corto.
Se puso a mirar las supuestas espuelas de agarre en la vitrina. Aquello era un mundo muy desconocido para él, pero Marcus nunca desdeñaba el aprendizaje, así que ahí estaba, muy concentrado leyendo los mil tipos de una cosa que acababa de enterarse de que existía. Ahora tenía un hermano dedicado al quidditch profesional, tendría que familiarizarse con aquello. - ¡Vaya, dichosos los ojos, pero si es mi mejor vendedora! -Bramó Frankie a quien acababa de entrar en la tienda, mientras Marcus seguía mirando la vitrina, de espaldas a la misma. - ¿Ha dejado ya la señorita de dar tumbos por el mundo? Yo ya creía que te me habíais ido con otro. - ¿Dónde iba a encontrar yo otro vendedor con tanta palabrería como tú, Lacey? - ¡Y con mis productos! - Y con tus productos. - Me dices lo que quiero oír... - Y, bajo la una cotidianeidad que a Marcus no sorprendía nada en su primo con una clienta, se dio la vuelta con normalidad... y se quedó impactado. La chica, al intercambiar la mirada con él, también abrió mucho los ojos, pero reaccionó con más alegría y naturalidad. Él aún estaba procesando el impacto de la coincidencia.
- ¡Marcus! ¿Qué haces aquí? - Saludó contenta. - ¡Qué fuerte! ¿Estás de viaje? - Em, ¿os conocéis? - Preguntó Frankie, con la mayor expresión de extrañeza en el rostro que debía tener, señalando a uno y a otro. Él parpadeo. - Sí, bueno, no, esto... Blyth, qué sorpresa. - Se le antojaba tan lejano el inicio del verano, sus quedadas familiares, cuando todo era perfecto y armonioso, que casi había olvidado la existencia de aquel día. Cuando fueron de quedada familiar al museo del quidditch, conocieron a una chica americana que estaba de viaje por Londres... y ahora estaba ante él. ¿Qué probabilidades había de reencontrarse? - ¿De qué os conocéis? - Fue lo único que atinó a preguntar a su primo y a ella. El chico soltó una carcajada, pero la chica, si bien con su sonrisa traviesa y despreocupada de siempre, pareció sentirse levemente pillada. - ¿Bromeas? Tuviera que ver que esta señora no comprara en mi tienda. ¿No te he dicho que soy toda una eminencia en el mundo del quidditch, primito? - ¿Primo? - Preguntó Blyth, mirando con los ojos muy abiertos a Frankie, y luego mirándole a él con una sonrisa divertida. - ¡Eh! No me dijisteis que teníais primos en América. - ¿Pero de qué conoce un tío como tú a...? - Empezó Frankie, y de repente él solo pareció caer. Marcus estaba deseando saber en qué, porque él aún no le había encontrado la lógica a todo aquello. - ¡Aaaaahh, claro! ¡Por tu hermano! Claro, claro, qué torpe, no había caído. - Marcus solo se extrañó más, mirándole con el ceño totalmente fruncido. Blyth soltó una risita y le dijo a Frankie. - Qué va, no es por eso, aunque sí, podría haberlo sido perfectamente. Lo será en poco tiempo, de hecho. - ¿Alguien me puede explicar qué está pasando? - Marcus miró a Frankie. - ¿Por qué iba a conocerla por mi hermano? - Frankie le miró con la boca ligeramente entreabierta. - Estás de coña ¿no? - En absoluto. - Afirmó Marcus, que empezaba a tensarse. La sonrisa de Blyth era enigmática y tranquila, y con un gesto de la mano, pareció ceder a Frankie el honor de sacarle de la duda. - Tío, ¿tu hermano no acaba de pasar las pruebas para los Montrose Magpies? - Sí. - Contestó él, confuso. Tras una pausa de obviedad, donde el chico pasó los ojos de Blythe a él, concluyó. - Pues estás ante la buscadora del equipo. -
Se puso a mirar las supuestas espuelas de agarre en la vitrina. Aquello era un mundo muy desconocido para él, pero Marcus nunca desdeñaba el aprendizaje, así que ahí estaba, muy concentrado leyendo los mil tipos de una cosa que acababa de enterarse de que existía. Ahora tenía un hermano dedicado al quidditch profesional, tendría que familiarizarse con aquello. - ¡Vaya, dichosos los ojos, pero si es mi mejor vendedora! -Bramó Frankie a quien acababa de entrar en la tienda, mientras Marcus seguía mirando la vitrina, de espaldas a la misma. - ¿Ha dejado ya la señorita de dar tumbos por el mundo? Yo ya creía que te me habíais ido con otro. - ¿Dónde iba a encontrar yo otro vendedor con tanta palabrería como tú, Lacey? - ¡Y con mis productos! - Y con tus productos. - Me dices lo que quiero oír... - Y, bajo la una cotidianeidad que a Marcus no sorprendía nada en su primo con una clienta, se dio la vuelta con normalidad... y se quedó impactado. La chica, al intercambiar la mirada con él, también abrió mucho los ojos, pero reaccionó con más alegría y naturalidad. Él aún estaba procesando el impacto de la coincidencia.
- ¡Marcus! ¿Qué haces aquí? - Saludó contenta. - ¡Qué fuerte! ¿Estás de viaje? - Em, ¿os conocéis? - Preguntó Frankie, con la mayor expresión de extrañeza en el rostro que debía tener, señalando a uno y a otro. Él parpadeo. - Sí, bueno, no, esto... Blyth, qué sorpresa. - Se le antojaba tan lejano el inicio del verano, sus quedadas familiares, cuando todo era perfecto y armonioso, que casi había olvidado la existencia de aquel día. Cuando fueron de quedada familiar al museo del quidditch, conocieron a una chica americana que estaba de viaje por Londres... y ahora estaba ante él. ¿Qué probabilidades había de reencontrarse? - ¿De qué os conocéis? - Fue lo único que atinó a preguntar a su primo y a ella. El chico soltó una carcajada, pero la chica, si bien con su sonrisa traviesa y despreocupada de siempre, pareció sentirse levemente pillada. - ¿Bromeas? Tuviera que ver que esta señora no comprara en mi tienda. ¿No te he dicho que soy toda una eminencia en el mundo del quidditch, primito? - ¿Primo? - Preguntó Blyth, mirando con los ojos muy abiertos a Frankie, y luego mirándole a él con una sonrisa divertida. - ¡Eh! No me dijisteis que teníais primos en América. - ¿Pero de qué conoce un tío como tú a...? - Empezó Frankie, y de repente él solo pareció caer. Marcus estaba deseando saber en qué, porque él aún no le había encontrado la lógica a todo aquello. - ¡Aaaaahh, claro! ¡Por tu hermano! Claro, claro, qué torpe, no había caído. - Marcus solo se extrañó más, mirándole con el ceño totalmente fruncido. Blyth soltó una risita y le dijo a Frankie. - Qué va, no es por eso, aunque sí, podría haberlo sido perfectamente. Lo será en poco tiempo, de hecho. - ¿Alguien me puede explicar qué está pasando? - Marcus miró a Frankie. - ¿Por qué iba a conocerla por mi hermano? - Frankie le miró con la boca ligeramente entreabierta. - Estás de coña ¿no? - En absoluto. - Afirmó Marcus, que empezaba a tensarse. La sonrisa de Blyth era enigmática y tranquila, y con un gesto de la mano, pareció ceder a Frankie el honor de sacarle de la duda. - Tío, ¿tu hermano no acaba de pasar las pruebas para los Montrose Magpies? - Sí. - Contestó él, confuso. Tras una pausa de obviedad, donde el chico pasó los ojos de Blythe a él, concluyó. - Pues estás ante la buscadora del equipo. -
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Damocles Con Marcus | En Nueva York | 9 de septiembre de 2002 |
— Si seguís metiendo bulla cierro el espejo y sigo trabajando. — Dijo tranquilamente, pero con un suspiro de cansancio. Se había dado cuenta de que, después de tener que lidiar con los Van Der Luyden, su familia le parecía un patio de colegio que simplemente no puedes permitir que se te suban al hombro. Todos la miraron en silencio y ella continuó. — Hablé con Lucy Van Der Luyden y… — ¿Con ella directamente? ¿Solas? — Preguntó su tía, preocupada. — Con Marcus, pero vamos, que la conversación era entre las dos. Total, que ella me dijo que, efectivamente, el dinero es todo lo que querían, y que si se lo quedan, firmarán la renuncia a la patria potestad. No podrán volver a reclamar a Dylan. — Y ahora, evidentemente, el silencio era mucho más pesado. Ahora sabéis lo que es una espada de Damocles, ahora sabéis que no todo es tan fácil como seguro que habéis pensado o dicho cuando yo no oía, pensó con resentimiento. No le gustaba estar en esos términos con su familia, pero es que no se lo estaban poniendo nada fácil.
— ¿Vas a darles el dinero entonces? — Preguntó, por fin, su tía. Ella se lamió los labios y alzó las cejas. — ¿Lo harías tú, tata? ¿Que haríais vosotros? — Quizá, para que esa ficcioncita funcionara debía haber usado un tono menos afilado, pero es que estaba cansada de ser la que tomaba las decisiones solo para que los demás pudieran criticarlas. — No lo sé, Alice. No entiendo nada de temas legales, no sé qué implica y qué no. — Ella asintió y dirigió los ojos a su abuela. — ¿Memé? — La mujer se revolvió en su asiento, incómoda. — Ese dinero es vuestro y esa gente no se merece nada, ni tienen derechos sobre el niño. Deberían darnos a Dylan Y el dinero. — Dijo, haciendo hincapié en el “Y”. Alice asintió y miró a su padre. — ¿Papá? — Solo quiero que volváis a casa. Cueste lo que cueste. — Claro, su padre siempre a lo loco, ea, lo que cueste, sin más. ¿Esperaba acaso otra cosa? Erin y su abuelo estaban callados como muertos, pero parecían ser los únicos que no habían caído en su pregunta trampa. Se armó de paciencia y se dispuso a responder.
— Bien pues, contestándote, memé, sí tienen derecho. Eso es la patria potestad. Nos guste o no, mi madre nació de ellos, y Dylan de mi madre, así que su derecho está al cincuenta por ciento con el nuestro. — ¡Eso no es así! ¡Nosotros hemos estado para todo cuando ellos les echaron! — No uses el plural, le dio ganas de decir. Ahí la que lo había perdido todo al irse era su madre, pero bueno, no era una buena pelea tampoco para ese momento. — Eso no hay que decirlo, hay que demostrarlo, legalmente y con pruebas, no con golpes en el pecho. — No podía evitar el tirito. — Si renuncian a la patria potestad, renunciarán a su derecho de sangre sobre mi madre, y por extensión, sobre nosotros. Esa es la clave. No volver a estar nunca en peligro. — Ladeó al cabeza, como si lo estuviera considerando. — Pero evidentemente es MUCHO dinero. Y, tata, citándote a ti, yo tampoco entendía nada de cuestiones legales, aunque al final voy a hacer una maldita experta. Por eso todo lo consulto con quien sí sabe, en vez de sentarme a esperar a que las cosas mejoren solas. — Se estaba pasando con los puñales, pero es que llevaba muy mala racha. — Por eso, papá, vamos a intentar que sea legal y no a “cualquier precio”. Vamos a intentar mantener una de las partes, para que al menos, cuando Dylan crezca, pueda utilizarla, después de todo esto. — ¿Y tú? — Preguntó su padre. Ella se encogió de hombros. — Me da igual, yo me buscaré la vida como siempre. Pero que mi hermano no tenga que pasar ni una sola penuria más en la vida. Ni tú tampoco. Mamá también habría querido eso. — Dijo, abrazándose las rodillas, reflexiva. — También querría que estuviéramos todos juntos. — Y eso le dolió. Le dolió tanto que, al tomar aire, sintió que le quemaba el pecho. Pero tragó saliva y dijo. — Por eso, en tres días, Edward Rylance estará aquí y vamos a tratar que renuncien y quedarnos con la mitad de la herencia. — Alzó una ceja con la mirada perdida. — Podríais desearme suerte, pero supongo que no me va a servir de mucho tampoco… —
— ¿Vas a darles el dinero entonces? — Preguntó, por fin, su tía. Ella se lamió los labios y alzó las cejas. — ¿Lo harías tú, tata? ¿Que haríais vosotros? — Quizá, para que esa ficcioncita funcionara debía haber usado un tono menos afilado, pero es que estaba cansada de ser la que tomaba las decisiones solo para que los demás pudieran criticarlas. — No lo sé, Alice. No entiendo nada de temas legales, no sé qué implica y qué no. — Ella asintió y dirigió los ojos a su abuela. — ¿Memé? — La mujer se revolvió en su asiento, incómoda. — Ese dinero es vuestro y esa gente no se merece nada, ni tienen derechos sobre el niño. Deberían darnos a Dylan Y el dinero. — Dijo, haciendo hincapié en el “Y”. Alice asintió y miró a su padre. — ¿Papá? — Solo quiero que volváis a casa. Cueste lo que cueste. — Claro, su padre siempre a lo loco, ea, lo que cueste, sin más. ¿Esperaba acaso otra cosa? Erin y su abuelo estaban callados como muertos, pero parecían ser los únicos que no habían caído en su pregunta trampa. Se armó de paciencia y se dispuso a responder.
— Bien pues, contestándote, memé, sí tienen derecho. Eso es la patria potestad. Nos guste o no, mi madre nació de ellos, y Dylan de mi madre, así que su derecho está al cincuenta por ciento con el nuestro. — ¡Eso no es así! ¡Nosotros hemos estado para todo cuando ellos les echaron! — No uses el plural, le dio ganas de decir. Ahí la que lo había perdido todo al irse era su madre, pero bueno, no era una buena pelea tampoco para ese momento. — Eso no hay que decirlo, hay que demostrarlo, legalmente y con pruebas, no con golpes en el pecho. — No podía evitar el tirito. — Si renuncian a la patria potestad, renunciarán a su derecho de sangre sobre mi madre, y por extensión, sobre nosotros. Esa es la clave. No volver a estar nunca en peligro. — Ladeó al cabeza, como si lo estuviera considerando. — Pero evidentemente es MUCHO dinero. Y, tata, citándote a ti, yo tampoco entendía nada de cuestiones legales, aunque al final voy a hacer una maldita experta. Por eso todo lo consulto con quien sí sabe, en vez de sentarme a esperar a que las cosas mejoren solas. — Se estaba pasando con los puñales, pero es que llevaba muy mala racha. — Por eso, papá, vamos a intentar que sea legal y no a “cualquier precio”. Vamos a intentar mantener una de las partes, para que al menos, cuando Dylan crezca, pueda utilizarla, después de todo esto. — ¿Y tú? — Preguntó su padre. Ella se encogió de hombros. — Me da igual, yo me buscaré la vida como siempre. Pero que mi hermano no tenga que pasar ni una sola penuria más en la vida. Ni tú tampoco. Mamá también habría querido eso. — Dijo, abrazándose las rodillas, reflexiva. — También querría que estuviéramos todos juntos. — Y eso le dolió. Le dolió tanto que, al tomar aire, sintió que le quemaba el pecho. Pero tragó saliva y dijo. — Por eso, en tres días, Edward Rylance estará aquí y vamos a tratar que renuncien y quedarnos con la mitad de la herencia. — Alzó una ceja con la mirada perdida. — Podríais desearme suerte, pero supongo que no me va a servir de mucho tampoco… —
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Damocles Con Alice | En Nueva York | 7 de septiembre de 2002 |
Se quedó unos segundos simplemente mirándola, procesando, con la mandíbula descolgada. - ¿Eres la buscadora de los Montrose Magpies? - ¡Digo que sí! - Respondió Frankie, todo entusiasmo y ajeno al desconcierto situacional de Marcus. - Quisiera que la hubieras visto en el colegio, la muy renacuaja. No había quien la pillara. - ¿Ves a tu primo? - Contestó ella, con la cadera apoyada en el mostrador y señalándole con el pulgar. - Se dedica a vender escobas porque no aguanta subido en ellas como tiene que aguantar. - Era absolutamente odiosa. - Y tú muy malo. - ¿Tú sabes lo insoportable que puede ser que una niñ...? - ¿Lo sabías cuando nos encontramos? - Interrumpió Marcus el cómico debate. Frankie no pareció tomárselo a mal, sabía que estaba un poco tenso. Pero a Blyth se le tensó la sonrisa y, por primera vez desde que la conociera, realmente pareció apurada.
- ¿Qué? No no, tío, no, qué va. - Dijo entre risas, tras los segundos que tardó en responder, negando con las manos. - Te juro que fue una coincidencia... Bueno, a ver... - Comentó, ladeando varias veces la cabeza. - En el equipo... se oyen cosas... - Marcus la estaba mirando con el ceño fruncido, y Frankie empezaba a no entender, cambiando la mirada de hito en hito entre ellos. La chica se rascó la frente. - Vaaale eeeem... Mejor lo explico entero. - Se aclaró la garganta. - De verdad que lo de encontrarnos fue fortuito ¿eh? O sea, pff, ¿me imaginas a mí de espía? - Mejor no saquemos el temita de los espías... - Masculló Frankie entre dientes, mientras hacía como que ordenaba el mostrador. Blyth puso una exagerada mueca de extrañeza, pero se ve que estaba acostumbrada a las salidas sin sentido del vendedor así que pasó de largo del tema y siguió explicándose. - Realmente estaba de viaje por el mundo, no es coña. Ha sido un año muy intenso, el primero en el equipo, entré el año pasado justo cuando terminé Ilvermorny. La temporada acabó a finales de mayo y volvía a empezar en agosto, estaba de vacaciones. Y me había dado cuenta que llevaba todo el año viajando pero sin ver nada, y cuando estuvimos jugando en Londres dijeron que había un museo muy guay y me quedó curiosidad por verlo, así que aproveché las vacaciones para ir. Y, bueno... - Se encogió de hombros y alzó las manos. - ¡Eso sí que fue coincidencia, eh! Pero puede que ya hubiera oído hablar de tu hermano, y joder, voy y justo me lo encuentro en el museo. Pues quería curiosear. - Buah, es que ya lo estoy viendo. - Saltó Frankie, y la otra se giró ceñuda. - ¿Qué? ¿Qué ves tú? Si no veías las blugders cuando las tenías que golpear. - ¡Que eres una cotilla! - Blyth aspiró una cómica exclamación ofendida. - ¿Me llamas tú cotilla a mí? ¡Yo voy a lo mío! - Las mata callando la renacuaja esta. - ¡No me llames renacuaja, soy más alta que tú! - Llevas siendo alta dos días. Cuando entraste en el equipo de quidditch la escoba te triplicaba el tamaño. - ¿Podemos volver a mi historia? - Preguntó Marcus. Puede que estuviera un poquito tenso de más.
Blyth se giró y le dijo con obviedad. - El ojeador fichó a tu hermano en el colegio en mayo más o menos, ¿a que sí? - Sí. - Contestó él, y ella hizo un gesto de evidencia. - ¡En el equipo ya se sabía! Es decir, no se sabía si iba a pasar o no la prueba, ¡pero los nombres se dicen! Y las fichas... bueno... andan por ahí. - Husmeando en los papeles del jefe... - ¿Como tú husmeas en esta conversación? - Respondió Blyth a Frankie con tonito, pero justo entraron un par de clientes, así que el chico se puso en modo vendedor encantador mientras que la chica se acercó a él. - Oye, sé que parece un poco turbio y eso, pero te juro que fue una coincidencia. Escuché su nombre y le reconocí de la foto que había en la ficha y dije: "hostia, no puede ser", y ya os escuché... Y, a ver, ibais llamando un poquito la atención. - No íbamos llamando la atención. - Se defendió con tonito infantil... pero sí que estaban llamando la atención, ahora que lo recordaba. La chica se encogió de hombros con una sonrisa. - Desde que le vi jugar en el museo supe que lo ficharían. Es buenísimo el tío. Aún no nos hemos cruzado, va a ser una risa cuando me vea... Bueno, espero que no se lo tome como tú. - No, no es... Solo me ha sorprendido. Perdón si he sido un poco borde. - La chica hizo un gesto con la mano, acompañado de una pedorreta. - Me he enfrentado a cosas peores. Sí que ha sido un poco corte. Por cierto, ¿y qué haces tú aquí? - Mi abuelo paterno y su abuela paterna son hermanos. - Dijo Frankie, reincorporado a la conversación y con una gran sonrisa. - También tiene ganas de recorrer mundo antes de dedicarse a lo suyo. - Marcus le miró con agradecimiento. Por muy simpática que fuera la chica, no tenía confianza como para dar ciertos datos... Pero, de repente, cayó en algo y la miró con el ceño fruncido. - Me dejaste jugar. - Reprochó. La señaló. - ¡Tú eres buscadora profesional y te quedaste de árbitro! ¡Yo no sabía jugar! - Lo sé. - Dijo ella y, entre risas maliciosas, añadió. - Y fue muuuuuy divertido. -
- ¿Qué? No no, tío, no, qué va. - Dijo entre risas, tras los segundos que tardó en responder, negando con las manos. - Te juro que fue una coincidencia... Bueno, a ver... - Comentó, ladeando varias veces la cabeza. - En el equipo... se oyen cosas... - Marcus la estaba mirando con el ceño fruncido, y Frankie empezaba a no entender, cambiando la mirada de hito en hito entre ellos. La chica se rascó la frente. - Vaaale eeeem... Mejor lo explico entero. - Se aclaró la garganta. - De verdad que lo de encontrarnos fue fortuito ¿eh? O sea, pff, ¿me imaginas a mí de espía? - Mejor no saquemos el temita de los espías... - Masculló Frankie entre dientes, mientras hacía como que ordenaba el mostrador. Blyth puso una exagerada mueca de extrañeza, pero se ve que estaba acostumbrada a las salidas sin sentido del vendedor así que pasó de largo del tema y siguió explicándose. - Realmente estaba de viaje por el mundo, no es coña. Ha sido un año muy intenso, el primero en el equipo, entré el año pasado justo cuando terminé Ilvermorny. La temporada acabó a finales de mayo y volvía a empezar en agosto, estaba de vacaciones. Y me había dado cuenta que llevaba todo el año viajando pero sin ver nada, y cuando estuvimos jugando en Londres dijeron que había un museo muy guay y me quedó curiosidad por verlo, así que aproveché las vacaciones para ir. Y, bueno... - Se encogió de hombros y alzó las manos. - ¡Eso sí que fue coincidencia, eh! Pero puede que ya hubiera oído hablar de tu hermano, y joder, voy y justo me lo encuentro en el museo. Pues quería curiosear. - Buah, es que ya lo estoy viendo. - Saltó Frankie, y la otra se giró ceñuda. - ¿Qué? ¿Qué ves tú? Si no veías las blugders cuando las tenías que golpear. - ¡Que eres una cotilla! - Blyth aspiró una cómica exclamación ofendida. - ¿Me llamas tú cotilla a mí? ¡Yo voy a lo mío! - Las mata callando la renacuaja esta. - ¡No me llames renacuaja, soy más alta que tú! - Llevas siendo alta dos días. Cuando entraste en el equipo de quidditch la escoba te triplicaba el tamaño. - ¿Podemos volver a mi historia? - Preguntó Marcus. Puede que estuviera un poquito tenso de más.
Blyth se giró y le dijo con obviedad. - El ojeador fichó a tu hermano en el colegio en mayo más o menos, ¿a que sí? - Sí. - Contestó él, y ella hizo un gesto de evidencia. - ¡En el equipo ya se sabía! Es decir, no se sabía si iba a pasar o no la prueba, ¡pero los nombres se dicen! Y las fichas... bueno... andan por ahí. - Husmeando en los papeles del jefe... - ¿Como tú husmeas en esta conversación? - Respondió Blyth a Frankie con tonito, pero justo entraron un par de clientes, así que el chico se puso en modo vendedor encantador mientras que la chica se acercó a él. - Oye, sé que parece un poco turbio y eso, pero te juro que fue una coincidencia. Escuché su nombre y le reconocí de la foto que había en la ficha y dije: "hostia, no puede ser", y ya os escuché... Y, a ver, ibais llamando un poquito la atención. - No íbamos llamando la atención. - Se defendió con tonito infantil... pero sí que estaban llamando la atención, ahora que lo recordaba. La chica se encogió de hombros con una sonrisa. - Desde que le vi jugar en el museo supe que lo ficharían. Es buenísimo el tío. Aún no nos hemos cruzado, va a ser una risa cuando me vea... Bueno, espero que no se lo tome como tú. - No, no es... Solo me ha sorprendido. Perdón si he sido un poco borde. - La chica hizo un gesto con la mano, acompañado de una pedorreta. - Me he enfrentado a cosas peores. Sí que ha sido un poco corte. Por cierto, ¿y qué haces tú aquí? - Mi abuelo paterno y su abuela paterna son hermanos. - Dijo Frankie, reincorporado a la conversación y con una gran sonrisa. - También tiene ganas de recorrer mundo antes de dedicarse a lo suyo. - Marcus le miró con agradecimiento. Por muy simpática que fuera la chica, no tenía confianza como para dar ciertos datos... Pero, de repente, cayó en algo y la miró con el ceño fruncido. - Me dejaste jugar. - Reprochó. La señaló. - ¡Tú eres buscadora profesional y te quedaste de árbitro! ¡Yo no sabía jugar! - Lo sé. - Dijo ella y, entre risas maliciosas, añadió. - Y fue muuuuuy divertido. -
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Damocles Con Marcus | En Nueva York | 9 de septiembre de 2002 |
Vivi puso cara de pena y se dejó caer en la silla. — Pues claro que te deseamos suerte, Alice. — Se adelantó, por fin, Erin. — Pero no os hace falta. Estáis haciendo lo que hay que hacer, solo tenemos que esperar los resultados, y podemos hacerlo, porque aquí todos entendemos que os estáis dejando la piel en este tema. — Y miró a todos como queriendo decir “¿verdad, familia?”. La pobre aún no se había acostumbrado a su abuela del todo, ni a las ausencias de su padre, en todo caso estaba más acostumbrada a las ansiedades de su tía ante un problema. — Pues claro que sí. — Secundó Vivi. — Nadie puede decirte que no estés haciendo todo lo posible. Y sois Marcus y tú, estoy segura de que, lo que hagáis, estará bien hecho. — Ya, claro, se dijo, si mientras no tengáis que hacer vosotros nada, estáis de acuerdo con todo.
— Alice. — Dijo la voz rota de su abuelo. — Hija, sé que no parais, sé que es una lucha permanente… Pero, por favor… Vuelve pronto a casa. Quizá no podáis conseguir a Dylan aún, pero, por favor… No podemos perderos a los dos. — Aquellas palabras le rompieron el corazón. — Ya perdimos a tu madre. Por favor, Alice, si lo que estáis intentando no funciona… Vuelve, aunque sea sin Dylan, nadie te va a culpar. Solo queremos que estés en casa, y pensaremos algo todos juntos. — Completó su padre. Vivi asentía enérgicamente, y hasta la fachada de su abuela empezaba a romperse. Suspiró y los miró de nuevo. Eran una bandada de pájaros perdidos, sin guía, sin nadie que les hiciera un nido. Nunca habían sido una familia funcional hasta que llegó su madre, y ella había cogido ese testigo sin saberlo, y sin hacerlo tan bien como ella, claro, pero ahora que la habían perdido también, no sabían qué hacer, y volvían a ser el mismo desastre que hacía veinte años. Y le dieron pena, pena sincera. Hasta entonces, había ignorado la pena de su familia, tenía otras cosas en las que pensar, pero ahora que lo tenía enfrente no lo podía evitar más. Y le dolía, porque les quería, con sus cosas, su indecisión, pero les quería. Incluso a su padre, que ahora la miraba así. No, nunca le perdonaría esa situación a su padre, pero no quería verle sufrir por nada del mundo, y quería devolverle a Dylan, como su madre hubiera querido.
Tomó aire y notó cómo su tono salió mucho más dulce. — No puedo volver sin él. Se lo prometí cuando le vi. No voy a irme sin mi patito, mi suerte es la suya. — Miró a su padre. — ¿Te acuerdas cuando mamá me lo puso en brazos por primera vez? Me dijo… Es tu hermanito pequeño, tienes que cuidarlo muy bien, siempre vas a ser su hermana mayor, su primera amiga. — Las lágrimas acudieron a sus ojos. — He conocido a su hermana, ¿sabéis? Es… Superparecida a ella, y a mí… ¿Y sabéis cómo es? — Todos la miraban expectantes. — Como un animal asustado. Una cobarde que lleva toda la vida llorando por no haber defendido a su familia, a su hermana, a su hijo… — Se mordió los labios. — Y no me hagáis hablar del hermano, que es un defraudador, que se ha apropiado de la casa de Bethany por la cara… — Negó con la cabeza. — Mamá quería que sus hijos fueran diferentes, que se cuidaran entre ellos. Quizás llega el día en el que Dylan tenga que cuidar de mí, pero de momento… Yo soy su hermana mayor y voy a cuidar de él, voy a hacer lo que haga falta para traerle de vuelta. — Tomó aire y se apartó el pelo de la cara. — Se lo prometí a él y os lo prometo a vosotros. Vamos a volver a Inglaterra. Y traeremos todo el dinero que podamos de vuelta. — Miró a su abuelo, y la garganta le dolió. — Tenéis que manteneros fuertes, ¿vale? Esa es vuestra tarea. Que cuando vuelva, Dylan encuentre el hogar que se dejó, del que se lo llevaron. Recordemos todos el nueve de julio, su cumpleaños, cuando estábamos todos juntos… ¿Os acordáis de la foto? — Y rio un poco, provocando lo mismo en sus tías y el abuelo. — Tened esa imagen en la cabeza y… Procurad que, cuando vuelva, Dylan encuentre algo así, por favor. Es lo mejor que podéis hacer por nosotros. —
— Alice. — Dijo la voz rota de su abuelo. — Hija, sé que no parais, sé que es una lucha permanente… Pero, por favor… Vuelve pronto a casa. Quizá no podáis conseguir a Dylan aún, pero, por favor… No podemos perderos a los dos. — Aquellas palabras le rompieron el corazón. — Ya perdimos a tu madre. Por favor, Alice, si lo que estáis intentando no funciona… Vuelve, aunque sea sin Dylan, nadie te va a culpar. Solo queremos que estés en casa, y pensaremos algo todos juntos. — Completó su padre. Vivi asentía enérgicamente, y hasta la fachada de su abuela empezaba a romperse. Suspiró y los miró de nuevo. Eran una bandada de pájaros perdidos, sin guía, sin nadie que les hiciera un nido. Nunca habían sido una familia funcional hasta que llegó su madre, y ella había cogido ese testigo sin saberlo, y sin hacerlo tan bien como ella, claro, pero ahora que la habían perdido también, no sabían qué hacer, y volvían a ser el mismo desastre que hacía veinte años. Y le dieron pena, pena sincera. Hasta entonces, había ignorado la pena de su familia, tenía otras cosas en las que pensar, pero ahora que lo tenía enfrente no lo podía evitar más. Y le dolía, porque les quería, con sus cosas, su indecisión, pero les quería. Incluso a su padre, que ahora la miraba así. No, nunca le perdonaría esa situación a su padre, pero no quería verle sufrir por nada del mundo, y quería devolverle a Dylan, como su madre hubiera querido.
Tomó aire y notó cómo su tono salió mucho más dulce. — No puedo volver sin él. Se lo prometí cuando le vi. No voy a irme sin mi patito, mi suerte es la suya. — Miró a su padre. — ¿Te acuerdas cuando mamá me lo puso en brazos por primera vez? Me dijo… Es tu hermanito pequeño, tienes que cuidarlo muy bien, siempre vas a ser su hermana mayor, su primera amiga. — Las lágrimas acudieron a sus ojos. — He conocido a su hermana, ¿sabéis? Es… Superparecida a ella, y a mí… ¿Y sabéis cómo es? — Todos la miraban expectantes. — Como un animal asustado. Una cobarde que lleva toda la vida llorando por no haber defendido a su familia, a su hermana, a su hijo… — Se mordió los labios. — Y no me hagáis hablar del hermano, que es un defraudador, que se ha apropiado de la casa de Bethany por la cara… — Negó con la cabeza. — Mamá quería que sus hijos fueran diferentes, que se cuidaran entre ellos. Quizás llega el día en el que Dylan tenga que cuidar de mí, pero de momento… Yo soy su hermana mayor y voy a cuidar de él, voy a hacer lo que haga falta para traerle de vuelta. — Tomó aire y se apartó el pelo de la cara. — Se lo prometí a él y os lo prometo a vosotros. Vamos a volver a Inglaterra. Y traeremos todo el dinero que podamos de vuelta. — Miró a su abuelo, y la garganta le dolió. — Tenéis que manteneros fuertes, ¿vale? Esa es vuestra tarea. Que cuando vuelva, Dylan encuentre el hogar que se dejó, del que se lo llevaron. Recordemos todos el nueve de julio, su cumpleaños, cuando estábamos todos juntos… ¿Os acordáis de la foto? — Y rio un poco, provocando lo mismo en sus tías y el abuelo. — Tened esa imagen en la cabeza y… Procurad que, cuando vuelva, Dylan encuentre algo así, por favor. Es lo mejor que podéis hacer por nosotros. —
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Damocles Con Alice | En Nueva York | 7 de septiembre de 2002 |
Por supuesto, Frankie quiso saber más sobre su primer encuentro y ahí estaba, llorando de la risa porque los detalles sobre el juego que estaba dando Blyth no le dejaban nada bien. - ¿También haces eso en el equipo? ¿Reírte sin piedad de quienes tienen dificultades? Es para ir avisando a mi hermano. - Tío... - Dijo ella, entre risas. - Te enroscabas sobre ti mismo cada vez que veías a uno venir. Y te pusiste a soplarle a la snitch. - ¡No se me quitaba de encima! - Frankie seguía muerto de risa. Al menos sí que le estaba sirviendo el encuentro para despejarse, le iba a venir bien contárselo a Alice, le sacaría una sonrisa.
Y sin embargo... el encuentro, si bien había resultado divertido y curioso, le había puesto tenso de entrada. Y hecho recordar una cosa que su hermano le dijo acerca de esa chica. Marcus siempre había sido muy paranoico con que le leyeran la mente, y Merlín sabía el esfuerzo sobrehumano que estaba haciendo de no sacar dicha paranoia a relucir estando en las situaciones que estaban. Saber que su abuela Anastasia o que Bethany Levinson habían sido legeremantes que lo habían ocultado toda la vida y utilizado en su beneficio era algo que hacía que su terror particular acudiera a él de tanto en cuando, recordándole que podía haber legeremantes malintencionados por ahí, y que de haberlos, estaban absolutamente vendidos ante ellos. Ya les eran suficientemente peligrosos los no-legeremantes, si entre los Van Der Luyden, o en cualquier otro contexto peligroso, hubiera alguno...
- Disculpe, ¿estas rodilleras son buenas? - ¡Las mejores del mercado! Mire, tienen un... - Frankie acababa de dirigirse a una familia muy interesada en las rodilleras, lo que le dejaba a solas con Blyth. La chica seguía mirándole con su sonrisita habitual. - Sigo flipando con la coincidencia esta... ¡En fin! Yo me voy a ir ya. Dale la enhorabuena a tu hermano de mi parte. - Un momento, antes de que te vayas... - Se mojó los labios. Solo estaba aquella familia en la tienda y todos parecían muy centrados en el discurso eterno de su primo sobre rodilleras. Se acercó a la chica. - ¿Puedo hacerte una pregunta? - Ella fue a hacer un conato de broma, pero al verle la cara se lo pensó y respondió con la mayor normalidad que encontró. - Claro. - ¿Dónde aprendiste oclumancia? - Definitivamente, fue tan directo que la otra no se lo esperaba, se lo notó en la cara.
Miró a los lados, rodando sus enormes ojos un par de veces, y luego le dijo. - ¿Eres legeremante? - No. - Ella frunció el ceño. - ¿Y cómo sabes entonces que soy oclumante? Y, por favor, no me hagas la del auror peliculero con eso de "me lo acabas de confirmar". - El día del museo, sí que había un legeremante en nuestro grupo. - Se encogió de hombros. - Pero por respeto a su privacidad, prefiero no decirte quién es, supongo que lo comprenderás. No es fácil ser legeremante de nacimiento. - La chica asintió. - Lo sé. No soy legeremante, pero también me toca de cerca. - Le miró levemente de arriba abajo, recuperando un poco la sonrisilla. - Eres muy caballero medieval tú. Bueno, los ingleses en general habláis un poco como en otro siglo. - Suspiró, volvió a comprobar que no hubiera nadie a su alrededor y respondió a su pregunta. - No solo se me da bien jugar, también se me da muy bien la estrategia. Aparte de que todo jugador tiene que tener un mínimo de estrategia, y si eres buscadora, esta es más... Bueno, más "lenta". - Dijo haciendo las comillas en el aire. - Los cazadores es como: por aquí, por allí, ¿la paso a este? ¡No, a este! ¡Lanzo! ¡Cojo! - Dijo a toda velocidad. - Pero los buscadores... ¿te crees que no vemos la snitch? A veces la vemos y la dejamos pasar porque estratégicamente no nos conviene cogerla, hay miles de motivos. Si hubiera un legeremante en el otro equipo, y encima fuera buscador... pues vaya faena. - Se encogió de hombros. - Y el día de mañana quiero ser entrenadora, así que estaría en las mismas. Decidí que la oclumancia me vendría bien y la estudié a tope aún en Ilvermorny, cuando salí ya era toda una experta. -Dijo con orgullo y una sonrisita.
- ¿Por qué quieres aprenderla? - Le preguntó directamente, aunque Marcus no lo hubiera manifestado así, pero debió resultarle obvio. - La alquimia es una profesión muy delicada. Así que supongo que... por lo mismo que tú, pero aplicado a no desencadenar un desastre a nivel mundial. - La otra soltó una risilla. - Qué exagerado, pero me parece un buen plan. - ¿Estás poniéndola en práctica ahora? ¿Tienes la mente cerrada? - Ella negó. - No, ahora no, no voy por la vida así. Sí la tenía en el museo porque, en fin, era una chica sola de viaje, no quería que me persiguiera ningún perturbado. - Marcus frunció los labios y asintió. - Lo imaginé. - Y cuando vi a tu hermano, no quería que me descubrierais como jugadora de los Montrose de haber un legeremante en el grupo. Y lo había, así que hice bien. - Eso le hizo reír con los labios cerrados. - Llevo años queriendo profesionalizarlo... ¿Estás... muy ocupada? - La otra soltó una pedorreta. - Estoy en la tienda de Lacey, ¿qué te hace pensar que estoy ocupada? - Sacó un trozo de papel del bolsillo y un bolígrafo. - Toma. Mi dirección y mi número de teléfono. ¿Los magos ingleses usáis teléfono? - Digamos que nosotros sí. - Dijo con resignación, agarrando el papel. Sonrió. - No es habitual que la gente lleve papeles en los bolsillos. En mi entorno eso solo lo hago yo. - La otra puso cara interesante y dijo. - Es por los autógrafos. - Eso le hizo soltar una carcajada. Le caía bien esa Blyth. Y, si iba a ser compañera de equipo de su hermano y le iba a echar una mano con la oclumancia, algo le decía que se iban a tener bastante presentes en un futuro próximo.
Y sin embargo... el encuentro, si bien había resultado divertido y curioso, le había puesto tenso de entrada. Y hecho recordar una cosa que su hermano le dijo acerca de esa chica. Marcus siempre había sido muy paranoico con que le leyeran la mente, y Merlín sabía el esfuerzo sobrehumano que estaba haciendo de no sacar dicha paranoia a relucir estando en las situaciones que estaban. Saber que su abuela Anastasia o que Bethany Levinson habían sido legeremantes que lo habían ocultado toda la vida y utilizado en su beneficio era algo que hacía que su terror particular acudiera a él de tanto en cuando, recordándole que podía haber legeremantes malintencionados por ahí, y que de haberlos, estaban absolutamente vendidos ante ellos. Ya les eran suficientemente peligrosos los no-legeremantes, si entre los Van Der Luyden, o en cualquier otro contexto peligroso, hubiera alguno...
- Disculpe, ¿estas rodilleras son buenas? - ¡Las mejores del mercado! Mire, tienen un... - Frankie acababa de dirigirse a una familia muy interesada en las rodilleras, lo que le dejaba a solas con Blyth. La chica seguía mirándole con su sonrisita habitual. - Sigo flipando con la coincidencia esta... ¡En fin! Yo me voy a ir ya. Dale la enhorabuena a tu hermano de mi parte. - Un momento, antes de que te vayas... - Se mojó los labios. Solo estaba aquella familia en la tienda y todos parecían muy centrados en el discurso eterno de su primo sobre rodilleras. Se acercó a la chica. - ¿Puedo hacerte una pregunta? - Ella fue a hacer un conato de broma, pero al verle la cara se lo pensó y respondió con la mayor normalidad que encontró. - Claro. - ¿Dónde aprendiste oclumancia? - Definitivamente, fue tan directo que la otra no se lo esperaba, se lo notó en la cara.
Miró a los lados, rodando sus enormes ojos un par de veces, y luego le dijo. - ¿Eres legeremante? - No. - Ella frunció el ceño. - ¿Y cómo sabes entonces que soy oclumante? Y, por favor, no me hagas la del auror peliculero con eso de "me lo acabas de confirmar". - El día del museo, sí que había un legeremante en nuestro grupo. - Se encogió de hombros. - Pero por respeto a su privacidad, prefiero no decirte quién es, supongo que lo comprenderás. No es fácil ser legeremante de nacimiento. - La chica asintió. - Lo sé. No soy legeremante, pero también me toca de cerca. - Le miró levemente de arriba abajo, recuperando un poco la sonrisilla. - Eres muy caballero medieval tú. Bueno, los ingleses en general habláis un poco como en otro siglo. - Suspiró, volvió a comprobar que no hubiera nadie a su alrededor y respondió a su pregunta. - No solo se me da bien jugar, también se me da muy bien la estrategia. Aparte de que todo jugador tiene que tener un mínimo de estrategia, y si eres buscadora, esta es más... Bueno, más "lenta". - Dijo haciendo las comillas en el aire. - Los cazadores es como: por aquí, por allí, ¿la paso a este? ¡No, a este! ¡Lanzo! ¡Cojo! - Dijo a toda velocidad. - Pero los buscadores... ¿te crees que no vemos la snitch? A veces la vemos y la dejamos pasar porque estratégicamente no nos conviene cogerla, hay miles de motivos. Si hubiera un legeremante en el otro equipo, y encima fuera buscador... pues vaya faena. - Se encogió de hombros. - Y el día de mañana quiero ser entrenadora, así que estaría en las mismas. Decidí que la oclumancia me vendría bien y la estudié a tope aún en Ilvermorny, cuando salí ya era toda una experta. -Dijo con orgullo y una sonrisita.
- ¿Por qué quieres aprenderla? - Le preguntó directamente, aunque Marcus no lo hubiera manifestado así, pero debió resultarle obvio. - La alquimia es una profesión muy delicada. Así que supongo que... por lo mismo que tú, pero aplicado a no desencadenar un desastre a nivel mundial. - La otra soltó una risilla. - Qué exagerado, pero me parece un buen plan. - ¿Estás poniéndola en práctica ahora? ¿Tienes la mente cerrada? - Ella negó. - No, ahora no, no voy por la vida así. Sí la tenía en el museo porque, en fin, era una chica sola de viaje, no quería que me persiguiera ningún perturbado. - Marcus frunció los labios y asintió. - Lo imaginé. - Y cuando vi a tu hermano, no quería que me descubrierais como jugadora de los Montrose de haber un legeremante en el grupo. Y lo había, así que hice bien. - Eso le hizo reír con los labios cerrados. - Llevo años queriendo profesionalizarlo... ¿Estás... muy ocupada? - La otra soltó una pedorreta. - Estoy en la tienda de Lacey, ¿qué te hace pensar que estoy ocupada? - Sacó un trozo de papel del bolsillo y un bolígrafo. - Toma. Mi dirección y mi número de teléfono. ¿Los magos ingleses usáis teléfono? - Digamos que nosotros sí. - Dijo con resignación, agarrando el papel. Sonrió. - No es habitual que la gente lleve papeles en los bolsillos. En mi entorno eso solo lo hago yo. - La otra puso cara interesante y dijo. - Es por los autógrafos. - Eso le hizo soltar una carcajada. Le caía bien esa Blyth. Y, si iba a ser compañera de equipo de su hermano y le iba a echar una mano con la oclumancia, algo le decía que se iban a tener bastante presentes en un futuro próximo.
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Damocles Con Marcus | En Nueva York | 9 de septiembre de 2002 |
Su abuelo estaba limpiándose las lágrimas y Vivi también, así que Erin se acercó al espejo, con una sonrisita tranquilizadora. — Alice, sabes que no se me da bien hablar. Pero creo que aquí está todo el mundo para decir lo que te quieren decir. — Ladeó la cabeza a ambos lados. — Lo bueno de no saber hablar bien es que también aprendes a leer muy bien lo que no se dice. — Puso una mano sobre el espejo y, automáticamente, Alice hizo lo mismo. Era una tontería, no se podían tocar, pero, de algún modo, se agradecía. — Y, lo que todos piensan, es que nadie puede enjaularte, Alice. Lo hemos sabido todos desde que eras pequeña. Pero más importante: nadie puede cortarte las alas. Y más importante aún: defiendes tu nido como los halcones más fieros, como tu patronus. — ¿Te acuerdas de mi patronus? — Preguntó con una risa entre lágrimas. Vivi rio también y se acercó. — Nosotras, si tiene que ver contigo, nos acordamos de todo. — Y ya ahí se derritió y la miró. — Echamos de menos a nuestra contestona revoltosa y alegre. — Lo dice como si ella no lo fuera. — Picó su abuela. Pero eso le hizo reír, porque eso sí que se parecía a sus Gallia. — ¿Ves, hija? Si es que haces falta, porque si no, tu tía vuelve a la adolescencia, y Erin no puede encargarse de nosotros, no somos roonespor o puffskeins. — Dijo su abuelo, recuperando un poco la luz. — No, precisamente, pero ella es draconóloga, algo sabe de estos especímenes. — Rebatió su tía, y volvieron a reír. Sí, eso sí que eran unos Gallias. Haciendo bromas sobre sí mismos, riéndose a pesar de las circunstancias… Y demostrándose cariño. Eso sí podían hacerlo.
Cuando bajó, estaba un poco más ligera de ánimo. Enseguida le dijeron que Marcus se había ido con Frankie Jr. y se alegró, la verdad, porque así estaba entretenido. Así que, mientras Frankie y Jason se entretenían con las niñas, Maeve, Sophia y ella, se sentaban con un té helado delante en la mesa del jardín. — ¿Estás un poco mejor, hija? Llevas unos días reguleros. — Ella trató de sonreír, mientras se miraba las uñas. — Hoy, con mi familia, por primera vez, he pensado en cómo sería volver con Dylan. Cuando vuelva a ver a mi padre, a mi abuelo… He querido pensar que, bueno… Que todo será precioso y alegre por él, pero mi familia está deshecha. — Rio tristemente y negó con la cabeza. — Como nosotros… — Dará igual. — Dijo Maeve. Y no lo decía con tono de animar, lo decía como una verdad universal. — Si yo os contara cuántas veces soñé con volver a Irlanda, cómo sería, cómo me esperarían… No pensé nunca que cuando volviera, iba a encontrar las mismas caras de hambre y hastío de siempre, que sí, se alegraban de verme, pero que no había ni tiempo ni ánimo para celebraciones… Y luego, pasaron los años y la siguiente vez que fui iba muerta de miedo, queriendo contar que me casaba con un hombre mayor, que estaba divorciado con dos hijos… Me veía venir una boda desastrosa… — Miró las dos y se encogió de hombros. — Y me dio igual. Tenía tanto que celebrar, que me pareció la mejor boda del mundo. Quizá si la mirara ahora diría que tal o cual tenía la cara por el suelo, que ciertas cosas de la organización fueron un desastre… Pero estaba tan feliz de saber que Frankie iba a ser mi marido y Tom y Georgie mis hijos que… Me dio igual. — Se inclinó por la mesa y tomó la mano de Alice. — Cuando por fin os reunáis, Gallias y O’Donnells, vas a estar tan tan contenta, hija, que todo te va a dar igual, y a Dylan también, incluso al perfectón de mi sobrino… — Que hablando del rey de Roma… — Señaló Sophia, girándose hacia la puerta. — ¿Qué, primito? ¿Cuánto te ha colado mi hermano? Que le conozco y poco no ha sido. —
Cuando bajó, estaba un poco más ligera de ánimo. Enseguida le dijeron que Marcus se había ido con Frankie Jr. y se alegró, la verdad, porque así estaba entretenido. Así que, mientras Frankie y Jason se entretenían con las niñas, Maeve, Sophia y ella, se sentaban con un té helado delante en la mesa del jardín. — ¿Estás un poco mejor, hija? Llevas unos días reguleros. — Ella trató de sonreír, mientras se miraba las uñas. — Hoy, con mi familia, por primera vez, he pensado en cómo sería volver con Dylan. Cuando vuelva a ver a mi padre, a mi abuelo… He querido pensar que, bueno… Que todo será precioso y alegre por él, pero mi familia está deshecha. — Rio tristemente y negó con la cabeza. — Como nosotros… — Dará igual. — Dijo Maeve. Y no lo decía con tono de animar, lo decía como una verdad universal. — Si yo os contara cuántas veces soñé con volver a Irlanda, cómo sería, cómo me esperarían… No pensé nunca que cuando volviera, iba a encontrar las mismas caras de hambre y hastío de siempre, que sí, se alegraban de verme, pero que no había ni tiempo ni ánimo para celebraciones… Y luego, pasaron los años y la siguiente vez que fui iba muerta de miedo, queriendo contar que me casaba con un hombre mayor, que estaba divorciado con dos hijos… Me veía venir una boda desastrosa… — Miró las dos y se encogió de hombros. — Y me dio igual. Tenía tanto que celebrar, que me pareció la mejor boda del mundo. Quizá si la mirara ahora diría que tal o cual tenía la cara por el suelo, que ciertas cosas de la organización fueron un desastre… Pero estaba tan feliz de saber que Frankie iba a ser mi marido y Tom y Georgie mis hijos que… Me dio igual. — Se inclinó por la mesa y tomó la mano de Alice. — Cuando por fin os reunáis, Gallias y O’Donnells, vas a estar tan tan contenta, hija, que todo te va a dar igual, y a Dylan también, incluso al perfectón de mi sobrino… — Que hablando del rey de Roma… — Señaló Sophia, girándose hacia la puerta. — ¿Qué, primito? ¿Cuánto te ha colado mi hermano? Que le conozco y poco no ha sido. —
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Damocles Con Alice | En Nueva York | 7 de septiembre de 2002 |
Cuando apareció de nuevo en el jardín de los Lacey, parecía otra persona. Tenía un proyecto diferente, algo que no era centrar el cien por cien de su atención en recuperar a Dylan, tal y como llevaban medio verano, y ni siquiera era incompatible con esto: al revés, le podía ser de gran ayuda. Se sentía revitalizado e ilusionado, y creía que a Alice también le podía gustar la idea. Primero quería saber cómo le había ido en la conversación con su familia, obvio. Pero estaba deseando contarle todo lo ocurrido.
Fue detectado por Sophia nada más aparecerse. Puso sonrisilla irónica y dejó lo que había comprado en la mesa en la que Maeve, Alice y su prima estaban sentadas. - No he comprado tanto. Podría haber sido más. - Empezó a señalar y a explicar cada uno de los productos que había adquirido. Luego miró a Maeve. - ¿Tendrías una cestita en la que poder ponerlo todo? Creo que puede quedar bonito. - Claro que sí, cariño. Le va a encantar. - ¿Verdad? - Dijo orgulloso, pero Sophia se estaba riendo entre dientes. - Lo dicho: media tienda. - ¡No ha sido tanto! Y esto es un detallito por pasar las pruebas: práctico, útil, que todo jugador necesita. - ¡Vaya! Hola, Frankie. - Esto son palabras mías. - En verdad eran un poco de los dos, pero bueno. - Aún tengo que comprarle un buen regalo de cumpleaños. Este año cumplía la mayoría de edad. Y también podría llevarme aquí el regalo de Navidad. Total, no le voy a ver hasta entonces... - Menudo filón ha encontrado mi hermano contigo en la tienda. - ¡Lo iba a comprar de todas formas! Mejor que se lo compre a un familiar ¿no? Además, esto me lo ha regalado, y si le compro las espuelas me ha dicho que me va a hacer descuento. - No sabe cómo liquidar esas espuelas. - Soooooophie. - Riñó Maeve. - Deja de meterte con el pobre chico. Yo estoy contigo, cariño, es un gran regalo y muy buena idea comprárselo a tu familia. - Gracias, tía Maeve. - Dijo como el niño orgulloso que era.
- Voy a buscarte la cesta. Y tú, señorita, ven conmigo, que esta parejita tiene cosas de las que hablar. - Sophie suspiró con fingido hastío, pero estaba de acuerdo con su tía, así que ambas les dejaron solos. Marcus se sentó al lado de Alice. - ¿Qué tal la conversación? - Tomó su mano y la escuchó mientras le narraba. Una vez terminó, soltó su anécdota, porque mucho no se la iba a contener. - No te vas a creer con quién me he encontrado en la tienda. - Y puso a su novia al día de su encuentro, sin saltarse ni un detalle del mismo.
- Y hablando de Blyth... - Se rascó los rizos y se removió para mirarla de frente. - Cuando Frankie estaba distraído con unos clientes, he aprovechado para... preguntarle por la oclumancia. - Asintió. - Lex tenía razón: es oclumante. Dice que así no le roban las tácticas durante el partido. - Movió la cabeza hacia los lados, pensativo. - Tiene sentido, ciertamente. - Bajó la mirada e hizo una pausa, mojándose los labios. - Lo cierto es que... me ha hecho pensar. - La miró de nuevo. - Parece una chica muy agradable y dice que podemos pedirle ayuda en lo que sea. Podría ser... algo muy bueno para ambos. Yo ya me inicié en ella y... - Se rascó los rizos. Vale, mejor iba al grano. - Alice, ya hemos visto que hay más legeremantes de los que parece, y que no todos tienen buenas intenciones. Estamos en un momento delicado, y podría ser otro proyecto diferente, algo en lo que ocuparnos mientras terminamos con esto. La podemos llamar cuando queramos. Sería muy útil. ¿Qué te parece? -
Fue detectado por Sophia nada más aparecerse. Puso sonrisilla irónica y dejó lo que había comprado en la mesa en la que Maeve, Alice y su prima estaban sentadas. - No he comprado tanto. Podría haber sido más. - Empezó a señalar y a explicar cada uno de los productos que había adquirido. Luego miró a Maeve. - ¿Tendrías una cestita en la que poder ponerlo todo? Creo que puede quedar bonito. - Claro que sí, cariño. Le va a encantar. - ¿Verdad? - Dijo orgulloso, pero Sophia se estaba riendo entre dientes. - Lo dicho: media tienda. - ¡No ha sido tanto! Y esto es un detallito por pasar las pruebas: práctico, útil, que todo jugador necesita. - ¡Vaya! Hola, Frankie. - Esto son palabras mías. - En verdad eran un poco de los dos, pero bueno. - Aún tengo que comprarle un buen regalo de cumpleaños. Este año cumplía la mayoría de edad. Y también podría llevarme aquí el regalo de Navidad. Total, no le voy a ver hasta entonces... - Menudo filón ha encontrado mi hermano contigo en la tienda. - ¡Lo iba a comprar de todas formas! Mejor que se lo compre a un familiar ¿no? Además, esto me lo ha regalado, y si le compro las espuelas me ha dicho que me va a hacer descuento. - No sabe cómo liquidar esas espuelas. - Soooooophie. - Riñó Maeve. - Deja de meterte con el pobre chico. Yo estoy contigo, cariño, es un gran regalo y muy buena idea comprárselo a tu familia. - Gracias, tía Maeve. - Dijo como el niño orgulloso que era.
- Voy a buscarte la cesta. Y tú, señorita, ven conmigo, que esta parejita tiene cosas de las que hablar. - Sophie suspiró con fingido hastío, pero estaba de acuerdo con su tía, así que ambas les dejaron solos. Marcus se sentó al lado de Alice. - ¿Qué tal la conversación? - Tomó su mano y la escuchó mientras le narraba. Una vez terminó, soltó su anécdota, porque mucho no se la iba a contener. - No te vas a creer con quién me he encontrado en la tienda. - Y puso a su novia al día de su encuentro, sin saltarse ni un detalle del mismo.
- Y hablando de Blyth... - Se rascó los rizos y se removió para mirarla de frente. - Cuando Frankie estaba distraído con unos clientes, he aprovechado para... preguntarle por la oclumancia. - Asintió. - Lex tenía razón: es oclumante. Dice que así no le roban las tácticas durante el partido. - Movió la cabeza hacia los lados, pensativo. - Tiene sentido, ciertamente. - Bajó la mirada e hizo una pausa, mojándose los labios. - Lo cierto es que... me ha hecho pensar. - La miró de nuevo. - Parece una chica muy agradable y dice que podemos pedirle ayuda en lo que sea. Podría ser... algo muy bueno para ambos. Yo ya me inicié en ella y... - Se rascó los rizos. Vale, mejor iba al grano. - Alice, ya hemos visto que hay más legeremantes de los que parece, y que no todos tienen buenas intenciones. Estamos en un momento delicado, y podría ser otro proyecto diferente, algo en lo que ocuparnos mientras terminamos con esto. La podemos llamar cuando queramos. Sería muy útil. ¿Qué te parece? -
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Damocles Con Marcus | En Nueva York | 9 de septiembre de 2002 |
Sonrió al ver todos aquellos regalos. Marcus sabía pasarse tres pueblos, y más cuando quería homenajear a alguien y demostrarle devoción, y haberse perdido tantos momentos importantes con Lex, ahora que por fin eran más cercanos y hablaban con normalidad, era un palo duro para él. Rio un poco con las cosas que decía Sophia, y se limitó a admirar lo que traía, porque le veía contento y entusiasmado por primera vez en, probablemente, aquel maldito mes entero.
Luego tocó contarle lo que había visto en su familia, aunque no tenía muchas ganas de darle demasiadas vueltas, y además Marcus parecía con ganas de contarle cosas, y casi mejor, porque sentía que siempre estaban dándole vueltas al mismo tema, así que se puso a escuchar. Parpadeó al principio, porque con todo lo que tenía en la cabeza, prácticamente había borrado a Blyth, y ya la noticia de que era buscadora e iba a jugar con Lex la dejó fuera de juego. — ¡Pero si ni siquiera jugó la tía! — Dijo un poco indignada. Que menudo espectáculo habían dado su novio y ella. — Más vale que nos acostumbremos a ese humor, porque parece que nos la vamos a encontrar bastante… — Comentó, entornando los ojos.
Y entonces su novio llegó a la parte que claramente le interesaba. Marcus había tenido momentos de obsesionarse con la oclumancia, y a Alice siempre le había parecido una pérdida de tiempo. Suspiró cuando empezó a decir que Blyth era muy agradable, porque ya se veía venir lo que le estaba proponiendo. Cerró los ojos y se frotó la cara, aunando paciencia, porque no quería tener otra bronca con su novio tan pronto, y si no lo quería, tenía que elegir muy bien la forma de decir lo que quería decir. — Mi amor… — Empezó. Luego tomó su mano. — Sé, desde hace muchos años, el miedo que te da que te lean la mente. Sé que para ti es un miedo que está ahí, pero Marcus… — Suspiró y trató de armar mejor el discurso en su cabeza. — Lo malo ya nos ha pasado. Quiero decir, de todo lo que temíamos que podía pasar, prácticamente todo se ha cumplido ya. Siendo sinceros — se giró un poco para mirarle a los ojos — ¿para qué lo vamos a usar? ¿Vamos a ser oclumantes todo el tiempo? Sabes que eso es dificilísimo, y si no lo vamos a usar todo el tiempo, ¿cómo vamos a discriminar cuándo deberíamos usarlo? No hay nada que nos dé pistas de si el que tenemos delante es un legeremante. — Tragó saliva y dejó caer los párpados. — Y, yo nunca he practicado oclumancia, y Rylance viene en tres días. Seme sincero, Marcus, ¿crees que puedo aprender oclumancia en tres días desde cero? ¿Crees que si alguien más de los Van Der Luyden es legeremante puede hacernos más daño? — Se estaba desesperando un poco, y no quería hacerle daño a Marcus, que claramente necesitaba un objetivo y un aprendizaje que no fueran leyes o historial criminal de su familia materna, pero es que ella también le necesitaba a él.
Se recolocó en la silla y tomó aire. — Mi familia… están peor de lo que creía. He intentado no pensar en ello, pero tendrías que haber visto a mi abuelo… No digo que la legeremancia no sea algo a lo que no debamos prestarle atención en algún momento, pero este desde luego no es. — Miró al suelo, porque ella sola se enfadaba y se mandaba rebajarse, pero no le salía muy allá. — Te necesito luchando conmigo por los problemas reales, Marcus, no por miedos que nos acosen desde hace tiempo… — Dos lágrimas resbalaron por su cara. — ¿Te acuerdas de aquella pesadilla que tuve en la sala común, cuando me dormí sobre ti? — Tragó saliva y tomó aire, mirando al cielo ahora para intentar calmarse. — Estaba sola y me quitaban a Dylan… — Apretó su mano. — La otra parte de esa pesadilla es que te perdía a ti… — Se mordió los labios. — Por favor, no cumplas esa parte también, ayúdame con los problemas que ya tenemos… Y te prometo que, cuando haga falta, lo pensaremos, pero ahora… Ayúdame a terminar con esto de verdad. —
Luego tocó contarle lo que había visto en su familia, aunque no tenía muchas ganas de darle demasiadas vueltas, y además Marcus parecía con ganas de contarle cosas, y casi mejor, porque sentía que siempre estaban dándole vueltas al mismo tema, así que se puso a escuchar. Parpadeó al principio, porque con todo lo que tenía en la cabeza, prácticamente había borrado a Blyth, y ya la noticia de que era buscadora e iba a jugar con Lex la dejó fuera de juego. — ¡Pero si ni siquiera jugó la tía! — Dijo un poco indignada. Que menudo espectáculo habían dado su novio y ella. — Más vale que nos acostumbremos a ese humor, porque parece que nos la vamos a encontrar bastante… — Comentó, entornando los ojos.
Y entonces su novio llegó a la parte que claramente le interesaba. Marcus había tenido momentos de obsesionarse con la oclumancia, y a Alice siempre le había parecido una pérdida de tiempo. Suspiró cuando empezó a decir que Blyth era muy agradable, porque ya se veía venir lo que le estaba proponiendo. Cerró los ojos y se frotó la cara, aunando paciencia, porque no quería tener otra bronca con su novio tan pronto, y si no lo quería, tenía que elegir muy bien la forma de decir lo que quería decir. — Mi amor… — Empezó. Luego tomó su mano. — Sé, desde hace muchos años, el miedo que te da que te lean la mente. Sé que para ti es un miedo que está ahí, pero Marcus… — Suspiró y trató de armar mejor el discurso en su cabeza. — Lo malo ya nos ha pasado. Quiero decir, de todo lo que temíamos que podía pasar, prácticamente todo se ha cumplido ya. Siendo sinceros — se giró un poco para mirarle a los ojos — ¿para qué lo vamos a usar? ¿Vamos a ser oclumantes todo el tiempo? Sabes que eso es dificilísimo, y si no lo vamos a usar todo el tiempo, ¿cómo vamos a discriminar cuándo deberíamos usarlo? No hay nada que nos dé pistas de si el que tenemos delante es un legeremante. — Tragó saliva y dejó caer los párpados. — Y, yo nunca he practicado oclumancia, y Rylance viene en tres días. Seme sincero, Marcus, ¿crees que puedo aprender oclumancia en tres días desde cero? ¿Crees que si alguien más de los Van Der Luyden es legeremante puede hacernos más daño? — Se estaba desesperando un poco, y no quería hacerle daño a Marcus, que claramente necesitaba un objetivo y un aprendizaje que no fueran leyes o historial criminal de su familia materna, pero es que ella también le necesitaba a él.
Se recolocó en la silla y tomó aire. — Mi familia… están peor de lo que creía. He intentado no pensar en ello, pero tendrías que haber visto a mi abuelo… No digo que la legeremancia no sea algo a lo que no debamos prestarle atención en algún momento, pero este desde luego no es. — Miró al suelo, porque ella sola se enfadaba y se mandaba rebajarse, pero no le salía muy allá. — Te necesito luchando conmigo por los problemas reales, Marcus, no por miedos que nos acosen desde hace tiempo… — Dos lágrimas resbalaron por su cara. — ¿Te acuerdas de aquella pesadilla que tuve en la sala común, cuando me dormí sobre ti? — Tragó saliva y tomó aire, mirando al cielo ahora para intentar calmarse. — Estaba sola y me quitaban a Dylan… — Apretó su mano. — La otra parte de esa pesadilla es que te perdía a ti… — Se mordió los labios. — Por favor, no cumplas esa parte también, ayúdame con los problemas que ya tenemos… Y te prometo que, cuando haga falta, lo pensaremos, pero ahora… Ayúdame a terminar con esto de verdad. —
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Damocles Con Alice | En Nueva York | 7 de septiembre de 2002 |
Pues no, su propuesta no había sido bien acogida. Suspiró con frustración para sus adentros. No sabía de qué se sorprendía... No es como que hubiera hecho muchos intentos por hablar o hacer otras cosas que no fueran el rescate de Dylan, ciertamente él también estaba focalizado en eso al cien por cien, pero los pocos que había hecho no habían salido muy allá. Su Alice no iba a volver a ser su Alice hasta que todo aquello hubiera terminado, y lo cierto es que empezaba a ser un poco desesperante. Había dicho muy rápido eso de que iba a tener toda la paciencia del mundo... Marcus se había relajado en cierta medida en cuando Dylan entró en Ilvermorny, porque le sabía protegido. Alice, claramente, no compartía su visión.
Arqueó las cejas levemente, con frustración. - No quisiera ser agorero... pero en la vida hay más cosas malas que nos podrían pasar. - Ojalá ya les hubiera pasado todo lo mano, quería creer que sí, que solo podrían mejorar de ahí en adelante. Pero uno nunca sabía con quién se podía cruzar, e iban a ser alquimistas. Había mucho malintencionado por ahí suelto. Se encogió de hombros. - No todo el tiempo, obvio. Sí cuando estemos ante desconocidos en el ámbito laboral, por ejemplo. Ya sabes que la alquimia es algo delicado. - Él lo veía perfectamente lógico, pero al parecer, Alice no. Más bien tenía la sensación de que estaba tan derrotada de que ya le daba todo igual. Suspiró. - No he dicho de hacerlo en tres días... solo que podía sernos útil, ya que tenemos a una persona que sabe cerca. - Era inútil. Notaba a Alice con poca paciencia con el tema y él tampoco tenía mucha, así que mejor lo dejaban ahí. Aquella situación les tenía tan crispados... Nunca antes había tenido la sensación de que había muchas veces que era mejor dejar de hablar o, de lo contrario, se pondrían a discutir. Era una sensación muy desagradable. Y no veía llegar la hora de que se pasara.
Escuchó lo que tenía que decirle. Sí, él lo sabía, que los Gallia estaban fatal. Lo sabía mejor que Alice, al parecer, porque era ella la que se había negado a hablar con su familia en ese tiempo, y cuando él se lo proponía siempre se tensaba. Volvió a suspirar. Mejor no decía nada, a riesgo de empeorar las cosas. - Lo imagino. - Fue lo único que aportó al respecto. Pero claro, Alice llorando era su punto débil. Lo que dijo hizo que la mirara con un velo de dolor en los ojos. - Estoy luchando contigo, Alice. Llevo luchando contigo desde que esto empezó. - Dijo muy serio, pero triste. Agachó la cabeza. - No sé qué más necesitas que haga para demostrarte que estoy luchando contigo. - Negó, aún mirando hacia abajo. - Solo quería un proyecto conjunto, otra cosa en la que pensar. Como hemos hecho siempre. Y sí, por supuesto que me da miedo, y no son tan pasados mis miedos, a la vista está. - Soltó aire por la boca. - Solo quiero protegernos, Alice. De verdad que se me acaban las estrategias para hacerlo. - Y últimamente siento que, a cada cosa que intento, la interpretas como que me estoy alejando de ti, en vez de al revés. Volvió a negar. - Olvida lo que he dicho. - Sí, mejor dejar el tema de la oclumancia a un lado... al menos, con ella. Nada le impedía seguir informándose sobre ello por su cuenta. Total, tenían muchas horas muertas en las que no tenían nada mejor que hacer, y seguía pensando que era un buen método para protegerse.
Arqueó las cejas levemente, con frustración. - No quisiera ser agorero... pero en la vida hay más cosas malas que nos podrían pasar. - Ojalá ya les hubiera pasado todo lo mano, quería creer que sí, que solo podrían mejorar de ahí en adelante. Pero uno nunca sabía con quién se podía cruzar, e iban a ser alquimistas. Había mucho malintencionado por ahí suelto. Se encogió de hombros. - No todo el tiempo, obvio. Sí cuando estemos ante desconocidos en el ámbito laboral, por ejemplo. Ya sabes que la alquimia es algo delicado. - Él lo veía perfectamente lógico, pero al parecer, Alice no. Más bien tenía la sensación de que estaba tan derrotada de que ya le daba todo igual. Suspiró. - No he dicho de hacerlo en tres días... solo que podía sernos útil, ya que tenemos a una persona que sabe cerca. - Era inútil. Notaba a Alice con poca paciencia con el tema y él tampoco tenía mucha, así que mejor lo dejaban ahí. Aquella situación les tenía tan crispados... Nunca antes había tenido la sensación de que había muchas veces que era mejor dejar de hablar o, de lo contrario, se pondrían a discutir. Era una sensación muy desagradable. Y no veía llegar la hora de que se pasara.
Escuchó lo que tenía que decirle. Sí, él lo sabía, que los Gallia estaban fatal. Lo sabía mejor que Alice, al parecer, porque era ella la que se había negado a hablar con su familia en ese tiempo, y cuando él se lo proponía siempre se tensaba. Volvió a suspirar. Mejor no decía nada, a riesgo de empeorar las cosas. - Lo imagino. - Fue lo único que aportó al respecto. Pero claro, Alice llorando era su punto débil. Lo que dijo hizo que la mirara con un velo de dolor en los ojos. - Estoy luchando contigo, Alice. Llevo luchando contigo desde que esto empezó. - Dijo muy serio, pero triste. Agachó la cabeza. - No sé qué más necesitas que haga para demostrarte que estoy luchando contigo. - Negó, aún mirando hacia abajo. - Solo quería un proyecto conjunto, otra cosa en la que pensar. Como hemos hecho siempre. Y sí, por supuesto que me da miedo, y no son tan pasados mis miedos, a la vista está. - Soltó aire por la boca. - Solo quiero protegernos, Alice. De verdad que se me acaban las estrategias para hacerlo. - Y últimamente siento que, a cada cosa que intento, la interpretas como que me estoy alejando de ti, en vez de al revés. Volvió a negar. - Olvida lo que he dicho. - Sí, mejor dejar el tema de la oclumancia a un lado... al menos, con ella. Nada le impedía seguir informándose sobre ello por su cuenta. Total, tenían muchas horas muertas en las que no tenían nada mejor que hacer, y seguía pensando que era un buen método para protegerse.
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Damocles Con Marcus | En Nueva York | 9 de septiembre de 2002 |
Pues para pensar en más cosas malas que les podían pasar estaba ella. No obstante, dudaba mucho que la oclumancia les fuera a proteger de ello, pero intentar hacer entender eso a Marcus era prácticamente imposible. Y le dolía en el alma negarle cosas a Marcus, ella que había vivido los últimos siete años deseando cumplir sus sueños, dándole lo que quisiera, hacerlo de la mano, ahora veía su cara de decepción y su cabeza gacha y le entraban más ganas aún de llorar, porque al final daba igual como lo dijera, que daño le acababa haciendo.
Dicho fuera, tampoco ella se había expresado muy bien. Suspiró y se bajó de la silla arrodillándose frente a él y apoyándose en su regazo. — No tienes que demostrar nada. Lo haces y punto, no necesito que me demuestres nada porque ya haces todo lo que puedes… — Suspiró y dejó caer los ojos. — Marcus, ahora mismo soy lo peor para expresarme, lo peor para soñar… Soy la peor compañía en general. Todo esto me pesa y lo arrastro desde hace demasiado tiempo. Pero no creo que no estés a mi lado, solo te pido que no te desvíes, porque creo que el final está muy cerca… Y, cuando se acabe, podremos pensar en el futuro juntos, en expandir nuestros conocimientos, con oclumancia o con lo que sea… Pero ahora simplemente no puedo. —
Era tan fácil sentirse culpable, hundirse en el pozo negro del autoataque y simplemente arremeter la rabia contra sí misma… Pero eso ya les había hecho daño otras veces, y un Gallia aprendía de los errores. Puso las manos sobre la nuca de Marcus y juntó su frente con la de él y dijo. — En cualquier otro momento, me habría ido a llorar yo sola a la habitación y me habría culpado de todo esto, habría temido no ser lo que tú esperabas, habría pensado que te vas a cansar muy pronto de los Gallias y sus problemas. — Dejó resbalar las lágrimas, pero aun así, sonrió. — Pero he aprendido un poco aunque sea, porque somos Ravenclaw y eso es lo que se nos da bien. — Le acarició un poco. — Y sé que te amo con toda mi alma y que lo sabes. Que sé que por eso puedo pedirte todo esto, porque me amas y quieres a Dylan como si fuera de tu sangre, y que por eso mismo puedo hacerte entender que no creo que te alejes de mí porque quieras aprender oclumancia, solo que… No estoy preparada ahora mismo para seguirte en algo nuevo. Que necesito sentir que tengo toda mi capacidad y mis sentidos en arreglar esto. — Le besó con ternura y volvió a ponerse uniendo sus frentes. — Pero no creas que no doy gracias todos los días por tener a la mente más brillante de Ravenclaw a mi lado, siendo mucho más valiente de lo que él se suele dar crédito, ayudándome a resolver todo esto. — Inspiró y cerró los ojos. — Algún día… Vamos a estar en nuestra casa, con nuestro taller… Y esto solo será un mal mes de una vida llena de alegría y cosas que aprender. Te lo juro, Marcus. — Que nunca se le olvidara eso. Que quizá ahora no era la Alice que ambos querían, que el mundo podía parecer cruel e injusto… Pero vendrían días mejores, y los verían juntos.
Dicho fuera, tampoco ella se había expresado muy bien. Suspiró y se bajó de la silla arrodillándose frente a él y apoyándose en su regazo. — No tienes que demostrar nada. Lo haces y punto, no necesito que me demuestres nada porque ya haces todo lo que puedes… — Suspiró y dejó caer los ojos. — Marcus, ahora mismo soy lo peor para expresarme, lo peor para soñar… Soy la peor compañía en general. Todo esto me pesa y lo arrastro desde hace demasiado tiempo. Pero no creo que no estés a mi lado, solo te pido que no te desvíes, porque creo que el final está muy cerca… Y, cuando se acabe, podremos pensar en el futuro juntos, en expandir nuestros conocimientos, con oclumancia o con lo que sea… Pero ahora simplemente no puedo. —
Era tan fácil sentirse culpable, hundirse en el pozo negro del autoataque y simplemente arremeter la rabia contra sí misma… Pero eso ya les había hecho daño otras veces, y un Gallia aprendía de los errores. Puso las manos sobre la nuca de Marcus y juntó su frente con la de él y dijo. — En cualquier otro momento, me habría ido a llorar yo sola a la habitación y me habría culpado de todo esto, habría temido no ser lo que tú esperabas, habría pensado que te vas a cansar muy pronto de los Gallias y sus problemas. — Dejó resbalar las lágrimas, pero aun así, sonrió. — Pero he aprendido un poco aunque sea, porque somos Ravenclaw y eso es lo que se nos da bien. — Le acarició un poco. — Y sé que te amo con toda mi alma y que lo sabes. Que sé que por eso puedo pedirte todo esto, porque me amas y quieres a Dylan como si fuera de tu sangre, y que por eso mismo puedo hacerte entender que no creo que te alejes de mí porque quieras aprender oclumancia, solo que… No estoy preparada ahora mismo para seguirte en algo nuevo. Que necesito sentir que tengo toda mi capacidad y mis sentidos en arreglar esto. — Le besó con ternura y volvió a ponerse uniendo sus frentes. — Pero no creas que no doy gracias todos los días por tener a la mente más brillante de Ravenclaw a mi lado, siendo mucho más valiente de lo que él se suele dar crédito, ayudándome a resolver todo esto. — Inspiró y cerró los ojos. — Algún día… Vamos a estar en nuestra casa, con nuestro taller… Y esto solo será un mal mes de una vida llena de alegría y cosas que aprender. Te lo juro, Marcus. — Que nunca se le olvidara eso. Que quizá ahora no era la Alice que ambos querían, que el mundo podía parecer cruel e injusto… Pero vendrían días mejores, y los verían juntos.
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Damocles Con Alice | En Nueva York | 12 de septiembre de 2002 |
Se había dicho a sí mismo que aquello no era ninguna fiesta, que no eran sus padres ni ningún otro tipo de visita familiar, que solo estaban haciendo otra parte del proceso y que, de hecho, debían estar más serios que nunca porque se acercaba la resolución de todo aquello e iban a tener que estar MUY despiertos. Se lo había dicho a sí mismo y, como cada vez que Marcus se quería autoconvencer de algo, lo había dicho en voz alta varias veces, también de paso esperanzado en que los Lacey pillaran la onda del mensaje... No fue así, ni por su parte ni por la de su familia. Todos muy autoconvencidos en la fachada de que aquello era un trámite y estaban muy serios, pero como buenos irlandeses (en su corazón, porque realmente en Irlanda no habían nacido casi ninguno de ellos) estaban deseando montar una fiesta de bienvenida. Porque el que estaba por llegar no era ni más ni menos que su mencionadísimo abogado, al que recibían cual caballero que viniera a salvarles de las fauces de un temible dragón.
- Te juro que he hecho todo lo posible porque no se de media vuelta en cuanto llegue. - Le dijo a Alice mientras esperaban a la salida de la aduana. Algo le decía que su novia ya le conocía lo suficiente como para tampoco creerse mucho eso. - De verdad que sí. - Insistió, por si acaso, pero la forma en la que jugaba con los dedos de sus manos mientras esperaba nervioso no le daba mucha credibilidad. - Al menos no vienen las niñas... hoy... a comer. - Se encogió de hombros. - Igualmente había que comer. - Empezaba a parecerse a su tía Maeve.
Cuando le vio, le dio un vuelco el corazón y casi sintió un nudo en la garganta. Era la primera persona de su vida de Inglaterra que veía en meses, y de haber sido Marcus menos protocolario y el hombre menos tímido, se habría lanzado a darle un abrazo. Sonrió y se adelantó, y Edward no tardó en verles. - Bienvenido. Muchísimas gracias por venir, de verdad. - Dijo mientras le daba la mano con afecto. Al final se le estaba notando la emoción más de lo que pretendía. De verdad que no le quería asustar, pero el hombre también sonrió. Parecía alegrarse mucho de verles. - Os veo bien. Se os ve mejor cara en persona que a través del espejo. - Marcus rio levemente, le miró por un instante... - ¿Podemos tutearnos? ¿Podemos llamarte Edward? Aunque sea en privado, y en las reuniones te llamamos señor Rylance y nos llamas de usted si quieres. - Eso le hizo reír. Parecía mucho más joven cuando reía. - Podemos, sin problema. Lo siento, a veces peco de exceso de protocolo. - Lo puedo entender... - Y sois mis clientes, al fin y al cabo. Pero si puedo tutearme con tu madre, supongo que también puedo con vosotros. - Tutearse con mi madre son palabras mayores. - Eso hizo reír a ambos.
- Bueno, salgamos de aquí. Te aparecemos en casa de mi familia. - Le miró. - Tienen... Bueno, no estamos en modo fiestas, ya sabes, pero... son muy familiares y querían hacer un almuerza, para darte la bienvenida. - ¡Oh! No era necesario... - Ah, y no han aceptado lo del hotel. - El hombre le miró casi con cara de ratón asustado. Se estaba poniendo colorado hasta las cejas. - Edward, nos estás haciendo un favorazo viniendo aquí. No íbamos a dejarte en un hotel. - Alzó las palmas. - Si me dices que es por tu privacidad o comodidad, de acuerdo. Hablo con ellos y te dejamos ir donde quieras. Pero por favor, estás en familia. - El hombre hizo un gestito con la cabeza y soltó un poco de aire por la boca. - De acuerdo, de acuerdo... Lo meditaré durante el día. - Ya era una avance eso. Sonrió y se aparecieron en el jardín de los Lacey.
Menos mal que les había dicho que se comidieran. Faltaba una pancarta de bienvenida allí, le estaba viendo la cara al pobre abogado. Todavía no se habían aparecido y ya tenían a Jason encima, hasta Marcus dio un respingo. - Señor Rylance, mucho gusto, es un placer enorme. - Decía a toda velocidad mientras, sin permiso alguno, había cogido la mano del hombre y la zarandeaba a modo de saludo, quizás con demasiado entusiasmo aunque pretendía poner el tono más serio que sabía. - Jason Lacey, a su servicio, tiene usted nuestras casas disponibles, todas ellas, la de mis padres, la mía, tengo un piso en el centro, lo que necesite. Es usted una bellísima persona. Merlín le llene de glorias por venir a ayudar a estos chicos. - Jason... - Lo están pasando fatal los pobres. - Jason, cariño. - Betty había llegado a su altura y, ante sus toquecitos en el hombro, su marido soltó al abogado. Ella se presentó mucho más comedidamente. - Betty Lacey, su mujer. Bienvenido a Nueva York. Intentamos ser lo más hospitalarios posibles porque no es una ciudad muy agradable, espero que no esté ya sobrepasado. - No, no... Un placer, señores Lacey. Agradecido por el recibimiento. - Marcus miró a Alice de reojo, y cuando miró al jardín, vio también acercarse a Frankie Jr. Menos mal que solo iban a estar los abuelos... Supuso que se tenía que dar con un canto en los dientes de que solo hubiesen venido a casa ellos tres.
- Te juro que he hecho todo lo posible porque no se de media vuelta en cuanto llegue. - Le dijo a Alice mientras esperaban a la salida de la aduana. Algo le decía que su novia ya le conocía lo suficiente como para tampoco creerse mucho eso. - De verdad que sí. - Insistió, por si acaso, pero la forma en la que jugaba con los dedos de sus manos mientras esperaba nervioso no le daba mucha credibilidad. - Al menos no vienen las niñas... hoy... a comer. - Se encogió de hombros. - Igualmente había que comer. - Empezaba a parecerse a su tía Maeve.
Cuando le vio, le dio un vuelco el corazón y casi sintió un nudo en la garganta. Era la primera persona de su vida de Inglaterra que veía en meses, y de haber sido Marcus menos protocolario y el hombre menos tímido, se habría lanzado a darle un abrazo. Sonrió y se adelantó, y Edward no tardó en verles. - Bienvenido. Muchísimas gracias por venir, de verdad. - Dijo mientras le daba la mano con afecto. Al final se le estaba notando la emoción más de lo que pretendía. De verdad que no le quería asustar, pero el hombre también sonrió. Parecía alegrarse mucho de verles. - Os veo bien. Se os ve mejor cara en persona que a través del espejo. - Marcus rio levemente, le miró por un instante... - ¿Podemos tutearnos? ¿Podemos llamarte Edward? Aunque sea en privado, y en las reuniones te llamamos señor Rylance y nos llamas de usted si quieres. - Eso le hizo reír. Parecía mucho más joven cuando reía. - Podemos, sin problema. Lo siento, a veces peco de exceso de protocolo. - Lo puedo entender... - Y sois mis clientes, al fin y al cabo. Pero si puedo tutearme con tu madre, supongo que también puedo con vosotros. - Tutearse con mi madre son palabras mayores. - Eso hizo reír a ambos.
- Bueno, salgamos de aquí. Te aparecemos en casa de mi familia. - Le miró. - Tienen... Bueno, no estamos en modo fiestas, ya sabes, pero... son muy familiares y querían hacer un almuerza, para darte la bienvenida. - ¡Oh! No era necesario... - Ah, y no han aceptado lo del hotel. - El hombre le miró casi con cara de ratón asustado. Se estaba poniendo colorado hasta las cejas. - Edward, nos estás haciendo un favorazo viniendo aquí. No íbamos a dejarte en un hotel. - Alzó las palmas. - Si me dices que es por tu privacidad o comodidad, de acuerdo. Hablo con ellos y te dejamos ir donde quieras. Pero por favor, estás en familia. - El hombre hizo un gestito con la cabeza y soltó un poco de aire por la boca. - De acuerdo, de acuerdo... Lo meditaré durante el día. - Ya era una avance eso. Sonrió y se aparecieron en el jardín de los Lacey.
Menos mal que les había dicho que se comidieran. Faltaba una pancarta de bienvenida allí, le estaba viendo la cara al pobre abogado. Todavía no se habían aparecido y ya tenían a Jason encima, hasta Marcus dio un respingo. - Señor Rylance, mucho gusto, es un placer enorme. - Decía a toda velocidad mientras, sin permiso alguno, había cogido la mano del hombre y la zarandeaba a modo de saludo, quizás con demasiado entusiasmo aunque pretendía poner el tono más serio que sabía. - Jason Lacey, a su servicio, tiene usted nuestras casas disponibles, todas ellas, la de mis padres, la mía, tengo un piso en el centro, lo que necesite. Es usted una bellísima persona. Merlín le llene de glorias por venir a ayudar a estos chicos. - Jason... - Lo están pasando fatal los pobres. - Jason, cariño. - Betty había llegado a su altura y, ante sus toquecitos en el hombro, su marido soltó al abogado. Ella se presentó mucho más comedidamente. - Betty Lacey, su mujer. Bienvenido a Nueva York. Intentamos ser lo más hospitalarios posibles porque no es una ciudad muy agradable, espero que no esté ya sobrepasado. - No, no... Un placer, señores Lacey. Agradecido por el recibimiento. - Marcus miró a Alice de reojo, y cuando miró al jardín, vio también acercarse a Frankie Jr. Menos mal que solo iban a estar los abuelos... Supuso que se tenía que dar con un canto en los dientes de que solo hubiesen venido a casa ellos tres.
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Damocles Con Marcus | En Nueva York | 9 de septiembre de 2002 |
Miró a su novio con una leve sonrisa. Ya, si ya sabía ella cómo se la gastaban los irlandeses con los recibimientos y las comidas. Asintió a lo de que había que comer y solo dijo. — Qué contenta se va a poner la abuela cuando vea lo Lacey que has vuelto a casa. — Y le acarició el brazo con cariño. Últimamente era más consciente de lo borde que había sido con Marcus y un poco con todo el mundo. Que no había tenido hueco para nada más que sus pensamientos y sus angustias, así que no iba a ser tan gruñona como para regañar a su novio. Lo que Rylance pensara ya era otro cantar.
Estar en Ellis Island le daba cierta… Esperanza. No habían vuelto por allí desde que llegaran y… Solo podía pensar en que por allí se irían. Y ya cuando vio a Rylance, no pudo evitar ampliar la sonrisa. No era como querían, no estaba siendo fácil, pero el final estaba allí, y que su abogado estuviera en Nueva York era muy significativo. — Me alegro tanto de verte. — Dijo de corazón. Cuando les dijo lo de la cara, negó y rio. Era un Ravenclaw, sin duda, porque no podía evitar ser galante, y ya, a la conversación de después entre los dos hombres, solo le faltaba un águila encima. — Me alegro de tutearte, la verdad. Ya llevo a cabo demasiados formalismos aquí. — Comentó, mientras salían de aquel hormiguero de aduana.
Sonrió a la descripción que estaba dando Marcus sobre la situación y miró al abogado. — ¿Conoces muchos irlandeses, Edward? — El hombre rio un poco nerviosamente. — Ehm, bueno sí, compañeros y eso… Pero creo que nada de familias como tal. — Alice asintió. — Pues prepárate, son una bomba de amor. — Él volvió reírse. — Bueno, a uno le gusta sentirse valorado. — Pero claro, encima lo de quedarse con los Lacey, le estaba haciendo temblar por dentro y ella lo veía claro. Los Lacey ya…
Para no haber casi nadie para comer allí estaba, cómo no, Jason. Era increíble que tuviera DOS casas pero siempre estuviera por allí. Y luego tenía alma de señora irlandesa, porque ese “Merlín le llene de gloria” le arrancó una risa, sobre todo ante el siempre recatado Rylance, que no sabía cómo tomarse ser famoso en Long Island. Ella sonrió a su novio como diciendo “tranquilo, sobrevivirá”, aunque estaba segura de que Rylance prefería estar en un juicio de asuntos internos ahora mismo. — ¡Señor Rylance! Frankie Lacey Junior, encantado de conocerle, qué bien que ha venido, qué mesecito llevamos, su llegada es de lo más esperanzadora. — Es… Increíble que me conozcan todos. — ¡No seáis agobios! Señor Rylance, debe usted estar agotado, soy Maeve Lacey, le acompaño a que deje sus cosas. — Él asintió. — Lo cierto es que estoy un poco desubicado con la hora. — Normal, el desfase es tremendo. Acompaña a la tía Maeve y te esperamos abajo con una comida que te va a sentar bastante bien. —
Marcus y Alice se dirigieron al comedor, donde Jason se estaba poniendo una pajarita, y la mesa ya estaba puesta. — ¿He dado buena imagen? — Preguntó apurado. Betty le bajó las manos. — Jason, por favor, que no es el rey. — Bien podría serlo, con ese porte. — Alice rio y se apoyó en su novio. — Solo hay un rey de Ravenclaw y es este. — Dijo señalándole. — Tranquilos, es un hombre muy llano y tímido, y sí, le debemos mucho, pero él está muy comprometido con su trabajo, y no espera un gran reconocimiento. Solo seamos simpáticos y hospitalarios, y eso sabéis hacerlo muy bien. — ¿Está ya el abogado aquí? — Preguntó Frankie asomando la cabeza por la puerta. — Ahora bajará, papá. — Dijo Betty con cariño. — Que ya está el pastel del pastor. — Y entró con una fuente enorme humeante. — ¿Pero cuánta gente viene a comer? — Preguntó ella, consternada al ver la cantidad del plato principal. — Pues nosotros… Pero hija, parece que no conoces a tu novio y mi nieto, igual con esto es poco si queremos que a este hombre no le falte de nada. — ¿Entonces un cafecito? ¿Una poción para el dolor de cabeza? ¿Se le han taponado los oídos con los trasladores? — Ya bajaba Maeve por ahí. — No, no, de verdad… Solo estoy un poco desubicado, porque nunca había viajado tan lejos… — Oía la voz de Rylance y sí, estaba sobrepasado, pero se le notaba alegre y sonriente. Menos mal. — No hay Ravenclaw que pueda resistirse a los irlandeses. — Le dijo a Marcus, antes de dejar un beso en su mano y sentarse. — Betty y yo podemos atestiguarlo. —
Estar en Ellis Island le daba cierta… Esperanza. No habían vuelto por allí desde que llegaran y… Solo podía pensar en que por allí se irían. Y ya cuando vio a Rylance, no pudo evitar ampliar la sonrisa. No era como querían, no estaba siendo fácil, pero el final estaba allí, y que su abogado estuviera en Nueva York era muy significativo. — Me alegro tanto de verte. — Dijo de corazón. Cuando les dijo lo de la cara, negó y rio. Era un Ravenclaw, sin duda, porque no podía evitar ser galante, y ya, a la conversación de después entre los dos hombres, solo le faltaba un águila encima. — Me alegro de tutearte, la verdad. Ya llevo a cabo demasiados formalismos aquí. — Comentó, mientras salían de aquel hormiguero de aduana.
Sonrió a la descripción que estaba dando Marcus sobre la situación y miró al abogado. — ¿Conoces muchos irlandeses, Edward? — El hombre rio un poco nerviosamente. — Ehm, bueno sí, compañeros y eso… Pero creo que nada de familias como tal. — Alice asintió. — Pues prepárate, son una bomba de amor. — Él volvió reírse. — Bueno, a uno le gusta sentirse valorado. — Pero claro, encima lo de quedarse con los Lacey, le estaba haciendo temblar por dentro y ella lo veía claro. Los Lacey ya…
Para no haber casi nadie para comer allí estaba, cómo no, Jason. Era increíble que tuviera DOS casas pero siempre estuviera por allí. Y luego tenía alma de señora irlandesa, porque ese “Merlín le llene de gloria” le arrancó una risa, sobre todo ante el siempre recatado Rylance, que no sabía cómo tomarse ser famoso en Long Island. Ella sonrió a su novio como diciendo “tranquilo, sobrevivirá”, aunque estaba segura de que Rylance prefería estar en un juicio de asuntos internos ahora mismo. — ¡Señor Rylance! Frankie Lacey Junior, encantado de conocerle, qué bien que ha venido, qué mesecito llevamos, su llegada es de lo más esperanzadora. — Es… Increíble que me conozcan todos. — ¡No seáis agobios! Señor Rylance, debe usted estar agotado, soy Maeve Lacey, le acompaño a que deje sus cosas. — Él asintió. — Lo cierto es que estoy un poco desubicado con la hora. — Normal, el desfase es tremendo. Acompaña a la tía Maeve y te esperamos abajo con una comida que te va a sentar bastante bien. —
Marcus y Alice se dirigieron al comedor, donde Jason se estaba poniendo una pajarita, y la mesa ya estaba puesta. — ¿He dado buena imagen? — Preguntó apurado. Betty le bajó las manos. — Jason, por favor, que no es el rey. — Bien podría serlo, con ese porte. — Alice rio y se apoyó en su novio. — Solo hay un rey de Ravenclaw y es este. — Dijo señalándole. — Tranquilos, es un hombre muy llano y tímido, y sí, le debemos mucho, pero él está muy comprometido con su trabajo, y no espera un gran reconocimiento. Solo seamos simpáticos y hospitalarios, y eso sabéis hacerlo muy bien. — ¿Está ya el abogado aquí? — Preguntó Frankie asomando la cabeza por la puerta. — Ahora bajará, papá. — Dijo Betty con cariño. — Que ya está el pastel del pastor. — Y entró con una fuente enorme humeante. — ¿Pero cuánta gente viene a comer? — Preguntó ella, consternada al ver la cantidad del plato principal. — Pues nosotros… Pero hija, parece que no conoces a tu novio y mi nieto, igual con esto es poco si queremos que a este hombre no le falte de nada. — ¿Entonces un cafecito? ¿Una poción para el dolor de cabeza? ¿Se le han taponado los oídos con los trasladores? — Ya bajaba Maeve por ahí. — No, no, de verdad… Solo estoy un poco desubicado, porque nunca había viajado tan lejos… — Oía la voz de Rylance y sí, estaba sobrepasado, pero se le notaba alegre y sonriente. Menos mal. — No hay Ravenclaw que pueda resistirse a los irlandeses. — Le dijo a Marcus, antes de dejar un beso en su mano y sentarse. — Betty y yo podemos atestiguarlo. —
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
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Ante todo, amigos
Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
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Freyja
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Damocles Con Alice | En Nueva York | 12 de septiembre de 2002 |
Se tuvo que tapar levemente los labios, haciendo como si se los tocara distraídamente, para disimular la risa. El pobre Edward no sabía en qué jardín acababa de meterse, si pudiera volver a aparecerse ahora mismo en Londres lo haría sin dudar, casi podía leérselo en la frente. Tras el saludo de su primo, se fue con Maeve (que era lo más parecido a ser interceptado por su abuela, honor que no sabía si Rylance había llegado a tener) y Alice y él pasaron al comedor, entre miradas cómplices y risas escondidas.
Y cuando se encontró la estampa de Jason poniéndose una pajarita ya sí que se tuvo que reír, pero intentó salvarlo para que no pareciera que se burlaba. - Di que sí, primo. Una buena pajarita da empaque, yo también soy partidario. - Aunque no podía imaginarse la cara que iba a poner Rylance cuando le viera. Entonces su novia se apoyó en él y le dijo eso, lo cual amplió su sonrisa e hizo que la correspondiera con un beso en la mejilla, pasando el brazo por su cintura. Se agradecían los momentos familiares en los que pudieran tener... eso. Lo que habían tenido siempre. Un poco de distensión y unas risas. Eso sí que lo echaba de menos.
Solo de ver y oler el pastel del pastor ya se le estaba haciendo la boca agua. - Mmmm. Él no sé, pero yo lo voy a agradecer. - Afirmó. El comentario de su novia le hizo reír. - Después de siete años aún no está acostumbrada a las familias irlandesas. - Marcus, que llevaba toda la vida defendiendo a ultranza que era inglés, se abonaba a la causa irlandesa cuando le convenía. - Para que veas, no es que yo fuera glotón, es que en las familias de bien comemos así. - La picó, haciendo cosquillas en su costado para que se riera. Le encantaba verla reírse, y últimamente era tan poco frecuente que cada oportunidad valía su peso en oro.
Se sentaron, guiñándole un ojo a su novia con su último comentario, justo al tiempo en que Rylance aparecía por el comedor. - Oh. - Fue lo único que atinó a decir, pero veía cómo pasaba los ojos por toda la comida. En la pajarita de Jason no parecía haber reparado, claramente las cantidades ingentes de alimento le habían eclipsado. - Tome asiento, por favor. ¿Quiere presidir la mesa? - ¿Eh? No, no, qué va, no es necesario. Muy amable. - Menos mal que había estado rápido respondiendo, porque Jason ya iba a retirarle la silla para que se sentara. Parecía estar clavado en la mesa por la presencia de la mano de Betty en la suya a modo de contención, pero Marcus estaba seguro de que, en cuanto la quitara, se le escaparía como a quien se le escapa un globo. - Frank Lacey, el senior. Del que ha sacado el Junior su nombre. - Se presentó su tío. - Un placer, señor. Muchas gracias por la bienvenida. Están siendo muy amables. - Por fin tomó asiento y, pese a su cortés intento porque no le atiborraran, acabó con el plato a reventar de comida.
- Estos chicos están luchando un montón. - Afirmó Jason, muy en serio, aunque con un punto nervioso como si tuviera a un famoso delante. - No paran de leer. ¡No. Paran. De leer! - Definitivamente no nos ha visto en Hogwarts, pensó Marcus, porque si algo sentía que estaba haciendo poco era leer, pero bueno. - Y de reunirse con gente. ¡Y controlan, uf, cómo controlan el tema! ¡Y dos veces se han enfrentado a los Van Der Luyden, dos! - Betty le dio un par de toquecitos en la mano. El hombre miró a su mujer, algo removido. - Perdón, ¿estoy hablando de más? - Le susurró, pero ella le devolvió en susurro tranquilo. - Es su abogado, Jason. Es precisamente quien les va a defender. - Claro, claro... - Y no hay nada que digas que pueda ser usado en su contra. Repito que es su abogado. - Ya. Me lío con estas cosas, cariño. - Ya... - Dijo ella con una sonrisita cariñosa y un par de palmaditas en su mano. Rylance, que estaba aún intentando procesar el bombardeo, decidió hablar al más callado del grupo. - Me alegro de verle, señor McGrath. ¿Está usted bien? - Marcus se percató entonces de lo callado que estaba Aaron. Sonrió tímidamente y asintió. - Muy bien. Gracias por venir, les va a venir muy bien. - Dijo el chico. Marcus le miró y pensó te puede ayudar a ti también. Tranquilo, con tono tranquilizador. Eso hizo que el otro le mirara levemente y pusiera una tenue sonrisa agradecida. Aaron se había criado en un ambiente de crispación y la presencia del abogado de otra familia, sabiendo que tenía que enfrentarse a una lectura de testamento, tenía que tenerle muy tenso. Pero ahí estaban todos en el mismo barco.
Y cuando se encontró la estampa de Jason poniéndose una pajarita ya sí que se tuvo que reír, pero intentó salvarlo para que no pareciera que se burlaba. - Di que sí, primo. Una buena pajarita da empaque, yo también soy partidario. - Aunque no podía imaginarse la cara que iba a poner Rylance cuando le viera. Entonces su novia se apoyó en él y le dijo eso, lo cual amplió su sonrisa e hizo que la correspondiera con un beso en la mejilla, pasando el brazo por su cintura. Se agradecían los momentos familiares en los que pudieran tener... eso. Lo que habían tenido siempre. Un poco de distensión y unas risas. Eso sí que lo echaba de menos.
Solo de ver y oler el pastel del pastor ya se le estaba haciendo la boca agua. - Mmmm. Él no sé, pero yo lo voy a agradecer. - Afirmó. El comentario de su novia le hizo reír. - Después de siete años aún no está acostumbrada a las familias irlandesas. - Marcus, que llevaba toda la vida defendiendo a ultranza que era inglés, se abonaba a la causa irlandesa cuando le convenía. - Para que veas, no es que yo fuera glotón, es que en las familias de bien comemos así. - La picó, haciendo cosquillas en su costado para que se riera. Le encantaba verla reírse, y últimamente era tan poco frecuente que cada oportunidad valía su peso en oro.
Se sentaron, guiñándole un ojo a su novia con su último comentario, justo al tiempo en que Rylance aparecía por el comedor. - Oh. - Fue lo único que atinó a decir, pero veía cómo pasaba los ojos por toda la comida. En la pajarita de Jason no parecía haber reparado, claramente las cantidades ingentes de alimento le habían eclipsado. - Tome asiento, por favor. ¿Quiere presidir la mesa? - ¿Eh? No, no, qué va, no es necesario. Muy amable. - Menos mal que había estado rápido respondiendo, porque Jason ya iba a retirarle la silla para que se sentara. Parecía estar clavado en la mesa por la presencia de la mano de Betty en la suya a modo de contención, pero Marcus estaba seguro de que, en cuanto la quitara, se le escaparía como a quien se le escapa un globo. - Frank Lacey, el senior. Del que ha sacado el Junior su nombre. - Se presentó su tío. - Un placer, señor. Muchas gracias por la bienvenida. Están siendo muy amables. - Por fin tomó asiento y, pese a su cortés intento porque no le atiborraran, acabó con el plato a reventar de comida.
- Estos chicos están luchando un montón. - Afirmó Jason, muy en serio, aunque con un punto nervioso como si tuviera a un famoso delante. - No paran de leer. ¡No. Paran. De leer! - Definitivamente no nos ha visto en Hogwarts, pensó Marcus, porque si algo sentía que estaba haciendo poco era leer, pero bueno. - Y de reunirse con gente. ¡Y controlan, uf, cómo controlan el tema! ¡Y dos veces se han enfrentado a los Van Der Luyden, dos! - Betty le dio un par de toquecitos en la mano. El hombre miró a su mujer, algo removido. - Perdón, ¿estoy hablando de más? - Le susurró, pero ella le devolvió en susurro tranquilo. - Es su abogado, Jason. Es precisamente quien les va a defender. - Claro, claro... - Y no hay nada que digas que pueda ser usado en su contra. Repito que es su abogado. - Ya. Me lío con estas cosas, cariño. - Ya... - Dijo ella con una sonrisita cariñosa y un par de palmaditas en su mano. Rylance, que estaba aún intentando procesar el bombardeo, decidió hablar al más callado del grupo. - Me alegro de verle, señor McGrath. ¿Está usted bien? - Marcus se percató entonces de lo callado que estaba Aaron. Sonrió tímidamente y asintió. - Muy bien. Gracias por venir, les va a venir muy bien. - Dijo el chico. Marcus le miró y pensó te puede ayudar a ti también. Tranquilo, con tono tranquilizador. Eso hizo que el otro le mirara levemente y pusiera una tenue sonrisa agradecida. Aaron se había criado en un ambiente de crispación y la presencia del abogado de otra familia, sabiendo que tenía que enfrentarse a una lectura de testamento, tenía que tenerle muy tenso. Pero ahí estaban todos en el mismo barco.
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